madurez espiritual en la vida consagrada

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Centro de Estudios Santo Tomás de Aquino 1 MADUREZ ESPIRITUAL EN LA VIDA CONSAGRADA I. NUEVO PARADIGMA PARA ENTENDER LA ESPIRITUALIDAD 1. Espiritualidad y santidad Todo bautizado está llamado a alcanzar la perfección cristiana, que consiste en llegar a la santidad. “Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, de acuerdo con lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo” (1Pe 1,15-16). ¿Cómo se logra la santidad o la perfección cristiana? Tradicionalmente se nos ha enseñado que es a través de la vivencia de la caridad perfecta. - La espiritualidad como itinerario ascético y místico para alcanzar la santidad: En teología espiritual clásica se distinguía mística de ascética como dos vías para alcanzar la santificación. El santo es el que ha alcanzado la unión con Dios. Esta unión, por gracia de Dios, la persona la puede experimentar ya en esta vida. Ahora bien, este acto místico de unión con Dios, conocido como éxtasis, sólo se concede a personas que han seguido una dura disciplina ascética, de ayuno, oración, humildad, penitencia, mortificación e introspección para “purificarse” mediante los caminos o vía purgativa y vía iluminativa. Son vías indispensables para alcanzar la unión con Dios. Y que nos llevan a la vivencia de la caridad perfecta. - La espiritualidad contemporánea encuentra en el paradigma bíblico su referencia. Para Pablo, hay un término que designa sin más la vida cristiana: pneumatikós (1Cor 2,13-15; 9,11; 14,1). El cristiano es un “pneumatikós”, es decir: un “hombre espiritual”. Dicho en otras palabras, cristiano es aquel hombre que es conducido por la acción vivificante del Espíritu de Jesús resucitado. Por espiritualidad se entiende hoy un modo de seguimiento de Jesús que bajo la acción del Espíritu Santo orienta toda la existencia humana. Una auténtica vida en el Espíritu nos lleva a la experiencia de Dios”, a experimentar la experiencia viva del Padre que tuvo Jesús. Amar lo que Jesús amó: El Padre y el Reino, los pobres y abandonados, etc. El Espíritu es quien nos capacita para ello y nos invita a encarar la vida cristiana como hijos/as adoptivos/as de Dios, en una decisión libre, sostenida por las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad (Cf. Rom 8, 14-17). - La santidad consiste en dejarse conducir por el Espíritu Santo, para de esa manera cumplir la voluntad de Dios viviendo de acuerdo al Evangelio. El Papa Benedicto XVI ha explicado que la santidad “no consiste en realizar acciones extraordinarias, sino en

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Apuntes del curso dado por Fray Rafael Colomé acerca de la madurez en la Vida Religiosa en el mundo de hoy

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Centro de Estudios Santo Tomás de Aquino 1

MADUREZ ESPIRITUAL EN LA VIDA CONSAGRADA

I. NUEVO PARADIGMA PARA ENTENDER LA ESPIRITUALIDAD

1. Espiritualidad y santidad

Todo bautizado está llamado a alcanzar la perfección cristiana, que consiste en llegar a la santidad. “Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, de acuerdo con lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo” (1Pe 1,15-16). ¿Cómo se logra la santidad o la perfección cristiana? Tradicionalmente se nos ha enseñado que es a través de la vivencia de la caridad perfecta.

- La espiritualidad como itinerario ascético y místico para alcanzar la santidad : En teolo-gía espiritual clásica se distinguía mística de ascética como dos vías para alcanzar la santificación. El santo es el que ha alcanzado la unión con Dios. Esta unión, por gracia de Dios, la persona la puede experimentar ya en esta vida. Ahora bien, este acto místico de unión con Dios, conocido como éxtasis, sólo se concede a personas que han seguido una dura disciplina ascética, de ayuno, oración, humildad, penitencia, mortificación e introspección para “purificarse” mediante los caminos o vía purgativa y vía iluminativa. Son vías indispensables para alcanzar la unión con Dios. Y que nos llevan a la vivencia de la caridad perfecta.

- La espiritualidad contemporánea encuentra en el paradigma bíblico su referencia. Para Pablo, hay un término que designa sin más la vida cristiana: pneumatikós (1Cor 2,13-15; 9,11; 14,1). El cristiano es un “pneumatikós”, es decir: un “hombre espiritual”. Dicho en otras palabras, cristiano es aquel hombre que es conducido por la acción vivificante del Espíritu de Jesús resucitado.

Por espiritualidad se entiende hoy un modo de seguimiento de Jesús que bajo la acción del Espíritu Santo orienta toda la existencia humana. Una auténtica vida en el Espíritu nos lleva a la “ex-periencia de Dios”, a experimentar la experiencia viva del Padre que tuvo Jesús. Amar lo que Jesús amó: El Padre y el Reino, los pobres y abandonados, etc. El Espíritu es quien nos capacita para ello y nos invita a encarar la vida cristiana como hijos/as adoptivos/as de Dios, en una decisión libre, sosteni -da por las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad (Cf. Rom 8, 14-17).

- La santidad consiste en dejarse conducir por el Espíritu Santo, para de esa manera cumplir la voluntad de Dios viviendo de acuerdo al Evangelio. El Papa Benedicto XVI ha explicado que la santidad “no consiste en realizar acciones extraordinarias, sino en unirse a Cristo, en vivir sus miste-rios”. San Pablo nos habla de vivir en Cristo para resaltar la novedad de vida que supone ser en Cristo (1Cor 1,30; Rom 8,1; 2Cor 5,17; Gál 3,28). “El que está en Cristo es una criatura nueva” (2Cor 5,17). Vivir en Cristo no es una expresión estática, sino dinámica. Es expresión de configuración, de confor-mación, de transformación en Él. De amar a los demás como Cristo nos amó (cf. Jn 15,12).

2. Presupuestos humanos para una espiritualidad teologal

“La gracia supone la naturaleza”. De la misma manera que no podemos separar vida y fe, ya que se influyen mutuamente, tampoco podemos separar espiritualidad de personalidad. Nos relaciona-mos con Dios desde lo que somos y como somos. Muchas de nuestras consistencias o inconsistencias espirituales son reflejo de cómo somos. No podemos manejar la espiritualidad desde la dicotomía cuerpo-alma. Entre los presupuestos humanos, para una vida en el Espíritu, podríamos señalar los siguientes:

- La espiritualidad exige “autoconocimiento”: La espiritualidad está llena de expectativas y conflictos internos no resueltos a “purificar”. La espiritualidad se va formando a la par que se desarro-lla mi personalidad. Para crecer en la vida espiritual, se requiere trabajar aquellos aspectos que hacen a la historia personal, heridas afectivas, problemáticas sexuales, estructura moral internalizada, etc., si no queremos que interfieran en la relación con Dios. Dios terminaría convirtiéndose en una mera pro-yección del deseo y del conflicto humano no resuelto. Nos quedaría vedado el camino a una espiritua -

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lidad “adulta”, capaz de anteponer la voluntad de Dios a la propia y de generar una relación teologal con Él.

Toda vida espiritual auténtica implica un proceso de “purificación” interior para que la fe, la esperanza y la caridad a Dios sean auténticas y no estén “fabricadas” por los problemas internos no elaborados, que nos llevarían a una religiosidad inmadura o inauténtica. La humildad es la base de toda experiencia espiritual. El acompañamiento espiritual puede ayudar para que el amor a Dios no esté condicionado exclusivamente por las proyecciones humanas que terminan desvirtuando la espiri-tualidad:

Para que la relación con Dios no esté supeditada exclusivamente a la realización de los deseos no satisfechos de la infancia, a las necesidades narcisistas o de fusión simbiótica.

Para que Dios no sea alguien temido, que impide un encuentro profundo e íntimo, con una espiritualidad llena de culpa, escrúpulos y sacrificios.

O Dios se convierta en el objeto idealizado que impide la integración del principio de rea-lidad, terminando en un fanatismo espiritual.

- La espiritualidad exige cierta tolerancia a la frustración: Para crecer espiritualmente hay que aprender a “morir a uno mismo” para adherirse interiormente al querer de Dios. Supone descubrir que la verdadera realización está más allá de uno mismo: en Dios. Y a Dios no lo podemos manipular, controlar, según nuestros gustos o deseos. (Mt 16,24-25). Al trabajar la capacidad de tolerancia a la frustración, le posibilita a la persona mayores recursos espirituales para “resignificar” desde la fe, la esperanza y la caridad en Dios las distintas decepciones, fracasos y pérdidas que trae consigo la vida.

- La espiritualidad precisa madurar la religiosidad de la infancia: En toda espiritualidad influye la educación religiosa recibida en la infancia, especialmente en la familia. Tales como, las prácticas religiosas que se realizaban comúnmente, las representaciones de Dios que se transmitían, los modelos religiosos que tenían en el ambiente familiar, social y cultural en el que se desarrollaron los primeros años de la vida. En toda espiritualidad hay un aprendizaje social de base. Pero esta reli-giosidad infantil, precisa madurar y no se quede en una mera repetición de unas prácticas religiosas. La fe se tiene que formar y personalizar. De lo contrario quedará en una fe infantil.

- La espiritualidad no llega a ser adulta, hasta que no es fruto de una opción libre : La gracia no conlleva la anulación de la libertad humana. Al contrario, la supone y la exige. Lo que dife-rencia la espiritualidad infantil de la adulta, es que ésta es fruto de una “opción fundamental”. La gra -cia no exime a la persona de la responsabilidad de la elección de Dios y de querer mantener una rela -ción interpersonal con Él, por cuanto tiene una estructura dialogal, de comunión interpersonal del ser humano con Dios. La fe no puede ser nunca impuesta. Ni la religiosidad una suma de obligaciones.

- La espiritualidad exige vivir de “adentro para afuera”: Recoger la energía que procede del mundo afectivo. Sin una profunda vida interior, es imposible mantener una relación con Dios. La persona tiene que acostumbrarse a ser auténtica, a vivir desde un fondo motivacional que la oriente y sostenga. La espiritualidad se nutre de la energía del mundo afectivo. Dios parte de las experiencias vinculares humanas y las “purifica”. Es lo que posibilita que el apego a Jesucristo no sea teórico o racional y se transforme en un vínculo capaz de intimar, confiar y abandonarse en Él.

II. LA ESPIRITUALIDAD COMO EXPERIENCIA TEOLOGAL: LA INTEGRACIÓN FE Y VIDA

1. La experiencia fundante como “fundamento” de la experiencia teologal

La experiencia teologal se empieza a dar a raíz de la opción fundamental que coincide muchas veces con la llamada-vocación, cuando descubrimos interiormente que la plenitud humana (realiza-ción) se alcanza siguiendo a Jesús como religiosos/as o sacerdotes. Se establece así una “experiencia fundante” fruto del encuentro con el Señor. Hecha de diálogo y escucha, de auto-clarificación y discer-nimiento, de certezas y dudas, de resistencias y abandono, y sobre todo, de vinculación afectivo-teolo-gal que lleva a una relación profunda con Dios.

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Sin este “núcleo espiritual” carecerá de fundamento cualquier proyecto de vida religiosa o sacerdotal que se quiera emprender. Pero la formación espiritual no consiste en un aprendizaje teórico, sino en desarrollar una experiencia teologal. Una cosa es creer que Dios existe y otra muy distinta, estar dispuesto (como parte del llamado de Dios) a entrar en una dinámica transformadora de relación, diálogo, confianza y encuentro con Jesús. Sin dicha dinámica, la vida religiosa o sacerdotal se apoyará en uno mismo y terminará siendo la realización de un proyecto personal, desvirtuando el sentido au-téntico de la vida religiosa y sacerdotal: Configurarse con la persona de Jesús.

2. Experiencia teologal y “conflicto Pascual”

- Las “crisis” marcan el camino de seguimiento de Jesús. Toda vida es proceso. En cada etapa de la vida religiosa o sacerdotal hay desafíos que enfrentar y “crisis” que superar. Implica sufri-mientos, fracasos, decepciones, renuncias, cansancios, descubrir que la vida consagrada o sacerdotal no es como nos la habíamos imaginado, o el mundo en el que hemos intentado hacer real el proyecto de vida no se amolda a nuestros planes y deseos, etc. Las crisis cuestionan las motivaciones vocacio-nales. Es la prueba de la fe. Se resuelve analizando las causas humanas y re-optando por Dios, desde un vínculo nuevo, purificado y más consistente. Lo teologal es quien permitirá procesarlas.

- La clave de una espiritualidad auténtica: Capacidad para procesar el dolor y la renun-cia en clave Pascual. El conflicto se genera cuando nuestros intereses más íntimos (de sanación, de autoafirmación, de reconocimiento, o necesidades afectivo-sexuales) chocan con el proyecto salvador de Dios (Mc 8,31-38). Sin la experiencia del conflicto con Dios, la relación de amor no crece ni madu-ra. El conflicto se resuelve en clave teologal, cuando la persona puede encontrar un nuevo sentido y despertar una nueva vivencia, como acción del Espíritu en su interior. Lo experimenta como un “kai-rós” (acción de Dios) en su vida y en el mundo. Y lo puede procesar en clave Pascual (Cf. Jn 12,24-25).

- La experiencia teologal reubicar el deseo en el proyecto de Dios: El proceso teologal va a consistir, precisamente, en que la persona a lo largo de los años vaya pasando (haciendo un proceso): De Dios “objeto de deseos” (un amor lleno de proyecciones) a un Dios “objeto de fe purificada” (Cf. Rom 1,5). En la medida en que la persona integra lo ideal dentro de lo real, la experiencia teologal reubica el deseo en el proyecto de Dios. Da sentido al dolor y a la renuncia y posibilita la realización de los deseos de felicidad de toda persona humana dentro de una experiencia afectivo-teologal.

Justamente la re-orientación del deseo humano va ser la gran lucha espiritual. El proceso de “purificación” de las expectativas de los discípulos de Emaús, por parte del Jesús Resucitado, es un claro ejemplo de ello (Cf. Lc, 24,13-35). La experiencia teologal, cuyo objeto afectivo es Dios en cuanto Dios, obliga al deseo no sólo a la no gratificación inmediata, sino a la negación de toda apro -piación. A abandonarse y confiar en Dios. A que yo me pregunte cómo Dios quiere ser deseado. Amarlo como Él quiere ser amado.

- La experiencia de Dios como proceso de conversión: Podríamos decir que la experiencia teologal genera un proceso de transformación interior, de conversión, a base de asumir la condición humana y purificar aspectos personales que se infiltran en la espiritualidad. La finalidad es que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado del hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo (Ef 4,13). Por eso, hay que irse despojando del “hombre viejo”, para renovarse en lo más íntimo del espíritu y revestirse del “hombre nuevo”, creado a imagen de Dios (Ef 4,17-24)

- La experiencia teologal integra lo humano en una nueva experiencia unificadora del ser. La persona lo experimenta como paz y consuelo, armonía y unidad interior. La fe es la que puede hacer la síntesis liberadora de la tensión entre ideal y realidad. La razón es que la fe está más allá de toda tensión. Ubica el corazón en Dios. Y da esperanza. Es obra del Espíritu en nosotros. Es quien posibilita el “nuevo nacimiento” (Cf. Jn 3,1-8).

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3. La experiencia teologal como proceso de configuración con Cristo

El Espíritu nos invita a un seguimiento “integral” de Jesús. A no quedarnos en una mera repro-ducción “externa” de su vida casta, obediente y pobre y adquirir la disposición interior desde la que encaró su existencia. El religioso/a es invitado por el Espíritu no tanto a responder a un “ideal de per -fección”, como a adquirir una “identidad cristológica”. “Ser en Cristo”, es a lo que nos invita la con-sagración (1Cor 1,30; Rom 8,1; 2Cor 5,l7; Gal 3,28). Dicha identidad se adquiere viviendo la consa-gración y el compromiso por el Reino desde una experiencia teologal, a ejemplo de Jesús. Encarando la vida consagrada, como proceso de personalización, desde el diálogo libertad-gracia.

- Los consejos evangélicos entendidos como “fidelidad teologal”: Hemos pasado de vivir los votos en clave ascética y sobrenaturalista, a entenderlos como un proceso de “fidelidad teologal”, a través de la cual el religioso/a va adquiriendo, fruto de la relación interpersonal con Dios, las cualida -des humanas y evangélicas de Jesús (sus actitudes vitales). La experiencia de Dios me hace descubrir que los consejos evangélicos son una forma alternativa de dar respuesta a necesidades básicas e irre-nunciables para el ser humano como son el amor, la seguridad y la libertad:

Por la castidad, centro mi corazón en el amor a Dios y al prójimo : Sin un vínculo afectivo-teologal adulto no podemos hablar de espiritualidad auténtica, que llene el corazón humano, des -bordándolo (Cf. Mt 5,3-12; 22,34-40). Pero el vínculo que establecemos con Dios y el prójimo, está condicionado por nuestra propia historia vincular y sexual. Va a implicar un proceso de madu-ración, en orden a ir construyendo un vínculo adulto, hecho a base de intimidad, confianza y aban-dono en Dios. Un vínculo cada vez más total, permanente, exclusivo y definitivo en Él (esponsal). Un vínculo que no me encierre en mi narcisismo, egocentrismo o erotismo, sino que me abra al otro, lo ame por sí mismo, respete su libertad y alteridad. Un tipo de vínculo así exige tener traba -jados e integrados mi mundo afectivo-sexual (heridas, represiones, miedos, conflictos, etc.), por cuanto la afectividad y la sexualidad son las que proporcionan la energía a la experiencia religiosa.

Por la pobreza, pongo toda la confianza en Dios: Me permite acoger ni realidad humana y la de mis hermanos tal cual son (“pobres”: contingentes, débiles, frágiles, necesitados, dependientes, pecadores, etc.), sin necesidad de afirmarme en mi auto-suficiencia o negando el yo real (idealis -mo). La humildad es la puerta de toda espiritualidad. Ya no necesito sentirme perfecto para ganar-me el amor de Dios (Cf. 1Cor 1,26-31); ni hago depender la salvación de los propios méritos (per -feccionismo). Me invita a una experiencia Providente de Dios, en quien puedo confiar (Cf. Mt. 6,25-34; 11,25-30), sin necesidad de compensaciones, buscando la seguridad en la riqueza o el poder (Cf. Mt 6, 19-24). Mi felicidad está en dar y compartir, en ser solidario con el otro, con los pobres y necesitados.

Por la obediencia, busco la voluntad de Dios en mi vida: A ejemplo de Jesús, desde la obe-diencia de la fe, encuentro un modo de ser hijo (Cf. Heb 5,7-10). Voy aprendiendo la sabiduría de la cruz: Es renunciando a mis necesidades de auto-afirmación por amor a Dios y al prójimo, como me realizo (Cf. Jn. 12,24-25). Decido libremente sumarme al proyecto salvador de Dios: Leyendo en clave de fe los acontecimientos de mi vida; escuchando la voz de Dios que me habla a través de los hermanos, los superiores, la realidad, etc.; aportando corresponsablemente al bien común de la comunidad y de la pastoral.

- La pasión por el Reino, como proyecto de vida: A ejemplo de Jesús, la relación con Dios auténtica, ha de desplegar los sentimientos altruistas y generativos en la pastoral y en la vida fraterna. Despertar toda mi “pasión” en el anuncio de la Buena Nueva. Despertar los sentimientos de compasión y misericordia hacia los pobres y los pecadores. Llevarme a un mayor compromiso con la realidad; y permitirme verla con los ojos de Dios. Me haga entender la vida como “misión” (inscrita dentro del proyecto salvador de Dios) y no me limite a hacer “cosas” para los demás. Que sea el fundamento teologal desde el que supero, sin resentimiento ni amargura, las frustraciones de la misión.

Fray Rafael Colomé Angelats, OP

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Para seguir creciendo espiritualmente

- ¿Qué dimensiones de tu personalidad te parecen mal resueltas, o no integradas, o negadas? ¿Encuen-tras la causa de ello? ¿Puedes poner palabras a tus sentimientos? ¿Los puedes compartir? ¿Cómo te deja?

- ¿Estás pudiendo rezar tu historia personal? ¿Buscas que el Señor te ilumine y conforte? ¿Puedes confiarle tus secretos más íntimos? ¿Y tus heridas y temores? ¿Quién va siendo Dios para ti en esta etapa de tu vida?

- ¿Qué enseñanzas religiosas recibiste de tu familia, del colegio, la catequesis...? ¿Qué representacio-nes de Dios fuiste aprendiendo en la infancia? ¿Las has podido contrastar y corregir desde la imagen de Dios que ofrece Jesús en los Evangelios? ¿Qué valoras de la experiencia religiosa de tu infancia? ¿Y de la experiencia religiosa de tu adolescencia? ¿Está relacionada con tu vocación? ¿Las puedes integrar en tu nueva opción de vida?

- ¿Ha sido el amor el sentido de tu vida? ¿Qué tipo de amor: idealista, confiado, posesivo, desinteresa-do, defensivo? ¿Has podido revisar tu historia afectiva y ver cómo influye en tu relación con Dios? ¿Qué valores motivan tu vida? ¿Están relacionados con tu experiencia de Dios? ¿Te invitan a ser cohe-rente entre tu fe y tu vida? ¿A ser auténtica/o? ¿A purificar “tus deseos” para adherirte al “deseo de Dios? ¿Puedes renunciar a ti mismo/a por amor a Dios y al prójimo?

- ¿Tu espiritualidad es una experiencia teologal? ¿O se limita a cumplir prácticas de piedad de forma rutinaria? ¿Sientes que vas creciendo espiritualmente desde que ingresaste a la vida consagrada? ¿Qué sientes que te podría ayudar? ¿Qué te dificulta? ¿Estas discerniendo y orientando tu vida desde el diá-logo íntimo con Dios?

¿Cómo describirías tu experiencia fundante? ¿Te abre a una relación interpersonal con Dios? ¿Vives el seguimiento de Jesús desde un vínculo afectivo-teologal con Dios? ¿Has crecido en estos años en la relación y conocimiento de Jesús? ¿Tu relación con Él depende de que te gratifique? ¿O te abre a la experiencia transformadora del amor de Dios que te permite enfrentar la vida?

- ¿Estás armando tu vida consagrada desde una experiencia configuradora? ¿En qué actitudes humanas y evangélicas debes crecer especialmente para identificarte con Cristo? ¿Puedes vivenciar los consejos evangélicos como una experiencia de fidelidad a Dios? ¿La experiencia de Dios incide en tu pastoral? ¿Te lleva a identificarte con los valores del Reino? ¿Te compromete con la realidad?

- ¿Te sientes vinculada/o interiormente con Dios? ¿Puedes sentir el amor de Dios en la historia de tu vida pasada y presente? ¿La experiencia de Dios en la oración y en la vida sacramental, te ayuda a aceptarte a ti misma/o? ¿Y a los demás? ¿Despierta sentimientos de misericordia y perdón? ¿O de culpa? ¿Te encierra en ti misma/o o te abre a los demás? ¿Te ayuda la relación con Dios para superar dificultades y crisis?

- ¿Qué lugar ocupa la oración en tu vida? ¿Logras concentrarte en la oración? ¿Rezas aunque a veces te cueste, estés cansada/o o sientas la “ausencia” de Dios en tu vida? ¿Te abre a la esperanza?

- ¿Puedes procesar en clave de fe Pascual las frustraciones, renuncias y sacrificios de la vida consagra-da? ¿Te da paz? ¿Te unifica interiormente? ¿La espiritualidad te lleva a buscar la voluntad de Dios en tu vida? ¿Te puedes abandonar en Él? ¿Y leer en clave de historia de salvación lo que vives?