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1 “No debes seguir tras la muchedumbre” 3 Supongamos que ya hemos iniciado el viaje. ¿Qué haremos si no estamos seguros de por dónde debemos continuar? Quizás veamos a muchos conductores tomando cierta salida y nos sintamos tentados a ir detrás de ellos. Pero es peligroso tomar un rumbo tan solo porque lo haga la mayoría. No todos los conductores van a ir al mismo lugar que nosotros, ni tampoco tienen por qué conocer bien la zona. Este ejemplo nos enseña una lección. Se trata de un principio que extraemos de una de las leyes que Jehová dio a Israel. A cada persona que fuera a servir de testigo o juez en un tribunal, Dios le dijo: “No debes seguir tras la muchedumbre” (léase Éxodo 23:2). ¿Por qué hizo esta advertencia? Porque sabía que, debido a la imperfección, es fácil ceder a las presiones de la gente y cometer una injusticia. Claro, la norma de no seguir ciegamente a los demás no solo es aplicable a los procesos judiciales, sino a cualquier situación de la vida. 2 El patio 9 El tabernáculo también tenía un patio, limitado por una valla de telas. En él había una gran palangana, donde los sacerdotes se lavaban las manos y los pies antes de entrar en el Santo y antes de ofrecer los sacrificios sobre el altar situado en el patio. (Éxodo 30:18-21.) Este requisito de limpieza constituye un enérgico recordatorio a los siervos modernos de Dios de que deben procurar al máximo mantener la pureza física, moral, mental y espiritual si desean que su adoración sea grata a Dios. (2 Corintios 7:1.) Con el tiempo, el suministro de la leña para el fuego del altar y del agua 1

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1 “No debes seguir tras la muchedumbre”3 Supongamos que ya hemos iniciado el viaje. ¿Qué haremos si

no estamos seguros de por dónde debemos continuar? Quizás veamos a muchos conductores tomando cierta salida y nos sintamos tentados a ir detrás de ellos. Pero es peligroso tomar un rumbo tan solo porque lo haga la mayoría. No todos los conductores van a ir al mismo lugar que nosotros, ni tampoco tienen por qué conocer bien la zona. Este ejemplo nos enseña una lección. Se trata de un principio que extraemos de una de las leyes que Jehová dio a Israel. A cada persona que fuera a servir de testigo o juez en un tribunal, Dios le dijo: “No debes seguir tras la muchedumbre” (léase Éxodo 23:2). ¿Por qué hizo esta advertencia? Porque sabía que, debido a la imperfección, es fácil ceder a las presiones de la gente y cometer una injusticia. Claro, la norma de no seguir ciegamente a los demás no solo es aplicable a los procesos judiciales, sino a cualquier situación de la vida.

2 El patio9 El tabernáculo también tenía un patio, limitado por una valla de telas. En

él había una gran palangana, donde los sacerdotes se lavaban las manos y los pies antes de entrar en el Santo y antes de ofrecer los sacrificios sobre el altar situado en el patio. (Éxodo 30:18-21.) Este requisito de limpieza constituye un enérgico recordatorio a los siervos modernos de Dios de que deben procurar al máximo mantener la pureza física, moral, mental y espiritual si desean que su adoración sea grata a Dios. (2 Corintios 7:1.) Con el tiempo, el suministro de la leña para el fuego del altar y del agua para la palangana estuvo a cargo de esclavos del templo no israelitas. (Josué 9:27.)

3 Por qué no se castigó a Aarón por haber hecho el becerro de oro?

A pesar de su posición privilegiada, Aarón tuvo debilidades. La primera vez que Moisés permaneció cuarenta días en el monte Sinaí, “el pueblo se congregó en torno a Aarón, y le dijeron: ‘Levántate, haznos un dios que vaya delante de nosotros, porque en cuanto a este Moisés, el hombre que nos hizo subir de la tierra de Egipto, ciertamente no sabemos qué le habrá pasado’”. (Éx 32:1.) Aarón accedió y cooperó con estos rebeldes en la manufactura de una estatua de un becerro de oro. (Éx 32:2-6.) Más tarde, cuando Moisés le llamó la atención, presentó una excusa muy débil. (Éx 32:22-24.) Sin embargo, Jehová no le consideró el principal responsable,

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sino que dijo a Moisés: “Así que ahora déjame, para que se encienda mi cólera contra ellos y los extermine”. (Éx 32:10.) Moisés puso al pueblo ante una disyuntiva al clamar: “¿Quién está de parte de Jehová? ¡A mí!”. (Éx 32:26.) Todos los hijos de Leví respondieron, y entre estos debió encontrarse Aarón. Ellos mataron a tres mil idólatras, probablemente los principales instigadores de la rebelión. (Éx 32:28.) No obstante, más tarde Moisés recordó al resto del pueblo que ellos también compartían la culpa. (Éx 32:30.) Así que Aarón no fue el único que recibió la misericordia de Dios. De sus acciones subsiguientes se desprende que en su corazón no estuvo de acuerdo con el movimiento idolátrico, sino que cedió a la presión de los rebeldes. (Éx 32:35.) Jehová mostró que le había perdonado al mantener en vigor su nombramiento de sumo sacerdote. (Éx 40:12, 13.)

4 En las Escrituras Hebreas se usa con frecuencia el símbolo de una ramera o fornicadora. A la nación de Israel se le advirtió que no se relacionase con las naciones de Canaán, porque esto la llevaría a tener “ayuntamiento inmoral con [“prostituirse ante”, CB] sus dioses”. (Éx 34:12-16.) Tanto Israel como Judá apostataron de la adoración verdadera de Jehová Dios, y se les condenó por haberse prostituido con las naciones políticas y sus dioses. (Isa 1:21; Jer 3:6-10, 13; Eze 16:15-17, 28, 29, 38; Os 6:10; 7:11; 8:9, 10.) Puede verse en estos textos que Dios no consideraba a Israel o Judá meras entidades políticas que se relacionaban con otros gobiernos políticos. Más bien, los reprendió sobre la base del pacto sagrado que existía entre Él y sus siervos, pacto que los hacía responsables de ser un pueblo santo dedicado a Dios y a su adoración pura. (Jer 2:1-3, 17-21.)

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Además de significar “diadema” (2Cr 23:11), la palabra hebrea né·zer puede referirse a algo singularizado, separado o dedicado, como en el caso de “la señal de la dedicación, el aceite de la unción de su Dios”, que estaba sobre el sumo sacerdote. (Le 21:10-12; compárese con Dt 33:16, nota.) En vista de este significado básico, la Traducción del Nuevo Mundo traduce né·zer por “señal de dedicación” cuando se refiere a la lámina de oro que llevaba el sumo sacerdote de Israel en el turbante. En esta lámina áurea se hallaban

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inscritas las palabras “La santidad pertenece a Jehová”. (Éx 29:6; 39:30, nota; Le 8:9.) Sumo sacerdote de Israel. El turbante del sumo sacerdote de Israel tenía en la parte que quedaba sobre su frente una lámina de oro —“la santa señal de dedicación”—, sobre la que estaba inscrita “con los grabados de un sello” la expresión: “La santidad pertenece a Jehová”. (Éx 28:36-38; 39:30.) Ya que el sumo sacerdote era el representante principal de la adoración a Jehová, se esperaba que mantuviese santo el puesto que ocupaba. Por otra parte, la inscripción que llevaba sobre la frente le recordaría a todo Israel que a Jehová siempre se le habría de servir en santidad. Esta imagen del sumo sacerdote sería también una representación apropiada del gran sumo sacerdote, Jesucristo, y del hecho de que este gran sumo sacerdote haya sido dedicado por Dios a un servicio sacerdotal que sostendría la santidad divina. (Heb 7:26.)

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Ahora bien, ¿qué ocurre si no somos ancianos y nos enteramos de que otro cristiano ha cometido un mal grave? Las pautas se encuentran en la Ley que Jehová dio a la nación de Israel. Esta decía que si una persona era testigo de acciones apóstatas, sedición, asesinato u otros delitos graves, tenía el deber de informarlo y testificar sobre lo que sabía. Levítico 5:1 dice: “Ahora bien, en caso de que peque un alma por cuanto ha oído maldecir en público y es testigo, o lo ha visto o ha llegado a saber de ello, si no lo informa, entonces tiene que responder por su error”. (Compárese con Deuteronomio 13:6-8; Ester 6:2; Proverbios 29:24.)

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Porciones sagradas (ofrendas alzadas). La palabra hebrea teru·máh se traduce en algunas ocasiones “porción sagrada” cuando se refiere a la parte del sacrificio que se alzaba como la porción que pertenecía a los sacerdotes. (Éx 29:27, 28; Le 7:14, 32; 10:14, 15.) También se traduce frecuentemente “contribución” cuando se refiere a las cosas dadas al santuario, las cuales, con excepción de lo que se sacrificaba sobre el altar, iban asimismo dirigidas al sustento de los sacerdotes. (Nú 18:8-13, 19, 24, 26-29; 31:29; Dt 12:6, 11.)

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10:1, 2. ¿Qué puede haber implicado el pecado de Nadab y Abihú, los hijos de Aarón? Poco después de que Nadab y Abihú obraron impropiamente al efectuar sus deberes sacerdotales, Jehová prohibió a los sacerdotes que usaran vino o licor embriagante mientras servían en el tabernáculo (Levítico 10:9). Eso da a entender que los dos hijos de Aarón tal vez estaban bajo los efectos del alcohol durante la ocasión aquí mencionada. Sin embargo, la razón por la que murieron fue porque ofrecieron “fuego ilegítimo, que [Jehová] no les había prescrito”. Pero, probablemente antes que terminara el día, el relato dice que “Nadab y Abihú [...] tomaron y llevaron cada uno su braserillo y pusieron en ellos fuego y sobre él colocaron incienso, y empezaron a ofrecer delante de Jehová fuego ilegítimo, que él no les había prescrito. Con esto salió un fuego de delante de Jehová y los consumió, de modo que murieron ante Jehová”. (Le 10:1, 2.)

Lecciones para nosotros:

10:1, 2. Hoy día, los siervos de Jehová responsables tienen que cumplir con los requisitos divinos. Además, no deben ser insolentes al encargarse de sus obligaciones.

10:9. Nadie debe realizar deberes que le haya dado Dios si está bajo los efectos del alcohol.

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12:2, 5. ¿Por qué se volvía “inmunda” la mujer como resultado del parto? Los órganos reproductivos fueron hechos para transmitir vida humana perfecta. No obstante, en vista de los efectos heredados del pecado, lo que se transmitió fue vida imperfecta y pecaminosa. Los períodos temporales de ‘inmundicia’ relacionados con el parto, así como la menstruación y las emisiones seminales, recordaban esta herencia pecaminosa (Levítico 15:16-24; Salmo 51:5; Romanos 5:12). Las disposiciones reglamentarias de purificación ayudaban a los israelitas a comprender la necesidad de un sacrificio redentor para cubrir el pecado de

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la humanidad y devolverle la perfección. Por eso, la Ley llegó a ser su “tutor que [los condujo] a Cristo” (Gálatas 3:24).

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