maffesoli michel - el tiempo de las tribus

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traducción de DANIEL GunÉRREZ MARTÍNEZ EL TIEMPO DE LAS TRIBUS El ocaso del individualismo en las sociedades posmodernas por MICHEL MAFFESOLI ))«1 siglo voIntluno .. -

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traduccin deDANIEL GunRREZ MARTNEZEL TIEMPO DE LAS TRIBUSEl ocaso del individualismoen las sociedades posmodernasporMICHEL MAFFESOLI))1siglovoIntluno..-siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.CERRO DB.. AGt.Io' ~ , DELEGACIN Cf:IfOAC-tion,u/U, Pars. Payot, 1928, p.1I7.A !l{ODODEINTIlODUCCNVemos, as pues, la importancia del aviso enunciado anterionnen-te: el hecho de que el dinamismo social no adopte ya los mtodos pro-pios de la modernidad no significa que haya dejado deexistir. Y, si-guiendo el trayecto antropolgico que he indicado antes, podremosmostrar que hay una vida casi animal que recorre en profundidad lasdiversas manifestaciones de la socialidad. Deah la insistencia en la"religacin". en la religiosidad. parte esencial del tribalismo que nosva a ocupar.Sin acudir a ningn contenido doctrinal, sepuede hablar a esterespecto de una verdadera sacralizacin de las relaciones sociales, deeso que. a su manera, el positivista Durkheim llam lo "divino social".Es as como, por mi parte, entiendo la Potencia dela socialidad, la cualmediante la abstencin, el silencio y la astucia, se opone alPoder delo econmico-poliro, Concluir esta primera aproximacin con unaclarificacin aportada por la cbala, para la cual las "potencias"(Se-firot) constituyen la divinidad. Segn G. &holem, estas potencias sonlos elementos primordiales "en lo que se funda todo lo real", as, "lavida se propaga hacia el exterior y vivifica la creacin pennanecien-do al mismo tiempo en el interior de manera profunda; y el ritmo se-creto de su movimiento, de su pulso, es la ley de la dinmica de la na.turalezav.! Este pequeo aplogo permite resumir lo quees, a mijuicio, el papel de la socialidad: ms ac o ms all de las formas ins-tituidas. que siempre existen y que a vecesdominan, existe una cen-tralidadsubterrnea infurmalque garantiza el perdurar de la vida en so-ciedad. Es hacia esta realidad que conviene volvernuestras miradas.Noestamos acostumbrados a ella, nuestros instrumentos de anlisisestn un poco anticuados. sin embargo, mltiples indicios, que inten-tar formalizar en este libro. nos dicen que ste es el continente quetenemos que explorar. Nos encontramos ante un verdadero desafiopara los decenios venideros. Yalo sabemos, siempre empezamos a re-conocer lo que es postfestunr, an es necesario mostrarnos lo sufcen-temente lcidos y desprovistos deprejuicios intelectuales para que es-ta demora no resulte demasiado importante.4G. Scholem, La Pars, Ce, 1985, pp. 5938.El.. TIEUPO DELAS TRI5USQUOMODOEn efecto, espreciso adecuar, enla medida de loposible, nuestrasmaneras de pensar y los objetos (re)nacientes a los que pretendemosacercarnos. Cabe hablar a este respecto de revolucin Puede ser. En todo caso,hay que demostrar una buena dosis de rela-tivismo, aun cuando sloseapara mostramos receptivos a unnuevoestado de las cosas."En un primer planteamiento, y para ir a contrapelo de una actitu?harto difundida en la modernidad. quizshaya que aceptar ser deli-beradamente intiles; prohibirse cualquier corto circuito con laprc-tica y negarse a participar en un co.nocimientoRecuer-do a esterespecto el ejemplo, cunosamente olvidado, de lospadresfundadores dela sociologa, quienes, segn lafrasedeaquel granhistoriador de la disciplina que es RNisbet, "no dejaronjams de serartistas". y no olvidaremos que lasideas que posterionnente puedenestructurarse como teora,resultan ante todo "delmbito de la ima-ginacin, de la visin, de la ntucin"." El consejo es puesfueas como, a finales del siglopasado. los pensadores aludidos, enla actualidad autores cannicos, fueron capaces de proponer sus per-tinentes y plurales anlisis de lo social. Aunque slo fuera por laza de las cosas, es decir, cuando nos vemos confrontados a cualquier(re) novacin social, es de swna importanca practicar cierto "dejar"terico, sin que por ello, segn seal, renunciemos al espritu o fa-vorezcamos la pereza y la fatuidad intelectual. latradicin com-prensiva, que es la ma, se procede siempre medianteap:o-ximativas. Estoes tantomsimportante cuando setrata del mbitode la vida corriente. Aqu, con ms razn que en otros mbitos, no te-nemos por qu preocuparnos delo que podra ser la verdad absolu-ta. La verdad en este caso es relativa. dependiente dela situacin. Setrata de un "situacionismo" complejo, pues el observador est alavez,aunque slo sea parcialmente, integrado en la situacin concreta q,uedescribe. La competencia y la apetencia van a la par, y la hermenu-1; Yo hededicado unlibro a esteprohlema: M. Malfesoli, Larrmn"imma ordina.i1l',Pars, Meridiens Khncksieck, 1985. Gf. tambin. llJ(!,'tde la. mson se....ihle, Pars, Grasset,1996.6 R. Nisbet, tulmdilinn.wowgiqlll'.. Pars, PUF, 1981, p. 33A MODODEINTRODUCCiNtica supone que "se es" de eso mismo que se describe, necesita una"cierta comunidad de perspectiva".7los etnlogos y los antroplogoshaninsistido ociosamente en este fenmeno, ya es hora de que loaceptemos para las realidades que nostocan de cerca.Pero como todo lo que nace es frgil, incierto y plagado de imper-fecciones, nuestro acercamiento ha de tener tambin estasmismascualidades. De ah la apariencia de ligereza. Un terreno movedizo re-quiere un andar consecuente con l, por lo que no es ninguna ver-genza practicar suifsobre las olas de la soclalidad. Es; incluso, unacuestin de prudencia, que adems no deja de revelarse eficaz. Aes-te respecto, la utilizacin de la metfora es perfectamente pertnen-te, ms all de sus ttulos nobiliarios y de su uso en las produccionesintelectuales detodos los periodos de efervescencia. permite las cris-talizaciones especficas que son las verdades aproximativas y momen-tneas. Se ha dicho que Beethoven sola encontrar enla calle los mo-tivos desus ms bellos temas. El resultado es innegable.Por qu noescribir nosotrostambin nuestras partituras a partir de lamismafuente?Al igual que ocurre con la persona y sus mscaras enla teatralidadcotidiana, la socialidad es estructuralmente astuta e inasible; de ahla desazn de los universitarios. los polticos o los periodistas, al des-cubrir que est en otra parte cuando crean haberla comprendido. Enuna carrera casi desesperada. los ms honestos de entre ellos se deci-den entonces a cambiar subrepticiamente de teora y a producir otrosistema explicativo y completo para poder captarla de nuevo. No se-ramejor, como ya dije, "serlo" y practicar igualmente la astucia? Envez de abordar de frente -de manera positivista o criticndolo- el da-to social que es huidizo, utilizar una tctica matizada y atacar de ma-nera indirecta. Tal es la prctica dela teologa apoftica, que no ha-blade Dios sinopor omisin. As, envezdequerer, demanerailusoria, aprehender firmemente un objeto, explicarlo y agotarlo, esmejor contentarse con describir sus contornos, sus movimientos, susvacilaciones, sus logros y sus diversos sobresaltos. Pero como todo sesostiene, esta astucia podr asimismo aplicarse a los distintos instru-mentos que se utilizan tradicionalmente en nuestras disciplinas y con-7Acerca deeste tema, "a certanoommunity of outlook" los remito al libro de W.Outhwalte,UJtdentanJing .fOCiallife, Londres, A1len and Unwin, 1975.ELTIEMPODELAS TRllIUSA MODODEINTIlODUCCINSe puede daruna idea del deslizamiento que est producindose enla actualidad yde la tensin que ste suscita en el esquema siguiente:Organi eaclones onmlco-poltispaa allJapo", Pars, PUF, 1982, p. 54. Se encontrar unejem-plo del uniforme en F.vaente, "Les Paninart", en So;lif,Pars, Masson, nm.10, sep-tiembre de 1986. Sobre la "orientalizacin", d. P. Le Quau, Lal.entalm brruMAi.lh', Pa-rs,DDB. 1998.lo quelate en la nocin de Stimmung (atmsfera), tan caractersticadel romanticismo alemn, sirve cada vez ms, por una parte, para des-cribir las relaciones existentes en elinterior de losmicrogrupos so-ciales, y, por otra, para especificar la manera como estos grupos se si-tan en su entorno espacial (ecologa, hbitat, barrio). Asimismo, lautilizacin constante del trmino inglsIeelingen el marco de las re-laciones Interpersonals merece particular atencin; servir de crite-rio para medir la calidad de los intercambios y para decidir acerca desu prosecucin o del grado de su profundizacin. Ahora bien, si nosreferimos a un modelo deorganizacin racional. qu cosa hay msinestable que el sentimiento?De hecho, parece necesario operar un cambio en nuestra maneradeapreciar losreagrupamenros sociales. A este respecto, se puedeutilizar con provecho el anlisis socohistrico que hace M. Weber_apropsito de la "comunidad emocional" (Gemeinde). El autor precisaque se trata de una "categora", es decir, dealgo que nunca ha existi-docomotal pero que puede servir. de revelador de situaciones pre-sentes. Las grandes caractersticas atribuidasa: estas comunidadesemocionales son su aspecto efmero, la "composicin cambiante", lainscripcin local, la"ausencia de organizacin" y la estructura coti-diana(Veralltiiglit:hung). Weber muestra igualmente que, con distin-tas apelaciones, estos reagrupamientos se encuentran en todas lasre-ligiones y, en general, aliado de las rigideces institucionales} Es laeterna historia del huevo y la gallina: resulta dificil establecer una an-terioridad, pero de su anlisis se desprende precisamente que del la-zo entre la emocin compartida y la comunalizacin abierta se susci-ta esta multiplicidad de grupos que llegan a constituir una forma de1gie des religicns",da 5l:ienaJ sotidIstln,.,./igiom, Pars, CNItS, 1974, nm. 17, pp. 17 Y21 yG. P.-Watier, Simmef, laMKiologiutl1l-p;riena, Pars. Mridiens Klincbied;, 1986.21 Ya he desarrollado esta idea de "centralidad subterrnea" enmis librooJanteriOl'-mente citados; conrespecto a M.Halbwach.t,d. La 0(1. cil., pp. 180-72ELTIEMPODELAS TRIBUSLA COMUNIDAD EMOCIONALdela existencia social escapa al orden de la racionalidad instrumen-tal. no sedeja finalizar ni puede limitarse a una simple lgica de ladominacin. La duplicidad, la astucia. el querer-vivir. se expresan pormedio de una multiplicidad derituales. desituaciones, degestuali-dad, de experiencias que delimitan un espacio de libertad.A- fuerzade ver siempre la vida como alienada, a fuerza deanhelar tanto unaexistencia perfecta y autntica, olvidamos amenudo, te, que lacotidianidad secimienta sobre una serie delibertades m-terstcales y relativas. As como seha reconocido en el terreno de laeconoma. podemos estar de acuerdo sobre el hecho de queexisteuna socialidad oscuracuyasdistintas y minsculas manifestaciones sepueden rastrear con facilidad.Adopto la perspectiva de Durkheim y desuescuela. que siempreprivilegiaron la sacralizacin de las relaciones sociales. Por mi parte,como ya he afirmado en diversas ocasiones -y no me cansar de re-perlo-, considero que todo conjunto dado, desdeel microgrupohasta la estructuracin estatal, es una expresin delo divino social,de una transcendencia especfica, aun cuando sta fuera inmanente.Pero yase sabe que, segn han mostrado numerosos historiadores delas religiones, lo sagrado es algo misterioso, aremorzanre, inquietan.te y que conviene contentarlo. con l, y las costumbres tie-nen precisamente esta funcin. Estas son a la vida cotidiana lo que elritual a la vidareligiosa stricto sensu;22 Es asombroso observar cmo,sobre todo en la religin popular. resulta bastante difcil -sta fue latarea constante de la jerarqua eclesistica- trazar una lnea divisoriaentre costumbres y rituales cannicamente aceptados. Se puede en-tonces as afirmar que, al igual que el ritual litrgico toma visible a laIglesia, la costumbre hace, por su lado, que una comunidad exista co-mo.tal. Adems. en un momento en el que lareparticin no estabacompletamente definida. segn P. Brown, fue intercambiandoconsuetudinariamentereliquias quelasdistintas iglesias locales seconstituyeron en una verdadera red. Estas reliquias sirven como la ar-138; Ysobre el anlisis, eneste sentido, delos libros de Goffmann. cf. U. Hannerz, Exp/qm'In. vilk, op. l.,pp- 2\! Sobre.loI""",tul",,,. r/. R. Otto, f"e wm, Pars, Payot, 1921; en lo que conciernea la popular, cf. M. Mesli, "Lephnomne religiellx populaire",f.es P"mlaim, Quebec, Universidad Laval, 1972,gamasa en el interior de una pequea comunidad, permiten que lascomunidades se unan y, por elle mismo, transformen "la distancia res-pecto delo sagrado en profundo gozo de proxmdad't.PToda organizacin in statu nmcendi ofrece un espectculo fascinan-te al socilogo, ya que las relaciones nterndvduales no estn toda-va fijadas, y las estructuras sociales tienentodava la flexibilidad dela juventud. Al mismo tiempo, es til encontrar puntos de comparacin para poder fonnalizar lo que se observa. A este respecto, el an-lisis del historiador de la civilizacin cristiana a partir de losmicro-grupos locales es sumamente pertinente. Aunque slo sea a modo dehiptesis detrabajo. es ciertamente posible aplicar el doble procesode religacin social y de negociacin con losagrado, propios de lasprimeras comunidades cristianas, alas distintastribus:las cuales sehacen y sedeshacenin praesenti. Por ms de un motivo, esta aproxi-macin es sumamente esclarecedora: organizacin, agrupamiento al-rededor deun hroe epnimo, papel dela imagen, sensibilidad co-mn, etctera, pero loque cimienta el conjunto eslainscripcinlocal, la espacalizacn y los mecanismos de solidaridad que son suscorolarios. Adems. es precisamente esto lo que caracteriza lo que hellamado anteriormente la sacralizacin de las relaciones sociales: poruna parte, el complejo mecanismo de dar y recibir que se estableceentre distintas personas y, por la otra, entre el conjunto as constitui-do y unmedio dado. No es importante distinguir entre intercambios"reales" o intercambios simblicos; en efecto, la comunicacin. en susentido ms amplio, no deja detomar los caminos ms diversos.El trmino "proxmica", propuesto por laEscuela dePalo Alto,parece dar plena cuenta delos dos elementos, cultural y natural, dela comunicacin en cuestin. A. Berque, por su parte, destaca elas--pecto "trayectivo"(objetivoy subjetivo) de dicharelacin. Quiz,convendra recurrir simplemente a la vieja nocin espacial de barrioy a su connotacin afectiva.24Es ste sin duda un trmino obsoleto.23P. 8rown, Le rnlle dn sainLl, trad. A. Rouselle, Par, Cerf, 1984, p. 118. Sobre lareligacin contempornea, sin compartirla mayoria de sus anlisis pesimis!all ni deSU5esperanzas, los remito al libro bien informado, de M, BolledeBal, La Ientalitm rollImu-nautai"" les /HJ1'tJdous k In.rdiona tI deIn. wntrH:l-lUTUI!, Bruselas, Univel'lliti deBrulle-ee, 1985 y aulU'UT tks sdnuzJ /u_i7w, DeIn. mm_, L'Hannattan,1996-24La Escuela de Palo Alto es actualmente bien conocida enFrancia; en g.:nernl; lasobnu deBateson y deWatza.lawicse encuentran traducidas al francs en la ediciones74ELTIEMPODELASTRIBUS LA COMUNIDAD EMOCIONAL76pero.que resurgehoyinsistentemente en los escritos de numerososobservadores sociales -seal de que ya est presente ennumerosa-mentes.Este "barrio" puede adoptar modulaciones harto distintas:estar delimitado por un conjunto de calles. designar una zona libi-dinalmente investida(barrio "caliente", "zona roja", etctera), refe-rirse a un conjunto comercial o a un punto nodal de transportes p-blicos, eltipo importa poco para nuestro asunto, en todos Jos casosse trata de unespacio pblico que conjuga una cierta funcionalidadconuna carga simblica innegable. Profundamente inscrito enelimaginario colectivo, noest empero constituido ms quepor unaencrucijada desituaciones. momentos, espacios y gente sinatribu-tos, que casi siempre, adoptan nombres bajo la forma frecuentemen-tedelos estereotipos y msbanales. La plazoleta, la calle, la. tiendao el estanco dela esquina, el caf de apuestas, el quiosco depe ridi-ces, etctera; he aqu. segn loscentros de inters o de necesidad,diversas manifestaciones triviales de la socialidad. Es, no obstante, esta manfesjacin la que suscita el aura especfica de tal o cual barrio.Este trmino loempleo aqu adrede ya que traduce claramente elmovimiento complejo de una atmsfera secretada por loslugares.por las actividades, y que les imprime recprocamente un color 'f unsabor particulares. Puede ser que setrate de esa espiritualidad ma-terialista dela que hablaba poticamente Edgar Morin cuando se re-fera a un deiermnado barrio de Nueva York que rezuma genialidadpor cmentarse sobre la "ausencia de genialidad desusindividuos"Y, extendindola ala ciudad entera, sta seconvierte en una obramaestra aun cuando"susvidas sean deplorables". Pero. prosigue,". .. si te dejas poseer por la ciudad. si te conectas con su flujo de ener-ga. si las fuerzasdemuerte que se esconden en ella para despeda-zarte despiertan en ti el querer-vivir, entonces Nueva York consegui-r pslcodelzartev."de!Seuit. Cf. el "digest" que propone deestos autores Y.Winkin, LaOOlRIf'l/.e rommmr;wtion, Pars, Seuil, 1982; eltrmino "trayectivo" es utilizado por A. Berque en su aruculo "Expressing korean mediance" Wcit. Sobre elbarrio, cf. K. Nosche, La Sig7lifi'"lion affll.lf' dI, quarlier, Pars, Librairie des Mridiens. 1983, y F. Pelleuer, "LeCl1lnanthropologique du quartier",eI.'iociU, Pars, Anthroprn,1975, nm.15.2!> E. Morin yK. Appe!, NIlI':INJYorlt, Pars, Oale. 1984, p. 64. Sobre e! "trayecto ''',tropotgico", pienso naturalmente enel libro clsico de G. Durand, Le.- slnU'llIre.(/111/0ropologqll4! t ......Pars. Bordas, 1969.Esta metfora expresa perfectamente el vaivnconstante entre-elestereotipo consuetudinario y el arquetipo fundador, Me parece quees esteproceso de constante reversibilidad lo que a mi jucio consti-tuye aquello que Gilbert Durand llama el "trayecto antropolgico";concretamente setrata de la estrecha conexin que existe entre lasgrandes obras dela cultura y esta "cultura" vivida al da lo que cons-tituyelaargamasade toda vida sodetal. Esta "cultura" puede asom-brar a ms deuno; est formada por un conjunto de pequeas "na-das"que, por sedimentacin, producen un sistema significante. Esimposible establecer una lista exhaustiva destas. lista que como talconstituira un programa deinvestigacin sumamente pertinente pa-ra nuestrotiempo; en ella tendra cabida desde elhecho culinariohasta el imaginario delos electrodomsticos, sinolvidar la publici-dad, el turismo de masas, el resurgimiento y la multiplicacin de lasocasiones festivas.l!6 Como vemos, setrata de cosas que dancumpli-da cuenta de una sensibilidad colectiva que tiene bastante poco quever con el dominio econmico-poltico que ha caracterizado a la mo-dernidad. Esta sensibilidad ya no se inscribe dentro deuna raciona-lidad orientada, finalizada(laZweckmtionalitiit webe riana), sino quese vive en el presente, se inscribe en un espacio dado. Hicel nunc:y,deeste modo, produce "cultura" cotidianamente, a la vez que permi-te la emergencia de verdaderos valores, a menudo sorprendentes ochocantes pero en todo caso ilustrativos de una dinmica innegable{tal vez convenga relacionar esto con lo que M. Weber llama laWer-trationalitiil) .Es esta comprensin de la costumbre como hecho culmrallo quenos permite apreciar la vitalidad de las tribus metropolitanas, ya questas secretan esaaura (la cultura informal)en la que, volens nolens,todos noshallamos inmersos. Son numerosos los ejemplos que po-dramos aducir al respecto. Su denominador comn es que invaria-blemente nos llevan hacia la proxmica. As, en elsentido ms sim-ple del trmino, tenemos esas redes deamistades cuyo nico objetivoes el dereunirse sinobjeto niproyecto especficos, y que cuadrcu-'16 Et Centre d'tudea sur l'Actuef et le Quotidien dela Sorbona(Pars V) seestespecializando en este tipo deinvestigaciones. Attulo de ejemplo, remito a los nme-ros dela revista SociBis, Pars, Masson, 8 (Turismo), 7 (cocina). as como al artculo deH. Strohl, "L'leceromnager", SoOIh, 9.EL TIEMPO DELASI..ACOMUNIDAD EMOCIONAL 77lancada vez msla vida cotidiana delos grandes conjuntos. Ciertasinvestigaciones ponen claramente de manifiesto que tales redes tor-nan obsoleta la estructura asociativa.27 Y,sin embargo, esta ltima ser flexible y cercana a los residentes, en contacto directo sus problemas; empero, por estar demasiado finalizada y organi-zada, se ha cimentando lamayora de las veces sobre una ideologapoltica oreligiosa en el sentido abstracto(lejano)del trmino. Enlas redes de amistad, la religacin es vivida por s misma, sin ningn ti-po de proyeccin. Adems, dichas redes pueden ser sumamente es-pecficas. Es gracias a latecnologa, en elcaso, por ejemplo, de losreagrupamientos privilegiados con Mnitel, '* donde el marco efme-rodetal o cual ocasin especifica que un determinado nmero_depersonas va a(re)encontrarse. Estas ocasiones pueden suscitar rela-ciones continuas o no. En todo caso, lo que s realizan efectivamentees la creacin de "cadenas"deamistades que, segn elmodelo for-malde las redes analizadas por la sociologa estadundense, permi-ten una multiplicacin de las relaciones nicamente mediante el jue-go de laproxmica: untal me presenta a un cual que conoce a unotro, etctera.Semejante concatenacin proxmica, sin proyecto, no deja dep':.o-ducir efectos secundarios. As, por ejemplo, el de la ayuda mutua. Es-taresulta de una antigua sabidura; aquella sabidura popular, enlacual es preferible no creer, que afirma que, en todos los sentidos deltrmino, la "vida es dura con los pobres... el dinero se gana dificil-mente y, por lo tanto, entre prjimos hay que prestarse ayuda y asis-tencia mutuas"." As resume E. Poulat el sustrato popular de la ideo-loga"democristiana". Porms deunmotivo, esunmodeloquemerece atencin, pues, ms all de la demacrada cristiana strnlfJ sen-su, podemos aqu percibir en forma de eco lo que fuera durante mu-Vase J. C. Kaofmann, ""ti MndiensKlincksied;, 1988. Sobre lasredes)' su formalizadn, d. U. Hannerz,ft "iU" afro ril., pp. 21().252. Sobre 10cotidiano en general, d. M. Maffesoli. La anupw du ptslml, 1979. DDB,1998. Minitel es una pequea lenninal infonnatizada y comercializada por la compaadetlefonos deFrancia, y funciona para consultar los bancos de datos e intercambiarinformaciones[T. J.2!! E. Poulat, Call.olicistlll',el socialistlll' (el movimiento catlico a y Mgr.Be-ngm, delnadmientodel $OCialismo a la victoria delfaso::ismo), Pans. Ca.stennan, 1977,p.58.chos siglos la doctrina social tomista; la cual tuvo un claro efecto enla formacin de una simblica comn. As, aparte de un anlisisso-ciohistrico, se puede asimismo acentuar la dimensin eocoanrropo-lgica, y destacar la ntima relacin que existe entre la proxmica yla solidaridad. En cierto modo, la ayuda mutua tiene forzosamenteque existir, no se origina por mero desinters: el apoyo prestado pue-deserme recproco el da en que lonecesite, De esta manera, todosse hallan incluidos enunproceso de correspondencia, de participa-cin que le concede preferencia al cuerpo colectivo.Esta estrecha conexin es igualmente discreta. En efecto, es conpalabras encubiertas como solemos hablar de las dichas e infortuniospersonales, familiares o profesionales, y esta oralidad funciona comoun rumor que, para este caso,tiene una funcin intrnseca: delimitael territorio en donde se efecta el compartir. El extranjero no obtie-ne en esta situacin su parte, y, si fuera necesario, se recuerda a laprensa, a la autoridad pblica y a los curiosos en general que "los tra-pos sucios se lavan encasa". Es un reflejo de supervivencia que con-cierne a la accin delincuente, pero que puede aplicarse igualmentea las acciones o a los momentos felices. Dehecho, bajo sus diversasmodulaciones, la palabra consuetudinaria, el secreto compartido, esla principal argamasa de toda socahdad. G. Simmello mostr clara-mente, de manera paroxstica, con respecto a las sociedades secretas;pero lo descubrimos tambin enlas investigaciones que ataen a lamedicina tradicional, que muestran que el cuerpo individual no pue-decurarse ms que gracias al cuerpo colectvo.t" Se trata en esteca-so de una metfora interesante, pues esta medicina, como se sabe,considera a cada cuerpo un todo que hay que tratar como taLPeroconviene igualmente observar que esta visin global se halla a menu-do redoblada por el hecho de que el cuerpo individual total es tribu-tario de ese todo que es la comunidad. Esta observacin permite dartodo su sentido al trmino "ayuda mutua", no remitiendo nicamen-te a esas acciones mecnicas que son las relaciones de buena vecin-dad.Dehech'o, laayuda mutua, tal y como la entendemos aqu, se29 cr.. en elle sentido, el ejemplo africano en E. de Rosny, LaJ/!I/JI: de lila chiuR. Fa-ris, Plon, 1981, pp. 8I}' 111. Sobre el rumor ysu funcin, ct;M. B. BemardyV. Cam-pian, Ligmb.J wMines, Pars, Payot,1992. El artculo de G. Simmel, -Les soct seca- NOIlvtlk mJlU de Pans, Gallimard, 1977.18ELTIEMPODELAS TRIBUS LA COMUNIDAD UIOCIONAL '19inscribe en una perspectiva orgnica en la que todos los elementosconfortan. mediante su sinergia. al conjunto de la vida. As, la ayudamutua sera la respuesta animal, "no consciente", del querer-vivir so-cial: una especie de vitalismo que "sabe", enel sentido de saber incor-porado, que launicidad es la mejor respuesta al dominio de la muer-te, algo as como un desafo. Cedmosle a este respecto la palabra al"poeta:Ser slo uno contodo loque vive! Ante tales palabras... la dura Fatalidadabdica, la muerte abandona el crculo delas criaturas y el mundo, sanado dela separacin y elenvejecimiento, irradia intensificada belleza.HLDERUN, H)perl6nEste sentimiento colectivo de fuerza comn, esta sensibilidad ms-rica que cimienta el perdurar, se sirven devectores bastante triviales.Aunque no es posible analizarlos aqu, se puede decir que se trata detodos loslugares de la charla o, msgeneralmente, dela conviviali-dad: cabarets, cafsy otrosespaciospblicos, queson"regionesabiertas", es decir, lugares en donde es posible dirigirse al prjimo y.por ende, a la alteridad en general. Hemos partido dela idea delasacralidad de las relaciones sociales; pues bien, como mejor se expre-saesta idea esenlacirculacin de lapalabra que. por logeneral,acompaa a la circulacin de la comida y de la bebida. No olvidemosque la eucarista cristiana, que pone de manifiesto la unin de los fie-les y la unin con Dios, no es ms que una delas formas logradas dela comensaldad que se encuentra en todas las religiones del mundo.As queda estilizado el hecho de que, en el caf, durante el transcur-so de una comida, al dirigirme al prjimo, es a la deidad a quien medirijo. Volvemos as a la constatacin, tantas veces expresada, que re-nelo divino, el conjunto social y la proxmdad.P La comensaldad,bajo sus distintas formas, no es ms que la visibilidad de esta comple-:lII Est por hacerse, en este sentido, unamplio estudio sobre los lugares publicos.Las inw.stigaciones sobre los bares, bajo la direccin deS. Hllgon, se estn realizandoactualmente enel CEAQ: sin embargo, nrn; podemos remitir a C. Bougle, EISa" mr fenigi"" des (;(/,,1/"''Co a la lgica del proyecto. As, pese a lo quepueda parecer la energa de la que se ha tratado aqu, causa y efec-todel simbolismo socetal, puede ser designada como una especiedecentralidadsubterrneaque se encuentra constantemente tanto enlas historias de cada uno como en aquellas que puntualizan l vidacomn.Hay una frmula en ldeologiay uiopl, de Karl Mannheim, que re-sume claramente esta perspectiva: "Existe una fuente de historia in-tuitiva e inspirada que la historia real en s no refleja sino de maneramperjecta" Perspectiva mstica, mtica por excelencia, pero que nodeja de iluminar numerosos aspectos dela vida concreta denuestrassociedades. Por cierto, lamstica conlleva una esencia ms populardelo que suele creerse, en todo caso su arragamento claramente loes. En su sentido etimolgico nos conduce a una lgica de unin: loque une a los iniciados entre s; forma paroxstica dela religin("""ligare) .Como se recordar, KarlMarx defina la poltica como una formaprofana de la religin. As, en el marco denuestra temtica, y yandounpoco ms all, sera una ineptitud total afirmar que, en el mov-miento pendular de las historias humanas, la acentuacin de la pers-pectiva mstico-religiosa relativiza el compromiso poltico. Aqulla fa-vorecera ante todoel estar-juntos, steprvlegiara laacciny lafinalizacin de dicha accin. Para ilustrar esta hiptesis con un ejem-plo a la moda (pero nada es intil para la comprensin del Espritudel tiempo en que vivimos), se puede recordar que el pensamientozen(Tch'an)y la mstica taosta, fuertemente arraigados en la masachina. resurgen conregularidad, oponindose siempre a las formasinstituidas de la ideologa y de la poltica oficial de Estado chino. Esel estallido del concepto, as como la espontaneidad y la proximidadR K. Mannhejm, ld;%gie eI..wpI!, Pars. Ma.-cel 1956, p. 96.126t:L TIEMPODE.LAS TIlIBUS LA SOCIAUDAO CONTAA LO SOCIAL127que estas.Inducen, lo que les permite favorecer la noja resistenc!a ola revuelta activaentre las masas." y tldd, Pars, d Universitaires,pp. 24 Y40.,\40ELTIEMPODELAS TRIBUSLA SOCIAUDAD COroTRA LO SOCIALHIel estrecho que existe entre estas y el.orden natural. Vemos as claramente lo que allOdlV1dua-lismo como practica --esto por rescontado-, pero tambten como caos-truccon deolgtca- ._. Lamemoria colectiva es ciertamente una buena expreslOD paradescribir elsimblico y el mecanism,o de deque acabo pe hablar, Por supuest?, t,numo estaun ,tan-to desgastad9 o anticuado, pero SigueconJusteza ngorque, as como no existe una duracin individual, tampoco existe unpensamiento singular. Nuestra conciencia noms que un puntode encuentro, una cristalizacin de corrientes diversas que, con ponderadonesespecficas, seentrecruzan, sesere,pelen. Lasconstrucciones ideolgicas, aun las ms dogmucas, son ejemplosbales de ello; en efecto, nunca llegan a estar completamente unifi-cados. As.que un pensamiento personal es el quesgne la "pendiente de.un pensamiento colectivo".31 Estolo rano cada quien a su manera. los investigadores contemporneos enfsicaterica o tambin en biologa. como es elcasodeRSheldra-ke.habla de"creoda"(direccin necesaria)p:ua describir lasimultaneidad de descubrimientos cercanos o parecidos en labora-torios muy.alejados unos de otros. Partiendo dehiptesisaunque participando en el mismo "espritu del,tiempo,", estos mves-tgadores constituyen un grupo. auneste este punteado oatravesado por conflictos. Se puede decir 10mismoa los rea-grupamentos constitutivos de la socialidad; cadaa su mane-ra, componeSIl, ideologa, su historia particular, a parur deele-mentos dispares que se encuentran repartidos por todos los nncone.sdel mundo. Estos elementos pueden tomarseprestados de latrad-cen del lugar o, por el contrario, serrespecto asinembargo. sus ensambles presentan similitudes que vana consu-tuir una especie de matriz dandonacimiento y confortando las re-presentaciones particulares. .Se dira que esta manera de plantear el problema permitela clsica pregunta enciencias sociales: loso grupos indiferenciados los que latambin;es el "gran hombre" providencial o, ms bien, la aceren ciega delas31 Gr. M: Halbwa, hay que combatirlo? En todo caso, es necesario reconocer losefectos de tal actitud. Enla medida en la que, en un mbito dado; losgrupos pueden ndattvizarseunos a otros, este mecanismo delclan pue-de permitir el juego de la diferencia, la expresin detodos y, por tan-to. una forma de equilibrio. Es la mafia, de la cual he dicho antes enalgn momento que poda ser la "metfora dela' Sciedad".35Cuan-do se respetan las normas de buena conducta, existe regulacin y 01'-den orgnico. Lo que no deja de ser benfico para todos.Todos los actores son partes integrantes del mismo escenario, altiempo que sus papeles sondterentes.jerarquzados, a veces cono-tuales. La regulacin recproca es, ciertamente, una constante huma-na, una estructura antropolgica que descubrimos entodos los gran-des grupos socioculturales. Esto lo puso muy claramente de manifiestoG. Dumzil, y la fsica moderna loredescubri a su manera: la relati-vidad general de Einstein es buen testimonio de ello. En cada uno deestos grandes grupos se descubre un indudable politesmo, que pue-de estar bien afirmado oms o menos oculto. Pero, aun cuando haymonovalencia aparente de un valor (de un dios), se descubre siempreun valor o varios valores alternativos, a me.ua voce, que no dejan de ac-tuar en la estructuracin social y en su equilibrio: tal es el caso, porejemplo, de la multitud demovimientos herticos enel seno de la r-gida cristiandad medieval, otambin del hasidismo popular que per-mear profundamente el intransigente monotesmo mosaco.w . Yosoyde uno. yo soy del otro {T.].Si A. Medam, Arm..... rh NapiLs, Pars. di!ion desAulre8. 1979. p. 78. hace un buenanillisis del cJientelismo en Npcles. Paralas empresas, podemos remitimosaA. Wld-ham y M. Penereon, LesRamsay. 1984. Buenos anlisis y clasificacinde filiales.3/; M. Maffesoli, "La maffia comme mtaphore de la sodalik'-. Ca1Uer3rhPars, PUf, 1982, vol. l.xxm, que da, en este sentido, G. Durand. 1:.pl1uielstPSJ"216El TIEMPODElASTRIBUSA imagen de la qumica, se puede decir que todo es cuestin decombinacin: por asociacin diferenciada delos elementos se obtie-ne tal o cual cuerpo especfico; pero, a partir de un cambio mnimoo en funcin deldesplazamiento de un elemento, el conjunto puedecambiar de forma. Es as como, en definitiva. se opera el paso deunequilibrio sociala otro. Es en el marco de dicha combinatoria comohemos tratado de apreciar el papel deltercero. esa cifra "tres", engen-drador de sociedades, pero tantas veces olvidado. Ciertas referencias.hisrrcas tericas o anecdticas han pretendido recalcar que su tomaen consideracin corresponde siempre a un momento fundador. unmomento de cultum.En cambio. el debilitamiento que supone el pa-so de la cultura a la civilizacin tiende a favorecer el encogimiento enla unidad, a suscitar el miedo al extranjero. Otra idea conductora esel postular que la efervescencia provocada por el tercero es correlati-va a una acentuacin del pueblo, que se conforta con el juego deladiferencia, que l estima benfico para cada uno.Las imgenes reli-giosas y msticas son, a este respecto, particularmente ilustrativas, puesrecuerdan, y encaman mal que bien, de manera cotidiana, una uto-pa colectiva, aquel imaginario deuna comunidad celeste en donde"todos seremos idnticos y distintos. Como idnticos son, y distintos,todos los puntos de una circunferencia con relacin a su centro't."Como se ve, esta reflexin alusiva ymetafrica no deja de tener re-lacin con larealidad contempornea; ya lohe ido indicando fre-cuentemente a lo largo del presente anlisis. La socialidad que se es--boza ante nuestros ojosse funda, con mayor o menor fuerza segnlas situaciones, en el antiguo antagonismo del errante yel sedentario.Al igual que en todo paso deuna combinatoria a otra, esto no quedaexento de miedos y de temblores, incluso por parte de los observado-res, quetambinsonprotagonistassociales. Perosisabemos darmuestras delucidez, lo que,lejos detoda actitud enjulciadora, esnuestra nica exigencia, sabremos reconocer,parafraseando a WaI-ter Benjamin, que "no existe documento de cultura que no sea tam-bin documento debarbarie".cM, Pars, Denoel, 1980, p. 143 Ynotas. Sobre Einstein y la relatividad general, ef.J.-E.Charron, 1:(..\1"';1, cel nomnu; Pars, A1bin Michel, 1977, p. 56.37J, Lacaniere, L'i/i (m.-. Par!,Plon, 1976, p. 54. Anlisis del misticismo griego.6. DE LA PROXMlCA"lA COMUNIDAD DE DESTINOPor encontrarnos.obnublados ante las grandes entidades que se hanimpuesto a partir del sigloXVIII: la historia, la poltica, la economa,el individuo, tenemos cierta dificultad para enfocar nuestra miradaen"lo concreto ms extremo" (W. Benjamin) que es la vida que a to-dos nos toca. Sin embargo. parecera que tratamos aqu de un envitenada desdeable, y en todo caso ser ineludible durante los deceniospor venir. No se trata, por cierto, de una cuestin nueva, y al final deesta explicacin, fiel a mi estilo, intentar mostrar a la vez su arraiga-miento antropolgico y las modulaciones especficas que pueden ca-racterizarla hoy da.Hay momentos en los que cuenta menos el individuo que la comu-nidad en la que ste se haya inscrito. Asimismo, lo que importa no estanto lagt"a!l historia que describe los hechos, sinolas historias vivi--das da a dJ,las situaciones imperceptibles, que constituyen precisa-mente la trama comunitaria. Estos dos aspectos me parecen camele-rfsrcos de lo que puede expresarse mediante el trmino "proxmca"Estorequiere, naturalmente, estar atentos al componenterelacionaldela vida social.El hombre en relacin. Noslo la relacin nterin-dividual, sino tambin lo que me liga a un territorio, a una dudad, aun entorno natural, que comparto con otros. As podramos definirlas pequeas historias vividas da a da:' .tiempo quesecris.taliuJ en espa-cio; Desde este puntO de vista, la historia de un lugar se convierte enhistoria personal. por medio dela sedimentacin, todo lo anodino,-hecho de rituales, olores, ruidos, imgenes, construcciones arquitec-tnicas- se convierte en lo que Nietzsche llamaba un "diario figurati-vo", en donde se aprende lo que hay que decir, hacer, pensar. querer;que nosensea "que aqu se podra vivir puesto que se vive". As, seforma un "nosotros" que permite a cada quien mirar "ms all de la efi-mera yextravagante vida individual", sentirse "como el espritu de la ea-sa: del linaje, de la ciudad". Imposible expresar mejorel cambio de per-spectiva que, a mi entender, es preciso efectuar. Un enfoque diferente,[217J218.EL TIEMPODELAS TRIBUSDE LA PIlOXtMlCA 119y se acentuar aquello que es comn a todos, que es hecho por todos,aun de manera microscpica "Puesto que la historia viene de abaio."Ocurre que regularmente dicha acentuacin logra expresarse. ycabe preguntarse si no nos encontramos ante uno de esos momentosde fermentacin en los que. al haberse saturado ciertos grandes idea-les, se elaboran mediante una alquimia misteriosa las maneras de serque van a regir nuestros destinos. Se trata de transmutacin, pues na-da se crea; as, cierto elemento relegado. peroque jams ha dejadode estar presente, vuelveal frente del escenario, adquiere una signi-ficacin particular y se torna determinante.Estomismo ocurre con las distintas formas de reuniones prima-rias, que son los elementos debase de todas las estructuraciones S6-ciaes. En su anlisis: de la civilizacin helenstica, F. Chamoux obser-va que aquello que setiende acalificar de perodo dedecadenciapudo ser considerado como "la edad de oro de lapolis griega". Talvez sta no determine ya una historia en marcha, pero suintensa ac-tividad cotidiana testimonia una vitalidad propia, una fuerza espec-ca, que se consagran al afianzamiento de aquello que es"la clulacomunitaria en la que descansa toda civilizacin".2En efecto, las gran-des potencias pueden enfrentarse para regir elmundo en sutotali-dad o para hacer la historia; por su parte, la ciudad se contentaasegurar superdurar, proteger suterritorio y organizar su vida alre-dedor demitos comunes. Mito contra historia. Empleando de nuevouna imagen espacial, a la extensin(ex-tendere) de la historia se opo-ne la"in-tensin"(in-tenden:) del mito, que va a privilegiar lo que secomparte mediante el mecanismo de atraccin/repulsin que leesinherente.stees, por cierto, uno delos factores delpolculturalismo ante-riormente abordado(captulo 5). En efecto, el binomio tartorio-mi-.to, que es el principio organizador dela ciudad, es causa y efecto de_la difraccin de dicha estructura. Es decir, que, cual una mueca ru-sa, la ciudad encierra otras entidades del mismo gnero: barrios, gru-postnicos, corporaciones, tribus diversas, que van a organizarse al-rededor deterritorios (reales o simblicos) y de mitos comunes. EsWS1Sobre Nietzsche, cf. el anlisis que hace F. Ferrarotti, Hi./ni", d lk vie, Pa-r&, Lbrairie des M":ridiells, 1983, pp- 32 ss.2 F. Chamoux, Lo helJi"isliqlu, Pars, Arthaud,1981. p. 211.ciudades helensticas descansan esencialmente en ladoble polaridaddel cosmopolitismo y del arraigamiento (lo que no excluye produciresa civilizacin especfica que todos conocemos).' Qu quiere deciresto sino que la multiplicidad de los grupos, fuertemente unidos porsentimientos comunes, va a estructurar una memoria colectiva cuyadiversidad misma es fundadora? Estos grupos pueden ser de diversandole(tnicos, sociales), estructuralmente, essudiversidad lo queasegura launUidad dela ciudad. A imagen delo que dice S. Lupascode lo"conrradictorial" sco olgico', es latensinentre los diversosgrupos lo que asegura la perennidad del conjunto;La ciudad de Florencia es, en este sentido, un particular-menteilustrativo. As, cuando Savonarola sepropone describir elideal-tipo deuna repblica, ser la estructura florentina la que utili-zarcomo modelo. Ycul es? Bastante simple, en realidad, y muy dis-tinto de la connotacin peyorativa que se suele atribuir en general alcalificativo de "florentino". As, en su DePotia cimienta la arquitec-tnica de la ciudad sobre la idea de'proximdad. La civilases una com-binacin natural de asociaciones ms reducidas(vict). Es el juego deestoselementos, unos con relacin aotros, lo que asegura el mejorsistema poltico. De manera casi durkleimiana, hace descansar la so-lidez del sistema en estas "zonas intermedias", que escapan tanto a laextrema riqueza como a la pobreza exagerada."As, la experiencia delo vividocomn es precisamente lo quefunda la grandeza de una ciudad. Cierto es que Florencia no carecidebrillo. Yabundan los observadores que destacan lo que ste le de-bi a una antigua "tradicin cvica popular". El humanismo clsicoque produjo las obras maestras que conocemos pudo as ser do por la culturavolgare.f> Conviene recordar este hecho, flUes,poltica exterior de la ciudadnofueparticularmente gorosa, suVI-3Jbid., p. 231, sobre otra aplicacin deestapolaridad, d. el tipo ideal de ciudadelaborado por la Escuela de Chcagc: enpanicular, E. Burgess: U. Hannerz, Ex:plom" faviJh, Pars, Milluit,1983, p. 48.4 Se haDar UIl anlisis de Ih PolWa. d. D. weinstdn, SaoonaroiedFlorffla, Pars, Cal-mann--Lvy, 1965, pp. 298-299. .5 [bid., pp- 44-45 Ynotas 18 y 19 respecto a la irradiacin dela ciudad deFlOTeIlCIa.Sobre "elespacio como categora de nuestro entendimiento", cf. A; Molesy E.mer; LesdTyrinllw dqW:u. PaJis, Mridiens,1982; sobre la "comunidad desentido,d.J. F. 8ernard-Bchariers, JinJIu: frarlfaiY du marfuting, 1980/1, cuaderno 80.220ELTIEMPODELAS TR,IBU8DELA PII.OXMICA 221taldad interior, yello entodos los campos, ha dejado un impacto quedur mucho tiempo. Ahora bien, esta vitalidad se cimienta ante todosobre aquello que podramos llamar un mcrolocalsmo generadorde cultura.He hablado anteriormente de "combinacin natural". Este "natu-ral" es, por supuesto. medianamente cultural; es decir, surgido de unaexperiencia comn y deuna serie de arreglos que, mal quebien. halogrado constituir una especie de equilibrio a partir de elementos fun-damentalmente heterogneos, Armona eonflictual en cierto modo.Estollam particularmente la atencin deM. Weber, elcual, en suensayo sobre la ciudad, deja constancia del vaivnque se estableceentre el pueblo(popolo) y la estructura poltica. Naturalmente, no setrata msque de una tendencia, pero no deja de ser ilustrativa y dedar cumplida cuenta del ajuste entre la dvitasy el vicusque acabamosde mencionar. Descubrimos aqu algodela dialctica cosmopolis-mo/arraigamiento de las ciudades helensticas; si bien los dospoloslos constituyen en este caso la familia patricia y el pueblo. Enprimerlugar, dichas ciudades se neutralizan, por as decir. Los "jefes de lasfamilias militar y econmicamente mspoderosas serepartan(los)puestos y los cargos oficiales, asegurando as la gestin de la ciudad"."Expresinpoltica del politesmo de losvalores, este reparto deloshonores es una manera de, a la vez que sedistribuye, atemperar elpoder. Al mismo tiempo, merced a esta estructura prcticamente es-tatista, laciudad tena su propia autonoma(econmica, militar, fi-nanciera), pudiendo as negociar con otras ciudades igualmente au-tnomas.Sin embargo, esta autonoma se hallaba relativizada en el seno delapropia dudad mediante la organizacin delpopolo. Esteltimo,contrapunteando alos patricios, representaba "lafraternizacin delas asociaciones profesionalesi arti o paratin)", lo que noleimpedareclutar una milicia y contratar asalariados(el Capitanus popoli y suequipo de oficiales).7Se puede afirmar que estas fraternzacones sur-gidas de la proximidad: barrios, corporaciones, representaban el "po-dero", la sociabilidad de base de las ciudades encuestin. Es en estesentido en el que loprximo y lo cotidiano, pese a loque pueda pa-6 Gr. M. Weber, La vilJe, Pars, Aubier-Momaigne,1984, p. 72.1 [bid., p. 129.recer, aseguran la soberana sobre la existencia. Constatacin que seimpone de manera puntual, como loilustran algunos ejemplos his-tricos; sinembargo, como suele ocurrir, lo que se deja ver en estosmomentos paroxsticos no hace sino traducir una estructura profun-da, que garantiza, en tiempo ordinario, la perennidad decualquiertipo deconjunto social. Sinprestar a este trmino una connotacinpoltica muy precisa, se puede decir que la constante "pueblo" es, ensus distintas manifestaciones, la expresin mssimple del reconoci-miento de lo local como comunidad de destino.El noble, por oportunismo o alianzas polticas, puede variar, cam-biar de pertenencia territorial; elmercader, por las exigencias mis-mas de suprofesin, se halla en constante circulacin; por su parte,el pueblo garantiza el mantenimiento. Como lo indica G. Freyre res-pecto a Portugal, es l"el depositario del sentimiento nacional y nola clase dominadora".8 Por supuesto, hay que matizar tal afirmacin;pero es innegable que, frente a los frecuentes pactos de las clases di-rigentes, encontramos un cierto "intransigeruismo" en los estratos po-pulares. stos se sienten ms responsables de la "patria"; tomando es-te trmino en su sentido ms simple: el territorio de los padres. Estose entiende, poco mvil de por s, el pueblo es snictosensuun "geniodellugar". Su vida diaria garantiza la unin entre el tiempo y el espa-do. Es el guardin "no consciente" dela socalidad.Es en este sentido como hay que entender la memoria colectiva, lamemoria delo cotidiano. Este amor al prjimo y a 10 presente es, dehecho, independiente de los grupos que lo suscitan. Expresndonosa la manera de W. Benjamin, estamos aqu ante unaura, un valor en-globante: eso que ya antes he propuesto llamar una "transcendenciainmanente". Es una tica que sirve de cimiento a los distintos gruposque participan en este espacio-tiempo. As, tanto el extranjero comoel sedentario, tanto el patricio como elhombre del pueblo forman,volens noens, parte integrante de una fuerza que los supera y que ase-gura la estabilidad del conjunto. Cada uno de estos elementos es du-rante cierto tiempo prisionero de ese glutinummundi que, segn losalquimistas de la Edad Media, garantizaba la armona de lo total y delo particular.'8 G. F.-eyre, Mailu., ~ l e s c l a ~ .. la formalitm de la nll:ii/i brmnllu, Pars, Gallimard,1970. p. 201.222EL TIEMPODELAS TRIBUSDE lA PROXtMlCAComo ya he dchoanteriormente, existe una estrecha relacin en-treel espacio y lo cotidiano-Aqul es,ciertamente, el conservatoriodeuna socaldad que ya no se puede seguir desdeando, como po-nen demanifiesto numerosas investigaciones sobre la ciudad. Esto lotraduce la interrogacin, un tanto prudente a mi parecer, deHRay-mond en su prefacio al. libro de Young -y WilImott: ~Hay que pensarque, en ciertos casos, morfologa urbana y modo devida obrero lle-gan a formar un todo armonco>'? Por supuesto una armona seme-jante existe. Es incluso elresultado de eso que yo he propuesto lla-mar "comunidad dedestino". Y para quien conozca por dentroesetipo de viviendas que son las "vecindades" del norte deFrancia o los"conjuntos habtaconales" de lospueblos mineros del sur y centrodel mismo pas, no existir duda alguna de que es esta "morfologa"la que sirve de crisola la conjuncn delos distintos gmpos entre s.Naturalmente, y nunca se insistir en ello lo suficiente, toda armonaintegra una dosis de conflicto. La comunidad de destino es un aco-modo respecto al entorno natural y social y comotal debe confron-tarse a la heterogeneidad bajo sus diversas formas.Esta heterogeneidad, este aspecto contradictorio, ya no son mslos de la historia sobre la que se puede actuar -parcularmente me-diantela accinpoltica-, sino aquello con lo que hay quenegociary llegar mal que bien a un acuerdo. Yesto no se puede juzgar a par-tir deuna vida que,noestuviera alienada, a partir de una lgica del"deber ser". Refirindonos a la metfora aimmeliana "del puente y dela puerta" -lo que une y lo que separa-, la acentuacin delo espa-cial, del territorio, hacedel hombrerelacional una amalgama deapertura y de reserva. Yya se sabe que cierta afabilidad es a menudoindicio de un potente "ensimismamiento". Digo todo esto para dejarbien claro que la proxmica no significa, en modo alguno, unanimis-mo; no postula, como la historia, la superacin de lo contradictorioni de aquello (o de aquellos) que molesratn). Segn la expresin tri-vial: "hay que contentarse con lo quenostoca". Deah unaapropia-cin, por relativa que sea, dela existencia. Enefecto, al no apostar yapor una posible vidaperfecta, ni por unparaso celeste oterrestre,9 H. Raymond, prefacio a M. Young y P. Willmou, Le v i l b j ~ "'an..in. TJifk, Paris,cel,Centre Georges Pompidou, 1983, p. 9. Vase Sirnrnel. ap. rilo[T.l.nosconformamos con lo que tenernos. Ycierto es que, ms all desus diferentes y a menudo pobres declaraciones de intencin, losprotagonistas de la vida comn y corriente son, de manera concreta,de una gran tolerancia para con el prjimo, los otros, lo que ocurre.Esto permite que, de manera paradjica, pueda brotar de la miseriaeconmica una innegable riqueza existencial y relacional. En este sen-tido, tomar en consideracin la proxmca puede ser el medio apro-piadopara superar nuestra habitualactituddesospecha y paraapreciar las intensas implicaciones personales e nterpersonales quese expresan en lo trgico cotidiano.Esta expresin la empleo aqu con toda intencin, pues las relacio-nesfundadas en la proximidad distan mucho de ser-relajadas. Em-pleando una expresin conocida, las "aldeas urbanas" pueden tenerrelaciones a la vez densas y crueles. En efecto, el hecho deconocersiempre algo sobre el prjimo, sinconocerlo con exactitud, no dejade afectar notablemente los modos de vida cotidianos. Contraria-mente a una concepcin de la ciudad formada por individuos libresque mantienen esencialmente relaciones racionales -bstenos, a es-te respecto, recordar el adagio conocido segn el cual el ambiente dela ciudad nos hace libres:Stadduft macht m-, parecera que las me-galpolis contemporneas suscitan una multiplicidad de pequeosenclaves fundados enla interdependencia absoluta.La autonoma(individualismo) del burguesismo est siendo remplazada por la he-teronoma del tribalismo.Dmosle a ste el nombre que queramos:barrios, vecindarios, grupos de intereses diversos, redes, estamos asis-tiendo al retorno de una implicacin afectiva y pasional, cuyo aspec-toestructuralmente ambiguo y ambivalente es de sobra conocido.Como ya he dicho, aqu describo una "forma" matricial. Enefec-to, esta tendencia afectual es un aura que nos empapa, pero que pue-de expresarse de manera puntual y efmera. Tambin esto forma par-tedesuaspecto cruet. Yno es contradictorio, como dice Hannerz,ver materializarse "contactos breves y rpdos".'? Segn los interesesdel momento, y segn los gustos y lasocasiones, la implicacin pasio-nal va a conducir hacia tal o cual grupo, otal o cua actividad. Llam10 Cf. U. Hannerz,ap. cil.., p. 22; sobre las "aldeas urbanas", d. H. Oans,v" urlHmvi/lagrr3, Nueva York, Free Presa, 1962. Sobre la atraccin, d. P.Tacussel, L'allmclm_cWle, Par, Klincbieck, 1984.ELTlEMPQDELASTRIBUSDELA PROX!MICA225aes-to "unicidad" de.a comundad, o una especie de unin puntea-da, 10 cual, naturalmente, induce .la adhesiny ladiscrepancia, laatraccin y la repulsin, ,y, por ende. no est libre de todo tipo de des-garramientos y conflictos. Estamos aqu, sin duda, y es.toes una. terstca de las ciudades contemporneas, en presencia de la dalct-ca masa-tribus, en la qUt; la masa sera el polo englobante y la tribu elde la cristalizacin, particular. Toda la vida social seorganiza alrede-dor de estos dos polos en un movimiento sin fin; movimiento ms omenos rpido, ms O; menos intenso, y mso menos "estresante" se-gn los lugares y las personas. En cierta manera, la del inducida por este movimiento sinfinpermite reconciliar la esratrca(espactos.estrucruras) y Ia dinmica(historias, discontinuidades),que, por lo general, se consideran antinmicas. Junto a conjuntos c-vilizatorios, que vana serms bien "reaccionarios", es decir, privile-giadores delpasado, latradicin y la inscripcin espacial, yjunto aotros conjuntos progresistas, que van a hacer particular hincapi enelfuturo, el progreso y el avancehacia el porvenir, podemos imagi-nar agregacionessociales que alen "contradictoriamente" estas dosperspectivas yhagan deja "conquista del presente" su valor esencial.Ladialcticamasa-tribupuedeservir entonces para expresar estacompetencia (cumfeteTe).1l . . .unatemtica que, desde G. Durand y E. Morn, nodejaya indiferentes a los intelectuales, habra que reconocer que hayun.proceso sinFinque va de la culturalizacin de lanaturaleza a lanarurallzacin de lacultura.Jo que conduce a entender al sujeto ensu a la vez natural y social. Eneste sentido, es menester estaratentos a losque se estn operando ennuestras sociedades.El modelo puramenteracional y progresista de Occidente, que sabe-mos, conoci la muudializacin, se halla en vas de saturacin, y es-tarnos asistiendo a Imerpenetraciones de culturas que no puedendejar de.recordamos eltercer trmino(contradctoral)alque aca-bamos de hacer referencia. Junto a unaoccidentalizacin que, desdeII Sobre este tema y sus categorias esenciales. remito a mi libro M. Maffesoli,lA am-qt.uivdu pri'lrnl, Paris(1979), IJnR, 1998. Empleo aqu el trmino dialctico enel senti-dosimple (aristotlico)del tnnino: unpennanenle deunpolo a otro; com-parable cn'la accin-retroaccin"O con 'l;i rizo"moriniano": cr., a esterespecto, E.Motin,l.a mil1wik,t. 3,IA.COtImlissanu de la ronnlJissa1U>', Parfs, Seuil.1986.Finales del sigloXIX, fuegalopante, seobsetvan'numerosos indiciosque remiten a lo que se podra denomnarna "orentalzacn" delmundo, sta se expresa en modos de vida especficos, nuevas'coetum-bres indumentarias, sin olvidar las nuevas'acttudes respecto a la ocu-pacin del espacio y el cuidado del cuerpo'. Sobre'este ltimo punto,en concreto, cabe advertir el desarrollo 'yla multiplicidad de las "me-dicinas paralelas" y diversasterapias de' grupo. Varias investigacionesen curso demuestran, de hecho, que, lejos de ser marginales estasprcticas, bajo formas diversas se capilarizan en el conjunto del cuer-po social. Naturalmente, esto corre ala par conla introduccin'deideologas sincretlstas que, al atenuar la clsica dicotoma cuerpo/al-maelaboran de manera subrepticia un nuevo espritu deltiempo, alque el socilogo no puede mostrarse indiferente. COmo ha demos-trado Baltruealte a propsito de la egiptomaila,' esta intrusin de 'la"extraeza" se da de manera puntual; con todo', se dira que el pro-ceso que sta contiene ya no est reservado a una lite y que sobre 10-do secreta esas pequeas tribus que, mediante concatenaciones y en-trecruzamlentos diversos, hacen acto y efecto de cultura.P . ..Ahora bien, la caracterstica esencial de los indicios a que acaba-mosdereferimos esla deconstituir una nueva configuracin de larelacin espacio-tiempo. Reutilizando lasnociones propuestas desdeel principio, sehace hincapi en lo prximo y en loafectual.: en loque une a un lugar, que es vivido con los dems.A modo de ilustra-cin heurstica, me referir aqu a ABerque, quien declara que "noesimposible que ciertos aspectos actuales dela: cultura occidentalcoincidan con ciertos aspectos tradicionales de la culturajaponesa".I!IAhora bien, si seguimos con atencin su anlisis en este punto, obser-varemos que los puntos fuertes deesta coincidenciarefieren a' laacentuacin delo global, de lanaturaleza, de larelacin con elen-torno, cosas todas que inducen un comportamiento de tipo comuni-tario: "La relacin naturaleza/cultura. y la relacin sujeto/prjimo,estn ligados indisolublemente a la percepcin del espado"(p. 64).l'l Attulo de ejemplo, se puede sealar, en el marco del (&Q, Pars V, la tesis deE.'Ieiasier sobre la asttologa; . asimismo el libro S.Joubert, La misonfJolJthiisk, Pari"L'Harmattan, 1991. Se puede Iambin hacer referencia a laobra de]. ljumazedier, ejemplo La rioolutitm du terrtpsKliencb:ied. 1988. , . _. . ,. 'IS A- Berque, Vivno I'espna auJaf1un, Pas, PUf, 1982, p. 34; o. anlms depp. 31-89.EL TIEMPODELAS TRIBUSmenos posible del propio medio. que aqu conviene en-tender en-su sentido ms amplio. remite strU:tissimo sensua una visinsimblica de la existencia. en la que estarn privilegiadas las "percep-ciones inmediatas y las referencias prximas" (p. 64). La unin de loespacial, lo global y lo "intuitivo-emocional"(captulo1, El aura est-tica) se inscribe por completo en la tradicin, olvidada, renegada yvi-tuperada, del holismo sociolgico. La de una solidaridad orgnica, ladel estar-juntos fundador, que puede no haber existido pero que nopor ello deja de ser el fundamento nostlgico, demanera directa o acontrario, de tantos anlisis nuestros. La temtica de la Einfhlung (em-paria), quenos viene del romanticismo alemn. es la que mejor ex-presa esta pista de nsesngacon.'!Por paradjico que pueda parecer. el ejemplojapons podra seruna expresin especfica deestehollsmo, de esta correspondenciamstica que conforta lo social como muthos. Enefecto, ya sea en laempresa, en la vda.ccdana, durante el esparcimiento, pocas cosasparecen escaprsele. Resulta que la amalgama contradictorial queesto induce no carece de consecuencias enla actualidad, y ello acualquier nivel que lo contemplemos: poltico, econmico, indus--trial; lo que no deja tampoco de ejercer una cierta fascinacin sobrenuestros contemporneos. Hayquehablar. como Berque, de un"paradigma nipn"> (p. 203). Es posible; sobre todo. si el trmlno pa-radigma. contrariamente al.de modelo, serefiere a una estructuraflexible y perfectible.. Lo que en todo casoes cierto, es que este pa-radigma da perfecta cuenta de la dialctica masa-tribu que nos ocu-pa principalmente aqu, deeste movimiento sin finy algo indefini-do. de esta "forma" sin -centro ni periferia. cosas todas compuestasde elementos que, segn las situaciones y las experiencias en curso,se ajustan en figuras cambiantes segn algunos arquetipos preesta-blecidos. Estehervidero. este caldo de cultivo tiene motivos para za-randear nuestras razones individualistas e individualizantes. Pero. alfin y al cabo. es esto realmente nuevo? Otras civilizaciones se cimen-14Recuerdo que hepropuesto invertir los conceplOiS durkheimianos de"solidari-dad orgnica" y de"solidaridadmecnica", M. Meffesoli, La violenaloIa1itoir, Pars,(1979).008.1999; sobre l'EinfhJltng, remito a mi libro La (.(IIIooinona ordinaiR, Pars,Klincksieck, 1985. Sobre la nostalgia de la comunidad entre [os padres fundadores. d.R. Nisbet,La troJil(m..wriologiqtUJ, Pars, PUF, 1982.DELA PRoxfMICAtaron sobre losjuegos rituales de personas desindividualizadas, sobrepapeles vividos colectivamente, lo que no ha dejado de producir ar-quitectnicas sociales slidas y "relevantes". No lo olvidemos, la con-fusin efectual del mito dionisaco ha producido hechos civilizacio-nales de importancia; es posible que nuestras megalpolis sirvan demarco para su renacimiento.C.ENIl!S toaEn mltiples ocasiones he intentado Indcar-que la acentuacin de locotidiano no era un encogimiento narcisista. una timidez individua-lista, sinoms bien unrecentrarse en algoprximo. una manera devivir en el presente, y colectivamente. laangustia del tiempo quetranscurre. De ah el ambiente trgico (contrato dramtico que, porsu parte, esprogresista)que caracteriza a estas pocas. Es asimismointeresante notar que stasprivilegian lo espacial y sus distintas mo-dulacionesterritoriales. En fonoa lapidaria. podemos aspues afir-mar que el espacio es tiempo concentrado. La historia se escorza enhistorias vividas al da.Un historiador de la medicina establece a esterespecto. un nota-bleparalelismo entre el "calor innato hipocrtico" y el fuego del al-tar domstico indoeuropeo. Ambos se experimentan; a sujuicio. "co-mo fuentes de calor deungneroparticular. Ambos sesitan enpuntos centrales y disimulados: el altar antiguo dedicado al culto fa-miliar, enmedio de la casa e invisibledesde el exterior, y lo calienteinnato que procede de la regin del corazn, escondida en lomsprofundo delcuerpo humano. Yambos simbolizan la fuerza protec-tora... "t& Esto concuerda con mihiptesis acerca de la centralidadsubterrnea, que caracterizara a la socaldad. De ah la importanciadel"genio del lugar"; ese sentimiento colectivo quemo}dea un espa-cio. el cual retroacta enelsentimiento encuestin. Estenos haceconsiderar el hecho de que toda forma social se inscribe en un surcotrazado por los siglos, delque es tributaria, y que las maneras de serque la constituyen no pueden entenderse ms que en funcin dees-15 C. Lkhtenthaejer, J!isloTt tk la mMeriru. Pars. Fayard.1978, p. 100.128ELTIEMPODElAS TRIBUSDI': LAPRoxfMICAte sustrato. En.resumen, se trata de. toda la temtica delhabitus tomts-la o del exis aristotlico.NOI encontramos aqu ante un hilo conductor muy antiguo. El cul-to a Aglaum, que simboliza.a la dudad de Atenas, otambin los dio-ses lares de las familias romanas, son buenostestimonios de ello.E.Renan ironiza sobre lo que l denomina "infantilismos municipales",los cuales no pennitiran acceder a la religin universal.Jf Irona untanto abusiva alser cultural. Esta "municipalizacin" tena efectiva-mente una funcin de "religacin", es decir, eso que hace de un con-junto indefinido un sistema armnico en el que todos los elementos,de manera contradctorial, seajustan y confortan al todo.Es as co-mo, al erigir altares a.la gloria de Augusto,losromanos integrabanlas ciudades conquistadas a esa nebulosa a la vez slida y flexible queera~ I imperio romano. En este sentido, la religincivil tienestrictosensu una funcin simblica. Expresa, alaperfeccin una transcen-dencia inmanente que, a la vez que supera la atomizacin individual,no debe sucarcter. general ms que .a los elementos que la compo-nen.- As, "el altar domstico", ya sea que se trate deldela familia o,por contaminacin, del de la ciudad, es elsmbolo del cimiento so-cietal. Hogar en el que el espado y el tiempo de una comunidad seprestan a interpretacin; hogar quelegitimiza constantemente elhecho de estar-juntos. Cada momento fundador tiene necesidad de di-cho lugar: ya sea en, forma deanamnesis, como durante los distintosmomentos festivos, .ya sea por medio dela esclsiparidad, cuando elcolono.o el aventurero acarrean un poco detierra natal para que sir-va defundamento a la que va a ser una nueva ciudad.Como sesabe. el cristianismo naciente se inscribe en este localis-mo. Es inclusive alrededor de tales lugares colectivos donde se afian-za.Basra referirse-a los trabajos deP. Brown para convencerse deello.Este autor habla incluso de"culto de santos municipales". Es alrede-dor de untopos, lugar en el que ensea y en el que est enterrado unhombre santo, donde una.dctermnada iglesia se funda.se construye16 cr. K.Renan, Lo f f o r m ~ en(Eu"rt! rompIPks, Pars, Calmann-Lvy, p. 230. Cf. tam-bien,Gibbon, 1Ii.lwi,.,. duddinel de la chute de l'nnfrirt romai7l. Pars, 198!!, p. 51: "Augus-to[... J permite a algunas capitales de provincia que se le erijan templos; noobstante,exigi que se celebrara el culto de Romajunto con el del soberano", y en lap. 58: "va-ras perronas colocaban la imagen deMarcoAurelio entre las de sus dioses domsticos".y se difunde. Luego, poco a poco, estos toptse unen unos a otros me-diante los vnculos flexibles delos que hablamos. Antes de ser la or-ganizacin imponente que conocemos, la Iglesia es, en sus inicios, laalianza voluntaria. por no decir incluso federativa, deentidades au-tnomas que tienen sus tradiciones, sus maneras de ser religiosas yaveces hasta sus ideologas (teologas) especficas. "Las asociaciones lo-calespermanecan muy fuertes", oincluso, cualquiera deestosropossuscitaba un "patriotismo local intenso"; es entales tnninoscomodescribe Brown el auge del cristianismo alrededor de la cuenca me-dterrnea.t? Segn l, fuela existencia de estos ropoien donde se im-plicaban los sentimientos colectivos yla adhesin de cada comunidada "su" santo, lo que le permiti a la Iglesia implantarse y fundar.civ-Iizacin. Esta tradicin localista tendr un desarrollo slido y durade-ro que nunca llegar a ser completamente aniquilado por la tenden-cia centralizadora de la Iglesia institucional.Por dar unos cuanlOS ejemplos, podemos recordar que, ulterior-mente, sern los monasterios los que desempeen este papel de pun-todereferencia. Yello principalmente debido a que eran conserva-torios de reliquias. Duby dice a este respecto que el santo "tena allsuresidencia de manera corporal por medio de los vestigios desuexistencia terrenal't.t" Es principalmente gracias a esto que los mo-nasterios se van a convertir en remansos depaz, que, por una parte,van a extender esta funcin de conservacin a las artes liberales, a laagricultura. a la tcnica. y, por la otra, van a hacer proliferar y consti-tuir una ceida red de casas que sern como muchos, centros de res-plandor que con el tiempo llegarn a ser el Occidente cristiano. Haymotivos para reflexionar sobre algo que es ms que una simple me-tfora: conservacindel santo/conservacin dela vida: el arraiga-miento (ms o menos mtico, por cierto) de un santo que se convier-teen foco de atencin, en el sentido amplio del trmino, deuna.historia en devenir. Para hacer un juego de palabras, podemos decir.que el lugar se omuerte en lazo.~ Esto nos recuerda que nos hallamos17Cf. P. Brown, La sociifiel/e sam dtms litnlU!liJilanliT1t, Pars, Seuil, 1983, pp. 214-217; cf.tambin Le cuiIetkssainls, Pars, Cerf 1984, captulo 1, "Lo $ilgradoy la tum-ba". er. tambin O. Jeffrey. Jouissana du $Ot, Pars, Armand Colin, 1998.IS G. Duby, lA IDnpstks calhdTa4lc(I'artet la socit), 980-1420. Pars, Gallimard. Le/. devienllinl [T.l.230 ELTlEMPQDELAS TRIBUSDELA PkoxbuCA231quizs en presencia.de una estructura antropolgica que hace que laagregacin alrededor de un espado sea un dato de base de toda for-ma de socialidad. Espacio y socialidad.Entodo caso, en el marco de las hiptesis reflexivas que propon-go aqu, esta relacin es la.caracterfstca esencial de la religin popu-lar. Estetrmno estremece a msde uno, si se considera sobre todoque el clrgo, el q\le sabe. siempre renuente a no adoptar una visindominante yana abstraerse de 10 que pretende describir. Y, sin em-bargo, este trmino de religin popular esadecuado; adems, es ca-si.una tautologa Q'4e connota, para nuestro caso, lo que es del ordende la proxmlca.Anres deser una teologa, e incluso una moral pre-csa.Ja religin es ms que nada unlugar. "Se tiene una religin co-mose.tcne un nombre, una parroquia, una famla."" Esto es unarealidad, al igual q u ~ eso que me hace elemento de una naturaleza dela que yo me siento parte integrante. Descubrimos aqu la nocin deholismo: la. religin, que se define a partir deun espacio, es una ar-gamasaque se agrega a un conjunto ordenado, a la vez social y natu-ral. Se trata.de una constante notable que es estructuralmente signi-ficante. En efecto, elculto a los santos enla religin popular puedeser tilpara apreciar contemporneamente la eficacia social de undeterminado guro, de un taljugador de futbol, de una vedeue local,o incluso de un personaje notable carismtico. La lista al respecto se-ra interminable. Ahora bien. si hemos de creer a los especialistas, loque va a caracterzar alas prcticas religiosas populares: piedad. pe-regrinajes, cultos a los santos, es su carcter local, su arraigo cotidia-no y.su expresin del sentimiento colectivo. Todas estas cosas son delorden de la proximidad. La institucin puede recuperar, regular yad-ministrar el culto local detal o cual santo, y ello con mayor o menorxito. pero esto no quiere.decir que no haya existido primeramenteespontaneidad, que hay que entender como algo que surge y que ex-presa un vitalismo propio.Esta religinviva, natural, la podemos resumir con una frase deD. Herveu-Lger; que ve en ella la expresin de relaciones "clidas.fundadas en la proximidad, el contacto y la solidaridad de una comu-nidad local".20 Imposible describir mejor lo que une religinyespaclo1 ~ E. Poulat, i:gw.e amt" bou'8""iW. Pars, Caoiterman, 1977, p. 112.so D. HervieuUger, V.m- 1m 1Wltvf'a11 chri.ditlni.sme, Pars, Cerf. 1986, p. 109; cf., asi-como doble polaridad fundadora de un conjunto dado. Laproxm-dad fsica, la realidad cotidiana tienen tanta importancia como el dog-ma que la religin supuestamente debe conducir. De hecho, aqupre-valece el que contiene sobre el contenido. Esta "religin del suelo" essumamente pertinente para apreciar la multiplicacin de las "aldeasurbanas",las relaciones devecindad y lareactualzacn del barrio,cosas todas que acentan laintersubjetividad. la afinidad, el-sent-miento compartido. A este respecto, he hablado anteriormente deuna trascendencia inmanente; ahora podramos decir que la religinpopular integra "lo divino alhorizonte mental cotidiano del hom-bre".21lo que no deja de abrir vastas pistas de investigacin. Pero, msque nada, estas observaciones acentan la constante tenitorial de ladimensin religiosa. El suelo es lo que da nacimiento, lo que permi-teel crecimiento, el lugar donde mueren todas las agregaciones so-ciales y sus sublimaciones simblicas.Todo esto puede parecer muy mstico, pero se trata, como ha de-mostrado atinadamente Ernst goch, de una espiritualidad materialis-ta, que yoagregara de bien arraigada; o mejor aun. de la mezcla inex-tricable de un imaginario colectivo y de su soporte espacial. Nada depreeminencias pues. sino una reversibilidad constante, un juego deacciones-retroacciones entre las dos polaridades de la existencia. Acu-diendo a una imagen, digamos que la vida social es la corriente que,en un proceso sinfin, pasa entre estos doslmites indicados. Ms enconcreto, qu quiere decir esto, sino que es la relacin del sentimien-to colectivo y del espacio, la expresin de una arquitectnica armonio-sa, donde. para retomar la imagen del salmista, "todo conjunto formacuerpo"? .Sin poder extendernos ms en eltema, por falta de competencia.vamosa aludir aqu al candombl brasleo." menos por susrepte-mismo, pp.107 Y123, donde sehallarn referencias a los trabajos de H. Hubert, R.Hertz YS. BonneL. .21 er. M. Meslin, "u phnomene religeux populaireft, wrrligions popuIairls, UDI-versidad Laval, Quebee, 1972, p. 5.2\! er.. por ejemplo, los estudios deR. Molla, (Reeife). "Estudo doxango", llnJistade antropologa. sao Pauto, 1982.Costa_Lima(Salvador de Baha), A famili4 de Millo nos cunbombtis jefr. Nagmda &-hW,' un LdwW de ",lafoes itltrtJifrUPtJis Salvador, UFBA, 1977.M. Sodrr (Ro de janeiro), Samba, t:lduno dotmpo.Ro, Codeen, 1979.EL TIEMPO PELAS TIUBUSUf: LA PROXMICA233sentacones sincrestasque por su organizacon territorial.En.efec-te la armona simblica es asombrosa.eninterior deun termro.Elordenamiento de las casas! lugares de.culto y deeducacin, el papelquejuegan:aturaleza, ya sea conmayscula, como es el caso delosgrandes terreiros,o en modelo reducido corno se puede ver en una so-la todo ello muestra claramente la estrecha amalgama yel holsmo de los diversos elementos sociales. Ms an, evidentemen-para aquellos queah, as corno para aquellos que. nomasque de manera ocasional, el (erreiroes lugar de de, tal ocualterreiro. Es interesante observar que la simblica mdUCI-da por este se difracta despus, enmen?r, en el con-junto dela vida social. El paroxismo cultual, bajo sus diversas sones, inclusocuandonoes reivindicadocomotal, nodejade a una multiplicidad de prcticas y de creencias cotidianas,y ello de manera transversal: en todas las ciudades y en todos los arra-bales del pas. Este proceso merece atencin, ya que en un pas potencialidades tecnolgicas e industriales son actualmentedas por todos, esta perspectiva "holsuca" debida al candomblemucho de debilitarse. Luego entonces, hablando Como Pareto, esterepresenta. un "residuo" esencial (quintaesencial) atoda compren-sin social. En todo caso, se trata aqu deuna modulacin especficade la relacin espacio-socialidad, arragamento tradicional-perspec-tiva posmoderna, en suma, de una lgica contradictorial dela estti-ca y de la dinmica que, para lo que nos interesa, llega aarticularsearmoniosamente. .. Ahora bien, volviendo a la espiritualidad materialista a la que mehereferido antes, qu eslo quenosensea esta lgica? Principal-mente,el espacioasegura a la socialidad una sensacin de segu-ridadnecesaria. Ya se sabe que la cerca acota pero tambin da vida.Toda la sociologa "formista" puede resumirse en esta proposcon.PAl igual que los rituales de anamness, el puado detierra de que hehablado as como el concentrado csmico que son e1tenFiro, el altardomstico romano ojapons, la estabilidad del espacio es un puntode referencia. un punto deanclaje para el grupo. Esta estabilidad per-23Me he explkado al respecto. M. MaKesoli, /4.op. cit., 1985.Sobre Pareto. ef. B. Valade, Pareln, /o. nais. En estesentido, el burguessmo, y su ideologa pro-testante, o tambin los valores anglosajones que son sus vectores, lle-van hasta su ms extrema consecuencia la lgica de la distincin y dela separacin. Todas estas cosas que caracterizaban claramente la mo-dernidad, para bien y para mal, en el sentido de que, al privilegiar lademostracin de un orden "del debido-ser" racional, ha olvidado sim-plemente la "mostracin" de un orden real, que, por su parte, es mu-cho ms complejo, cosa que el pensamiento moderno se ha reVeladoa menudo incapaz de aprehender. Es testimonio de ello la adverten-cia de un historiador del populismo ruso lanzada a los intelectuales,los cuales no deban "Ieadthe people inthe name of absrract, bao-kish, imported ideas, but adapt themselves to the people as it toas... 1'6*5R. Mehl, La thologie protestanle, Pars, PUF, 1967, p. 121.6 R. Pipes, citado por Venturi, Les inltllleduei&, lepeuple ti la rioolulion,Pars, Galli-man!,1972, p. 49. Guiar al pueblo enel nombre del absl.racw, de lo ""ludioso, de Ii, ideas imporadas, sino adaptarse enos mismos al pueblorot>W es[T.j.EL TIEMPODELAS TRIBUSPero estepaso de una lgca del deber ser a una lgica encarnada noes nada fcil cuando se conoce el desprecio de 10banal, de lo ordina-rio. y de la vida cotidiana en el que se halla fundada la cultura erudi-ta, la cual, independientemente de las tendencias polticas, sigue ani-mandoenprofundidadnumerososanlisisacercadelarealidadsocial.PARA DICHADE LOS. PUEDLOSNo retomaremos aqu un viejo problema que, desde hace ya ms deun decenio hasta ahora, ha sido objeto de innumerables anlisis. Enuntiempo en que an no estaba de moda, yo hice mi contribucinal debate. Recordemos, empero, que es siempredsde el exterior queconviene aportar al pueblo su propia conciencia. El leninismo formu-l-claramenre.esta perspectiva. y como se sabe. fueron raros los inte-lectuales que se sustrajeron a sta.' Ytodos los que, an en nuestrosdas, desconfan de la sociologa espontnea, la detodos, se inspiranen la misma filosofa: el desprecio detodo lo que no se rige por el or-den del concepto, por no decir incluso tambin el desprecio de todolo-vivido.Recordemos, a esterespecto. laafirmacin hegeliana de que "elpueblo ignora lo que quiere; slo elPrncipe lo sabe". Demanerapaulatina, esteprivilegio del prncipe ha pasado a quienes pensabanla lgica de lo poltico, los intelectuales, portadores de lo universal yfundadores de la responsabilidad colectiva. Desde105 prncipes delespritu de los siglos pasados, que dictaban las leyes o la marcha realdel concepto. hasta esos plidos reflejos suyos que sonlos histrionescontemporneos, combatientes de. campos mediticos, el mecanismoes el mismo: se trata en todos los lugares y en todas las situaciones de"responder de", o de "responder para". A este respecto. es ilustrativo7 Remito, sobre este punto. a mis obras: M. Maffesoli, lA Ingitpu.tk la domination, Pa-rrs, eus, 1976, YLaTriolem:e W/.a1ili". Pars,PUF, 1979. U. asimismo B. Souvarine,S ~fII!, ed. Grard Lebovici. 1985, p. 64. Cabe recordar que sloalgunos grupos de il1llpt-racinanarquista, como, porejemplo, 1011consejtstasolos situacionistas. fueronrefractarios al leninismo conceptual.ANEXOobservar que ya sea en eltratado erudito, ya sea en la multiplicidadde artculos o deentrevistas periodsticas, la preocupacin moral si-gue siendo el fundamento denumerosos anlisis intelectuales. Encuanto a quienes rechazan esta tendencia natural, son clasificados enel apartado infamante delos eetetas!Sera instructivo hacer, en este sentido, un compendio delas ex-presiones de laactitud despreciativa respecto de la idiotez y de losidiotismos del pueblo; en una palabra. respecto de su apego a los par-ticularismos. Desde Gorki, quien observ que Lenin senta un despre-cio de "seor hacia la vida de las masas populares", hasta ese tipo delvulgo que, segn Sartre, observa que esteltimo "descubre siempreel mal" cuando podra ver tambin el lado bueno delascosas, es in-teoninable la lista de quienes, a partir de sus aprioris crticos, se mues-tran incapaces de comprender los valores que crean la calidad de unavida, preocupada ante todo por el orden de.la "proxmca". Es unaactitud que se puede resumir bastante bien en estafamosa ocurren-cia de Paul Valry: "La poltica es el arte de impedir a los sentidos mez-clarse con lo que les atae." En efecto, la incomprensin a que aca-bamosde referimos obedecea esa lgicadelo,moral-poltko deocuparse de lo lejano, del proyecto, de lo perfecto; es decir. de lo quedebera ser. En cambio. lo propio de lo que, a falta de mejores tnni-nos. podemos llamar elpueblo o la masa, es preocuparse de lo quele es cercano, de ese cotidiano monstruoso, estructuralmente hetero-gneo, enuna palabra, estar enel centro de una existencia que esmuy difcil de intimar. De ah surechazo, casi consciente. de ser' loque sea.Para dar cabal cuenta deestohepropuesto la metfora dela cen-tralidad subterrnea, con objeto de destacar los numerosos fenme-nos sociales que, sin estar finalizados, tenan una especificidad propia.As, segn la hiptesis del neorrbajsmo, que formulo actualmente. sepuede decir que, en el seno de una masa multifoone, existe una mul-tiplicidad de microgmpos que escapan a las distintas predicciones oexhortaciones de identidad habitualmente formuladas por los analis-tas sociales. Ello no impide que la existencia de estas tribus sea flagran-s M. Oork, Pen.ss intempestivt:S, Lausana, L'ge deI'homme, 1975, citado por B.Souvarine, op. cit., p. 18I.!.Lttms tkSarln', Temps, DI, 1983, P. 1680. P.Valry,tEuvrtsWllJ"pleJes. La Pliade,t.u. p. 615.EL TIEMPO DELAS TllIIIUSANEXO 265te.La.existencia de sus c,uluu;as,oo el\ ens misma menos real. Pero,naturalmente.ni stas ni aqullas se.inscribenen ningn orden pol-uco-moral, yun.anlisis que. se haga esencialmente a partir de dichascategoras estar condenado al silencio. o lo que pormsfrecuente, a la palabrera. Ya he dicho antes que no se puedey. menos an.reducir; otraer la socialidad a tal? cual determnacon,aun cuando sta fuera deltima instancia. Vivimos en un momentodelo interesante, donde el orecmiento de lo vivido apela a unconocimiento plural, donde el anlisis disyuntivo, lastcnicas de la se-paracin y el apriorismo conceptual.deben dejar a una nclogta compleja qlJ-e sepa integrar lalalas nanacil;mes vtajes ylas distintas manifestaCiones de los Imagma-rios colectivos.".Diho proceder, quetorna en cuenta la vida, podr estar en con-dlcones.de expresar el, hervidero contemporneo. hemostenido ocasin dedecir,noshallamos lejos de cualquier upo deah-delespritu, [todo lo contrario! En efecto, es posible que, si sepaptos encontrar un orden especfico operante ennuestros.das. .:\s,.ala vitalidad socetal correspondera un vitalismolgico. En otros .sucederfa una lgica delas pasiones (o dela confusin] fila lgica poco-moral a que estamos acostumbrados.de rodos conocda Ia frmula de san Atanaso "QU kairoi alla kUTJi"(PG,,25. 252 C), que se podra traducir: "no lo que sepresente, sino dioses". E. Martneau propone una inversin de sta:"QU kurioi a/laque podramos uaducr.de la siguiente "nodesimpuestas desde arriba, sino lo. que est ah ,las oportunidades,'9& momentos vividos en comn." Se trata deuna inversin que pue-de sernos de griln utldad.a la hora decomprender nuestro tiempo.Las monovalencias religiosas o profanas han perdido vigencia, es po-sble.quelas.tribus que nos. ocupan se muestren ms atentas altiem-po que jranscurre y a su valor propio, a las que se pre-sentan, ms que a las instancias dominantes, sean del upo que sean.Asimismo, no esmenos posible que estas oportunidades definan suordenque para ser ms estocstico o ms latente, no por ello deja deser menos real. Es esto lo que est en juego planteado por la centra-9 Cf,el de E. Martineaua51,1 traduccin de EIn ellempsde Heidegger, Au'"henuca, H. C., p. 14.lidad subterrnea: saber comprender una arquitectnica diferencia-da que descanse en un orden o 'en una potencia interior. r que, sinestar finalizada,posea una fuerza intrnseca que consiente tornar encuenta.Resulta que el vitalismo inducido por el planteamiento que acabodeindicar no es ninguna creacin ex nihilo. Se trata de una perspec-tiva que suele resurgir con regularidad. y que ha inspirado sus obrasconsecuentes. Para dar tan slo unos cuantos nombres significativosde los tiempos modernos, podemos remitir al "querer vivir" de Sebo-penhauer, al impulso vital deBergson, a laLebensO%iologUJ de Simmelo al querer oscuro de Lv-Strauss. En cada uno de estos casos se po-neelacento en el sistema de las conjunciones, otambin, empleandoun trmino que est de moda, enla sinergia de los distintos elemen-tos, culturales. sociales. histricos, econmicos, del todo social.Con-juncin que parece hallarse en adecuacin con las grandes caracte-rsticassociolgicasdel momento. Podemosdiscriminar, separar,reducir un mundo dominado por el objeto o por lo objetivo. pero nose puede hacer lomismo cuando nos enfrentamos a esoque yo Ita-mara el "regreso de la vida". Encontramos aqu un tema recurrenteenM. Weber, claramente formalizado en la nocin deVt'73"te/um. Aes-te respecto, se ha podido resaltar el papel coyuntural que juega estanocin entre el conocimiento y la vida cotidiana. "DespiU tlle mystiqttewith whichthe conafrtofVerstehen has been invected, th.ere Seem$ no muonlo suppose that historirol QT sociological understandings essentiaUy difJmmtfrom tmeryday understanding."10* En realidad. existe una buena dosis demstica en la nocin dela comprensin, en cuanto que'se funda enun conocimiento directo, intuitivo y'global ala vez. Es una nocinque congrega ymantiene juntos los distintos elementos que haba se-parado el momento analtico.Pero tomemos el trmino mstico en su sentido ms amplio: aquelquetrata de comprender cmo las cosasse mantienen juntas, aun-10 W. Outhwane, UnJn:slmldingsociallife, Londres, GeorgeAllen y Unwin, 1975, p.13. Sobre la nocin de conjuncin, cf. G. Durand, "La noon delimile", Emnos 1980,Frankfurtam Man, verag, 1981, pp. 43 Y46." A dela mstica conla cual el concepto de%nIehen ha sido vituperado, noparece haber razn para suponer que el enlendimienlo histrico o lIOCiolgico es esen-cahnente diferente del enlendimienlo cotidiano [T.}.266EL TIEMPODELAS TRIBUSANEXO267que sea de manera contradictoria. y enqu reside la armona conflic-tiva propia-de toda sociedad. En.unapalabra, qu es ese glutinum mun-di que hace .que una cosa exista. Mstica es el asombro po.rese tipo del ppuwque, ante el espritu critico de Sartre, ve, Siente, di-ce, el "bien existente en todas las cosas". Al "no" dsocauvo se oponeel "si afinnativo. Recordemos que elproceder disyuntivo esla pen-diente del principio de individuacin. El individuo crtico que separa, es el mismo que se separa. Si bien toda su obra participa de estatradicin, Adorno, cuando da rienda suelta a su mente, y a su lucidez,hace este-tipo de observaciones: "ninguna persona tiene derecho, pororgullo elitista, a oponerseala masa, de la que ella misma no es sinoun momento"; tambin "ya es depor s una insolencia decir yo".'!Enefecto, la actitudmstica dela comprensin tiene en cuenta eldiscurso de la masa, dela que no es, a decir verdad, ms que una ex-presinespecfica, As como seha podido decir debella manera:"Nuestras ideas estn en todas las cabezas." Contrariamente a la exte-rioridad, de la que se ha hablado antes, la comprensin toma nota dela globalidad y se sita en el interior de sta.Setrata aqu-de un ambiente especfico que privilegia la nterac-vidad, ya'Se trate de la interactividad dela comunicacin o de aque-lla natural y espacial. Cuando propuse, en un libro anterior, la corres-pondencia ylaanaloga comomanerasdeproceder ennuestrasdisciplinas, tena en mente resaltada pertinencia de esta perspectivaglobal en un mundo donde, por no haber nada importante, todo tic-.ne mportaacia. donde-desde.el msgrande al ms pequeo, todoslos elementos se corresponden entre s. Setrataba tambin dedesta-car que, al igualqueuna pintura en camafeo, la vida socialdescansaea un deslizamiento insensible, pero recproco, de experiencias, si-tuaciones y fenmenos;fenmenos, situaciones y experiencias queremiten analgicamente unos a otras. Afalta de explicarla, buscar supor qu, es.posible describir dicha. indefinicin. Con este fin, A. Ber-que emplea, a sumanera, la nocin de "medianza", que connota elambiente y registra tambin la resonancia multiforme de la que aca-bamos de hablar. Es un vaivn entre lo objetivo y lo subjetivo, y entrela bsqueda: de convivialidades y elprocedimiento metafrico. Para11 T. Adorno, M,nil/lrlPars, Payot, 1980, p. 47, YNoks SIl>' la /lffalu1l',Flarnrnarion, 1985, p.426.ser ms precisos, se podra hablar de contaminacin 'de cada uno deestos registros por medio del otro-Todas estas cosas que,-sino los in-validan, al menos s relativizan, por una parte, la mirada exterior y,por la otra, tal o cual monovalencia conceptual oraconal.PELORDEN INTERlORLa superacinde lamonovalencia racional comoexplicacin delmundo social no es un proceso abstracto, sino que est-estrechamen-teligada a laheterogenizacin de este mundo; o tambin a eso queyo he denominado el vitalismo social. SegnE.- Renan, eldios anti-guo "no es ni bueno ni malo, es una fuerza".13 Esta potencia no tienenada moralizador, sino que se expresa por medio deuna multiplici-dad de caracteres, que conviene comprender en el sentido ms am-plio del trmino y que ocupan todos ellos un sitio en la vasta sinfonamundana.Es esta pluralizacin la que obliga al pensamiento 'Social a romperel cerco deuna ciencia unidimensional. Tal es la leccin esencial deMax Weber: el politesmo de los valores apela a un pluralismo causal.En el esquema conceptual que seimpuso en el sigloXIX, segn aca-bo de indicar, un valor era una cosa que se reconoca como buena-yel objetivo del intelectual consista en obrar de manera que este uni-versal tomara fuerza de ley. sta es la perspectiva poltico-moral. YIas'diversasideologas que se repartan elmercado(conctualmenre}funcionaban con el mismo mecanismo. Pero ya no puede ser lo ms-mo ahora que se est produciendo una rrupconde valores totalmen-te antagnicos, lo que relativiza por lo menos la pretensin universa-lista, a la vez quematiza elalcance general de determinada-moral opoltica.Es esta inupcin la que funda el relativismo conceptual.12 Sobre la correspondencia y la analoga, remto ami libro M. Maffeooli, lA am- KJincheck,1985. Sobre la cf. A. Berque. ViU!l' l'espar-eaTIJapm, Pars, "F, 1982. p. 41, Y .....mJagrtll'arlfta, Pars, Gallimard, 1986, pp- 162,165.E. Renan,Man: AImUl', 011In. finduJ1W>Uk anlique, Pars, llvre dePoche, 1984, p.314.268ELTIEMPODELASTRI RUSANEXO 269Tal relativismo no es Iorzosamente un mal. Entodo caso, ste exis-te, por lo que es mejor tomar cartas en el asunto. Con el fin de com-prender mejor sus efectos, conviene recordar que, segn la expresindeP, Brown, lahistoria de lahumanidad est atravesada por una"constante tensin entre los modos 'testa' y 'politesta' del pensar't.!'Por miparte, yo dira por un constante movimiento pendular. Segnla ley de la saturacin, que tan bien ha ilustrado P. Sorokin, respectoalos conjuntos culturales. existen paradigmas que van aprivilegiareso que unifica en trminos deorganizaciones polticas, de sistemasconceptuales y derepresentaciones morales; en cambio. hay otrosque, en losmismos mbitos, van a favorecer la explosin, la eferves-cencia y.laprofusin. Del Dios espritu puro, poderoso y solitario sepasa a los dolos corporales, desordenados y plurales. Pero, contraria-mente allinealismosimplista, que slo contempla una evolucin delo "poli" a lo "mono", resulta fcil observar que las historias humanasdan mltiples ejemplos de un vaivn entre estos dos modos de expre-sin social,Son numerosos los trabajos de erudicin que han resaltado este fe-nmeno. 'G; Durand, buen conocedor de las mitologas, ha mostradoc-on acierto que el propio cristianismo es incomprensible, a pesar desuintransigencia monotesta, sinsusustrato sncretsta.!" Y,an ennuestros das, el desarrollo sectario, los movimientos carismticos, lasmanifestaciones caritativas, las comunidades debasey las mltiplestermas de supersticin pueden interpretarse como la manifestacinde un viejo fondo pagano, populista, que ha perdurado mal que bienen la religin popular y que hace aicos el caparazn unificador ela-borado a 10 largo delos siglos por la Iglesia institucin. De hecho, se-ra interesante mostrar cmo el aspecto unificado de la doctrina y dela organizacin es menos slido de lo que parece, y cmo es siempresusceptible de estallar y, sobre todo, perfectamente puntual. Los dis-tintos cismas oherejas son a esterespecto una buena ilustracin dedicho fenmeno. Yhasta las doctrinas que se revelarn ms adelantecomo los apoyos ms slidos de las posturas monovalentes, por afron-tar lo desconocido y descansar en el deseo de libertad, son en sus mo-mentos fundadores los sopoetes ms slidos delpluralismo. As, si se-H ef. P. Brown, lA .roni/; rlln&" dm!s I'AntUpiti lardillt!, Pars, Senil. 1985.p. 18.15 Podemos remitir a G. Durand, La Foidll mrdmmier. Pars, Denol, 1984.guimos al decano Strohl, gran conocedor del joven Lutero, se puedevercmo ste opone a una Iglesia institucin y m