luis alfredo andregnete capurro (artículos)

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DISGREGACIÓN DEL REINO DE YNDIAS NECESIDAD DE UNA CONCIENCIA HISTÓRICA En estos días, en que se están cumpliendo doscientos cuatro años de la invasión napoleónica a España, consideramos que es necesario continuar con las consideraciones que iniciáramos en el número 70 de “Cabildo”. En aquella edición señalamos viejos errores que vuelven a repetirse como verdades y que siguen oponiéndose para que nuestra América, al decir de Vicente Sierra, “comprenda la urgencia de recuperar la vía de su destino, que nuestros pueblos no conseguirán sin fortalecer su conciencia histórica por el camino de los valores permanentes de su pasado, desvirtuado por interpretaciones negativas”. Es por ello que —hoy como ayer— seguimos enfrentados a la historiografía liberal-marxista, la que nos presenta una visión deformada de nuestro pasado por la influencia masónica de cuño inglés y norteamericano, con el objetivo de someter a nuestras élites, ya que como decía Wilfredo Pareto, ellas son el carácter y la historia de las sociedades. Nos encontramos además con los planteos de Antonio Gramsci, en los que se combinan la demolición de nuestra cultura cristiana junto al rol que juegan las masas rebaños y las estructuras económicas. La ideología ocupa el lugar de la realidad y la continuidad histórica queda rota. Sobre ese vacío los ideólogos edifican la Torre de Babel del Nuevo Orden masónico democrático y socialista “racionalmente perfecto”. Tal lo que se pretende para Hispanoamérica aprovechando la falta de correspondencia del orden jurídico con la realidad histórica. RECORDAR ES UN DEBER Ya entrados en el tema que nos ocupa es necesaria una breve recapitulación de lo publicado. Veámosla. América Hispana hasta los inicios de la “Revolución” fue una entidad política única, un Estado unido a España por la corona de Castilla. La adhesión a la Monarquía reposaba en el hecho de que América constituía, un Reino llamado de Indias pero no fusionado con España como lo había establecido definitivamente Carlos I de España y V de Alemania por Real Cédula de 1519. Cuando la invasión de Bonaparte en 1808 no se planteó en América la cuestión de apartarse de la monarquía. La lealtad al Rey seguía

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DISGREGACIÓN DELREINO DE YNDIAS

  

NECESIDAD DE UNA CONCIENCIA HISTÓRICA   En estos días, en que se están cumpliendo doscientos cuatro años de la invasión napoleónica a España, consideramos que es necesario continuar con las consideraciones que iniciáramos en el número 70 de “Cabildo”.   En aquella edición señalamos viejos errores que vuelven a repetirse como verdades y que siguen oponiéndose para que nuestra América, al decir de Vicente Sierra, “comprenda la urgencia de recuperar la vía de su destino, que nuestros pueblos no conseguirán sin fortalecer su conciencia histórica por el camino de los valores permanentes de su pasado, desvirtuado por interpretaciones negativas”.   Es por ello que —hoy como ayer— seguimos enfrentados a la historiografía liberal-marxista, la que nos presenta una visión deformada de nuestro pasado por la influencia  masónica de cuño inglés y norteamericano, con el objetivo de someter a nuestras élites, ya que como  decía Wilfredo Pareto, ellas son el carácter y la historia de las sociedades.   Nos encontramos además con los planteos de Antonio Gramsci, en los que se combinan la demolición de nuestra cultura cristiana  junto al rol que juegan las masas rebaños y las estructuras económicas. La ideología ocupa el lugar de la realidad y la continuidad histórica queda rota. Sobre ese vacío los ideólogos edifican la Torre de Babel del Nuevo Orden masónico democrático y socialista “racionalmente perfecto”. Tal lo que se pretende para Hispanoamérica aprovechando la falta de correspondencia del orden jurídico con  la realidad histórica.  

RECORDAR ES UN DEBER   Ya entrados en el tema que nos ocupa es necesaria una breve recapitulación de lo publicado. Veámosla. América Hispana hasta los inicios de la “Revolución” fue una entidad política única, un Estado unido a España por la corona de Castilla. La adhesión a la Monarquía reposaba en el hecho de que América constituía, un Reino llamado de Indias pero no fusionado con España como lo había establecido definitivamente Carlos I de España y V de Alemania por Real Cédula de 1519.   Cuando la invasión de Bonaparte en 1808 no se planteó en América la cuestión de apartarse de la monarquía. La lealtad al Rey seguía absolutamente vigente aún cuando la Casa de Borbón, que ocupaba el  Trono desde los inicios del siglo XVIII, caminaba por senderos distintos a los de la dinastía de los Austrias. El fundamento teológico del gobierno del César Carlos y sus sucesores había sido sustituido por una concepción laica de poder civil. Esa política liberal borbónica inició una división entre los Reinos Americanos y España. Son un claro ejemplo las medidas masónicas de Carlos III en contra de la Compañía de Jesús, las que junto a las reformas administrativas y fiscales produjeron motines en Guanajuato, Puebla, San Luis de Potosí, Nueva Granada entre los años 1765 y 1778.   Todo lo señalado era un claro ejemplo del espíritu criollo que, al decir de don Miguel de Unamuno, está en nuestra intrahistoria que es anticentralista, tradicionalista y neofeudal. Palabra ésta que utilizamos en el sentido sociológico que le da Manuel Jiménez de Quesada en un  trabajo de su autoría que titulara  “Hernán Cortés y la Revolución Comunera en Nueva España”,publicado en el “Anuario de Estudios Americanos” de Sevilla, en 1948.

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   Ese espíritu latente que resistió el absolutismo estatal borbónico manteniendo un carácter marcadamente medieval y municipal con sus cabildos es el mismo de la España sin Rey de 1808, cuando el Alzamiento armado contra el invasor bonapartista jacobino y los judas iscariotes diseminados por las logias entre los mismos que combatían en la nueva Reconquista como en los tiempos de Covadonga.  

¡VIVA LA PEPA!   El problema vino a presentarse con agudeza cuando en 1810 las tropas del Emperador Napoleón se derramaron por Andalucía apareciendo como inminente la ocupación total de España.   Se produce entonces la disolución de la Junta Central Gubernativa, su antijurídica sustitución por el Consejo de Regencia y una asamblea conocida históricamente como Cortes de Cádiz. Éstas, dominadas por liberales educados en el ambiente francés de la Enciclopedia, y por lo tanto divorciados de la tradición hispanoamericana, proclamaron el 24 de setiembre de 1810, que los Reinos de Indias debían estar unidos a la metrópoli en una misma representación lo que significaba la dependencia de España. Después de ese prólogo vendría la obra, en la que el contubernio mayoritario aprobaría la Constitución de 1812, reflejo claro de la Revolución Francesa.   Así, lo que establecía respecto de la soberanía nacional recuerda demasiado el Contrato Social del nefasto Juan Jacobo Rousseau, la división de poderes a Montesquieu; mientras la parte orgánica seguía, con fidelidad perruna, la Constitución revolucionaria francesa de 1791.   La pócima preparada por el liberalismo español y que se pretendía hacer beber por tragos a las Indias era una habilísima maniobra para anular el status jurídico político de Hispanoamérica. Nadie podía dejar de caer en la cuenta que al quedar sujeta la monarquía a la soberanía de la Nación Española a ella transfería el Rey sus potestades sobre las Indias. Ello fue precisamente lo que sin lugar a dudas explica la actitud asumida por los criollos: resistencia a la malhadada fórmula del 24 de setiembre que, como básica que era, inevitablemente pasaría a integrar el engendro llamado Constitución a la que más tarde el gracejo español apodaría “La Pepa”.   Surgieron entonces las Juntas Americanas de 1810 y allí donde existía desconfianza respecto a la lealtad del gobernante por secretas simpatías con el Consejo de Regencia o por haber sido designado por éste se los depuso, al considerarlos sin derecho a ejercer el gobierno en estos Reinos. Sin embargo, no toda América estuvo en esa posición.  Hubo partidarios del Consejo de Regencia que permanecieron en  sus cargos, como sucedió con el Virrey del Perú, don Fernando de Abascal, quien no se mantuvo en la  jurisdicción peruana, sino que comenzó acciones armadas contra las regiones juntistas.   Esa conducta, influida por las Cortes de Cádiz, produjo como consecuencia la Guerra entre la dignidad americana y los que negaban el tres veces centenario pacto. Fue el principio del fin del Sacro Imperio Romano Hispánico. Un Imperio cuyos Reinos americanos siempre se mantuvieron leales, respondiendo con dignidad y precisión al absolutismo liberal masónico que se había instalado en la asamblea gaditana.  

LA TESIS AMERICANA   Veamos, y es un ejemplo, la tesis americana aparecida en la “Gaceta de Buenos Aires” el 6 de diciembre de 1810: “La autoridad de los pueblos en la presente crisis se deriva de la

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asunción del poder supremo que por el cautiverio del Rey ha retrovertido al origen de que el monarca lo derivara, y el ejercicio de éste es susceptible de las nuevas formas que libremente quieren dársele. Disueltos los vínculos que ligaban los pueblos con el monarca cada provincia es dueña de si misma, por cuanto el pacto social no establecía relaciones entre ellas directamente sino entre el Rey y los pueblos”.   La misma línea clara y contundente expresaba el ilustre venezolano Dr. Juan Germán Rocío en  carta a don Andrés Bello, una de cuyas cuartillas decía que la concesión de estas tierras era“limitada a los reyes don Fernando e Isabel a sus descendientes y sucesores legítimos y no comprende a los peninsulares ni a la Península ni a los de la Isla de León ni a los franceses”.   La grosera violación de las tradicionales leyes convirtió la Guerra Revolucionaria en Guerra Independentista, “pero no de la Corona española sino de la Nación Española”. Planteo éste que se consolidó a partir del año 1814 cuando, ya regresado Fernando VII de su “prisión” napoleónica, actuó con la doblez que le era característica ante los intentos americanos de volver a la “política de los dos hemisferios” y “al pacto explícito y solemne”.   En el mismo año arriba citado, la Junta Nacional de Chapultepec presentaba al Virrey de la Nueva España un Plan redactado por el doctor José María Cos, en el que luego de reiterar la integridad de la monarquía deducía, entre otras, estas justas pretensiones: “Que los europeos resignen el mando y la fuerza armada en un Congreso Nacional e Independiente de España representativo de Fernando VII que afiance sus derechos en estos dominios (…)   “Que declarada y sancionada la independencia de una y otra parte, se echen en el olvido todos los agravios y los acontecimientos pasados, tomándose con este fin las providencias más activas y todos los habitantes de estos pueblos así criollos como europeos constituyen indistintamente una nación de ciudadanos americanos vasallos de Fernando VII empeñados en promover la felicidad pública”.   En estos puntos estaba la llave para volver a la perdida y normal armonía del Imperio. Era además lo justo y lo reconocido por el plebiscito de los siglos, corridos en unión de iguales.   Así lo vio y así lo señaló con certeros párrafos el Brigadier General don Juan Manuel de Rosas en aquel célebre discurso que pronunciara ante el Cuerpo Diplomático en el año 1836.   No pudo ser. Lo impidieron las actitudes hipócritas de un monarca psíquicamente minusválido y la perfidia de las camarillas en concubinato con las logias de diferentes Ritos y Obediencias.  

Luis Alfredo Andregnette Capurro  

Crítica Literaria

“LA PASIÓN DE JOSÉ ANTONIO”   

“La pasión de José Antonio” de José María Zavala.

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Barcelona, Plaza y Janés, 2011, 483 páginas.

      Estrellada y fría, pero sin nieve, fue la Nochebuena madrileña del 2011. Luego, la Misa del Gallo escuchada en compañía de varios cientos de hermanos y las almas de los veintiún mártires de la zona, asesinados por los bolcheviques en diciembre de 1936, ya iniciada la Cruzada de Liberación. Desde esos días pascuales son Beatos de la Santa y Católica Iglesia. Nuestra Señora de Canaán, el hermoso templo neogótico de Pozuelo de Alarcón, pueblo de las cercanías de Madrid, era un trozo del cielo reflejando Fe, Esperanza y Caridad. Tal el fervor con que se oró con santo clamor desde el primer instante hasta la bendición final con el “Idos, la Misa ha terminado”.   Dejamos la calidez de las naves y emprendimos el regreso a casa. Callaba la familia cuando volvíamos bajando la cuesta y cuando se calla y se medita es porque hay muchas cosas que decir. Ya en casa, al volver, encima de la estufa, con leños ardiendo, el Pesebre con el Divino Infante y la Madre de Cielo con San José. Llegó la hora de los presentes. Mi querida hija María  Victoria, con el sentido que le da su profesión de médica, puso en mis manos el libro de José María Zavala: “La Pasión de José Antonio”.   ¡Con cuanta emoción lo recibí! Sentí calor de vida en el hermoso tomo con una sobrecubierta que lucía el perfil de José Antonio casi de cuerpo entero. La fotografía que resume jerarquía y elegancia, fue seguramente tomada en alguna de sus brillantes alocuciones. Con la mano puesta en el corazón le expresé: “Dios es generosísimo concediendo estas alegrías”.   El libro, que no es una biografía, y del cual pretendemos dar una noticia al lector, se divide en dos partes, una primera titulada “El Amor” y una segunda, a su vez separada en secciones: “Ansias de libertad” y “La Muerte”. El autor es Licenciado de la Universidad de Navarra en Ciencias de la Comunicación y Doctor en Economía de UNED. La obra contiene diez páginas en papel satinado con fotografías, muchas inéditas, y treinta hojas con documentos, amén del Testamento ológrafo de José Antonio. Asimismo, se agrega un Anexo con opiniones de izquierdistas respecto a la personalidad moral del Jefe de Falange.   En la introducción define al personaje su propia hermana doña Pilar Primo de Rivera y Sáenz de Heredia con un estupendo juicio que nos recuerda a Schiller, el genial alemán cuando escribió: “evitada toda falsa estrechez, el héroe obra y siente humanamente”. De esta manera lo definió la sinceridad y grandeza de Pilar: “A fuerza de querer exaltar la figura de José Antonio, hemos llegado a hacer de él casi un mito. Y, a mi modo de ver, su mayor importancia radica en que era un hombre como todos, capaz de debilidades, heroísmos, caídas y arrepentimientos”.   Señala con justeza el autor de pluma galana: “La pasión de José Antonio, parafraseando el título de esta obra, fue antes que ninguna otra la del Amor, con mayúscula”.   En la misma línea se expide Don Blas Piñar, a quien por gracia del Altísimo todavía podemos saludar brazo en alto y escuchar su palabra rectora. He aquí sus palabras: “Los grandes hombres los que han signado el acontecer

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histórico para bien o para mal, han tenido grandes pasiones. Lo que importa no es tanto desconocerlas o aniquilarlas, sino encauzarlas dominarlas y ponerlas al servicio de un gran ideal por el que valga la pena vivir  y dar la vida, como lo hizo José Antonio”.   El libro tiene una intensidad en su desarrollo a veces dramática que trasciende el breve esquema expositivo. Sucintamente pongamos a nuestro lector al tanto del primer aspecto que nos traen las páginas de Zavala. Éste nos lleva al primer amor platónico que tuvo José Antonio con Cristina de Arteaga. Corrían los días de 1923 y  daban los veinte años del joven Primo de Rivera, llenos de sueños y promesas.“La conoció y fue nada más verla que se sintió deslumbrado por su hermosura. Pronto reparó en su inteligencia y cultura, además de gran oratoria, ante la cual Emilio Castelar había sucumbido. Tras escucharla en público dijo: «El mundo está gobernado por faldas». La ingenua relación de los dos jóvenes duró poco tiempo ya que Cristina decidió consagrar su vida a Dios como religiosa de la Orden de las Jerónimas; hoy, su abnegada entrega aspira al reconocimiento universal de los Altares”.   José Antonio conoció entonces a la que fuera el gran amor de su vida, Pilar Azlor Guilladas de Aragón, duquesa de Luna. Don José María Zavala consultando a ambas familias concluyó que el enlace estuvo muy cerca dado el apasionamiento mutuo. Todo se frustró porque el Duque de Villahermosa, padre de la novia, se opuso tenazmente al casamiento por su  sistemático rechazo al General Primo de Rivera, a lo que se sumaba el orgullo respecto a que los títulos de hidalguía y rancia nobleza de los Duques de Luna quedarían subsumidos en el joven marquesado de Estella que heredaría José Antonio de su padre. En los días que corren, todo esto parece un absurdo, pero sin embargo, en esos momentos, era tan fuerte que todo murió, como decía el estoico Séneca: “En el tiempo, que es el río de sombras que fluye y todo lo anega”.   En ese fluir de oscuras cerrazones, hubo un momento de luz caballeresca. Fue el 12 de junio de 1935 cuando José Antonio y un grupo de Jerarquías del antipartido estaban reunidos en el Parador de Gredos discurriendo sobre el ya inevitable levantamiento que se produciría un año después. En determinado momento, un Camarada le avisó al Jefe Falangista, que en el Salón Comedor estaban la duquesa de Luna, con su novel esposo el Capitán Mariano de Urzaiz. Hacia allí se dirigió José Antonio, que caballerescamente saludó estrechando la mano de Urzaiz y besando la mano de su ex prometida. Con la pareja departió unos momentos y luego se alejó. La tristeza, que la tuvo y muy profunda, debía dejar lugar a los problemas de la Patria. El episodio debió ser lo que memorizó José Antonio cuando algún tiempo después le dijo a un amigo: “estoy harto de la política”, a lo que preguntó el camarada: “¿y por qué no la dejas?” La contestación fue la de un héroe antiguo: “Porque los muertos no pueden ser traicionados y menos olvidados”.   El último amor fue una joven falangista de Ávila, a quien conoció días antes de ser encarcelado (el 13 de marzo), y con la que mantuvo correspondencia durante los meses del via crucis en los que fue sometido a nueve parodias de juicios, hasta que lo condenaron a muerte en la cárcel de Alicante, adonde había sido enviado en junio de 1936.   El autor trabaja a conciencia en los intentos de rescate del Jefe falangista. En

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ellos se barajaron desde el soborno hasta el canje de prisioneros. Hubo además preparaciones de asalto a la Cárcel con planes respaldados por Berlín con el beneplácito del Generalísimo Franco, y del Cónsul de Hitler en Alicante, Barón Von  Knobloch. Zavala estudia el grado de disposición del Caudillo para rescatar a Primo de Rivera trayendo a colación una conversación que mantuvo con el hijo del entonces Cónsul alemán en Alicante: “ahondando conmigo el asunto de la posibilidad de una doble Jefatura (Franco y José Antonio) en la España liberada. Mi padre me decía —expresó— que nunca supo quién fue en última instancia el responsable de que no se salvase a José Antonio, si sus propios compatriotas germanos o tal vez Franco; es posible que a los alemanes no les interesara que hubiese dos mandos en España…” Lo cierto que todos los intentos fracasaron, y que no podemos hacer juicios temerarios al respecto.   En la tercera parte del libro, dedicada al martirio, se “asiste a su autentica pasión”. Se desenmascara a los responsables del asesinato: el “juez” Federico Enjuto y el “fiscal” Gil Tirado, ambos elevados inmediatamente a miembros del Tribunal Superior de Justicia. Agregándose luego los “nombres de los cómplices que estamparon sus firmas en la orden de ejecución: el gobernador civil Valdés Casas y Ramón Llopis Aguilló en representación del «Tribunal Provincial de Orden Público»”. Junto a ellos el del humanoide rojo que le disparó el tiro final. Para escarnio de los siglos digamos que respondía al nombre de Guillermo Toscano Rodríguez, integrando los grupos de acción de la CNT. Pagó sus crímenes injustificados en Granada durante 1941 sentenciado por un Tribunal Militar.   Como señala muy bien el Licenciado Zavala, finalmente nos da la sorpresa al hacernos testigos del asesinato por fusilamiento. Los ojos observadores fueron los de nuestro compatriota Joaquín Martinez Arboleya  a quien sorprendió el Alzamiento en Alicante y que  vivió el terror rojo y la caza de fascistas. Para evitar sospechas aceptó asistir al Patio de la Prisión.   El relato de lo visto lo redactó en 1961, y publicó en Montevideo ese mismo año con el título “Por qué luché contra los rojos”, y con el pseudónimo de Santicaten (Talleres Gráficos Río Branco, Montevideo 1961). Nadie, salvo el Dr. Zavala atendió esas notas. Sucintamente queremos hacer llegar al lector el testimonio de nuestro coterráneo. Ante todo el rechazo, con estentórea voz, por parte de José Antonio, de la venda en los ojos. Luego con los brazos esposados hacia atrás pero sacando pecho y viendo el pelotón dijo también en alta voz: ¡VENGA!   Los fusiles tiraron a las piernas para que, al no morir, gritara de dolor. Nada de eso sucedió. Al maula miliciano que tomándolo de la cabeza le ordenó que gritara¡viva la república! respondió el César: ¡ARRIBA ESPAÑA! Entonces moviéndole el cráneo violentamente el sicario le descerrajó un tiro en la nuca. Mientras tanto, la repugnante chusma gritaba insultando al mártir, que ya estaba a la Derecha de Dios.  

Luis Alfredo Andregnette Capurro  

Históricas

MEDITANDO SOBRE

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UN BICENTENARIO    Diecisiete años después de la Victoria Católica de Lepanto, un aquelarre reunido por la pérfida reina Isabel I de Inglaterra conseguía derrotar la Armada de Felipe II de las Españas. El desastre fue como un susurro que se hizo cada vez más audible hasta convertirse en fuerte voz de un Imperio babélico de océanos y mares que iba a subsistir durante tres siglos.  La Centuria XVI asistía a la inversión de los fundamentos de nuestra cultura. La Cristiandad se dispersaba y una página del Misterio de Iniquidad comenzaba a escribirse. La Reforma —escribe Oswald Spengler— declaró la abolición del aspecto más brillante y consolador de lo divino, el culto de María, la veneración de los Santos, las reliquias, las peregrinaciones y la Misa. “Clérigos y monjes apostataron para librarse de obligaciones, los Príncipes encontraron la manera de enriquecerse apoderándose de las tierras de la Iglesia. El dinero desarrolló la usura con la ética del lucro justificada por los heresiarcas anticatólicos. Los cimientos de la autoridad fueron cuestionados y los hombres se rebelaron, abriendo cauce a la licencia y el libertinaje”.  El amotinamiento comunista anabaptista, con Juan de Leyden, fue el preámbulo. En decenios se establecería el dogma inmanentista y demoniocrático de la“soberanía popular”, donde la Verdad dejaría de ser tal, para caer de hinojos ante las mayorías relativistas. El caballero cristiano era sustituido por el cobarde burgués filisteo. Se hizo presente la Modernidad, donde el Iluminismo racionalista antiteo creaba monstruos y decretaba la muerte de Dios. A ese torbellino horroroso la  humanidad había sido lanzada por súcubos del non serviam como Lutero, exponente del  libre examen, junto a Calvino, frío fanático judaizante, a los que adhirió Enrique VIII, sádico y lujurioso hipócrita.  Frente a esa Europa de iscariotes se levantaban las Españas de los Austrias, heredera de Grecia y de la  Roma restaurada

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por Carlomagno, Othon y el César Carlos V.  Era el Imperium defensor de la escolástica cristiana, de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, mientras misionaba emprendiendo Cruzadas en las cinco partes del mundo. Combatía con la Cruz y la Espada por el Orden Romano que detenía (To Katechon) al Anticristo.  En el siglo XVII, Inglaterra, en las antípodas de lo antedicho, cultivaba la ética del utilitarismo y del individualismo desarraigado. Sus mercaderes incidían ya decisivamente en la política exterior, cuyo objetivo era la destrucción del Imperio de las Españas y el Katéchon, la fuerza retardatoria.  Sus efectos fueron rápidos. En 1670, por el Tratado de Madrid, pusieron pie en Jamaica y Bermudas. En 1680, detrás de los lusitanos de Colonia do Sacramento que pretendían extender su dominio hasta el Plata, estaban los mercachifles y sus diplomáticos hiperbóreos.  El accionar se multiplicó a través de los grupos masónicos que conjugaban el verbo destruir. Las pruebas de sus acciones son claras. Masones limeños alentaban la rebelión  bárbara de Tupac Amarú (1780).  Gual y España conspiraban  en Venezuela (1797), en tanto Nariño cumplía con sus “trabajos” en Nueva Granada (1794) y eran aceptados los planes “independentistas” de Miranda por parte del ministro Mr. Pitt. Maniobra movida por un grueso error de cálculo, pues al no haber tropas peninsulares en los Reinos de Indias muy fácil hubiera sido a los quince millones de americanos, de haberse sentido oprimidos, anular la Real Cédula de 1519.  Pero los anglosajones tenían poca experiencia del hoy tan común dogma mesiánico que ve en los gobiernos no modelados por los “libres constructores” una tiranía de la que los pueblos quieren liberarse.  Sobre estos tópicos meditábamos tiempo atrás por las rutas de España cuando el Bicentenario de la rendición británica de

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1807. Y quisimos honrarla orando en Granada ante los sarcófagos de Fernando e Isabel, los Reyes Católicos del Yugo y las Flechas, porque en su gesto y su gesta está el origen de nuestra Patria Grande Hispanoamericana. Ella es hija del Misionero y del batallar de la Reconquista pintada así por el poeta: “¡Oh Dios! los estandartes de los Caballeros se cernían como pájaros en torno a tus enemigos. Las lanzas punteaban lo que escribían las espadas; el polvo del combate era la arenilla que secaba el escrito y la sangre lo perfumaba”.  El nuevo punto de nuestra peregrinación fue el hermoso paraje de la Sierra de Madrid llamado Cuelgamuros, donde se yergue el monumental Valle de los Caídos. Hacia su encuentro marchamos. Desde muy lejos divisamos la Santa Cruz con sus 150 metros de altura que corona un conjunto de bellísima cantería que es Basílica, Monasterio y Centro de Estudios Sociales.  Su Fundador, el Caudillo Francisco Franco, que allí espera la Resurrección junto a José Antonio y a miles de guerreros que se enfrentaron, quiso, y son sus palabras, que el lugar fuera “refugio para las almas sedientas de meditación y silencio, y faro para  los espíritus con el ansia de la Verdad”.  Luego de recorrer los 260 metros de la nave central de la Basílica, llegamos al crucero en el que bajo una cúpula de treinta y tres metros de diámetro se ubica el Altar Mayor con un santo Crucifijo. Ante él nos arrodillamos con profunda emoción para rezar por la Hispanidad y hablarle al Camarada Primo de Rivera con versos de Antonio Caponnetto:  

“Ya los cantores en racimos prietosnombraron de Falange angelerías.Hasta el lucero, como tú querías

fulge la guardia con sus ojos quietos.Nada resta agregar, la buenanuevatarda en llegar, y apenas si retumbaun cañón olvidado en Somosierra.

Siendo invierno en mi vida y en la tierra

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sólo quiero decirte que a tu tumbafui cara al sol con la camisa nueva”.

  Luis Alfredo Andregnette Capurro

Históricas

JAPÓN Y LA IGUALDAD RACIAL      Desde varios números atrás venimos siguiendo con atención los artículos del Sr. Don Carlos García publicados por “Cabildo”, en los que con solvencia se estudian las atrocidades de los vencedores de la segunda gran conflagración mundial. Se plantean las mayores razones que permiten afirmar que los llamados “criminales de guerra”sentenciados por los “Tribunales” al estilo Nüremberg, fueron víctimas de una farsa  de la justicia, algo así como un “Hamlet sin el Príncipe de Dinamarca”.   Con verdadero interés al leer la excelente página titulada “Los odios raciales de Franklin Delano Roosevelt”, nos ha parecido pertinente intervenir en el tema. Nuestro objetivo es el de penetrar el escalpelo en los acontecimientos previos sucedidos en París en 1919 durante la llamada Conferencia de Paz.   Por otra parte, nuestro deseo es poder agregar algún dato sobre las raíces de las decisiones del nefasto Delano. Personaje de triste fama, por siempre en la  ensangrentada memoria colectiva, dada su culpabilidad en la provocación de Pearl Harbor para entrar en guerra y salvar a la URSS (en diciembre de 1941) amén del criminal acto que fue la entrega, junto a Churchill, de la mitad del mundo a Stalin (en Yalta, febrero de 1945). A lo antedicho no debemos dejar en el olvido, su cínica prepotencia para que, esta América hija de España, declarara las hostilidades contra el Eje que, ya vencido, intentaba detener a los bolcheviques derramándose como muerte roja por Europa (febrero-marzo de 1945).   Nos ocupábamos del tema cuando, un querido amigo, nos dio aviso de la  aparición reciente de un  trabajo referido a lo que estudiábamos. Cuando llegó a nosotros, y lo leímos tomamos conciencia de lo excelente del estudio. Éste se encuentra en un tomo de 694 páginas impreso por la Editorial Tusquets de Barcelona (2011) y su título: “París 1919.  Seis meses que cambiaron el mundo”. Su autora es Margaret Mac Millan, de la Universidad de Toronto. Vamos entonces a nuestro tema teniendo a mano derecha el citado trabajo.   París en 1919, se había convertido en la capital de los vencedores.  Allí estaban los Tres Grandes: Woodrow Wilson, David Lloyd George y George Clemenceau, dispuestos a levantar la Torre de Babel que pondría orden y paz para siempre en el mundo.  Junto a ellos, sus consejeros.  Wilson con Brandeis y Edward House, Clemenceau con varios personajes de ancestros franceses muy recientes.  Aquí van: Monsieur Lucien Klotz,Monsieur Brandeis y Jeroboam Rotschild con el nombre de Georges Mandel a secas. El otro “príncipe de la paz”, llamábase David Lloyd George con sus “Caballeros de la

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Round Table”: Mr. Isaac Kerr y Sir Philip Sasoon. Con muy poca seguridad los suponemos de pura cepa anglo normanda.   En una atmósfera de “Convento Masónico” “a fin de estar en familia”, dice el francés Jean Lombard Coeurderoy, fue excluido el representante de la Santa Sede, tal como había exigido el Barón Sidney Sonnino, protestante (?) descendiente de sefaradíes, nacido en Egipto y sin embargo, ex representante del Reino de Italia en Londres.   En cambio, se aceptó una delegación sionista encabezada por el rabino Stephen Wise.   Antes de entrar en el tema, creemos conveniente decir algo, referente a cómo se veían entre ellos los apóstoles del mundo democrático liberal. Comencemos por Wilson, paladín de la democracia, quien llegó a París (13 de diciembre de 1918) llevando a los mejores expertos, algo así, como un “Trust de Cerebros” (el banquero Bernard Baruch entre otros) que, como se vio con el correr de los meses, dispondrían de la suerte del mundo en secreto de gabinete.   Era el mismo personaje que en 1913 ya Presidente de los Estados Unidos declaró rotundamente que los norteamericanos “jamás añadirían un pie cuadrado por conquista a su territorio”. Tres años después el mismo Woodrow Wilson  rapiñaba a Nicaragua la zona de un posible nuevo canal, dos islas y una bahía. Antes de esto, y también en el período wilsoniano, “los rubios del norte” intervinieron en Haití, la República Dominicana y México. En esos momentos así pensaba: “Voy a enseñar a los hispanoamericanos a elegir buenos gobiernos”. Insulto a nuestra dignidad que mostró la soberbia del  profesor de cachiporra, con sus treinta y dos enormes dientes postizos.   Se llegó al extremo de un desembarco en Veracruz, mientras los periódicos de la “libérrima” cadena Hearst estampaban en gruesos caracteres “Todo México para la Unión”. Argentina, junto a Brasil con Chile, y el desarrollo de la Guerra, hicieron el milagro de frenar los cañones del matón virginiano. En 1917 Wilson derramó lágrimas por el “Lusitania” que la Casa Blanca aceptó fuera hundido en 1915 para hacerlo “casus belli”, tal como probamos con documentos, en una nota que se publicó en esta Revista. Su Secretario y amigo, el coronel Mandel House, escribió en su Diario sobre “los arranques de mal genio, sus inconsecuencias, la torpeza en las negociaciones y su mentalidad estrecha” (Biblioteca de la Universidad de Yale - “Papeles de House”).   Ahora veamos algunos apuntes biográficos de George Clemenceau, el otro gran personaje de aquellos años locos en los que se sembraron por Europa y el mundo las bombas que estallarían veinte años después.  Había Nacido en La Vendeé (1841) pero a pesar de su cuna en una tierra martirizada por su lealtad a Cristo Rey, fue un republicano radical y anticatólico acérrimo. Vivió en los Estados Unidos en los últimos años de la década de 1860. Allí contrajo con enlace Mary Plummer. De ese matrimonio nacieron tres niños a los que, junto a su  madre, abandonó en Francia.   Colaboró con Emilio Zola en la reapertura del “Caso Dreyfuss” en momentos en que la persecución anticatólica arreciaba y dividía a Francia. El asunto de las listas de los Oficiales del Ejército que, por profesar el catolicismo, había que trabar sus ascensos, deja bien  a las claras el odio jacobino que

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impregnaba, como de costumbre, al antiteo sistema democrático.   Su vida fue un turbión oscuro donde se encontraban  vinculaciones con el “Affaire Panamá” de fines de siglo XIX, sumadas a “demasiadas mujeres de dudosa reputación y acreedores”. Inmoral en su actuación se dijo de él que estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de ganar el mínimo pleito. “Procede de una familia de lobos” expresó alguien que le conocía bien (Mac Millan, citando a F. Stevenson, pág. 112).   David Lloyd George en el quinto volumen de sus “Memorias de Guerra” descarga este lapidario juicio: “Amaba a Francia pero odiaba a los franceses”.   Su período de esplendor comenzó el 14 de noviembre de 1917 cuando fue nombradoPresidente del Consejo de Ministros.  “Mi misión —dijo a las Cámaras— es ser vencedor… Yo no os haré promesas. Haré la guerra. Eso es todo”. “Los sospechosos fueron detenidos, encarcelados y ejecutados” (Malet e Isaac: “Historia Contemporánea”,Editorial Hachette, 1949). Se renovó la guerra en todos los frentes… Consiguió entonces una popularidad inmensa que aumentó con la solicitud del Imperio Alemán para firmar un armisticio, el que se concretó el 11 de noviembre de 1918 después de la gigantesca segunda batalla del Marne.   Digamos ahora algo sobre David Lloyd George, premier inglés nacido en Gales en 1863. Hijo de un pobre maestro de escuela, su  infancia penosa y casi miserable lo llevó, por resentimiento, a las posiciones extremas de la siniestra. En 1892 debutó en política como diputado, sentándose entre los radicales de izquierda.   Pero su fama comenzó cuando, en diciembre del año 1900, como joven abogado, formuló ante la Cámara una denuncia que hizo temblar los fundamentos de la sociedad británica. De acuerdo con sus investigaciones —dijo— acusaba al Clan Chamberlain integrado por el Ministro de Colonias y Diputado Joseph Chamberlain, con su hijo Austen Secretario de Finanzas, de ser accionistas de fuertes empresas bélicas. Esos grupos excluyendo toda competencia, debido a la ley de “Government Contractors”, habían logrado obtener enormes ganancias en la entonces reciente Guerra con los Boers. Asimismo puso en la picota a Neville (segundo hijo del Ministro de Colonias) quien a la cabeza de Elliot Metal Co., empresa también armamentista estaba vinculado a los contratos con el Almirantazgo. Mr. Neville (el mismo que declaró la guerra a Hitler en 1939) fue acusado, años después, ante el Parlamento por idénticas corrupciones: derivar los pedidos bélicos del Gobierno hacia sus fábricas.   Desde la época victoriana el pequeño grupo de la sociedad inglesa no aceptó jamás que nadie tuviese una posición crítica frente a la vieja práctica de entremezclar negocios con política. La excepción fue Lloyd George, durante la guerra de 1914, cuya presencia en el gabinete se prestó para servir los intereses de la casta. Cumplía con humildad un servicio porque era necesario no intranquilizar al pueblo,  que  en definitiva soportaba las cargas impositivas de la guerra.   Estas fueron las marionetas en el “Grand Guignol” del París orgiástico de 1919. Dediquemos ahora unos párrafos al asunto del Japón, el motivo clave de estas cuartillas.

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   El Imperio del Sol Naciente participó en la  Conferencia de Versalles pero con perfil  bajo.  El jefe de la delegación era el Príncipe Saionji, hombre sutilísimo de brillante inteligencia, que se había recibido de abogado en La Sorbonne y Licenciado en filosofía y literatura de Occidente. Sus hombres de primera fila lo eran el Barón Makino y el Vizconde Chindo, quienes demostraban ser orientales: “silenciosos, fríos y vigilantes”.   El Japón era una novedad en la escena mundial. Durante más de doscientos años los Emperadores no habían sido más que figuras decorativas. Virtualmente, eran prisioneros de los Tokugawa, integrantes de los Shogún (Señores de la Aristocracia Militar) los que, por siglos, habían cerrado el Japón a toda vinculación con el exterior.   Esto cambió radicalmente luego que el Comodoro Mattew Perry en 1853, con sus “naves negras”, obligara a los Shogunes, a abrir los puertos con las balas de su artillería. Fue “el gran salto adelante”. El Emperador Meiji y luego Taisho vencieron a los Señores pasando a residir en Tokio. El misterioso Japón de otrora, en poco tiempo se transformó, con fundiciones siderúrgicas, sextuplicando las manufacturas y con ferrocarriles en creciente desarrollo. Un Ejército a la prusiana, y una Marina, cuarta en el mundo, coronaba el potencial.   El avance del Mikado preocupó mucho a los Estados Unidos que en 1898 con la Guerra de Cuba se adueñaron de Filipinas y de la base de Guam, anexándose  las islas Hawaii. TeddyRoosevelt con su democrática “política del garrote” comenzó la fortificación de Pearl Harbor impulsando una poderosísima marina la que, con el Canal de Panamá detentado por los yankees, se denominó de “dos océanos”. Los objetivos clarísimos: continuar  la expansión en las regiones del “día después”. El Imperio japonés, mientras tanto, vencía a China anexándose Formosa y luego Corea en 1910.   En 1904 sorprendió al mundo destruyendo dos flotas rusas y obligando al Imperio del Zar a solicitar la paz (1905), con la que obtuvo Port Arthur. El “peligro amarillo”, fue lanzado como arma para el “apartheid” en el masónico Estados Unidos de América. De esta manera describe  la situación la autora canadiense Mac Millan: “En los años anteriores al conflicto mundial los hombres de negocios japoneses se quejaban de las humillaciones. En California los nipones perdieron el derecho de comprar tierras, luego el de arrendarlas y finalmente de traer a sus esposas. En 1906 el Consejo Escolar de San Francisco, enviaba a los niños chinos o japoneses a clases separadas. A los inmigrantes chinos y japoneses les costaba cada vez más entrar en Canadá y Estados Unidos y les era imposible en el caso de Australia incluso, durante la guerra, cuando los nipones eran aliados del Imperio Británico”.   Pese a todo, el Japón de 1914 entró en la contienda y ocupó Shantung, estratégica zona germano-china que controlaba el flanco sur de Pekín, jaqueando el río Amarillo y el Gran Canal que comunicaba  norte y sur, en el Celeste Imperio. En el Océano Pacífico, se posesionaron de las islas Marshall, las Marianas y las Carolinas, junto con los atolones y arrecifes desde Hawaii a las Filipinas. La importancia radicaba en que esos islotes estaban en el camino directo de los Estados Unidos hacia Filipinas.   La movilización y gastos bélicos hicieron que el Emperador Taisho exigiera una “Cláusula de Igualdad Racial” en base a los “principios  wilsonianos”.

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Todo empezó a tambalear porque el Paladín de la Democracia, Mr. Woodrow Wilson, “no era un liberal cuando se trataba de la raza” (Mac Millan, obra citada, página 408).   Finalmente la Comisión de la Sociedad de Naciones votó favorablemente la discutida cláusula. Sin embargo, la misma, fue vetada por Wilson en base “a que las grandes objeciones impedían aceptarla” (Mac Millan, obra citada, pág. 410). El falso profeta quedó desnudo ante el mundo, mostrando impúdicamente su fariseísmo. El camino testamentario de Wilson, como criminal de guerra, llegó a los horrores atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Sus albaceas, con honores, gozaron de impunidad total y se llamaron: Salomón Truman, Winston Churchill y José Stalin.  

Luis Alfredo Andregnette Capurro

Literarias

MILITAR ES CONDUCIRLA VIDA (II)

  Luis Eugenio Togores Sánchez:

“MILLAN ASTRAY LEGIONARIO”,Madrid, La Esfera de los Libros, 2005, 495 páginas.

   En nota anterior (Militar es conducir la vida, comentario al libro de Luis Eugenio Togores Sánchez, “Millán Astray Legionario”, “Cabildo”, nº 84, págs. 22-23) dejábamos al Caballero Mutilado Millán Astray incorporándose a la Cruzada. Ella significó en lo inmediato un esfuerzo heroico por salvar a España de la bolchevización y para el futuro un esfuerzo sin límites por darle al “Solar de la Raza” (Galvez dixit) la revolución frustrada en otras oportunidades. Ésta sería Nacional y con Camisa Azul como quería José Antonio o de apocalíptico signo marxista masónico. Pero esos días y sucesos, magníficamente expuestos por José María Gironella en la novela histórica “Los cipreses creen en Dios”,tienen raíces que nos conducen lejos, pasando por mojones como el desastre africano de Annual en 1921 y la

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pérdida de regiones de la hispanidad como Filipinas, Cuba y Puerto Rico.   Era la hora del imperialismo yankee impregnado de judeocalvinismo con su “destino manifiesto”. Éste avanzaba con farisaicas guerras como la de Cuba (1896) preparada con pertinacia diabólica por Teddy Roosevelt  y la complicidad de la prensa democrática de Pulitzer y Hearst el último de los cuales, según cita el Dr. Togores, le ordenaba a su corresponsal en La Habana: “Usted envíenos su dibujo. Nosotros pondremos la guerra”.El pretexto fue el accidente que voló el acorazado “Maine”, como lo probó en 1975 el Almirante norteamericano Rickover. Lo de Filipinas fue aún mas indignante, pues mostró la connivencia de los “Tocinos” (yankees) con Albión, cuando a la flota española con refuerzos para Manila, se le “negó el paso por el Canal de Suez” cuyo dominio detentaba Gran Bretaña. Era una “prueba más de la postura pronorteamericana que había mantenido durante todo el conflicto”. La Paz de París (agosto de 1898) rubricó la derrota con la  humillación de borrar “para siempre de América a la España eterna”.   Con acierto, señala Togores, que esta caída del Ejército y la  Marina ibéricas se puede comparar a la sufrida por el Ejército francés en Indochina y Argelia las que provocaron también situaciones comparables a movimientos telúricos en la historia de la Nación Gala como lo fue el derrumbe de la IVª República. Consideramos una lamentable omisión del historiador que nos ocupa que no ahondara  su planteo subrayando que la mejor Oficialidad hastiada de las traiciones masónico marxistas en los altos círculos partitocráticos de París se alzó, en mayo de 1958, al grito de “Políticos a la basura” y el“Ejército al Poder”.   En Indochina como en Argelia se habían enviado al sacrificio a millares de hombres por una causa que se quería derrotada. Día a día la situación se había hecho insostenible. Ahí estaba la protección a dirigentes comunistas en la capital francesa, a lo que se agregaba la publicación, por parte de órganos izquierdistas, de informes secretos a las cuarenta y ocho horas de haber sido redactados. Todo mostraba que el sarcoma comunista estaba en el propio “Gobierno” producto del Perverso Sistema Democrático. El error de los patriotas militares fue haber colocado al frente del Estado al ególatra Charles de Gaulle, un hombre de espíritu estrecho que no creía más que en la  Francia “hexagonal” antorcha de una Europa de la cual él se consideraba destinado como providencial “guía”.   De Gaulle que escribió haber “estigmatizado el régimen de partidos del desorden reinante” (SIC) cambió bruscamente. Lo mismo que en julio de 1940 cuando huyó de Francia y con “valentía homérica” desde un micrófono de Londres zahirió al glorioso Mariscal Pétain que enfrentaba como servidor de Francia, los desastres de la corrupta Republica del Frente Popular de León Fulkestein, alias Blum, de Paul Reynaud y del  incapaz Comandante en Jefe Gamelin. En 1958 reeditando su proverbial coraje, el general locutor que nunca ganó una batalla, preparó la entrega de Argelia iniciando la persecución de quienes confiaron en él llevándolo al Poder. El segundo acto revolucionario estallado en abril de1961 marcó nueva felonía. En esta oportunidad al ver en peligro el demoliberalismo y las inversiones financieras, De Gaulle fue apoyado por el “católico hedonista” presidente Kennedy que ordenó a su flota ubicarse en el Mediterráneo para impedir un desembarco en Francia desde Argelia mientras los comunistas vigilaban el cielo para desalentar un ataque paracaidista. La respuesta del digno General Salan (el soldado más condecorado de Francia) fue la OAS (Organisation Armée

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Secret) para la lucha revolucionaria contra el “orden del desorden”. Cárcel y pelotones de fusilamiento fue la respuesta de Charles “el pequeño”. Finalmente la derrota de los que querían restaurar el rumbo tradicional del Estado Francés.   Pero volvamos al tema central.  España, al comenzar los años ´30, era un “bosque de sombras”. El 14 de abril de 1931 el Rey abdicaba atemorizado por unas elecciones municipales con resultado adverso. La República aprovechando la inhibición de las gastadas fuerzas de la monarquía liberal se apoderó de España. Primero pluripartidismo, parlamento demagógico y violentista. Incendio de Iglesias, persecución religiosa y disgregación regional. Todo seguido de una medrosa experiencia democristiana con estériles contubernios. Al final un Frente Popular de inspiración comunista. Subversión, lucha de clases, anarquía moral, terror y muchos etcéteras. Al satánico experimento se puso fin el 17 y 18 de julio de 1936 cuando las guarniciones y las juventudes con Camisa Azul y Boinas Rojas iniciaron la Cruzada.   En aquellos días mientras se combatía, sin dar ni pedir cuartel en todos lo frentes, Salamanca era, con su inmortal Universidad centro cultural y político del Alzamiento.  Millán Astray, designado por el Caudillo, ocupaba la Secretaría de Prensa y Propaganda. En pocos meses montó la emisora Radio Nacional con una potencia de onda de 20 kw. Desde ella combatió al enemigo pasando por su micrófono lo mejor de la intelectualidad. Allí estuvieron, y sólo citamos algunos, Pemán, Ridruejo, Pemartin, García Sanchiz, Marquina, Alfaro, D´Ors, Giménez Caballero y  don Miguel de Unamuno en ese momento Rector Honorario de la célebre Casa de Estudios. El doctorísimo vasco don Miguel había adherido al Movimiento Libertador con un manifiesto que, dice Togores, “fue su última lección hoy escasamente difundida”. Sin embargo con motivo de festejar el Día de  la Raza (12 de octubre de 1936) Unamuno y Millán Astray protagonizaron un incidente que el biógrafo trata en un capítulo en el que con documentación ilevantable pulveriza las falsificaciones de la seudo intelectualidad siniestra de los años setenta y ochenta. La misma que sufrió y enfrentó la Patria Grande. Novelón que, gramscianamente manipulado, continúa en la actualidad.   Sustancialmente el problema se suscitó en el acto central de esa histórica jornada cuando el anciano Rector (famoso por sus tornadizas posiciones políticas) en su discurso dijo que“no había antipatria”, lo que quería decir (señala Millán en su informe) que los rojos no lo eran. Luego añadió (y proseguimos con el documento) “que se podía vencer pero no convencer”. Lo que fue interpretado por el Jefe Legionario como una insidia contra la lucha que se libraba en esos momentos. Las cosas llegaron a un  punto de ruptura cuando exaltó a determinado cabecilla filipino “en momentos en que la guerra contra España estaba dirigida por los comunistas rusos soviéticos judío masónicos”. Y prosigue su relato Millán Astray: “Finalizando (Unamuno) con una protesta contra las mujeres de nuestra zona diciendo que se recreaban asistiendo a fusilamientos llevando escapularios”. Allí la indignación del Guerrero estalló espetándole en voz alta “¡Muera la intelectualidad traidora!” Luego en el documento informe expresa: “a pesar de mi indignación me dirigí a los estudiantes para decir simplemente: Cuando volváis purificados de la guerra y entréis a estudiar en las aulas, tened mucho cuidado con los hombres sutiles y engañosos que con palabras rebuscadas y falsas llevarán el veneno a vuestras almas”.   

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Como inspirado por una premonición en la “Gaceta Regional” del 12 de septiembre de ese año decía: “Salamanca, Salamanca ciudad de la inteligencia secular de España, la de los Estudios de Humanidades eternos como el alma humana, por aquí no pasó la furia asesina del rojo, los malditos y mil veces malditos intelectuales que teniendo cultura envenenaron a nuestras gentes y les hicieron creer que la felicidad estaba en el crimen”.Mensaje que “no condenaba la intelectualidad” pero sí alertaba contra su perversión.   José Millán Astray ya es Historia y su vida ejemplo de triunfo pues la condujo en la militancia. Para él, nuestro ¡PRESENTE! con una sentencia suya: “La mayor dicha que puede tener el hombre en su vida es entregarla por Dios y por la Patria. La mayor desdicha es ser un cobarde”.  

Luis Alfredo Andregnette Capurro   

Literarias

MILITAR ES CONDUCIRLA VIDA (II)

  Luis Eugenio Togores Sánchez:

“MILLAN ASTRAY LEGIONARIO”,Madrid, La Esfera de los Libros, 2005, 495 páginas.

   En nota anterior (Militar es conducir la vida, comentario al libro de Luis Eugenio Togores Sánchez, “Millán Astray Legionario”, “Cabildo”, nº 84, págs. 22-23) dejábamos al Caballero Mutilado Millán Astray incorporándose a la Cruzada. Ella significó en lo inmediato un esfuerzo heroico por salvar a España de la bolchevización y para el futuro un esfuerzo sin límites por darle al “Solar de la Raza” (Galvez dixit) la revolución frustrada en otras oportunidades. Ésta sería Nacional y con Camisa Azul como quería José Antonio o de apocalíptico signo marxista masónico. Pero esos días y sucesos, magníficamente expuestos por José María Gironella en la novela histórica “Los cipreses creen en Dios”,tienen raíces que nos conducen lejos, pasando por mojones como el desastre africano de Annual en 1921 y la pérdida de regiones de la hispanidad como Filipinas, Cuba y Puerto Rico.   

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Era la hora del imperialismo yankee impregnado de judeocalvinismo con su “destino manifiesto”. Éste avanzaba con farisaicas guerras como la de Cuba (1896) preparada con pertinacia diabólica por Teddy Roosevelt  y la complicidad de la prensa democrática de Pulitzer y Hearst el último de los cuales, según cita el Dr. Togores, le ordenaba a su corresponsal en La Habana: “Usted envíenos su dibujo. Nosotros pondremos la guerra”.El pretexto fue el accidente que voló el acorazado “Maine”, como lo probó en 1975 el Almirante norteamericano Rickover. Lo de Filipinas fue aún mas indignante, pues mostró la connivencia de los “Tocinos” (yankees) con Albión, cuando a la flota española con refuerzos para Manila, se le “negó el paso por el Canal de Suez” cuyo dominio detentaba Gran Bretaña. Era una “prueba más de la postura pronorteamericana que había mantenido durante todo el conflicto”. La Paz de París (agosto de 1898) rubricó la derrota con la  humillación de borrar “para siempre de América a la España eterna”.   Con acierto, señala Togores, que esta caída del Ejército y la  Marina ibéricas se puede comparar a la sufrida por el Ejército francés en Indochina y Argelia las que provocaron también situaciones comparables a movimientos telúricos en la historia de la Nación Gala como lo fue el derrumbe de la IVª República. Consideramos una lamentable omisión del historiador que nos ocupa que no ahondara  su planteo subrayando que la mejor Oficialidad hastiada de las traiciones masónico marxistas en los altos círculos partitocráticos de París se alzó, en mayo de 1958, al grito de “Políticos a la basura” y el“Ejército al Poder”.   En Indochina como en Argelia se habían enviado al sacrificio a millares de hombres por una causa que se quería derrotada. Día a día la situación se había hecho insostenible. Ahí estaba la protección a dirigentes comunistas en la capital francesa, a lo que se agregaba la publicación, por parte de órganos izquierdistas, de informes secretos a las cuarenta y ocho horas de haber sido redactados. Todo mostraba que el sarcoma comunista estaba en el propio “Gobierno” producto del Perverso Sistema Democrático. El error de los patriotas militares fue haber colocado al frente del Estado al ególatra Charles de Gaulle, un hombre de espíritu estrecho que no creía más que en la  Francia “hexagonal” antorcha de una Europa de la cual él se consideraba destinado como providencial “guía”.   De Gaulle que escribió haber “estigmatizado el régimen de partidos del desorden reinante” (SIC) cambió bruscamente. Lo mismo que en julio de 1940 cuando huyó de Francia y con “valentía homérica” desde un micrófono de Londres zahirió al glorioso Mariscal Pétain que enfrentaba como servidor de Francia, los desastres de la corrupta Republica del Frente Popular de León Fulkestein, alias Blum, de Paul Reynaud y del  incapaz Comandante en Jefe Gamelin. En 1958 reeditando su proverbial coraje, el general locutor que nunca ganó una batalla, preparó la entrega de Argelia iniciando la persecución de quienes confiaron en él llevándolo al Poder. El segundo acto revolucionario estallado en abril de1961 marcó nueva felonía. En esta oportunidad al ver en peligro el demoliberalismo y las inversiones financieras, De Gaulle fue apoyado por el “católico hedonista” presidente Kennedy que ordenó a su flota ubicarse en el Mediterráneo para impedir un desembarco en Francia desde Argelia mientras los comunistas vigilaban el cielo para desalentar un ataque paracaidista. La respuesta del digno General Salan (el soldado más condecorado de Francia) fue la OAS (Organisation Armée Secret) para la lucha revolucionaria contra el “orden del desorden”. Cárcel y pelotones de fusilamiento fue la respuesta de Charles “el pequeño”.

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Finalmente la derrota de los que querían restaurar el rumbo tradicional del Estado Francés.   Pero volvamos al tema central.  España, al comenzar los años ´30, era un “bosque de sombras”. El 14 de abril de 1931 el Rey abdicaba atemorizado por unas elecciones municipales con resultado adverso. La República aprovechando la inhibición de las gastadas fuerzas de la monarquía liberal se apoderó de España. Primero pluripartidismo, parlamento demagógico y violentista. Incendio de Iglesias, persecución religiosa y disgregación regional. Todo seguido de una medrosa experiencia democristiana con estériles contubernios. Al final un Frente Popular de inspiración comunista. Subversión, lucha de clases, anarquía moral, terror y muchos etcéteras. Al satánico experimento se puso fin el 17 y 18 de julio de 1936 cuando las guarniciones y las juventudes con Camisa Azul y Boinas Rojas iniciaron la Cruzada.   En aquellos días mientras se combatía, sin dar ni pedir cuartel en todos lo frentes, Salamanca era, con su inmortal Universidad centro cultural y político del Alzamiento.  Millán Astray, designado por el Caudillo, ocupaba la Secretaría de Prensa y Propaganda. En pocos meses montó la emisora Radio Nacional con una potencia de onda de 20 kw. Desde ella combatió al enemigo pasando por su micrófono lo mejor de la intelectualidad. Allí estuvieron, y sólo citamos algunos, Pemán, Ridruejo, Pemartin, García Sanchiz, Marquina, Alfaro, D´Ors, Giménez Caballero y  don Miguel de Unamuno en ese momento Rector Honorario de la célebre Casa de Estudios. El doctorísimo vasco don Miguel había adherido al Movimiento Libertador con un manifiesto que, dice Togores, “fue su última lección hoy escasamente difundida”. Sin embargo con motivo de festejar el Día de  la Raza (12 de octubre de 1936) Unamuno y Millán Astray protagonizaron un incidente que el biógrafo trata en un capítulo en el que con documentación ilevantable pulveriza las falsificaciones de la seudo intelectualidad siniestra de los años setenta y ochenta. La misma que sufrió y enfrentó la Patria Grande. Novelón que, gramscianamente manipulado, continúa en la actualidad.   Sustancialmente el problema se suscitó en el acto central de esa histórica jornada cuando el anciano Rector (famoso por sus tornadizas posiciones políticas) en su discurso dijo que“no había antipatria”, lo que quería decir (señala Millán en su informe) que los rojos no lo eran. Luego añadió (y proseguimos con el documento) “que se podía vencer pero no convencer”. Lo que fue interpretado por el Jefe Legionario como una insidia contra la lucha que se libraba en esos momentos. Las cosas llegaron a un  punto de ruptura cuando exaltó a determinado cabecilla filipino “en momentos en que la guerra contra España estaba dirigida por los comunistas rusos soviéticos judío masónicos”. Y prosigue su relato Millán Astray: “Finalizando (Unamuno) con una protesta contra las mujeres de nuestra zona diciendo que se recreaban asistiendo a fusilamientos llevando escapularios”. Allí la indignación del Guerrero estalló espetándole en voz alta “¡Muera la intelectualidad traidora!” Luego en el documento informe expresa: “a pesar de mi indignación me dirigí a los estudiantes para decir simplemente: Cuando volváis purificados de la guerra y entréis a estudiar en las aulas, tened mucho cuidado con los hombres sutiles y engañosos que con palabras rebuscadas y falsas llevarán el veneno a vuestras almas”.   Como inspirado por una premonición en la “Gaceta Regional” del 12 de septiembre de ese año decía: “Salamanca, Salamanca ciudad de la

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inteligencia secular de España, la de los Estudios de Humanidades eternos como el alma humana, por aquí no pasó la furia asesina del rojo, los malditos y mil veces malditos intelectuales que teniendo cultura envenenaron a nuestras gentes y les hicieron creer que la felicidad estaba en el crimen”.Mensaje que “no condenaba la intelectualidad” pero sí alertaba contra su perversión.   José Millán Astray ya es Historia y su vida ejemplo de triunfo pues la condujo en la militancia. Para él, nuestro ¡PRESENTE! con una sentencia suya: “La mayor dicha que puede tener el hombre en su vida es entregarla por Dios y por la Patria. La mayor desdicha es ser un cobarde”.  

Luis Alfredo Andregnette Capurro   

Históricas

EL TÍO SAM   Los Estados Unidos son un inexorable imperio plutocrático y lo demuestra constantemente. Su Partido Único, monstruo bicéfalo (Demócrata y Republicano) cumple  perfectamente su papel de comparsa de los Shyloks y Caifás que manejan el poder detrás del trono.   Lo que escribió George Orwell, premonitoriamente en el libro “1984” con su “Ministerio de la Verdad” presentando lo que había que aceptar fuera pasado o presente se cumple a rajatabla. La prensa democrática, oral, escrita, o filmada, repite lo que ordenan los grandes centros del Poder Financiero. Por ello el fuerte olor a descomposición que soportamos. Todo huele mal. Así el billete verde utilizado por los Iscariotes, como el terrorismo marxista de los “jóvenes idealistas”llevados a la muerte por un Caribe que hoy yace en una cama con cierta parte del cuerpo agujereada por demás. No pueden escapar, por imposibilidad intrínseca a la degradación, las partitocracias vernáculas, principalmente el kischnerismo y el Frente Amplio uruguayo, que han puesto en los mástiles patrios el taparrabos sucio con el cual suponen esconder los negociados de la tiranía demagógica y barata.   Pero hoy, como en el viejo cuento español, el rey está desnudo. Los discursos de Obama tienen esa insoportable retórica mesiánica del calvinismo yankee y su “destino manifiesto”. Hace unos días nos mostró una copia de su certificado de nacimiento.   En la noche del domingo primero de mayo apareció para darnos la noticia en vivo del asesinato de Osama Bin Laden. No éramos ni somos partidarios del personaje, ni siquiera simpatizantes de él o de su organización, y esto por motivos contrarios a los que suele esgrimir el mundo, quede en claro; pero nos indignó el crimen esencialmente por la forma cobarde. Un tiro en la cabeza a un hombre desarmado y el lanzamiento del cadáver al mar (no digamos nada de ceremonia religiosa ¡por favor!).   Mientras esto sucedía, los capitostes del poder mundial cantaban a coro. Tal el Jefe del Gabinete británico que expresaba: “enorme paso adelante”. En tanto, en Israel, la piedra sillar de los desastres en el Medio Oriente, el ministro Netanyahu se jactaba con esta sentencia: “un triunfo resonante”. Pero las palmas para lo incalificable se las llevó el presidente peruano Alan García al decir: “es el primer milagro de Juan Pablo II”.   Emprendamos ahora, los caminos de la mentira para encontrarnos con las “dos virtudes cardinales” de la política exterior del Tío Sam: la impostura y la inmoralidad.

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   En nuestro andar encontramos el asunto del acorazado “Maine” cuyo hundimiento por los norteamericanos provocó la Guerra de Cuba.   “En el transcurso de más de medio siglo la equivocada política de la España liberal se negó a ver en Cuba una parte de la monarquía igual a otras, considerándola una colonia. Esto determinó la aparición de una tendencia anexionista a favor de los Estados Unidos combatida por hombres como José Antonio Saco quien aconsejaba a sus compatriotas desconfiasen de los norteamericanos y de sus promesas aunque estas saliesen de la boca de su presidente, pues los cubanos, decía, sólo serían juguete de planes e intrigas que frustrados perjudicarían a Cuba y sus hijos, y realizados aprovecharían a los que nada arriesgan”.   La primera sublevación se produjo  en 1868 y se mantuvo hasta 1878. Esta Guerra conocida como La de los Diez Años culminó con la Paz del Zanjón que no sería más que una tregua. La escalada de recelos entre los gobiernos de Madrid y de Washington fue en aumento.  Mientras la prensa yankee inició una fuerte campaña de desprestigio contra España que era descripta como corrupta, tiránica y analfabeta, por su parte los españoles, que no tenían ninguna duda respecto de los proyectos de la camarilla del presidente Mac Kinley por anexionarse la Isla hablaban de unos hacendados arrogantes sostenidos por ladrones indisciplinados. Estaba en aquellos castellanos el recuerdo de lo sucedido con otros territorios amén de Nuevo México y Texas arrebatados por la fuerza y la sutil maniobra de enviar colonos en número creciente que poco a poco llevaron a Texas a proclamar su independencia de México para luego incorporarse a los Estados Unidos.   Sobre los acontecimientos que estamos  tratando señala el historiador Carlos Pereyra en su obra“El Mito Monroe”: “Los informes falsos del cónsul General Lee, por ejemplo, no estaban impregnados de una malevolencia individual. Sus embustes son del matiz que toman siempre las impresiones del individuo vulgar, entregado a los excesos de una pasión colectiva. No hay que atacar la buena fe de las chusmas que frente al pretorio clamaban contra Jesús y pedían gracia para Barrabás”.   Y continúa el gran historiador mexicano: “El Gabinete y el Senado norteamericano se dejaron convencer por Lee de que el gobierno español había perdido toda autoridad y que era necesario proveer seguridad a los norteamericanos residentes en la Isla y hacer una demostración de fuerza poniendo a la vista de los españoles lo que era la marina norteamericana”. Para eso fue enviado el acorazado Maine y debía enviarse otro de primera clase cuando el Maine debiera abandonar La Habana.   Pero el Maine no salió de La Habana. En la noche del 15 de febrero de 1898 el acorazado fue destruido por una explosión en la que perecieron 264 tripulantes y sólo dos oficiales pues todos los otros estaban ebrios o, en su juicio, lejos del lugar de la catástrofe entregados a los placeres de una francachela. Estados Unidos sometió el acontecimiento a estudios de un Tribunal  Investigador. Este falló, expresando que el hundimiento se debía a una mina submarina que había producido el estallido de los almacenes de pólvora. La investigación española concluyó en que el hundimiento era producto de un hecho provocado internamente. Una gran campaña de prensa encabezada por los periódicos de William Hearst (hoy Grupo Hearst) lavaron los cerebros y convencieron a los norteamericanos de la culpabilidad del Reino de España. El odio como arma perfecta. Creemos de interés recordar una anécdota llegada a nosotros por vía oral. Ella se refiere al “caballero del Big Stick”, Mr. Teddy Roosevelt quien le habría expresado a un corresponsal  norteamericano “usted ponga los informes yo pongo la guerra”. Se non e vero… El conflicto buscado estalló y su resultado fue una Cuba con disfraz de independencia pero en la realidad colonia norteamericana.   La Enmienda Platt, agregada a su Constitución, la hacía totalmente dependiente de

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Washington. Cabe consignar que en el Tratado de Paz firmado en París el 10 de diciembre de 1898 España cedía además de Cuba, la isla de Puerto Rico, la de Guam en el grupo de las Marianas y la venta de Filipinas por veinte millones de dólares.  Como colofón tenemos que consignar en honor a la Verdad Histórica que “estudios recientes han señalado que, dados los desperfectos provocados por la explosión del Maine, si la misma hubiera sido provocada por un artefacto externo, el acorazado habría estallado en su totalidad. Algunos documentos desclasificados por el gobierno yankee hace cuarenta años avalan que la explosión fue causada por el gobierno de Mac Kinley en el que tenía gran influencia Teddy Roosevelt”.   Como decía Herrera: “Ni peones en el tablero del ajedrez ajeno ni una estrella más en la bandera de cualquier imperialismo”.   

Luis Alfredo Andregnette Capurro

En la semana del Alzamiento (IV)En un nuevo aniversario de la Cruzada Hispánica           

SIN NOVEDAD EN EL ALCÁZAR      Jubilar y heroico es este mes de julio, pleno de grandezas para la Hispanidad. En primer lugar porque es el tiempo del Gran Patronazgo de Santiago Apóstol, el discípulo predilecto iniciador por los caminos de la Iberia pagana del mensaje del Hijo del Hombre.   Dicen las crónicas que el Apóstol predicó en Braga. Más tarde, desde Zaragoza, recorrió los caminos legionarios de Numancia para seguir por el curso del Ebro y por la Vía Augusta de Tortosa a Valencia, para trasladarse a Andalucía y llegar a Murcia.   En el correr de esos días en constante trajinar predicador y regresado a Jerusalén, la vida del hijo de Zebedeo se consumó en el martirio por manos ya deicidas. Sobre la firme cimentación de su sepulcro al que fue conducido por sus discípulos Atanasio y Teodoro se edificó Santiago de Compostela, que vivió y vive por la Fe. Desde el lejano 25 de julio del 44 arranca la hermosa tradición que hizo de esa fecha, día no sólo de Galicia, sino de nuestra América, como prolongación espiritual de la antigua Iberia, ya Católica y como nunca Romana.   Pero he aquí que,en el correr de los siglos, España y el Apóstol se encontraron en el mismo camino el 18 de julio de 1936, cuando la realidad brutal era impúdica expresión de la Siniestra, demoniocráticamente  electa como otrora lo fuera Barrabás. Aquel año no repicaron las campanas. La única en hacerlo fue la Berenguela, lanzando a decenas de leguas su plegaria de bronce y llamando a la Cruzada. Los cañones y los “paqueos” tronaron arriba y abajo

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enfrentando a la roja España cainita. Y el poeta anónimo invocó a Santiago: “Capitán General de la vanguardia / Señor de las espadas de Castilla / Monta en tu mar de estrellas y de soles / Y orienta por la ruta a Compostela/ la rosa de los vientos españoles / Y haz que la gloria de tu infantería / clave en el alto sol de mediodía /el empeño Imperial de las espadas”.   Para la memoria augusta cuenta también el cesáreo mes con hazaña abultada, que por haber paralizado la sangre de multitudes no podemos olvidarla en esta Séptima Década que nos convoca para honrar a los Héroes de una guerra que por justa era inevitable.   Desde el martes 21 de julio de 1936 el mundo fijó su atención en Toledo, donde los  resistentes a la anti España, con terquedad heroica se encerraron en los muros centenarios del Alcázar, por entonces Academia de Infantería de la brava Castilla. La misma que, como profetizara José Antonio, estaba “otra vez arma al brazo y bajo las estrellas por España”. Ese mismo día el Jefe de aquel baluarte de la Fe, el Coronel José Moscardó Ituarte, planteó con claridad su posición ante el requerimiento enemigo para que se rindiera. Así escribió en su memoria de guerra fundamentando la negativa: “Ante todo el amor a la Patria en poder del marxismo, nuestra confianza ciega en el General Franco, además de no aceptar la deshonrosa e indigna orden de entregar a las milicias rojas el armamento de los Caballeros Cadetes”.   Pero esto era sólo el comienzo. Unas horas después, exactamente el 24 de julio, Luis, hijo menor del  defensor del Alcázar, era detenido por los partisanos.  Conectando el teléfono de la fortaleza, aquellos hijos de las miasmas, con estiércol hasta en los sentidos, pusieron ante el Hombre de Honor la vida y la carne de su carne. La libertad del cautivo con la rendición, o la muerte. Se dio entonces un diálogo que es romance y que repite el drama histórico del siglo XIV protagonizado por el Conde Guzmán el Bueno, que en lenguaje medieval significaba Valiente. Un hijo es algo inmenso, pero la Fe y la Patria exigían el desgarrón de la vida moza.   Así lo sintió Moscardó y por eso no aceptó salvar a su muchacho a precio vil. Y prefirió que se lo asesinasen. Su decisión fue la que puede encontrarse en la tierra que ensanchara Rodrigo Díaz de Vivar, la misma que viera dar testimonio de la Verdad hasta verter su sangre a José Antonio Primo de Rivera, el Caudillo del nacionalsindicalismo y  adalid universal de los valores eternos.   Con estilo espartano el Gran Capitán relató su imponente gesto estampando en el ya citado diario de guerra: “A las diez horas, el jefe de las milicias llamó por teléfono al Comandante Militar (el que habla) notificándole que tenía en su poder un hijo suyo y que le mandaría fusilar si antes de diez minutos no nos rendíamos, y para que viese que era verdad, se ponía el hijo al aparato, el cual, con gran tranquilidad dijo a su padre que no ocurría nada, cambiándose entre padre e hijo frases de fervor religioso y de un gran patriotismo. Al ponerse al habla el Comandante Militar con el jefe miliciano le dijo que podía ahorrarse los diez minutos de plazo que le había dado para el fusilamiento de su hijo ya que de ninguna manera el Alcázar se rendiría”.   El asedio continuó con terrible saña. Hombres del Ejército y Guardias Civiles con falangistas y requetés junto a familias enteras compuestas por niños, mujeres y ancianos se habían juramentado para emular a Numancia. La metralla comunista llegaba desde la tierra y  desde el aire, sumando durante

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aquellos terribles 72 días 600 bombas arrojadas por los aviones marxistas, 500 disparos de artillería, 2000 granadas de mano y otros tantos petardos, sin contar el “paqueo” constante y las minas que, desde túneles cavados hacia los cimientos, estallaron en varias oportunidades.   Entresacamos de uno de los partes nacionales, la batalla de los Héroes: “El enemigo por los escombros del torreón noroeste y procedente del Zigzag coronó éste y allí se hizo fuerte lanzando granadas de mano por el techo de las galerías y habitaciones, costó gran trabajo ocupar las ruinas, por encontrarse todas las escaleras obstruidas o rotas y con escaleras de mano empalmadas y marinas se pudo ocupar esa parte, la más peligrosa, tomando al enemigo una bandera que tenía para ponerla en su creencia en  la victoria. Al mismo tiempo atacaron también por la Puerta de Hierro con un tanque  de artillería pero tuvieron que retroceder ante el empuje de nuestras fuerzas instaladas en el comedor y lavadero…”   Dios velaba por aquellos mártires católicos. A las cinco de la tarde se rezaba el Rosario que volvía a repetirse a las siete y media. A esas oraciones  se agregó, por orden del Coronel Padre y Jefe, una Novena y un Octavario a la Virgen Protectora de Toledo, cuando el terror rojo se intensificaba.   Historiadores y testigos de la gesta, como el propio Moscardó, autor del invalorable “Diario del Alcázar”, o el Comandante Benito Gómez Oliveros, con Alberto Risco S.J. y el historiador Rafael Ballester, trasuntan junto a miles de documentos la existencia de un milagro efectivo en aquella Fortaleza en ruinas llena de polvo y con el aire irrespirable. Así se expresa Ballester: “En medio de las pestilencias se hicieron operaciones quirúrgicas y de obstetricia sin que hubiese una sola infección. Se vivió entre los piojos sin que se diese un caso de tifus exantemático y además, Dios debió escuchar la plegaria de los fuertes, porque no sucumbió en el asedio ningún débil”.   Milagro además en una construcción medieval que resistió durante semanas la potencia de la  artillería y las bombas del siglo XX. Moral altísima de aquellos combatientes que comenzaron a publicar un periódico bautizado como “Diario del Alcázar” y que era preparado por su director, un falangista llamado Amadeo Roig, en una primitiva  máquina multicopiadora. Finalmente llegó la Pascua para poner término al Via Crucis donde se ensayaba la canción del más bello morir: Por Dios y la Patria.   El empuje de los Regulares del General Enrique Varela y la majeza de los Legionarios de Castejón quebró el cerco de la horda anarcomarxista. El horror quedaba atrás cuando, ante la estatua del César Carlos V, un Hombre con las pupilas llenas del dolor por su hijo se cuadró militarmente ante su superior y lacónicamente dijo: “MI GENERAL, SIN NOVEDAD EN EL ALCÁZAR”.   Por aquellos días comentaba Germán Fernández Fraga: “Sin novedad y allí, a pocos metros estaba la figura de su hijo sacrificado, muriendo sonriente ante una pandilla de asesinos. Sin novedad, y allí junto a él formando cuadro los heridos, los amputados y los rostros macilentos de las mujeres y los niños. Sin novedad, y tenía a su alrededor Historia prieta e imperecedera”.   La Hispanidad toda se afirmó en aquella gesta de las primeras semanas del Alzamiento Nacional. Espadas brillantes se desenvainaron en su honor, como la de los Cadetes franceses de Saint Cyr, que pusieron el nombre de “Alcázar” a la promoción que admiraba la docencia heroica.

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   Porque, como escribiera Antonio Caponnetto, en  su libro “El deber cristiano de la lucha”: “Siempre será motivo de elogio un jefe que no vacile, una plaza que no se rinda, un alcázar sostenido sin renuncias… Siempre al fin será bien visto ese estilo militar que no define necesariamente un uniforme pero si la preferencia por lo veraz y lo justo, por la austeridad y la perseverancia, por bautizar Cruzada a la guerra contra la tiranía roja por la Cruz y por la Espada en armónica sinfonía”.   Poco antes de su fallecimiento (acaecido al siguiente año), en carta autógrafa para el madrileño diario “El Alcázar” fechada el 28 de septiembre de 1955, el Grande de España resumió el sentido de su gesta con estos párrafos: “Cada fortaleza tiene una leyenda y un fantasma. El Alcázar de Toledo, cargado de mitos, cuenta en cada piedra la legendaria historia de nuestra Infantería. El heroísmo, como fantasma que flota entre los torreones, enseña a los hombres del futuro a no temer más que a Dios cuando suena la hora de defender a la Patria”.             

Luis Alfredo Andregnette Capurro

Recensión bibliográfica

GENERAL AZUL,LUCERO DE LA FALANGE (II)

     

DIAMANTINA:75 AÑOS DE LA CRUZADA ESPAÑOLA

Cuando en “Cabildo” comenzamos la recensión de  la obra del Dr. Togores titulada:“Yagüe.  El General Falangista de Franco” olvidamos señalar que nos íbamos a ceñir a la acepción normal de la palabra “recensión”, y ésta, no es otra, que, revista o examen con carácter  crítico.  Por ello no faltaremos al fiel planteo de la  biografía que, respaldada en una muy seria documentación retrata al guerrero quien, desde 1952 está a la derecha de Dios y hace “guardia junto a los luceros” de la Falange.  Agregaremos tal vez algún episodio, que el autor  ha señalado en otros de sus enjundiosos estudios referidos a los Grandes de España, cuyas espadas siempre estuvieron al Servicio de Cristo Jesús “Dueño del Poder y la Gloria”.  Consideramos también necesario señalar, cuando se cumplen setenta y cinco años de la Cruzada, que las nuevas generaciones no tienen la menor idea sobre esa Guerra porque la prensa, incluso la “derechona” (José Antonio dixit) ha engañado y desorientado sobre lo sucedido en España que despertó en el mundo un interés apasionado.  Pretendemos además rendir un homenaje a los Caídos Por Dios y la Patria en los campos de España empresa que continuó la División Azul en “la culpable Rusia Soviética” durante la Segunda Cruzada antibolchevique (1941- 1945).      

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EL CRIMEN DE CALVO SOTELO        Al finalizar el primer capítulo de  nuestra recensión, pusimos énfasis en la conmoción causada por el  asesinato de Calvo Sotelo. Sobre el mártir deseamos ampliar la visión del lector con el episodio que marcó el vil crimen.   Corrían junio y julio de 1936. Desde su banca en las Cortes, denunciaba la quema de Iglesias y los atropellos de las turbas marxistas.  Sus palabras selladas con el sí sí y el no no evangélicos aumentó el odio de la siniestra.  El propio Presidente del Ministerio, Casares Quiroga, espetó desde su sitial, que “la violencia contra el diputado monárquico no sería delito”.  A lo que respondió Calvo Sotelo: “Tengo las espaldas anchas.  ¡Pues no faltaría más!  Acepto con alegría la responsabilidad de mis actos y de otros cuando concurren al bien de la Patria.  Así yo repito lo que Santo Domingo de Silos respondió a un Rey de Castilla: «Señor, vos podéis quitarme la vida, pero más no podéis», y vale más morir con honor que vivir con indignidad”.       La Diputada comunista Dolores Ibarruri, “La Pasionaria”, gritó entonces desde su banca:“Este hombre ha hablado por última vez”. Era el silbido de la serpiente sentenciando a muerte. La bestialidad se cumplió horas después (el 13 de julio) con el secuestro y el tiro en la nuca del Siervo de Dios. El cansancio había llegado al tope y la crisis devenida en anarquía bolchevique fue enfrentada, cayendo en los brazos fuertes de legionarios, soldados, falangistas y requetés. Y con esto la situación entraba en la fase de la Cruzada Reconquistadora.           La Guerra que deseaban las izquierdas se convirtió en realidad.  Era el 17 de julio de 1936, después de las cuatro de la tarde. Los burgueses hedonistas miraban desde sus ventanas, muy lejos de lo que expresara José Antonio en el Discurso Fundacional de Falange. La auténtica España, en cambio, estaba “arma al  brazo y en lo alto las estrellas” tal como también lo subrayara en Gredos, en 1935: “No tenemos más salida que la insurrección, tenemos que ir a ella aunque perezcamos todos. Urge formar una Primera Línea capaz de todos los ataques”; aunque advertía respecto de los militantes “que gustan del riesgo más de la cuenta”, que “si no los disciplinamos no sólo van a dar disgustos a los marxistas”.       

EL PRIMER PUENTE AÉREO DE LA HISTORIA

          Las primeras noticias del Alzamiento no fueron buenas. Los nacionales controlaban el Protectorado Africano, principal baza con un Ejército de 25.000 hombres con alta moral y el territorio, Galicia y un sector de Asturias, pero no la franja cantábrica, asiento de fábricas militares y de recursos claves como hierro y carbón. Los rojos contaban con el 60 por ciento del territorio, buenos puertos y comunicación con la Francia frentepopulista encabezada por el Premier Fulkenstein, conocido políticamente como León Blum. Los nacionales habían triunfado en Sevilla, Córdoba y Cádiz. Otros enclaves eran Albacete y Toledo. Sólo una pequeña fuerza llegó a Cádiz, donde estableció una cabecera de puente. La situación ameritaba un recurso fuera de lo

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común.         “La falta de medios para cruzar el Estrecho al permanecer la Escuadra bajo control de los gubernistas era un problema gravísimo” (Togores, pág. 217). Por ello, apenas llegado el General Franco a Tetuán ordenó realizar un puente aéreo para poner pie firme en  la Península y unirse con los nacionales de Queipo del Llano y Mola, quien con sus navarros requetés avanzaba casi sin municiones sobre Guipúzcoa. Este puente —dice el Dr. Togores— “fue posible gracias a los escasos aviones capturados en el Protectorado, más los aviones entregados por la Alemania Nacional Socialista (Junkers y Heinkel) y la Italia de Mussolini”, con sus trimotores Savoia Marchetti que en diverso número llegaron a la zona nacional.     Los caudillos de Alemania e Italia apoyaban a los Generales de la España Eterna en rebelión contra el  caos marxista, es cierto. Pero la solución definitiva se dio cuando el Generalísimo Franco resolvió contra viento y marea cruzar y continuar la campaña en Iberia. Así lo expone el autor: “El 5 de agosto de 1936 se produjo el cruce del estrecho por un gran contingente de tropas del ejército de África bajo la dirección de Franco. Esta operación ha pasado a la historia con el nombre de Convoy de la Victoria. Fue una de las operaciones más arriesgadas de toda la guerra”. La operación fue coordinada por el Comandante Yagüe, Jefe decisivo en el Alzamiento de Ceuta.          “Estaba compuesta —dice Robert Brasillach— por cinco mercantes que a bordo llevaban tres mil hombres, tres baterías, dos millones de cartuchos, tres mil obuses y doce toneladas de dinamita.  Iban protegidos por cinco pequeñas unidades, por el Cañonero Dato y cuatro trimotores”. Dice Togores que “salieron de Algeciras para proteger los transportes”, describiendo el momento más difícil de esta manera: “Los intentos del destructor republicano Alcalá Galiano se frustraron por la intervención del Dato apoyado por el guardacosta Kert, que atrajo el fuego enemigo. Un impacto del Alcalá G.. inutilizó la instalación eléctrica del Dato, pero su Capitán siguió disparando aunque la munición tuvo que ser subida a brazo desde el pañol por diecisiete falangistas que habían embarcado providencialmente. La aparición de aviones nacionales terminó por disuadir al destructor de sus propósitos. El Ejército Nacional había cruzado el estrecho”.La Ofensiva tomaba un nuevo impulso luego de esta victoria.                    

LA HEROICIDAD LIBERÓ BADAJOZ            El 17 de agosto el Comandante Yagüe viajó a Sevilla, donde recibió las órdenes de dirigirse a la capital. Sin embargo, “el avance sobre Madrid se podía ver amenazado por Badajoz, una ciudad que contaba con defensas naturales y una fuerte guarnición”. Fue debido a ese problema que Yagüe se dirigió sobre Badajoz y comienza el ataque con la columna de Castejón. Fuerte ataque con artillería que resulta completamente inútil. Resuelve entonces entrar combatiendo cuerpo a cuerpo.         Así resumía al Generalísimo los acontecimientos de los que fue partícipe: “Mi querido General: La toma de Badajoz ha sido una operación de mucha barba, como podrás ver por la relación de bajas. Nuestra artillería contra esas murallas servía lo mismo que los fusiles, y en vista de que los pájaros resistían tuve que entrar a la bayoneta”. La orden de ataque a media tarde se

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dio el 14 de agosto. La escasa  artillería nacional centró su fuego sobre las Puertas de Trinidad y Pilar. La Quinta Bandera de la Legión fuerza al asalto la puerta del Pilar y entré en la ciudad. La resistencia de los defensores convierte el avance en un calvario. Se lucha casa por casa, a golpe de granada, a tiro de pistola. El avance se detiene en los aledaños de Correo, por la brecha de la muerte la 16ª Compañía se lanza a la bayoneta calada.            Los Legionarios se abren paso. Avanzan cargando a pecho descubierto y cantando elHimno de la Legión. A la cuarta intentona, con la tierra de nadie cubierta de legionarios muertos y heridos, el Capitán Pérez Caballero y quince legionarios, uno herido de muerte, entran en Badajoz. La fuerza se lanza por las calles y toma el Ayuntamiento, desde donde el heroico Oficial informa a Yagüe: “Atravesé la brecha de la muerte. Tengo catorce hombres. No necesito ningún refuerzo”.                Terminados los combates, Yagüe arenga a lo que quedaba de su tropa: “Legionarios: Merecéis el triunfo porque frente a los que sólo saben odiar vosotros sabéis amar, cantar y reír. Allá lejos está Madrid, adonde llegaremos todos, porque, para guiar nuestros pasos resucitarán los que aquí cayeron luchando por la Patria”. Luego —dice el autor— “al estilo de Millán Astray condecoró a las Banderas y a sus hombres”. En ese momento —relata Togores— “un joven legionario con su camisa hecha jirones y manchada de sangre estaba frente al Comandante Yagüe, quien vaciló dónde colocarle la medalla. «Meta aquí el pasador, mi Teniente Coronel», suplicó ufano el guerrero, al tiempo que con la diestra señalaba su pecho…”         El Romancero de la Falange inmortalizó la batalla con la emoción  de Rafael Duyós:          

Entraron en Badajoz¡El Dante los esperaba!Esqueletos y Banderas

en una hoguera danzaban.Entraron en Badajozla bayoneta calada.

Entraron en Badajoz¡Ay quien con ellos entrara!

“Si te dicen que caí…”cuatro mil voces cantaban.

En lo alto las estrellasencendían los Hosannas.

Si hubieras estado allínoche de verano clara,

la luna de Hernán Cortéssobre las rutas romanas…

               Falta algo por decir.  Continuaremos en cercana edición.   

Luis Alfredo Andregnette Capurro

Recensión bibliográfica

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GENERAL AZUL,LUCERO DE LA FALANGE (I)

      

Luis E. Sánchez Togores:“YAGÜE. El General Falangista de Franco”, Madrid,Editorial La Esfera de los Libros, 2010, 845 páginas.

      En época de biografías, ésta, con autoría del Doctor en Historia Contemporánea Sánchez Togores, posee un valor muy señalado: es la de ser un paradigma de cómo se debe entender el espíritu y el accionar de un hombre excepcional. Estamos frente a un magnífico retrato del General Juan Yagüe porque capta al personaje en lo espiritual y material.  Y como muy bien se ha dicho, si un retrato no es captación del conjunto alma y cuerpo, pues no es cosa que deba siquiera intentarse.

Yagüe —y es un dato importante para definir su calidad espiritual— fue afiliado entusiasta y apasionado de la Falange, cuya Camisa Azul usaba con el uniforme militar.  Amigo personal de José Antonio, compartía con él las esperanzas de una comunidad organizada en la construcción del Estado Nacional Sindicalista de la España Una, Grande y Libre.  Espíritu de servicio y de sacrificio, amén de un sentido ascético y militar de la vida, poseía el estilo, resumido joseantonianamente: “Mitad Monje y Mitad Soldado”.     Su trayectoria, caracterizada por los valores que acabamos de señalar, está desarrollada en el  libro que nos ocupa.  De sus páginas surge la trascendencia de aquellos lustros convulsos por el accionar de la masonería y del marxismo.  En cada capítulo se dá el milagro de la conexión por encima del tiempo.  Imposible misión se dirá, pero sin embargo ha sido llevada adelante mediante la consulta de la documentación oficial y secreta existente en el archivo privado del General.  Trabajo de un erudito en torno a un héroe que por si fuera poco fue clave en materia táctica y estratégica.  Nos estamos refiriendo  al aspecto militar, en el que, con razón, llegó a disentir en subido tono, con su  amigo y camarada de promoción, el Generalísimo Francisco Franco, en el transcurso de la Cruzada de Liberación (1936-1939) y aún después de ella.    La biografía —que consta de XVI capítulos con  epílogo y selecta bibliografía— comienza rozando el Alzamiento al referirse a las grandes maniobras veraniegas en la entonces zona Hispana de Marruecos.  Corrían los días entre el 6 y el 12 de julio de 1936.  “Ninguno de los participantes los ha podido olvidar”, expresa el autor.  Los movimientos militares se desarrollaron en el Llano Amarillo, llamado así por las infinitas florecillas con ese color que cubren su suelo durante el verano.  El Dr. Sánchez Togores va describiendo en el  transcurso de estas páginas la realidad  política durante la Dictadura Restauradora del General Primo de Rivera.  Luego muestra lo que se vivió en los meses que pasaron a partir de la traición  del monarca borbón al General don Miguel Primo de Rivera al que hizo abandonar el gobierno y del que renegó hasta de su memoria (1930).  Un acontecimiento que, con ujieres introductores, condujo a la  nefasta “República de los Trabajadores”estallada

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el 14 de abril le 1931, cuando la ingloriosa huida  del Rey Alfonso XIII ante la derrota monárquica en unas elecciones municipales.  La República Jacobina de Niceto Alcalá Zamora, Indalecio Prieto y Manuel Azaña con  el Partido Socialista (PSOE) fue la apertura de la Caja de Pandora de la que salieron oleadas de crímenes, asaltos, tumultos, huelgas incontrolables, y el ensayo revolucionario anarco bolchevique en Asturias junto al Estatuto cuasi separatista catalán (1934) y la persecución anticatólica pergeñada por el Gran Oriente.  El parlamento, coro izquierdista, muy bien remunerado, reprimió duramente a las derechas y a la Falange dejando impunes los crímenes de la siniestra.  En tanto proseguían  los planes subversivos del Socialismo (PSOE) en conmixtión con el Partido Comunista (PCE) y los anarquistas  (CNT) que maniobraban para lanzarse sobre Niceto Alcalá Zamora y sustituirlo por Manuel Azaña quien con satisfacción decía que “España había dejado de ser católica”.    La doctrina liberal de “un hombre nefasto llamado Juan Jacobo Rousseau” (José Antonio dixit) mostraba su verdadero rostro con el veneno socialista.  El Pacto Social se condensa en el número, como razón absoluta, y en la fórmula, según la cual se impone la enajenación de todos los bienes, junto a las libertades personales.  El resultado lógico: la “Dictadura del Proletariado” con la tiranía del Partido Comunista encabezada por Largo Caballero (alias el Lenín español) que Stalin veía como una formidable estrella roja clavada con martillo en España, la espalda de Europa (futura cabeza de puente hacia hispanoamérica) luego de sus derrotas en la Italia del Lictóreo y en las tierras germánicas  de la cruz gamada.        “La importancia del momento olía a guerra”.  Fue entonces que sucedió un episodio que el autor no deja de recordar al lector.  Finalizadas las maniobras militares —escribe— y“una vez que terminaron de pasar las tropas, las autoridades se dirigieron al  banquete preparado al aire libre […] Éste consistió en una abigarrada celebración al más puro estilo español”.           En un lado, las interminables filas de mesas de jóvenes oficiales del Tercio gritaban a pleno pulmón CAFÉ, CAFÉ (acrónimo de “Camaradas Arriba Falange Española”) y desde otras les respondían sus compañeros de armas “SIEMPRE, SIEMPRE”.  El Teniente Coronel Yagüe los escuchaba lleno de orgullo y no contestó al Delegado del “gobierno” que preguntaba por qué pedían café si estaban en medio del almuerzo.  A los postres y en medio de discursos, que a nadie importaban, empezaron a cantar el Himno de la Infantería.  “Sin embargo en otra parte del inmenso vivac, sargentos y suboficiales vitoreaban al Ejército Rojo cantando La Internacional con el puño cerrado en alto”.         Aquel Comandante que encabezara la Legión en las maniobras del Llano Amarillo, y que en horas entraría en combate  por Dios y la Patria, era hijo del médico rural Juan Yagúe Rodrigo y de doña Maximiana Blanco Salas.         Había nacido el 9 de noviembre de 1891 en el pueblo soriano de San Leonardo recibiendo por el Sacramento del Bautismo los  nombres de Juan Lorenzo Teodoro.           En 1907 ingresó en la Academia de Infantería de Toledo, la Ciudad Imperial.  Allí, en el Alcázar, pasó  tres años de estudios sin imaginar que décadas después esos muros imponentes iban a ser escenario de una de las

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heroicidades más impresionantes del siglo XX sacrificando, su Jefe, el Coronel Moscardó, la vida del hijo para no rendirse al Frente Rojo.         En Toledo, escribe el Dr. Togores, “solar y cuna de la infantería española se rendía culto al valor, al honor, a la acometividad en el combate y a la disciplina, al esfuerzo, a la capacidad de sufrimiento y a la abnegación. Virtudes morales puestas al servicio de la Patria…”     En 1914 Yagüe fue destinado a servir en Melilla con lo que incorporaba al grupo de los jefes conocidos históricamente como africanistas.  Tales los casos de Franco, Mola, Millán Astray, Muñoz Grandes y Valenzuela. Ellos entrarían en la historia gloriosa de España  como forjadores de la victoriosa Cruzada.       La mañana del 13 de julio de 1936, veinticuatro horas después de la premonitoria división de los vivacs a la que terminamos de hacer referencia, se producía un hecho de sangre que determinaría los acontecimientos de los años siguientes: la noticia de la muerte de José Calvo Sotelo (1893 - 1936) Jefe de la Oposición en Cortes.  El caballero católico había sido secuestrado y asesinado con un disparo en la nuca por integrantes de los Guardias de Asalto (Policía Gubernista) y sicarios socialistas.  “La mala nueva corrió como reguero de pólvora.  Sirvió para decidir a los indecisos y reafirmar a los comprometidos”.       El cinismo del Gobierno Rojo llegaba a su máxima expresión:  “En los tres días siguientes no se arrestó a ningún izquierdista y sí a cientos de falangistas”.       El marxismo buscaba la guerra porque veía como segura la victoria y el salto dialéctico definitivo hacia  la Revolución Bolchevique.  El marxileninismo ultra siniestro tenía los resortes del poder y el Ejército estaba infiltrado y dividido.  Los radicales suponían poseer todas cartas ganadoras.  Para los africanistas la medida estaba colmada y la suerte iba a ser arrojada por un nuevo César en el Rubicón.  Yagüe y la Legión se pusieron en pie de guerra.  Tres mil voces gritaron como un presagio: ¡Legionarios a vencer, Legionarios a morir! Falta algo por decir.  Dios mediante proseguiremos en cercana edición.   

Luis Alfredo Andregnette Capurro

lunes, 14 de febrero de 2011

HistóricasUn nuevo aniversario del crimen de Dresden         

VAE VICTIS                  El vasto telar de Cronos ha comenzado a tejer un nuevo año para la historia. Los dedos de

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los políticos, instrumentos de las fuerzas invisibles, ya están en los husos y lanzaderas retorciendo los hilos para hacer el gran tapiz del presente 2011. Su objetivo, una humanidad que, como en la centuria pasada, seguirá creyendo cuanto proclamen con estridencia los grandes medios de comunicación con sus técnicas de lavado de cerebro y penetración subliminal.          Así centenares y centenares de millones de seres humanos continuarán comulgando con ruedas de molino sin discernir entre la pura especulación y la más horrorosa mistificación ética o estética, filosófica, política e histórica, entre el héroe y el fanfarrón, o el hombre auténtico y el hipócrita.    Incluso, haciéndoles creer que deciden, como muy bien lo señala F.J.P. Véase en su ya clásico libro “El crimen de Nuremberg”: “…en las democracias las decisiones no son tomadas por los ciudadanos sino por los financieros internacionales, los magnates de la prensa, los pedantes funcionarios permanentes y en ocasiones por los gabinetes”.     Sin embargo, están entre nosotros quienes —como aquellos del relato evangélico a los que Nuestro Señor Jesucristo retiró de entre la multitud y, tocando con su saliva divina ojos, oídos y boca, liberó— están a salvo del colectivo esclavizante, para ver, oír y hablar con la Verdad y en la Verdad. Con ellos pretendemos seguir conversando sobre historias ocultadas y deformadas a designio.        En esta oportunidad lo haremos levantando la Cortina de Hierro de un crimen cometido hace sesenta y tres años y por el cual nadie fue llamado a responsabilidad. A decir verdad, se hace difícil volver al año 1945, cuando los ya victoriosos demoliberales y bolcheviques acordaban lanzar en el vencido Japón bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, en tanto se ratificaba en Yalta lo concedido por Winston Churchill y Franklin Delano Roosevelt a Josef Stalin en la reunión de Teherán.   Ello no significaba nada más, ni nada menos, que la esclavización de Letonia, Estonia, Lituania, Polonia, el oriente de Alemania, Checoeslovaquia, Rumania, Hungría, Bulgaria, Yugoeslavia, Albania, media Corea y dejarles las manos libres para actuar en China.        Mientras tanto, en los campos de batalla las tropas lenino-stalinistas avanzaban —como otrora los asirios— y ya estaban en la línea del Oder, en tanto los angloamericanos retrasaban su avance para cumplir con su hijo putativo, el Tirano del Kremlin.       Así estaban las cosas cuando el 11 de febrero del año trágico de 1945 finalizaba la Conferencia de Yalta, en cuyo comunicado final decía: “Nuestras fuerzas terrestres y aéreas han organizado de completo acuerdo nuevos golpes contra el corazón de Alemania. Los ataques partirán del Norte, el Sur, el Este y el Oeste”. Días aciagos. Millones de fugitivos se retiraban hacia el oeste para escapar de los soviéticos.      Dresden, “la Florencia alemana” —por sus tesoros artísticos— recibía a diario miles de refugiados que a pesar del intenso frío acampaban a cielo abierto en las calles.      La capital de Sajonia no temía ser blanco de bombardeos, ya que apenas contaba con industrias y hasta sus defensas antiaéreas habían sido enviadas al frente del Este. Era llamada la “ciudad de los hospitales” por el gran número de éstos. En sus tejados, y de acuerdo a las normas internacionales, se habían pintado grandes cruces rojas sobre fondo

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blanco. Sin embargo la noche del 13 al 14 de febrero pocos minutos después de las diez y mientras sonaban las sirenas, estalló el infierno. Durante media hora exacta ochocientos bombarderos ingleses dejaron caer cuatrocientas mil bombas incendiarias y unas tres mil rompedoras. Una superficie de 28 kilómetros cuadrados se convirtió en un mar de fuego.      Tres horas después llegó un segundo ataque en el que unos mil cien bombarderos angloamericanos lanzaron doscientas mil bombas incendiarias, miles de rompedoras e incontables bidones de fósforo. En ese momento parte de los proyectiles fueron enviados directamente sobre los espacios que no habían sido alcanzados.      De más está decir que esos lugares estaban ocupados por miles de seres humanos los que pronto se convirtieron en antorchas vivas. Según relatos de supervivientes el asfalto ardió mientras manzanas enteras se desplomaban. Las piedras de la zona de Frauenkirene comenzaron a disolverse cuando la temperatura superó los mil quinientos grados.     Pero lo dantesco tuvo un nuevo capítulo. En el alba del 14 de febrero llegó el tercer bombardeo, esta vez sobre los suburbios de la ciudad masacrada estando dirigido a los que, aún medio asfixiados y quemados, habían logrado escapar. Una nueva oleada de Fortalezas Volantes y“Liberators” arrojaron otras diez mil bombas incendiarias, mientras los cazas en perfecta formación ametrallaban a los que huían por las carreteras. El bombardeo de Dresden, más mortífero que los de Hiroshima y Nagasaki juntos, con certeza sobrepasó los trescientos mil muertos. Para el Comando aliado fue sólo un episodio de la Operación “Clarion”, signada por IkeEisenhower y ejecutada por el “Premier” Mr. Churchill y el Mariscal del Aire Arthur Harris.         La incursión en masa contra Dresden fue lisa y llanamente un crimen de guerra que ha quedado impune al haber sido cometido por los vencedores. Es parte del “modelo Nuremberg” inaugurado luego de la Segunda Guerra Mundial. Tal lo que sostiene con Verdad, el Profesor Danilo Zolo, de la Universidad  de Florencia, en tres ensayos reunidos en un solo volumen de 203 páginas que con el título: “La Justicia de los Vencedores” publicó en Buenos Aires la Editorial Edhasa en junio del pasado año. De algunas páginas extraemos su planteo: “…nada les ocurrió a los criminales responsables de las catástrofes atómicas de Hiroshima y Nagasaki de agosto de 1945 o de los bombarderos devastadores de las ciudades alemanas y japonesas […] Nada les sucedió a las autoridades de la OTAN responsables de un crimen internacional «supremo» como la guerra de «agresión humanitaria» contra Yugoeslavia…” donde los bombarderos norteamericanos “arrojaron treinta mil proyectiles de uranio empobrecido que al entrar en contacto con cuerpos sólidos se dispersa y entra en  el suelo, el agua y el aire, penetrando en la cadena alimenticia…”  Pero las democracias  mantuvieron sus objetivos  y “nada ocurrió después de la agresión de Estados Unidos y Gran Bretaña contra Irak en 2003” con sus decenas de miles de victimas civiles.        “En particular quedará totalmente impune las masacre de no combatientes en la ciudad iraquí de Fallujah —matanza llevada a cabo con Napalm y fósforo blanco en noviembre de 2004—. Y lo mismo se puede prever para los crímenes cometidos por las milicias israelíes durante decenas de años de ocupación militar en Palestina…”      Es el camino comenzado en Nuremberg, el 8 de agosto de 1945, de una “justicia” para ser aplicada por los poderosos sobre los vencidos. Lo sucedido en los últimos años con los

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derrotados y demonizados Slovodan Milosevic, Saddam Husein —más allá del juicio que nos merezcan sus respectivas políticas— son claros ejemplos. Vae victis. ¡Ay de los vencidos!       

Luis Alfredo Andregnette Capurro

Guiones de Estilo

PAUL BOURGET:EL NACIONALISMO CATÓLICO

                  Decía el inolvidable Maestro don Julio Irazusta que siempre es una aventura releer a los grandes contemporáneos después del cierto tiempo transcurrido desde el primer entusiasmo de las épocas juveniles. Este fue el incierto viaje que emprendimos al retomar las obras de Paul Bourget, Príncipe de la literatura francesa nacido en Amiens en 1852 y fallecido en París en 1935. Al recorrer esas páginas confirmamos aquella primera impresión producida por el accionar dramático de los personajes que en cada capitulo despierta nuevo interés en una estructura de romances magníficamente bien concebidos. Pero el juicio literario pasó a un segundo plano cuando a nuestro espíritu llegó con fuerza el planteo doctrinario que el insigne escritor hizo en las obras posteriores a su conversión. En este sentido no tenemos  la menor duda en calificarlo como un misionero que brindó sus años terrenales sirviendo en la siembra de las grandes ideas conductoras de la humanidad.           Blasco Ibáñez lo llamó “Quijote enamorado de un ideal  imposible”. Juicio justo en cuanto a compararlo con el Caballero Andante, pero rechazable ya que muestra un agnosticismo que como tal declara inalcanzable la Verdad.                Lo que molestó al mundo del naturalismo con sus novelas democráticas con personajes ordinarios, fue verse conmovido por el ya famoso joven Bourget que de un  relativismo de vivisector de la vida, pasaba al frente mostrando haber encontrado “el camino de Damasco”. La pública conversión al Catolicismo, así como su militancia en “Acción Francesa” de Charles Maurras, le significó  que el tradicionalismo francés fuera hacia él, no sólo como un purificador de la literatura sucia con los pecados de Zola, sino como un luchador contra la decadencia  republicana. En  todas sus decisiones tuvo mucho que ver la catástrofe de 1870, a la que se agregó la tragedia roja de la Comuna marxi-bakuniniana. Por otra parte, era muy claro que las tradiciones habían sido minadas y golpeadas por la filosofía del siglo XVIII con las élites pervertidas. En el pedestal sólo quedaba el cientismo materialista como fatalidad ineluctable. Eran días de descomposición moral y política. El affaire Panamá y el caso Dreyfus dividieron a Francia. Bourget publicó por entonces dos obras claves de su pensamiento renovado. A la primera la tituló “El Discípulo” con una condena  al materialismo, y poco después “La Etapa” en la que declaraba sus convicciones católicas y monárquicas. Disparo certero fue la novela “El Discípulo” en la que demostrando además los males del intelectualismo llamó “al sufragio universal la más monstruosa y ridícula de las tiranías, porque la fuerza del número es la más brutal de todas las fuerzas, cuando ni aún tienen en su apoyo  ni la osadía ni el talento…”              Con vigor afirmó que “…al hombre le es imposible vivir sin normas que destruyan la anarquía de sus instintos” y que la única fuerza capaz de este milagro es el Catolicismo.

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Señaló además como freno a la decadencia social la Monarquía Tradicional. Junto a Maurras subrayó por entonces la importancia de un cambio en las Instituciones  para poder actuar sobre  las costumbres.  Estaba lanzada la celebre consigna: “ante todo la Política”. El accionar constante contra el sistema demo liberal corrupto y corruptor lo convirtió en una obligación moral que consideró inherente “al nacionalismo  al que veía como una doctrina y no como un partido”. Así  escribió en “Páginas de Doctrina y Crítica”: “El joven mira en él. Estudia la historia y comprueba que el individuo es tanto  más rico en emociones cuanto más abunda en fuerzas sentimentales, que es menos individualista, más completo, más íntimamente bañado y sumido, en el alma colectiva... Pero ¿qué es esta alma colectiva? Es la obra de  la Tierra natal y de los Muertos. Lo son las maneras de sentir que ésta ha elaborado en ellos. ¿Qué es ésta acción general? La tarea cumplida por nuestra raza. El órgano local de esta raza es la Nación, más profundamente la Región y más profundamente aún la Familia. O más bien Nación, Región y Familia no forman más que un todo…”              En “Outre Mer” uno de su libros más hermosos Paul Bourget llegó a justas conclusiones a favor de la reconstitución de la Familia, el Municipio y en general  de las tradiciones. Por eso decía el polígrafo: “…debemos ser muy prudentes en rechazar entre las potestades del pasado las ideas y las emociones que nuestros antepasados han vivido porque cada generación, como cada institución es un piso añadido y la construcción será más sólida cuando tenga por cimiento el piso de abajo…”             Ploncard d’Assac, estudioso del nacionalismo, escribió ante la construcción doctrinaria: “Se ha partido del egoísmo del yo, del individualismo feroz engendrado por los principios de 1789; luego, tras algunas vueltas sobre si mismo, «el hombre libre» espantado de su soledad vuelve a mirar hacia la Ciudad, a desear el gran abrazo colectivo de la Patria y de la Raza. Advierte entonces que es su propio ser personal quien se enriquece de todo lo que aporta a la historia de su pueblo, la que los muertos y los vivos están a  punto de escribir con él”.               El septuagésimo quinto aniversario de su desaparición física no lo podemos dejar pasar en silencio por eso estamos espiritualmente ante la cruz de su tumba. Tenemos con él una permanente deuda de gratitud  porque dio su vida para el mejor servicio de la Catolicidad. Y lo hizo con las palabras, extrayendo de ellas imágenes y sonidos sin olvidar la vida. Corazón caliente y alma limpia guarda para nosotros valor de símbolo, voz entrañable y ejemplo permanente. El Señor seguramente le concedió en el Reino, un sitial de mármol  blanco con áureas flores de lis.            Pero todo no esta dicho. Se hace imperioso también en estos días un homenaje para Robert Brasillach, Charles Maurras y Philippe Petain, quienes junto a centenares de miles de franceses sufrieron el martirio cuando el Terror masónico marxista  de 1945. Hace justamente sesenta  y cinco años. Cabe consignarlo porque hoy como ayer el nacionalismo católico sigue siendo el obstáculo contrarrevolucionario ante  el cual se estrella el contubernio partisano. Ellos fracasan y fracasarán porque desconocen el temple heredado de los que nos precedieron en el combate por Dios y por la Patria.                

Luis Alfredo Andregnette  CapurroDesde el Real de San Felipe y Santiago

En el día señalado

“HAY QUE CONSERVAR LA GRACIA HISTÓRICA DE LAS FECHAS”

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Manuel Oribe y VianaJuan Manuel de Rosas

López de OsornioVuelta de Obligado

José Antonio Primo de RiveraFrancisco Franco Bahamonde

El mundo nihilista en que nos movemos impide contemplar y recordar algunas fechas convertidas en mojones  de importancia trascendental en el Ser Iberoamericano. Por ello en este noviembre estamos aquí de nuevo esgrimiendo con ambas manos la vibración de la Unidad de las tierras y de los hombres de Hispania y América. Rememorar a los héroes y los acontecimientos es reencontrarnos espiritualmente con el Imperio Romano Católico  simbolizado en el Yugo y las Flechas de Fernando de Aragón  e Isabel de Castilla. En estas jornadas confluyen héroes y hazañas que siguen siendo ejemplo con la justeza que  sentenciara  José Antonio: “hay que conservar la gracia histórica de las fechas”.

El día 12 nos encontramos con el tránsito hacia Dios de Manuel Oribe y Viana cuando corría 1857. La jornada del 20 con la Vuelta de Obligado victoria contra el anarco capitalismo rapaz y explotador de Francia e Inglaterra. Agregándose a las mismas horas el jalón del septuagésimo cuarto del martirio, como acto de servicio, del Fundador de la Falange: José Antonio Primo de Rivera y el trigésimo quinto aniversario del descanso en paz del Guerrero, Misionero y Estadista Generalísimo Francisco Franco durante cuatro décadas Caudillo de España por la Gracia de Dios en la construcción de la España: Una Grande y Libre. Hay en esta rememoración un elemento común. Hombres que forjaron lo hispánico y lo americano porque de una manera u otra pertenecían a él. Su transcurrir en este mundo fue luchar contra el encanallamiento que tenía viejos antecedentes.

Con Manuel Oribe y Viana fue la sangre del Cid que por el lado materno corría por sus venas y que vertiera cien veces en Sarandi, Ituzaingó, Quebracho Herrado, Rodeo del Medio,  Famaillá y Arroyo Grande, resistiendo las heterodoxias y la balcanización junto a Don Juan Manuel de Rosas. Épico año de 1845 de las Intervenciones europeas y la Vuelta de Obligado. Allí se cierran los Ríos epónimos, al cañón mercantilista y masónico de Paris y Londres.

En la continuidad de la línea del siglo XX, José Antonio recorría las comarcas de Castilla “que estaba otra vez por España” predicando la Revolución Nacional Sindicalista en un galopar de Yugos y Flechas con el “Arma al brazo y bajo los luceros…” Lejos “muy lejos del ambiente enrarecido de la taberna del liberalismo al final de una noche crapulosa donde se cocinan los compromisos democráticos”. “No estaba allí su sitio” expresó con fuerza y donaire el 29 de octubre de 1933. Su temperamento tenía algo muy especial. Esto no era  algo distinto que “una cuota de americanidad heredada de sus antepasados de estirpe jerezana” que dejaron desde nuestro Plata a Chile, en el Amazonas y Cuba, noticias de un vivir con plenitud y coraje. En articulo de años atrás Del Valle Morillo, nos informa que Primo de Rivera el Fundador, tenía en su carpeta un eternamente diferido viaje a la América “de sus legendarios ascendientes”; cuando la magna convocatoria internacional de los Escritores auspiciada por el P.E.N. Club —del cual era socio fundador José Antonio, en Buenos Aires—. El César figuraba entre los delegados españoles junto a Azorín,  Miquelarena y  Salaverría.  Azorín llegó a visitarlo a la Cárcel  “Modelo” (donde le aherrojaba la jauría marxista) con ese propósito, según refiere puntualmente Almagro San Martín, y “El Bueno” como lo llamaba Martínez Ruiz se  limitó a contestar con humor: “No creo, Azorín,

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que las autoridades me otorguen el permiso que necesito para cumplir con ese viejo anhelo”. Poco después, su muerte, ante el pelotón bolchevique en la fría madrugada alicantina. Abnegación de un Grande que sacrificó su vida en el cumplimiento del Deber. José Antonio, noble, generoso y católico puso su Fe en Dios. Por ello Nuestro Señor creó para el César Mártir un Nuevo Lucero.        Francisco Franco, el Caudillo Victorioso, quedó en la trinchera luchando con el mundo  demoniocrático y bolchevique. Así fue el Conductor en los años del Bloqueo Internacional. La gran  batalla que continuó en todos los frentes hasta el 20 de noviembre de 1975. Franco, soldado y estadista, no ha dejado de ser calumniado. Éste es el Signo de los Grandes. Hoy la Antiespaña de Zapatustra con su Ley de Odio Histórico clausura el Valle de los Caídos, retira sus estatuas y prohíbe su nombre, mientras aprueba la ley del divorcio, la de uniones homosexuales y la del aborto. Sin embargo la puñalada trapera y el escupitajo son nada frente a su Grandeza de Caballero que combatió con la Cristiandad en Europa y también por nuestra América Hispana.        En días tan aciagos, corresponde que cerremos filas, y obedezcamos —como enseñaba Gracián— el predicamento de los héroes.

Entre ellos Juan Manuel de  Rosas, López de Osornio y Manuel Ceferino Oribe y Viana los grandes hispanoamericanos de noviembre. Junto a ellos y con ellos José Antonio Primo de Rivera con Francisco Franco Bahamonde están presentes y son ejemplo. La vida es combate. Sólo en esta desoladora geografía espiritual queda un oasis que es el de nuestra Raza y nuestros Valores.          Por ello creemos no es ocioso ofrecer la cosmovisión herética contra la que lucharon y dieron su Sangre. Aunque siempre el servicio de la sangre se ha cotizado poco y juega a la baja en la pizarras del pragmatismo  inmanentista.      El mundo americano liberado y conquistado para Cristo. Formidable heredero del Derecho generado en la Roma Eterna del SPQR. Bastión que durante siglos resistió la invasión del subjetivismo y el libre examen combatido por el Vicario de Cristo con Carlos I y Felipe II. No sucedió lo mismo, con parte de Francia introductora de la antitea monstruosidad del Iluminismo dieciochesco expuesto desnudo en el terror jacobino de 1793 que llegó a pasear la Diosa Razón representada con una prostituta, la que, profanando Notre-Dame, preparaba el camino para un joven genio de la guerra al que se aclamaba con el ambicioso proyecto de Dominio Universal. Fueron las Españas valladar de la peste liberal con su guerra de Independencia  junto a los Reinos Ultramarinos desde el Dos de Mayo de 1808 a los Arapìles. Sin embargo el indomable pueblo de la Reconquista de los Siete Siglos antimusulmanes  (711 -1492) fue derrotado por la traición de las logias en la lucha de las ideas. Ahí estaban los fetiches de las Cortes de Cádiz (1812), taumaturgos de la mentira del constitucionalismo  liberal con el aberrante desconocimiento de la jerarquía  secular de los reinos americanos convertidos finalmente en 20 simiescas colonias y entregados con el INRI, a los Shyloks del Sanhedrín de la City erigida a orillas del sucio Támesis.   Pero no hagamos historia con detalle. Sólo grandes jalones para dar una idea aunque aparezca  un tanto borroso el cuadro de Hispanoamérica y la España cainita de 1933 en días de la tragedia republicana siniestra y diestra. En préstamo se toma el término “democracia” que, para los sabios helenos, era una deformidad viciosa de gobierno, se convierte a partir 1762 en axioma sagrado. Su padre putativo lo fue Juan Jacobo Rousseau que imaginó “un absurdo «Pacto» de resultas del cual las mayorías debían imponerse y donde ellas estuvieran  estaría la verdad, la justicia, etc…” Poderes Legislativos y Judiciales cuya separación o limitación, como muy bien dice José Javier Esparza, “las élites que los rigen cooptan entre sí, sus propios relevos” (“En Busca de la Derecha perdida”, Ediciones Áltera, Barcelona 2010). La Partidocracia inauguró la era de la oligarquía de los políticos profesionales que disfrutan del poder con el soborno, la coacción

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y la dependencia de las usinas del dinero que alimentan los medios de comunicación hacedores de la “libre opinión pública, base del sistema”. “El liberalismo se presentó como pensamiento esencialmente economicista”. La separación de la politica y la moral se producía por completo con Adam Smith (1723 - 1790), quien sostenía que todo se combina en base a la libertad de mercado sin intervenciones de fuera. Precisamente, uno de los efectos del capitalismo (José Antonio dixit) “fue aniquilar casi por entero la propiedad privada en sus formas tradicionales”. Carlos Marx completó el cuadro con su diabólico materialismo en marcha hacia la utopía del Socialismo Científico devenido en horror luego del reparto del mundo en Yalta (1945). Hoy estamos en la etapa de la “globalización” con un estado despolitizado y neutralizado.“Feudalización del Poder donde las decisiones las toman los grandes grupos técnicos financieros industriales y mediáticos  y que funcionará hasta que la droga inmamentista de la producción sostenga la situación” (José Javier Esparza, op. cit.).         Como colofón creemos necesario traer unos párrafos de Tocqueville en la que el pensador francés alertaba sobre la servidumbre a la que conducía el igualitarismo democrático: “Pienso que la especie  de opresión no se parecerá en nada a las que han precedido en el mundo… busco en vano yo mismo una expresión  que reproduzca la idea que me formo  y la comprenda, las antiguas palabras de despotismo y tiranía no me resultan adecuadas en absoluto. La cosa es nueva…”                

Luis Alfredo Andregnette CapurroDesde el Real de San Felipe y Santiago de Montevideo

In memoriam

SOLZHENITSYN: DIGNIDAD E INMORTALIDAD

Hace poco más de dos años entregó su alma a Dios Alexander Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura 1970, pero por encima de todo Caballero Cristiano sin Miedo y sin Tacha. Su personalidad  fruto de esa Europa —flor de la humanidad— que recogiendo los valores subyacentes en el mundo greco romano fue vivificada por el poderoso aliento sobrenatural de Cristo Rey. De aquí que su vida tuvo sentido de la Verdad de la Belleza y del Honor. Sentido de la plenitud de la vida. Había nacido en Kislovodsk, Caucaso, en 1918. Cuando el terror rojo desatado hizo volver a la memoria de muchos la pregunta que estampara Gógol en las “Almas muertas”: …“¿Y tú Rusia hacia dónde corres? ¡Contesta! Nada más que silencio”. Silencio de muerte —decimos nosotros— ya que empujada por un demoníaco ángel rojo iba en búsqueda del paraíso prometeico inmanentista para encenagarse en los pantanos del llanto y el rechinar de dientes. En  pocas semanas (julio de 1918) el Zar Nicolás II, con toda su familia, sería masacrado por un pelotón de subhumanos bolcheviques en la pequeña ciudad de Ekaterimburgo última estación del  calvario de los Romanoff. El mundo estaba conociendo al nihilismo en estado puro y sin el disfraz de “radicalismo progresista” el hipócrita  producto del Occidente masónico. Ello hace necesario para una mejor  compresión de esta nota una referencia al pensamiento de Fedor Dostoyevsky escritor que, como muy bien decía Alberto Falcionelli en su ”Historia de la Rusia Contemporánea” (Universidad Nacional de Cuyo Mendoza 1954) “es el primero entre todos los sicólogos modernos…“ y “nos introduce en el mundo subterráneo de los neuróticos que caracterizan la vida

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anímico escondida y aparente de la sociedad contemporánea: el intelectual destructor, el aristócrata descarriado, el burgués mediocre y pasivo cuyo único sentimiento es la envidia, el revolucionario por odio, el terrateniente liberal que, sin caer en la cuenta, prepara su propia tumba al ayudar a los enemigos de los valores tradicionales con la esperanza de utilizarlos en vista de su propia ascensión política…” Todo el mundo exaltado y morboso del izquierdismo está presente en el realismo del gran novelista cuya pluma profetiza en “Los Endemoniados” (1871) el tsunami subversivo de febrero de1917 puesto en marcha por los liberales y llevado a sus últimas consecuencias por sus hijos putativos: los bolcheviques de Vladimir Ilich Ulianov Blank (Lenin) y León Bronstein (Trotzky) en octubre de ese año apocalíptico. La tesis del trabajo es esta: Dios ama a Rusia, la vigila y como quiere ahuyentar de ella los demonios hace que entren en  los socialistas nihilistas para que sus poseídos, como los puercos de los que habla el Evangelio según San Lucas, se arrojen al mar. El relato premonitorio nos presenta el modo de actuar de las células comunistas que hoy llamamos gramscianas. Nada de atentados terroristas.  Lo que importa es desmoralizar la sociedad. Pero “Rusia nunca renegará de Cristo” por lo que escribe Dostoyevsky: ”Rusia es la gran reserva que dirá la última palabra, la palabra nueva al Occidente ateo y Occidente la oirá y se conciliará con el Oriente en el nombre de Cristo que es el del sufrimiento y del perdón”. El pensamiento de Solzhenitsyn hunde sus raíces en el tradicionalismo religioso que lo consustancia con lo dostoievskiano. Tal su declaración a la revista brasileña “Manchete” para el número de agosto de 1989: “Admiro a Tolstoi por su narrativa y forma de trasmitir los temas con variedades de circunstancias. Pero estoy unido a Dostoyevski por la comprensión e interpretación espiritual de la historia“  En la misma entrevista cuando se le preguntó su opinión referente a Vladimir Ilich expresó: “Lenin estaba tomado por el espíritu del internacionalismo. No pertenecía a ninguna nación. Durante 1917 integró el ala de la extrema izquierda democrática. Todo cuanto acontecía en ese año era manejado por los dirigentes de la democracia revolucionaria pero ellos perdieron control sobre los acontecimientos. En octubre Lenin tomó el poder que estaba caído. Y fue implacable. Jamás borró de su programa la violencia y el terror como elemento básico de gobierno. Tenía un odio teológico de endemoniado. Puedo confirmarle lo que dijera Bertrand Russell: “Lenin era un ser extraordinariamente maligno. Estaba vacío de piedad. Al no tenerla es lógico que no la pudiera  sentir por nadie. Se le puede aplicar la palabra “maligno“ no sólo en el sentido metafísico sino también en el significado cotidiano”.           Luego de la Segunda Guerra en la que combatió alcanzando el grado de Capitán, Solzhenitzyn fue condenado a varios años en un campo de concentración por sus planteos discordantes con el “Socialismo real y el Soviet” que en  cartas privadas había expresado a quien creyó “amigo”. Libre y rehabilitado en 1957 su experiencia como presidiario le inspiró  ”El Primer Círculo“ novela en la que en un lugar “privilegiado“ del infierno están recluidos  los científicos a quienes se obliga a hacer “inventos” para el Estado bolchevique. Cabe subrayar que en la obra del Padre Alfredo Sáenz “De la Rus de Vladimir al Hombre Nuevo Soviético” (Ediciones Gladius, Argentina 1989) también aparece como nota especial que en la Tercera Edición de Emecé (BsAs 1970) la relación de la novela se vincula con la búsqueda del Santo Grial… Allí está el preciso sentido del reencuentro con Rusia lo que exigirá toda clase de renuncias como en la Edad Media lo requería la dama de los sueños. La Dama es Rusia digna de todos los sacrificios los que  una vez superados permitirán alcanzar el Grial, la perfección, la trascendencia…” En

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“Un día en el vida de Ivan Denisovich” testimonia el horror de la jornada de un prisionero en las cárceles del Soviet. Todas las obras de Solzhenitzyn están impregnadas del misticismo del alma rusa. Algunos ejemplos claros son: “Por el Bien de la Causa” “La Procesión Pascual” y “La Casa de Mátriona”. Su paso obligado por las Juventudes Comunistas  no hizo mella en su profunda Fe Cristiana. En el mensaje al III Concilio de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el exterior, escribía: “El triste panorama del aplastamiento de la Iglesia en el territorio de nuestro país me acompaña, desde mis primeras impresiones infantiles: como irrumpen los guardias armados en el templo; como se ensañan durante los servicios religiosos como mis condiscípulos me arrancan la crucecita que llevo sobre el pecho, como son derribadas las campanas de las Iglesias y como son destruidos los templos…” Sus “Cuentos en  miniatura” describen la belleza del campo “creado por Dios a la imagen de un ícono” atacado por la ideología destructora del marxismo leninismo que en décadas hizo desaparecer cien mil poblados rurales”. Fue el golpe devastador para rematar la aldea rusa… Lo mismo pasó con el aldeano “a quien describió Dostoyevsky como “el que anuncia y lleva a Dios”. Cuando se le concedió el Premio Nobel de Literatura (1970) gran parte de la obra literaria de Solzhenitsyn se había difundido en forma clandestina. Pero el libro que motivó su expulsión de la URSS privándolo de su nacionalidad en 1974, fue el estremecedor “Archipiélago Gulag” que es y será siempre más que una obra maestra. En sus páginas presenta los infernales campos de concentración bolcheviques a través del testimonio de 227 prisioneros agregando su propia experiencia del sufrimiento vencido con la Fe. Con ella probó una vez más la Verdad Evangélica: “Las Puertas del Infierno No Prevalecerán”  (Mt 16-18).           A partir de 1975 el genial escritor se instaló con su esposa e hijos en Cavendish un pequeño poblado del Estado de Vermont (EEUU) Desde allí continuó su extraordinaria  obra historiosófica comenzada con “Agosto de 1914” y cuyo ciclo completo bautizó “La Rueda Roja”, nombre que adoptó porque —dijo— “estamos hablando de una gigantesca rueda cósmica de fuego rojo destructor de la Patria Rusa, una galaxia en espiral, una rueda enorme que una vez comenzado su giro, todos los que están dentro de ella, se transforman en átomos indefensos“ (declaraciones a “Manchete”  Agosto de 1989).        Durante 1978 en memorable conferencia dictada en la Universidad de Harvard, hizo pública su visión sobre la perdida base moral de la Civilización Occidental expresando que “ella ha dejado de ser Cristiana pudiendo ser considerada más adecuadamente pagana“ ”No tengo —continuó— ninguna esperanza en Occidente y ningún ruso debería tenerla. La excesiva comodidad y prosperidad han debilitado su voluntad y razón. Durante el transcurso de su disertación expuso a fondo las raíces de la decadencia  pasando revista a las etapas culturales de nuestro mundo en las que señaló al Renacimiento con el subjetivista. Libre Examen desembocando en el Iluminismo racionalista en donde lo Humano, se convirtió en la medida de todas las cosas. “El nuevo sistema de pensamiento basó la civilización en la tendencia peligrosa a adorar el Hombre y sus necesidades materiales”. “Durante 300 años —prosiguió— Occidente ha ido registrando una eliminación de los deberes y una expansión de los derechos. En los comienzos, los derechos individuales eran concebidos sobre la base que todo hombre era criatura de Dios. Libertad si, pero responsabilidad religiosa. Nadie por entonces hubiera pensado en reclamar una libertad ilimitada simplemente para satisfacer sus instintos. Pero con el correr del tiempo esas limitaciones se fueron abandonando proclamándose una liberación total  de la Verdad Cristiana. Ya no se habló de responsabilidad

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del hombre ante Dios. La vida se hizo cada vez más materialista. Los progresos tecnológicos no redimen la pobreza moral del siglo XX”.        Sus públicas denuncias referentes a la connivencia entre bolcheviquismo y capitalismo liberal junto a sus ideas en lo religioso y político lo tornaron un objetivo para el ataque de los medios que también utilizaron la orwelliana  fórmula de silenciarlo como inexistente. Respecto a esta situación expresaba el escritor en 1989: “Entre la Unión Soviética y los EEUU hay como una línea de montaje. Todas la opiniones sobre mi, son exactamente iguales. En la Unión Soviética es comprensible. El Politburó aprieta un botón y todos hablan como ordenan. En los EEUU cuando soplan determinados vientos todos escriben de la misma manera y con unanimidad perfecta”. Sin duda aquí está la explicación del por que la “Inteligentsia” del mundo globalizado post crímenes de Yalta y Nuremberg  asumió una opinión negativa del Solzhenitzyn de los años setenta en oposición al Solzhenitzyn anterior.Nos tuvo Dios de su mano cuando redactábamos los párrafos anteriores ya que en ese momento nos entregaron un periódico en el cual el escribidor Mario Vargas Llosa expresa del gran caucasiano: “en la última etapa de su vida se dedicó a lanzar fulminaciones contra la decadencia de Occidente y  a defender un nacionalismo sustentado en la tradición y el cristianismo ortodoxo, se había vuelto una figura incómoda, hasta antipática, y ya casi no se hablaba de él”. Evidentemente la Verdad se transforma para el culto del relativismo democrático en algo políticamente incorrecto e inquietante. Por ello la policía del pensamiento lo fue marginando en un nuevo Gulag.       Tuvo la vida de Alexandr Solzhenitzyn toda la elocuencia pujante y viril de un inmenso acto de fe en Cristo a quien sirvió con su inteligencia y pluma en páginas para todos los tiempos. Conoció todas las tempestades y dio pruebas del valor con que se las puede vencer cuando se posee una pasión indómita por la Verdad.  Victorioso ha entrado en la inmortalidad con los que confesaron al Divino Maestro. De pie le rendimos  homenaje presentándole armas.  

Luis Alfredo Andregnette Capurro

Rioplatenses

LA PATRIA DESGARRADA                                    La República Oriental en las últimas décadas del siglo XX, fue escenario de la aparición de planteos críticos en contra de la “historia oficial” aceptada como dogma de fe en cuanto a que la Independencia de esta Banda  fue “reconocida por la Convención Preliminar de Paz el 27 de agosto de 1828”. Ésta sería según la línea dominante en la historiografía uruguaya: la coronación de un camino de “predestinación” de los Orientales “y no un hecho fortuito de la diplomacia y menos todavía una fórmula artificiosa”.                               La cosmovisión balcanizadora afirmada a finales del siglo XIX mostrando un Artigas separatista se sumaba al planteo que veía en Juan Manuel de Rosas un enemigo de los Orientales y al Presidente General Manuel Oribe un sicario del mal apodado “Tirano” de Palermo de San Benito. Esta fue la visión totalizadora que se impartió en los centros de enseñanza. Desde hace unos años respondieron a esa “historia ad usum delphinis” con una visión 

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revisionista de la Patria Grande el hoy fallecido Carlos Real de Azúa y Guillermo Vázquez Franco, entre otros historiadores con los que formaron un haz junto a las plumas de la Banda Occidental.                     Con alborozo, cuando se están cumpliendo 185  años de las Leyes de San Fernando de la Florida, escuchamos al Canciller Oriental Don Luis Almagro señalar que el verdadero sentido las leyes del 25 de agosto de 1825 “era pertenecer a las Provincias Unidas del Río de la Plata”. A ello agregó, con justeza histórica, (nobleza obliga reconocerlo) “que se trataba de un acto de identidad local en el marco de un proyecto regional amplio y generoso”. Ciñéndose a la verdad, expresó con contundencia: “La historia escrita hará primar la idea de independencia como factor diferenciador, pues la Banda Oriental debió seguir el rumbo que le imponían los tratados internacionales. Era el destino elegido por otros y no el forjado en los campos de batalla”.       El muy buen discurso que, como se ha señalado, no registra antecedentes en un acto oficial, fue objeto de observaciones poco convincentes. Tal el artículo que envió a la revista “Búsqueda” el  ex Presidente uruguayo Dr. Julio M. Sanguinetti, publicado el 9 de septiembre, y en el que expresa refiriéndose a las Instrucciones de 1813: “nuestro proyecto era el de confederación (alianza de soberanos) y no un Estado federal (soberanía única con autonomías relativas)”. Tal afirmación se ve desmentida por Francisco Bauzá cuando en el tomo III de su obra “Historia de la Dominación…, etc.”estampa que Artigas “estatuía la Confederación de la B. Oriental como paso preliminar al establecimiento de un gobierno común…” Poco más adelante el Dr. Sanguinetti escribe, en referencia a Inglaterra, que ésta “sólo procuraba la  paz para comerciar”. Las afirmaciones expuestas por el articulista, sumadas a otras que no podemos transcribir por su extensión, exigen que buscando la verdad histórica entremos en la liza. Veamos.                        Nuestra Independencia nació desconociendo un proceso que fue de fidelidad al tronco y los ancestros, manteniéndonos dentro de la Ecumene del Plata, expresión geopolítica cuya ruptura fue crimen de Lesa Patria. Descuartizamiento que Inglaterra propugnó forjando la siniestra red de la que resultó la Convención Preliminar de agosto de 1828, rubricada en Río de Janeiro. Allí estaba, en las sombras, John  Ponsomby, el maquiavélico “mediador” que amputó nuestro territorio negándole ser uno en la argentinidad. Vocación nacida con el alumbramiento de estas regiones en tiempos de los Reinos de Indias con el César Carlos I de las Españas  y NO de Coloniaje materialista como se ha afirmado con sentido equívoco. Unidad a la que jamás había imaginado renunciar.                       Un ejemplo notorio lo encontramos con  Artigas, quien marcó claramente su disposición en la reunión de Tres Cruces, el 5 de abril de 1813, en momentos de designar los diputados que lo representarían en Buenos Aires. Muy clara fue su expresión en un párrafo destacado de su discurso: “ni por asomo la separación nacional”, sentimiento que reiteraría varias veces en 1815. Una de ellas a Nicolás Herrera, ministro de Carlos María de Alvear, y poco después, a Blas Pico y José Rivarola, enviados del  Director Supremo Álvarez Thomas cuando otra vez dijo NO a la  Independencia de la Provincia Oriental propuesta por los delegados de la jerarquía Directorial.                               Con empecinamiento notable (permítaseme la expresión) mantuvo el planteo en los treinta años de su ostracismo paraguayo. A este respecto —como muy

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bien señala Vázquez Franco— cuando en una especie de reportaje se le preguntó por qué no volvía a su Patria independiente, el anciano Caudillo contestó: “Yo ya no tengo Patria”.Rechazaba de esta manera con fuerza, a la Convención anglófila  y pese a que los dados estaban echados (corría 1845 año de las agresiones del imperialismo franco británico) para el otrora Protector, la Patria era Una, Grande y Libre, la misma que años antes fuera el Reino del Río de la Plata.  Con esa afirmación desconocía la amputación mediatizadora. Tan notable era su repudio al engendro inglés, así como su visión estratégica, que no aceptó el ofrecimiento de Carlos Antonio López para comandar el ejército paraguayo en la guerra contra Don Juan Manuel de Rosas que preparaba Asunción, haciendo torpe juego a los Braganza. Con sangre pagarían  los paraguayos años  después desconocer la unidad de las tierras y de los hombres siempre presentes en la raza, como lo probó “el crimen de la Triple Alianza” de Britania, Mauá, Rotschild y sus sicarios Venancio Flores, Bartolomé Mitre y Pedro II.                         Pero continuemos el relato lineal luego que de la escena política desapareciera Artigas en 1820. Así, el intento de 1823 contra el usurpador brasileño. Sublevación que fracasó ante la negativa de apoyo expresada por el Bernardino Rivadavia justo en el instante en que el Cabildo de Montevideo, con fecha 29 de octubre, había declarado por enésima vez, su decisión irrevocable de Unidad Platense. En los dos años siguientes se preparó la reivindicación de la filiación oriental. Juan Antonio Lavalleja fue el jefe en la “Quijotesca empresa” (Busaniche dixit) contando con el apoyo de Tomás Manuel de Anchorena y de Juan Manuel de Rosas, quien relatará en 1868: “Recuerdo al fijarme en los sucesos de la Banda Oriental la parte que tuve en la empresa de los Treinta y Tres… procedí en un todo de acuerdo con el Ilustre General Don Juan Antonio Lavalleja y fui yo quien facilitó gran parte del dinero para la empresa…” En este sentido se expresa el citado historiador Busaniche: “Rosas, como hombre no sospechado por los brasileños había estado en Santa Fe y Entre Ríos interesando a Estanislao López y a León Solá. Llevando cartas de Lavalleja a los hermanos Oribe cruzó la campaña Oriental con el pretexto de adquirir campos en la zona del Bequeló, pero en realidad para establecer las bases de la insurrección...” Ella dio comienzo el 19 de abril de 1825 con el desembarco en la Playa de la Agraciada acompañando el manifiesto que decía: “Argentinos orientales: Las Provincias hermanas sólo esperan vuestro pronunciamiento para protegeros en la heroica empresa de reconquistar vuestros derechos. La gran Nación Argentina de que sois parte tiene gran interés en que seáis libres”.                     Dos meses después la Cruzada matrera establecía su gobierno en San Fernando de la Florida y llamaba a los Cabildos de la Provincia para que enviaran delegados “con poderes con el fin de decidir la reincorporación”. Ésta se proclamó el 25 de agosto con la ley que expresa claramente: “La Sala de Representantes… declara que su voto general constante y solemne es y debe ser por la unidad con las demás Provincias Argentinas a las que  siempre perteneció por los lazos más sagrados que el mundo conoce…” Y luego volvió a resonar la tradición en la voz del Brigadier General Juan Antonio Lavalleja dirigiéndose a las ciudades con Cabildo: “¡Pueblos! Ya están cumplidos vuestros más ardientes anhelos; ya estamos incorporados a la Nación Argentina…” La Guerra con el Imperio de Pedro I se presentó  como preocupante situación para el interés británico que creyó posible una victoria de las Provincias Unidas del Plata. Por eso hizo su aparición en Buenos Aires el altanero y donjuanesco John Ponsomby, Barón de Imokilly, como “mediador“  pero en realidad para segregar la estratégica

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Provincia Oriental. El plan había sido esbozado por Canning, quien le manifestara al enviado inglés el 28 de mayo de 1826: “Arroje cualquiera el más rápido vistazo sobre el mapa y verá que el comercio de todo el antiguo Virreinato de Buenos Aires y todas las tierras vecinas hasta la cordillera dependen para salir al mar de la libre navegación del Plata y que cualquiera que se adueñe de la Banda Oriental y Montevideo puede abrir o cerrar a los otros el Río de la Plata” (L. A. de Herrera: “La Misión Ponsomby”, Eudeba, 1974).                      Cortar el nudo gordiano era, según Canning: “Que la ciudad y territorio de Montevideo se hicieran independientes de cualquier país en una situación semejante a las de la ciudades hanseáticas de Europa” (Herrera: “La Misión…”, etc.). Toda la diplomacia del inglés, con sus dobles agentes “el bribón” (San Martín dixit) Manuel José García y el psicofante Pedro Trápani (socio comercial de Ponsomby), se volcó a preparar la segregación Oriental. No teníamos otro destino que el señalado a Bremen y Hamburgo para el Báltico o el de Gibraltar para el Mediterráneo. A  los problemas de la Patria se agregaron las maniobras financieras de los comerciantes ingleses y los metecos criollos manejando las libras del usurario préstamo que Rivadavia contrajera con el Baring Brothers Bank. Todo desembocó en la insolvencia, la inflación y el curso forzoso.                    Algo similar sucedía en el Brasil enfeudado a  los préstamos de la Banca Rotschild. En medio de los enjuagues delictivos, Rivadavia —sedicente Jefe del Ejecutivo— le decía a Ponsomby lo que éste informaba a Canning en Octubre de 1826: “Está convencido que la Paz es necesaria y que tal vez sea mejor que la Banda Oriental sea separada…” La coacción era el arma que el Foreing Office utilizaba cada vez con mayor fuerza. Y llegó a la impúdica amenaza. El Vizconde de Itaboyana, embajador del Imperio en Londres, hacía conocer sin eufemismos su reunión con Canning: “Me intimidó que si el Brasil no hacía la Paz con Buenos Aires, es decir que si no cede la Banda Oriental, Inglaterra se declararía a favor de Buenos Aires y contra Brasil…” Mientras, en estas latitudes, Ponsomby, en un alarde de cínica franqueza, le espetaba a Roxas y Patrón, Secretario de Relaciones de las Provincias Unidas: “Europa no consentirá nunca que sólo dos Estados, el Brasil y Argentina sean dueños de las costas orientales de América del Sur” (Herrera,op. cit.).                          Mientras así se continuaba la “negociación“ el gabinete de Buenos Aires intentó una nueva acción. Así le dice a sus delegados Guido y Balcarce en nota RESERVADA el 26 de julio de 1828: “…el gobierno cree que las últimas ocurrencias con motivo de los tumultos de las tropas extranjeras, los avances de la expedición del norte que hace su movimiento sobre Río Pardo que amenazará a Porto Alegre y que aumentando nuestra fuerza naval a órdenes del  Almirante Brown lo ponen en la necesidad de separarse de toda idea cuya tendencia sea la absoluta independencia de la Banda Oriental y formación de un Estado Nuevo…” A lo que los generales Guido y Balcarce contestan torpedeando las consideraciones llegadas con la firma del General José Rondeau. Así decían: “Finalmente la base de independencia absoluta libra a la República Argentina de una guerra doméstica con la Provincia Oriental y la libra con honor y provecho de ambas, pues ahora no es la Provincia de Montevideo la que lo exige, ni la República Argentina la que difiere su solicitud, sino LA DE UN PODER TERCERO QUE TIENE POSESIÓN Y DERECHOS PROBABLES QUE HACER VALER, FUERZA QUE APOYARLOS Y TÍTULOS EN SU MISMO DESPRENDIMIENTO, CON QUE ALGÚN DÍA ENAJENARÍA TAL VEZ LA AFECCIÓN DE LOS ORIENTALES EN PERJUICIO DE

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LA ARGENTINA COLOCÁNDOLA EN MAL PUNTO DE VISTA CON ELLOS MISMOS POR LA LIBERALIDAD CON QUE CARACTERIZARÍAN LA RESISTENCIA INESPERADA DE LA ARGENTINA A FORMAR DE LA ORIENTAL UN ESTADO INDEPENDIENTE” (Ernesto Quesada: “Archivo de la Familia Guido”) (resaltados nuestros).                         Es indignante el entreguismo de los comisionados. Finalmente se cumple el objetivo inglés con la firma de la Convención Preliminar de Paz, el 27 de agosto de 1828. Nada importaba la sangre derramada en Rincón, Sarandí, Juncal, Camacuá, Ituzaingó y en la conquista de las Misiones Orientales, episodio que había jaqueado al Imperio haciendo temblar a Pedro I. El General Fructuoso Rivera, que encabezó victoriosamente esa fulgurante campaña, mostró su indignación y así escribía a su amigo Gregorio Espinosa:“¡Qué gloria se han robado a la República Argentina!… Algún día saldrán los pueblos del letargo en que los tiene sumidos la embriaguez de una paz, la más ominosa y que jamás se podrá hacer otra cosa igual por mucho que se trabaje en imitarla…”, agregando: “Se corre precipitadamente a la Corte del Janeiro a ofrecer una paz humillante para el vencedor…”                     Fenecía la tercera década del siglo XIX. Ayacucho ya era historia y el heroico Brigadier Pedro Antonio de  Olañeta caía asesinado en el Alto Perú cuando continuaba la lucha para impedir que el Imperio de Isabel y Fernando, los Católicos Reyes del Yugo y las Flechas, cayese en manos de los mercaderes del Támesis.                  Era el formidable Sacro Imperio Romano Hispánico que, extendiéndose desde California hasta la Antártida, resistiendo durante trescientos años los ataques del enemigo, se hundía para convertirse en veinte republiquetas balcanizadas orbitando en el Imperio Británico. En el derrumbe, asimismo, nuestro Río de la Plata con Montevideo y la Banda Oriental serían convertidos por más de un siglo, en factoría informal de la Citylondinense, “Ad maiorem Gloriam Britania”.                  

Luis Alfredo Andregnette Capurro                                     

A 71 del inicio de la SGM

¿QUIÉN QUERÍA LA GUERRA?        Cada vez son menos los que mantienen en su retina el relámpago inicial de la que fue la más grande de las explosiones, ahora conocida como la Segunda  Guerra Mundial.  Aunque tal vez deberíamos llamarla la segunda etapa de la primera conflagración estallada en agosto de 1914. Cuando el 11 de noviembre de 1918 delegados del Kaiser y de la República Francesa firmaban en Compiègne el Armisticio con la condición de que la paz iba a ser lograda en un lapso de 36 días pensaban seriamente en un final del conflicto sin Vencidos ni Vencedores.  Pero “el bloqueo de los aliados en todo su rigor” (Churchill dixit) y la situación interna de Alemania, en donde el accionar bolchevique campeaba, impidieron el lapso fijado.

El 28 de junio de 1919 forzada por el chantaje y el hambre Alemania finalmente rubricaba en el Palacio de Versailles los tratados que en los siguientes dos decenios serían el origen de

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la Guerra estallada en septiembre de 1939.

Poco después se imponían  a los demás vencidos los “diktats” que debieron rubricar Hungría, Turquía, Austria y Bulgaria en Sevres, Trianon, Saint Germain, y Neully.  Europa se convertía en una inmensa bomba de tiempo.  Alemania era despojada de la Cuenca del Sarre con hierro y carbón, en tanto la producción iba hacia Francia.

El Imperio de los Hohenzollern (desposeído de 90.000 kilómetros cuadrados) hubo de ceder Etupen y Malmedy a Bélgica y las Provincias de Alsacia y Lorena a Francia.  En el norte Alemania hubo de renunciar a parte de Schlewig a manos de Dinamarca (que había sido neutral en la guerra) en tanto en el Este, el territorio de Memel, en el extremo norte de Prusia Oriental, quedó bajo jurisdicción de la Sociedad de las Naciones.  La Renania fue ocupada militarmente y el rico territorio del Rhür quedó colocado bajo jurisdicción francesa.

Se creaban  nuevos Estados que encerraban grupos étnicos que rechazaban su nueva situación. Aquí van algunos ejemplos. Checoeslovaquia fue un invento versallesco y francosoviético, que apuntaba al corazón de Alemania y contra todo derecho incluía Eslovaquia.  A ese extraño engendro se le regalaban la región de los Sudetes, que alojaba a más de tres millones de alemanes.  Polonia era restaurada con numerosas regiones alemanas como la carbonífera Posen con  Silesia, porciones de Prusia con centenares de miles de tudescos y Dantzig, que fuera ciudad alemana por siglos, se “estatuía en Libre”.

La maravillosa construcción de la Cristiandad Medieval: el Sacro Imperio Romano y Germánico que se mantenía como la Monarquía Dual Austro-Húngara, piedra fundamental en la defensa de Europa, fue desmembrada.  En los tratados de Saint-Germain con Austria y del Trianon con Hungría, los 52 millones de habitantes que componían la población fueron repartidos entre siete estados.  Sólo seis millones quedaron contenidos en la nueva Austria y ocho millones en Hungría, mientras una tercera parte de la población magyar quedaba fuera de sus fronteras en los territorios de Transilvania y Bucovina, de los que Rumania se había apoderado.

Desconociendo sus propios principios y promesas, los políticos democráticos de la Sociedad de Naciones sacaron de sus galeras una coneja: Yugoeslavia.  Ella englobó Serbia y las regiones de Montenegro, Croacia, Eslovenia, Bosnia, y Herzegovina.  Con ello el Estado “de los eslavos del Sur” lograba realizar el antiguo ensueño serbio de dominar el litoral del Mar Adriático.  El nuevo conglomerado, junto con Checoslovaquia y Rumania, constituyeron un factor más de discordancia.

Alemania fue despojada de sus territorios extracontinentales a favor de Francia e Inglaterra aún cuando todavía resonaban las palabras del Premier Lord Asquith, quien había afirmado que “ni su nación ni Francia hacían una guerra de anexiones”.

Para refrendar lo señalado también se incorporaron los territorios del viejo Imperio Turco en África y el Oriente Medio.  El problema de Ucrania (aún no resuelto) poseyó y posee una gran complejidad, ya que es una zona territorial habitada por rutenos que se extiende a lo largo de Rusia europea meridional, Polonia Oriental y la antigua Checoeslovaquia oriental.  Ucrania se constituyó en Estado Independiente en 1918, pero  fue reconquistada en 1923 por las hordas bolcheviques de León Davidovich Bronstein (a) Trotsky, para ser parte de la U.R.S.S.

El problema de las reparaciones fue otra de las situaciones que empeoraron los difíciles decenios que estamos intentando resumir.

En 1921 la Comisión de Reparaciones fijó el monto que Alemania debía pagar en 137 mil millones de marcos oro.  A la negativa alemana de pagar la astronómica cifra se respondió con la amenaza de permanencia de las tropas extranjeras por tiempo indeterminado en la 

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entonces llamada República Alemana de Weimar.

Con cínica franqueza el Presidente Poincaré señaló en conferencia de prensa el 27 de julio de 1922: “Lamentaría sinceramente que Alemania pagara.  Prefiero la ocupación y la conquista a embolsar el dinero de las reparaciones…”  Como dato curioso de la insanía que pareció haberse apoderado de los dueños de Europa, Peter Kleist señaló, a propósito de las llamadas reparaciones: “La suma de 132.000.000.000 más los cinco mil millones para pagar las deudas de guerra belgas representaba el total de las reservas de oro mundiales”.

Del caos en que quedó Europa luego de Versalles surgió un instrumento de los centros de  poder internacionales: la Sociedad de Naciones con sede en Ginebra.  Woodrow Wilson, con dientes de roedor antediluviano, fue el padre putativo de la moderna Babel ginebrina pergeñada en el seno de las logias, y que sólo trajo disensiones y enfrentamientos.  Como muy bien señala el historiador inglés general J.E.C. Fuller “ésta se convirtió en instrumento autocrático que legalizaba la guerra contra cualquier potencia que amenazase la integridad territorial y la independencia política de sus miembros declarando ilegal cualquier otra forma de conflicto…”  Por entonces la  Unión Soviética se consolidaba, con apoyo financiero, como punto de apoyo de la subversión marxileninista.

El cosmopolitismo materialista del marxismo disolvente removió las fibras más profundas  del hombre europeo.  La patria no podía dejar de ser la tierra de los antepasados.  Y reapareció, con sus Caudillos, lo que el mundo llamó Fascismos.  Esos movimientos surgieron como protestas, como una rebelión contra el estado de cosas parido en Versalles, y como anhelo de reconstrucción en cada región donde afloraba esa llama de vitalidad.

Y fueron ejemplos Italia, Alemania, Hungría, Rumania, España, etc.  En este sentido, no podemos dejar de citar nuevamente al general J. E. C. Fuller, quien en el tomo III, pág. 414, de “Batallas Decisivas de Mundo Occidental” escribe: “Entre estos artistas del poder destacan dos hombres imbuidos de una nueva filosofía: Benito Mussolini y Adolfo Hitler.  Ambos desafiaron el mito del hombre económico, factor fundamental del capitalismo socialismo y comunismo, exaltando en su lugar el del hombre heroico.  Ellos sostenían que mientras el sistema monetario se basara en el oro las naciones que hicieran acopio del mismo impondrían su voluntad obligando a aceptar préstamos con intereses”.  La fórmula básica era “la riqueza no es el dinero sino el trabajo”.  De ahí se iría a las importaciones por intercambio directo de géneros, con lo que cesaría el préstamo, golpeando ferozmente a los que “detentaban la posesión del oro”.  Capitalismo financiero o Sistema de intercambio.  He aquí otro factor a tener en cuenta en el estallido bélico inevitable.  Entumecida Europa con el trágico mecanismo de Versalles y sin voluntades concéntricas —como decía Mussolini— capaces de encontrar un punto para la revisión, el mundo caminaba hacia la guerra. 

Luis Alfredo Andregnette Capurro

HistóricasHERNANDARIAS:

CAUDILLO DE LA PATRIA GRANDE

Nació Hernando en Asunción en el Año de Gracia de 1560, siendo sus padres el Capitán Martín Suárez de Toledo y María Sanabria Calderón. Con estos progenitores corría por la venas del vástago la mejor sangre de España. Martín Suárez de Toledo era descendiente de

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los Arias de Saavedra con solar conocido en Galicia, de donde salieron para la Reconquista de Andalucía.

En la galería de sus mejores hombres se encuentra un Arias de Saavedra, Mariscal de Castilla y Comendador de la Orden Monástico Militar de Santiago, que no había desmerecido sus ancestros que lo vinculaban a través de Leonor Martel con el Emperador Carlomagno.

Por el lado materno nuestro héroe descendía de Juan de Sanabria, tercer Adelantado, que intentó llegar al Plata aunque la muerte frustró sus proyectos. Aquella misión fue continuada por su esposa doña Mencia, que con la jefatura de la expedición emprendió el viaje que culminó con la hazaña de hacer a pie, junto a sus hijas, el recorrido entre el Golfo de Santa Catalina y Asunción.

De las dos hijas de los Sanabria Calderón nos interesa especialmente María, que casó en primeras nupcias con el Capitán Hernando Trejo naciendo entonces Hernando Trejo, que fue Obispo de Tucumán y luego fundador de la Universidad de Córdoba. Ya viuda, María volvió a casar con Suárez de Toledo, matrimonio cuyo primogénito fue Hernando y que la historia conocerá como Arias de Saavedra, al haber adoptado el nombre de uno de sus abuelos.

Desde muy joven participó en un sinnúmero de expediciones fundacionales junto a Juan de Garay que más tarde sería su suegro. Su honradez y valor lo transformaron pronto en joven Caudillo como encarnación de la fe de guerreros y monjes que lo habían precedido. Llegó al gobierno en 1592 por decisión del Cabildo Asunceño. Durante los veinticinco años siguientes ocupó el alto puesto en cuatro oportunidades por designación directa del Virrey del Perú o de Felipe III, Rey de las Españas y Emperador de Indias.

De su gestión es necesario destacar su preocupación por la educación y la dignidad del indio. Fue también fundador de colegios para las artes y oficios: en estas escuelas se dio comienzo al nacimiento del arte hispanoamericano en el que se trenzaron lo español y lo indígena.

Las Casas de Recogimiento, instituidas por el César Carlos I de España y V de Alemania, en las que se daba asilo a las indias y mestizas hijas de cristianos difuntos fueron especialmente impulsadas por el Caudillo. Escuelas de primeras letras se erigieron para ser realidades concretas por Hernando Arias. Su preocupación por la Justicia lo llevó a dictar ordenanzas las que se confirmaron por un Sínodo que a sus instancias se reunió en Asunción durante 1603.

Las disposiciones establecían la prohibición del trabajo a menores de quince años y a los mayores de sesenta. Se estableció el feriado de los días sábados para que los naturales pudiesen preparar sus oraciones del domingo. Combatió el concubinato y promovió las misiones jesuíticas y franciscanas con fines religiosos y militares para frenar la expansión de las depredadoras “Bandeiras” portuguesas. Particularmente importante fue su expedición a la Banda Oriental del Uruguay donde introdujo la ganadería. Puede llamarse desde entonces el primer estanciero uruguayo oriental, poseyendo tierras sobre el Río Negro y el Río Uruguay.

Con visión geopolítica proyectó la fundación de Montevideo. Así decía en 1607: “Determinado tengo para la seguridad de esta Banda pasar a la otra Banda con gente y caballos y ponerlos en un puerto que se ha se descubierto y llaman Monte Vidio”. El título de “Protector de los Indios”le fue concedido por Felipe III quien le escribió en carta fechada en el Palacio del Pardo el 5 de mayo de 1612: “…olgado de que hayas aceptado y así continuéis favoreciendo y amparando los Indios mirando por su bien para que no sean vejados ni molestados…”

Pero en el batallar por el bien común hay un capítulo que se extendió por años y que fue su

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lucha contra los mercaderes “portugueses cristianos nuevos”. En esta contienda Hernandarias sufrió persecución y cárcel la que soportó, el integérrimo criollo, con entereza cristiana. Todo comenzó con la apertura del Puerto de Buenos Aires para un cierto número de esclavos. El “asiento” había sido muy debatido por teólogos y juristas ya que como señala Solórzano en su“Política Indiana” estaba prohibido por numerosas “Cédulas Reales”. Concedida la apertura fue seguida de nuevos permisos para mercaderías. Todo degeneró en un alud de contrabandos con la ruina para las industrias locales y fortunas para la oligarquía de “cristianos nuevos portugueses”.

La compleja situación escapa a la razonable extensión de este artículo. Pero veamos sus aspectos generales. En primer lugar la división social que mostró de un lado los mercaderes “portugueses” de dudosa sinceridad en su recientemente adoptada fe católica y por otro las familias enraizadas en la tierra, es decir los antiguos hidalgos de solar conocido.

Hubo sangrientas querellas y misteriosos asesinatos, como el del Gobernador Negrón. Era la lucha contra el denostado monopolio establecido por las Cortes de Valladolid y las Reales Cédulas de 1565 y 1569 que recomendaban las industrias americanas.

Las facciones surgieron con los nombres de los “Beneméritos” que agrupaba a los tradicionalistas y los “Confederados” es decir los asociados para un comercio fuera del control legal. En tal contubernio había funcionarios venales y los “mercaderes” vinculados a grupos de correligionarios en Amsterdam, donde finalmente llegaba la plata saqueada del Potosí.

El informe del Procurador de las Provincias del Plata fue veraz y contundente. A él se agregaba el desarrollo fabril de México y Perú considerado como notable. Miles de obrajes consumían enormes cantidades de algodón Cochabamba era un ejemplo. Llegó entonces el contrabando de Buenos Aires y sus efectos fueron letales. Las manufacturas de la Patria Grande del Cono Sur fueron literalmente barridas. Burócratas iscariotes facilitaban las gestiones de los “mercaderes” que realizaban el contrabando ejemplar que consistía en hacer llegar barcos con cargas de esclavos y mercadería, denunciándolos para comprarlos a precio vil y revenderlos con ganancias usurarias. Los magnates estaban encabezados por el primer banquero del Plata que adoptó como nombre Diego de Vega o Veiga.

De esta personalidad nos habla en un interesante trabajo titulado “Judíos Conversos” Mario Javier Saban nacido en la Argentina y conspicuo integrante del “Centro de Difusión de la Cultura Sefaradí”. En el capítulo XII, señala al acaudalado don Diego como “punto inicial para el estudio sobre las finanzas de la época”. “Llegó a ser unos de los promotores del Partido Confederado de claro corte portugués judaizante y en el momento lo encabezó como su jefe. Se enfrentó a los Beneméritos o Cristianos Viejos que deseaban aplicar las Ordenanzas Reales…”

Y comenzó la persecución de los Beneméritos. El Caudillo fue arrojado en un calabozo inmundo. Se burlaron las normas más elementales, incluso la que ordenaba respetar al Gobernador del Guayrá (nueva jurisdicción de Hernandarias). El Justo fue escarnecido, difamado, embargado y “negado tres veces”.

Pero Hernandarias sabía que sin Viernes Santo no hay Resurrección. Y llegó la Pascua a través del la Real Audiencia de Charcas la que sentenció el 9 de julio de 1624: “Buen Juez entero y limpio proceder en la Administración de Justicia y Observancia de las Cédulas de Su Majestad”.El Honor del Caudillo Hidalgo estaba vindicado.

Descansó en la Paz del Señor el 22 de diciembre de 1631.

Luis Alfredo Andregnette Capurro 

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Históricas

EL PROBLEMA DELA INDEPENDENCIA DE AMÉRICA

Hace un tiempo, por gentil deferencia del doctor don Miguel Ayuso Torres, recibimos el tomo XII de los Anales de la Fundación Francisco Elías de Tejada. Publicación cuidada y valiosísima que puede “enorgullecerse de ser un punto de referencia en el tradicionalismo de raíz hispánica”, y que por eso tomamos con respeto y afecto en nuestras manos.

En primer término debe anotarse que este volumen se abre con una sección de notas In Memoriam, a cargo del doctor Ayuso Torres, Secretario del Patronato de la Fundación. De esas páginas queremos destacar dos, que con justicia exaltan las figuras de los queridos camaradas y amigos inolvidables: Eduardo Víctor Ordóñez y Álvaro Pacheco Seré. Ellos representaron las orillas de la Patria Rioplatense. El recuerdo de don Miguel nos hace entrar en las hondas huellas del paso por esta vida de aquellos maestros que nos permiten continuar aprendiendo. Ambos, a no dudar, están “rogando ante el Altísimo por todos nosotros y su amada hispanidad”.

Proseguimos la lectura con creciente interés cuando en la Sección Estudios y tal vez movidos por la cercanía del segundo centenario de la iniciación de la crisis del Imperio Romano Hispánico (1808-2008) llegamos a un título en el que nos detuvimos. Éste no era otro que el que encabeza esta nota: “El problema de la Independencia de América”. El trabajo lucía la firma de Federico Suárez Verdeguer que “fuera Catedrático de Historia en la Universidad de Santiago de Compostela…” trasladándose más tarde a Pamplona para dar comienzo a la que luego fue Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, donde creó el Seminario de Historia Moderna. Como Director de la “Colección Historia” de esa Casa de Estudios debe destacarse en particular la edición de los “Documentos del reinado de Fernando VII en trece volúmenes aparecidos entre 1965 y 1972”.

De tan insigne profesor no podíamos dar crédito a nuestros ojos y entendederas que en la página 55 del tomo que nos ocupa estampara lo siguiente: “Así como en España… los Reinos de América reaccionaron como los españoles creando Juntas para la defensa de los derechos del Rey. El problema jurídico nace cuando las Juntas de América rehúsan el reconocimiento a la Junta Central o la Regencia” (las negritas son nuestras). “En 1814 —agrega— las circunstancias cambian y los argumentos deben cambiar también. Fernando VII regresa a España en la plenitud de su soberanía y con respecto a América vuelve a ser como antes de 1808. Si se levantaron en defensa de los derechos del Rey, su alzamiento ya no tiene objeto”.

Cabe entonces preguntar cuál era la situación legal de América en los comienzos del siglo XIX. La respuesta se puede sintetizar en forma clara y categórica. Las Indias no eran colonias sino Reinos y estaban unidos a la Corona de Castilla fuera de toda vinculación con el Estado español. Esto era lo que establecía el ordenamiento jurídico originado en los Pactos celebrados por el nieto de los Reyes Católicos con las autoridades indígenas locales.

Todo nos lleva a la época de Carlos V, cuando el César firma, a su paso por Barcelona, en el año 1519, los documentos por medio de los cuales se “estableció la Unidad e Intangibilidad de América”. Durante tres siglos, ése fue el Estatuto.

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Ya en el siglo XVIII el accionar de las logias masónicas y la difusión de las ideas iluministas golpearon la estructura sobre la que se apoyaba la relación de los Reinos de Indias y la Monarquía Católica. Como un ejemplo de esto podemos señalar que el fundamento teológico de la autoridad de los Austrias se fue debilitando hasta ser sustituido por el laicismo del poder civil que hizo el absolutismo de la dinastía borbónica, llegada con Felipe V. Un absolutismo cerrado que eliminó el peso iluminador de la Iglesia al que se agregó la adopción del liberalismo con sus ideas en educación y economía.

Y el problema hubo de estallar con la invasión napoleónica de 1808 y en un momento que se puede precisar: el 24 de setiembre de 1810, cuando las Cortes de Cádiz aprobaron la Ley por la cual se dispuso la extinción de Provincias y Reinos diferenciados de España e Indias para dar cabida “a una sola Nación Española”. Era la intolerable subordinación de lo criollo al masonismo peninsular de los liberales diputados gaditanos.

Así fue que se levantó el estandarte del Pacto de los tiempos de Carlos V para sostener la independencia de las Juntas. Pacto que no era el de los enciclopedistas sino el histórico firmado y lacrado con Sellos Reales entre las Indias soberanas y Castilla.

Y llegó 1814, año en el que, según Suárez Verdeguer, el Alzamiento ya no tenía objeto. Instalados los americanos en el campo jurídico, pensaron en la Paz y la Unidad con la restauración de la Monarquía Tradicional.

Consecuencia de ello fueron las misiones como la que desde Buenos Aires encabezaron Belgrano y Sarratea, portadora de un Memorial que decía: “El pueblo de España no tiene derechos sobre los Americanos. El Monarca es el único con el cual celebraron contratos los colonos de América; de él solo dependen y él solo es quien los une a España… La Ley de Indias es la mejor prueba del derecho de las Provincias del Río de la Plata… La Ley en cuestión es el contrato que el Emperador Carlos V firmó en Barcelona el 14 de setiembre de 1519 a favor de los conquistadores y colonos…”

Es indudable que esta Ley es la única que liga personalmente al Monarca y que no tiene relación con España. Pero las apelaciones al Monarca fracasaron porque Fernando VII era hombre desleal, insensible, con ladino orgullo y con un pétreo cerebro que no podía aceptar que su autoridad dependiera del cumplimiento del Pacto y de la “sumisión condicionada de sus leales vasallos”.

Manuel Jiménez Quesada, en “Las doctrinas populistas en la Independencia de Hispanoamérica”(Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Sevilla, 1947) transcribe lo que Fray Pantaleón García afirmaba en Buenos Aires allá por 1810: “La fidelidad no es un derecho abstracto que obliga a todo evento; es la obligación de cumplir el contrato que liga a las partes con el todo; obligación recíproca porque debemos guardar respeto y obediencia al Rey pero éste debe guardar nuestros derechos”. Las Cortes de 1810 y 1812, pletóricas de iluminismo jacobino, y Fernando VII con su avaricia absolutista, precursora del liberalismo, sellaron la destrucción del Imperio Católico. Crimen incalificable porque la Revolución (en el sentido del verbo latino “volver hacia atrás”) aspiró a una unión más perfecta con la Metrópoli. Tal como lo exponía el Restaurador el 25 de mayo de 1836 cuando refiriéndose a 1810 afirmaba: “No [se hizo la Revolución] para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles sino para fortalecerlos por el amor y la gratitud…”

El Padre Suárez Verdeguer, que fuera Preceptor y Capellán de quien hoy ocupa el Trono de España, tal vez “con signo intelectual declinante” (“declinante incluso en la propia Universidad de Navarra donde se asentó por el contrario el catolicismo liberal enragé…”) escribió al final delEstudio lo que colmó nuestro asombro.

Al preguntarse qué es lo que constituyó el alma de la secesión, se contesta que hay que buscarla“en los signos de los tiempos”. Agregando en párrafo inmediato que “una nueva

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generación que no pensaba ni sentía como sus abuelos, que estaba desarraigada del pasado porque hundía sus raíces en el sistema que las luces habían descubierto”. Ya ubicado cómodamente en el plano gaucho del historicismo sólo le faltó hablar de “los vientos de la historia”. Páginas para dejar en un piadoso olvido.

Qué pena.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

Literarias

MILITAR ES CONDUCIR LA VIDALuis Eugenio Togores Sánchez:

“MILLAN ASTRAY LEGIONARIO”,Madrid, La Esfera de los Libros, 2005, 495 páginas.

El autor, Doctor en Historia Contemporánea, es Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad San Pablo CEU de Madrid. A su pluma debemos además la notable biografía de Agustín Muñoz Grandes, Héroe de Marruecos y General de la División Azul, que comentáramos en el número 75 de “Cabildo”.

En esta oportunidad nos encontramos también ante un libro que sorprende y atrapa, ya que el lector de las disciplinas biográficas o narrativas conoce que no es infrecuente cuando abre uno de estos trabajos encontrarse con lucubraciones o amaños insinceros de episodios no experimentados y menos aun probados. Aquí, desde las primeras páginas se asienta la regla de oro de la Verdad que se acata como las obligaciones de la sangre y los compromisos del honor.

Y tales virtudes emanan desde la misma personalidad humanísima de José Millán Terreros, nacido hace ciento treinta años en La Coruña, un 5 de julio de 1879, en el hogar formado por el abogado José Millán Astray y Pilar Terreros.

En 1928 firmaría con sus dos apellidos paternos (Millán Astray) por el orgullo que sentía por él y como forma de reivindicarlo ante la difamación de la que fuera objeto durante años. Días terrenos transcurridos con pasión en el lapso histórico que va desde su bautismo de fuego en Filipinas en 1896 hasta su

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fallecimiento el 1º de enero de 1954. Allí está la hermosa filosofía de la obediencia que es la pura formulación del heroísmo. Y eso es militar porque es conducir la vida por el único cauce. Tal como escribía Quevedo:“Vibre la mano el rayo fulminantecastigando soberbias y locurasy si militas volverás triunfante”.El Doctor Togores comienza la excelente biografía con un capítulo que titula: “Los once días que decidieron el futuro de España”. Corrían las primeras semanas de la Cruzada. España estaba dividida entre la Nacional y la Roja. El falangista Comandante Yagüe marchó sobre Badajoz con varias Banderas de la Legión. El ataque se realizó a bayoneta calada y fue un vía crucis de horas interminables. Finalmente una de las columnas logró alcanzar el Ayuntamiento desde donde informó a su Jefe: “Atravesé la brecha. Tengo catorce hombres. No necesito refuerzos”.

Mientras tanto, José Antonio ofrecía a Dios su holocausto en la mazmorra marxista. El 27 de septiembre era liberado el Alcázar de Toledo luego de 78 días de asedio. En el mundo resonaban las palabras del Coronel Moscardó, cuyo hijo había sido fusilado porque su padre rechazó la rendición: “Mi general. No hay novedad en el Alcázar”.

El 1º de octubre Francisco Franco Bahamonde, en Burgos, con cuarenta y cuatro años, asumía como Generalísimo y Jefe del Estado español. Su exaltación como Dux estaba en la línea que marcaba Alfonso el Sabio en las Leyes de Partida: “Acaudillamiento es la primera cosa que los hombres deben hacer en tiempos de guerra, porque nacen de hecho tres bienes: que los hace unos, el segundo que los hace vencedores, el tercero que los hace tener por bien andantes y de buen seso…”

Comenzaban por entonces los cuarenta años de una etapa extraordinaria en la vida española que contó, en esas horas de decisiones irrevocables, con el apoyo patriótico de los militares africanistas encarnados en Millán Astray. Guerrero de valor indoblegable que al frente de la Legión en 1921 y dando ejemplo de “vivir peligrosamente” perdiera el brazo izquierdo. El muñón, con las terminales nerviosas al aire, lanzaba descargas de dolor a cada roce. En 1924 otro disparo enemigo le produjo la pérdida de un ojo, partiéndole la mejilla y astillándole la quijada. Una cefalagia ceñía sus sienes “como el laurel de un César del martirio”. Numerosas eran las cicatrices de su pecho que cubrían las condecoraciones. Todo muestra un guerrero íntegro que en aquel 1936 se incorporaba de lleno a la Gloriosa Cruzada de Liberación.

En 1929 había realizado un viaje a Montevideo y Buenos Aires. Cuánto honor para la Patria Grande ser visitada por héroes como éste, que llegaban a corazón abierto a dictar diversas pláticas.

En Montevideo adoctrina con la conferencia dictada en el Ateneo de la Plaza Libertad. En Buenos Aires, igual éxito en el Club Español, alojándose en el Gran Hotel España de Avenida de Mayo 942. El mundo rioplatense no estaba frente al Millán Astray que vivió inmerso en la Europa liberal de los años que rodeaban los cambios del siglo XIX al XX. El liberalismo es un precedente de la anarquía. El bolchevismo lo mostraba en esos años. El caos democrático que estalló luego de 1918 lo expresaba.

Superar la “gran fatiga” de la civilización con sus síntomas de decadencia en las costumbres e impotencia de la autoridad estatal llevó a la élite de la

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Europa tradicional a la convicción de que en los hombres y la sociedades debían restaurarse las virtudes heroicas: Valor, Fuerza, Energía, Ascetismo. Es decir, valores religiosos, jerárquicos y militares que se expandían desde la Roma Cesárea de Mussolini y a los que se llamó Fascismo, pero de los que se puede afirmar con Verdad que vienen desde el fondo de los siglos porque son chispazos de Dios.

En esa línea estaba el pensamiento del General Millán Astray cuando honró, por dos veces consecutivas nuestras tierras, que son las del eterno Sacro Imperio Hispano Romano y Germano.

Ése fue el Guerrero que el 20 de septiembre de 1920 vio corporizarse la Legión, de la que fue Fundador con los “primeros cien que seguían las Águilas del César”. En “La forja de un rebelde”, Arturo Barea escribió: “Realizó Millán Astray la tarea que se había propuesto al infundir en sus soldados un espíritu afín al que en el siglo XVI llevó a los conquistadores y a los Tercios de Flandes a insospechados niveles… Su éxito se debió a los principios que iluminaron sus ideales: acometividad en el combate, amor fraternal hacia camaradas y oficiales, resistencia física y voluntad de lucha, sumisión a la más férrea disciplina, desprecio a la muerte y espíritu de Cuerpo...”

Pero hubo otras fuentes donde abrevó Millán Astray y fueron el Código Bushido de los Samurais del Imperio Nipón y las obras de Cervantes sobre “Armas y Letras”. Ambas estaban sobre su “mesilla nocturna” y eran, dice su biógrafo, “de lectura constante”. Cuando el Código Imperial japonés fue traducido, Millán Astray lo prologó (en 1941). De esas páginas que en parte trascribe el Dr. Togores entresacamos algunos aspectos:

“El Bushido es el Código de moral ascética de los Samurais… Se ajusta a las virtudes del alma japonesa: caballerosa, guerrera, sencilla, de culto profundo a los antepasados… Los cuatro principios fundamentales del Bushido son: No dejarse sobrepasar por nadie en sus ideales. Servir al Jefe Supremo. Ser fiel a los Padres. Ser Piadoso y Sacrificarse en Bien de los Demás. Los cuatro votos que impone el Bushido son: La Fidelidad, la Dignidad, la Prudencia y la Muerte. El Camino de los Caballeros es: Culto del Honor, Culto del Valor, Culto a la Cortesía y Culto a la Patria. Las pestes del Bushido son: el Sueño, la Disipación, la Sensualidad y la Avaricia”.

Poco después de la publicación, declaraba el General: “Es un interesantísimo libro y muy provechoso para las juventudes de un pueblo que después de larga decadencia renace… En el Bushido inspiré gran parte de mis enseñanzas a los Cadetes de Infantería en el Alcázar de Toledo… Y también en sus páginas apoyé el credo de la Legión con su espíritu de combate, de amistad, sufrimiento, disciplina y dureza al acudir al fuego…”

La obra de Millán Astray fue lo que en lenguaje heroico se llama “hacer Patria”. La hizo en batallas y formando generaciones. Siempre dando ejemplo y predicando. Poco antes de fallecer definía el Valor: “Es la causa por la cual los hombres arrostran el peligro y llegan a sacrificar su vida, exaltándose con el nombre de Virtud cuando se emplea en nobles ideales: Dios, Patria, Honor, Caridad y Libertad con Justicia”.

Por el momento un punto suspensivo. Y como a nosotros no nos es posible tratar exhaustivamente las documentadas páginas del Doctor Eugenio

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Togores Sánchez vamos a volver sobre la personalidad del homérida mostrando en recensión aquellos años. Durante ellos abordaremos en lo posible su sentencia: “Muera la intelectualidad traidora”, culpable de la tragedia española y profecía del Gramscismo.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

Arriba España

CARLOS V,EMPERADOR ROMANOY DE LAS INDIAS

El 21 de setiembre se cumplieron 451 años del tránsito hacia Dios de Carlos V, luego de cincuenta y ocho años recorriendo los caminos terrenales.

Con la muerte de Carlos de Habsburgo se cerraba una de las vidas estelares que para asombro del mundo han pasado por la rueda de las edades. “Carlos, por la Divina Clemencia, Emperador siempre Augusto, Rey de Alemania, de Castilla, de León, de Aragón, de las Dos Sicilias, de Jerusalém, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Lombardía de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano, Archiduque de Austria, Duque de Atenas, Duque de Brabante, Borgoña y Milán, Conde Flandes y del Tirol”. Nombre y jerarquías que conservan su valor aún en presencia de la muerte.

Y decimos “en presencia de la muerte” porque ella da plenitud al sentido de la vida. Durante su transitar, fue el César Imperator emblema de la Verdad, en lo eterno e inmutable que ésta posee y, en la Fe superior que exige culto, sacrificio y abnegación sin límites. Puso en todos sus actos luminosidad y rango haciendo legítimo el vivir para el servicio del Sacro Imperio Católico Romano“donde no se ponía el Sol”.

Voluntariamente y por seguir a Cristo abdicó coronas y tronos para elegir el lugar en el que rendiría las cuentas más esenciales de su existencia. Su retiro lo cumplió en el monasterio jerónimo de Yuste, en la región extremeña, lugar en el que, al decir de Rafael García Serrano,“habían nacido los héroes” y de donde partieron para darle al mundo el milagro americano con su hermosa e imprevista dimensión.

Allí murió en 1558 quien consolidó en España la Unidad política de los Reyes Católicos, para lo cual tuvo que desbrozar el camino cerrado por la oposición de los Comuneros, demagogos pequeños burgueses, que como muy bien escribiera Ximénez de Sandoval “querían administración y no Imperio, querían un Rey y no un César… mientras el Águila del Habsburgo bebía cielos altísimos horizonte adelante…”

Había explotado por entonces la anarquía del apóstata Martín Lutero, merced a la cual se diseminarían todos los males que llegan a nuestros días “con la cristiandad subrogada y secularizada”. Anhela la paz pero se le imponen cuatro guerras con Francia por el maquiavelismo de su Rey Francisco I, quien conspira con los luteranos e intenta una alianza con los Turcos para destruir al Sacro Imperio Romano y a su César.

La victoria le va a permitir a Carlos V dar una pública muestra de su espíritu católico al perdonar a Francisco I, su prisionero luego de la batalla de Pavía dejando de lado la posibilidad de desmembrar al Reino Galo. Moderado en la victoria, desprecia al imperialismo

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en el sentido avaro que le damos en el mundo de hoy.

Combate y vence a los príncipes protestantes, y en Mulhberg restaña las heridas que ha provocado el liberalismo luterano pariendo entre horrores la demencia comunista de Juan de Leyden y sus anabaptistas. Su firme espada defiende a la Cristiandad de los turcos del Sultán Solimán, que sitiando Viena amenazan a toda Europa.

No es un conquistador, pero ataca Túnez y Argel para eliminar a los piratas sarracenos de Barbarroja y así posibilitar la vida de los cristianos que habitan en las costas del Mediterráneo.

El Águila Bicéfala ostentada en el acero de su escudo marcaba sus objetivos: Misión y Cruzada.Para ello preparó la reconquista de Bizancio y de los Santos Lugares. No pudo llevar adelante la empresa porque Europa tomaba el camino centrífugo de las Monarquías regionales y Carlos defendía una “sociedad corporizada contra el enemigo a la vez religioso y político”.

El César profundamente creyente no podía imaginar el Imperio sin el cimiento de la Fe Católica. A este respecto señala el doctor Florencio Hubeñák, en el estudio titulado “Roma: El Mito Político”(Buenos Aires, Ciudad Argentina, 1997) “…la experiencia más acabada del pensamiento imperial español tuvo lugar con el Emperador Carlos V. Éste, en un contexto providencialista y mesiánico que retomaba la misión evangelizadora y expansionista de Roma se encargó de «resucitar una ideología que no estaba muerta…» y aconsejado por sus consejeros europeos —especialmente el italiano Mercurino Gattinara— asiduo lector de «De monarchia» de Dante intentó una vez más —con espíritu de Cruzada— la unificación político religiosa del mundo según le correspondía por su función imperial”.

Restauración real de la Cristiandad como Obstáculo. He aquí la gloriosa característica de la historia de Carlos V: luchar contra la desintegración para posibilitar la continuidad del ideal histórico del Sacro Imperio que no podía ser otro que el de la subordinación ministerial del Estado a los fines de la Iglesia Católica.

La concordia del Sacerdocio y el Imperio realizada en los momentos más gloriosos de nuestra Civilización, donde se fundieron los elementos griegos romanos y germánicos con la revelación cristiana alma inspiradora e informadora. Independencia y Unión de ambas potestades expuestas en la enseñanza de los Vicarios de Cristo. Bonifacio VIII con la Bula “Unam Sanctam” y León XIII en las Encíclicas “Immortale Dei” y “Libertas”.

“Por sus frutos los conoceréis”, y ellos justifican el accionar profético de Carlos V de Europa. Con su abdicación y muerte se disipaba la clara visión política de la Unidad de Roma aeterna y el origen Sagrado del Poder, el que como le sentenció Jesús a Pilatos “es dado desde lo alto”. Se removió el Obstáculo y avanzó el secularismo modernista pese a todo resistido hasta 1916 cuando en pleno “suicidio de Europa” fallecía Francisco José de Habsburgo, Emperador de Austria Hungría, última expresión del Sacro Imperio.

A través de Carlos V “Cesárea Católica Real Majestad”, Roma, precedida por la Cruz y la Espada, llegó a nuestra Hispanoamérica. Ella, por Real Cédula de 1519, fue declarada “Reyno de Indias”, “con promesa y juramento que siempre permanecieran unidas para su mayor perpetuidad y firmeza…”

He aquí el por qué somos Cristiano América, y nuestra cultura la del “Cuerpo Místico”. Alma de nuestro ser que hizo que nuestras Ciudades y Universidades hayan nacido alrededor del centro que es la Iglesia. Santa Madre que también impregnó “de contenido espiritual y religioso la civilización rural”. “Mundo —como lo expresa Antonio Caponnetto en un reciente alegato— de significados tradicionales, ritos aldeanos y ciclos litúrgicos, con distancias medidas por los vergeles y el tiempo por las puestas de sol; con ese cristianismo

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empírico y rubicundo de fervores marianos e impetraciones celestes, y ese horizonte campesino bordado de cruces y de enseñas patrias…”

En los días que corren valoramos como nunca la grandiosa acción religiosa y política del César Carlos de Habsburgo, su comprensión humana con notable sutileza en la Leyes de Indias y su carácter teológico que prevalece sobre cualquier aspecto económico.

Han pasado centurias y continúa brillando lo que expresara en momentos de entregar el símbolo de los poderes a su hijo Don Felipe II: “Y señaladamente cuanto al Gobierno de las Indias es muy necesario que tengáis solicitud y cuidado de saber y entender cómo pasan las cosas allá, y de asegurarlas por el servicio de Dios y porque tengáis obediencia que es razón con la cual dichas Indias sean gobernadas en justicia y se tornen a poblar y renacer”.

El Imperio de Carlos V —dice Menéndez Pidal— es “la última gran construcción histórica que aspira a tener un sentido de totalidad; es la más audaz y ambiciosa, la más conciente y efectiva, apoyada sobre los dos hemisferios del planeta y, como la coetánea cúpula de Miguel Ángel, lanzada a una altura nunca alcanzada ni antes ni después. El reinado de este Emperador euro americano queda aislado, inimitable…”

En este especial aniversario nos ha movido un objetivo: que la figura del Emperador Carlos V estuviera en Internet con su vibrante grandeza. Dios quiera que lo hayamos conseguido.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

En la semana del Alzamiento (I)

EL GUERRERO HEROICOCON CAMISA AZUL 

“Cuando regreséis a España y nuestras gentes se os acerquen con el natural afán de saber de vuestra vida en Rusia, jamás les habléis de vuestras propias heroicidades, sino de las gloriosas

hazañas que realizaron los que aquí han muerto para que España viva” (Agustín Muñoz Grandes)

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Hasta hace muy poco carecíamos de la biografía definitiva que el Capitán General Agustín Muñoz Grandes merece. Ese vacío ha sido llenado por el Doctor en Historia Contemporánea, Luis Eugenio Togores Sánchez, ex Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad San Pablo CEU de Madrid, con su libro “Muñoz Grandes, Héroe de Marruecos, General de la División Azul”, publicado en Madrid por la editorialEsfera de los Libros.

El trabajo fruto de una profunda investigación que recoge documentos públicos y cartas inéditas se compone de 14 capítulos que suman 512 páginas las que forman parte de una trilogía sobre los generales africanistas que fueron bastiones en la Cruzada, iniciada el 18 de julio de 1936.

Pocas figuras contemporáneas se prestan tanto como la de Agustín Muñoz Grandes para ser mostrado como arquetipo de Caballero Cristiano. Nacido en el barrio madrileño de Carabanchel el 27 de enero de 1896, en un hogar de clase media baja, formado por el matrimonio Muñoz Vargas - Grandes Merino. Se cernía por entonces la guerra con los Estados Unidos cuando el gigante yankee afilaba sus garras sobre Filipinas y Cuba, provocando, Teodoro Roosevelt, el“casus belli”, con el autohundimiento del “Maine” en la rada de La Habana. Un siniestro accionar cuyas copias en serie se repetirán con pertinacia diabólica en la centuria siguiente con el hundimiento del “Lusitania”, además de Pearl Harbor, la Bahía de Tomkin y la guerra contra Irak por el misterioso suceso de las Torres Gemelas y las inexistentes armas de destrucción masiva de Saddam Hussein.

Pero dejemos a un lado las digresiones y retomando el libro que nos ocupa leamos lo que señala el doctor Togores: “…la vida del que sería quincuagésimo segundo Capitán General del Ejército español desde los tiempos de Carlos III, comenzó el día en que siendo aún un niño tomó la decisión de convertirse en soldado”.

Tenía apenas trece años cuando ingresaba en la Academia de Infantería de Toledo. Parafraseando a José Ortega y Gasset podemos afirmar que había en aquel jovencito el ánimo guerrero pleno de magnífico apetito vital que se traga la existencia sin pestañear con todos sus dolores y riesgos. Elementos esenciales de su vida que sólo los dejó cuando su alma marchó hacia la plenitud de Dios el 11 de julio de 1970.

Imberbe cuando desembarca en África. Ya son los tiempos de la Guerra en Marruecos. Tiene Fe por lo que obedece y combate hasta alcanzar la meta fijada por la superioridad. Su obra es lo que se llama “hacer Patria”, ganando territorios y formando guerreros con el ejemplo. La guerra iba formando lazos irrompibles entre los que después serían importantes jefes en la liberación de España de manos de la masonería roja. Allí estaban Sanjurjo, Franco, Millán Astray, Mola, Yagüe, Goded, Queipo de Llano, Varela y Muñoz Grandes.

Cuando instalada la República el drama comenzaba con la quema de templos, asesinatos y huelgas, todo lo que podía llamarse orden político, tradiciones, vidas, haciendas, proyectos, comercio y convivencia aceleró su marcha hacia un caos irracional.

La llegada al gobierno del Frente Popular marxista en febrero de1936 mediante la “justa electoral” consumó la desaparición de cualquier atisbo de legitimidad. Se instaura el Terror Bolchevique Jacobino. Es la Tiranía del Poder de Logias y Soviets con el brazo armado por milicias de la insanía babélica. Los asesinatos de José Calvo Sotelo y el Vía Crucis, con fusilamiento luego de nueve “Procesos” a los fue sometido el César de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, es la situación histórica que inicia y desarrolla el Alzamiento de las fuerzas nacionales.

En esos días el Coronel Muñoz Grandes queda retenido en la zona controlada por las checas rojas. Así relata esos momentos un documento de su archivo particular: “Sin

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destino militar y con el grado de Coronel le sorprendió el Movimiento siendo uno de los que no pudo salir de Madrid. Fue conducido entonces a la Cárcel Modelo, pero, sin ser identificado plenamente. Aún así fueron muchas veces las que su nombre sonó en las sacas y presenció asimismo aquel horrendo crimen de la matanza e incendio de la Modelo. Cuando ya no le era posible seguir burlando la jauría que seguía su rastro, logró evadirse de la prisión, y tras largo calvario llegó a la zona nacional (marzo de 1937) para incorporarse al frente mandando las Brigadas Navarras”.

Así lo recuerda la historia relatada por los que con él estuvieron a lo largo de toda la cornisa cantábrica, desde Santander hasta Oviedo, venciendo en Aragón hasta Seo de Urgel y luego hacia la frontera francesa en saltos de audacia y heroísmo.

Luego de finalizada la Cruzada el Caudillo designa a Muñoz Grandes como Ministro y Secretario General del Movimiento. Desde su alto puesto pone de manifiesto su conciencia católica y falangista reorganizando los Sindicatos Verticales, luchando por el mejoramiento de los salarios, creando cooperativas, mejorando las condiciones de vida de los obreros agrícolas y disponiendo nuevas técnicas de repoblación forestal.

“A cinco meses del final de las hostilidades y con todas las heridas a flor de piel” emite una circular en la que en su parte clave expresa: “Falangistas: no olvidéis que vivimos horas de paz, la nobleza e hidalguía universalmente reconocida a los españoles ha de hacer que practiquemos la norma de gloria al vencedor y piedad para el vencido; piedad que cuando hay que ejercerla con los que vieron por primera vez bajo nuestro cielo y crecieron sobre la misma tierra ha de convertirse en afecto”.

Durante su gestión surgieron de la Secretaría General el Instituto de Estudios Políticos que encararía durante los años cincuenta la reforma de Estado. Se establecieron las misiones de la Sección Femenina incorporándosela al Servicio Social. Se ganó la confianza del Sindicato Español Universitario, al que durante su Cuarto Consejo Nacional le comunicó su preocupación por los trabajadores que deberían marchar junto a los universitarios, eliminando ofensivas diferencias de clase.

Por otra parte, se crearon los Colegios Mayores Universitarios, dando entrada a los estudiantes con escasos recursos. Su lucha contra los arribistas y aprovechados recién llegados se concretó en una disposición por la cual ordenaba: “cesen inmediatamente en sus puestos de mando los que estando en edad militar no fueron a la guerra”. Su austeridad y especial manera de actuar, dejando de lado la política menuda, mostraban al falangista ideal que José Antonio había definido como “mitad monje y mitad soldado”. De ahí su choque con el sector de Serrano Súñer y que tan bien desarrolla en numerosas páginas el doctor Luis Togores Sánchez.

La renuncia de Muñoz Grandes al cargo de Secretario General del Movimiento, le dejaba abierto el camino para marchar al frente de la División Azul en la Cruzada antibolchevique iniciada en junio de 1941. El inmediato apoyo de los Estados Unidos y de Gran Bretaña a la U.R.S.S. mostró que Stalin era un secreto y fiel aliado del plutocrático demoliberalismo. Dos rostros en una sola cabeza.

El nuevo Jano del materialismo se mostró sin pudor. España no dudó. Allí estarían sus Camisas Azules con el Haz de Flechas bordado en rojo ofreciendo juventud a la guerra más dura que conoció la historia. Dos investigadores norteamericanos —Kleinfeld y Tambs, citados por el autor— narran el ambiente en el Madrid de aquellos días: “Una vez más España descubre su misión universal”. “Haremos a los rusos una devolución de la visita”. “La Falange combatirá al comunismo en su madriguera”. “Masa de hombres de diversas edades, desde jóvenes imberbes a viejos anticomunistas de pelo cano, presionaban hacia las mesas en el centro de reclutas…” Una cita a la que España no podía faltar porque esa guerra era un importante capítulo de la lucha universal contra el marxismo que iba a marcar

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el resto del siglo XX y que gramscianamente continúa.

Los Voluntarios Españoles en Rusia, acaudillados por Muñoz Grandes, pronto fueron conocidos como División Azul cuando, desde el Jefe al último de los combatientes sacaron el cuello de la Camisa Falangista por encima de la guerrera verde. Nadie podrá olvidar jamás aquella estremecedora arenga entre los bosques de Grafenwohr. Muñoz no pedía para sus hombres más que el privilegio de ganarse el trozo de tierra en que morir por la defensa de la Civilización Cristiana. Y el 20 de agosto de 1941 comenzó la larga marcha de más de mil cuatrocientos kilómetros en dirección a Smolensko, y luego hacia Leningrado. El sector más gélido e inhóspito donde se combatía con cuarenta grados bajo cero.

Ninguna historia escrita con veracidad podrá callar la gesta de aquellos Caballeros de la Nueva Cruzada que cayeron en Possad combatiendo casa por casa, igual en Possalok que en el cementerio de Otenski, o en la posición Intermedia. A éstos especialmente honró Muñoz Grandes, informando: “tributo de gratitud a los valientes de la posición que rindieron culto al honor militar cumpliendo la orden recibida. No es posible retroceder, tenéis que estar allí clavados y efectivamente cuando nuestras tropas recuperan la posición defendidas por unos héroes, todos están allí, muertos, ni uno solo retrocedió. La barbarie bolchevique, el poco tiempo que dominó la posición, lo empleó en clavar nuestros muertos al suelo. La orden había sido cumplida, allí estaban los nuestros clavados…”

Días después (enero de 1942) un hito más en el heroico de la División Azul era relatado de esta manera por su General en carta a su esposa: “La guarnición germana estaba sitiada en Wswad. Hacia allí marcharon 200 de nuestros hombres atravesando el Lago Ilme (36 km. helado y luego seguir otros 30 km.). Sólo han quedado doce, pero la orden fue cumplida… Han combatido sin cesar día y noche durante 19 días y algunos a 53 grados bajo cero. ¡Enorme! ¡Qué contraste! En esta carta van juntas la Gloria y la Mier! Así es y será siempre la vida… Explícale bien a nuestro hijo todas estas cosas”.

En todos lados, Muñoz Grandes, con su sencillo capote, en el punto más difícil. Siempre presente su austera figura compartiendo los cañoneos, las angustias, el dolor de los que no vacilaban, clavarse en la tierra helada para formar murallas que defendieran la cultura griega, romana y germánica. Al estilo de un Caballero del Greco, poseía el alma mística que resistía todas las pruebas de sus diez heridas de guerra. Su pecho cubierto de condecoraciones nunca lució ninguna de acuerdo a su natural austeridad. Sin embargo había dos ante las cuales se emocionaba: el Gran Collar de la Orden Imperial del Yugo y las Flechas, junto a la Cruz de Hierro con Hojas de Roble.

Falleció siendo Vicepresidente del Consejo del Reino y Jefe del Alto Estado Mayor en el Gobierno que encabezaba Francisco Franco, pero oponiéndose a la voluntad del Caudillo de ser sucedido por Juan Carlos, como Rey de España.

Con decenios de anticipación atisbó la felonía liberal preparada por una Obra que se autodenomina de Dios pero con terrenales objetivos inmanentistas. La consigna era “todo, menos el joseantoniano Muñoz Grandes”. Los democristianos preparaban el asalto al poder a espaldas de Franco. Así escribió Laureano López Rodó, según cita del biógrafo en la página 506.

El Estado del 18 de Julio estaba condenado a muerte. Ello traería la legalización de la partidocracia: “el comunismo, la pornografía, los matrimonios homosexuales, el aborto y las autonomías” preparadoras de nuevos reinos de Taifas.

Muñoz Grandes entregó su alma a Dios sin ceder un ápice en los ideales del “mejor hombre de España”. Por ello la justicia del homenaje rendido por miles de Camisas Azules que desfilaron aquel 13 de julio de 1970 ante su féretro brazo en alto y cantando “Yo tenía un camarada”.

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Han pasado 39 años y los hispanoamericanos volvemos a reiterar el ¡PRESENTE! al Grande que, en horas de mediocridad, nos inspira porque pertenece a todos los tiempos su ejemplo de Camisa Azul, que es Impulso Apasionado, Valor y Lealtad.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

Alboradas de Reconquista

INVASIONES INGLESAS 

Todo lo que existe sólo puede comprenderse con la perspectiva que nos ofrece el pasado. Así en los hombres como en los pueblos. Ya lo decía el poeta: “sólo orillas somos y en lo hondo de nosotros corre / sangre de lo que fue / fluye hacia quienes vendrán / sangre de nuestros ancestros, llena de orgullo e inquietud…” La verdad nos dice con alta voz que “venimos del ayer”. Lo Cristiano Americano, la Patria Grande, son claros frutos de la boda de sangre entre las Españas de Yugo y Flechas con la Roma Católica.

Por ello el Misterio de Iniquidad encarnado en la pérfida Albión se lanzó a despedazarlo. Largo es el rosario de agresiones. En un principio fue Francis Drake con sus saqueos, robos y profanaciones. Luego hizo pie en el Caribe cuando ocupó Jamaica y Honduras y atacó Darien en el siglo XVII, agresión que se repitió con Walpole contra Panamá. En los siglos siguientes aceleró su acción con sectarios pertenecientes a una central ideológica esotérica y juramentos secretos e incondicionales. Las monedas de Judas hicieron el resto, y algunos de esos traidorcitos sin tener conciencia de que nuestra historia es pasión, prometieron a cambio de armas y oro incorporar el Reino de Santa Fe de Bogotá, Maracaibo, Santa Marta y Cartagena a los dominios de Su Majestad Británica.

Esos grupos de obediencias inconfesables sembraron la ideología balcanizadora de la Ecumenidad Hispánica, maniobrando para conducir totalitariamente la política con la “panacea” del constitucionalismo liberal. Para ello utilizaron instrumentos que iban desde los diplomáticos hasta los simples viajeros espías. El caso de Francisco Miranda, agente de Mr. Pitt, invadiendo Venezuela desde puertos yankees, fue sintomático. El Plan del “Precursor” estaba coordinado con una tentativa de conflagración continental preparado en Inglaterra.

El historiador Oriental Felipe Ferreiro, primero en mostrar a la posteridad la secreta conspiración, señaló el importante dato de que “todos los centros adecuados para el incendio general difundirían la versión falsa pero no increíble de que el Trono de las Españas había quedado vacante”.

Versión que podía perdurar sin rectificaciones hasta que la hoguera se extendiese en virtud del dominio de los mares detentado por la Home Flete de Jorge III. La llegada a Buenos Aires de Santiago Burke, ex oficial prusiano amigo del Premier Mr. Pitt, es ejemplo de un espía con toda la barba.

En la capital virreinal trabó contacto con corresponsales de Miranda, entre los que se contaba Saturnino Rodríguez Peña, el futuro secretario de la Infanta Carlota, doctor Presas, y Aniceto Padilla. Detrás de Herr Burke llegó Home Rigss Popham. Venía desde el Cabo de Buena Esperanza con un plan fundamentado en la creencia de “que los nativos estaban muy cerca de la rebelión… y se les podía ganar ofreciéndoles un gobierno liberal”.

Con los hombres del general William Carr Beresford se hizo dueño de Buenos Aires. El

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golpe asestado en junio de 1806 no fue ni el primero ni el último. El objetivo dominador lo planteó el general inglés William Miller, de gran actuación en el Perú, quien en sus “Memorias” y al referirse a las invasiones de 1806 y 1807 señaló: “Si los ingleses hubieran considerado los acontecimientos locales del país no habrían intentado ocupar Buenos Aires y limitado sus esfuerzos a la posesión de Montevideo, que es la llave del Río de la Plata. De esta plaza podrían haber hecho el Gibraltar de las costas occidentales del Imperio español”.

La pretensión de los jefes militares (Popham y Beresford) de imponer el control británico convirtió los nuevos ataques filibusteros contra Buenos Aires y Montevideo en un desastre.

En 1812, (ya iniciada la Guerra Civil que conocemos como “de la Independencia”) LordStrangford, en un aparente cambio de la política de Londres, impuso la retirada de las fuerzas portuguesas de la Banda Oriental y envió a su instrumento, don José Rademaker a Buenos Aires para que al acordar la Paz planteara la posibilidad de la Independencia de Montevideo y su jurisdicción aunque dependiendo del gobierno de Cádiz, notorio títere de la masonería inglesa.

La propuesta no se concretó: “Inglaterra, según lo declaraba Lord Castelreaght, debía dirigir su política estableciendo gobiernos locales amigables con los cuales esas relaciones comerciales puedan subsistir, cosa que por si sola constituye nuestro interés”.

Canning y Palmerston en algunos años pondrían en práctica estos principios básicos de la maquiavélica política del Foreing Office. El control de los mares, amén de maniobras diplomáticas y logistas, hicieron imposible la reconstitución del Imperio Católico de las Españas. Acuerdos comerciales y millones de libras esterlinas en préstamos con estilo Shylok, satelizaron al continente y pagaron el reconocimiento de la dolorosa ruptura.Al promediar la década de 1820 Canning pudo decir: “La América española es libre y si no administramos mal nuestros negocios, ella será inglesa”.

La guerra de 1826 entre Brasil y las Provincias Argentinas por la federal Banda Oriental que deseaba seguir integrando la Patria Grande, podía convertirse en un desastre inglés. Ello hizo que Londres se volcara para obligar a los contendientes a buscar una solución. Esta no fue otra que la expuesta por el “mediador” Mr. Ponsomby con su socio comercial y agente secreto el Oriental Pedro Trápani. La clave estuvo en una república independiente, verdadero Estado Tapón ubicado en la desembocadura del considerado estuario lo que convertiría a la región en un canal de entrada para la Home Fleet y los intereses británicos. Se intentaba cerrar así el camino a Francia y a la naciente presencia norteamericana con un estratégico Gibraltar en la Cuenca de la Platania.

Ni corto ni perezoso, el Coronel John Forbes, Encargado de Negocios yankee en Buenos Aires, escribía al Secretario de Estado Mr. Henry Clay “sobre el intento inglés de crear una colonia disfrazada”. Sin embargo las hábiles maniobras del Lord llegaron a buen destino en 1828. Presionando a Buenos Aires y al Janeiro se firmó la Convención Preliminar de Paz en la que LordPonsomby consiguió fuera aceptada la amputación de la estratégica Provincia Oriental. Se daba un nuevo paso hacia la balcanización de nuestra ecumenidad. Primero había sido el Paraguay, luego el Alto Perú, en ese agosto del desgraciado año 1828, la Provincia insignia de José Artigas. Luego se intentarían otras rupturas como las planeadas por el nefasto Florencio Varela cuando escribió: “Lo importante para Entre Ríos y Corrientes es prosperar. Para eso no interesa si son Provincias argentinas o un Estado Independiente”. El mismo “personaje” que con su hermano Juan Cruz aconsejaran el fusilamiento del Coronel Manuel Dorrego, el gobernante que resistió la “solución” Ponsomby.

Así estaban las cosas, cuando en 1832 el Almirantazgo decidió las medidas “para ejercer el derecho de soberanía de Guillermo IV en las islas Falklands”. La comisión fue cumplida

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por“marines” desembarcados de la Fragata “Clío”, los que izando la bandera británica comenzaron la construcción de una base militar. Era el 2 de enero de 1833. Veintiséis meses después don Juan Manuel de Rosas asumía el gobierno de Buenos Aires con la Suma del Poder Público y además como Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina. De ahí en más su nombre fue símbolo hispanoamericano para “quienes querían seguir hablando español y rezando a Jesucristo”. Su “Sistema Americano” reconstructor de la Patria junto a la Ley de Aduanas de 1835 fueron las armas con las que se opuso a la dependencia económica “que implicaba el liberalismo unido a la ética utilitaria de Bentham”. El accionar armado estaba previsto en un informe del Foreing Office con fecha de 1842, el que sin pudor decía: “En lo que respecta a Gran Bretaña como sus intereses están tan mezclados con su poderío político resulta necesario apuntalar unos a los efectos de mantener lo otro”.

Poco después, en la República Oriental, el Presidente General Manuel Oribe, ponía un cinturón de hierro al Montevideo donde el Almirante Mr. Purvis defendía con sus cañones al iluminismo de ambas orillas. Ante esas murallas se enfrentaron los orientales argentinos con las legiones extranjeras, durante nueve largos años. La inevitable intervención de 1845 fue contestada por el General Rosas con digna altivez en la Vuelta de Obligado, donde se encadenaron las aguas para que siguieran siendo nativas. Rudo combate por la soberanía. Los éxitos del Opio chino no se repitieron en el Plata. Era un nuevo fracaso para las agresiones inglesas en estas latitudes. Pero sobrevino el desastre de Caseros y con él los cambios que hicieron posible la realidad de la profecía de Canning.

La afirmación se aplica a ambas márgenes del Plata, haciéndose necesaria alguna cuartilla más. Tal como decía don Julio Irazusta: “Necesario recuerdo de las circunstancias que contribuyeron a la formación de una política antinacional que corrompe a los buenos e impide la redención de los malos”.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

Benedictinas

EL ÚLTIMO CÉSAREN EL RECUERDO

En este aquí y en este ahora, el último César de Italia, Benito Mussolini, nos

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llega por el camino del sentimiento. Y lo hace cuando el próximo 29 de julio se cumplan 126 años de su natalicio y el 28, de estos días de abril que se desgranan, 64 de su vil asesinato. Violento tránsito hacia la inmortalidad porque, como el primer César —el que no llegó a Augusto—, también encontró en su camino a los Grandis, Cianos y Badoglios, Brutos parricidas que ya peinaban canas de políticos.

Pero veamos los primeros decenios de la XXª centuria. El significado más hondo con que apareció Mussolini en la política italiana y mundial fue la necesidad de enlazar los quehaceres urgentes de la reconstrucción patria con la impostergable revolución.

Décadas de ruptura del tejido social por el liberalismo y el marxi-nihilismo hacían necesaria la intervención quirúrgica para el fortalecimiento del Estado y su restauración con la concepción cristiana del Corporativismo Participativo.

A este respecto señala el Padre Ennio Innocenti en su exhaustivo estudio titulado “La Conversión Religiosa de Mussolini” (Buenos Aires, Santiago Apóstol, 2006): “Alguno difunde el equívoco de que la política social de Mussolini derivó de su matriz revolucionaria socialista, la cual ciertamente no tiene ninguna inspiración religiosa y mucho menos católica. Se desatiende así la oportuna referencia que Mussolini señaló en la romanidad (donde la originaria concepción corporativa adquirió dignidad política). Se olvida también la actualización de la concepción corporativa que en tiempos de Mussolini había acreditado Giorgio Toniolo con el favor de la Santa Sede. Se pasa por alto además la certera referencia a la inspiración cristiana probada por la experiencia corporativa política de las comunas medievales…”

He aquí, pues, los principios inspiradores de lo que Innocenti titula con justicia la “benemérita política social mussoliniana”, consecuencia a su vez del plan de “hacer realidad el Estado Participativo”.

Éste se perfeccionó incorporando aspectos fundamentales de la Doctrina Social Católica al entrar el Corporativismo en las empresas “elevando al trabajador a participante en la gestión, en la propiedad y por consecuencia en los resultados económicos de la gestión”.

Durante la República Social Italiana proclamada por Mussolini en setiembre de 1943, luego de la traición de un rey “pequeño de cuerpo y de alma”, se acentuaron los aspectos corporativos con la complementación orgánica de las ideas de propiedad y de sociedad. Esas Leyes Fundamentales que se conocen como de Socialización, pero que son la antítesis del marxismo, mero capitalismo de Estado tan brutal como el liberal que suele devenir en salvaje.

A este respecto el citado Don Ennio Innocenti califica las disposiciones del Duce de estar en perfecta armonía con el pensamiento de la Iglesia siempre radicalmente adversa tanto al capitalismo liberal como al socialista. Corrían por entonces los llamados “seiscientos días de Mussolini”, que son una prueba de su grandeza de espíritu.

En esto no tenemos más que ceñirnos a sus memorias en las que traza un proyecto completo de restauración social que podríamos llamar —con palabras joseantonianas— la Revolución Nacional Sindicalista.

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Merece párrafo aparte y subrayado la política religiosa. Advenido al Poder en el año 1922 con su Revolución de los Camisas Negras adoptó una serie de medidas dirigidas a facilitar la obra espiritual del catolicismo.

En ese sentido se restauró el crucifijo en centros oficiales y tribunales. A raíz de la reforma educativa de 1923 se incorporó la catequesis en las escuelas públicas dándose existencia jurídica a la Universidad Católica de Milán.

Por otra parte, se hizo frecuente la presencia de autoridades eclesiásticas en las ceremonias públicas. Pero no bastaba. El conflicto desatado por el accionar carbonario-masónico, cuando los Saboya y Garibaldi tomaron militarmente la Ciudad de Roma, el 20 de setiembre de 1870, se mantenía vigente. Situación insostenible que el propio Jefe del Gobierno señaló expresando: “Cualquier problema que turbe la unidad religiosa de un pueblo es causa de un delito de lesa Nación”.

Sobre esa base Mussolini acentuó el proceso de Conciliación que fue coronado en febrero de 1929 con los Acuerdos de Letrán, los que convirtieron en situación de derecho la plena soberanía del Papa sobre lo que fue, desde entonces, y para siempre, el Estado Vaticano. En la Cuaresma de ese año, Pío XI, entonces Pontífice reinante expresó: “Con profunda alegría declaramos haber dado, gracias a estos acuerdos, Dios a Italia e Italia a Dios”.

Cabe sin duda que a esta altura de la nota nos preguntemos cuál es el juicio que puede hacerse de la política exterior de la Italia Fascista considerada en su conjunto.

En primer lugar hay que consignar que la conducta de Mussolini en relación a los asuntos internacionales tuvo tres puntos claves: la revisión de los tratados de Paz de 1919-20 empezando por el de Versalles, un Pacto de las Cuatro Potencias, que si hubiera sido aceptado habría contribuido a mantener la paz en el mundo durante un extenso período, y por último el Pacto Antikomintern para frenar el expansionismo soviético.

Pero no fue así y sus esfuerzos fracasaron hasta el mismo agosto de 1939, cuando ante la inminencia del conflicto entre Alemania y una Polonia incitada bélicamente por Francia e Inglaterra, presentó un plan de Paz que fue rechazado.

Sin embargo, hay algunos acontecimientos previos —que sucedidos cuando terciaba el siglo pasado— tuvieron especial significación. El primero fue la conquista de Abisinia con la que se extendió la civilización Occidental y Cristiana a un olvidado y salvaje rincón de mundo que no poseía más elementos aglutinantes que la autoridad de ciertos caciques.

En segundo término, el apoyo con sangre de Legionarios a la Cruzada de la España Nacional que impidió la bolchevización del extremo de Europa. Lo que llegó luego fue la conflagración, que al extenderse, ahogó la voz de Mussolini, quien hizo un nuevo intento por detenerla a comienzos del año 1940.

Europa fue entonces arrasada por los cañones que facilitaron, en Teherán, Yalta y Postdam, el orgiástico reparto de mundo “iluminado” desde el “Gran Oriente” por las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. En tanto las praderas de los Césares se empapaban de sangre, mientras el Valle del Po se cubría

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con la niebla gris de la derrota y la roja de las matanzas en nombre de la “sagrada democracia”.

Y fueron decenas de miles las víctimas en la fiesta congoleña de los”libertadores”. El primero fue el maestro y herrero del Predappio, que con sus duras manos había abierto un surco “con una iniciativa política que interesó al mundo mostrándole nuevos caminos”.

Eran las cuatro y diez de la tarde del 28 de abril de 1945 cuando ante la verja de Villa Belmonte, en Giulino di Mezzegra, la metralleta del forajido partisano Walter Audisio disparaba sobre el cuerpo de un César que del Carso a Como, desde su adolescencia hasta su plenitud fascista, que está antes que nada en el Programa de Verona, había luchado por la justicia para su pueblo.

Caído, se lo culpó por una guerra que le fue impuesta por los que no quisieron revisar los cimientos falsos del período versallesco.

Muy cerca de allí, en Dongo, caían acribillados por la espalda los que lo acompañaron hasta el último momento ofreciéndole su vida trabajo y sangre. Los que nada habían pedido en las horas de triunfo al hombre que había escrito en una ocasión: “Mi vida es un libro abierto. Se pueden leer en él estas palabras: estudio, miseria, lucha”.

El último César, cuyo cadáver la hez liberal bolchevique colgó de los pies, porque no los tenía de barro, también poseía, en las fotografías macabras que se publicaron, un decoro que nadie le pudo arrebatar. El brazo derecho como una espada y su mano, aunque casi rozando el suelo, con la que seguía indicando el camino y el vuelo de las águilas. Tal fue siempre su gesto, y el gesto y su significado en lo moral y lo físico es lo que queda de los hombres.

Tiempo atrás, desde la ciudad de Forli, llegamos hasta la cripta de la familia Mussolini en el cementerio del Predappio donde ante al sarcófago de piedra viva en el que el Duce descansa, oramos a Cristo Jesús por quien nació católico, confesándose tal en los días del martirio.

Luego, y en voz alta, repetimos un párrafo de su testamento: “…Todo lo que fue hecho no podrá ser borrado, mientras mi espíritu, ya librado de la materia, viva, después de la pequeña existencia terrena, la vida sin fin y universal de Dios”.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

In memoriam: Don Juan Manuel

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MARZO: GLADIOS,ROSAS Y RESURRECCIÓN

Marzo es un mes natural y marcial según su raíz etimológica, descendiente del dios guerrero Marte, con su leyenda mortífera referida a los fatales Idus para el desprevenido Imperator Julio César, no obstante su valor, pericia militar y prudencia cívica. Tal vez sea cierta la leyenda según la cual varios adagios premonitorios le avisaron que la traición no podía ser detenida por su“muy leal Décima Legión” y que su obra iba a quedar trunca. Tal vez…

Lo cierto es que fueron designios del Señor Dios de los Ejércitos con águilas y gladios cesarianos los que prepararon la cuna de Cristo en el mundo mediterráneo de la Roma eterna, que al decir de Ortega y Gasset, “era el proyecto de organización universal”.

Pero hay mucho más en los presentes Idus de este Año de Gracia de 2009, por lo que estas semanas se llenan de plena fertilidad. En su transcurrir, con el fin de mes, nos llega la Semana de Pasión. Y de ahí, horas hasta el Viernes de la Pasión de Cristo Jesús, sin el cual no hay Victoria sobre la muerte en la Pascua. Ella es un llamado matutino que nos ha de levantar siempre, siempre. Aparece entonces ante nosotros la pregunta eterna: ¿“Ubi est mors victoria tua’’?

Desde el atalaya de estos pensamientos miremos en la lejanía astronómica a uno de los gigantes de la Patria Grande, cuyo tránsito hacia Dios se produjo el 14 de marzo de 1877. Nos referimos a Don Juan Manuel de Rosas, ante cuya memoria se inclinan los albos, cuanto oribistas, pendones orientales, haciendo propio lo que de su tierra expresara León Degrelle, poeta y cruzado heroico:“el Pasado del país nuestro es el fondo de nuestra conciencia y nuestra sensibilidad…”,agregando el Jefe de la Legión Walona: “no somos más que una unidad con los demás hombres de nuestra Patria…” 

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He aquí el por qué de estos párrafos dedicados al Restaurador, que configura al Héroe por excelencia. Así lo describe el mártir Jordán Bruno Genta: “…es el escogido para una difícil obediencia, para una suprema fidelidad. Su fuerza eleva a los pueblos hasta merecer la grandeza de su misión y los hace capaces de conquistar la libertad de la soberanía y el derecho a un nombre propio en la Historia Universal”.

Enfoquemos ahora su estampa de protagonista. Rosas “era el hombre más de a caballo de toda la Provincia”. Le sobraba personalidad. Su prestigio afirmado en su trato con la gente fue tomando estatura política desde 1820, y cuando su primer gobierno. Éste se acentuó con la “Campaña del Desierto”, en la que sembró simiente de trabajo y civilización como Julio César en las Galias, y en la que mostró la disciplina rígida impuesta a sus “Colorados del Monte”, cuerpo militarizado similar a la Décima Legión preferida por el Caudillo Romano de la antigüedad.

El advenimiento al gobierno del “Gaucho de los Cerrillos” ya se había abierto cuando acaeció el infame asesinato de Manuel Dorrego (1828), víctima de las maquinaciones inglesas en los días en que era seccionada la Provincia Oriental, tierra a la que contribuyera a liberar con su ayuda al General Lavalleja. Pocos años después, en febrero de 1835, la Patria “se sacudía espantada”ante el crimen cometido con el séquito y la persona del “Tigre de los Llanos”, General Juan Facundo Quiroga, que tenía la gloria imperecedera de haber resistido las concesiones mineras a Inglaterra y enfrentado las masónicas leyes rivadavianas a lanza y sable, llevando al frente la bandera de la tradición en la cual lucía la divisa “Religión o Muerte”.

La sangre de su mejor amigo derramada en Barranca Yaco hirió a Don Juan Manuel de tal manera, que hasta en las líneas de algún manuscrito de esas horas se observan rasgos especiales. Para enfrentar el caos y castigar a los criminales acepta la gobernación con la Suma de Poder Público. Era el 7 de marzo de 1835.

Desde ese momento y hasta 1852 fue el Restaurador de las Leyes, el César de la Patria Grande. Orientó su gestión de gobierno con una política nacionalista y americana. En lo económico terminó con el liberalismo aduanero, disponiendo normas de protección.

Su decreto del año 1835 fue “más proteccionista que la política establecida por Artigas”,golpeando fuertemente a las importaciones con recargos especiales, con lo que benefició a las tejedurías y a los agricultores criollos. Cabe señalar en cuanto al mercado interior la exoneración del pago a los productos pecuarios uruguayos y a los que “por tierra” llegaran desde Chile.

La disolución del Banco Nacional, instrumento del comercio inglés y de la oligarquía unitaria, merece ser destacado con unos párrafos del decreto rubricado por el Restaurador. Leamos:“Esta institución ha contaminado a la provincia… (se ha convertido en) árbitro de los destinos del país… y de la suerte de los particulares… dio rienda suelta a todos los desórdenes que se pueden cometer con una influencia tan poderosa…”

Cuando el expansionismo inmoral de Francia e Inglaterra envolvió las orillas del Plata, Rosas fue brazo poderoso en la defensa del “Sistema Americano”. Era la Patria Grande de la edad heroica que los historiadores plumíferos de las logias declararon baldía.

Hoy, don Juan Manuel de Rosas regresa, y su figura cobra dimensión y presencia cuando vemos degradarse las soberanías nacionales sometidas a los poderes mundialistas como la OTAN, el Banco Mundial, el G8, el FMI y las Cortes Penales Internacionales, establecidas con sentido siniestro por la tiránica sinarquía globalizadora.

Por ello, hoy más que nunca, le decimos al Ilustre Restaurador: ¡PRESENTE!

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Luis Alfredo Andregnette Capurro

Tristeza del 3 de febrero

CASEROS Y PAYSANDÚ

 

Alguien ha dicho con verdad que todo lo que Dios ha permitido que entre en la historia no puede borrarse. Tal es lo que sucede con la unidad de destino de los hombres, y las regiones de la Cuenca del Plata. Ella es indestructible porque hunde sus raíces en la Comunidad forjada en los siglos XVI y XVII, adviniendo con personalidad de Reino en 1776.

La lucha contra los ingleses y más tarde enfrentando a los liberales de las Cortes de Cádiz que pretendían desconocer los Fueros de los Reinos Indianos marcó, en Mayo de 1810, el inicio de un largo período en el que se combatió por la Patria Grande contra la balcanización y la rapacidad de los Braganzas. Fue la etapa de las intervenciones europeas y de hitos y holocaustos como el de Caseros en febrero de 1852 y de las humeantes ruinas de la heroica Paysandú cuando despuntaba el sangriento enero de 1865. En ambos episodios el Imperio del Brasil dio un importante paso adelante en la consecución de los planes expansionistas concebidos por sus hábiles diplomáticos.

Con Caseros, Río de Janeiro conquistó el primer plano en el continente sudamericano, rompiendo el equilibrio político. Allí cayó la sabia y prudente política rosista, por lo que la mayoría de los países sudamericanos fueron victimados por Itamaraty. Bastaba solamente considerar papel mojado los Tratados de 1777. Con ello mantenían una línea constante de la diplomacia lusitana, que no había respetado ni el acuerdo de Tordesillas, firmado en 1494, ni el de Permuta, rubricado en 1750, ni los que selló veintisiete años después y que son conocidos como “de San Ildefonso”. En todos ellos se buscaba dejar de lado la “línea recta e incontrovertible” de Tordesilllas por la geodesia de difícil determinación y que “dejaba brechas para ulteriores invasiones”.

Ya en el siglo XIX se burló de la Convención Preliminar de Paz de 1828 suscripta por presión del maquiavélico Mr. Ponsomby donde se seccionó la Patria fundamentada en las realidades geopolíticas del viejo Virreinato. Hasta donde les convino fueron al cesto de los incumplimientos los Tratados de 1851 con los que prostituyeron a diversos “próceres” para provocar la caída de Rosas.

Al mismo lugar de “llanto y rechinar de dientes” marcharon los Protocolos de 1864 y 1865 con los que instrumentaba a la Argentina y a la República Oriental para una guerra a la que se fue sin Ejército, sin armas y sin dinero, y que sólo interesaba a Pedro II. El camino había sido pacientemente preparado para aniquilar al Paraguay y “luego cortarle sendos costillares”. Los condenados eran los mismos López a los que el Carioca había atizado en 1842 contra la Confederación Argentina de Rosas.

Rumbo equivocado de una política que cuando quiso ser rectificada terminó en el horror del Aquidabán Ñu. Nada podía oponerse a los objetivos del Emperador masón y sus gabinetes Luzias o Sacaremas. Todo le significó en pocos años la incorporación de más de ochocientos mil kilómetros a lo heredado de Portugal.

Permanezcamos entonces en el camino trazado. La caída de don Juan Manuel de Rosas y de

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Manuel Oribe le costó al Estado Oriental un disfrazado regreso a la época de la Cisplatina (1817-1824), amén de tener que aceptar la burla a los Tratados de 1777 y el retorcido desconocimiento de la doctrina romana del “Utis Possidetis”.

Con ello, la diplomacia fluminense, “legalizó” la usurpación de una enorme porción del territorio Oriental, asumiendo además soberanía sobre los cursos de aguas fronterizos y levantando fortalezas en el interior. Pero una situación imprevista provocó un cambio. En 1860, hombres de extracción oribista se hicieron cargo del gobierno uruguayo, lo que fue visto por Río de Janeiro como peligro potencial.

La repetición de la antigua alianza del viejo Partido Federal con los Blancos orientales podía ser una traba en la marcha del Imperio hacia Paraguay y Bolivia. Mitre, presuroso, se prestó al juego de don Pedro y “pavonizó” al Estado Oriental enviando a Venancio Flores, su cuchillero de Cañada de Gómez El protocolo del 22 de agosto de1864, firmado por José Saraiva y Rufino de Elizalde, es la prueba de la histórica ignominia.

La invasión del Uruguay por el Imperio fue consumada con la colaboración diplomática y el apoyo logístico del cainita gobierno de Mitre. Varios miles de soldados brasileños y la flota de Tamandaré constituyeron una fuerza incontrastable. Paysandú resistió hasta el martirio pese a no tener elementos de guerra proporcionados. Las ruinas Sanduceras simbolizaron la derrota de la Patria Grande. Las intervenciones brasileñas en el Plata siempre significaron las grandes desgracias nacionales, constituyendo esta vez la de 1865 y a plazos escalonados una derrota para sus actores.

En el Brasil ella se produjo cuando en 1889 un esotérico accionar de logias provocó la caída del Braganza y proclamó la República. Sin embargo, la nueva conducción, alejándose del “desorden producido por el cambio de la secular forma de gobierno”, mantuvo sabiamente a los aristócratas formados por la diplomacia Imperial. El designado para conducir a Itamaraty fue José Maria Da Silva Paranhos, Barón de Río Branco, tramoyista y deus ex machina de una política que alguien definió como “la de besar la mano que se proponía cortar”.

A comienzos del siglo XX y con el respaldo de una poderosa marina se enfrentó con el gobierno de Buenos Aires, cuya Cancillería era ocupada por Estanislao Zeballos. Río Branco buscó entonces el apoyo del gobierno de Montevideo, concediendo al Estado Uruguayo las aguas e islas de la Laguna Merim que se encontrasen al oeste de la línea media y las del Yaguarón hasta el “talweg” en la parte navegable y hasta la línea media río arriba.

La generosidad mostrada por quien era magnánimo con lo ajeno, mientras mantenía en su patrimonio noventa mil kilómetros cuadrados usurpados en 1851, no puede ser calificada sino como una de las simulaciones más inicuas de la diplomacia sudamericana.

A nadie importó el triste pretérito, y menos la burla tartufesca de1909, para que en San Felipe y Santiago de Montevideo se dispusiera levantar un gran monumento al “personaje”. Ayer pasamos frente a los grupos alegóricos con el bajorrelieve del Barón. Volvimos a sentir el dolor del escarnio.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

El Pajarito macanea hasta morir

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LA VERDADDE UN “NO”HISPANOAMERICANO

 

Semanas atrás el Dr. G. A., dilecto amigo y vecino de la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires, puso en nuestras manos un libro de Rogelio García Lupo, titulado: “Últimas noticias de Perón y su tiempo”, recientemente publicado por Vergara; cuando abrimos el tomo de 313 páginas recordamos que hace años un viejo Maestro nos dijo: “Lee, lee y entérate de quién es el autor, porque como decía Carlyle, los grandes hombres del pasado nos llaman afectuosamente”.

Aquel sabio mentor nos invitaba a bucear en las vidas de los autores hasta encontrar enseñanzas más ricas que las que dejaron en los impresos. No era éste el caso porque conocíamos que el escritor que nos ocupaba, al margen de otros galardones, es columnista de“Clarín”, corresponsal de “Prensa Latina” de La Habana y lo fue de la fenecida revista “Marcha”,de Montevideo. Esta publicación uruguaya, durante decenios, y cuando nadie hablaba de Gramsci, era la gran usina de la “inteligencia” marxista que con su “cultura” alienadora de la juventud, preparó nuestros años sesenta y setenta ahítos de sangre y locura nihilista.

Sin que se nos arrugara el entrecejo y dejando de lado la reseña biográfica de García Lupo, nos adentramos en la lectura del libro. Ya en la primera carilla el autor señala que esas páginas están“secretamente inspiradas” (sic) en la afirmación de Jorge Luis Borges: “Si hay algo fácil de modificar es el pasado”. En contradicción a su numen, estampa en la línea siguiente: “No tan fácil”. Y trata de explicarlo con un aserto en el que con modestia muestra su ímprobo trabajo:“La recopilación de los hechos que respaldarán más tarde un escrito siempre requiere más esfuerzo que escribirlo. Por eso el lector encontrará anexos documentales…” Muy pobres por cierto. Luego señala: “La ilusión de un periodista de investigación es que a su trabajo no se le pueda encontrar un error de base que haga tambalear sus conclusiones”.

Como en la primera lectura no encontramos cuáles son las que intenta hacernos conocer el periodista de marras, nos reafirmamos en un fundamento clave. Para un autor la más difícil tarea consiste en el armazón de los capítulos que como un tejido conjuntivo unifique y coordine hasta formar el todo armónico. Esto, García Lupo no lo consigue. La lectura de las carillas muestra cuán inexacta es la afirmación referente a que las “historias reunidas giran alrededor de la persona y los actos del gobierno del general Perón”. No basta librificar 19 crónicas. Se necesita mucho más.

Tomemos un ejemplo. El capítulo 4, titulado: “El Bombardeo virtual de Buenos Aires”, que nos interesa particularmente a los Orientales, ya que en su desarrollo se plantea la intriga diplomática preparada en 1940 por los Servicios Británicos en confluencia con el Pentágono y la Casa Blanca. Fue una “historia” de amenazas del Eje Roma-Berlín para dominar a la República Oriental con los residentes ítalo-germanos y lanzarse luego hacia la Republica Argentina y el sur del Brasil. La rocambolesca fábula creció como una bola de nieve con una campaña de prensa y radios de los Estados Unidos. El Presidente Delano Roosevelt —que entonces preparando su tercera reelección, ocultaba su decisión de participar en la Guerra— lanzó la propuesta de bases militares en el Uruguay.

Contra ellas se levantaron como el heráldico león rampante Luis Alberto de Herrera y el Nacionalismo, con tradición sustentada en aquellos mojones de dignidad que fueron Manuel Oribe y Juan Manuel de Rosas. La ofensiva propagandística norteamericana fue imponente. Diarios, revistas, cine y todos los recursos del poder se pusieron a las órdenes del delirio.

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Pronto se aprobó una ley de “Asociaciones Ilícitas” creándose la “Comisión de Actividades Antinacionales”, circulando desde esos días las Listas Negras de personas y empresas que estarían operando contra los Aliados. Aparecieron en escena lo que el viejo Caudillo llamó“Tribunales Venecianos” estableciéndose el delito de opinión en nombre de la tolerancia democrática liberal. Se prohibió la llegada a Montevideo de “El Pampero”, periódico nacionalista de gran tiraje que aparecía en Buenos Aires y dirigía Enrique Osés.

Amansarse para vivir pareció ser la consigna de la prensa en general, que no expuso disonancias. La única excepción fue el cotidiano herrerista que mantuvo sus campañas e independencia. La tensión llegó al rojo vivo cuando el 10 de noviembre de 1940 “La Nación” de Buenos Aires publicó una nota tomada del “The New York Times” donde el corresponsal yankee daba cuenta de negociaciones entre el gobierno uruguayo y Washington para la instalación de bases militares en nuestro territorio. En un párrafo decía el belicista escriba rooseveltiano: “Por lo que respecta a la base naval… debería construirse cerca de Punta del Este, pues ese punto domina la entrada del Río de la Plata, hay allí aguas profundas e islas como la de Lobos y Gorriti que presentan condiciones ideales para el emplazamiento de cañones de largo alcance…”

Desde su diario “El Debate”, que se imprimía con enormes dificultades por carencia de papel y tinta, Herrera todos los días marcaba a fuego a los metecos vernáculos. Veamos el párrafo de uno de sus editoriales: “¿Quiénes administrarán esas peligrosas fortalezas? Encarando el tema desde nuestros fraternales vecinos, Argentina y Brasil, ¿quién puede pensar que ellos admitirían semejante caballo de Troya? El Brasil que descongestiona sus riquezas por los ríos Paraná y Uruguay, o la Argentina que drena su producción extraordinaria de Entre Ríos y Corrientes por esas mismas vías fluviales ¿van a tolerar por ventura que se bloqueara el Río de la Plata con la boca de los cañones «evangélicos»? Bases extranjeras serían ¡eso sí! Bases de nuestra inconmovible y futura esclavitud…”

El 21 de noviembre junto a sus diez Senadores, el Jefe Civil dio una batalla victoriosa y definitoria en la política internacional de Hispanoamérica. He aquí algunos conceptos de su intervención en la Cámara Alta: “Esas bases‚ serán para los Estados Unidos. Se harán con nuestros recursos para ellos, señor Presidente. Eso es lo que quería subrayar. Precisamente por proyectarse y por pensarse que esas bases‚ son para Estados Unidos, tengo mayores motivos como latino y como filial de españoles y sudamericano para temerlas […]

“Cada día siento, comprendo más a nuestra raza. Nosotros somos latinos-ibéricos y también bastante italianos —en este Senado la mitad de sus componentes llevan esa sangre magnífica—. Nosotros no pertenecemos a las razas rubias, somos rama de las ibéricas y a mucho honor […]De manera que aquí tenemos que defender lo hispano, lo que vive en nosotros, en nuestra memoria, contra las penetraciones. Me asilo y refugio en mi raza; no tengo interés que vengan otras a imponerse corporativamente con plan ulterior —cuanto más plutocráticas más temibles— en el campo de nuestros sentimientos…”

La política obsecuente cayó pulverizada. El rotundo NO del Caudillo conmocionó a los hispanoamericanos, “que no querían ser peones en el ajedrez ajeno”. La Patria Grande lo saludó de pie. En este sentido y con gran nobleza el 29 de diciembre de 1940 una delegación argentina encabezada por el general Juan Bautista Molina lo visitó para homenajearlo. Hasta aquí el episodio que pese a su importancia es omitido evidentemente de ex profeso en el libro comentado. Hace sonreír que se lo presente como periodismo de investigación.

Sin embargo queda algo por decir. La continuación de la lectura nos condujo a una nueva comprobación de la verdad mediatizada. Veámosla haciendo un planteo lineal. El comienzo debemos ubicarlo cuando en el contexto ideológico internacional los hechos estaban cambiando. El contubernio liberal-bolchevique campeaba victorioso en una guerra que tocaba a su fin.

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Se dieron entonces sucesos en la vida interna argentina, que adquirió una nueva tonalidad con motivo de la Revolución que, encabezada por militares nacionalistas, estalló el 4 de junio de 1943. La afrentosa instalación de “bases” intentada años antes quiso hacerse realidad con el fin de evitar la consolidación de un régimen que se ubicaba lejos de los cánones del “Orden” de quienes se estaban preparando para repartirse el mundo. Para ello el mejor situado geopolíticamente era el gobierno de Montevideo que presidía el Dr. Amézaga (1943-47), ex abogado de la británica empresa de tranvías y ferrocarriles. Otra vez las negociaciones secretas para una instalación militar en Laguna del Sauce. Y otra vez Herrera con las antiguas rotativas de“El Debate” presentó batalla. Así decía: “Sin una sola vacilación toda nuestra simpatía con la República Argentina tan injustamente atacada…”

Mientras, en los demás ámbitos sociales y políticos, el nacionalismo incansablemente martillaba:“esas bases de Laguna del Sauce no pueden ser instaladas frente a los canales del Plata porque sofocan toda la red fluvial y la autonomía y la independencia de la Argentina mil veces hermana…”

La segunda intentona finalmente abortó su engendro por la oposición y el coraje de un Héroe antiguo. Esta es la verdad histórica y NO la que nos relata Rogelio García Lupo presentando a“Marcha” y a su director Carlos Quijano como fundamentales en la resistencia a las “bases malditas”.

Se ha dicho que cuando el pájaro abandona la rama en que ha cantado deja en ella un estremecimiento. Del mismo modo un libro al cerrarse deja en nosotros un torbellino de ideas. Son nuestras resonancias de lector. En este caso no ha sucedido lo previsto, porque la rama ha sido abandonada por un Pajarito sin plumas ni canto.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

En la semana del 20-N (I)

 

MEMORIA Y MENSAJEDE LOS HÉROES

Distantes estamos del anhelo de Thomas Carlyle de un mundo que “no fuera el caos

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provisto por urnas electorales”. Nada mejor entonces que buscar, en este noviembre, a los que no están muertos para el recuerdo y menos aún para la gloria. Dios permita que a través del puente de la oración podamos ensamblarnos con sus almas. Y ello en estos días, cuando la calle parece más canalla y el alcohol y la droga ponen en las conciencias el ansia infamante de la renunciación a todo lo virtuoso.

Sin embargo, hay otra realidad. De esta manera la exponía el pensador arriba citado en una de sus páginas más memorables: “Los acicates que obran sobre el corazón humano son la dificultad, el sacrificio, el martirio, la muerte, si enardecemos su vida interna obtendremos una llama que consumirá todas las consideraciones inferiores”. Esto no lo pueden entender ni aceptar los tahúres de la democracia que juegan con las barajas marcadas por todas las inmoralidades y timbean los espíritus honrados de las gentes. He aquí la razón por la que creemos llegado el momento de hablar con el sentido y el estilo nuestro, vertical con ansia de cielo y profundo como el tajo de un arado en nupcias con la tierra húmeda.

Veamos una rápida síntesis. Comencemos por la Vuelta de Obligado (20 de noviembre de 1845), la batalla por la Patria Grande y su Honor. Éste, como señalaba Osvald Spengler, “es asunto de sangre, no de entendimiento; si se reflexiona ya se está deshonrado”.

Allí se enfrentó al enemigo sin cálculos sobre su poder de fuego. A puro coraje. Cerrando el río Paraná con veinticuatro barcos encadenados de orilla a orilla y disponiendo tres mil guerreros en ambas márgenes con cuatro baterías formadas por pequeños y viejos cañones de bronce. El plan lo preparó el Restaurador Rosas y de esa manera lo cumplió el General Lucio Mansilla.

Frente a ellos, los Interventores con ochenta buques mercantes precedidos por otros tantos barcos de guerra armados con cohetes a la Congreve y artillería Payhans disparando balas de setenta libras de peso. Contaban además un con importante número de infantes de marina listos para el desembarco. Durante diez horas se luchó brava y tenazmente. En victoria pírrica los franco-ingleses pasaron río arriba, pero fue tal el hostigamiento que los acompañó que tuvieron que regresar.

El nuevo imperialismo fenicio veía fracasar su propósito de crear estados “independientes” con Corrientes y Entre Ríos y hacer de Montevideo una base y factoría comercial amén de abrir los ríos interiores como lo pretendían desde los tiempos de la Santa Alianza. Los designios pedestres y balcanizadores recibieron un rotundo “NO” escrito con sangre.

El Sistema Americano rosista luchaba por mantener la realidad geopolítica del Virreinato, la misma que fuera defendida por Artigas cuando en el Congreso Oriental de Tres Cruces (1813) proclamaba: “Ni por asomo la separación nacional”. Una posición que se reiteraría en 1815, cuando rechazó la propuesta del Director Álvarez Thomas para hacer independiente a la Banda Oriental del Uruguay. Unidad de las tierras perfilada desde los tiempos de Garay y Hernandarias; tierras que se cubrieron de gloria con Don Juan Manuel de Rosas. La muerte del Restaurador, acaecida hace ciento treinta años (el 14 de marzo de 1877) hizo pleno el sentido de su vida como una etapa en la larga lucha de la Patria Grande Hispanoamericana. Por ello el Caudillo fascinante sigue siendo futuro.

Pero no nos detengamos porque estas semanas nos traen el sesquicentenario de un Grande Oriental Argentino. El 12 de noviembre de 1857 entraba en la inmortalidad el Brigadier General Don Manuel Oribe. Su figura está en el pasado que es nuestra matriz. Y así lo vemos con el linaje limpio de un Hidalgo Cristiano Viejo que lleva en sus venas sangre del Cid Campeador, recibida de su madre, doña Francisca de Viana.

Oficial de Artigas e inmediato en grado del General Lavalleja en la Cruzada de 1825 para la reincorporación Oriental a la Patria. Héroe en Sarandí e Ituzaingó. Presidente de la República en 1835. Derrocado en 1838 por la coalición unitario riverista francesa, marchó a

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Buenos Aires donde Don Juan Manuel de Rosas lo designó Comandante en Jefe del Ejército de la Confederación Argentina.

A su frente realizó la campaña de las Provincias en la que su espada “cansó el brazo de la Victoria”. Luego de Famaillá, Quebracho Herrado y Rodeo del Medio, su triunfo en Arroyo Grande “fue decisivo y trascendental en el organismo argentino”. Regresado a la Patria sitió al Montevideo meteco y junto al Restaurador formó, desde el Cerrito de la Victoria y con Palermo de San Benito, el eje tradicionalista americano contra las intervenciones europeas manejadas por los logistas rapaces del liberalismo.

Dio constantes ejemplos de religiosidad levantando numerosos templos. La enseñanza primaria, secundaria y terciaria, fue objeto de su atención declarando “instituida la Universidad Mayor”.En lo político buscó restaurar el principio de autoridad naufragado a partir de 1810. Desde el más allá nos llega su mensaje: nobleza, austeridad y religiosidad. En sus sesenta y cinco años de vida honró a la Patria y al escudo de sus antepasados en el que, sobre campo de azur, brillan cinco estrellas de oro.

Ahora, atalayados ya en el siglo XXI, observemos la centuria pasada para valorizar a dos Héroes de la Hispanidad cuyos nombres van en letras de alto relieve. Éstos son: Don José Antonio Primo de Rivera y Don Francisco Franco Bahamonde. Ambos están a la derecha de Dios. Desde el 20 de noviembre de 1936 cuando cae en Servicio de Dios y la Patria quien lucía nombre de César y en la misma fecha, pero de 1975, el Caudillo Invicto por la Gracia de Dios.

La figura y el pensamiento de José Antonio llegan muy hondo a nuestro corazón porque antepasados suyos dejaron en el Nuevo Mundo sangre y años de militancia vivificadora. Realidad atávica para empujar en el esfuerzo supremo. Capitán de modernas legiones con Camisas Azules, su cauce hubo de abrirlo con las uñas porque la tierra estaba reseca de ateísmo radical, erosionadas las identidades colectivas por la partidocracia, todo economismo con la reducción del hombre a la categoría de mero instrumento.

Era la obra del proceso demoledor de la Edad Moderna, que en su etapa del individualismo romántico despotenció la convivencia social ordenada y llegó a situar al individuo como una materia pura. Como una simple combinación físico-química.

El camino restaurador previsto por José Antonio fue señalado en su discurso del mes de noviembre de 1935. Así decía en uno de los párrafos: “que vuelva a hermanarse el individuo con su contorno por la reconstrucción de esos valores libres y eternos que se llaman el individuo portador de un alma, la familia, el sindicato, el municipio, unidades naturales de convivencia”.Pero que quede bien claro. El mensaje joseantoniano no es un precipitado intelectual, o pura labor para los arqueólogos y los eruditos del pensamiento político-social, sino un ofrecimiento intelectual, una posibilidad de vigencia constante.

Hoy como ayer sigue siendo válido su concepto de los valores superiores —del Hombre, de la Patria, de la Justicia— a los que sirven los instrumentales: la Política, y la Economía como impulsión de las comunidades humanas hacia su realización. En mil páginas de su obra hallamos su rechazo del individualismo demoliberal y de su hijo, el colectivismo marxista, junto al materialismo economista burgués y bolchevique. Nos legó con la Falange una manera de ser Nacionalsindicalista que mostró con su vida y muerte. Concordancia entre pensamiento y acto. Existencia de combate civil y espiritual. Por eso fue que exigía el comportamiento de caballeros,“mitad monjes y mitad soldados”.

El hombre providencial en aquella España desgarrada por la agresión roja se llamó Francisco Franco. En 1936 se había quebrado la legalidad republicana al convertirse el mismo poder en promotor de la más radical subversión. La situación era —entonces— de vida o de muerte. Caudillo de Guerra, Franco cumplió el juramento hecho ante Dios cuando

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fue proclamado como Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos en un barracón del aeropuerto de Salamanca. La guerra y la paz pidieron y lograron la misma mano. Ella fue la que condujo todo con firmeza cuando a partir del año 1946 el bloqueo a escala internacional movilizó a las fuerzas públicas o secretas que, por ser enemigas de España, intentaron vencerla por medio de la asfixia económica.

De aquellos momentos dificilísimos, recuerda Laureano López Rodó “la importancia que tuvo la presencia del hombre excepcional que supo capitalizar las energías latentes y le dio a su pueblo confianza en si mismo”. Y llegó la Victoria que fue para todos.

En su último discurso, pocos días antes de entregar su alma al Creador, Franco volvió a denunciar el accionar de la Masonería. Fue el postrer alerta del Caudillo a la Madre Patria y casi diríamos también al mundo católico para que se dispusiera a afrontar nuevos peligros. Entre ellos iba implícito el fenómeno de la globalización y su esclavizante uniformidad que “sólo se ha podido desarrollar gracias a la alianza entre el neoliberalismo y el progresismo contestatario de los sesenta” (Arnaud Imatz).

El autor francés que nos ocupa y cuyo nombre es Alain Couartou, en el estudio que tituló “José Antonio entre el odio y el amor” (Editorial Altera, Barcelona, 2006) nos anoticia además que hace décadas “el filósofo Augusto del Noce señaló que las protestas de mayo del ´68 habían ayudado al poder a destruir los valores que el neo capitalismo consideraba superados”.

Así los “enunció en el siguiente abecedario”: “la tradición, el sentido de lo sagrado, el apego a las raíces, a la identidad cultural e histórica y al vínculo con una comunidad de hombres y valores”.

La invasión bárbara y nihilista del posmodernismo se está produciendo con inmensa fuerza. Ante las defensas que parecen ceder no podemos ser indiferentes al mensaje que desde el más allá nos hacen llegar los Héroes. Cumplamos nuestro deber. Ocupemos nuestro puesto en el Buen Combate. El pecado de omisión nos hará responsables ante Dios.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

España en nuestro ser

CIMAS Y SIMASDE LA PIEL DE TORO 

Hace algunas semanas el gobierno marxiliberal de España derogó la fecha del 25 de julio, Día de Santiago Apóstol, como festividad nacional.

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El inspirador de los grandes rumbos de la historia española está silenciado. La cristofobia se ha querido cobrar su derrota en la Cruzada de 1936-1939, y lo hace con el disfraz burgués del Presidente del Gobierno Rodríguez Zapatero, nieto de un tal Lozano, capitanejo rojillo de la Anti-Hispanidad.

Lo que acabamos de escribir era lo que pensábamos cuando nos ubicamos en el Tren Ave que en dieciocho minutos cubriría los noventa kilómetros que unen el Manzanares al Tajo en la línea Madrid-Toledo, la Ciudad Imperial. Pronto los dos caballeros que con sus comentarios me habían dado la noticia se alejaron. Aquel brillante día primaveral, pero por su temperatura casi estival, para mí tomó tonos grisáceos, y hasta un algo de frío como llegado de la Sierra del Guadarrama.

Había en la decisión gubernamental zapateril mucho de resentimiento. El mismo que estudia Marañón, en la biografía de Tiberio, sosteniendo la necesidad de una cierta cantidad de maldad para que incube y pueda desatarse en la adolescencia con sus dos fuentes claves, la competencia y la preterición. A ellas debe agregarse una memoria contumaz que no desgasta el tiempo. Con mucha razón decía Unamuno: “entre los pecados capitales no figura el resentimiento, y es el más grave de todos”.

En el devenir del rapidísimo paisaje, y como regalo de la ruta, fue surgiendo ante nuestros ojos toda una teoría de valores que se pretende canjear por paquetes ideológicos cerrados. En los días que corren se invoca por parte de liberales y marxistas sólo la necesidad de desarrollar la economía. La difusión de estas recetas taumatúrgicas es apoyada desde los centros mundiales, por lo que el poder cultural se encuentra en otro lado. La España oficial es hoy el ejemplo que ilustra las tesis del nihilista Antonio Gramsci: “Una vez ganada por valores que no son los suyos, la sociedad vacila sobre sus bases y entonces no hay más que explotar la situación sobre el terreno político”.

Consciente de esto, el entonces Ministro Fernández de la Mora, pocos meses antes del fallecimiento del Generalísimo Francisco Franco, escribía en una página del diario “ABC”: “En octubre de 1930 José Antonio Primo de Rivera decía en Bilbao: «Como nos dijo hace unos días Ramiro de Maeztu, todo Estado que desea perpetuarse forma sus generaciones en los principios mismos que le sustentan. Sólo nosotros cometemos la incomparable estupidez de abrir con nuestras propias manos las puertas de la casa a quienes sólo quieren entrar para arrojarnos de ella con sangre y vilipendio»”.

Los años le han dado la razón. España está siendo conducida a una situación similar a la que señalaba el nefasto Manuel Azaña cuando, con masónico alborozo, espetaba que “había dejado se ser católica”. Hoy la vemos en esa ruta con un gobierno descristianizador, campeando el aborto, los divorcios, la baja demografía, el vicio contranatura, las autonomías balcanizadoras con la partidocracia gestora de todas las infidelidades.

Pero ya era hora de descender en la Imperial Toledo. Allí nos reencontramos con la España tradicional. La real y que aguarda. La reserva perenne de la cultura donde se asienta el verbo de Occidente en tres capítulos eternos: Atenas, Roma, Toledo. Al echar pie a tierra nos enfrentamos casi de inmediato a torreones centinelas para luego trasponer la Puerta de Bisagra, cuyo dintel está orlado por gigantesca Águila Bicéfala timbrada con la Corona del Sacro Imperio Romano Germánico. Respiramos entonces la España Cruzada y Misionera, la de nuestro querer. La de las Leyes de Indias, Lepanto y la Contrarreforma, con la que enfrentara la satánica subversión de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, dándose en holocausto durante los años de la Guerra de Resistencia y Liberación.

Recorrimos luego el Tajo que rodea el desafiante Real antes de marchar hacia el Atlante océano azul que imita el color de las camisas falangistas. Nuestra primera visita intentó ser para el Alcázar, sede de XV Concilios que dictaron normas morales, siendo también cuna de las instituciones políticas peninsulares, luego residencia de Fernando e Isabel, Carlos V,

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Felipe II y reducto de heroicidades que asombraron al mundo. Encontramos sus portones cerrados desde hace años con el pretexto de refacciones que esconden el odio y el resentimiento del que hablamos más arriba. No pudimos, por ende, llegar hasta el despacho del General Moscardó, donde suponemos seguirá cubriendo una de la paredes la plancha de blanco mármol con el diálogo entre el Jefe de la Fortaleza y su hijo condenado a muerte por la bestial milicia roja. De hecho nos fue impedido orar ante las sepulturas de los Defensores entre las que se halla la de Antonio Rivera, el Ángel del Alcázar. Todo un capítulo de la Gran Historia Viril, cerrado el 28 de setiembre de 1936, cuando el laureado héroe, rodeado de los supervivientes guerreros, se cuadraba ante el Jefe de la Fuerza “salvadora de la heredad” y le decía: “Mi General, sin novedad en el Alcázar”.

Quedaban todavía algunas horas. Por ello remontamos las estrechas calles en busca del Greco, el inmortal griego que en aquel escenario del Siglo de Oro soñó su obra. Domenikos Theotokopoulos —así se llamaba el genio llegado desde Candia, la cretense tierra de olivares, palacios con laberintos y patria del Minotauro—. En la Catedral toledana se exhibe “El expolio de Jesús”, pero la que nosotros buscábamos estaba más cerca, en la Iglesia de Santo Tomé. De todos es conocida como “El entierro del Conde Orgaz”. Al llegar hasta ella quedamos extasiados. Sirviéndose de fríos tintes el pintor realiza, con el contraste de blanco y negro, formidables formas. Detenerse ante la enorme tela es comprender a los críticos que señalan sus temas religiosos como ensueños entre los cuales transitan las formas humanas “a modo de insospechados relámpagos”. Todo eso se aprecia en la mitad superior del óleo.

Así como en el segundo sector la presencia de nobles caballeros, monjes, clérigos y escribientes rodeando a quienes colocan en su lecho el cuerpo yacente del Conde enfundado en armadura de acero y con rostro pálido y barbado.

El conjunto es pura poesía. Ella resume miles de páginas y nos conduce a lo trascendente de la auténtica España católica, “que logra con la muerte eternidades”.

Nuestra jornada termina. Volvemos a las calles empinadas y como en los antiguos tiempos pasamos frente a talleres de espadas, morriones, tizonas y escudos donde el artista va trazando con hilos de oro la heráldica de las águilas sobre el acero negro.

Del Tajo es su agua bautismal. Toledo su Pila. En nuestro caminar nos sorprende un hecho: la iconoclastia no conseguió imponerse. Encontramos en una vía cercana a la Plaza principal una placa con el nombre de José Antonio. Debajo del cesáreo apelativo, también en bronce, una fecha: 1940. Nadie se ha atrevido a tocar el justo homenaje de la Ciudad Imperial al espíritu, que ama el servicio y remanga su camisa para curar, al honor a la palabra empeñada, al desinterés, a la abnegación y al sentido que “la vida no vale la pena si no es para quemarla en el servicio de una empresa grande”.

Poco más allá, en una calle de aspecto cervantino, nuestros ojos encuentran el eterno mármol con palmas de acero en recordación perpetua al General José Moscardó, cuya dura estirpe grabó para siempre su nombre de Caudillo con Laureada Heroica en Iberia, Francia, Italia, Alemania y la Patria Grande Hispanoamericana.

El tiempo apremia. Pero no podemos irnos sin un acto de piadoso homenaje a San Juan de los Reyes, la monumental iglesia levantada durante 1476 por expresa voluntad de Isabel la Católica. Cuenta el cronista que cuando le fue presentada la primera construcción, dijo a sus Maestros de Obras: “¿Esta nonada me habéis fecho aquí?” Por lo que ordenó al flamenco Juan de Guas que levantara la que con grandeza está ante nuestra vista. Belleza del Yugo y las Flechas con la Fe y la Voluntad de los Reyes Católicos. Maravilla de los largos paveses que sostienen las tallas del Águila nimbada y las puntas de sus alas hacia abajo, es decir con el vuelo abatido, que es como —según la tradición heráldica— se representa al Santo Patrono de Santa Isabel Reina. Los mismos símbolos que lucieran el

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Escudo y la Bandera de la Victoriosa España. Una, Grande y Libre. Hasta la instauración cainita que expulsó a San Juan, como ahora lo hace con el también Apóstol Santiago.

Volvimos a Madrid ya muy entrada la noche. Mirando el firmamento sentimos a los camaradas“haciendo guardia sobre los luceros”. Pese a la oscuridad tuvimos por cierto el amanecer. Entonces, nos dijimos, “volverá a reír la primavera”.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

Históricas 

DE BERESFORDAL DOMINIO INFORMAL

Hablemos del estatuto colonial dependiente de Inglaterra que copó estas ecuménicas regiones platinas. La cruz se crucificó y la espada se envainó. El que fuera piadoso Imperio de los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II asistió al “pecado bíblico de la torre”, el que al decir de Rafael Sánchez Mazas, “es el de la confusión, el de la escisión, con las rupturas como símbolo de decadencia”. Nuestro federalismo que de ninguna manera fue expresión de fórmulas lejanas, sino esencia de la tradición sociopolítica hispánica con sus Cortes y Cabildos fue desvirtuado por la impronta británica que torció el rumbo.

Los Orientales tenemos el ejemplo con la tergiversación del pensamiento de Artigas por parte de los historiógrafos liberales. Se difundió entonces desde las aulas una imagen negativa e indecente de la hispanidad de América a la que la hegemonía anglosajona comenzó a llamar“latina”. Apelativo que escondía en el falso retorno a la “romanidad” la determinación de su conocimiento con la desidentidad de su imagen. “Fue el tiempo de las luces porque ya no había luz y el de la libertad, porque ya no había libertades”.  Pero cosa pequeña sería la Hispanidad si hubiera podido ser encerrada en algunas generaciones.

En lo profundo y secular se mantuvo la herencia de nuestra raza. El rescate de su Historia mostró, tal como decía José Antonio, que la Monarquía del Yugo y las Flechas “había sido el instrumento histórico de ejecución de uno de los más grandes sentidos universales”. De ahí que, pese a todo, seguimos siendo en espíritu ansias y lengua “unidad de destino en lo universal”.

Éste es el cuadro histórico. Ello hace necesario indagar la forma en que el proyecto hegemónico británico se reafirmó. Un capítulo importante lo fue cuando por gestión de Bernardino Rivadavia, la firma Baring Brothers hizo la primera entrega del empréstito de un millón de libras, dándose como garantía del mismo “todo el territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata”.

Corrían los días del claro planteo de Mr. Canning, cuando en nombre de la Santa Alianza entraban en España las tropas francesas para restaurar a Fernando VII en el absolutismo. Así escribía el poderoso ministro inglés: “…Yo resolví que si Francia tenía a España no habría de ser, sin embargo España CON las Indias. Yo llamé a existencia al Nuevo mundo para enderezar la balanza del Viejo”. Y así fue orientado el rumbo de la América en metamorfosis.

En lo que a estas regiones respecta cabe volver a señalar la felonía de la política rivadaviana y la sumisión a los intereses financieros ingleses. Con ese poderoso ariete Mr. Ponsonby

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llevó adelante su política secesionista coronada con la Convención Preliminar de Paz en 1828. Las infructuosas intervenciones europeas entre 1838 y 1850 fueron tomadas muy en cuenta por Gran Bretaña.

El desastre de Caseros y la caída de don Juan Manuel de Rosas fue el verdadero drama para la América del Sur. Con su eliminación de la escena política, desapareció del “máximo vértice un organizador, un jefe que podía continuadamente ordenar energías y fuerzas”. “Un poder en acto”, un hacer y un ordenar para frenar a quienes estaban delante y detrás del sub imperialismo brasileño.

En el Estado uruguayo significó la hegemonía de los cariocas con pérdida de miles de kilómetros cuadrados, dependencia financiera y el control virreinal del Embajador de Río de Janeiro sobre las relaciones exteriores y la política interna. Luego se produjo la reacción nacional de 1860 derrotada en el holocausto de la Heroica Paysandú (1865) y la exitosa presión carioca-mitrista para participar en el crimen de la Triple Alianza contra el Paraguay.

La declinación del Imperio de Pedro II permitió el regreso británico, simbolizado en empréstitos como el brasileño refinanciado en Londres en 1863 con un segundo “acuerdo” firmado también a orillas de Támesis (1871).

De este último decía el negociador uruguayo Alexander Mackinnon a su ministro de Hacienda Duncan Stewart: “He aquí el medio para eliminar la influencia que el brasileño Barón de Mauá ha ejercido en nuestro país”. En esos finales del siglo XIX —escribe Peter Winn— “el objetivo era imponer un imperio de comercio e inversiones diferente al intentado en los primeros cincuenta años de la centuria. Ahora la meta era un imperio de inversiones en el que la libra esterlina fuese la moneda rectora. Ellas se reforzarían y complementarían mutuamente”.

Tanto fue así que, cuando al Presidente Oriental Julio Herrera y Obes se le preguntó cómo se sentía con el ejercicio del poder, respondió: “Como el administrador de una gran empresa cuyo directorio está en Londres”.

Real incidencia en la política de Albión en la cuenca del Plata la tuvieron los ferrocarriles. Con acierto lo señala Raúl Scalabrini Ortiz: “El instrumento más poderoso de la hegemonía inglesa entre nosotros ha sido el ferrocarril. El arma del ferrocarril es la tarifa. Con ellas se pueden impedir industrias, fomentar regiones y hasta destruir ciudades florecientes…”

En la misma línea, Julio Irazusta, en el capitulo V de “Balance de siglo y medio” prueba como el capital nacional fue desplazado con pretextos, mientras a los “inversores” británicos se les hacían concesiones, “adjudicándoseles hasta una legua de terrenos a cada lado de la vía garantizándoseles una ganancia del 15% neto sobre la inversión, antes que el gobierno pudiera intervenir para regular las tarifas”.

Similar situación encontramos también en esta Banda del Río epónimo. A partir de 1876 y luego del desplazamiento del capital nativo empieza el largo dominio de la empresa británica. Ya en 1878, se deja librada a “The Central Uruguay Railway Ltd.” la fijación de tarifas, mientras la explotación no alcanzara el 16% de utilidades.

El espíritu que prevalecía era el que expresó en el Senado de la época un conspicuo hombre del gobierno: “No se me ocurre más que un pensamiento que es mi deseo: ferrocarriles a todo trance aunque se comprometa el país…”

Las pretextadas ventajas en cuanto a explotación de la agricultura y diversificación productiva nunca llegaron a concretarse ya que todos los trazados del ferrocarril estuvieron realizados hacia zonas menos pobladas, por lo que los vagones iban casi vacíos para ser cargados en los lugares de producción. El precio de doble flete era la consecuencia no

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confesada.

Sin embargo en el tema también incidió el tendido de las vías para las que la Administración extranjera buscó la solución más barata. El final de la Segunda Guerra le facilitó al Reino Unido la oportunidad de desprenderse de la obsoleta maquinaria.

Todo se dio porque al final del conflicto la República Oriental del Uruguay, que había contribuido con los precios bajos de sus carnes y sus lanas, al triunfo del contubernio demoliberal-bolchevique se encontró, pese a todo, con un crédito sobre Inglaterra de dieciocho millones de libras esterlinas. La importante cantidad no podía ser realizada ya que el Gobierno de Londres“bloqueó las libras”, imposibilitando su retiro de la City.

El informe del representante uruguayo en Londres decía: “El Gobierno de Su Majestad manifestó su más vivo interés por negociar o bien la transferencia de las empresas ferrocarrileras o bien asegurar a estas un rendimiento equitativo”.

No había opciones por lo que el gobierno de Luis Batlle (1949) optó por la permuta a la que se agregaron los viejos tranvías y la Compañía Montevideo Water Work (Aguas Corrientes). Todo era una fiesta demagógica en aquella posguerra. El país uruguayo reafirmaba la democracia corruptora con el clientelismo electoral en los Comités partidarios y la proliferación de empleos públicos inamovibles y bien remunerados.

El país batllista caminaba con un inverosímil optimismo hacia el aflojamiento del ritmo de trabajo, el estancamiento económico, la atonía ética y la disgregación hedonista inmanentista. Tal era la trágica herencia del Dominio Informal Británico.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

1807 - 5 de julio - 2008

A 201 AÑOSDE UNA HAZAÑA

A decir verdad en este Bicentenario de la derrota inglesa en las calles Buenos Aires, lo que recordamos es un capítulo —tal vez de los más importantes— en la larga serie de agresiones que a través de la masonería y de las armas realizó Gran Bretaña contra el Imperio Católico y sus Reinos de Indias.

Francisco Miranda, llegado a Londres en 1797, expresó a los círculos políticos sus intenciones de llevar la “Independencia” al continente Hispanoamericano a través de una invasión militar inglesa. Su fracaso en Puerto Cabello no fue tenido en cuenta, ya que la victoria de Trafalgar —obtenida por el Almirante Nelson en octubre de 1805— ratificó el dominio inglés de los mares para proyectarse donde la estrategia del “War Office” lo considerara necesario.

La ocupación del extremo sur de África por parte del Comodoro Popham, en esos momentos asesor del Premier británico, hizo renacer la posibilidad de un golpe contra el Imperio de las Españas. Fue entonces cuando —expresa el historiador Francisco Bauzá— “Popham al encontrarse desocupado comenzó a volver sobre sus recuerdos. Aquellos ofrecimientos de Miranda que habían tentado su codicia lo inflamaron de nuevo…”

En una rápida acción, en junio de1806, ocupó la capital del Reino Platense donde con el general Beresford sentó sus reales. Dueños de la ciudad los británicos recibieron la inmediata adhesión de

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muchos personajes conocidos. Castelli, por ejemplo, encabezaba la lista de más de medio centenar de “distinguidos” vecinos que bajo firma mostraban su entusiasmo por la nueva situación. Como más tarde relató Rivadavia: “Beresford pudo reunir todo el partido que ya meditaba la separación de la Colonia”.

Ellos eran seguramente los que desde 1804 se venían reuniendo con Santiago Burke, el espía anglo-irlandés, quien a instancias de sus jerarcas londinenses había montado una secreta red de extranjeros como el norteamericano Guillermo White y criollos, entre los que se contaban Castelli y Rodríguez Peña, corresponsales de Miranda.

Todo esto nos lleva a señalar que le asiste razón al Dr. Carlos Alberto Pueyrredón cuando en“Publicación del Instituto de Estudios Históricos sobre la Reconquista y Defensa de Buenos Aires”(Editorial Peuser, 1947) dice que “es lógico suponer que la idea de independencia no estuviera ausente durante la breve posesión de Buenos Aires. Fue funesto error de los ingleses —agrega— no haberla planteado antes del ataque”.

El mismo autor, por anglofilia solidaria con su antepasado, muestra documentos que hablan de la conferencia entre don Juan Martín, el Comodoro Pirata y Mr. White, buscando la “independencia” mediante la “generosidad” gringa. En resumen: repasando las páginas del capítulo que hoy nos ocupa, queda muy claro el doble juego de quien era Jefe de la Caballería contrainvasora y su emisario receptor, el naviero yanqui sostenedor logístico del invasor.

Poco duró esta situación. En agosto de 1806 las fuerzas montevideanas reclutadas por el Gobernador Ruiz Huidobro y las de Buenos Aires, ambas comandadas por Santiago de Liniers, vencieron en Miserere y reconquistaron la Ciudad de la Trinidad. Pero llegó el segundo zarpazo pirata, como refuerzo del primero. Cuando el coronel Backhouse ocupó y saqueó San Fernando de Maldonado la situación mostró que el objetivo era San Felipe y Santiago de Montevideo.

El 16 de enero de 1807 los ingleses —comandados por el general Samuel Auchmuty— desembarcaron en “Playa Buceo”. Durante quince días atacaron por río y por tierra.

Finalmente, el día 1º de febrero consiguieron entreabrir una brecha en la muralla. Por ella penetraron en la noche del 3 de febrero, desarrollándose entonces un combate calle por calle hasta el amanecer, en el que los atacantes lograron el dominio del Real montevideano. La resolución de volver a atacar Buenos Aires fue adoptada por el nuevo Jefe británico, el general John Whitelocke.

Era el mes de julio de 1807. Se repetían la situación y los propósitos. Nuevamente recaía la responsabilidad en el Reconquistador de 1806. Aquel Caballero de la Orden de Malta: Santiago José Luis de Liniers y Bremond, hombre de Fe que amaba la Monarquía Católica; providencialmente, se hallaba cumpliendo 54 años, pues había nacido en la festividad de Santiago en Niort (Francia) el 25 de julio de 1753. Se preparó para la lucha como todo un Caballero Cristiano.

Así escribió: “Mi confianza en la Providencia es inalterable, cuando veo más apurados los lances es cuando más se acrisolan mis esperanzas, fundadas en un precepto de San Pablo”. Agregando en nota al cabildante Martín de Álzaga: “En los lances apurados y desgraciados es cuando se debe tener mayor constancia”.

La ciudad se preparó entonces para el ataque enemigo. Hasta los niños formaron. Entre ellos, Juan Manuel de Rosas, con sus trece años, integrando los Migueletes. Del parte de Santiago de Liniers al Príncipe de la Paz extraemos un breve párrafo: “el día cuatro lo aproveché para abrir unas trincheras a una cuadra al frente de las ocho calles de la Plaza… haciendo subir a las azoteas las piedras que se sacaron de las calles y habiéndolas provisto de granadas y frascos de fuego”.

El día cinco, cuando las lámparas comemzaban a expirar, empezó el ataque por el Retiro, que duró horas. Finalmente Whitelocke, desalentado por sus miles de bajas, aceptó el desalojo del Río de la

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Plata en dos meses. El Misterio de Iniquidad no había prevalecido.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

Padre de la Federación

ARTIGAS:ADALIDTRADICIONALISTA

Ante todo cabe señalar que Artigas fue hombre de duro cabalgar y batallar en estas comarcas vertebradas por los grandes ríos de la Cuenca del Plata, a las que soñó mantener unidas en la espléndida unidad geopolítica que fue el Virreinato. Se hace también imperioso subrayar el cinismo de la historiografía liberal, cuando desconoce y falsea el alma de nuestra historia, haciendo aparecer al personaje como un roussoniano desarraigado de sus ancestros, lo que preparó el camino a los escribas partisanos para trasmutarlo en un protomarxista. De aquí que sea no sólo un desconocido, sino alguien que ha muerto dos veces.

Nuestra tarea es entonces dejar de lado lo imaginario, ya que creemos con Ortega que “el pensamiento tiene la misión primaria de reflejar el ser de las cosas”. Y para ubicarlo en la Verdad hay que plantear con claridad meridiana que el Caudillo no fue ni un demoliberal, ni un revolucionario, si le damos a esta palabra el significado de subversión de las formas religiosas, culturales y políticas legadas por la tradición.

En las comarcas sureñas de los dominios del Rey Católico, se afincaron los Artigas. Gens de guerreros y labradores con origen en Navarra y Aragón hicieron honor a su apelativo, porque Artiga (sin la s final) es voz latina del verbo “artire” que habla de tierra “que está preparada para sembrar”. Este apellido aparece en las listas de los futuro hidalgos fundadores del Real de San Felipe y Santiago. Un 19 de junio de 1764, en el hogar de Martín José Artigas y Francisca Arnal, nació José Gervasio, bautizado dos días después. La tierra y lo telúrico ejercieron fascinación avasallante en el joven criollo. Con los años y de acuerdo a sus antecedentes familiares fue hacendado y ayudante de Félix de Azara.

Con baquía y valor alcanzó, siendo mozo, el grado de Capitán del Cuerpo de Blandengues de la Frontera de Montevideo. Desde ese puesto combatió a matreros y a ingleses cuando las mercantilistas agresiones de 1806 y 1807 intentaban crear el ambiente para una rebelión generalizada en los Reinos de Indias. Eran los años en que la subversión francesa e 1789, con su

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satánico inmanentismo y su terrorismo de Estado, se extendía en la Europa minada por las logias. En 1808, la felonía bonapartista pretendió aherrojar a los Reinos Ibéricos. La respuesta fue el levantamiento religioso contra el ideologismo de la Revolución. Al ser ocupado el Trono por un napoleónida usurpador, América se encontró con el poder político acéfalo, con lo que la soberanía recayó en las jerarquías naturales. Esto fue lo que ocurrió en Montevideo en 1808 y en Buenos Aires en 1810.

“La sociedad rioplatense —dice Jordán B. Genta— era una unidad de orden… y el pueblo actuó jerárquicamente por medio de sus jefes naturales no elegidos por la multitud sino acatados por ella…”Los caminos imperiales de América y España se bifurcaron cuando las liberales Cortes de Cádiz y más tarde Fernando VII, pretendieron desconocer los reinos diferenciados establecidos por el César Carlos V. Entre 1811 y 1815, Artigas definió su pensamiento político y económico entroncado en las bases del doctrinarismo español. Dos fueron los puntos claves expuestos por el Caudillo: Independencia y Federalismo. La primera era exigida dado el desconocimiento, en septiembre de 1810, del federalismo natural que había caracterizado la Unión de los Reinos de España y América, para establecer el masónico Estado Centralizado.

Por el segundo se planteaba un gobierno nacional y gobiernos provinciales, es decir, un federalismo encontrado en el fondo de los antiguos Cabildos nacidos en la Hispania Romana y fortalecidos en la Edad Media. Estos fueron los municipios trasplantados a nuestra América que encarnaban el espíritu local y estaban constituidos por los jefes de familia. Era la Provincia, formada por los “Pueblos Libres”en el sentido de ciudades con Cabildo junto a sus respectivas jurisdicciones. En lo económico su política de tierras se inspiró en la Legislación de Indias y mantuvo la Propiedad Privada fuera del planteo liberal.

Artigas devino en arquetipo de la Tradición, por lo que los logistas, con la baja traición del Pilar, lo eliminaron de la argentinidad. Cayó con su Provincia Oriental y el “Sistema Americano”. Nunca más pudo volver del ostracismo paraguayo, pero su espíritu reapareció en la Cruzada Lavallejista de 1825. En ella —hay que recordarlo siempre— tuvo especial protagonismo don Juan Manuel de Rosas, quien en pocos años sería el continuador del Caudillo. Tanto fue así, que en 1843, el Exiliado, contestó negativamente al ofrecimiento de encabezar las fuerzas preparadas contra el Restaurador. El Viejo Guerrero veía de lejos las intenciones de la siniestra alianza antiamericana. Por ello, sigue siendo Centinela, Muralla y Bastión de una historia que nos quieren falsificar. Junto con don Juan Manuel, es espíritu de nuestra Unidad de Destino.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

En la Semana de Mayo (I) 

MAYO: HONOREN LA FIDELIDAD

El Alzamiento antibonapartista en las Españas de 1808, produjo la reaparición del antiguo espíritu medieval feudalista y municipal que enfrentó al prometeico liberalismo que traían los ejércitos del Corso.

El juntismo español de esos momentos marcó una clave de gloria en el accionar contrarrevolucionario. La misma situación se dio en los Reinos de Indias, donde estaba muy clara la adhesión al Monarca. Fidelidad ya exhibida con altivez en las reuniones de Montevideo y Buenos Aires de agosto de 1806 y febrero de 1807, cuando Liniers fuera proclamado Jefe Militar y luego Virrey. Se daba por entonces el primer fracaso de Gran

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Bretaña en su intento de destruir el Imperio Hispano Católico transformando sus atomizados restos en dependencias financieras de la masónica City londinense. Honor a la Patria que mostró la “Muy Fiel y Reconquistadora Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo” en el Cabildo Abierto del 21 de septiembre de 1808 donde expresó su voluntad de formar “una Junta como las de España”.

El suceso histórico de Mayo de 1810 estalla en el espíritu siempre presente en las “Repúblicas Comunales Indianas” y como resultado de la certeza de la pérdida de todo el territorio de la Madre Patria a manos del jacobinismo napoleónida. El acontecimiento daba un fuerte impulso a lo que se ha dado en llamar Revolución Americana. Ésta, como muy bien lo señalara nuestro Profesor de juventud, el Dr. Felipe Ferreiro: “…no fue un proceso anti hispánico sino una variante regional de la revolución española, y aspiraba a una unión más perfecta pugnando por conseguir un reajuste general administrativo y particularmente mayor autonomía, pero siempre dentro de la unidad hispánica…”

Cabe entonces afirmar, aunque para algunos despistados todavía pueda sonar a herejía, que la Revolución de Mayo fue un acto de Lealtad encaminada precisamente a asegurar el voto a la Corona, emitido por el pueblo de Buenos Aires al jurarla canónicamente el 23 de agosto de 1808, no por imposición de las autoridades, sino contra la cobarde demora. Un relato de esa jornada que aparece en el tomo 1º del Archivo Pueyrredón permite aquilatar el sentimiento fernandista de Unidad de Destino que tenía entonces Buenos Aires y que se extendía por las Capitanías y Virreinatos. Unidad de los Reinos tal como aparecía en la Real Cédula de Carlos V, y luego en el espíritu de la Leyes de Indias. Discrepancias sobre la forma mejor de conducir a los pueblos durante la vacancia del Trono desembocaron en una guerra civil en la que los bandos mostraron su sincera lealtad monárquica. Así, José Artigas, vencedor en Las Piedras y hombre de la Junta Grande de Buenos Aires, propuso al Virrey Elío un armisticio: “…para conservar ilesos los dominios de nuestro augusto soberano Fernando VII de la opresión del tirano de Europa…”

Perfecta comprensión del acontecimiento de la Patria Grande lo mostró don Juan Manuel de Rosas en meditado discurso ante el Cuerpo Diplomático el 25 de mayo de 1836. Allí lucen los párrafos que reproducimos: “Qué grande, señores, debe ser para todo argentino este día consagrado por la Nación para festejar el primer acto de soberanía… Y cuán glorioso es para los hijos de Buenos Aires haber sido los primeros en levantar la voz con un orden y dignidad sin ejemplo. No para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas. No para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para conservarle la posesión de su autoridad, de que había sido despojado por un acto de perfidia. No para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndonos en actitud de auxiliarlos. Estos, señores, fueron los grandes y plausibles objetos del memorable Cabildo celebrado en esta Ciudad el 22 de mayo de 1810, cuya acta debería grabarse en láminas de oro para honra eterna del gran pueblo porteño. Pero ¡ah! ¡Quién lo hubiera creído! Un acto que ejercido entre otros pueblos con menos dignidad y nobleza mereció los mayores elogios, fue interpretado entre nosotros malignamente como una rebelión disfrazada por los mismos que debieron haber agotado su admiración y gratitud para corresponderlo dignamente, etc…”

Refiriéndose a esta alocución escribió Don Julio Irazusta: “Ella concilia el hecho de la emancipación con el lealismo imperial y monárquico de nuestro primer gobierno autónomo y salva la dignidad nacional de la tacha de perfidia colectiva…” Como bien lo expresa el Maestro, el Restaurador deja muy claro el sentido de la Revolución de Mayo y su rechazo a la versión del siniestro Monteagudo, que difamara a los hombres de Mayo, a quienes señaló como cubiertos por “una máscara inútil y odiosa”. Calumnia que, aunque refutada por el Dr. Vicente Pazos Silva, en aquel momento fue repetida por Mitre en su “Historia de Belgrano”. De ahí tomó categoría de axioma.

El verdadero carácter de la Revolución de Mayo fue de Honor en la Fidelidad y jamás de perfidia culpable de la guerra con la Madre Patria. El enfrentamiento llegó luego del 24 de septiembre de 1810, cuando la masónica Asamblea de Cádiz desdeñó el federalismo natural de Reinos y Provincias, basado en la comunidad de sangre y Fe para instaurar un inmenso Estado centralizado según el modelo de la subversión francesa. Fue el momento en que José de San Martín se incorporó a la lucha de América.

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Luis Alfredo Andregnette Capurro

En la semana de la batalla de Caseros (y IV)

CASEROS:LA TRAGEDIADE LA PATRIA

Más de un siglo y medio atrás, se derrumbaba el ideal de una Patria Grande y Libre cimentada en la espléndida realidad metafísica y geopolítica del Virreinato del Río de la Plata.

El episodio bélico culminado en la tarde del 3 de febrero de 1852 en los campos de Caseros marcó un “Nuevo Orden” en nuestra región. Cambiaba entonces no sólo la situación existente sino hasta las posibilidades de restauración de la nación que venía siendo despedazada. Aciaga tarde para las armas nacionales. Ya no podría ser la “unidad de destino en lo universal” forjada en sus inicios por caudillos como Irala, Garay, Hernandarias y por obispos como Trejo y Sanabria quienes en el buen combate hicieron posible la concreción en 1776 de la estrategia de Don Carlos III. El reino del Plata surgía entonces para la defensa del Imperio Hispánico. Pero las horas trágicas llegaron y el espacio legítimo se fue achicando. Primero, la separación de la Provincia del Paraguay férreamente controlada por el Dr. Francia. Luego, el Alto Perú, cuando los Rivadavianos del Congreso Constituyente de 1824 autorizaron a esa región a “disponer de su suerte”. Después y al estallar la guerra con el Imperio del Brasil, Gran Bretaña maniobra diplomática y financieramente hasta llegar al 27 de agosto de 1828. Ese día se firma la Convención Preliminar de Paz con la que el “mediador” Mr. Ponsomby secciona con certero tajo nuestra Provincia Oriental.

El interés político y comercial de Gran Bretaña pesaba más que el destino de un territorio, especie de Prusia, por ser marca entre los imperios y unido a las demás provincias “por los lazos más sagrados que el mundo conoce”. Así lo que José Artigas planteara en 1813 por escrito y a viva voz: “ni por asomo la separación nacional”. El mismo destino que marcara Juan A. Lavalleja en encendida proclama donde con real sentido integrador habla a los “argentinos orientales”. Conmovedora vocación de unidad nacional en la que se insistió tanto en la Asamblea provincial de 1825 reunida en la Florida, como en el Congreso Constituyente cuando se trató la ley de Reincorporación.

Para la Patria amputada no hubo fronteras. Ellas no podían separar las raíces y los problemas. La tierra y los muertos eran los mismos, así como los agresores. Por eso una línea imperturbable sin ceder nada fue la característica de la ecumenidad platense. Incluso en la defensa de la golpeada integridad. Claro lo acontecido en la Batalla de Arroyo Grande, donde el General Manuel Oribe regresado de combatir logistas y metecos, hiere de muerte el proyecto balcanizador ideado por Berón de Astrada con Fructuoso Rivera y que se dio en llamar Federación del Paraná.

A partir de 1847-48 hay un “vacío de Poder” en el Plata. La presencia de las potencias interventoras europeas es mucho más débil dada la agitación promovida en el hemisferio norte por el revolucionarismo utópico expandido por las logias masónico-carbonarias. Sucede que, desde 1789, Europa vive la convulsión provocada por las concepciones culturales de una burguesía escéptica y materialista que maneja el poder del dinero.

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El Imperio del Brasil apareció entonces en nuestro espacio haciendo su viejo juego conocido como la“ilussao do Prata”. El choque con la Confederación Argentina se hizo inevitable. Ni corto ni perezoso el gabinete de Londres vio la posibilidad que con la caída de Rosas se entronizara un dominio Braganza como sub-imperio dependiente de los financieros de la City. La Banca Rothschild entró en escena jugando fuerte. Lord Palmerston apoyó y resolvió que “el Brasil está en su perfecto derecho de que cese el gobierno del General Rosas…” (Herrera y Obes a Eugenio Garzón, 28 de agosto de 1851). Justo José de Urquiza, que “manejaba todas las monedas menos la de la lealtad” fue tentado y se integró a la conspiración. Millones en subsidios para el judas mesopotámico, libre navegación de los ríos interiores y su correlato “la apertura económica para los especuladores capitalistas”.

En tanto, el Estado Oriental quedaba enfeudado por los empréstitos, perdiendo decenas de miles de kilómetros cuadrados cedidos al Imperio. Era el regreso a la vieja Provincia Cisplatina, de Juan VI y Pedro I. El General Oribe fue neutralizado mediante el soborno traidor de sus jefes y oficiales. El mismo trabajo de zapa se realizó hasta en “Santos Lugares” con allegados al Restaurador. La Libertad y la Constitución estaban en los bolsillos de los prostituidos. “Nihil novus sub sole”.

El Duque de Caxias, Justo J. de Urquiza y César Díaz con las marionetas del Pronunciamiento cumplieron su rol. Se dio la batalla y Caseros fue un acontecimiento sin retorno. El poder fuerte del sur desapareció. La hegemonía del Imperio Brasileño era un hecho. El camino para fagocitarse al Paraguay estaba abierto. Se cerraba el capítulo Juan Manuel de Rosas, el más importante y rico en la lucha por la Patria Grande de Iberoamérica. Entrábamos al mundo del capitalismo liberal con un estado cartaginés y donde “hasta la industria típicamente criolla de los saladeros, cayó en sus manos”.

Sin embargo la figura del “Caudillo fascinante” siguió siendo punto de referencia en la tradición criolla. Cuentan cronistas, como Cuningham Graham, que muchos años después de derrocado Don Juan Manuel vio algún paisano entrar a una pulpería y mirando al gringo con ojos centelleantes, clavó su facón en el mostrador, gritando fuerte: “¡Viva Rosas!” En esta apelación a la vida está el eje diamantino de nuestra lucha para vertebrar la Patria Una Grande y Libre que no podrá ser desde el materialismo ateo liberal-socialista. Nuestro destino fue mostrado por Rubén Darío:

“Únanse, brillen, secúndense tantos vigores dispersosformen todos un haz de energía ecuménica sangrede Hispania fecunda, sólidas ínclitas razas muestrenlos dones pretéritos que fueron antaño su triunfo”.

Luis A. Andregnette Capurro

En la semana de la Vuelta de Obligado (II)

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NOVIEMBRE DE LOS HÉROES

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Noviembre es un mes que convoca el recuerdo de héroes y de hazañas. Ahí está el día 12, con el tránsito hacia la inmortalidad del General Manuel Oribe, cuando corría el año 1857 y la jornada del 20 con la Vuelta de Obligado, batalla de la dignidad de la Patria Grande, así como el aniversario del martirio de José Antonio y el de la marcha hacia Dios del Caudillo de España.

Hay en esta rememoración un elemento común. Nombres de hombres que afirmaron lo hispánico y lo americano. A todos y a cada uno de ellos les dolió su patriotismo por los cuatro costados. Su transcurrir por este mundo fue luchar como cristianos contra el encanallamiento. Y fueron voz e impulso. En Manuel Oribe vida y espada que cansó a la victoria en cien batallas y combates. Era la sangre del Cid que corría por sus venas. Así en Sarandí, Ituzaingó, Famaillá, Quebracho Herrado o en Arroyo Grande, a lanza y sable contra el meteco criollo, cimentando la unidad de la Patria. Ésta, así como las divisiones internas, eran su preocupación. Tomamos como prueba unos párrafos de su correspondencia política que por otra parte tienen plena actualidad. Así escribía: “La desunión ha sido y es causa permanente de nuestros males y es preciso que ella cese antes de que nuevas convulsiones completen la ruina del Estado… Mientras existan en el país los partidos que lo dividen, el fuego de la discordia se conservará oculto en su seno pronto a inflamarse con el menor soplo que lo agite”.

Como gobernante desde el Cerrito, en eje de acero con el Restaurador de Palermo de San Benito, convertidos ambos en mojones de dignidad ante el cañón masónico y mercantilista. Héroes que hicieron de su caudillaje una realidad del mandato artiguista: “Ni por asomo la separación nacional”. Unidad de tierras y sentimientos a pesar de la Convención anglófila que en 1828 separó la Banda Oriental contrariando nuestras aspiraciones.

Y llegó 1845 con las intervenciones conjuntas de Francia y de Inglaterra, para hacr del Plata, el Uruguay y el Paraná, ríos sin el control de los ribereños, así como de Entre Ríos y Corrientes “Estados independientes”. Ante la prepotencia agresora Juan Manuel de Rosas instruyó: “Construir en la costa firme del Paraná baterías en el punto más aparente para ofrecer una resistencia simultánea de modo que la escuadra enemiga no pueda pasar más adelante”. El río se transformó, para el intruso, en un callejón sin salida. Un empecinamiento llamado Patria había triunfado.

Éste fue el significado de la batalla en la que quedaron fuera de combate más de seiscientos hombres.“América para los americanos”, dejaba de ser sólo una frase, para ser un hito en el sentimiento nacional. De esos días he aquí una carta del General San Martín, quien en el crepúsculo de su vida instaba a proseguir la lucha: “…muy lisonjero poder nuevamente ofrecerle

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mis servicios (como lo hice a Ud. en el primer bloqueo por la Francia), servicios que aunque conozco bien serían inútiles, sin embargo demostrarían que en la injustísima agresión y abuso de Inglaterra y Francia con nuestro país, éste tenía aún un viejo defensor de su honra e independencia”.

En días tan aciagos corresponde que cerremos filas y obedezcamos, como enseñaba Gracián, el predicamento de los Héroes. Entre ellos Rosas y Oribe, los grandes americanos de noviembre. Junto a ellos y con ellos, José Antonio Primo de Rivera con Francisco Franco Bahamonde están presentes y son ejemplo.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

Mártires de España, rogad por nosotros

DOS MÁRTIRES RIOPLATENSESEN LA ESPAÑA ETERNA

Por la ruta de la Fe, la Esperanza y la Caridad nos han regresado a la patria oriental las reliquias de las Mártires Dolores y Consuelo Aguiar-Mella Díaz, proclamadas Beatas por S.S. Juan Pablo II el 11 de marzo del Año de Gracia 2001. Fue el domingo 9 de julio de 2006 cuando en la Iglesia Catedral de Montevideo, antes de una Santa Misa solemne, la urna de mármol blanco con las reliquias fue depositada en el Baptisterio donde ambas habían recibido, siendo niñas, los Santos Crismas.

Siempre se ha dicho que en las tumbas estaban las sombras. Hoy comprendemos que allí reside la Luz:“estaban de pie ante el trono y ante el Cordero, vestidas de túnicas blancas, con palmas en sus manos(…) y lavaron sus vestidos y los blanquearon en la sangre del Cordero. Por eso están ante del trono de Dios y lo adoran día y noche en su Santuario” (Apocalipsis, 7, 9, 14-15).

Dolores y Consuelo nacieron en Montevideo. Dolores el 29 de marzo de 1897, y Consuelo exactamente un año después. Las futuras Beatas Mártires eran hijas del matrimonio formado por el abogado madrileño Santiago Aguiar-Mella y la criolla montevideana Consolación Díaz Zavalla.

Alboreaba el siglo XX cuando la familia abandonó la República Oriental para dirigirse a España. Atrás quedaba, impune, el asesinato masónico del Presidente Idiarte Borda, afirmándose así el país que pergeñaba José Batlle y Ordóñez en la línea sarmientina. Ella se daba con ancho proceso en el Río de la Plata.

Campeaba su filosofía hecha de oposiciones entre “Civilización y Barbarie” alineadas según el inmanentismo con modalidad de hedonismo burgués que apuraba los últimos años previos al apocalíptico 1914.

A poco de llegar a Madrid fallece su madre, por lo que Dolores y Consuelo ingresaron como pupilas en el Colegio de las Hermanas de las Escuelas Pías de Carabanchel, donde permanecerían hasta 1917 realizando estudios de Magisterio Superior. Allí se forjó un vínculo definitivo entre aquellas “indianas” y la familia religiosa. Se hizo cada vez más fuerte en ellas el espíritu de la Catolicidad y su afán de Misión y Servicio, todo lo que al final les costaría la vida física.

Y llegó 1931. El año terrible de la proclamación de la República, que en menos de cinco años condujo a España al caos. En pendiente pronunciada se quebró la paz social con el enfrentamiento sangriento de las clases sociales. La Unidad nacional se fracturó hasta casi llegar a la balcanización. La persecución religiosa fue en aumento con las leyes de divorcio y aborto a las que

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sucedió la quema de Conventos e Iglesias con la expulsión de Órdenes religiosas. Las Hermanas Escolapias sentían el constante asedio y atropello del anticatolicismo resuelto en odio y blasfemia.

En ese ambiente, las uruguayas Aguiar defendían públicamente su Fe Católica ayudando y trabajando por aquellas victimas del terror frentepopulista. El asesinato de José Calvo Sotelo desbordó el cáliz de hiel y se produjo el Alzamiento contra la vesánica tiranía. La consigna en los territorios africanos fue “El 17, a las 17”.

El día 17 de julio a las cinco de la tarde tuvo lugar el comienzo de la Cruzada. Dentro de las veinticuatro horas siguientes lo hicieron las guarniciones de España. Por diversas circunstancias una parte de la Península no pudo ser liberada. Madrid y Barcelona quedaron en la zona roja como bocas del infierno. George Orwell, en páginas que titulara “Cataluña 1936” expone que en Barcelona había comenzado la “revolución social”, a través de la sovietización de las empresas cualquiera fuera su tamaño, amén del terrorismo practicado por el poder político con el apoyo de bandas armadas en las calles.

Los cuadros políticos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), a cargo del Servicio de Información, se especializaron en crear el terror y conciencia del terror “entre los traidores fascistas”entrando a las cárceles a elegir victimas para “ajusticiar”. Un aspecto anecdótico, pero no por ello indigno de figurar en esta referencia local de Cataluña, fue que durante este período centenares y centenares de presos requetés o falangistas eran trasladados a las bodegas del “Uruguay”, un buque de bandera republicano-socialista fondeado en la rada de Barcelona.

Testigo de los espantos que allí se producían, Manuel Tarín Iglesias en su libro “Los años Rojos”,publicado en 1986, da cuenta que en el común de las gentes, fueran o no de derechas, el sólo nombre de “Uruguay” producía helado horror sólo por las reverberaciones semánticas que provocaba el nombre del satánico navío.

La situación de Madrid no iba en zaga. Luego del ataque contra el Cuartel de la Montaña y la Cárcel Modelo se dio el sádico asesinato de innumerables militares y civiles. Entre los uniformados se encontraba el dirigente falangista Julio Ruiz de Alda, héroe de la aviación española y mundial. Entre los segundos cabe destacar a personalidades de inteligencia superior como Ramiro de Maeztu y Víctor Pradera.

En esos días de tragedia aparecieron con todo su aire siniestro las tristemente célebres “chekas”.Durante la revolución bolchevique, éstas habían sido el más férreo instrumento de terror para diezmar las poblaciones consideradas enemigas de los nuevos amos. La requisa, la detención y el asesinato se ordenaban en las “chekas” y sustituyeron en la “república” cainita a todo lo que se podía llamar función policíaca o jurídica.

Anarquistas, comunistas, socialistas y toda la gama de zurdos, tuvieron su “cheka” particular. Cientos aparecieron repartidas por toda la Ciudad ocupando las mejores mansiones y teniendo a disposición vehículos requisados a los “facciosos”. A ellas se agregó la privada de la Dirección de Seguridad que recibió el nombre de “Escuadrilla del Amanecer”, porque era en las amanecidas cuando registraban domicilios, detenían y asesinaban durante sus “paseos” de las afueras de la capital.

En medio de aquel pandemonium Dolores y Consuelo continuaron sin desmayo ayudando a las monjas dispersas y ocultas en Madrid. Comenzado agosto ambas se fueron a vivir con ocho religiosas refugiadas en una casa cercana al colegio del que habían sido expulsadas por la “cheka” comunista. Nada amedrentaba su misión para con la gente de Dios.

Así, hasta el 19 de septiembre de 1936, cuando Dolores salió hacia un barrio donde llevaba alimentos y Hostias Consagradas “para los que tenían hambre y sed de Cristo”. Detenida por milicianos pese a su documentación fue conducida a una de las “chekas”. Horas después allí se presentó Consuelo, llevada por una nota supuestamente firmada por su hermana en la cual le

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solicitaba su presencia junto a la Superiora María de la Iglesia para obtener la libertad.

Del horror de las horas que siguieron nada sabemos. Sus cuerpos y el de la Madre Superiora fueron encontrados masacrados en la carretera hacia Andalucía, de donde se los llevó a un depósito. Poco antes de ser arrojados a una fosa común los recuperó su hermano Teófilo, entonces Jefe del Consulado uruguayo, quien pudo darles cristiana sepultura en el cementerio de la Almudena.

El desgraciado suceso tuvo amplia repercusión y llevó al gobierno Oriental que encabezaba el doctor Gabriel Terra a la ruptura de relaciones con la tiranía siniestra y simiesca que detentaba el gobierno de la España autodenominada legal. Un gesto de dignidad diplomática hoy convenientemente ocultado por la historiografía al uso gramsciano a que nos tiene acostumbrados el liberalismo marxista uruguayo.

De la vida terrenal de Dolores y Consuelo Aguiar-Mella Díaz puede decirse lo que Antonio Caponnetto expresa en “Los Arquetipos y la Historia”: “recorre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y se prolonga hasta nuestros días en los textos más representativos de la Cristiandad. Se insta a seguir a Cristo como Modelo Supremo, y también obviamente, a aquellos que han consagrado sus esfuerzos para ir tras Él. Profetas, Santos, Patriarcas, Místicos o Mártires. Cristo mismo en su Evangelio no cesa de repetírnoslo a cada tanto: «Venid en pos de Mí», «aprended de Mí», «sed perfectos», o «ejemplo os he dado para que vosotros hagáis lo que Yo he hecho». Se lo sigue e imita por amor, por una fuerza afectiva incontenible, que está por encima y en algunos casos de modo excluyente, de todo otro bien terreno”.

Dolores y Consuelo caminaron tras Él, por ello hoy están a la derecha de Dios. Seguramente con las manos elevadas en oración como en la visión del poeta:

Como tibia azucena adelantadaConstantemente entre el alba y el rocíoorante nieve, ojiva pura y levedad trenzadacomo ave par alzada sin temblores,calmando en su misterio desposadola desazón humana de las flores.

Luis Alfredo Andregnette Capurro

Apuntes sobre el 25 de Mayo de 1810

MAYO:HONOREN LA FIDELIDAD

El Alzamiento antibonapartista en las Españas de 1808, produjo la reaparición del antiguo espíritu medieval feudalista y municipal que enfrentó al prometeico liberalismo que traían los ejércitos del Corso.

El juntismo español de esos momentos marcó una clave de gloria en el accionar contrarrevolucionario. La misma situación se dio en los Reinos de Indias, donde estaba muy

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clara la adhesión al Monarca. Fidelidad ya exhibida con altivez en las reuniones de Montevideo y Buenos Aires de agosto de 1806 y febrero de 1807, cuando Liniers fuera proclamado Jefe Militar y luego Virrey. Se daba por entonces el primer fracaso de Gran Bretaña en su intento de destruir el Imperio Hispano Católico transformando sus atomizados restos en dependencias financieras de la masónica City londinense. Honor a la Patria que mostró la “Muy Fiel y Reconquistadora Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo” en el Cabildo Abierto del 21 de septiembre de 1808 donde expresó su voluntad de formar “una Junta como las de España”.

El suceso histórico de Mayo de 1810 estalla en el espíritu siempre presente en las “Repúblicas Comunales Indianas” y como resultado de la certeza de la pérdida de todo el territorio de la Madre Patria a manos del jacobinismo napoleónida. El acontecimiento daba un fuerte impulso a lo que se ha dado en llamar Revolución Americana. Ésta, como muy bien lo señalara nuestro Profesor de juventud, el Dr. Felipe Ferreiro: “…no fue un proceso anti hispánico sino una variante regional de la revolución española, y aspiraba a una unión más perfecta pugnando por conseguir un reajuste general administrativo y particularmente mayor autonomía, pero siempre dentro de la unidad hispánica…”

Cabe entonces afirmar, aunque para algunos despistados todavía pueda sonar a herejía, que la Revolución de Mayo fue un acto de Lealtad encaminada precisamente a asegurar el voto a la Corona, emitido por el pueblo de Buenos Aires al jurarla canónicamente el 23 de agosto de 1808, no por imposición de las autoridades, sino contra la cobarde demora. Un relato de esa jornada que aparece en el tomo 1º del Archivo Pueyrredón permite aquilatar el sentimiento fernandista de Unidad de Destino que tenía entonces Buenos Aires y que se extendía por las Capitanías y Virreinatos. Unidad de los Reinos tal como aparecía en la Real Cédula de Carlos V, y luego en el espíritu de la Leyes de Indias. Discrepancias sobre la forma mejor de conducir a los pueblos durante la vacancia del Trono desembocaron en una guerra civil en la que los bandos mostraron su sincera lealtad monárquica. Así, José Artigas, vencedor en Las Piedras y hombre de la Junta Grande de Buenos Aires, propuso al Virrey Elío un armisticio: “…para conservar ilesos los dominios de nuestro augusto soberano Fernando VII de la opresión del tirano de Europa…”

Perfecta comprensión del acontecimiento de la Patria Grande lo mostró don Juan Manuel de Rosas en meditado discurso ante el Cuerpo Diplomático el 25 de mayo de 1836. Allí lucen los párrafos que reproducimos: “Qué grande, señores, debe ser para todo argentino este día consagrado por la Nación para festejar el primer acto de soberanía… Y cuán glorioso es para los hijos de Buenos Aires haber sido los primeros en levantar la voz con un orden y dignidad sin ejemplo. No para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas. No para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para conservarle la posesión de su autoridad, de que había sido despojado por un acto de perfidia. No para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndonos en actitud de auxiliarlos. Estos, señores, fueron los grandes y plausibles objetos del memorable Cabildo celebrado en esta Ciudad el 22 de mayo de 1810, cuya acta debería grabarse en láminas de oro para honra eterna del gran pueblo porteño. Pero ¡ah! ¡Quién lo hubiera creído! Un acto que ejercido entre otros pueblos con menos dignidad y nobleza mereció los mayores elogios, fue interpretado entre nosotros malignamente como una rebelión disfrazada por los mismos que debieron haber agotado su admiración y gratitud para corresponderlo dignamente, etc…”

Refiriéndose a esta alocución escribió Don Julio Irazusta: “Ella concilia el hecho de la emancipación con el lealismo imperial y monárquico de nuestro primer gobierno autónomo y salva la dignidad nacional de la tacha de perfidia colectiva…” Como bien lo expresa el Maestro, el Restaurador deja muy claro el sentido de la Revolución de Mayo y su rechazo a la versión del siniestro Monteagudo, que difamara a los hombres de Mayo, a quienes señaló como cubiertos por “una máscara inútil y odiosa”. Calumnia que, aunque refutada por el Dr. Vicente Pazos Silva, en aquel momento fue repetida por Mitre en su “Historia de

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Belgrano”. De ahí tomó categoría de axioma.

El verdadero carácter de la Revolución de Mayo fue de Honor en la Fidelidad y jamás de perfidia culpable de la guerra con la Madre Patria. El enfrentamiento llegó luego del 24 de septiembre de 1810, cuando la masónica Asamblea de Cádiz desdeñó el federalismo natural de Reinos y Provincias, basado en la comunidad de sangre y Fe para instaurar un inmenso Estado centralizado según el modelo de la subversión francesa. Fue el momento en que José de San Martín se incorporó a la lucha de América.

Luis Alfredo Andregnette Capurro