luis garcia montero - por que no sirve para nada la poesia

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¿Por qué no sirve para nada la poesía? Luis García Montero Frente a la épica de los héroes o el fin de la historia, prefiero la poesía de los seres normales. HACE falta cultivar nuestro jardín. Recordemos una vez más la conocida frase con la que Voltaire concluyó su Candide. Frase de resignación y de refugio. Cuando el mundo demuestra su realidad áspera, cuando los acontecimientos humanos se solucionan sin respetar el buen sentido de la razón amparadora, cuando nos sentimos provocados, con una íntima indignación capaz de encolerizarnos, de llevarnos al rencor, de hacer- nos diferentes a nosotros mismos, entonces es el momento de buscar refugio: hace falta cultivar nuestro jardín. Tengo con frecuencia la sensación de que vivo en un mundo hostil, cercado por una sinrazón que desgasta, y me es necesario buscar descanso para seguir viviendo sin traicionarme, porque también el odio es una forma de traición, a veces más peligrosa que la renuncia o los cambios de bandera. Con esta sensación y con este ánimo escribí «Día de calma», un poema incluido en Las flores del frío (1991), que me parece oportuno recordar ahora: Quien no quiso caer en la mentira, no sea injusto desde la verdad. Repítelo. Es un día de calma. Aunque la mar extienda sus castigos y el golpe solitario de los remos se pierda entre la espuma como se pierde el último destello de una mano, quiero que lo repitas: es un día de calma. Repite que es mentira todo lo que parece sucederte, que las manos deshechas son mentira y no temes el viento, ni existen los abismos en el agua, ni la respiración entrecortada. Porque la piel del labio siente una quemadura de sal y se parecen sus latidos al odio demasiado, repite que no sientes sus latidos.

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Luis Garca Montero: Por qu no sirve para nada la poesa

Por qu no sirve para nada la poesa?

Luis Garca MonteroFrente a la pica de los hroes o el fin de la historia, prefiero la poesa de los seres normales.

HACE falta cultivar nuestro jardn. Recordemos una vez ms la conocida frase con la que Voltaire concluy su Candide. Frase de resignacin y de refugio. Cuando el mundo demuestra su realidad spera, cuando los acontecimientos humanos se solucionan sin respetar el buen sentido de la razn amparadora, cuando nos sentimos provocados, con una ntima indignacin capaz de encolerizarnos, de llevarnos al rencor, de hacer- nos diferentes a nosotros mismos, entonces es el momento de buscar refugio: hace falta cultivar nuestro jardn. Tengo con frecuencia la sensacin de que vivo en un mundo hostil, cercado por una sinrazn que desgasta, y me es necesario buscar descanso para seguir viviendo sin traicionarme, porque tambin el odio es una forma de traicin, a veces ms peligrosa que la renuncia o los cambios de bandera. Con esta sensacin y con este nimo escrib Da de calma, un poema incluido en Las flores del fro (1991), que me parece oportuno recordar ahora:

Quien no quiso caer en la mentira,

no sea injusto desde la verdad.

Reptelo. Es un da de calma.

Aunque la mar extienda sus castigos

y el golpe solitario de los remos

se pierda entre la espuma

como se pierde el ltimo destello de una mano,

quiero que lo repitas: es un da de calma.

Repite que es mentira

todo lo que parece sucederte,

que las manos deshechas son mentira

y no temes el viento,

ni existen los abismos en el agua,

ni la respiracin entrecortada.

Porque la piel del labio

siente una quemadura de sal y se parecen

sus latidos al odio demasiado,

repite que no sientes sus latidos.

Ya que todo se mueve, ya que el tiempo

bajo los pies se descompone y cae,regresa hasta el lugar donde las huellas

forman parte de ti

como un destino

de arena que resiste en algn sitio

detrs de cada ola.

A qu memoria perteneces? Vuelve.

Una ciudad al Sur, un gabinete

de balcones abiertos enfrente de los pltanos.

Sigues leyendo, sabes

los libros que son tuyos. Para ti las miradas

de cristal y los barcos

que navegan con pecho adolescente.

Es un da de calma.

Quiero que lo repitas desde all, all,

para que grabes

en la madera limpia de tus remos:

Quien no quiso caer en la mentira,

no sea injusto desde la verdad.

Sigues leyendo, sabes los libros que son tuyos. Cada vez entro con ms frecuencia en mi biblioteca como quien va a cultivar su jardn, buscando un paisaje en el que reconocerme, un pasado capaz de llevarme los pies ala tierra por debajo del agua, un territorio de moralidad propia. Los libros son para m el espacio donde el deseo puede todava seguir conspirando, sin excesivos sentimientos de ridculo, y una meditada leccin de experiencia histrica. Por eso slo puedo ser optimista junto a los libros. Recupero en ellos el poder de imaginar lo que no existe, y aprendo que lo inexistente, cuando los seres humanos lo suean una y otra vez, cuando lo exigen, llega a hacerse realidad, a sentar plaza entre nosotros. Hay muchos mundos de ficcin que han pasado de la literatura utpica a la novela realista, del poema simplemente intuido la certeza del amor o el odio personal.

Para la mayora de los nios de mi generacin la ley del deseo se hizo evidente con los buenos libros de aventuras. La isla del tesoro, Veinte mil leguas de viaje submarino, Las aventuras de Tom Sawyer son un magnfico camino para descubrir ese poder asombroso de seduccin que tienen los libros, esa soledad en la que de pronto se encuentra uno sintiendo y pensando delante de una historia escrita por otro, tal vez en un pas lejano, tal vez en una lengua extraa, tal vez en una civilizacin desaparecida. Digo sintiendo y pensando, porque la literatura tiene un ritmo lento, hecho a la medida de nuestros ojos y nuestro cerebro, un ritmo que nos permite imaginar, sentir y disentir, opinar sobre lo que somos y lo que queremos.

Yo no entr en este territorio a travs de los libros de aventuras. Mis primeras excursiones literarias se deben a Las mil mejores poesas de la Lengua Castellana, ocho siglos de poesa espaola e hispanoamericana antologados por Jos Verruga. Todava conservo el ejemplar en tela roja, muy achacoso y descompuesto por la guerra familiar. Era costumbre de mi padre leernos en alto algunos poemas, y costumbre de mis hermanos escabullirse en el menor descuido, muy disimuladamente, poniendo distancia entre sus ganas de jugar y largusimos poemas de Espronceda, Zorrilla o Campoamor que mi padre, desde su silln con humo de tabaco despus de la cena o en la cama dominical blanca y sin humo, intentaba leernos con una voz de ronquera algo teatral, sentida y profunda. A m me daba vergenza dejarlo solo: creo que ese es de verdad el motivo de mi aficin a la poesa.

Aquellos poemas contaban historias, largas historias que necesitaban de un planteamiento, un nudo y un desenlace. El nio escuchaba, cada vez con ms entusiasmo, las historias de un pirata que haba decidido sacudir el yugo de los esclavos y buscaba su libertad en el mar, nica patria de los seres libres, sin dioses, sin leyes, capaz de enfrentarse hasta con la remilgada autoridad de los ingleses. Veinte presas hemos hecho a despecho del ingls. El nio escuchaba las palabras de un castellano leal, el Conde de Benavente, que por rdenes de Carlos V haba tenido que hospedar en su palacio al Gran Duque de Borbn, un fementido traidor, que contra su rey combate y que a su patria vendi. Cuando el Duque deja Toledo, el castellano leal decide purificar su palacio prendindole fuego. Ya se lo haba avisado al Emperador: Vuestro soy, vuestra es mi casa; de m disponed y de ella; pero no toquis m honra y respetad mi conciencia. El nio escuchaba, con escalofros la historia de Andresillo cantada por Carlos Roxlo, la historia de un muchacho hurfano y recogido por una mala mujer que lo obligaba a vocear la prensa de la poca, La libertad, El pueblo, con urgencia por venderlo todo, porque si regresaba a la casa con mercanca el castigo era seguro. Una noche, ya de regreso y con todo vendido cruz con una muchacha tambin hurfana, vendedora de prensa, que volva llorando a su casa porque no lo haba vendido todo y esperaba una paliza segura. Andresillo se apiad y compr los nmeros sobrantes, dispuesto a recibir l la paliza. Qu pasara? Cul sera el final de aquella historia? Oigo la voz de mi padre, me identifico con el terror de Andresillo, soy yo el que regreso, el que dudo, el que avanzo palabra sobre palabra hasta la conclusin de la historia:

Lleg Andrs a su cueva. Vio en lo oscuro

el gastado jergn de hmeda paja,

y sobre tosca fuente, junto al fuego,

el humo de las viandas.

-Si te qued algn nmero, a la calle!

la mujer le grit. -La noche es mala. . .

y no pasaba gente! Estoy enfermo!,

del nio balbucea la garganta,

ya llena de sollozos. -A la calle!

A dormir en los bancos de la plaza!

A cenar con los perros sin arrimo!,

contesta la mujer. Y, con la rabia

que ahoga la voz de la piedad bendita,

dej al nio y la sombra cara a cara.

Lo que el nio y la sombra se dijeron

es un misterio an. Tal vez el alma

enternecida de la pobre madre,

sobre el nio tendi las leves alas!...

Lo cierto es que al venir el nuevo da,

los quinteros que entraban

en la ciudad, rigiendo adormecidos,

con mano floja, las carretas tardas,

le vieron con asombro

sobre el umbral oscuro de la casa,

rgido, inmvil, azulado y muerto,

a la confusa claridad del alba.

Muchos aos despus aprend a distinguir, supe quines eran Garcilaso, Fray Luis de Len, Espronceda o Juan Ramn Jimnez, y me cost trabajo descubrir algn dato de Carlos Roxlo. Pero en aquella poca, los versos de Bernardo Lpez se mezclaban en mi imaginacin con los de Garca Lorca y los ripios de Campoamor valan lo mismo que los buenos versos, porque tambin los hay, de El tren expreso , aquella historia de amor fulminante, muy poderosa, pero no hasta el punto de poder contra la muerte.

Las mil mejores poesas desencadenaron en m un modo de pensar y de imaginar, una manera de entender las relaciones entre la realidad y mi deseo. Desde ese momento los libros, al ir amontonndose en las estanteras de mi casa, han formado un paisaje moral, el jardn que me refugia y que de vez en cuando necesito cultivar. Son una compaa preciosa, un orden, una manera de ser. Sus cubiertas, el color de las encuadernaciones, los diseos suelen recordar algo, algn momento concreto de la vida, el modo o la razn por la que llegaron hasta la casa, las imprevisibles consecuencias. y su orden en los estantes tiene poco que ver con los criterios objetivos de catalogacin, suele obedecer al gusto, a una personal antologa de la literatura universal de nuestra propia vida. Dice Mario Benedetti un escritor tiene su domicilio donde est su biblioteca. En medio de los exilios, los cambios de casa y de pas, el escritor uruguayo ha llegado a desorientarse, a vivir en el vaco. Pero siempre le qued la brjula de su biblioteca para saber dnde segua teniendo su casa.

Estoy apunto de lanzarme a un elogio de la lectura, lleno de seguridad y jbilo, sin tener en cuenta la situacin precaria del libro en la actualidad o la situacin de las humanidades en los programas de estudio y en los presupuestos aprobados por nuestras autoridades. No estn los tiempos para jbilos.

En la primera estrofa del Poema de los dones, con esa puntera de desolada inteligencia que tan a menudo caracteriza sus versos, escribe Jorge Luis le Borges estas palabras cargadas de personal certeza:

Nadie rebaje a lgrima o reproche

esta declaracin de la maestra

de Dios, que con magnfica irona

me dio a la vez los libros y la noche.

Extraa hermandad en este caso la de los libros y la noche, porque no se refiere al romntico y habitualmente tranquilo espacio nocturno para la lectura, sino al imposible dilogo de las letras y los ojos sin luz. Borges acepta en el poema la irona de un destino que lo iba dejando ciego al mismo tiempo que ampliaba imperiosamente su ambiciosa navegacin por los libros, la fatalidad de ser una silueta perdida y tanteadora por los pasillos de las bibliotecas en sombra.

Un destino simblico. Parece que los lectores actuales estamos destinados a sufrir algo de esta imposibilidad, de este dilogo desequilibrado entre la noche del ciego y los libros, pequeos pases de papel que no acaban de encontrar los lmites de sus fronteras, porque no hay quien quiera reconocrselas. Ahora ms que de una irona del destino se trata de una contradiccin social, ya que vivimos en un tiempo donde se revaloriza en teora la cultura, se levantan grandes tinglados para grandes fastos, pero en la prctica no acaba la cultura de desarrollarse, de enraizarse entre los ciudadanos o entre la instituciones de seriedad cultural verdadera, escuelas, universidades, bibliotecas, que pagan en sus bajos presupuestos el derroche de los escaparates y las algaradas de sociedad. Malos tiempos para la solitaria austeridad de los libros. Segn los bajsimos ndices de las estadsticas, parece que no corren buenas aguas para la lectura en esta poca de agobios, espectculos y grandilocuentes empresarios culturales. En un excelente ensayo, titulado Defensa de la lectura, Pedro Salinas acometi ya su cruzada de reivindicacin, aconsejando y desaconsejando con un atinado sentido comn literario, anunciando provechos y denunciando los obstculos que interrumpen el arte del buen leer. Obstculos que, a decir verdad, no siempre son externos, ya que a veces surgen y se desmandan por culpa de los propios responsables del crculo literario.

Empecemos por los tiempos. Parece que nuestros hbitos actuales no se llevan muy bien con la minuciosa lentitud de los libros. Nadie tiene tiempo ni paciencia para adentrar se en una tarea que necesita cierta dedicacin y tranquilidad. La historia de los seres humanos est formada por un conjunto de sucesos que demuestran nuestra clara tendencia a complicarnos la vida. Asombra la facilidad que tienen las ideas para cambiar de destino y los inventos para volverse contra sus dueos. Despus de todo a los seres humanos nos sobra autoritarismo, pero nos falta autoridad sobre la historia. El progreso ha sido una batalla cotidiana con el tiempo, para concebirlo y aprovecharlo de una manera determinada. ..Decidimos ser libres para romper con una idea litrgica del tiempo, definida por los ritmos cclicos o por las verdades estancadas, y nos encontramos ahora, en la ltima estacin de la carrera de nuestra modernidad, hablando del final de la historia, de sistemas perfectos y rdenes que parecen estar por encima de nuestra voluntad. No parece hoy ridcula la idea de que el mundo puede ser transformado? Ideamos artilugios para viajar ms rpido, para agilizar el trabajo de las oficinas y aligerar mecnicamente las labores domsticas. Hemos acortado el diezmo de las obligaciones y ensanchado los aos previsibles de la vida. Sin embargo es muy difcil encontrar hoy un desocupado entre nosotros. Los sabios apenas conocen la productiva pereza del retiro espiritual, asalariados en el tajo de los cursos de verano y las universidades paralelas que derrochan el dinero que falta en las universidades estables. Los cargos pblicos han perdido la envidiable grandeza de la ociosidad que antiguamente los defina; y si lo pensaran bien, dejando a un lado el prurito de mandar y figurar, se daran cuenta de que su calidad de vida es nfima, de que hay personas que viven cultivando su jardn mucho mejor que ellos despachos, en sus reuniones, en sus inauguraciones. Con esto no quiero decir que los polticos sean hoy unos servidores abnegados del pueblo, porque tal y como est la poltica es imposible que llegue a mandar nadie que tenga slo voluntad de servir. Por voluntad de servir no devora uno a sus propios compaeros, no se conspira internamente en los partidos, no se batalla en la elaboracin de listas electorales. Por voluntad de servir no confunde uno las ideas polticas con un puesto permanente de trabajo. No, lo que quiero decir es que los polticos son siervos de su propia mentira y tienen una idea errnea de lo que significa ser felices. Por ejemplo, todos viven bastante peor que yo. S que nadie me envidia, pero tampoco necesito la envidia ajena para vivir.El problema es que tambin la mayora de la gente comn pasa muy de prisa y preocupada por las calles. Hasta los vagos estn ocupadsimos, no se sabe bien en qu, pero la realidad es que nunca ha costado tanto trabajo el no dar ni golpe. Inventamos una civilizacin para ganar tiempo, pero la civilizacin nos ha hecho impacientes. Ms tiempo para dedicarnos a ms cosas y no para disfrutar cabalmente de los distintos regalos de la vida. Y este desasosiego se acompasa muy a regaadientes con la lectura, porque la lectura es mucho ms que una simple relacin accidentada de los ojos con los libros. No basta con el devorador de papeles impresos que sale a la cada de la tarde con el deshielo de los grandes edificios de oficinas y se aprieta en el asiento de un autobs o un metro, con un libro de pginas intermitentes, compaa casual entre trayectos, bajo una luz movediza, prestada, y un acumulado entorno impersonal de voces hostiles, apretones y vaivenes. La lectura es en realidad todo lo contrario; es un espacio, un lugar predilecto, una luz escogida, un libro vanidoso que no exige toda la atencin, un ritual en el que importa hasta la poca del ao, porque casi todos los buenos lectores cambian de piel con las estaciones. La lectura no es un trmite, es una decisin sobre el estado de nimo, una decisin en la que cada cual aprende mucho sobre sus manas, sus egosmos y su generosidad. Lo mismo que la lujuria es una forma de sabidura, un instinto aguzado, toda sabidura, toda lectura es una forma de lujuria para quien la descubre con sinceridad, y como cualquier placer importante, se lleva muy mal con las prisas de esta poca, tan inclinada a las literaturas fras, interrumpidas y breves.

Pero, como dije antes, no es conveniente la queja amarga sobre los tiempos y sus costumbres, sin habernos examinado primero a nosotros mismos. Mucha culpa tienen tambin literatos, editores e instituciones en la lamentable situacin de una cultura del libro dbil, sin el arraigo que cabra esperar y, desde luego, sin la presencia entre el pblico de otros medios de comunicacin o de otras industrias. Me refiero, sobre todo, a los libros de creacin literaria.

La literatura es una convencin, un artificio destinado a construir la belleza capaz de interesar al otro. Su tarea tiene mucho de saber artesanal, de arquitectura metdica y cuidadosa para urdir la relojera de una novela o un poema que seduzca al lector, que lo gue y lo acompae hasta el punto indicado. Todo buen libro tiene la acompasada elaboracin de un buen vino y las caractersticas de una cita, un lugar asignado y una hora precisa, porque esta trabazn artesanal apunta siempre a un lector, a su inters y a su benevolencia.

En nuestra tradicin inmediata ha sido frecuente que los autores de aparente vanguardia intelectual olviden este destino abierto de la literatura, animados por una crtica de peridico poco rigurosa y voceadora de falsas novedades y complicaciones. Las consideraciones artsticas de tono sacralizado estn pesando demasiado sobre el arte. Hubo un momento en el que el artista se dio cuenta de que la sociedad caminaba por rutas ajenas, poco atenta a la belleza y partidaria del negocio inmediato. Entonces decidi pagarle con la misma moneda, produciendo obras poco atentas a la sociedad y muy partidarias de s mismas, de sus dialectos y sus dificultades. Bien conocen los historiadores el papel fundamental que este juego de malentendidos ha ocupado en la tradicin contempornea desde el romanticismo. Se trata de una herencia que los artistas deben conocer, porque de ella ha nacido una de las partes ms ricas de su tradicin, pero seguir mantenindola ahora como nico punto de referencia puede resultar peligroso y deformador. El narcisismo del arte abandonado a los dominios del arte, en el fondo un narcisismo muy burgus y muy siglo XIX, ha dejado tambin muchos lastres pesadsimos en manos de las infanteras literarias. Irrita ver el desparpajo de los que dicen romper el lenguaje, desestabilizar los gneros, despreciar los gustos, entretenidos muy a su sabor con ellos mismos, tal vez porque desconocen ese humilde laboreo artesanal de la literatura destinada a gustar, a dar satisfacciones y a sentirse querida. Hay proyectos que llevan consigo el moscardn del aburrimiento, hay novedades insufribles, rupturas que no crean nada, composiciones rarsimas que nada aportan y que le hacen a uno recordar con melancola los poemas escritos con abundancia de corazn y las novelas de buen estilo, con sus planteamientos, sus nudos y sus desenlaces.

Tampoco es necesario perder mucho tiempo hablando de la poca entidad y lo poco revolucionarias que son la mayora de las novedades de los fascinados por la modernidad. Pero ya que acabamos de pasar por un perodo de lites artsticas y ya que nos lamentamos de que la sociedad no se interesa por los libros, conviene recordar que parte de la culpa se debe a los libros, es decir, a sus autores, autores que hablan y se preocupan de cosas que nada tienen que ver con la vida de las gentes. La primera obligacin del artista es que su obra sea til artsticamente, que se justifique por lo que ofrece y por lo que es capaz de dar en cada momento. Si quiere seguir existiendo como realidad no arqueolgica, el arte debe encontrar otro camino ms til que el de las academias de la modernidad, romper el juego de las marginaciones y los orgullos solitarios, los decorados del buen salvaje. Ms nos valdra volver a las arquitecturas capaces de atrapar al lector como la arena movediza de un pantano, porque slo a partir de ellas se pueden trazar nuevos caminos en la literatura y porque as saldr ganando en general el mundo de los libros. Como deca Horacio, que los poetas sean mediocres no lo sufren ni los hombres, ni los dioses, ni los estantes de los libreros.

Tambin los editores, sobre todo los grandes, debieran detenerse un momento a pensar en los caminos por los que va marchando su oficio. La prensa suele recoger durante todas las ferias del libro unas encuestas paradjicas. Espaa es el quinto pas del mundo en nmero de ttulos editados al ao, y sin embargo tiene un bajsimo ndice de lectura. Entre los pases de nuestro entorno, slo Grecia y Portugal muestran menos aficin que nosotros a las letras impresas. Es este un desequilibrio que cualquier paseante curioso ha tenido oportunidad de notar a flor de librera. Entrar hoy en una librera es verse invadido por las novedades, portadas distintas, variadsimas colecciones, nombres que van y vienen por los anaqueles con la prisa de las semanas y casi, casi, de los das. Se editan muchos ttulos, es verdad, pero en cortsimas tiradas, apenas un nmero insignificante que se pierde en la tormenta o se agota rpidamente en los casos raros de los libros con xito. El editor arriesga poco con tiradas que alcanzan slo para cubrir los servicios de novedades, pero los precios se disparan y los libros se alejan de los ojos a travs del bolsillo de los viandantes, porque la vida no est desde luego para estos precios disparatados, capaces de desequilibrar las economas domsticas y de crear serios problemas conyugales cuando alguno de los miembros de la asaltada pareja tiene la profesin de las humanidades o el gusto de la lectura o simplemente el digno vicio de la coleccin y acaparacin de libros en bibliotecas de doble fila y desorden inevitable. Es que los libros estn ya al precio de la droga dura, y no digamos si a uno le interesan las primeras ediciones de nuestra historia literaria y los ejemplares raros. Yo quisiera recordar aqu, porque me parece una discriminacin respecto a otras profesiones, que la compra mensual y regular de libros no nos desgrava a los sufridos profesores a la hora de hacer la declaracin de la renta.

Hay que editar mucho, pero no necesariamente muchas cosas. Creo que sera bueno romper este ritmo de novedades, editar menos ttulos y ampliar las tiradas, abaratar los costos, procurar que en Hispanoamrica se vuelvan a comprar libros, sosegar los bolsillos de los lectores y los esfuerzos de los libreros que desempaquetan hoy lo que tienen que devolver maana. Y ser tambin ms selectivos a la hora de la edicin. Van quedando pocos editores que necesiten confeccionar un catlogo como se cuida una obra propia, un itinerario coherente, un hecho de cultura. Aquel antiguo amor por el catlogo se pierde ante este ejercicio de sumas y restas empresariales. En el ltimo tomo de las memorias de Carlos Barral, Cuando las horas veloces, se narra el final de una poca de la edicin europea protagonizada por grandes formadores de seleccionados catlogos, coherentes y personalsimas empresas culturales donde se mezclaba el amor a los libros, los gustos literarios, la visin empresarial y los compromisos sociales que toda cultura debe poseer. De su impagable valor pueden dar buena cuenta los esforzados lectores de la Espaa franquista, que aprendieron a buscar los oasis en medio del desierto y la vulgaridad.

Todos debemos aceptar nuestro esfuerzo en esta tarea de defensa de la lectura. Pero a cuento de qu esta defensa ?, puede preguntarnos alguien en nombre de las ms extraas banderas, desde los adictos a la feliz ignorancia hasta los encabezados de las nuevas tcnicas de la modernidad, pasando por los escritores que se sienten orgullosos de escribir para ellos mismos. Cul es realmente la utilidad de los libros? No estaremos empeados en mantener una nostalgia, un resto de otro tiempo?

Es verdad que en otro tiempo, aunque tampoco tenan lectores, los libros fueron sagrados. El respeto a la lectura conoci su gloria intelectual ms exaltada a lo largo de la Edad Media, aunque parezca paradjico por haberse considerado siempre esta poca como tierra de brbaros y de oscuridad. Pero la sacralizacin era entonces un asunto colectivo, no el consuelo de un sujeto infeliz dispuesto a convertirse en Dios, y los libros fueron entonces un privilegiado territorio para la divinidad. Segn el xodo, las tablas de la ley estaban escritas por el dedo de Dios. La escritura fue por eso un campo de verdad frente a la mentira oral de los juglares. Todo el proceso de la letra se carg de una simbologa fascinante, estudiada con detalle por Ernst Robert Curtius en su Literatura europea y Edad Media latina. Las plumas utilizadas para escribir, por la hendidura de su punta, vinieron a representar las dos caras de un nico mundo, las caras del Antiguo y Nuevo Testamento. Los ttulos de los libros y las capitulares se tintaron por lo comn en rojo para hacerle un homenaje a la sangre derramada de los mrtires. Los nios aprendieron a leer en un pergamino clavado en la pared, del mismo modo que los cristianos aprendieron la verdad de su fe viendo el cuerpo crucificado de Cristo. Alcuino compuso un pequeo poema que sola colgarse en los talleres de los monjes copistas, un poema que ensalzaba la gravedad y el digno trato de su trabajo, ya que el simple el ejercicio de la escritura contribua directamente a salvacin de las almas. Uno tiene la sensacin de que todo, utensilios, actividad y consecuencias, estaba perfectamente regulado por una liturgia que santificaba el mundo de los libros. y es que Dios era el gran ausente, el gran escondido, y, como afirm San Isidoro en sus Etimologas, las letras tienen tal fuerza que nos hacen or, sin voz, el habla de los ausentes. Regin para la voz de los ausentes, una imagen clsica entre las encargadas de alabar la utilidad de los libros, que pas despus al Siglo de Oro espaol en el conocido soneto de Quevedo, escrito para cantar el retiro moral y libresco de su autor en la Torre de Juan Abad.

En fin, tanta importancia alcanzaron los libros que todo se convirti en una inmensa escritura. El mundo fue una prosa, la gran prosa del libro de la naturaleza, ordenada rengln a rengln para que cada animal, cada rbol y cada piedra tuviesen un significado preciso, una lectura. As descubrieron los hombres que las nueces tienen forma de pequeos cerebros porque sirven de medicina para sanar los dolores de cabeza y que la biologa de las fieras y los monstruos obedece a secretos reglamentos sobrenaturales. En las culturas sagradas, en esas culturas que convierten en libro a la naturaleza, cada animal existi como una alegora viva. Pongamos el ejemplo de la daina ballena, tan parecida cuando flota en el mar a ese valle de lgrimas y de pecado que llamamos tierra. Segn repiten los bestiarios: El monstruo es enorme, como una isla. Los navegantes, en su ignorancia, fondean junto a l su embarcacin, como en la orilla de una isla. Encienden fuego encima para preparar su comida; cuando el monstruo siente calor se hunde en las profundidades del mar y arrastra consigo la nave y a todos los marinos. Y t, oh hombre!, si te aferras a las vacas esperanzas del Demonio, te hundirs con l en el fuego del infierno. As hablaba el Fisilogo sobre la ballena. Cada detalle de la naturaleza tena el valor de una letra por la que era posible ascender hasta la voluntad divina. La idea aparece extremada en el siglo XV, de la mano de Raimundo Sabunde, quien lleg a afirmar que los que falsifican el libro de la naturaleza son peores herejes que quienes tergiversan las Sagradas Escrituras. (Una afirmacin desde luego extrema, que le vali la condena del Concilio de Trento, pero que podra recordarse con saludable intencin a ciertos constructores con poco sentido ecolgico y a ciertas autoridades enemistadas con el color verde. Peca quien falsifica el libro de la naturaleza).

Remarco toda esta simbologa de la escritura sagrada porque me parece que el gusto impulsivo por la interpretacin vuelve a ser una de las mejores herencias que los habitantes de este fin de siglo podemos recibir de la antigedad, siempre que la unamos a nuestra capacidad desacralizadora y crtica. Y creo que es en este punto donde se sostiene la utilidad de los libros, de esos libros que segn el Arcipreste de Hita- son como instrumentos que suenan bien o mal, dependiendo de las manos que los tocan. Los libros deben ser hoy el punto de cruce de dos tradiciones: la tradicin hermenutica de la Antigedad y la tradicin crtica y razonadora que surge en el Renacimiento y se extiende con los ilustrados como un gran relato de emancipacin de los seres humanos enfrentados al reto de su propia libertad. Porque hoy siguen pesando sobre nosotros aquellas palabras que Pico de la Mirndola puso en boca de Dios en su Oracin sobre la dignidad de los hombres: No te he dado, Adn, ni un puesto determinado, ni un aspecto tuyo propio, ni ninguna prerrogativa tuya, porque aquel puesto, aquel aspecto, aquellas prerrogativas que t deseas, todo, segn tu voluntad y tu juicio, lo obtengas y conserves. La naturaleza determinada de los otros est contenida en leyes por m prescritas. T, sin embargo, te la determinars, sin estar condicionado por ninguna frontera, segn tu arbitrio, a cuya potestad te consigno.

Ahora que buena parte del pensamiento burgus, presionado por las contradicciones que est generando en la realidad el desarrollo de su sistema de vida, se dedica a devorar sus propios mitos y desacredita sus banderas ms llamativas, bueno ser tomarse en serio toda una parte de la tradicin de este pensamiento burgus que se ha definido en la batalla por la dignidad de los seres humanos, por una vida sin condiciones sobrenaturales ni fronteras, responsabilizados en nuestra propia potestad. Las humanidades en general, y la poesa en concreto, significan un modo de tomarnos en serio a nosotros mismos, nuestra propia dignidad, nuestras razones, nuestras experiencias, nuestros sentimientos. La cara econmica que define nuestras costumbres sociales ha identificado utilidad con negocio, con ganancia rpida, llegndose incluso a cargar de carcter negativo el concepto de utilidad, sobre todo en arte, ya que la belleza y la profundidad humana han venido siendo los primeros sacrificado en el utilitarismo negociante de las sociedades industriales. Sin embargo, no es una torpeza trazar nuestro destino, aunque sea a la contra, en relacin con un mundo prestado?, no es una torpeza consagrarse al territorio de la inutilidad?, No es posible mantener otro concepto ms ancho de utilidad, una utilidad que exprese maneras distintas de entender la vida? Dejando aun lado los negocios y muchas de las implicaciones de las costumbres burguesas, es til conocerse, entenderse con uno mismo, tener ms datos sobre las reglas de juego de nuestra propia existencia? Es til estar informados de nuestra historia, de nuestro corazn, de nuestras posibles razones? En sus Observaciones sobre el sentido de lo bello y lo sublime, Kant afirmaba: Es corriente denominar slo til a lo que satisface nuestra ms grosera sensibilidad, lo que puede proporcionarnos abundancia en comida y bebida, lujo en el vestido y los muebles y esplendidez en la hospitalidad, aunque no comprendo por qu lo deseado por mis ms vivos sentimientos no se ha de contar igualmente entre las cosas tiles .Pues bien, la poesa es intil porque vivimos en una sociedad grosera, donde las necesidades creadas tienen muy poco que ver con el talento y con las posibles fronteras de nuestro deseo; la poesa es intil porque el conocimiento de los dems invita a la solidaridad, y la carrera por cubrir falsas necesidades exige otra cosa, competidores, alimaas carnvoras, habitantes de una sociedad donde es mejor guardar secretos, estar desinformados, para tener las manos ms libres y la conciencia ms tranquila; la poesa es intil, como las humanidades en general, porque se gobierna mejor a los incultos, son ms dciles, se toman menos en serio su propia dignidad.

Y la poesa es intil porque los poetas, como forma de rechazo a la utilidad grosera, se han consagrado a la inutilidad, sin plantearse un sentido ms digno y ms potico de lo til.

Las sociedades burguesas y el sistema capitalista estn devorando sus propios mitos para asegurarse un desarrollo estable, un control de los huecos generados en la realidad herida del mundo. La visin dinmica y laboriosamente humana de la historia se ve sustituida por la quietud de un orden ya inquebrantable; la libertad sufre los recortes de la seguridad (de los privilegiados, se supone); la igualdad y la fraternidad, palabras que cada da tienen ms gesto de piedad que de reivindicacin poltica, se olvidan en un territorio marcado por la devoracin; la independencia subjetiva es una mscara de creencias y sentimientos que apenas puede ocultar el carcter homologado y comn de toda la ciudadana. Realmente es muy parecida la forma que todos tenemos de sentirnos originales. Y este fracaso alarmante de nuestros contratos sociales (desde las aberraciones oscuras de los cados pases comunistas hasta las injusticias simpticas de las democracias occidentales), estn esperando una respuesta. La poesa ser til s sabe participar en la elaboracin de esta respuesta, y no simplemente como sermonario o panfleto de ideas sociales, sino como plasmacin adecuada de una experiencia esttica contempornea. La tradicin romntica, marcada por los distintos decorados del enfrentamiento entre el yo y el sistema, dispuso la sacralizacin consoladora del sujeto, un sujeto heroico, divinizado, con verdades esenciales al margen de la historia. Sell as las distancias entre los individuos y la sociedad, imposibilitando ideolgicamente el acceso de los individuos a las decisiones sociales y el acceso de la sociedad a las verdades ms profundas de los individuos. En los debates sobre la palabra potica, buena parte del terreno ganado al ejrcito de las supersticiones religiosas se perdi despus ante el ejrcito de las supersticiones subjetivas. Quiz vaya siendo hora de sustituir este sujeto romntico, lado oscuro del simple sentido comn, por un nuevo concepto de individualidad que no se defina por las distancias imaginarias entre el yo y la realidad social. El respeto a la individualidad en arte y en historia es un referente imprescindible, porque todas las ideologas sociales cobran vida, se materializan en individuos, en una mirada particular; pero, al mismo tiempo, hay que ser conscientes de que esa individualidad no cae del cielo o no surge del fondo de un abismo personal, sino que es la plasmacin concreta de un conjunto de valores y mentalidades histricas.

En este sentido me parece de marcado inters el desarrollo de una poesa no definida por las separaciones imaginarias entre el yo heroico y la realidad, con toda la amplia gama de soluciones literarias (metafsica, orgullo esteticista, vanguardismo, etc.). Estas soluciones no deben asumirse hoy como verdades, como formas absolutas de mirada, sino como partes del utillaje de nuestras tradiciones, carpintera que puede ser manejada segn los intereses de nuestra propia utilidad. No se puede volver al romanticismo con ojos de romntico, a la vanguardia con ojos vanguardistas, porque nos desprenderamos de nuestro espacio histrico real. Es conveniente hacer lecturas, interpretaciones, sacar agua de los pozos. Podemos aprovechar nuestro pasado, pero no convertirnos en pasado. Y que nadie se olvide de que el pasado tuvo tambin una manera determinada de concebir la rebelda, un discurso negativo del que tenemos que purificarnos para ser capaces de enunciar un presente positivo y rebelde.La poesa es til porque puede reconstruir estticamente, es decir, segn las convenciones de su gnero, las experiencias de nuestra realidad, ayudarnos a comprenderlas, acompaarnos en la bsqueda de unos modos adecuados de formulacin. Es importante que los protagonistas del poema no sean hroes, profetas expresivos, sino personas normales que representen la capacidad de sentir de las personas normales. En una poca donde cada da se potencia ms la homogeneidad de los aparentes extraos, la vulgaridad de los que se creen originales, el corazn masificado de los hroes, es importante hablar de lo contrario, de la posible originalidad de los vulgares, del protagonismo, dignidad y diferencias ntimas de las personas normales. Si una cultura de huecas rebeldas heroicas nos ha llevado a la quietud y la homologacin, una cultura positiva de la normalidad puede traernos el dinamismo y respeto a la diferencia. Y quede claro que no utilizo el concepto de normalidad en un sentido regulador de matices y moralizador, una defensa de patrones estables y sistemas cerrados en s mismos. Todo lo contrario, me refiero a la diferencia, la singularidad, la capacidad de sentir, los matices, la intensidad y el dinamismo de personas que no van vestidas de hroes ni hablan como profetas, personas que se consideran individuos normales y que no quieren refugiarse en la extravagancia. Como el espacio heroico es siempre un consuelo imaginario, al poder le interesa alabar la rebelda de los hroes, del mismo modo que los anuncios de televisin fabrican una idea de la libertad y de la felicidad muy propicia para la pantalla, pero que nadie se atrevera a confundir con su realidad. Uno acaba fumando una marca de tabaco o bebiendo un tipo de whisky para consolarse de que es imposible tener el coche, el dinero, la juventud y la mujer que aparecen en el anuncio. Es mucho ms peligrosa la rebelda de los seres normales, aquellos seres que aprenden a desear lo que pueden tener. El deseo de los hroes es un consuelo, nuestro deseo es una posibilidad.

Frente a la pica de los hroes o el fin de la historia, prefiero la poesa de los seres normales.

Y, para terminar, volvamos por un momento al espritu de la poca que nos ha tocado vivir. Tal vez ahora ms que nunca conviene recordar que nuestra libertad no se juega nunca en las decisiones, sino en los ejercicios de interpretacin. Vivimos en un mundo donde todo parece estar claro, expuesto a valores y verdades iluminadsimas. Todo es tan "evidente que da pereza utilizar el pensamiento y resulta ingenuo hablar de bellas banderas, porque todas, por deseables que sean, escapan a la mecnica" de las decisiones clarsimas. Es desde luego un papel pasivo el que le toca jugar al Adn de hoy, por lo menos en referencia a lo que podran ser sus propias expectativas, y por eso triunfan ecumnicamente aquellos medios destinados a los ojos pasivos. Me refiero sobre todo a los sermones de la televisin, templo actual de los contempladores y de las gentes sin voluntad. Los ojos suelen aceptar lo que se les da por la pantalla, se identifican con lo que tienen delante, porque la prisa sucesiva de las imgenes ni siquiera deja el tiempo necesario para reflexionar sobre el sentido de lo que se est asumiendo. Todo se convierte rpidamente en pasado, el presente se debilita, perdiendo as importancia y ritmo cualquier intento de interpretacin moral de lo que ocurre. En su Defensa de la lectura, Pedro Salinas distingua entre los leedores y los lectores. Los leedores, como los mirones de la televisin, se tragan lo que les pasa por delante sin participar en la elaboracin de sus propias conclusiones, ya que prefieren tomarlas prestadas de la evidencia. Los lectores, por el contrario, estn llamados ala interpretacin, a la lentitud de la duda crtica y a los merodeos de la imaginacin.

Y es este un tema que se desborda socialmente en su importancia, y que debe preocupar a los ciudadanos ya las instituciones, porque las democracias tienden tambin a estancarse en la suposicin de que el estado libre es aquel que permite decir lo que se piensa, olvidando la necesidad de pensar libremente lo que se dice o lo que se elige. Juan de Mairena, el peculiarsimo personaje de Antonio Machado (paradjico, inteligente, funambulesco a causa de su decisiva apuesta por la interpretacin), lo dej dicho en uno de sus apuntes: la emisin del pensamiento es un problema importante, pero secundario, y supeditado al nuestro, que es el de la libertad del pensamiento mismo .Un problema que suele desconocer con explicable inters el llamado mundo libre. Hace unos aos publicaba El pas los resultados de una encuesta en la que el ochenta por ciento de los jvenes japoneses preguntados coincida en afirmar que haban sido los rusos los responsables de las dos bombas atmicas cadas sobre su pas. Dnde empieza la libertad de expresin? No en la hipocresa de esos mecanismos que permiten hablar con libertad, pero que antes dejan huecos los cimientos histricos e intelectuales de las palabras. Reflexionemos sobre nosotros mismos, porque igual que hay lectores y leedores hay tambin votantes y votadores, representantes y representadores, como sabe cualquier tcnico en campaas electorales.Y en la utilsima tarea de que los leedores se conviertan en lectores, los votadores en votantes y los representadores en representantes, es decir, en la tarea de profundizar ticamente en el mundo y la democracia, la cultura tiene un papel principal, sobre todo la cultura libresca, aquella minuciosa educacin que nos hace compaa en el laberinto del pensamiento. Nada hay ms til que la literatura, porque ella nos ensea a interpretar la ideologa y nos convierte en seres libres al demostrarnos que todo puede ser creado y destruido, que las palabras se ponen unas detrs de otras como los das de un calendario, que vivimos, en fin, en un simulacro decisivo, en una realidad edificada, como los humildes poemas o los grandes relatos, y que podemos transformarla a nuestro gusto, abriendo o cerrando una pgina, escogiendo el final que ms nos convenga, sin humillarnos a verdades aceptadas con anterioridad. Porque nada existe con anterioridad, slo el vaco; todo empieza cuando el estilete, la pluma, las letras de la mquina o del ordenador se inclinan sobre la superficie de la piel o del papel para inaugurar la realidad, as, del mismo modo que se inclinan sobre el mundo las manos de los que quieren y pueden escribir su historia.

Deca Escoto Ergena que las Sagradas Escrituras guardan un nmero infinito de sentidos y las comparaba con el plumaje tornasolado de un pavo real. Es la misma sensacin que a m me asalta cada vez que penetro en las bibliotecas donde se almacenan los humildes libros no divinos y cruzo el desordenado colorido de sus estanteras, los pasillos largos y enigmticos como un argumento inacabable. Los libros no son una herencia santa, ni una marca sagrada, ni forman una estirpe de sacerdotes profetas o presentadores de televisin. En su silenciosa variedad son un argumento, una libertad edificada, donde las historias funcionan segn la libertad de autores y lectores. Merece la pena el esfuerzo de volver a decir que la realidad es un libro y el futuro una operacin narrativa. Tal vez por eso la moral, ese ejercicio de lectura de la vida, se convierte con frecuencia en una prctica de soledad, del quedarse solo, en un silln apartado, con una luz precisa y poco ruido y mucha dedicacin. Es la dedicacin que se merece nuestra sabidura sobre el mundo que tenemos y el mundo que podemos tener, sobre cmo somos y cmo deberamos ser, sobre los gobernantes que nos mandan y los que nos deberan mandar.Mientras tanto, mientras llega ese momento, es posible que algunos das nos sintamos cansados y tengamos necesidad de cultivar nuestro jardn. Yo les aconsejo el mundo de los libros, por ejemplo el mundo de los libros de poesa, porque son una buena provincia de libertad y un buen fuego para pasar el invierno.

Conferencia leda en la Biblioteca de Andaluca, Granada, el 23 de abril de 1992.