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1 El diseñador como solucionador de problemas Por Tomás Maldonado | 1961 International Design Conference in Aspen (Colorado, 1961) Publicado en Avanguardia e Razionalitá (Torino: Einaudi, 1974) S EXTRAORDINARIA LA OBSTINACIÓN CON QUE EL HOMBRE; EN TODOS LOS tiempos, se ha empeñado en la tarea -casi siempre ingrata- de resolver problemas. Es un fenómeno que quizá pueda explicarse en términos de proceso de "hominización", es decir, del proceso filogenético que ha hecho posible la aparición y consolidación del hombre como especie. En realidad, todo parece confirmar que la pasión del hombre por resolver problemas está estrechamente vinculada a su voluntad de sobrevivir. Nacido prematuramente, débil, indefenso, se encontraba ante esta alternativa: o convertirse en un obstinado solucionador de problemas o resignarse a la extinción a corto o a largo plazo. Ya sabemos por lo que ha optado; ha preferido sobrevivir, y sobrevivir como solucionador de problemas. Esto nos ha hecho creer que el hombre, como tal, se defina y se caracteriza exclusivamente por esta capacidad. Los recientes progresos en el campo científico (y también tecnológico) han demostrado ampliamente que esta opinión es infundada. Gracias a las contribuciones experimentales de la psicología comparada, hoy sabemos que algunos animales, sobre todo los primates subhumanos, también están en condiciones de transformar operativamente las relaciones cualitativas de determinadas configuraciones factual es, en beneficio de un determinado comportamiento intencional. Por otra parte, y como es sabido, las calculadoras electrónicas también son capaces de resolver problemas, incluso de una manera más rápida y eficiente que el hombre. Por ello, podríamos decir que, de momento, la característica más distintiva del hombre no es tan sólo su capacidad de resolver problemas, sino más bien su capacidad de planteárselos. Y subrayo “de momento”, porque no es difícil que el desarrollo futuro de los mecanismos automáticos haga posible el advenimiento de una nueva generación de calculadoras capaz de plantear problemas. Los fenómenos de autorregulación y de determinismo interno en el campo de los mecanismos homeostáticos ya han demostrado ampliamente que, tanto desde el punto de vista teórico como práctico, se pueden obtener formas de automatismo muy superiores a las actuales. Con todo, hasta hoy podemos decir que la capacidad de plantear problemas es todavía una característica específicamente humana. En concreto, ¿qué significa plantear un problema? Ante todo significa, como es obvio, individuar la existencia de un problema. Pero no sólo. Plantear un problema es también, y sobre todo, individuar los medios necesarios para su solución. En otras palabras, un problema cuyo planteamiento no vaya unido al estudio concreto de las posibilidades de su solución puede ser -y con frecuencia es- un problema ficticio, un “pseudoproblema”, como lo llamarían los neopositivistas. Se ha de evitar, por lo E

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El problema de definir el diseño.

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El diseñador como solucionador de problemas Por Tomás Maldonado | 1961 International Design Conference in Aspen (Colorado, 1961) Publicado en Avanguardia e Razionalitá (Torino: Einaudi, 1974)

S EXTRAORDINARIA LA OBSTINACIÓN CON QUE EL HOMBRE; EN TODOS LOS

tiempos, se ha empeñado en la tarea -casi siempre ingrata- de resolver problemas. Es un fenómeno que quizá pueda explicarse en términos de

proceso de "hominización", es decir, del proceso filogenético que ha hecho posible la aparición y consolidación del hombre como especie. En realidad, todo parece confirmar que la pasión del hombre por resolver problemas está estrechamente vinculada a su voluntad de sobrevivir. Nacido prematuramente, débil, indefenso, se encontraba ante esta alternativa: o convertirse en un obstinado solucionador de problemas o resignarse a la extinción a corto o a largo plazo. Ya sabemos por lo que ha optado; ha preferido sobrevivir, y sobrevivir como solucionador de problemas. Esto nos ha hecho creer que el hombre, como tal, se defina y se caracteriza exclusivamente por esta capacidad. Los recientes progresos en el campo científico (y también tecnológico) han demostrado ampliamente que esta opinión es infundada. Gracias a las contribuciones experimentales de la psicología comparada, hoy sabemos que algunos animales, sobre todo los primates subhumanos, también están en condiciones de transformar operativamente las relaciones cualitativas de determinadas configuraciones factual es, en beneficio de un determinado comportamiento intencional. Por otra parte, y como es sabido, las calculadoras electrónicas también son capaces de resolver problemas, incluso de una manera más rápida y eficiente que el hombre. Por ello, podríamos decir que, de momento, la característica más distintiva del hombre no es tan sólo su capacidad de resolver problemas, sino más bien su capacidad de planteárselos. Y subrayo “de momento”, porque no es difícil que el desarrollo futuro de los mecanismos automáticos haga posible el advenimiento de una nueva generación de calculadoras capaz de plantear problemas. Los fenómenos de autorregulación y de determinismo interno en el campo de los mecanismos homeostáticos ya han demostrado ampliamente que, tanto desde el punto de vista teórico como práctico, se pueden obtener formas de automatismo muy superiores a las actuales. Con todo, hasta hoy podemos decir que la capacidad de plantear problemas es todavía una característica específicamente humana. En concreto, ¿qué significa plantear un problema? Ante todo significa, como es obvio, individuar la existencia de un problema. Pero no sólo. Plantear un problema es también, y sobre todo, individuar los medios necesarios para su solución. En otras palabras, un problema cuyo planteamiento no vaya unido al estudio concreto de las posibilidades de su solución puede ser -y con frecuencia es- un problema ficticio, un “pseudoproblema”, como lo llamarían los neopositivistas. Se ha de evitar, por lo

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tanto, la falacia del pseudoproblema, lo que no es fácil, porque presupone nada menos que incluir en un único -y articulado- ámbito de indagación la tarea de individuar el problema y la de resolverlo. No ignoro que, en algunos casos, las soluciones se encuentran sin buscarlas, es decir, que los problemas se resuelven sin ser planteados. El arte, la poesía, y a veces incluso la ciencia, nos ofrecen ejemplos de ello, Pero se trata de situaciones de excepción: normalmente, el mérito de haber resuelto un problema -sobre todo -si se trata de un problema relativamente complejo- en gran parte corre pareja con el mérito de haber sabido plantearlo de la manera más adecuada. En el campo de la filosofía de la ciencia, es la teoría de los métodos la que se ha ocupado de la manera más adecuada de plantear problemas. La primera dificultad -y quizá la mayor- en el estudio de los métodos, consiste en descubrir el método mejor para estudiar los métodos; o sea, la manera mejor de plantearse el problema de plantear problemas. Es una dificultad que todavía no ha sido resuelta definitivamente, pero que de momento se ha paliado haciendo una distinción entre “metodología general” y “metodología particular”. La primera trata principalmente de los fundamentos epistemológicos y operativos que justifican la elección de determinadas tareas. Es lo que podríamos llamar una “metametodología”, uno metodología de la metodología. La segunda ,consiste en el estudio de los procedimientos específicos de aplicación de métodos en un campo determinado, y solamente en éste. Ésta es la metodología propiamente dicha. (…) Examinemos ahora hasta qué punto es necesario y posible desarrollar una metodología particular del diseño industrial. O sea, una combinación de procedimientos formales y operativos que nos ayuden a plantear y a resolver problemas en este campo específico. No es mi propósito establecer aquí las bases de una tal metodología particular, sino solamente presentar algunas ideas necesariamente provisionales y fragmentarias. La necesidad y la posibilidad de una metodología particular para el diseño industrial, ha sido objeto de polémica en los últimos tiempos -sobre todo en Europa- tanto entre los profesionales de este campo como entre los que se ocupan de la formación del diseñador industrial. Por un lado, están los que juzgan los métodos más importantes que los resultados; por otro, los que creen que los resultados son siempre más importantes que los métodos. El primer grupo considera que formalizar matemáticamente un problema significa (o casi) tenerlo ya resuelto. El segundo, en cambio, imagina que todos los problemas pueden ser resueltos con el sentido común. Evidentemente, esta polémica no puede ser fructífera. Los representantes del primer grupo -entre los cuales figuran muchos diseñadores industriales- tienen un concepto de los métodos que quizás es más intransigente que el de los propios científicos: éstos, como hemos visto, tienen frecuentemente dudas sobre los métodos científicos; aquéllos, nunca. Por su parte, los partidarios del sentido común no admiten que el

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diseño industrial pueda implicar cierto tipo de tareas que, por su complejidad, no 'se dejan resolver acudiendo solamente al sentido común. Ambas posiciones adolecen de una falta de realismo verdaderamente inquietante, y creo que ello se debe al hecho de que ambos grupos entienden por diseño industrial cosas que son radicalmente distintas, pero creyendo que la propia definición es la única posible. Esta es la causa del malentendido: no existe una, sino muchas realidades distintas de diseño industrial. Hay tantas realidades como grados de complejidad estructural y funcional existe en los objetos producidos industrialmente. Una taza de café, una parrilla de rayos infrarrojos, una máquina de cortar hierba, un tractor, un helicóptero y una calculadora electrónica no constituyen problemas de diseño industrial de la misma naturaleza, problemas que pueden ser resueltos todos de la misma manera. En algunos casos, el sentido común es suficiente -e incluso sobra-o Para resolverlos, a veces se utilizan métodos científicos, pero a menudo se debe solamente al deseo del diseñador de demostrar que conoce los métodos científicos. En cambio, hay otros problemas cuyas variables son tan numerosas y las relaciones conectivas entre ellos tan ricas y sutiles (como lo es el caso del diseño de una familia tipográfica), que el empleo de una metodología objetiva no solamente es deseable sino indispensable: Si el diseñador no utiliza una metodología así es bastante probable que no podrá dominar el problema; mucho más probable es que el problema lo domine a él. Así pues, es evidente que son consideraciones de carácter práctico las que pueden obligar al diseñador industrial, en ciertos casos, a atribuir una gran importancia al empleo de métodos científicos. Con todo, el fetichismo de los métodos en el campo del diseño industrial -es decir, la creencia de que los métodos tienen un valor absoluto, con independencia de los resultados- no se justifica de ninguna manera. Al igual que en otros campos, en el diseño industrial, los métodos no son más importantes que los resultados, pero el objetivo final del método -como la misma etimología de la palabra lo indica- siempre es el de servir de vía para alcanzar un fin. En algunas ocasiones, se puede decir que los métodos son tan importantes como los resultados, pero nunca se puede decir que lo son más. La polémica entre el racionalismo y el intuicionismo en el campo del diseño industrial -porque en definitiva no se trata de otra cosa perdería su razón de ser si nos fuera posible ofrecer una definición polivalente, y no monovalente, del diseño industrial. Para ello será necesaria una drástica revisión de los criterios de clasificación de los productos industriales. Las ferias comerciales e industriales clasifican los productos de acuerdo con criterios puramente económicos (bienes de consumo, bienes de producción, bienes de inversión). La nueva clasificación, en cambio, debería operar con criterios que distingan los diversos grados de complejidad estructural y funcional de los productos. Una clasificación así concebida debería tener el mismo significado operativo que tuvo hace más de dos siglos la Philosophia Botanica de Linneo para la clasificación de los objetos naturales. Pero en tanto que la clasificación de Linneo ha sido uno de los ejemplos más brillantes en la historia de las clasificaciones analógicas, la clasificación

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de los objetos técnicos e industriales habrá de ser necesariamente homológica. En este caso las relaciones cuantitativas serán menos importantes que las cualitativas. La configuración formal de los objetos, o sea su fisonomía, será menos importante que su configuración productiva, estructural y funcional, o sea la manera como han sido (o deben ser) fabricados y como funcionan. Esta nueva sistemática de los productos industriales no solamente abrirá nuevas perspectivas para la definición -o definiciones- del diseño industrial, sino también para la manera de plantear y de resolver los problemas de este campo. Mediante esta sistemática se podrá determinar con cierta precisión, por ejemplo, en qué grado de complejidad funcional y estructural el diseñador industrial deberá empezar a servirse de las contribuciones metodológicas de las ciencias humanas, y en qué grado de las contribuciones de las ciencias físicas y naturales, o de la ingeniería. No se debe creer, sin embargo, que el enfoque metodológico pueda, por sí solo, ayudarnos a superar todas las dificultades que actualmente enfrenta el diseño industrial. como actividad y como profesión. Además de la pregunta acerca de cómo se han de plantear y cómo se han de resolver los problemas, hay otra más dramática: 'la que se refiere a la responsabilidad del diseñador industrial como solucionador de problemas en nuestra sociedad. El diseñador industrial. sin duda, es un solucionador de problemas, pero raras veces es completamente libre para decidir cuáles son los problemas que ha de plantearse, y cómo ha de resolverlos. Con frecuencia los problemas le son planteados desde fuera, y con no menos frecuencia, las soluciones también. En la mayor parte de los casos, desea plantear y resolver problemas relativos al uso humano, pero también en la mayor parte de los casos se ve obligado a plantear y resolver problemas relativos al abuso humano. Éste es sin duda el mayor problema de todos los problemas.