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1 La pirueta del tiburón Luis Perales López

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La pirueta del tiburón

Luis Perales López

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La pirueta del tiburón. Génesis del relato

Una tarde, después de recoger a los niños del colegio, el mayor (de ocho años) me comentó

que su profesor estaba organizando una actividad para la que solicitaba la colaboración de los

padres. Se trataba de participar en una presentación de las profesiones de los padres donde

cada cual, contaba a los niños la importante labor que hacía para con la sociedad. Y así,

introducir con ejemplos reales el tema de las profesiones.

Entonces, me vino a la cabeza una escena de una película americana donde un tipo gris soltaba

un rollo soporífero acerca de la “interesante” labor de un analista financiero. Las caras

somnolientas de los niños dejaban ver sin disimulo que aunque fuese una profesión muy

lucrativa, no despertaba el menor interés en una audiencia todavía no contaminada por la

competencia feroz de la economía de mercado. Según ésta, la selección de los más aptos exige

una carrera desde muy temprano por tener la mejor formación, cargando como consecuencia

las agendas extraescolares de los niños con actividades que les preparen para la lucha (inglés,

chino, piano…). Es el llamado darwinismo social promulgado por Herbert Spencer a finales del

siglo XIX y tan actual en nuestros días.

Por supuesto, las profesiones que de por sí mayor atracción ejercían, eran la de policía y

bombero entre los niños y la de médico, peluquera o veterinaria entre las niñas. Aunque, un

porcentaje de niños replicaban las profesiones de sus padres por lógica devoción; ya fueran

banqueros, corredor de seguros o teleoperador/a de una compañía de telefonía.

En su clase, mi hijo se apresuró a anunciar, con el orgullo de un niño de ocho años que tiene

idealizada la figura paterna, que su padre era fisioterapeuta, sin tener una idea clara de era

eso. Ni él, ni ninguno de sus compañeros los cuales se trababan la lengua al intentar repetirlo:

“¿Fristoperateuta?”.

Papá, ¿entonces tú das masajes? ésa fue la conclusión que sacaron mis hijos, después de

más de veinte minutos de charla donde había dado lo mejor de mí para aclararles

esquemáticamente a qué se dedicaba su padre.

No exactamente… me revolví consciente de mi fracaso. En un intento de sacar los pies

del lodazal donde me había metido, terminé por hundirme un poco más con el siguiente

intento: “Papá hace gimnasia a los niños que están malitos y no pueden moverse”.

¿Entonces, si no pueden moverse cómo hacen la gimnasia?

¡Touché! Veréis… continué, es que papá hace una gimnasia donde no hace falta que

los niños se muevan. No había terminado de decirlo cuando, ¡ya me estaba arrepintiendo!

¿Cómoooo?

¡¡Que no cunda el pánico!! pensé, imaginándome en la palestra ante una clase abarrotada

de niños con la cara desencajada ante semejante comentario. Incluso, me imaginé a mi hijo

hundiéndose en el pupitre avergonzado por la estrepitosa caída de su ídolo. Esto no podía

suceder… tenía que prepararlo de otra manera ya que no podía defraudar las expectativas

generadas en los días previos ante la visita de un: “fisopeuta”.Bien pensé aliviado,

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siempre me quedará el recurso fácil de explicar que curo a los futbolistas cuando se hacen

daño en un partido. Simple, fácil y de gran impacto. Pero, eso era un arma de doble filo… ya

me podía imaginar las preguntas y exclamaciones: “¡¡¡Hala!!! ¿Curas a Ronaldo?, ¿y a Messi?”.

Después de darle media vuelta quedó completamente descartado, eso sí que sería meterse en

un “marrón” tipo “bola de nieve a ver cómo te bajas”. Además de no ser cierto, tampoco sería

honesto conmigo ni con mi hijo.

Y puestos a ser honestos tendría que decir qué es lo que hago en realidad… Lo cual es, visto

desde fuera: hacer llorar a los niños. ¿Puede haber alguna profesión con peor prensa?

Definitivamente había que darle otro enfoque, porque después de todo, traté de explicarles

que no todos lloran y los que lo hacen es por su bien, como cuando te hacen tomar una

medicina malísima.

Entonces, ¿por qué lloran, papá? ¿Les duele?

No exactamente pensé. Pero lo mejor será que lo probéis y así podréis juzgar por

vosotros mismos.

De ese modo, me pasé toda la tarde haciendo todo el repertorio de ejercicios y zonas en mis

dos hijos que se mostraban encantados; no sé si por la atención prestada o por lo absurdo que

juzgaban la situación. Se hizo muy complicado ya que, la mayoría de las zonas les provocaban

cosquillas haciendo casi imposible mantener el estímulo más de 30 segundos seguidos. No

obstante, cuando di por concluida la improvisada sesión de demostración, el mayor se mostró

muy sorprendido al incorporarse, y sin preguntarle nada me soltó:

Papá, me siento raro…

¿Cómo raro? pregunté intrigado.

Como más ligero y blando…

A ver, dobla el cuerpo hacia delante sin doblar las rodillas.

No había hecho este test previamente, pero ya sabía que se trataba de un auténtico tronco

que apenas podía llegar hasta la mitad de la tibia con sus manos. Pero, para sorpresa de

ambos, llegó con sus dedos hasta los tobillos sin apenas esfuerzo. Sin buscarlo, este éxito me

dio el argumento que necesitaba.

¿Ves? exclamé intentando disimular mi euforia por el resultado que él mismo había

experimentado. Eso mismo es lo que pretendo cuando trabajo con los niños que no pueden

moverse de una forma normal… que se sientan más ligeros y les cueste menos esfuerzo

hacerlo.

Ya no hubo contrarréplica. La expresión de su cara hablaba por sí misma. La comprensión de lo

que hacía en mi trabajo había llegado desde su propia percepción. ¿Si lo había comprendido

desde la cognición? Por supuesto que no…, pero al fin y al cabo, lo había sentido.

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Posiblemente me estaba complicando la vida con un asunto sin importancia pero la pregunta

flotaba en el aire: “¿Realmente es posible explicar con palabras que se puedan comprender

para un niño o un adulto lo que significa la terapia de Locomoción refleja?”. En realidad esta

pregunta trascendía a la actividad escolar en sí, por cuanto incidía en la comprensión misma de

los fundamentos de la terapia Vojta, recordándome la famosa frase de Einstein: “No entiendes

realmente algo a menos que seas capaz de explicárselo a tu abuela” o en este caso para una

audiencia de niños de ocho años. En alguna ocasión había usado explicaciones “sencillas” con

los alumnos que hacían prácticas en la Fundación donde trabajo, del tipo: “Son patrones

globales innatos cuyos patrones parciales son análogos a los que aparecen de forma

espontánea en la ontogénesis, y que se activan artificialmente desde posiciones concretas

presionando zonas determinadas”. Bastante fácil de entender para mi abuela… si fuese

neurofisiología.

Como terapia desarrollada desde el empirismo clínico, la ausencia de hipótesis o teorías

acerca del origen de las zonas activadoras de los patrones innatos descritos por Vojta, no

ayuda mucho desde un punto de vista pedagógico. De esta manera, se da la impresión a quien

se aproxima a esta materia que ha comenzado a visionar una trilogía en la tercera película de

la saga, contando con el hecho de que el visionado a posteriori de las dos entregas

precedentes resolverá todos los nudos de la trama. Pero resulta, que no hay “pre-cuela”.

Desde luego, hacer fácil lo difícil y además de forma resumida recogiendo la esencia de lo que

pretendes explicar está al alcance de pocos, entre los cuales no me encuentro. Sin embargo,

otra cosa es inventarme historias con las que dormir a los niños por las noches. Por entonces,

ya tenía muy desarrollada una historia que contaba la vida cotidiana de los habitantes de una

charca cuyos protagonistas eran una familia de ranas. Además, esta historia me servía para

proyectar situaciones y acontecimientos del día a día de la vida real en los protagonistas de mi

cuento. Tal vez, enfocar un tema tan árido como la locomoción refleja y sus vinculaciones con

la evolución en un formato de cuento infantil podría ser una buena idea para hacer entender

a mis hijos por qué y para qué su padre hacía lo que hacía.

No obstante, la presentación del colegio seguía pendiente como la soga para el ahorcado.

Antes ya había tenido alguna presentación en público relacionada con temas de trabajo; pero

esto era otra cosa. Los niños, en su descaro, son capaces de formular preguntas que no se

atreverían a hacer veinte años más tarde, poniéndote en un apuro. En realidad, para no

engañarme, el hecho en sí había tomado una dimensión que trascendía a la anécdota de la

presentación escolar.

Una semana después del aviso, Diego me informó que ya no hacía falta que fuese. El profesor

había conseguido una representación suficiente de padres haciendo innecesaria mi asistencia.

Una vez perdida la ocasión de explicarme, confieso que me fastidiaba quedar al margen por

culpa de mi demora en responder. Sin embargo, la idea ya había germinado en mi cabeza y

producto de ello surgió un año más tarde un relato en formato de cuento infantil.

Con la idea frustrada de explicar mi profesión a un grupo de niños de ocho años, pretendía

llegar más lejos y a todo tipo de personas interesadas en el origen de nuestra especie desde

una visión personal donde se presenta la locomoción refleja en el contexto de la evolución

humana.

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La pirueta del tiburón

Como cada día, coincidiendo con la puesta de sol, Deny tenía sus pequeños ojos negros

azabache clavados en el juego que mantenían dos pequeños delfines próximos a la superficie.

Agazapado entre las rocas vibraba con las piruetas y persecuciones con las que estos

juguetones animales se divertían. Sabía que podía correr tan rápido como ellos, e incluso saltar

fuera del agua, pero nunca había visto a ninguno de los suyos alcanzar tanta altura en sus

saltos y mucho menos girar sobre sí mismos en interminables piruetas. Su gracilidad y armonía

de movimientos contrastaban con la brusquedad de los suyos.

Como si de un baile se tratase, Deny quedaba embriagado con la música que producían sus

cuerpos al romper contra la superficie de las aguas en sus saltos acrobáticos.

Cada día, Deny buscaba el momento de hacerse el despistado dejando a su manada para

espiar maravillado el juego de esos delfines bailarines que hacían esas increíbles cosas. Una

tarde, al habitual juego de sus dos anónimos amigos se le unieron cuatro nuevos ejemplares.

La coreografía alcanzó dimensiones tan fascinantes que Deny sintió el deseo de verlo más de

cerca. Su pasión y admiración pudo más que las advertencias de su clan que le habían

inculcado que nunca, delfines y tiburones podrían ser amigos; sino muy al contrario, su

presencia allí podría ser interpretada como una seria amenaza de fatales consecuencias.

Todo sucedió muy rápido. Deny sintió un súbito golpe en un costado y de repente todo el

mundo se puso “patas arriba”. No sabía qué había ocurrido. Estaba desorientado y lo que es

peor, completamente inmovilizado como si le hubiesen puesto una camisa de fuerza

imaginaria. Pensó que todo había acabado para él cuando pudo reconocer unas voces que le

resultaron familiares.

¡¡Noooo, déjale Astom!! Es inofensivo dijo uno de los pequeños delfines.

¡Es un tiburón, y estaba a punto de atacarnos! protestó Astom, el macho alfa del grupo.

Es sólo un curioso que se esconde entre las rocas mientras jugamos Kem y yo. replicó.

Deny era testigo de una discusión donde él era el protagonista.

Pero, ¿qué me habían hecho? ¿Por qué no podía moverme? ¿Estaba muerto? pensaba el

tiburón.

Entonces escuchó algo que lo aterrorizó y le sorprendió por partes iguales.

Venga Astom, ¡gírale de nuevo que le estas asustando!

Efectivamente nadie le estaba inmovilizando. Su parálisis estaba provocada simplemente

porque le habían puesto boca arriba con su panza mirando hacia la superficie. Eso era “todo”.

Un sencillo truco que conocían los delfines, desde tiempo inmemorial, para neutralizar

tiburones. Deny, no podía creer que algo tan simple le hubiese dejado tan indefenso y

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vulnerable. Una vez recuperada su posición natural, Deny, se vio rodeado de picos botella (que

era como les llamaban los tiburones para burlarse de ellos) que le miraban de forma

amenazadora, hasta que se abrió paso una cara que le resultó familiar.

¡Es Kem! pensó para sí Deny. Uno de sus admirados bailarines y su salvador.

Sí, es él…. dijo Kem en tono conciliador, tratando de relajar los tensos ánimos de sus

colegas.

¿Por qué vienes a espiarnos cada día? ¿Qué quieres de nosotros? inquirió Kem.

Deny se sentía desbordado y avergonzado al mismo tiempo, tanto que apenas pudo balbucear

unas palabras.

Bueno, verás… es que me encanta veros bailar, hacer volteretas, piruetas…. es alucinante…

¡Me encantaría aprender! dijo viniéndose arriba de ánimos.

Las carajadas no le permitieron continuar y Deny se sintió aún más cohibido. Las risas a costa

del sorprendido intruso, contribuyeron a relajar el ambiente, al tiempo de despertar la

compasión del que sabe algo que tú ni siquiera puedes atisbar…

¿Bailar como nosotros dices? ¿Cuándo has visto tu a un tiburón hacer una simple pirueta?

preguntó Astom con prepotencia.

Yo puedo dijo Deny en un ataque de valentía.

Dejemos que lo intente murmulló Astom dirigiéndose a la manada. ¡Vamos, adelante!

Deny lo había observado muchas veces y viéndoles resultaba tan sencillo que parecía

imposible no poder hacerlo.

Quizás pensó, el carácter tosco del tiburón fuera la causa de que nadie ni siquiera lo

hubiese intentado en el pasado. ¿Seré el primero en hacerlo? se preguntó. Tomó carrerilla y

se dispuso a demostrar a ese delfín engreído que estaba muy equivocado. ¡Lo haría!

Una y otra vez lo intentó sin éxito. Deny ponía todo su empeño, pero era inútil. Sentía que su

cuerpo no obedecía a sus pensamientos. Sencillamente, la maniobra de coordinación para

girarse sobre su propio eje longitudinal no estaba dentro de su repertorio de movimientos.

¿Será un problema mío? pensó. Después de media hora ya estaba completamente

agotado, y con cada intento infructuoso de voltearse tan solo conseguía virar escasamente su

rumbo de forma espasmódica.

Todo el clan de delfines observaba divertido los torpes movimientos del joven tiburón que

más bien parecía presa de un ataque epiléptico. No tuvieron misericordia y se burlaron con

saña. Todos, menos el joven Kem, que sentía una creciente simpatía por el voluntarioso

tiburón. Pronto lo dejaron por imposible y la manada se fue alejando, dejando a Deny

frustrado y abatido.

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Kem se acercó un instante y le dijo: “Me tengo que ir, pero ven mañana a la misma hora y

veremos qué podemos hacer contigo.” Deny pudo esbozar una leve sonrisa, agradeciendo el

gesto amistoso de su nuevo amigo. Enseguida vio como Kem se difuminaba en la lejanía hasta

perderlo de vista.

Al día siguiente, Deny fue abordando a todos los miembros de su comunidad con una estúpida pregunta: “¿Sabes hacer una pirueta?”.

¿Y para qué quiero hacer tal cosa? le espetaban una y otra vez. La pregunta era tan absurda como estúpida, tanto que su clan comenzó a preocuparse ante su terca insistencia.

Papá, ¿por qué los tiburones no podemos voltear? preguntó el ingenuo tiburón.

¡No lo sé! ¿Para que querríamos hacer tal cosa? ¿No crees continúo su padre que si

fuese importante en nuestra vida ya lo sabríamos hacer? Somos los animales más temidos de

los océanos, no tenemos necesidad de hacer esas tonterías.

Y también los más antipáticos dijo Deny en voz baja para que no lo escuchase su padre. Y

añadió; esta vez elevando la voz. ¡Los delfines lo hacen y es muy divertido!!

¿Delfines? ¿Has estado con delfines? repitió su padre aumentando el tono y dejando

entrever su afilada dentadura . Esos malditos bichos, siempre holgazaneando. ¿Eso es lo que

quieres hacer tú? y zanjó la conversación Te prohíbo que te vuelvas a acercar a ese atajo

de gandules. No saben hacer nada por sí mismos sin la ayuda de su grupo. No son como

nosotros que nunca dependemos de nadie. Deny, ¡tienes que aprender a valerte por ti mismo!

Así lo hemos hecho siempre y eso, ¡no cambiará jamás!

La tortuga sabia

Pasaron los días sin que Deny pudiera visitar a su nuevo amigo, la vigilancia de su clan era

férrea. Hacía tiempo que había oído hablar de una tortuga, que según se rumoreaba en la

manada, era muy vieja y sabia.

Quizá ella tendría algunas respuestas pensó.

Una tarde que los mayores habían salido de caza, Deny se escapó a visitar a su amigo el delfín.

Kem se alegró mucho de verle.

¿Por qué no has venido en estos días? ¡Te he estado esperando! le interrogó.

Mi padre no me deja tener amigos de otras especies, dice que sólo son comida. Me he

escapado dijo Deny. Pero cambiando de tema, ¿puedo preguntarte cuándo aprendiste a

hacer piruetas?

No lo sé… respondió Kem sorprendido por la pregunta. Siempre lo he hecho, desde que

nací supongo. ¿Y tú? ¿Desde cuándo sabes nadar?

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Pues tampoco lo sé… desde siempre, supongo. Pero… ¿por qué tú puedes hacer piruetas y

yo no? le dijo Deny llegando al meollo de la cuestión.

¡No tengo ni idea! pero creo que sé quién puede ayudarnos. Se llama Ashi y es la tortuga

más vieja y sabia de todo el océano dijo Kem.

Yo también he oído hablar de ella. ¿Sabes dónde puedo encontrarla? preguntó Deny.

Dicen que vive en el paso del estrecho atlántico… a dos días de viaje tomando la corriente

del norte. ¿Vas a ir solo?

Supongo que sí… ¿Por qué no me acompañas? preguntó animado Deny.

Kem nunca había salido más allá de los límites de su territorio y siempre soñaba con explorar

los confines de los mares. Así que sin pensarlo mucho, dijo: “¡Adelante! Vámonos antes de que

me arrepienta… o nos pillen.” Los dos emprendieron velozmente rumbo a la morada de Ashi.

¿Es verdad que es tan sabia que lo sabe todo? preguntó Deny.

Ya veremos… contestó Kem.

Para ambos era el primer viaje de sus vidas y un mundo nuevo se abría ante sus asombrados

ojos. Todo les llamaba la atención: cada detalle del paisaje, cada nueva forma de vida, y sobre

todo, poder compartir esos momentos con un amigo. Además, el hecho de sentirse dos

fugitivos le añadía a la experiencia una emoción como nunca antes habían sentido.

Delante de la gruta, no muy lejos de la superficie, Deny y Kem se debatían entre la curiosidad

y el miedo pensando que una vez allí no habría marcha atrás.

Soy un tiburón y no tememos a nada se dijo Deny para infundirse ánimos.

Adentrándose en la gruta, la penumbra se veía atenuada por finos destellos de luz

procedentes de las oquedades naturales en la roca que filtraban los rayos del sol.

Ashi, una tortuga de casi dos metros de longitud y con un peso de casi una tonelada era capaz

de aguantar sin respirar casi medio día. Sin duda, era la tortuga más imponente que habían

visto en su corta vida. Los retorcidos pliegues de su cuello evidenciaban que tenía, como

mínimo, la edad de los mismos océanos.

He oído que habéis hecho un largo viaje dijo Ashi. ¿Qué os trae por aquí?

Deny miró a su compañero de viaje y preguntó directamente: “¿Por qué no puedo moverme

con la gracia de un delfín?”.

Huuummm… masculló Ashi con una media sonrisa adivinando lo que inquietaba el

corazón de su joven visitante. Se tomó un instante y clavándole la mirada le respondió con

una pregunta ¿Has visto alguna vez un pez hacer piruetas o nadar panza arriba?

¡¡Claro!! A los delfines, a las orcas, a las focas a… contestó Deny.

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¿Estás seguro de que esos animales son peces? ¿También crees que yo soy un pez? le

interrumpió Ashi. ¿Acaso no te has fijado que necesitamos aire para respirar y que las crías

de algunas de ellas, salen de su vientre?

¿Tú también saliste de un vientre? preguntó Deny sorprendido.

No, yo soy un reptil, y mis crías salen de huevos que pongo en tierra firme… en la playa

contestó la tortuga.

Sí… pero no entiendo… dijo Deny confundido. ¿Qué tiene que eso que ver con hacer

piruetas?

Todo a su tiempo mi querido amigo… Ten un poco de paciencia respondió.

Deny se quedó mudo, esperando a que Ashi continuase el relato en lugar de responder a sus

preguntas con nuevas preguntas.

Los delfines son mamíferos y eso significa que una vez durante mucho, mucho tiempo

vivieron en tierra firme. En algún momento se cansaron de la tierra y regresaron de nuevo al

mar.

¿Los delfines salieron del mar? ¿Cómo podían moverse en la tierra con sus aletas acuáticas?

instigó Kem, a modo de fiscal ante un argumento tan imaginativo.

Ashi, sonrió complacida por la lógica de Kem.

Nooo… respondió Ashi con dulzura. Entonces no teníais la forma que ahora conoces…

erais otra cosa… más bien de la familia de los reptiles, aunque sin caparazón.

Entonces, ¿quieres decir que somos algo así como tus primos? siguió Kem.

Bueeeeno… en cierta forma. Aunque ahora no lo entendáis, todos los animales somos una

gran familia. Veréis… fue hace muchísimo tiempo dijo Ashi perdiendo la mirada hacia un

punto indeterminado. Yo no lo conocí pero en mi familia, generación tras generación, nos

han transmitido esta historia que es tan vieja como las propias rocas. Cuenta la leyenda que un

grupo de peces aprendieron el modo de respirar aire y cansados de su vida en el mar

decidieron probar fortuna en tierra seca. Otros intentaron disuadirlas… ¡era un suicidio!

Comenzaron a habitar en los límites del mar donde el pescado era abundante y quedaba

atrapado con el ir y venir de las mareas. Lo hacían entrando y saliendo del agua valiéndose

para ello del movimiento serpenteante de sus cuerpos. De esta forma, conseguían poner sus

huevos en tierra firme enterrados en la arena.

Y las crías, ¿no morían al salir del huevo? preguntó Kem intrigado.

La mayoría no lo consiguió. Pero unas pocas de cada puesta, las más fuertes, lucharon para

ponerse a salvo en todas direcciones: unas hacia el mar, otras a tierra… Esos primeros días de

vida las transformó, se adaptaron en contra de su naturaleza original, sus aletas en desarrollo

tomaron una forma nunca antes vista por sus ascendientes acuáticos.

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¿De qué forma hablas? preguntó Deny.

Entonces Ashi, levantando una sus patas delanteras, se la puso delante de las narices.

Halaaaa, ¡qué fuerte! Tienes dedos exclamó alucinado. Entonces tú, tú… balbuceo

Deny, ¿viniste de la tierra como los delfines?

Sí y no dijo Ashi . Los delfines regresaron mucho más tarde. Antes, progresaron en tierra

y se hicieron grandes como los hipopótamos. Lograron criar a sus hijos en sus entrañas menos

expuestos que los huevos a los depredadores y de donde ya salían muy formados.

¿Los hipopótamos son mis parientes? protestó Kem, visiblemente ofendido por la

sugerencia.

No exactamente le tranquilizó Ashi. Lo que quiero decir, es que los delfines y los

hipopótamos compartís un antepasado común. No es que sea tu tatarabuelo, más bien piensa

en ellos como esos primos lejanos a los que nunca conocerás…

Y entonces, ¿ahí aprendieron a hacer las piruetas? interrumpió Deny con creciente

excitación.

Tranquilo, tranquilo… piruetas no lo sé contestó, pero seguro que estos animales ya

sabían revolcarse por el fango, y esta habilidad, lo creas o no esta muy próxima a las piruetas

que tanto te gustan.

Pero es que yo… ni siquiera puedo hacer una sola voltereta… dijo Deny con tristeza.

―Fíjate en mí Ashi intentó consolarle. Con este caparazón, si me vuelco en tierra firme

estoy perdida, ¡¡necesitaría ayuda para poder dar la vuelta!! No sé cuándo los delfines

aprendieron a hacer sus piruetas continuó Ashi, pero lo que te puedo asegurar es que lo

aprendieron en la tierra y muy pronto… antes de poder criar a sus hijos en el vientre. Piensa un

momento Deny: en tierra la gravedad actúa con fuerza y si caes panza arriba y no sabes

voltear, eres comida fácil. Por eso, las crías de los primeros peces nacidos bajo las condiciones

de la tierra pronto comprendieron que tenían que aprender a voltearse rápidamente si por

accidente quedaban boca arriba. En esa posición, por mucho que muevas tus patas sólo

agarras aire… y créeme dijo Ashi señalando su pesado caparazón, en el aire, ¡no te puedes

agarrar ni apoyar!

Entonces, en buena lógica expresó Deny, si te pudieras quitar ese caparazón, ¿sabrías

voltear?

Supongo que sí, creo que podría, pero eso tendrás que preguntárselo a otro reptil que vive

en el agua desde hace al menos… el mismo tiempo que yo contestó Ashi. A mis primas las

iguanas.

¿Las iguanas? Me han dicho que esos bichos, ¡odian el agua! ¿Cómo quieres que les

pregunte si viven en tierra? protestó Deny.

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No todas, mi impaciente amigo… Hace muchísimo tiempo, un grupo de iguanas que se

habían adaptado muy bien a la vida terrestre, tras cientos de generaciones, terminaron no

saben cómo, en unas remotas islas volcánicas muy lejos de la costa. No tenían nada verde que

comer en la superficie, pero el mar estaba lleno de ricas algas. ¿Adivinas que

hicieron?preguntó divertido Ashi.

¿Aprendieron a nadar? respondió Kem a toda velocidad.

¡Correcto! Pero no sólo eso…, tras varias generaciones todo su cuerpo cambió para

sobrevivir y hacer de aquellas inhóspitas islas su hogar. Su sangre fría y su respiración aérea,

no les permitía vivir permanentemente en el agua, pero pueden permanecer mucho tiempo

sumergidas. Si quieres puedes hacerles una visita. Pregunta por Kira, es una vieja amiga y no

olvides decirle que vienes de mi parte. Eso sí… os aconsejo que se acerque primero Kem ya que

los tiburones no son bienvenidos entre las iguanas de las Galápagos sentenció Ashi.

¡Galápagos!! repitieron al unísono y en voz baja los dos amigos-. ¿Dónde está eso?

Uuuffff… exclamó Ashi torciendo el gesto , es un largo viaje. Siguiendo la corriente del

suroeste y a buen ritmo pienso que a unas tres lunas.

¿Cuántos días son eso? preguntó Deny a Kem.

Huuummmmmm Kem se puso a calcular mentalmente, con un ojo abierto el otro

cerrado y paseando la lengua entre sus dientes al estilo de los niños humanos que usan sus

dedos para ayudarse a contar. ¿Noventa días?? Expulsó con tanta sorpresa como terror.

Yo no puedo estar tanto tiempo fuera de mi hogar dijo Kem quejándose, voy a estar

castigado sin jugar… ¡hasta que me salgan branquias!

Lo comprendo dijo Deny decepcionado. Yo tengo que ir, necesito respuestas.

Kem estaba a punto de tomar la corriente de regreso a su casa pero tenía la amarga sensación

de que estaba renunciando a una aventura repleta de retos y emociones, además de, dejar

tirado a su amigo. Entonces siguiendo su instinto aventurero cambio de idea y dio un viraje de

ciento ochenta grados hasta dar alcance a su amigo…

“¡¡Rumbo a las Galápagos!!”

El gran viaje.

Para dos jovenzuelos conscientes de su elevada posición en lo más alto de la cadena

alimenticia, los riesgos de ser comida durante el viaje apenas les inquietaba. Tenían que ser

más temidos que al revés, con una sola excepción, el predador más temido en el mar: ¡el

hombre!

A cada milla consumida, el paisaje iba variando de una forma asombrosa. Y con el paisaje; la

fauna y la flora marina que en ellos habitaban. Deny alucinaba con las múltiples variaciones de

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los suyos que existían. Unos con la cabeza de martillo; otros teñidos con extrañas pinturas

blancas y pardas como los tigres terrestres; otros gigantes pero mansos que sólo comían

plancton; y otros hasta con una especie de sierra en su cabeza.

Kem tampoco daba crédito, en su especie las variaciones eran incluso mayores en tamaños

colores y formas: de morro chato, sin morro… Pronto se percataron que esta enorme

diversidad no era porque sí, sino que estaban plenamente en armonía con el lugar donde

habitaban, la temperatura del agua, la luz del sol, la profundidad y las plantas que crecían en

sus suelos: una vez arenosos, otras rocosos ,etc. Jamás habrían pensado que el mar podría ser

un lugar tan hermoso, repleto de criaturas increíbles.

Esto les dio mucho que pensar, tanto que buena parte del tramo final lo hicieron en silencio,

cada uno embebido en sus propios pensamientos. En un momento Kem rompió el silencio con

una reflexión en voz alta que escupió como si de un anzuelo en la aleta se tratase: “¿Por qué

crees, Deny, que hay tantas variedades distintas de nosotros mismos? ¿Crees que el lugar

donde viven tiene algo que ver? ¿Que las diferentes formas, tamaños y colores se han

adaptado para vivir en armonía en cada lugar? Da la impresión de que en todos los lugares hay

un orden, un equilibrio…”

Kem obtuvo el silencio como respuesta. Después de varios minutos parecía que Deny se

disponía a contestar, pero en su lugar respondió como una reflexión que descolocó por

completo a Kem.

No lo sé… e hizo de nuevo una pausa. ¿Quieres decir que todos los animales del mar

tenemos capacidad de transformarnos en otra cosa si ponemos el suficiente empeño y

esfuerzo en ello? Me encantaría que así fuese, pero, ¿cómo se hace eso? Yo por más que

intento hacer las cosas que tú haces, es imposible… nunca seré un delfín, ni siquiera podré

hacer las piruetas que hace un delfín masculló Deny en un tono cada vez más bajo como si

hablase en boca de su propia resignación.

Tal vez continuó Deny sea todo más sencillo. Que todos los habitantes del mar hace

mucho tiempo estuviesen repartidos por todos los sitios desde un principio. Es posible que en

algún momento el alimento comenzase a escasear y las condiciones del lugar cambiasen

bruscamente. Entonces, sólo aquellos que mejor adaptados estuviesen a las condiciones de

cada lugar, conseguirían sobrevivir y los demás desaparecieron sin dejar rastro, ¿no te parece?

Kem se quedó pasmado con el despliegue imaginativo de Deny. Pero, ¿qué otra cosa podía

decir? Él era la prueba real de que su visión de la naturaleza y las especies que la habitan

podrían estar equivocadas. Según la reflexión de Deny, los animales no tenían ninguna

capacidad de cambiar. La suerte de tener unas características concretas para vivir en una

determinada zona, decidía tu destino.

No obstante, si esto era así se preguntó Kem en voz alta para que Deny lo escuchase.

¿Crees que Ashi estaba equivocada? ¿No recuerdas cuando nos contó como las aletas de las

pequeñas larvas se tornaron en patas para poder caminar sobre la tierra?

¡¡Leyendas!! exclamó Deny con desdén. Quizás sean sólo historias que se han ido

retorciendo y degradando con el paso del tiempo hasta quedar completamente irreconocibles.

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Bueno, puede que tengas razón admitió Kem. Ya veremos que tiene que decir la iguana

sabia de Galápagos.

Las galápagos

Antes de avistar las imponentes construcciones geológicas que se alzaban desde el fondo

marino y que conformaban un conjunto de volcanes desgastados por el paso del tiempo,

ambos amigos quedaron impresionados por la audacia de unos extraños pájaros que se

sumergían en el mar a más de seis metros de profundidad hasta dar alcance a su presa.

¡Pájaros buceadores! ¿Es una alucinación? exclamó Deny. Ya sólo me falta ver

tiburones voladores. Las risas contribuyeron a calmar el nerviosismo de ambos ante la

inminencia de su contacto con las misteriosas iguanas. Pronto advirtieron que no eran

bienvenidos. A medida que se aproximaban a la costa, las habilidosas iguanas salían

escopetadas abandonando el agua.

Me temo que somos intrusos dijo Deny. Kem se detuvo y recordó las palabras de Ashi

acerca del recelo que causaban los tiburones.

Retírate una milla, yo hablaré propuso Kem.

Deny obedeció resignado y pronto las iguanas regresaron al agua. Kem se acercó a un grupo

que estaban mordisqueando una especie de musgo incrustado en las rocas con sus afilados

dientes dispuestos en hilera dentro de una boca chata, muy adecuada para ese menester.

Además, sus fuertes garras les ayudaban a mantenerse ancladas a la roca mientras comían

inmutables a las fuertes corrientes.

Busco a Kira se dirigió Kem a una iguana muy entretenida en su faena. Se sentía

ignorado, como si fuese invisible. Vengo de parte de Ashi, la tortuga. Me ha dicho que Kira

me podía ayudar la iguana por fin levantó su hocico y haciéndole un gesto con la cabeza le

invitó a que le acompañara hasta un escarpado rompiente.

Espera dijo su guía saliendo del agua con gran agilidad trepando por la roca volcánica.

Tras unos largos minutos, una vieja iguana se zambulló en el agua causando un gran estrepito

que le impedía a Kem ver con claridad a su interlocutor.

Me han dicho que vienes de parte de Ashi, ¿cómo está mi vieja amiga? dijo la iguana que

atendía al nombre de Kira.

Tenemos algunas preguntas que hacerte. ¿Nos puedes ayudar? se precipitó Kem.

¿Tenemos? ¿Acaso no vienes solo? ¿Quién te acompaña? preguntó Kira.

Vengo desde muy lejos con un amigo tiburón que busca algunas respuestas… es inofensivo y

¡¡ya ha comido!! Además no le gustan las iguanas. Creo que porque nunca las ha probado

se dijo en voz baja.

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Está bien… vuestras referencias no pueden ser mejores, los amigos de Ashi son mis amigos

sentenció Kira.

El acercamiento de Deny causó un gran revuelo y nerviosismo en toda la comunidad, al fin y al

cabo un tiburón, es un tiburón…

Bien, bien. ¿Qué preguntas son esas que os traen desde tan lejos? preguntó Kira.

Verás… comenzó Kem . A mi amigo le gustaría saber por qué no puede hacer piruetas;

por qué siendo parecidos somos tan distintos; por qué hay tantas formas distintas de

tiburones y cómo es posible que una iguana se maneje tan bien fuera como dentro del agua.

Demasiados porqués… por dónde empezar se dijo Kira. Bueno, antes tengo que

aclararte, mi querido amigo delfín, que yo soy un reptil, no un pez. Aunque nací aquí, mis

antepasados llegaron a estas tierras de forma accidental. El agua no era nuestro medio natural

pero no tuvimos más remedio que adaptarnos o morir cuando la vegetación de la isla comenzó

a desaparecer. El alimento pasó de estar en la tierra, al agua. Las crías se adaptaron mucho

mejor que los adultos y con el paso de las generaciones fuimos cambiando hasta tener la

forma adecuada para las nuevas circunstancias.

Nos dijo Ashi comentó Kem que vosotros descendéis de aquellos peces que salieron

primero del agua para probar fortuna en la tierra, ¿es cierto?

Kira se quedó parada pensando, y comenzó a mover la cabeza escenificando recuerdos de las

viejas fabulas que generación tras generación, transmitían sus mayores. Historias que había

contado hacía mucho tiempo y que ahora ya cansada y vieja le costaba recordar.

Preguntas por un tiempo aún más remoto… habló Kira muy lentamente como si fuese

arrancando los recuerdos uno a uno desde un lugar muy profundo de su memoria . Cuenta

la leyenda que fueron tiempos muy duros. Tiempos de cambios como nunca antes habían

sucedido. Dicen que nuestros cuerpos sufrieron rápidas y drásticas metamorfosis que nos

permitieron despegarnos de un suelo que nos atrapaba con enorme fuerza. Donde antes

teníamos aletas; ahora había patas que nos permitían movernos con mayor agilidad y soltura

en cada nueva generación. Pero como curiosidad, os diré, que una de las cosas más útiles que

aprendimos, no sé cómo, es a voltearnos si caíamos sobre nuestra espalda con la panza hacia

arriba.

¡Qué curioso! Lo mismo que nos había contado Ashi le dijo Kem a Deny y éste dio un

respingó. ¿Cómo que no sabes cómo aprendisteis eso? dirigiéndose ahora a Kira.

¿Acaso recuerdas tú como aprendisteis a nadar? le respondió la iguana. Ya sabías,

¿verdad? Antes de salir del agua continuo Kira, usabamos para desplazarnos un

movimiento ondulante en forma de “ese”, como el que hacéis vosotros aunque seáis muy

distintos, como también lo son vuestras “eses” (vertical la del delfín y horizontal la del

tiburón). A esto nuestros mayores lo llamaron: “Parecido por convergencia al medio de vida”.

¿Quéeee? exclamaron al unísono ambos amigos.

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Es muy sencillo les tranquilizó la sabia iguana, el agua es nuestro medio materno, el de

todos, un medio que impone un lenguaje universal a todas las criaturas que envuelve. Para la

locomoción, ese lenguaje es la onda, y el movimiento ondulante usa formas similares con

independencia de cuales sean vuestros orígenes. Las iguanas, como la mayoría de los reptiles

en tierra, seguimos fieles al movimiento ondulante que traíamos del agua. Nuestras patas las

usamos para vencer la fuerza de la gravedad que nos empuja hacia el suelo, pero no olvidéis

que avanzamos gracias a este movimiento ondulatorio, ¡como vosotros! Pero como os decía…

Kira hizo una pausa estirando el cuello hacia sus interlocutores como si les fuese a revelar un

secreto muy preciado, la novedad fue muy simple pero esencial: ¡¡podemos

volteaaaaarrrr!! poniéndo énfasis a la /r/ final. He de confesaros que es un movimiento

muy raro y poco frecuente en tierra pero, te puede salvar la vida si caes panza arriba. Sin

embargo, en el agua es mi movimiento preferido en ese momento, se le dibujo una leve

sonrisa es súper divertido. Gracias a él podemos hacer, ¡piruetas increíbles!

Esta última frase volvió a estremecer a Deny, que alcanzó a balbucear con un halo de emoción:

“¿Cómo lo conseguisteis?”

Verás… explicó Kira, lo cierto es que podemos girar nuestra columna vertebral en su

parte central. Nadie sabe con seguridad cómo sucedió por primera vez. Pero, como os he

dicho, lo que sí sabemos es para qué sirve. En tierra, ¡te salva la vida! Algo que bien saben las

crías que por accidente caen panza arriba nada más salir del huevo. Pero… ¿sabéis qué?

dijo alargando el silencio posterior para mantener la intriga . Observamos que en cada

puesta algunas tenían grandes dificultades para girarse y las ayudábamos tirando de ellas

hasta volcarlas a su posición. Una vez boca abajo, estaban aturdidas y les costaba arrancar, se

movían torpemente convirtiéndose en presa fácil de los malditos pájaros. Pero, en una

ocasión, una colega estaba intentando ayudar a una cría en problemas y le puso sin querer uno

de sus dedos sobre el pecho. El resultado fue desconcertante. La pequeña se volteó por sí

misma como un resorte y para sorpresa de todos, una vez boca abajo, salió disparada como un

rayo hacia el agua. Salvó su vida. La iguana intrigada, repitió el experimento con otras crías con

idéntico resultado… y hasta hoy. De cada puesta, más crías sobrevivían en tiempos difíciles y

probablemente gracias a eso no desaparecimos. Es curioso dijo Kira en un tono solemne,

es como si cada paso dado en nuestra transformación dejase una puerta de entrada en una

zona del cuerpo como recuerdo del cambio producido. ¿Curioso no? se dijo para sí misma,

sin intención de esperar respuesta. Dado el éxito del descubrimiento un tiempo más tarde,

alguien propuso presionar la misma zona, esta vez en su homóloga de la espalda a ver que

sucedía.

¿Y? estallaron los dos deseosos de saber la respuesta.

Juzgad por vosotros mismos dijo Kira.

En este instante, una iguana se acercó a Kira ante una leve indicación suya, y sin mediar

palabra, presionó con un dedo de su pata delantera sobre la espalda de su dócil y abnegada

voluntaria. La iguana comenzó una extraña danza reproduciendo el movimiento de locomoción

ondulante incluyendo también a las patas.

¿Por qué hace eso? Dijo Deny.

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Yo que sé, respondió Kira pero, ¿a qué es divertido?

¡Parece magia! apuntó Kem.

Lo que sé dijo Kira con tono burlón, es que es muy práctico para echar de mi sitio en la

piedra caliente a quién osa usurparlo. Y todos se echaron a reír a carcajada limpia.

Deny no pudo más y le rogó a Kira que le hiciese ese truco alucinante. Si conseguía hacerle

voltear, todos sus esfuerzos habrían valido la pena. Kira torció el gesto, pero tras un instante

de vacilación dijo: “¡Adelante! ¿Qué podemos perder? Antes tenemos que ponerte panza

arriba.”

Vamos a necesitar ayuda, porque este bicho pesa como una ballena bromeó Kem.

Necesitaron la fuerza de doce iguanas para girar a Deny, quedando como recordaba en su

primer encuentro con los delfines, es decir, totalmente paralizado. En este instante, Kira buscó

meticulosamente la zona equivalente entre sus costillas para un tiburón de su tamaño.

Después de casi una hora, Deny seguía panza arriba, cada vez más agobiado sin el menor

asomo de actividad.

Esto es una tontería de Iguanas protestó Deny. Y visiblemente decepcionado y cabreado,

gritó desesperado : “¡¡Giradmeeeeeee!!”

¿Y si probáis conmigo? dijo Kem.

Ya puestos… contestó Kira.

Kem no necesitó ayuda para ponerse panza arriba, haciéndolo en un abrir y cerrar de ojos.

Entonces Kira repitió ceremoniosamente la maniobra y comenzó la presión de la zona

intercostal del delfín. No fue necesario esperar mucho tiempo, enseguida Kem notaba como

todo su cuerpo se tensaba y comenzaba a girar parsimoniosamente hasta terminar en su

posición normal de boca abajo.

El pobre Deny, pasmado y con cara de idiota veía como su amigo era presa de ese extraño

conjuro, que con él no funcionaba.

Kira, después de un instante de silencio, dijo algo que parecía una obviedad: “Deny, sin duda

eres un pez, grande, pero pez al fin y al cabo y prosiguió, en tu familia pasada estoy

segura que nadie ha pisado un palmo de tierra. Yo diría por dos cosas: no puedes respirar

fuera del agua y no puedes voltear… y me temo que, ¡jamás podrás hacerlo! No está en tu

naturaleza”.

Esta sentencia cayó sobre Deny como un aletazo de ballena.

Vosotros habéis cambiado, según tú, antes erais peces y ¡ahora reptiles! les reprochó con

furia contenida Deny. Si vosotros lo habéis hecho, ¿por qué yo no puedo? Mientras lo

decía, Deny se daba cuenta que estaba admitiendo sin saberlo la reflexión que Kem había

hecho durante su viaje sobre que los animales heredan las características que adquieren sus

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antecesores siendo crías, y al hacerlo se transforman en otra cosa. Una “cosa” capaz de

adaptarse mejor a las circunstancias del lugar donde vivían.

Tienes algo de razón, Deny admitió Kira, pero me temo que no es tan fácil. Hace

tiempo, una iguana procedente del continente se coló en un barco y terminó accidentalmente

aquí. Su aspecto era muy diferente al nuestro, supongo como el que tendríamos nosotras

cuando llegamos aquí por primera vez. Odiaba el agua, no le gustaban las algas y apenas sabía

moverse entre las rocas. Pobrecilla… apenas aguantó unas semanas antes de morir. Pero nos

contó cosas increíbles del continente, leyendas de un tiempo inmemorial… Contaban sus

ancestros que hace muchísimo, muchísimo tiempo cuando la tierra estaba poblada por los

reptiles, un grupo de éstos cambiaron las escamas por pelo y pasaron de poner huevos a criar

a sus retoños dentro de su cuerpo. Cuentan que los alimentaban con leche que salía de unas

mamas en el pecho de la madre. Los llamaron por ello mamíferos. Estos, de pequeño tamaño

y huidizos, consiguieron sobrevivir a enormes desastres que trajeron la oscuridad a la tierra y

provocaron la extinción de los grandes reptiles.

Aunque esto ya lo habían oído por boca de la tortuga Ashi, el relato de Kira era aún más

fascinante.

Los pequeños mamíferos prosiguió Kira, ya sin competencia: progresaron, se

diversificaron y ocuparon los espacios que antes poseían estos grandes reptiles, los

dinosaurios. Según nuestra malograda amiga, las iguanas conseguimos sobrevivir para contarlo

como testigos de todo aquello y Kira hizo una pausa en su relato para tomar aire en la

superficie.

A su regreso, miró a sus visitantes y dijo: “¿Por dónde iba? Ah sí, ya me acuerdo… Unos

emigraron a zonas donde la tierra se encontraba con el mar y allí encontraron su alimento

fácilmente cuando las aguas se retiraban por el influjo de la luna. Tras muchas generaciones

fueron cambiando para poder adentrarse más y más en el mar. Sus patas terrestres ya no eran

tan útiles en su vida acuática y las crías nacidas de sus vientres, ya en el agua, venían con sus

extremidades más parecidas a aletas que a patas. Se especializaron tanto en su vida acuática

que ya nunca más pudieron regresar a la tierra. Pero, ¿sabéis lo más curioso? Para moverse en

el agua tuvieron que recurrir a sus antiguos movimientos ondulatorios de su primera etapa

antes de abandonar el mar.”

¡¡Qué casualidad!! Esta historia es la misma que nos contó Isha, pero en el sentido opuesto

dijo Kem al oído de Deny.

De nuevo, Kira hizo una pausa, no para tomar aire esta vez, sino fascinada con la contradicción

de la que se había percatado ahora que relataba de nuevo la historia y tras unos segundos,

soltó el fruto de su reflexión de forma parsimoniosa: “Ironías del destino… Se fueron buscando

una vida mejor y terminaron regresando por el mismo motivo. Pero esta vez, con las marcas de

su periplo por la tierra grabados en su comportamiento y su naturaleza más íntima...”

Kem enseguida se sintió reconocido y aludido en este punto del relato, y dijo: “¿Entonces yo

antes tenía patas y me movía en la tierra? ¡Ja! soltó con sorna ¡No me lo creo!”

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¿Por qué crees que necesitas aire para respirar y no branquias como todos los peces? ¿Por

qué piensas que contigo funciona el volteo y no con Deny? ¿De dónde crees que viene tu

habilidad para hacer piruetas? Kira le acribilló con preguntas para las que Kem no tenía más

respuesta que poner cara de merluza. En fin chicos, en lo que a nosotros respecta: peces,

reptiles y mamíferos marinos… creo que eso fue todo, no puedo contaros más.

¿Y ya está? ¿Ahí acaba la historia? dijo Deny indignado por este final abrupto.

Bueno, déjame pensar dijo Kira, creo que mencionó algo sobre otros mamíferos, esos

que ocuparon densas zonas boscosas. Algunos de ellos hicieron de los árboles su modo de

vida y con el paso del tiempo cambiaron para adaptarse mejor a esas condiciones de vida.

Decía que podían moverse por las ramas con gran habilidad saltando de una a otra colgados

por sus extremidades superiores, en fin… qué sé yo. Pero, ¿sabéis lo más increíble?

preguntó Kira de forma retórica para enlazar de nuevo con otra pregunta retórica. ¿Lo

que me hace dudar de la historia de nuestra extraña iguana? Pues que decía que los humanos

que nos acosan, capturan y contaminan nuestras aguas, proceden de esos seres que habitaron

los árboles. Supongo que al final de sus días estaba delirando… Eso es todo lo que puedo

contaros.

Antes de despedirse, Kira compartió con ellos un rumor que había llegado por esas islas

perdidas en medio del Pacífico. Decía que existía una pequeña isla en el Índico, cerca de la

costa, que estaba habitada por unos extraños monos acuáticos. Cuentan que su patriarca

conoce historias increíbles sobre su linaje. Cuando algunos de los suyos, hace muchísimo

tiempo, descendieron de los árboles para posarse sobre dos patas. Pero tal vez, sean sólo eso:

rumores.

¡¡Que rabia!! dijo Kem. Me hubiera gustado saber cómo seguía la historia de esos

bichos. ¿Tú crees esa historia de que los humanos proceden de ellos? preguntó Kem a

Deny.

Quién sabe contestó. ¿No sabrás cómo se llega hasta allí? preguntó Deny a Kira.

Hummmm… nada, nada solo al otro lado del mundo, cruzando el Pacífico, -dijo con sorna

Kira-! Chicos se disculpó Kira, tengo que salir a calentarme, mi sangre fría no aguanta más.

¡¡Suerte!!

Y diciendo esto, Kira trepó por la roca saliendo del agua. Deny y Kem estaban en estado de

shock.

Tenemos que regresar dijo Kem, mi clan me estará echando de menos.

Hemos llegado muy lejos, ¿no sientes curiosidad por saber cómo termina la historia? dijo

Deny.

En fin…la verdad es que la bronca me la voy a llevar igual… así que de perdidos… bromeó

Kem.

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¡¡Hagámoslo!! dijeron al tiempo que chocaban sus aletas ventrales.

La isla de los monos acuáticos

El viaje, tres veces más largo y apasionante que el anterior, no hizo sino confirmar lo que Kem

había sospechado: las especies se adaptan a los lugares que habitan y los cambios en estos

lugares provocan nuevas adaptaciones en sus pobladores, comenzando por sus crías que son

más permeables al cambió que sus mayores. Sin embargo, no todas conseguían adaptase y

desaparecían irremediablemente.

Deny, también observó que la fortuna sonreía caprichosamente a unas algunas especies en

relación a otras, cuando por causas ajenas a ellos, como los desastres ecológicos causados por

el hombre, alteraban el delicado equilibrio biológico de un lugar. Las que previamente

estuvieran más preparadas al nuevo orden, ¡sobrevivían sin más!

Kem entendía perfectamente los argumentos de Deny pero esta explicación no podía justificar,

a su parecer, la increíble variedad que se presentaba ante sus ojos: “¡Demasiado simple!”. El

debate les mantuvo muy entretenidos todo el camino, tomando para sus argumentos

ejemplos de aquí y allí.

El paisaje marino en el Índico próximo a las costas orientales de África era radicalmente

distinto a cuanto habían conocido. La exuberancia de la flora y la increíble diversidad de

formas conviviendo en armonía, era sencillamente maravillosa. Algo desorientados,

preguntaron a distintos animales el paradero de la isla de monos acuáticos sin éxito, hasta que

una langosta se les acercó con mucho desparpajo y les puso en la dirección correcta.

Al llegar, se toparon ante una pared inaccesible de filos escarpados. Rodearon la isla hasta

encontrar una zona rocosa poco profunda donde se apreciaba cerca de la tierra una actividad

frenética de chapoteo y zambullidas. Con riesgo de quedarse varados, hicieron una

aproximación para ver de qué se trataba. Kem sacó su cabeza del agua y ante sus ojos

encaramados en una roca, una legión de curiosos macacos le observaban como si de un

extraterrestre se tratase.

¿Puedo ver a vuestro jefe? preguntó Kem.

Los monos acuáticos se miraron extrañados unos a otros en medio de un estruendoso bullicio.

De pronto se hizo el silencio, abriéndose un pasillo entre la legión de monos del que salió un

macho viejo pero fuerte que se aproximó con paso solemne al borde de la roca.

Soy Treso, el Rey de este clan, ¿quién pregunta por mí?, ¿un delfín? se dijo así mismo

completamente sorprendido al dirigir su mirada al agua.

Hola, soy Kem y vengo desde el otro lado del mundo para hablar contigo. Bueno, en

realidad, vengo con un amigo… pero es que… es un tiburón. advirtió tímidamente.

¿Un tiburón? repitió Treso, con cara de pánico, al tiempo que los monos huían

despavoridos.

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No, no temáis es inofensivo alegó el delfín, no quiere comeros, sólo buscamos

respuestas.

¿Cómo dices?, ¿un tiburón que se alimenta de respuestas? Qué raro… contestó Treso con

asombro.

Verás, nos ha llegado un rumor de que conoces una vieja historia sobre unos monos que

bajaron de los árboles para caminar sobre dos patas y que esos seres con el tiempo se

convirtieron en los hombres que hoy nos dan caza y esquilman nuestros mares.

¡¡Ah!! Esa historia dijo Treso con desgana. No imaginaba que pudiera llegar tan lejos…

¿Por qué os interesa tanto? Puede que sólo sean leyendas procedentes del continente… hace

tanto tiempo…

Perdona interrumpió Kem, ¿podría acompañarme mi amigo? Le encantaría tanto

escuchar esta historia… y, por supuesto, ¡conocer a un gran jefe como tú!

El halago surtió efecto. Treso, se tomó unos segundos y dijo condescendiente: “Está bien…

pero que no se acerque mucho, ¡no me fío de los tiburones!”

Con Deny unos metros detrás de Kem, comenzó Treso su relato haciendo un pomposo

ceremonial previo de gestos y posturas impostadas.

Cuentan los que transmitieron esta leyenda, generación tras generación que hace tanto

tiempo de esto, que hasta los valles, los ríos y las montañas tenían un aspecto que ahora no

reconoceríamos. Los bosques no dejaban ver un palmo de tierra libre… pero nadie sabe cómo

o por qué todo fue cambiando y grandes extensiones de árboles fueron dejando paso a zonas

clareadas. Muchos de mis antepasados tuvieron que migrar a zonas más profundas del

bosque…, pero otras decidieron quedarse y adaptarse a las nuevas condiciones impuestas por

la madre naturaleza.

¿Cómo lo hicieron? preguntó Kem.

Pues, igual que una vez tomaron la decisión de subir a los árboles, ahora hicieron lo mismo

para bajar. Eso sí dijo Treso con un punto de ironía , lo que subió hace mucho tiempo fue

muy distinto de lo que bajo. Estos monos cada vez pasaban más tiempo en el suelo, hasta que

la fuerza de la costumbre llegó a convertirlo en su hogar. Sus crías pronto no conocieron otra

vida que no fuera en tierra firme. Entonces, dicen que su cuerpo empezó a cambiar para

adaptarse a la nueva forma de desplazarse… Treso hizo una pausa, dándose importancia.

¿Qué forma era esa? ahora fue Deny a quien le pudo la impaciencia.

¡¡Se alzaron sobre sus patas traseras!! y Treso hizo lo propio al tiempo . Pero no para

un rato como hacemos nosotros, sino todo el tiempo y para todos sus desplazamientos.

Aquellos de los nuestros que lo presenciaron y pudieron contar, no daban ni un coco por ese

grupo de locos bípedos… pero, a pesar de las dificultades iniciales, no desistieron. Al principio,

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cuentan que eran torpes, de movimientos vacilantes, pero algo cambio aquí. Treso señaló

hacia sus genitales. El gesto extrañado de los dos amigos, previno a Treso de que algo iba mal.

¿Qué sucede? indagó Treso.

¿Quieres decir que algo cambio en sus genitales? preguntó ingenuamente Kem.

Las risas de los monos estallaron de golpe. Sin dejar de reír, Treso, se recompuso como pudo y

dijo: “No, no me refiero a eso. Quiero decir que algo cambio en los huesos de sus caderas.

Tanto caminar sobre dos patas moldeó sus formas para hacerlo cada vez mejor.”

Entonces Deny matizó, ¿no sería que primero cambiaron sus huesos y eso les ayudó a

caminar mejor sobre dos patas?

Treso, le miró arrugando el gesto por lo extraño de la pregunta.

¿Quieres decir que los huesos ya sabían que forma tener antes de que esos monos se

pusieran de pie?, ¿qué crees, que son huesos adivinos? interrogó Treso, y los monos

explotaron de nuevo en carcajadas.

Ya…, pero, ¿cómo puedes estar tan seguro de que paso como cuentas? insistió Deny.

Hummm… entiendo. Quieres pruebas dijo Treso mesándose los largos pelos de su

perilla .Veras, vosotros no lo podéis entender porque sois criaturas del mar, pero os aseguro

que ponerse de pie para un simio es una postura realmente incomoda y costosa. Kem

asintió en silencio con la cabeza porque los delfines son capaces de ponerse verticales sobre el

agua a base de menear fuertemente su cola, y eso sólo durante unos segundos agotadores.

La voluntad, la constancia y la costumbre prosiguió Treso , tiraron de ellos hacia arriba,

querido amigo, dejando profundas marcas en sus huesos. ¿Cómo lo sé? No tienes más que

fijarte en ellos y comparar con nosotros. ¿Habéis visto la extraña forma de sus caderas, rodillas

o pies?, ¿y las sinuosas curvas de su espalda? De nuevo hizo un estratégico silenció para

sostener en el aire la intensidad narrativa de su discurso. Cuentan que las crías de estos

bípedos de las llanuras que tenían dificultades para ponerse en pie, eran asistidas por todos los

miembros de la comunidad. Una vez de pie con la ayuda necesaria apenas se mantenían para

derrumbarse una y otra vez. No sobrevivían mucho tiempo.

Según la leyenda, una madre estaba intentando alzar a su cría que se encontraba en el suelo

boca abajo hecha un ovillo. Sin pretenderlo, presionó sobre una zona del trasero y otra en el

talón. Para su sorpresa, la cría se enderezó por sí misma sin más ayuda. Una vez en pie, no sólo

se sostuvo por sus propios medios, sino que consiguió caminar e integrarse en la comunidad.

Esta experiencia fue de gran utilidad para sacar adelante a muchas crías que nacían débiles en

una comunidad reducida, donde las madres por norma general sólo engendraban un hijo

durante un largo periodo de gestación. Cada hijo era muy valioso para la continuidad del

grupo. Cuando con el paso del tiempo lograron multiplicarse exponencialmente y expandirse

por todos los lugares del planeta, perdieron ese sentimiento de comunidad solidaria para

competir entre ellos por el poder, los territorios, los recursos naturales…, que sé yo… por

todo dijo Treso con un indisimulado desprecio. En la nueva situación las crías débiles ya

no eran tan valiosas, más bien una carga, y por tanto dejaron de ayudarlas. Decidieron invertir

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su tiempo en engendrar otra sin esos problemas que la comunidad ya no amparaba. De este

modo, la forma que habían descubierto para ayudarlas se perdió como gotas en la lluvia.

Las dotes oratorias de Treso dejó ensimismados a ambos amigos y tras una estudiada pausa,

Treso alzó su dedo índice balanceándolo de un lado a otro lentamente.

Pero esto no fue lo más triste que le sucedió a esa especieprosiguió. Su “olvido” les hizo

perder algo mucho más importante: su identidad, de dónde venían y lo que les hizo prosperar

en aquellos tiempos difíciles: su sentido de comunidad solidaria. Ahora que andan de aquí para

allá en busca de pruebas de su pasado y creen encontrarlas entre los huesos de sus ancestros,

ignoran que las pruebas que realmente necesitan conocer las albergan en su interior, en sus

propios huesos, en lo profundo de su cerebro y en la bondad de sus sentimientos.

Incluso, tan ensimismados están consigo mismos que llegan a negar sus humildes orígenes

otorgándoselos a seres místicos. Esto les hace sentirse superiores. Pero de ser así, ¿de verdad

creeríais que se comportarían con sus congéneres de este modo? La alta consideración en que

se tienen, creen que les otorga el derecho a tomar lo que quieran cuando quieran de la

naturaleza de la que provienen. Pero lo que parecen ignorar, con su gran inteligencia, es que

todas las especies que habitamos este planeta tarde o temprano terminamos por desaparecer

y poniéndose en pie y alzando la voz, sentenció. ¡¡Y ellos, no serán una excepción!!

En este instante la muchedumbre de monos arrancaron en gritos de júbilo que contagiaron a

nuestros dos protagonistas, uniéndose con el batido de sus colas a la algarabía general.

Dicho esto, Treso, hizo una reverencia a sus invitados como preludio a su despedida,

aprovechando el entusiasmo provocado por su apoteósico final. Definitivamente, ¡era un

showman!

Un momento Señor Treso, una pregunta más por favor saltó Deny visiblemente nervioso.

Contrariado por la interrupción de su salida triunfal, Treso respondió con desgana: “¿Qué

quieres ahora?”

Pues, verás expresó tímidamente. Todas las historias que hemos oído en estos largos

viajes hablan de lo mismo: cambio, adaptación, cambio, adaptación y más cambio. Todos

provenís de otros y en cada cambio siempre habéis ganado algo: pelo, patas, respirar aire o

ganar habilidades increíbles. Yo también quiero eso para mí. ¡¡Yo quiero hacer piruetas!! ¿Por

qué vosotros podéis cambiar y yo no puedo? explotó Deny angustiado.

Un silencio sepulcral se hizó en el lugar. La tensión flotaba en el ambiente. Entonces, Treso,

venciendo sus miedos se introdujo en el agua situándose a escasos centímetros de la

imponente cabeza de Deny.

Si has llegado hasta aquí dijo con voz serena posándo una mano mansamente sobre su

hocico y has escuchado mis palabras y las de Ashi, la tortuga, y las de Kira, la iguana; bien

sabes que eso no es posible. Negando con la cabeza en un gesto resignado de reproche, le

preguntó en tono paternal ¿Pero es que no has aprendido nada en este viaje?, ¿de qué

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tienes que avergonzarte? Eres un pura sangre del mar. Tu especie reina en los siete mares y ha

permanecido en esencia inmutable desde el principio de los tiempos. Eso no lo puede decir

ninguno de nosotros y muy pocos en la tierra. Deberías estar orgulloso de ti mismo y de los

tuyos, y no dejarte influir por los mestizos que un día pisaron tierra firme. Mientras los demás

se ven obligados a cambiar para sobrevivir vosotros sois tan fuertes que apenas necesitáis

hacerlo. Hay que ser muy poderoso para resistir por tanto tiempo los avatares cambiantes del

planeta. Amigo mío, eres la aristocracia de mayor abolengo en los mares. Los humanos, al lado

de vuestro linaje, son: ¡unos recién llegados a la vida!

Dicho esto, y alzando de nuevo los brazos al aire solicitando la aclamación de su plebe, Treso

salió del agua en olor de multitudes en medio de un clima de histeria colectiva perdiéndose en

medio del tumulto.

Escuchar las embriagadoras palabras de aquel mono “chamán” le había causado una profunda

conmoción, poniéndole su áspera piel, ¡como la de un erizo! La cálida mano sobre su hocico le

transmitió la fuerza y el sentido para comprender quién era en realidad. Entonces, las dudas,

la frustración y el resentimiento que ocupaban la mayor parte de su corazón se disiparon de

un plumazo. Había tenido que recorrer el planeta entero para darse cuenta de que anhelaba

aquello que no podía tener, olvidando lo maravilloso que era en realidad.

Aunque Deny tenía un punto de vista sobre la evolución de la vida distinto de Kem, no podía

negar la extraña coincidencia de todas las historias narradas por los sabios con los que se

había cruzado durante su largo viaje. Después de todo, ¿tendría que darle la razón a Kem?

Para Kem en cambio, no había duda, todo encajaba. Estaba fascinado por esta experiencia que

había cambiado la perspectiva de sí mismo y de todos los seres y cosas que formaban parte de

su entorno. Ahora, el reino animal tomaba en su cabeza la forma de un gran coral muy, muy

ramificado, donde cada una de ellas, salida del tronco común, continuaba dividiéndose en

formas cada vez más diversas. Para él, en este camino aprendió que los humanos simplemente

representan una rama más de ese coral que es la vida, y fruto de nuevas ramificaciones surgió

su característica más poderosa: su cerebro. Sin embargo, a la vista de lo que conocía de ellos,

no podía evitar preguntarse si ese gran cerebro les ayudaría a reconocer las pruebas que le

conectan con todas las formas de vida pasadas y presentes.

Algo le decía que el ser humano todavía se encontraba muy al principio de su propio viaje de

descubrimiento.

El regreso a sus hogares lo hicieron disfrutando de cada milla del camino, como no lo habían

hecho antes, sintiéndose con la libertad que brinda el conocimiento, y con la ligereza del que

suelta un pesado lastre de frustraciones y prejuicios. Tenían más respuestas que digerir de las

que buscaron cuando iniciaron su viaje. Todo tenía otro sentido y Deny, por fin, se aceptó tal y

como era, un ser maravilloso con sus limitaciones, como las tenían todos los personajes con

los que se habían cruzado en su camino. Pero también, con sus virtudes. De ellas, la más

valiosa que descubrió Deny, la que verdaderamente le convertía en un ser extraordinario entre

los suyos, no era hacer acrobacias como un delfín, sino haber conseguido mirar fuera de sí

mismo y reconocer la increíble diversidad que le rodeaba, donde él sólo era uno más, único e

irrepetible. Su estrenada capacidad para expresarse desde su corazón le permitió comunicarse

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como nunca antes lo había imaginado, con todos, de cualquier especie, y con una mágica e

inesperada consecuencia: hacer amigos.

Sin duda, su más grande y majestuosa pirueta.

Y dando un sonoro carpetazo, al cerrar la pasta dura del final del cuento, Marta pronunció las

clásicas palabras: “Y colorín colorado, ¡este cuento se ha acabado!”

Lucía miró a su madre con sus enormes ojos vivarachos y después de un instante en silencio,

donde madre e hija se sostuvieron la mirada, Lucía que leía el pensamiento de su madre en su

cuerpo y gestos le dijo: “Yo soy el tiburón, ¿verdad?”

¿Por qué piensas eso? preguntó Marta, desbordada por la intuición de su hija.

Lucia sonrió pícaramente. No estaba segura del todo, pero la mirada confundida de su madre

terminó por confirmar sus sospechas.

Visto que era inútil disimular, Marta entró al juego.

¿A lo mejor eres el delfín? dijo la madre en tono divertido.

La estrategia de Marta surtió efecto, descolocando ahora a Lucía. En este juego del gato y el

ratón que madre e hija mantenían, Marta sentía gran curiosidad por saber cómo Lucía había

interpretado esta historia tan peculiar hecha a su medida.

Lucía tenía doce años, la piel muy blanca y era dueña de una sonrisa a prueba de cualquier

defensa. Nació antes de tiempo, apenas entraba en la palma de una mano y pesaba menos

que un gorrión. Su desarrollo no fue el esperado y al cumplir su cuarto mes de vida,

evidenciaba los signos clínicos del sufrimiento de un daño en su cerebro inmaduro. Aunque lo

intentaba incansablemente, le costaba tomar contacto con su mamá y con todo su entorno

que cada día le interesaba más y más a pesar de todo. Sus brazos y piernas se movían con gran

dificultad que aumentaba cuando se excitaba por cualquier motivo.

La madre de Lucía

Para Marta, paleontóloga de profesión, era fácil de prever que en una primera impresión Lucía

se identificara con el tiburón, dado que ambos compartían discapacidad: una real y otra

autoimpuesta. A partir de esta vinculación con el tiburón, la intención de Marta era enganchar

a Lucía en el camino de ambos personajes. De este modo, podría resolver por sí misma algunas

de las cuestiones vitales que le inquietaban. Estas cuestiones no eran diferentes a las

universales que siempre han perturbado al hombre: quiénes somos y de dónde venimos. Lucía

se las planteaba a su manera: quién soy y por qué no puedo ser como los demás (de mi

especie). Preguntas de esta índole atormentaban a Marta, por lo que a través de esta historia

quiso hacerle ver que, ella, era el resultado de millones de años de evolución. Que dentro de sí

poseía el magnífico legado de sus ancestros. Que su familia no sólo eran sus padres, hermano,

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abuelos, étc. Que además formaba parte de una familia mucho más grande y diversa: la

familia de la vida, desde las primeras células eucariotas. Que su discapacidad había sido el

resultado de un accidente, pero que a pesar de ello y de todas sus nefastas consecuencias,

debía sentirse orgullosa porque pertenecía a una especie privilegiada. Una forma de vida

dotada del instrumento más poderoso del planeta: su cerebro. Una afortunada consecuencia

de la evolución que podía aprovechar, ya que él suponía la diferencia, la gran diferencia. Una

herramienta capaz de interrogarse sobre sí misma, sobre su propia génesis y sobre el hecho

mismo de la vida. Que Lucía pudiese recorrer ese camino para que un día fuese consciente de

ello, era el anhelo de Marta al escribir este cuento. Sencillamente que su hija, a pesar de todo,

y sobre todo… amase la vida.

El talento de Lucía

Desde que era un bebé, su cabeza iba muy por delante de su cuerpo que se negaba a atender

sus órdenes por sencillas que fueran. Con los años la frustración fue creciendo. ¿Por qué cada

vez que intentaba coger algo con sus manos todo su cuerpo parecía ir en la dirección opuesta?

“¡Parece tan sencillo!” Se decía cuando observaba embobada como su hermano de dos años

trajinaba con sus juguetes como si sus manos simplemente fueran una extensión de su

voluntad. No había nada de extraordinario en ello y sin embargo, a su modo de ver, todo era

absolutamente extraordinario. Le maravillaba observarle mientras jugaba o cuando se le

acercaba para hacerle caricias. “Todo él funciona como un ser integrado”, se decía. Le costó

hacer consciente lo que ya sabía de forma inconsciente cuando miraba a su hermano; lo que

en realidad veía era una personalidad que tomaba forma en un cuerpo y que éste la expresaba

en cada poro de su piel. Cuando reía o cuando lloraba todo él era un lienzo donde su

personalidad pintaba lo que sucedía en su interior.

No había que ser muy lista para comprender que una cosa así no se podía aprender,

sencillamente era así, y ese misterio natural la tenía hipnotizada. A Lucía le encantaba los

animales, de hecho, si por ella fuese, su casa sería un zoológico. Pero sus padres,

especialmente Marta, no soportaba ver la casa llena de pelos por todas partes. Aun así, y con

la complicidad de su padre, el día de su quinto cumpleaños apareció Tora en su vida. Una

perrita pequeña, juguetona, que tenía como mayor afición mordisquear los zapatos de toda la

familia especialmente los de Lucía. A ella le encantaba porque daba la impresión que se

estropeaban por el uso. Al contrario que su madre, odiaba tener los zapatos impecablemente

nuevos cuando salía a la calle ya que reflejaban que nunca cumplirían la misión para la fueron

fabricados: destrozarlos. Así que si ella no podía, en esa tarea le ayudaría Tora.

Desde que entró en su vida, Lucía se pasaba el tiempo muerto observándola con la misma

atención hipnótica que desprende el fuego de una chimenea. En concreto, le llamaba

poderosamente la atención el rabo y las orejas que funcionaban como termómetros de sus

emociones. Por eso, cuando su hermano llegó al mundo, no le resultó nada extraño ver

profundas relaciones entre ellos. “¡Relaciones animales!” La motricidad era algo automático,

el marco invisible que daba soporte a la necesidad de comunicarse con todos y con todo. Ella

tampoco era ajena a este efecto, su cuerpo también expresaba sus emociones aunque la

forma de hacerlo era fastidiosamente monótona y predecible, se ponía más rígida.

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Sin quererlo, Lucía se había convertido en una coleccionista de lo invisible, una especie de

detective de eso que todo el mundo ignora porque te acompaña desde siempre como el aire

que respiras. Su mayor entretenimiento cuando bajaba al parque con su hermano era

observar, disfrutaba haciéndolo. Los movimientos de los niños, ella los traducía en

personalidades y jugaba a averiguar el estado de ánimo tan solo con la expresión del cuerpo,

ya que la cara era demasiado fácil. De los niños donde todo era transparente pasó al complejo

mundo de los adultos y pronto no necesito más de un instante para conocer qué emoción

movía a esa persona en ese instante. Pronto se convirtió en algo intuitivo, le venía sin más y no

solía fallar. Las palabras pronto dejaron de interesarle como vehículo principal de la

comunicación. Éstas, muy a menudo, eran simple camuflaje de la verdad. El lenguaje del

cuerpo jamás mentía porque formaba uno con su ser íntimo. No sabía por qué lo sabía,

simplemente lo sabía. Los animales eran puro lenguaje corporal y por eso le gustaba tanto

estar con ellos. Su lenguaje era directo, sin mensajes equívocos o contradictorios.

Esto le hizo estar cada vez más segura de la íntima conexión con nuestra naturaleza animal,

algo que conmovió profundamente su tradicional educación religiosa. Su tío Carlos era biólogo

y trabajaba en el zoo, un apasionado de los animales y de todo tipo de bichos. Se pasaba largas

temporadas en el extranjero estudiando sobre larvas y otras cosas asquerosas. Cuando llegaba

de algunos de sus viajes visitaba a Lucía que cogía como un muñeco de trapo y la achuchaba

sin miramientos. Le llamaba “bicho”, sin diminutivo y a ella le gustaba. Le fascinaba verle. Una

extraña conexión les unía a ambos. Para Lucía, sencillamente, su tío era transparente como un

niño, no había nada en él que le resultase contradictorio. Sus palabras y su cuerpo estaban en

la misma sintonía. Con sus padres, en ocasiones, podía percibir contradicciones entre ambos

lenguajes, sobre todo cuando les preguntaba cosas relacionadas con su discapacidad. Para

Marta, cada pregunta incisiva de Lucía sobre sus anhelos o ambiciones eran como aguijones

que se clavaban en su corazón; cualquier cosa que no fuese la verdad desnuda, su hija la

detectaba con la finura que un tiburón huele la sangre, y Marta, para eso todavía no estaba

preparada, de ahí la idea del cuento. Su tío Carlos le solía llevar al zoo y le encantaba entrar

con él en sus dependencias y laboratorios donde podía ver a los animales más de cerca. ¡Lo

tenía decidido! Quería ser bióloga como su tío, necesitaba estudiar esas relaciones, saber hasta

dónde hundían sus raíces, y sobre todo, necesitaba saber otra cosa que le tenía intrigada

desde hace poco más de un año.

El descubrimiento de Lucía

Entonces, con ocasión de una visita a un centro de rehabilitación fue testigo de una situación

extraña. Un fisioterapeuta tenía sujeto a un niño que no sería mayor de un año. Al niño no

parecía gustarle mucho la terapia puesto que lloraba como si lo estuviesen matando. El fisio

tenía sus dedos presionando zonas de su cuerpo que iba variando por espacio de un par de

minutos que duraba el ejercicio y que volvía a repetir de uno y otro lado. Lucía se sintió mal

por aquel pequeño en apuros, mientras la gente a su alrededor parecía impasible a su

sufrimiento. Pero al terminar esos extraños ejercicios, percibió algo raro. No lo había

reconocido, pero a ese niño lo había visto minutos antes en la salita de espera en brazos de su

madre. Era el mismo pero algo era diferente. Se trataba de su lenguaje corporal. Había

cambiado en mayor armonía con sus emociones. Su cuerpo se expresaba y ella lo entendía. La

curiosidad le llevó a interesarse por esa forma de terapia que actuaba sobre algo que le

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apasionaba, su especialidad: el lenguaje corporal. O lo que es lo mismo, sobre lo más íntimo de

la persona: su ser emocional.

Se informó en los múltiples foros de internet donde se mezclaban críticas buenas y malas. Le

impresionó sobremanera leer que los pacientes adultos que podían expresarse verbalmente

acerca de las sensaciones que le producían esta forma de terapia, no eran capaces de hacerlo

con palabras, ¡no podían! Como denominador común la sensación era que todo se hacía más

fácil, más fluido. Lucía entendía que no se referían únicamente a la esfera del movimiento sino

a todo que está conectado con él: su ser íntimo.

La intriga se hizo insostenible. ¡Tenía que probarlo! Aún en contra de la opinión de su médico

habitual -que tenía oído que era una terapia sin evidencia científica-. Pero para Lucía, la

evidencia que necesitaba conocer es la que provenía de sí misma, la única en la que podía

confiar, ¿quién podía saber qué pasaba por su cuerpo y mente más que ella? Contactó con una

fisioterapeuta que trabajaba con esta terapia.

Esther se presentó en su casa con su camilla portátil. Parca en palabras, Lucía recibió como

explicación de la terapia que no tenía que hacer nada, sólo estar atenta de sí misma.

¿Nada más?

No, nada...

¿Hablar tampoco?

Tampoco…

Lucía siguiendo sus instrucciones se tumbó boca arriba y Esther presionó con su dedo sobre

una zona situada en el tórax. Pasaron dos minutos y algo extraño sucedió en su cuerpo.

Apenas se movió pero la percepción de sí misma era claramente diferente. La presión de otras

zonas claves, en combinación con extrañas posiciones, no hicieron sino intensificar esa

sensación que le hacía percibir que su precario lenguaje corporal se entendía de alguna

manera. Con lo que surgía de la presión de esos puntos en su cuerpo de una forma natural. No

sentía nada ajeno a ella, ni era otro lenguaje el que percibía sino el suyo propio de una forma

más nítida. Le costaba explicarlo, como a otros antes que ella, pero era como pasar de

escuchar la radio con ruido de fondo e interferencias, a sintonizar una frecuencia más limpia.

Algo así como mover el dial a una posición más ajustada. Sentía como si las “cosas” buscasen

su sitio natural sin saber conscientemente de qué sitio se trataba, era una percepción. O más

bien, una intuición desde lo más profundo de sí misma. “¿Cómo explicar eso con palabras,

cuando las palabras en la evolución humana surgieron mucho tiempo después del lenguaje del

cuerpo? ¿Cómo expresar una sensación consustancial a uno mismo, de uno mismo? ¿Acaso, -

se preguntaba Lucia-, un recién nacido necesita comprender el significado de las palabras para

comunicarse con su madre?” Ese lugar tan profundo le resultaba familiar, porque, para ella, el

lenguaje con mayúsculas se expresaba sin palabras.

Esta comunicación está en otro nivel. El que no tiene forma física pero que se expresa a través

de él. Utilizando el cuerpo, todo el cuerpo. Ella lo podía ver y lo veía, pero ahora también podía

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atisbar cómo a través de la rendija de una puerta entreabierta, que significaba acceder a ese

nivel de comunicación entre su ser y su cuerpo.

Desde entonces, esta extraña forma de terapia quedó incrustada en su vida porque le permitía

asomarse a hurtadillas a esa rendija de la puerta y comprobar que en ella también existía un

proyecto perfecto. Un legado completo que no tuvo la oportunidad de expresarse en todo su

esplendor. Era consciente de que esa puerta nunca podría abrirse de par en par, demasiados

obstáculos se habían ido apelotonando alrededor de sus bisagras, ya casi soldadas. Para ella,

desplazarse en sí no era ni había sido nunca una prioridad; al contrario de lo que todos a su

alrededor interpretaban que deseaba. La locomoción, por supuesto, le importaba, por cuanto

significaba trasportar su necesidad de expresarse más allá de dos o tres metros a la redonda.

Pero no dejaba de verla como una estupenda forma inventada por la naturaleza para

comunicarse… Una genial y divertida consecuencia.

La movilidad de la que disponía, junto con la inseparable postura que la acompañaba, eran un

limitado medio para conseguir expresar sus emociones y sentimientos; riéndose de sí misma,

envidiaba hasta su impresora que conseguía reflejar las palabras tal y como las inventaba en el

teclado de su ordenador. “Ojalá fuese tan sencillo…” Algunas veces, soñando despierta, se

imaginaba su cuerpo como un espejo donde se reflejaba la luz que contenían sus palabras

llegando lejos, muy lejos… más de lo que nunca haría el sonido de su voz. Después de todo, en

el colegio había oído a su profesor de ciencias que la velocidad de la luz iba a 300.000

Km/segundo… A esa velocidad se movía Lucía en sus sueños.

Esther enseñó a Marta lo que necesitaba saber para hacer los ejercicios en casa con su hija.

Después de cada sesión no parecía que nada cambiase, pero las sensaciones siempre le decían

otra cosa. “Pero, ¿qué significaban esos puntos?”. Lucía preguntó a los especialistas en la

materia pero nadie le pudo ayudar, su aplicación tenía un origen empírico. Por fuentes críticas,

escuchó que eso que sentía, como resultado de la presión de esos puntos en su cuerpo, debían

ser los vestigios de una motricidad ancestral, primitiva o desfasada. ¿Qué significaba eso?

¿Más desfasada que su propia motricidad, tan lejos de la de su hermano? Por lo que le había

contado su madre, nuestra locomoción actual, la moderna, provenía como mínimo desde

Homo Habilis, hace algo más de 2 millones de años. “Tal vez, ¿se referían a eso con lo de

primitiva?” Si así era, entonces –pensaba Lucía- no le importaría disponer de esa “primitiva”

motricidad. Pero la pregunta que le rondaba era, que cómo unos patrones desfasados podían

acercarla más a la normalidad en lugar de alejarla. Algo no le cuadraba. Desde un punto de

vista anatómico-funcional, estas zonas no tenían nada de especial pero algunas hipótesis

apuntaban una relación con nuestra historia evolutiva. En otras palabras, para ella esas zonas

con sus posturas podrían ser un legado de lo que fuimos en el pasado. Esa puerta que le

dejaba entrever los automatismos posturales que usamos en el presente desde el mismo

momento de nacer, probablemente incluso antes. Esta forma de hacer fisioterapia, le resultó

extrañamente familiar. ¿Dónde había oído antes hablar de unos puntos en el cuerpo que al

presionarlos tenían la propiedad de activar movimientos especiales? ¿Sería posible que en el

relato del tiburón se hablase de algo parecido?

Por aquel entonces ya era una apasionada del tema pero esta experiencia le hizo sumergirse

aún más.

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El camino de LucÍa

Pasaron los años y con ayuda de su tío que le mostraba con ejemplos muy didácticos a

comprender las bases biológicas de la evolución, le llevó a devorar libros y más libros que leía

incansablemente en su ordenador controlado por su ratón especial: Antropología,

Paleontología, Biología Evolutiva e incluso con ayuda de Esther se atrevió con los complejos e

ilegibles textos de Vojta. Uno tras otro, fueron pasando por sus ojos los grandes autores y los

debates clásicos entre las distintas teorías evolucionistas.

Con veintidós años ya tenía una vasta formación que le permitía tener sus propios criterios y

puntos de vista, participar y debatir en foros científicos a través de internet y compartir sus

reflexiones en los congresos a los que podía acudir. Como ya tenía claro desde que era bien

pequeña, consiguió estudiar Biología graduándose un año antes de lo que la correspondía. Le

daba pena tener que estudiar la mayoría del tiempo en casa a través de la aplicación on-line de

la Universidad, ya que necesitaba un gran despliegue logístico para desplazarse y sus padres no

siempre podían acompañarla. A veces, un grupo de amigos le iban a buscar a casa y la traían.

Esos días eran especiales, tanto que incluso le costaba conciliar el sueño la noche anterior. La

razón como no… Era un chico. En realidad, no era guapo en el sentido clásico del concepto -si

es que puede haber alguno- tampoco era especialmente simpático. En realidad, era el típico

chico que pasaría inadvertido a los ojos de las chicas, pero Lucía no era cualquier chica.

Se llamaba Javi y lo que le hacía especial a sus ojos, era su lenguaje corporal. Le decía todo lo

que necesitaba saber: cómo se encontraba, qué le gustaba, con qué se emocionaba... Era un

chico tranquilo que soñaba despierto la mayoría de las veces. Tímido y poco hablador pero con

un ácido sentido del humor. Le gustaba cómo la trataba: con naturalidad no impostada. Muy

diferente a los demás que le recordaban con el lenguaje verdadero de su cuerpo que sentían

compasión o lastima. La mayoría de sus amigos tenían cuidado de hacer cualquier broma en su

presencia que no fuera políticamente correcta, en cambio a Lucía, que tenía un negro sentido

del humor, le gustaba hacer bromas relacionadas con su discapacidad o contar chistes

macabros.

A Javi se le notaba a gusto en su presencia y ella lo notaba, no le incomodaba compartir

momentos de silencio en la cafetería o en el coche de regreso a casa porque sabía que no se

sentía obligado a decir cualquier tontería para rellenar los espacios muertos. Además, de vez

en cuando, hacia algún comentario sarcástico sobre sus limitaciones o le preguntaba alguna

tontería del tipo: “¿Cuánto chupa?” Refiriéndose a la silla. Le hacía reír…

Después de licenciarse fue perdiendo el contacto con sus antiguos compañeros, con todos

excepto con Javi con quien le sigue uniendo una sincera amistad. Lucía prosiguió su carrera

especializándose en la rama evolutiva. Lo que había aprendido a lo largo de todos sus años de

estudio sobre la evolución humana y sus relaciones con la biología del desarrollo,

especialmente en lo concerniente al lenguaje corporal y las emociones, lo había hecho

motivada por desentrañar lo que ya intuía desde que era una niña. En realidad, lo que creía ser

un don especial fue “simplemente” el despliegue de su capacidad de observación, de

preguntas que desembocaban en nuevas preguntas y de las relaciones entre ellas. Todo eso,

impulsado por una curiosidad insaciable. Preguntarse por sí misma, le llevó a hacerlo; y en

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consecuencia, por su propia especie y por todos nuestros ancestros que de una forma u otra

contribuyeron a lo que somos hoy en día.

Con el camino elegido, descubrió que la “única” discapacidad que tenía nuestro amigo el

tiburón era aquella que se había impuesto a sí mismo al pretender transformarse en algo que

no podía ser. Ambicionar ser una cosa imposible le llevó a convertirse en otra, aún mejor, pero

dentro de los límites de su biología. Por tanto, la verdadera pirueta, la más increíble y

majestuosa fue el hecho de aceptarse a sí mismo como lo que era: un ser único y maravilloso

con capacidad para relacionarse e impregnarse de toda la vida que le rodeaba; aunque para

hacerlo, necesitó dar la vuelta al mundo y reconocerse en las palabras de un viejo mono.

En su búsqueda de respuestas a las limitaciones que la habían acompañado y la acompañarían

durante toda su vida, Lucía hizo, al igual que el tiburón de su niñez, su propio viaje de

descubrimiento. Un viaje que le llevó a reconocerse a sí misma en todas sus facetas, aceptando

el hecho fascinante de formar parte de la irrepetible experiencia de la vida en una forma tan

maravillosa como es la humana y trascendiéndole hacia su nivel más elevado: una persona

amante de la vida.

Averiguó que la verdadera discapacidad no se encuentra en la integridad del lienzo sobre el

que vas dibujando tu vida, sino en la incapacidad para hacerlo con tus propios colores, los que

configuran tu propia individualidad mezclados con los procedentes de la vida que te rodea.

Ese collage permanentemente cambiante, permeable y único… Era ella.

Su gran pirueta…