manifiesto del partido comunista [1848] - karl marx y friedrich engels

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Manifiesto del partido comunista [1848] - Karl Marx y Friedrich Engels

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  • Clsicos de Siempre

    KARL FRIEDRICH

    MARX ENGELS

    MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA

    VERSIN COMPLETA

    Estudio introductorio de

    Nstor Kohan

    l o n g s e l l e r

  • Manifiesto del Partido Comunista Longseller, 2005

    GERENCIA DE EDICIN: D iego F. Barros

    EDITORA: Diana Blumenfeld TRADUCCIN: Nstor B. Kohan

    DIVISIN ARTE LONGSELLER

    DIRECCIN DE ARTE: Adriana Llano

    COORDINACIN GENERAL: Marcela Rossi

    DISEO: Javier Saboredo / Diego Sch tu tman / Laura Pessagno DIAGRAMACIN: Santiago Causa / Mariela C a m o d e c a / Constanza G ibaut

    Longseller S.A. Casa matriz: Avda. San |uan 777 (C1147AAF) Buenos Aires Repblica Argentina Internet: www.longsel ler .com.ar E-mail: ventas@longsel ler.com.ar

    Marx, Karl Manifiesto del Partido Comunista / Karl Marx y Friedrich Engels.-

    1 ed.; 1 reimp.- Buenos Aires: Longseller, 2005 208 p.-; 18x11 cm. (Clsicos de Siempre)

    Traduccin de: Nstor B. Kohan

    ISBN 987-550-384-3

    1. Comunismo I. Engels, Friedrich. II. Ttulo CDD 320.532

    Queda hecho el depsito que marca la ley 11.723.

    Libro editado e impreso en la Argent ina. Printed n Argent ina.

    La fotocopia mata al libro y es un delito.

    N o se permite la reproduccin parcial o tota l , el a lmacenamiento , el alquiler, la transmisin o la transformacin d e este libro, en cualquier forma o por cualquier medio , sea electrnico o mecn ico , mediante fotocopias u otros mtodos , sin el permiso previo y escrito del editor. Su infraccin est penada por las leyes 11.723 y 25.446.

    Esta edicin d e 3000 ejemplares se te rmin d e imprimir en la Planta Industrial d e Longseller S.A., Buenos Aires, Repblica Argent ina, e n febrero d e 2 0 0 5 .

  • Para leer el Manifiesto Comunista

    Estudio introductorio El Manifiesto Comunista dej huella. Sus pginas, devoradas con pasin por millo-nes, influyeron de modo decisivo sobre la historia de la humanidad.

    La actualidad de este texto abruma. Cuando todava no estaban de moda las palabras globalizacin, mundializacin u otras similares, el precursor Manifiesto Co-munista aport una visin totalizadora de la sociedad capitalista y de su historia. En esa poca no exista Internet, ni la televi-sin ni la radio!

  • Partida de nacimiento, acta de acusa-cin, declaracin de guerra. El Manifiesto Comunista condensa todo eso y mucho ms. Aunque la autora es compartida con Frie-drich Engels (1820-1895), su prosa frentica y nerviosa, punzante e hiriente, tiene el rit-mo inconfundible de la pluma de Karl Marx (1818-1883). Dejando a un lado El Capital (ese "caonazo contra la burguesa", como lo definiera epistolarmente su autor), su vena polmica nunca brill con mayor es-plendor que en esta literatura de combate. No resulta casual que sus consignas, recogi-das en el contacto con grupos y sectas de obreros revolucionarios europeos, preanun-cien el incendio continental que explotar en la insurreccin de febrero de 1848, ape-nas dos semanas despus de su publicacin.

    Aquel fuego original, del que Marx y Engels se nutrieron y que contribuyeron a expandir, no qued reducido al suelo de Europa. Poco tiempo despus, en 1870, el

  • Manifiesto Comunista se public por pri-mera vez en Amrica Latina, en un peri-dico obrero mexicano. La llama prenda en otros territorios y en otros lenguajes. La teora comenzaba a unlversalizarse.

    Desde aquel tiempo lejano hasta hoy, mucha agua ha corrido bajo el puente. Las luchas de clases y las resistencias contra el capital continan, siglo y medio ms tarde, mundializadas en un grado tal que hubiera hecho temblar a aquellos luchadores inter-nacionalistas, compaeros de Marx. La ex-plosin del mundo de las comunicaciones y la expansin generalizada del capital (de sus relaciones sociales, su ideologa, su cul-tura y sus mercados) han convertido el pla-neta entero en un botn de guerra. Una in-mensa despensa lista para ser expoliada y subsumida en sus hambrientas fauces. Como contrapartida, la resistencia antica-pitalista tambin ha asumido un carcter internacional y globalizado.

  • EL MANIFIESTO COMUNISTA EN EL PENSAMIENTO DE MARX

    Gestacin histrica Cuando el zapatero Heinrich Bauer, el re-lojero Joseph Mol (1812-1849) y el mili-tante comunista Cari Schapper (aproxima-damente 1812-1870), le encargaron a Marx la redaccin de un manifiesto que sinteti-zara los debates de la Liga de los Justos y la Liga de los Comunistas, no se equivocaron. Marx tena experiencia en ese gnero dis-cursivo. Pocos aos antes haba redactado otro Manifiesto, mucho menos conocido.

    Aquel primero no era un Manifiesto clsico, estrictamente de partido, aunque incluyera varias sentencias y posiciona-mientos polticos. Consista, ms bien, en un manifiesto filosfico. Condensaba un primer balance de los debates que haba mantenido el joven periodista Marx con sus amigos liberales y radicales de Berln

  • -Georg Gottlob Jung (1814-1886), Dago-bert Oppenheim (1809-1889) y Bruno Bauer (1809-1882), entre otros-. Se trata-ba de la Introduccin a la Crtica de a Filo-

    sofa del derecho de Hegel, redactada entre

    1843 y 1844 y publicada en el primer -y nico- nmero de los Anales franco-ale-manes, en febrero de 1844. Una publica-cin dirigida por Arnold Ruge (1802-1880) y el mismo Marx.

    A diferencia del Manifiesto Comunista, la

    tonalidad general que adoptaba aquel docu-mento previo era centralmente filosfica.

    Ambos manifiestos comparten el estilo taxativo de sus afirmaciones, tan caracte-rstico de este gnero discursivo. Adems, adoptan al unsono -y sta ser una nota distintiva del mtodo marxiano- la crtica contra toda especulacin, es decir, contra toda teora no fundamentada en el anlisis de la realidad. Un mismo cuestionamiento que, si en la Introduccin de 1843-1844 ata-

  • cara preferiblemente la filosofa especulati-va del derecho, tanto de G. W. F. Hegel (1870-1831) como de sus discpulos, en el Manifiesto Comunista centrar esos mis-mos disparos contra el llamado "socialismo verdadero" de Karl Grn (1817-1887). ste no fue el nico punto en comn. El am-pliado arco de paralelismos entre ambos textos -entre los que median menos de cinco aos- resulta sorprendente.

    En primer lugar, el sujeto de la revolu-cin anhelada es, en ambos casos, el proleta-riado, la clase obrera. No obstante esa coin-cidencia, los fundamentos son diversos. Si en 1843-1844 la razn de esa eleccin resi-da en que el proletariado resuma las caren-cias, las prdidas y los sufrimientos de la so-ciedad capitalista, en 1848 la argumentacin se desplaza hacia el terreno de la lucha y la confrontacin entre las clases. Tanto en el mbito poltico como en el de las relaciones de produccin. Los trabajadores son ahora

  • el centro, no porque sufran o carezcan de todo sino por su lugar en el conflicto de cla-ses y en la produccin de mercancas.

    En segundo lugar, en 1843-1844 la clave del triunfo de este sujeto social se deposita-ba en la alianza entre filosofa y proletaria-do, entre intelectuales y clase obrera, con-dicin imprescindible para que la teora se convierta en un poder material pren-diendo en las masas. La filosofa tena, se-gn este Marx juvenil, su sede en Alema-nia; la clase obrera, en Francia.

    El reclamo en favor de esta alianza se mantiene -modificada- en 1847-1848, cuando Marx plantea que el comunismo crtico debe unirse, como un solo haz, con la clase obrera internacional.

    En tercer lugar, el programa y la estrate-gia anticapitalista parten ambos de una distincin esencial entre dos modalidades diferenciadas de transformaciones sociales. Un tipo es el de "la revolucin meramente

  • poltica", que slo toca la esfera estatal; el otro es el de "la revolucin comunista", que abarca tambin la sociedad civil.

    El ejemplo paradigmtico del primer tipo de revolucin, que Marx adopta como "modelo" y arquetipo, es la francesa de 1789. A esa revolucin, en 1843-1844, la denomi-na "emancipacin parcial o meramente po-ltica", mientras que en 1848 la nombra, lisa y llanamente, como "revolucin burguesa". El segundo tipo de revolucin que emerge del anlisis, aquella por la cual deberan lu-char los trabajadores, es denominada en 1843-1844 "revolucin radical o emancipa-cin humana general". En 1848, en cambio, ser caracterizada como "derrocamiento violento de la burguesa por el proletariado".

    Resulta notorio que este paralelismo entre ambos manifiestos -el filosfico y el poltico- haya pasado desapercibido para las lecturas tradicionales del marxismo. Sin embargo, ambos no son completamente

  • homologables. En la corta distancia que se-para 1843 de 1848, en la vida personal e in-telectual de Marx se sucedieron vertigino-sos acontecimientos.

    El principal fue el encuentro poltico con el proletariado, que se produjo cuando Marx abandon su atrasada Alemania y march hacia Bruselas y Pars. En esos aos febriles que mediaron entre la Introduccin a a crtica de la Filosofa del derecho de He-

    gely el Manifiesto Comunista, Marx dej de

    ser un periodista radical y se transform en un organizador del movimiento obrero,1

    sin abandonar jams la filosofa.

    Entre otros trabajos, en esos aos Marx elabor el ncleo central de su filosofa, centrada en la actividad humana de trans-formacin, es decir, en la praxis. Son las c-lebres Tesis sobre Feuerbach de 1845. All, en

    la crtica contra la especulacin del idealis-mo de Hegel y su escuela de discpulos ale-manes, y en el duro cuestionamiento del

  • materialismo de los pensadores burgueses franceses del siglo XVIII (los idelogos de la revolucin de 1789) se resume su princi-pal apuesta terica. A la filosofa idealista alemana le critic su incapacidad para ana-lizar la actividad humana de transforma-cin en sus aspectos sociales; al materialis-mo francs le cuestion su dificultad para visualizar el papel activo que los sujetos juegan en la sociedad.

    Esos dos acontecimientos -el vnculo con el movimiento obrero y la elaboracin de aquellas Tesis filosficas- constituyen razones ms que suficientes para subrayar, junto con el innegable paralelismo entre los dos manifiestos, las condiciones espec-ficas que le otorgan al Manifiesto Comunis-ta su innegable originalidad.

    La "cocina" de la redaccin No se puede comprender el Manifiesto Co-munista sin atender a la compleja vincula-

  • cin de Marx con el movimiento obrero de su poca, particularmente con las organi-zaciones de revolucionarios comunistas que ya existan en aquel momento. Marx no extrae la idea del comunismo de la gale-ra, como si fuera un mago! l mismo reco-noce en su Manifiesto que

    Las tesis tericas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y princi-pios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. No son sino la expresin de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histrico que se est desarro-

    llando ante nuestros ojos.

    Ese reconocimiento no era una declara-cin demaggica.

    Como acota uno de sus principales bigrafos, David Riazanov (1870-1935?), Marx se vincula con clulas revoluciona-

  • rias mediante la construccin de todo un sistema de "comits de corresponsales" perfectamente organizado (operante en el mbito europeo). Pero estas corresponsa-las no eran meramente "contactos" pe-riodsticos, sino ms bien grmenes de clulas de una extensa red internacional. En esa organizacin se dio una intensa batalla de fracciones. Marx y su compa-ero Engels entablaron una aguda lucha terica enfrentando diversas concepcio-nes. Entre otras, las del sastre revolucio-nario Guillermo Weitling (1808-1871), defensor del comunismo igualitario ut-pico; las de Karl Grn, partidario del "so-cialismo verdadero", como tambin las del comunismo filosfico de Moses Hess (1812-1875). Parte de esa lucha estuvo atravesada por la desconfianza de muchos trabajadores hacia los "intelectuales", en-tre los que obviamente se encontraba Marx.

  • De esta Liga (la "Liga de los Justos", aclaracin de Nstor Kohan) -seala Franz Mehring (1846-1919), otro de sus bigra-fos ms importantes- parti en enero de 1847 una iniciativa importantsima. Orga-nizada como "Comit de correspondencia comunista en Londres", mantena relacio-nes con el "Comit de correspondencia de Bruselas", pero en un plano mutuo de bas-

    tante frialdad. De un lado, reinaba en ella cierto recelo contra los "los intelectuales",

    que no podan saber cules eran las necesi-dades del obrero; de otro, cierta desconfian-za contra "los erizos", es decir, contra la li-mitacin artesano-gremial de horizontes que cerraba, en buena parte, las perspecti-vas de la clase obrera alemana por aquella

    2 poca.

    Superando poco a poco esa desconfian-za recproca, originada en las concepciones econmico-corporativas que todava no

  • vislumbraban la necesidad de unir al obre-ro y al intelectual revolucionario, se logr una virtual fusin entre los militantes obreros de la Liga de los Justos, luego lla-mada "Liga de los Comunistas", con las di-versas "corresponsalas" en el seno de las cuales militaban intelectuales como Karl Marx (en Bruselas) y Friedrich Engels (en Pars).

    La Liga de los comunistas tuvo dos congresos en Londres. El primero se desa-rroll en el verano de 1847. Marx no asis-ti a l. El representante por Bruselas fue Guillermo Wolff (1809-1864), a quien Marx dedicara el primer tomo de El Capi-tal). Engels viaj como representante de los comunistas de Pars. En ese congreso se acord, democrticamente, elaborar una "profesin de fe" comunista, que sera el programa de la Liga. Las diferentes regio-nes tenan que presentar su proyecto al congreso siguiente.

  • Ese segundo congreso tuvo lugar en no-viembre de 1847, tambin en Londres. Esta vez Marx asisti. Antes de esa fecha, Engels le haba escrito que haba esbozado una es-pecie de "catecismo" o profesin de fe del comunismo, pero que crea que era mejor darle la forma literaria de manifiesto. Los debates duraron varios das (diez en total) y Marx tuvo serias dificultades en la discu-sin de sus tesis hasta que, finalmente, se aprobaron. Como resolucin del segundo congreso se estableci encargarle que re-dactara aquellas tesis bajo la forma de un manifiesto, como haba propuesto inicial-mente Engels.

    Nadie tan obsesivo ni meticuloso como Marx. El cumplimiento de su programa de investigacin le llev toda la vida y ni aun as pudo publicar todo lo que haba escrito. El libro segundo, el tercero y el cuarto de El Capital, fueron editados postumamente por Engels y Kautsky. En uno de los prefa-

  • cios a esos libros, Engels seala la puntillo-sidad exasperante con que Marx se haba abocado al final de su vida a estudiar -en idioma original!- las estadsticas rusas que necesitaba consultar para sus estudios so-bre la renta del suelo. De ah que no pudie-ra concluir El Capital. se fue su particular estilo de trabajo. Nunca un artculo a la li-gera. Jams un libro escrito de apuro y a vuelapluma.

    Por eso, cuando el segundo congreso de la Liga le encomienda la redaccin, Marx no se pone a confeccionarlo de inmediato. Eso explica la premura de la afiebrada car-ta que el comit central de la Liga le enva, con la resolucin adoptada el 24 de enero de 1848.

    La carta dice as:

    El comit central, por la presente, en-carga al comit regional de Bruselas que co-munique al ciudadano Marx que, si el ma-

  • nifiesto del partido comunista, del cual asu-mi la redaccin en el ltimo congreso, no ha llegado a Londres el I o de febrero del ao actual (1848), se tomarn las medidas per-tinentes contra l. En el caso de que el ciu-dadano Marx no cumpliera su trabajo, el comit central solicitar la inmediata devo-lucin de los documentos puestos a dispo-sicin de Marx. En nombre y por orden del comit central: Schapper, Bauer, Mol.4

    La presin de los obreros dio resultado. El Manifiesto Comunista se public, por

    fin, en Londres en febrero de 1848. All Marx retoma las ideas que Engels haba ex-presado en "Principios del comunismo", el catecismo redactado entre fines de octubre y principios de noviembre de 1847.

    En los prefacios agregados posterior-mente a las ediciones alemana de 1883 e inglesa de 1888, Engels sostiene, sin ambi-gedades, que la idea fundamental de que

  • est penetrado todo el Manifiesto pertene-ce nica y exclusivamente a Marx. En el mismo sentido, apunta Riazanov que so-lamente l tuvo la responsabilidad poltica del manifiesto ante la Liga. Y si el manifies-to ofrece tal impresin de unidad es preci-samente porque lo escribi Marx solo.3

    Entre otras razones, a la tesis de D. Ria-zanov y de M. Rubel sobre la autora se po-dra agregar la presencia impactante de las metforas shakespeareanas que, sbita-mente, se entrecruzan en el texto. Ya desde el inicio del Manifiesto Comunista nos cho-camos con ellas. All el comunismo se transforma para Marx en un "fantasma" (mientras que segn El 18 Brumario de Luis Bonaparte, de 1852, la revolucin asu-me la figura de un "viejo topo"). Ambas ex-presiones metafricas, la del fantasma-es-pectro y la del topo zapador y subterrneo, remiten inmediatamente al Hamlet de Wi-Uiam Shakespeare (1564-1616). Al igual

  • que Goethe (1749-1832), el dramaturgo isabelino era absolutamente idolatrado por Marx y su familia.

    La utilizacin reiterada de ese tipo de metforas, como ya se lo haba hecho notar en su juventud su profesor Wyttembach, quien le reprochaba la bsqueda exagera-da de expresiones inslitas y pintorescas, marcar a fuego el estilo literario personal de Marx. Un estilo notablemente diferente al de Engels, mucho ms conciso y apretado, como puede comprobarse al comparar el pulso y el ritmo de la redaccin del libro I de El Capital con el de los dos siguientes to-mos, cuyas ideas tambin pertenecen a Marx, pero esta vez tamizadas a travs de la pluma de Engels.

    En cuanto a su estructura interna, el Manifiesto Comunista se articula segn la siguiente disposicin argumental: una in-troduccin-ataque, una recapitulacin his-trica, el anlisis de la situacin, la polmi-

  • ca con otras posiciones y, finalmente, un programa. 6 No slo por el contenido sino tambin por esta estructuracin formal del discurso poltico el Manifiesto Comunista har escuela.

    En cuanto a su contenido, salta a pri-mera vista que sus tesis son numerosas. Por razones de espacio slo discutiremos aqu algunas de ellas. Nuestro recorte no es ar-bitrario ni caprichoso.

    Por un lado, centraremos nuestra mira-da en las tesis ms polmicas, aquellas que fueron centrales para la historia posterior del marxismo y el socialismo. A su vez, de todas ellas destacaremos las que generaron mayores equvocos, fundamentalmente porque se adoptaron e interpretaron como verdades eternas en s mismas, desligndo-las de otras producciones de Marx no me-nos relevantes (por ejemplo, El 18 Bruma-rio de Luis Bonaparte, El Capital o su

    correspondencia con los populistas rusos).

  • Por otro lado, priorizaremos la discu-sin de aquellas tesis que estuvieron ms li-gadas al encuentro (y desencuentro) de Marx con el Tercer Mundo y, particular-mente, con Amrica Latina. Finalmente, destacaremos los que a nuestro parecer constituyen los principales aportes de este documento histrico.

    DISCUTIENDO ALGUNOS EQUVOCOS

    Solamente dos clases sociales? Uno de los ms grandes equvocos que result de aislar al Manifiesto Comunista de toda la produccin intelectual y pol-tica de Marx consiste en la reduccin de su anlisis del conflicto social contempo-rneo a slo dos contendientes: la bur-guesa y el proletariado, ambos concebi-dos como clases puras, homogneas y compactas.

  • Esto sucedi porque, efectivamente, en el Manifiesto Comunista el coro teatral de la tragedia de la humanidad se reduce a una dramatizacin con dos nicos hroes. En palabras del mismo Marx:

    Nuestra poca, la poca de la burgue-sa, se distingue sin embargo, por haber simplificado as contradicciones de clase.

    Toda la sociedad va dividindose cada vez ms en dos grandes campos enemigos, en

    dos grandes clases, que se enfrentan direc-tamente: la burguesa y el proletariado.

    Idntico equvoco arrastr tambin la lectura del libro El Capital, cuando a partir de l se asimil ese modelo plano y homo-gneo de enfrentamientos horizontales al de los vendedores y compradores de fuerza de trabajo (la capacidad humana de trabajar).

    Esa confusin tiene su origen en una es-candalosa incomprensin del mtodo dia-

  • lctico, el mtodo utilizado por Marx. Cuando Marx plantea en El Capital slo dos clases sociales est partiendo de un su-puesto metodolgico. Siguiendo la meto-dologa empleada por Hegel en su Ciencia de la Lgica, Marx elige comenzar la expo-sicin de El Capital por lo ms genrico, indeterminado y por lo tanto abstracto: la "mercanca". Luego, despus de varios pa-sos intermedios, llega a explicar el "capital". Ambos -mercanca y capital- son analiza-dos en general, sin mayores especificacio-nes, sin nombre ni apellido.

    Comenzando con ese punto de partida genrico, Marx contina su libro ascen-diendo hacia lo ms informado, lo ms de-terminado y lo ms particularizado: en suma, lo ms concreto. El mtodo dialcti-co parte de lo abstracto para encaminarse hacia lo concreto.

    se es uno de sus grandes supuestos en el primer libro de El Capital. Otros su-

  • puestos all operantes son, por ejemplo, que la fuerza de trabajo se paga en el mer-cado por su valor; o que el Estado no in-terviene en el establecimiento del contrato de la compraventa de la fuerza de trabajo (el contrato salarial) ni tampoco en el es-tablecimiento del papel moneda, etc., etc. Todos estos supuestos, que Marx elige aceptar ex profeso, no se cumplen en nin-guna sociedad capitalista particular. Marx lo sabe. Pero elige hacer "como si" se cum-plieran, para poder explicar en forma ms clara su tema.

    Sin embargo, en los dems libros que continan El Capital, la clase explotadora -y su fuente de vida: el plusvalor (el traba-jo impago)- se fracciona en varios seg-mentos. Marx nos habla all de la burgue-sa comercial, la burguesa industrial, la burguesa terrateniente, la burguesa fi-nanciera. A cada una de ellas les corres-ponden, respectivamente, la ganancia co-

  • mercial, la ganancia industrial, la renta del suelo, el inters bancario.

    Esto demuestra que Marx sabe perfec-tamente que en la sociedad capitalista existen mltiples sujetos sociales. Pero, para poder mostrar el corazn de un siste-ma social tan complejo, decide pintar un cuadro del capitalismo slo con las lneas ms simples. Entonces elige comenzar su exposicin lgico-dialctica del modo de produccin capitalista por una hiptesis y un supuesto de carcter abstracto, general, para luego ir ascendiendo en su demostra-cin hacia lo ms concreto y lo complejo.

    Comienza pintando slo dos clases ho-mogneas para llegar, ms tarde, a la con-clusin de que estas clases se fraccionan y se subdividen. El bosquejo de cuadro ini-cial se transforma luego en un fresco vivo multicolor donde afloran todos los mati-ces. Por lo tanto, Marx jams pretendi plantear que en la sociedad capitalista

  • contempornea slo existen dos clases uniformes.

    Al pasar por alto esta insoslayable reser-va metodolgica, absolutamente central en su modo de exposicin, habitualmente se ley e interpret su teora del capitalismo como una visin marcadamente reduccio-nista -y simplista- de los enfrentamientos sociales.

    Lo mismo le sucedi al Manifiesto Co-munista! Tambin all Marx intentaba re-sumir y abstraer la inmensa gama de mati-ces, contradicciones y enfrentamientos interclasistas de la sociedad capitalista para dotar al movimiento obrero de una mirada estratgica y global. Lo que tena en mente era sealar un enemigo definido (algo sin lo cual es muy difcil plantearse una lucha seria y a largo plazo): la burguesa en su conjunto.

    Pero cuando Marx se desplaza metodo-lgicamente desde el alto nivel de abstrac-

  • cin de su exposicin lgica (propia del primer tomo de El Capital) o de su cons-truccin poltico-estratgica (presente en el Manifiesto Comunista) y se aboca a estu-diar una formacin social especfica en un momento coyuntural determinado de la historia, afloran todos los matices, todos los colores intermedios, toda la gama de los grises. Su mirada se vuelve irremediable-mente transversal. Estos ltimos ejemplos se encuentran, principalmente, en sus en-sayos de sociologa poltica histrica escri-tos entre 1848 y 1852 y tambin entre 1870 y 1871.

    Tanto en Las luchas de clases en Francia,

    en El 18 Brumario de Luis Bonaparte (pro-

    bablemente el ms rico de todos estos tex-tos) como en La guerra civil en Francia,

    Marx deja de lado aquel presupuesto me-todolgico. En esos textos pasa -en otro ni-vel de abstraccin del discurso epistemol-gico, ms ligado a la realidad emprica- a

  • un anlisis centrado en un enfrentamiento que atraviesa las clases sociales de manera transversal. En ese nuevo abordaje cada clase se fracciona internamente. Se realizan alianzas y compromisos interclasistas en la sociedad civil. El Estado -que antes pareca estar ausente y que ahora se muestra con una cierta autonoma- adquiere un papel central en esa disputa.

    El interrogante obvio, la pregunta del milln, debera plantearse esa notable asi-metra entre la bipolaridad clasista, homo-gnea y horizontal del Manifiesto Comunis-ta y el primer tomo de El Capital y la heterogeneidad transversal del El 18 Bru-mario de Luis Bonaparte y La guerra civil en

    Francia.

    No se dio cuenta Marx de que se basa-ba en "modelos" de anlisis sociopolticos aparentemente excluyentes y dicotmicos? Fue tan ingenuo y descuidado como para no advertir esa impactante asimetra?

  • La respuesta es ms que evidente. La cla-ve para comprender esa disparidad de nive-les en los que se mueve el discurso de Marx reside, justamente, en la comprensin de su mtodo y las distintas esferas de abstrac-cin en las que opera. No se entiende a Marx si se soslaya su mtodo dialctico.

    En la historia de las ideas socialistas, Le-nin (1870-1924) supo destacar, con mayor tino y lucidez, ese doble nivel epistemol-gico en que se despliega el discurso polti-co de Marx. Dejando a un lado las innu-merables ocasiones puntuales que en su prctica poltica utiliza productivamente la metodologa dialctica, Lenin se vale prin-cipalmente de dos categoras tericas para no confundir jams los niveles de anlisis polticos.

    El primero de los conceptos es el de "formacin econmico social". Lenin lo adopta de los prlogos de Marx a El Capi-tal. Lo hace en su libro juvenil Quines son

  • los "amigos del pueblo" y cmo luchan con-

    tra los socialdemcratas? (1894). Segn Le-nin, la categora de "formacin econmico social" permite comprender qu tiene de general y comn a todos los pases una de-terminada sociedad puntual, y qu tiene, en cambio, de especfico e irrepetible.

    El segundo concepto es el de "fuerza so-cial", que Lenin adopta tanto de El Capital como de El 18 Brumario de Luis Bonaparte

    (fundamentalmente de la referencia al en-frentamiento transversal que segmenta dis-tintas fracciones de clase).

    Lenin elogia la mirada estratgica construida por Marx en el Manifiesto Co-munista. Le parece acertada por focalizar en la burguesa -tomada en su conjunto-como el enemigo de los trabajadores a lar-go plazo. El concepto de "fuerza social" le permite, al mismo tiempo, comprender la necesidad de construir alianzas con otras fracciones de clase (los campesinos, los

  • segmentos juveniles y estudiantiles, etc.) e intentar dirigirlas poltica y culturalmente contra la burguesa.

    La categora de fuerza social construida por Lenin -que Antonio Gramsci (1891-1937) reelaborar con su concepto de "blo-que histrico"- excede la mera erudicin libresca. A Lenin le sirve para rechazar aquellas interpretaciones simplistas y line-ales del Manifiesto Comunista (que no

    comprenden su mtodo dialctico). Gra-cias a ella, Lenin pudo sentar las bases de la clebre teora de la hegemona, una teora que fue el principal aporte de Lenin a la filosofa de la praxis, al decir de Gramsci.

    Estas aclaraciones sobre el esquema de clases bipolar en el que se mueve el discur-so del Manifiesto Comunista son imprescin-

    dibles para poder comprenderlo a fondo. Otro de los grandes problemas que pre-

    senta este texto se asienta en el complejo vnculo entre el Manifiesto Comunista y:

  • (a) la filosofa universal de la historia (que termina legitimando la supremaca de Europa occidental);

    (b) la nocin lineal del progreso (n-cleo de una lectura simplista del marxismo, entendido como un producto subsidiario de la modernidad ilustrada europea).

    Marxismo y modernidad europea Desde joven, Marx se opuso a interpretar todo el desarrollo de la humanidad desde los moldes y preconceptos apriorsticos de una filosofa universal de la historia (prin-cipalmente la formulada por su maestro Hegel, para quien cada poca histrica se tena que ajustar a una idea preconcebida de antemano y, adems, Occidente guarda-ba para s la supremaca histrica sobre otros pueblos y culturas).

    A pesar de ello, es indudable que Marx realiza en el Manifiesto Comunista algunas aseveraciones que lo acercan peligrosa-

  • mente a esa misma filosofa universal, pre-viamente criticada. Sobre todo, cuando se refiere al rumbo del desarrollo histrico. Por ejemplo, con un tono cerradamente "occidentalista", Marx dice que:

    Merced al rpido perfeccionamiento de los instrumentos de produccin y al constante progreso de los medios de comu-nicacin, la burguesa arrastra a la corrien-te de la civilizacin a todas las naciones, has-

    ta las ms brbaras [...] Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los pases brbaros o semi-

    brbaros a los pases civilizados, los pueblos

    campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente a Occidente.

    En la misma tonalidad del Manifiesto, Marx sostiene, tres aos ms tarde, que: El oro californiano se vierte a raudales sobre Amrica y la costa asitica del Pacfico y

  • arrastra a los reacios pueblos brbaros al co-

    mercio mundial, a la civilizacin. La presencia contundente y chocante de

    esos fragmentos nos habla de una tensin interna en su pensamiento y en su discurso terico acerca de la historia. Esto es as por-que Marx ubica en Occidente lo que deno-mina "la corriente de la civilizacin" de la historia mundial, de manera harto anloga a la utilizada por los defensores de una fi-losofa de la historia universal que, en lti-ma instancia, terminaba legitimando la preeminencia econmica, poltica y militar occidental sobre todos los dems pueblos y comunidades.

    Es necesario observar que en ese peli-groso acercamiento a la filosofa de ia his-toria universal Marx emplea determinados trminos cuya carga semntica es ideolgi-camente inexcusable: se refiere a la "civili-zacin" occidental y a la "barbarie" de ios pueblos no occidentales...

  • Segn este temprano punto de vista centrado en los pases occidentales, la "ci-vilizacin" es circunscripta solamente a Inglaterra, Francia y Alemania, a lo sumo extensible a los Estados Unidos. Una vi-sin absolutamente eurocntrica de la historia, inadmisible para una concepcin que pretende emancipar a todos los pue-blos del mundo y que se opone a todas las dominaciones.

    En ese sentido, resulta ms que justa la advertencia que Len Trotsky (1879-1940), alguien absolutamente insospechado de "nacionalismo", hizo en su poca. Este au-tor alerta a los lectores del Manifiesto Co-munista que el pensamiento revoluciona-rio no tiene nada en comn con la idolatra. Los programas y predicciones se verifican y corrigen a la luz de la experien-cia. Tambin el Manifiesto Comunista re-

    quiere correcciones y adiciones. Una reco-mendacin que, lamentablemente, muy

  • pocas veces han seguido las distintas "orto-doxias" del marxismo.

    Ms adelante, Trotsky focaliza sobre una de esas necesarias "correcciones y adi-ciones". Sostiene que:

    El Manifiesto Comunista no contiene

    ninguna referencia a la lucha de los pases coloniales y semicoloniales por su inde-pendencia [...] La cuestin de la estrategia revolucionaria en los pases coloniales y se-micoloniales no se aborda por tanto para nada en el Manifiesto.

    De acuerdo con el horizonte que tie la mirada de Marx durante este perodo, no solamente la periferia precapitalista, sino tambin la Europa colonial (ejemplo: Ir-landa) o atrasada (ejemplos: Espaa, Por-tugal e Italia) quedan notoriamente exclui-das de aquello que l considera como la "civilizacin".

  • El uso categorial de la dicotoma "civili-zacin-barbarie", la firme creencia en el ca-rcter progresivo de la expansin mundial inaugurada por la moderna burguesa oc-cidental y la explcita descalificacin del mundo rural -al cual Marx no duda en atribuirle cierto "idiotismo"-, 1 0 constitu-yen una slida matriz de pensamiento cu-yos hilos tericos estarn presentes en el Manifiesto Comunista.

    Marxismo = progresismo? El desarrollo ascendente de la sociedad burguesa, violatorio de los viejos lazos so-ciales premodernos y precapitalistas, crea-dor al mismo tiempo de una sociedad, un mercado y una historia por primera vez mundiales, es caracterizado por el Marx de fines de la dcada del cuarenta como una clara muestra de progreso.

    En ese marco puede entenderse la cle-bre, provocativa y polmica afirmacin del

  • Manifiesto Comunista segn la cual los obreros no tienen patria. Aunque a conti-nuacin Marx matiza la idea sosteniendo que

    No se es puede arrebatar lo que no poseen. Mas, cuanto el proletariado debe en primer lugar conquistar el Poder polti-co, elevarse a la condicin de clase nacional,

    constituirse en nacin, todava es nacional,

    aunque de ninguna manera en sentido burgus.1 2

    Segn el ngulo predominante duran-te estos aos, impregnado de ncleos cla-ramente deudores de la modernidad eu-ropea, el impulso burgus provoca el surgimiento de un nuevo tipo de sociedad sin valores trascendentes. En ese proceso de secularizacin dejan de tener vigencia y se esfuman en el aire todos los hbitos aejos y modos de vida antiguos que pre-

  • suponan un encantamiento del mundo. Aparece, en su lugar, el predominio cruel, despiadado y absoluto, del valor de cam-bio y del dinero. Afirma nuevamente el Manifiesto:

    La burguesa ha despojado de su aureo-

    la a todas las profesiones que hasta enton-ces se tenan por venerables y dignas de piadoso respeto... La burguesa ha desgarra-do el velo de emocionante sentimentalismo que encubra las relaciones familiares, y las redujo a simples relaciones de dinero. La burguesa ha revelado que la brutal mani-festacin de fuerza en la Edad Media, tan admirada por la reaccin, tena su comple-mento natural en la ms relajada holgaza-nera... Todo lo estamental y estancado se es-

    fuma; todo lo sagrado es profanado, y los

    hombres, al fin, se ven forzados a conside-rar serenamente sus condiciones de exis-tencia y sus relaciones recprocas.

  • Marx encuentra en el centro de grave-dad de la sociedad capitalista -el interior de su "clula bsica", la mercanca- un carcter social esencialmente contradictorio. All, en el descubrimiento de esa contradiccin, puede ubicarse su amarga protesta antimo-derna y su condena dionisaca del predomi-nio salvaje de la cantidad. Una cantidad que oprime y prostituye al arte (esfera esencial-mente cualitativa); subsume el tiempo li-bre; corrompe toda emancipacin humana y atropella todo impulso vital.

    Esa protesta antimoderna, presente en al-gunas de las mejores pginas de sus Manus-critos econmico filosficos de 1844, convive

    en su pensamiento junto con su innegable elogio de la modernidad (que atraviesa el Manifiesto). Ese pliegue crtico antimoderno ha sido inexplicablemente soslayado por sus crticos posmodernos.

    Aun dando cuenta de esa tensin irre-suelta, no puede desconocerse la matriz

  • modernista que en 1847-1848 contornea sus afirmaciones histricas. Recordemos, en ese sentido, que el Manifiesto celebra como algo histricamente positivo la emergencia de "la gran industria moderna", desarrollada por el incesante mpetu de "la burguesa moderna", clase social que no duda en utilizar como herramienta de su proyecto mundializador y expansionista al "Estado moderno"}3

    Este particular horizonte en el que se inscribe su contradictorio modo de enten-der la historia -a caballo entre la crtica y la apologa de la modernidad- se prolongar en Marx hasta mediados de los aos cin-cuenta. En esa dcada, la impronta moder-nista y eurocntrica que an impregna gran parte de sus escritos polticos lo con-dujo a un dilema desgarrador. La herida que en su pensamiento abri ese dilema constituye la esencia de todo pensamiento trgico.

  • En trminos morales, Marx condena duramente los escandalosos y brutales avances colonialistas en las zonas no occi-dentales, pero los justifica en el orden te-rico. Esos avances son deleznables y abo-rrecibles, pero... trgicamente inevitables. El caso ms notable lo constituye su eva-luacin positiva sobre la accin del colo-nialismo ingls en la India. A inicios de la dcada del cincuenta, Marx llega a sostener que Inglaterra fue el instrumento incons-

    ciente de la historia- al disolver las formas arcaicas y preindustriales indias. En dicho artculo, Marx culmina recordando unos versos de Goethe, cuando ste escriba Quin lamenta los estragos si los frutos son placeres?. Con el mismo ademn, en estos aos Marx apoya la introduccin del ferrocarril britnico en el pas asitico pues, segn su diagnstico, se convertir en un verdadero precursor de la industria moderna. 1 4

  • De alguna manera, en ese momento Marx tena como presupuesto implcito la creencia de que esas mutaciones del orden social interno indio eran algo as como el preludio de una repeticin mecnica, aho-ra en el espacio de la periferia del sistema mundial, de los mismos estadios de desa-rrollo industrial por los cuales haban tran-sitado Inglaterra y los pases capitalistas ms desarrollados.

    En esas dcadas, esta conviccin general era compartida entusiastamente por En-gels. Su gran amigo y compaero, desde la misma perspectiva "progresista", festejaba el impetuoso avance del imperialismo nor-teamericano en Amrica Latina:

    En Amrica hemos presenciado la con-quista de Mxico, la que nos ha complacido.

    Constituye un progreso, tambin, que un pas ocupado hasta el presente exclusiva-mente de s mismo, desgarrado por perpe-

  • tas guerras civiles e impedido de todo desa-rrollo, un pas que en el mejor de los casos estaba a punto de caer en el vasallaje indus-trial de Inglaterra, que un pas semejante sea lanzado por la violencia al movimiento hist-

    rico. Es en inters de su propio desarrollo que Mxico estar en el futuro bajo la tutela de los Estados Unidos.

    Sin pudor, Engels se preguntaba un ao ms tarde: O acaso es una desgracia que la magnfica California haya sido arrancada a los perezosos mexicanos, que no saban que hacer con ella?.10 Afirmaciones im-pactantes, si las hay...

    A partir de ese momento, el inquieto pensamiento de Marx -en Engels la cues-tin es mucho ms compleja- sufrir una completa y rigurosa revisin. En nuestra opinin, esa revisin alcanza la profundi-dad de un viraje y de un autntico cambio de paradigma. 1 6 Marx no slo revisa una

  • que otra afirmacin discutible de su juven-tud, sino que modifica el conjunto de pro-blemticas, ncleos, categoras y focos de inters que articulaban su concepcin de la historia.1'

    Optimismo racionalista o crtica del fetichismo? Uno de los ejes privilegiados de ese viraje est emparentado con la crtica o apologa de la modernidad. En Marx existe al respec-to una fuerte tensin entre dos direcciones tericas. La primera, heredera de la Ilustra-cin racionalista, optimista, proclive al evolu-cionismo progresista y secretamente admira-dora de la sociedad moderna, encuentra en el Manifiesto Comunista su ms alta y genial expresin. Progresismo, optimismo evoluti-vo -muchas veces eurocentrismo-, son los principales rasgos de aquella tendencia per-teneciente a un Marx claramente deudor de

    18 la modernidad. Un Marx que, tcitamen-

  • te, deposita en el capitalismo europeo occi-dental (y en su tendencial expansin impe-rialista) la esperanza de una potencial emancipacin humana universal. Segn este esquema, el capitalismo traera posibi-lidad de emancipacin porque permitira el nacimiento y la irrupcin de sus "sepultu-reros" modernos, los proletarios. Sepultu-reros que, en esa etapa de su pensamiento, se ubican en el centro del mundo: Europa occidental.

    A fines de 1847, en los crculos comu-nistas europeos, la inminencia de la revolu-cin impulsaba a considerar el capitalismo como una sociedad que permita, al fin, la destruccin continuada de aureolas y del sentimentalismo patriarcal medieval. Abra de este modo la comprensin racional -clara y distinta, como peda Rene Descar-tes (1596-1650)- de los sujetos y sus lazos sociales. El optimismo del Manifiesto Co-munista respiraba el aire de la poca. El co-

  • razn de Marx palpitaba, agitadamente, al ritmo de la insurreccin.

    Pero, en 1867, veinte aos ms tarde, fracasada en toda Europa la revolucin es-perada, esta caracterizacin sufrir un giro rotundo en los escritos de Marx. Se trans-formarn no slo los lmites externos de la teora sino tambin sus ncleos centrales. All se inscribe un pasaje famoso de El Ca-pital: El fetichismo de la mercanca y su secreto.

    Es, justamente, en este clebre pasaje donde puede rastrearse el cambio de para-digma que separa esta ltima obra en rela-cin con el Manifiesto "modernista". A par-tir de ella, Marx invierte de pies a cabeza la evaluacin global que hace de la moderni-dad en el Manifiesto Comunista.

    A fines de 1847 y principios de 1848 Marx considera que lo que separa el capi-talismo de los modos de produccin ante-riores es la posibilidad que aqul abre para

  • poder comprender sin obstculos, directa y racionalmente, el carcter de los nexos sociales. A partir de 1867 argumenta, en cambio, que lo que distingue los tipos de sociedad anteriores en relacin con el ca-pitalismo moderno es que mientras en los primeros las relaciones de dependencia y dominio se mostraban difanas, en el lti-mo todo aparece, ante la conciencia, inver-tido, reificado, fetichizado y cosificado.

    Segn el Marx del Manifiesto, el capita-lismo descorre los velos (ideolgicos) para dejar pasar los rayos y las luces de la razn. Segn la teora del fetichismo de 1867, es-tos velos, en lugar de ser rotos, se refractan y restauran en otro mbito.

    Lo que en el Manifiesto Comunista es

    enfticamente explicado, a partir de una matriz racionalista, como un proceso mo-derno de desacralizacin y secularizacin, y una negacin del mundo religioso preca-pitalista, en El Capital es pensado como un

  • desplazamiento. Las aureolas y los velos del encantamiento religioso se trasladan al rei-no del mercado. En lugar de las iglesias me-dievales, los nuevos velos estn en la renta, el inters, el capital, el dinero, los valores mercantiles y las mercancas.

    El capitalismo no elimina la opacidad ni los obstculos para una comprensin clara y distinta, ni profana hasta tal punto lo sagrado como para dar origen a un total nihilismo axiolgico. Por el contrario: re-encanta el mundo y reinstala las aureolas de santidad, ya no en la rbita de las igle-sias sino en el mercado de valores. Dnde hay ms fetichismo? En las catedrales o en los shoppingsl

    Paradjicamente, en su madurez, el "moderno" Marx considera que la moder-nidad capitalista ya no es el espacio social privilegiado de progreso y feliz evolucin que haba soado en el Manifiesto Comu-nista. Su caracterizacin se radicaliza en un

  • sentido crtico y hasta pesimista al punto de pegar un salto en relacin con 1847-1848.

    Consecuente con este nuevo paradigma, en otros escritos de la misma poca Marx pondr en discusin la supuesta progresivi-dad y necesidad de la expansin mundial de la burguesa europea hacia el mundo colo-nial. Las colonias y las nuevas naciones in-gresan, desde ese momento, por la puerta grande de la racionalidad histrica.

    PRINCIPALES APORTES DEL MANIFIESTO COMUNISTA

    El humanismo revolucionario A pesar de las precedentes observaciones crticas sobre el Manifiesto Comunista, ai mismo tiempo no se puede dejar de reco-nocer que este documento poltico ha con-tribuido enormemente a la tradicin revo-lucionaria de los oprimidos.

  • En primer lugar, hay que destacar el ca-rcter marcadamente clasista que a partir del Manifiesto Comunista adopta el huma-nismo revolucionario de Marx. En el Marx maduro, su humanismo no desaparece (como postul, ingenuamente, la escuela encabezada por Louis Althusser en los aos sesenta). Sin embargo, a partir del Manifies-to, la alianza entre filosofa y proletariado, entre humanismo y revolucin, se estruc-tura sobre una constelacin irreversible-mente clasista.

    sta es la razn por la que en los debates con los miembros de Fraternals Democrats,

    organizacin de la cual formaba parte la Liga de los Comunistas, Marx propone -con notable poder de persuasin, por cier-t o - cambiar la consigna Todos los hom-bres son hermanos por la hoy ms clebre Proletarios de todos los pases, unios. No es casual que el Manifiesto Comunista se

    cierre con esta ltima. En ella, el tono-pro-

  • clama de este texto alcanza su verdadero climax.

    A partir de ese momento, el humanis-mo policlasista y ahistrico (en 1847-1848 representado en Alemania por la corriente del "socialismo verdadero" de Karl Grn) pierde polticamente su sustento. En Marx ya lo haba perdido filosficamente con las Tesis sobre Feuerbach; pero en 1848 ese his-

    toricismo filosfico centrado en la praxis asume y se prolonga en una intervencin poltica de clase.

    La lucha de clases como eje metodolgico Las interpretaciones del Manifiesto Comu-

    nista en clave evolucionista (entendido como una doctrina que prescriba el paso de todas las sociedades por las mismas eta-pas de desarrollo) pasaron olmpicamente por alto el ncleo metodolgico central de este texto.

  • Ese ncleo de fuego ubica en la lucha de clases la clave de bveda de la concepcin de la historia. La historia de todas las so-ciedades que han existido hasta hoy -nos dice Marx- se desenvuelve en medio de contradicciones de clase, de contradiccio-nes que revisten formas diversas en las di-ferentes pocas. sa es justamente la apuesta fuerte del Manifiesto, su principal aporte terico. Algo as como su "espritu", que excede largamente cualquier tesis par-ticular que pudiera hoy estar perimida.

    Sin embargo, la existencia de la lucha de clases no fue un descubrimiento original y personal de Marx. Lo que l hizo fue siste-matizarlo y elevarlo a criterio metodolgi-co general para interpretar toda la historia.

    En una carta dirigida a Josef Weydeme-yer (1818-1866), fechada el 5 de marzo de 1852, Marx apunta que sus descubrimien-tos sociolgicos e historiogrficos se redu-cen apenas a tres hiptesis: 1) que la exis-

  • tencia de clases slo est ligada a determi-nadas fases del desarrollo de la produccin; 2) que la lucha de clases lleva necesaria-mente al poder absoluto del proletariado sobre la burguesa y otras clases enemigas, y 3) que esta transicin conduce a la aboli-cin de todas las clases y hacia una socie-dad sin clases.

    Tena completa razn el joven Gyrgy Lukcs (1885-1971) cuando alertaba que, en cuestiones de marxismo, la "ortodoxia" se refiere exclusivamente al mtodo. Eso es entonces lo que queda en pie del Manifies-to: precisamente el ncleo terico centrado en la lucha de clases. El criterio metodol-gico de una concepcin histrica donde ios sujetos sociales ocupan el lugar privilegia-do de la escena. Un conflicto dentro del cual se inscribe la oposicin "objetiva" de fuerzas productivas y relaciones de pro-duccin. En el Manifiesto esa oposicin (que por momentos aparece como "mo-

  • tor" de la historia en el Prefacio que Marx escribe en 1859 a su libro Contribucin a la Crtica de la Economa Poltica) se inserta

    dentro del universo de esta lucha donde el sujeto -siempre social- ocupa un lugar central.

    No estaban equivocados ni Antonio La-briola (1843-1904) ni Len Trotsky cuando enfatizaban la importancia metodolgica del comienzo del Manifiesto. Ese ncleo metodolgico es la clave para entender la historia como un proceso con final abierto y por lo tanto contingente.1 9 En la misma perspectiva, Rubel agrega que ese comien-zo constituye la principal hiptesis explica-tiva del Manifiesto.

    Segn Rubel, este documento comienza con una descripcin y se va deslizando paulatinamente hacia un final que se cierra con una normativa. Se abre con lo que es y lo que fue y se dirige hacia lo que hay que hacer, hacia lo que ser. Del pasado y el

  • presente hacia el futuro. Descripcin y prescripcin, juicios de hecho y juicios de valor... en definitiva: ciencia y poltica. Ese movimiento resume magistralmente el Manifiesto Comunista.

    La humanidad no marcha, entonces, in-defectiblemente hacia el socialismo, gracias al mandato ineluctable y predeterminado de las fuerzas productivas. La misma constata-cin es reafirmada por Rosa Luxemburg (1870-1919), cuando seala que el futuro tiene varias alternativas: marchar hacia el socialismo o hacia la barbarie. La resolucin del conflicto -y del decurso histrico- de-pende, nicamente, de la lucha de clases.

    El Estado y el derecho Se le debe reconocer al Manifiesto Comu-nista el haber subrayado que el Estado ja-ms es neutral. Por lo tanto, los revolucio-narios no se pueden plantear utilizarlo

    20 "con otros fines" pero dejndolo intacto.

  • Marx vena pensando este problema desde su crtica juvenil a la Filosofa del derecho de Hegel, cuando le sealaba a su maestro que la esfera estatal jams resuelve ticamente las contradicciones de la sociedad civil. Su universalidad -crea en 1843- era mera-mente abstracta y especulativa, nunca efec-tiva y real.

    En cambio en el Manifiesto (y luego de un modo mucho ms desarrollado en El 18 Brumario) Marx acepta el carcter universal del Estado... pero circunscripto nicamente al dominio poltico burgus. El estado re-presenta al conjunto de la clase burguesa. Su dominio expresa algo as como el promedio de todas las fracciones de la clase dominan-te -he ah su universalidad-. No hay domi-nio particular sino dominio universal, co-mn, annimo y general, pero siempre restringido a la clase dominante. Hegel no se haba equivocado entonces al sealar en el Estado la instancia de universalidad, aunque

  • slo valiera para describir el dominio hege-mnico mediante el cual el Estado logra li-cuar el atomismo particularista de cada uno de los burgueses individuales para lograr un dominio general que se impone sobre el conjunto de las dems clases.

    De este modo, se explica la frmula del Manifiesto: el Estado no es ms que una jun-ta de negocios comunes de la burguesa mo-derna. Lo que interesa aqu es precisamente ese carcter de "comn", y por lo tanto uni-versal que adopta el Estado. Marx no est pensando en el Estado en general sino en el Estado representativo moderno, en la rep-blica burguesa parlamentaria. sta es la par-ticular direccin en que El 18 Brumario desa-rrolla la concepcin poltica del Manifiesto.

    Creemos que slo de este modo se pue-de comprender -al margen de todo instru-mentalismo y fetichismo- la concepcin del Estado que deja entrever el Manifiesto. Por ejemplo, cuando afirma explcitamen-

  • te que la burguesa, despus del estableci-miento de la gran industria y el mercado universal, conquist finalmente la hegemo-na exclusiva del poder poltico en el Estado representativo moderno-.

    Al concebirlo de este modo, no slo como aparato o Estado-fuerza sino tam-bin como productor de consenso, el Esta-do representativo moderno se transforma en un mbito de negociaciones -"junta de negocios"- y compromisos polticos entre diferentes fracciones de clase (burguesas). La doctrina del Estado-fuerza (= aparato) tiene la ventaja de que destaca la violencia inmanente que conlleva el capitalismo como sociedad. Pero, lamentablemente, no da cuenta de ese plus que le permite a la burguesa construir su hegemona; el con-senso, el fetiche de la repblica parlamen-taria con su dominacin general, annima y universal que tanto se esforz Marx por desmitificar en sus anlisis de 1848-1852.

  • Las mismas consideraciones valen para el derecho concebido en el Manifiesto como la voluntad de la clase dominante erigida en ley. Tiene la ventaja de mostrar la vio-lencia, el autoritarismo consustancial y es-tructural a todo capitalismo. En ese sentido, esa frmula juega la funcin desmitificado-ra del supuesto "Edn de los derechos hu-manos" que Marx haba comenzado a em-prender ya en La cuestin juda (en su

    crtica de la constitucin francesa de 1793, la ms radical de todas) y que luego conti-na en El Capital. En ese horizonte, la defi-nicin del derecho que adelanta el Mani-fiesto se inscribe en la misma lnea libertaria del Marx crtico del liberalismo y de toda ficcin jurdica.

    La globalizacin del capitalismo Por ltimo, el tema que hoy se ha transfor-mado en el eje de las nuevas disputas en el nivel mundial: la globalizacin. Ese explosi-

  • vo proceso de expansin del capital, que su-pera los lmites estrechos del Estado-na-cin, propios de la poca en que predomi-naba el capital industrial y su mercado interno. Un movimiento que tie de tonali-dad mercantil el planeta en su conjunto.

    Ese proceso es anunciado en sus con-tornos ms precisos y de un modo casi proftico por el Manifiesto Comunista. Los

    vaticinios y descripciones que adelanta este documento todava no se haban desarro-llado plenamente en esa poca. Recin hoy podemos comprobar que aqulla era slo una tendencia, una direccin futura posi-ble. Slo ahora se ha convertido en una palpitante (y angustiante) realidad.

    Nada ms actual que aquella descrip-cin de Marx, cuando sentencia que en lugar del antiguo aislamiento de las regio-nes y naciones que se bastaban a s mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones.

  • Y esto se refiere tanto a la produccin mate-

    rial como a la produccin intelectual. Aqu

    est ya comprendida la aldea global, tan en boga en el mundo de la Internet y del capi-tal internacional, pero... escrito hace cien-to cincuenta aos!

    Se podra pensar que ese vaticinio acier-ta fortuitamente, producto de la imagina-cin arriesgada del autor. No es se el caso. La tendencia posible estaba ya larvada, in-manente. Cuando a partir de este ncleo Marx comienza a desanudar los primeros hilos y lazos sociales que slo hoy han ter-minado de tejerse en el nivel mundial, llega a la conclusin de que por primera vez en la historia el mundo comienza efectivamente a

    ser redondo. Ningn escritor burgus de la misma poca capta con semejante precisin el ncleo central del movimiento histrico que tiene ante sus ojos Marx.

    El ncleo metodolgico de la lucha de clases y la problemtica de la mundializa-

  • cin en ciernes constituyen, entonces, los dos ejes principales del Manifiesto que hoy gozan de una impactante actualidad. El capitalismo mundializado, vaticinado por Marx y concretizado hoy en da, no ha resuelto ni uno solo de los problemas que lo caracterizaron cuando se escribi este documento.

    El Manifiesto Comunista constituye, en

    definitiva, un texto crtico, cientfico, ideo-lgico y poltico al mismo tiempo. Un tex-to que interpela a sus lectores y les reclama tomar partido. La discusin y el estudio de sus ideas resultan imprescindibles para la lucha por ese "otro mundo posible" que hoy se reclama en el nivel mundial.

    -Nstor Kohan

  • Prefacios al Manifiesto del Partido Comunista 1

    Prefacio a la edicin alemana de 1872

    La Liga de los Comunistas, asociacin obre-ra internacional que, naturalmente, dadas las condiciones de la poca, no poda existir sino en secreto, encarg a los que suscriben, en el Congreso celebrado en Londres en noviembre de 1847, que redactaran un pro-grama detallado del partido, a la vez terico y prctico, destinado a la publicacin. Tal es el origen de este Manifiesto, cuyo manuscri-to fue enviado a Londres, para ser impreso, algunas semanas antes de la revolucin de

  • febrero." Publicado primero en alemn, se han hecho en este idioma, como mnimum, doce ediciones diferentes en Alemania, In-glaterra y Norteamrica. En ingls apareci primeramente en Londres, en 1850, en el "Red Republican", traducido por Miss rie-len Macfarlane, y ms tarde, en 1871, se han publicado por lo menos, tres traducciones diferentes en Norteamrica. Apareci en francs por primera vez en Pars, en vspe-ras de la insurreccin de junio de 1848," y recientemente en "Le Socialiste",3 de Nueva York. En la actualidad, se prepara una nue-va traduccin. Hzose en Londres una edi-cin en polaco, poco tiempo despus de la primera edicin alemana. En Ginebra apa-reci en ruso, en la dcada del sesenta.6 Ha sido traducido tambin al dans, a poco de su publicacin original.

    Aunque las condiciones hayan cambia-do mucho en los ltimos veinticinco aos, los principios generales expuestos en este

  • Manifiesto siguen siendo hoy, en grandes rasgos, enteramente acertados. Algunos puntos deberan ser retocados. El mismo Manifiesto explica que la aplicacin prcti-ca de estos principios depender siempre y en todas partes de las circunstancias hist-ricas existentes, y que, por tanto, no se concede importancia excepcional a las me-didas revolucionarias enumeradas al final del captulo II. Este pasaje tendra que ser redactado hoy de distinta manera, en ms de un aspecto. Dado el desarrollo colosal de la gran industria en los ltimos veinticinco aos, y con ste, el de la organizacin del partido de la clase obrera; dadas las expe-riencias prcticas, primero, de la revolu-cin de Febrero, y despus, en mayor gra-do an, de la Comuna de Pars,7 que eleva por primera vez al proletariado, durante dos meses, al poder poltico, este Progra-ma ha envejecido en algunos de sus pun-tos. La Comuna ha demostrado, sobre

  • todo, que la clase obrera no puede limi-tarse simplemente a tomar posesin de la mquina del Estado tal y como est y ser-virse de ella para sus propios fines. (Va-se La guerra civil en Francia. Manifiesto del

    Consejo General de la Asociacin Internacio-

    nal de los trabajadores, pg. 19 de la edicin alemana, donde esta idea est desarrollada ms extensamente.) Adems, evidentemen-te, la crtica de la literatura socialista es in-completa para estos momentos, pues slo llega a 1847; y al propio tiempo, si las ob-servaciones que se hacen sobre la actitud de los comunistas ante los diferentes parti-dos de la oposicin (captulo IV) son exac-tas todava en sus trazos fundamentales, han quedado anticuadas para su aplica-cin prctica, ya que la situacin poltica ha cambiado completamente y el desarro-llo histrico ha borrado de la faz de la tie-rra la mayora de los partidos que all se enumeran.

  • Sin embargo, el Manifiesto es un docu-mento histrico que ya no tenemos dere-cho a modificar. Una edicin posterior quiz vaya precedida de un prefacio que pueda llenar la laguna existente entre 1847 y nuestros das; la actual reimpresin ha sido tan inesperada para nosotros que no hemos tenido tiempo de escribirlo.

    Karl Marx - Friedrich Engels Londres, 24 de junio de 1872

  • Prefacio a la segunda edicin rusa de 1882

    La primera edicin rusa del Manifiesto del Partido Comunista, traducido por Baku-nin, fue hecha a principios de la dcada del

    8 , 9 sesenta en la imprenta del "Klokol". En aquel tiempo, una edicin rusa de esta obra poda parecer al Occidente tan slo una cu-riosidad literaria. Hoy, semejante concepto sera imposible.

    Cuan reducido era el terreno de accin del movimiento proletario en aquel enton-ces (diciembre de 1847) lo demuestra me-jor que nada el ltimo captulo del Mani-fiesto: "Actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de oposicin" en ios di-versos pases. Rusia y los Estados unidos, precisamente, no fueron mencionados. Era el momento en que Rusia formaba la lti-ma gran reserva de toda la reaccin euro-pea y en que la emigracin a los Estados

  • Unidos absorba el exceso de fuerzas del proletariado de Europa. Estos dos pases provean a Europa de materias primas y eran al propio tiempo mercados para la venta de la produccin industrial de sta. Los dos eran, pues, de una u otra manera, pilares del orden vigente en Europa.

    Cuan cambiado est todo! Precisa-mente la inmigracin europea ha hecho posible el colosal desenvolvimiento de la agricultura en Amrica del Norte, cuya competencia conmueve los cimientos mis-mos de la grande y pequea propiedad te-rritorial de Europa. Es ella la que ha dado, adems, a ios Estados Unidos, la posibili-dad de emprender la explotacin de sus enormes recursos industriales, con tal energa ven tales proporciones que en bre-ve plazo ha de terminar con el monopolio industrial de la Europa occidental, y espe-cialmente con el de Inglaterra. Estas dos circunstancias repercuten a su vez de una

  • manera revolucionaria sobre la misma Norteamrica. La pequea y mediana pro-piedad agraria de los granjeros, piedra an-gular de todo el rgimen poltico de Nor-teamrica, sucumben gradualmente ante la competencia de granjas gigantescas, mientras que en las regiones industriales se forma, por vez primera, un numeroso proletariado junto con una fabulosa con-centracin de capitales.

    Y en Rusia? Al producirse la revolucin de 1848-1849, no slo los monarcas de Eu-ropa, sino tambin los burgueses europeos, vean en la intervencin rusa el nico me-dio de salvacin contra el proletariado, que empezaba a despertar. El zar fue aclamado como jefe de la reaccin europea. Ahora es, en Gtchina, el prisionero de guerra de la revolucin, y Rusia est en la vanguardia del movimiento revolucionario de Europa.

    El Manifiesto Comunista se propuso

    como tarea proclamar la desaparicin

  • prxima e inevitable de la moderna pro-piedad burguesa. Pero en Rusia, al lado del florecimiento febril del fraude capita-lista y de la propiedad territorial burguesa en vas de formacin, ms de la mitad de la tierra es posesin comunal de los cam-pesinos. Cabe, entonces, la pregunta: po-dra la comunidad rural rusa -forma por cierto ya muy desnaturalizada de la primi-tiva propiedad comn de la tierra- pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva, a la forma comunis-ta, o, por el contrario, deber pasar prime-ro por el mismo proceso de disolucin que constituye el desarrollo histrico de Occidente?

    La nica respuesta que se puede dar hoy a esta cuestin es la siguiente: si la re-volucin rusa da la seal para una revolu-cin proletaria en Occidente, de modo que ambas se completen, la actual propie-dad comn de la tierra en Rusia podr

  • servir de punto de partida para el desarro-llo comunista.

    Karl Marx - Friedrich Engels Londres, 21 de enero de 1882

  • Prefacio de F. Engels a la edicin alemana de 1883

    Desgraciadamente, tengo que firmar solo el prefacio de esta edicin. Marx, el hom-bre a quien la clase obrera de Europa y Amrica debe ms que a ningn otro, re-posa en el cementerio de Highgate y sobre su tumba verdea ya la primera hierba. Des-pus de su muerte ni hablar cabe de reha-cer o completar el Manifiesto. Creo, pues, tanto ms preciso recordar aqu explcita-mente lo que sigue.

    La idea fundamental de que est pene-trado todo el Manifiesto -a saber: que la produccin econmica y la estructura so-cial que de ella se deriva necesariamente en cada poca histrica constituyen la base so-bre la cual descansa la historia poltica e in-telectual de esa poca; que, por tanto, toda la historia (desde la disolucin del rgimen primitivo de propiedad comn de la tierra)

  • ha sido una historia de la lucha de clases, de lucha entre clases explotadoras y explo-tadas, dominantes y dominadas, en las di-ferentes fases del desarrollo social; y que ahora esta lucha ha llegado a una fase en que la clase explotada y oprimida (el prole-tariado) no puede ya emanciparse de la cla-se que la explota y la oprime (la burguesa), sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explota-cin, la opresin y las luchas de clases-, esta idea fundamental pertenece nica y exclusivamente a Marx. 1 1

    Lo he declarado a menudo; pero aho-ra justamente es preciso que esta declara-cin tambin figure a la cabeza del propio Manifiesto.

    F. Engels Londres, 28 de junio de 1883

  • Del prefacio de F. Engels a la edicin alemana de 1890

    El Manifiesto tiene su historia propia. Reci-bido con entusiasmo en el momento de su aparicin por la entonces an poco nume-rosa vanguardia del socialismo cientfico (como lo prueban las traducciones citadas en el primer prefacio)1 2 fue pronto relega-do a segundo plano a causa de la reaccin que sigui a la derrota de los obreros pari-sinos, en junio de 1848, 1 3 y proscrito "de derecho" a consecuencia de la condena de los comunistas en Colonia, en noviembre de 1852.1 4 Y al desaparecer de la arena p-blica el movimiento obrero que se inici con la revolucin de febrero, el Manifiesto pas tambin a segundo plano.

    Cuando la clase obrera europea hubo recuperado las fuerzas suficientes para em-prender un nuevo ataque contra el podero de las clases dominantes, surgi la Asocia-

  • cin Internacional de los Trabajadores. sta tena por objeto reunir en un inmenso ejrcito nico a toda la clase obrera com-bativa de Europa y Amrica. No poda, pues, partir de los principios expuestos en el Manifiesto. Deba tener un programa que no cerrara la puerta a las tradeuniones in-glesas, a los proudhonianos franceses, bel-gas, italianos y espaoles, y a los lassalleanos alemanes.1 5 Este programa -el prembulo de los Estatutos de la Internacional- fue re-dactado por Marx con una maestra que fue reconocida hasta por Bakunin y los anar-quistas. Para el triunfo definitivo de las tesis expuestas en el Manifiesto, Marx confiaba tan slo en el desarrollo intelectual de la cla-se obrera, que deba resultar inevitable-mente de la accin conjunta y de la discu-sin. Los acontecimientos y las vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas, ms an que las victorias, no podan dejar de hacer ver a los combatientes la insufi-

  • ciencia de todas las panaceas en que hasta entonces haban credo y de tornarles ms capaces de penetrar hasta las verdaderas condiciones de la emancipacin obrera. Y Marx tena razn. La clase obrera de 1874, cuando la Internacional dej de existir, era muy diferente de la de 1864, en el mo-mento de su fundacin. El proudhonismo en los pases latinos y el lassalleanismo es-pecfico en Alemania estaban en la agona, e incluso las tradeuniones inglesas de en-tonces, ultraconservadoras, se iban acer-cando poco a poco al momento en que el presidente de su Congreso de Swansea, en 1887, pudiera decir en su nombre: El socialismo continental ya no nos asusta. Pero, en 1887, el socialismo continental era casi exclusivamente la teora formula-da en el Manifiesto. Y as, la historia del Manifiesto refleja hasta cierto punto la historia del movimiento obrero moderno desde 1848. Actualmente es, sin duda, la

  • obra ms difundida, la ms internacional de toda la literatura socialista, el progra-ma comn de muchos millones de obre-ros de todos los pases, desde Siberia has-ta California.

    Y, sin embargo, cuando apareci no pu-dimos titularle Manifiesto Socialista. En 1847, se comprenda con el nombre de so-cialista a dos categoras de personas. De un lado, los partidarios de diferentes sistemas utpicos, particularmente los owenistas en Inglaterra y los fourieristas en Francia, que no eran ya sino simples sectas en proceso de extincin paulatina. De otro lado, los ms diversos curanderos sociales que aspiraban a suprimir, con sus variadas panaceas y em-plastos de toda suerte, las lacras sociales sin daar en lo ms mnimo al capital ni a la ganancia. En ambos casos, gentes que se ha-llaban fuera del movimiento obrero y que buscaban apoyo ms bien en las clases "ins-truidas". En cambio, la parte de los obreros

  • que, convencida de la insuficiencia de las revoluciones meramente polticas, exiga una transformacin radical de la socie-dad, se llamaba entonces comunista. Era un comunismo apenas elaborado, slo instintivo, a veces algo tosco; pero fue asaz pujante para crear dos sistemas de comunis-mo utpico: en Francia, el "icario", de Cabet, y en Alemania, el de Weitling. El socialismo representaba en 1847 un movimiento bur-gus; el comunismo, un movimiento obre-ro. El socialismo era, al menos en el conti-nente, muy respetable; el comunismo era todo lo contrario. Y como nosotros ya en aquel tiempo sostenamos muy decidida-mente el criterio de que la emancipacin de la clase obrera debe ser obra de la cla-se obrera misma, 1 7no pudimos vacilar un instante sobre cul de las dos denomi-naciones proceda elegir. Y posteriormen-te no se nos ha ocurrido jams renunciar a ella.

  • Proletarios de todos los pases, unios!

    Slo unas pocas voces nos respondieron cuando lanzamos estas palabras por el mundo, hace ya cuarenta y dos aos, en vsperas de la primera revolucin parisien-se, en la que el proletariado actu plante-ando sus propias reivindicaciones. Pero, el 28 de septiembre de 1864, los proletarios de la mayora de los pases de la Europa Occidental se unieron formando la Asocia-cin Internacional de los Trabajadores, de gloriosa memoria. Bien es cierto que la In-ternacional vivi tan slo nueve aos, pero la unin eterna que estableci entre los proletarios de todos los pases vive todava y subsiste ms fuerte que nunca, y no hay mejor prueba de ello que la jornada de hoy.

    1 8 T Pues, hoy, en el momento en que escribo estas lneas, el proletariado de Europa y Amrica pasa revista a sus fuerzas, movili-zadas por vez primera en un solo ejrcito, bajo una sola bandera y para un solo obje-

  • tivo inmediato: la fijacin legal de la jorna-da normal de ocho horas, proclamada ya en 1866 por el Congreso de la Internacio-nal celebrado en Ginebra y de nuevo en 1889 por el Congreso obrero de Pars. El espectculo de hoy demostrar a os capi-talistas y a los terratenientes de todos los pases que, en efecto, los proletarios de to-dos los pases estn unidos.

    Oh, si Marx estuviese a mi lado para verlo con sus propios ojos!

    F. Engels Londres, 1 de mayo de 1890

  • Prefacio de F. Engels a la edicin polaca de 1892

    El que una nueva edicin polaca del Mani-fiesto Comunista sea necesaria, invita a di-ferentes reflexiones.

    Ante todo conviene sealar que, durante los ltimos tiempos, el Manifiesto ha pasado a ser, en cierto modo, un ndice del desarro-llo de la gran industria en Europa. A medida que en un pas se desarrolla la gran industria, se ve crecer entre los obreros de ese pas el deseo de comprender su situacin, como tal clase obrera, con respecto a la clase de los po-seedores; se ve progresar entre ellos el movi-miento socialista y aumentar la demanda de ejemplares del Manifiesto. As, pues, el n-mero de estos ejemplares difundidos en un idioma permite no slo determinar, con bas-tante exactitud, la situacin del novimiento obrero, sino tambin el grado de desarrollo de la gran industria en cada pas.

  • Por eso la nueva edicin polaca del Ma-nifiesto indica el decisivo progreso de la in-dustria de Polonia. No hay duda de que tal desarrollo ha tenido lugar realmente en los diez aos transcurridos desde la ltima edicin. La Polonia Rusa, la del Congre-so, ha pasado a ser una regin industrial del Imperio Ruso. Mientras la gran indus-tria rusa se halla dispersa -una parte se en-cuentra en la costa del Golfo de Finlandia, otra en las provincias del centro (Mosc y Vladimir), otra en los litorales del Mar Ne-gro y del Mar de Azov, etc.-, la industria polaca est concentrada en una extensin relativamente pequea y goza de todas las ventajas e inconvenientes de tal concentra-cin. Las ventajas las reconocen los fabri-cantes rusos, sus competidores, al reclamar aranceles protectores contra Polonia, a pe-sar de su ferviente deseo de rusificar a los polacos. Los inconvenientes -para los fa-bricantes polacos y para el gobierno ruso-

  • residen en la rpida difusin de las ideas socialistas entre los obreros polacos y en la progresiva demanda del Manifiesto.

    Pero el rpido desarrollo de la industria polaca, que sobrepasa el alcanzado por la industria rusa, constituye a su vez una nue-va prueba de la inagotable energa vital del pueblo polaco y una nueva garanta de su futuro renacimiento nacional. El resurgir de una Polonia independiente y fuerte es una cuestin que interesa no slo a los po-lacos, sino a todos nosotros. La sincera co-laboracin internacional de las naciones europeas slo ser posible cuando cada una de ellas sea completamente duea de su propia casa. La revolucin de 1848, que, al fin y a la postre, no llev a ios comba-tientes proletarios que luchaban bajo la bandera del proletariado ms que a sacarle las castaas del fuego a la burguesa, ha lle-vado a cabo, por obra de sus aibaceas testa-mentarios -Luis Bonaparte y Bismarck-, la

  • independencia de Italia, de Alemania y de Hungra. En cambio Polonia, que desde 1792 haba hecho por la revolucin ms que esos tres pases juntos, fue abandona-da a su propia suerte en 1863, cuando su-cumba bajo el empuje de fuerzas rusas diez veces superiores. 2 0 La nobleza polaca no fue capaz de defender ni de reconquis-tar su independencia; hoy por hoy, a la burguesa, la independencia de Polonia le es, cuando menos, indiferente. Sin embar-go, para la colaboracin armnica de las naciones europeas, esta independencia es una. necesidad. Y slo podr ser conquista-da por el joven proletariado polaco. En manos de l, su destino est seguro, pues para ios obreros del resto de Europa la in-dependencia de Polonia es tan necesaria como para los propios obreros polacos.

    F. Engels Londres, 10 de febrero de 1892

  • Prefacio de F. Engels a la edicin italiana de 1893

    A LOS LECTORES ITALIANOS

    La publicacin del Manifiesto del Partido

    Comunista coincidi, por decirlo as, con la jornada del 18 de marzo de 1848, con las revoluciones de Miln y de Berln que fue-ron las insurrecciones armadas de dos na-ciones que ocupan zonas centrales: la una en el continente europeo, la otra en el Me-diterrneo; dos naciones que hasta enton-ces estaban debilitadas por el fracciona-miento de su territorio y por discordias intestinas que las hicieron caer bajo la do-minacin extranjera. Mientras Italia se ha-llaba subyugada por el emperador austra-co, el yugo que pesaba sobre Alemania -el del zar de todas las Rusias- no era menos real, si bien ms indirecto. Las consecuen-

  • cas del 18 de marzo de 1848 liberaron a Italia y a Alemania de este oprobio. Entre 1848 y 1871 las dos grandes naciones que-daron restablecidas y, de uno u otro modo, recobraron su independencia, y este hecho, como deca Karl Marx, se debi a que los mismos personajes que aplastaron la revo-lucin de 1848 fueron, a pesar suyo, sus al-ba ceas testamentarios.

    La revolucin de 1848 haba sido, en to-das partes, obra de la clase obrera: ella haba levantado las barricadas y ella haba ex-puesto su vida. Pero fueron slo los obreros de Pars quienes, al derribar al gobierno, te-nan la intencin bien precisa de acabar a la vez con todo el rgimen burgus. Y aunque tenan ya conciencia del irreductible anta-gonismo que existe entre su propia clase y la burguesa, ni el progreso econmico del pas ni el desarrollo intelectual de las masas obreras francesas haban alcanzado an el nivel que hubiese permitido llevar a cabo

  • una reconstruccin social. He aqu por qu los frutos de la revolucin fueron, al fin y a la postre, a parar a manos de la clase capita-lista. En otros pases, en Italia, en Alemania, en Austria, los obreros, desde el primer mo-mento, no hicieron ms que ayudar a la burguesa a conquistar el poder. Pero en ningn pas la dominacin de la burguesa es posible sin la independencia nacional. Por eso, la revolucin de 1848 deba condu-cir a la unidad y a la independencia de las naciones que hasta entonces no las haban conquistado: Italia, Alemania, Hungra. Po-lonia les seguir.

    As, pues, aunque la revolucin de 1848 no fue una revolucin socialista, desbroz el camino y prepar el terreno para esta l-tima. El rgimen burgus, en virtud del vi-goroso impulso que dio en todos los pases al desenvolvimiento de la gran industria, ha creado en el curso de los ltimos cuarenta y cinco aos un proletariado numeroso, fuer-

  • te y unido, y ha producido as -para em-plear la expresin del Manifiesto- a sus propios sepultureros. Sin restituir la inde-pendencia y la unidad de cada nacin no es posible realizar la unin internacional del proletariado ni la cooperacin pacfica e in-teligente de esas naciones para el logro de objetivos comunes. Acaso es posible con-cebir la accin mancomunada e internacio-nal de los obreros italianos, hngaros, ale-manes, polacos y rusos en las condiciones polticas que existieron hasta 1848?

    Esto quiere decir que los combates de 1848 no han pasado en vano; tampoco han pasado en vano los cuarenta y cinco aos que nos separan de esa poca revoluciona-ria. Sus frutos comienzan a madurar y todo lo que yo deseo es que la publicacin de esta traduccin italiana sea un buen augu-rio para la victoria del proletariado italia-no, como la publicacin del original lo fue para la revolucin internacional.

  • El Manifiesto rinde plena justicia a los servicios revolucionarios prestados por el capitalismo en el pasado. La primera na-cin capitalista fue Italia. Marca el fin del medioevo feudal y la aurora de la era capi-talista contempornea la figura gigantesca de un italiano, el Dante, que es a la vez el ltimo poeta de la Edad Media y el prime-ro de los tiempos modernos. Ahora, como en 1300, comienza a despuntar una nueva era histrica. Nos dar Italia al nuevo Dante que marque la hora del nacimiento de esta nueva era proletaria?

    Friedrich Engels Londres, I o de febrero de 1893

  • Manifiesto del Partido Comunista

    Un fantasma recorre Europa: es el fantas-ma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar juntas a ese fantas-ma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.

    Qu partido de oposicin no ha sido motejado de comunista por sus adversarios en el poder? Qu partido de oposicin a su vez, no ha lanzado, tanto a los represen-tantes de la oposicin, ms avanzados, como a sus enemigos reaccionarios, el ep-teto zahiriente de comunista?

  • De este hecho ha resultado una doble enseanza:

    Que el comunismo est ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa.

    Que ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus tendencias, que opongan a la leyenda del fantasma del co-munismo un manifiesto del propio partido.

    Con este fin, comunistas de las ms di-versas nacionalidades se han reunido en Londres y han redactado el siguiente Mani-fiesto, que ser publicado en ingls, francs, alemn, italiano, flamenco y dans.

  • I. Burgueses y proletarios

    La historia de todas las sociedades hasta 22

    nuestros das es la historia de las luchas de clases.

    Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, seores y siervos, maestros 2 4 y ofi-ciales, en una palabra: opresores y oprimi-dos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que termin siempre con la transformacin revolucio-naria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna.

    En las anteriores pocas histricas en-contramos casi por todas partes una com-pleta diferenciacin de la sociedad en diver-sos estamentos, una mltiple escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, seores feuda-les, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y,

  • adems, en casi todas estas clases todava encontramos gradaciones especiales.

    La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. nicamente ha sustituido las vie-jas clases, las viejas condiciones de opre-sin, las viejas formas de lucha por otras nuevas.

    Nuestra poca, la poca de la burguesa, se distingue, sin embargo, por haber sim-plificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividindose, cada vez ms, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directa-mente: la burguesa y el proletariado.

    De los siervos de la Edad Media surgie-ron los vecinos libres de las primeras ciu-dades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesa.

    El descubrimiento de Amrica y la cir-cunnavegacin de frica ofrecieron a la

  • burguesa en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de la India y de Chi-na, la colonizacin de Amrica, el intercam-bio de las colonias, la multiplicacin de los medios de cambio y de las mercancas en ge-neral imprimieron al comercio, a la navega-cin y a la industria un impulso hasta en-tonces desconocido y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposicin.

    La antigua organizacin feudal o gre-mial de la industria ya no poda satisfacer la demanda, que creca con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. El estamento medio indus-trial suplant a los maestros de los gremios; la divisin del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareci ante la divisin del trabajo en el seno del mismo taller.

    Pero los mercados crecan sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El vapor

  • y la maquinaria revolucionaron entonces la produccin industrial. La gran industria moderna sustituy a la manufactura; el lu-gar del estamento medio industrial vinie-ron a ocuparlo los industriales millonarios -jefes de verdaderos ejrcitos industriales-, los burgueses modernos.

    La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubri-miento de Amrica. El mercado mundial aceler prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegacin y de los medios de transporte por tierra. Este desarrollo in-fluy, a su vez, en el auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo la indus-tria, el comercio, la navegacin y los ferroca-rriles, desarrollbase la burguesa, multipli-cando sus capitales y relegando a segundo trmino a todas las clases legadas por la Edad Media.

    La burguesa moderna, como vemos, es ya de por s fruto de un largo proceso de

  • desarrollo, de una serie de revoluciones en el modo de produccin y de cambio.

    Cada etapa de la evolucin recorrida por la burguesa ha ido acompaada del correspondiente progreso poltico. Esta-mento oprimido bajo la dominacin de los seores feudales; asociacin armada y au-

    25

    tnoma en la comuna, en unos sitios Re-pblica urbana independiente; en otros, tercer Estado tributario de la monarqua; despus, durante el perodo de la manufac-tura, contrapeso de la nobleza en las mo-narquas estamentales o absolutas y, en ge-neral, piedra angular de las grandes monarquas, la burguesa, despus del esta-blecimiento de la gran industria y del mer-cado universal, conquist finalmente la he-gemona exclusiva del poder poltico en el Estado representativo moderno. El Gobier-no del Estado moderno no es ms que una junta que administra los negocios comu-nes de toda la clase burguesa.

  • La burguesa ha desempeado en la his-toria un papel altamente revolucionario.

    Dondequiera que ha conquistado el po-der, la burguesa ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idlicas. Las abigarra-das ligaduras feudales que ataban al hom-bre a sus "superiores naturales" las ha des-garrado sin piedad para no dejar subsistir otro vnculo entre los hombres que el fro inters, el cruel "pago al contado". Ha aho-gado el sagrado xtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimenta-lismo del pequeo burgus en las aguas he-ladas del clculo egosta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cam-bio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la nica y de-salmada libertad de comercio. En una pala-bra, en lugar de la explotacin velada por ilusiones religiosas y polticas, ha estableci-do una explotacin abierta, descarada, di-recta y brutal.

  • La burguesa ha despojado de su aureo-la a todas las profesiones que hasta enton-ces se tenan por venerables y dignas de piadoso respeto. Al mdico, al jurisconsul-to, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados.

    La burguesa ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encu-bra las relaciones familiares, y las ha redu-cido a simples relaciones de dinero.

    La burguesa ha revelado que la brutal manifestacin de fuerza en la Edad Media, tan admirada por la reaccin, tena su complemento natural en la ms relajada holgazanera. Ha sido ella la primera en de-mostrar lo que puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas muy distin-tas a las pirmides de Egipto, a los acue-ductos romanos y a las catedrales gticas, y ha realizado campaas muy distintas a las migraciones de pueblos y a las Cruzadas."

  • La burguesa no puede existir sino a con-dicin de revolucionar incesantemente los instrumentos de produccin y, por consi-guiente, las relaciones de produccin, y con ello todas las relaciones sociales. La conser-vacin del antiguo modo de produccin era, por el contrario, la primera condicin de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolucin continua en la produccin, una incesante conmocin de todas las condiciones sociales, una inquie-tud y un movimiento constantes distinguen la poca burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmoheci-das, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen aejas antes de llegar a osi-ficarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recprocas.

  • Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la bur-guesa recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en to-das partes, crear vnculos en todas partes.

    Mediante la explotacin del mercado mundial, la burguesa ha dado un carcter cosmopolita a la produccin y al consumo de todos los pases. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias na-cionales han sido destruidas y estn destru-yndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introduccin se convierte en cuestin vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas indgenas, sino materias primas venidas de las ms le-janas regiones del mundo, y cuyos produc-tos no slo se consumen en el propio pas, sino en todas las partes del globo. En lugar del antiguo aislamiento y la amargura de

  • las regiones y naciones, se establece un in-tercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y eso se refiere tanto a la produccin material como a la intelectual. La produccin intelectual de una nacin se convierte en patrimonio co-mn de todas. La estrechez y el exclusivis-mo nacionales resultan de da en da ms imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal.

    Merced al rpido perfeccionamiento de los instrumentos de produccin y al cons-tante progreso de los medios de comunica-cin, la burguesa arrastra a la corriente de la civilizacin a todas las naciones, hasta a las ms brbaras. Los bajos precios de sus mercancas constituyen la artillera pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los brbaros ms fanti-camente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir,

  • a adoptar el modo burgus de produccin, las constrie a introducir la llamada civili-zacin, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra: se forja un mundo a su ima-gen y semejanza.

    La burguesa ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes in-mensas; ha aumentado enormemente la poblacin de las ciudades en comparacin con la del campo, substrayendo una gran parte de la poblacin al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordin