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TM. CABE MALLO TN. MARIA JOSÉ BRAMBILLA. LENGUAJE VISUAL 3. 2013 I Siete Sacos Jorge Leguizamón ¿Cómo nadie se dio cuenta? Fueron varias generaciones, pero nadie se dio cuenta. Y yo…tuve que verlo. El paisaje de un lugar no solo es definido por sus aspectos geográficos, ni tampoco por sus hechos, también se ve trazado por la relevancia de sus personajes. Hay un individuo en particular, por excelencia, que se ha hecho parte del paisaje de Berisso: Siete Sacos. Este señor de aspecto bíblico, piel oxidada, andrajoso, meditabundo, grave y silencioso, ya hace algunos años que patea las calles de esta ciudad. No todas las calles. Parece haberse impuesto una jurisdicción sobre la zona noroeste de Berisso, pues si no se han dado cuenta tampoco de esto, solo deambula de la calle once hacia el lado del Puerto, y del Puente Roma hacia la Nueva York. Si Berisso, según el semanario es un mundo, éste contiene un pequeño Universo, un Cosmos abrigado siete veces que mira más allá de la once y la Nueva York, mas allá del bien y del mal, donde ni siquiera llegan la razón y el entendimiento. Tan arraigado se encuentra nuestro amigo al lugar, que cabe mencionar una anécdota que algunos vecinos deben recordar aún: el día que por orden municipal se intentó el… ¿desalojo?... ¿destierro? (es extraño cualquiera de los dos significados para alguien que vive a la intemperie). En pos de evitar el mal aspecto y los feos olores en la vía pública (aunque sabemos que peor olían algunos negociados dentro del mismo Municipio), querían llevar al ilustre croto a la localidad de Romero, para internarlo lisa y llanamente. ¡¿Cómo se les ocurre?! Aún el aire dejaría de ser el mismo en Berisso! Por supuesto, una horda de vecinos adhirieron al inmediato rechazo de tal medida. Increíble. Sin saberlo, estos pobladores estaban contribuyendo no solo a rescatar un patrimonio cultural callejero, sino a salvarle la vida a un enigma viviente en el espacio y el tiempo. Pero ¿quién es realmente Siete Sacos? ¿Sólo un vago? ¿Un abandonado de la vida, con la nada como principal filosofía? ¿Qué pensamiento atacará su mente cuando mira al vacío sobre nuestras cabezas? ¿Estará viendo algo que las supuestas personas racionales (perdidas en los engranajes del sistema), no pueden ni siquiera imaginar? ¿Cómo saber si guarda algún secreto? ¿Cómo nunca se nos ocurrió acerca de su trascendencia? Estaba ahí. Siempre estuvo ahí. La historia de nuestro emblemático amigo se remonta al año…el mito, según la voz popular, nace en aquél trágico hecho que marcaría su vida para siempre: el accidente automovilístico e.n la ruta 215, en Los Talas, donde fallece toda su familia, y queda así shockeado y autista desde entonces. También se dice, junto a estos hechos, que era médico de profesión. Esto es todo lo que el pueblo sabe, y parece contentarse con ello, porque de todos modos, ¿a quién importa la vida de un linyera? No se si alguien sepa su edad, y es por aquí donde comienza el misterio. ¿Se preguntaron alguna vez cuántos años tiene? Agregaré algunas otras premisas inquietantes: ¿podría alguno de ustedes pasar más de –por lo menos cuarenta años viviendo a la intemperie? ¿Pasar duras heladas en la calle todo el día? ¿Soportar las altas temperaturas del verano vestido con tantos sacos? Haciendo necesidades quién sabe en qué lugar de la calle, sin bañarse como lo hacemos todos los días, comiendo salteado sin tener la más mínima oportunidad de elección, los platos de segunda mano. ¿No se enfermaría alguna vez alguno de ustedes en estas condiciones? Y se encontrarían, además, sin acceso alguno a medicamentos, ¿verdad? ¿Aguantarían todos estos años sin comunicarse con otras personas? ¿Cómo se ven en estas condiciones? Si, de acuerdo, pueden decir: “alguien que está medio “tocadito”, no se cuestiona ninguna de estas cosas”. Está bien, pero estar “tocadito” no nos hace inmune a las enfermedades, uno se puede enfermar de cualquier cosa en estas condiciones, aunque mas no sea, pescar un simple resfrío. ¿Alguno de ustedes vio a Siete Sacos alguna vez tosiendo, o al menos resfriado? Yo no. alguien con estas características simplemente no es humano. Entonces viene ahora la mas importante de las preguntas: ¿de dónde sale toda esa fortaleza en su ser? La respuesta me llegó una noche en que yo estaba muy nervioso y angustiado, y tuve que salir a caminar para despejar un poco la psiquis. Al llegar al puente Tres de Abril, del lado del Club Náutico, divisé la silueta de un individuo corpulento, que escapaba rauda dando grandes zancadas, hacia la zona del monte. Era ya de madrugada y no vi a nadie más, aunque tampoco le di gran importancia al hecho. Varios días después en que volví a atravesar las mismas circunstancias, encontré la misma sombra recortada debajo del puente, y cuando me vio salió corriendo. Era él. Siete Sacos. No pensé que tenía tales costumbres de nocturnidad,

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TM. CABE MALLOTN. MARIA JOSÉ BRAMBILLA.

LENGUAJE VISUAL 3. 2013

I

Siete SacosJorge Leguizamón

¿Cómo nadie se dio cuenta? Fueron varias generaciones, pero nadie se dio cuenta. Y yo…tuve que verlo.El paisaje de un lugar no solo es definido por sus aspectos geográficos, ni tampoco por sus hechos, también se ve trazado por la relevancia de sus personajes. Hay un individuo en particular, por excelencia, que se ha hecho parte del paisaje de Berisso: Siete Sacos. Este señor de aspecto bíblico, piel oxidada, andrajoso, meditabundo, grave y silencioso, ya hace algunos años que patea las calles de esta ciudad. No todas las calles. Parece haberse impuesto una jurisdicción sobre la zona noroeste de Berisso, pues si no se han dado cuenta tampoco de esto, solo deambula de la calle once hacia el lado del Puerto, y del Puente Roma hacia la Nueva York. Si Berisso, ­según el semanario­ es un mundo, éste contiene un pequeño Universo, un Cosmos abrigado siete veces que mira más allá de la once y la Nueva York, mas allá del bien y del mal, donde ni siquiera llegan la razón y el entendimiento.Tan arraigado se encuentra nuestro amigo al lugar, que cabe mencionar una anécdota que algunos vecinos deben recordar aún: el día que por orden municipal se intentó el… ¿desalojo?... ¿destierro? (es extraño cualquiera de los dos significados para alguien que vive a la intemperie). En pos de evitar el mal aspecto y los feos olores en la vía pública (aunque sabemos que peor olían algunos negociados dentro del mismo Municipio), querían llevar al ilustre croto a la localidad de Romero, para internarlo lisa y llanamente. ¡¿Cómo se les ocurre?! Aún el aire dejaría de ser el mismo en Berisso! Por supuesto, una horda de vecinos adhirieron al inmediato rechazo de tal medida. Increíble. Sin saberlo, estos pobladores estaban contribuyendo no solo a rescatar un patrimonio cultural callejero, sino a salvarle la vida a un enigma viviente en el espacio y el tiempo. Pero ¿quién es realmente Siete Sacos? ¿Sólo un vago? ¿Un abandonado de la vida, con la nada como principal filosofía? ¿Qué pensamiento atacará su mente cuando mira al vacío sobre nuestras cabezas? ¿Estará viendo algo que las supuestas personas racionales (perdidas en los engranajes del sistema), no pueden ni siquiera imaginar? ¿Cómo saber si guarda algún secreto? ¿Cómo nunca se nos ocurrió acerca de su trascendencia? Estaba ahí. Siempre estuvo ahí.La historia de nuestro emblemático amigo se remonta al año…el mito, según la voz popular, nace en aquél trágico hecho que marcaría su vida para siempre: el accidente automovilístico e.n la ruta 215, en Los Talas, donde fallece toda su familia, y queda así shockeado y autista desde entonces. También se dice, junto a estos hechos, que era médico de profesión. Esto es todo lo que el pueblo sabe, y parece contentarse con ello, porque de todos modos, ¿a quién importa la vida de un linyera?No se si alguien sepa su edad, y es por aquí donde comienza el misterio. ¿Se preguntaron alguna vez cuántos años tiene? Agregaré algunas otras premisas inquietantes: ¿podría alguno de ustedes pasar más de –por lo menos­ cuarenta años viviendo a la intemperie? ¿Pasar duras heladas en la calle todo el día? ¿Soportar las altas temperaturas del verano vestido con tantos sacos? Haciendo necesidades quién sabe en qué lugar de la calle, sin bañarse como lo hacemos todos los días, comiendo salteado sin tener la más mínima oportunidad de elección, los platos de segunda mano. ¿No se enfermaría alguna vez alguno de ustedes en estas condiciones? Y se encontrarían, además, sin acceso alguno a medicamentos, ¿verdad? ¿Aguantarían todos estos años sin comunicarse con otras personas? ¿Cómo se ven en estas condiciones? Si, de acuerdo, pueden decir: “alguien que está medio “tocadito”, no se cuestiona ninguna de estas cosas”. Está bien, pero estar “tocadito” no nos hace inmune a las enfermedades, uno se puede enfermar de cualquier cosa en estas condiciones, aunque mas no sea, pescar un simple resfrío. ¿Alguno de ustedes vio a Siete Sacos alguna vez tosiendo, o al menos resfriado? Yo no. alguien con estas características simplemente no es humano. Entonces viene ahora la mas importante de las preguntas: ¿de dónde sale toda esa fortaleza en su ser?La respuesta me llegó una noche en que yo estaba muy nervioso y angustiado, y tuve que salir a caminar para despejar un poco la psiquis. Al llegar al puente Tres de Abril, del lado del Club Náutico, divisé la silueta de un individuo corpulento, que escapaba rauda dando grandes zancadas, hacia la zona del monte. Era ya de madrugada y no vi a nadie más, aunque tampoco le di gran importancia al hecho. Varios días después en que volví a atravesar las mismas circunstancias, encontré la misma sombra recortada debajo del puente, y cuando me vio salió corriendo. Era él. Siete Sacos. No pensé que tenía tales costumbres de nocturnidad,

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pero tampoco imaginé cuál era su tarea en ese lugar. Supuse que andaba buscando comida, que los del puesto de panchos podrían arrojar allí. Intrigado, la noche siguiente deliberadamente lo esperé, escondido detrás del pequeño muelle desde donde sale la pequeña lancha para la Isla Paulino. El sin techo esta vez no me vio en ningún momento, y luego de realizar su operación, salió tambaleante, trasladando algo en el cuenco de su mano derecha, que luego llevó a su boca cual festín… ¡si hasta paso a mi lado!...jadeante… gimiendo unos sonidos guturales, casi diría que iba contento, extasiado… Dejé que se alejara, y cuando lo perdí de vista, víctima de una curiosidad que ya me enajenaba, me arrojé veloz al abismo debajo del puente. ¡¿Sabría Juan Berisso, o el mismísimo Dios con qué iba a encontrarme en aquél olvidado y oxidado caño de desagüe, que corre a lo largo del puente?! Estiré mi brazo hacia esa negrura, y una especie de musgo amarillento y ligeramente fosforescente, manchó mi mano derecha. Con asco tiré todo al agua y me limpié en el pantalón. Al otro día debí deshacerme del jean, pues estaba todo agujereado, pero ahora sí, tenía todo el cuadro: la extraña sustancia lo mantenía vivo, ágil, fuerte, incólume, perdurable en el tiempo, lo sublimaba, viendo pasar generaciones que ignoraban la verdad, su secreto, y yo era el único que lo sabía. Y aunque en aquél entonces no sabía la procedencia de la extraña sustancia, ni me atreví a probarla, si quise compartir el secreto con otros. Por eso es que ahora les hablo, y no se si vayan a creerlo o no, pero al menos aquí en el hospital, le cuento esta historia a todos los que veo pasar, y me prestan algo de atención, y estoy seguro que nadie me mira como a un loco.

II

Cuento en cartasMaria Delia Minor

Navarro, 17 de octubre.

Estimada Bruja Chistolfas Le escribo para solicitar su ayuda, en este momento de desesperación que me encuentro padeciendo. Mi loro, Pepito, ha dejado de hablar hace unos días, sin razón aparente, cosa que me tiene sumamente preocupada, ya que he intentado por todos los medios lograr que diga alguna palabra sin ningún resultado. Pepito, es como un hijo para mí, es mi única compañía desde que quedé viuda, hace ya varios años. Él, alegraba mis días con su voz chillona y sus cantos, sí sus cantos, porque Pepito sabía varias canciones que había aprendido escuchando la radio.Imaginará usted, lo desolada que me encuentro sin su compañía. Conozco sus poderes y bondades puestas de manifiesto en la cura de una uña encarnada, una verruga o algún mal de amores y es por ello que me atrevo a pedirle, a suplicarle, cure usted a Pepito, para que vuelva a ser la alegría de mi vida. Sepa, que le estaré eternamente agradecida. Atenta y afectuosamente.

Eduviges Siete lenguas.

Aldea Brujeril Navarrense, 31 de octubre.

Querida Eduviges Siete lenguas He recibido su carta y me ha roto el corazón. Por supuesto, le ayudaré con su problema, pues noto en su misiva, el fuerte lazo que la une a su loro y comprendo el terrible momento por el que está pasando. Hoy mismo, noche de ánimas, realizaré el hechizo Parlanchinesco, a la luz de la luna. Mañana, Pepito, estará hablando como lo ha hecho siempre y volverá la alegría a su vida. Espero recibir buenas noticias, a la brevedad. La saludo y quedo a su entera disposición.

Bruja Chistolfas

Navarro, 5 de noviembre.

Bruja Chistolfas. La presente, es para comunicarle, que el hechizo ha sido un total desastre. Pepito sí, comenzó a hablar a la mañana siguiente, como usted bien lo predijo, pero lo único que hace desde entonces, es repetir a cada persona que nos visita, lo que yo dije de ella y es por esto, que los vecinos de

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la ciudad han dejado de saludarme y me llaman chismosa. ¡Imagínese usted, la situación en que me encuentro por su culpa! Esto no quedará así Bruja Chistolfa.Todos se enterarán que usted es un fraude.

Eduviges Siete lenguas

DIARIO EL NAVARRENSE CORREO DE LECTORES Sr. Director.

Le escribo en mi carácter de damnificada por los dichos de la Sra. Eduviges Siete lenguas. Quisiera poner en conocimiento de todos los lectores de su diario, que los sé muchos, la verdad de lo sucedido entre esta persona y yo. Hace unos días, la Sra. Siete lenguas, me pidió un hechizo para que su loro Pepito volviese a hablar, el que debía realizar la noche de ánimas a la luz de la luna, lástima que esa noche estuviera nublado. Pues bien, al día siguiente, su loro, habló tal como ella me lo había solicitado, por lo que no es mi culpa, si el pobrecito, repite solo los chismes que oye todo el día de boca de la señora Eduviges. Por ello, me he visto en la obligación de escribirle para dejar limpio mi buen nombre de bruja. Aprovecho también, este medio, para comunicar a todos los navarrenses que he cambiado de actividad y me dedico al cultivo de rabanitos, los que se encuentran a la venta en mi domicilio particular: calle 13 de la Aldea Brujeril Navarrense, por el camino oscuro y retorcido. Agradezco desde ya, la oportunidad que se me brinda y saludo a UD. Atte.

Chistolfas.

III

La invasión de los mosquitosMiguel Ángel Gavilán

En la puerta del rancho, Don Ataulfo Magallanes enciende su cigarro y se acomoda en la silla de paja. Es el mejor cuentero que tiene Sauce Viejo Y hay que ver la cantidad de cuenteros que pululan por esa zona. Son tantos, que hasta uno cree que es cuento la vida en Sauce. Pero no es así. Todo es verdad acá, hasta los hechos relatados por Don Ataulfo. Los chicos, con el jarro de mate cocido en una mano y una rodaja de pan con dulce en la otra, se ubican alrededor del narrador y lo escuchan poniendo esa cara que ponen los chicos cuando algo los entusiasma. El hombre recorre los ojos de sus espectadores, y comienza: ­Yo nunca me voy a olvidar cuando los mosquitos invadieron Sauce Viejo.­ Entrecierra los ojos mientras el humo del cigarro forma una nube en su cara dándole más dramatismo a lo contado. ­¿Fue muy grande la invasión?­preguntan los chicos. ­Puf...Ustedes ni se imaginan. Una mañana nos despertamos con el río lleno de camalotes y de ahí empezaron a bajar. Venían en buques torpederos por la arena de la playa. Eran unos aparatos que habrían sus compuertas ni bien tocaban tierra firme y empezaban a escupir, a vomitar mosquitos para todos lados. Uno para allá, otro para acá... ­¿Eran agresivos don Ata? ­Agresivos es poco...Eran unos bichos horribles que venían armados con artillería pesada...No zumbaban despacito como los mosquitos comunes. Tenían unas bocinas que vibraban como cinco helicópteros de los que aparecen en las películas. Y lo hacían a toda hora. Desde la noche hasta la noche. Sobrevolaban como locos todas las quintas y el campo. Mi mujer y yo cerrábamos las puertas y las ventanas. Las trancábamos con llave y después le arrimábamos muebles y apilábamos ladrillos para asegurarlas. Pero los mosquitos se las ingeniaban para entrar igual, igual que si estuviera todo abierto. Ataulfo casi ni mueve la cabeza, oteando el horizonte, como esperando la llegada de los mosquitos evocados en el relato. ­¿Picaban fuerte? ­No sabe m’hijito... Con dos que te picaran ya te tenían que trasladar al hospital por una transfusión. No eran mosquitos: eran bombas extractoras con alas. ­Pero... ¿no los podían matar con las manos? ­Nooo...­se ríe Don Magallanes.­Si eran mosquitos preparados para la contienda. Yo los espié un día en el camalotal entrenando antes de uno de los combates. Los tipos hacían malabarismos y ejercicios aeróbicos con los adoquines de la vereda. Cruzaban el río Coronda a lo ancho, cinco veces seguidas, estilo crol, respiración bilateral cada tres brazadas, a ritmo sostenido. Daba gusto. Ni en la Santa Fe­Coronda se veían nadadores en mejor estado. Por ahí hace una pausa para dejar que los chicos tomen un trago de mate cocido.

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Después sigue. ­También hacían vuelos de práctica a la siesta. Eso había que verlo. Los pescadores se escondían entre los árboles. Rajaban enredándose con las tanzas y los anzuelos. Una vez, a Teresa, la costurera que estaba tomando mates en la orilla con su marido, se le desacomodaron los ruleros en la escapada. Los zancudos cruzaban de una punta a la otra de la costa a toda velocidad. A una rubia que estaba tomando sol en una lancha le arrancaron el corpiño de la malla. Eran unos bichos del demonio. ­¿Y a la noche?­preguntó otro chico llevándose un trozo de galleta a la boca. ­A la noche era peor. Empezaban desde temprano a dar vueltas por las casas, buscando presas para su apetito interminable. Aguardaban a que la gente estuviera distraída, escuchando el partido de Colón por la radio o trajinando con algún vermouth. Ahí bajaban. Casco de metal en mano, desplegados los alerones, en círculos sobre la carne adobada del asado y las ensaladas recién hechas. Don Ataulfo Magallanes se cachetea los brazos porque el solo recuerdo de esos días aciagos le da la sensación de piquetes. ­Una noche de esas, me acuerdo patente, un grupo comando se había ocultado detrás de la maseta de ruda. Esa.­ratifica señalando la plantera que tiene al costado del aljibe.­Yo los ví descender y armar el campamento entre las ramas. Usaban máscaras antigases porque ustedes saben que con el olor de la ruda nadie pueden... ni los mosquitos. Pero los muy maullas estaban ahí, entre las hojas, parecían disfrutar de ese refugio pestilente. Yo me acerqué a la maceta con un cigarro prendido, meta mandarles humo para espantarlos. Pero los mosquitos en lugar de caer muertos, se me despanzurraban de risa, se les caían los cascos de las carcajadas y hacían sonar las alas burlándose de uno. Fueron días muy duros para este gaucho. Nada parecía hacer efecto sobre los bichos. Mi mujer quemaba trapos a cualquier hora para ahuyentarlos. Un día quemamos un mantel; otro, dos frazadas; otro, cinco carpas estructurales con caños y todo... ­¿No se iban? ­¡Qué se van a ir! ¡Si estaban hasta más gordos los mosquitos! Se paraban en el marco de la puerta a desfilar con una orquesta propia que habían armado. No hay nada que dé más rabia que ver desfilar a un mosquito delante de las propias narices. ­¿Y cómo se fueron? El viejo Magallanes levanta los ojos y le da una larga pitada al cigarro. ­Fue por los sapos. Todavía recuerdo la gran invasión de sapos que hubo en Sauce Viejo. Tiempos bravos que valió la pena vivir para contarlos. ­¿Llegaron con alguna crecida del río? ­Se bajaron de los camalotes. Una noche el río se llenó de camalotes y de entre las hojas empezaron a salir sapos de todos los tamaños y colores. Importados y nacionales. Había sapos verdes, marrones, lilas. ­¿Sapos lilas Don Ataulfo? ­Como lo oye amiguito, lilas y rosados con pintitas celestes. De todo había en esa caravana de bestias croantes que pasaban de una cuneta a la otra buscando comida. Uno de los chicos, que ya comienza a desconfiar de la historia, mira al cuentero con ojos pícaros. ­Pero... ¿de los camalotes no habían bajado los mosquitos? ­Efectivamente. Los sapos venías de otra flota. Y se venían enojados porque los mosquitos no los habían dejado dormir. Así que empezaron a bajar, meta lengüetazo pelado a los zumbones. Era un contento las lenguas de los sapos cruzando encima de nuestras cabezas como cintas de acero, atrapando puntitos en la oscuridad. Fue una masacre. Unos días después, todos los mosquitos estaban muertos y los pocos que quedaron se habían ido río abajo, nadando sin pararse ni a respirar. Y por las calles de Sauce Viejo sólo se podían ver los sapos de todos los tamaños, durmiendo, con la panza enorme. Croando de vicio, al sol, porque ya no tenían hambre.­¿Y cómo se fueron los sapos que no hay ninguno ahora? El viejo apaga el cigarro con el taco de la bota y se pone de pie porque la patrona lo llama a tomar unos mates. ­Eso fue cuando invadieron los perros... pero otro día les cuento. Los chicos, terminada la merienda, organizan un partido de fútbol. De pronto escuchan unos ruiditos entre las masetas. Acercando la oreja, pueden sentir una charla. Al descorrer las hojas de los helechos ven a un mosquito muy viejo, con una barba espesa y un cigarro en la boca. Lo rodean unos cuantos mosquitos chicos que lo escuchan con atención. ­Sapos...camalotes...llegaron...río... Es que en Sauce Viejo, hasta los bichos más pequeños tienen quien les cuente historias durante la merienda.

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IV

LámparaCruz del Carmen Carrizo

Estaban todos juntitos en ese universo plano.Miles, blancos, beige, más claros o más oscuros,Cuchicheaban entre ellos: mañana!! mañana!! mañana!! Mañana!!¿Y el día siguiente? Llegó.¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá!Y la lámpara se apagó!Y los miles de pollitos?Vieron la luz…

V

Los astronautas de mi colegioZandra Montañez Carreño

Dice mi profe, María, que en mi clase hay astronautas, que pasamos todo el día pensando en no sé qué flautas.Cuando explica suma y resta, siempre alguno está en la luna y después, mucho le cuesta, resolverlas una a una.Ella pone tanto empeño con el dibujo y el arte, mientras despegan mis sueños en cohete rumbo a Marte.Luego vienen las preguntas. Cada uno tiene un turno y las niñas, todas juntas, aterrizan en Saturno.Dice mi profe María, que su clase es ESPACIAL, pues vivimos todo el día en el espacio sideral.

VI

LRLuciana Rezzónico

LR nació en un año gris, pero LR nació en primavera.LR aterrizó un mes antes (es ochomesina)LR es, en realidad, MLRMLR es la del medio de tres hermanas, las tres M (como las estrellas)LR siempre quiso haber nacido pelirrojaLR, a los seis años, hizo una puertita en su flequillo de un tijeretazoLR se asombró al ver el mechón de pelo en sus dedos y lo escondió debajo de un almohadónLR fue apodada por su padre "La flacuchona de los cuchuflos"LR solía llevar un peinado con dos colitasLR era muy flaca y larga.LR jugó al básquet en la categoría infantilLR tiene una mejor­amiga­de­toda­la­vida que se llama ALA.

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VII

Tejida a manoAlejandra M. Bianchi

Marisa encontró un hilo colgado de su mano, tironeó y se le empezó a destejer un dedo.Esa tarde estaba la abuela Lina que tejía bufandas para el invierno. Así que entre gritos de los papás, le tejió el dedo en punto arroz.Desde ese día... el ombligo se enredó en un cierre, los codos se trabaron en la bici, la nariz se le escapó tras la uña del gato... Más de una vez, Marisa quedaba atrapada en las ramas del rosal y se le destejía una oreja.El crochet no servía para manos y pies porque los puntos eran muy separados. Marisa se moría de frío. Y el punto vainilla era muy perfumado, pero imposible de peinar.­¡Cuidado con las espinas del palo borracho!­ le recordaba la mamá y allá iba Marisa casi flotando sobre las veredas con cuidado de no destejerse. Allá iba la abuela Lina tras ella, agujas en mano.Una tarde Marisa se cayó saltando la soga y se raspó una rodilla. Un hilito se separó de los demás y comenzó a deslizarse por la pierna. Otros lo siguieron...Al cabo de unos segundos, la rodilla estaba casi destejida. Marisa corrió arrastrando la pierna para buscar a la abuela. Pero en el camino, el gato dejó escapar sus garras.Cuando llegaron a la cocina, Marisa no era más que un montón de lanas de colores, desparramadas desde la vereda.Una lágrima llegó hasta las polainas de la abuela Lina que se apuró a juntar, desde el dedo gordo del pie hasta la colita del pelo de su nieta, la única punta por donde empezar...Se dispuso a tejerla de nuevo. Pero el apuro hizo que le hiciera la cara en punto ojito de perdiz con lanas violetas ¡de su propia polaina!Así quedó Marisa, tejida a la pierna de la abuela, que intentaba arrastrarla hasta su canasto lanero.­Nena, escupí, escupí­ decía el papá y le golpeaba la espalda, casi desarmándola.La abuela Lina quiso explicar que Marisa no estaba ahogada, pero comenzó a verla más violeta, y azulina... azul Francia....­¡Ay, ay!­ gritó y buscó la lana rosa. Había muy poca y tuvo que pensar muy bien. Y rápido. Tejió la lana rosa, mientras destejía la azul ¡Era muy hábil la abuela, a cuatro agujas!Casi terminada, Marisa se preguntó si podría jugar nuevamente entre los rosales, andar en bici y perseguir al gato.Mientras se achicaba la madeja, Lina le iba contando los chistes que más divertían al abuelo. Y cada vez que Marisa lloraba de risa, una lágrima lila se escapaba.¡Lágrimas lila! ¿Qué gusto tendrían las lágrimas color caramelo? Por fin quedó separada de la polaina de la abuela: ­Abu ¿me tejés de color caramelo? Esa noche un bostezo le destejió los labios y la abuela tejió, a medio punto rojo, una boca que regalaba besos de lana cosquillosa. Si se destejía su voz, la arreglaba con un punto santa clara celeste que Marisa le regalaba diciendo muchas veces la palabra burbuja.¡Menos mal! Ya no se tuvo que quedar encerrada en casa y pudo correr a los bichitos de luz. Los atrapaba con suspiros de lana pegajosa.Un día Marisa le pidió a su abuela que le enseñara a tejer. Y ahora se teje y desteje. Y se vuelve a tejer de muchas maneras. Es una, es otra, otra y otra. Con hebras verdes en el pelo, con lanas azules en las pestañas, con risas tejidas en punto garbanzo.

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VIII

Thelma, Telmo y los demás.Jorge N. del Rio

Thelma y Telmo estaban cansados de esperar y esperar el colectivo todas las mañanas. Para colmo, después tenían que viajar apretujados y a los barquinazos. Entonces un día se decidieron y, con algunos ahorros que tenían, se compraron una patineta de dos plazas, o sea para cuatro pies.Y allá van, impulsándose primero con uno de los pies de cada uno, perfectamente sincronizados, para después hacer equilibrio sobre la tabla, al principio vibrando sobre el ripio del callejón de Bello, después deslizándose suavemente sobre el pavimento de la ruta. Enloquecen de placer sintiendo el viento en las caras, los cuerpos levemente inclinados hacia adelante, los brazos apenas extendidos a los costados, las manos como alitas; aunque a veces Telmo, que siempre va detrás, se molesta por los chicotazos que recibe en su nariz de la bufanda de Thelma, ella siempre tan coqueta y encariñada con algunas prendas, que las usa y las usa hasta que se desintegran. Día a día mejoran su técnica y viajan más veloces, especialmente cuando encaran la Cuesta de los Andes. Entonces los ojos se les achinan, las mejillas se les deforman por el viento y los corazones les brincan de alegría. Los caminantes, y hasta los automovilistas, ven pasar la ráfaga en que se han convertido Thelma y Telmo desde que andan en patineta. Tan ráfaga son que los vecinos ya casi están olvidando sus rostros, de tanto sólo ver esa estela de colores fugaces que recorre todas las mañanas la calle San Martín de punta a punta para, a veces, hay que reconocerlo, terminar dándose un remojón no deseado en el lago, ya que todavía no han logrado una buena técnica de frenado. Por alguna extraña complicidad generalizada los habitantes del pueblo hacen como que no ven esos chapuzones descontrolados. Prefieren que Thelma y Telmo sigan siendo esa ráfaga de colores que les ilumina el comienzo de cada día.Thelma y Telmo parte del aire que todos respiran.

IX

Una tarde tan­tanJulieta Novelli

Estábamos en el parque con mis dos primos, era un día nublado y había mucho barro como para poder jugar a la pelota. Mamá no quería que nos ensuciemos, era lo único que nos pedía además de que no vayamos más allá de la puerta donde terminaba el parque de casa. Yo tenía dos perros, Ema y Rocky – a mí me gustaba mucho mirar esa película del boxeador, casi siempre la mirábamos con mi abuelo, a pesar del horror que significaba que sea “tan violenta” para las mujeres de la casa­, ese día los perros ladraban, como siempre, porque querían venir con nosotros afuera pero estaba prohibido salir porque iban a enchastrar toda la casa. El gordo y El porra – así les decía a mis primos­ querían entretenerse de alguna manera, estaban aburridos y querían que se me ocurriese algo divertido, para ellos venir a mi casa debería ser como una aventura. Yo no sabía qué, no se me ocurría, respondía que no sabía qué hacer, sólo sabía qué no hacer: no jugar a la pelota ni con los perros, no salir de casa, no pisar el barro porque íbamos a ensuciar todo el piso y mamá estaba muy ocupada para limpiar otra vez. No pisar el barro era el mayor impedimento, estábamos los tres en un cuadrado de cemento que apenas podía contenernos porque todo lo demás era parque, descuidado, desde arriba siempre me imaginaba que se veía como el mapamundi: la gran masa de agua en este caso era barro y las pequeñas manchas verdes, que eran las menos, eran lo poco que había sobrevivido de pasto. Asique ahí estábamos los tres, sentados en reposeras debajo del techito, mirando hacia afuera y esperando un milagro, era un día realmente aburrido y en casa no nos dejaban ver televisión en la hora de la siesta.­ Un milagro, un milagro, un milagro­ repetía en mi mente mientras pateaba la pata de la silla.El gordo se quedó dormido, era el más chico y estaba bastante acostumbrado a dormir la siesta. Ahora éramos dos mirando hacia afuera y uno mirando hacia dentro. De repente nos miramos los que sí

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LENGUAJE VISUAL 3. 2013

seguíamos esperando un milagro y nos sonreímos: advertimos la posibilidad de divertirnos a costa de nuestro compañero dormido… pero ¿cómo? Fue difícil planearlo sin que se despierte, nos entretuvo bastante tiempo el hecho de tener que hacerlo mediante un lenguaje de señas, al final convenimos que podríamos sacarle sus zapatillas para poder usar uno cada una e ir saltando en un pie hasta la puerta, salir a la calle y allí ya podríamos pisar la vereda sin ensuciarnos y jugar a la pelota con tranquilidad. Era toda una aventura que nos resultaba maravillosa. Miramos las zapatillas, iba a ser difícil sacárselas sin que lo sintiese.Su hermano lo hizo por los dos, sabía bien desatar los nudos que él mismo le había hecho en los cordones, las sacó despacio con la mano derecha mientras que con la izquierda sostenía su rodilla:­¿Ves?­ dijo­ siempre me toca a mí desvestirlo cuando se queda dormido en la mesa y mis papás quieren seguir charlando un rato antes de irse a dormir.Qué fácil resultó. Ya estábamos listos, cada uno con una zapatilla del Gordo, donde no nos entraba el pie completo, agarramos la pelota y empezamos, despacito, a dar saltos. Yo me apoyaba en el hombro del Porra y él en el mío. La puerta estaba cada vez más lejos, cuando pensábamos que faltaba poco era como si el tramo que nos separaba de la calle se extendiera, se estirara “como cuando la abuela estira los fideos” me dijo el Porra un poco asustado y enojado a la vez. Estábamos agotados pero seguíamos en pie, en UN pie, el que estaba en el aire ya empezaba a acalambrarse y la respiración era cada vez más fuerte como cuando nos toca jugar un picadito con los más grandes del colegio.El Porra cada vez más transpirado optó por no hablar porque se cansaba y agitaba más rápido, su cara estaba empapada y su pelo estaba enorme. Quizás nunca lo había visto tan cansado y lo percibía como desfigurado, ahora entendía por qué todos le decíamos Porra, su pelo era realmente una masa enorme y le iba ocultando cada vez más la cara, como si tuviese vida de repente y yo estaba saltando con un rulo enorme que tenía una zapatilla de base. Era rarísimo, es que ni siquiera podía ver el otro pie – aquel que no apoyaba­ su pelo cubría todo y parecía hecho con la lana de mamá. Entonces, siempre lejos de la puerta, me di cuenta que el suelo había cambiado, ya no estaba todo lleno de barro ahora estábamos saltando sobre tarros de pintura, de colores; como si estuviésemos sobre zancos, yo los veía de muy arriba, y salía y entraba de los distintos tachos de pintura con mucha facilidad, no me resultaba gran cosa. Ya no estaba agitado, disfrutaba estar pasando por ahí, me sentía adentro de una pintura y no podía dejar de mirar la infinidad de colores que aparecían. Cuando encontré el azul, que era mi preferido, levanté la mirada para compartirlo con el Porra pero no lo encontré. Había mucha gente, que era gente pero no parecía gente, eran muy parecidos al porra, eran nenes con un solo pie y pelos de colores, algunos de lana y otros como plastilinas. Me dijeron que el porra estaba cansado y se había sentado en un árbol al que llamaban “ tan­tan”, me dieron indicaciones muy sencillas como si el “tan­tan” estuviese en frente de mis ojos. Su aparición fue mágica y “uau” dije, eso no podía ser un árbol era grande como la Iglesia del barrio, de las ramas colgaban luces de distintos colores y su tronco era esponjoso como si se tratara de un almohadón gigante y colorido. En seguida me chiflaron, era mi primo que estaba comiendo unos gusanos de colores que parecían las gomitas que comíamos en el recreo.­Esto está genial, está genial! – dijo desbordando alegría.Yo seguía sin poder encontrar su cara debajo de tantos rulos, me distraían, me molestaban. Quería jugar a la pelota, sabía que mamá iba a llamarnos a merendar y se iba a enojar tanto si no nos encontraba que se iba a “llenar de arrugas” como le decía siempre papá. Ya era tarde para jugar a la pelota, además la puerta estaba siempre ahí: lejos. Asique decidí que lo mejor iba a ser volver, tenía hambre y, además, no quería que a mamá le saliesen arrugas por mi culpa. El porra tenía miedo de que no lo dejen volver a mi casa si mamá se enojaba con él asique estaba de acuerdo con volver a tiempo. Emprendimos el regreso, al pasar por el color azul nos miramos y sonreímos, ahí íbamos saltando entre un montón de porras saltarinas. Desde lo alto, podía ver, como siempre me creía que se veía mi patio desde el cielo: ese mapamundi, la tierra y los pequeños continentes de pasto que habían sobrevivido al descuido. ¡Qué cansancio! Estábamos verdaderamente agitados, nos tiramos en la reposera y nos quedamos dormidos esperando que nos despierten para merendar y contarle al Gordo nuestro secreto, nuestro milagro del día.

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LENGUAJE VISUAL 3. 2013

X

Vía Aérea.Jorge N. del Rio

El sobre cayendo dentro del buzón sonó como un aleteo en el silencio de la casa. Al rato hubo un rozar de pantuflas sobre el piso de madera acercándose a la puerta, donde el buzón colgaba cerca del piso. Pudo escucharse un leve quejido cuando la mano rugosa, aunque delicada, se estiró, levantó la pequeña tapa y tomó el sobre. Por un instante las pantuflas quedaron casi cubiertas por los faldones de una bata y por los volados de un camisón que asomaba por debajo. El sobre ribeteado con franjas azules y rojas temblaba en esa mano; quizás por eso apareció la otra para ayudar a sostenerlo. El sobre se calmó pero el pecho no; por mucha vejez o por una repentina juventud que el sobre traía. Los anteojos que colgaban del cuello fueron puestos delante de esa mirada azul grisácea que brillaba a causa del sol filtrado tras las cortinas entornadas; o quizás brillaba por otro motivo. Las manos querían abrir el sobre sin romperlo. El pecho ya no se agitaba. Pero la boca era un temblor de flores contra el viento. El nombre del remitente, tan cercano, enviado desde un lugar tan lejano. Las manos alzaron el sobre al contraluz de la ventana, luego hicieron una muesca en una punta y comenzaron a rasgar el papel, suavemente, como si estuvieran acomodando las plumas de las alas de un gorrión. Mientras las pantuflas se acercaban a la ventana, los dedos, ajados pero sutiles, de uñas cuidadas salvo la del anular izquierdo —siempre mordida, como recuerdo adolescente— desplegaban la hoja de papel celeste, más liviana que el aire. Parecía que los ojos azules, casi grises, no se animaran todavía a enterarse de lo que la carta decía; tal vez por eso se alzaron hasta el jardín que descansaba tras el vidrio, y después más allá del cerco, hasta las dos montañas cercanas, hasta los cipreses desparramados en sus laderas, hasta la orilla del lago, hasta el cielo de la mañana, tan del color de esos ojos en esa hora.La letra era la que había sido aunque atravesada por leves temblores en el trazo. Los años pasan para todos, sugirieron los labios que se movieron hacia una sonrisa.Que nunca la había olvidado. Que la vida le había tendido una trampa. Que no quiso arrastrarla con él hacia el abismo. Que se había equivocado. Que la soñaba siempre. Que el deseo era el mismo pese a los achaques y al cabello raleado. Que si ella todavía estaba dispuesta, él por supuesto que sí. Que él no era él si no podía mirarse en sus ojos. Que en el sobre había un boleto de avión.Una lágrima borroneó dos o tres palabras. La carta quedó sobre la mesita del florero, junto a la ventana, esperando. Las pantuflas los ojos el camisón las manos quedaron en suspenso.Más tarde las manos, bajo la ducha, enjabonaron y evaluaron un cuerpo que el tiempo había ablandado pero que la nueva tibieza afirmaba; caderas que añoraban y senos que ya no eran como antes pero que seguían siendo. Los hombros permanecían tal cual. Esos hombros por los que él había prometido la vida. Las manos siguieron con su labor, acicalando, maquillando y perfumando. Las pantuflas terminaron en la basura. Un vestido, antiguo como lo que la carta rememoraba, salió del ropero y rejuveneció misteriosamente a contracara de las modas. Los zapatos fueron cómodos pero elegantes, el tapado no desentonó. Alcanzó con una valija pequeña. Los ojos azules, casi grises, atravesaron el aire del jardín y volaron hacia un nuevo cielo.