lutero y el protestantismo

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LUTERO y el PROTESTANTISMO Punto el más doloroso de la Historia de la Iglesia: el desgarrón que sufrió con la llamada “Reforma protestante”, a la que seguirá la “Contrarreforma católica”. No fue una reforma lo que trajo Lutero, sino una revolución de efectos terribles e inacabables. ¿Quién fue Lutero? Un héroe nacional para los alemanes, y para los católicos lo peor que ha producido el mundo. Hoy se le mira con más benevolencia que antes al considerar sus antecedentes dolorosos. Alemán sajón, Martín Luther nació en Eisleben el año 1483. “Mis padres me trataron tan duramente, que me hice muy tímido”. Primera observación psicológica que debe tenerse en cuenta. Religioso de la benemérita Orden de San Agustín, parece que fue observante, piadoso, casto. Muy bien formado en letras y ciencias, estaba preparado doctrinalmente y dará prueba de ello durante toda su vida desbordante de predicador y escritor. Durante su juventud, parece que le obsesionaba la idea de un Dios riguroso. Atormentado por escrúpulos y tentaciones de sensualidad, le preocupaba su salvación eterna, para la que no encontraba solución. Hay que tener presente todo esto. Ya sacerdote, y por asuntos de su Orden, en el año 1510 hizo un viaje a Roma y paseó por Italia. De la Curia romana con el papa Julio II no se llevó buena impresión, como todos, y sin embargo pudo observar en Italia el florecimiento de la virtud cristiana, como lo demuestra este testimonio que años más tarde dará en sus famosas Charlas de sobremesa, sobre la reforma que habían metido los Oratorios del Divino Amor: “Después habló Lutero de la hospitalidad de los italianos, de cómo estaban provistos sus hospitales, con edificios de regia esplendidez, siempre a apunto con ricos alimentos y bebidas; servidores diligentísimos, médicos muy competentes, camas bien pintadas y vestidos limpísimos. Los asisten matronas honestísimas, todas bien cubiertas, las cuales por días sirven calladamente a los pobres antes de regresar a sus casas. Todo esto lo vi por Florencia”. No podía hablar tan mal de la Iglesia Católica, a la cual había que reformar. Profesor en Erkfurt y en Wittemberg, seguía con sus ideas obsesivas sobre el pecado y la salvación, y encontrará la solución, a su manera y retorciendo la doctrina de San Pablo en Romanos 1,17 y Gálatas 3,11, pues no mira, además de los catálogos de los pecados, los otros de las obras buenas que Pablo exige para la salvación, como en Gálatas 5. 19-24.

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Verdadera Historia de Lutero y su Separación de la Iglesia

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Page 1: Lutero y El Protestantismo

LUTERO y el PROTESTANTISMO Punto el más doloroso de la Historia de la Iglesia: el desgarrón que sufrió con

la llamada “Reforma protestante”, a la que seguirá la “Contrarreforma

católica”.

No fue una reforma lo que trajo Lutero, sino una revolución de efectos

terribles e inacabables. ¿Quién fue Lutero? Un héroe nacional para los

alemanes, y para los católicos lo peor que ha producido el mundo. Hoy se

le mira con más benevolencia que antes al considerar sus antecedentes

dolorosos. Alemán sajón, Martín Luther nació en Eisleben el año 1483. “Mis

padres me trataron tan duramente, que me hice muy tímido”. Primera

observación psicológica que debe tenerse en cuenta. Religioso de la

benemérita Orden de San Agustín, parece que fue observante, piadoso,

casto. Muy bien formado en letras y ciencias, estaba preparado

doctrinalmente y dará prueba de ello durante toda su vida desbordante de

predicador y escritor. Durante su juventud, parece que le obsesionaba la

idea de un Dios riguroso. Atormentado por escrúpulos y tentaciones de

sensualidad, le preocupaba su salvación eterna, para la que no encontraba

solución. Hay que tener presente todo esto.

Ya sacerdote, y por asuntos de su Orden, en el año 1510 hizo un viaje a Roma

y paseó por Italia. De la Curia romana con el papa Julio II no se llevó buena

impresión, como todos, y sin embargo pudo observar en Italia el

florecimiento de la virtud cristiana, como lo demuestra este testimonio que

años más tarde dará en sus famosas Charlas de sobremesa, sobre la reforma

que habían metido los Oratorios del Divino Amor: “Después habló Lutero de

la hospitalidad de los italianos, de cómo estaban provistos sus hospitales, con

edificios de regia esplendidez, siempre a apunto con ricos alimentos y

bebidas; servidores diligentísimos, médicos muy competentes, camas bien

pintadas y vestidos limpísimos. Los asisten matronas honestísimas, todas bien

cubiertas, las cuales por días sirven calladamente a los pobres antes de

regresar a sus casas. Todo esto lo vi por Florencia”. No podía hablar tan mal

de la Iglesia Católica, a la cual había que reformar.

Profesor en Erkfurt y en Wittemberg, seguía con sus ideas obsesivas sobre el

pecado y la salvación, y encontrará la solución, a su manera y retorciendo

la doctrina de San Pablo en Romanos 1,17 y Gálatas 3,11, pues no mira,

además de los catálogos de los pecados, los otros de las obras buenas que

Pablo exige para la salvación, como en Gálatas 5. 19-24.

Page 2: Lutero y El Protestantismo

Entonces Lutero pone la salvación sólo en la fe sin las obras, porque el

hombre es pecador, lleva siempre consigo su pecado, y pecará

continuamente aunque no quiera.

La salvación está, según él, en que Dios no mira al hombre por dentro,

siempre pecador, sino por fuera: mira en él los méritos de Jesucristo que le

ha echado encima como vestido nuevo que lo adorna con la santidad de

Dios. Por eso, cuando más tarde traduzca la Biblia al alemán, eliminará la

Carta de Santiago, tratándolo de loco o poco menos, pues no tolerará esa

palabra crucial: “La fe sin las obras es una fe muerta” (2,17-26).

Estas ideas las exponía al principio con timidez y sin querer salirse de la

doctrina de la Iglesia, pero iban calando en bastantes alumnos.

Estaba en estas sus ideas y preocupaciones doctrinales, cuando ocurrió lo

de las Indulgencias. El Papa León X confirmó lo que había hecho su

antecesor Julio II y concedió Indulgencias, hasta la plenaria con las debidas

condiciones. Era el año 1517 cuando el 31 de Octubre clavó Lutero sus 95

tesis o afirmaciones escritas sobre las Indulgencias en la puerta de la

catedral de Wittemberg. No todas eran heréticas, pero muchas, sí. Llevadas

sus afirmaciones a Roma, Lutero manifiesta respeto al Papa, pero asegura

su resolución de permanecer firme en sus ideas. El Papa procedió con

delicadeza. Primero aconsejó al Padre Staupitz, superior de Lutero, que

examinara y corrigiera, pero, ¡nada!, porque Staupitz era ya de los adictos a

Lutero. En Junio de 1518 se le manda a Lutero presentarse en Roma, pero el

elector de Sajonia obtiene que el proceso se celebre en Ausburgo, bajo el

delegado pontificio cardenal Cayetano, el teólogo de más nombre que

entonces había en la Iglesia. Acorralado, pero con orgullo inconcebible, y

a pesar de los plazos que le iba dando el Papa, Lutero se manifestó ya

abiertamente contra la Iglesia “cueva de asesinos, madriguera de

malvados, peor que todas las guaridas de criminales”, aunque ya antes

había escrito a la nación alemana: “Ahorcamos justamente a los ladrones;

damos muerte a los bandidos. ¿Por qué, pues, hemos de dejar en libertad al

avaro de Roma que es el mayor de los ladrones y bandidos que hayan

existido ni existirán jamás sobre la tierra?”. Ante lo inútil de todos los esfuerzos,

llegó por fin la excomunión de Lutero el 3 de Enero de 1521.

Madurarán aquellas sus ideas de Erfurt y Wittemberg, y la doctrina de Lutero

quedará bien clara: La salvación es segura, porque se fundamenta sólo en

la bondad de Dios, que nos aplica los merecimientos de Jesucristo sin

ninguna obra buena nuestra. Este pensamiento de Lutero no se manifiesta

en ninguna parte como en esta carta al más querido de sus discípulos

Melanchton, del 1 de Agosto de 1521: “Sé pecador y peca fuertemente,

Page 3: Lutero y El Protestantismo

con tal que seas más fuerte en la fe y te goces en Jesús. Hay que pecar,

mientras estamos aquí. Porque el pecado no nos apartará de Jesús, aunque

forniquemos y matemos miles y miles de veces en un solo día” (G. Villoslada,

Martín Lutero, BAC, II, p. 20).

Estas palabras son célebres. De aquí vendrán todos los demás errores,

porque el cristiano ya no hará nada por su salvación, asegurada con la sola

fe sin ninguna obra buena. Muchos errores no nacerán de Lutero, que

mantenía muchos puntos fieles de la doctrina católica, pero sus amigos y sus

propios adversarios le obligarán a sacar las últimas consecuencias: caerá

todo el culto; serán destruidas las imágenes; ni Santos, ni tan siquiera María,

sobre la que Lutero había escrito bellezas; se acabará la Misa; se irán

anulando todos los Sacramentos, de los que no quedarán más que el

Bautismo y la Ultima Cena, pero ésta como recuerdo ceremonial, negada

la realidad de la Eucaristía, pues, según Lutero, Cristo está en el pan (la

impanación), pero no es Cristo, porque el pan no se cambia en el Cuerpo

de Cristo, no existe la transubstanciación. Como el Bautismo lo recibieron

todos de niños sin fe propia, debían rebautizarse todos los alemanes, como

lo exigían los Anabaptistas. Y otros, con Karlstadt a la cabeza, empezaron a

establecer el nuevo orden con verdadera revolución, eliminando toda

jerarquía y mando de unos sobre otros.

Cabe mencionar aquí la famosa Dieta de Espira en 1529. Los príncipes

católicos y el emperador Carlos V se mostraron resueltos a hacer algo serio,

aunque ya era tarde. Mantuvieron firmes las disposiciones dictadas

anteriormente en la importante Dieta de Worms contra los rebeldes

luteranos, en espera sobre todo de un Concilio universal que convocara el

Papa, pero varios príncipes, ya pasados a la causa de Lutero, protestaron

contra ellas, y de ahí vino la palabra protestantes que quedará para

siempre.

Obligado Lutero a manifestar claramente su doctrina con aquellas disputas

suyas y de los suyos con Eck, Cayetano y demás, al fin se podían resumir en

estos dos puntos fundamentales: 1°. La única fuente de revelación es la

Biblia, interpretada por cada uno según su libre albedrío o inspiración. 2°. De

nada sirve la tradición y enseñanza de los Santos Padres, de los Concilios, de

la Iglesia ni, desde luego, la del Papa.

Respecto del Papa, es inimaginable lo que de él escribió Lutero, pues le tenía

un odio visceral. No hay historiador respetuoso que se atreva a estampar las

palabras obscenas y repugnantes que usa en varios de sus escritos, sobre

todo en libros expresos sobre el Papa, y en especial las expresiones con que

ilustra los dibujos y caricaturas que esparció por todas partes sobre ese asno

Page 4: Lutero y El Protestantismo

y ese cerdo que vivía en Roma… Sencillamente, inexplicable. Y hay que

tener en cuenta que la literatura alemana se nutre de Lutero como en

nuestra lengua lo hacemos con Cervantes o San Juan de la Cruz. De aquí el

mal que hizo con tales escritos.

Y vino lo que tenía que venir. El atormentado Lutero por sus pasiones, para

las que no encontraba solución doctrinal, se declaró contra el celibato, y se

dedicó a predicarlo entre los suyos, haciendo toda una campaña entre

sacerdotes y monjes para que se casaran, como lo hizo Karlstadt entre los

primeros. Sin embargo, Lutero se resistía a buscar mujer, llevado quizá por sus

escrúpulos. Hasta que sacó a doce monjas cistercienses de Nimbschen, a

las que hizo casar, quedándose él con Catalina Bora en Junio de 1525, de

la que tuvo varios hijos y con la que vivió, ¿felizmente?, hasta su muerte. Lo

contamos con facilidad, pero no todos los suyos estuvieron conformes con

él por esta campaña deshonesta contra el celibato, por ejemplo

Melanchton, aunque al fin le hicieron caso y terminaron casándose todos.

Es un imposible seguir en pocas páginas toda la trayectoria del

protestantismo desde la rebelión de Lutero en 1517 hasta que murió en la

noche del 18 de Febrero de 1546, con mente plenamente lúcida, en la

misma Eisleben donde había nacido. Le rodeaban los suyos y varios amigos,

que quisieron saber sus últimas intenciones. Respondió con un “Sí” seguro a

la pregunta del Dr. Jonás y del maestro Coellio: “Reverendo Padre, ¿quiere

morir constante en la doctrina y en el Cristo que ha predicado?”. Ese “Sí” fue

su última palabra. Expiraba al cabo de un cuarto de hora. Había dicho

anteriormente: “Yo muero en odio del malvado que se alzó por encima de

Dios”. El “malvado” era el Papa, entonces Paulo III, que hacía dos meses

había inaugurado el Concilio de Trento. Y en Esmalcalda, diez años antes,

había dictado, dicen que como epitafio para su sepulcro, aquellas célebres

palabras en latín: “Pestis eram vivus, moriens ero mors tua, papa”: Papa, en

vida fui tu peste, al morir seré tu muerte. (García Villoslada, Martín Lutero,

BAC, II, págs. 575 y 479). El Papa sigue vivo, y Lutero continúa excomulgado

de la Iglesia…

No hubiera sido tan grave lo de Lutero si hubiera quedado circunscrito a

Alemania, pero arrastró en pos de sí a varias naciones europeas y la Iglesia

quedó desgarrada para siempre.

HASTA EL CONCILIO DE TRENTO

Resumiendo este apartado para hablar de Lutero y del “caos” que formalizó

en la Iglesia, me atrevo a decir como mi profesor de H. de la Iglesia del

Seminario: “No hay mal que por bien no venga” y lo menciono porque a lo

Page 5: Lutero y El Protestantismo

largo de la historia de la Iglesia, uno de los motivos para que se avance

doctrinalmente y se profundice en los misterios ha sido gracias a las múltiples

herejías y controversias anticatólicas surgidas y con Lutero no fue la

excepción, y se convirtió en un empujón para que se diese el Concilio

ecuménico de Trento que tanto bien hizo a la Iglesia (Contrareforma). Se

había producido el gran estallido en la Iglesia que clamaba por una reforma

de las costumbres. ¿Qué se hace ahora, metidos ya en la catástrofe?

Hay que aceptar los hechos consumados. En 1517 se rebela Lutero, que en

1521 es excomulgado. El incendio se propagó con rapidez inusitada por

toda Europa, de modo que para 1555 se hallaban deslindados los campos

protestante y católico. Se ha calculado que la Europa de aquellos días

contaba con unos sesenta millones de habitantes, y antes de acabar la

década de los cincuenta ya se habían pasado a la herejía o al cisma unos

veinte millones de personas. Quizá no tantos; pero no serían muchos menos.

Hay que buscar las causas de esta inusitada defección. Y partimos de un

principio ─expresado muchas veces─ de que la Iglesia como tal no había

fallado a Jesucristo, pues el pueblo se mantenía cristiano, con muchos

santos en su seno, pero hay que admitir también que las costumbres se

habían relajado grandemente a partir del destierro de Aviñón, del Cisma de

Occidente, y, sobre todo, desde el advenimiento del Humanismo, que junto

con el florecimiento de las letras clásicas, introdujo la paganización social

manifestada en muchas formas del Renacimiento. Los siglos XIV y XV no

fueron nada buenos.

Una vez encendida la mecha por Lutero, sus doctrinas hallaron fácil

aceptación en muchos ambientes. ¿Cómo se explica una difusión tan

rápida? Ser protestante resultaba muy fácil, pues sus exigencias para la vida

“cristiana” (¿?) eran mínimas:

- Cree en la Biblia, interpretada por ti mismo, y déjate de enseñanzas y de

mandamientos de la Iglesia; no sometas tus pecados al poder que la Iglesia

se atribuye, pues te basta confesarlos a Dios confiando sólo en Él, que te los

perdona por los méritos de Jesucristo; y, menos, te sujetes al Papa ni a

nadie… Imposible doctrina más sencilla y libre.

- Suprimida la Jerarquía de la Iglesia, sujétate sólo al príncipe, pues él tiene

potestad sobre la religión, conforme a este principio: “cuius regio, eius et

religio” = la religión es la de aquel que manda en un país. Y los príncipes se

agarraron a este dicho. Imponían su fe ─ahora adulterada─, en el propio

territorio y no había más remedio que aceptarla. Sin el concurso de los

príncipes y las autoridades civiles, la reforma protestante, aunque hubiese

Page 6: Lutero y El Protestantismo

sido tan dura como el arrianismo no hubiera pasado de una herejía más que

al fin, aunque duradera, habría sido vencida por la Iglesia.

- Fuera eclesiásticos, corrompidos todos. Y los que se reformen, que se casen,

dejando su celibato… Lo malo es que lo hicieron muchos, incitados por

Lutero, siguiendo a Zuinglio y al amparo del rey adúltero y lujurioso Enrique

VIII.

Siempre se ha indicado como causa especial la corrupción del clero,

empezando por los Papas, y de ahí el grito clásico durante dos siglos:

¡Reforma de la cabeza y de los miembros! Había suficiente razón para

pedirlo y exigirlo. Los obispos vivían más como príncipes que como pastores;

los sacerdotes del alto clero provenían de familias nobles, y su vida era

cómoda y relajada; y los sacerdotes del clero inferior, o los asalariados de

los que poseían el beneficio y lo dejaban encargado a esos curas pobres,

se debatían en la pobreza, en la ignorancia, en la inmoralidad… Aunque

había monasterios dignos y ya reformados con anticipación, los monjes de

otros monasterios, con sus abades al frente, habían caído también en gran

relajación y no eran ningún ejemplo de vida religiosa.

Estos son hechos evidentes y ante los cuales ningún historiador cierra los ojos.

Es también interesante dar un vistazo a los Papas de estos días, varios de los

cuales no fueron modelos de moralidad al menos siendo cardenales, y

después de Papas llevaron una vida, si no de pecado, sí principesca y poco

edificante. Digamos una palabra sólo de los Papas que gobernaron la Iglesia

una vez iniciada la revolución luterana.

León X (1513-1521), aunque de conducta personal íntegra, no se durmió

ciertamente del todo y fue quien excomulgó a Lutero. Actuó, pero no con

la prontitud que debiera, pues el Papa seguía tan alegre con sus cacerías,

banquetes, diversiones, trato con los humanistas y favoritismo con sus

familiares.

Adriano VI (1522-1523), holandés, un verdadero santo. Con tan breve

pontificado no pudo hacer casi nada, aunque tomara en serio la reforma

de la Iglesia, y trató de salvar en lo posible la situación actuando con

comprensión y clemencia a los insurgentes luteranos. Sin miedos, confesaba

que los males actuales se debían a castigo de Dios: “Nos consta que, incluso

cerca de esta santa cátedra, hace muchos años, tuvieron lugar muchas

acciones in-dignas, abusos de las cosas eclesiásticas y excesos, y que todo

esto ha ido empeorando. Así, no es de maravillar que la enfermedad de la

cabeza haya pasado a los miembros, del Papa a los prelados. Nosotros

todos nos hemos alejado del recto camino y, desde largo tiempo atrás, no

Sussety
Resaltado
Page 7: Lutero y El Protestantismo

ha habido uno que haya obrado como debía”. Valiente este Papa tan

humilde…

Clemente VI (1523-1534). Íntegro en su conducta, piadoso, bien

intencionado, pero ha merecido un juicio muy severo de los historiadores por

su indecisión y política, siempre mecida entre estas palabras que lo definen

bien: “Por lo demás…, después…, pero…, si…, quizá…, no obstante…”. En

sus días, 1526, se realizó el “saco de Roma”, la acción más horrorosa que se

conoce padecida por la Ciudad Eterna. El aventurero Frundsberg, y, muerto

él, el condestable de Borbón, lanzaron por toda Italia, hasta Roma, un

ejército de 13.000 lansquenetes alemanes, luteranos todos, con algunos

italianos e incluso españoles de Carlos V, que buscaban como objetivo

Roma, dispuestos al saqueo si no se les pagaban todas las soldadas

retrasadas. En Mayo llegaron a su destino. El Papa Clemente, aun previendo

todo el horror que se echaba encima, no huyó y se mantuvo valiente en su

puesto. Lo que ocurrió en la ciudad no se puede describir: saqueo total,

destrucción sistemática, robo de todo lo que tenía valor, asesinatos y

violaciones sin cuento, sacrilegios con lo más sagrado, desfiles macabros por

todas las calles, diversiones escandalosas de aquellos salvajes… Dice la

auto-rizada Historia de los Papas: “Los cronistas de la época se extienden en

pormenores horripilantes que hacen estremecer de pavor. Y no hay que

tacharles de exagerados, porque todo lo que refieren desgraciadamente

está documentado, incluso las acciones nefandas, que sólo el referirlas

causaría escándalo”. Y trae un juicio de aquellos mismos días: “En Roma se

cometían sin rebozo toda clase de pecados: sodomía, simonía, idolatría,

hipocresía, engaño; así, pues, podemos muy bien creer que esto no ha

sucedido al caso, sino por juicio de Dios”. Tres días duró el saqueo, hasta que

el jefe de aquella chusma, el francés Filiberto de Orange sucesor de Borbón,

instalado en el Vaticano, dio la orden de cesar en el vandalismo. Los

luteranos lansquenetes marcharon llevándose cada uno un rico botín.

Carlos V deploró aquella salvajada, debida en parte a las desavenencias

políticas del Papa Clemente V con el rey. Roma se recuperó poco a poco y

vendrá un Papa que será providencial.

Paulo III (1534-1549). Ligero en su juventud, con hijos naturales, aunque una

vez sacerdote y cardenal, de conducta edificante. Y de Papa, la mancha

de todos, el malhadado nepotismo, pues favoreció grandemente a los

suyos. Pero, por lo demás, gran Papa en todo sentido. Suya es la gloria de

haber recibido a Ignacio de Loyola con sus compañeros y haber aprobado

la naciente Compañía de Jesús. ¡Con ella sí que empezaba la verdadera

reforma de la Iglesia! Lo veremos más adelante. Y dejándonos de tantas

otras cosas de su pontificado, se determinó a decretar y comenzar en 1545

Page 8: Lutero y El Protestantismo

el Concilio de Trento, acontecimiento trascendental en toda la Historia de

la Iglesia.

Julio III (1550-1555). Este Papa, intachable, piadoso y humilde, sí que tomó en

serio la reforma de la Iglesia, comenzando por el Papa, los cardenales y

obispos. Empezó por la reforma del Cónclave: los cardenales al elegir Papa

debían guiarse únicamente por la voluntad de Dios y dejarse de miras

humanas, políticas o por intereses familiares. El Concilio de Trento seguía en

su segunda etapa, y Julio III lo alentaba de modo insospechado.

Paulo IV (1555-1559). Dejamos al encantador Papa Marcelo II pues, elegido

unánime-mente en Abril de 1535 según las normas dictadas por Julio III,

moría a los veinte días. Le siguió Pulo IV, el famoso cardenal Caraffa. Muy

ejemplar, santo. Pero, no atinó. Auténtico odio a los españoles, se hubo de

enfrentar con un Felipe II para ir a favor de los franceses, y de ahí se derivaron

sus actos políticos que echaron a perder su pontificado, sin conseguir lo que

él quería para su Italia. Como Papa, fracaso total. Aunque no manifestaba

ninguna simpatía por la Compañía, pero ante la muerte llamó para

confesarse al Padre Laínez, sucesor de San Ignacio, y le dijo humilde: “¡Cuán

miserablemente me han engañado la carne y la sangre! Mis parientes me

precipitaron en aquella guerra de la que nacieron tan gran número de

pecados en la Iglesia de Dios. ¡Desde los tiempos de San Pedro no ha habido

en la Iglesia pontificado tan infeliz como el mío! ¡Mucho me arrepiento de

cuanto ha sucedido! Rogad por mí”. Acabó sin gloria alguna; pero ante

Dios, muerte muy edificante.

Pío IV (1559-1565). Bueno y ejemplarísimo, aunque antes de ser cardenal

había cometido serios disparates en su conducta moral. Ya Papa, con un

prudente nepotismo, esta vez atinó al colmar de cargos y con el

cardenalato a ese su sobrino que será el gran San Carlos Borromeo,

arzobispo de Milán. Pío IV fue el Papa que clausuró felizmente en 1563 el

Con-cilio de Trento, una de las gracias mayores dispensadas por Dios a su

Iglesia.

Estamos a las puertas de la transformación radical de la Iglesia. Desde Trento

hasta nuestros días, y sin interrupción, nos esperan unos siglos de santidad y

de expansión muy grandes, a pesar también de las tremendas luchas en

que se va a ver envuelta la Iglesia, ata-cada siempre por enemigos

poderosos, pero siempre también victoriosa con la fuerza de Jesucristo. El

Pontificado, sobre todo, ya no se va a ver inficionado por las miserias de

Papas que nos dieron harta pena. Todos van a ser ejemplares vivos de la

espiritualidad a la que aspiran los fieles cristianos. Y hay que contar, desde

ahora, con la Compañía de Jesús.

Page 9: Lutero y El Protestantismo

De todo lo que se trató en el Concilio nos vamos a fijar sólo en cuatro puntos

principales: doctrinalmente, sobre lo más delicado y enseñado y difundido

por los protestantes, y disciplinarmente lo que se había de reformar en la

Iglesia.

1. Ante todo, se empezó por la Sagrada Escritura. Como los protestantes

utilizaban la Biblia para todo, se hicieron con ella como una propiedad

exclusiva: la traducían libremente, suprimían los libros que no les interesaba,

cambiaban el sentido de los textos... El Concilio fue clarísimo: La Biblia,

íntegra, consta de TODOS los libros y partes que contiene la Antigua Vulgata

latina; no es interpretada por el libre albedrío de cada uno, y en cualquier

caso dudoso se hace según el sentido que le ha dado siempre la Iglesia

Católica… Con ello, venía a decir que además de la Biblia había que contar

con la Tradición de la Iglesia como fuente de la Revelación.

2. Otro punto fue el del pecado original: Cómo se transmite, lo herida que

dejó a la naturaleza humana, cómo se perdona, cómo quedamos aún

después del bautismo: heridos y debilitados, sí; pero pecadores obligados,

no. Ya nadie podría decir lo de Lutero: “peca fuertemente” porque el

pecado es inevitable. Ese pecado original es de todos, pero el Con-cilio, sin

definirlo, se cuidó muy bien de decir que no era intención suya el incluir a la

Virgen en ese “todos”, con lo cual insinuaba claramente la Inmaculada

Concepción de María.

3. De ahí se pasó con toda naturalidad al punto clave del Concilio: la

justificación. Sabemos bien lo de los protestantes a partir de Lutero: el

hombre se justifica sólo por la FE sin las OBRAS buenas, que no sirven para

nada. Además, la Gracia no se adhiere al hombre transformando todo su

ser, sino que sólo se le imputa, es decir, Dios no cambia al pecador, sino que,

permaneciendo pecador el hombre, Dios no mira sino los méritos de

Jesucristo, que Dios le echa encima como un vestido. Esto era el error

fundamental de Lutero. Y el Concilio, después de amplios estudios y de

muchas discusiones, que duraron meses, fue clarísimo: a) la gracia primera

viene de Dios sin merecerla el hombre de ninguna manera; es gratuita del

todo; aunque el hombre puede rechazarla, porque es libre. b) Pero el

hombre, debe colaborar con esa gracia gratuita de Dios; si lo hace, queda

justificado o santificado. c) La Gracia que entonces Dios le da, por los

méritos de Jesucristo y por obra del Espíritu Santo, se le infunde y lo invade

del todo, interna y externamente, además de que le mete también las tres

virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad. El pecador se ha

convertido en justo, en santo. d) Si peca después, pierde toda esa Gracia,

pero le permanece la fe en raíz, y, si colabora a la acción de Dios que le

Page 10: Lutero y El Protestantismo

ofrece el perdón, recobra de nuevo esa Gracia santificante, sobre todo

─dirá más adelante el Concilio─ con el sacramento del perdón que Dios

dejó a su Iglesia.

Claros estos principios, somos santos no porque Dios es santo, sino porque el

Dios santo nos hace santos a nosotros. Este decreto dogmático sobre la

justificación, punto culminante del Concilio, fue promulgado el 13 de Enero

de 1547. Una doctrina de tanta trascendencia, que el más famoso teólogo

e historiador protestante y racionalista moderno, Harnack, ha podido afirmar

honestamente: “Se puede dudar si la reforma protestante se hubiera podido

desarrollar si este decreto hubiese sido promulgado en el anterior Concilio

de Letrán”. Efectivamente, Lutero no hubiese tenido dónde agarrarse sobre

la teoría de la justificación, raíz y base de todos sus errores.

4. De todo lo tratado sobre los Sacramentos, digamos sólo acerca de la

Eucaristía que el Concilio acabó para siempre cuando determinó lo de la

transubstanciación, con la famosa definición dogmática: Si alguno dijere

que Jesucristo no está verdadera, real y substancial-mente en el Santísimo

Sacramento con su Cuerpo y Sangre, junto con el alma y divinidad, como la

Iglesia lo expresa apropiadamente con la palabra transubstanciación, sea

anatema, excomulgado, maldito…

Debido a la brevedad, sólo hemos podido traer estos cuatro puntos

fundamentales de la parte doctrinal del Concilio, aunque fueron muchos

más. A partir de entonces, la Iglesia, ante cualquier error, se remite de la

manera más segura a Trento, fundamentado en todo sobre la Biblia y la

Tradición, por más que fuera de la Iglesia Católica se multipliquen los errores

al tomar la Biblia e interpretarla cada uno según su propio parecer.

Y hemos de ser también muy breves en lo referente a la reforma de las

costumbres, porque los decretos del Concilio fueron inexorables. Esta vez se

tomaba en serio la reforma de la cabeza y de los miembros. La Curia papal

fue la primera en ser examinada y avisada. Los obispos hubieron de aceptar

la obligada residencia en sus diócesis, al quedar del todo prohibido poseer

más de un obispado. Los mismos cardenales se vieron sujetos a normas que

antes no aceptaban por nada. De la misma manera y proporcionalmente,

todos los de-más eclesiásticos en sus cargos y deberes. Se instituyeron los

Seminarios para la formación de los futuros sacerdotes, llamados por eso

después Seminarios conciliares. Muy en particular se tuvo la reforma de la

predicación al pueblo, tan malparada anteriormente. Y por-que no hubo

más tiempo, se dejó al cuidado de los Papas que siguieran la impresión

actualizada de la Biblia, del Misal, del Breviario o manual del rezo de los

Page 11: Lutero y El Protestantismo

sacerdotes, y del Cate-cismo Romano. Todo se cumplió después

fidelísimamente.

¿Queremos saber lo que fue en definitiva el Concilio de Trento? Se lo

preguntamos a autores no católicos, pero autorizadísimos historiadores

protestantes alemanes.

Ranke: “Con fuerzas rejuvenecidas y aunadas, el catolicismo se enfrentó con

el mundo protestante”. Y Henne am Rhyn, dice lealmente: “La Iglesia del

Papa quedó fortalecida y purificada; se convirtió en lo que sigue siendo hoy

todavía: un edificio sólido, imponente, intangible, inmutable”. Y los dos

escribían en el siglo XIX, cuando a la Iglesia Católica se le denigraba por

todos y sin piedad.

Nosotros, con serenidad y mirando al Cielo, reconocemos que Trento ha sido

una de las mayores gracias que Dios ha concedido a su Iglesia en muchos

siglos. A partir de él, la tan traída y llevada reforma durante años y años se

convirtió en una espléndida realidad, que ya no ha tenido que ser repetida,

como lo veremos en todas las lecciones siguientes.

P.D. Los datos de los papas que he puesto no han sido puesto para

escandalizar, sino más bien para ser coherentes y veraces con la historia, la

edad media conserva tristemente el hecho de que la Iglesia fue gobernada

por papas que llevaban una vida moral desordenada (aunque no todos

fueron así), sin embargo en materia de fe y costumbres eclesiales no

cometieron ningún error.