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TM. DIEGO GARAY. TN. LUIS WILSON. LENGUAJE VISUAL 3. 2013. I Anouk y los peces Natalia Canova Me llamo Anouk y no tengo sobrenombre porque a todos les encanta mi nombre. Lo que más quiero cuando voy a la escuela es salir, porque después de la escuela es el momento en que voy a la casa de mi abuela. Ella me pone la tele porque sabe que me gusta mirar dibujitos. Me hace la leche y me da galletitas de chocolate. Siempre quiero ver los dibujitos que tienen animales. A veces aparecen peces. Me gustan los peces, se mueven lindo. Me gusta el mar, me gustaría ser un pez. Mi abuela cuando vio que tanto me fascinaban decidió comprar una pecera y un pez naranja. La pecera que compró era redonda y le puso piedritas de colores en el fondo. El pez, sin embargo, no era como los peces de la tele. No hablaba. No sonreía. Estaba rodeado de piedras que no lo entendían. Se daba la cabeza contra el vidrio de la pecera, quizás para sentirse un poco vivo. Me ponía triste ver al pez ahí, no por el pez sino porque sentía que no era feliz, sino ¿por qué no sonreía ni hablaba ni reía como los de la tele? ¿Era porque estaba solo y los de la tele están siempre con otros peces? Yo sabía que los peces viven en el mar y que los inodoros van al mar. Cansada de verlo tan triste un día hice un cuenco con mis manos. Metí ese cuenco provisorio dentro del agua y saqué al pez, también un poco de agua. Fui corriendo hasta el baño y lo dejé en el inodoro. Tiré de la cadena. Apareció mucha gente gritándome. Decían, sobretodo, que lo había matado. Pero ellos no vieron lo que yo vi. Yo vi al pececito guiñándome el ojo. Yo no lo maté, ¡lo devolví a la vida! II Creer o reventar un ciervo a contramano Sofía Maimone Un día agotador, de esos que quedas exhausta. Sentía que los ojos se cerraban. Pucha –ufe para mis adentros. Una congestión de autos insoportable. Los ruidos molestos de las bocinas taladraban mis oídos, ese sonidito molesto y perturbador. Ese tu que a veces puede ser pequeño o ese tuuuuuuuuuuuuu alargado, como si la vida del conductor se le fuera a terminar en ese instante, si tan solo su vida dependiera de ese ruido incesante. Me quedé mirando el tránsito. El sol pegaba de lleno en el limpiaparabrisas, ese sol que te mata, ese rayito que te sega por completo y sentís como lentamente te vas adormeciendo. Pero sabes que no podes quedarte dormido y que si no pisas a fondo el acelerador vas a terminar soñando en una cama un tanto fría y no creo que sea una sensación agradable. Mientras mi mente flasheaba por allí seguía escuchando el trinar de los autos, va, eso lo de trinar lo digo en el sentido metafórico para describir el embotellamiento en el que me encontraba sumido. Hubo algo que me hizo frenar, que me dejó boquiabierta. Los ojos se me abrieron como platos, nuevamente pisé a fondo y allí cruzando la 72 hermoso, esbelto, con su pelaje anaranjado con cornamentas relucientes. Fue como si todo se detuviera. La callecita se transformó en un hermoso pastizal verde, teñido de hortalizas, margaritas y jazmines. Pude sentir como el olor a nafta y congestión se transformaba en olorcito a campo. Invadió los poros de mi nariz. La calle 72 se vio transformada en un hermoso paisaje. No sé qué había pasado. Si me había ido para el otro mundo o si ese ciervo o aquel paisaje eran producto de mi imaginación a causa del stress, pero creer o reventar –como diría la abuela había visto un ciervo a contramano en la calle 72.

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TM. DIEGO GARAY.TN. LUIS WILSON.

LENGUAJE VISUAL 3. 2013.

I

Anouk y los pecesNatalia Canova

Me llamo Anouk y no tengo sobrenombre porque a todos les encanta mi nombre. Lo que más quiero cuando voy a la escuela es salir, porque después de la escuela es el momento en que voy a la casa de mi abuela. Ella me pone la tele porque sabe que me gusta mirar dibujitos. Me hace la leche y me da galletitas de chocolate. Siempre quiero ver los dibujitos que tienen animales. A veces aparecen peces. Me gustan los peces, se mueven lindo. Me gusta el mar, me gustaría ser un pez.Mi abuela cuando vio que tanto me fascinaban decidió comprar una pecera y un pez naranja. La pecera que compró era redonda y le puso piedritas de colores en el fondo. El pez, sin embargo, no era como los peces de la tele. No hablaba. No sonreía. Estaba rodeado de piedras que no lo entendían. Se daba la cabeza contra el vidrio de la pecera, quizás para sentirse un poco vivo. Me ponía triste ver al pez ahí, no por el pez sino porque sentía que no era feliz, sino ¿por qué no sonreía ni hablaba ni reía como los de la tele? ¿Era porque estaba solo y los de la tele están siempre con otros peces?Yo sabía que los peces viven en el mar y que los inodoros van al mar. Cansada de verlo tan triste un día hice un cuenco con mis manos. Metí ese cuenco provisorio dentro del agua y saqué al pez, también un poco de agua. Fui corriendo hasta el baño y lo dejé en el inodoro. Tiré de la cadena. Apareció mucha gente gritándome. Decían, sobretodo, que lo había matado. Pero ellos no vieron lo que yo vi. Yo vi al pececito guiñándome el ojo. Yo no lo maté, ¡lo devolví a la vida!

II

Creer o reventar un ciervo a contramano Sofía Maimone

Un día agotador, de esos que quedas exhausta. Sentía que los ojos se cerraban.­Pucha –ufe para mis adentros­.Una congestión de autos insoportable. Los ruidos molestos de las bocinas taladraban mis oídos, ese sonidito molesto y perturbador. Ese tu que a veces puede ser pequeño o ese tuuuuuuuuuuuuu alargado, como si la vida del conductor se le fuera a terminar en ese instante, si tan solo su vida dependiera de ese ruido incesante.Me quedé mirando el tránsito. El sol pegaba de lleno en el limpiaparabrisas, ese sol que te mata, ese rayito que te sega por completo y sentís como lentamente te vas adormeciendo. Pero sabes que no podes quedarte dormido y que si no pisas a fondo el acelerador vas a terminar soñando en una cama un tanto fría y no creo que sea una sensación agradable.Mientras mi mente flasheaba por allí seguía escuchando el trinar de los autos, va, eso lo de trinar lo digo en el sentido metafórico para describir el embotellamiento en el que me encontraba sumido.Hubo algo que me hizo frenar, que me dejó boquiabierta. Los ojos se me abrieron como platos, nuevamente pisé a fondo y allí cruzando la 72 hermoso, esbelto, con su pelaje anaranjado con cornamentas relucientes. Fue como si todo se detuviera. La callecita se transformó en un hermoso pastizal verde, teñido de hortalizas, margaritas y jazmines. Pude sentir como el olor a nafta y congestión se transformaba en olorcito a campo.Invadió los poros de mi nariz. La calle 72 se vio transformada en un hermoso paisaje.No sé qué había pasado. Si me había ido para el otro mundo o si ese ciervo o aquel paisaje eran producto de mi imaginación a causa del stress, pero creer o reventar –como diría la abuela­ había visto un ciervo a contramano en la calle 72.

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III

Cuentapiedras. Graciela Garbaccio

En algunos cumpleaños, fiestas y navidades, las puertas son más largas, los ruidos son más fuertes, los grandes son más altos, y los otros chicos son...más chicos. Juegan los chicos. ¿A que juegan los chicos? Al Juegachicos, dice Maga, hecha ovillito en un rincón, mirando el mundo con ojos redondos de naranja sorprendida. ¡Qué tímida! dicen los grandes. ¡Qué rara! dicen los otros chicos. Maga, la rara. Maga, la maga. Maga, la rana. La que canta bajito, pegadita la ñata a la ventana. Maga, rulos castaños, rulos de avellana, hojas de otoño distraído. Maga, patitas flacas, terito solitario. Maga bicho bolita, puro rojo las mejillas de frutilla, jugaba comodita atrás de las cortinas.¿A qué jugás?Al Cuentapiedras.¿Y cómo se juega?Mirás algo, una canilla, un perro, una rama…y deja de ser canilla, perro, rama, para ser otra cosa.¿Qué cosa?Una historia.¿Qué historia?La de cosas que no tienen una historia.¿Qué historia tienen las cosas?Las que se cuentan.¿Y quién cuenta la historia?Un Cuentapiedras.Contáme una historia.¿Qué historia?La que sepas contar.

IV

El gato negro de la buena suerteNatalia Canova

Mi gato se llama Laki. Sus bigotes son como los de ese pintor loco, creo que se llama Dalí. Cuando maúlla parece que hiciera arcoiris. Su pelo es negro y aunque dicen que los gatos negros traen mala suerte, a mí siempre me ayudó en todo.A Laki le gusta jugar con trocitos de papel. A veces le pido a mamá que me compre papel picado para que juegue, pero creo que prefiere los papeles blancos para que se confundan con el piso. Así juega más. Quizás le gusta lo que es diferente a él.Un día Laki movía mucho los bigotes. Salió a pasear y no volvió más. Estuve muy triste. Mamá me dijo que los gatos eran así, que había que quererlos y aceptarlos así o mejor no tener gatos. Me dijo que no me ponga triste porque él era libre y así quería serlo yo, como cuando le pedía que me deje ir a jugar con mis amigas del jardín.Mientras mamá me decía eso yo cortaba una servilleta en trocitos pequeños para Laki, pensando en que ojalá sea feliz y le corten papelitos blancos, así podía seguir jugando.Un día papá me contó que lo vio. Se pintó de dorado y ahora mueve la mano mientras sonríe: es un gatito japonés, de los que traen fortuna. Finalmente descubrió quién quería ser.Y claro, Laki es tan bueno que no pude traerme fortuna sólo a mí.

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V

La fuente de los coloresVerónica Carabajal

Había una vez un rey de oro,que los colores no conocía.Mas las canciones del nuevo día,muy bien las sabia.Cantaba en las noches las melodías de los ruiseñores.Saltaba, cantaba, que bien la pasaba!En la fiesta de los duendesdonde a nadie nada duelea su amor conoció,de plata vestía la dulce reina,mas la dama no lo quería,pues de colores él nada sabía, pobre rey por ella sufría!Comía sandías para alegrar sus mediodías;para la cena frambuesa, para no pensar en esa;frutillas, para dormir sin zapatillas;peras para que no duela la espera;uvas para no mirar a luna.Una noche sin pensar,vio la reina al rey pasar.Brillos y grillos, que son amarillosa sus oídos algo contaron.La reina le dijo al dulce rey:sí descubres el escondite de los coloresrosas y amores; soles y sueños habrán de crecer.Feliz el rey de orocruzo mares, tierras , bosquesy al monte de los amores llegó.Una fuente con colores,que gran Suerte, la encontró!El amor de los reyesaquella fuente vio nacer.Le dio flores a su reina,que encantada ella estaba!Era amada por su rey.Hoy los duendes son felicespues su rey volvió cantarla canción del nuevo díaen un largo tralala.

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VI

Sandioso y Apenitas.Graciela Garbaccio

para Maio

El mismo día que Apenitas cumplió siete años, Sandioso cumplió ocho. O siete. O nueve. O diez. O no importa, porque los dos eran requetecontrarequeteamigos, pero requetecontrarequeteamigos ¿eh? De esos requetecontrarequeteamigos que uno no hace todos los días.Pero además de requetecontrarequeteamigos, Sandioso y Apenitas eran muy distintos.Sandioso era alto como un rascacielos, tan alto que al lado suyo, Apenitas era petisa y flacucha. O Apenitas era tan petisa y flacucha, que al lado suyo Sandioso era alto como un rascacielos.Sandioso era tímido como un pajarito, tan tímido, que Apenitas al lado suyo derramaba carcajadas de elefante. O Apenitas derramaba tantas carcajadas de elefante, que Sandioso al lado suyo era tímido como un pajarito.Sandioso tenía sueños azules y ropa violeta. Apenitas tenía sueños amarillos y ropa naranja, rosa, verde, roja y por supuesto, ropa azul, amarilla y violeta.Pero por sobre todo, Sandioso y Apenitas tenían un secreto.¿Cuál era el secreto? Si te lo cuento, ya no sería un secreto.Pero… Apenitas, que escribía todo lo que era importante, lo dejó anotado en un montón de papelitos.En esos papelitos, Apenitas escribió:“Sandioso vino a jugar, como todas las tardes.”“Jugamos a mirarnos un ojo a través de la cerradura del portón. Cuando él pestañea, el ojo cambia de color: Verde, azul, marrón, violeta, blanco, amarillo, rosa, y negro, dorado, plateado, a rayitas, a cuadritos, con puntitos y todo junto.”“Sandioso y yo encontramos un sacón mágico. Lo que metemos en el bolsillo izquierdo, sale por el derecho. Metimos una caja de fósforos, un sacapuntas, una caja de arroz, una bicicleta, un piano de cola y una ballena, lo mas bien.”“Tengo cuatro pecas en la nariz, diez en una mejilla, doce en la otra y seis en la frente. Sandioso las contó una por una. Él no tiene pecas, su cara es blanca como la clara a punto de nieve”.Así, todas las tardes.Y cuando el reloj da las cinco, todas las tardes, la mamá de Apenitas llama:­ ¡La merienda, hija!Y como todas las tardes, mientras Apenitas entra en la casa, Sandioso, de lejos, le sopla un beso. Y el beso vuela rapidito entre los árboles del patio y trepa entre las macetas y se estampa ¡chuick! en la mejilla de Apenitas. Porque esto hay que decirlo: “Sandioso es como todos, pero distinto”­ escribió Apenitas en un papelito de anotar cosas importantes­ “Sandioso tiene poderes mágicos.”Pero un día, de repente y de improviso, Apenitas dejó de llamarse Apenitas para llamarse Juana. Así la llamaba su mamá, su papá y todo el mundo. Juana. Juanita, que sonaba parecido a Apenitas pero Apenitas era...Apenitas Juanita. Entonces, de a poquito, Sandioso dejó de venir a jugar con Juana, primero una tarde, luego dos tardes y finalmente, ninguna otra tarde.Así, pasó el tiempo. Y Juana se olvidó de Sandioso y Apenitas.Pero un día que cumplió años, muchos años, Juana encontró su caja de papelitos. Estaba en el bolsillo mágico del sacón mágico, olvidado en el fondo de un ropero. Tenía tantos papelitos anotados que sin saber qué hacer con ellos, armó pajaritos de papel y los echó a volar, para que cuenten la historia. Porque lo cierto es que el miedo y el olvido son cosas de grandes. Los chicos se acuerdan de todo lo que es importante, por algo lo anotan en papelitos. Y por algo los fantasmas, que son tímidos como pajaritos y altos como rascacielos, se hacen amigos de los chicos, que como son inteligentes y petisos, nunca se asustan con cualquier cosa.

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VII

Un día de esosSofia Maimone

Era un día de esos, en el que los ánimos están por el piso.No sé porqué, pero sí me sentía con muchos nudos en mi garganta que te aprisionan y te dejan sin respirar.Mis pies, se arrastraban por la calle 72. Se arrastraban como pantuflas ya gastadas por los años. Como las pantuflas de la abuela Nilda. Así me sentía, a pesar de que mis zapatos fueran nuevos, se gastaban por el simple hecho de arrastrar los pies a paso lento.Tras que el tiempo no acompañaba, el cielo estaba pintarrajeado de nubes grises y los refucilos acompañaban el mal día. Prácticamente no había un alma en la calle, solo yo con mi soledad.Tal vez mi sombra me acompañaba. Pero nada podías hacer cuando estaba sola en pleno año 2050. No esperabas encontrar a alguien en una calle desierta en la que antes había gente ahora solo desolación. Había NADA. Esa nada que te mata y te sosiega por dentro y no te deja ver la realidad.Un remolino de hojas se empezó a elevar. El viento despeinó mi pelo andrajoso. Una rajadura se abrió en el cielo como si algo lo partiera en dos mitades. Me corrí hacia atrás y empecé a ver algo poco real: en medio de esa raya se vieron surcar papelitos de colores, se confundieron con el cielo gris se mezclaron con el paisaje desolado. Me sentí como una niña pequeña, con ganas de atrapar los papelitos, salté, salté bien alto como si atrapara copos de nieve. No eran copos de nieve pues ya no existían pero los atrape entre las manos sintiéndolos como esos copitos de otro tiempo. Y vi algo hermoso: una bandada de pájaros que se quedaba pegada al poste de luz.

VIII

Un pedacito de China en BarracasRoxana D´Auro

“Sin salir de casa, se puede conocer el mundo”Tao Te Ching – Lao Tse

Juan Pedro nació en Argentina, en el barrio de Barracas. Come choripán, patea en el potrero con los pibes, juega a las figus y a las bolitas.En la escuela le pusieron un sobrenombre. El Chino, le dicen .No fueron muy originales porque Juan Pedro es chino. Es un chino argentino.Su papá y su mamá vinieron directamente de Hong Kong y Juan Pedro nació entre los músicos callejeros que tocan tango en el empedrado los domingos, los bolivianos que cocinan pollo frito a toda hora y las peruanas que venden bombachas de todos los colores.Pero el año pasado vino de la China no un chino mandarín como dice la canción, sino la abuela de Juan Pedro ,que se horrorizó al comprobar que la palabra más próxima a China que pronunciaba su nieto era chin…chulín y decidió armarle una colección de secretos chinos para sentirse cerca aunque esté tan lejos.Semejante colección y semejantes secretos sólo podían estar bien guardados en unas cajas chinas, cajitas chinas decoradas con imágenes de dragones y perros de Fo y muchos colores en hilos de seda brillantes.Para conocer el secreto de la cocina china, en una cajita la abuela guardó un grano de arroz.Para conocer el secreto del arte chino, un pedacito de finísimo papel con una mancha de tinta china en él.Para conocer el secreto de las aguas, una escama de pez Koi.Para conocer el secreto de los bosques, una hojita de bambú.

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Para conocer el secreto de las mujeres, un tira de fina seda.Había algo especial en esas cajas chinas.Tal vez una magia oculta.Tal vez la fuerza del secreto.Tal vez el amor de la abuela, pero cuando Juan Pedro abría las cajas, se escuchaba el susurro del viento entre las cañas de bambú, o el glu glu del agua corriendo sobre las rocas del río.­Un pedacito de China en Barracas.­¿Cómo es eso?, le dijo Keyla Serrudo, su mejor amiga, su compañera de banco.­No hace falta todo el mar, podés cerrar los ojos y una sola gota en tu lengua se sentirá como el mar entero.Keyla se quedó pensando que eso era ser chino bien chino, con el gusto por lo pequeño, lo diminuto, lo concentrado, y aceptó la invitación de Juan Pedro.Al día siguiente cuando salieron de la escuela, se fueron a la parte trasera del negocio. Mientras sus padres trabajaban adelante, Yun en la caja y Reynaldo en la verdulería, ellos se sentaron frente a frente. Juan Pedro le cubrió los ojos a Keyla con un pañuelo de seda, y abrió una cajita que tenía el secreto de la ceremonia del té. Sólo con la proximidad de un pétalo de jazmín, Keyla sintió la intensidad de una taza de fina porcelana pintada con pintura dorada que humeaba frente a su pequeña nariz.Después fue el turno de ella. Le cubrió con delicadeza los ojos a Juan Pedro, con el mismo pañuelo de seda y se sentó frente a él.Abrió uno a uno todos los paquetitos que había llevado, envueltos en telas de fuertes colores.Sacó primero una piedra que tenía el secreto que el viento le cuenta a la montaña; un trozo de sal que hace muchísimos años fue el fondo del mar; el vellón de una llama; una hoja de coca.Y viajaron por Bolivia y por China, desde Barracas.Después satisfechos, se acostaron panza arriba a ver un pedacito de cielo que se colaba por un agujero en el techo de chapa.Juan Pedro dijo:­El mundo cabe en un pañuelo, ¿no Keyla?­O en una caja, respondió ella.

IX

WaterlooSilvia Tizio

Ya lo sé, ya lo sé, no es necesario que nadie argumente porque se trata de un hecho. Tiene la pesada contundencia de la realidad y, muy a mi pesar y contra toda lógica, me sucede. Yo viajo en el tiempo. Pero, claro, no se puede viajar en el tiempo y yo ya lo sé. Lo que no puedo es evitarlo. Es inútil porque, ni bien comienza el vértigo que lo antecede todo, caigo en la cuenta de que se trata de algo tan natural e involuntario como el hecho mismo de respirar.El primer viaje tuvo lugar mientras recorría la página número diez del libraco de historia universal y ¡zas!... aparecí ahí, arropado al azar en las vestiduras de un parroquiano cualquiera, en primera fila, en un punto de privilegio; y así, anónimo e inadvertido entre las gentes del pasado, supe que no me estaba dado elegir espacio o tiempo de arribo.En todos estos años, de escasas lecturas e incontables viajes, he podido recorrer los demorados avatares de la evolución, la monótona sucesión de los faraones y las onduladas andanzas fenicias. Me embriagué con la magistral oratoria griega y hube de protegerme de las veleidades del joven Alejandro. Cometí adorables excesos precristianos en la Roma imperial y callé junto a Séneca ante a la previsible sentencia. Yo sé de condenas y de redenciones por haber presenciado lo más elevado y lo más oscuro de la especie.Pero mañana…mañana se cumplen diez años del primer viaje y esta vez sospecho que se trate de Waterloo. He leído del libro todo cuanto con el tema se relaciona y nada. Entonces, desempolvo y releo “Los miserables” ­¿qué mejor?­ y resulta del mismo modo inútil porque parecen haber desaparecido, de golpe, todas las imágenes, las voces de mando y los habituales estruendos de la guerra.

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Sólo adivino a lo lejos un soldado del frente enemigo que me apunta directo desde ese punto de privilegio que yo tan bien conozco. Pienso que el hombre obedece una orden remota y que ha de matarme porque, cumplido el ciclo, se impone mi relevo. Y de golpe tengo la certeza de la muerte; entonces en un acto reflejo levanto impotente el libraco, lo vuelvo escudo pero nada puede contra el disparo certero y la visión se clausura.Imagino entonces que el hombre recogerá el libro inmune, me arrebatará el testimonio como en una críptica carrera de postas y proseguirá, anónimo e inadvertido, su viaje por el tiempo.

X

EntramadosLucas Gagliardi

Una mañana, ella comenzó a tejer. Al cabo de unos cuantos días, descubrió que tenía talento para ese oficio aprendido entre abuelas y tías.Al cabo de unos años, todos conocían a esta tejedora y sus entramados. Le pedían desde medias hasta alfombras: nadie ignoraba su habilidad para trazar arabescos con las agujas; tampoco se desconocía la fortaleza de sus tejidos. Se decía que podían resistir hasta las peores ventiscas.Justamente, un día de tormenta muy hostil se llevó unas tejas de su casa a dar un paseo sin retorno. Cuando comenzó a filtrarse el agua entre los muebles del comedor, ella decidió salir a emparchar el tejado. Aún con sus pocos conocimientos de albañilería no dejaría que se inundara su casa.Y allí, entre un coro de luces urgentes en el cielo, los vecinos la vieron recortada contra el cielo, tejiendo, emparchando un techo con otro entramado. Y así, sus vecinos descubrieron uno más de sus muchos talentos. Desde entonces, ella tejía. A veces tejidos y a veces tejados. Su punto canelón diseñaba techados que todos querían.Días después, una vecina le pidió una casita textil para su perro. La pidió con diseños japoneses y dos canaletas para desagotar el agua de las lluvias, cada vez más abundantes.Otro día, más avanzado el invierno, le pidieron que tejiera un toldo para cubrir un edificio. Llegó un hombre de una gran ciudad a su casa en las afueras.–Es un resguardo. Es más práctico y más económico que hacer la pintura de nuevo– dijo el dueño del emprendimiento al pie del rascacielos, mientras apuntaba con el dedo a la cumbre entre las manchas nubosas.Ella pasó toda la semana entre andamios y agujas, subiendo y bajando ese toldo entramado y probándolo ante lluvias y relámpagos.Cuando inauguraron el toldo vinieron los medios. De ahí en más, sus obras se hicieron famosas como nunca. Sus servicios fueron más requeridos que nunca. Pasó a tejer capuchones para plazas, techos corredizos para estadios, capas para monumentos, puentes y castillos. Nunca se había dado cuenta de la cantidad de construcciones que había en las caercanías. Nunca h que lía sentido que la gente valorara tanto las construcciones para protegerlas del sol y de las lluvias.Y así, un día, se encontró cansada, en un parque cuyo cielo tenía nubes diseñadas con lana de ochos y punto Santa Clara. Vio un pajarito que, en ese despuntar la primavera, construía su nido trabajosamente, utilizando ramitas. Recordó que tenía pendientes tres trabajos más antes del sábado y no tuvo ganas de levantarse de aquel banco.Miró otra vez al cielo (en realidad a la cúpula que había desplegado sobre la plaza) y recordó todo el trabajo de aquel Santa Clara, de la hilandería, de la combinación de lanas para lograr aquel caleidoscopio de azules, turquesas y blancos. Miró sus bolsillos, que parecían no poseer más dinero que cuando tejía bufandas, a las que ponía tanto esmero artístico como a sus techos. Se dio cuenta de lo poco que cobraba por sus servicios textiles y por extensión, además, en el rubro construcciones. Una bufanda valía lo mismo que un dos aguas, o que todo un castillo con siete atalayas.No era justo. Tanta exigencia, tanto oficio.Entonces, en un rapto de furia, decidió correr.

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TM. DIEGO GARAY.TN. LUIS WILSON.

LENGUAJE VISUAL 3. 2013.

Corrió, saltó, y siguió corriendo hasta el límite urbano. Se detuvo ya entrada en campo abierto, cuando hubieron desaparecieron todos los edificios cubiertos por sus techos.En su casa se acumularon las solicitudes de futuros trabajos. Cartas, mensajes telefónicos y golpes a su puerta. En el barrio, se acumularon los rumores sobre su paradero. Nadie la volvió a ver por allí.Ocurre que la tejedora había decidido alejarse no de la ciudad, sino de los pedidos que le habían hecho odiar los entramados que con sus agujas realizaba a pedido. No se retiró al campo para convivir con la naturaleza: necesitaba descansar de un talento que se había vuelto una carga.Por ello, luego de vagar por un mundo repleto de diseños se instaló en una selva perdida por allí. Es que allí podía seguir apreciando el arte de los estampados, de los tejidos en composé y con juegos de colores. Pero esta vez, la mano de obra y las ideas las aportaba el verdor que la rodeaba.En ese refugio selvático se habría reconciliado poco a poco con su propio tejido. Según dicen los pocos que se han adentrado, la habrían visto entre las guías y lianas mientras buscaba ramitas que sirvieran de agujas