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Por Sebastián Antezana* Podemos imaginar la escena. En algún momento del siglo XVIII, en la Ingla- terra previctoriana, se reúnen ante una mesa servida y a la luz de las velas: Henry Fielding, Daniel Defoe y Laurence Sterne. Algo pasa en la literatura inglesa entonces. Fielding ha sacado a la luz la esplén- dida Tom Jones, una novela picaresca, escrita como denuncia de los males públicos y privados que afectaban a la Inglaterra de aquel momento, logrando así un fresco irónico y meticuloso que no paró hasta verse varias veces adap- tado al cine, en el siglo XX. Defoe ha publicado Robinson Crusoe, novela de naufragios que marcó temáticamente buena parte de la literatura occidental de entonces e incluso la de nuestros días, en los que el certero escritor su- dafricano J. M. Coetzee ha escrito una versión hermosa de la misma historia. Con Robinson Crusoe, además, Defoe ha conseguido un título que, tal vez, él hubiera mirado con ternura o inconfor- midad: se le llama el padre de la nove- la inglesa. Sterne, finalmente, quizás el más original e innovador de los tres – tanto que el propio Nietzche dijo de él que era “el escritor más libre de todos los tiempos”– ha publicado los nueve volúmenes de la brillante Vida y opinio- nes del caballero Tristam Shandy, que le costó, como a veces pasaba entonces, la censura de la crítica y un importante grado de condena social, por su heterodoxia, su extra- vagancia y su cercanía al escándalo. Casi podemos verlo, en esta mesa imaginaria en la que los tres están sentados, se da mucho más que una reunión de escritores. Lo que allí ocurre es la primera verdadera revolución de la novela inglesa: su creación y su tripartición. Hasta entonces la novela como género no había conocido en lengua anglosajo- na un auge tan marcado. Pero no se trata solo de eso. En aquella reunión imaginada, y en las plumas de es- tos tres escritores, la novela nace también como una entidad que, desde su inicio, está dirigida a explorar Breve apunte sobre la novela boliviana contemporánea. La mesa está servida pero no hay comensa- les 1 * (México-Bolivia, 1982). Es Licenciado en Literatu- ra latinoamericana por la Universidad Mayor de San Andrés y Maestro en Literatura inglesa por la Uni- versidad de Leeds. Actualmente, es estudiante de doc- torado en la Universidad de Cornell y columnista del periódico digital Oxígeno. Su obra ha sido recopila- da en antologías como Conductas erráticas (Aguilar, 2009), y es autor de las novelas La toma del manus- crito (Alfaguara, 2008; X Premio Nacional de Novela de Bolivia) y El amor según (El Cuervo, 2011-2012).

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Por Sebastián Antezana*

Podemos imaginar la escena. En algún momento del siglo XVIII, en la Ingla-terra previctoriana, se reúnen ante una mesa servida y a la luz de las velas: Henry Fielding,

Daniel Defoe y Laurence Sterne. Algo pasa en la literatura inglesa entonces. Fielding ha sacado a la luz la esplén-dida Tom Jones, una novela picaresca, escrita como denuncia de los males públicos y privados que afectaban a la Inglaterra de aquel momento, logrando así un fresco irónico y meticuloso que no paró hasta verse varias veces adap-tado al cine, en el siglo XX. Defoe ha publicado Robinson Crusoe, novela de naufragios que marcó temáticamente buena parte de la literatura occidental de entonces e incluso la de nuestros días, en los que el certero escritor su-dafricano J. M. Coetzee ha escrito una versión hermosa de la misma historia. Con Robinson Crusoe, además, Defoe ha conseguido un título que, tal vez, él hubiera mirado con ternura o inconfor-midad: se le llama el padre de la nove-la inglesa. Sterne, finalmente, quizás el más original e innovador de los tres –tanto que el propio Nietzche dijo de él que era “el escritor más libre de todos los tiempos”– ha publicado los nueve volúmenes de la brillante Vida y opinio-nes del caballero Tristam Shandy, que le costó, como a veces pasaba entonces, la censura de la crítica y un importante

grado de condena social, por su heterodoxia, su extra-vagancia y su cercanía al escándalo. Casi podemos verlo, en esta mesa imaginaria en la que los tres están sentados, se da mucho más que una reunión de escritores. Lo que allí ocurre es la primera verdadera revolución de la novela inglesa: su creación y su tripartición. Hasta entonces la novela como género no había conocido en lengua anglosajo-na un auge tan marcado. Pero no se trata solo de eso. En aquella reunión imaginada, y en las plumas de es-tos tres escritores, la novela nace también como una entidad que, desde su inicio, está dirigida a explorar

Breve apunte sobre la novela boliviana contemporánea. La mesa está servida pero no hay comensa-les1

* (México-Bolivia, 1982). Es Licenciado en Literatu-ra latinoamericana por la Universidad Mayor de San Andrés y Maestro en Literatura inglesa por la Uni-versidad de Leeds. Actualmente, es estudiante de doc-torado en la Universidad de Cornell y columnista del periódico digital Oxígeno. Su obra ha sido recopila-da en antologías como Conductas erráticas (Aguilar, 2009), y es autor de las novelas La toma del manus-crito (Alfaguara, 2008; X Premio Nacional de Novela de Bolivia) y El amor según (El Cuervo, 2011-2012).

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caminos distintos. Henry Fielding, Daniel Defoe y Laurence Sterne marcan por lo menos tres direccio-nes distintas hacia las que se dirigió la novela inglesa, y el siguiente siglo se encargaría de confirmarlo. Quizás lo que cabría resaltar en el caso de es-tos tres escritores es la influencia fundamental de Cer-vantes. Ciertamente, ni Fielding ni Sterne habrían es-crito novelas importantes si no hubiera existido Don Quijote. No quiero proponer aquí una escala de valo-res y menos de estéticas, sino simplemente repetir lo obvio: la literatura no es más que un conjunto de libros que hablan de otros libros. Tuvo que existir un perso-naje llamado Don Quijote para que, pos-teriormente, en otras latitu-des, existiera otro llama-do Robinson Crusoe y aún otro llamado Tristam Shan-dy. Tratemos, ahora, de ex-trapolar la fi-gura. La no-vela boliviana contemporá-nea vive un momento de diáspora. Si hay un gesto que define sus tendencias ac-tuales, creo que es el de la dispersión. No quiero vol-ver en absoluto al trillado discurso que quiere encon-trar riqueza en la diversidad –en mi opinión eso está demás– pero sí reconozco que lo que sucede con la novela en estos días en el país, tiene mucho más que ver con una onda expansiva que con el seguimiento de una línea predeterminada. Tradicionalmente, se ha leí-do la narrativa boliviana como un movimiento lineal y ascendente: de las novelas realistas y naturalistas de principios de siglo se pasa a lo que es una suerte de annus mirabilis, el período que va entre 1958 y 1959, cuando ven la luz Los deshabitados, de Marcelo Qui-roga Santa Cruz, y Cerco de penumbras, de Oscar Ce-rruto. En este punto podemos volver a nuestra anterior figura e imaginar que se da una señal. Retorna a la es-cena aquella mesa iluminada por la luz de las velas, la cual visitamos en otro tiempo y espacio, y vemos que

se sientan a ella Quiroga Santa Cruz y Cerruto. Porque en ese momento ocurre el cambio –o, por lo menos, la bifurcación–. Según una lectura crítica ya canónica, hace décadas postulada desde círculos académicos, ese fue el momento en que la literatura boliviana se alejó del compromiso social y el retrato realista y en-tró oficialmente de lleno a la ficción, explorando por lo menos dos caminos distintos. Fue entonces cuando sucedió, en ese periodo que va desde 1958 a 1959. Quizás no se trató estrictamente del primer momento de verdadera complejidad y sofisticación de la narra-tiva boliviana –ciertamente podemos nombrar instan-

cias y autores a n t e r i o r e s – pero sí del pri-mer momento consagrado: la primera diáspora ver-dadera. ¿Eso por qué? Por-que a partir de entonces la narrativa nacional pa-rece producir una conti-nuada serie de pequeñas explos iones que llevaron al género no-velístico a al-canzar cimas antes insos-pechadas, en

distintas direcciones, con diversos estilos, exploran-do múltiples registros. Y entonces nacen la novela de guerrilla, la novela satírica, la que se empecina en cierta militancia política, el grotesco social, los sue-ños que nacen en el Chaco, la literatura de género po-licial, histórico, etc. Posteriormente, si damos un nuevo salto, usa-mos la misma figura y armamos otra vez nuestra mesa narrativa, esa que armamos primero en Inglaterra y después en Bolivia a finales de los años 50, estaría se-guramente ocupada por tres escritores, en algún mo-mento de la década del setenta, que a estas alturas se han vuelto imprescindibles: Jaime Saenz, que habrá publicado ya su Felipe Delgado; Julio de la Vega, que habrá ofrecido al público su Matías el apóstol suplen-te y estará en camino de configurar el gran Cantango por dentro; y Jesús Urzagasti, que habrá publicado

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Tirinea, a la que seguirán otras sendas novelas. Así, si continuamos valiéndonos de la metáfo-ra de la mesa de la gran narrativa o, por lo menos, de la gran novela boliviana en la actualidad, cincuenta años después de su primer momento de reconocida relevancia y algo más de treinta años después del se-gundo, podremos tener una idea bastante precisa de cómo van las cosas. Hace un momento decía que la figura que mejor define el presente de nuestra novela es la de la diáspora, que el gesto que mejor lo con-densa es la dispersión. Puede que en este punto pe-que de una lectura historicista y demasiado esquemática, pero si seguimos esta línea de razo-namiento y continuamos con la metáfora, podemos ver una elocuente diferencia respecto al pasado: hoy la mesa a la que se sienta la novela boliviana actual está absolutamente vacía. Éste, otra vez, no quiere ser un juicio de valor sino, sim-plemente, una manera rigurosa de acercarse a la descripción del estado de la diáspora. Histórica-mente, la literatura de los paí-ses es representada por grandes autores o grandes libros que se encargan de ocupar lugares de privilegio. Cuando Henry Fiel-ding, Daniel Defoe y Laurence Sterne dejaron de ocupar un lu-gar absolutamente central –aun-que esto es relativo porque los tres son clásicos y los clásicos, por definición, no dejan nunca el imaginario de la literatura na-cional–, cuando dejaron de ser omnipresentes y con-troversiales y, por lo tanto, dejaron de ocupar la coti-dianidad lectora de Inglaterra, los sucedieron en la era victoriana otros grandes nombres: Charles Dickens, Emily Bronte, William Thackeray y varios otros. Lo mismo sucede en las mesas de la narrativa boliviana: después del dúo Quiroga Santa Cruz y Cerruto, llegó el trío de Saenz, De la Vega y Urzagasti. Y después… la confusión. Lo repito: no creo que la mesa a la que se sien-ta la novela boliviana esté ocupada actualmente. Y si lo está, los comensales son varios y variados. Tanto que no llegan a distinguirse y en lugar de ello forman un mosaico multicolor donde ningún tono se impone a otro. En las novelas contemporáneas no hay un es-tilo que predomine sobre los demás, no hay temáticas

que se visiten de forma privilegiada, ni formatos que exhiban gran superioridad frente a otros. Eso por una parte. Además, otro factor que colabora al estado de las cosas es una cierta vaga democratización. Creo que, si vamos a hablar de las tendencias actuales de nuestra novelística, tenemos que necesariamente de-tenernos en un fenómeno que también es visible en industrias como la editorial: el profesionalismo. Con la consolidación de la única Carrera de Literatura del país y una cierta revitalización, –todavía muy menor y relativa– durante los últimos seis o siete años, de

la crítica literaria, tanto aca-démica como periodística, las exigencias para los narradores nacionales son cada vez mayo-res. Esto se da también porque el público lector se ha sofistica-do, lo que, evidentemente, es un signo de progreso, y creo que ha traído por lo menos una conse-cuencia inesperada pero lógica: el nivel narrativo de buena parte de los narradores bolivianos ac-tuales se ha uniformizado. Por supuesto que existen no-velistas de gran talento y que tienen una cantidad importante de lectores –ahí nombres como Adolfo Cárdenas, Edmundo Paz Soldán, Rodrigo Hasbún, Wil-mer Urrelo, Alison Speeding, Giovanna Rivero, Juan Pablo Piñeiro, Luisa Fernanda Siles, el propio Jesús Urzagasti, Ramón Rocha Monroy y varios más (vale la pena notar que el nove-lístico parece ser, por lo menos

actualmente, un género que en Bolivia es, sobre todo, practicado por escritores hombres)– pero conside-ro que lo que no existe hoy es aquel novelista que cambie radicalmente la forma de percibir a la novela como género. Hay varios escritores, y muy buenos, es cierto, hay novelistas que hoy escriben y que, de algu-na manera, consiguen renovar formal y temáticamen-te al género, pero creo que este nuevo siglo no nos ha dado, todavía, una novela boliviana que, verdadera-mente, nos ofrezca la posibilidad de pensar la realidad de forma distinta, de forma innovadora. La novela es un género literario mayor y la actualidad nacional no nos ha ofrecido un objeto que, sin abandonar sus ca-racterísticas esenciales, es decir, la de ser, ante todo, un complejo aparato ficcional que nos dice algo sobre el mundo, instituya además una nueva manera de de-

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cir nuestra historia colectiva, una manera en la que la memoria funcione como un dispositivo voluble, mo-dificable, un instrumento en perpetua reconstrucción, una conciencia no solipsista ni parricida, sino curiosa y moldeable, que se hace a sí misma a través de las conciencias ajenas, no necesariamente desde la evo-cación mecánica o emotiva del pasado propio, sino desde la exploración del pasado ajeno y común. Una cosa más. Se tiende a pensar la narrativa boliviana como una sucesión de movimientos genera-cionales. Desde hace unos años, la crítica, sobre todo periodística, ha repetido un concepto hasta volverlo un lugar común: se dice que existe una nueva genera-ción de escritores jóvenes que tiende a cerrar los ojos ante el ejercicio político y la tradición nacional, y vol-ver la mirada hacia estéticas que considera más afines. Esto puede ser cierto, es verdad que hay un número de escritores relativamente jóvenes que está obteniendo la atención de lectores y medios periodísticos tanto a nivel nacional como internacional con una escritura, hasta cierto punto, vuelta sobre sí misma, pero creo también que la idea del recambio generacional es vá-lida solo en tanto se acepte que el recambio es un mo-vimiento cíclico y destinado a repetirse, por lo que, en sí mismo, no tiene mayor valor estético. Lo que sí lo tiene, por supuesto, son los libros, las novelas juzga-das en su individualidad. Y esa es la forma en que la crítica debería encarar a esta generación de escritores jóvenes que empieza a llamar la atención. Como todo momento de diáspora, el que vive la novela boliviana contemporánea es un momento de definiciones. Después de la dispersión llegarán segu-ramente algunas certezas. ¿Cuáles son los nombres que de aquí a diez, veinte o treinta años perdurarán y serán considerados como nuevos clásicos? ¿Qué au-tores y qué estéticas sobrevivirán en nuestro imagina-rio lector como instancias de privilegio, como obras y novelas que vuelvan a ocupar un lugar central en la mesa que hoy está vacía? A riesgo de repetir nueva-mente un adagio que seguramente nació con el cristia-

nismo, tendré que asegurar: “sólo el tiempo lo dirá”. Por lo pronto, el panorama de nuestra novela nacional se ve agitado y convulso, ocupado por libros y autores cada vez más profesionales y más entregados a explo-rar las posibilidades del género sin concesiones. Los caminos transcurridos hoy son muchos: las relaciones de poder en los entornos más cercanos, las batallas cotidianas de la intimidad, la vuelta a ciertos autores latinoamericanos importantes de mitad del siglo XX, la exploración consciente de las ciudades como espa-cios y motores capaces de producir ficción y de poner en crisis ciertas concepciones establecidas. Hay más. La novela nacional contemporánea ha puesto también la vista en el exterior: en otros tiempos y otros luga-res. Se concentra además en otras problemáticas: la migración latina a Estados Unidos, las encrucijadas de la literatura con la historia, la problemática de los subgéneros y su inclusión en la Gran Literatura. Es, en definitiva, un momento de profunda riqueza, de gran variedad y talento, pero es un momento que no ha consagrado ningún nombre, ningún horizonte. La mesa está servida, pero todavía no aparecen los co-mensales. Imagino que en los próximos años los vere-mos sentarse cómodamente uno a uno.

Notas:1. La siguiente ponencia fue leída en la mesa redon-da “Tendencias de la novela boliviana contemporánea”, que tuvo lugar en la XVI Feria Internacional del Libro de La Paz, en agosto de 2011.

Fuente de las imágenes:1. De Miguel Det. 2. http://www.opinion.com.bo/opinion/articu-los/2011/0819/fotos/001421_600.jpg3. http://www.paginasiete.bo/MediaFiles/PaginaSie-te/cc/cc04795e-8da6-497a-80c1-268b65ccc958.jpg

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Por Renzo Cavani*

A Daniel Mitidiero, mi joven maestro, mi gran amigo

La postración de la justicia civil: diag-nóstico del ciudadano de a pieAmigo lector, ¿qué es lo que piensa de su Poder Judicial? Por el momento olvi-demos los procesos penales y enfoqué-monos en la justicia civil, es decir, en aque-

El tiempo en el proceso civil: un mal necesario a vencer

Propuestas para una justicia civil más justa (parte 1)1

* Candidato a Magíster en el Programa de Post-grado, con énfasis en Derecho Procesal Civil, de la Universidade Federal do Rio Grande do Sul (Porto Alegre - Brasil). Bachiller en Derecho por la Universi-dad de Lima.

llos litigios vinculados a contratos, familia, propiedad, responsabilidad civil, etc. ¿Qué es lo que primero se le viene a la mente? Permítame adivinar: corrupción, lentitud, fa-llos inverosímiles, trámites y fórmulas legales incom-prensibles, colas para presentar un miserable escrito y para que le digan que en esta ventanilla no, que en la otra (claro, eso si su abogado es lo suficientemen-te malvado para enviarlo por su cuenta a ese intes-tino de Leviatán que son los tribunales); una Corte Suprema que se queda con su caso por un año mien-tras Ud., mal que bien, se ve obligado a seguir con su vida; su abogado despotricando contra los jueces y los secretarios, diciendo que son unos incapaces, etc. Quien ya padeció un proceso civil sabe que Kafka decía la verdad. No obstante, a pesar de estos desoladores pensamientos, Ud. sabe que su sistema de justi-cia estatal tiene que funcionar bien para que, a su

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vez, muchas otras cosas puedan funcionar bien. Cosas de las más simples como recibir una indem-nización por aquel auto chocado sin que haya sido su culpa, que ese deudor escurridizo cumpla con el préstamo impago, que el inquilino aprovechado se vaya de su casa. Pero otras cosas más complejas, como la correcta in-terpretación de unos testamentos que involucran bienes valorizados en millones de dólares y, por qué no, oscuros intereses; o la para-lización de la construcción de un megaproyecto minero porque se violan los derechos fundamenta-les que el Estado se comprometió a respetar. Pero bueno –Ud. pregun-tará–, ¿cómo lo solucionamos? Probablemente las respuestas sean varias, y cada una de ellas más compleja que la otra. Des-de hace mucho tiempo grandes hombres se han dedicado a lo largo de toda su vida a escribir, debatir y trabajar para mejorar el funcionamiento de la justicia civil. Aún hay muchos que lo si-guen haciendo. Al respecto, hay cosas ciertamente curiosas, como por ejemplo que un país como Italia que ha parido a varios de los mejores procesalistas (así se les llama a los estudiosos del de-recho procesal) tenga uno de los sistemas de justicia civil que peor funcionan en el mundo. Sus pro-cesos duran más del doble que los nuestros. Imagínese. Ud. insiste: ¿cómo solu-cionamos esto? Yo le aseguro que no lo haremos aumentando el sueldo a los jueces, dándoles más secretarios y asistentes, contro-lando su producción, fiscalizándo-los como en tiempos de la Inquisi-ción o ratificándolos cada 7 años. Así no solucionaremos nada, o casi nada. Tampoco tendremos resultados si cambiamos cada dos años al Presidente del Poder Judi-

cial –así sucede en el Perú– ni con que en cada discurso de apertu-ra del año judicial se prometa la “modernización del sistema de justicia”, “celeridad procesal” o “capacitación de jueces”. Al me-nos en lo que se refiere a mi país, los presidentes del Poder Judicial son elegidos, participan en pro-tocolos, expiden varias resolucio-nes, se involucran en un par de escándalos, hacen una que otra mejora administrativa y dos años después vuelven a sus funciones jurisdiccionales, sin pena ni gloria. La “reforma de la justicia” ha pa-sado a ser una broma o una dulce ilusión.

¿Qué cambiar? ¿Por dónde co-menzar?Quizá piense que estoy evadien-do sus preguntas, pero ahora sí le diré al menos por dónde pienso que debemos comenzar para ob-tener soluciones inmediatas. Si Ud. ha intuido que de-ben cambiarse leyes, está en lo cierto. Pero no cualquier ley. Nuestra atención debe dirigirse al Código Procesal Civil (o al equiva-lente según su país), por la simple razón que es la ley que regula las reglas del procedimiento median-te el cual Ud. cobrará su deuda impaga, recuperará su propiedad, peleará por su herencia. Y si ese procedimiento está mal hecho, Ud. podría no llegar a gozar de su acreencia, propiedad o herencia. Mejorar ese procedimiento, por tanto, es importantísimo. Por ahí se dice que es mejor tener buenos jueces que malas leyes, pero ¿cómo pueden trabajar los primeros si sus ins-trumentos –las leyes– son malos? No. Tener buenas leyes es vital, y principalmente ese bendito Códi-go que regula los procedimientos civiles tiene que ser bueno (en adelante, CPC). Pero ojo, aquí no voy a

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incurrir en la insensatez de decir que sólo reformando íntegramen-te nuestros CPC lograremos una justicia eficiente. Eso equivale a no decir nada. Pienso que con al-gunas pocas modificaciones muy puntuales a nuestros CPC pueden obtenerse soluciones inmediatas, casi automáticas, pero soluciones no para los jueces ni para los abo-gados, sino para los justiciables, que son los que sufren con un sis-tema de justicia ineficiente. No se piense que mi inten-ción es dar a entender que dichas modificaciones son non plus ultra ni que son las únicas que deben ser realizadas. Hay muchísimo tra-bajo por hacer, pero estoy absolu-tamente convencido de que debe comenzarse por ellas. Dicho sea de paso estas soluciones vienen directamente del trabajo que se hace en la doctrina. En mi opinión, ella es la responsable de suscitar la intranquilidad de cambiar el te-rrible status quo. El objetivo no es otro que los jueces puedan juzgar bien y que el ciudadano reciba lo que por derecho exactamente debe recibir. En esta oportunidad, ha-blaré de una de dichas soluciones.

La posibilidad de gozar anticipa-damente de lo que podría obte-nerse al final del procesoEl proceso, por naturaleza, tiene que durar un lapso de tiempo. No es que tenga que durar poco o mucho: su duración tiene que ser proporcional de acuerdo a la necesidad de justicia del deman-dante. Asimismo, el proceso tie-ne que durar porque el juez tiene que convencerse de la verdad de las alegaciones de las partes. Por tanto, tiene que existir un mo-mento donde se producirán las pruebas (se escuchará al testigo, el perito explicará su informe, el juez preguntará a las partes, etc.). Y es que, amigo lector, no todos

aquellos que acceden a la justicia tienen la razón. El juez debe de-terminar quién la tiene. Y ello ne-cesariamente toma tiempo. Así, después de que el juez haya analizado todas las pruebas, emite su decisión dándole la ra-zón a una de las partes. Esto es lo que se llama sentenciar. Des-de la demanda hasta la senten-cia tenemos un procedimiento al que se le denomina “primera ins-tancia” o “primer grado”. En esa sentencia el juez dice quién ganó y quién perdió y –aspecto impor-tante– dice por qué. Claro, todo el mundo sabe que el que perdió va a apelar y será ahora un tribunal quien determine quién tiene la razón, con la consecuente prolon-gación del proceso. La duración de ese proce-dimiento de primer grado debe-ría demorar, en teoría, algunos meses, pero infelizmente ello no es así. En el Perú muchas veces superan el año. ¿Por qué? Una de las principales razones es que los jueces están tan abarrotados de trabajo que programan audien-cias para varios meses después. Pero, ¿esperar un año para tener una sentencia y, encima, apenas la primera? Quizá sea una broma, pero es la cruda realidad. El principal perjudicado con esta dramática falla del siste-ma es el demandante que tiene razón. Él es quien padece todo el tiempo que el proceso demorará hasta llegar a su conclusión pues recién allí gozaría de su derecho reclamado. Y si él es el perjudica-do, ¿quién es el mayor beneficia-do? Evidentemente el demanda-do que no tiene razón, o sea, ese escurridizo deudor, el inquilino que no quiere salir o el padre que no quiere dar pensión a sus hijos. Un mínimo sentido de justicia in-dica que el tiempo del proceso no puede favorecer a este tipo de personas.

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A ello se suma que exis-ten muchas situaciones en don-de el demandante simplemente no puede esperar tanto tiempo para gozar, en el mundo real, de aquello que el Poder Judicial po-dría darle si le diese la razón. El lector podría estar pensando en una medida cautelar, pero no me refiero a eso. Lo máximo que una medida cautelar le puede otorgar es seguridad para que su proba-ble derecho no sea perjudicado. ¿Por qué “probable derecho”? Porque aún no se ha llegado al final del proceso. Sólo con la sen-tencia que le pone punto final se puede llegar a una certeza. Antes de ello sólo hay probabilidades. Pero la medida cautelar de ninguna manera puede generar satisfacción de ese probable dere-cho. Es cierto, hay ordenamientos en donde ello sucede, pero se tra-ta de una distorsión. Cautelar es sinónimo de asegurar. Y asegurar no es satisfacer. Por ejemplo, si a Ud. le deben dinero y consigue un em-bargo del automóvil de su deu-dor, lo único que obtendrá es la seguridad de que si Ud. gana y el demandado pierde y no paga, el juez va a rematar el auto y darle el dinero. Pero eso ocurrirá después de que el proceso termine. Su satisfacción es precisamente ese dinero, eso es lo que Ud. quiere. Por tanto, el embargo no le da sa-tisfacción, apenas seguridad. ¿A qué situaciones me refiero entonces? A aquellas en donde se puede obtener, antes de que el proceso termine, exac-tamente lo que se desea obtener. Es decir, si se demanda un pago de 100, obtener esos 100; si se quiere el terreno de vuelta, que le den la posesión; si se quiere la te-nencia de los hijos, que se la den. La figura que permite que esto ocurra se denomina anticipación de tutela y puede darse por va-

rios motivos, pero hay uno que es particularmente especial: que el derecho del demandante sea más probable que el derecho del de-mandado. La anticipación de tutela tiene su razón de ser tanto en la urgencia como en la evidencia. En efecto, hay situaciones en donde es extremadamente urgente que aquel impacto que traerá una futura decisión favorable para el demandante sea anticipada a un momento anterior a la senten-cia; de lo contrario, podría haber un daño irreparable. Ese sería el caso de la llamada asignación an-ticipada de alimentos o “alimen-tos provisorios” que pide una madre para ella o para su hijo. Ellos demandan por una pensión mensual de 50 y el juez, aún sin terminar el proceso, ordena que el demandado comience a pagar mensualmente 50. ¿Y por qué el juez está anticipando? Porque considera que es más probable que efectivamente exista el dere-cho a los alimentos a que no exis-ta. Además, la urgencia impone favorecer a la madre al punto de satisfacer plenamente su dere-cho. Lo mismo se podría de-cir de aquel inquilino que viene causando destrozos en el bien de propiedad del demandante. Lo que él quiere es desalojarlo y si el juez le da la razón, al final del proceso ello se podrá realizar. Sin embargo, el propietario pide que ese desalojo se realice antes, y el juez constata que el derecho del demandante de recuperar la po-sesión del bien más es probable que el derecho del demandado de seguir poseyéndolo. De este modo, la urgencia de un deterio-ro irreparable del bien favorece al propietario al punto de satisfacer plenamente su derecho. Hasta aquí me he referido a situaciones de urgencia. Falta,

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por tanto, hablar de la evidencia. ¿A qué se refiere esta figura? Al igual que la urgencia estamos ante una mayor probabilidad del derecho del demandante, pero por razones que no tienen nada que ver con la urgencia; es decir, para otorgar la anticipación de tutela no hay ningún pe-ligro de daño. La situación que se nos presenta es cuando el demandado se defiende inconsistente-mente. Por ejemplo, Ud. presenta una demanda muy sólida, bien construida, explicada punto por punto y acompañada por medios probatorios documentales que demuestran su derecho. El demandado contesta la demanda mediante afirmaciones genéricas, vagas y contradictorias, ofreciendo un par de testigos pero ningún documento que demuestre que Ud. no tiene razón. Esto es lo que la doctrina llama defensa fútil, poco seria o inconsistente, o también abuso del de-recho de defensa o manifiesto propósito dilatorio del demandado. La pregunta obvia es la siguiente: ¿es justo tener que esperar tres, cuatro o más años, que son los que podría durar el proceso, para recién ver su derecho realizado? Si su derecho es mucho más probable que el del demandado, ¿por qué no reali-zarlo inmediatamente? Todo lo dicho se resume en lo siguiente: la an-ticipación de tutela es necesaria en el proceso porque es injusto que quien tiene un derecho más probable que otro tenga que soportar la carga del tiempo que llevará hasta la sentencia definitiva (que no es la que se adopta en primer grado, por cierto). Tanto la ur-gencia como la evidencia –y mediando, por supues-to, un robusto material probatorio– legitiman que se satisfaga anticipadamente al demandante para que sea el demandado, y no aquel, el más interesado para que el proceso termine rápido. Esta última constatación es precisamente el impacto inmediato y directo en la práctica que tendría una correcta regulación de la anticipación de tutela. No sólo se trata de satisfacer el derecho de quien se encuentra en una situación de urgencia o evidencia, sino también de combatir una conducta propia del demandado que no tiene razón: querer que el proce-so demore. Pero el hecho de sustraerle al demanda-do el bien materia de discusión que se encontraba en su esfera jurídica (el dinero que adeuda, el bien que no le pertenece) hace que, automáticamente, éste se preocupe para que el proceso termine rápido, que el juez le de la razón y así revertir esa decisión que concedió la anticipación. El demandante ya tiene lo que quiere porque el juez consideró que su derecho es más probable (ojo, aún no es definitivo), mientras que el demandado se quedó sin aquello que le mo-tivaba a seguir dilatando el proceso. Hay, por tanto,

una inversión de los roles. Evidentemente, la decisión que otorga anti-cipación es excepcional, porque se adopta mediante un conocimiento limitado de los hechos de la causa. Claro que pueden existir abusos y errores; sin em-bargo, es imprescindible que esa herramienta exista y que esté adecuadamente regulada porque, de ser bien utilizada, aquellos demandados que actúan en juicio sabiendo que no tienen razón lo pensarán dos veces antes de querer dilatar el proceso. Finalmente, es preciso dejar constancia que la sola regulación de la anticipación de tutela no bas-ta para generar esa solución inmediata y drástica de la que hablé. Es igualmente imprescindible construir una regulación adecuada de los medios necesarios para cumplir esa decisión que otorga la anticipación (medios ejecutivos) y, asimismo, que la sentencia de primer grado sea posible de ser efectivizada inmedia-tamente, sin perjuicio de la apelación de quien per-dió. Cada uno de dichos tópicos constituye un análisis por separado. Espero tener la oportunidad de continuar con este diálogo para hablar sobre ellos.

Notas:1. El presente artículo está pensado en cuatro par-tes. Cada una de ellas contiene una propuesta concreta para mejorar la forma en que se imparte la justicia civil. Dichas propuestas poseen un trasfondo teórico muy com-plejo, el cual, evidentemente, no puede ser desarrollado aquí. Además, ellas involucran un lenguaje técnico bas-tante preciso; no obstante, he dejado deliberadamente de lado este aspecto y me he permitido simplificar el dis-curso jurídico para transmitir al lector las ideas del mejor modo posible.

Fuentes de las imágenes:1. De Miguel Det.2. Intervención sobre el pórtico del Poder Judicial, Sucre, Bolivia. Original: http://dandounavuelta.files.wor-dpress.com/2012/03/p1360175.jpg3. Intervención sobre el pórtico del edificio de Tribu-nales de Justicia, Santiago de Chile, Chile. Original: http://www.turistik.cl/undostres/wp-content/gallery/45-tribu-nales-de-justicia/portico-acceso-edificion-tribunales-de-justicia-santiago.jpg4. Intervención sobre el pórtico del Palacio de Jusci-tia, Lima, Perú. Original: http://historico.pj.gob.pe/intra-net/archivos-subidos/18-07-06%20frontis%207.jpg