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Escritos sindicales Drizdo Losovsky Edición: Editorial Guijalbo, Mexico 1969. - Akal Editor, Madrid 1978. Lengua: Castellano. Digitalización: Koba. Distribución: http://bolchetvo.blogspot.com/

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Drizdo Losovsky

Edición: Editorial Guijalbo, Mexico 1969. - Akal Editor, Madrid 1978. Lengua: Castellano. Digitalización: Koba. Distribución: http://bolchetvo.blogspot.com/

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Índice

MARX Y LOS SINDICATOS. .................................1

1. Los sindicatos y la lucha de clases del proletariado. ...........................................................1 2. Marx contra el proudhonismo y el bakuninismo. ...............................................................................4 3. Contra el lassallismo, el oportunismo alemán. ..7 5. Marx y el movimiento obrero francés. ............16 6. Marx al otro lado del Atlántico. .......................24 7. Marx las reivindicaciones de la clase obrera. ..30 9. Los pseudomarxistas y los críticos de Marx. ...41

PROGRAMA DE ACCIÓN DE LA INTERNACIONAL SINDICAL ROJA. .................47

Prólogo. ...............................................................47 1. La agudización de la lucha de clases. ..............47 2. La acción directa. .............................................48 3. Sindicatos profesionales y sindicatos industriales. ..........................................................50 4. Los comités de fábrica y de empresa. ..............51 5. La lucha contra el paro. ...................................53 6. El cierre de fábricas y las jornadas de trabajo reducidas. .............................................................55 7. La ocupación de fábricas y empresas por los obreros. ................................................................56 8. El nivel de vida de las masas obreras. .............59 9. La táctica capitalista de la reducción de salarios. .............................................................................60 10. La mujer en la industria. ................................62 11. Los convenios colectivos. ..............................63 12. Las bandas patronales. ...................................64 13. Las organizaciones obreras de autodefensa. ..66 14. El control de la producción. ...........................68 15. La participación de los obreros en los beneficios. ............................................................70 16. La militarización de las empresas. .................72 17. Las magistraturas de trabajo y el arbitraje obligatorio. ...........................................................73 18. La política fiscal. ...........................................75 19. Las reformas y la revolución. ........................77 20. La unidad del frente revolucionario. ..............79 21. ¿Destruir o conquistar los sindicatos? ...........82 22. Estrategia reformista y estrategia revolucionaria. .....................................................84 Conclusión. ..........................................................87

LOS SINDICATOS EN LA UNIÓN SOVIÉTICA.89 1. Los sindicatos antes de la revolución de octubre. .............................................................................89 2. Las tareas de los sindicatos después de la revolución de octubre. .........................................90 3. Formas y métodos de acción sindical. .............91 4. Independencia y neutralidad de los sindicatos obreros. ................................................................93 5. Las contradicciones entre la ciudad y el campo. .............................................................................94 6. La revolución rusa está estrechamente ligada al movimiento obrero internacional. ........................95 7. El contenido de la Nueva Política Económica. 96

8. El Estado soviético y los sindicatos. ............... 97 9. Las nuevas tareas de los sindicatos obreros. ... 99 10. Los nuevos métodos y formas de acción sindical. ............................................................. 100 11. La retirada, criticada por la izquierda y la derecha. ............................................................. 102 12. Los mismos objetivos con nuevos métodos. 104

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MARX Y LOS SI"DICATOS. 1. Los sindicatos y la lucha de clases del

proletariado. Marx comenzó a pensar como político en una

época en que los sindicatos acababan de nacer. Se hizo comunista, cuando en algunos países los sindicatos se hallaban en el comienzo de su cristalización, surgiendo del seno de formas diversas de mutualidades (Francia) y en otros (Inglaterra) dirigían huelgas económicas y la lucha por el derecho de sufragio. Tenía ante sus ojos formas embrionarias de organizaciones, sumamente primitivas, de ideología y composición abigarradas, con todos los signos reveladores de su origen. Y la grandeza de Marx consiste, precisamente, en haberse dado cuenta de que no eran más que balbuceos de infancia de la clase obrera, y que por lo tanto no se podía juzgar por estas formas primitivas del movimiento, del papel histórico de estas organizaciones ni de los cauces de su desarrollo.

Marx veía en los sindicatos, ante todo, centros organizadores, focos de agrupamiento de las fuerzas de los obreros, organizaciones destinadas a darles su primera educación de clase. ¿Qué es lo que le importaba fundamentalmente a Marx? El hecho de que los obreros dispersos y en competencia mutua, comenzaran a actuar conjuntamente. En esto vio Marx la garantía de la transformación de la clase obrera en una fuerza independiente. Marx y Engels insisten frecuentemente en la idea de que los sindicatos son escuelas de solidaridad, escuelas de socialismo. Su correspondencia nos proporciona a este respecto material abundante; en sus cartas planteaban más abierta y brutalmente una serie de cuestiones que no podían plantear, teniendo en cuenta el nivel del movimiento, en la prensa socialista internacional.

Los sindicatos son escuelas del socialismo. Pero Marx no se limita a enunciar fórmulas. Desarrolla su pensamiento y aborda la cuestión de los sindicatos en sus distintos aspectos. Es el autor de la resolución, adoptada en el Congreso de la Iª Internacional, celebrado en Ginebra, en 1866, sobre "El pasado, el presente y futuro de los sindicatos". ¿Cuál ha sido, pues, el pasado de los sindicatos?

"El capital es poder social concentrado, mientras que el obrero sólo dispone de su fuerza de trabajo. El contrato entre capital y trabajo no

puede, pues, descansar nunca en justas condiciones, ni aun en el sentido de la justicia de una sociedad que pone la posesión de los medios materiales de vida y de producción de un lado, y la fuerza productiva viviente en el opuesto.

"Del lado del obrero, su única fuerza social es su masa. Pero la fuerza de la masa se rompe por la desunión. La división de los obreros es el producto y el resultado de la inevitable competencia entre ellos mismos. Los sindicatos nacen precisamente del espontáneo impulso de los obreros a eliminar, o por lo menos a reducir, esta competencia, a fin de conseguir en los contratos condiciones que les coloquen al menos en situación superior a la de los simples esclavos.

"El fin inmediato de los sindicatos se concreta, pues, en las exigencias del día, en los medios de resistencia contra los incesantes ataques del capital; en una palabra, en la cuestión del salario y de la jornada. Esta actividad no sólo está justificada, sino que es necesaria. No se les puede privar: de ella en tanto que perdure el modo actual de producción. Al contrario, es necesario generalizarla, fundando y organizando sindicatos en todos los países.

"Por otra parte, los sindicatos, sin que sean conscientes de ello, han llegado a ser el eje de la organización de la clase obrera, como las municipalidades y las parroquias medioevales lo fueron para la burguesía. Si los sindicatos son indispensables para la guerra de guerrillas cotidiana entre el capital y el trabajo, son todavía importantes como medio organizado para la abolición del sistema mismo del trabajo asalariado." Marx declara que los sindicatos tienen aún mayor

importancia como factores de organización para la supresión del sistema de trabajo asalariado mismo. Eso prueba que Marx atribuyó una gran importancia política a los sindicatos, que no veía en ellos de ningún modo organizaciones apolíticas y neutrales. Cada vez que los sindicatos se encerraban en los estrechos marcos corporativos, Marx intervenía fustigándolos apasionadamente.

En la segunda parte de la misma resolución, bajo el título "Su presente", leemos:

"Hasta ahora; los sindicatos han atendido

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demasiado exclusivamente las luchas locales e inmediatas contra el capital. Todavía no han comprendido del todo su fuerza para atacar el sistema de esclavitud del asalariado y el modo de producción actual. Se han mantenido por lo mismo demasiado alejados de los movimientos generales sociales y políticos. Sin embargo, en los últimos tiempos, parecen haber despertado en cierta medida a la conciencia de su gran tarea histórica, como se puede deducir, por ejemplo, de su participación en los movimientos políticos recientes de Inglaterra, de una más alta concepción de su función en los Estados Unidos, y de la resolución adoptada por la última gran conferencia de delegados de los trade-unionistas en Sheiffield. La resolución dice así:

"Esta Conferencia estima en todo su valor los esfuerzos de la Asociación Internacional para unir a los obreros de todos los países en una unión fraternal común, y recomienda con todo interés a las diferentes organizaciones representadas en la Conferencia que se hagan miembros de la Asociación, en la convicción de que ésta es necesaria para el progreso y bienestar de todo el proletariado." En esta parte de la resolución hallamos ya una

crítica aguda de los sindicatos que se apartan de la política y ese mismo texto subraya y destaca claramente la importancia de los sindicatos que comienzan a comprender su gran misión histórica.

Si se tiene en cuenta el nivel del movimiento sindical de la séptima década del siglo pasado, hemos de comprender la altura en que se sitúan las apreciaciones de Marx sobre el movimiento sindical de su tiempo. Marx, teniendo en cuenta que los sindicatos se encontraban aún en su infancia, no consideraba, sin embargo, posible hacerles ninguna concesión política. Marx planteaba ante ellos tareas no solamente económicas, sino también problemas generales de clase.

Pero Marx no se limita a definir el pasado y el presente de los sindicatos. He aquí lo que se dice en esta resolución con respecto a su porvenir:

"Aparte de sus fines primitivos, los sindicatos deben aprender a actuar ahora de modo más consciente como ejes de la organización de la clase obrera, por el interés superior de su emancipación total. Deberán apoyar todo movimiento político o social que se encamine directamente a este fin. En tanto que se consideran a sí mismos como vanguardia y representación de toda la clase obrera, y puesto que obran de acuerdo con esta significación, deben conseguir atraerse a los que están fuera de los sindicatos. Deben ocuparse cuidadosamente de los intereses de las capas trabajadoras peor pagadas, por ejemplo, de los obreros agrícolas, a quienes circunstancias especialmente

desfavorables han privado de su fuerza de resistencia. Deben llevar a todo el mundo a la convicción de que sus esfuerzos, lejos de ser egoístas y ambiciosos, han de tener más bien por fin la emancipación de las masas oprimidas." Esta resolución fue escrita hace sesenta y ocho

años. Pero ¿se puede decir que ha envejecido, que estas tareas no convienen a los sindicatos de los países capitalistas de nuestro tiempo? De ninguna manera. Hallamos ahí expuestas con la fuerza de concentración y la claridad tan propia de Marx, las tareas fundamentales de los sindicatos de los países capitalistas. Pero Marx no se limita a esto.

El problema de las relaciones mutuas entre la economía y la política, surgía siempre ante Marx y la Iª Internacional, por él dirigida. Y se vio en la necesidad de defender su punto de vista sobre estas relaciones, contra los bakuninistas, los lasallianos, los trade-unionistas, etc. Por eso vuelve frecuentemente sobre esta cuestión. Muy característica e instructiva a este respecto es la resolución, escrita por él, "sobre las tareas políticas de la clase obrera" adoptada por la Conferencia de Londres, de la Asociación Internacional de Trabajadores (17-23 de septiembre de 1871). En esa resolución leemos lo siguiente:

"Teniendo en cuenta que la Internacional se encuentra frente a una reacción desenfrenada que aplasta cínicamente todo esfuerzo emancipador de los trabajadores y pretende mantener por medio de la fuerza bruta la división en clases y el dominio político de las clases poseedoras que resulta de ello;

"que en contra del poder colectivo de las clases poseedoras el proletariado puede actuar, como clase, solamente constituyéndose en partido político distinto, opuesto a todos los añejos partidos creados por las clases dominantes;

"que esta constitución del proletariado en un partido político es indispensable para asegurar la victoria de la revolución social y de su objetivo final, la supresión de las clases;

"que la unificación de las fuerzas obreras, ya alcanzada por las luchas económicas, debe servir también como palanca en su lucha contra el poder político de los explotadores;

"la Conferencia recuerda a todos los miembros de la Internacional, que en la clase obrera militante, el movimiento económico y la actividad política están ligados entre sí indisolublemente." En esta resolución hallamos otra vez la idea de

que los sindicatos deben servir de palanca potente de la clase obrera, para la lucha contra el sistema de explotación. Contra todos los intentos de los bakuninistas de dividir la lucha general de clases y de separar la economía de la política, de ponerlas en pugna, la Iª Internacional recuerda que en el plan de combate de la clase obrera, el movimiento

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económico y la actividad política están ligados entre sí indisolublemente.

Dos meses después, en la carta a Bolte, fechada el 23 de febrero de 1871, Marx plantea de nuevo la cuestión de las relaciones entre la política y la economía, determinando en ella el lugar que corresponde a la lucha económica, en la lucha general de clase del proletariado. Marx escribe:

"El movimiento político de la clase obrera tiene por finalidad, naturalmente, la conquista del poder político para sí misma, y para eso es necesario, como es lógico, que vaya adelante una organización de la clase obrera relativamente desarrollada que se ha formado de sus propias luchas económicas.

"Por otra parte, todo movimiento en que la clase obrera se oponga como clase a las clases dominantes, procurando vencerlas por una presión exterior, es un movimiento político. Por ejemplo, el intento de conseguir por la huelga en una fábrica o en un gremio determinado o de determinados capitalistas, una limitación de la jornada, es un movimiento puramente económico. En cambio, un movimiento encaminado a conseguir una ley de ocho horas, etc., es un movimiento político. Y de este modo, de los movimientos económicos aislados de los obreros, surge en cualquier momento un movimiento político, es decir, un movimiento de la clase para ver satisfechas sus reivindicaciones en forma general, de modo que posean fuerza social obligatoria. Si estos movimientos se realizan poniendo por delante a una determinada organización, son también, un medio para que éstas se desarrollen." Había necesidad no solamente de resolver el

problema de la importancia, de la lucha económica, sino también la cuestión de las relaciones entre la organización económica y política de la clase obrera. A este respecto es muy característica la decisión del Congreso Internacional de la Haya de la Asociación Internacional de Trabajadores (2-7 septiembre de 1872). El Congreso de la Haya adoptó, a propuesta de Marx, una resolución "sobre la actividad política del proletariado". En esta resolución leemos que:

"Contra la fuerza social de las clases poseedoras, no puede actuar el proletariado como clase, más que constituyéndose en partido político especial, opuesto a todos los viejos partidos creados por las clases poseedoras; que esta organización del proletariado en un partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y su objetivo final la abolición de las clases; que la unión de las fuerzas del proletariado que ya se ha conseguido por las luchas económicas, debe servir también como palanca para la lucha contra el poder político de sus explotadores. En vista de que los propietarios

de la tierra y del capital aprovechan siempre sus privilegios políticos para salvaguardar y eternizar sus monopolios económicos y para la esclavización del trabajo, la conquista del poder político se plantea como la gran tarea del proletariado." Al terminar el Congreso, Marx intervino en el

mitin con un discurso donde subrayó el sentido esencial de las decisiones adoptadas. Ahora bien: ¿qué es, según Marx, lo principal en las decisiones del Congreso de la Haya que fue, como es sabido, el punto culminante del desarrollo de la Iª Internacional?

"El Congreso de La Haya ha realizado un trabajo importante. Ha proclamado la necesidad de la lucha de la clase obrera, tanto en el terreno político como económico, contra la vieja sociedad en descomposición.

"Debemos reconocer que en la mayoría de los países continentales, la fuerza debe servir como palanca para nuestra revolución; habrá necesidad, en un momento dado, de apelar a la fuerza para implantar definitivamente el reino del trabajo." Una vez más tenemos ante nosotros una precisa y

clara definición del lugar de la lucha económica en la lucha general de clase del proletariado. Los sindicatos deben ser en manos de la clase obrera "la palanca de la lucha contra el poder político de sus explotadores".

La cuestión de las relaciones entre la lucha económica y política, constituye el eje de la doctrina de Marx. Tanto menos admisible es entonces la actitud ligera y negligente frente a esta cuestión de algunos historiadores soviéticos. Esta negligencia la ha demostrado J. Steklov en su voluminoso libro consagrado a la Iª Internacional. El compañero Steklov escribe que Marx empleó la fórmula siguiente en la exposición de motivos del reglamento de la Asociación Internacional de Trabajadores: "La lucha política está subordinada como un medio a la lucha económica del proletariado" (pág. 122). Luego el compañero Steklov se esfuerza "por disculpar" al autor de esta fórmula, pero se embrolla, porque hubiera sido difícil "disculpar" a Marx, si hubiera escrito algo semejante. Tomemos el tercer capítulo del mismo libro del compañero Steklov y allí, en la "exposición de motivos", citada íntegramente en la página 61 leemos lo siguiente:

"La emancipación económica de la clase obrera es el gran objetivo al cual debe ser supeditado como medio, todo movimiento político." Esto es lo que escribió Marx. ¿Pero es que pueden

confundirse la lucha económica y la emancipación económica de la clase obrera? Si Marx hubiese escrito lo que le atribuye el compañero Steklov, hubiera sido un vulgar proudhoniano y nosotros le hubiéramos combatido porque eso significaría

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colocar la lucha económica por encima de la lucha política. Pero Marx, como vemos, no escribió nunca nada semejante.

Carlos Marx sentía la pulsación de las masas y sabía el lenguaje que era preciso emplear con ellas en cada momento. Desde este punto de vista es muy útil comparar el Manifiesto Comunista (1847) con la Proclama Inaugural de la Iª Internacional, escrita diecisiete años más tarde. La proclama inaugural de la Iª Internacional es un documento de frente único, tendiente a atraer las capas y organizaciones de obreros aún no maduras para el comunismo. En toda ella no se cita una sola vez la palabra comunismo y, a pesar de eso, es, del principio al fin, un documento comunista. John Commons, escribe: "La Proclama inaugural, es un documento sindical y no un manifiesto comunista."

Es esta una apreciación absolutamente falsa, porque no es la forma, sino el contenido, lo que determina el carácter de la Proclama Inaugural. Es muy cierto que la situación económica de los obreros, la legislación obrera, etc., ocupan el centro de su atención, pero en el mismo documento señala Marx que la conquista del poder político se ha transformado en el gran deber de la clase obrera, y a continuación aborda la cuestión del Partido, pero de una manera especial. He aquí lo que dice Marx:

"Los obreros cuentan con uno de los elementos del éxito: la cantidad. Pero la cantidad tiene peso únicamente cuando está unida por la organización y guiada por el saber. La experiencia del pasado ha demostrado que el menosprecio a la unión fraternal que existe entre los obreros de los distintos países y que debería impulsarlos al mutuo apoyo en la lucha por su emancipación, encuentra su castigo en la derrota común de sus esfuerzos dispersos." He aquí una fórmula poco habitual en la pluma de

Marx. Primero, la "masa obrera agrupada por la unión" es considerada por Marx en un triple punto de vista: la masa agrupada en el sindicato, la masa unificada en el partido político y la masa unificada en la Internacional. Tampoco es habitual la expresión: "El papel dirigente del saber." ¿A qué se refiere? ¿Al papel dirigente de la ciencia universitaria, de los profesores académicos? Nada de esto. Aquí la palabra saber es el pseudónimo del comunismo. Marx utilizó intencionalmente expresiones y fórmulas que permitiesen penetrar profundamente en las masas.

"La Asociación Internacional de Trabajadores, escribió F. Engels, tenía por objeto reunir en un inmenso ejército a toda la ciase obrera de Europa y América. No podía, pues, partir de los principios expuestos en el Manifiesto. Debía darse un programa que no cerrara las puertas a las Trade Unions inglesas, a los proudhonianos franceses, belgas, italianos y españoles, y a los lassallianos

alemanes." "Era muy difícil exponer esta cuestión de

manera, escribía Marx, que nuestras concepciones adquiriesen una forma aceptable para el estado actual del movimiento obrero... Se necesita tiempo para que la presión renovada autorice el viejo lenguaje audaz." Marx habla aquí de la forma de exponer las ideas,

no de su esencia. Cuando se trataba del principio, de la esencia de las ideas comunistas, Marx fue duro e intransigente; pero manifestaba una extraordinaria flexibilidad y capacidad para presentar la esencia de sus ideas en las más diversas formas. Así se explica "el lenguaje sindical" de la Proclama Inaugural, el documento más notable después del Manifiesto Comunista. Así fue como Marx, persiguiendo el único fin de impregnar al movimiento obrero de conciencia comunista, cambiaba las formas y métodos de relación con las masas, de acuerdo con el nivel del movimiento y el carácter de las organizaciones obreras de su época.

Determinar con acierto la relación entre la lucha económica y política, significa definir acertadamente la relación entre los sindicatos y el partido. Aun atribuyendo un enorme significado a la lucha económica del proletariado y a los sindicatos, Marx subraya siempre la supremacía de la política sobre la economía, es decir, subraya la cuestión que fue puesta como base de todo el trabajo del Partido Bolchevique y de la Internacional Comunista.

Cuando hablamos de la supremacía de la política sobre la economía, no significa que los sindicatos deben transformarse en un partido político o que deben adoptar un programa puramente de partido; no quiere decir que haya que borrar la diferencia entre los sindicatos y el Partido. No. No es esto lo que quería decir Marx. Marx subrayaba la importancia de los sindicatos como centros organizadores de las amplias masas obreras, y combatió la tendencia a meter en el mismo saco los partidos y los sindicatos. Consideraba que la organización política y económica del proletariado tiene un solo objetivo, pero cada una con sus propios métodos específicos.

2. Marx contra el proudhonismo y el

bakuninismo. Marx forjó su concepción del mundo y su táctica,

a través de una encarnizada lucha ideológica y política. Tuvo en primer lugar, que chocar con las teorías considerablemente difundidas de Proudhon. Proudhon es el tipo de socialista pequeñoburgués, en cuyos trabajos las palabras audaces se compaginan con teorías revolucionarias. Publicista de talento, representante de un vago socialismo sentimental, "de pies a cabeza filósofo y economista de la pequeña burguesía" (Marx), que ha arrojado a la cara de la burguesía la violenta fórmula acusadora "la propiedad es un robo", Proudhon se creyó el teórico

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"de las clases obreras" y se lanzó audazmente a disertaciones teóricas sobre la "filosofía de la miseria". Pero la teoría fue precisamente el talón de Aquiles de Proudhon, porque no pasó de los límites de la ciencia liberal burguesa de su tiempo, y de aquí el violento ataque de Marx contra Proudhon y el proudhonismo. Proudhon publicó un libro pretencioso, La Filosofía de la miseria, en el que intentó determinar las leyes de desarrollo de la sociedad. En este libro, Proudhon reveló a todo el mundo las siguientes tesis que nos interesan aquí:

"Todo movimiento de alza en los salarios no puede tener otro efecto que el de un alza en el trigo, en el vino, etc.; es decir, el efecto de una carestía. Pues, ¿qué es el salario? Es el precio del costo del trigo, etc., es el precio integral de todas las cosas. Profundicemos más la cuestión: el salario es la proporcionalidad de los elementos que componen la riqueza y que son consumidos reproductivamente todos los días, por la masa de los trabajadores. Ahora bien, doblar los salarios... es conceder a cada uno de los productores una parte mayor que su producto, lo cual es contradictorio; y si el alza sólo se verifica en un número reducido de industrias, es provocar una perturbación general en los cambios, en una palabra, una carestía. Yo declaro que es imposible que las huelgas seguidas de un aumento de salarios no tengan por resultado un encarecimiento general, esto es tan cierto como dos y dos son cuatro." A estos ampulosos e ignorantes razonamientos de

Proudhon, Marx añade: "De todas estas afirmaciones, nosotros solamente aceptamos una: esto es, que dos y dos son cuatro."

¿Cuál es la significación política de esta intervención de Proudhon? Detener a los obreros en la lucha por el aumento de los salarios. Si el aumento de salarios nada rinde a los obreros, si en la medida en que aumentan los salarios aumentan los precios proporcionalmente, la lucha de los obreros pierde en realidad todo sentido.

Marx descubrió inmediatamente la esencia reaccionaria de esta filosofía, y con la pasión que le era peculiar arremetió contra los razonamientos puramente patronales del apóstol anarquista. Pero Proudhon siguió más adelante por la misma línea, expresándose resueltamente contra el movimiento huelguístico. He aquí lo que leemos en la misma Filosofía de la miseria:

"La huelga de los obreros es ilegal, y no es sólo el Código penal quien lo dice; es el sistema económico, es la necesidad del orden establecido... Que cada obrero, individualmente, goce de la libre disposición de su persona y de sus brazos, es cosa que se puede tolerar, pero que los obreros traten, por medio de coaliciones, de violentar el monopolio, es lo que la sociedad no

puede permitir." A sus ojos es inadmisible la unificación de los

obreros para la lucha en común contra los patronos. Es decir, se sitúa en el punto de vista de los legisladores reaccionarios de los países capitalistas de su época, que castigaban siempre el menor conato de coalición de los obreros. Marx sabía con quién tenía que vérselas. Sabía por qué esas ideas reaccionarias corrían en Francia, y su respuesta la da, por consiguiente, en un análisis de la esterilidad teórica de Proudhon y de sus conclusiones políticas anti-obreras. He aquí lo que escribió Marx en la Miseria de la filosofía con respecto a esta verborrea reaccionaria de Proudhon:

"La gran industria aglomera en un solo punto una multitud de gente, desconocidos unos de otros. La competencia divide sus intereses. Pero el sostenimiento del salario, este interés común que tienen contra su patrono, los reúne en un mismo pensamiento de resistencia: coalición. Así, la coalición tiene siempre un doble objeto: el de hacer que cese entre ellos la competencia para poder hacer una competencia general al capitalista. Si el primer objeto de resistencia ha sido sólo el sostenimiento de los salarios, a medida que los capitalistas, a su vez, se reúnen en un pensamiento de represión, las coaliciones, aisladas al principio, se forman en grupos, y enfrente del capital, siempre reunido, el sostenimiento de la asociación viene a ser para ellos más importante que la del salario. Esto es tan cierto, que los economistas ingleses se muestran sorprendidos de ver a los obreros sacrificar una buena parte del salario en favor de las asociaciones, que a los ojos de estos economistas, sólo fueron establecidas en favor del salario. En esta lucha -verdadera guerra civil- se reúnen y se desarrollan los elementos necesarios para una batalla venidera. Una vez llegada a este punto, la asociación adquiere un carácter político." Respondiendo a la actitud puramente patronal de

Proudhon frente al movimiento huelguístico, Marx escribe:

"Se han hecho numerosas investigaciones para trazar las diferentes fases históricas que ha recorrido la burguesía, desde la Comuna o Municipio hasta su constitución como clase.

"Pero cuando se trata de darse cuenta exacta de las huelgas y demás formas en que los proletarios efectúan a nuestra vista su organización como clase, unos se sienten presas de verdadero terror, y otros afectan un desdén trascendental.

"Una clase oprimida es la condición vital de toda sociedad fundada en el antagonismo de clases. La emancipación de la clase oprimida implica, pues, necesariamente, la creación de una nueva sociedad. Para que la clase oprimida pueda emanciparse, es preciso qué los poderes

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productivos adquiridos ya y las relaciones sociales existentes no puedan coexistir. De todos los instrumentos de producción, el mayor poder productivo es la misma clase revolucionaria. La organización de los elementos revolucionarios como clase, supone la existencia de todas las fuerzas productivas que podían engendrarse en el seno de la sociedad antigua." Marx se percató inmediatamente de que los sabios

burgueses "imparciales" tratan de escamotear la lucha económica, o de no verla. Critica ásperamente la posición negativa de los ideólogos de la burguesía, frente al movimiento económico del proletariado. Observó muy bien cómo los ruidosos "revolucionarios" de la especie de Proudhon, muestran un menosprecio "trascendental" por la lucha de la clase obrera por sus intereses vitales. ¿No tenemos hoy también de estos "revolucionarios" que expresan un menosprecio "trascendental" por la lucha económica del proletariado? Y, aunque no muy numerosos, existen también hasta en nuestras filas comunistas.

¿Cuál fue la clave de todas las desventuras de Proudhon? Engels lo dijo en la carta a Marx del 21 de agosto de 1851, de la siguiente manera:

"He leído a Proudhon hasta la mitad y me adhiero íntegramente a tu punto de vista. Su llamamiento a la burguesía, su vuelta a Saint Simon y otros muchos pasajes semejantes, incluso en la parte crítica, prueban que para él la clase industrial, la burguesía y el proletariado, son en realidad idénticos, y que considera que se hallan en oposición sólo debido a que la revolución no ha terminado." En su carta a Kugelmann, del 9 de noviembre de

1866, Marx escribe a propósito de Proudhon: "Proudhon ha causado un daño enorme. Al

comienzo, su aparente crítica y su simulada oposición a los utópicos (él mismo no es más que un utopista pequeñoburgués, mientras que en las utopías de un Fourrier, de un Owen, etc., se halla el presentimiento y la expresión fantástica de un nuevo mundo), han seducido y corrompido a la "juventud dorada", los estudiantes, después a los obreros, especialmente a los de París, que, ocupados en la producción de artículos de lujo, continúan atados, sin saberlo, a todas las antiguallas." En la carta a Engels del 20 de junio de 1866,

Marx habla del "Stirnerismo Proudhonizado", y dice que:

"Proudhon tiende a individualizar la humanidad", y que desde el punto de vista de Proudhon:

"la historia debe cesar en todos los países y que todo el mundo esperará a que los franceses estén maduros para hacer la revolución social". Como es sabido, Proudhon es el fundador del

anarco-sindicalismo. Por lo menos esto es lo que dicen y escriben los anarcosindicalistas, colocándole por encima de Marx -"el venerador del Estado"-. Pero los anarco-sindicalistas se cuidan muy bien de decir que Proudhon fue un enemigo acérrimo del derecho de coalición y del movimiento huelguístico. Su odio a las huelgas fue tan profundo que hasta justificaba la matanza de los huelguistas. He aquí lo que escribió Proudhon en 1846, en su obra Filosofía de la miseria:

"Que cada obrero individualmente goce de la libre disposición de su persona y de sus brazos, es cosa que se puede tolerar; pero que los obreros traten, por medio de coaliciones, sin considerar los grandes intereses sociales ni las prescripciones de la ley, de violentar la libertad y el derecho de los patronos, la sociedad no lo puede tolerar. Aplicar la fuerza contra los patronos y terratenientes, desorganizar los talleres, paralizar el trabajo, poner bajo amenaza el capital, significa conspirar una ruina general. Las autoridades que hicieron asesinar a los mineros de River-de-Giex se sintieron profundamente infelices; pero actuaron como el antiguo Brutus, que se vio en la necesidad de escoger entre el amor de padre y su deber de cónsul. Se imponía sacrificar a sus propios hijos, para salvar la República. Brutus no vaciló y las generaciones que le siguieron no se atrevieron a condenarlo." Proudhon tampoco comprendió que si la

burguesía se manifiesta en favor de la coalición, no es por puro gusto, sino porque se ve obligada a ello debido a la lucha incesante de los obreros. Proudhon se lanza contra los partidarios del derecho de coalición y escribe:

"La ley que autoriza las coaliciones es fundamentalmente antijurídica, antieconómica, contraria a todo régimen social y a todo orden. Cada concesión adquirida por medio de esta ley es un abuso y es nula de por sí, y puede dar motivo a la formación de un proceso y persecución penal...

"Yo repudio especialmente la nueva ley, porque la coalición con el propósito de aumentar o disminuir los salarios, es absolutamente igual que la coalición con el propósito de aumentar o disminuir los precios de los víveres y de las mercancías." ¿Qué se puede decir de estos razonamientos? Así

no puede razonar más que un pequeño burgués rabioso, que por una parte grita "la propiedad es un robo" y por la otra "disparad contra los huelguistas".

¿Cómo entienden esta contradicción los discípulos de Proudhon? Uno de ellos, Máximo Leroy, que escribió una introducción al libro La capacidad política de las clases obreras, deseoso de mostrar la grandeza de Proudhon, cita una serie de extractos suyos sobre la lucha de clases, sobre la guerra entre el trabajo y el capital y sintetiza de la

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siguiente forma la esencia del proudhonismo: "Lucha de clases, y sin embargo, ninguna

incitación a la subversión social. Lucha de clases y, sin embargo, exhortación a los obreros a colaborar con la clase media. Lucha de clases y, sin embargo, proscripción de las huelgas. Lucha de clases y, sin embargo, colaboración de clases." ¿Cómo soluciona el mismo Leroy estas flagrantes

contradicciones de Proudhon? No las soluciona ni las explica, nos informa solamente que la clave de las doctrinas de Proudhon está en el mutualismo que:

"Proudhon no proponía ni el misticismo de la catástrofe emancipada, ni un programa de estrategia militar, porque nunca juzgó a la clase obrera como una secta, como un ejército. La concebía como una clase laboriosa, sin dogma y sin amo, inquieta por una verdad en perpetuo devenir, en resumen, como viviendo una vasta experiencia saintsimoniana." ¿Podían acaso Marx y Engels aceptar en lo más

mínimo, esa increíble confusión que introducía Proudhon en el movimiento obrero? Evidentemente, no. Emprendieron una lucha encarnizada contra Proudhon y el proudhonismo.

Pero los proudhonianos, que se manifestaban contra los sindicatos, el derecho de huelga, etc., se vieron obligados, bajos los golpes de la experiencia misma, a modificar sus concepciones. En la carta de Marx a Engels del 12 de septiembre de 1868 leemos:

"Es un gran progreso que los buenos proudhonianos belgas y franceses, que reclamaban dogmáticamente en Ginebra (1866) y en Lausana (1867) contra los trade--unions, etc., sean actualmente sus partidarios más fanáticos." Esta carta evidencia que los proudhonianos dieron

media vuelta a la teoría de su maestro, que no por eso se hizo mejor. Y precisamente por eso, Marx y Engels emprendieron una lucha encarnizada contra la teoría y la práctica bakuninista. El continuador de la causa de Proudhon fue su discípulo más grande, Miguel Bakunin, el cual se dio cuenta de las debilidades y lagunas de las concepciones de Proudhon.

Bakunin, que apreciaba altamente a Proudhon, emitió sin embargo, el juicio siguiente sobre él:

"Proudhon, a pesar de todos sus esfuerzos por colocarse en el plano de la realidad, siguió siendo idealista y metafísico. Proudhon, no obstante todos sus esfuerzos por sacudir las tradiciones del idealismo clásico, siguió siendo, sin embargo, un idealista incorregible, que se inspiraba, como le dije dos meses antes de su muerte, tan pronto en la Biblia como en el derecho romano, y permaneció metafísico hasta sus últimos días." Claro es que al lado de Proudhon, Bakunin era un

águila. Bakunin es una gran figura revolucionaria, un rebelde, que estuvo siempre, como dijo Herzen, "en el último extremo". Un hombre dotado de formidable

energía y de un inmenso talento de organizador. Pero era un gran señor en revuelta. Su concepto del mundo es una mezcla de Hegel, Stirner y del insurreccionalismo ruso a lo Pugachov. No veía las clases, hablaba siempre del pueblo. Bakunin nunca hablaba de la clase obrera, sino de los peones, de los obreros no calificados, de la gente pobre, de la parte más depauperada de la población, del populacho sin profesión y oponía la mentalidad revolucionaria del lumpen-proletariado a la mentalidad reaccionaria de la aristocracia obrera, en la que incluía a la mayor parte de los trabajadores. A Bakunin no le agradaba mucho que Marx creara círculos en los que leía conferencias a los obreros. En su carta a Annenkov del 28 de diciembre de 1847, Bakunin escribe que "Marx se ocupa del mismo trabajo inútil que en el pasado, echa a perder a los productores transformándolos en razonadores".

¿Qué era, pues, el bakuninismo como sistema? El mismo Bakunin decía que es el sistema anárquico de Proudhon, ampliado, desarrollado y emancipado por nosotros de todos los floripondios metafísicos, idealistas y doctrinarios.

Así tenemos ante nosotros un proudhonismo perfeccionado, tan lejos del marxismo desde el punto de vista teórico y político como el proudhonismo puro.

Bakunin negaba todo Estado, la lucha política y la organización política del proletariado. La lucha entre Marx y Bakunin, fue la lucha entre dos concepciones distintas del mundo, dos sistemas y teorías distintos, fue una lucha entre dos líneas políticas y tácticas distintas, lo que no podía dejar de reflejarse en el problema de organización. El problema de organización no fue, por consiguiente, la causa, sino solamente el motivo de la escisión.

“¿Qué política debe seguir la Internacional en el transcurso de este período más o menos largo que nos separa de la terrible revolución social que todos presentimos?" 3. Contra el lassallismo, el oportunismo

alemán. Marx seguía con la mayor atención el desarrollo

del movimiento obrero en Alemania. La revolución de 1848 fue el punto culminante de la actividad del movimiento obrero de la Alemania de entonces. Después de 1848 comienza el reflujo, el movimiento obrero se dispersa. Una parte considerable de los elementos revolucionarios se ve obligada a emigrar a Francia, Inglaterra y Estados Unidos. En Alemania misma comienzan a surgir toda suerte de hermandades, sociedades de ayuda mutua y otros embriones de sindicatos, etc.

Marx y Engels mantenían estrechas relaciones con la emigración obrera revolucionaria y con los elementos revolucionarios que permanecieron en el país. Después del año 1848 comienza en Alemania el

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período de la reacción política e ideológica y una serie de compañeros de armas de Marx se alejan del movimiento revolucionario. Marx trabajaba persistentemente en el desenvolvimiento de su concepción filosófica del mundo, en la elaboración de su sistema económico, llevando a cabo simultáneamente una intensa actividad político-literaria. A fines del año 1850 la depresión empieza a desaparecer. En Alemania comienza el ascenso del movimiento obrero. Lassalle organiza en 1863 "La Asociación General de Obreros" y plantea abiertamente la cuestión de los objetivos y de los derechos políticos de la clase obrera. Lassalle, que aparece en la arena política en el momento en que comienza la animación, comprendió el cambio producido en la mentalidad de las masas obreras y debido a esto su "Asociación General de Obreros" se hizo muy popular. Marx y Engels apreciaban mucho a Lassalle. "Lassalle, a pesar de todos sus “peros”, es firme y enérgico", escribía Marx a Engels el 10 de marzo de 1853. "Lassalle es el único que tiene todavía la audacia de seguir en correspondencia con Londres, y es necesario conseguir que este intercambio no se le torne fastidioso", escribía Marx a Engels el 18 de julio de 1853. En una carta a Schweitzer fechada el 13 de octubre de 1868, escribe: "Después de quince años de letargo, Lassalle ha despertado de nuevo, en Alemania, al movimiento obrero. Este es su mérito inmortal."

Pero desde el comienzo, Marx y Engels observaron una serie de graves defectos en la teoría y en la actividad de Lassalle. Los desacuerdos iban aumentando a medida que Lassalle manifestaba su errónea orientación. Lassalle desconfiaba de la lucha de los obreros por el derecho de coalición y no veía la utilidad de las huelgas. "El derecho de coalición no puede dar ninguna ventaja al obrero. No puede determinar un mejoramiento real de su situación." Tales eran las máximas de Lassalle. Lassalle hablaba de la "triste experiencia" de las huelgas inglesas.

Consideraba estéril la lucha por el aumento de los salarios, puesto que la clase obrera es incapaz de cambiar la ley de bronce de los salarios, que según él es la piedra angular de toda ciencia "económica". Como panacea a todos los males, Lassalle plantea las dos reivindicaciones siguientes: Sufragio universal y subsidio del Estado a las Asociaciones de Producción. En consecuencia, negaba la lucha económica de la clase obrera y la utilidad de los sindicatos. Esta concepción de Lassalle fue ajena a Marx:

"Lassalle fue contrario al movimiento de coalición -escribe Marx a Engels el 13 de febrero de 1865-; Liebknecht lo ha improvisado entre los tipógrafos de Berlín con sus propios medios, contra la voluntad de Lassalle." La lucha entre Marx y Lassalle comenzó con

motivo de la llamada "ley de bronce" del salario. Esta

ley de bronce del salario no era en el fondo más que una reedición de las teorías proudhonianas y de la ley de Malthus sobre la población. ¿Qué es, en esencia esta teoría? Todos los esfuerzos que el obrero realice, todas sus luchas, no le harán obtener nada en el sentido del mejoramiento de su situación. Esta teoría, que condena las luchas económicas organizadas, que las considera estériles, no podía contar con la simpatía de Marx. Este criticó duramente la "ley de bronce de los salarios", demostrando que los salarios están compuestos de dos partes: contienen el mínimo físico y el mínimo social, que cambia de acuerdo con las condiciones histórico-sociales. Lassalle no solamente insistió en su "ley de bronce de los salarios", sino que se orientaba cada vez más hacia el Estado bismarkiano, esperándolo todo de las subvenciones del Estado.

"He señalado muchas veces que quiero la asociación individual y voluntaria... pero para poder formarse, debe obtener del Estado -mediante un empréstito- el capital necesario.

"Para elevar vuestra clase, para emancipar no solamente a algunos obreros, sino al trabajo mismo se necesitan millones de pesos y sólo el Estado y la legislación los pueden dar." Esta era la solución simplista que Lassalle,

hombre de gran capacidad, daba al problema obrero. Es necesario comenzar por obtener el derecho al sufragio universal, y después, el gobierno dará "millones y millones de pesos".

¿Podía acaso Marx dejar de luchar contra esta funesta utopía manifiestamente pequeñoburguesa?

El 9 de abril de 1863, Marx escribía a Engels: "Lassalle me ha enviado hace dos días la carta

abierta “Al Comité Obrero Central” del “Congreso Obrero de Leipzig”. Se comporta como un futuro dictador de los obreros, lanzando con aire pomposo frases que tomó de nosotros. Las diferencias entre el salario y el capital las resuelve con “la mayor facilidad”. A saber: los obreros deben hacer agitación por el sufragio universal y luego enviar a la cámara de diputados a personas como él, “dotadas de la brillante arma de la ciencia”. Luego, ellos construirán fábricas obreras, para lo cual el Estado facilitará capital y estas empresas cubrirán poco a poco todo el país. Todo eso es admirablemente nuevo." Después de la muerte de Lassalle, la "Asociación

de Obreros" fue presidida por Schweitzer, que comenzó a manifestarse partidario del derecho de coalición e incluso de la lucha por los salarios. Pero Schweitzer, a pesar de haberse alejado de su maestro, llega, sin embargo, en una serie de artículos a las siguientes conclusiones:

"1. La huelga es necesariamente estéril desde el punto de vista económico.

"2. No obstante, la huelga es un magnífico medio de encender el movimiento obrero y

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elevarlo hasta el nivel de la formación en la clase obrera, de una conciencia de clase propia.

"3. Donde el movimiento obrero pueda actuar abiertamente para su objetivo final, las huelgas, en general, no deben ser aprobadas, porque la clase obrera necesita de toda su fuerza para la conquista de su objetivo final, el cambio de las bases sociales. Ahora bien: las huelgas distraen muchas fuerzas del objetivo final, y no conducen más que a un resultado ilusorio: el aumento de los salarios." Marx seguía atentamente la evolución de la

"Asociación General Obrera de Alemania", pues sabía que en lo concerniente al derecho de coalición, halla entre los lassallianos la mayor confusión. Marx escribe el 13 de febrero de 1865 a Schweitzer:

"Las coaliciones y los sindicatos que surgen de las mismas, no solamente son de gran importancia como medios de organización de la clase obrera para la lucha contra la burguesía; su importancia se refleja en el hecho de que hasta los obreros de Estados Unidos del Norte, a pesar del derecho al voto y de la República, no pueden prescindir de él. Pero además, en Prusia, y, en general, en Alemania, el derecho de coalición es una brecha abierta en el régimen de dominación policíaca y burocrática, rompe la ley de domesticidad y la economía feudal en el campo; en una palabra, es una medida de transformación de los “súbditos” en ciudadanos mayores de edad, que el partido progresista, es decir, todos los partidos burgueses de oposición podrían aceptar, si no fuesen idiotas, cien veces mejor que el gobierno de Prusia, y con mayor razón, que el gobierno de un Bismarck." En la misma carta, Marx se detiene en la famosa

idea lassalliana de los subsidios del Estado. He aquí lo que escribe Marx, con motivo de este socialismo gubernamental monárquico-prusiano:

"La nefasta ilusión de Lassalle de una intervención socialista del gobierno prusiano, no cabe duda que irá seguida de una inevitable decepción. La lógica de las cosas hablará por sí misma. Pero el honor del Partido Obrero exige que descarte semejantes quimeras antes que su inanidad estalle al contacto con la experiencia. La clase obrera es revolucionaria o no es nada." Esta notable carta nos muestra las causas de la

hostilidad de Marx contra el lassallismo. La clase obrera es revolucionaria o no es nada, esto era lo que determinaba la línea de conducta de Carlos Marx.

Marx conceptuaba a la "Asociación General Obrera" como una organización sectaria y volvió a ocuparse muchas veces de esta cuestión. En sus cartas a Schweitzer, Marx expresaba continuamente este concepto suyo sobre el carácter sectario de la "Asociación General Obrera". En ellas da una definición clásica de lo que es el sectarismo. He aquí, por ejemplo, lo que Marx escribe el 13 de octubre de

1868: “'Como todos los fundadores de sectas,

Lassalle negaba toda ligazón natural con el movimiento obrero anterior en Alemania y en el extranjero. Cayó en el mismo error de Proudhon, de no buscar la base real de su agitación en los verdaderos elementos del movimiento de clase, sino que quería orientar la marcha del mismo mediante una fórmula doctrinaria determinada.

"Usted mismo ha experimentado en su propia persona la oposición entre el movimiento de secta y el movimiento de clase. La secta busca su razón de ser en su “point d'honneur”, no en lo que tiene de común con el movimiento de clases, sino en el talismán especial que la distingue de este movimiento. Cuando usted propuso convocar el Congreso de Hamburgo para la constitución de los sindicatos, no pudo romper la resistencia sectaria más que amenazando con renunciar a la presidencia. Además, usted se vio obligado a doblar su propia persona, declarando que una vez actuaba como jefe de secta y otra vez en representación del movimiento de clase.

"La disolución de la “Asociación General Obrera Alemana”, le brindó la ocasión de dar un importante paso hacia adelante y de declarar, o de probar, que actualmente hemos entrado en una nueva fase del desarrollo y que el movimiento de secta está ya maduro para disolverse en el movimiento de clase y liquidar definitivamente todas esas supervivencias...

"En lo que concierne a los elementos justos que contenía la secta, debían ser introducidos en el movimiento general, para enriquecerle. En lugar de esto, habéis exigido del movimiento de clase que se subordine a un movimiento sectario particular. Los que no entraban en el círculo de vuestros amigos, deducían que usted desea conservar, a toda costa, su movimiento obrero particular." Cuando Schweitzer envió a Marx, antes del

Congreso de Hamburgo, el proyecto de estatutos de su nueva “Asociación General Obrera”, Marx aprovechó la ocasión para hacerle la más severa crítica. Marx consideraba que un agrupamiento político-sindical no era viable y que la centralización burocrática era sumamente peligrosa, especialmente para Alemania.

En su carta a Schweitzer, de fecha 13 de septiembre de 1868, Marx escribe:

"En lo que concierne al proyecto de estatutos, lo considero erróneo desde el punto de vista de los principios, y creo tener tanta experiencia en las cuestiones del movimiento sindical como cualquiera de mis contemporáneos. Sin entrar aquí en detalles, diré solamente que ese tipo de organización, con todo lo cómodo que es para las sociedades secretas y para la unión de sectarios,

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contradice la esencia misma de las trade-unions. Pero aun suponiendo que semejante organización sea posible, y debo decir que “tout bonnement” la considero francamente imposible, no sería deseable y menos para Alemania. Aquí, donde el obrero sufre desde la infancia un adiestramiento burocrático y tiene fe en los superiores, lo más importante es que aprenda a caminar sin la ayuda de nadie.

"Vuestro plan no es práctico tampoco en otros aspectos. En la organización existen tres poderes independientes de diferente origen: 1) comité elegido por oficios; 2) presidente, una persona completamente inútil, elegida por sufragio general; 3) un congreso elegido por localidades. En fin, fuentes de conflictos por doquiera. ¡Y es ésta la organización que debe servir para acciones rápidas!

"Lassalle ha cometido un gran error al querer imitar “al elegido del sufragio universal” (de la constitución francesa de 1852). ¡Y eso para las trade-unions! Estas se ven obligadas a ocuparse principalmente de cuestiones de dinero, y usted no tardará en ver que aquí termina todo poder dictatorial" Lo que es notable en esta carta, no es solamente la

crítica concreta, aniquiladora del supercentralismo de Lassalle-Schweitzer, sino también la posición de principio en esta cuestión: es preciso enseñar al obrero alemán "a marchar sin la ayuda de nadie". Marx y Engels plantearon varias veces esta cuestión en sus cartas. Sabían lo que significa el adiestramiento burocrático y temían que si la organización del partido y de los sindicatos llegasen a tener una estructura burocrática, podría causarse un daño inmenso a la clase obrera de Alemania. En ésta como en todas las demás cuestiones, las palabras de Marx resultaron proféticamente justas. El centralismo burocrático de la socialdemocracia alemana, que corresponde a las tradiciones "nacionales" de la domesticación cuartelera prusiana, ahoga todavía el movimiento obrero de Alemania.

Marx y Engels manifestaron muchas veces su parecer respecto a las ínfulas dictatoriales del heredero de Lassalle, Schweitzer. Demostraban que su orientación no podía menos de provocar la ruina de su organización y que era necesario elegir entre la organización sindical de masas y el aislamiento sectario.

Después del Congreso de Hamburgo, Marx escribe a Engels el 26 de septiembre de 1868:

"Lo que hay sobre todo de ridículo en Schweitzer -y claro que le es impuesto por los prejuicios de su ejército y su título de presidente de la “Asociación General Obrera Alemana”- es que invoque sin cesar las palabras del maestro y que a cada nueva concesión a las necesidades del verdadero movimiento obrero pretenda

tímidamente que no contradice los santísimos dogmas de Lassalle. El Congreso de Hamburgo ha sentido instintivamente, con justa razón, que el verdadero movimiento obrero (las trade-uniones, etc.), amenazan a la “Asociación General Obrera de Alemania” como organización específica de la secta lassalliana." Marx subraya que es imposible hacer entrar a las

amplias masas en una organización sectaria. Marx habla de esto en su carta a P. Bolte, el 23 de

noviembre de 1871: "...La organización de Lassalle es simplemente

una organización sectaria, y como tal, hostil a la organización del verdadero movimiento obrero que quiere crear la Internacional." Marx y Engels plantearon de nuevo la cuestión de

la actitud frente al lassallismo con motivo del Congreso de fusión de los lassallianos y los partidarios de Eissenach, en 1875, en Gotha.

En una carta a Bebel fechada el 18-28 de marzo de 1875, Engels escribe a propósito del programa de Gotha, entre otras cosas, lo siguiente:

“Ni una palabra se dice de la organización de la clase obrera, como tal clase, por medio de los sindicatos. Y éste es un punto de suma importancia; porque los sindicatos son la verdadera organización de clase del proletariado con los cuales realiza su lucha diaria contra el capital, en los que se educa y a los que ya hoy día es imposible aplastar, ni siquiera mediante la más severa reacción (como la que impera actualmente en París). Dada la importancia que esta organización adquiere en Alemania, nos parece absolutamente necesario hacer mención de ella en el programa, y en la medida de lo posible, darle un lugar determinado en la organización del Partido." Tal es la crítica del programa de Gotha desde el

punto de vista de las dos cuestiones. Pero, en realidad, "las glosas marginales sobre el programa del Partido obrero alemán" exceden ampliamente los límites de estas dos cuestiones.

Liebknecht y Bebel estaban muy descontentos de la severa crítica hecha por Marx y Engels al programa de Gotha. Bebel, al citar en sus memorias estas cartas de Engels, añade melancólicamente:

"No era fácil ponerse de acuerdo con los dos viejos de Londres. Lo que a nosotros nos parecía un cálculo inteligente y una táctica hábil, ellos lo juzgaban como una debilidad y un espíritu de conciliación irresponsable." Esta objeción es muy característica de Bebel. En

la socialdemocracia alemana, ya en los primeros días de su función, se había establecido el hábito de explicar las desviaciones de los principios del marxismo con razones de táctica, como si la táctica fuera algo desligado e independiente de las concepciones de principio.

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Marx y Engels se opusieron a la fusión de los lassallianos con los partidarios de Eisenach, puesto que la plataforma de fusión era no solamente equívoca, sino también errónea. Marx lo manifestó en su carta a Bracke, el 5 de mayo de 1875:

"Todo paso hacia adelante, todo movimiento real, es más importante que una docena de programas. Si, pues, era imposible exceder el programa de Eisenach -y las circunstancias no lo permitían- era necesario concluir simplemente un acuerdo para la acción contra el enemigo común. Se fabrica, por el contrario, un programa de principio (en lugar de aplazarlo hasta el momento en que una cuestión de esta índole estuviese preparada por una larga actividad común), lo que equivale a plantar públicamente jalones que permitirán al mundo entero juzgar el nivel del movimiento del Partido." En el movimiento obrero de la Alemania de

entonces, no solamente había la tendencia de los Lassalle-Schweitzer a destruir los sindicatos transformándolos en un partido, sino también las tendencias opuestas, es decir, el considerar a los sindicatos como la única forma del movimiento obrero. En este sentido pecó J. F. Becker, dirigente de la sección alemana de la "Asociación Internacional de Trabajadores".

En el período en que se comenzó a formar en Alemania el partido político del proletariado, el problema más difícil y complicado fue el de las relaciones entre toda la variedad de sociedades educativas, los sindicatos y el Partido.

Hemos visto la solución que daban a esta cuestión Lassalle y Schweitzer y las objeciones de Marx y Engels a este tipo de organización. J. F. Becker redactó un proyecto de proposición, en 1869, con motivo de la formación de un partido político obrero (los partidarios de Eisenach) defendiendo la idea de que la única forma verdadera del movimiento obrero son los sindicatos. He aquí cómo J. F. Becker formula su afirmación:

"Considerando que solamente los sindicatos representan la forma justa de las organizaciones obreras, también para la sociedad futura, y en vista de los conocimientos especiales que prevalecen en su medio y contribuyen a la formación de una conciencia social exacta; y que en la medida que se perfecciona la organización de los sindicatos, las sociedades mixtas (como por ejemplo la “Asociación General Obrera Alemana” y las uniones de educación obrera) pierden su razón de ser y después de cumplir su misión de iniciadores pierden también su derecho a la existencia, etcétera. Esta manera de plantear la cuestión no podía

surgir más que porque no se tenía una idea clara de lo que es un partido y de cómo debe estar construido. Bebel estaba muy preocupado por este proyecto y

preguntó a Marx su posición frente a él. Marx contestó que no tenía nada de común con ese documento.

También Engels reaccionó inmediatamente con violencia, expresando a propósito de esta cuestión, no sólo su opinión personal, sino también la de Marx:

"El viejo Becker debe haberse vuelto completamente loco. ¿Cómo es posible que proclame a los sindicatos como auténtica forma de agrupación de los obreros y base de toda organización, y que todas las demás asociaciones deben tener solamente un carácter provisional? ¡Y todo eso en un país donde los verdaderos sindicatos no existen todavía! ¡Y qué “organización” embrollada! Por un lado, los sindicatos de cada oficio se centralizan en el comité nacional, y por otro, diversos sindicatos de cada localidad organizan su comité central. Si lo que se desea es que haya discordias permanentes, ésa es la organización que se debe adoptar. Pero en realidad, detrás de todo esto se oculta simplemente el viejo artesano alemán, que quiere salvar su tienda como base de la unidad de la organización obrera." A Marx no se le podía cazar en el cepo de una

frase revolucionaria. Cuando algún socialista contemporáneo comenzaba a emplear frases demasiado infladas, Marx le atacaba resueltamente. A este respecto, es muy característica la diferencia de actitud de Marx frente a Bernstein y a Most. Bernstein acusaba a Most de "izquierdismo", insinuando veladamente sus opiniones pequeñoburguesas de derecha; Marx reaccionó contra el intento de Bernstein de introducir su contrabando.

En carta del 19 de septiembre de 1879, Marx escribe a Sorge:

"Nuestras divergencias con Most no tienen nada de común con los desacuerdos con esos señores de Zúrich (el trío compuesto por el doctor Hochbert, Bernstein su secretario y Schramm). Nosotros no reprochamos a Most que su “Libertad” sea demasiado revolucionaria, sino que no tiene contenido revolucionario y se limita a hacer fraseología revolucionaria." Marx y Engels mantuvieron una lucha despiadada

contra todos los matices del oportunismo, contra toda ausencia de principios y contra el método "familiar" en la política. No permitían que se disimularan las divergencias teóricas y políticas y estaban siempre -como dice el escritor Gleb Uspenski- "listos para la pelea".

Lenin señalaba especialmente en 1907 esta característica, en su introducción a las cartas de Marx y Engels a Sorge. Como estaban tan cerca del movimiento obrero alemán, es aquí donde se patentiza con más evidencia el papel dirigente de Marx y Engels y su lucha por la claridad teórica, la

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firmeza política y la audacia de táctica. Marx y Engels fueron los primeros en dar la voz

de alarma con motivo de la penetración en la socialdemocracia alemana de elementos manifiestamente ajenos y exigían un control riguroso sobre "la banda de doctores, estudiantes y la crápula socialistas de cátedra", que ya entonces desempeñaban un papel desproporcional. Marx protestaba contra "estos señores" teóricamente nulos e inservibles en la práctica, que pretenden arrancar los dientes al socialismo, que ellos han confeccionado según sus recetas universitarias, y sobre todo, al partido socialdemócrata, e instruir a los obreros, o, como ellos dicen, darles los "elementos de instrucción". "No son ni más ni menos que lamentables charlatanes contrarrevolucionarios."

4. Marx y el movimiento sindical en Inglaterra. La primera mitad del siglo XIX se caracterizó por

un impetuoso crecimiento y desarrollo del movimiento sindical en Inglaterra. Inmediatamente después de la supresión del decreto prohibitivo de las coaliciones, en 1824, las trade-uniones salen de la clandestinidad y comienzan a extenderse por toda Inglaterra. Las trade-uniones inglesas eran organizaciones estrechamente gremialistas, que se proponían únicamente finalidades prácticas (disminución de la jornada de trabajo, aumento de los salarios, etc.). Marx y Engels observaron durante decenas de años el desarrollo del movimiento obrero de Inglaterra. La primera gran obra de Engels dedicada a la situación de la clase obrera de Inglaterra y El capital, genial obra de Marx, están basadas en el estudio de la economía: inglesa y del movimiento obrero de Inglaterra.

Marx y Engels veían el carácter estrechamente gremial de las trade-uniones y su horizonte restringido, pero las consideraban sin embargo un serio paso hacia adelante en el desarrollo del movimiento obrero inglés, y no solamente inglés.

"Con el fin de quebrar el poder de la burguesía, escribía Engels, se necesita algo más que sindicatos obreros y huelgas. Pero esos sindicatos y las huelgas originadas por ellos, tienen importancia principalmente por representar el primer intento de los obreros por suprimir la competencia. Su existencia supone la comprensión de que la dominación de la burguesía se basa solamente en la competencia de los obreros entre sí, es decir, en la ausencia de solidaridad obrera, en la oposición de los intereses de una parte de los obreros a los intereses de otros. Y precisamente porque todos sus esfuerzos están orientados, aunque sea unilateral y estrechamente, contra la competencia, contra el nervio vital del régimen social contemporáneo, son un peligro para ese régimen. Difícilmente el obrero podía encontrar un punto más vulnerable

en el régimen de la burguesía y en todo el régimen social contemporáneo." El mal fundamental del movimiento sindical

inglés, ya en aquel período, consistía en las concepciones socialistas todavía vagas y confusas que tenían los jefes más avanzados. El socialismo inglés de aquella época era extraordinariamente magro y anémico. He aquí cómo caracteriza Engels a los socialistas de esa época:

"El padre del socialismo inglés fue el fabricante Owen y por esto su socialismo, aun excediendo en el fondo los límites de las contradicciones entre la burguesía y el proletariado, guarda, no obstante, por su forma, una actitud muy tolerante con la burguesía, y muy injusta con el proletariado. Los socialistas son completamente domesticados y pacíficos, reconocen como justificadas las condiciones existentes, por malas que sean, ya que niegan para su modificación, cualquier camino que no sea el de la prédica pública... Los socialistas se quejan continuamente de la desmoralización de las clases inferiores. Comprenden, sin duda, la causa del odio de los obreros contra la burguesía, pero consideran que este odio, que es el único medio de llevar a los obreros hacia adelante, es estéril y predican una filantropía y un amor universal, que es mucho más estéril para la realidad de la Inglaterra moderna. No reconocen más que el desarrollo psicológico, el desarrollo del hombre abstracto completamente aislado del pasado, mientras que todo el mundo, y con él cada individuo, brotan sobre el terreno de este pasado. Por eso son demasiado científicos, demasiado metafísicos, y no hacen gran cosa." Engels acompaña esta brillante característica del

socialismo inglés, con un análisis del cartismo y de la diferenciación que se verificó en él después de los impetuosos y sangrientos sucesos de los años 1839-42. Engels consideraba que el verdadero socialismo surgiría del cartismo.

"Sin duda, los “cartistas” son muy atrasados, poco instruidos, pero al menos son, en cuerpo y alma, verdaderos proletarios, representantes del proletariado." Las trade-uniones son un arma de lucha contra los

capitalistas, y, por consiguiente, la creación de los sindicatos constituye para los obreros un serio progreso. Esta idea pasa a través de todo El capital de Marx. Así, por ejemplo, al esbozar un amplio cuadro de la lucha de los obreros por la disminución de la jornada de trabajo, Marx escribe:

"La constitución, a fines de 1865, de una trade-union de los obreros agrícolas, primero en Escocia, es un acontecimiento histórico." Una prueba de la gran importancia que Marx

atribuía a las trade-uniones, es que fue él el iniciador de la incorporación de las trade-uniones a la Iª

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Internacional, y que hizo cuanto le fue posible por ponerse en contacto directo con las secciones locales de las trade-uniones inglesas.

El 1º de abril de 1865, el sindicato de carpinteros de Chelsey invita a una delegación, para que se les expliquen los principios de la Asociación Internacional. Weston hace un informe sobre la delegación al sindicato de mineros. El 3 de abril de 1866, el Comité Ejecutivo del sindicato inglés de sastres manifiesta sus sentimientos cordiales hacia de Asociación Internacional de Trabajadores y promete ingresar en ella. En esta misma fecha, el Consejo General se da por informado del deseo de los hilanderos de Coventry, de ingresar en la Internacional. El 1º de abril de 1866, se lee una comunicación anunciando que la sociedad de zapateros del barrio de West-End, ha hecho un donativo de una libra esterlina para el Consejo General, y se propone enviar a Odger como delegado al Congreso. El 10 de abril de 1866, este sindicato es aceptado como parte de la Asociación Internacional de Trabajadores. En la misma fecha se comunica que Weston y Young fueron como delegados a la Asamblea del Comité de yeseros. El 19 de mayo de 1866, Young hace un informe sobre la asistencia de él y de Lafargue a la sección local de la sociedad de ladrilleros. Fueron recibidos con gran entusiasmo y se les prometió apoyarles. El 15 de mayo de 1866, la sección del sindicato unificado de obreros sastres de Darlington es aceptada en la Internacional. El 17 de junio de 1866 se da lectura a una información de la sociedad de toneleros "La mano de hierro", que decidió adherirse a la Internacional, imponiendo a todos sus miembros la cuota de un chelín por persona para el financiamiento del Congreso de Ginebra. En esta misma reunión se anuncia que una asamblea de obreros carpinteros que recibió a la delegación de la Internacional, resolvió contribuir con una libra esterlina para sufragar los gastos del Congreso.

Estas actas son muy significativas, porque reflejan el interés que existía entre una parte de las trade-unions por la Iª Internacional. En el órgano de Johann Philipe Becker, Vorbote, del mes de mayo de 1866, se habla de cinco grandes sindicatos que ingresaron colectivamente en la Internacional (hasta entonces sólo se afiliaban a la Internacional sindicatos individuales). Los sindicatos adheridos fueron: el sindicato de tejedores de cintas de seda, con mil miembros; el sindicato de sastres (8.000 miembros); el de zapateros (9.000 miembros); luego el sindicato de mecánicos y los obreros de la fabricación de rejas.

También se habían adherido a la Internacional los sindicatos de picapedreros de Londres y Stradford, muchas pequeñas sociedades y por último la Unión Unificada de Mecánicos Ingleses, que tenía 33.000 miembros. El número de noviembre de Vorbote comunica la adhesión a la Internacional del sindicato de canasteros (300 miembros) y de la Unión de

Peones (28.000 miembros). El informe del Congreso de Basilea, escrito por

Marx, anuncia que en el Congreso general de las trade-unions inglesas que acababa de reunirse en Birmingham, fue adoptada la siguiente resolución:

"Considerando que la Asociación Internacional de Trabajadores se propone unificar a las masas trabajadoras y defender sus intereses que son en todas partes idénticos, el Congreso recomienda a los obreros del Reino Unido, y especialmente a las corporaciones obreras organizadas, que apoyen esta Asociación y les sugiere insistentemente que se adhieran a ella. A la vez el Congreso tiene la convicción de que la realización de los principios de la Internacional, conducirá a la instauración de una paz sólida entre todos los pueblos del mundo." No obstante, es necesario tener en cuenta que una

gran parte de las trade-unions se negaron a adherirse a la Internacional. Así, por ejemplo, cuando el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores se dirigió, en 1866, al Consejo de la trade-unions de Londres instándole a adherirse a la Internacional, y en caso de negativa, a admitir en una asamblea a un representante de ésta para exponer las concepciones de la Asociación Internacional de Trabajadores, el Consejo de trade-unions de Londres contestó negativamente. Sin embargo, había en el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores un crecido grupo de ingleses: Odger, Applegarth, Weston, Lookfort, etc., ocupando Odger la presidencia del Consejo General.

Es interesante señalar que Sidney y Beatriz Webb, historiadores del trade-unionismo inglés, en los dos tomos de su Teoría y práctica del trade-unionismo inglés, no dedicaron ni una sola página a la posición de las trade-unions inglesas frente a la Iª Internacional, y en su historia del trade-unionismo dedican a este problema solamente una nota de pie de página.

Sin embargo, esta cuestión no es de menor importancia que los estatutos de cualquier unión o que la opinión de los economistas y de los curas ingleses sobre el mal que causa el trade-unionismo y el carácter antirreligioso del movimiento huelguístico.

Los historiadores fabianos del trade-unionismo creían, evidentemente, que esa actitud desdeñosa frente a Marx y a la Asociación Internacional de Trabajadores, disminuiría los méritos de ambos. Pero se equivocaron y su manera de obrar prueba una vez más que Marx y la Iª Internacional siguen inspirando horror a los intelectuales socializantes.

Engels, que venía observando durante el curso de largos años el desarrollo de las ideas socialistas y semisocialistas en Inglaterra, definió brillantemente el socialismo fabiano. En una carta a Sorge, fechada el 18 de enero de 1893, leemos lo siguiente:

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"Aquí, en Londres, los fabianos son una banda de “carreristas”, que tienen, sin embargo, bastante buen sentido para comprender que la revolución social es inevitable; pero al no querer confiar este gigantesco trabajo al “grosero” proletariado solamente, han expresado su “benévolo” deseo de colocarse a su cabeza. El temor a la revolución es su principio fundamental. Son “intelectuales” por excelencia; su socialismo es un socialismo municipal; es el municipio y no toda la nación, quien debe ser por lo menos al comienzo, el propietario de todos los medios de producción. Presentan su socialismo como la consecuencia extrema, pero inevitable, del liberalismo burgués. Y de ahí su táctica: No combatir con decisión, como a enemigos, a los liberales, sino empujarlos hacia conclusiones socialistas, es decir, burlarlos para impregnar de socialismo el liberalismo; no oponer candidatos socialistas a los liberales, sino hacérselos aceptar con miles de maniobras... Pero no comprenden que librándose a este juego serán ellos los engañados o engañarán al socialismo.

"Los fabianos han editado junto a sus antiguallas algunas buenas obras de propaganda que son lo mejor que en este terreno han hecho los ingleses. Pero apenas tornan a su táctica específica: disimular las luchas de clases, la cosa huele mal. De ahí su odio fanático contra Marx y contra todos nosotros." El Consejo General de la Iª Internacional tenía

una composición extraordinariamente heterogénea y por eso se desarrollaba constantemente en su seno una lucha sobre los problemas fundamentales económicos y políticos del movimiento obrero. A este respecto, es muy característica la discusión que tuvo lugar en el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores entre Marx y Weston, sobre la cuestión del salario, los precios y las ganancias.

A principios de noviembre de 1864, Marx escribe a Engels:

"Además un viejo “owenista”, Weston, hombre amable y simpático, actualmente fabricante; ha presentado un programa extraordinariamente extenso y terriblemente confuso." Este hombre "amable y simpático" era un gran

confusionista y el Consejo General resolvió organizar una discusión sobre la cuestión en litigio. El 20 de mayo de 1865, Marx escribe a Engels:

"Hoy, por la tarde, asamblea extraordinaria de la Internacional. Un viejo compañero, antiguo owenista, Weston (carpintero), ha presentado dos tesis que defiende incansablemente:

"1. Que un alza general de la norma de los salarios, no puede favorecer en nada a los obreros.

"2. Que, por consecuencia, las trade-unions son perjudiciales.

"Si estas dos tesis, en las cuales es el único en creer, fuesen aceptadas, provocaríamos un enorme escándalo, tanto frente a las trade-unions locales, como también en relación con la epidemia de huelgas que reina actualmente en el continente. En esta ocasión (ya que a esta asamblea serán admitidas también personas no pertenecientes al Consejo), tendrá el apoyo de un inglés que escribió un folleto en el mismo sentido. El público espera naturalmente una refutación de mi parte. Yo, naturalmente, conozco de antemano los dos puntos fundamentales:

"1. Que el salario determina el valor de las mercancías.

"2. Que si los capitalistas pagan hoy 5 chelines en lugar de cuatro, tendrán que vender mañana sus mercancías (debido a la demanda creciente) por 5 chelines en lugar de cuatro." La discusión entre Marx y Weston se reflejó así

en las actas del Consejo General: "El 30 de mayo de 1865 Weston pronunció su

discurso sobre los salarios. Interviene Marx, formulando conceptos contrarios a los de Weston. El 24 de junio de 1865, Marx dio lectura a una parte de su disertación sobre los salarios, en respuesta a la disertación de Weston. El 27 de junio de 1865 Marx lee el final de su disertación sobre los salarios. El 4 de julio de 1865 siguieron las discusiones con respecto a las posiciones de Weston y Marx.” Desgraciadamente los debates no han llegado

hasta nosotros. No obstante, sabemos lo que Marx dijo en esas asambleas. Su disertación en el Consejo General "Salario, precio y beneficio", es una exposición de la parte correspondiente al tomo I del Capital. Marx expone aquí en los dos puntos siguientes, la opinión de Weston:

"1. La masa de la producción nacional es algo fijo, una cantidad o magnitud constante, como dirían los matemáticos.

"2. El importe de los salarios reales, es decir, los salarios medios por la cantidad de objetos de consumo que con ellos se pueden adquirir, es una suma fija, una magnitud también constante." "Las ideas expresadas aquí por el ciudadano

Weston podrían haberse encerrado en una cáscara de nuez", dijo Marx al comienzo de su discurso. Y en efecto, a medida que Marx analiza la teoría de Weston, se esclarece que la cáscara de nuez está completamente vacía. Al analizarlos sofismas de la economía política burguesa que defendía "el bueno y amable" Weston, Marx llega a las siguientes conclusiones teóricas y prácticas:

"1. Una elevación general de la tasa de salarios producirá una reducción del beneficio general, pero no afectará en su conjunto a los precios de las mercancías.

"2. La tendencia general de la producción

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capitalista no es elevar, sino reducir el salario normal medio.

"3. Los sindicatos trabajan bien como centros de resistencia contra los ataques del capital; pero demuestran ser en parte ineficientes a consecuencia del uso mal comprendido de su fuerza. En general yerran su camino porque se limitan a una guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en vez de laborar al mismo tiempo para su transformación, usando de su fuerza organizada como palanca para la liberación definitiva de la clase obrera, es decir, para la abolición definitiva del sistema del salario." Esta respuesta de Marx no necesita hoy, cincuenta

años después de su muerte, comentarios especiales, porque las ideas de Marx se han hecho patrimonio de millones de hombres. Pero es necesario tener en cuenta el estado de ánimo en que debió encontrarse Marx cuando se vio en la necesidad, en la dirección de la Internacional, de sostener una discusión sobre un problema que debía haber sido claro para los dirigentes del movimiento obrero. Si Marx dio a Weston una respuesta tan científica y tan seriamente fundamentada, fue precisamente porque alrededor de este problema había vacilaciones, confusiones y teorías manifiestamente erróneas en todos los países.

Una gran parte de las trade-unions inglesas se desinteresaban de semejantes cuestiones y juzgaban a la Iª Internacional como una organización que no obligaba a nadie ni a nada. Marx y Engels comprobaban cómo los líderes de los sindicatos y el movimiento cartista se decoloraban desde el punto de vista político, y cómo la burguesía logró domesticar a los sindicatos, convirtiéndolos en apéndices de los partidos burgueses. De aquí proviene su apreciación tan dura sobre la dirección del movimiento obrero inglés. Como uno de los dirigentes del movimiento cartista comenzase a predicar la colaboración de los obreros con la burguesía, Marx escribe a Engels el 24 de noviembre de 1857 lo siguiente:

"Jones juega aquí un papel muy torpe. Tú sabes que mucho antes de la crisis y sin otra intención que la de tener un pretexto para la agitación en aquel período de calma, había convocado a una conferencia cartista, a la cual debían haber sido invitados también los radicales burgueses. Pero actualmente, en lugar de aprovechar la crisis, mantiene con perseverancia su invento absurdo e indigna a los obreros predicándoles la colaboración con la burguesía." La "evolución" de Jones preocupaba a Marx y

Engels. El 7 de octubre de 1858, Engels escribía a Marx:

"La historia de Jones es repugnante... Después de esto, estaría uno casi tentado de creer que el movimiento proletario inglés, en su tradicional forma cartista, debe desaparecer completamente

antes de desarrollarse en una nueva forma viable. Me parece que el nuevo paso de Jones, ligado con los anteriores en el mismo sentido, se relaciona en realidad con el hecho de que el proletariado inglés se aburguesa cada vez más, de manera que esta nación, la más burguesa de todas, parece querer llegar a tener al lado de la burguesía una aristocracia aburguesada y un proletariado aburguesado. Para una nación que explota a todo el mundo, esto se justifica hasta cierto punto." El 11 de febrero de 1878, Marx escribe a

Guillermo Liebknecht: "Debido al período de corrupción que

comenzó a partir de 1848, la clase obrera de Inglaterra fue desmoralizándose cada vez más y llegó por fin al estado de un simple apéndice del gran partido liberal, es decir, del partido de sus propios opresores capitalistas. Su dirección pasó enteramente a manos de los jefes venales de las trade-unions y de los agitadores de profesión." Una serie de trade-unions adoptaron una actitud

de simpatía a la creación de la Iª Internacional, pero otras la consideraron como una posibilidad de obtener de ella una ayuda determinada en caso de huelga. El 25 de febrero de 1865 Marx escribe a Engels:

"En lo que respecta a las uniones de Londres, cada día viene una nueva adhesión. Así es que poco a poco, nos convertimos en una fuerza. Pero de aquí surge la dificultad." La dificultad consiste en que estas adhesiones no

significan, de ninguna manera, que esas trade-unions acepten íntegramente el punto de vista de la Iª Internacional. Marx se daba cuenta y, sin embargo, atribuía una gran importancia a la adhesión de las trade-unions a la Asociación Internacional de Trabajadores. El 15 de enero de 1866, escribe a Kugelmann:

"Hemos logrado atraer al movimiento a la única verdadera gran organización obrera: las trade-unions inglesas que antes se ocupaban exclusivamente de cuestiones de salarios." Pero Marx comprendía que las trade-unions

estaban lejos de haber dicho su última palabra y que los choques con los jefes de las trade-unions eran inevitables. Como entre las trade-unions inglesas se difundió la especie de que la Asociación Internacional de Trabajadores podía ayudar durante las huelgas, algunos de los jefes que no tenían nada de común con el socialismo, comenzaron a correr hacia la Internacional. El 11 de septiembre de 1867, Marx escribe a Engels:

"Los pájaros ingleses de las trade-unions para los que íbamos “demasiado lejos”, llegan corriendo hacia nosotros." La idea que Marx tenía de los jefes de las trade-

uniones inglesas, puede verse en la siguiente carta a Kugelmann:

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"En Inglaterra solamente progresa en el momento actual, el movimiento de los obreros agrícolas. Los obreros industriales tienen que librarse ante todo de sus dirigentes actuales. Cuando yo atacaba en el congreso de La Haya a estos individuos, sabía que me atraía con esto la impopularidad, las calumnias, etc. Pero esto me ha dejado siempre indiferente, comienzan ya a convencerse de que al denunciarlos cumplía con un deber." En las obras de Engels encontramos páginas

brillantes consagradas a definir el movimiento obrero de Inglaterra. El 17 de junio de 1879, Engels escribe lo siguiente a Bernstein:

"Desde los últimos años el movimiento obrero inglés gira en el círculo vicioso de las huelgas por el aumento de los salarios y la disminución de la jornada de trabajo, y no como un medio provisional, no como un medio de propaganda y organización, sino como un objetivo final. Las trade-unions excluyen incluso por principio, estatutariamente, toda acción política, y por consiguiente la participación en toda la actividad general de la clase obrera como clase. Desde el punto de vista político, la clase obrera se divide en conservadores y liberal-radicales, en partidarios del ministerio de Disraeli (Beaconsfield) y del ministerio Gladstone. Por consiguiente, sólo se puede hablar de un movimiento obrero en Inglaterra en la medida en que se producen huelgas, las cuales, victoriosas o no, no hacen avanzar el movimiento un solo paso. Estas huelgas, provocadas conscientemente en los últimos años de estancamiento de los negocios, por los capitalistas, que buscaban un pretexto para cerrar sus fábricas, huelgas durante las cuales la clase obrera no se mueve, cuando se inflan hasta adquirir dimensiones de una lucha histórica mundial... a mi modo de ver, no pueden más que perjudicar a nuestra clase. No debe disimularse la circunstancia de que no existe aquí, por el momento, un verdadero movimiento obrero, en el sentido continental de la palabra." 5. Marx y el movimiento obrero francés. Una de las fuentes del marxismo es, como es

sabido, el socialismo francés. ¿Qué es lo que Marx ha tomado del socialismo francés, y qué es lo que le dio?

Al estudiar las revoluciones burguesas de Francia, Marx demostró en sus obras, con la fuerza que le caracteriza, cómo la burguesía hace de los obreros su carne de cañón y cómo después de la revolución torna contra la clase obrera todas las fuerzas, tanto del viejo como del nuevo Poder del Estado. Marx se dio cuenta del carácter utópico del programa de Babeuf, Saint Simon, Charles Fourier y Cabet, pero los apreciaba altamente como precursores del

socialismo científico. Marx sabía distinguir entre el sincero socialismo utópico y la politiquería socialista pequeñoburguesa de Louis Blanc y compañía. Marx creó el socialismo científico mediante la negación dialéctica del socialismo utópico y la viva elaboración de la impetuosa historia de la obra revolucionaria de las masas trabajadoras de Francia. La experiencia revolucionaria de las masas, es precisamente la principal y fundamental fuente francesa del marxismo.

La conspiración de los Iguales, fue la respuesta de las masas desilusionadas de la Gran Revolución, al triunfo de la reacción thermidoriana. Los "babeufistas", como se sabe, expusieron sus concepciones en cuatro documentos: 1) Manifiesto de los Iguales; 2) Análisis de la doctrina; 3) El acto de insurrección; 4) Los decretos.

Los "babeufistas", se propusieron organizar la insurrección de los pobres contra los ricos; y dándose cuenta exacta de que la raíz de todo el mal consistía en la propiedad, luchaban por el establecimiento de la igualdad económica. El manifiesto de los Iguales proclama que: "La Revolución Francesa es solamente la precursora de otra revolución más grande, más imponente, que será la última."

El aplastamiento de la conspiración de los Iguales y la victoria de Napoleón sobre el enemigo interior y exterior, provocó una cierta depresión en las masas. Las ideas socialistas comienzan a aparecer en forma de teorías semirreligiosas y semi-socialistas. El aristócrata Saint Simon y el desclasado Charles Fourier, aparecen con sus planes de transformación de la sociedad. La parte positiva de su ideología consiste, no en los planes del futuro feliz, sino en la crítica del presente y en el cuidado que ponen en señalar el antagonismo entre los poseedores y los no poseedores. Pero, por diferentes que sean en sus orígenes y en sus planes, ambos, Saint Simon y Fourier, se dirigían "a la gente de corazón", teniendo la esperanza de atraer a los capitalistas progresistas y transformar pacíficamente a la humanidad, desviada del camino de la razón. Los dos utopistas no pensaban siquiera en una revolución.

Como ni Saint Simon ni Fourier veían la fuerza social que pudiese realizar sus sueños, se dirigían a las fuerzas del más allá, a la religión.

Después de señalar que la obra de Babeuf "expresa las reivindicaciones del proletariado", Marx y Engels escriben sobre los utopistas:

"Los inventores de estos sistemas se dieron cuenta del antagonismo de las clases, así como de la acción de los elementos disolventes en la misma sociedad dominante. Pero no advierten del lado del proletariado ninguna independencia histórica, ningún movimiento histórico que le sea propio.

"Como el desarrollo del antagonismo de las clases va de par con el desarrollo de la industria,

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no advierten de antemano las condiciones materiales de la emancipación del proletariado, y se aventuran en busca de una ciencia social, de leyes sociales, con el fin de crear esas condiciones.

"Pero la forma rudimentaria de la lucha de las clases, así como su propia posición social, les lleva a considerarse muy por encima de todo antagonismo de clases. Desean mejorar las condiciones materiales de la vida para todos los miembros de la sociedad, hasta para los más privilegiados. Por consecuencia no cesan de llamar a la sociedad entera sin distinción y asimismo se dirigen con preferencia a la clase dominante.

"Repudian, pues, toda acción política y, sobre todo, toda acción revolucionaria, y se proponen alcanzar su objeto por medios pacíficos y ensayando abrir camino al nuevo evangelio social por la fuerza del ejemplo, por las experiencias en pequeño, que siempre fracasan, naturalmente." Muy interesante es la apreciación que da Engels

de los utopistas franceses en su famoso libro Anti-Dühring. Después de subrayar el retraso de las relaciones económicas de Francia, a comienzos del siglo XIX, Engels escribe:

"Lo que Saint Simon subraya es lo siguiente: siempre y en todas partes le interesa ante todo “el destino de la clase más numerosa y más pobre...”

"Ya en las cartas de Ginebra, de Saint Simon, encontramos el principio de que “todos los hombres deben trabajar”; en esa misma obra afirma que el reino del terror en Francia, fue el reino de las clases desposeídas.

"Ahora bien, en 1802, era un descubrimiento absolutamente genial concebir la Revolución francesa como una lucha de clases entre la nobleza, la burguesía y las masas desposeídas.

"En Fourier hallamos una crítica del régimen social existente que, sobre ser de espíritu verdaderamente francés, no es menos penetrante y profunda." Esto muestra las razones por qué Marx y Engels

sentían estima por los utopistas. Lo que les importaba era que los utopistas habían lanzado al mundo palabras nuevas, para aquellos tiempos, sobre los intereses de los desposeídos, que veían las contradicciones de clase, etc. Otra actitud muy distinta tomaron Marx y Engels frente a sus discípulos, que arrastraron el movimiento hacia atrás deseando estancarse en la etapa ya franqueada.

En el "Manifiesto Comunista" leemos respecto a ellos lo siguiente:

"Si en muchos aspectos los autores de esos sistemas eran revolucionarios, las sectas formadas por sus discípulos son siempre reaccionarias, pues sus secuaces se obstinan en oponer las viejas concepciones de su maestro a la evolución

histórica del proletariado. Buscan, pues, y en esto son lógicos, entorpecer la lucha de las clases y conciliar los antagonismos...

"Poco a poco caen en la categoría de los socialistas reaccionarios o conservadores descritos más arriba y sólo se distinguen por una pedantería más sistemática y una fe supersticiosa y fanática en la eficacia maravillosa de su ciencia social.

"Opónense, pues, con encarnizamiento a toda acción política de la clase obrera, pues semejante acción no puede provenir, a su juicio, sino de ciega falta de fe en el nuevo evangelio." El comunista-utopista Etienne Cabet también se

parecía bien poco a su antecesor Babeuf. Si éste preparaba la insurrección y quería levantar a las masas contra los que explotaban la revolución para enriquecerse, Etienne Cabet soñaba con la instauración pacífica de la sociedad comunista. Su Viaje a Icaria termina con las siguientes palabras:

"Si yo tuviera la revolución en mi mano, guardaría la mano cerrada aunque tuviera que morir en el destierro." Aquí el miedo a la revolución proviene de la

decepción causada por las revoluciones pasadas, que terminaron todas desfavorablemente para la clase obrera.

¿Qué relación tienen, pues, todos estos pensadores de la primera mitad del siglo XIX, con Marx y el marxismo? Algunos escritores piensan, que el marxismo es la suma de ideas de Saint Simon, Fourier y sus discípulos. A esta idea llega el socialista francés Paúl Luis, que escribió lo siguiente:

"Louis Blanc y Vidal han indicado la necesidad de recurrir al poder del Estado y han patrocinado el principio de la conquista del poder público como condición previa indispensable de toda revolución. Pecqueur y Cabet fueron los primeros en darnos una exposición detallada del colectivismo y del comunismo. Finalmente, Proudhon expresó con relieve las contradicciones de los intereses de clase, mostró los defectos de la propiedad privada, la constante explotación del obrero asalariado por los capitalistas, descubrió las contradicciones internas del régimen económico que engendra tantos más infelices, cuanto más riquezas produce. Si reunimos todo esto en un solo haz, obtendremos la expresión casi completa del marxismo." ¿Se puede decir que la suma de concepciones de

los socialistas utópicos, comunistas utópicos y socialistas pequeño-burgueses como Proudhon y Louis Blanc forman "casi el marxismo"? De ninguna manera. Esto sería no ver lo que distingue el marxismo de todas las teorías socialistas francesas de aquellos tiempos. Es cierto que Marx había elaborado críticamente todo lo que había sido creado en Francia en el dominio de las ideas socialistas, pero ¿qué es lo que él aportó de nuevo?

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1) Marx señaló al proletariado como la única fuerza capaz de luchar victoriosamente por el socialismo.

2) Marx trazó un límite político netamente marcado, entre el proletariado y las demás clases.

3) Marx consideró la revolución violenta y la instauración de la dictadura del proletariado, como el único camino posible hacia el socialismo.

Un solo socialista, de todos los que comenzaron su acción en la primera mitad del siglo XIX, era considerado por Marx como un revolucionario proletario: Augusto Blanqui. Blanqui sentía un profundo odio contra los opresores. Estaba lejos sin duda de comprender el socialismo científico; construía sus planes, basándose, no en las acciones de masas, sino en las de un pequeño grupo conspirativo. Pero Marx consideraba a Blanqui como el mayor revolucionario comunista después de Babeuf y le llamaba "jefe del partido proletario".

Marx veía la dinámica interior de las relaciones de clase en las revoluciones francesas.

"En las jornadas de julio de 1830 -escribe Marx- los obreros conquistaron la monarquía burguesa; en las jornadas de febrero de 1848, conquistaron la república burguesa. Así como la monarquía de julio se vio obligada a proclamarse monarquía rodeada de instituciones republicanas, la república de febrero se vio forzada a proclamarse república rodeada de instituciones sociales. El proletariado de París arrancó igualmente esta concesión." Pero los obreros habían recibido una satisfacción

puramente formal. "El 23 de febrero, cerca de medio día -relata

Daniel Stern- un gran número de corporaciones, comprendiendo unas 12 mil personas, salieron a la plaza de Greve y se alinearon guardando un profundo silencio. Sus banderas llevaban estas inscripciones: “Organización del trabajo”; “Ministerio del Trabajo”; “Abolición de la explotación del hombre por el hombre”." Las dos primeras reivindicaciones de los obreros,

formuladas por socialistas del tipo de Louis Blanc, provocaron la siguiente irónica observación de Marx:

"“¡La organización del trabajo!” Pero el trabajo asalariado no es otra cosa que la organización burguesa del trabajo. Sin él no hay capital, ni burguesía, ni sociedad burguesa. “¿Ministerio del trabajo especial?” ¿Acaso el ministerio de Finanzas, de Comercio, de Obras Públicas, no son el ministerio burgués del trabajo?" El gobierno provisional maniobró hábilmente.

Respondió a todas las reclamaciones de los obreros con el nombramiento de la Comisión de Luxemburgo, en la que Louis Blanc y Albert se prodigaron en largos discursos sobre el futuro, distrayendo a los obreros del presente. Marx ve las

reivindicaciones elementales de los obreros, y en la misma comisión de Luxemburgo, el reflejo de la lucha de clases.

"El derecho al trabajo es la fórmula todavía primitiva de las reivindicaciones revolucionarias del proletariado."

"“A la Comisión de Luxemburgo”, esta criatura de los obreros parisienses, le cabe el mérito de haber proclamado, desde lo alto de una tribuna europea, el secreto de la revolución del siglo XIX, la emancipación del proletariado." El proletariado de París fue derrotado en las

jornadas de junio por no estar todavía, desde el punto de vista político y de organización, a la altura de sus tareas históricas. Después de haber analizado brillantemente la disposición de las fuerzas de clase en la revolución de 1848, Marx escribe:

"Cuando se subleva una clase en la que se concentran los intereses revolucionarios de la sociedad, esa clase encuentra directamente en su propia situación el contenido y el material para su actividad revolucionaria: aniquila al enemigo, toma las medidas dictadas por las necesidades de la lucha, y las consecuencias de sus propias acciones la empujan hacia adelante. Una clase tal, no se ocupa de investigaciones teóricas sobre sus propias tareas. La clase obrera de Francia no se encontraba en tal situación, no era capaz todavía de realizar su revolución."

"Los obreros franceses, escribe Marx, no podían avanzar un solo paso, no podían tocar ni siquiera un cabello del régimen burgués, mientras la marcha de la revolución no levantó contra él, contra el dominio del capital, la masa de la nación que estaba entre el proletariado y la burguesía, los campesinos y pequeño burgueses, obligándoles a adherirse al proletariado, a reconocer en él a su luchador de vanguardia. Solamente al precio de la terrible derrota de junio, los obreros lograron obtener esta victoria." Es esta disposición particular de las fuerzas de

clase, la que ha determinado el carácter de los sistemas socialistas. De aquí el socialismo burgués y pequeñoburgués; de aquí el "socialismo doctrinario que fue la expresión teórica del proletariado hasta que éste llegó a madurar para tener su propio movimiento histórico independiente" (Marx). En el momento en que este socialismo pasa del proletariado a la pequeña burguesía.

"...El proletariado se agrupa cada vez más alrededor del socialismo revolucionario, alrededor del comunismo que la misma burguesía bautizó con el nombre de Blanquismo. Este socialismo no es otra cosa que la revolución permanente, la dictadura de clase del proletariado, etapa indispensable para la abolición de todas las diferencias de clase, para la abolición de las relaciones de producción sobre las que descansan

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esas diferencias, de todas las relaciones sociales correspondientes a estas relaciones de producción y la subversión de todas las ideas que surgen de ellas." Es así como Marx planteó, ya en 1848, la cuestión

de las corrientes socialistas y de su sitio en la lucha del proletariado francés, así como la de las causas de la derrota de junio. Mucho más tarde, en el año 1899, Engels indicó en la introducción al Manifiesto Comunista, que ya antes de la revolución de febrero de 1848, se había acusado una profunda división entre los socialistas y los comunistas:

"En cambio, la parte de los obreros que, convencida de la insuficiencia de los simples trastornos políticos, quería una transformación fundamental de la sociedad, se llamaba entonces comunista. Era un comunismo apenas elaborado, muy instintivo, a veces un poco grosero; pero fue asaz pujante para producir dos sistemas de comunismo: en Francia, la Icaria, de Cabet, y en Alemania el de Weitling. El socialismo representaba en 1847 un movimiento burgués; el comunismo, un movimiento obrero." El aplastamiento del proletariado de París en junio

de 1848, es el punto de partida de un largo período de reacción, no solamente en Francia, sino en todo el continente europeo. La derrota política hizo surgir una reacción ideológica, y de aquí parte el éxito de la idea de la renuncia a la lucha política y del viraje hacia el mutualismo. ¿En qué consiste el sentido político del mutualismo de Proudhon? En la sustitución de la lucha de clases por "servicios mutuos", es decir, precisamente lo que la burguesía quería obtener de la clase obrera en Francia, "desmoralizada" por varias revoluciones.

El gobierno estimula la participación de los representantes obreros en las exposiciones internacionales, y se esfuerza por educar a la gran variedad de tipos de organizaciones obreras (sindicatos, sociedades de ayuda mutua, sociedades obreras de resistencia) que a pesar de todo su programa político primitivo y de la debilidad de organización, constituían centros de reunión de las fuerzas de la clase obrera.

En 1862, participan dos candidatos obreros en las elecciones; en 1864 aparece el manifiesto-plataforma electoral, firmado por sesenta obreros representantes de las diversas organizaciones obreras. El gobierno sigue sus maniobras, aceptando sufragar los gastos de viaje de doscientos obreros a la exposición internacional de Londres. El Estado comienza a facilitar subsidios a las sociedades de ayuda mutua, y, finalmente, la ley del 25 de mayo de 1864, da a los obreros el derecho de coalición. Esto no era más que una concesión de forma, pues continuaron las persecuciones a los huelguistas. Hasta el año 1864 hubo unos setenta procesos de huelguistas por año; y después de la promulgación de la ley "sobre la

libertad de huelga", otros cincuenta y un procesos anuales por "infracción a la libertad de trabajo".

El viaje a Inglaterra, en 1862, produjo una fuerte impresión sobre los delegados y sus informes jugaron un gran papel político y de organización. Lo que sobre todo tuvo una gran importancia fue el intercambio de saludos entre los obreros franceses e ingleses con motivo de este viaje. Fue el comienzo real del establecimiento de las relaciones internacionales. Si en 1862 tuvo lugar el primer contacto, el viaje de la delegación de obreros franceses en 1864, fue el punto de partida para la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores, que desempeñó un enorme papel en la difusión de las ideas de Marx y Engels, en la creación de la organización que sirvió de guía durante nueve años (1864-1872) a las masas trabajadoras de Europa y América y de espanto a la burguesía internacional. Como ya dije, Marx fue el alma de la Iª Internacional. Apreciaba mejor que nadie el nivel teórico y político de las secciones nacionales, especialmente de la sección francesa. Pero la Internacional fue creada precisamente con el fin de elevar el nivel de sus elementos integrantes. Los obreros franceses aportaron a la Iª Internacional sus riquísimas tradiciones revolucionarias, pero al mismo tiempo hicieron penetrar en ella las ideas pequeñoburguesas, socialistas, semisocialistas y proudhonianas de las que se apoderó Bakunin y que provocaron, al fin de cuentas, la destrucción de la Asociación Internacional de Trabajadores.

Ante todo, vamos a ver el eco que encontró el movimiento obrero de Francia en las actas de la Asociación Internacional de Trabajadores. He aquí lo que leemos en las actas del Consejo General:

"20 de junio de 1865. Se da lectura a una comunicación anunciando que la Sociedad de Tejedores de Lille ingresará con toda probabilidad en la Asociación Internacional de Trabajadores.

"4 de julio de 1865. Lectura de una carta de Lyoh que acusa recibo de 400 carnets y pide información concerniente a la industria de tul. Se indica que la huelga terminó desfavorablemente para los obreros, que se vieron obligados a retroceder por falta de medios de subsistencia. El 28 de septiembre de 1869, una carta de Marsella informa del lockout de los canasteros y reclama ayuda. Se encarga al secretario que conteste que no hay ninguna posibilidad de ayuda financiera. El secretario se encarga de escribir, asimismo, a los canasteros de Londres.

"12 de octubre de 1869. Carta de Aubary (Rouen), anunciando la huelga de los hilanderos de lana de Elbeuf y pidiendo ayuda. Los hilanderos insisten en que se establezcan tarifas. Otras ciudades se solidarizaron con esta demanda y si no fuera satisfactoria, comenzará la huelga a los 15 días.

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"El 26 de octubre de 1869, un informe sobre el proceso de los delegados de 27 sindicatos de París, que habían protestado contra los acontecimientos sangrientos en Aubagne (34 muertos y 36 heridos).

"Con la misma fecha, un informe sobre la lucha de los mineros en Francia.

"El 2 de noviembre de 1869, los carpinteros de un taller de Ginebra hicieron huelga contra las horas extraordinarias.

"El gobierno francés envió a las internadas en los asilos de la asistencia pública, para reemplazar a los vendedores de los almacenes de ropa blanca, que estaban en huelga contra el trabajo dominical.

"El 9 de noviembre de 1869, Young comunica que 2.000 obreros doradores, de París, tomaron la resolución de no trabajar en ningún caso más de 10 horas diarias. La sociedad de litógrafos parisienses, que cuenta con 300 miembros y los hojalateros de París, con 200 afiliados, son aceptados en calidad de miembros.

"El 11 de enero de 1870, una carta de Neuville sur Somme, pidiendo socorros para los estampadores de cretona, en huelga. Se encarga al secretario de escribir a Manchester sobre esta huelga. Los obreros de elaboración de instrumentos quirúrgicos de París están en huelga y demandan ayuda. El Consejo resuelve prestar ayuda, dirigiéndose a los obreros de las ramas de industria similares de Scheffield.

"El 6 de abril de 1870, Marx expresa el deseo de que se aplace la impresión del manifiesto relacionado con el proceso judicial de Creusot. De todas partes se envía dinero, y hubiera producido una mala impresión si Londres se limitase solamente a palabras.

"El 10 de abril de 1870, una carta de Varlin, de París, anuncia que estuvo en Lille para constituir una sección sindical bajo el control de la Asociación Internacional de Trabajadores. El Consejo Federal puede encabezar las distintas sociedades sindicales.

"Dupont llama la atención del Consejo sobre las monstruosas condenas de que han sido objeto los mineros arrojados a la cárcel con motivo de la huelga de Creusot, proponiendo que el Consejo intervenga con un manifiesto. La redacción de este manifiesto se encomienda a Dupont y Marx.

"El 31 de mayo de 1870, la reunión escucha el informe de un delegado de los fundidores parisienses en huelga. Se propone que el Consejo facilite a los delegados el contacto con las sociedades sindicales mediante la elección de una comisión que debe acompañarlos. Young y Hells son electos con este fin, etc." Pero lo que acabamos de exponer dista mucho de

reflejar ampliamente los vínculos de los obreros de Francia con la Iª Internacional. En sus cartas a

Engels, Kugelmann y otros, Marx habla con mucha frecuencia del estado de cosas en Francia, sin titubear en el empleo de términos enérgicos. El trabajo y las intervenciones de los proudhonianos le inquietaba mucho, ya que veía en esto la influencia de la burguesía sobre el proletariado. El 9 de noviembre de 1866, Marx escribe a Kugelmann:

"Los señores parisienses tenían la cabeza llena de las más huecas frases proudhonianas. Hacen alarde de ciencia sin saber nada de ella. Menosprecian toda acción revolucionaria... es decir, toda acción que surge de la misma lucha de clases, todo movimiento social concentrado, es decir, realizable también por medios políticos (como por ejemplo, la disminución legal de la jornada de trabajo).

"Con el pretexto de la libertad y del antigubernamentalismo, o del individualismo, enemigo de toda autoridad, estos señores, que soportaron y siguen soportando tan pacíficamente, durante 16 años, el despotismo más vergonzoso, predican en realidad, la más vulgar comedia burguesa, idealizándola a lo Proudhon." Marx odiaba a los revolucionarios fatuos y a los

héroes de melodrama. Sus cartas fustigan sobre todo la sección de Londres compuesta de emigrados franceses. En la carta a Kugelmann, del 5 de diciembre de 1868, Marx afirma que esta sección está integrada por perezosos y toda clase de canallas, agregando "que a los ojos de estos rompe-huelgas, nosotros somos, naturalmente, reaccionarios,". Y acto seguido Marx esboza un brillante retrato de Félix Pyat:

"Es un desgraciado melodramaturgo de cuarta fila, que participó en la revolución de 1848 en calidad de “toast master” (así llaman los ingleses a la gente encargada de anunciar los brindis en los banquetes públicos y velar por el orden de los mismos). Es presa de la monomanía de chillar fingiendo que cuchichea y de jugar al conspirador peligroso. Gracias a esa banda, Pyat quería convertir a la Asociación Internacional de Trabajadores en camarilla de su devoción. Tenía especial interés en comprometernos. Una vez, en un mitin público que fue anunciado por la sección francesa con carteles de pared como “Mitin de la Asociación Internacional de Trabajadores”, Louis Napoleón, alias Badinguet, fue formalmente condenado a muerte... pero dejando naturalmente la ejecución a cargo de los desconocidos Brutos de París...

"Nos causó mucha satisfacción que Blanqui, por medio de uno de sus amigos, ridiculizase a Pyat en la Cigale y no le dejase otra alternativa que confesarse maniático a agente de policía." Pero lo que especialmente interesaba a Marx era

el desarrollo del movimiento en el país. Seguía atentamente el movimiento de masas y cambiaba

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sistemáticamente impresiones e ideas con sus compañeros. El 13 de enero de 1869, Marx escribe a Engels:

"Las huelgas de Rouen, Vienne, etc., surgieron hace seis o siete semanas. Lo interesante es que, poco tiempo antes, se efectuó en Amiens una asamblea general de propietarios de fábricas de tejidos y de hilanderos, bajo la presidencia del alcalde de Amiens. En esta asamblea se tomó la resolución de hacer la competencia a Inglaterra. Y eso, por medio de una nueva reducción de los salarios, pues ya se había reconocido que solamente salarios bajos (en comparación con los ingleses) permitirían resistir la competencia inglesa en Francia misma. Y, efectivamente, después de esta asamblea de Amiens, comenzó la reducción de salarios en Rouen, Vienne, etc. Este el origen de las huelgas. Nosotros, naturalmente, hicimos conocer a estos hombres por medio de Dupont, el mal estado de cosas que reina aquí (particularmente, en la industria del algodón), y las dificultades con que se tropieza debido a esto en la recaudación de fondos. No obstante, como verás por sus cartas, que adjunto (de Vienne), la huelga allí ha terminado. A los camaradas de Rouen, donde el conflicto sigue todavía en pie, les hemos enviado un giro de veinte libras esterlinas, por el canal de los obreros bronceros de París, que nos deben este dinero desde su lock-out. En general, los obreros franceses proceden más razonablemente que los suizos y, al mismo tiempo, son mucho más modestos en sus exigencias." En Francia la situación se agrava de día en día. La

revolución está próxima. Y se sabe qué, presintiéndola, los charlatantes liberales y democráticos, gritan y se agitan más que de costumbre. El 29 de noviembre de 1869, Marx escribe a Kugelmann:

"En Francia las cosas andan, por ahora, bien. Por un lado, los viejos gritones demagógicos de todas las tendencias no cesan de comprometerse, y por otro, Bonaparte se ve obligado a ir por el camino de las concesiones, en el cual, inevitablemente, se romperá el cuello." El 3 de marzo de 1869, Marx escribe a

Kugelmann una extensa carta en la que hace un análisis de la situación en Francia. En una serie de síntomas, Marx ve la tormenta que se avecina:

"En Francia se está produciendo -escribe Marx- un movimiento muy interesante. Los parisienses se han puesto de lleno a estudiar su pasado revolucionario más próximo, con el fin de prepararse para una nueva lucha revolucionaria... Así hierve la caldera mágica de la historia. ¿Cuándo ocurrirá lo mismo en nuestro país?" Como señalé antes, Marx se preocupaba sobre

todo de si las secciones de la Internacional se

encontrarían a la altura de las circunstancias. Cada vez que los obreros de Francia rompían con las tradiciones proudhonianas, Marx registraba este hecho como una conquista importante. El 18 de mayo de 1870, Marx escribe con regocijo a Engels:

"Nuestros miembros franceses hacen ver de una manera patente al gobierno francés, la diferencia entre una sociedad política secreta y una verdadera asociación obrera. Apenas logró encerrar en la cárcel a todos los miembros de los comités de París, Lyon, Rouen, Marsella y otros (algunos de ellos huyeron a Suiza y a Bélgica), cuando comités dos veces más numerosos anuncian en los periódicos que ocupan el lugar de sus camaradas, con las más rudas y abiertas declaraciones, acompañadas además de sus direcciones personales. El gobierno francés ha hecho por fin lo que nosotros esperábamos desde hace tiempo: transformar la cuestión política, Imperio o República, en cuestión de vida o muerte para la clase obrera." Los acontecimientos que se avecinaban se

desencadenaron el 19 de junio de 1870. Comenzó la guerra franco-prusiana. En los primeros días de la guerra, el movimiento obrero que se desarrollaba en línea ascendente fue reprimido, pero no aplastado.

Una serie de organizaciones obreras francesas y alemanas se manifestaron contra la guerra. La Reveil publicó un manifiesto contra la guerra dirigido a los obreros de todos los países. Tres días después de haber empezado la guerra, el 22 de julio, la sección de la Internacional en Neuilly sur Seine, publicó un fuerte manifiesto contra la guerra.

"¿Es justa la guerra? ¡No! ¿Es nacional acaso esta guerra? ¡No! Es una guerra exclusivamente dinástica. En nombre de la justicia, en nombre de la democracia, en nombre de los verdaderos intereses de Francia, nos solidarizamos íntegramente y con toda energía con las protestas de la Internacional contra la guerra." El 23 de julio el Consejo General de la Iª

Internacional lanzó un manifiesto contra la guerra. Este manifiesto, escrito por Marx, ataca a Napoleón y a Bismarck, desenmascarando a estos organizadores de la guerra franco-prusiana. Este manifiesto contiene una frase profética: "Cualquiera que sea el curso de la Guerra de Luis Bonaparte contra Prusia, en París ha sonado ya la campana fúnebre para el segundo imperio."

Esa profecía se cumplió muy pronto. El 2 de septiembre de 1870, Napoleón se rindió con su ejército en Sedán, y el 4 de septiembre estalló la revolución. Este día apareció ante "el gobierno de la defensa nacional", que estaba compuesto -según Marx- por una "pandilla de abogados ambiciosos", una delegación de las secciones parisienses de la Internacional y de la Federación de Sindicatos Obreros, una delegación que representaba, pues, la

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clase obrera de París. Esa delegación sometió al gobierno de "defensa nacional" un programa, de cuya adopción dependía la confianza del proletariado de París en el nuevo gobierno y su apoyo posible. Las demandas fundamentales de este programa fueron: la entrega de la administración de la ciudad de París en manos de la población que debería organizar de su seno una guardia nacional, elegibilidad de los jueces, completa libertad de prensa, la amnistía y la separación de la Iglesia del Estado.

La pandilla que se adueñó del poder (Thiers, Jules Favre, etc.), respondieron a esas exigencias con frases vagas. Los obreros contestaron inmediatamente con la organización de un Comité encargado de vigilar las actividades del Gobierno. Desde el primer momento, el gobierno de la defensa nacional y el proletariado de París se expresaron su mutua desconfianza. El instinto de clase de los obreros les hizo presentir que tenían que verse con el gobierno de la traición nacional, que temía mil veces más a los obreros que a los prusianos. El 9 de septiembre la Asociación Internacional de Trabajadores lanza un nuevo manifiesto en el que denuncia las pretensiones imperialistas de Prusia, encubiertas con la palabra, de la "seguridad", y da una brillante característica de la república de Thiers, Favre y otros corredores de negocios de la burguesía francesa.

"Esta república -escribe Marx- no derrumbó el trono. Ocupó el lugar vacío dejado por él. Heredó del imperio no solamente un montón de ruinas, sino también su miedo a la clase obrera." Esta brillante característica de la república de

Thiers fue confirmada al poco tiempo. Pero entonces, algunos días después del derrocamiento de Napoleón, Marx consideraba que los obreros se debían abstener de derrocar el gobierno del 4 de septiembre. "Cada intento de derribar al nuevo gobierno -escribe Marx- en este momento en que el enemigo está ya casi tocando las puertas de París, sería una locura desesperada." Los blanquistas hicieron, sin embargo, algunos intentos de derribar al gobierno el 8 y 31 de octubre de 1870, y el 29 de enero de 1871, pero fracasaron, pues la masa de la población parisiense no los apoyó. Solamente cuando la traición del gobierno se hizo patente, cuando el gobierno intentaba desarmar a la guardia nacional, las masas trabajadoras se levantaron y "la gloriosa revolución obrera fue la dueña absoluta de París" (Marx).

La Comuna de París, esta precursora del país de los Soviets, no duró más que dos meses, a pesar de los milagros de bravura y de abnegación. La Comuna cayó bajo los golpes de la reacción unificada, del frente único de los "enemigos hereditarios" que ayer todavía se combatían entre sí. Cayó por el hecho de que los blanquistas y prouahonianos, que encabezaban la Comuna, marchaban a tientas y no manifestaron la firmeza y decisión que se necesita en

circunstancias semejantes. En vano la Comuna propuso varias veces a Thiers cambiar el cardenal Darboy por Blanqui. Thiers se negó, manifestando que eso equivalía a entregar a París sublevado todo un cuerpo de ejército. "Thiers rechazó esta proposición -escribe Marx- sabía que en la persona de Blanqui iba a dar un jefe a la Comuna."

La Comuna fue aplastada y el orden triunfó sobre los cadáveres de decenas de miles de proletarios. Con motivo de la guerra civil en Francia, la Iª Internacional lanzó un manifiesto. Marx puso en este documento todo su odio infinito hacia los explotadores y su gran pasión y devoción revolucionaria. No fue un simple manifiesto, fue y es un documento político que proyecta una viva luz sobre el camino de lucha de la clase obrera por su dictadura. Marx considera la Comuna como un nuevo tipo de Estado, cuyo nacimiento está ligado con la destrucción del viejo Estado.

La Comuna debía haber sido, no una "corporación parlamentaria, sino un cuerpo de acción".

Como es sabido, esta manera de plantear la cuestión de la destrucción del viejo Estado y de la creación de un nuevo tipo de Estado, fue la base, no solamente del trabajo teórico de Lenin (El Estado y la revolución), sino también de su actividad práctica en la construcción del Estado Soviético.

Marx comprendía que no se podía exigir mucho a un poder que se había mantenido dos meses solamente, y por eso polemizaba vivamente con todos los que intentaban disminuir la importancia de la Comuna o charlaban (después de los hechos) de su inevitable derrota.

"El gran acto socialista de la Comuna -escribe Marx- fue su existencia misma, su actividad. Sus medidas diversas sólo podían señalar la dirección en que se desarrolla el gobierno del pueblo por el pueblo mismo." En respuesta a una carta de Kugelmann en la que

éste escribía que la Comuna no tenía posibilidad de éxito, y que en esas condiciones no se debía haber comenzado (recordemos a Plejánov a propósito de la insurrección de diciembre de 1905 en Moscú: "no se debían haber empuñado las armas"), Marx escribe el 17 de abril de 1871:

"Sería muy cómodo hacer la historia mundial si se empezase la lucha sólo en condiciones infaliblemente favorables. Cualquiera que sea el resultado inmediato, hemos conquistado un nuevo punto de partida de importancia histórica universal." Caro le costó al proletariado de París su intento de

construir un Estado proletario. El aplastamiento de la Comuna dejó exangüe a la clase obrera, lo que apartó temporalmente a los obreros de la política. Las secciones francesas de la Internacional fueron destrozadas, y después, en 1872, disueltas por un decreto especial. En esta época fue cuando los

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elementos moderados de todas las especies y matices, que se habían apartado de Iª Internacional por temor a la revolución y habían permanecido a la expectativa durante la Comuna, empezaron a mostrarse activos. Barberet formó "El círculo de la unión sindical". Este círculo tenía como objetivo "realizar la concordia y la justicia por medio del estudio y convencer a la opinión pública de la moderación que los obreros emplean en la reivindicación de sus derechos".

A pesar de que estos inofensivos círculos y sociedades eran perseguidos, crecían y se multiplicaban. Los obreros volvían a participar en las exposiciones internacionales, y en 1875 había ya en Francia 135 sindicatos que empezaron a plantear la idea de un Congreso obrero. En 1876, se efectuó en París el 1er. Congreso obrero, con un programa muy limitado. A título de contraveneno a las ideas y consignas revolucionarias de la Comuna, se plantearon en él las cuestiones de la ayuda mutua, de las asociaciones de producción, etc. Los delegados no soñaban siquiera en la abolición del régimen burgués; querían mejorarle y corregirle un poco. Querían "equilibrar las relaciones entre el capital y el trabajo, tanto en la producción como en el consumo". Tanto como a la guerra civil condenaron "las huelgas que perjudican al fuerte, aniquilando al débil."

El siguiente congreso obrero se efectuó en 1877, en Lyon. En él se manifestó ya un nuevo estado de espíritu, se pronunciaron discursos anarquistas y colectivistas, pero la mayoría de los delegados ocuparon una posición moderada. Pero un estado de espíritu ya completamente distinto reinó en el congreso de Marsella en 1879. Era evidente que la clase obrera comenzaba a restablecerse de la derrota de la Comuna de París. Se dejó sentir la influencia del órgano marxista "Egalité", fundado por Julio Guesde en 1877. El secretario de la Comisión de organización para la convocatoria del Congreso de Marsella –Lombard- propuso que el Congreso tomase el nombre de "Congreso Obrero Socialista Francés", lo que fue aceptado por unanimidad. Los oradores se manifestaron abiertamente contra Luis Blanc y sus teorías. Si en el Congreso obrero de París no se quiso ni oír mencionar siquiera a las comunalistas, el Congreso de Marsella contestó en la siguiente forma al saludo de los emigrados de Londres:

"El Congreso obrero socialista de Marsella aplaude el saludo de aliento que le habéis enviado. Los delegados aquí reunidos se declaran de acuerdo una vez más con los principios por los cuales habéis luchado y sufrido." Este Congreso marca el comienzo del

resurgimiento del movimiento, ya que en él se fundó el Partido obrero, que absorbió elementos heterogéneos. Marx desempeñó un papel muy activo en la elaboración del programa del Partido obrero. Engels escribe detalladamente, en una carta a

Bernstein, el 25 de octubre de 1881, cómo Marx había dictado a Guesde, en presencia de Lafargue y de él, los puntos fundamentales del programa. ¿Qué es, pues, lo fundamental en este programa aprobado por Marx? ¿Y qué es lo que Benoit Malon y sus partidarios han combatido tan enérgicamente? He aquí la parte fundamental del programa:

"Considerando, que la emancipación de los obreros es posible solamente a condición de que posean los medios de producción y las materias primas;

"considerando, que esta posesión de los medios de producción no puede ser individual, por dos razones:

"1º Porque es incompatible con el progreso y con el mismo nivel actual de la técnica industrial y agrícola (división del trabajo, la introducción de maquinaria, el vapor, etc.);

"2º Porque aun en el caso de que no fuese antieconómico; no tardaría en engendrar todas las desigualdades sociales actuales, a menos de una nueva distribución a cada movimiento de la población, cosa imposible.

"Considerando que esta posesión tampoco puede ser corporativa o comunal, sin engendrar todos los inconvenientes de la propiedad capitalista actual, es decir, la desigualdad de las posibilidades de acción entre los trabajadores, la anarquía de la producción, la competencia homicida entre los grupos de productores, etc.;

"considerando, finalmente, que sólo la posesión colectiva o social de los medios de producción responde simultáneamente a las necesidades económicas y a las condiciones de justicia y de igualdad que debe llenar la nueva sociedad;

"el Congreso declara: "Que todos los instrumentos de producción y

toda la materia prima deben ser restituidos a la sociedad, y deben quedar en su poder como una propiedad inalienable e indivisible.

"Para obtener esta restricción, hay que luchar por todos los medios." El programa del Partido obrero contiene, un

capítulo especial dedicado al papel de la campaña electoral en la lucha general de clase del proletariado. He aquí lo que leemos en este programa:

"Considerando, que carecer de las libertades políticas es un obstáculo para la educación social del pueblo y para la emancipación económica del proletariado;

"considerando, que el proletariado está resuelto a aprovechar todos los medios para lograr su emancipación y que debe aprovechar las libertades conquistadas ya por la sangre de las tres últimas revoluciones;

"considerando, además, que la acción política es útil como medio de agitación y que la arena

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electoral es un campo de lucha que no debe ser abandonado;

"declara: "1) la emancipación social de los obreros es

inseparable de su emancipación política; "2) la abstención política sería funesta por sus

consecuencias; "3) la intervención política debe expresarse en

la presentación de candidaturas de clase para todas las funciones electivas, sin ninguna alianza con las fracciones de los viejos partidos políticos existentes." Es necesario señalar que este programa estaba a

un nivel superior al programa de Gotha de la socialdemocracia alemana de 1875, pero también tenía puntos dudosos. En su carta a Bernstein, del 25 de octubre de 1861, Engels escribe que:

"Guesde insistió en incorporar sus tonterías sobre el salario mínimo, y como la responsabilidad incumbía a los franceses y no a nosotros, finalmente cedimos, aunque Marx se daba cuenta de toda la ineptitud que había en esta teoría." El Partido Obrero creado con el concurso directo,

político y organizativo de Marx y Engels, se transformaba en campo de una lucha encarnizada entre los marxistas y los posibilistas, cuyo jefe era Benoit Malon. La lucha se libraba alrededor de cuestiones de principio muy importantes: socialismo parlamentario o socialismo revolucionario, lucha de clases o colaboración de clases.

La situación de las organizaciones socialistas y sindicales de Francia, no cesaba de preocupar a Marx.

"En lo que concierne a los sindicatos de París, escribe Marx a Engels el 27 de noviembre de 1882, me convencí en París preguntando a personas imparciales, que estos sindicatos son todavía peores que las trade-unions de Londres." En el Partido Obrero, la lucha entre marxistas y

antimarxistas se hizo cada vez más aguda. Malon y Brousse encabezaban a todos los elementos oportunistas y en el Congreso del Partido Obrero de 1882, expulsaron a toda el ala marxista. Esta escisión no fue inesperada para Marx y Engels. El 28 de octubre de 1882, Engels escribe a Bebel:

"En Francia se ha hecho la escisión desde hace tiempo esperada. La colaboración de Guesde y Lafargue con Malon y Brousse era inevitable en el momento de la organización del Partido, pero Marx y yo nunca hemos alentado ilusiones respecto a la duración de esta alianza. La divergencia es puramente de principio; se debe librar la lucha como lucha de clases del proletariado contra la burguesía, o es permitido renunciar en una forma oportunista (lo que quiere decir, en lenguaje socialista: posibilista) al carácter de clase del movimiento y del programa,

en todos los casos en que esta renuncia pueda contribuir a reunir más votos y mayor cantidad de partidarios. En este sentido se pronunciaron Malon y Brousse. Así, sacrificaron el carácter proletario de clase del movimiento e hicieron inevitable la ruptura. Tanto mejor. El desarrollo del proletariado va acompañado en todas partes de una lucha interna, y Francia, donde por primera vez se forma un partido obrero, no es una excepción." Benoit Malon insinuaba a los sindicatos la idea de

la formación de un block contra los marxistas. El 23 de noviembre de 1882, Engels escribía a Marx:

"Es evidente que, precisamente por complacer a las cámaras de trabajo, Malon y compañía sacrificaron también el pasado del movimiento desde los tiempos del Congreso de Marsella, de manera que su fuerza aparente es verdaderamente su debilidad. Bajando su programa hacia el nivel de las más vulgares trade-unions es siempre fácil tener “un gran público”." Así fue como hizo su aparición en el año 1872, un

partido marxista en Francia. 6. Marx al otro lado del Atlántico.

"Si quisiéramos construir, partiendo de las necesidades del sistema económico capitalista, el ideal de un país para el desenvolvimiento capitalista, no se diferenciaría en nada de los Estados Unidos, por sus particularidades y su extensión." Así define Werner Sombart esta tierra prometida

del capital monopolista. En la época en que apareció Marx en la arena

política, los Estados Unidos del Norte absorbían enormes masas de emigrantes de Europa. Este amplio torrente de inmigración se dispersaba rápidamente por el inmenso país, pero no cesaba, crecía continuamente con nuevas capas nacionales y sociales: artesanos arruinados por la introducción de la maquinaria, desocupados de la joven industria, campesinos empobrecidos y proletarizados y numerosos elementos de la pequeña burguesía urbana. La corriente de la emigración alcanzó enormes proporciones después de la derrota de la revolución en Alemania, Francia y Austria, en el año 1848. De 1770 a 1845, entraron en los Estados Unidos un millón de personas, mientras que durante los años 1845 a 1855 entraron tres millones, la inmensa mayoría de los cuales llegó en los años que siguieron a 1848.

Este torrente continuo de emigración, junto con la particular estructura de la economía americana (un capitalismo basado en el "libre" trabajo en el norte y la esclavitud en el sur), imprimió su seno especial al movimiento obrero de los Estados Unidos del Norte.

En su 18 Brumario, Marx caracteriza de la siguiente manera la situación particular de los

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Estados Unidos y las relaciones de clase poco desarrolladas en la primera mitad del siglo XIX:

"País donde las clases, ya constituidas pero no estables, modifican y reemplazan constantemente sus elementos constitutivos, donde los modernos medios de producción en lugar de corresponder a una superpoblación estancada, más bien compensan la falta relativa de cerebros y de brazos, y donde en fin, el joven y febril desarrollo de la producción material, que tiene un nuevo mundo por conquistar, no ha tenido tiempo ni oportunidad de destruir el viejo mundo espiritual." Las inmensas extensiones, los campos vírgenes,

atraían la atención de todos los utopistas europeos que intentaban construir sus comunas en la "tierra prometida". En 1824 Roberto Owen fue personalmente a los Estados Unidos, compró una extensión considerable de tierra y comenzó la organización de sociedades ideales, donde los obreros, y los capitalistas que se purificaron de sus pecados y su sed de ganancia, debían vivir pacíficamente, ayudándose los unos a los otros. Con la ayuda de filántropos, organizó la Comunidad "Yellow Spring" en 1825; después, la Nueva Armonía y las comunidades Naschebo, Kandal, etc.

En la primera mitad del siglo XIX surgen las sociedades fourieristas en los Estados de Massachusets, New York, New Jersey, Pensilvania, Ohio, Illinois, Indiana, Wisconsin y Minnesota. Los organizadores de estas comunidades, Alberto Brisbane, Horacio Grilley y otros, construyeron conforme a los planes de Fourier, los falansterios norteamericanos, pero como ocurrió a los partidarios de Robert Owen, el resultado fue nulo. Sus mejores comunidades, como por ejemplo, la falange norteamericana, Brook Fram, falange de Wisconsin, grupo de Pensilvania, grupo de Nueva York, etc., vegetaron para después disgregarse. La misma suerte corrieron también las sociedades icarianas, creadas por los discípulos del utopista comunista Esteban Cabet.

Los Estados Unidos fueron la tierra prometida del capitalismo, pero las generosas experiencias sociales del socialismo utópico, hallaron allí un suelo ingrato.

¿Quiénes fueron los iniciadores de la construcción de comunidades socialistas en el libre suelo americano virgen del feudalismo? Los discípulos europeos de los socialistas utópicos que se habían desilusionado de las revoluciones y buscaban medios y caminos para la solución de la cuestión social fuera de la lucha de clases. Marx apreciaba mucho a los socialistas utópicos, pero no por su utopismo, sino por su socialismo. Los consideraba como precursores del socialismo materialista crítico, pero era implacable con los comunistas utópicos de la especie de Weitling, que intentaban resucitar el socialismo utópico con un retraso de varias decenas de años.

En una carta a Sorge fechada el 19 de octubre de

1877, Marx caracterizó de la siguiente manera el socialismo utópico de Weitling:

"Durante decenas de años, venciendo grandes dificultades, hemos tratado de desembarazar las cabezas de los obreros alemanes del socialismo utópico y de la división fantástica del régimen de la sociedad futura, lo que les ha dado una superioridad teórica y en consecuencia práctica, sobre los franceses e ingleses. Pero he aquí que el socialismo utópico hace de nuevo estragos, pero sólo en forma de mucho menos valor y que no se puede comparar con la doctrina de los grandes utopistas franceses e ingleses, sino con Weitling. Es natural que el utopismo predecesor del socialismo materialista crítico, contuviera a este último in nuce; pues, cuando surge en la superficie “post festum”, no puede ser más absurdo, insípido y completamente reaccionario." Aquí vemos cómo establece Marx el parentesco

entre el socialismo científico y el socialismo utópico y cómo califica severamente a los que hasta ya entrados en años se pasean con el traje infantil del socialismo utópico, a los que trataban de hacer retroceder el movimiento obrero de los Estados Unidos.

Como la corriente principal de la emigración procedía de Alemania, es también de allí de donde se importa un socialismo que en sus primeros tiempos no da brotes vigorosos en el suelo americano. Es que el socialismo alemán premarxista era ya impotente en suelo alemán, y con su trasplante al suelo americano se tornó todavía más débil. Los emigrados aportaron de Europa no sólo ideas utópicas, sino también las formas europeas de organización de aquel tiempo. La estructura de la clase obrera era entonces, y lo sigue siendo en los Estados Unidos, muy específica y variada; de ahí que resultasen dificultades especiales que obstruían la penetración de las ideas socialistas en las masas. Dos factores desempeñaron un papel decisivo en la formación de la ideología de la clase obrera de aquella época: la esclavitud y la emigración. En el primer volumen de El capital, Marx escribe:

"En los Estados Unidos, todo movimiento obrero independiente se veía paralizado mientras la esclavitud manchase una parte de la República. El trabajo blanco no puede emanciparse, donde el trabajo negro tenga el estigma deshonroso." La inmigración imprimió un sello especial a la

clase obrera norteamericana, creando en su seno una serie de capas y sectores intermedios según la nacionalidad, el grado de conocimiento del inglés, etc. En 1893, Engels escribe a Sorge:

"Una importancia enorme tiene la emigración que divide a obreros en dos grupos, nativos y extranjeros, y a éstos en: 1) irlandeses; 2) alemanes; 3) toda una serie de pequeños grupos que se comprenden solamente entre sí: checos,

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polacos, italianos, escandinavos, etc. A esto se añade, además, los negros. Son necesarias condiciones especialmente favorables para formar con estos elementos un partido único. A veces se produce inesperadamente un fuerte impulso, pero es suficiente que la burguesía se limite a una resistencia pasiva para que los elementos obreros heterogéneos se disgreguen de nuevo." En 1895 Engels vuelve de nuevo sobre las

particularidades del movimiento obrero en los Estados Unidos, donde, en el transcurso del siglo XIX se verificaron luchas económicas de gran intensidad, mientras que el movimiento político del proletariado marchaba en zig-zags sin alcanzar una agudeza e intensidad considerables. De ahí el retraso ideológico del obrero de los EE.UU. ¿Cómo explica Engels este retraso? En una carta a Sorge del 16 de enero de 1895, escribe:

"América es el país más joven, pero también el más viejo. Se ven allí, junto a los viejos muebles franceses, un mobiliario de invención local, en Boston carretelas y en la montaña stages coaches... el siglo XVIII al lado de los coches pullman. Así también recibís todo el ropaje espiritual fuera de uso en Europa. Todo lo que aquí está ya en desuso, vive aún en América durante dos generaciones. Así, en ese país, siguen todavía subsistiendo los viejos lassallianos y gente como Sanial, que hoy en Francia se considerarían anticuados, pueden todavía desempeñar entre vosotros cierto papel. Esto se produce porque los EE.UU. sólo ahora, después de las preocupaciones por la producción material y el enriquecimiento, empiezan a tener tiempo para el trabajo espiritual libre y para su preparación necesaria; pero también por la duplicidad del desarrollo americano, absorbido por la solución de su problema primordial, la roturación de inmensas extensiones de tierras vírgenes, y obligado a luchar por la supremacía en la producción industrial. De ahí esos “ups an downs” (flujos y reflujos) en el movimiento, según que prevalezcan la razón del obrero industrial o la del campesino que rotura la tierra virgen." Esta carta de Engels nos explica el carácter

original del movimiento obrero de los Estados Unidos, especialmente en la época de Marx.

La ligazón entre los obreros americanos y el comunismo y su representante más eminente, Marx, proviene de la emigración obrera alemana.

"El primer precursor alemán del marxismo -escribe el historiador del movimiento obrero norteamericano, John R. Commons-, fue el Club Comunista de New York, fundado el 25 de octubre de 1857. Era una organización marxista sobre la base del Manifiesto Comunista. A su cabeza estaban F. A. Sorge, Conrado Kerl, Sigfrido Mayer, que mantenían relaciones directas

con Marx, Juan Felipe Becker y otros." Simultáneamente con la organización de clubes

marxistas en los Estados Unidos, se creaban organizaciones lassallianas, entre las cuales la más fuerte fue la "Unión General de Obreros Alemanes" fundada en Nueva York en octubre de 1865, por catorce lassallianos. Los lassallianos trasladaron sus ideas confusas al otro lado del océano, como se ve por el siguiente punto de estatutos:

"Mientras en Europa sólo la revolución general puede dar los medios para elevar a los obreros a un nivel superior, en América la educación de las masas les da la confianza necesaria en sus propias fuerzas, indispensable para utilizar con éxito y habilidad la papeleta electoral, que puede llevarles a la liberación del yugo del capital." Los clubes obreros, los sindicatos y sociedades de

todas clases, surgen en las ciudades más importantes de los Estados Unidos, tratando de ligarse con el centro espiritual político de esta época -Londres- donde vivían Marx y Engels. Las organizaciones de emigrados estudian cuidadosamente la literatura marxista, y, en primer término, las obras de Marx. Sorge describe elocuentemente cómo los obreros alemanes seguían y estudiaban la literatura marxista:

"Los proletarios -escribe Sorge-, rivalizan en celo por dominar los conocimientos económicos y solucionar los problemas económicos y filosóficos más difíciles. Entre los centenares de miembros afiliados a la Unión, de 1869 a 1871, no existía casi ni uno que no hubiera leído a Marx (Capital), y había, naturalmente, más de una docena que asimilaron y estudiaron a fondo los pasajes y definiciones más difíciles, armándose así contra los ataques de los grandes y pequeños burgueses, radicales y reformadores. Era un verdadero placer asistir a las reuniones de la Unión." El 26 de marzo de 1866, los militantes de toda

una serie de uniones y ciudades se reunieron en Nueva York y lanzaron un llamamiento convocando para el 20 de agosto de 1868 al Congreso Nacional Obrero, en Baltimore. Los iniciadores determinaban la finalidad del Congreso de la manera siguiente:

"La agitación por la jornada de 8 horas ha adquirido tal importancia, que se hace necesaria una táctica unánime y concorde en todas las cuestiones referentes a la realización de las reformas en el dominio del trabajo." Las decisiones del Congreso obrero de Baltimore

produjeron un sentimiento de júbilo en Marx. En su carta del 9 de octubre de 1866 a Kugelmann, Marx escribe:

"Gran alegría me ha causado el Congreso Obrero americano de Baltimore, que se celebró simultáneamente (con el Congreso de Ginebra de la A.I.T.). La organización de la lucha contra el capital ha servido allí de consigna y cosa

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sorprendente: la mayoría de las reivindicaciones elaboradas por mí para Ginebra, fueron también planteadas allá, debido al certero instinto de los obreros." No tiene nada de extraño que las reivindicaciones

elaboradas por Marx para el Congreso de Ginebra (véase a este respecto el capítulo de las reivindicaciones inmediatas), coincidieran con las de los obreros avanzados de los Estados Unidos. Marx conocía como nadie el movimiento obrero internacional y el programa de reivindicaciones elaborado por él, fue una generalización de las reivindicaciones de los obreros de todos los países capitalistas y surgía de la experiencia de la lucha de clases y de una actitud comunista hacia el "certero instinto de los obreros".

Dos años más tarde, Marx vuelve a referirse de paso a este congreso:

"El gran progreso -escribe a Kugelmann el 12 de diciembre de 1868-, en el último congreso de la Unión Obrera americana se nota también, entre otras cosas, en el hecho de haber tratado a la mujer obrera con completa igualdad, mientras que los ingleses, y en un grado todavía mayor los galantes franceses, pecan en esto de estrechez de espíritu. El que conozca algo de historia, no ignora que las grandes conmociones sociales son imposibles sin el fermento femenino. El progreso social puede ser exactamente medido por la situación social del bello sexo (incluyendo también a las feas)." Esta carta prueba una vez más que Marx sabía lo

que quería en todas las cuestiones del movimiento social, comprendiendo admirablemente que la limitación de los derechos de la obrera en la organización, significa que la clase obrera se impone a sí misma restricciones políticas.

Esta “Unión Nacional Obrera", cuyo organizador e inspirador fue G. Sylvis, celebró una serie de Congresos más (1867, 1868, 1869, 1870, 1871), se ligó con la Asociación Internacional de Trabajadores, y, aunque los mejores dirigentes de aquel tiempo, como Sylvis, por ejemplo, no demostraron firmeza especial en las cuestiones programáticas y de táctica socialistas. Marx siguió con la mayor atención este movimiento y apreció altamente sus acciones vigorosas por la restricción de la jornada de trabajo por el aumento de los salarios, etc.

En 1879, con motivo de la tirantez de relaciones entre Inglaterra y los Estados. Unidos, el Consejo General dirigió un llamamiento a la "Unión Nacional Obrera", exhortando a la clase obrera de los Estados Unidos a manifestarse expresamente contra la guerra, que no puede aportar a la clase obrera de Europa y América más que calamidades. Este mensaje escrito por Marx es tan característico de toda la posición de la lª Internacional, y del propio Marx, que damos a continuación importantes extractos:

"En la proclama inaugural de nuestra asociación, declarábamos: “no es la sagacidad de las clases dominantes, sino la resistencia heroica de la clase obrera inglesa, la que salvó a Europa Occidental de la aventura de una bochornosa cruzada destinada a perpetuar y extender la esclavitud al otro lado del océano”. Os corresponde ahora oponer una resistencia a la guerra, cuyo resultado inevitable sería hacer retroceder por un período indeterminado el movimiento ascendente de la clase obrera en ambos lados del océano. Independientemente de los intereses especiales de tal o cual gobierno ¿no es conforme, acaso, con los intereses fundamentales de nuestros opresores comunes la transformación de nuestra colaboración internacional, rápidamente creciente, en una guerra fratricida?... En el mensaje de salutación al señor Lincoln con motivo de su reelección para la presidencia, expresábamos nuestra convicción de que la guerra civil aportaría inmensos progresos a la clase obrera, como la guerra de la independencia lo demostró en relación con la burguesía. Y efectivamente, el fin victorioso de la guerra contra la esclavitud, abrió una nueva época en la historia de la clase obrera. Precisamente a partir de esta fecha data el movimiento obrero independiente de los Estados Unidos, movimiento que contemplan con envidia nuestros viejos partidos y politicastros de profesión. Pero, para que este movimiento aporte frutos, se necesitan años de paz. Para ahogados es necesaria la guerra entre los Estados Unidos e Inglaterra. El resultado inmediato y tangible de la guerra civil, ha sido el empeoramiento indudable de la situación del obrero americano. En los Estados Unidos como en Europa, el peso enorme de la deuda nacional es pasado de mano en mano para, al fin, descarga de sobre las espaldas de la clase obrera. Además, los sufrimientos de la clase obrera ponen en mayor relieve el lujo insolente de la aristocracia financiera, la aristocracia de los nuevos ricos surgidos de la guerra como parásitos. Sin embargo, la guerra civil es compensada con la emancipación de los esclavos y con el impulso que ha dado a todo vuestro movimiento de clase. Una segunda guerra, no iluminada por fines elevados y por una gran necesidad social, una guerra al ejemplo del viejo mundo, forjaría solamente las cadenas para el obrero libre, en lugar de romper las de la esclavitud. La agravación de la miseria que traería como consecuencia, daría a vuestros capitalistas los motivos y los medios para alejar a la clase obrera de sus necesarias y justas aspiraciones, por medio de las bayonetas implacables del ejército permanente. Por consiguiente, una misión gloriosa os incumbe: hacer que la clase obrera

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aparezca por fin, en la arena de la historia, no ya como un humilde esclavo, sino como fuerza independiente consciente de su propia responsabilidad y capaz de dictar la paz allá donde los que quieren ser sus amos reclaman a gritos la guerra." Este mensaje plantea una serie de cuestiones muy

importantes, y, ante todo, la de la posición de las organizaciones obreras en general, y de los sindicatos, en particular, frente a la guerra. Marx no grita contra la guerra en general. Sitúa la cuestión en un terreno concreto. Señala los lados positivos de la guerra civil para los obreros, y afirma con fuerza que la guerra anglo-americana que se prepara no tiene más que lados negativos. Este mensaje del Consejo General no quedó sin respuesta del presidente de la "Unión Nacional Obrera", Sylvis. En su informe al Congreso de Basilea, Marx escribe: "La muerte repentina de Sylvis, glorioso luchador de nuestra causa, exige que honremos su memoria terminando nuestro informe con su respuesta a nuestra carta:

"Ayer he recibido vuestra amable carta del 12 de mayo. Estoy muy satisfecho de recibir del otro lado del océano un mensaje tan cordial de nuestros compañeros obreros.

"Nos une una causa común. Se está librando una guerra entre la miseria y la riqueza. En todas partes del mundo el trabajo ocupa el mismo lugar sometido, mientras el capital ejerce su tiranía. Por eso digo que nuestra causa es común. En nombre de los obreros de los Estados Unidos, tiendo la mano fraternal, en vuestra persona a todos los que representáis, así como a todos los desheredados y oprimidos hijos e hijas del trabajo de Europa. Dirigid la noble causa que habéis comenzado, hasta que vuestros esfuerzos sean coronados por un brillante éxito. Nosotros tenemos la misma decisión. Nuestra última guerra tuvo como consecuencia la formación de la más vil aristocracia adinerada del mundo. El poder del dinero devora con voracidad el alma del pueblo. Le hemos declarado la guerra y nos sentimos seguros de la victoria. Si es posible, venceremos por medio del sufragio; en caso contrario, apelaremos a medios más fuertes. Una pequeña sangría se hace a veces indispensable en casos extremos." Las actas del Consejo General de la Asociación

Internacional de Trabajadores demuestran que los problemas del movimiento obrero americano fueron planteados varias veces en el orden del día. En el acta del Consejo General del 8 de abril de 1879, leemos:

"Carta enviada al Consejo por los obreros de las imprentas de diarios de Nueva York, con la demanda de que se impida la importación de mano de obra destinada a derrotar a los obreros en huelga. Se encarga al secretario de escribir a todos los periódicos del extranjero de la Asociación

Internacional de Trabajadores." En la misma sesión del Consejo General se

escucha un informe del Comité sobre la cuestión del Bureau de emigración, tomándose la siguiente resolución:

"1) El Bureau de emigración se crea de acuerdo con la “Unión Nacional Obrera”.

"2) En caso de huelga, el Consejo debe empeñar todos sus esfuerzos por impedir el reclutamiento de obreros en Europa para los patronos americanos." Una vez más el Consejo General, bajo la

dirección de Marx, destaca, como en sus relaciones con las Trade Unions inglesas, las cuestiones de la lucha económica (la lucha contra el esquirolaje, etc.), con el fin de establecer relaciones lo más amplias posibles con los sindicatos de los Estados Unidos. Testigo de ello es también el acta del 19 de abril de 1870, en la cual leemos:

"Carta del corresponsal neoyorkino, Hume, haciendo notar que el movimiento sindical de los Estados Unidos revela una tendencia a revestir la forma de sociedades secretas. Esto es confirmado por la carta de un corresponsal alemán en Nueva York, que se dirige al Consejo pidiendo su intervención para intentar disuadir a Hume y Hessup de que participen en esas sociedades.

"El Consejo resuelve que, en estas circunstancias, no está en condiciones de pronunciarse sobre esta cuestión. Al secretario se le encomienda averiguar las causas que motivan la necesidad de la existencia de sociedades secretas en América." En su carta del 19 de septiembre de 1870, Marx

comunica a Sorge la distribución de las funciones del Consejo General, y que el secretario para los Estados Unidos es Eccarius. El 12 de septiembre de 1871 Marx aconseja a Sorge denominar al órgano dirigente elegido "Comité Central" y no "Consejo Central", y le informa de la literatura que fue enviada a los Estados Unidos. El 21 de septiembre de 1871, Marx escribe a Sorge respecto a las circulares y el reglamento de la Asociación Internacional de Trabajadores, que le han sido enviados. El 6 de noviembre de 1871, Marx vuelve a escribir sobre los folletos, literatura y sobre la famosa duodécima sección de Nueva York, integrada por periodistas e intelectuales que aspiraban a la dirección del movimiento. El 9 de noviembre, Marx aconseja a Sorge convocar un Congreso después de un trabajo político y de organización y crear un Comité Federal, pidiéndole que no se retire del Comité. El 10 de noviembre de 1872, Marx escribe al alemán Speyer, miembro del Comité Central:

"1) Según el reglamento, el Consejo General debe pensar ante todo en los yanquis, en el país de los yanquis.

"2) Ustedes deben, a todo precio, tratar de

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conquistar las trade-unions." En esta carta, Marx contesta detalladamente a

toda una serie de reproches y sospechas con respecto al Consejo General, demostrando a su corresponsal que el Consejo General no puede prohibir a sus miembros que mantengan correspondencia privada. El 23 de noviembre, Marx explica en su carta a Bolte la causa de que la Asociación Internacional de Trabajadores estuviese obligada, en los primeros tiempos, en los Estados Unidos del Norte, a confiar poderes a particulares, designándolos sus corresponsales.

Marx en la misma carta a Bolte escribe: "Al fundarse la Internacional, se propuso situar

el centro de la lucha en una verdadera organización de la clase obrera llamada a despojar de ese papel a las sectas socialistas o semisocialistas. Sus primeros estatutos y su mensaje inaugural, lo demuestran al primer golpe de vista. Por otra parte, la Internacional no hubiera conservado sus posiciones, si con el concurso de la historia no hubiera aplastado ya a las sectas. El desarrollo de las sectas socialistas y el del verdadero movimiento obrero, se encuentran en una relación inversa. Mientras la clase obrera no esté madura para el movimiento histórico independiente, las sectas se justifican (desde el punto de vista histórico). Pero tan pronto como la clase obrera esté madura todas las sectas se hacen reaccionarias. Y en la historia de la Internacional se repitió lo que la historia nos muestra en todas partes. Todo lo anticuado trata de rehacerse y de afirmarse dentro de las nuevas formas surgidas. La historia de la Internacional fue una lucha ininterrumpida del Consejo General contra las sectas y contra los experimentos de diletantes que trataron de afirmarse dentro de la Internacional contra el verdadero movimiento de la clase obrera. Esta lucha, se llevó a cabo en los Congresos, y en mayor grado aún en las conferencias particulares del Consejo General con las diferentes secciones." Entre tanto, la lucha entre los partidarios de la

Asociación Internacional de Trabajadores en los Estados Unidos, se había agravado. Esta lucha encontró su expresión en el mensaje del Consejo Federal, que agrupaba algunas decenas de secciones y la sección 12 de Nueva York, al Consejo General de Londres, pidiendo que solucionase su litigio. El Consejo General, bajo la dirección de Marx, se manifestó contra la sección 12, donde operaban politicastros pequeñoburgueses, y en pro del Consejo Federal, alrededor del cual se habían agrupado los obreros. El 8 de marzo de 1872, Marx escribe a Sorge:

"En vista de que el Consejo General me encargó que informase sobre la escisión en Estados Unidos (debido a dificultades de la

Internacional en Europa habíamos aplazado la discusión de ese problema de reunión en reunión), he pasado revista minuciosa a toda la correspondencia de Nueva York y a todo aquello que se ha escrito a este respecto en los periódicos, y he descubierto que, de una manera general, estábamos informados tardía y poco exactamente sobre los elementos que produjeron la escisión. Una parte de la resolución propuesta por mí ya está aprobada; la otra se tratará el martes próximo, después de lo cual la resolución definitiva será enviada a Nueva York." El 15 de marzo de 1872, Marx envía a Sorge la

resolución escrita por él y adoptada por el Consejo General. Como esta resolución es característica de Marx y de la Asociación Internacional de Trabajadores, la reproducimos íntegra:

"1) Los dos Consejos deben unirse dentro de un solo Consejo Federal provisional.

"2) Las nuevas y pequeñas secciones se unen para el envío de un delegado común.

"3) Un Congreso General de los miembros americanos de la Internacional debe ser convocado para el 19 de julio.

"4) Este Congreso elegirá un consejo federal con derecho de cooptación de nuevos miembros, y elaborará el reglamento y los estatutos del consejo federal.

"5) La sección 12, debido a sus pretensiones y a sus sucios procedimientos políticos, se disuelve hasta el próximo Congreso General.

"6) Cada sección debe estar compuesta, como mínimum, de dos terceras partes de obreros asalariados." El Congreso de la Haya de la Iª Internacional,

resolvió trasladar la sede de la Asociación Internacional de Trabajadores a los Estados Unidos del Norte. El ataque de los bakuninistas era así rechazado, pero significaba el comienzo del fin de la Iª Internacional como organización obrera internacional. Pero si para Europa esto era un paso hacia atrás, para Estados Unidos fue un impulso para la unión de todos los elementos marxistas alrededor del Consejo General. De otra parte, se organizaron también los enemigos del marxismo. Marx y Engels sabían que el Consejo General de Nueva York, la Asociación Internacional de Trabajadores y el Consejo General de Londres, distaban mucho de ser una misma cosa. Hicieron todo lo posible por apoyar política y organizativamente al Consejo General, pero se agudizó la lucha alrededor de él, comenzaron las escisiones y disidencias, aunque gracias a Sorge y otros, el Consejo General trataba de actuar en el espíritu de Marx y Engels. Así una de las cuestiones más delicadas fue la actitud de las secciones de la Internacional frente a los sindicatos. El Consejo General se dirigió con la siguiente carta a la 3ª Sección de Chicago el 9 de julio de 1874:

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"Es extraño que nos veamos obligados a indicar a una de las secciones de la Internacional la utilidad y la gran importancia del movimiento sindical. Pero no obstante, tenemos que indicar a la 3ª sección, que todos los Congresos de la Asociación Internacional de Trabajadores, desde el primero hasta el último, se han ocupado detenidamente del movimiento sindical, buscando medios y caminos para su desarrollo. El sindicato es la cuna del movimiento obrero, porque los obreros, como es natural, se interesan por lo que les afecta en su vida cotidiana y se unifican, por consiguiente, ante todo, con sus compañeros de oficio. Por eso, el deber de los miembros de la Internacional no es simplemente ayudar a los sindicatos existentes, sino ante todo guiarlos por un camino justo, es decir, internacionalizarlos y al mismo tiempo crear en todas partes donde sea posible, nuevos sindicatos. Las condiciones económicas obligan a los sindicatos con fuerza irresistible a pasar de la lucha económica contra las clases poseedoras a la lucha política. Esta es una verdad notoria para todo el que siga el movimiento obrero." Pero este planteamiento, justo en principio y

dentro del espíritu de Marx, se mezclaba con toda una serie de influencias, y el Consejo General americano se apartaba cada vez más de las posiciones marxistas. En el año 1876 "los últimos mohicanos" que apoyaban al Consejo General, se vieron obligados a disolver la Asociación Internacional de Trabajadores. Así, la Asociación Internacional de Trabajadores, creación política y organizativa de Marx, dejó de existir. El movimiento obrero internacional hizo un nuevo y brusco zig-zag.

Carlos Marx siguió como nadie las peripecias del movimiento obrero de los Estados Unidos. Vio sus particularidades, sus rasgos originales y sus dificultades. ¿Cuáles son, pues, las indicaciones que daba Marx a sus partidarios de los Estados Unidos? Marx exhortaba a prestar atención a las Trade-Unions, a fundirse con la clase obrera y a "extirpar de la organización el espíritu estrechamente sectario". Marx exigía la fusión con el movimiento de masa, porque éste era el mejor medio de acción contra el sectarismo y el oportunismo. Pero esas indicaciones no fueron seguidas. El movimiento obrero y sindical de los Estados Unidos, tomó un derrotero especial: el ofrecimiento del capitalismo americano significaba el aburguesamiento del trade-unionismo americano. Samuel Gompers, enemigo del socialismo, politiquero y mercantilista práctico, llegó a ser por largos años el ideólogo y guía de ese movimiento.

7. Marx las reivindicaciones de la clase obrera. ¿Es útil luchar por la disminución de la jornada de

trabajo, por el aumento de salarios, etc.? Esta es la cuestión teórica y política puesta en el centro de la

lucha científica y política librada por Marx en el curso de largas décadas. Esta forma de plantear la cuestión, nos parece hoy extraña y hasta indigna de merecer nuestra atención. Pero es porque Marx realizó un enorme trabajo científico y político en este sentido. Hemos visto a Marx en lucha con Proudhon, Lassalle y Weston, es decir, con todos los representantes del socialismo pequeñoburgués, inglés y alemán, a propósito de la utilidad de los sindicatos en las huelgas, de la definición de los salarios, del problema del precio, ganancia, etc. Tanto Proudhon como Lassalle y Weston se habían inspirado en los economistas burgueses ingleses, que trataban de demostrar, invocando a Dios y a la ciencia, que la lucha de los sindicatos por el mejoramiento de la situación de los obreros es estéril, en el mejor de los casos, y altera todas las leyes divinas y humanas. En el primer tomo de El Capital, Marx reunió un rico manojo de razonamientos "científicos" antiobreros de Adam Smith, John Stuart Mill, Mac Culloch, Uré, Bastiat, Say, James Sterling, Cairus, Walker, etc.

En resumen, el sentido de todas esas "doctas" rebuscadas se reduce a lo siguiente:

"Los sindicatos y las huelgas no pueden traer provecho a la clase de los trabajadores asalariados." (Walker).

"La ciencia no conoce beneficios patronales de ninguna especie." (Schulze Delitsch). Toda la significación política de estas teorías, fue

formulada por Marx brevemente en su intervención contra Weston:

"Por consiguiente, si los obreros se esfuerzan por lograr una elevación pasajera de los salarios, obrarán tan neciamente como los capitalistas que procuren una pasajera disminución." Marx veía todo lo que había de peligroso en tales

teorías para el movimiento obrero, por eso abrió fuego cerrado contra los economistas burgueses y sus discípulos socialistas, poniendo en ello toda la fuerza de su inteligencia y de su pasión. El primer tomo de El Capital constituye un golpe mortal contra las autoridades burguesas de la ciencia económica. Marx demostró todo lo falso de la teoría "del fondo de los salarios", descubrió los "misterios" de la plusvalía y de la acumulación primitiva; demostró, sobre la base de una enorme documentación irrefutable, cómo se determina el salario, cómo se crea el valor y la plusvalía, cuál es la diferencia entre el trabajo y la fuerza del trabajo, etc. La disputa teórica se desarrolló alrededor de la cuestión. ¿Qué es lo que vende el obrero? ¿Su trabajo o su fuerza de trabajo? Y ¿qué diferencia existe entre trabajo y fuerza de trabajo?

"El trabajo es la sustancia y la medida inmanente de los valores, pero él mismo carece de valor" -dice Marx. Partiendo de esta definición, Marx descubre los

misterios del salario y de la plusvalía, "piedra angular

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de todo el sistema económico de Carlos Marx" (Lenin).

"La historia -escribe Marx- ha necesitado tiempo para descifrar el secreto del salario." Agreguemos que incluso después de haberse

descifrado el secreto, la lucha alrededor de esta cuestión no cesó ni un instante, porque la tesis de Marx, "la plusvalía es el objetivo inmediato y el motivo determinante de la producción capitalista", afecta intereses de clase. Y es conocida la vieja máxima "si los axiomas geométricos afectaran los intereses de los hombres, seguramente se hubiera tratado de refutarlos" (Lenin).

Una prueba de las pasiones que desencadena la cuestión de la plusvalía la tenemos en el hecho de que no hay un solo profesor, por mediocre que sea, que no intente refutar a Marx, provocando, unos consciente y otros inconscientemente, una completa confusión. A los confusionistas inconscientes pertenecen gentes de ciencia como Sydney y Beatriz Webb, que afirman que Marx y Lassalle reivindicaban el derecho al producto íntegro del trabajo. Esta desfiguración del punto de vista de Marx indignó al traductor ruso, que hizo la siguiente objeción: "Los autores comprenden falsamente a Marx, el cual se opuso resueltamente a la doctrina del derecho del obrero al producto integro de su trabajo. Véase la Crítica al programa de Gotha."

Esta observación pertenece a Lenin, que hallándose confinado en Siberia, en la aldea Chucheraskoe, tradujo en colaboración con N. S. Krupskaia los dos volúmenes de la obra de los Webb.

Al enarbolar Marx la bandera de la insurrección contra la ciencia económica burguesa, sabía que se trataba de grandes y serias cuestiones. ¿Es que la clase obrera seguirá, teórica, y por lo tanto, también políticamente, sobre el terreno de la economía política y de la política burguesa, o forjará su propia arma teórica para la lucha contra la ideología y la política de la clase capitalista?

La cuestión de la teoría abstracta, se transformaba como vemos, en una cuestión esencialmente práctica: ¿Hay que crear sindicatos? ¿Vale la pena luchar por la disminución de la jornada de trabajo? ¿Cuál es el valor de la legislación fabril para la clase obrera? En una palabra, se trataba de la significación de las reivindicaciones parciales en la lucha general de clase del proletariado. En esta materia, además de la teoría, ha sido decisiva la experiencia de la lucha de las masas. Por eso Marx en El Capital invoca constantemente la viva experiencia de la lucha. Y escribe:

"Los obreros fabriles ingleses fueron los campeones, no solamente de la clase obrera inglesa, sino de toda la clase obrera contemporánea, así como también sus teóricos fueron los primeros en lanzar el guante a la teoría de El Capital."

La política sindical de clase debe tener su punto de partida en la lucha por una reducida jornada de trabajo, por altos salarios, por la defensa del trabajo femenino e infantil, por una amplia legislación fabril, etcétera; pero para desplegar la lucha por estas reivindicaciones parciales, se impone comprender su papel y significado en la lucha general de clase del proletariado, se necesita estudiar las causas de la formación de la legislación social. La actividad de Marx, en este sentido fue admirable. Fue él quien analizó una enorme cantidad de informes de inspectores de fábricas inglesas, y toda la legislación fabril, etc. Basta tomar la obra fundamental de Marx, el primer tomo de El Capital, y se verá en ella que la cuestión de la compra y venta de la fuerza del trabajo, del valor de la fuerza del trabajo, de las formas y el grado de explotación de la misma, ocupa el lugar central. Pero Marx no se limitó a consagrar una gran parte del primer tomo de El Capital a la lucha teórica contra los economistas burgueses. En el mismo tomo da una respuesta política al problema de la actitud que deben adoptar los obreros en la lucha por las reivindicaciones inmediatas.

"Contra su voluntad, por la presión de las masas, el parlamento inglés renunció a la ley contra las huelgas y las trade-unions, después de que durante cinco siglos este mismo parlamento ocupó con su egoísmo desvergonzado la posición de una organización permanente de los capitalistas contra los obreros." Marx no solamente comprobó las aspiraciones de

los capitalistas en lo que concierne a la explotación de los obreros, la prohibición de las coaliciones y de las huelgas, etc., sino que desde los primeros días de su aparición en la arena política, emprendió la lucha por la libertad de los sindicatos y de las huelgas, por la legislación sobre la jornada de trabajo. Toda su actividad literaria y política, todos sus folletos, discursos y libros, aun antes de la organización de la Asociación Internacional de Trabajadores, antes de la publicación del primer tomo de El Capital, lo testimonian. La proclama inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores, escrita por Marx, comienza de la siguiente manera:

"Un hecho muy significativo es que desde 1848 hasta 1864, la miseria de la clase obrera no ha disminuido..." A continuación, Marx escribe lo siguiente sobre

las condiciones de la conquista y la importancia de la legislación obrera:

"Después de una lucha de treinta años, sostenida con la mayor perseverancia, la clase obrera inglesa, aprovechándose de una disidencia momentánea entre los señores de la tierra y los señores del capital, consiguió arrancar el bill de las diez horas.

"Las inmensas ventajas físicas, morales e intelectuales que resultaron para los obreros de las

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manufacturas han sido anotadas en las Memorias bianuales de los inspectores de las fábricas, y en todas partes se complacen ahora en reconocerlas. La mayor parte de los Gobiernos continentales fueron obligados a aceptar la ley inglesa sobre las manufacturas, bajo una forma más o mejor modificada, y el mismo Parlamento inglés se ye obligado cada año a extender el círculo de su acción.

"El bill de las diez horas no fue tan sólo un triunfo práctico, fue también el triunfo de un principio; por primera vez la economía política de la burguesía había sido derrotada por la economía política de la clase obrera." Vemos la importancia que Marx atribuía a la

lucha tenaz de los obreros por la disminución de la jornada de trabajo y las demás conquistas en este sentido. No es que sobrestimase la legislación obrera, sino que juzgaba indispensable combatir la subestimación de la lucha de las masas obreras por sus reivindicaciones inmediatas.

Así, el Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores, formuló, a propuesta de Marx, el 21 de julio de 1865, el siguiente orden del día para el Congreso de Ginebra:

1) Unificación con el concurso de la A.I.T. de las acciones que se realizan en las luchas entre el capital y el trabajo en los diversos países.

2) Los sindicatos, su pasado, su presente y su porvenir.

3) Trabajo cooperativo. 4) Impuestos directos e indirectos. 5) Reducción de las horas de trabajo. 6) Trabajo femenino e infantil. 7) La invasión moscovita en Europa y el

restablecimiento de una Polonia independiente e integral.

8) Los ejércitos permanentes, su influencia sobre los intereses de la clase obrera.

Vemos que la mayor parte de los puntos del orden del día están dedicados a las cuestiones de la situación política y económica de la clase obrera. ¿Cuál es la causa de esta actitud? La siguiente:

"La situación de la clase obrera -escribió Engels-, es la verdadera base y el punto de partida de todos los movimientos sociales de la historia contemporánea." En la Asamblea siguiente del Consejo General,

Marx recomienda en nombre de una comisión especial, proponer al Congreso de Ginebra que organice el estudio de la situación de la clase obrera, según el siguiente esquema:

1) Oficio. -2) Edad y sexo de los obreros. -3) Número de los ocupados. -4) Las condiciones de contratación y salarios: a) aprendices; b) salarios por tiempo, a destajo o si el pago se realiza según el rendimiento del obrero medio; promedio semanal y anual del salario. -5) Las horas de trabajo: a) en la

fábrica; b) en los pequeños patronos y en el trabajo a domicilio; trabajo diurno y trabajo nocturno. -6) Intervalo para la comida. Actitud del patrono con los obreros. -7) Estado de los locales de trabajo, aglomeración, ventiladores, insuficiencia de luz natural, alumbrado de gas, higiene, etcétera. -8) Carácter de las ocupaciones. -9) Influencia del trabajo en el estado físico. -10) Condiciones morales. Instrucción, situación de la industria en la rama dada. Si el trabajo es de estación o se distribuye de una forma más o menos regular durante todo el año. Si se observan fluctuaciones sensibles. Si la producción está destinada al consumo interior o a la exportación.

Es también muy interesante el programa de reivindicaciones parciales elaborado por Marx para el Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores de Ginebra. Este programa termina con el capítulo "El pasado, el presente y el porvenir de los sindicatos" (consultar el capítulo "Los sindicatos y la lucha de clases del proletariado") y abarca, además de la cuestión de la estructura orgánica de la Asociación Internacional de Trabajadores, los siguientes problemas: Formación de sociedades mutualistas, encuesta estadística sobre la situación de la clase obrera en todos los países efectuada por los obreros mismos, repertorio detallado de las cuestiones para la recopilación del material estadístico; el problema de la jornada de trabajo reducida y la implantación de la jornada de trabajo de ocho horas, la prohibición del trabajo nocturno para las mujeres, el trabajo infantil limitado a dos, cuatro y seis horas, de acuerdo con la edad de los niños. La educación escolar de los niños, comprendiendo la educación intelectual, física y tecnológica y la combinación del trabajo productivo y de la educación intelectual para los niños, etc.

Este mismo informe dedica un capítulo especial a la formación de cooperativas. Señala que el objetivo de la Asociación Internacional de Trabajadores es combatir las maniobras de los capitalistas siempre dispuestos, en caso de huelgas o lock-out, a aprovechar a los obreros extranjeros como instrumento destinado a sofocar las justas reivindicaciones de los obreros locales; combinar, generalizar y dar mayor uniformidad a los esfuerzos todavía dispersos que se hacen en los diversos países para la emancipación de la clase obrera, desarrollar entre los obreros de los diferentes países, no solamente los sentimientos de fraternidad, sino también su manifestación efectiva, y unificarlos para la formación del ejército emancipador.

Además, el informe contiene un capítulo especial sobre los impuestos directos e indirectos, sobre la necesidad de suprimir la influencia rusa en Europa para realizar el derecho de los pueblos a disponer libremente de sí mismos, sobre el restablecimiento de Polonia sobre una base democrática y social, sobre la influencia funesta de los ejércitos permanentes.

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Contiene, en fin, la famosa consigna "el que no trabaja no come". Esto nos da una idea del carácter de este documento, que sirvió de punto de partida para la elaboración de programas de reivindicaciones concretas en todos los países capitalistas.

¿Por qué juzgó necesario Marx elaborar para el Congreso de Ginebra un plan detallado? ¿Por qué colocó en el vértice del ángulo las reivindicaciones económicas del proletariado? El mismo lo explica en la carta a Kugelmann del 9 de octubre de 1866:

"Le he limitado (el programa) intencionadamente a los puntos que permiten a los obreros un acuerdo inmediato y una acción de conjunto, que responden a las necesidades de la lucha de clases y a la organización de los obreros como clase y las estimulan." Vemos aquí de nuevo a Marx como político y

como táctico. Trata de obtener la colaboración de los obreros para acciones conjuntas, viendo en esto justamente, la premisa "de la organización de los obreros como clase". Aquí aparece con especial relieve como táctico que sabe a qué eslabón hay que prenderse en el momento dado y en la situación concreta, para unificar las masas y conducirlas a la batalla. Nuestros Partidos Comunistas y sindicales revolucionarios deben aprender de Marx este brillante arte táctico.

El Congreso de Ginebra de la Asociación Internacional de Trabajadores resolvió lo siguiente:

"Declaramos que la limitación de la jornada de trabajo es la condición previa sin la cual todas las demás aspiraciones de emancipación sufrirán inevitablemente un fracaso... Proponemos que la jornada de ocho horas sea reconocida como límite legal de la jornada de trabajo." Queremos mencionar que en los Congresos de la

Internacional Comunista y de la Internacional Sindical Roja, hubo comunistas que se manifestaron contra la jornada de siete horas, basándose en que la jornada de trabajo en algunos países, en algunas industrias, alcanzaban en realidad a 9 y 10 horas.

Marx atribuía una gran importancia a la disminución legal de la jornada de trabajo y a la legislación obrera, luchando contra los bakuninistas que intentaban demostrar lo contrario.

¡Qué lejos está este punto de vista de Marx sobre la legislación obrera, de la declamación altisonante (Marx diría "trascendental") de los bakuninistas sobre la inutilidad de la legislación obrera!

"La fijación de una jornada de trabajo normal -escribe Marx- es el resultado de una guerra civil prolongada y más o menos encubierta, entre la clase capitalista y la clase obrera.

"Para defenderse de la serpiente de sus sufrimientos (Heine) los obreros deben unificarse como clase y arrancar una ley que, potente barrera social, les impida venderse libremente al capital y condenarse, ellos y sus descendientes, a la

esclavitud y a la muerte." La lucha de los comunistas por las

reivindicaciones parciales, así como su programa después de la toma del poder, sirvió a los anarquistas de pretexto para acusar a Marx y a los marxistas de "estrechez burguesa" y de renuncia a la revolución. Confundían deliberadamente a los críticos de Marx con Marx mismo, haciendo pasar el revisionismo por marxismo. Los anarquistas ponían como punto central del debate la cuestión del Estado, y desde ese punto de vista juzgaban y condenaban a Marx y al marxismo. A este respecto, es muy característica la "crítica" hecha por el anarquista Cherkesov a los diez puntos del "Manifiesto Comunista", que el proletariado deberá aplicar (según Marx y Engels) después de la revolución obrera, en cuanto se transforme en clase dominante.

Marx y Engels 1) Expropiación de la propiedad de la tierra y utilización de la renta fundamental a los gastos del Estado. 3) Confiscación de los bienes de los emigrados y de los rebeldes. 8) Trabajo obligatorio para todos.

Crerkesov 1) ¡Toda la tierra al Estado! En Turquía la tierra es propiedad del Estado, del Sultán, que cede una parte de ella a sus fieles. 3) Vieja infamia, que se practica por todos los déspotas y opresores. 8) Cosa indignante, tomada de los jesuitas paraguayos.

Me abstengo de citar las demás profundas

observaciones "críticas" de Cherkesov, que trata de demostrar que el Manifiesto Comunista no es más que un plagio literario. Esto basta para comprender el grado de "revolucionarismo" de las lumbreras del anarquismo ruso, que consideran la confiscación de la propiedad de los emigrados y contrarrevolucionarios como una "infamia". Para completar el cuadro, es necesario señalar, además, que este mismo Cherkesov lanza rayos y truenos contra las reivindicaciones parciales, tratando de demostrar que reivindicaciones como la de la jornada de ocho horas, la prohibición del pago de salarios en mercaderías, el establecimiento de la responsabilidad del patrono por la pérdida completa o parcial de la capacidad de trabajo del obrero, etc., no es más que legislación obrera del Estado burgués, sin ninguna relación con el verdadero socialismo.

Esta diferente actitud frente a la lucha por las reivindicaciones inmediatas, imprimió su sello en el trabajo científico-práctico de Marx y de sus adversarios proudhonianos y bakuninistas. Marx recopilaba con una enorme perseverancia los materiales y construía todas sus conclusiones sobre la base sólida de los hechos. Marx estudiaba ante todo las circunstancias y los hechos, y solamente después

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sacaba las conclusiones, cosa que los teóricos anarco-sindicalistas ignoran completamente.

La gran importancia que Marx atribuía a la dilucidación de la situación de la clase obrera, se demuestra en el cuestionario que preparó en 1880 para los obreros, publicado con su introducción en la revista socialista del 2 de abril de 1880. Marx fundamenta esta encuesta de la siguiente manera:

"Ningún gobierno (monárquico o republicano burgués) se ha atrevido a emprender una seria encuesta sobre la situación de la clase obrera francesa. Pero, en cambio, ¡qué de encuestas sobre las crisis agrícolas, financieras, industriales, comerciales, políticas!

"Las infamias de la explotación capitalista reveladas por la encuesta oficial del gobierno inglés; las consecuencias legislativas que dichas revelaciones han aparejado (reducción por la ley de la jornada a diez horas, leyes sobre el trabajo de las mujeres y de los niños, etc.), han obligado a la burguesía francesa a temer aún los peligros que podría reportar una encuesta imparcial y sistemática.

"En la esperanza de que nosotros quizá impulsemos al gobierno republicano a imitar al gobierno monárquico de Inglaterra y abrir una vasta encuesta sobre los hechos y los defectos graves y nefastos de la explotación capitalista, intentaremos con los débiles medios de que disponemos, emprender una encuesta semejante. Esperamos obtener el apoyo a nuestra obra de todos los obreros de las ciudades y del campo que comprendan que sólo ellos mismos pueden describir con todo conocimiento de causa los males que les aquejan; que sólo ellos mismos y no sus salvadores redentores providenciales, pueden aplicar enérgicamente los remedios a los males sociales que padecen; contamos también con que los socialistas de todas las escuelas que desean una reforma social, deben también desear un conocimiento preciso y positivo de las condiciones en que trabaja y se mueve la clase obrera, la clase a la que pertenece el porvenir.

"Estos cuadernos de trabajo son la obra primordial que debe imponerse la democracia socialista para preparar la renovación social." La encuesta misma es en sí un documento

minucioso, ampliamente elaborado, que merece la más cuidadosa atención. Su base reposa en las cuestiones que Marx planteó ya en los años 1865-66. Pero como se proponía hacer comprender a los obreros y a los mismos socialistas franceses, la ligazón orgánica entre la política y la economía -lo que fue y sigue siendo el punto más débil del movimiento revolucionario en Francia-, amplió considerablemente la encuesta, introduciendo también una serie de preguntas para precisar todavía más el tema. Las cien preguntas de la encuesta

abarcan las formas de salario, la duración de la jornada de trabajo, la protección del trabajo, el costo de la vida, las formas de solución de los conflictos, las formas cómo el patrón ejerce influencia sobre los obreros, la cuestión de la ayuda mutua, las formas de intervención de los órganos del Estado en las luchas entre el capital y el trabajo, las variedades y formas de las sociedades de ayuda mutua, voluntarias y forzosas, el número y carácter de las sociedades de resistencia, el carácter y la duración de las huelgas, etcétera.

8. Marx y el movimiento huelguístico. Luchando contra la subestimación y la

sobreestimación de la lucha económica y de los sindicatos, Marx y Engels atribuyeron mucha importancia a las huelgas y a la lucha económica del proletariado. Tanto Marx como Engels juzgaban las huelgas como un arma potente en la lucha por los objetivos inmediatos y finales de la clase obrera. La transformación de los obreros dispersos en una clase, que se realiza en el curso de una áspera lucha, está expuesta de una manera clásica en el Manifiesto Comunista, vivo e inalterable documento del comunismo mundial. El Manifiesto Comunista pinta con vivos colores el nacimiento de la burguesía y de su sepulturero, la clase de los obreros modernos que no viven más que a condición de encontrar trabajo y que no lo encuentran más que si su trabajo aumenta el capital.

He aquí lo que encontramos en el Manifiesto Comunista respecto a los caminos "de la organización del proletariado en clase":

"El proletariado pasa por diferentes etapas de evolución. Pero su lucha contra la burguesía comenzó así que nació.

"Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados; en seguida, por los obreros de una misma fábrica, y al fin, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra la burguesía que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra el modo burgués de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción; destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las máquinas, queman las fábricas y se esfuerzan en reconquistar la posición perdida del artesano de la Edad Media.

"En este momento el proletariado forma una masa diseminada por todo el país y desmenuzada por la competencia. Si alguna vez los obreros forman en masas compactas, esta acción no es todavía la consecuencia de su propia unidad, sino la de la burguesía; que por atender a sus fines políticos debe poner en movimiento al proletariado, sobre el que tiene todavía el poder de hacerlo. Durante esta fase los proletarios no combaten aún a sus propios enemigos, sino a los

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adversarios de sus enemigos; es decir, los residuos de la monarquía absoluta, propietarios territoriales, burgueses no industriales, pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico es de esta suerte concentrado en las manos de la burguesía; toda victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria burguesa.

"Ahora bien; la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino que los concentra en masas más considerables; los proletarios aumentan en fuerza y adquieren conciencia de su fuerza. Los intereses, las condiciones de existencia de los proletarios, se igualan cada vez más a medida que la máquina borra toda diferencia en el trabajo y reduce casi por todas partes el salario a un nivel igualmente inferior. Como resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ocasionan, los salarios son cada vez más fluctuantes; el constante perfeccionamiento de la máquina coloca al obrero en más precaria situación; los choques individuales entre el obrero y el burgués adquieren cada vez más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan por coligarse contra los burgueses para el mantenimiento de sus salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes, en previsión de estas luchas circunstanciales. Aquí y allá la resistencia estalla en sublevación.

"A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas es menos el éxito inmediato que la solidaridad aumentada de los trabajadores. Esta solidaridad es favorecida por el acrecentamiento de los medios de comunicación, que permiten a los obreros de localidades diferentes ponerse en relaciones. Después, basta este contacto, que por todas partes reviste el mismo carácter, para transformar las numerosas luchas locales en lucha nacional, con dirección centralizada, en lucha de clase. Mas toda lucha de clases es una lucha política. Y la unión que los burgueses de la Edad Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos la conciertan en algunos años por los ferrocarriles.

"Esta organización del proletariado en clase, y por tanto, en partido político, es sin cesar destruida por la competencia que se hacen los obreros entre sí. Pero renace siempre, y siempre más fuerte, más firme, más formidable." En su libro La situación de la clase obrera en

Inglaterra, Engels atribuye una gran importancia a la lucha incesante de los obreros ingleses por el mejoramiento de su suerte. Considera las huelgas como escuela de guerra social, como instrumento indispensable y obligatorio en la lucha por la emancipación de la clase obrera. Engels estudió la

situación y las luchas del proletariado inglés en las primeras décadas del siglo XIX, en que la lucha de la clase obrera tenía todavía en grado considerable un carácter espontáneo. Se necesitaba tener un gran olfato revolucionario para orientarse en los acontecimientos que se desarrollaban y apreciar el verdadero carácter del movimiento huelguístico en una forma justa, cuando "la imperial “ciencia burguesa” perseguía furiosamente a los obreros". He aquí, por ejemplo, lo que leemos en Engels:

"En la guerra, el daño causado a un beligerante es de por sí una ventaja para el otro, y como los obreros se hallan en estado de guerra con los fabricantes, hacen, en este caso, lo mismo que los grandes potentados cuando se enredan unos con otros.

"La multitud increíble de huelgas, muestran claramente que la guerra social es muy violenta en Inglaterra. Estas huelgas no son todavía más que escaramuzas, es cierto, pero a veces son también batallas serias. No deciden nada, pero demuestran con indudable claridad, que el combate decisivo entre el proletariado y la burguesía se aproxima. Las huelgas son para los obreros una escuela de guerra que los prepara para la gran lucha, que se ha hecho inevitable. Las huelgas, en fin, son pronunciamientos de diversos ramos de trabajo que anuncian su adhesión al gran movimiento obrero... Y como escuela de guerra, dan resultados considerables. En estas huelgas se desarrolla el valor particular del inglés. "Si el obrero que sabe por experiencia lo que es la miseria, se decide a afrontarla audazmente, con su mujer e hijos, si pasa durante meses hambre y miseria y permanece firme e indomable, es que no se trata de una insignificancia. ¿Qué son la muerte y las cárceles que amenazan al revolucionario francés, con comparación con la lenta agonía provocada por el hambre, en comparación con la vista diaria de la familia hambrienta, en comparación con la seguridad de que la burguesía se vengará algún día, en fin, en comparación con lo que el obrero inglés está dispuesto a sufrir antes que inclinarse ante el yugo de la clase poseedora?... Los hombres que soportan tanto para vencer a un solo burgués, serán capaces también de romper el poder de toda la burguesía." La gran importancia que Marx atribuye al

movimiento huelguístico, a la organización de la solidaridad entre los huelguistas, a la lucha contra la importación de rompehuelgas de otros países, se patentiza en las actas del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores. Estas actas, con todo su laconismo y concisión, proyectan una luz viva sobre la enorme atención que Marx y la Iª Internacional fundada por él, prestaban a las huelgas y al socorro a los huelguistas. He aquí algunos extractos de estas actas:

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"El 25 de abril de 1865 se da lectura a una carta de los obreros cajistas de Leipzig, en la que anuncian su huelga, expresando su esperanza de obtener la ayuda de los cajistas de Londres. El Consejo General envía una delegación compuesta por Fox, Marx y Kremer para asistir a la Asamblea de la Sociedad de Cajistas de Londres y dar a conocer la carta de Leipzig.

"El 9 de mayo de 1865 Fox comunica que la delegación asistió a la asamblea en cuestión, pero que los cajistas declararon que no podían dar el dinero en un plazo de tres meses, de modo que los esfuerzos de la delegación fueron infructuosos.

"El 23 de mayo de 1865, se da lectura a una carta de Lyon de los obreros de las fábricas de tul, sobre la ofensiva contra sus salarios. El 20 de junio de 1865, se escucha un comunicado diciendo que la Sociedad de Tejedores de Lille quiere adherirse a la Asociación Internacional de Trabajadores. A continuación se da lectura de una carta de Lyon comunicando que los obreros se vieron obligados a ceder por falta de medios de subsistencia. El 30 de enero de 1866 se trata del problema de las Cámaras de arbitraje que se discute en la Unión de Londres. El 27 de marzo de 1866 se anuncia la huelga de sastres de Londres y el proyecto de traer rompehuelgas del continente. El Consejo General resuelve avisar a los países vecinos con el fin de evitar que vengan obreros continentales durante la lucha. El 4 de abril de 1866, un delegado de los obreros del alambre agradece al Consejo su intento de impedir a los patronos que obtuvieran obreros del continente para reemplazar a los huelguistas. El 22 de mayo se da lectura a una carta de Ginebra anunciando el comienzo de una huelga de zapateros, y pidiendo que se informe a los obreros de todos los países. Se elige una comisión encargada de ponerse en relación con el Departamento local de los ladrilleros y ebanistas de Strandford, que prometieron adherirse a la Asociación, “no sólo de palabra sino prácticamente”. El 28 de septiembre se da lectura a una carta de los tipógrafos de una imprenta de diarios de Nueva York, que pide se impida la importación de mano de obra. En la misma fecha se lee una carta de los tipógrafos y xilógrafos de Hildon pidiendo ayuda para su huelga y también una carta que comunica el lock-out de los canasteros. Se encarga al secretario contestar que no hay ninguna posibilidad de ayuda financiera. El 12 de octubre de 1869, se da lectura a una carta sobre la huelga de obreros en lana e hilanderos en Elbeuf pidiendo ayuda. Los hilanderos insisten en que se fijen tarifas. El 27 de enero de 1869, Marx da cuenta de una carta recibida en Hannover, donde los mecánicos están en huelga desde hace seis semanas, contra la prolongación de la jornada

de trabajo y la reducción de los salarios. El 4 de enero de 1870, contestando a la petición hecha por la directiva del Partido socialdemócrata, de un préstamo a los mineros en huelga de Waldenburg, se encarga al secretario que responda que “no hay ninguna perspectiva de ayuda de Londres”. El 11 de enero de 1870, se da lectura a una carta de Neuville-sur-Seine, pidiendo ayuda para los huelguistas de la impresión en tela. Se encomienda al secretario comunicarse con Manchester respecto a esta huelga. El 18 de abril de 1870, Varlin comunica que había estado en Lille para la fundación de una organización sindical bajo el control de la Asociación Internacional de Trabajadores. En la misma fecha, Dupont informa de las severas condenas contra los mineros por haber estado en huelga. Se encarga a Marx redactar un llamamiento a todas las organizaciones obreras y secciones de la organización del continente europeo y de los Estados Unidos, pidiéndoles ayuda para los huelguistas. El 20 de junio de 1870, se escucha una comunicación del sindicato de la construcción mecánica que resolvió enviar dinero a los fundidores de París. El consejo resuelve que el secretario de la Unión de obreros de construcción de maquinaria lleve el dinero a París, no solamente para asegurar su recepción por los interesados, sino también para producir “un buen efecto moral”." El Consejo General de la Iª Internacional se ocupó

también de grandes cuestiones políticas. Pero la particularidad de la Iª Internacional consistía precisamente -y esto es indudablemente un mérito de Marx- que en las reuniones del Consejo General ocupaban mucho lugar las cuestiones de la lucha huelguística, que no hacía una división artificial entre la política y la economía; tanto una como otra eran motivo de discusión. Se tomaban decisiones inmediatas, y, frecuentemente, "al doctor Marx" se le encomendaban misiones muy modestas, como la de asistir a la asamblea de tal o cual sindicato, redactar un manifiesto sobre tal o cual huelga, o escribir a tal o cual país para comenzar la campaña contra el envío de rompehuelgas, etc. Con razón Marx veía en esto una parte de su actividad política general.

Un ejemplo de la importancia que Marx atribuía a estas cuestiones, puede verse en el caso siguiente: El 23 de abril de 1856 Marx escribía a Engels:

"El estado de la Internacional es el siguiente: Desde mi regreso, la disciplina está completamente restablecida. Además, la intervención afortunada de la Internacional en la huelga de sastres, por medio de las cartas de los secretarios de las secciones de Francia, Bélgica, etc., produjo sensación entre los trade-unionistas locales." Esta intervención de la Internacional en la huelga

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le dio gran popularidad. Los obreros de todos los países comenzaron a dirigirse a la Internacional cada vez que tropezaban con alguna dificultad. El 27 de enero de 1867, Marx escribe con alegría a Engels:

"Nuestra Internacional ha obtenido un gran éxito. Hemos conseguido el apoyo financiero de los trade-unionistas ingleses para los obreros huelguistas de la industria del bronce de París. Ante todo, los patronos se batieron en retirada. Esta historia ha alborotado mucho a los periódicos franceses y actualmente somos una fuerza reconocida en Francia." Marx atribuía una gran importancia a la ayuda

material a los obreros en lucha contra el capital. En el Congreso de la Internacional realizado en Ginebra en 1866, Marx propuso la siguiente resolución:

"Una de las funciones especiales de la Asociación, que ya ha sido realizada en diversos casos con gran éxito, consiste en oponerse a las intrigas de los capitalistas, siempre prontos a apelar a la mano de obra de otros países, en caso de huelga de sus obreros, para impedir el triunfo de sus reivindicaciones. Uno de los objetivos principales de la Asociación, es que los obreros de los diversos países no solamente se sientan humanos, sino que se consideren como partes unificadas de un solo ejército emancipador." (Resolución sobre la ayuda mutua internacional en la lucha del trabajo contra el capital.) La gran importancia que Marx atribuía a las

huelgas y a los actos de solidaridad relacionados con ellas, se ve, por ejemplo, en su carta a Engels del 18 de agosto de 1869. En esta carta, Marx expresa su júbilo porque los obreros del bronce de París devolvieron las 45 libras esterlinas recibidas en calidad de préstamo y a continuación escribe lo siguiente:

"En Posen, según comunica Zabitzky, los obreros polacos (carpinteros, etc.), han terminado victoriosamente la huelga, debido principalmente a la ayuda de los obreros de Berlín. Esta lucha contra el señor capital, aun en la forma modesta de una huelga, pondrá fin a los prejuicios nacionalistas de una forma muy distinta a las declamaciones pacifistas de los señores burgueses." Obran en nuestro poder algunos manifiestos

escritos por Marx por encargo del Consejo General en relación con las grandes huelgas de aquel período. A la pluma de Marx se debe, por ejemplo, el llamamiento a los obreros de Europa y de Estados Unidos, con motivo de los asesinatos en masa de los huelguistas perforadores y mineros de Searing y Frameries (Bélgica), en el año 1869. Marx estigmatiza el "impulso irresistible de la caballería belga en Searing y la inflexible pujanza de la infantería en Frameries". Marx escribe, que "los increíbles atropellos son explicados por algunos

políticos con razones de alto patriotismo", que "el capitalismo belga es célebre por su amor original a lo que él llama libertad de trabajo"; Marx llena de sarcasmos a los que acusan a los miembros de la Internacional en Bélgica, "de pertenecer a una Asociación fundada con el fin de atentar contra la vida y la propiedad de las personas privadas, etc.". Marx define a los constitucionalistas belgas como sigue:

"Hay un pequeño país en el mundo civilizado donde cada huelga es ávida y alegremente tomada, como pretexto para una matanza oficial de la clase obrera. Esta región, bendita entre todas, es Bélgica, el Estado modelo del constitucionalismo continental, este pequeño país, bien abrigado, este pequeño y agradable paraíso del propietario, del capitalista y del cura. La tierra no realiza tan seguramente su vuelta alrededor del sol, como el gobierno belga su matanza obrera anual. La de este año no difiere de la del año pasado, si no es por el número de sus víctimas más horrible todavía, por la ferocidad más odiosa de un ejército ridículo, por las alegrías más ruidosas de la prensa clerical y capitalista y por la gran frivolidad de pretextos puestos en juego por los carniceros del gobierno." Este magnífico manifiesto termina con un

llamamiento para recoger dinero en favor de las familias de los huelguistas, y "para sufragar los gastos de la defensa de los obreros detenidos y la investigación emprendida por el Comité de Bruselas".

Un interés extraordinario desde el punto de vista de la apreciación de las opiniones de Marx sobre el movimiento huelguístico, presenta el informe que escribió para el cuarto Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores, celebrado en Basilea en 1869.

"El informe del Consejo 'General -escribe Marx- hablará principalmente de la lucha de guerrillas entre el capital y el trabajo. Nos referimos a las huelgas que en el transcurso del último año han agitado el continente europeo y que se dice que no fueron provocadas por la miseria de los obreros ni por el despotismo de los capitalistas, sino por las intrigas secretas de nuestra Asociación." Luego Marx habla de las "revueltas económicas

de los obreros de Basilea", de los “tejedores de Normandía, que se han sublevado por primera vez contra la ofensiva del capital", a, pesar de no tener ninguna organización. Con el concurso de la Asociación Internacional de Trabajadores, los obreros de Londres prestaron su ayuda a esta huelga. "El fracaso de esa lucha económica, escribe Marx, fue ampliamente compensado por sus grandes resultados morales. Enroló a los obreros algodoneros de Normandía en el ejército revolucionario del

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trabajo e impulsó la creación de sindicatos en Rouen, Elbeuf, etc. La alianza fraternal de las clases obreras inglesa y francesa ha sido consolidada." Y Marx agrega:

"Los devanadores de seda de Lyon, mujeres en su mayoría, han entrado en la arena de la lucha económica. La necesidad los ha obligado a dirigirse a la Internacional. En Lyon, como sucedía antes en Rouen, las mujeres obreras desempeñaron un generoso y destacado papel. Así reclutaron, en algunas semanas, cerca de 10.000 nuevos miembros de esta heroica población, que escribió hace 30 años en su bandera la consigna del proletariado moderno: “Vivir trabajando o morir luchando”." Marx traza luego un cuadro de la lucha y las

persecuciones de los obreros de Prusia, Hungría, Austria y cita un ejemplo elocuente de cómo el Ministro del Interior de Hungría, Wenkheim, "saboreando un cigarro", declaró a una delegación obrera de Presbourg que fue a solicitar el levantamiento de la prohibición de una fiesta realizada en favor de una caja de enfermos:

"¿Son ustedes obreros? ¿Trabajan con celo? Lo demás no es cosa suya. No necesitan asociaciones, y si se meten en política, sabremos tomar las medidas necesarias. No haré nada por ustedes. Que los obreros murmuren cuanto les venga en gana." Refiriéndose a Inglaterra, Marx escribe que:

"Inglaterra puede vanagloriarse de la matanza de los mineros de Gales", agregando que "el tribunal, compuesto de burgueses, que investigó esta cuestión y las condiciones en las cuales los soldados abrieron fuego contra los obreros, reconocieron esta matanza como un asesinato legal".

Este informe al congreso de Basilea reviste un enorme interés, porque en él reunió Marx una enorme cantidad de hechos, no solamente sobre las huelgas de aquel tiempo, sino también sobre las persecuciones contra los miembros de la Asociación Internacional de Trabajadores.

La intervención de la Iª Internacional en el movimiento huelguístico provocó la alarma de la burguesía de todos los países. Los patronos de Ginebra clamaban que "los miembros locales de la Internacional hundían al Cantón de Ginebra, obedeciendo decretos enviados de Londres". En Basilea los capitalistas "transformaron inmediatamente su hostilidad contra los obreros, en una cruzada contra la Asociación Internacional de Trabajadores". Enviaron un emisario especial a Londres con la fantástica misión de averiguar la cifra del "Tesoro" de la Internacional. "El juez de instrucción de Bruselas creía que el tesoro se guardaba en un cofre oculto en un lugar secreto. Se precipitó sobre el cofre; abrió y encontró... algunos trozos de carbón." "Seguramente -escribe irónico

Marx-, cuando la mano del policía tocaba el oro puro de la Internacional, se transformó instantáneamente en carbón."

En el informe del Congreso de La Haya de 1872, Marx cita decenas de ejemplos de la rabiosa actitud contra la Asociación Internacional de Trabajadores. Julio Favre se dirigió, inmediatamente después del aplastamiento de la Comuna, a todos los gobiernos proponiendo que se tomasen medidas comunes contra la Internacional, Bismarck y el Papa de Roma se apresuraron a dar una respuesta afirmativa, se efectuó una entrevista entre los emperadores de Austria y Alemania en Salzburg, para fijar las medidas contra la Asociación Internacional de Trabajadores.

"Pero -escribe Marx en su informe al congreso de La Haya- todas las medidas represivas que era capaz de inventar la inteligencia gubernamental coaligada de Europa, palidecen frente a la campaña de calumnias que el mundo civilizado conduce contra la Internacional.

"Las historias apócrifas y los misterios de la Internacional, las desvergonzadas falsificaciones de documentos oficiales y de cartas privadas, los telegramas sensacionales, etc., se sucedían rápidamente. Todas las compuertas de las calumnias de que dispone la prensa mercenaria de la burguesía, fueron abiertas inmediatamente, arrojando un torrente de vilezas destinadas a ahogar al odiado enemigo. Esta guerra de calumnias no tiene paralelo en la historia, hasta tal punto es internacional el campo en que se desarrolla, tan completa es la unanimidad con la cual la conducen los diferentes órganos de partido de las clases dominantes. Después del gran incendio de Chicago, el telégrafo echó a rodar por todo el globo terrestre la especie de que se trataba de un trabajo diabólico de la Internacional. Es extraño que no atribuyeran a su demoníaca intervención el ciclón que devastó las Antillas." A los clamores del capital internacional, de sus

literatos pagados por la policía política y de los confidentes dé la literatura, Marx contesta:

"No es la Internacional la que empujó a los obreros a las huelgas; al contrario, las huelgas han empujado a los obreros a la Internacional." Los proudhonianos y bakuninistas eran contrarios,

como se sabe, a los sindicatos y a las huelgas, pero luego efectuaron un viraje completo, convirtiéndose en fervientes partidarios de los sindicatos como única forma de lucha. Bakunin parte de la idea de que "las reivindicaciones económicas son la esencia y el objetivo de la Internacional" y "las cajas de resistencia, las trade-unions, son el sólo medio de lucha verdaderamente eficaz de que pueden disponer actualmente los obreros contra la burguesía".

Después de haberse instalado sobre esta base absoluta (Bakunin pensaba siempre en absoluto, no

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comprendía la dialéctica), formula a su manera la importancia y el desarrollo del movimiento huelguístico. He aquí lo que dice Bakunin:

"La huelga es el comienzo de la guerra social del proletariado contra la burguesía, aun dentro de los límites de la legalidad. Las huelgas son un valioso método de lucha en dos sentidos: en primer lugar, electrizan a las masas, templan su energía moral y levantan en su corazón la conciencia del profundo antagonismo entre sus intereses y los de la burguesía, descubriéndoles de una forma cada vez más evidente, de una manera irrevocable, el abismo que los separa; y en segundo lugar, contribuyen enormemente a provocar y formar entre los trabajadores de todos los oficios y de todos los países, la conciencia y el hecho mismo de la solidaridad. Doble acción, por un lado negativa, por otro positiva, que tiende a constituir directamente el nuevo mundo proletario, oponiéndole de una forma casi absoluta al mundo burgués.

"No hay nadie que ignore los sacrificios y sufrimientos que cada huelga cuesta a los trabajadores. Pero son necesarias, tanto, que sin ellas sería imposible despertar a las masas populares para la lucha social, ni organizarlas. La huelga es una guerra y las masas populares no se organizan más que en el curso y por medio de la guerra que arranca a cada trabajador del aislamiento ordinario, absurdo y desesperante. La guerra le une de súbito a otros trabajadores, en nombre de una misma pasión, de un solo objetivo, y convencer a todos de la misma manera, palpable y evidente, de la necesidad de una rígida organización para lograr la victoria. Las masas populares excitadas, son como el metal en fusión, que se templa en una sola masa compacta y se moldea con mucha mayor facilidad que el metal frío, a condición de que se encuentren buenos maestros para moldeado de acuerdo con las propiedades y leyes interiores del metal en cuestión y conforme a las necesidades e instintos populares...

"Las huelgas despiertan en las masas populares todos los instintos sociales revolucionarios que duermen en el fondo de cada trabajador, constituyendo, digámoslo así, esa sustancia histórica social-filosófica, pero que en tiempos ordinarios, bajo el yugo de las costumbres de esclavos y de la mansedumbre general, no son reconocidas más que por unos pocos. Por el contrario, cuando estos instintos suscitados por la lucha económica se despiertan en las multitudes obreras, la propaganda del pensamiento social revolucionario entre ellos se hace extraordinariamente fácil. Porque esta idea no

es otra cosa que la más pura, la más fiel expresión de los instintos populares.

"Toda huelga es también valiosa porque extiende y profundiza cada vez más el abismo que separa en todas partes a la clase burguesa de la masa popular, porque demuestra a los productores de la manera más palpable, la absoluta incompatibilidad de sus intereses con los de los capitalistas y propietarios... Sí, no hay mejor medio para arrancar a los trabajadores de la influencia política de la burguesía, que la huelga.

"Sí, las huelgas son una gran cosa. Crean, multiplican, organizan y forman los ejércitos del trabajo, el ejército que debe quebrar y vencer la fuerza del Estado burgués y preparar un amplio y libre camino para un mundo nuevo."

Si se compara este lirismo, en el que hay algo de verdadero, con lo que Marx escribe sobre las huelgas en el primer tomo de El Capital, veremos inmediatamente la diferencia entre el dialéctico y el metafísico. Marx escribe sobre huelgas concretas, cita decenas de ejemplos de luchas de obreros, describe la influencia que ejercen sobre la jornada de trabajo, sobre los salarios, sobre la legislación del trabajo, etc. En cambio a Bakunin no le interesa la legislación del trabajo, porque no ve la relación entre las reivindicaciones parciales y el objetivo final, cree que de cada huelga puede surgir la revolución. A Marx le interesan los límites de acción de los sindicatos. A Bakunin esa cuestión no le preocupa. Su actitud frente a las huelgas es igual a la de los anarquistas en la cuestión del Estado, como dijo Lenin en su Estado y Revolución. Lo que hay de justo en la concepción de los anarquistas sobre el Estado -el objetivo final, la sociedad sin clases y sin autoridad- lo diluyeron en una cantidad tal de jarabe metafísico, que llegaron a ahogar la posibilidad misma de alcanzar esa fase del desarrollo de la humanidad. Otro tanto sucede con la huelga, a la que atribuyen tantas propiedades milagrosas. Dicen tan expresamente "la huelga salvadora", que es difícil establecer su carácter y sus límites, sus consecuencias y sus relaciones con las demás formas de la lucha.

¿Cuáles son, entonces, los límites de acción de los sindicatos, y de las huelgas? Carlos Marx; dio sobre esta cuestión una respuesta completa en su discusión con Weston:

"En efecto, los obreros, hecha abstracción de la servidumbre que supone todo el sistema del salariado, no deben exagerar las consecuencias de estas luchas cotidianas, no deben olvidar que luchan contra los efectos, pero no contra sus causas; que no hacen más que retrasar el movimiento descendente, pero no varían su dirección; que no hacen más que aplicar

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paliativos, pero no curar la enfermedad. Por tanto, no deben gastar su energía exclusivamente en esta lucha inevitable de guerrillas; lucha que provoca siempre los continuos ataques del capital o las variaciones del mercado.

"Deben comprender que el sistema actual, con todas las miserias que lleva aparejadas para ellos, produce al mismo tiempo las condiciones materiales necesarias para la nueva edificación económica. En vez de la solución conservadora: “Un salario justo por una jornada de trabajo justa”, deben inscribir en su bandera las palabras revolucionarias: “Abolición del sistema del trabajo asalariado”." Hemos llegado aquí a uno de los puntos de

empalme de la doctrina de Marx sobre las huelgas. Hemos visto ya que Marx y Engels llaman a las huelgas "guerra civil", "sublevaciones económicas", "verdadera guerra civil", "guerra de guerrillas", "escuela de guerra", "escaramuzas de vanguardia", hablaron de las huelgas que ponen en peligro el régimen existente. Pero he aquí que Marx dice ahora que la lucha económica es una lucha contra los efectos, y no contra las causas, que es un paliativo y no el remedio de la enfermedad. ¿No hay aquí una contradicción o una renuncia a sus ideas originales? No, ni una ni otra cosa. Es que Marx tenía necesidad de luchar, en el problema de las huelgas, contra la derecha y contra la izquierda. Entre los trade-unionistas ingleses se difundía entonces la idea de que las huelgas son ineficaces para los obreros.

"Nosotros consideramos -dijo uno de los dirigentes de las trade-uniones ante la comisión real en 1876- que las huelgas son un torpe derroche de dinero, no solamente para los obreros, sino también para los patronos." Marx combatió vigorosamente las teorías

burguesas según las cuales las huelgas son un derroche estéril de dinero y de fuerzas, demostrando la enorme importancia de las huelgas para la transformación del proletariado en clase. Pero, por otro lado, en el seno de la Iª Internacional comenzaron a difundirse ideas anarco-sindicalistas, conforme a las cuales las huelgas económicas son el único medio de lucha. Por eso Marx planteó en forma terminante la cuestión de encaminar la energía de las masas a la lucha contra las causas de la explotación, por importante que fuese la lucha contra sus efectos.

En la carta a Bolte que hemos citado anteriormente, Marx indica cómo de aisladas reivindicaciones económicas de los obreros, surge un movimiento político, es decir, un movimiento de clase. Aquí, más que en cualquier otra parte, la cantidad se transforma rápidamente en calidad. De toda la doctrina de Marx y Engels, resalta que la huelga económica tiene una gran importancia política, pero se trata precisamente de calcular el grado y el alcance de esa importancia. Si la huelga

económica reviste un carácter de estallido espontáneo, no por eso pierde su importancia política. "La espontaneidad es la forma original de la conciencia" (Lenin). La importancia política de la huelga depende de las dimensiones y del alcance del movimiento. Si una huelga, a pesar de tener amplias dimensiones, está encabezada por jefes que desde su comienzo la encierran en un estrecho marco corporativo, embotan su filo político, vacían su contenido fundamental y no podrá dar los resultados políticos que podía haber dado. Por el contrario, si una huelga que tiene por punto de partida reivindicaciones puramente económicas, es llevada desde su comienzo por el cauce de su combinación con la lucha política, rinde el máximo de efecto. Marx comprendía que la huelga económica es un arma seria en manos del proletariado contra la burguesía, porque todo lo que ataca a los capitalistas ataca al sistema capitalista, pero consideraba necesario señalar que la lucha económica estrictamente limitada, "no puede cambiar la dirección del desarrollo capitalista".

De esta idea de Marx: una lucha puramente económica es una lucha contra el efecto y no contra la causa, se intentó crear la teoría de que antes de la guerra, todas las luchas económicas tenían un carácter defensivo y sólo con el comienzo de la actual crisis general del capitalismo las huelgas tienen un carácter ofensivo. Esta idea se encuentra en el documentado e interesante libro de Fritz David, La bancarrota del reformismo, que contiene, sin embargo, algunas formulaciones erróneas. Esta clasificación de huelgas económicas en defensivas y ofensivas es falsa y políticamente dañina, porque no tiene en cuenta la vida real, y la realidad nos demuestra que también antes de la guerra había huelgas ofensivas (lucha por el aumento de los salarios, por la disminución de la jornada de trabajo), y que actualmente tenemos también huelgas defensivas. Es erróneo clasificar la ofensiva y la defensiva según el tiempo y no sobre la base de un análisis de cada huelga concreta y de la actitud del sindicato y de los obreros en la huelga de que se trate. Contra los efectos del capitalismo se puede luchar tanto mediante la ofensiva como mediante la defensiva.

La opinión de Marx debe ser puesta en relación con lo que dice en la Miseria de la filosofía: "En esta lucha -verdadera guerra de guerrillas- se unifican y desarrollan todos los elementos para una batalla futura. Alcanzado este nivel, la coalición adquiere un carácter político." Después de citar este pasaje de Miseria de la filosofía, Lenin escribe:

"Tenemos aquí ante nosotros el programa y la táctica de la lucha económica y del movimiento sindical para varias décadas, para todo el largo período de preparación de las fuerzas del proletariado para los combates futuros."

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Partiendo de la subordinación de la lucha económica a la lucha política de la clase obrera, Marx sacaba la conclusión de que la huelga es una de las formas más importantes y agudas de la lucha. Bakunin, partiendo de la negación de la política, saca la conclusión de que la huelga es la única forma de lucha. Lo que Bakunin esbozó, sus discípulos lo desarrollaron en una teoría y táctica confusas, cuyas funestas consecuencias se han reflejado y se siguen reflejando en una forma especialmente patente en el movimiento obrero de los países latinos.

9. Los pseudomarxistas y los críticos de Marx.

"¿Qué es lo que distingue esencialmente al marxismo de todas las demás teorías premarxistas y pseudomarxistas? ¿Cuál es la línea divisoria principal entre el marxismo y el pseudomarxismo? Esta línea de demarcación, esta diferencia, fue definida por Lenin en su célebre trabajo: “El Estado y la Revolución”, donde declara:

"“Es marxista únicamente el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al de la dictadura del proletariado. En esto consiste la profunda diferencia entre el marxista y el pequeño burgués (y el grande) adocenado. Esta es la piedra de toque para comprobar si la concepción y el reconocimiento del marxismo son realmente efectivos”." Si se considera desde este punto de vista a los

críticos de Marx en el campo sindical, comprobamos que ha sido precisamente la dictadura del proletariado la piedra de toque de todos los enemigos francos y enmascarados del marxismo revolucionario. Esto no significa que hayan intentado refutar seriamente, con hechos en las manos, esta piedra angular de la doctrina de Marx. ¡No! Los críticos sindicales de Marx empezaron por evitar esta cuestión, abandonándosela a los "políticos puros". Eduardo Bernstein verdadero padre espiritual del reformismo, precisó y formuló lo que se agitaba en las cabezas de muchos elementos sindicales. Ya en 1899 Bernstein publicó su obra Premisas del socialismo, que con toda justicia debe ser denominada la "Biblia" de la socialdemocracia contemporánea. En este trabajo de Bernstein encontramos la democracia económica, el paso al socialismo mediante reformas sociales, la democratización de la industria por medio de los sindicatos, etc. Al publicar su libro, Bernstein se sentía apoyado por los sindicatos. En cuanto a los dirigentes sindicales, que se separaban de Marx cada vez más, se sintieron alentados y reconocieron abiertamente a Bernstein como su jefe y su ideólogo. Antes de esa obra de Bernstein, los pseudo marxistas sindicales ocultaban su desacuerdo con Marx; pero después de la aparición de su libro, la "crítica" de Marx vino a ser un signo de buen tono entre los

líderes de los sindicatos alemanes. Los dirigentes sindicales no se ocupaban, en general, de la teoría; revisaban a Marx en su trabajo cotidiano, le desfiguraban en la práctica e invertían los conceptos fundamentales de Marx sobre el papel de los sindicatos en el Estado capitalista. Si consideramos desde el punto de vista histórico los conceptos antimarxistas de los dirigentes sindicales, veremos que se guían por la siguiente línea y las siguientes cuestiones:

1) La teoría de la lucha de clases es, "en general", justa, pero pierde su significación a medida que crecen los sindicatos y se instaura la democracia.

2) La revolución es un concepto caducado correspondiente a los grados inferiores del desarrollo social; el Estado democrático excluye la revolución y la lucha revolucionaria.

3) La democracia asegura a la clase obrera el paso pacífico del capitalismo al socialismo y, por consiguiente, la dictadura del proletariado no está ni puede estar en el orden del día.

4) La teoría de la pauperización fue justa en su tiempo, pero actualmente está vencida.

5) En la época de Marx fue posiblemente justo el papel dirigente del Partido en los sindicatos. Pero actualmente, sólo la neutralidad frente a los partidos y a la política, puede asegurar el desarrollo normal del movimiento sindical.

6) En la época de Marx quizás había necesidad de estimar las huelgas como una de las armas más importantes de lucha, pero actualmente los sindicatos han crecido, etcétera, etc.

De manera que todo se reduce a decir que el marxismo ha envejecido y que es necesario revisarle, corregirle y completarle. Esta corrección era hecha por la socialdemocracia y los sindicatos, estableciendo entre ellos una división del trabajo. Antes de la guerra todo esto se hacía con la consigna de "enriquecer y desarrollar a Marx basándose en la misma teoría marxista"

El movimiento sindical alemán y austriaco era considerado como el de orientación más marxista. Exploto durante largos años el nombre de Marx, e hizo de Marx lo que la socialdemocracia alemana había hecho con él. Lenin lo dice elocuentemente:

"Las doctrinas de Marx corren hoy la misma suerte que ha cabido en la historia a las de otros pensadores revolucionarios y caudillos del movimiento liberador de las clases oprimidas. Los grandes revolucionarios son objeto, durante su vida, de constantes persecuciones por parte de las clases opresoras; sus enseñanzas provocan una rabia y un odio furiosos y ataques ininterrumpidos en los cuales desempeñan un papel principal la falsedad y la calumnia. Después de su muerte, se hacen tentativas para convertirlos en mansos corderos, para, por decirlo así, canonizarlos, para rodear de gloria sus nombres con objeto de

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“consolar” a los oprimidos y engañarlos. En efecto, el fin que con ello se persigue no es otro que el de desnaturalizar la esencia real de las teorías y el de mellar el filo de las armas revolucionarias.

"Eso es justamente lo que hoy vemos con respecto al marxismo a cuya adulteración se consagran los burgueses y los oportunistas del movimiento obrero. Se omite, se altera, se deforma el aspecto revolucionario de la doctrina -su alma revolucionaria- para poner únicamente de relieve y ensalzar lo que parece aceptable para la burguesía.

"En nuestros días, todos los socialpatriotas son “marxistas”, ¡no lo toméis a broma! No hay sino ver y oír a esos profesores de la burguesía alemana que tanto se distinguieron por sus esfuerzos para pulverizar al marxismo. ¡Cómo hablan del Marx “nacional” y germánico, del Marx que, según ellos, educó a los sindicatos obreros tan magníficamente organizados para una guerra de rapiña!" Los dirigentes sindicales de Alemania no

escatiman palabras para glorificar a Marx, al mismo tiempo que toda la teoría y la práctica del movimiento sindical alemán estaban en completa contradicción con la teoría y la práctica de Marx. A medida que el capitalismo alemán se hacía más potente, aumentaba la rapidez con que extendía su influencia sobre nuevos mercados y con que se verificaba el acercamiento ideológico entre los capitalistas alemanes y la alta dirección del movimiento sindical alemán. Basta mencionar la actuación de los sindicatos alemanes en 1905 contra la huelga del 19 de mayo, contra las huelgas políticas, por la neutralidad de los sindicatos, y, en general, las manifestaciones de los sindicatos alemanes en el transcurso de muchos años contra todos los intentos de plantear concretamente la lucha contra la guerra; basta recordar las tendencias imperialistas que ya antes de la guerra aparecían abiertamente, tanto en el partido socialdemócrata como en los sindicatos, para llegar a la conclusión de que el marxismo sirvió solamente de etiqueta a los sindicatos reformistas de Alemania. La guerra reveló lo que escondían los pseudomarxistas. Al mismo tiempo que Marx escribía en 1848 "que los obreros no tienen patria, que no se les puede quitar lo que no tienen", los "marxistas" alemanes encontraron en la Alemania imperialista su patria y, por la victoria de esa patria imperialista, se transformaron en los suministradores de carne de cañón para el frente.

"Los sindicatos -escribe el apalogista del movimiento sindical reformista alemán, Nestripke- deben exigir la participación de los obreros y empleados ocupados en la empresa respectiva, en la toma y el despido de obreros; pero, al mismo tiempo, deben cuidar, mediante

normas adecuadas de educación y de influencia moral sobre cada obrero en particular y sobre todos los obreros de las empresas, porque el estado económico de la empresa no descienda como consecuencia del abuso de los obreros de este derecho y para no causar perjuicios a sus intereses vitales." De esta manera, los sindicatos se transforman en

guardianes de la plusvalía capitalista con el pretexto de "participar en la dirección económica y técnica de las empresas".

Toda la doctrina de Marx sobre la lucha de clases y los sindicatos, órganos de lucha contra el capital, fue sustituida por la teoría de la democracia económica y la igualdad entre el trabajo y el capital, con la conservación de la propiedad privada sobre los medios de producción en manos de los capitalistas. Si la clase obrera "participa" en la organización de la economía nacional, está interesada en conservarla y defenderla de las fuerzas destructoras. Así es como los sindicatos reformistas se transformaron en cómplices de la burguesía en el aplastamiento del movimiento obrero revolucionario, en el aplastamiento de todos los que se levantan contra la dominación del capital.

Mientras que Marx planteó la cuestión de la dictadura del proletariado, los "marxistas" alemanes demostraron y demuestran en el transcurso de largos años, que la dictadura del proletariado es una invención de Moscú, que la única forma de Estado aceptable para los sindicatos, es la democracia burguesa. Mientras que Marx demostró que el Estado es un aparato de opresión de una clase por otra, los "marxistas" austro-alemanes que encabezaban los sindicatos de esos países, demostraban y siguen demostrando que el Estado democrático está por encima de las clases, que el Estado es y debe seguir siendo el árbitro de los conflictos entre el trabajo y el capital.

Marx ha demostrado que el proletariado, para obtener algo de la burguesía, debe librar una batalla encarnizada, desarrollar todas las formas de lucha, y, sobre todo las huelgas. Los "marxistas" alemanes pretenden que esta teoría ha envejecido, que "las huelgas presentes son siempre arriesgadas", que "las huelgas se hacen tanto más peligrosas en un país donde está desarrollada la industria moderna, con grandes empresas y organizaciones patronales", que "los sindicatos profesionales (es decir, los burócratas sindicales) que viven en las condiciones de la economía moderna, tienen muchos menos deseos de lucha", que "la lucha económica, en las condiciones de una economía desarrollada, se basa en negociaciones, en el arte de sondear y de esperar", y en fin, esta última perla tomada del arsenal táctico de Legiens: "Cuanto más prudente es la organización en la presentación de reivindicaciones, cuanto con mayor perseverancia insiste en su realización, menos

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aplica el último medio, la huelga, con tanta mayor facilidad obtendrá en el transcurso del tiempo, éxitos sin lucha."

Todavía algunos ejemplos para mostrar todo lo bajo que han caído estos "marxistas". En el congreso de los sindicatos alemanes de Hamburgo (1928), el informante oficial, Naphtali, declaró solemnemente que "el movimiento sindical logró oponerse a una de las tendencias decisivas del capitalismo y vencerla, la tendencia a la pauperización... y que "la elevación de la clase obrera es un hecho". El teórico de la Central Sindical de Alemania, Tarnov, ha dicho:

"Somos políticos realistas... En eso nos diferenciamos de la vieja concepción que predominaba en el movimiento obrero y que no podía prevalecer más que porque la opinión en otro tiempo justa sobre las tendencias del capitalismo, se ha transformado en una ideología petrificada (!). En el fondo las antiguas concepciones (se refiere a las de Marx) tendían a renunciar a la lucha. Nosotros damos a la masa obrera un punto de vista más optimista." En verdad, Tarnov es "mejor" todavía que

Nestripke. La antigua concepción de Marx decía: "Lucha y obtendrás lo tuyo." La nueva concepción dice: "No luches, aguarda y alcanzarás mucho más." y por fin, para "coronar el edificio", una cita más de Tarnov tomada de su libro ¿Para qué ser pobres?

"La pobreza no es una necesidad económica. Es una enfermedad social cuya posibilidad de curación es indudable, aun dentro de los marcos de la economía capitalista." Efectivamente, ¿para qué ser pobres cuando se

puede pasar al campo de la burguesía y acomodarse en el banquete? El libro de Tarnov y su contenido hacen recordar las propagandas americanas, "¿Para qué tener callos?", donde se informa a los honorables lectores que se .trata de una enfermedad que es posible curar por cincuenta céntimos "dentro de los marcos del régimen capitalista". Teóricos "callicidas": como Tarnov, los tiene en gran cantidad la central sindical alemana reformista, y han solucionado satisfactoriamente, para ellos, la cuestión de la pobreza...

En los círculos de los burócratas sindicales reformistas de Alemania, circula una anécdota que fue relatada por el profesor Eric Nelting en medio de la risa unánime de los asistentes al Congreso de los obreros de la madera de Alemania.

"El economista sueco Swen Hollander, vino cierta vez a Alemania con el fin de visitar, en Treves, la casa donde nació Carlos Marx. Con gran asombro suyo nadie le supo decir dónde se encontraba esta casa. Vagando por las calles encontró una casa que ostentaba una bandera roja, y pensó que debía ser seguramente, la casa donde nació Marx, con tanta mayor razón, cuanto pudo leer una inscripción que decía: “Casa de los

sindicatos de Treves.” Cuando entró en la casa, uno de los empleados le explicó que allí no había nacido Marx, que aquella era la casa de los sindicatos. La casa donde nació Marx es demasiado pequeña para los sindicatos, pero está aquí cerca, en la vecindad." Después de contar esta "interesante" anécdota el

profesor Nelting la comentó de la siguiente manera: "Esta anécdota caracteriza magistralmente la

estrecha vecindad en que se encuentran hoy todavía los sindicatos respecto a la doctrina de Marx. Por otra parte, la anécdota demuestra que los sindicatos se vieron en la necesidad de adelantar a Marx. Entre el capitalismo y el socialismo, hay una etapa transitoria, que a mi juicio se caracteriza por tres hechos: desde el punto de vista político, gobiernos de coalición; desde el punto de vista jurídico, derecho obrero; desde el punto de vista económico, democracia fabril y económica... Los sindicatos suponen lógicamente, en todos sus actos, que el capitalismo se oculta la posibilidad de un mejoramiento y un ascenso substanciales." Ahora el cuadro está completo. Han "avanzado" a

Marx. La casa de Marx es ya demasiado reducida para los burócratas sindicales alemanes. ¡Ya lo creo! La casa de Stinnes, este gran ventajista de la guerra y de la especulación; es mucho más amplia. No en vano Stinnes ha dado a uno de sus barcos el nombre de Carlos Legien, dirigente durante largos años del movimiento sindical reformista de Alemania. La casa de Hindenburg, de Bruning y de Hitler es todavía más vasta, y el presidente de la C.G.T. alemana, Leipart, quisiera introducirse entre los lacayos de esta suntuosa mansión. La casa del presidente de la Unión de Fabricantes alemanes, Borsig, es mucho más amplia y no es una casualidad que el señor Leipart haya enviado un telegrama de pésame a la Unión Industrial con motivo de la muerte de este "generoso" señor. Si todo esto es "marxismo", ¿qué será entonces la desfachatez y la cínica traición? ¿Cómo explicar esta completa renuncia a los principios elementales del movimiento obrero? Por el temor a las masas, por el temor a la revolución.

Esta "masofobia", este temor a las masas, de los burócratas sindicales alemanes, se destaca con especial relieve después del ascenso de Hitler al poder. La masa de sindicados se inquieta y exige el frente único con los comunistas. ¿Y qué hace la Central Sindical alemana que agrupa todavía millones de obreros?' El 20 de febrero de 1933, la C.G.T. alemana se dirige a Hindenburg, con una carta en la cual estos "líderes obreros" suplican al mariscal que intervenga en defensa de los obreros:

"Nos dirigimos a usted, presidente del Estado alemán, consagrado a salvaguardar la Constitución. Se dirige a usted una organización alemana que cuenta en sus filas con millones de

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antiguos combatientes del frente. Si estos millones de hombres, entre los cuales hay partidarios de diferentes partidos políticos, derramaron su sangre durante la guerra mundial, no fue con el fin de tolerar que quince años después los órganos responsables del Estado alemán declaren que ellos no son fuerzas positivas del Estado. Nadie en Alemania está hoy colocado tan alto como para tener derecho a decir que los combatientes de la guerra y sus organizaciones son alemanes sin el pleno disfrute de sus derechos, ni para tratarlos en consecuencia. Esperamos de usted, señor presidente, jefe militar durante la guerra mundial que contestará enérgicamente esta injuria infligida a millones de combatientes." Esta súplica lacrimosa constituye el documento

más bochornoso que haya jamás sido publicado incluso por los sindicatos reformistas alemanes. Ante todo, quejarse ante Hindenburg contra Hitler es como quejarse del diablo a Lucifer. Además esta invocación a los méritos militares y patrióticos como argumentos de defensa contra los ataques fascistas, produce una impresión lamentable. ¡Así es corno los "jefes marxistas" de los sindicatos de Alemania han caído de capitulación en capitulación hasta arrodillarse a los pies del mariscal Hindenburg!

Cuando los "marxistas" austro-alemanes saboteaban las doctrinas de Marx, pasando del método del trabajo de zapa al ataque descarado, luciendo todavía por tradición el ropaje marxista, el anarquismo y el anarcosindicalismo mantuvieron una guerra abierta contra Marx y su doctrina. Los anarquistas y los anarcosindicalistas pretenden que los procedimientos oportunistas de los socialistas alemanes, franceses, etc., son consecuencia de sus concepciones marxistas. El oportunismo y el revisionismo, se presentaban a las masas como marxismo. Esta crítica "de izquierda" y la amarga experiencia de la política oportunista de los partidos socialistas de los países latinos (Francia, España), despertaron "la desconfianza entre una parte de los obreros hacia el marxismo en general. Entre los críticos del marxismo había un grupo francés que intentó "depurar" a Marx para hacer de él el teórico del movimiento sindical anarcosindicalista. Intentos de combinar a Marx con el anarcosindicalismo, se hicieron por Lagardelle, Sorel, Barth, Arturo Labriola, de Leone, etc. El de más talento de ellos, George Sorel, declara en su libro La descomposición del marxismo, que acepta "el marxismo de Marx", pero no a sus comentaristas del tipo Bernstein, etc. Es esta una actitud que podría ser aprobada, si junto a la crítica justa, aunque insuficiente, de Bernstein, Sorel no hubiese convertido a Marx en un Proudhon estilizado. He aquí lo que escribe Sorel:

"Del marxismo se debería decir que es la “filosofía de los brazos”, y no una filosofía del

cerebro. Porque Marx tiene en cuenta una cosa solamente: convencer a la clase obrera de que todo su porvenir depende de la lucha de clases, atraerla al camino donde halle, organizándose para la lucha, los medios de vivir sin patronos. Por otra parte, el marxismo no debe confundirse con los partidos políticos, por revolucionarios que sean, porque se ven obligados a funcionar como partidos burgueses, cambiando su fisonomía de acuerdo con las circunstancias relacionadas con las campañas electorales, y realizando en caso de necesidad, compromisos con otros grupos que tienen una clientela electoral semejante, mientras que el marxismo permanece invariablemente ligado a la concepción de una revolución absoluta.

"Hace algunos años se podía pensar que el tiempo del marxismo había pasado, y que debía ocupar un puesto con muchas otras doctrinas filosóficas, en la necrópolis de los dioses muertos. Solamente un accidente histórico podía volver a la vida; se necesitaba para esto que el proletariado se organizara con intenciones puramente revolucionarias, es decir, separándose completamente de la burguesía... Y resulta que los doctores del marxismo se desorientaron frente a una organización construida sobre la base del principio de la lucha de clases, comprendida en el sentido más estricto de esa palabra.

"Para salir de las dificultades, se lanzaron con indignación contra la nueva ofensiva del anarquismo, porque muchos anarquistas atendiendo el consejo de Pelloutier, ingresaron en los sindicatos y en las bolsas del trabajo.

"... La nueva escuela no pretendía formar un nuevo partido, que viniese a disputar a los demás partidos su clientela obrera. Su ambición era otra, era comprender la naturaleza del movimiento que parecía ininteligible para todo el mundo. Procedió muy de otro modo que lo hacía Bernstein. Rechazó poco a poco todas las fórmulas que provenían, bien del utopismo o del blanquismo, depuró de esa manera el marxismo tradicional de todo lo que no era específicamente marxista y trató de guardar solamente lo que era, en su opinión, la esencia fundamental de su doctrina, lo que asegura la gloria de Marx.

"La catástrofe que era la piedra del escándalo para los socialistas deseosos de combinar el marxismo con la práctica de los hombres políticos de la democracia, se encuentra en concordancia perfecta con la huelga general que, para los sindicalistas revolucionarios, representa el advenimiento del mundo futuro." Marx habla de la lucha por el poder, de la

implantación de la dictadura del proletariado, mientras que los anarquistas y anarcosindicalistas han confundido hasta hoy esta teoría revolucionaria de Marx, sea consciente, sea inconscientemente, con

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los falsificadores de Marx. Lo que para Sorel significa la descomposición del marxismo, es la descomposición de los críticos de Marx. Las tentativas de Sorel de inyectar en el marxismo la sangre anarcosindicalista, no condujeron a nada. El neomarxismo resultó un potaje ecléctico. Es que Sorel y sus alumnos no comprendieron lo esencial de la enseñanza de Marx, el problema de la dictadura del proletariado. ¿Cuál era el lazo de unión entre el sindicalismo revolucionario y el marxismo revolucionario? La protesta contra el cretinismo parlamentario, contra la colaboración con la burguesía. ¿Qué conclusiones sacaba de este hecho el sindicalismo revolucionario? Veía todo el mal en el Estado y en las elecciones parlamentarias. Que se renuncie a la participación en las elecciones parlamentarias, que se rechace toda dictadura, y el problema se habrá resuelto. ¿Qué conclusiones sacaba el marxismo revolucionario? El marxismo consideraba que es indispensable aprovechar el parlamento y las elecciones parlamentarias, destruir a la manera revolucionaria, bolchevique, el Estado burgués e implantar para todo el período transitorio la dictadura del proletariado.

Al repudiar la política, Sorel repudiaba la necesidad del partido político del proletariado y llegaba a la tesis fundamental del anarcosindicalismo; "el sindicato basta para todo". Al repudiar el Estado y la necesidad de la dictadura del proletariado, Sorel repudia la insurrección armada y sustituye la insurrección por la huelga de "brazos cruzados". Como no comprende la marcha y las tendencias del desenvolvimiento del capitalismo, Sorel crea una teoría del "mito social", niega la necesidad de la violencia colmando así la laguna que había en su concepción.

Sus compañeros de armas y discípulos predicaban vulgares ideas reformistas, encubriéndose con frases de izquierda. "La revolución -escribe Arturo Labriola- surge del seno del proceso económico, de transformaciones consecutivas." Lagardelle trata de sustituir "el derecho capitalista" por un nuevo derecho dentro de los marcos del sistema capitalista, y Eduardo Berth ve tanto en Proudhon como en Marx los "precursores teóricos" del sindicalismo revolucionario.

Esto es precisamente lo que vemos en el anarcosindicalismo francés de preguerra. El anarcosindicalismo, que se revistió de un brillante ropaje de "terrible izquierdismo" durante la guerra imperialista, ajustó su paso a las internacionales socialista y sindical, siguió el carro del imperialismo. Así se vio demostrada la comunidad ideológica y política de los revisionistas derechistas e izquierdistas de Marx. No es el anarcosindicalismo tan orgulloso de su espíritu revolucionario, es el bolchevismo "surgido de la base granítica del marxismo" (Lenin), el que salvó el honor del

movimiento revolucionario. Nos resta examinar el ataque unificado de los

reformistas y anarcosindicalistas de todos los matices, contra el papel dirigente del partido en el movimiento sindical y sus esfuerzos por aprovechar con este fin el nombre de Marx. Ya hace sesenta años que los anarcosindicalistas y reformistas siguen afirmando que Marx fue partidario de la neutralidad de los sindicatos. Como pretexto para aseverarlo se utiliza la pretendida entrevista de Marx con el obrero metalúrgico de Hannover, Hammann, publicada en 1869:

"Si los sindicatos quieren llenar sus objetivos, nunca deben ponerse en conexión con una asociación política o hacerse dependientes de ella. Hacerlo así equivale a darles el golpe mortal. Los sindicatos son la escuela para el socialismo. En los sindicatos se educarán como socialistas los obreros, porque ven todos los días, de un modo palpable, la lucha contra el capital. Los partidos políticos, sin excepción, sean como sean, entusiasman a la masa trabajadora pasajeramente, por una temporada. En cambio, los sindicatos, ligan a la masa de los trabajadores de una manera permanente. Sólo ellos están en condiciones de representar un verdadero partido de clase y oponer un verdadero baluarte al poder del capital. La gran masa de los obreros ha llegado a convencerse de que su situación material debe ser mejorada, pertenezcan al partido que quieran. Sólo cuando se mejore la situación del obrero podrá dedicarse a la educación de sus hijos; entonces no necesitarán mujeres y niños ir a parar a las fábricas; el propio obrero podrá educar mejor su espíritu, cuidará más su cuerpo; llegará a ser socialista sin sospecharlo..." Esta entrevista ha sido manifiestamente

"retocada" por Hammann porque contiene una serie de formulaciones que están en pugna con lo que Marx escribió y dijo durante toda su vida. Marx no pertenece a los hombres que pueden escribir una cosa y decir otra. Marx no pudo haber dicho que todos los partidos políticos sin excepción, atraen a los obreros pasajeramente. ¿Qué es, pues, lo que pasó? Evidentemente, Hammann interesado en la "independencia" de los sindicatos, "retocó" el texto, suprimiendo las palabras que indican expresamente que esta fórmula se refiere a los partidos burgueses, dándole así una significación política completamente diferente. Así Marx se convierte en "partidario de la independencia". Para ver que las cosas ocurrieron así, basta considerar la forma en que formuló la pregunta:

"Mi primera pregunta al doctor Marx -declara- fue la siguiente: “¿Deben los sindicatos depender preferentemente de una organización política, si quieren tener viabilidad?”" Este planteamiento de la cuestión, demuestra cuál

es la respuesta que Hammann quería obtener. Esto es

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lo que nos permite afirmar que el propio Hammann "retocó" la entrevista, que así adquirió la forma y el contenido que el interrogador deseaba.

Lo que permite ver hasta qué punto esta cita adulterada fue tomada en serio, es el hecho de que un hombre tan eminente como Daniel de León, invocando a Marx, desarrolló su teoría de la supremacía de la organización económica sobre la organización política. De esas palabras de Marx, dice De León, resulta que:

"1) El verdadero partido político del proletariado debe introducir en el campo político los sanos principios de la organización económica revolucionaria, de la cual él es una emanación.

"2) El acto revolucionario del derrocamiento final del capitalismo y la implantación del socialismo, es una función destinada a la organización económica.

"3) La fuerza física necesaria para el acto revolucionario es propia de la organización económica.

"4) El elemento de fuerza no es la organización militar ni ninguna otra que suponga la violencia, sino la estructura de la organización económica.

"5) La organización económica, no es "provisional", sino que representa el embrión del gobierno provisional de la república del trabajo..." Daniel de León afirma que todas estas

conclusiones surgen de la entrevista de Marx con Hammann. Incluso en el caso de que Marx hubiera dicho y escrito verdaderamente lo que le atribuye Hammann, tampoco se podría deducir de esto lo que deduce De León. El jefe más revolucionario y más eminente del socialismo americano de preguerra, Daniel de León, no pudo, a pesar de todas sus capacidades oratorias, literarias y políticas, formar un partido y encabezar el movimiento de masas. ¿Por qué? Porque en la cuestión fundamental -partido, sindicato y clase- ocupó una posición no marxista, a pesar de creerse verdadero marxista. Daniel de León vio claramente toda la corrupción y la podredumbre de la Federación Americana del Trabajo. Es el autor de la expresión "oficiales obreros de la clase capitalista". Fue él quien declaró, ya en 1896, que "la Federación Americana del Trabajo es un barco que jamás sirvió para la navegación en el mar y que actualmente se encuentra encallado en un banco de arena en manos de una banda de piratas". Fue él quien declaró a fines del siglo XIX, que los líderes de la Federación Americana del Trabajo no son el ala derecha del movimiento obrero, sino el ala izquierda de la burguesía. Pero junto a todas estas cualidades de revolucionario, De León, no dejó de ser el jefe de una secta, causa es su desfiguración del marxismo, a pesar de que subjetivamente le quiso aplicar. Así se venga la falsa orientación adoptada en la cuestión fundamental de las relaciones entre el partido, los

sindicatos y la clase. Durante la vida de Marx, decenas y centenares de

hombres trataron de refutarle, de aniquilarle, pero esos ejercicios universitarios no vivían más que el espacio de un día. Después de cada "refutación", Marx y el marxismo se elevaban a mayor altura. Han pasado más de cincuenta años desde la muerte de Marx, y ni uno solo ha transcurrido sin que se le "refutara". Pero Marx se yergue como una roca inconmovible y todos sus refutadores son aplastados.

La cuestión de saber quién es el verdadero continuador y heredero de la gran causa de Marx, no se resuelve con palabras, sino con hechos. Si hubiéramos creído en las palabras, tendríamos que reconocer como marxistas a todos los que sustituyeron la lucha de clases -fundamento de las enseñanzas de Marx- por la colaboración de clases. Deberíamos reconocer como marxistas a los señores Kautsky, Stein, Renner, Spier, Dan, Crespien, Kampfmeyer y consortes, porque han publicado una Antología con el título de "Marx, pensador y luchador", con motivo del cincuentenario de su muerte. Esta antología que tiene de marxista solamente el título, es un magnífico ejemplo de transformación del marxismo vivo, combativo, y siempre actual, en una escolástica muerta.

El marxismo no es un dogma, es un guía para la acción. Con acciones revolucionarias contra el capital, se determinan las tareas y tácticas de los sindicatos. Y si la lucha de clases fue sustituida por la colaboración de clases, si la democracia burguesa se contrapone a la dictadura del proletariado, si el fascismo "es un mal menor" que el comunismo, los sindicatos tendrán las tareas correspondientes. Pero si en el vértice del ángulo se coloca la lucha de clases y la implantación de la dictadura del proletariado, las tareas de los sindicatos son otras. ¿Dónde está el marxismo? ¿En la Internacional de Ámsterdam, cuyos jefes conferencian en la Liga de las Naciones, o en la Internacional Sindical Roja, miles y miles de cuyos miembros gimen en las cárceles capitalistas? ¿Quién es, en fin, el continuador de la causa de Marx? ¿El reformismo internacional convertido en curandero del capitalismo, que busca los medios para la salvación del régimen capitalista moribundo, o el comunismo perseguido, acosado y que lo vencerá todo? Por eso, tenemos el derecho de decir a todos los limpiabotas de la burguesía, a todos los lacayos del capital monopolista: "¡Fuera de Marx y del marxismo vuestras sucias patas!"

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PROGRAMA DE ACCIÓ" DE LA I"TER"ACIO"AL SI"DICAL ROJA. Prólogo. Este folleto trata de exponer el programa de

acción adoptado por el Congreso fundacional de la Internacional Sindical Roja y el III Congreso de la Internacional Comunista. Dos Congresos Internacionales han aceptado este programa que presentamos a los lectores. Dos Congresos Internacionales han discutido profundamente cada uno de los puntos de este programa, basado en la experiencia adquirida por el movimiento obrero de los distintos países.

¿Qué tipo de trabajo práctico deben desarrollar los sindicatos revolucionarios en la época actual? Esta es la cuestión que se han planteado ambos congresos, en particular el Congreso de la I.S.R. El programa de acción responde concretamente a esa pregunta. Nuestro folleto constituye así un intento de desarrollar algunos aspectos esenciales de este programa, de describir las etapas decisivas de la lucha del proletariado en la época contemporánea y las condiciones en que se libra esta lucha. Por supuesto, este folleto está lejos de agotar el tema, solamente es un esbozo general, trata de explicar brevemente el enfoque que dan ambos congresos al trabajo práctico en la actualidad. No se trata en absoluto de propaganda y de agitación abstracta, sino de ver la manera en que todo obrero revolucionario debe afrontar en la lucha cotidiana los problemas que aparecen, para agrupar a las masas obreras en torno a consignas concretas y prácticas. El pensamiento de los obreros es concreto, asimila muy difícilmente las fórmulas abstractas. Pero con su instinto de clase, con su intuición, detecta las formas y métodos de lucha que se derivan de su situación social.

La lucha de los obreros es cada vez más ardua; la burguesía impone al obrero exigencias que no tienen ni un ápice de abstractas, exigencias que, por el contrario, son muy concretas. En el seno de la clase obrera existen distintas corrientes, diferentes grupos. Está dividida, es heterogénea y, por tanto, es débil. Es indispensable unir a las masas obreras en el terreno de la acción práctica, explicarles, sobre las bases de las experiencias acumuladas en los distintos países, las diversas formas y métodos de lucha, centrar la atención de los sindicatos revolucionarios en los problemas esenciales del movimiento obrero actual y combinar la actividad práctica y concreta

con nuestras tareas generales de clase. La estrategia de la lucha de clases no es menos

compleja que la estrategia militar moderna. Si este folleto logra aportar alguna luz y algunas precisiones a estos problemas complejos de la estrategia económica de la clase obrera, el autor habrá alcanzado su propósito.

Moscú, 1 de noviembre de 1921. 1. La agudización de la lucha de clases. El mundo capitalista ha entrado actualmente en

una nueva fase de desarrollo. Los efectos de la guerra no han cesado, al contrario, se impone cada vez con mayor fuerza. Las contradicciones que ya durante la contienda desgarraban a la sociedad contemporánea, se han acrecentado y evolucionan en dos direcciones divergentes: por un lado, la vía del imperialismo nacional, por otro, la vía del internacionalismo proletario.

Las contradicciones del imperialismo se expresan en la lucha interminable entre los vencedores, primero para explotar mejor a los vencidos, después para avasallar al mundo: los americanos se arman contra el Japón, los japoneses contra América, y en el centro de esta lucha se encuentra el Océano Pacífico. ¿Quién será dueño del Pacífico, quién someterá a las regiones bañadas por el vasto océano? Esta es la manzana de la discordia de las clases dominantes de ambos países. En el continente europeo, la rivalidad entre Francia e Inglaterra aumenta sin cesar. Francia acumula navíos para poder mantener agarrado entre sus uñas afiladas al pueblo alemán, sin necesidad de que Inglaterra le ayude. Polonia, Checoslovaquia, Rumanía, Yugoslavia, los Estados bálticos se ven forzados a hacer de perros guardianes de las rentas francesas, lo cual despierta los temores de la burguesía inglesa. Inglaterra, que se ha adueñado casi totalmente de Turquía, que es el amo de los itinerarios que llevan a la India, ha perdido al mismo tiempo su estabilidad en este territorio. Mientras en la India se desarrolla el movimiento revolucionario, al lado mismo de Inglaterra prosigue la lucha de Irlanda por su emancipación. Si a todo ello añadimos las aspiraciones de Australia, del Canadá, de África del Sur, a independizarse realmente de la metrópoli, podremos comprender el conjunto de contradicciones que se manifiestan actualmente, de forma

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concentrada, en el seno del imperio británico. Rusia, el cliente más importante del mercado

mundial, se ha apartado del sistema de intercambios internacionales y con esta acción ha sacudido al mundo entero. La expansión industrial que se había insinuado al término de la guerra, se paró en seco. Los canales comerciales quedaron obstruidos, los precios al por mayor descendieron, mientras los precios al detalle seguían igual, y sobrevino un período de estancamiento, una quiebra de numerosas empresas financieras e industriales, una crisis prolongada en cuya base aparecen con todo relieve los rasgos esenciales de la lucha social. El marasmo económico provoca la reducción de la producción y la ofensiva general y solidaria del capital contra el trabajo. En todos los países del mundo los patronos se apresuran a mejorar su situación, dejando a los obreros en la calle, reduciendo los salarios, prolongando la jornada de trabajo, etc. Las masas obreras, que en su mayoría seguían a sus dirigentes reformistas que auguraban un desarrollo pacífico, un incremento lento pero progresivo de los salarios, una mejora gradual de las condiciones de trabajo y una legislación social elaborada por la Sociedad de las Naciones, estas masas obreras, que habían renunciado a la acción violenta por hacerse ilusiones sobre la socialización y por creer en la eficacia de la colaboración de clases, se enfrentan actualmente a la táctica ofensiva de la clase capitalista y a la deserción sistemática de quienes les habían anunciado los fértiles valles de la tierra de promisión.

Esta agudización de la lucha social produce un sordo fragor, disturbios, descontentos y una explosión de protestas en el seno de la clase obrera. Es evidente que las antiguas formas y métodos de lucha han fracasado. No hay mejor maestro que la vida, y ésta ha demostrado que la práctica reformista no venía dictada por los intereses de la clase obrera, sino por los de la sociedad burguesa. Las negociaciones en torno a la socialización, que se han prolongado durante dos años, no han hecho daño a la burguesía, sino que han servido para desconcertar a los obreros. Hasta los más estúpidos reformistas alemanes comprenden hoy que dos años de parrafadas sobre la socialización de los medios de producción y de intercambio no han dado resultado alguno. La burguesía se siente más fuerte que al término de la guerra. De la defensiva y de la concentración progresiva de sus fuerzas ha pasado a la ofensiva.

En estas condiciones es natural que las cuestiones relativas a los métodos de lucha, a los medios para rechazar la ofensiva capitalista y para desencadenar la contraofensiva proletaria, aparezcan en primer plano. Debemos adaptar nuestros métodos de lucha a las condiciones actuales, emplear formas de lucha defensivas y ofensivas teniendo en cuenta la experiencia adquirida en los últimos años. Hay que

extraer las enseñanzas del movimiento obrero y revolucionario de este decenio transcurrido. Hay que estudiar atentamente esta experiencia, sopesar todo lo que nos ha legado el pasado y nos ofrece el presente, estrenar nuevas formas y métodos de combate. Estas nuevas formas y métodos son indispensables; apenas encontraremos a alguien que niegue este hecho. El completo fracaso de los viejos sindicatos, su incapacidad para avanzar e incluso para mantener sus antiguas posiciones, demuestran con toda claridad la ineficacia de sus métodos de lucha. Por cierto que no cabe hablar de lucha, pues en el pasado sólo ha habido intercambio de palabras entre líderes y patronos. Todas las huelgas importantes que tuvieron que encabezar los dirigentes reformistas habían estallado contra la voluntad de estos señores. Todas las acciones revolucionarias se desarrollaron muy a pesar suyo. Y cada vez que las masas obreras se convencían de que las conversaciones sólo servían para dar largas al asunto y de que mediante las comisiones paritarias y otras instituciones similares los patronos intentaban desviar a los obreros de sus objetivos esenciales, eran ellas, las masas obreras, quienes arrastraban a sus líderes. Los nuevos tiempos, las nuevas condiciones de lucha, la agravación inusitada de los conflictos sociales, exigen nuevos métodos de lucha y distintos enfoques de todos los problemas candentes del movimiento obrero.

2. La acción directa. ¿En qué consiste, pues, la debilidad principal y el

defecto esencial del reformismo? ¿Por qué ha fracasado? En suma, ¿por qué la C.G.T. francesa, la Central sindical alemana y, en general, la Internacional de Ámsterdam se quedaron con las manos vacías tras laboriosas conversaciones a escala nacional e internacional? En estos momentos son precisamente los propios líderes del sindicalismo alemán quienes han de constatar el cinismo sin par de la táctica ofensiva de la burguesía. Ahora son precisamente los señores Jouhaux y Merrheim quienes han de constatar el cinismo sin par de la táctica ofensiva de la burguesía. Ahora son precisamente los señores Jouhaux y Merrheim quienes se lamentan de la falta de lealtad de los capitalistas franceses, que reducen los salarios y violan la ley de las ocho horas. Hasta los sindicalistas ingleses reconocen finalmente también que la burguesía no piensa más que en sí misma y que se mofa de los intereses de la clase obrera. ¿Cómo se explica que todos estos héroes de la táctica de colaboración tengan que reconocer su fracaso? Su táctica no se basaba en la acción directa de las masas contra los empresarios, sino en la negociación de los jefes en nombre de las masas. Al no verse confrontado a una organización revolucionaria, cargada de odio de clase, sino a una agrupación

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pacífica, que busca las reformas a través de una política oportunista, el empresariado sabía que semejante agrupación no amenazaba sus intereses. Sabía que si en determinadas circunstancias era necesario hacer concesiones, sería fácil recuperar posteriormente el terreno cedido. Los reformistas se empeñaban en que las masas perdieran la costumbre de la acción directa. Nuestra tarea consiste en hacer de la acción de masas la piedra angular de nuestra actividad, cosa que sólo es posible si basamos nuestra táctica en la acción directa de masas.

¿Qué es la acción directa? Para nosotros, acción directa es toda acción revolucionaria de los obreros o de sus organizaciones cuando se enfrentan a la burguesía como clase, a uno de sus destacamentos aislados o al conjunto del Estado burgués. Las huelgas, las manifestaciones, la ocupación de fábricas y empresas, el boicot, la organización de piquetes de huelga y de combate, la lucha contra los esquiroles, el control obrero impuesto de hecho, la insurrección armada, todo ello son formas de acción directa. Sin embargo, no se piense, como hacen los anarquistas, que aparte de la acción inmediata no hay otras formas de acción revolucionaria de los sindicatos y partidos. Esto es falso. Entre los anarquistas todavía prevalece la opinión de que únicamente la acción inmediata vale la pena, que la lucha parlamentaria es por definición oportunista y burguesa, que hay que llamar cada día a la clase obrera a lanzarse de nuevo a la huelga, que ésta conserva su valor intrínseco, independientemente de sus resultados. Este punto de vista es profundamente erróneo y peligroso. La acción directa no excluye la lucha parlamentaria; es su fundamento. Naturalmente, no hablamos aquí de una lucha parlamentaria como la que conciben y practican los reformistas y socialpatriotas, que consideran que su objetivo consiste en colocarse al mismo nivel que los demás partidos políticos. Esto ya no es lucha parlamentaria, es un derroche de verborrea parlamentaria, y los obreros revolucionarios deben combatir radical y categóricamente esta charlatanería. La tarea de los representantes de las organizaciones revolucionarias, dondequiera que estén, también en el Parlamento burgués, consiste en vigilar estrechamente al enemigo de clase, en desenmascararlo sistemáticamente, en desarrollar la conciencia de las masas mostrando los hechos en su verdadera dimensión, en aprovechar todo acontecimiento político que descubra el juego de las clases dominantes y los gobiernos, en denunciar todos sus actos y en hacer del Parlamento una auténtica tribuna de discursos revolucionarios, no de esas lamentaciones reformistas que hemos escuchado durante tantos años de guerra y que todavía escuchamos hoy. Los discursos parlamentarios de Liebknecht, sus revelaciones, no son menos acción directa que otros actos revolucionarios. También es

acción directa cuando un periódico revolucionario que presta atención a la actividad de las masas, generaliza sus luchas, centra las preocupaciones de los explotados, no en la colaboración con las clases dominantes, sino en el derrocamiento del sistema capitalista.

Es más su contenido que su forma lo que define la acción directa revolucionaria. Una manifestación es en sí misma una acción directa, pero sólo se transforma en acción revolucionaria de clase en función del objetivo que se da. Todo el mundo sabe que hay manifestaciones obreras de carácter patriótico. Los obreros de Francia, Alemania, Inglaterra, Austria, etc., organizaron repetidas veces, durante la guerra, manifestaciones para celebrar las victorias militares. ¿Podemos definir como acción directa estas manifestaciones? Sí, pero constituían acciones directas contra la solidaridad internacional de los proletarios, embaucaban a la clase obrera y apoyaban a la burguesía. Del mismo modo pueden desarrollarse manifestaciones que no encierran ni un ápice de espíritu revolucionario y que sólo expresan el conservadurismo de determinados estratos de la clase obrera. También existen otras formas de acción pública que no contribuyen a agudizar los conflictos entre las clases, sino a atenuarlos. En este sentido, el reformismo también tiene sus formas de “acción directa”. Cuando hablamos de acción directa, nos referimos a la que opone una clase a otra, a la que educa a la clase obrera transformándola de clase esclavizada en una clase consciente de sus propios fines.

Es imposible enumerar todas las formas de acción directa, pues en cada país, en cada conflicto importante, la acción directa puede revestir diversas formas; pero lo que la caracteriza en todos los casos, lo que todos los sindicatos deben tener presente, es que únicamente la acción de masas puede dar los resultados deseados. Únicamente la organización de las masas en torno a este tipo de movilizaciones puede agrupar y preparar a los obreros con vistas a obtener la victoria final. En efecto, la importancia de la acción directa no reside sólo en sus resultados inmediatos, sino ante todo en el hecho de que une a las masas obreras. La clase obrera no es homogénea, incluye numerosas capas intermedias; algunas categorías presentan características burguesas. La acción directa, que arrastra a las distintas categorías y capas a una lucha común, las aprieta fuertemente, como si fuera, por así decirlo, un aro de hierro, y gracias a ello la clase obrera está más unida. La unidad se forja en el transcurso de la lucha, y esta unidad es la condición fundamental del triunfo del proletariado, de la consolidación de las conquistas de la revolución. Basta con mirar en derredor nuestro para observar las distintas formas de acción directa: la huelga de los mineros ingleses, la ocupación de las fábricas y empresas por los obreros italianos, la

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insurrección de marzo de los obreros alemanes, la revolución de octubre en Rusia -todas éstas son formas diferentes de acción directa de la clase obrera. El éxito de cada acción depende de las condiciones objetivas de cada país, del nivel de conciencia revolucionaria alcanzado por las masas y de la solidaridad entre éstas.

En ningún momento hay que olvidar que los capitalistas siempre hacen uso de la acción directa; contrariamente a lo que dicen ciertos ideólogos de la clase obrera, los capitalistas no se pierden en sutilezas dialécticas ni erigen sistemas filosóficos frente a las acciones revolucionarias. En el pasado, cuando la burguesía representaba el progreso y luchaba contra el feudalismo, cuando era una clase revolucionaria, no vacilaba ante ninguna forma de acción directa para consolidar su poder. Del mismo modo, actualmente la burguesía tampoco vacila ante ninguna forma de acción directa en su lucha contra la clase obrera. La liquidación a mano armada de todo movimiento huelguístico, la agresión a todas las organizaciones obreras, como sucede actualmente en Yugoslavia, en Rumanía, etc., las detenciones y masacres de los dirigentes del movimiento de masas (España), las persecuciones judiciales y las condenas de obreros revolucionarios por los tribunales burgueses, los disparos contra las masas proletarias, el uso de la fuerza armada, como sucedió recientemente, por ejemplo, de nuevo en Inglaterra, el lockout, la reducción de los salarios sin previo aviso, la prolongación de la jornada de trabajo todo ello constituye la acción directa de la burguesía contra el proletariado.

Por supuesto, esto no le impide a la burguesía abrir negociaciones con las organizaciones obreras, firmar convenios colectivos, etc. Lo importante es que las clases dominantes no renuncian, en su lucha, a ningún método para afianzar su poder de clase, y emplean al mismo tiempo todo un aparato de perversión moral e intelectual (prensa amarilla, escuela burguesa, Iglesia, parlamentarismo, etc.) y de opresión física en forma de policía, ejército, justicia y otras instituciones de la dictadura burguesa. Es comprensible, por tanto, que la clase capitalista disponga de una gran variedad de medios de combate. No hay que limitarse exclusivamente a una única forma de lucha. En función de las circunstancias de tiempo y lugar, hay que emplear siempre las formas y métodos de lucha que en una coyuntura concreta puedan dar los mejores resultados en el terreno de la conquista de nuevas posiciones frente a la burguesía y de la mayor cohesión de las masas. Hay que enfocar las formas de lucha desde este punto de vista, tanto si se trata de la firma de convenios colectivos, de actos parlamentarios, de la participación en actos de conciliación como de todas las demás instituciones creadas por la burguesía. Los debates, los discursos parlamentarios tendrán

resultados positivos si los representantes de la clase obrera se apoyan en organizaciones fuertemente unidas y capaces de defender, mediante una acción enérgica, sus reivindicaciones y las posiciones conquistadas. Por tanto, la acción directa no está en contradicción con otros métodos. Debe constituir la base de toda actividad de las organizaciones proletarias, y únicamente de esta manera cada paso que dé la organización obrera o sus representantes, dará los mejores frutos para el conjunto de la clase obrera.

3. Sindicatos profesionales y sindicatos

industriales. Uno de los puntos esenciales de nuestro programa

de acción revolucionaria es la organización de sindicatos por industria. Los sindicatos profesionales, creados a lo largo de muchos años, se habían constituido en organismos de autodefensa de la clase obrera, y los núcleos originarios de los sindicatos fueron las cajas y las sociedades que tenían por objetivo la ayuda mutua y no la lucha de clases. Estas sociedades agrupaban sobre todo a los individuos que practicaban el mismo oficio, y de este modo el corporativismo rígido fue el punto de partida de la organización de los sindicatos obreros. Pero el desarrollo del capitalismo, el crecimiento de las organizaciones patronales, la concentración incesante del capital, la creación de sociedades anónimas, el agrupamiento de los capitalistas en cada industria, la fundación de carteles de trusts, todos estos fenómenos en su conjunto empujaron a los sindicatos profesionales a agruparse en organizaciones más amplias. La propia lógica de la lucha de clases ha planteado esta cuestión a los sindicatos. Ya antes de la guerra, incluso los sindicatos ingleses más antiguos, más impregnados de espíritu corporativo que las demás organizaciones profesionales, iniciaron la fusión gradual de los sindicatos aislados en federaciones más fuertes para poder luchar contra las federaciones patronales.

De este modo, la lógica de la evolución del capitalismo, sobre todo cuando éste alcanzó un grado superior de desarrollo, incitó a las masas a crear nuevas formas de agrupación sindical. Las pequeñas organizaciones profesionales de los mecánicos, o de los fundidores, por ejemplo, no se las bastaban para luchar con eficacia contra las federaciones patronales del metal. Las organizaciones de empresarios se desarrollaban más rápidamente, uniéndose por ramos industriales, y fue en el transcurso de una lucha encarnizada contra ellas cuando los obreros aprendieron a solidarizarse. Los datos relativos a la época de post-guerra demuestran que la idea de crear sindicatos industriales gana cada vez más adeptos entre las amplias masas proletarias. Las informaciones publicadas por Sidney Web en la “Revista Internacional del Trabajo”, referidas a

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Inglaterra, son sumamente interesantes en este sentido. S. Webb publica toda una lista de sindicatos que durante los últimos años han absorbido centenares de pequeñas agrupaciones sindicales de los ramos industriales emparentados, convirtiéndose paulatinamente en agrupaciones industriales. Disponemos de datos análogos en relación a otros países. Sin embargo, la creación de sindicatos industriales avanza muy lentamente. Actualmente existen en Alemania cincuenta y cuatro sindicatos centralizados; en Francia esta cifra es todavía más alta; en Estados Unidos supera el centenar; en otras palabras, observamos en estos momentos un fenómeno de transformación en sindicatos industriales, más que la creación en sí de estos sindicatos. Pero la lucha se ha agravado tanto en todos los países, que la fusión rápida de los sindicatos de la misma industria es una cuestión de vida o muerte para la clase obrera. Debemos oponer a la unión industrial centralizada de los empresarios, la unión industrial centralizada de los trabajadores. En éste como en todos los terrenos, los patronos llevan mucha ventaja a los obreros.

¿Cuáles son los principios fundamentales de un sindicato industrial? Son muy sencillos: todos los obreros y todos los empleados de una empresa deben

afiliarse al mismo sindicato. Esta idea, tan simple como es, provoca, sin embargo, toda una revolución en el proceso contemporáneo de construcción de sindicatos. Nuestra consigna es: “Una empresa, un sindicato.” Si se aplica consecuentemente este principio, se verá que el conjunto de la economía actual puede dividirse en quince a dieciocho ramos fundamentales. Los I.W.W. dividen la economía en catorce sectores. En Alemania, inmediatamente después de la revolución de noviembre, en el momento en que, por un lado se crearon grupos paritarios de trabajo, compuestos por los empresarios y los líderes reformistas de los sindicatos, y, por otro lado, aparecieron los consejos obreros revolucionarios, unos y otros se pusieron a elaborar una forma racional de organización. La Central sindical alemana dividió el conjunto de la economía nacional en 15 grupos, el consejo federal de los comités de fábrica y de empresa de Berlín propuso 13 a 14 grupos, lo que prácticamente viene a ser lo mismo.

Los sindicatos rusos, que en lo relativo a la estructura aventajan a los sindicatos de todos los países, pues para ellos no se trata de principios abstractos, sino de su aplicación en la vida real, los sindicatos rusos, decíamos, agrupan a todos los obreros y empleados de Rusia en 20 sindicatos industriales nacionales. Actualmente se plantea la fusión de algunos sindicatos similares y la reducción del número de sindicatos a 17 ó 18. Es evidente que el número de sindicatos no puede ser idéntico en todos los países. Esto depende del desarrollo técnico

de cada país, de su industria, de las particularidades de su economía y de toda una serie de condicionamientos puramente nacionales. No se trata en modo alguno de fijar para todos los países el mismo número de sindicatos industriales: lo esencial es impulsar en todos los países la construcción de sindicatos industriales, y poco importa si en un país hay dos o tres sindicatos más o menos. Hay que avanzar hacia la creación de sindicatos industriales, no a paso de tortuga como hacen los dirigentes reformistas, que no avanzan más que cuando les obliga la necesidad absoluta, sino con ímpetu revolucionario. Hay que luchar en cada fábrica, en cada empresa, contra el espíritu de oficio y el corporativismo. Esto no es un esquema abstracto, carente de vida. Se trata de adaptar la estructura orgánica de los sindicatos a los combates que la clase obrera ha de librar actualmente.

Todavía hay otra consideración de suma importancia que nos mueve a reconstruir los sindicatos por ramos industriales: la misión de la clase obrera no consiste sólo en hacer la revolución social, sino también en utilizar los resultados de su victoria sobre la burguesía. En el transcurso mismo de esta revolución e inmediatamente después, los obreros habrán de afrontar los problemas de la producción en toda su inmensidad. Mantener la producción al nivel de antes de la revolución, aumentarla a continuación sobre la base del trabajo colectivo y de la supresión del beneficio privado capitalista, esta es la enorme tarea que recaba todo el esfuerzo de los sindicatos. Estos constituyen la base del mecanismo industrial en la sociedad nueva, son la columna vertebral del nuevo aparato productivo. No es posible construir ordenada y sistemáticamente el aparato industrial de la sociedad socialista si los sindicatos no están preparados para ello. Por tanto, la reconstrucción de los sindicatos por industria no sólo es una condición necesaria para obtener éxito en la lucha contra los empresarios, sino también para organizar la producción tras la victoria de la clase obrera.

4. Los comités de fábrica y de empresa. La experiencia de la lucha revolucionaria de estos

últimos años ha demostrado que la clase obrera sólo puede triunfar si se organiza en cada fábrica. ¿Qué tipo de relaciones existen actualmente entre los obreros? Tomemos el ejemplo de una gran empresa metalúrgica, como la Armstrong, en Inglaterra, la Krupp, en Alemania, la Schneider en Francia. En cada una de estas empresas hay varios sindicatos: los metalúrgicos pertenecen a uno de ellos, los obreros madereros, a otro, los peones a un tercero, los electricistas a un cuarto, los fundidores (en Inglaterra, por ejemplo), a un quinto, los obreros del transporte, a un sexto. Cada uno de estos sindicatos tiene sus formas específicas de relación entre sus

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miembros y la dirección. En algunos casos hay recaudadores especiales, en otros hay delegados recaudadores, etc.

Ante los conflictos que surgen en las fábricas, los obreros se encuentran casi siempre insuficientemente organizados, no están unidos en un único organismo, aparte del hecho de que sólo una parte de los obreros están afiliados. Es sabido que la mayoría de los obreros de Creusot no están sindicados, que un altísimo porcentaje de los obreros de las factorías de Krupp pertenecían hasta hace poco a sindicatos católicos, etc. De este modo, los obreros están divididos por el hecho de pertenecer a distintas organizaciones, y además hay un gran número de obreros que no forman parte en general de ninguna organización. Pero para vencer al empresariado y, sobre todo, para vencer al Estado burgués, es necesario unir las fuerzas de las más amplias masas obreras. El triunfo sólo será posible cuando cada fábrica, cada empresa, se convierta en bastión de la revolución, cuando en todas ellas hayamos creado organismos de resistencia, organismos defensivos y ofensivos, organismos que agrupen a toda la masa obrera de una fábrica determinada. La experiencia demuestra que la mejor forma de organización en este sentido son los comités de fábrica y de empresa, o los consejos de empresa, elegidos por el conjunto de los obreros, independientemente de sus convicciones políticas y religiosas.

De hecho, en torno a la creación de comités de fábrica se está librando, en Alemania y otros países, una lucha sumamente interesante. Es sabido que los comités de fábrica alemanes, que aparecieron en el mismo comienzo de la revolución, asustaron enormemente a los dirigentes oportunistas del movimiento sindical alemán, que hicieron uso de todas sus habilidades y de toda su experiencia organizativa para no cederles terreno. En Alemania se desarrolla constantemente un debate entre comunistas y derechistas en torno a la cuestión de saber quiénes deben participar en los comités de fábrica: ¿todos los obreros sin excepción, o solamente los obreros afiliados a los sindicatos libres? Los partidarios de la Central sindical de Alemania, todos los reformistas, defendían y siguen defendiendo el punto de vista de que los comités de fábrica sólo pueden ser elegidos por los miembros de los sindicatos libres, mientras que los demás obreros no tienen derecho de voto. En cambio los militantes de izquierda insisten en la necesidad de que participen en las elecciones todos los obreros, independientemente de sus opiniones políticas.

Resulta curioso ver cómo los reformistas argumentaban su intransigencia con respecto a los “sin partido”. Afirmaban: “Decís que tomemos parte en las elecciones junto a los obreros católicos o a los obreros inconscientes, pero esto constituye una colaboración inadmisible con los obreros atrasados o

que simpatizan con los católicos. Somos contrarios a semejantes compromisos.” No deja de extrañar que estos personajes, que se han especializado en los compromisos con la burguesía, que no tienen nada que objetar a la creación de organismos conjuntos con los empresarios, no quieren formar parte de ningún modo de organizaciones conjuntas con los obreros católicos o poco conscientes. Frente a esta intransigencia malintencionada, los comunistas respondían: “Si queremos atraer a las amplias masas a la lucha política común, si queremos que el obrero católico se vea arrastrado, por la propia dinámica de la lucha, a la corriente general del movimiento obrero, hay que dejarle participar en las elecciones de los comités de fábrica. La intransigencia es un arma excelente cuando está dirigida contra las clases dominantes y contra la burguesía. Pero cuando se trata de las capas atrasadas de la clase obrera, cuando se trata de trabajadores poco conscientes que militan en organizaciones católicas, hay que hacer gala de la máxima flexibilidad, de la máxima voluntad conciliadora para hacerles participar en el trabajo común de organización, cuya práctica les ayudará a deshacerse de sus prejuicios.”

Esta batalla todavía no ha concluido en Alemania. Mientras que los reformistas tratan de crear comités de fábrica integrados exclusivamente por miembros de los sindicatos libres, los militantes del Partido Comunista Obrero de Alemania crean sus propias organizaciones de empresa (“Betriebsorganisationen”), formadas exclusivamente por sus adeptos, atribuyendo así a sus células el pomposo nombre de comités, que tergiversa la misma esencia de los comités de fábrica. Los comités de fábrica, que engloban a todos los obreros de cada empresa, constituyen el núcleo natural por excelencia de los sindicatos. Los comités de fábrica y de empresa se transforman, en su desarrollo orgánico, en sindicatos industriales. De este modo, la construcción de sindicatos industriales está íntimamente vinculada a la creación de comités de fábrica, que son el arma más importante de la lucha revolucionaria.

No cabe duda que los comités de fábrica pueden organizarse, al principio, de distintas formas, que varían de un país a otro, pero la estructura típica de estos comités es básicamente la misma. Dicha estructura es la siguiente: el comité de fábrica es elegido por todos los obreros de la empresa. Por un lado es un organismo del sindicato, que supervisa la aplicación de todas las decisiones sindicales; por otro lado, es el órgano del control obrero sobre la producción.

¿Cómo se crean estos comités de fábrica? Hay que crearlos con métodos revolucionarios. Pero, ¿qué hacer ante los comités de fábrica creados sobre una base legal (Alemania, Austria, Checoslovaquia)? ¿Hay que participar en ellos o volverles la espalda,

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dado su origen claramente burgués, y organizar paralelamente nuestros propios comités de fábrica y de empresa?

No aprovechar los comités de fábrica creados por los gobiernos burgueses sería actuar, por parte de los sindicatos revolucionarios, en detrimento del objetivo perseguido y dañar los intereses de la clase obrera. Los gobiernos burgueses no crean comités de fábrica por exceso de mansedumbre o porque esta forma de organización les agrade más que cualquier otra, sino porque se ven forzados a retroceder ante la presión de las masas; quieren inmunizarse frente a esta forma de organización, que para ellos encarna el máximo peligro. La burguesía de Alemania, Austria y Checoslovaquia ha creado, junto con los socialistas, comités de fábrica y empresa para que los obreros contribuyan a la reconstrucción de la economía capitalista en colaboración con la burguesía. Basta con conocer la legislación relativa a los comités de fábrica en estos países para descubrir el deseo de la burguesía de utilizar la energía de la clase obrera y el interés que manifiesta en la producción, con el fin de incrementar los beneficios capitalistas y de afianzar la paz social en las empresas.

Todas estas leyes encierran el peligro de que los trabajadores se desvíen del camino de la lucha y entren en el de la colaboración con la burguesía; pero no podemos combatir estas leyes dándoles deliberadamente la espalda. Si los elementos revolucionarios se retiran, dejarán a millones de obreros abandonados a merced de la burguesía y de sus satélites seudosocialistas. El boicot a los comités de fábrica legales es la peor forma de capitular en la lucha. A este respecto, la táctica del Partido Comunista Obrero Alemán, que preconiza el boicot, es sumamente perjudicial, es inadmisible desde el punto de vista revolucionario. No hay que olvidar que en Alemania forman parte de los comités de fábrica legales más de 17 millones de obreros. La tarea de los sindicatos revolucionarios y de los partidarios de la I.S.R. consiste en introducir sus ideas y sus principios en los comités de fábrica y de empresa, participando en su elección y en organizar núcleos activos en su seno. En cuanto al boicot, no haría otra cosa que separar a los grupos revolucionarios de la masa obrera y no aportaría sino resultados negativos.

En suma, la creación de comités de fábrica y de empresa por un lado, la utilización de los comités de fábrica y de empresa legales por otro, éstas son las tareas fundamentales de los trabajadores revolucionarios que apoyan a la I.S.R.

5. La lucha contra el paro. El paro ha sido siempre el complemento necesario

de la explotación “normal”. La sociedad capitalista no conoce ningún período en que no hubiese existido un nivel de paro “normal”. Siempre hay en reserva

un número determinado de obreros. Esta es una de las armas principales de los empresarios en su pugna por establecer un nivel “normal” de salarios. De este modo, el paro es consustancial al modo de producción capitalista, y sólo desaparecerá cuando desaparezca el capitalismo. Pero el paro existente actualmente en el mundo capitalista rebasa los límites de lo normal y adquiere dimensiones tales que incluso los obreros más atrasados cuestionan el mecanismo general de la sociedad contemporánea. Veamos los datos estadísticos referentes a los parados en algunos países; observaremos que estamos ante un fenómeno excepcional:

En Inglaterra, en el período que va de 1879 a 1906, el nivel de paro solamente sobrepasó el 10 por 100 en dos ocasiones: en 1879 (11,4 por 100) y en 1886 (10,2 por 100); en los demás años, las cifras oscilan entre el 2,1 y el 9,3 por 100.

Durante la guerra mundial disminuye el paro. En 1916 desciende hasta el 0,4 por 100. En el período de post-guerra asciende bruscamente, como se desprende de los siguientes datos estadísticos, relativos a los primeros semestres de los últimos dos años.

1920 1921 Enero 2,9% 6,9% Febrero 1,5% 8,5% Marzo 1,1% 10,5% Abril 0,9% 17,6% Mayo 1,1% 22,2% Junio 1,2% 23,1% El nivel de paro oscila en julio entre el 6,8%

(construcción) y el 93,2% (alfareros). En Bélgica el porcentaje de parados, en 1903, era

del 3,0%; en 1904, del 2,8%; en 1913, del 2,97%; en 1914, del 3,9%.

En 1920, septiembre, 5,8%; octubre, 6,4%; noviembre, 8,3%; diciembre, 17,4%.

En 1921, enero, 19,3%; febrero, 22,7%; marzo, 31,5%; abril, 31,2%.

En los Estados Unidos el paro ha adquirido proporciones inimaginables: según los datos suministrados por la Bolsa del Trabajo de Washington, en septiembre de 1921 había más de seis millones de parados. Entre ellos figuran 700.000 soldados licenciados.

En el congreso de parados que tuvo lugar en Copenhague el 5 de agosto de 1921 se mencionaron varías ciudades donde el 80% de los trabajadores se habían quedado sin trabajo.

En Noruega 1903 5,5% 1914 2,4%1916 0,9% 1919 1,6%

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1920 enero 2,4%1920 diciembre 6,5%1921 enero 10,5%1921 abril 14,7%

En Dinamarca: 1912 7,5% 1916 4,9% 1919 10,7% 1920 diciembre 5,1% 1921 enero 13,7% 1921 mayo 18,6% En Francia, donde la estadística sobre el paro está

conscientemente mal organizada, el paro apenas es menos notable que en Inglaterra y en los Estados Unidos, y se sitúa a niveles mucho más altos que lo “normal”. Lo mismo sucede en Italia y en Checoslovaquia.

En Alemania el paro no sobrepasa el 3,5% antes de la guerra; al empezar ésta, asciende al 22,4%; a continuación se reduce rápidamente, incluso por debajo del nivel de antes de la guerra. Entre 1915 y 1920 el porcentaje de parados en el mes de enero de cada año era, respectivamente, del 6,5%; 2,6%; 1,7%; 0,9%; 6,3%; 3,4%; 4,5%. En mayo de 1921 el paro oscila entre el 1,5% (pintores) y el 9,4% (guarnicioneros). En comparación con el nivel de paro de Inglaterra y los Estados Unidos, el de Alemania es bajo. ¿Por qué? Porque es el país con la divisa más débil y con la mano de obra más barata.

Además del paro total existe el paro parcial. Existen empresas donde sólo se trabaja durante tres o cuatro días a la semana y a cambio de esta jomada de trabajo recortada los obreros perciben, naturalmente, salarios igualmente recortados.

El nivel de paro actual constituye, por tanto, un fenómeno totalmente excepcional por su amplitud, y por consiguiente debemos adoptar frente a él medidas de lucha excepcionales. ¿Qué hacen actualmente los gobiernos para luchar contra el paro? En algunos países conceden subsidios a los parados, incrementan las obras públicas, adoptan medidas para favorecer la emigración: dentro de estos límites se mueve la iniciativa de los gobiernos más liberales. Hay que decir también que los sindicatos reformistas enfocan el problema del paro desde el mismo punto de vista. La C.G.T. italiana ha formulado las siguientes reivindicaciones: 1) organización de una suscripción pública para ayudar a los parados; 2) esta suscripción debe ser cubierta por los empresarios; 3) organización inmediata de obras públicas.

La conferencia especial de parados que tuvo lugar en Roma a comienzos de septiembre añadió a estas exigencias la de la colonización en el interior del país y la de participación directa de las masas obreras en la gestión de las grandes empresas industriales. Pero conservando las relaciones capitalistas de

producción. Este es el programa del ala izquierda del movimiento sindical reformista; en lo que respecta a los sectores derechistas del sindicalismo, no van más allá de los subsidios estatales, la reducción del trabajo femenino y las obras públicas. En los sindicatos revolucionarios se ha extendido mucho la reivindicación del restablecimiento de relaciones comerciales con la Rusia soviética. Los pedidos rusos habrían reducido indudablemente el paro, aunque de forma muy limitada. El paro no habría dejado de amenazar a la clase obrera. ¿Qué hacer?

El único remedio que hay contra el paro es el socialismo. Pero mientras todavía no se haya realizado la revolución social, mientras no esté instaurado el régimen socialista, es necesario que los sindicatos tomen una serie de medidas prácticas para organizar la lucha de las amplias masas obreras contra el paro. ¿Qué medidas prácticas deben adoptar, qué consignas prácticas deben formular los sindicatos para reducir el paro y luchar contra él? Ante todo -y esta debe ser la consigna central de toda esta lucha- los parados deben ser pagados por los empresarios particulares o colectivos y por el

Estado, o por el comité de los ramos industriales

respectivos. Los parados no deben ser excluidos de la plantilla de la empresa. La empresa debe asegurarles el mantenimiento hasta que pueda darles trabajo de nuevo. Puesto que el paro ha adquirido dimensiones tan grandes que afecta a millones de trabajadores, la consigna de participación de los parados en el proceso productivo habrá de obtener el aplauso más enérgico y más decidido de las amplias masas.

En torno a la cuestión del paro se enfrentan los intereses individuales y los intereses de clase. Cierto número de obreros no están en paro. En general, los obreros cualificados están en mejor posición, y esto hace que difícilmente apoyen la lucha por la participación de los parados en el proceso productivo. Por otro lado, algunos obreros temen que esta participación va a disminuir sus propios salarios. Los sindicatos revolucionarios deben combatir estas tendencias conservadoras en el seno de la clase obrera. La absorción de los parados en el proceso productivo, su mantenimiento a cargo de la empresa y de todo el ramo industrial, deben constituir la piedra angular de la agitación y la propaganda. La suerte de los parados depende totalmente del destino de los que tienen trabajo, y el máximo peligro al respecto viene dado por la ruptura del movimiento de parados con el movimiento obrero en general. En este sentido, la creación de organizaciones específicas de parados no da siempre los resultados previstos. Es cierto que normalmente estas organizaciones son muy revolucionarias. Son más perseverantes, más enérgicas que las organizaciones de los obreros con empleo, puesto que se ocupan exclusivamente del problema del paro. Sin embargo, la creación de organizaciones separadas enfrenta

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frecuentemente a los obreros con y sin trabajo, y en lugar de hacer que los trabajadores participen en la lucha por mejorar la situación de los parados, despierta muchas veces el antagonismo entre ellos. Hay que abordar la creación de estas organizaciones separadas, al margen de los sindicatos, con sumo cuidado. Pero todo esto no significa en absoluto que debamos limitarnos a hacer lo mismo que los sindicatos conservadores y reformistas en torno a la cuestión del paro. Los parados deben buscar constantemente la solidaridad de los sindicatos respectivos.

Además de las manifestaciones contra los Ayuntamientos burgueses y contra el Estado burgués, para exigir la reapertura de las empresas cerradas y su puesta en funcionamiento a cargo de los obreros, la instauración del control obrero, el seguro de desempleo, la alimentación gratuita de los hijos, la anulación de los alquileres, las obras públicas, etc., hay que organizar la acción de los parados y las minorías revolucionarias en dirección a la burocracia de los sindicatos y a los ayuntamientos socialistas. Si estos últimos son realmente socialistas, pueden establecer en determinados casos un impuesto local que grave a los ricos, poner a disposición de los parados locales del Estado, alojar a los parados en las mansiones de los ricos, negarse a pagar impuestos al Estado, etc.

En sus campañas de lucha contra el paro, los parados y los sindicatos revolucionarios deben tener presente que ninguna de las medidas que puedan aplicarse en el marco de la sociedad capitalista podrá resolver el problema del paro. La cuestión es que hay que desarrollar esta campaña contra el desempleo, como subraya la resolución del I Congreso internacional de los sindicatos, no con los patronos, sino contra ellos, no con medidas pacíficas dentro del régimen capitalista, sino a través de la lucha de clases declarada; el problema del paro no puede resolverse en absoluto con ayuda del Estado burgués, sino únicamente después de su destrucción y después de la instauración de la dictadura proletaria. El I Congreso internacional de los sindicatos revolucionarios, tras rechazar la comunidad de intereses entre los que trabajan y los que no trabajan abordó la cuestión de la lucha contra el paro desde el punto de vista general de la clase obrera. Convencido de que sólo podrá ser superado por la revolución social el I Congreso internacional de los sindicatos revolucionarios concluye la resolución sobre el paro con el siguiente llamamiento a los parados:

“Vosotros, que fuisteis los que más sufrieron en esta lucha, sed también los primeros en atacar. Pero no olvidéis que sólo podréis triunfar si apretáis filas con todos los obreros, si defendéis los intereses del conjunto de la clase obrera. Que los obreros que todavía tienen trabajo no esperan escapar a la suerte de los parados. La lucha que llevan sus hermanos sin

trabajo debe ser asumida por todos los obreros, y los sindicatos rojos deben adoptar todas las medidas necesarias para que la lucha de los parados se desarrolle bajo la bandera sindical, y para que los destacamentos combatientes comprendan tanto a obreros parados como a obreros con empleo.”

6. El cierre de fábricas y las jornadas de

trabajo reducidas. Los empresarios aprovechan el marasmo en que

se encuentra el mercado mundial y la crisis económica para atar de pies y manos a la clase obrera. La esperanza que tenía la burguesía durante la guerra y durante el reinado de la “Unión sagrada”, de que los obreros fueran más disciplinados, esta esperanza se ha visto frustrada. Es indudable que la Unión sagrada desconcertó profundamente a los obreros, pero el período de post-guerra conoce un enorme crecimiento de los sindicatos y una radicalización notable de las reivindicaciones obreras. En el primer año después de terminada la guerra, la burguesía se había visto forzada a batirse en retirada, y esta retirada, que fue aparentemente “voluntaria”, se atribuyó a las ideas particularmente liberales de la Sociedad de las Naciones. Pero nadie ignoraba que la elaboración de la ley que establecía la jornada de ocho horas fue el fruto del temor al movimiento de masas y del deseo de atenuar la lucha social interior mediante algunas concesiones. Este período de retirada ha llegado ya a su fin. Los sindicatos reformistas, resueltos a apoyar y consolidar el capitalismo, han alimentado las esperanzas de las clases dirigentes y al presentarse la primera ocasión oportuna desde el punto de vista económico, éstas pasaron a la ofensiva en toda la línea, para recuperar todas las concesiones que se habían visto forzadas a hacer en el período de post-guerra.

Una de las medidas más eficaces para luchar contra los obreros es el cierre de empresas y la reducción del número de jornadas trabajadas. Cuando los obreros están fuertemente unidos, cuando forman un único bloque compacto, el cierre de empresas es el único medio para quebrar su solidaridad. La reducción del número de jornadas de trabajo, que rebaja a la mitad el nivel de vida de los obreros, obliga a éstos a moderarse y a preocuparse más de sus necesidades materiales que de las cuestiones políticas generales. Es el antiguo sistema del lock-out adaptado a las nuevas circunstancias. El lock-out de otros tiempos respondía al deseo de reducir los salarios y los costes de producción. Los lock-out actuales se proponen objetivos de más largo alcance, resolviendo al mismo tiempo el problema del salario y de la jornada de trabajo. Los lock-out constituyen una variante de la ofensiva política de la burguesía. Ahora se trata de doblegar a los obreros, de minar la unidad de la clase obrera y de agitar el fantasma de la

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revolución inminente. Los sindicatos que agrupan a millones de obreros cada día más revolucionarios, constituyen una amenaza permanente para la estabilidad de la explotación. Con el cierre de empresas y la reducción de la jornada de trabajo, los patronos piensan obtener, además de ventajas económicas, beneficios políticos muy importantes.

¿Cómo luchar contra esta epidemia de la reducción de la producción, contra esta epidemia del cierre de empresas? El cierre de empresas es, por supuesto, expresión de una de las variantes del paro, y todos los remedios propuestos para luchar contra el paro son igualmente aplicables a este caso. Pero, además de ello, hay que adoptar toda una serie de medidas para oponerse con eficacia al cierre de empresas. A este respecto todavía no se han puesto en práctica todos los recursos existentes. Ante todo, además de protestar de la forma más enérgica contra el cierre de empresas, hay que avanzar la idea que el sindicato tiene el derecho de realizar todas las investigaciones necesarias para verificar si realmente la empresa ya no puede proseguir su actividad. ¿Cómo proceder para ello? ¿Cómo desarrollar esta campaña? Los obreros de cada empresa afectada deben elegir a partir del mismo momento en que se manifiesta el intento de cerrarla, una comisión especial para indagar las verdadera razones del

cierre. Esta comisión debe ser elegida por todos los obreros y obreras de la fábrica. Su tarea consistirá en buscar, haciendo caso omiso de la opinión de los patronos, las causas reales del cierre. A los obreros que trabajan permanentemente en una fábrica o una empresa, no les resultará difícil discernir estas causas. Conocen las existencias de materias primas, saben si hay pedidos o si no los hay, etc. Para determinar si el cierre es realmente inevitable, hay que crear toda una serie de comisiones de control de las materias primas, los combustibles, los pedidos, los ingresos, etcétera. No hay que permitir que los patronos o las sociedades anónimas cierren las empresas a su gusto y placer, pues de hecho las empresas no son sino el fruto del trabajo colectivo de los obreros.

No hay que olvidar, evidentemente, que este tipo de acción encontrará una feroz resistencia por parte de los patronos y del Estado burgués, que estos intentos de los obreros de verificar la legitimidad del cierre de una empresa serán calificados de atentado al derecho a la propiedad privada, de anarquismo de la peor especie, etc. Pero si los obreros siempre tuvieran que temer que los patronos condenaran sus acciones, deberían permanecer totalmente inactivos. ¿Pueden los obreros verificar realmente los motivos del cierre de una empresa? No hay que cerrar los ojos ante el hecho de que se trata de un problema extremadamente difícil de resolver, que el obrero se encuentra en total desventaja con respecto al patrono, que la propia verificación chocará con la resistencia

del Estado burgués -la policía, la justicia, etcétera-, que las organizaciones patronales tomarán enérgicas medidas para hacer frente a semejante sacrilegio. En ningún caso hay que ignorar estas dificultades, pero tampoco hay que exagerarlas. No hay que pensar que les será imposible a los obreros descubrir las causas del cierre de su empresa. Los obreros no podrán detectar todos los lazos financieros que vinculan a un empresario determinado con la Banca, pues no cabe duda que se hará todo lo posible para impedir que los obreros penetren en este santuario. Pero incluso teniendo en cuenta el carácter fragmentario de las informaciones recogidas, incluso teniendo en cuenta la encarnecida resistencia a que habrán de enfrentarse estas iniciativas, deberán impulsarse con toda energía, pues sólo de esta manera se fundirá en un mismo bloque a todos los obreros, independientemente de sus distintas convicciones políticas, se hará frente a la ofensiva política de los empresarios.

Puesto que además de las dificultades normales estas comisiones de control habrán de salvar el obstáculo de la teoría del secreto comercial, es necesario formular como consigna inmediata, paralelamente al desarrollo de este tipo de investigaciones, la supresión del secreto comercial. En todo caso, lo más importante es crear estas comisiones de control, imponerlas, organizarlas inmediatamente, en el mismo momento en que lleguen las primeras noticias sobre el cierre eventual de la empresa, y coordinar todas estas comisiones de control en cada ramo industrial, en un único organismo de control que agrupe a todos los obreros de cada ramo. Aisladas, las comisiones de control son fáciles de destruir. En cambio, si al mismo tiempo que se crean comisiones de control en toda una serie de empresas, se plantea inmediatamente la unificación de todos estos organismos de control en una misma organización, los obreros se reforzarán considerablemente. El cierre de empresas debe convertirse en el punto de partida de la movilización en pro de la creación de comisiones de control en las diversas empresas y en los ramos industrias en su conjunto.

7. La ocupación de fábricas y empresas por los

obreros. Actualmente, el cierre de empresas constituye

muchas veces una forma de lucha, o mejor dicho, de represión contra los trabajadores. La manera más eficaz de hacer frente a este tipo de represión consiste, para los obreros, en la ocupación de las empresas. Pero hay que añadir que esta medida es muy extrema, que supone un alto grado de organización y el concurso de circunstancias especiales, para que los obreros puedan sacar ventaja de la ocupación de fábricas y empresas. En la lucha que se desarrolla actualmente en todos los países -sin

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hablar ya de la revolución rusa, durante la cual este tipo de iniciativas se tomaban ya antes de la revolución de octubre para luchar contra los patronos- los trabajadores han procedido y proceden a la ocupación de fábricas. Podemos citar el grandioso movimiento de los obreros italianos que, durante los últimos meses de 1920, se adueñaron de las empresas.

Respondiendo a la amenaza de los empresarios de declarar el lock-out, la vanguardia del proletariado italiano -los metalúrgicos de Milán- ocupó las empresas que iban a cerrar. Este ejemplo, ya histórico, de los trabajadores milaneses fue imitado por los obreros de otras ciudades, y no sólo por los metalúrgicos, sino en parte también por los obreros de la industria química, del textil y de otros ramos. El movimiento se extendió rápidamente a todo el norte de Italia, y la mayoría de las grandes empresas industriales pasó a manos de los obreros. Reinaba un orden perfecto. Los comités de fábrica y los comisarios de empresa que se nombraron inmediatamente demostraron una gran capacidad de organización y un gran talento comercial. Las empresas marchaban a pleno rendimiento, bajo la protección de las guardias obreras. Paralelamente, en Polesino y otras regiones agrícolas, el proletariado rural se adueñaba de las tierras sin que ello supusiera la interrupción de su labor.

Sin embargo, en el momento decisivo, los dirigentes de la C.G.T. se vinieron a negociar con el Gobierno. En el transcurso de la conferencia convocada por el ministro Giolitti, aprobaron un miserable proyecto de control obrero y tendieron la mano conciliadora al enemigo de clase, que se aferró a ella como el hombre que se ahoga se aferra a una tabla, para salvarse.

El movimiento había sido traicionado. La ofensiva fue rechazada, los trabajadores sufrieron una derrota. Esta derrota dio pie a la organización de todas las fuerzas contrarrevolucionarias. Vino el fascismo.

En Francia, Alemania e Inglaterra hubo casos aislados en que los obreros se apoderaron de las empresas. Así, en Browne (Inglaterra), los trabajadores de un molino y de una fábrica se adueñaron, en septiembre de 1921, de la empresa, ante el rechazo del empresario de satisfacer sus reivindicaciones. La producción prosiguió de manera perfectamente normal. El pan se vendía más barato; la producción aumentó gracias al trabajo de los obreros despedidos que fueron readmitidos. En la puerta de la empresa se colgó un cartel que decía: “Molino y fábrica del soviet de obreros de Browne. Producimos pan y no beneficios.” En la historia del movimiento obrero del período de postguerra abundan ejemplos de este tipo. Pero fue solamente en Italia donde la ocupación de empresas tomó carácter de acción de masas y donde todos los obreros

intervinieron en la lucha. La ocupación de fábricas provoca el odio feroz y

la resistencia armada por parte del Estado burgués; por esta razón, esta operación debe organizarse cuidadosamente; es necesario que la mayoría de los trabajadores participen activamente. La idea de la ocupación de fábricas es muy popular en las masas obreras, y es tarea de los sindicatos revolucionarios demostrar en la práctica que es posible continuar la producción sin que intervengan los empresarios. Cuando la comisión de control de que se ha hablado más arriba está convencida que el empresario quiere cerrar la empresa por razones de carácter represivo, pero que la producción puede proseguir perfectamente, esta comisión debe presentar a todos los obreros un informe detallado sobre el problema. Debe plantear los problemas prácticos de la continuación del trabajo, que naturalmente no es posible si no existen materias primas y determinados medios materiales.

En las grandes empresas suelen haber existencias de materias primas suficientes para cubrir un período bastante largo. Las mayores dificultades provienen de la ausencia de un fondo de operaciones. Incluso si la burguesía no responde inmediatamente con la represión militar a la ocupación de las fábricas por los obreros -cosa que no dejará de producirse si el movimiento se extiende-, incluso en este caso las dificultades financieras pueden desbaratar la iniciativa de los trabajadores. Por tanto, los sindicatos revolucionarios y el núcleo que se encarga de dirigir la ocupación de la empresa deben centrar su atención en asegurar ante todo, aunque sólo sea para el período inicial, los recursos financieros y un fondo de operaciones suficiente. Para ello pueden aplicarse los métodos adoptados por los trabajadores italianos, que en parte fueron también los de los obreros rusos: la venta de las mercancías almacenadas en la empresa, los empréstitos de las cooperativas simpatizantes, con estas mismas mercancías como garantía.

Pero el mismo hecho de ocupar una fábrica carece de significado si no da pie a una vasta campaña de agitación en el seno de las masas y a un combate abierto. No hay que olvidar que es más fácil adueñarse de una empresa que conservarla, pues la ofensiva económica de los obreros sólo puede consolidarse sobre la base de una victoria política, es decir, tras la destrucción del Estado burgués y la conquista del poder. El primer error de los sindicalistas consiste en imaginar la revolución como una ocupación de empresas y fábricas, haciendo abstracción del aparato de Estado burgués. Cuando a finales de 1920 los obreros italianos se apoderaron de las empresas, no habían dado más que un paso adelante. En efecto: ¿qué sucedió luego? Sucedió que los obreros de toda una serie de regiones ocuparon las fábricas y se pusieron a producir, pero al mismo

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tiempo el Gobierno burgués continuaba funcionando junto con todo su aparato: ejército, policía y justicia. También continuaban existiendo y funcionando los partidos burgueses, la prensa burguesa, desarrollando su propaganda antisocialista y preparando a todos los enemigos del socialismo para marchar contra los obreros. Estos, a su vez, después de ocupar las empresas se detuvieron a mitad de camino. Les parecía que prácticamente todo estaba ya resuelto, mientras que en realidad la ocupación de fábricas no era sino un momento, y nada más que un momento, de la lucha. No se puede conservar una empresa salvo en el caso de que simultáneamente con la toma del poder económico, la clase obrera conquista también el poder político, es decir, si destruye las viejas instituciones burguesas y crea en su lugar los nuevos organismos revolucionarios.

Jamás el vínculo existente entre la política y la economía se puso tan claramente en evidencia como en Italia a finales del año pasado. Si los anarquistas no fueran metafísicos, no tendrían más remedio que reconocer la validez de nuestro punto de vista en torno a la ligazón indestructible que existe entre la política y la economía, y renunciar a la idea infantil que se hacen de la revolución.

Entre todas las formas de lucha de que dispone la clase obrera, la ocupación de fábricas es la que reviste mayor gravedad, y por esta razón debe hacerse uso de ella con la máxima precaución, después de calibrar cuidadosamente las fuerzas de las dos partes contendientes y de examinar las circunstancias locales. La ocupación de una empresa puede dar buenos resultados en un momento de entusiasmo revolucionario general. Cuando reina un ambiente de calma, cuando en el seno de la clase obrera impera la pasividad y la reacción, cuando el empresario actúa a sus anchas y las masas no manifiestan una protesta latente ni la voluntad de luchar, la ocupación de una empresa puede desembocar rápidamente en una derrota. En esta situación, los obreros no sólo se verían aislados física y materialmente, sino también moralmente separados de los demás trabajadores. También puede suceder que queden aislados desde el punto de vista estratégico.

La ocupación de empresas sólo puede tener lugar si puede encontrar un eco inmenso y el apoyo de los obreros de otras fábricas. Este apoyo ha de manifestarse de diversas maneras, empezando por la ayuda económica, la ayuda en víveres, y, finalmente, mediante el veto resuelto a todo transporte de tropas, del mismo modo que la desorganización de las fuerzas hostiles al proletariado. Si la idea de la ocupación de empresas no se desarrolla en esta atmósfera de simpatía, si las masas obreras no dan muestras de una efervescencia revolucionaria suficiente, la ocupación de la fábrica puede ser liquidada al cabo de poco tiempo, y encima podrá

llenar de una profunda amargura los corazones de los trabajadores y destruir su confianza en sí mismos. Por tanto, sólo hay que recurrir a esta forma de lucha, que es tan importante para el combate revolucionario, después de analizar con todo detalle la situación y a condición de que existan las premisas, sino para una victoria definitiva, al menos para poder conservar la empresa ocupada durante un espacio de tiempo más o menos largo. Para ganarse la simpatía de las masas hay que rebajar el precio de los productos fabricados: es el mejor medio de propaganda a favor de la expropiación de las fábricas y empresas.

La ocupación de fábricas no sólo comporta dificultades puramente externas, sino también, y sobre todo, dificultades de orden interno. Los obreros tienen que resolver inmediatamente el problema de la gestión de las empresas, el de la distribución, de la remuneración del trabajo, toda una serie de problemas que antes sólo se les planteaban teóricamente, pero a los que hay que dar una solución desde el primer día de la ocupación. En lo referente a la gestión, conviene que durante el primer período sea asumida por el comité de fábrica, con la participación obligatoria de un representante del sindicato correspondiente. En cuanto a las demás cuestiones de este régimen interior, la de la distribución de los salarios, etc., la participación de los sindicatos es indispensable para que prevalezcan los intereses de la causa común sobre los intereses particulares. Hay que tener en cuenta que la ocupación de empresas, a medida que toma un carácter de acción de masas, puede desorganizar rápidamente el régimen burgués, puesto que este es el punto más vulnerable de las clases dominantes. Mientras la lucha se desarrolla fuera de las empresas, cuando sólo se propone un cambio en las formas de gestión, el patrono se siente fuerte, la propiedad permanece sagrada e intocable, y todos los cambios se producen en las esferas superiores de los círculos políticos, sin afectar a las bases mismas del sistema económico. La revolución rusa de octubre y todas las revoluciones inminentes en Europa occidental se distinguen de la gran Revolución francesa por el hecho de que la divisa de esta -”la propiedad es sagrada e inviolable”- ha sido sustituida por la consigna: “la propiedad no es ni sagrada ni inviolable”. Los ejemplos prácticos de la violabilidad de la propiedad privada se expresan de la forma más contundente en la ocupación de fábricas; eliminan en el espíritu de las amplias masas el respeto religioso por el régimen de la propiedad privada. Cuando se transforman en un amplio movimiento de masas, expresan la mayor amenaza para el régimen burgués; por consiguiente, la clase obrera no debe renunciar en modo alguno a este método de lucha.

Es necesario que la ocupación de fábricas sea obra de las masas; es necesario que en este movimiento participe el máximo de obreros; es necesario

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convertir cada ocupación en un asunto propio del conjunto de la clase obrera; es necesario exacerbar el antagonismo existente entre obreros y empresarios, fruto de las recientes ocupaciones; es necesario, finalmente, fijar la mirada en un solo y único objetivo: la liquidación definitiva de la propiedad privada. La ocupación de empresas puede ser un excelente medio de lucha contra las medidas represivas adoptadas por los patronos, pero rebasa ampliamente el marco de una protesta localizada. Es la expresión más contundente de la revolución social que se avecina.

8. El nivel de vida de las masas obreras. La lucha que se agudiza actualmente en todos los

países, se desarrolla contra la reducción de los salarios y la agravación de las condiciones de trabajo. Por muy atrasados que estén los obreros, por mucho que sean presa de las ilusiones reformistas, el empeoramiento incesante de las condiciones de trabajo despierta en ellos un sordo espíritu de protesta. No sólo las organizaciones reformistas, sino incluso los sindicatos católicos, los sindicatos de funcionarios del Estado, que siempre se han situado más a la derecha que el socialismo reformista, incluso estas categorías de trabajadores entran en colisión con las clases dominantes y el Estado ante la amenaza de ver reducido su nivel de vida. Las cuestiones relativas a los salarios y las condiciones de trabajo constituyen el eje central de la lucha de la clase obrera. Sería un error profundo querer dar la espalda a este grandioso movimiento de masas con el pretexto seudorevolucionario de que no se trata más que de unas migajas. Este desprecio anarquista por las necesidades elementales de las masas obreras esconde, bajo un barniz revolucionario, un contenido reaccionario. No es revolucionario el que en la lucha no esté con las masas. Lo que caracteriza precisamente la época en que vivimos, es que la lucha por mantener las anteriores condiciones rebasa el estrecho marco sindical, pues los obreros se enfrentan a los patronos organizados y al Estado burgués.

Sólo merece el nombre de revolucionario quien lleva a las masas, en la práctica de la lucha cotidiana, a la altura de la conciencia comunista. De ello se deduce que los sindicatos revolucionarios deben prestar la máxima atención precisamente a estas tentativas de reducir los salarios y deteriorar las condiciones de trabajo. Pero no hay que limitarse a reclamar el restablecimiento de las anteriores condiciones de trabajo. Estas se situaban, en todos los países, por debajo de las necesidades de los obreros. No sólo hay que defender las antiguas condiciones, hay que luchar por mejorarlas constantemente. Por ello, la elevación del nivel de existencia de las masas obreras debe ser una de las tareas prácticas del momento actual. La clase obrera

ha salido enormemente debilitada de la guerra, el porcentaje de enfermos ha aumentado fuertemente en todos los países, la mortalidad infantil ha crecido considerablemente; los efectos de la guerra se harán notar todavía durante varios años, y por consiguiente se trata de elevar el nivel de vida de las masas obreras y de no consentir en modo alguno que se rebaje, tal como en casi todos los países.

Los patronos y sus ideólogos, que en estos momentos reducen los salarios y agravan las condiciones de trabajo, invocan la competencia del mercado mundial, cada vez más intensa, y los intereses de la industria y la economía nacionales, que exigen la reducción de los salarios y del nivel de vida. Los obreros de los países aliados han caído en una trampa que ellos mismos habían preparado. La Alemania arruinada, en el momento actual, suministra, sino mano de obra barata, al menos mercancías a bajo precio. El hundimiento del valor del dinero y la depauperación de las masas obreras de Alemania y Austria, permiten a los capitalistas franceses, ingleses y americanos sacar ventaja de la transferencia de sus pedidos a Alemania, donde encuentran unas condiciones notablemente más favorables. Muchos norteamericanos cierran sus fábricas y trasladan sus pedidos a empresas alemanas. Aprovechando la depreciación de la mano de obra, algunos empresarios ingleses encargan incluso máquinas y toda clase de objetos en Alemania. Naturalmente, el mercado mundial determina los precios al por mayor, lo cual incide en las condiciones de trabajo. Pero los sindicatos que basan toda su política en la competencia se equivocan profundamente. Hacen que las condiciones de trabajo de los obreros de una categoría dependen de fuerzas que escapan a su influencia. De este modo, los obreros franceses, ingleses y norteamericanos, que se pusieron de acuerdo con sus burguesías, son ahora las víctimas de su “victoria”, pues la reducción del nivel de vida de los trabajadores alemanes arrastra consigo automáticamente el de los obreros ingleses, franceses y norteamericanos.

A la larga y no puede persistir ninguna diferencia mayor entre los salarios de los diversos países industriales. La nivelación se establece según el promedio de los salarios inferiores. El capital busca una mano de obra más barata y si no la encuentra en su país, encarga los productos y mercancías en el extranjero, demostrando así que la teoría del patriotismo económico creada durante la guerra y cultivada actualmente, es un plato que sólo se sirve al pueblo. Las clases dominantes sólo son patriotas si ello les aporta alguna ventaja y determinados beneficios. Si estos beneficios aumentan en detrimento de los intereses de la producción nacional, no habrá empresario que sienta escrúpulos por ello. El capital es internacional. Su patria está donde haya

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grandes beneficios que embolsar. Para los obreros, todos estos problemas de la

competencia en el mercado mundial, aunque no dejen de ser importantes, no pueden desempeñar un papel decisivo a la hora de determinar su nivel de vida. Los obreros revolucionarios no deben basar su acción en la cuestión de saber cuál de sus explotadores, el suyo propio o el extranjero, obtiene mayores beneficios. Debe partir del hecho de que la competencia entre los capitalismos nacionales ha existido y existirá siempre, y que esta competencia sólo podrá eliminarla la revolución social. Rebajar el nivel de vida de los trabajadores para mejorar la posición del capitalismo nacional en el mercado mundial: esta es la táctica de los capitalistas, apoyados en esto por los jefes de los sindicatos y reformistas. El vínculo existente entre los sindicatos reformistas y los capitalismos nacionales es tan estrecho que a partir del momento que se cierne la crisis sobre el mercado mundial, los jefes de los sindicatos reformistas empiezan a buscar por propia iniciativa los medios de disminuir los gastos, ya sea incrementando la productividad del trabajo, ya sea de cualquier otra manera, para permitir que la competencia continúe. Es verdad que este apoyo concedido a la burguesía para permitirle obtener, en todo momento y en cualquier circunstancia, elevados dividendos, se acompaña con protestas verbales contra la reducción de salarios. Tras estas protestas verbales se inician las negociaciones, y los líderes sindicales aceptan que se rebajen los salarios en un 10, un 15 por 100 y más. Estas reducciones de salarios y la ausencia total de voluntad de luchar constituyen el rasgo característico de la táctica de la mayoría de los dirigentes actuales de los sindicatos reformistas. Si esta táctica continúa aplicándose durante más tiempo, la colaboración entre la burguesía y los sindicatos no hará sino aumentar, y ello, por supuesto, en detrimento de las masas obreras.

Hasta ahora, la colaboración consistía en que los obreros no obtenían más que las migajas de los miles de millones que se embolsaban los patronos. Cuando los beneficios disminuyeron un poco, los patronos no sólo pasaron a sustraer a los obreros las migajas que antes les daban, sino que trataban de descargar todo el peso de la crisis sobre las espaldas de los trabajadores. Para hacer frente a esta táctica, los sindicatos revolucionarios deben poner en movimiento a las amplias masas. Hay que plantear a todos los sindicatos, cualquiera que sea la composición de sus organismos dirigentes, la cuestión del nivel de vida. Hay que unir en un mismo frente a las amplias masas obreras, incluso a las más atrasadas, en la lucha práctica por el aumento de salarios y la mejora de las condiciones de trabajo. Hay que demostrar que los sindicatos revolucionarios y los partidarios de la Internacional sindical roja son, incluso en este terreno puramente económico y

práctico, los más firmes luchadores y los más perseverantes defensores de los intereses de la clase obrera en su conjunto; en cada país hay que elaborar una serie de medidas destinadas a mejorar las condiciones de trabajo, hay que popularizarlas; hay que elaborar un programa de reivindicaciones prácticas, en torno al cual podrán agruparse todos los obreros; aplicar este programa en la práctica, por la vía revolucionaria, y desenmascarar a los líderes actuales de los sindicatos, que no quieren ni saben defender los intereses más elementales, los intereses vitales de las masas obreras, en el terreno material.

Por supuesto, puede suceder que en la lucha contra la agravación de las condiciones de trabajo, los sindicatos revolucionarios sean derrotados; pero si esto sucediera, no sería más que una derrota momentánea, una derrota sufrida en el transcurso del combate, y en absoluto una retirada voluntaria. Toda concesión benévola a los patronos, toda renuncia a la resistencia deben ser objeto de la denuncia más decidida y enérgica. La elevación del nivel de vida no debe ser una consigna abstracta, al contrario, debe convertirse en una consigna práctica y concreta de la lucha real, y solamente cuando los sindicatos revolucionarios hayan sabido arrastrar a la lucha por la elevación del nivel de vida a la mayoría de los obreros, solamente en el caso de que logren influir en los obreros integrados en los sindicatos reformistas y arrancar a la masa reformista de las guerras de sus jefes, solamente es este caso la lucha por la elevación del nivel de vida podrá contribuir enormemente a la preparación de la revolución social.

Los conflictos sociales revisten en todos los países un carácter tan agudo, tan flagrante, que no resulta difícil hacer comprender a los obreros la relación existente entre la elevación del nivel de vida y la lucha por el poder de los trabajadores. Un programa económico concreto, elaborado en una coyuntura social y política determinada, en la medida que sea aplicado con métodos revolucionarios, necesariamente tendrá que unir a las amplias masas en la lucha contra las clases dominantes y preparará a los obreros para la toma del poder económico y político en sus respectivos países. Ello implica que la lucha por la elevación del nivel de vida de los trabajadores debe convertirse en punto de partida de una lucha de mayor envergadura, por la eliminación de la explotación misma.

9. La táctica capitalista de la reducción de

salarios. La ofensiva desencadenada actualmente por la

burguesía por todo lo alto tiene, por objetivo hacer recaer sobre las espaldas del proletariado el peso de la crisis económica. Cuando se les propone rebajar los salarios, la mayoría de los sindicatos reformistas no sólo suscriben esta reducción salarial en un 15, 20, 30 por 100 y más, sino que además consideran

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que la reducción es perfectamente natural, por mucho que el coste de la vida esté lejos de disminuir.

Es muy significativo que la burguesía ni siquiera espera una reducción del coste de la vida para poner en práctica su táctica de reducción de salarios. El portavoz oficioso de la burguesía francesa, Le Temps, ha inventado incluso una teoría especial según la cual hay que rebajar primero los salarios para que disminuya automáticamente el coste de la vida. Este descaro sólo obtiene una respuesta insuficiente, y esta respuesta se limita a los trabajadores afectados en un momento dado por esta táctica de nuestros enemigos de clase. Así, vemos cómo una vez la clase obrera no protesta en absoluto, cómo otra vez da su consentimiento a la reducción de salarios, y cómo otra vez, finalmente, organiza manifestaciones, se declara en huelga; pero puesto que todos estos movimientos son parciales, la burguesía rompe poco a poco la resistencia de la clase obrera y prosigue con su política. Hemos conocido ejemplos de ello en Inglaterra, donde los mineros permanecieron en huelga durante más de tres meses, para rechazar la ofensiva de la burguesía. Los ferroviarios y los trabajadores del transporte, que habían concluido una alianza con los mineros, se negaron a apoyarlos en el momento más dramático de la lucha. El día en que se produjo esta negativa ha pasado a la historia del movimiento obrero inglés con el epíteto de “viernes negro”. Este “viernes negro” debe servir de ejemplo para demostrar cómo no hay que luchar contra la reducción de salarios a que procede sistemáticamente la burguesía.

En una situación de crisis económica, en un período en que los empresarios tienen su frente único, las movilizaciones parciales están condenadas de antemano al fracaso, y el hecho de que en Inglaterra, Alemania, Francia y Norteamérica estallen huelgas aisladas hace que estas luchas previsiblemente no lleven a ninguna parte. En el momento actual (septiembre de 1921) están en huelga 60.000 obreros en el norte de Francia. Esta huelga ha sido provocada por la reducción de salarios; pero observamos que mientras los obreros del textil están en huelga, otros sectores, como los ferroviarios, los trabajadores de las compañías de gas, los tranviarios, en suma, todos los sectores de la clase obrera de los que depende la misma existencia de un Estado contemporáneo, continúan trabajando, y en estas condiciones los obreros del textil serán derrotados inevitablemente. Es lo que hemos podido ver en los últimos conflictos en Alemania; es lo que podemos observar en todos los demás países. Los obreros combaten aisladamente, por destacamentos, en pequeños grupos, y no sufren más que derrotas; pues en el transcurso de una crisis económica los patronos pueden esperar, pueden permitirse el lujo de las huelgas prolongadas. Para hacerles frente, hay que organizar la intervención de los obreros de los

que más depende la actividad social. No se trata de organizar cada dos por tres una huelga general, tampoco se trata de fomentar en general la idea de que hay que realizar acciones frecuentes; no, se trata de que los obreros de cada país preparen, a través de una lucha larga y tenaz, los destacamentos de explotados con vistas a estas acciones. No hay que esperar a que las condiciones de trabajo empeoren en tal o cual sector, puesto que en una coyuntura de crisis económica, la huelga de los obreros de una región, un ramo o una empresa no puede revestir una importancia decisiva. En estas circunstancias, se trata de arrastrar a una huelga de protesta a los obreros de las empresas de servicios públicos, como los de las compañías de electricidad, de gas, los tranviarios, ferroviarios, los estibadores y marinos, etc. Son éstos quienes deben situarse a la cabeza de los combatientes, luchando contra la táctica burguesa de rebajar los salarios, a fin de consolidar las conquistas obtenidas.

A los sindicatos reformistas no les entra en la cabeza esta forma de plantear el problema. Están acostumbrados a luchar aisladamente. Carecen de todo sentimiento de clase. Los obreros ingleses son ante todo mineros, trabajadores del textil, de la madera, y sólo en última instancia son obreros a secas. Los obreros alemanes abrigan los mismos sentimientos corporativos, al igual que los obreros franceses, norteamericanos, etc. Los reformistas dividen verticalmente a los obreros en grupos separados. Su espíritu corporativo es más fuerte que sus vínculos de clase. Esto es lo que explica que en los momentos más críticos sólo luchen determinadas categorías de obreros, mientras que las demás se limitan a hacer de espectadores pasivos del duelo y muchas veces sólo se dan cuenta de su error cuando la resistencia de sus hermanos ya ha sido quebrada y la ayuda es ya muy difícil de aportar.

La tarea de los sindicatos revolucionarios consiste siempre en generalizar los conflictos. Sin llamar constantemente y por cualquier motivo a la huelga general, hay que tener siempre presente que en determinadas circunstancias la entrada en lucha de un destacamento de obreros empleados en empresas de servicios públicos constituye una necesidad absoluta y se justifica por los intereses de clase de todo el proletariado. De ahí que sea necesario prestar mucha atención a los obreros de estos sectores de la economía nacional, pues hay que tratar de convertirlos en los principales instrumentos de la lucha, no sólo por la mejora elemental del nivel de vida, sino también por la realización de los objetivos propios del proletariado en tanto que clase.

El aislamiento entre los diversos sectores del proletariado a nivel nacional también se da a escala internacional. Los conflictos actuales rebasan las fronteras nacionales. Los choques sangrientos entre el trabajo y el capital tienen siempre un alcance

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internacional; por esto hay que desarrollar la lucha en el plano internacional. Sin embargo, a este nivel la situación es todavía peor que a escala nacional. La relación entre los obreros de un mismo ramo de producción en los distintos países es aún más débil que la que existe entre los obreros de los diversos ramos dentro de un mismo país. Hemos podido observarlo en la última huelga de mineros: los mineros alemanes, franceses y belgas no han movido ni un dedo para acudir en ayuda de sus compañeros ingleses. Lo mismo sucede en todos los conflictos sin excepción. Los secretariados internacionales que existen actualmente en cada ramo industrial no desempeñan ningún papel durante los conflictos. De vez en cuando reúnen a los delegados de todos los países, estos intercambian algunos discursos oficiales y asunto concluido, cada uno vuelve a casa y continúa haciendo lo que ya hacía antes, es decir, ocuparse de la política nacional sin preocuparse de la solidaridad de clase internacional.

La lucha internacional contra la ofensiva de los capitalistas de uno u otro ramo industrial sólo es posible si se crean federaciones revolucionarias internacionales de sindicatos industriales. Estas federaciones deben asumir la dirección de las movilizaciones ofensivas y defensivas de los obreros de este o aquel ramo industrial en todos los países. Es cierto que este problema es extremamente difícil de resolver; pero la lucha social no puede zanjarse en modo alguno desde un punto de vista nacional, sino desde el punto de vista internacional. Y en lo que se refiere a las federaciones industriales internacionales, del mismo modo que todas las demás organizaciones revolucionarias internacionales, constituyen uno de los instrumentos más valiosos para la lucha defensiva y ofensiva de las masas obreras en su combate por su emancipación definitiva.

10. La mujer en la industria. En la lucha contra la crisis que se agrava,

determinadas organizaciones sindicales siguen una política de la mínima resistencia desplazando a las obreras de los puestos que ocupan en la industria. Durante la guerra accedieron a la actividad industrial centenares de miles, millones de mujeres. En casi todos los grandes países capitalistas, el número de mujeres empleadas en la producción ha aumentado considerablemente. Al término de la guerra y con la desmovilización de la industria, las organizaciones sindicales de algunos países, en lugar de defender los intereses de las mujeres, corno ellas tienen el deber de defender los intereses de los hombres, asumieron la iniciativa del despido de las mujeres. De este modo, sólo en Inglaterra han sido apartadas de la producción industrial centenares de miles de trabajadoras.

Esta división sexual de los explotados constituye evidentemente un vestigio del conservadurismo que

todavía pervive en el seno de las masas obreras. No hace mucho tiempo todavía en que numerosas organizaciones sindicales no aceptaban a las mujeres en sus filas, estimando probablemente que no eran dignas de ello. La lucha de las obreras por el derecho a adherirse a las organizaciones sindicales ha revestido un carácter muy doloroso, y en algunos países ha dado lugar a la formación de organizaciones femeninas separadas, que tienen por objetivo obtener el reconocimiento por parte de los hombres empleados en la misma industria.

Este punto de vista extremamente reaccionario sobre la mujer debe ser combatido decidida y categóricamente por los sindicatos revolucionarios, para los que todos los trabajadores constituyen una única familia de explotados. Incluso en esta cuestión, por muy elemental que parezca, existen divergencias importantes entre los sindicatos reformistas y los sindicatos revolucionarios. No se trata de rechazar el despido de las obreras en primer lugar, sino que es necesario plantear el trabajo femenino del mismo modo que el trabajo masculino. En numerosas organizaciones sindicales existe, incluso actualmente, una doble política salarial, una para los hombres y otra para las mujeres. Dentro de una misma categoría, los hombres perciben un salario más alto que las mujeres, y no porque produzcan mayor cantidad de objetos, no porque estén más cualificados, no porque su productividad sea más elevada, sino simplemente porque son hombres, mientras que las mujeres reciben salarios reducidos exclusivamente porque son mujeres, es decir, la capa más atrasada de los explotados.

Para los sindicatos revolucionarios no debe existir la división del proletariado en sexos. En la política salarial es necesario clasificar a los obreros según su cualificación, proclamar y realizar la consigna “a trabajo igual, salario igual”, independientemente del sexo de los trabajadores. La batalla por la reducción del coste de la producción consiste en determinados casos, sobre todo en un período de crisis, en la reducción de los salarios de las categorías más atrasadas de trabajadores, sobre todo de las mujeres. Algunas veces, sobre todo cuando están mal organizadas, las mujeres son las primeras víctimas de la crisis incipiente. Las organizaciones sindicales deben tener en cuenta estos hechos, no sólo cuando comienza la crisis, sino permanentemente, en su actividad cotidiana. La internacional sindical roja ha subrayado, en una resolución específica, la importancia extrema que tiene para la revolución social la conquista de las amplias masas de trabajadores. La revolución social sólo será posible cuando las obreras en su conjunto se hayan convertido en compañeras de lucha activas. Pues sin contar con los millones de obreras que trabajan actualmente en la industria es muy difícil conquistar el poder y conservarlo.

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En lo que se refiere a la mano de obra femenina, del mismo modo que la mano de obra infantil, las organizaciones sindicales, además de las tareas mencionadas, deben cubrir toda una serie de tareas específicas, como por ejemplo: la protección del trabajo de las mujeres y niños, la protección de las mujeres embarazadas, de las madres, etc. Las tareas de los sindicatos rojos en este terreno no sólo queda formulada en una resolución especial, sino también en la resolución sobre el problema de la organización, adoptada por el I Congreso Internacional. La actividad de los sindicatos en dirección a las obreras debe basarse en el siguiente apartado de la resolución de este congreso:

“Los partidarios de la Internacional sindical roja deben esforzarse particularmente por arrastrar a las obreras al interior del movimiento sindical revolucionario. No a las organizaciones sindicales femeninas separadas. El proletariado es uno, y en tanto que clase debe estructurar sus organizaciones, no sobre la base del sexo de los trabajadores, sino según los ramos industriales.

Las obreras, que constituyen la categoría más atrasada de los trabajadores, están mucho más explotadas que los hombres, y los sindicatos reformistas, fieles a la línea de la mínima resistencia, no establecen los salarios según la calidad y la productividad del trabajo, sino en función del sexo de los trabajadores. Cuando comienza la crisis, los sindicatos conservadores toman frecuentemente la iniciativa de despedir a las obreras de su trabajo. Hay que combatir enérgicamente esta política desastrosa y contraria a los intereses de la clase obrera. La obrera está más explotada que el obrero, y nuestra tarea consiste en hacer de ella una militante activa en pro de la revolución social y de la dictadura del proletariado. Un sindicato merece formar parte de la I.S.R. si tanto en la cuestión del trabajo femenino como en todas las demás se desprende de los viejos prejuicios y asume la defensa y la reglamentación del trabajo femenino, con el único objetivo de incrementar las filas del ejército de la revolución social con nuevos luchadores incansables reclutados entre las obreras explotadas y oprimidas.” 11. Los convenios colectivos. Los viejos dirigentes de las organizaciones

sindicales dicen y escriben con frecuencia que la burguesía, en su ofensiva, no osará violar los convenios colectivos. En general, los convenios colectivos son para los dirigentes reformistas la mayor conquista de la clase obrera. Muchos de estos dirigentes incluso piensan que éste es el único objetivo que deben plantearse las organizaciones sindicales. En un folleto titulado “El Trabajo organizado”, un dirigente muy conocido del

movimiento obrero norteamericano, John Mitchel, escribe sin ambages que la misión principal de las organizaciones sindicales consiste en pasar del contrato individual al convenio colectivo. Es evidente que el convenio colectivo es un avance con respecto a los contratos individuales.

Antes, el patrono se las tenía que ver con un vendedor de fuerza de trabajo aislado y, por consiguiente, impotente; establecía los salarios y las condiciones de trabajo a su gusto. Las organizaciones sindicales, como organismos encargados de la defensa de los intereses de la clase obrera, actúan en funciones de vendedores colectivos de la mano de obra, como parte interesada en la compraventa de la energía y los conocimientos de los obreros. Ha sido necesaria una lucha muy prolongada, una lucha de varios decenios para que las organizaciones sindicales -y esto no se ha logrado todavía en todas partes- obtengan el derecho de concluir contratos, no sólo en nombre de los obreros que agrupan, sino en representación de todos los trabajadores de su ramo. La lucha larga y tenaz por la sustitución del contrato individual por el convenio colectivo ha inculcado a los dirigentes sindicales la idea del valor absoluto de los contratos colectivos, de su significado universal, la idea de que mediante los convenios colectivos puede introducirse el orden en la anarquía de la producción y establecerse la paz social gracias a la sanción del Estado.

En pocas palabras, para los sindicatos reformistas el convenio colectivo es un fin en sí mismo. Tratan de establecerlo para un período de tiempo muy largo, pues consideran que el mismo hecho de haberlo concluido es una garantía suficiente de que será ejecutado. En realidad, los convenios no son otra cosa que armisticios temporales. Hay que combatir con la máxima energía la sobreestimación exagerada de los convenios colectivos, hay que considerarlos como una breve interrupción en la lucha entre el capital y el trabajo. No existe en la lucha social ningún caso en que los patronos hayan retrocedido ante la violación de obligaciones formales. En la ofensiva que se desarrolla actualmente en todas partes, vemos como los patronos llegan a violar los convenios colectivos, y sólo quienes no tienen ni idea de la lucha de clases pueden tranquilizarse ante la idea de que un convenio colectivo firmado obligará al patrono a aplicar todas las cláusulas que contiene. Los obreros deben considerar los convenios colectivos del mismo modo que los empresarios. En su esencia, el convenio colectivo constituye un acuerdo provisional entre dos bandos enemigos, y por lo demás ambas partes afirman abiertamente que en el momento oportuno están dispuestas a establecer un nuevo convenio colectivo más ventajoso que el anterior. Cada una de las partes cumple las cláusulas del contrato en la medida en que no tiene la fuerza para no cumplirlas. ¿Acaso los convenios colectivos

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han ayudado en algo a los mineros o a los trabajadores del textil en Inglaterra? No. Siempre que la burguesía ha visto la posibilidad de hacer algo para favorecer sus intereses, lo ha hecho y ha delegado en los juristas y periodistas mercenarios la tarea de buscar una base legal para sus actos. Lo mismo sucede en Norteamérica, en Francia, en Italia, en Alemania, en Checoslovaquia, en Suecia, etc. La naturaleza del patrono es la misma en todas partes. Los patronos no son metafísicos, son auténticos políticos, y no suelen considerar los convenios colectivos concluidos como fetiches. En cambio, entre los obreros, y sobre todo entre sus dirigentes, hay muchos metafísicos: se inclinan a exagerar el valor de los convenios colectivos y tratan a toda costa de evitar la lucha. Desde el punto de vista de los reformistas, los convenios colectivos atenúan las contradicciones de clase y sustituyen la lucha de clases. En realidad, esto es falso, tanto desde el punto de vista teórico como práctico. Los contratos de trabajo son un producto, un resultado de la lucha de clases, y no pueden sustituirla, del mismo modo que una casa destruida por un terremoto no puede ser identificada con el seísmo.

Es cierto que existen convenios colectivos estrictamente corporativos y contrarios al espíritu de clase. En estos convenios aparecen tendencias netamente reaccionarias: la exclusión del trabajo de los obreros recientemente cualificados o extranjeros, la exclusión, limitación o reducción de los salarios de la mano de obra femenina, etc. Existen también convenios entre los obreros y empresarios (que se denominan “alianzas”), que van dirigidos contra los consumidores. Tales convenios son fruto de la paz social y no de la lucha de clases.

Si por un lado observamos una idealización de los convenios colectivos, su transformación en un fin en sí mismos, en un fetiche, por otro lado hay quien considera el convenio colectivo como algo inútil o incluso nocivo. Esta idea la difunden los anarquistas, que la sostienen con toda la ultranza de sus tendencias revolucionarias. “Los obreros revolucionarios no deben negociar con los patronos”: esta es la base de su táctica. Esta apreciación del papel de los convenios colectivos es tan absurda y nociva como la otra. En la guerra no se negocia con el enemigo mientras haya esperanzas de poder derrotarlo definitivamente. Pero cuando no se le puede vencer, se concluye con él un armisticio. Lo mismo sucede en la lucha de clases: el peligro no reside en el hecho de que los representantes de los obreros negocien con los de los patronos, sino en el modo de negociar, en la naturaleza del armisticio concluido y en su conducta después de firmar el acuerdo colectivo. Si se convierte el convenio colectivo en un fin en sí mismo, no se prepara a las masas obreras para la lucha posterior, se llenan de ilusiones sobre la estabilidad y permanencia del

convenio colectivo. Pero si los sindicatos presentan el convenio como un armisticio provisional y no cesan de fomentar la lucha, el acuerdo concluido puede ser provechoso (relativamente, es cierto) para la clase obrera. El peligro no reside en las negociaciones con la patronal ni en los convenios colectivos: se trata de saber en nombre de qué se plantean las negociaciones y cómo los sindicatos aprovecharán la paz armada para preparar la guerra de clases del porvenir.

12. Las bandas patronales. La burguesía, que tanto habla del desarrollo

pacífico y de la naturaleza criminal de toda violencia en los conflictos económicos, crea ahora organizaciones especiales, compuestas por representantes de la clase burguesa y por mercenarios, para luchar directamente contra los obreros revolucionarios. Antes de la guerra, los conflictos económicos solían concluir de manera más o menos apacible. Había choques frecuentes con los esquiroles; distintos grupos de obreros atacaban violentamente a los que rompían las huelgas, pero en su conjunto estas huelgas masivas se desarrollaban pacíficamente, bajo la protección de las bayonetas de la policía. La conquista más importante en el terreno del derecho de huelga, fue el derecho de los obreros a organizar sus propios equipos para tratar de convencer a los esquiroles que no reanuden el trabajo, y en general para influir moralmente en ellos.

Actualmente, en el período de postguerra, la burguesía no aplica estos viejos esquemas jurídicos. No hay país capitalista donde no se hayan formado organizaciones especiales de esquiroles, compuestas por hijos de papá y mercenarios, para sabotear las huelgas y desorganizar a las masas obreras. En algunos países, estas organizaciones no sólo actúan durante la huelga, sino también después. En Italia se han creado pequeños grupos (fasco), compuestos por pequeños propietarios, intelectuales, burgueses, campesinos acomodados y todo tipo de elementos desclasados, para defender los “intereses nacionales y particulares”, y que han atraído a sus filas a los adversarios de la clase obrera, instaurando, con el apoyo benévolo del Estado, un sistema de terror blanco conocido con el nombre de “fascismo”.

La misión fundamental del fascismo consiste en la eliminación de los dirigentes revolucionarios del proletariado y en la desmoralización de las masas obreras. El asesinato de centenares de obreros y de sus líderes, la destrucción de las organizaciones obreras, la quema de sus locales, la creación de sindicatos amarillos paralelos, estos son los frutos de la actividad del fascismo. El fascismo es internacional... En España, el “somatén” asesina sistemáticamente, con la ayuda de la policía, a los obreros revolucionarios. Estas bandas mercenarias penetran en las viviendas, en los bares, y asesinan

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despiadadamente a los “militantes peligrosos”. Con la ayuda del Gobierno se asesina en las cárceles, o inmediatamente después de la puesta en libertad de los obreros.

En Inglaterra, las guardias blancas (los Voluntarios) han destruido los restaurantes populares al servicio de los mineros en huelga. En Argentina y Chile, el “somatén” ha quemado vivos a algunos obreros que se negaron a delatar a los agitadores en las huelgas económicas o políticas. En los Estados Unidos, los bandidos de las ligas civiles, los Ku-Klux-Klan, participan activamente en la búsqueda de los “mineros revoltosos” en Virginia occidental, con los mismos métodos que antiguamente sus predecesores daban caza a los Pieles Rojas. A los dirigentes más combativos de los “Trabajadores Industriales del Mundo” los embadurnan de alquitrán y los queman; trasladan bandas de provocadores a las zonas conflictivas, y si es necesario organizan atentados para entregar a la justicia a los obreros que quieren eliminar.

En Alemania existen dos tipos de organizaciones: las sociedades secretas y las ligas de oficiales, que tienen por objetivo la restauración de la monarquía. Con la tolerancia del Gobierno organizan masacres de obreros revolucionarios y de los comunistas más combativos. El proletariado alemán cuenta con centenares de víctimas de estas organizaciones de asesinos... Además, existe una organización legal de esquiroles, una Organización de ayuda técnica para el sabotaje de las huelgas. La dirección de esta organización tiene su sede en Berlín; al frente de ella se encuentra un comisario nombrado por el Gobierno y supeditado directamente al Ministerio del Interior. La estructura de la organización es la siguiente: el país se divide en 16 regiones, que a su vez se subdividen en subregiones, cuyo número asciende a más de 80. En cada localidad, la acción corre a cargo de grupos locales, de los que existen más de un millar y que cuentan en total con más de 170.000 miembros. Hasta el 1 de enero de 1921 ha habido 521 intervenciones de la “ayuda técnica”; en 88 casos se trataba de centrales eléctricas, en 49 de compañías de gas, en 34, de empresas de transporte ferroviario, etc.

En todos los países existen organizaciones análogas de bandas paralelas y de esquiroles: en Francia, las “ligas cívicas”; en Hungría, los “Vigilantes húngaros”; en Polonia, la organización de los “Sokols”, “Boyuvki”, etc. Lo mismo sucede en Checoslovaquia, Yugoslavia, Rumania. En todas partes existen, junto al aparato represivo del Estado, compañías contrarrevolucionarias de voluntarios para luchar contra la revolución que se aproxima. Existen además los sindicatos amarillos clásicos, que ya funcionaban anteriormente.

Por sí solas, estas bandas no representan una fuerza importante, pero se ven reforzadas por el

hecho de que en todos los países los Gobiernos las visten, las arman y les dan dinero, de modo que gracias a la ayuda del Estado estas organizaciones, cuya fuerza y número de miembros son insignificantes, ejercen una influencia considerable en las luchas. Todas estas organizaciones de

esquiroles y asesinos que cubren actualmente la geografía de Europa y América, deben ser destruidas a toda costa, pues su pervivencia constituye una amenaza para la existencia misma de las organizaciones obreras.

¿Qué actitud deben adoptar los trabajadores y sus sindicatos revolucionarios ante estas “guardias blancas”? ¿Cómo combatirlas? Los sindicatos revolucionarios no pueden permanecer indiferentes ante esta cuestión. En Italia, la Confederación General del Trabajo, de acuerdo con el partido socialista, ha llegado incluso a concluir un tratado de armisticio con los fascistas. Es un hecho que los fascistas no han cumplido con este tratado, y los pacifistas e idealistas de la C.G.T. y del partido socialista italiano han demostrado de nuevo que no han comprendido ni un ápice de las condiciones fundamentales de la lucha social que han dado origen a estas organizaciones de asesinos. Los dirigentes del partido socialista y de la C.G.T. han adoptado el punto de vista idealista: hay que contemporizar, los crímenes de las organizaciones patronales de devastadores provocarán fuertes reacciones en el seno de la sociedad, el Gobierno democrático se verá forzado a intervenir para restablecer el orden, etc. Este punto de vista alberga un pesimismo desesperanzado: es la filosofía del suicidio. En ningún caso la clase obrera debe ni puede adoptar una actitud pasiva, idealista, frente a este fenómeno social sumamente importante. Estas organizaciones de asesinos actúan hoy como esquiroles y criminales. Es la guardia contrarrevolucionaria, que se agrupa y organiza.

La burguesía internacional ha asimilado mejor que la clase obrera las lecciones de la revolución rusa. Los burgueses se apresuran ya a organizar su ejército blanco, volcando en esta tarea todo el aparato de Estado. La burguesía sabe muy bien que en la lucha final que tendrá lugar en todos los países triunfará el bando que esté mejor organizado y sepa actuar con mayor rapidez y energía. Ya ahora entrena a sus organizaciones contrarrevolucionarias, que en sus acciones violentas actuales aprenden cómo deben sofocar la insurrección obrera. En estas condiciones, aferrarse a los viejos métodos de lucha durante las huelgas, limitarse a enviar delegaciones parlamentarias y llamamientos a la calma, como hacen los dirigentes de los sindicatos reformistas, es puro cretinismo. En el transcurso de los grandes conflictos sociales, los obreros deben crear inmediatamente sus unidades de combate en cada localidad, sus destacamentos, sus piquetes de huelga,

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que deben combatir enérgicamente a los empresarios organizados y a los esquiroles. Mientras las organizaciones obreras no hayan creado estas unidades de combate, mientras no opongan la fuerza de los trabajadores a la fuerza de los hilos de los burgueses, las bandas contrarrevolucionarias continuarán destruyendo las organizaciones obreras y desorganizando el movimiento revolucionario. La creación de unidades de combate de los huelguistas, de equipos especiales para la lucha contra el sabotaje de las huelgas, de destacamentos para luchar contra los asesinos de la burguesía: ésta debe ser la respuesta de las organizaciones obreras.

Las informaciones de la prensa diaria a este respecto demuestran que en este terreno, al igual que en otros, los patronos llevan mucha ventaja a los obreros. Mientras que existen organizaciones patronales de combate en todos los países, mientras que estas organizaciones intervienen activamente en todas las huelgas de cierta envergadura, observemos que sólo en algunos pocos conflictos los obreros responden adecuadamente a los golpes de los patronos, creando unidades especiales de combate para la lucha contra las organizaciones patronales. El retraso en el desarrollo de estas unidades se debe enteramente a la ideología reformista que ha predominado hasta ahora en el movimiento sindical de muchos países. Para un trade-unionista, para un reformista alemán o un sindicalista francés “razonable”, el obrero no debe recurrir a las formas de lucha que no están previstas por la ley burguesa. Su táctica se basa totalmente en el cumplimiento de las leyes durante la lucha. ¡Calma, por el amor de Dios! He aquí la consigna que se repite sin cesar en la prensa reformista.

Evidentemente, la calma es positiva, siempre que se trate de una calma disciplinada en las acciones revolucionarias. La calma y la disciplina no se oponen, al contrario, son las premisas de la lucha revolucionaria. Y en este sentido todo obrero revolucionario, todo militante del movimiento sindical revolucionario, llamará siempre a los obreros a la calma y a la disciplina. Pero, ¿qué especie de calma predican los reformistas a los trabajadores? En el mejor de los casos, para ellos la calma equivale a la huelga de brazos caídos. Incluso cuando la huelga arrastra a un gran número de obreros -los reformistas se ven muchas veces forzados a dirigir grandes huelgas-, incluso en este caso, el cumplimiento de la legalidad es el principio que inspira la táctica de los señores de Ámsterdam. Para nosotros, la legalidad no es un fetiche. Ni los fascistas ni las demás bandas contrarrevolucionarias están previstos en la ley burguesa. Sin embargo, estas organizaciones ilegales desempeñan hoy en día un papel muy importante en las huelgas económicas. Hay que ir decididamente al encuentro de los patronos y crear unidades obreras de combate, no autorizadas por la ley, que ejecuten las

decisiones adoptadas por las organizaciones sindicales respectivas. Sólo la organización de unidades de combate de los huelguistas, sólo una actitud, muy vigilante y seria cara a estas bandas contrarrevolucionarias de la burguesía que acaban de entrar en escena puede ahorrarle al movimiento obrero los continuos programas, favorecidos no solamente por la burguesía, sino también por los sindicatos reformistas. El I Congreso internacional de los sindicatos revolucionarios tuvo razón, mil veces razón, cuando a la vista de los cambios producidos en las condiciones de la lucha social afirmó, en su resolución, que “la organización de piquetes de huelga especiales, de destacamentos especiales de

autodefensa” es una cuestión de vida o muerte para la clase obrera.

13. Las organizaciones obreras de autodefensa. Los destacamentos de huelguistas que deben crear

las organizaciones sindicales para defenderse frente a los ataques de todo tipo de las bandas contrarrevolucionarias y de esquiroles, han de realizar toda una serie de tareas prácticas y concretas en el transcurso de los conflictos sociales. Distribuir centinelas y piquetes, como se practica en muchos países para realizar la propaganda y la agitación entre los esquiroles, resulta insuficiente; es necesario ir más allá; estos piquetes de huelga deben impedir la llegada de materias primas a la empresa durante la huelga, o de productos manufacturados, y la salida de mercancías fabricadas. Los empresarios intentan desencadenar la ofensiva contra los obreros cuando cuentan con determinadas reservas de productos o cuando pueden asegurar la fabricación de estos productos en otras empresas. En este terreno impera la unidad total entre los patronos. Éstos estiman que constituye su deber de clase ayudarse mutuamente en la lucha, y de este modo logran muchas veces hacer fracasar las huelgas obreras.

Inmediatamente después de la revolución de febrero, en Rusia, los obreros adoptaron nuevas formas de lucha frente a los patronos. Cuando estallaban los conflictos, cuando los obreros dejaban de trabajar, solían organizarse inmediatamente guardias de combate de los huelguistas -que en Rusia se denominaban “guardia roja”-, cuya tarea consistía, por un lado, en impedir que los esquiroles penetraran en las empresas, y por otro, que las fábricas pudieran suministrar mercancías o satisfacer a sus clientes gracias a las reservas existentes. Esta forma de desarticular el aparato comercial y de impedir la ejecución de los pedidos, las trabas puestas al envío de mercancías encargadas a otras fábricas, impresionaban enormemente a los patronos. Mientras los obreros se mantengan dentro de los límites impuestos por las numerosas leyes que protegen los derechos de los empresarios, su lucha se desarrolla en condiciones extremamente difíciles. Es evidente

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que hay que utilizar todas las posibilidades legales, hay que desplegar todos los esfuerzos para que ningún apartado de la ley que en alguna medida contemple los derechos de los obreros, se convierta en papel mojado. Pero los obreros cometerían un error muy grave si consideraran la ley como algo intocable.

Toda la legislación contemporánea de los países capitalistas se basa en la defensa de la propiedad privada y en la protección de los intereses patronales. Pero la legislación social que se ha producido durante los últimos decenios limita parcialmente esos derechos, en la medida que esta legislación concede ciertos derechos a los obreros. La legislación social es el fruto de una lucha larga y encarnizada de los trabajadores, y sería una locura despreciar los derechos adquiridos o de minimizar la importancia de las posiciones conquistadas. No, no es desde este punto de vista que hay que abordar el problema de la aplicación inmediata de las reivindicaciones de la clase obrera. Ésta, al mismo tiempo que se parapeta en las posiciones conquistadas, debe ampliarse sin cesar, rebasar sus límites.

Por supuesto no existe ninguna ley que prevea la organización de destacamentos de combate de los huelguistas, y no cabe duda que el corte en los suministros a los clientes provocará una feroz resistencia por parte de todo el aparato del Estado burgués. Pero si en su lucha la clase obrera sólo tiene en cuenta lo que está permitido, jamás dejará de ser esclava, pues siempre se ha concedido a los obreros lo que han conquistado con batallas muchas veces duras y violentas. Por esta razón hay que enfocar estas nuevas formas de lucha desde un punto de vista realista. Este método comporta, sin duda, grandes dificultades, y puede dar lugar a provocaciones; las bandas patronales y los esquiroles pueden tender una trampa en este terreno a los obreros; el Estado burgués puede volcar su aparato represivo sobre los obreros que se atreven a lesionar los intereses sagrados de la propiedad privada. Pero no existe ninguna forma de lucha que no pueda ser explotada por nuestros enemigos. El que teme estos riesgos debe adoptar el punto de vista de los reformistas y permanecer de brazos cruzados, con lo cual evidentemente el peligro será menor. Sin embargo, incluso si se adopta el punto de vista de los reformistas de no recurrir a ninguna acción ilegal, incluso si se permanece exclusivamente dentro del marco de la ley, la clase obrera no tendrá por ello mayores garantías frente a las acciones ilegales de los patronos y del Estado burgués.

Basta con examinar la situación en la Norteamérica “democrática” para darse cuenta que los reaccionarios no son simples charlatanes, sino hombres de acción; no retroceden ante ninguna medida violenta si estiman que les favorecerá en alguna medida. La lucha social del último año, en los

Estados Unidos, ha conocido acciones violentas escandalosas, perpetradas contra obreros revolucionarios. Los dirigentes de las huelgas caen asesinados en plena calle. Se les cubre de alquitrán para quemarlos vivos. Se los llevan desnudos a un bosque, a centenares de kilómetros, donde son golpeados con látigos, y todo ello es obra de las organizaciones patronales con el apoyo de las autoridades federales. Los juristas burgueses no dicen, evidentemente, que estos delitos están previstos en la ley, pero siempre que se descubren semejantes escándalos resulta que los culpables son, no se sabe por qué, los obreros y no sus sicarios. ¡Al parecer, a los obreros les agrada que los cubran de alquitrán y los quemen vivos! La justicia burguesa reacciona de esta manera siempre que ha de examinar asuntos en que se enfrentan los intereses de los obreros y los patronos. Sólo la flojera espiritual de los reformistas y el reblandecimiento cerebral pueden explicar la teoría del cumplimiento de la ley a toda costa, tal como la pregonan los organismos dirigentes del movimiento sindical contemporáneo.

Los obreros revolucionarios deben despreciar el miedo erigido en dogma, y deben proseguir su camino luchando contra la burguesía con todos los medios a su alcance. Para que este método sea eficaz, es decir, para golpear al patrono en el punto más vulnerable, el monedero, es necesaria la participación activa de los trabajadores del transporte. Por muy buena que sea la organización de ciertos grupos de obreros, éstos no podrían poner en práctica el aislamiento de la empresa o la región si los trabajadores del transporte continúan trasladando las mercancías. El aislamiento de la empresa es un hecho cuando ningún trabajador del transporte lleva más mercancías a la empresa o al lugar del conflicto. Los peones no deben descargar los vagones, etc. Sólo estos estrechos lazos de solidaridad entre los sindicatos revolucionarios de los distintos ramos permitirá hacer efectivo el aislamiento de las diversas empresas o zonas donde luchan los huelguistas. Si los sindicatos respectivos actúan solidariamente, los destacamentos de combate de los huelguistas pueden desempeñar un papel sumamente importante. Naturalmente hay que recordar que estas unidades son organizaciones de autodefensa y que sería muy nocivo que estos piquetes de huelga comenzaran a destruir máquinas a gran escala y a practicar el sabotaje, que en opinión de los anarquistas desempeña en la lucha un papel decisivo. Los obreros son los herederos de la burguesía, y destruir las máquinas significaría por su parte destruir sus propios bienes. La idea de la destrucción de las máquinas tiene el campo abonado donde no hay solidaridad entre los trabajadores, pues algunos compañeros piensan que el heroísmo individual puede sustituir al heroísmo y al espíritu creador de las masas. Por ejemplo, el folleto titulado Cómo

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haremos la revolución social, de dos antiguos anarcosindicalistas, Pataud y Pouget, se basa en la desorganización de la producción, con medios puramente físicos, con objeto de realizar de un golpe la revolución social. Los sindicatos revolucionarios, al mismo tiempo que saben apreciar el heroísmo de los luchadores avanzados de la clase obrera, basan su táctica en la actividad de las propias masas, en su solidaridad y su tenacidad en el combate. Por esta razón, los destacamentos de huelguistas sólo serán eficaces en la medida en que estén vinculados a las organizaciones de masas y en que actúen bajo su control directo; y ello no es posible en el caso de las acciones individuales.

14. El control de la producción. La lucha económica de la clase obrera debe

gravitar en el período presente en torno al control de la producción. Sin el control sobre las empresas es imposible, actualmente, resolver ningún problema planteado a la clase obrera. La cuestión del paro, el cierre de empresas, etc., todo ello está relacionado con el control de la producción. En este terreno no es posible ningún compromiso, ningún intento de encontrar una vía intermedia, de organizar un control que sea aceptable tanto para los obreros como para los empresarios.

¿Qué es el control de la producción? No se trata de un control financiero formal. No se trata de crear una comisión revisora que examine una o dos veces al año las cuentas y circulares de la empresa. Esto no es el control de la producción, ni su sucedáneo, sino simplemente una caricatura de la idea misma del control obrero. El control de la producción tiene por objeto el sometimiento al control de los obreros de las múltiples actividades de cada empresa: industrial, técnica, financiera, comercial; en una palabra, hay que someter al control estricto de los trabajadores las múltiples y diversas facetas de la actividad productiva contemporánea.

Pero ¿no viola este control organizado por los obreros los intereses de la propiedad privada? Significa la injerencia de los obreros en un terreno que desde siempre ha pertenecido a los patronos, en un santuario prohibido para los obreros. Sí, el control de la producción constituye efectivamente una injerencia de los obreros en las relaciones de derecho privado. Pero esta injerencia se ha convertido en una necesidad histórica y debe ser realizada en interés de la conservación de la clase obrera. El impresionante despilfarro de fuerzas productivas y valores que tuvo lugar durante la guerra y que también se observa en el momento actual, solamente llegará a su fin cuando la clase obrera entre en contacto directo con la producción, cuando deje de ser simplemente un factor más de la economía e intervenga directamente en ella, cuando deje de ser simplemente una pieza de la maquinaria y se convierta en directora consciente

del mecanismo industrial. La transformación de la clase obrera de clase para los demás en clase para sí, como decía Marx, sólo será posible, por supuesto, después de la revolución social, después de la instauración del régimen socialista. Pero el establecimiento mismo de este régimen depende de los resultados futuros del intento de la clase obrera de imponer el control de la producción un control de la economía capitalista.

La idea del control de la producción surgió hace tiempo, mucho antes de la guerra. Durante el conflicto bélico adquirió el derecho de ciudadanía en lodos los países, cuando los Estados burgueses, al servicio de los intereses de clase de la burguesía, pasaron a controlar los distintos ramos de la economía nacional, tratando de conservar y perpetuar la dominación de la burguesía como clase. El Gobierno subordinó los diferentes elementos de la clase dominante a sus intereses generales. El control estatal fue la idea económica predominante durante toda la guerra. El término de ésta comportó el fin del control estatal, la eliminación de la economía de guerra y el libre juego de todas las fuerzas capitalistas. Pero el libre juego de las fuerzas capitalistas va ahora en detrimento de los intereses particulares de la clase obrera. De ahí la idea, que tomó cuerpo durante la guerra y sobre todo en el transcurso de la revolución rusa, de establecer un control obrero real y no ficticio. La idea del control de la producción está tan extendida actualmente que los mismos gobiernos burgueses se ven forzados a ocuparse del asunto. Cuando a finales de 1920 los obreros italianos ocuparon numerosas fábricas durante varias semanas, Giolitti se pronunció a favor del control obrero e incluso sometió al Parlamento un proyecto de ley sobre el tema.

Se ha hablado mucho del control obrero en Inglaterra, donde se han ocupado de él toda clase de comisiones gubernamentales, con la participación de las organizaciones sindicales. Se ha hablado del control obrero en Francia, donde la Federación del Metal ha elaborado un ridículo proyecto que da prueba de la pobreza de espíritu de los dirigentes de esta federación, pues en este proyecto no hay ni un átomo de comprensión del significado del control obrero. Sobre todo, se ha hablado del control obrero y del control de la producción en Alemania. Sin embargo, cosa extraña, cuanto más se hablaba del control obrero, más inconcreto y ambiguo se hacia este control, y ningún obrero alemán puede decir con precisión qué es el control de la producción tan solemnemente prometido por todos los gobiernos republicanos de Alemania, en cuyo seno desempeñaban un papel tan activo como destacado los socialdemócratas y los dirigentes de los sindicatos alemanes. En ningún país capitalista existe el control obrero -sólo puede existir como un arma de las masas a la hora de las acciones revolucionarias en

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la lucha contra la burguesía, como un contrapeso frente a la burguesía. Ningún control es posible sobre la base de un acuerdo. Pues ¿en qué se pueden poner de acuerdo los obreros y la burguesía? ¿En que los obreros controlen el desarrollo industrial y la actividad comercial de la empresa? El patrono no lo aceptaría jamás, pues ello sería inmiscuirse en el terreno más sacrosanto de la propiedad privada.

Por consiguiente, siempre que se hable del control basado en un acuerdo, no puede tratarse de otra cosa que de un control puramente formal, pues será inofensivo para la burguesía. Es por ello que la consigna del control de la producción o del control obrero debe ser realizada directamente con métodos revolucionarios. No hay que olvidar que en este terreno la clase obrera deberá afrontar la resistencia más feroz y decidida de la burguesía. Esta puede muy bien iniciar una política de concesiones en torno al problema del trabajo de las mujeres y niños, o incluso en el de las garantías contra el paro; pero conceder un auténtico control obrero, esto rebasa para la burguesía los límites de lo posible. Hay que hacer gala de una elevada dosis de ingenuidad para esperar que se podrá instaurar el control obrero sin que las clases dominantes se opongan ferozmente. ¿Significa esto que los obreros deben frenar su lucha? Por supuesto que no. La clase obrera no es tan ingenua como para esperar que la burguesía haga concesiones voluntarias. En ningún aspecto de la lucha de clases la victoria ha sido o es fácil para la clase obrera. Es evidente que en el terreno del control de la producción, las victorias serán más costosas que en otros terrenos, pues si bien en la política existen múltiples formas de gobernar (república, monarquía constitucional, monarquía absoluta, etc.), en el terreno económico domina, hasta el presente la dictadura. La dictadura reina en las fábricas de todos los países: en la Inglaterra constitucional, en la América democrática, en la Francia republicana y en la Alemania socialdemócrata.

Los reformistas gustan mucho de hablar de democracia económica o de la instauración del régimen republicano en las fábricas y empresas. El conocido reformista inglés, Sydney Webb, en su libro La Democracia industrial, desarrolló hace tiempo la idea de las relaciones democráticas en la producción. Pero, ¿en qué consiste la democracia en la producción o la república en las empresas? ¿Cómo hay que en tenderla? Si tomamos estas palabras al pie de la letra, la verdadera república consiste en el establecimiento del control de la producción por los obreros y la transformación del puesto del patrono en el de empleado técnico. En Alemania se ha llegado hasta los límites de la democracia en este terreno, al crearse los organismos paritarios, compuestos por un número igual de representantes de las organizaciones obreras y patronales. Los sindicatos alemanes han desarrollado incluso una teoría sobre la igualdad

jurídica de los patronos y obreros, la llamada teoría del derecho paritario: los obreros y los patronos son iguales, sus organizaciones son equivalentes, y por esto intervienen en todo en pie de igualdad. Es cierto que están además los representantes del gobierno, pero estos representantes, como es sabido, se sitúan por encima de las clases para proteger los intereses de la sociedad en su conjunto. Toda esta teoría del derecho paritario, basada en la defensa de la propiedad privada y en la gestión de los recursos del país por un puñado de grandes bonzos de la industria, sólo podía conducir, evidentemente, a una quiebra estrepitosa. ¿Qué paridad puede existir entre los obreros que no tienen nada y los patronos que disponen de centenares de millones? Sólo podría hablarse de paridad si los obreros hubieran gozado, en lo que afecta a la gestión de las riquezas del país, de los mismos derechos que las organizaciones patronales y su Estado. Si la Central sindical alemana, que es, por así decirlo, la madre de esta idea paritaria, pudiera disponer en su calidad de representante de todo el movimiento sindical alemán, de las minas de hulla y las empresas metalúrgicas de la provincia westfalo-renana en la misma medida que los Stínnes, los Krupp y otros, si pudiera disponer libremente de toda la industria textil de Alemania, si faltando su consentimiento ningún banco alemán pudiera librar ni un solo marco, entonces sí podría hablarse de derecho paritario. Pero en estos momentos, cuando unos disponen a su gusto de todos los recursos existentes en el país mientras los otros asisten a la operación como espectadores pasivos, hablar de paridad e igualdad, hablar de democracia o de control obrero no es más que burlarse de las reivindicaciones elementales de la clase obrera.

La clase obrera no adelanta nada con la idea del derecho paritario, no se sitúa en el punto de vista de no se sabe qué democracia obrera. Aborda todo el proceso industrial en su conjunto. El control obrero debe ser instaurado en la práctica por los mismos obreros, y la creación de las comisiones de control debe efectuarse al margen de cualquier tipo de autorización legal. La comisión de control supervisa todo lo que sucede en el interior de la empresa y todas las relaciones de su empresa con el exterior. Así, al tiempo que establece el control de la producción, la clase obrera debe ejercer también el control financiero, que es el aspecto más difícil del control obrero. El I Congreso de los sindicatos revolucionarios adoptó, en relación con el tema del control obrero, una resolución detallada cuyo sentido queda expresado en las siguientes tesis:

“1. El control obrero es una escuela indispensable e importante para preparar a las amplias masas obreras para la revolución social.

2. El control obrero debe plantearse ya en todos los países capitalistas como consigna de lucha del movimiento sindical, y debe utilizarse enérgicamente

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para obtener la divulgación de los secretos comerciales y financieros.

3. El control obrero debe utilizarse a gran escala como medio de transformar los sindicatos en organizaciones de combate de la clase obrera.

4. El control obrero debe utilizarse como medio de reconstruir los sindicatos industriales y no profesionales, que es un sistema anticuado y nocivo para el movimiento obrero revolucionario.

5. El control obrero es incompatible con el principio de paridad que propone la burguesía, la nacionalización, etc., y opone la dictadura del proletariado a la de la burguesía.

6. A la hora de practicar el control técnico, financiero o mixto, y también durante la ocupación de la empresa, es indispensable sobre todo tratar de hacer participar a las masas proletarias más atrasadas en la discusión de los problemas concomitantes a este control. Al mismo tiempo, en el proceso de realización de este control, es necesario detectar a los obreros más activos y más capaces y prepararlos para desempeñar un papel dirigente en la organización de la producción.

7. Para organizar regularmente el control obrero en la empresa es absolutamente necesario que los sindicatos estén a la cabeza de los comités de fábrica, y deben coordinar y combinar la actividad de los comités de fábrica en las empresas de un mismo ramo, con objeto de impedir así los intentos inevitables de cultivar el patriotismo de empresa, que pueden darse si el control de práctica de una forma dispersa.

8. Desde el principio los sindicatos deben ayudar a las comisiones de control a elaborar condiciones especiales a este efecto, a debatir el problema en la prensa diaria y desarrollar una intensa agitación a favor del control en las empresas y fábricas, no sólo explicando sus tareas, sino también presentando informes sobre los resultados del control en cada empresa y en los distintos grupos de empresas, en las asambleas de fábricas, conferencias locales, etc.

9. Para materializar estas tareas en los sindicatos que no adoptan la plataforma de la I.S.R. es necesario crear un centro revolucionario único que deberá prestar una atención particular a la lucha por la transformación de los sindicatos corporativos en sindicatos industriales, y al mantenimiento del carácter revolucionario de la lucha por el control obrero.”

Todo aquel que desee establecer un control de la producción real y no ilusorio debe emprender la vía indicada por el congreso internacional de los sindicatos revolucionarios. De no ser así, no tendremos el control de los obreros sobre la producción, sino un refuerzo del control de la burguesía sobre los obreros.

15. La participación de los obreros en los

beneficios. Esta antigualla reaparece de nuevo como tabla de

salvación frente a todos los males de la sociedad. En Francia, Inglaterra y Alemania existen proyectos para establecer la participación de los obreros en los beneficios, y los filántropos y reformadores sociales piensan que de este modo podrá reconciliarse lo irreconciliable, es decir, podrá darse satisfacción a la clase obrera sin hacer menoscabo a los patronos.

Esta idea también ha tomado pie en determinados círculos obreros: los que esquivan y temen la lucha, los que consideran que la burguesía es una clase absolutamente indispensable para la sociedad, los que no tienen otro horizonte que un acuerdo con la burguesía para repartir la plusvalía, todos estos sectores atrasados de la clase obrera (y hay muchos sectores atrasados, incluso en los países capitalistas más avanzados), todos ellos piensan que la participación en los beneficios es una vía de salida del atolladero actual. Es la idea preferida de los sindicatos católicos.

Apenas es necesario probar que esta idea no es sino un engaño para la clase obrera. Las distintas experiencias de participación de los obreros en los beneficios, en diversos países, demuestran que el único resultado de este sistema es el incremento de la explotación de los obreros, que trabajan más intensamente para poder aumentar su parte en los beneficios. Habitualmente, la participación en los beneficios no es más que la cesión a los obreros de un porcentaje insignificante de los beneficios. En todos los casos, estas argucias resuelven tan poco los problemas sociales como la interminable verborrea sobre la socialización, que está tan de moda en los últimos tiempos. La participación de los obreros en los beneficios presupone, ante todo, la existencia de beneficios, es decir, el mantenimiento del régimen capitalista, cuando la tarea de la clase obrera consiste precisamente en suprimir las relaciones capitalistas y en destruir la sociedad capitalista misma.

Según los social-reformistas, los burgueses liberales y los obreros que les prestan oídos, la plusvalía producida por la clase obrera debe seguir siendo la base de las relaciones entre las clases; hay que perpetuarla entregando al obrero una parte de la plusvalía que él mismo ha producido. ¿Cómo realizar esta saludable reforma? Este tema fue objeto de debate de la séptima sesión de la conferencia comercial, parlamentaria internacional, que tuvo lugar en Lisboa, entre el 25 y el 28 de mayo de 1921, bajo la presidencia del ministro portugués de Asuntos Exteriores, NiIIo Barette. El ponente de la comisión, Paul Delombre, exministro francés de Comercio, insistía en que los industriales aceptaran voluntariamente la participación obrera en los beneficios, sin que interviniera el Estado y sin otorgar a los obreros el derecho de controlar la gestión de la empresa. Delombre declaró: La

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participación en los beneficios es uno de los medios

más eficaces para materializar el progreso social,

pues garantiza la armonía entre el capital y el

trabajo y hace que los obreros estén interesados en

la buena marcha de la empresa. En el transcurso del debate, el diputado Malla

(Salónica) declaró que uno de los objetivos

principales de la participación en los beneficios es el

aumento de la productividad. Malla consideró que este sistema responde, sobre todo, a un interés comercial y no social.

Sir Douther Randles, diputado en el Parlamento inglés, afirmó que los sindicatos ingleses se oponían a la participación en los beneficios y. que era muy improbable que ésta se implante en Inglaterra a gran escala. La participación en los beneficios, dijo, puede considerarse como un medio práctico que puede

asegurar la colaboración del trabajo con el capital,

pero no debe ser obligatoria. Oulir, presidente de la delegación checoslovaca,

resaltó la legislación minera de su país y dijo que los obreros participaban en los beneficios y desempeñaban un papel importante en la gestión de la producción, gracias a la institución de los consejos de empresa, de comisiones de arbitraje y de comisiones mixtas.

El ministro Bertrand (Bélgica), Sorel (Francia) y el miembro del Parlamento portugués, Quimermas, advirtieron a la conferencia que no se hicieran demasiadas ilusiones en torno a esta participación en los beneficios.

Finalmente se adoptó la siguiente resolución: “1. La conferencia considera que la

participación en los beneficios es recomendable en pie de igualdad con otras medidas que favorezcan la colaboración del trabajo con el capital.

2. La participación en los beneficios no debe considerarse como una magnificencia del empresario para con los obreros, ni como una obligación para nadie.

3. La conferencia considera que la participación en los beneficios sólo es deseable en el caso de que sea libremente aceptada por los trabajadores.” Todos los discursos sobre la participación en los

beneficios a que se libran actualmente los socialreformistas, juristas y profesores de Francia, Bélgica, Inglaterra y Alemania, con el único fin de consolidar la paz social, apenas merecen comentario, pues los objetivos interesados de estos social-reformistas burgueses son demasiado evidentes. La postura de los sindicatos revolucionarios ante esta teoría es clara y contundente. No se trata en absoluto de reducir cuantitativamente la plusvalía, sino de abolirla. Por tanto, es indispensable declarar una guerra sin cuartel a esta trampa desvergonzada que se tiende a la clase obrera. Los obreros deben centrar su

atención, no en la forma de repartir la plusvalía entre los trabajadores y los empresarios, sino en la forma de desembarazarse de una clase que vive exclusivamente de la plusvalía.

En la lucha contra este invento burgués hay que vigilar, sobre todo, la conducta de los líderes obreros. Que la burguesía trata de engañar a la clase obrera con una limosna ilusoria, es algo perfectamente natural y no nos sorprende en modo alguno; pero que entre los dirigentes de los sindicatos haya quienes se agarran esta idea como a un ancla de salvación, es de una hipocresía y un cinismo inauditos. Así, uno de los dirigentes del Partido Laborista inglés, Clynes, defendió esta idea en su discurso del 28 de junio de este año ante el Parlamento, declarando que “la creciente popularidad del principio de la participación de los obreros en los beneficios no hace sino asegurar el desarrollo pacífico de la industria, perfeccionar la producción y fomentar el sentimiento de equidad”. Este hecho de por sí ya basta para demostrar hasta qué punto están arraigadas las ideas burguesas en la mente de gran número de obreros, hasta dónde llega la influencia de la ideología burguesa en el proletariado. Afortunadamente para el proletariado, la propia burguesía se encarga de abrirles los ojos a los que son ciegos. En esta cuestión, como en todas las demás, la lógica de la situación obliga a los reformadores sociales y a los políticos obreros liberales que los apoyan, a descubrir el vacío que reina en el interior de sus principios y de su práctica. Se pueden hacer muchos alardes de elocuencia en torno a la participación en los beneficios, pero sus resultados prácticos siempre serán miserables y el obrero más atrasado, por muy profundamente arraigado que esté en él el deseo de que prospere la sociedad burguesa, puede comprobar rápidamente en la práctica que la participación en los beneficios no es para él nada más que un engaño.

Para que esta “gran reforma” diera unos mínimos resultados tangibles, habría que repartir toda la plusvalía entre los obreros. Pero la burguesía no puede ni quiere intentar este tipo de reforma. Esta idea, tan vieja como la Humanidad, que ahora surge enmohecida de los archivos, está condenada al fracaso. El carácter charlatanesco y demagógico de este estrecho reparto de beneficios es demasiado evidente; no puede ocultar el deseo de engañar a los obreros. Es verdad que éstos están muy atrasados, son muy ignorantes y están impregnados de muchos prejuicios burgueses, pero la guerra y la revolución han comportado grandes enseñanzas para la clase obrera en su conjunto, y entre las grandes verdades que han aprendido las masas durante estos últimos años, la esencial es que de este reparto el proletariado no sacará nada positivo. Por esta razón declaró categóricamente el I Congreso internacional de los sindicatos revolucionarios que esta forma de abusar de los obreros debe ser sometida a una crítica severa

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e intransigente. La consigna de los sindicatos revolucionarios de clase debe ser: “No a la participación en los beneficios, sí a la supresión de los beneficios capitalistas.”

16. La militarización de las empresas. Al mismo tiempo que promete un poco de

bienestar a los obreros, en forma de participación en los beneficios, las clases dirigentes aplican medidas de fuerza cada vez que estalla un conflicto serio, cada vez que se declaran en huelga los obreros de las empresas de servicios públicos. Uno de los instrumentos de lucha más generalizados que se emplean contra la acción de la clase obrera es actualmente la militarización de ramos industriales enteros. El gobierno burgués utiliza la militarización, es decir, la proclamación del estado de guerra en diversos ramos industriales, con el fin de quebrar la solidaridad de las masas obreras. Al amparo del estado de guerra, el gobierno detiene y encarcela a los huelguistas, acaba rápidamente con el paro en los engranajes fundamentales de la organización de la economía nacional.

La militarización es un medio extremo de la burguesía en la lucha. Suele basar todas sus esperanzas en la militarización. Gracias a ella podrá salvaguardarse el orden en los conflictos y volverse a la normalidad. Las grandes esperanzas que pone la burguesía en la militarización del trabajo se deben ante todo al hecho de que los obreros de las empresas militarizadas no oponen una resistencia suficientemente enérgica al asalto de los militares. La proclamación del estado de guerra suele producir una fuerte impresión sicológica entre los obreros, las detenciones atemorizan a los sectores atrasados, entran en escena los dirigentes moderados y comienzan entre bastidores las negociaciones con el gobierno y, habitualmente, la huelga acaba rota.

La única manera de luchar contra la militarización consiste en que en respuesta a la proclamación del estado de guerra, los obreros declaran por su parte la movilización obrera, es decir, consoliden su organización, creen sus propios organismos de defensa, impidan las detenciones, arrastren a la huelga a nuevos sectores obreros y transformen cada empresa, cada fábrica, en una fortaleza de la revolución. La militarización sólo impresiona cuando los obreros mismos tienen miedo. Es un hecho característico que entre los obreros, de los que, sin embargo, una gran parte ha pasado por la escuela de la guerra, la militarización todavía produce una fuerte impresión. No obstante, durante la guerra, en el frente tuvieron que sufrir sinsabores mucho más duros que la famosa militarización.

En todos los conflictos sociales, la fuerza del Estado siempre se vuelca sobre los trabajadores. No ha habido huelga en que no haya sido aplicado todo el poder coactivo del Estado contemporáneo contra

los huelguistas. En la América democrática, en la Inglaterra liberal, en la Francia republicana, en todas partes, desde que estalla un conflicto, se organiza inmediatamente el aparato policial con la misión, según se dice, de mantener el orden, pero que en realidad trata de desorganizar la lucha de los obreros. Recordemos la reciente huelga de los mineros ingleses, la famosa huelga de los obreros de las acerías y fundiciones norteamericanas, la huelga revolucionaria del Canadá en 1920 y los conflictos actuales en Inglaterra, Alemania e Italia: veremos que el Estado no hace otra cosa, en resumidas cuentas, que dedicarse a reprimir las movilizaciones obreras.

El período de desarrollo capitalista pacífico ha llegado a su fin; hace ya casi tres años que terminó la guerra y de hecho Europa no deja de encontrarse en estado de guerra. El militarismo, pese a las solemnes promesas de los aliados, adquiere proporciones monstruosas. Las potencias continúan armándose hasta los dientes, y todo ello, ante todo y sobre todo, contra los enemigos interiores. El enemigo interior es el que lucha por ampliar sus derechos, que no acepta la reducción de los salarios; es el proletario que no cree en la eficacia de la colaboración de clases, es el explotado y el oprimido que sueñan con la emancipación. En pocas palabras, es el obrero que por su situación dentro de la sociedad sólo puede propagar el desorden en la organización burguesa de la sociedad. Esto es lo que hace que el estado de guerra y la militarización sigan campando por sus respetos sin interrupción, y si la burguesía considera necesario proclamar, en un momento de graves conflictos, el estado de guerra en diferentes ramos industriales, le basta con acentuar la represión militar y legalizar la violencia que ejerce constantemente.

En cuanto a los sindicatos que entran ahora en una lucha encarnecida por la defensa de los derechos económicos elementales de las masas obreras, la militarización exige de ellos la intensificación constante de la combatividad y una creciente energía a la hora de aplicar sus decisiones. Los sindicatos deben ser muy conscientes que la burguesía no dejará nunca de recurrir a las fuerzas de que dispone, a saber: la policía, la justicia, el Parlamento, para aplastar el movimiento que la amenaza. y en las circunstancias actuales, todo movimiento económico de cierta envergadura constituye un peligro de máxima gravedad para las clases dominantes; por consiguiente, es imprescindible prepararse, ideológica y organizativamente, para hacer frente a la militarización. La puesta a punto de la organización consiste en asegurar que los organismos creados en el transcurso de la huelga puedan funcionar incluso en el caso de que el gobierno detuviera a sus dirigentes; en que el aparato que enlaza al centro dirigente con la masa no pueda ser destruido por la agresión de la policía; en que durante los grandes conflictos

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sociales el comité de huelga sea capaz de publicar un boletín diario; en que no puedan producirse conversaciones y negociaciones secretas a espaldas de las masas, como ha sucedido más de una vez; finalmente, en que toda indisciplina por parte de los líderes comporte su inmediata exclusión de las filas de la clase obrera; también hay que tener previsto que los obreros de los demás ramos de la economía puedan incorporarse a la lucha en el momento oportuno, para doblegar a las clases dominantes y al Estado burgués.

En el frente de la huelga se necesita más orden y disciplina que en el frente de la guerra. En el frente militar, la disciplina la mantienen los tribunales militares, mientras que en el frente revolucionario se requiere un alto nivel de conciencia y de disciplina obrero. La preparación ideológica de la clase obrera para el combate consiste en desarrollar en su seno el sentimiento de solidaridad, la conciencia de que es necesaria una disciplina férrea, la templanza y la sangre fría en el momento en que los patronos y el Estado desencadenan su ofensiva.

Otra tarea de máxima importancia en estas situaciones es la descomposición moral de las fuerzas armadas que intervienen habitualmente en los grandes conflictos. Es cierto que las clases dominantes, instruidas por la experiencia, emplean actualmente unas fuerzas armadas que son muy difíciles de desintegrar: en Francia utilizan a los senegaleses, en Estados Unidos se ha iniciado la instrucción de brigadas especiales para atacar a las revueltas obreras con gases asfixiantes; en muchos lugares actúan las bandas contrarrevolucionarias y los grupos de esquiroles, etc. Pero en general estos elementos heterogéneos actúan como grupos de choque en la ofensiva contra los obreros; si no se puede desmoralizar a estos destacamentos hostiles, si no se puede desorganizados con la propaganda, hay que desintegrarlos con otros medios y centrar la propaganda en la masa de las tropas que el gobierno se ve forzado a movilizar en la lucha social contemporánea.

La desagregación de las fuerzas armadas, su paso al lado de los obreros: éstas son las condiciones indispensables para el triunfo de la clase obrera. Este tipo de actividad contra el Estado burgués debe ser realizada con especial energía durante los grandes conflictos sociales y con ocasión de los intentos del Estado burgués de militarizar éste o aquél ramo industrial.

17. Las magistraturas de trabajo y el arbitraje

obligatorio. El ideal de todos los social-reformistas consiste en

crear instituciones que puedan precaver a la sociedad contemporánea contra las huelgas. Las huelgas hacen mucho daño a la economía nacional, de esto no cabe la menor duda. El paro de centenares de miles y a

veces de millones de trabajadores merma, por un lado, los ingresos de los obreros, y por otro, desorganiza la producción y reduce los beneficios de los empresarios. Basta con tomar el ejemplo de las huelgas mineras en Inglaterra para ver que las huelgas son una forma de lucha muy costosa. He aquí algunas cifras elocuentes:

Como puede observarse, desde el punto de vista

exclusivo de la producción, las huelgas son altamente irracionales. En este sentido, social-reformistas tienen toda la razón. ¿Cómo ahorrarle a la sociedad contemporánea tales conmociones? ¿Qué formas jurídicas deben adoptar las instituciones destinadas a evitar los déficits de la economía nacional? ¿Cómo educar, o encontrar, personas suficientemente desinteresadas y situadas por encima de la lucha de clases, como para pronunciar sentencias absolutamente imparciales que puedan satisfacer a ambos bandos contendientes? En torno a este espinoso problema se han devanado los sesos, durante decenas de años, todos los capitostes socialreformistas de Europa y América, y hasta el momento no han descubierto nada mejor que las magistraturas de trabajo y el arbitraje obligatorio, por la sencilla razón de que en este terreno no hay nada que encontrar.

Durante todo el siglo XIX aparecen instituciones de conciliación de este tipo, con formas distintas según el grado de democracia existente en cada país: magistraturas de trabajo, comisiones paritarias, comisiones de arbitraje, etc. Todas estas instituciones jurídicas, creadas en el transcurso de los últimos decenios, tenían un único e idéntico objetivo: resolver pacíficamente los conflictos relativos a los salarios y las condiciones de trabajo. Unas comisiones de arbitraje en la que estén representadas en pie de igualdad las dos partes, y con la presencia de un delegado del Estado, “neutral”: éste era el ideal de todos los social-reformistas. Estas comisiones de arbitraje obligatorio deben prohibir las huelgas y hacer recaer sobre los elementos refractarios todo el peso de las leyes contemporáneas. Antaño se crearon tales comisiones de arbitraje en Nueva Zelanda y fueron consideradas como el mayor logro del Estado democrático. También en Inglaterra se aspiraba a ello, y en las plataformas reivindicativas de los sindicatos de Alemania, Austria y otros países, en el

Número de huelguistas

Número de jornadas perdidas

1916 62.000 311.000 1917 280.000 1.097.000 1918 371.000 1.183.000 1919 906.000 7.441.000 1920 1.414.000 17.424.000 1921 (6 meses) 1.154.000 68.000.000

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período de pre-guerra, las comisiones de arbitraje ocupaban un lugar muy destacado. Finalmente, MilIerand, a partir del año 1900 -es decir, desde que saboreó las delicias del poder- apresuróse también a poner por las nubes y a proclamar la eficacia del arbitraje obligatorio.

Como se sabe, las comisiones paritarias y el arbitraje obligatorio tienen la misión de conciliar a las dos partes, o en caso de ser imposible dicha conciliación, tomar una decisión. Pero, ¿cómo proceder si los obreros y patronos no se ponen de acuerdo? Este problema esencial es el que precisamente hasta el momento no se ha logrado resolver. Represión por incumplimiento de las disposiciones de los tribunales de arbitraje, procesamientos, responsabilidades de las organizaciones y de sus miembros, multas..., así se aplican las sentencias falladas por los distintos tribunales de arbitraje. Pero los sindicatos, incluso los más reformistas, no se ven muy inclinados a someterse a la fuerza coactiva de los tribunales de arbitraje, presididos por un representante del Estado pretendidamente “neutral”, pues la experiencia demuestra a este respecto que cuando los obreros están bien organizados, unidos y rebosantes de espíritu revolucionario, el representante neutral busca un compromiso para reducir las pérdidas de los empresarios y en la mayoría de los casos incluso toma abiertamente partido a favor de los patronos contra los obreros.

La prolija experiencia acumulada por las instituciones de esta especie prueba que es absolutamente imposible crear tribunales de arbitraje ideales, y ello no se debe en modo alguno a la mala fe de las personas que los componen, sino al hecho de que no existen personas totalmente independientes de la ideología de alguna clase social. Esta es la razón por la cual las magistraturas de trabajo, cuya misión consiste en dictar una justicia “no clasista”, se ven condenadas al ostracismo. Actualmente tenemos en Alemania un buen ejemplo de este tipo de tribunales de arbitraje. A tenor de lo que dicen los jefes de los sindicatos, Alemania no sólo es el país más democrático, sino el más social-democrático del mundo. Los sindicatos desempeñan allí un papel muy importante; sus representantes forman parte del gobierno. Ellos mismos se consideran -y es más, todo el mundo los considera- como los pilares de la Alemania republicana de nuestros días, lo que hace que aquellos organismos puedan alcanzar un grado de perfección casi total. Sin embargo, los tribunales existentes no son ni mucho menos satisfactorios; en estos momentos se está elaborando un nuevo proyecto de ley relativo a los tribunales de arbitraje, y este nuevo proyecto presenta tales características que el moderadísimo Umbricht mismo se ve forzado a constatar, en el órgano oficial, y no menos moderado, de la Central sindical alemana, el

Korrespondezblatt, que los representantes obreros en el Consejo económico del Reich, al adoptar este proyecto han tomado una posición contraria a los intereses de los sindicatos. Resulta curioso ver cómo esos reformistas empedernidos que son los representantes sindicales delegados al efecto por la organización oficial, suscriben unos proyectos que ni siquiera la organización reformista que los ha designado puede digerir. Pero es un hecho muy característico de la situación. No hay nada que demuestre mejor cómo influyen los sindicatos actuales en el Estado burgués, de qué manera no luchan por los intereses de los obreros sino cuando se integran en las instituciones colegiadas o paritarias creadas por la burguesía. Toda la prensa sindical, hasta el Mitteilungsblatt des allgemeinen freien Angestelltenbundes (órgano de la Federación de empleados), protesta a coro y con toda energía contra este proyecto de ley, sacándole defectos que no son solamente jurídicos. El proyecto del gobierno trata de imponer que las decisiones pronunciadas se basen en la ley y no en la costumbre, y el órgano de extrema derecha de los empleados tiene razón cuando señala que en consecuencia todos los convenios colectivos, que representan un vasto campo del derecho consuetudinario, quedan relegados a un segundo plano, pues los tribunales de arbitraje deberán pronunciar sus fallos basándose exclusivamente en las leyes vigentes.

Todos estos matices jurídicos -y hay muchos en el nuevo proyecto de ley sobre los tribunales de arbitraje- tienen en Alemania una base social. Nadie puede elaborar una ley ideal capaz de establecer una especie de equilibrio ideal entre las clases. El problema se complica particularmente al plantearse el arbitraje obligatorio para los obreros y empleados de las empresas de servicios públicos, como los transportes, el gas, la electricidad, etc. Puesto que la noción de “empresas de servicios públicos” es extremadamente vaga, puede aplicarse a cualquiera de los ramos industriales fundamentales: el transporte, telégrafo, teléfono, gas, electricidad, extracción minera industria alimenticia toda clase de servicios públicos municipales, etc.

No negamos que las huelgas en las empresas de servicios públicos son todavía más onerosas para ambas partes que las huelgas de empresas privadas. Pero la clase obrera no tiene otra salida, no tiene otra forma de lucha para defender sus derechos elementales y mejorar su posición y cada huelga que gana compensa a los obreros los esfuerzos realizados y los salarios perdidos. Durante la última huelga de los mineros ingleses, el presidente de la Internacional de Ámsterdam, dirigente de los ferroviarios ingleses, Thomas, declaró: “Poco importa quién triunfe en este conflicto; es la nación la que perderá. La nación, como se sabe, se compone de obreros y patronos; los obreros triunfaron en la huelga, ¿cómo entonces

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puede haber perdido toda la nación? Pues los instrumentos y medios de producción no son propiedad de todo el pueblo, sino que pertenecen a una ínfima parte de este pueblo. ¿Qué habrían perdido los mineros si hubieran logrado mantener sus antiguas condiciones de trabajo? Thomas, que se sitúa en el punto de vista de los intereses de esa concepción metafísica que es “la nación” y no de los de la clase obrera, se pronuncia por ese mismo hecho en contra de los intereses de los obreros.

¿Qué postura deben adoptar los sindicatos revolucionarios ante los tribunales de arbitraje, el arbitraje obligatorio, las comisiones paritarias y las diversas instituciones que se proponen resolver pacíficamente todo tipo de conflictos? Ante todo debemos oponernos categórica y enérgicamente a todo intento de otorgar un carácter obligatorio a sus decisiones. Sin boicotear las instituciones creadas por el Estado burgués, hay que saber demostrar en la práctica a los obreros, cada vez que se da un caso en una de estas instituciones, qué significa el sistema paritario y la neutralidad del representante gubernamental. Las comisiones paritarias, los tribunales de arbitraje y las magistraturas de trabajo sólo pueden desempeñar un papel importante si la clase obrera actúa solidariamente, si puede apoyar sus reivindicaciones revolucionarias en la acción de masas y obligar a sus representantes en estas instituciones a aplicar su política revolucionaria. Los sindicatos deben combatir resueltamente la ilusión de que es posible crear tribunales de arbitraje y magistraturas de trabajo perfectos, deben luchar contra la idea de que se puede lograr el equilibrio social y resolver las contradicciones esenciales de la sociedad contemporánea con simples palabrerías jurídicas.

18. La política fiscal. No hay nada que caracterice mejor la sociedad

contemporánea que la política fiscal. Basta con analizar las relaciones existentes entre los impuestos directos e indirectos, las tasas impositivas aplicadas a la agricultura, la industria y las operaciones financieras, para determinar con precisión la naturaleza del régimen imperante y el peso de los distintos sectores de la burguesía en el Estado. Si la política fiscal de los países capitalistas consistía antaño en descargar todo el peso de los gastos sobre las espaldas de los trabajadores, después de la guerra esta política no ha cambiado en lo esencial, aunque ha adoptado otras formas, de acuerdo con las nuevas condiciones en que vive actualmente la humanidad arruinada.

Europa ha surgido agotada del conflicto bélico, los miles de millones consumidos por la guerra se han concentrado en las manos de un pequeño grupo de industriales y bonzos financieros. El endeudamiento se ha multiplicado por diez y por

cien, y toda la sabiduría se reduce a buscar la forma de restablecer el equilibrio financiero. Con objeto de resolver todas estas dificultades se convocó a finales del año pasado, en Bruselas, una conferencia especial, con la misión de encontrar la manera de cubrir los enormes gastos de cada nación. Doscientos cincuenta científicos y políticos se devanaron los sesos en torno al problema y no dieron con ninguna solución. El malestar financiero también afecta a la Internacional de Ámsterdam, puesta ésta votó en su congreso de Londres (noviembre de 1920)), tras el informe de Jouhaux, una resolución especial relativa a la estabilización del cambio de divisas y a las reformas financieras. Pero ni las resoluciones de Londres ni las de Ámsterdam han reducido ni un ápice el endeudamiento general; cada Estado se ve forzado a buscar sus propios medios para cubrir su presupuesto y equilibrar finanzas.

Si se analizan minuciosamente las medidas financieras adoptadas últimamente en Alemania, Inglaterra, Francia, se observará, en definitiva que se reducen a crear nuevos impuestos que gravan sobre todo los productos de primera necesidad puesto que para salvar las finanzas hay que exigir siempre nuevos sacrificios a los más amplios sectores de la población. y como siempre, también en este caso se establece esa “beneficiosa” división del trabajo que caracteriza la sociedad contemporánea: algunas decenas de millares de magnates se han embolsado los miles de millones gastados, y ahora le toca al pueblo explotado llenar las lagunas del déficit. Unos acaparan los recursos reales, los otros pagan las deudas. ¡A cada uno lo suyo!

Mientras que Inglaterra estableció, para estos últimos años un impuesto especial sobre las rentas -a algunos beneficios de guerra podía aplicarse una tasa de hasta el 50 por 100-, Francia se cuida mucho de poner la mano sobre los beneficios de guerra, pues, ¿acaso la guerra no tiene por objetivo el enriquecimiento de la camarilla capitalista? Francia, guardiana de las tradiciones de la Gran Revolución, de la democracia, etc., no puede atentar contra los principios “sagrados” de la propiedad privada y, por consiguiente, se cuida mucho de hacer recaer sobre la clase dominante el peso de los gastos militares, dedicándose a exprimir cada vez más a las amplias masas populares para cubrir el presupuesto, Aumentan los impuestos indirectos, y con ellos el coste de la vida. No queriendo violar el tabernáculo del santuario de la Francia contemporánea -la Banca y la Bolsa-, dejando intacta el alma de Francia -la renta-, la Cámara votó, en 1919, un impuesto sobre los salarios. En las poblaciones de alrededor de 10.000 habitantes los obreros pagan impuestos a partir de un salario de 2.000 francos, mientras que los capitalistas (con tres hijos) sólo pagan a partir de unos ingresos de 8.000 francos. En las ciudades de más de 10.000 habitantes, los obreros pagan 20

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francos de impuestos por un salario de 3.300 francos, y los capitalistas pagan la misma suma por unos ingresos de 10.000 francos. El impuesto es descontado al pagar las pensiones a los inválidos o a las familias de los soldados muertos en la guerra, y al pagar los salarios a los obreros. La burguesía alemana, presionada por la Entente, impone a los obreros unas cargas inauditas. Para cubrir los gastos y pagar la contribución a los usureros franceses e ingleses, en Alemania no sólo se gravan los productos de primera necesidad, sino también los salarios.

Así, con el fin de restablecer el equilibrio financiero de Francia e Inglaterra, los obreros alemanes han de sufrir una merma de sus salarios, que alcanza hasta el 10 por 100. Y para que el obrero alemán no pueda escamotear esta contribución, es el capitalista el que retiene el importe, en el momento de pagar el salario. Todo súbdito alemán no capitalista tiene un carnet especial donde el agente capitalista coloca un sello por cada importe deducido.

En Checoslovaquia se ha establecido un impuesto directo sobre los salarios a partir de 6.000 coronas anuales, se han aumentado los impuestos indirectos sobre los bienes de primera necesidad; hasta se ha creado un impuesto especial sobre todas las operaciones de compraventa de mercancías, lo que incrementa notablemente el precio de los productos, etc. De este modo se atacan los salarios desde dos flancos al mismo tiempo: del lado capitalista en plena ofensiva y del lado del Estado “neutral”.

En suma, las masas obreras se ven obligadas a pagar con sus recursos extremamente precarios por una guerra por la que ya han pagado con sus sufrimientos y su sangre. Esta política fiscal practicada con un cinismo increíble por los países capitalistas no encuentra una resistencia suficiente por parte de los sindicatos. Es cierto que se han registrado diversas protestas, como por ejemplo en Alemania. Pero es un hecho que cuando los obreros metalúrgicos de Stuttgart se declararon en huelga reivindicando la supresión del impuesto sobre los salarios, los demás ramos no los apoyaron y los sindicatos no movieron un dedo. Actuando de esta manera, los sindicatos alemanes han aprobado implícitamente la promulgación de la ley de impuestos sobre los salarios y han contribuido a sacar los últimos céntimos del bolsillo de los trabajadores.

A finales de septiembre, la C.G.T. francesa lanzó una proclama en torno a los incidentes “lamentables acaecidos con motivo de las aplicaciones de la ley de impuestos sobre los salarios”. La proclama protesta contra “el inventario de bienes pertenecientes a quienes no pagan los impuestos”, exige un cambio radical de la política fiscal, se rebela contra las instrucciones ilegales, exige el sobreseimiento de las causas seguidas contra los obreros y propone a todos los sindicatos desarrollar una campaña de agitación

con mítines, llamamientos, carteles, etc. Todo se reduce a protestas verbales y a resoluciones sobre el papel. La C.G.T. no tuvo la osadía de llamar a los obreros a no pagar los impuestos, cosa que hicieron los consejeros municipales de “Poplar”, en Londres, que querían presionar directamente sobre el gobierno en relación al problema del paro. Quién podía imaginar que los sindicatos caerían tan bajo para no ponerse a la cabeza de la protesta contra el impuesto sobre los salarios. En este caso concreto nos encontramos con una negativa rotunda a defender los derechos elementales de los obreros y una traición monstruosa por parte de la fracción dirigente de los sindicatos actuales. En este terreno, como en todos los demás, los sindicatos reformistas renuncian a luchar por los intereses elementales de la clase obrera. Ni siquiera analizan estos problemas en toda su profundidad. En efecto, si observamos todas las acciones de la C.G.T. francesa, de la Central sindical alemana y de otras centrales sindicales, nos daremos cuenta que las cuestiones de política fiscal les son bastante indiferentes. ¡Es natural que los ciudadanos paguen, y los obreros, como es sabido, son ciudadanos! De este modo se resuelve de un plumazo la política fiscal. En el mejor de los casos no se nos ofrecen más que resoluciones de protesta. Sí, los “jefes” sindicales se interesan por la estabilización del cambio de divisas, por la revalorización del marco y del franco, pero no se les ocurre la idea de hacer cargar a las clases dominantes con el peso de los impuestos. Y este hecho revela enteramente la influencia burguesa que ejercen los Estados modernos sobre la clase obrera y sus dirigentes.

En el terreno de la política fiscal, la postura de los sindicatos revolucionarios es muy clara. Ante todo: ¡Fuera los impuestos indirectos! Los obreros deben oponer a los impuestos indirectos de todo tipo, empezando por el impuesto sobre las cerillas, el petróleo, etc., y terminando por el impuesto sobre el azúcar y otros productos, una resistencia decidida y revolucionaria. Sin embargo, los impuestos indirectos constituyen la base el cimiento mismo de toda la política financiera de los Estados, tanto de los grandes como de los pequeños. El impuesto sobre los productos alimenticios, sobre los bienes de primera necesidad, reduce de facto los salarios, al privar a los trabajadores de una parte de su dinero para comprar los productos más indispensables. ¡Es la burguesía quien debe financiar el estado burgués! Son las mismas clases dirigentes quienes deben desembolsar el dinero para el mantenimiento del aparato que ejecuta su voluntad. El impuesto sobre el comercio, la industria, los bancos, sobre las rentas de todo tipo obtenidas gracias a la explotación de los obreros, ésta debe ser la base de toda política fiscal. Esto no es en modo alguno una consigna abstracta, es un problema práctico que debe resolverse en la práctica, en la lucha cotidiana de las masas obreras. Cuanto menos

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se interesen los obreros por el problema de los impuestos, cuanto menor atención presten al régimen fiscal, tanto más disminuirán sus salarios, sin que sepan cómo, a causa del incremento de los impuestos indirectos.

No cabe duda que la clase capitalista tiene todo menos simpatía por esta política. Cargar todo el peso de los impuestos sobre las clases dominantes, esto es bolchevismo militante. Y toda la prensa democrática y burguesa sin excepción pondrá el grito en el cielo, hablará de inquisición fiscal, de violación de los principios democráticos, etc. Sin embargo, la política fiscal sólo puede ser una de dos: o burguesa o proletaria. La política fiscal practicada actualmente por todos los Estados es una política burguesa. Los sindicatos carecen de una política fiscal y sufren pasivamente los efectos directos de la que aplica la burguesía. Esto salta a la vista sobre todo tras el establecimiento del nuevo impuesto sobre los salarios. Las protestas de un sector de obreros revolucionarios son sofocadas por los sindicatos reformistas. La burguesía, envalentonada por este acuerdo tácito y esta pasividad, continúa exprimiendo a las masas, no sólo por medio del impuesto sobre los salarios, sino también a través del impuesto sobre los bienes de primera necesidad. El exprimidor fiscal sigue en marcha, la situación de los obreros es cada vez más precaria.

No hay que hacerse ninguna ilusión sobre las posibilidades de una política proletaria en la sociedad burguesa. Mientras la burguesía esté en el poder, mientras pueda disponer de todo el aparato del Estado (tribunales, policía, etc.), continuará practicando la política fiscal que le favorece. Por consiguiente, no se trata en absoluto de imponer inmediatamente la política fiscal proletaria en todos los países; ante todo se trata de unir a la clase obrera en este terreno, de arrebatar a la burguesía una posición tras otra, de obligarla a gravar a determinados sectores de la clase dominante, a revelar el papel de la política impositiva en el conjunto de relaciones sociales, de hacer que cada obrero descubra el lazo existente entre los diversos sistemas de política fiscal y la estructura de clase del Estado contemporáneo. Esta educación de los obreros en torno al rechazo de pagar los impuestos puede y debe realizarse en el transcurso de la lucha contra el impuesto sobre el salario. Y si las amplias masas obreras no comprenden de buenas a primeras el mecanismo del impuesto indirecto y las profundas relaciones existentes entre sus salarios y los impuestos sobre los bienes de primera necesidad, no cabe duda que cuando se trate del impuesto sobre los salarios, cuando todas las semanas o todos los quince días se produzca una reducción de la paga en beneficio del Estado, todo obrero atrasado, reformista o incluso patriota, se dará cuenta de la necesidad imperiosa de luchar contra semejante política fiscal.

Por tanto, los obreros revolucionarios deben oponer a la política fiscal en general, y a sus nuevas formas en particular, una resistencia decidida y organizada. Deben agrupar en torno a esta cuestión al máximo de obreros, independientemente de sus opiniones políticas, teniendo siempre presente que una política fiscal proletaria sólo será posible después del derrocamiento de la burguesía.

19. Las reformas y la revolución. La clase obrera lucha siempre. En los períodos

revolucionarios la lucha toma la forma de guerra civil y de enfrentamientos directos entre el capital y el trabajo; en las épocas de desarrollo orgánico, la lucha no se interrumpe, pero adopta formas distintas. La clase obrera y sus organizaciones sufren la influencia y presión continuas de las clases dominantes, del Estado burgués. La burguesía trata de vencer ideológicamente a la clase obrera, pues su predominio no sólo reposa en su fuerza material, sino sobre todo en la ideología que logra inculcar a la clase obrera. El conjunto de fuerzas materiales y morales de la sociedad capitalista moderna se concentra en un mismo objetivo: transformar a la clase obrera en una máquina productora de plusvalía. Las reformas sociales dependen de la relación de fuerzas entre las clases enfrentadas. La legislación social de cada país es un resultado directo de la fuerza de la clase obrera, de la presión que ejerce y de su capacidad de defender sus conquistas. La fuerza de las organizaciones obreras no se expresa tanto por el voto de una ley social, sino más bien por el valor práctico de las reformas sociales aceptadas por los cuerpos legislativos; las reformas constituyen un subproducto de la lucha revolucionaria.

¿Qué relación guardan estas conquistas aisladas con la lucha general de la clase obrera? ¿Cómo se combinan las reformas sociales obtenidas, por un lado y la supresión de la explotación en general, por otro? En el movimiento obrero aparecen dos respuestas extremas a estas preguntas: por un lado, la mayoría de los dirigentes sindicales consideran que las reformas sociales son el objetivo que persiguen las organizaciones obreras con su actividad; conciben la sociedad socialista como la resultante del desarrollo gradual de las reformas sociales y de la transición lenta hacia formas superiores de organización social. Para ellos, las conquistas concretas, al ampliarse paulatinamente, transforman de arriba abajo la estructura de la sociedad. De esta manera, el desarrollo de las reformas sociales comporta la desaparición del sistema capitalista y la implantación de la armonía entre las clases. Las reformas sociales le ahorrarán a la sociedad la indeseable lucha de clases. Esta teoría anti-revolucionaria es la que fundamenta la actividad de todos los grupos de derecha del movimiento obrero. Para ellos, la lucha de los obreros ha de limitarse

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exclusivamente a los problemas cotidianos de carácter inmediato. Las cuestiones globales, de clase, como la sustitución de una clase por otra, la supresión del sistema capitalista, les preocupan muy poco sólo se ocupan de los asuntos prácticos, cotidianos, como la duración de la jornada de trabajo, los salarios, la seguridad social: esto es todo. La revolución les parece totalmente perjudicial y de todos modos, imposible. Sueñan con un paso gradual de la “democracia” burguesa al socialismo.

Los teóricos del reformismo y sus defensores prácticos se consideran muy realistas, pues sólo luchan por los problemas a ras de tierra, no se plantean ningún objetivo “irrealizable” o “utópico”. Pero en realidad esta teoría es la mayor utopía de todos los tiempos. En efecto, la experiencia desmiente cada día, despiadadamente, esta teoría de la armonía entre las clases y de la evolución pacífica. No hay más que observar un momento la ofensiva desencadenada actualmente por el capitalismo en el mundo entero, para convencerse de que la teoría del valor absoluto de las reformas sociales no es más que una triste ironía para la clase obrera.

Así, tenemos de un lado la afirmación de que las reformas lo son todo. Por otro lado, existe la opinión diametralmente opuesta, según la cual las reformas sociales perjudican a todas luces los intereses primordiales de la clase obrera. Este es el punto de vista de los anarquistas. Dicen: “Cuanto más amplias y profundas son las reformas sociales, tanto más se modera el proletariado, tantas más posibilidades tiene la burguesía de integrarlo en su sistema. Ni la reducción de la jornada de trabajo, ni la seguridad social, ni las demás reformas pueden resolver el problema principal. Por tanto, a fin de cuentas las reformas carecen de interés para la clase obrera. Esta debe fijarse exclusivamente en el cambio radical, en la revolución social, dando la espalda a las reformas sociales, que, por muchas que haya, no podrán en modo alguno resolver el problema fundamental.” Esta es, sumariamente, la teoría negativa de los anarquistas y algunos anarcosindicalistas.

No cabe duda que las reformas sociales no pueden dar solución a las contradicciones principales de la sociedad contemporánea. Pero esta actitud de negación absoluta de las reformas sociales no resiste un examen crítico. En efecto, basta con analizar el desarrollo del movimiento obrero moderno en todos los países para darse cuenta inmediatamente del enorme papel que han desempeñado estas conquistas sucesivas en los duros combates de la clase obrera. Sin embargo, es precisamente esto lo que los anarquistas consideran un señuelo de los capitalistas, como una trampa de largo alcance tendida por las clases dominantes. Pero no existe una sola reforma social, un sólo proyecto de ley más o menos favorable a los derechos de los trabajadores que hayan sido aceptados por las buenas por los

parlamentos, por razones altruistas; todos han sido votados bajo la presión de la clase obrera. Por tanto, toda reforma social arrancada representa una conquista de los obreros frente a la burguesía, en el transcurso de la lucha de cada día. Afirmar que la ocupación de una trinchera no influye para nada en la marcha posterior de la ofensiva, sería absolutamente falso y estaría en evidente contradicción con las experiencias de lucha acumuladas en todos los países. Veamos, por ejemplo, la reducción de la jornada de trabajo, la inspección de fábricas, la protección del trabajo; todo ello se estableció bajo la presión inmediata de las necesidades, bajo la influencia de la acción revolucionaria de las masas o de los temores suscitados por el anuncio de esta acción. Pero esto no cambia en nada la naturaleza de estas reformas. Ni la negación anarquista de las conquistas parciales, ni el énfasis que ponen los reformistas, que absolutizan las reformas, pueden servir de orientación a los sindicatos revolucionarios. Ambas fórmulas -”las reformas sociales lo son todo” y “las reformas sociales no son nada”- son inaceptables. Son metafísicas, abstractas, no parten de la realidad. En su lucha, la clase obrera debe batallar por ampliar las reformas sociales, sin olvidar al mismo tiempo su gran objetivo final.

La cuestión se reduce a esto: ¿puede la clase obrera tomar en sus manos el proceso productivo por medio de reformas sociales específicas, pacíficamente, sin golpes bruscos, o comporta la conquista del poder político y económico una lucha de clases encarnizada y abierta, es decir, la guerra civil? La experiencia de largos años de lucha demuestra que no hay ningún motivo para creer en la posibilidad de un paso pacífico del capitalismo al socialismo; que la revolución es la única arma de la clase obrera para apropiarse efectivamente la economía del país. La revolución social no niega las reformas sociales. No se trata de despreciar y tratar a la ligera, corno hacen los anarquistas, estas reformas sociales, sino de utilizarlas en la lucha de conjunto, de manera que cada paso adelante que dé la clase obrera se consolide y se convierta en trampolín para la prosecución de la lucha. La lucha económica actual de la clase obrera debe tomar esta táctica como punto de partida.

Los conflictos parciales que estallan aquí y allá en torno a la reducción de salarios, a la ampliación de la jornada de trabajo, al establecimiento de ese paliativo que es el control obrero, todos estos conflictos particulares no deben ser ajenos al proceso de toma de conciencia de la clase obrera. Deben combinarse con él. Toda acción parcial, todo conflicto puntual deben ser esclarecidos a la luz de los intereses generales de la clase obrera. Cada palmo de terreno arrancado a la burguesía, cada fracaso de una ofensiva parcial del capital (seguro de desempleo, etc.), cada avance práctico, en lugar de retener a las

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organizaciones obreras en las posiciones conquistadas, deben incitarlas a proseguir con mayor decisión hacia el objetivo fundamental: el derrocamiento del capitalismo. La estupidez y el carácter antiobrero de la teoría reformista consiste precisamente en que su principio máximo formula la posibilidad de crear, en el marco de la sociedad capitalista, unas condiciones de existencia ideales para la clase obrera, y de pasar por alto la revolución para construir una sociedad nueva. Los sindicatos y organizaciones prisioneros de este principio jamás podrán estar a la altura de la aguda lucha que se libra actualmente, en el mundo entero, en todo el frente económico. La utopía de la legalidad es la peor enfermedad del movimiento sindical contemporáneo.

La relación existente entre la lucha cotidiana de la clase obrera por mejorar sus condiciones de vida y sus tareas históricas de clase, queda claramente expuesta en la última parte de nuestro Programa de acción:

“Los sindicatos revolucionarios que luchan por la mejora de las condiciones de trabajo, la elevación del nivel de vida de las masas, el establecimiento del control obrero, deben tener siempre presente que en el marco de las relaciones capitalistas no pueden resolverse todos estos problemas; al tiempo que arrancan una concesión después de otra a las clases dominantes, que las obligan a aplicar la legislación social deben confrontar a las masas obreras con el hecho de que sólo el derrocamiento del capitalismo y la instauración de la dictadura del proletariado pueden resolver la cuestión social. Ninguna acción parcial, ninguna huelga parcial ni el menor conflicto deben pasar sin dejar sus huellas en este sentido. Los sindicatos revolucionarios deben generalizar estos conflictos, infundiendo a todos los obreros la conciencia de que la revolución social y la dictadura del proletariado son necesarias e ineluctables.” Si abordamos todos estos conflictos, todas estas

manifestaciones de la dura batalla que se desarrolla ante nuestros ojos, desde el punto de vista del socialismo, de la revolución social y de la dictadura del proletariado; si enfocamos desde este punto de vista las reformas y las concesiones parciales arrancadas al capitalismo, podremos obtener el máximo fruto de la energía desplegada por la clase obrera durante la lucha. En sus combates cotidianos, los sindicatos revolucionarios conquistan paso a paso nuevas posiciones, se fortifican en ellas para lanzarse acto seguido a la batalla revolucionaria. Sólo una táctica que se basa en una concepción así de la relación existente entre las reformas y la revolución es verdaderamente revolucionaria, pues por un lado se apoya en la comprobación de la fuerza real de las clases, y por otra, en la utilización de todos los instrumentos de lucha, hasta los más insignificantes,

contra nuestro enemigo de clase. 20. La unidad del frente revolucionario. La unidad de la clase obrera es condición

indispensable para su triunfo sobre la burguesía. Pero de ello no se deduce que cualquier unidad, en cualquier circunstancia y lugar, le sea beneficiosa. En efecto, en el transcurso de su lucha la clase obrera ha creado organizaciones diferentes: políticas, sindicales y cooperativas. Estos tres tipos de organización responden a los múltiples y variados intereses de nuestra clase; a esto hay que añadir que estas organizaciones presentan características particulares en cada país. En ninguna parte la clase obrera ha creado una única organización: al contrario, en todas partes hay sindicatos moderados, sindicatos revolucionarios y también sindicatos cristianos y liberales.

La heterogeneidad de la clase obrera, los distintos grados de su desarrollo se expresan a través de la creación de diferentes organizaciones, que compiten entre sí y que luchan por aumentar su influencia en el seno del proletariado. En Estados Unidos, por ejemplo, tenemos la American Federation of Labor que es manifiestamente antisocialista, hasta el punto que la Internacional de Ámsterdam le parece demasiado revolucionaria. En Alemania, junto a los sindicatos reformistas socialdemócratas, existen sindicatos cristianos qué engloban a dos millones de trabajadores. En Francia, la mayoría de la C.G.T. es reformista y la minoría, revolucionaria. En ningún país del mundo hay unidad ideológica, unidad de criterio, unidad de proyectos. La unidad de acción sólo es posible cuando existe la unidad en la comprensión de las tareas de la clase obrera e identidad de criterios sobre las formas de lucha a adoptar. ¿Es posible la unidad de acción cuando una parte de los sindicatos está a favor de las formas de lucha revolucionarias y la otra preconiza la reconciliación con la burguesía? ¿Si unos buscan la salvación en la Sociedad de Naciones y los otros en la lucha contra esta? ¿Si unos basan su actividad en la colaboración de clases y los otros en la lucha revolucionaria de clases? En semejantes condiciones es difícil forjar la unidad deseada, incluso si los obreros de las distintas tendencias forman parte de la misma organización. Pero entonces intervienen los incrédulos y preguntan: “La unidad de la clase obrera, ¿es un medio o un fin?” El fin es el socialismo, la unidad no es sino el mejor de los medios para realizar este fin, y nosotros estamos a favor de esta unidad en la medida que aproxime al proletariado a la meta del socialismo.

Esto no quiere decir que hay que fraccionar y disolver los sindicatos existentes; se trata de conquistarlos, de elevar la conciencia de las masas, de arrastrar a los obreros a la lucha y de crear sobre esta base la unidad proletaria. La clase obrera tiene el

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máximo interés en que se forme un frente único, si quiere vencer a la burguesía. En efecto: ¿en qué consiste la fuerza de la burguesía? En su unidad: sus organizaciones políticas, económicas y estatales actúan siempre en el mismo frente, contra los obreros. En cambio, enfrente suyo la clase obrera siempre está dispersada, sin coordinar sus acciones y, por consiguiente, es sistemáticamente derrotada por la burguesía.

Por mucho que deploremos esta falta de unidad, nuestras quejas no arreglan nada. Hay que tener en cuenta la realidad, actuar en la lucha en función de la relación de fuerzas existente, comprender todas las causas de esta dispersión de las organizaciones obreras. Los obreros revolucionarios aspiran siempre a la unidad de acción, pero no pueden edificarla sobre el terreno de la colaboración de clases. Y mientras los jefes sindicales persistan en su criterio, la unidad será imposible, pues ningún obrero revolucionario aceptará semejante unidad. Aspiramos a la unidad de acción en el terreno exclusivo de la lucha de clases, en el terreno de la resistencia a la burguesía. En todas las acciones ofensivas y defensivas, los obreros revolucionarios saludan con alegría toda iniciativa conjunta de los trabajadores, cualquiera que sea su adscripción política. Pero no hay que hacerse ilusiones. La unidad de la clase obrera sólo podrá forjarse tras una dura batalla. En este sentido, la burguesía lleva el agua a nuestro molino: fuerza a los obreros políticamente más atrasados a reflexionar sobre problemas que hasta entonces no se habían planteado.

Antes de crear un único frente obrero, antes de pensar en la fusión de todas las organizaciones en una única fuerza combativa, es necesario formar un frente único de las fuerzas revolucionarias. En este terreno nos topamos con dificultades que provienen del pasado del movimiento obrero. La creación de un frente único choca con el problema de las relaciones mutuas entre los partidos y los sindicatos, entre la política y la economía, que siempre ha sido un escollo para los obreros, particularmente en los países latinos. ¿Quién debe dirigir la lucha revolucionaria en su conjunto, el partido político o los sindicatos? Si los sindicalistas revolucionarios reniegan de los partidos políticos, es porque creen que únicamente los sindicatos deben hacer la revolución, y que realmente la llevarán a cabo. De donde deducen que no conviene establecer ningún acuerdo, ninguna acción conjunta y permanente con los partidos comunistas, pues ello comportaría la supeditación de las organizaciones sindicales a las organizaciones políticas.

No son pocos los sindicalistas que en todo el mundo se han especializado en esta lucha contra la política, que pregonan la idea de la neutralidad de los sindicatos y de su independencia con respecto a los partidos políticos. Lo más curioso es que en Francia

reina una unanimidad total entre los sindicalistas de izquierda y la mayoría de la C.G.T. en la cuestión de la independencia y autonomía de los sindicatos. Todos hablan de independencia, todos citan la carta de Amiens, todos la invocan, pero nadie concreta el sentido de la palabra “independencia”. He aquí un ejemplo muy elocuente: en el último congreso internacional del Metal, celebrado en Lucerna (septiembre de 1921), tuvo lugar un arduo debate en torno a la política. Merrheim tomó la palabra y se declaró opuesto a la participación de los sindicatos en la vida política; los reformistas de otros países lo atacaron duramente. Dissmann, Ilg y muchos otros le respondieron en términos muy enérgicos, demostrándole que es imposible separar la lucha sindical de la lucha política. Pero todo el mundo conoce la política que desarrollan los metalúrgicos suizos, alemanes, austríacos y otros: es claramente oportunista, está íntimamente ligada a la política de los partidos socialistas de derecha; su orientación táctica en el movimiento sindical corresponde a la que aplican los partidos socialistas en otras esferas.

Pero ¿acaso Merrheim, ese defensor de la autonomía y de la independencia, vive realmente de espaldas a la política? Él y sus partidarios, ¿son realmente independientes? A finales de agosto se reunió en París la comisión de la Sociedad de Naciones (presidida por Viviani) que estudia los problemas del desarme. Esta comisión, integrada por representantes de los Gobiernos, echó muchas parrafadas sobre el desarme, aunque todos sabían muy bien que mientras exista el régimen burgués no cesará la política de rearme. Jouhaux, que estaba presente en las sesiones de la comisión, pronunció un largo discurso en favor del desarme, y se esforzó en demostrar la necesidad de que las municiones no se fabriquen en las empresas privadas, sino en las factorías del Estado. ¿Acaso esto no es política? La participación de Jouhaux y otros representantes de la Internacional de Ámsterdam en las sesiones de la comisión de la Sociedad de Naciones y en la Oficina Internacional del Trabajo, ¿acaso es esto también una manifestación de la independencia de las organizaciones sindicales? Salta a la vista que toda esta teoría de la independencia no merece ni siquiera un comentario, por la simple razón de que los sindicatos, en tanto que son organizaciones obreras, no tienen más remedio que seguir una determinada política, sea reformista o revolucionaria, en función del nivel de conciencia y del espíritu combativo de las masas proletarias.

Esta prevención frente a la política y los partidos políticos se expresa en el hecho de que muchos sindicalistas revolucionarios no admiten la posibilidad de llegar a un acuerdo, provisional o permanente, con los partidos comunistas, cara a desarrollar una lucha común. Sin embargo, basta con reflexionar un instante sobre la cuestión para darse

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cuenta que este razonamiento no tiene sentido. ¿Quién aplicará en todos los países el programa expuesto en este folleto? ¿Quién lo defenderá? ¿Quién luchará y realizará el control obrero? ¿Quién creará organizaciones de autodefensa? ¿Quién organizará la resistencia de masas a la ofensiva económica del capital? ¿Quién se esforzará, en las luchas cotidianas, por elevar la conciencia de las masas para convencerlas de la necesidad de la revolución social y de la instauración de la dictadura del proletariado? ¿Quién combatirá, en resumidas cuentas, el veneno reformista? ¿Quién actuará en el momento decisivo para derrocar a la burguesía? ¿Quién unirá a las masas y organizará la lucha de toda la clase obrera? En una palabra: ¿quién asumirá en cada país la defensa del programa de acción de la I.S.R.? La respuesta es fácil: por un lado, los sindicatos revolucionarios; por otro, los partidos comunistas. Y nadie más. No hay otros candidatos y no los habrá. Tanto a escala nacional como internacional, vemos que sólo existen dos tipos de organizaciones que lucharán por la aplicación del programa de acción revolucionaria: los sindicatos rojos y los partidos comunistas.

Los sindicatos rojos no tendrían por qué plantearse un acuerdo con los partidos comunistas si no aspiran a derrocar el capitalismo. Pero en la medida que se proponen este objetivo, idéntico al de los partidos comunistas, la ausencia de una alianza para desarrollar acciones conjuntas constituye un crimen contra la clase obrera. No es por casualidad que el III Congreso de la I.C. y el I Congreso de los sindicatos rojos han adoptado el mismo programa de acción. No es por casualidad que ambos congresos mundiales votaron a favor del establecimiento de estrechas relaciones y de la colaboración entre los sindicatos rojos y los partidos comunistas. Y tampoco es por casualidad que el artículo 33 de la resolución sobre la táctica, adoptada por el I Congreso de los sindicatos rojos, diga:

“En las condiciones actuales, toda lucha económica se transforma inevitablemente en lucha política. La misma lucha, por muy reducidos que sean los sectores obreros que participen en ella, puede ser realmente revolucionaria y desarrollarse en beneficio de la clase obrera, siempre que los sindicatos revolucionarios marchen codo a codo, colaborando estrechamente y uniéndose al partido comunista de su país. La teoría y la práctica de la división de la lucha de la clase obrera en dos partes separadas, y aisladas, es extraordinariamente nociva, sobre todo en el actual momento revolucionario. Toda lucha exige concentrar las fuerzas al máximo, tensar hasta el límite toda la energía revolucionaria de la clase obrera, es decir, de todos los comunistas y revolucionarios. Las luchas que dirijan por

separado los partidos comunistas y los sindicatos revolucionarios, están condenadas de antemano al fracaso y a la derrota. Por esta razón, la unidad de acción y las relaciones orgánicas de los partidos comunistas con los sindicatos son los requisitos del éxito en la lucha contra el capitalismo.” Todo ello no se debe al azar, sino que se deduce

de la lógica del combate; es la respuesta a la cuestión fundamental que plantea el momento actual: ¿cómo lograr un triunfo mejor y más rápido? Partiendo exclusivamente de este planteamiento, debemos subrayar la vinculación permanente y la estrecha colaboración entre todas las organizaciones revolucionarias en todas las acciones ofensivas y defensivas contra las clases dominantes y sus Gobiernos. Pero, ¿qué quiere decir “vinculación orgánica”? ¿Fusión de organizaciones, sumisión de una a otra, renuncia a la autonomía? Nada de esto. La vinculación orgánica significa en este caso la unidad en la lucha. No cerramos los ojos ante el hecho de que las relaciones entre los partidos y los sindicatos pueden ser muy variadas: van desde la unión de las organizaciones (Noruega) hasta la rivalidad hostil (Francia). Ni se nos ocurre querer cortar con el mismo patrón la complejidad de las relaciones concretas. No cabe ninguna duda que las relaciones entre los partidos comunistas y los sindicatos revolucionarios en Francia y España, por ejemplo, serán muy distintas que las de Europa central y de los países escandinavos, pues en el fondo los sindicalistas revolucionarios constituyen un partido político, aunque no quieran reconocerlo. No pretendemos establecer un esquema abstracto. No es nuestro deseo, ni mucho menos, subordinar a los sindicalistas a una organización ajena a ellos; y lo es todavía menos impedirles que hagan la revolución solos, que derroquen a la burguesía e instauren el poder de los sindicatos. Todo esto no tiene nada que ver con lo que nosotros defendemos. Se trata de alcanzar la unidad en la lucha contra la burguesía, de no dejar que nos golpee por separado. De ahí que todas las lamentaciones en torno a la independencia, al deseo de Moscú de someter a todos los sindicatos, no es más que pura fraseología, que en lugar de resolver el problema, lo embrolla todavía más.

Por lo demás, basta con analizar atentamente el pasado y sobre todo el presente del sindicalismo francés, para darse cuenta que la C.G.T. no ha tenido en ningún momento de su historia una línea política determinada, anarquista o reformista. Era “independiente” de cualquier principio, pues los cambios de táctica se producen con una rapidez vertiginosa, lo que demuestra la completa independencia de los dirigentes de la C.G.T. con respecto al socialismo y al comunismo.

En suma, si queremos triunfar hemos de lograr la unidad de todos los revolucionarios en cada país, recordando siempre que la unidad del frente

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revolucionario es la condición previa para alcanzar la unidad de todo el frente obrero. Los obreros reformistas y atrasados vendrán al lado de la revolución, empujados por la lógica de la lucha de clases, y cuanto más cohesionado, compacto y potente sea el frente creado gracias a la vinculación orgánica de los sindicatos revolucionarios y los partidos comunistas, tanto más se acelerará este proceso.

21. ¿Destruir o conquistar los sindicatos? Para lograr un frente revolucionario, ¿hay que

abandonar los viejos sindicatos o desgajar de ellos, de forma generalizada, a los sectores revolucionarios? Encontraremos la respuesta a esta pregunta examinando el papel desempeñado por los sindicatos antes, durante y después de la guerra.

Los sindicatos obreros nacieron como organismos de autodefensa de la clase obrera. A medida que crecía y se desarrollaba el capitalismo, a medida que las formas de explotación se hacían más complejas, los sindicatos obreros adoptaban también formas más complejas y, en la lucha contra los explotadores, una táctica más elaborada. Antes, cada obrero se las tenía que ver con capitalistas individuales; más tarde, el obrero aislado se enfrentaba al capitalismo colectivo; el siguiente estadio de desarrollo se caracteriza por la lucha que libra la organización obrera contra la organización patronal, la clase obrera, agrupada en torno a sus organizaciones económicas y políticas, contra los patronos organizados y el Estado burgués.

Durante varios decenios, los sindicatos obreros lucharon, en la mayoría de países capitalistas, por mejorar la situación de la clase obrera, pero adaptándose al marco del régimen burgués. La guerra puso al descubierto, ante el pasmo de todo el mundo, el apego de los círculos obreros dirigentes a su capitalismo nacional. Así, los sindicatos obreros eran una base de apoyo de la política bélica de los últimos años. Para los dirigentes de los sindicatos obreros, el bienestar de la clase obrera depende de la situación de su industria nacional dentro del mercado mundial. No sólo hemos visto cómo se enfrentaban las clases dominantes de Alemania e Inglaterra, sino también los sindicatos ingleses y alemanes, pues cada bando hacía depender su futuro de la extensión y conquista de nuevos mercados. Pudimos observar un fenómeno muy curioso: la clase obrera crea, a medida que se desarrolla, organizaciones de autodefensa frente a la burguesía, y estas mismas organizaciones se convierten, en un determinado estadio de su evolución, en parte integrante del sistema capitalista. Los dirigentes de los sindicatos que se entrelazaron íntimamente con el Estado burgués, abordaron todos los problemas desde el punto de vista de los intereses nacionales, y las organizaciones obreras, que habían sido creadas para luchar contra el Estado burgués, se convirtieron en la principal base de apoyo del

régimen capitalista. Esta contradicción entre la necesidad intrínseca de la clase obrera de disponer de una organización propia y la colusión de las organizaciones existentes con el aparato capitalista y burgués, afloró a la superficie con particular claridad durante la guerra y en el período inmediatamente posterior.

Antes de la guerra, los sindicatos obreros englobaban en total casi a diez millones de miembros. Inmediatamente después de la guerra, los obreros penetraron en masa en los sindicatos, pues la guerra los había arrancado de su situación normal. El obrero aislado se sentía impotente, indeciso. Había desaparecido la estabilidad relativa del sistema burgués, la sociedad se había conmovido hasta sus cimientos, y hasta el obrero más atrasado entraba en los sindicatos para encontrar una respuesta a las cuestiones que le atormentaban. En los países más importantes ya es la mayoría de los obreros la que está organizada. El número de trabajadores sindicados en Inglaterra es superior a los ocho millones; en Alemania sobrepasa la cifra de doce millones (incluyendo a los sindicatos cristianos y liberales). En la Austria alemana (seis millones de habitantes) hay casi un millón de obreros sindicados. En Bélgica tenemos aproximadamente la misma cifra. En suma, observamos un enorme movimiento espontáneo de las masas obreras en dirección a los sindicatos, lo que amplía de golpe el viejo marco organizativo. Nacen poderosas federaciones del Estado, de exacerbación de la lucha social, de completa inseguridad ante el porvenir, en este período de impulso revolucionario, deberían haber constituido el arma principal de la clase obrera en la lucha por sus objetivos.

Este primer período, de crecimiento, concluye a finales del año 1920. En 1921 se abre una etapa de decrecimiento de las organizaciones obreras; pero a pesar de todo, los sindicatos obreros todavía agrupan a decenas de millones de miembros. Actualmente hay en total unos 50 millones de obreros organizados en todos los países. Este inmenso ejército organizado impone su presencia en todo el mundo capitalista, que no tiene más remedio que tener en cuenta a estas organizaciones de masa de la clase obrera.

Los sindicatos obreros, que durante la guerra habían desempeñado un papel tan importante, debían continuar desempeñándolo después de finalizar la carnicería internacional; este era al menos el proyecto de sus dirigentes. Los vencedores habían subrayado la importancia de los sindicatos obreros en la política moderna al invitar a los dirigentes de los sindicatos a participar en la elaboración de determinados artículos del tratado de VersaIles y a formar parte, en pie de igualdad con los patronos, en la Oficina Internacional del Trabajo de la Sociedad de Naciones. Esta fue la más alta recompensa para los sindicatos reformistas en la palestra internacional,

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la coronación, a nivel internacional, de la política de colaboración practicada en cada país. A escala nacional, los dirigentes de los sindicatos contemporáneos aspiraban a una liquidación rápida y pacífica de los efectos de la guerra, a un incremento de la producción, al restablecimiento a toda prisa de la normalidad capitalista, ofreciendo su entera colaboración y solicitando a cambio tan sólo una representación paritaria en todo tipo de conferencias convocadas por el Gobierno. Nació toda una filosofía del derecho paritario. Esta se extendió ampliamente por toda Alemania, y encontramos una de sus expresiones en las decisiones de la Internacional de Ámsterdam, destinadas a establecer la paz social. En el período de postguerra, los sindicatos constituyeron una base de apoyo de todo tipo de gobiernos de coalición; intervinieron abiertamente contra las acciones revolucionarias del ala izquierda del movimiento obrero, lastrando con todo el peso de su potente aparato el ascenso del movimiento revolucionario en todos los países.

Por otro lado, los sindicatos, al tiempo que obstaculizaban al movimiento revolucionario, tenían que luchar por mejorar la situación económica de los obreros y defender su nivel de vida, mediante pactos o huelgas. De este modo, los sindicatos obreros siguieron, durante el período de postguerra, una política de reformas y de lucha contra la revolución social. Es precisamente este papel antirrevolucionario del núcleo dirigente de los sindicatos el que ha provocado la reacción en los sectores obreros imbuidos de espíritu revolucionario. Apareció la teoría de que los sindicatos obreros, organizaciones aliadas con el Estado burgués, debían ser destruidas, que en su lugar había que construir nuevos sindicatos. Esta teoría nació en Alemania, tras una serie de derrotas sufridas por los obreros revolucionarios. Surgió y se desarrolló en el país en que la burocracia sindical había traicionado con el mayor de los cinismos los principios esenciales de la lucha de clases, donde el sistema paritario se había materializado en forma de Arbeitsgemeinschaft (agrupación paritaria de patronos y obreros) y donde la burguesía había reconocido, tras la revolución de noviembre de 1918, que los sindicatos obreros habían salvado el Estado (o sea, la propiedad privada) de la anarquía y descomposición. Esos obreros de izquierda razonaban del modo siguiente: los sindicatos obreros son conservadores, apoyan al Gobierno, practican la colaboración de clases, luchan contra el movimiento revolucionario y contra la idea misma de la revolución social; por consiguiente, hay que separarse de ellos y crear sindicatos propios, quizá minoritarios, pero al menos revolucionarios.

La mayoría de los sindicatos obreros son conservadores; desempeñan actualmente un papel contrarrevolucionario; se colocan en el terreno de la colaboración de clases. De todo ello no cabe la

menor duda, pero ¿es ésta una razón para destruir los sindicatos? Además, ¿qué quiere decir exactamente eso de destruir los sindicatos obreros? Los sindicatos no están constituidos solamente por los locales y las cajas sindicales; los sindicatos son organizaciones construidas durante varios decenios, agrupan a millones de obreros. Hay muchas razones que explican que las masas obreras estén integradas en esos sindicatos conservadores.

Es indudable que en los sindicatos está organizada la parte más valiosa, más activa y consciente de la clase obrera. Esta parte no ha alcanzado todavía un nivel suficiente de actividad y de conciencia. No importa: hay que tomar partido; hay que tomar a la clase obrera tal cual es. ¿Por qué destruir los sindicatos obreros y crear otros, pequeños sindicatos, si se puede conquistar a la masa obrera, y a través de ella a los sindicatos?

La teoría de la destrucción de los sindicatos se basa en el presupuesto de que los sindicatos reformistas no comportan ninguna ventaja para los obreros. Pero los hechos desmienten tal afirmación. Si los sindicatos obreros no beneficiaran en nada a la clase obrera, jamás sabrían atraerse a millones de obreros; habrían perecido de muerte natural, y eso desde hace ya mucho tiempo. Pero en la realidad observamos hechos diametralmente opuestos: no sólo los obreros no dan la espalda a los sindicatos, sino que además éstos constituyen la única organización que ha conservado la unidad, a pesar de la aguda lucha desarrollada en el seno de la clase obrera durante el período de postguerra. No existe ni un sólo país en el mundo donde no haya dos o tres partidos políticos obreros en abierta beligerancia entre sí; pero a pesar de la diferenciación política, a pesar de la exacerbación de la lucha política, los sindicatos obreros permanecen generalmente unidos e intactos; los obreros de todas las tendencias continúan integrados en los sindicatos luchando conjuntamente. ¿Acaso es esto fruto del azar? Es evidente que no. Los viejos sindicatos conservadores continúan prestando, incluso actualmente, un servicio muy importante para los obreros: la defensa de sus intereses inmediatos frente a la embestida frenética del capital. Los sindicatos obreros constituyen una especie de techo común bajo el que buscan refugio todos los obreros en un período de intemperie social. Los intereses materiales de los obreros, los problemas salariales, de la jornada de trabajo, del trabajo femenino e infantil, de los seguros, etc., hacen que los obreros se junten, los fuerzan a mantenerse unidos dentro de un mismo sindicato. Volver la espalda a los sindicatos significa, en el momento actual, volver la espalda a las masas; pregonar la destrucción de los sindicatos significa provocar la indignación de las amplias masas, que ven en los sindicatos reformistas a los defensores de sus intereses materiales inmediatos. El deber del

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revolucionario es estar donde están las masas, trazar en el seno de las organizaciones de masas una orientación que demuestre ante ellas las ventajas de la táctica revolucionaria frente a la política reformista.

Si el punto de vista de los elementos de izquierda en relación a la inutilidad de los sindicatos fuera correcto, habría que dar por imposible la revolución social, pues la revolución social es irrealizable sin esas decenas de millones de obreros organizados en los sindicatos. Podemos soñar con la revolución, pero hacerla sin los sindicatos es imposible. Las luchas de los últimos meses han puesto de relieve de manera particularmente contundente los daños que puede originar la destrucción de los sindicatos. Si nuestros camaradas ingleses hubieran adoptado este punto de vista, tendrían que haber retirado de los sindicatos a todos los militantes revolucionarios; tendrían que haberlos retirado también de la Federación de Mineros, que ha protagonizado una huelga de tres meses de duración a despecho de algunos de sus jefes. Ahí está el peligro: la teoría de la destrucción de los sindicatos no sólo es pesimista en lo que concierne a la masa obrera, sino que también exagera el peso de la burocracia sindical. Y así podemos observar situaciones verdaderamente grotescas: hombres que por un lado se proponen derribar el capitalismo, aplastarlo en Inglaterra, Alemania, Francia y Estados Unidos, y que por otro se creen incapaces de desbancar a la burocracia sindical de esos países. Los Gomper, Thomas, Grassmann, los Oudegeest les parecen invencibles, al tiempo que no pierden la esperanza de poder vencer a los representantes por excelencia del imperialismo moderno.

Esta táctica pesimista y desesperada no tiene nada en común con el espíritu revolucionario; revela una enorme impaciencia y una gran pobreza de pensamiento revolucionario. Es por esta razón por lo que la Internacional Comunista, del mismo modo que la Internacional Sindical Roja, rechazan enérgica y categóricamente la consigna de “destrucción de los sindicatos”, adoptando en su lugar la de “conquista de los sindicatos”. La experiencia del año transcurrido prueba la justeza de esta táctica. En Francia, en Italia, en Alemania, en todos los países se extiende y crece el movimiento sindical revolucionario. Todavía no tiene la fuerza para derribar a la vieja burocracia, pero es suficientemente potente como para influenciar la táctica sindical en cada país, para plantear abiertamente los problemas que intenta escamotear la burocracia sindical.

Nuestra tarea consiste en enfrentar a los dirigentes sindicales con las masas obreras en el terreno de la lucha cotidiana, para arrancar a estas masas, ideológicamente y en la acción, a la influencia de sus jefes conservadores. Esta orientación lleva a la destrucción de la influencia de la burocracia

conservadora en el seno de los sindicatos, y no a la de los propios sindicatos. Preconizamos la incorporación a los sindicatos, no para adherirnos a las consignas y principios reformistas, sino para conquistar a las masas y transformar los sindicatos en un instrumento de la revolución social, en contra de sus dirigentes reaccionarios.

Precisamente porque la consigna de la destrucción de los sindicatos equivale a romper con las masas, a aislarse de los obreros revolucionarios, a reducir el movimiento a una simple actividad de secta, que la Internacional Sindical Roja proclama esta consigna: “¡Estad con las masas! ¡Penetrad en los sindicatos! ¡Es el único camino de la victoria! “

22. Estrategia reformista y estrategia

revolucionaria. La estrategia de clase es mucho más compleja que

la estrategia militar. Por muy numerosos que sean los ejércitos modernos, por muchos millones o decenas de millones de combatientes que engloben, por mucho que dure la guerra, se trata, a pesar de todo, de un conflicto temporal. La última guerra mundial, en la que tomaron parte decenas de millones de personas, aparece como un fenómeno muy complejo, y más en la retaguardia que en el frente; pues aparte de la movilización estrictamente militar, el material bélico, la organización de unidades de combate -infantería, caballería, artillería, aviación, etcétera-, la burguesía procedió a una movilización moral, es decir, que movilizó en pro de la guerra la conciencia de las amplias masas. Pese a toda la complejidad de la guerra, la estrategia de clase es todavía más intrincada que la estrategia militar. No existen en este caso dos frentes nítidamente delimitados, separados entre sí mediante alambradas y enfrentados continuamente en un intercambio de gases asfixiantes y miles de proyectiles. El frente de las clases se sitúa en el interior del país. La clase obrera forma parte de la sociedad moderna. Está impregnada de ideología burguesa; sus hijos estudian en las escuelas del Estado, lee los periódicos burgueses, etc. El frente de las clases traza un zig-zag y los enemigos de clase penetran en las filas del proletariado, tanto física como espiritualmente; allí tienen adeptos, discípulos, defensores, hasta podríamos decir trovadores. Por todo ello, la estrategia revolucionaria de clase, o la política de clase, plantea uno de los problemas más difíciles de la lucha social contemporánea.

El factor más importante es que la lucha misma ha adquirido dimensiones extraordinarias. Durante los últimos decenios los obreros han dejado de ser partículas humanas aisladas. Han construido sus organizaciones de masa. Los conflictos sociales que sacuden el mundo moderno ya no se expresan en forma de enfrentamientos aislados, de hombres separados y diseminados, sino de choques entre ejércitos organizados, y exigen un conocimiento

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profundo de las relaciones sociales internas, de la situación económica del país y de la coyuntura industrial internacional. Es indispensable conocer la relación de fuerzas entre las distintas clases, el grado de organización y la capacidad de resistencia de la burguesía y de sus diversas capas, las contradicciones internas v las fricciones existentes en el seno de las clases dominantes, el nivel de organización de la clase obrera, en suma, su conciencia revolucionaria de los objetivos que persiguen las distintas capas del proletariado, su madurez ideológica y el dominio de sí mismas en la guerra de clases. Conocer todo esto es imprescindible para establecer una orientación precisa, es decir, para que el núcleo dirigente de los sindicatos aplique correctamente la política de clase. La estrategia, es decir, la política de clase, es el arte de maniobrar; no constituye un fin en sí misma, es un medio, un recurso, un método y una forma de alcanzar un objetivo determinado. Por consiguiente, la estrategia depende de los problemas que se plantean. Es por esto que las mismas formas de lucha pueden ser revolucionarias o reformistas, en función de los medios que se tienen para poner en práctica estas formas de lucha y acción, en función de los problemas a que se enfrenta la clase obrera.

¿Cuál es entonces la diferencia entre estrategia reformista y estrategia revolucionaria? Ante todo, esta diferencia consiste en que los sindicatos reformistas preconizan, en todas sus acciones, al maniobrar con las fuerzas que tienen en su poder, el paso pacífico del capitalismo al socialismo, es decir, se proponen una tarea utópica, irrealizable, históricamente imposible. Por otro lado, ante todas las luchas, ante todas sus intervenciones surge el problema del derrocamiento de la burguesía. Pero he aquí que acuden los reformistas y dicen: “Vosotros los comunistas y sindicalistas revolucionarios, ¿pensáis acaso que es posible realizar la revolución social en cualquier momento? ¿Creéis que el proletariado, que todavía no tiene la preparación y conciencia suficientes, puede lograr tan sólo por la vía de la violencia lo que habrá de conseguir en el transcurso de muchos años?”

La afirmación de que los sindicatos revolucionarios y los partidos comunistas consideran posible materializar la revolución social en cualquier circunstancia, de que tratan de transformar cada conflicto en revolución social, es perfectamente absurda. Si ello fuera verdad, los dirigentes de los sindicatos rojos serían verdaderos aprendices desde el punto de vista de la estrategia revolucionaria, pues no tendrían en cuenta las relaciones de fuerza existentes y las posibilidades reales de la lucha. No: semejante concepción infantil de las relaciones sociales no es propia de los sindicatos revolucionarios... No se trata de transformar cada conflicto en insurrección armada y en revolución, sino de demostrar a las masas obreras, tomando cada

conflicto como ejemplo, la necesidad e inevitabilidad de la revolución social y del derrocamiento de la burguesía, La idea de que cualquier huelga puede derribar a la burguesía es evidentemente utópica. En su tiempo los sindicalistas revolucionarios cayeron en este error. Nosotros no creemos en semejante milagro, pero enfocar todo conflicto social a la luz de una política revolucionaria no es una utopía, sino una posibilidad real que se impone.

Veamos algunos ejemplos que aclararán la diferencia entre estrategia reformista y estrategia revolucionaria. Actualmente el capital está a la ofensiva en todos los países; los salarios descienden con una rapidez increíble; existen proyectos de prolongar la jornada de trabajo. En pocas palabras, la burguesía ha pasado de la defensiva a una ofensiva frenética. ¿Qué hacen los reformistas y los revolucionarios en este período de lucha encarnizada? No nos referiremos al hecho de que muchos sindicatos rebajan voluntariamente los salarios por decisión de sus jefes reformistas. Esta curiosa estrategia de clase se deriva de la sumisa aceptación, por estos dichosos dirigentes, de la tesis burguesa de que una reducción de los precios de los productos debía venir acompañada necesariamente de una reducción de salarios, como si hasta ahora el salario hubiera sido suficiente para cubrir todas las necesidades de los obreros.

Como consecuencia de la ofensiva del capital estallan grandes conflictos, donde los obreros de distintas convicciones políticas luchan mano a mano, hombro a hombro, contra los empresarios que atacan. Así, en la huelga de los mineros de Inglaterra, la huelga actual (septiembre de 1921) en el norte de Francia, etc., ¿cómo actúan los reformistas ante tal resistencia masiva de los trabajadores frente al capital? “Es necesario rechazar la ofensiva del capital”, dicen y escriben los dirigentes del movimiento sindical reformista actual. Es cierto, hay que rechazar la agresión, responden los sindicalistas revolucionarios. Pero ¿se limita la estrategia de clase simplemente a rechazar una ofensiva? No, su misión consiste en hacer que cada luchador comprenda, en el transcurso de esta guerra de clases, que ésta no es la lucha final, que tendrá que rechazar todavía muchos ataques, que éstos no cesarán mientras perviva el enemigo. Los altos mandos saben a ciencia cierta que la regla fundamental del arte militar determina que hay que desmoralizar, desorganizar y destruir definitivamente el ejército enemigo, y que sólo entonces puede darse la guerra por terminada. Los políticos reformistas no piensan jamás en apuntar a las causas de la guerra de clases, a las raíces fundamentales de estos terribles conflictos. Enfocan el conflicto como un hecho aislado, tratan de liquidarlo cuando los empresarios no quieren admitir acuerdo alguno y acto seguido se tranquilizan, a la espera de nuevos estallidos.

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Los sindicatos revolucionarios no pueden en modo alguno aceptar esta manera de actuar. Destruir el ejército enemigo con la fuerza de una ofensiva organizada: este es el problema que deben afrontar los sindicatos revolucionarios. ¿Significa esto que es posible destruirlo el día menos pensado y en el transcurso de cualquier huelga? No, pero esta idea de que es necesario destruir las fuerzas enemigas, es decir, a la burguesía, surge con toda su claridad de las acciones de todo sindicato revolucionario, en su agitación, en su propaganda, en sus manifestaciones, a la hora de examinar las condiciones propuestas, durante el armisticio que precede a la conclusión de la paz. En todo momento y en todas partes, los sindicatos de clase examinarán todo desde el punto de vista del derrocamiento de la burguesía, mientras que los reformistas lo harán a la luz del mantenimiento íntegro de la sociedad contemporánea. Para unos, no hay más salida que el desarme y la destrucción de la clase burguesa, para otros se trata de llegar a un acuerdo con ella. Unos ven en estos conflictos continuos una consecuencia inevitable de las relaciones capitalistas, que sólo desaparecerán cuando desaparezcan éstas, y por consiguiente dan todos los pasos con vistas a destruirlas; los otros afrontan estos conflictos como si fueran fenómenos momentáneos y fortuitos, frente a los que hay que actuar para poder llegar después a un mejor entendimiento con los representantes de las demás clases.

De esta manera, los estrategas reformistas y revolucionarios mantienen relaciones conflictivas durante la lucha y una vez terminada ésta. Mientras unos utilizan el ejemplo del último conflicto para demostrar la necesidad de reanudar la lucha, los otros descansan sobre los paliativos obtenidos, estimando que los mejores resultados se obtienen siempre mediante acuerdos. Unos interpretan el pacto concluido o el convenio colectivo como un armisticio provisional, durante el cual hay que prepararse para un nuevo enfrentamiento; los otros, como el restablecimiento de la normalidad, perturbada ocasionalmente por la irrupción de las pasiones de clase.

Veamos un segundo ejemplo: los representantes de la Internacional de Ámsterdam participaron en la elaboración de determinados extremos específicos del tratado de Versalles; son miembros de la Oficina del Trabajo, que depende de la Sociedad de Naciones, y están integrados en las comisiones organizadas por ésta.

Hace poco (agosto de 1921), Jouhaux, Oudegeest y Torberg asistieron a la reunión de la comisión para el desarme, convocada por la Sociedad de Naciones. Jouhaux pronunció un largo discurso ante los oídos atentos de los representantes de la burguesía, quienes acto seguido continuaron tramando, igual que antes, el embrollo destinado a engañar a las masas. ¿Qué

significa, desde el punto de vista de la clase obrera, una acción de este tipo? El representante de la Confederación General de Francia pronuncia, en presencia de ministros que habían organizado la masacre internacional y que todavía mantienen un yugo militar aplastante, un discurso sobre las ventajas de una reducción de armamentos. Se le escucha con paciencia, pues, como dice el aforismo, “las palabras se las lleva el viento”. Pero, ¿qué persigue Jouhaux con esta intervención? ¿Espera poder influir en el Gobierno y las clases dirigentes por obra y gracia de la elocuencia y de la simple apelación a la verdad abstracta? Esta es precisamente la estrategia reformista. ¿Podemos imaginarnos a un representante de los sindicatos revolucionarios hablando a los ministros burgueses sobre el mismo asunto? Es dudoso que estos señores le prestaran atención hasta el final. La estrategia revolucionaria no perseguiría otro objetivo -sin importarle ni un ápice cómo irían a reaccionar los ministros presentes- que denunciar ante las amplias masas obreras el papel engañoso y provocador que desempeña esa institución y sus proyectos. Esta intervención formularía, en la ciudadela del Estado burgués, lanzaría a la cara de las clases dirigentes la acusación, debidamente documentada, de que los burgueses no desean el desarme, sino que en realidad desarrollan el armamento de forma cada vez más enérgica. En pocas palabras, el representante de los sindicatos auténticamente revolucionarios acusaría abiertamente a los tartufos burgueses de hipocresía y de querer engañar a las masas trabajadoras. Esta sería la estrategia revolucionaria. No cabe duda que no se volvería a tolerar semejante grosería en otra reunión de éstas, pero los obreros no tienen por qué ser amables con sus enemigos de clase.

En esta situación, por tanto, es posible concebir una actitud revolucionaria y oponerla a la conducta reformista. Ello demuestra que la estrategia revolucionaria no se limita a llamar a la insurrección y a la revolución en todo momento, contra viento y marca y sin tener en cuenta las posibilidades reales. Esto no es más que fraseología revolucionaria y no táctica revolucionaria; delata una elevada dosis de impaciencia y de pobreza mental. No, no es ésta la esencia de la táctica y la estrategia revolucionaria. Esta consiste en mantener siempre claramente delimitada la frontera entre las clases, en no desdibujarla jamás, en subrayar siempre los principios que defendemos, en agudizar constantemente las contradicciones existentes, mientras que la táctica reformista consiste en limar las asperezas, en tapar las grietas, en atenuar y suavizar las contradicciones de clase. Desde este punto de vista no existen formas de lucha exclusivamente revolucionarias, como piensan algunos camaradas nuestros, que estiman que únicamente la huelga o la insurrección armada

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Programa de acción de la Internacional Sindical Roja

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merecen la atención revolucionaria. No, todo depende de la manera en que se actúa, de la orientación con que estas acciones educan a las masas obreras. Hemos conocido acciones revolucionarias en el Parlamento, una actividad revolucionaria parlamentaria, manifestaciones reformistas e incluso huelgas reaccionarias -por ejemplo, cuando están dirigidas contra el empleo de trabajadores de raza negra, etc.-. Es por esto por lo que no podemos estar de acuerdo con la antigua teoría sindicalista que atribuye a determinadas formas de lucha un enigmático significado milagroso. Todo depende del momento, del lugar, de las circunstancias y fundamentalmente del objetivo de la lucha, de la problemática que uno se plantea.

Una actitud de desprecio hacia determinadas formas de lucha sólo puede derivarse de la incomprensión absoluta del significado global de la lucha de la clase obrera por sus necesidades e intereses cotidianos. Si por un lado debemos luchar enérgica y despiadadamente contra la táctica del pacto a cualquier precio con las clases dominantes, de retirada permanente y de temor constante ante las acciones decisivas, debemos combatir también, por otro, el aventurerismo revolucionario y la táctica de la ofensiva a cualquier precio. El presidente de la Internacional de Ámsterdam y jefe de los ferroviarios ingleses, Thomas, explicó recientemente por qué éstos no habían apoyado la lucha de los mineros. “Nuestra intervención, dijo, habría provocado la caída del Gobierno y el enfrentamiento con el aparato del Estado”. Y para no llevar las cosas al extremo de dar al traste con el Gobierno, prefirió traicionar a los mineros. Es un ejemplo clásico y perfecto de estrategia reformista. Ante todo y sobre todo no provocar la caída del Gobierno, no agudizar las contradicciones, no entablar la lucha decisiva con las clases dominantes, ir siempre al pacto, a toda costa. El combate contra esta traición, contra esta estrategia antiobrera, debe ser enérgico y decidido. Sin embargo, como ya hemos dicho, esto no nos obliga a pregonar la ofensiva en cualquier circunstancia de tiempo y lugar. El I Congreso de los sindicatos rojos expresó de forma muy clara y precisa los principios fundamentales de nuestra estrategia. En la resolución sobre la táctica encontramos el siguiente párrafo sobre el tema:

§ 43.- Sólo podremos conquistar a las masas, y por tanto los sindicatos, si nos colocamos a la cabeza de las masas obreras en la lucha por las reivindicaciones inmediatas. Esto no significa que debamos recurrir en todo momento a la ofensiva, como si ésta fuese necesaria en cualquier conflicto. Un partidario de la Internacional sindical roja no sólo debe estar imbuido de espíritu revolucionario, sino que además debe dar prueba de una disciplina y sangre fría irreprochables. Lo que puede asegurar la victoria

es la preparación inteligente, sistemática y tenaz de toda acción. La prontitud y tenacidad son cualidades que se adquieren a través del análisis paciente de la situación y de las condiciones objetivas, del conocimiento exacto de las fuerzas de que dispone el enemigo. En la lucha de clases, como en la guerra, la defensa es tan importante como la ofensiva. Tanto en una como en otra hay que tener en cuenta el apoyo de las masas proletarias y las fuerzas sociales enfrentadas. Como vemos, el Congreso exige de los dirigentes

revolucionarios que den muestras, ante todo y sobre todo, de realismo revolucionario. El corazón encendido y la cabeza fría. También en este aspecto debemos seguir el ejemplo de nuestros enemigos de clase. Basta con echar una mirada sobre el frente de la lucha social para descubrir la gran variedad de medios y métodos que emplean las clases dominantes en la defensa de sus intereses. Al tiempo que juegan con las reformas sociales, organizan las milicias contrarrevolucionarias asesinas, la ofensiva en todos los frentes, la destrucción de las organizaciones obreras, la detención de sus dirigentes. El Parlamento continúa promulgando leyes; toda clase de asociaciones social-reformistas, oficiales y privadas continúan lavándole el cerebro a la clase obrera. La literatura, la Iglesia, las universidades, la justicia, la policía, todos actúan en el mismo sentido, todas las armas son útiles para la burguesía, desde la artillería pesada de la policía hasta los gases asfixiantes del reformismo. En este vasto frente hay que saber encontrar siempre los puntos débiles, rechazar el ataque y pasar a la ofensiva, mantener el rumbo, no retroceder jamás ante una forma de lucha determinada contra el enemigo de clase, luchar sin cuartel, en el seno de las filas obreras, contra los espías de la burguesía y sus acólitos, y, explotando metódica, pausada y tenazmente cada paso en falso del enemigo, avanzando cuando resulte necesario, replegándose cuando haga falta para reorganizar las filas, conducir a la clase obrera hacia el objetivo final: el socialismo.

Conclusión. La clase obrera está sola en su lucha por

emanciparse. En este sentido, su punto de partida es peor que el que tuvo en su tiempo la burguesía, pues cuando ésta luchaba por el derrocamiento del régimen feudal, contaba con la clase obrera naciente. Durante la Gran Revolución, los artesanos de los aledaños de París formaban los destacamentos de la vanguardia revolucionaria. La clase obrera se encamina hacia el poder en condiciones distintas. En la mayoría de los países europeos va camino del poder enfrentándose a la burguesía financiera e industrial que se aferra con uñas y dientes a sus privilegios, y además a una clase campesina rica y fuerte. La clase campesina es en su mayoría hostil al

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socialismo, teme su victoria. La clase campesina es la muralla de la reacción en Europa.

Este aislamiento del proletariado en su lucha viene agravado por su heterogeneidad, por la dispersión de sus organizaciones y por el espíritu burgués que corroe a algunas de ellas y las divide entre sí. Por mucho que cueste reconocerlo, hay que decir que los obreros no son inmunes al imperialismo. La guerra ha revelado el apego de los obreros a su capitalismo nacional. Los representantes de esta adhesión inconsciente son los jefes sindicales reformistas y los partidarios socialistas reformistas. Las condiciones de lucha son muy duras para los obreros. De ahí que la tarea primordial de los trabajadores revolucionarios consiste en desbancar a los que en sus propias filas se oponen a la revolución. Esta oposición interna constituye la quinta columna de la burguesía en los conflictos actuales; la clase obrera refleja en su organización y en su ideología el pasado, el presente y el futuro. Existen amplios sectores de masa amorfos que no participan en la lucha social. Basta con señalar que de 21 millones de obreros alemanes, sólo 12 millones están sindicados (en sindicatos libres, sindicatos cristianos, sindicatos liberales, sindicatos comunistas, etc.).

Sin embargo, de ello no se deduce que las decenas de millones de obreros que no están sindicados no desempeñan papel alguno en el forcejeo entre las clases. Con su apatía sostiene el orden existente, constituyen un verdadero lastre que traba el avance de la vanguardia proletaria. Después están las organizaciones al servicio de la burguesía (sindicatos cristianos, liberales, amarillos), que desarrollan una lucha organizada contra la ideología y la política revolucionaria de clase. Tenemos finalmente los poderosos sindicatos reformistas, cuya teoría y práctica se asemejan a las de las organizaciones liberales. No es mera casualidad que los sindicatos reformistas alemanes formen un bloque con los sindicatos cristianos y los sindicatos de Hírsch-Dünker. A medida que se agudiza la lucha de clases, los líderes reformistas se aproximan más y más a los sindicatos cristianos y liberales. De este modo tenemos ante nosotros inmensas organizaciones que encarnan el conservadurismo de la clase obrera. Oponen y organizan la resistencia contra la revolución social. En varios países es todavía una minoría de los obreros organizados la que comparte nuestras ideas de la revolución social y la dictadura del proletariado.

En estas condiciones, la tarea fundamental de los sindicatos revolucionarios consiste ante todo en conquistar a las masas, pues en su defecto no es posible la revolución social. Esto no se conseguirá mediante una propaganda y agitación abstractas, sino con un trabajo concreto y práctico, a través de una lucha vigorosa en defensa de los intereses cotidianos de los trabajadores. Debemos aparecer como

enérgicos defensores del frente único proletario, no del frente único de la colaboración de clases, sino del de la lucha de clases. Combatimos a los líderes reformistas, no por razones personales, sino porque defienden una ideología y una táctica que van en detrimento de la clase proletaria. Este combate habrá llegado a su fin cuando las masas organizadas en los sindicatos reformistas ocupen su puesto a nuestro lado en la lucha por la emancipación total del trabajo, cada vez que los viejos dirigentes se coloquen a la cabeza de los combatientes. Cuando el obrero entra en lucha contra el capitalismo, no hay que preguntarle a qué partido pertenece, qué programa de acción trata de realizar; lucha y, por tanto, es de los nuestros. Le tendemos una mano fraternal, pues es nuestro compañero de armas. La lucha cotidiana es la mejor escuela revolucionaria, la mejor escuela del comunismo.

En esta lucha cotidiana hay que saber dar ejemplo de tenacidad, espíritu de decisión, perseverancia y una entrega infinita a los intereses de las masas obreras. Quien sepa avanzar por esta vía sabrá conquistar a las masas para la revolución y para el comunismo, y sólo así habrá puesto en práctica el espíritu y la letra del programa de acción de la Internacional sindical roja.

Moscú, agosto-octubre de 1921

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LOS SI"DICATOS E" LA U"IÓ" SOVIÉTICA. (Los sindicatos y la ".E.P.) 1. Los sindicatos antes de la revolución de

octubre. Los sindicatos nacieron como organizaciones de

autodefensa de la clase obrera; más tarde. a medida que fueron desarrollándose, se convirtieron en órganos para la ofensiva contra la burguesía. Al examinar la historia del movimiento obrero internacional, vemos cómo primero se constituyen organizaciones obreras rudimentarias, las sociedades de seguros mutuos, que gradualmente fueron transformándose en sindicatos obreros, que a su vez pasaron a ser, poco a poco, de organismos estrictamente corporativos con tareas limitadas, agrupaciones obreras más amplias, que asumen abiertamente la lucha contra el régimen capitalista en su conjunto.

Así, el estudio del desarrollo de los sindicatos y de las tareas que se proponían revela claramente la evolución histórica de la lucha de clases y del grado de madurez de la clase obrera. Por regla general, los sindicatos aparecen como organismos de autodefensa, organizaciones de seguros mutuos, que al final terminan oponiéndose a la totalidad del régimen establecido. Esta lenta evolución, que en Europa occidental ha costado varios siglos, ha sido mucho más rápida para los sindicatos rusos: la razón de ello estriba en que las condiciones sociales imperantes en Rusia eran distintas a las de Occidente. En nuestro país, las formas de explotación capitalista se han desarrollado impetuosamente a partir del año 1870. Pero, a pesar de ello, a pesar del rápido incremento de la fuerza numérica del proletariado, las masas obreras carecían de derecho alguno, lo que hacía que la lucha económica se transformaba de hecho, independientemente de la voluntad de sus protagonistas, en una lucha política.

Rusia es un país con un movimiento sindical antiguo y un sindicalismo joven. Aunque a primera vista esta constatación pueda parecer contradictoria, es la pura realidad. El movimiento obrero nace en 1870; a partir de 1880 empiezan a estallar grandes huelgas y conflictos sociales profundos; ya en 1890 conocemos una huelga general, en Petersburgo y en la región de Moscú, y desde inicios del siglo XX comienza un desarrollo impetuoso del movimiento obrero con huelgas y manifestaciones masivas, que

desembocaban inevitablemente en enfrentamientos sangrientos.

Este movimiento huelguístico espontáneo despierta en los obreros el deseo de organizarse. Pero las organizaciones obreras no tienen una existencia legal, el zarismo las destruye implacablemente, y con los años asistimos al siguiente fenómeno: estallan huelgas espontáneas, y en el momento en que saltan se crean comités clandestinos, circulan octavillas clandestinas, de la masa surgen los mejores militantes, el absolutismo vuelca todo su aparato policíaco sobre los huelguistas, detiene a los dirigentes obreros, los deporta a Siberia o los encarcela. Cualquiera que sea el resultado final de estas huelgas, las luchas económicas siguientes destacan de la masa a nuevos dirigentes obreros, que imprimen determinadas formas al movimiento; estos dirigentes vuelven a ser barridos por la guadaña policial, la clase parece de nuevo decapitada.

En el transcurso de esta dura lucha económica, al calor de la cual se ha desarrollado el proletariado ruso, reciben una educación revolucionario los militantes probados que más tarde, en los primeros días de la revolución, se encontraron a la cabeza de aquél. No existía ninguna organización legal, ningún sindicato con su fondo de seguros mutuos o su caja de resistencia; las huelgas estallaban espontáneamente, y a pesar de la ausencia de organizaciones obreras, se convertían frecuentemente en luchas muy duras. Un movimiento obrero con múltiples formas, huelgas, manifestaciones, boicot y destrucción de fábricas, choques armados, todas estas formas de lucha obrera precedieron a la creación de los sindicatos obreros.

El zarismo no podía soportar la mera existencia de organizaciones obreras, su destrucción se le antojaba como la condición de su propia supervivencia. Es cierto que el zarismo intentó crear sus propias organizaciones (las “experiencias” políticas de Subatov, en Moscú; del coronel Vassiliev, en Minsk; de Shayevitch, en Odessa; de Gapón, en Petrogrado, etcétera), pero todas estas tentativas acabaron en un lamentable fracaso. La clase obrera, en su lucha, no podía estar satisfecha con estas organizaciones fantoche, las aniquilaba una detrás de otra, y muchas veces incluso las transformaba en instrumentos para

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su propia política de clase. Los primeros sindicatos obreros se fundan a

comienzos del año 1905. Se desarrollan muy rápidamente durante este período revolucionario. En 1906 había ya casi 200.000 obreros organizados en Rusia. Pero a partir del año siguiente, en 1907, el movimiento sindical refluye bajo los golpes de la represión. Desde entonces hasta el año 1917 asistimos a una liquidación sistemática de las organizaciones sindicales; declarados ilegales, con sus dirigentes deportados a Siberia, estos sindicatos, cuando logran subsistir, se ven reducidos a una existencia rudimentaria. Las organizaciones obreras de masas no aparecen hasta después de la revolución de febrero, en 1917, cuando la oleada obrera penetra como un impetuoso torrente en el interior de los sindicatos obreros. El año 1917 constituye un período de lucha aguda, tanto a nivel económico como político. Los jóvenes sindicatos, que gracias a la revolución habían recobrado a sus antiguos dirigentes, no podían permanecer ajenos, dada la situación política, a los acontecimientos que tenían lugar; estaban, como diría Gleb Uspiensky, “en el meollo del combate”, participaban activamente en todas las batallas políticas.

¿Qué tareas se proponían los sindicatos rusos durante este período? Por un lado, había que organizar con la máxima urgencia a las masas obreras, elevar el nivel material y cultural de sus miembros; por otro, crear el instrumento necesario para la lucha contra la patronal. Igual que en los albores de su existencia y pese a su juventud, los sindicatos reivindicaban e imponían primero los convenios colectivos, los tribunales de conciliación y los jurados de arbitraje. Así, la clase obrera rusa recurre a todo el arsenal de formas de lucha de que disponen todos los sindicatos de Europa occidental. Pero esto no bastaba. En pleno período revolucionario no sólo había que utilizar los instrumentos normales de lucha, aprovechando la gran experiencia del movimiento sindical de Europa occidental, sino que además había que avanzar formas nuevas, originales, especialmente adaptadas a la revolución. En este sentido, la III Conferencia nacional de los sindicatos (20-28 de junio de 1917) planteó los problemas de la reglamentación de la producción, del control obrero, de la concentración industrial, etc. Cuando apenas llevaban cuatro meses de existencia, los sindicatos rusos tuvieron que afrontar todos los problemas económicos del período revolucionario, en toda su complejidad. Pero todos estos problemas quedaron relegados a un segundo plano, debido a la situación en que se encontraba en aquellos momentos el movimiento obrero ruso. La lucha social había adoptado formas excesivamente agudas. La burguesía intentaba hacerse fuerte en las “conquistas de febrero” y procedía muy lentamente a transformar las instituciones absolutistas. Pero las

contradicciones no dejaban de agravarse -la guerra que proseguía, la miseria creciente de las masas, el problema agrario que todavía no estaba resuelto- y se planteaba de forma inmediata la cuestión del poder político, cuestión que naturalmente no podían ignorar los sindicatos. Así, los sindicatos pasaron a defender con creciente energía la idea de “todo el poder a los soviets”; se convirtieron en el elemento más importante de la ofensiva revolucionaria; crearon a los cuadros combatientes de una nueva revolución, pasaron a ser la base de ésta.

La revolución de octubre, revolución de la clase obrera, fue la obra común de un partido, de los soviets y de los sindicatos. Impuso nuevas tareas a los sindicatos, pues al amparo de la nueva situación creada cambió radicalmente la relación de fuerzas sociales.

2. Las tareas de los sindicatos después de la

revolución de octubre. Las tareas de los sindicatos no se derivan de la

teoría abstracta, sino de las situaciones concretas en que deben luchar. De instrumentos de autodefensa y resistencia, pasan a ser gradualmente organismos para la ofensiva. Su funcionamiento, su estructura interna, los métodos y formas de lucha que emplean, corresponden a las tareas que imponen la situación y el contexto de la lucha. La caja de resistencia, el fondo de seguros mutuos, el fondo de subsidios para casos de enfermedad, las ayudas a los parados, todo ello es el fruto de la dura labor de varias generaciones de sindicalistas durante largos decenios. ¿Para qué han ido creando los sindicatos estos diversos organismos? Para aliviar la situación de las masas obreras, organizarlas, agruparlas de modo que en el momento oportuno puedan pasar de la autodefensa y de las huelgas desencadenadas contra los patronos, a una ofensiva contra el conjunto del sistema capitalista. A medida que los sindicatos se aproximan al momento de la lucha decisiva, a la hora de la ofensiva, los conflictos se agudizan; a medida que aparecen nuevos y múltiples problemas, la clase obrera avanza nuevas y múltiples formas de acción. Por consiguiente, es natural que a partir del momento en que esta ofensiva contra el sistema capitalista ha logrado sus objetivos, los sindicatos tengan que replantearse sus tareas. De organizaciones de resistencia y ofensiva, se transforman en instrumentos de defensa de las posiciones conquistadas y de construcción económica.

Esta transformación de los sindicatos se produce al calor de la lucha; no es el resultado de elucubraciones racionalistas, sino el producto de la lucha efectiva de la clase obrera. Durante el período inmediatamente posterior a la revolución de octubre quedaron eliminadas toda una serie de tareas antiguas, desapareciendo con ellas las viejas formas de lucha. Por ejemplo, es sabido que la huelga es el

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Los sindicatos en la Unión Soviética

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arma más poderosa y eficaz de la clase obrera. Pero ¿podían conservar los sindicatos la huelga en su arsenal después de la revolución de octubre? La huelga es un instrumento de acción contra la patronal. Pero una vez que la patronal ha sido suprimida, dispersada, expropiada, una vez que las empresas han sido confiscadas y entregadas a la clase obrera en su conjunto, ¿conserva la huelga su significado? ¿Sigue estando justificada la huelga como método de lucha? Es evidente que no, pues de otro modo los obreros se rebelarían contra ellos mismos. Ahora que han hecho la revolución que han expropiado a la burguesía, que han convertido las fábricas y empresas en propiedad pública, ¿irán a reivindicar ante sí mismos mediante huelgas que desorganicen la producción? Hay en todo ello una contradicción que salta a la vista y, por consiguiente, es lógico que los sindicatos rusos hayan renunciado a la huelga como medio de lucha.

Por cierto que en torno a esta cuestión los reformistas de todos los países no han dejado de poner el grito en el cielo durante los últimos cuatro años, acusando a los sindicatos rusos de negar a los obreros el derecho de huelga. Incluso pretenden que en nuestro país existen leyes que prohíben las huelgas. Jamás las hubo. Son los propios sindicatos quienes se han prohibido a sí mismos las huelgas, estimando que en las condiciones en que se encontraba la economía nacional rusa tras la revolución de octubre, la huelga sólo podía comportar la desorganización de la economía nacional. Las huelgas no podrían mejorar en nada la situación, ni siquiera la de un único obrero. Por consiguiente, la renuncia a las huelgas no ha sido fruto de un decreto, de una presión exterior, sino que es resultado de la libre voluntad de los propios sindicatos, que en este terreno actúan en función de los intereses del conjunto de la clase obrera, y no de éste u otro grupo de obreros.

Pero aun así los reformistas no cejan en su demagogia contra nosotros en relación a esta limitación que la clase obrera se ha impuesto a sí misma. Estas acusaciones lanzadas contra los sindicatos rusos por su renuncia al derecho de huelga tienen una resonancia muy particular en boca de los dirigentes sindicales franceses, alemanes, belgas e ingleses. Estos señores, que renunciaron al derecho de huelga durante la guerra en nombre de la unidad con su burguesía, que abiertamente se pronunciaron en contra de las huelgas obreras, que las sabotearon para no romper el frente único que les ataba a las clases dominantes y para alimentar la confianza que ponían en ellos los gobiernos burgueses, estos señores acuden ahora a atacar a los sindicatos rusos porque han renunciado al derecho de huelga después de que el proletariado ruso ha conquistado el poder. Dicho sea de paso, su actitud nos parece natural. Hasta tal punto se han acostumbrado a apoyar a los

gobiernos burgueses, a identificar los intereses de los trabajadores con los del Estado burgués, que ni siquiera les entra en la cabeza la posibilidad de destruir a la burguesía, de establecer un Estado proletario y de transformar las relaciones entre las organizaciones obreras y este Estado. Al tiempo que proclaman el principio abstracto del derecho de huelga, los reformistas de hecho siempre han saboteado las huelgas desencadenadas contra la burguesía, han roto las huelgas durante muchos años. Pero para ellos, por tratarse de la Rusia soviética, está tanto más justificado el griterío a favor del derecho de huelga, como si de este modo quisieran demostrar que las huelgas son un mal cuando van dirigidas contra los gobiernos burgueses, y un bien cuando se enfrentan al Estado proletario.

Hemos podido ver actuar a estos señores durante la huelga del textil en Francia, durante la gran huelga de los mineros de Gran Bretaña y durante la última huelga en Alemania. ¿Quién saboteó la huelga de los empleados del ferrocarril en Alemania? Precisamente las mismas personas que reclaman a grito pelado el derecho de huelga en Rusia, que acusan a los sindicatos rusos del crimen de haber declarado francamente a los obreros de todos los países, después de la revolución de octubre, que a la vista de las nuevas relaciones sociales consideraban que las huelgas ya no hacían falta, pues los sindicatos rusos disponen ahora de otros medios, más eficaces, para resolver los problemas que aparecen en el proceso de la lucha de la clase obrera por su emancipación.

3. Formas y métodos de acción sindical. Los sindicatos, que después de la revolución de

octubre se han convertido en órganos de construcción económica, han tenido que modificar sus métodos y formas de lucha.

Se les planteaban dos problemas importantes: la organización del trabajo y la organización de la producción. La organización del trabajo abarca los problemas salariales, seguros de enfermedad, contra el paro, en suma, todo lo que contribuye a elevar a un nivel superior al productor, al obrero. En los países burgueses, toda mejora en la situación de las masas trabajadoras vienen precedida de una lucha encarnizada; muchas veces, los obreros se ven obligados a declararse en huelga durante largos meses para obtener el mínimo aumento de salarios.

Cuando dejó de existir la patronal, fueron los mismos sindicatos quienes debían fijar los salarios. Es cierto que estos salarios eran bastante reducidos, pero esto no se debía a que los sindicatos desecharan unos salarios superiores, sino a que en Rusia la cantidad de bienes materiales era muy exigua como consecuencia de la guerra, del bloqueo, del agotamiento de los recursos disponibles. Cuando los sindicatos determinan y establecen los salarios, ¿es posible recurrir a la huelga en tales condiciones? ¿Es

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posible interrumpir el trabajo cuando son los propios representantes elegidos por los obreros quienes fijan la tasa salarial y la cantidad de productos que deben distribuirse a los obreros? Es evidente que no y, por tanto, resulta totalmente lógico que los sindicatos obreros hayan retirado la huelga de su arsenal de formas de lucha. Una vez eliminada la huelga como método de acción, perdió su razón de ser la necesidad de organizar cajas de resistencia; puesto que ya no se recurre a la huelga, no tiene sentido recoger dinero para sostenerla.

No sucede exactamente lo mismo en lo que se refiere a la seguridad social, el seguro de desempleo, de enfermedad, etc. En los países burgueses, los obreros pagan cuotas especiales a estos efectos; en Rusia, después de la revolución de octubre, nos hemos esforzado en cargar todos estos gastos sobre las espaldas del Estado; se ha creado el seguro contra el paro y el tratamiento de los obreros enfermos a cargo del Estado, etc. Es fácil comprender que en estas condiciones ya no resulta necesario organizar estos fondos especiales, que desempeñan un papel tan importante en la vida de los sindicatos de numerosos países. Vemos así que ha habido que modificar las tareas de los sindicatos, haciéndoles abarcar toda una serie de aspectos, hasta entonces desconocidos. Los sindicatos, que habían tomado parte en la revolución, no podían desentenderse de la construcción económica posterior, en la medida en que también habían tomado directamente en sus manos la producción, gracias a la instauración del control obrero. Al igual que los órganos de poder de los soviets, pasaron a responsabilizarse de todo el desarrollo económico del país. Pero la construcción económica sólo podía materializarse más o menos normalmente si se preparaba el terreno propicio para un trabajo normal. Los años posteriores a la revolución de octubre no permitieron a las masas obreras concentrar toda su atención en los problemas de la economía nacional. Hubo un largo período de lucha sin cuartel, en cuyo transcurso la contrarrevolución batalló encarnizadamente, apoyada por la burguesía del mundo entero. Estaba en juego la misma supervivencia del Estado obrero; no todos estaban todavía seguros de si los obreros serían capaces de expropiar a la burguesía, y en la medida en que la lucha del Estado soviético tenía por objeto la salvaguarda de su existencia, la conservación en manos de los trabajadores, de las fábricas, empresas y tierras expropiadas, los sindicatos no podían permanecer ajenos a esta lucha militar y económica.

Vemos así que al mismo tiempo que desaparecen las viejas formas y métodos de lucha, surgen nuevas formas, nuevos métodos y tareas en el seno de las organizaciones obreras, dictadas por cada coyuntura concreta de la lucha de la clase obrera. Los sindicatos, en su voluntad de elevar a toda costa los salarios de los obreros, no sólo establecen las tablas,

sino que además lanzan a decenas de miles de sus miembros al frente de los abastecimientos, pues la parte más importante del salario consiste en productos alimenticios. Y si los sindicatos, presos de un esquema abstracto, hubieran declarado que no era asunto suyo ocuparse de los abastecimientos, los obreros adheridos a estos sindicatos habrían sufrido las consecuencias, pues no se podría haber aumentado su ración, su salario real, por falta de productos alimenticios. De este modo, los sindicatos tuvieron que afrontar un trabajo considerable de abastecimiento, que no hacía sino ampliarse, pues la situación del país, desde el punto de vista de los abastos, se agravaba sin cesar. Cuanto menos productos había, tanto más importante era su distribución, pues era la distribución la que elevaba o rebajaba los salarios reales de los obreros. Este fue el origen de los destacamentos especiales reclutados por los sindicatos, las comisiones especiales de abastecimiento obrero que se crearon. Eran organismos para la defensa del salario real, organismos nacidos en una determinada coyuntura que no necesariamente tendrá que aparecer en el transcurso de la revolución social en otros países.

Los sindicatos no sólo se preocuparon de reunir y repartir los productos, también organizaron activamente el suministro de materias primas. No existe ni un solo sindicato que no haya desplegado enormes energías para incrementar la extracción de materias primas; los obreros del textil organizaron una expedición especial al Turquestán para recoger algodón; los mineros dedicaron toda su atención a la cuenca hullera del Donetz; los metalúrgicos centraron su actividad en el Ural y en el Sur, conscientes de la importancia primordial de las materias primas. Los sindicatos de Europa occidental no se han planteado ni se plantean esta tarea. Es cierto que en el Congreso de la Internacional de Ámsterdam celebrado en Londres (noviembre de 1920) se aludió a la cuestión de las materias primas; pero se planteó de forma totalmente abstracta. Los representantes de los sindicatos reformistas franceses, ingleses y alemanes propusieron una resolución según la cual las materias primas deberían distribuirse equitativamente entre los distintos países, pero no se les ocurrió nada mejor que confiar esta justa distribución a la Oficina Internacional del Trabajo, dependiente de la Sociedad de Naciones. Los sindicatos rusos no han adoptado tales resoluciones, no han depositado sus esperanzas en la Oficina Internacional del Trabajo, pero, en cambio, se han preocupado ellos mismos de incrementar la producción de materias primas y de distribuirlas racionalmente, al menos en la medida en que sus fuerzas les permitieron.

Finalmente, los sindicatos rusos tuvieron que cargar con el enorme fardo de la lucha militar. Durante todos estos años, Rusia ha sido una fortaleza

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asediada, de hecho todos sus ciudadanos estaban movilizados, sobre todo los obreros. Puesto que el bloque estaba dirigido contra el Estado obrero, contra su acción revolucionaria, los sindicatos se vieron obligados a ampliar su campo de actividad a asuntos que no eran estrictamente sindicales. Muchas veces, los sindicatos movilizaron hasta el 50 por 100 de los miembros de sus organismos ejecutivos, de sus militantes responsables, y los enviaron al frente. Se trataba de no permitir que los guardias blancos rusos y el imperialismo extranjero pudiera destruir físicamente a la clase obrera rusa.

Pero es precisamente en esta etapa de la evolución de los sindicatos rusos donde los reformistas centran sus ataques, reprochándonos de haber apoyado al gobierno; los señores de Ámsterdam condenan violentamente la actividad militar de nuestros sindicatos. Y también en este caso los señores reformistas tienen toda la razón: ellos, que han permanecido durante cuatro años atados al carro militar de su burguesía, exigen que los sindicatos rusos sean independientes del gobierno comunista, que se desentiendan de la suerte de su Estado obrero. Si el gobierno ruso fuera imperialista y no comunista, entonces sí, estos señores de Ámsterdam se habrían declarado en su favor.

4. Independencia y neutralidad de los

sindicatos obreros. Inmediatamente después de la revolución de

octubre nació en Rusia la teoría de la independencia de los sindicatos obreros. Los campeones de esta teoría eran los mencheviques, que durante el período del gobierno de coalición de Kerensky no habían dicho ni una palabra sobre la independencia de los sindicatos.

Según ellos, la independencia y la neutralidad se reducen a esto: los sindicatos obreros, decían, deben oponerse al Estado. Cualquiera que sea la naturaleza del Estado, los sindicatos deben ser independientes de él, deben luchar con todos los medios de que disponen: huelgas, boicot, etc. Los sindicatos obreros deben seguir siendo un arma de lucha en manos de los trabajadores, dirigida también contra el nuevo poder político. Los sindicatos deben liberarse de la influencia del partido comunista, no deben asumir tareas generales que corresponden al Estado, sino limitarse en su actividad exclusivamente a mejorar la situación de la clase obrera y su educación.

En las circunstancias en que tomó cuerpo esta teoría se trataba de una consigna política muy precisa, destinada a separar las dos formas organizativas del movimiento obrero, a oponer entre sí a los sindicatos obreros y los soviets. Esta teoría se basaba en las siguientes consideraciones: los sindicatos y los consejos de diputados obreros no tienen tareas idénticas; por consiguiente, no deben ir codo a codo, realizar conjuntamente el mismo

programa. Sin embargo, el punto de vista de los sindicatos era muy distinto. Para ellos era evidente que las tareas y objetivos de los obreros organizados en soviets y en sindicatos son idénticos. Los métodos de realización de estos objetivos son diferentes, del mismo modo que las formas de lucha, pero el objetivo es el mismo tanto para los sindicatos como para los soviets; esto era un hecho incontestable. Y si el objetivo era el mismo, si consistía en asegurar la victoria de la clase obrera, en repeler la agresión del imperialismo, en resistir hasta la insurrección de los demás destacamentos obreros, si este objetivo era el de la clase obrera rusa, ¿podía plantearse una oposición entre sindicatos y soviets? Por supuesto que no; sólo cabía plantear la colaboración más estrecha y fraternal, un trabajo orgánico y común, una coordinación permanente con vista a realizar las tareas comunes.

Frecuentemente, la teoría de la independencia de los sindicatos ha sido presentada como una teoría aplicable invariablemente a cualquier período y cualquier nación. Nuestros adversarios de la Internacional de Ámsterdam echaron mano de ella para agitar contra nosotros, diciéndonos: “Vuestros sindicatos están subordinados al gobierno, forman parte del Estado soviético y han dejado de existir como sindicatos.” No vemos por qué debemos avergonzarnos de la dependencia de los sindicatos con respecto al Estado obrero. Esta dependencia es, en realidad, una interdependencia: los sindicatos dependen del Estado soviético del mismo modo que el Estado soviético depende de los sindicatos. Los soviets no pueden existir sin los sindicatos, ni los sindicatos sin los soviets, si ambos desean realizar las tareas que se han propuesto. ¿Es posible, en principio, oponerse a esta interdependencia? Sí, pero con la condición de ser un adversario de la revolución social y de la conquista del poder por la clase obrera, como es el caso de los reformistas.

¿Es cierto que los dirigentes de la Internacional de Ámsterdam se oponen en general a una mutua dependencia entre el Estado y las organizaciones obreras? No, pues la experiencia práctica nos demuestra que están íntimamente, orgánicamente atados a su gobierno burgués. No es difícil encontrar ejemplos: los dirigentes de los sindicatos alemanes forman un gobierno de coalición junto con su burguesía y reprimen al movimiento revolucionario de los obreros. Sus congéneres belgas y austríacos se entregan, qué duda cabe, a una obra muy loable; en Gran Bretaña y Francia, los sindicalistas de Jouhaux no están integrados formalmente en el gobierno, pero su vinculación a su burguesía, su dependencia con respecto a ella, no es menor que la de sus colegas alemanes. También en este caso aparece la táctica fundamental que siguen los señores de Ámsterdam: admiten la alianza entre el Estado burgués y los sindicatos y rechazan todo lazo entre los sindicatos y

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el Estado obrero, invocando la altisonante consigna de la independencia. Todas estas bonitas palabras de los señores de Ámsterdam no hacen más que revelar su naturaleza burguesa. Jamás hemos ocultado, ni tampoco ahora ocultamos nuestra vinculación al Estado soviético; miles de hilos nos atan al Estado soviético, no existe ningún organismo soviético donde no estén representados los sindicatos. Y no sólo no ocultamos este hecho, sino que nos esforzamos en reforzar estos lazos, aumentar y estrechar los vínculos, en hacer penetrar a la representación sindical en todos los órganos de todo el inmenso aparato del Estado proletario.

No tememos esta interdependencia orgánica, política e ideológica; al contrario, la buscamos. Quisiéramos invitar a los señores de Ámsterdam a que nos digan, con la misma franqueza que nosotros, cuántos miles de hilos los enlazan con sus Estados burgueses. Que se dignen contarnos cómo y en qué forma están vinculados los dirigentes de los sindicatos a sus gobiernos, cómo sabotean conjuntamente al movimiento revolucionario, cómo desorganizan codo a codo las huelgas, cómo se las arreglan para engañar a los obreros, de común acuerdo con la burguesía, prometiéndoles reformas sociales en nombre de la Sociedad de Naciones. Que nos digan todo esto, y entonces podremos apreciar la esencia verdadera de estos amigos de la independencia, de estos campeones de la neutralidad. Veremos que sólo se ponen patéticos cuando se trata de proclamar su independencia con respecto al comunismo y a los intereses de la clase obrera. En cambio, cuando se trata de la burguesía y de sus intereses, corren un tupido velo sobre sus principios y sus teorías de la independencia que, en su opinión, no es más que un producto de exportación para la Rusia soviética.

5. Las contradicciones entre la ciudad y el

campo. Hemos visto que los sindicatos definen sus tareas

y elaboran sus tácticas de acuerdo con las condiciones objetivas de la situación en que se encuentran. Consumada la revolución de octubre, la confiscación de todos los instrumentos y medios de producción, en organizar el conjunto de la economía nacional de modo que cada trabajador pueda beneficiarse de los servicios gratuitos del Estado. En esta dirección se encaminó la actividad del aparato estatal y de los sindicatos. La política salarial se basaba principalmente en la supresión del dinero y en el pago del salario en especie (raciones, servicios comunales gratuitos a cargo del Estado, tranvías, vivienda, luz, calefacción, ropa, transporte por ferrocarril, etc.).

Por su misma naturaleza, el salario -y tanto más si se basaba en la ración- tenía efectos niveladores: la ración se repartía equitativamente, sin distinción de

categorías, pues está fuera de toda duda que los obreros, cualquiera que sea su cualificación, han de consumir una determinada cantidad de productos alimenticios. El salario en especie, el deseo de organizarlo todo sobre la base de los servicios gratuitos asegurados por el Estado, chocaron con innumerables obstáculos debidos a la particular situación en que se encontraba, y todavía se encuentra, el país. El primer obstáculo provenía de la estructura social de Rusia, donde el campesinado constituye una mayoría abrumadora y donde predomina la pequeña propiedad campesina, hecho que no puede dejar de influir en la vida de todo el Estado. Esta influencia se hacía notar en todas partes. Por un lado, teníamos una economía socializada (industria pesada, transportes, toda la economía urbana), y, por otro una parte inmensa de la economía rural estaba en manos de pequeños propietarios que se esforzaban en extraer beneficios de su propiedad.

Las contradicciones entre la ciudad socializada y el campo pequeñoburgués individualista, no hacían más que agravarse, y como el potencial de la economía rural aumentaba sin cesar, a causa del debilitamiento de la industria pesada, como debido al bloqueo la densidad de la economía rural adquiría un peso creciente, es lógico que la política económica del Estado soviético tropezara en todas partes con obstáculos y que se haya reorientado esta política al objeto de evitar la agudización de la lucha entre la ciudad y el campo.

Durante todo el primer período posterior a la revolución de octubre, la política económica del poder soviético tenía como objetivo reunir lo más rápidamente posible todos los recursos del Estado, centralizar la administración, hacer penetrar en ella, a través de los sindicatos, a las amplias masas obreras, de forma que la pequeña propiedad agraria quedara subordinada a la industria socializada. Esta orientación fundamental era justa, no cabe duda, pero su realización práctica se hizo difícil por el hecho de que Rusia continuaba estando aislada. Dentro de Rusia, y debido a su estructura social, la clase obrera se topó con enormes obstáculos a la hora de poner en práctica su orientación proletaria. Estos obstáculos crecían a medida que se prolongaba el bloqueo, se agravaban a medida que aumentaban las exigencias de la ciudad con respecto al campo. El campesino, que se había apoderado gratuitamente de su tierra y la defendía con uñas y dientes frente a los ataques de los antiguos propietarios, no quería saber nada de comunismo, de la industria socializada y de sus obligaciones para con la ciudad. Se había adueñado de la tierra para sacarle beneficio, para convertirse en productor libre de mercancías y en vendedor de sus productos; en respuesta a las exigencias de la ciudad presentaba su factura, exigía a su vez que la ciudad le entregara a cambio otras mercancías a un

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determinado precio, rebelándose contra la política pro-urbana del Estado obrero. De este modo, las requisas de productos alimenticios, que permitían la subsistencia de las ciudades y la continuidad de su lucha contra el imperialismo mundial, chocaron con la oposición abierta de las masas campesinas. Esta oposición no hizo más que reforzarse a medida que se retrasaba más y más la revolución en Europa occidental.

La estructura social de Rusia dificultaba enormemente las tareas revolucionarias de la clase obrera. Rusia sólo podría haber evitado estas dificultades si la revolución occidental hubiera acudido en auxilio suyo, si el proletariado de Europa occidental hubiera ayudado, con su técnica y su organización, al proletariado ruso, pequeña minoría perdida en un océano agrario. Pero la revolución, que en 1918 había invadido Europa central, no fue más allá de los gobiernos de coalición; la burguesía supo rehacerse de sus primeras derrotas inmediatamente después de la guerra. Es más: se aprestó a reconquista lo que en su tiempo había concedido “benévolamente”. La clase obrera rusa no podía conservar las posiciones que había conquistado en el transcurso de los primeros años que siguieron a la revolución de Octubre; se vio forzada a ejecutar toda una serie de maniobras de retirada, a dar vía libre a la energía pequeñoburguesa que se había acumulado, con objeto de no dejarse arrebatar las conquistas esenciales que permitirían desencadenar la revolución en occidente.

6. La revolución rusa está estrechamente

ligada al movimiento obrero internacional. Una revolución de la envergadura y trascendencia

de la revolución rusa no puede permanecer encerrada en un ámbito geográfico limitado. La revolución rusa ha planteado ante los trabajadores de todos los países la cuestión de la supresión de la propiedad privada y de la expropiación de los expropiadores. No podía más que provocar la oposición del mundo capitalista en su conjunto, pues iba a plantear en todas partes, de forma práctica, ante las masas obreras, la necesidad de la expansión de la revolución rusa a todos los demás países del mundo capitalista.

La revolución de Octubre era un acto de propaganda por la acción: la clase obrera europea había visto y se había convencido de que era posible vencer a la burguesía y que la sociedad podía prescindir de ella. La revolución socialista tenía que rebasar sus límites geográficos para seguir avanzando, pues no puede vencer sino como revolución internacional; de otro modo no podría triunfar. Este es el destino de todas las revoluciones que destruyen los viejos sistemas económicos. Basta con analizar la gran Revolución francesa, que se alzó para destruir un mundo feudal. Todo este mundo feudal se puso en pie de guerra contra la Revolución

francesa, y la contienda sólo quedó resuelta tras una lucha que se prolongó durante largos decenios.

Todo militante del movimiento obrero que sepa reflexionar comprenderá muy bien que la revolución socialista no puede ser obra de unos cuantos meses o de dos o tres años de trabajo. Rusia ha abierto la época de las revoluciones. Octubre es el punto de partida de toda una serie de revoluciones que se prolongarán durante varios decenios, pasando sucesivamente de un país a otro. Pese a todas las contradicciones internas que desgarran el mundo capitalista, éste se une sólidamente a la hora de combatir los avances revolucionarios de la clase obrera. El frente único de la burguesía es actualmente un hecho consumado; la burguesía lo ha realizado frente a la revolución rusa y lo utiliza principalmente en estos momentos contra los obreros de sus propios países.

Hay quien no ha descubierto ni comprendido esta estrecha vinculación de la revolución rusa con el movimiento revolucionario occidental, pese a que todo acontecimiento, sin excepción, que se produce en el seno del movimiento obrero, toda huelga importante, todo conflicto social, toda insurrección obrera, repercuten inmediatamente en la revolución rusa. La ocupación de fábricas por los obreros italianos a finales del año 1920 y su derrota influyeron directamente sobre la marcha de la revolución rusa. Lo mismo sucedió con la huelga de los mineros ingleses y toda una serie de insurrecciones de los obreros alemanes en el transcurso de los últimos tres años. Un dato curioso: la lucha de la burguesía francesa, inglesa e italiana contra su clase obrera respectiva se realizaba siempre bajo la bandera de la lucha contra el bolchevismo. La burguesía comprende mejor el significado del bolchevismo que muchos socialistas y anarquistas. Es cierto que en su combate contra los obreros calificaba de bolchevique a todo el proletariado en su conjunto, a todo el proletariado que luchaba contra la creciente explotación. En este sentido, la burguesía también tuvo en cuenta la catástrofe social que se avecinaba; organizó la resistencia frente al movimiento revolucionario en pleno desarrollo. Hizo todo lo posible por golpear al mismo tiempo a su bolchevismo nacional y al bolchevismo ruso. Así, la lucha encarnizada de la clase obrera en todos los países prolongaba y completaba la del proletariado ruso. Cada victoria y cada derrota de los obreros de Europa occidental era una victoria o una derrota para los obreros rusos. Por consiguiente, es natural que en la medida en que la burguesía ha logrado repeler la ofensiva de los destacamentos revolucionarios de los obreros, en la medida en que ha conseguido tomar la iniciativa -y tanto más cuanto que los partidos comunistas y los sindicatos revolucionarios todavía no han conquistado a toda la masa obrera en todos los países-, la revolución rusa no haya podido

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avanzar. No tenía más remedio que batirse en retirada. La clase obrera de Europa ya era lo suficientemente fuerte como para impedir que su burguesía estrangulara la Rusia soviética con el nudo corredizo de sus fuerzas armadas, pero todavía era demasiado débil como para derrocar a sus gobiernos burgueses y abrir así las puertas al desarrollo integral de la obra creadora del socialismo. Y los obreros europeos, los que consideran a la revolución rusa como algo que les afecta, como algo suyo, deben comprender esta verdad simple y elemental: la retirada efectuada por la Rusia soviética de la vía inicialmente emprendida -retirada que se ha concretado en lo que ha venido en llamarse la Nueva Política Económica-, es el resultado de la lentitud del ritmo de desarrollo de la revolución en Europa occidental, y de una serie de derrotas sufridas por los obreros de estos países.

Las coyunturas nacionales e internacionales, la relación de fuerzas existente en el interior de los Estados y en el frente mundial: estas son las causas que han dado lugar a la Nueva Política Económica de la Rusia de los soviets y a la nueva orientación política de los sindicatos obreros rusos. La Rusia soviética no podía resistir infinitamente al bloqueo, el Estado obrero no podía permanecer aislado; el levantamiento del bloqueo y las relaciones económicas con los países capitalistas han planteado a la Rusia de los soviets toda una serie de cuestiones y problemas nuevos. El mundo capitalista ya no es capaz de vencer a la Rusia soviética, pero, por otro lado, la Rusia soviética todavía no es capaz de vencer al mundo capitalista. De ahí se deriva la necesidad de establecer relaciones económicas, forzosas para ambas partes, y de concluir tratados comerciales. Pero el intercambio y las relaciones comerciales exigen la regularización del sistema monetario, plantean el problema del crédito, sacan las leyes del desarrollo capitalista al escenario internacional, que entran en contacto con el Estado soviético y tienden a penetrar, a prolongarse dentro de su territorio.

No cabe duda que habría sido preferible que la Rusia de los soviets, en lugar de firmar un tratado con Lloyd George, lo hubiera hecho con el Consejo general de las Trade Unions y con el gobierno obrero de Gran Bretaña. Habría sido mucho mejor que en la conferencia de Génova, en lugar de Poincaré, Lloyd George y otros representantes patentados de la burguesía imperialista europea, hubiera estado los representantes de los obreros y gobiernos soviéticos. En este caso el problema habría sido distinto, la colaboración entre los obreros de los distintos países se habría desarrollado sobre bases puramente socialistas. Tendríamos una alianza entre países agrarios y países industriales, tendríamos todas las premisas para avanzar en la construcción del socialismo. Pero el cerco capitalista exterior y el cerco pequeñoburgués en el interior del país, han

planteado a la clase obrera rusa la necesidad de efectuar algunas concesiones inevitables, la necesidad de una Nueva Política Económica.

7. El contenido de la "ueva Política

Económica. Desde mediados del año 1920 era evidente que la

clase obrera rusa no podía conservar sus posiciones, pues el mundo capitalista todavía mostraba una capacidad de resistencia suficiente, de lo que se derivaba la necesidad de coexistir junto a él durante un determinado espacio de tiempo. Y como el desarrollo industrial y técnico de Rusia estaba notablemente atrasado, como los largos años de guerra imperialista y de guerra civil habían deteriorado profundamente la economía nacional de Rusia, se puso sobre el tapete la cuestión de las posibles concesiones al capital extranjero, el problema de la concesión de la explotación de una parte de las riquezas naturales de Rusia. Más tarde se plantearon nuevas formas de percepción de los impuestos, la sustitución de las requisas de productos alimenticios por los impuestos en especie, el libre desarrollo a la iniciativa privada. Las concesiones otorgadas al capital extranjero engendraban lógicamente tendencias capitalistas en el interior del país; la burguesía había sido aplastada durante la revolución, pero subsistían las relaciones capitalistas: todavía existía el pequeño propietario agrario y el pequeño artesano; en consecuencia, había una economía mercantil, una circulación monetaria; las relaciones capitalistas eran débiles, pero pervivían. La lucha de clases tampoco había desaparecido de la Rusia soviética.

Esta lucha de clases revestía dos formas: por un lado, se concretaba en el combate del Ejército Rojo frente a la contrarrevolución armada, y por otro, proseguía una lucha sorda entre la pequeña burguesía y el proletariado, lucha que se expresó de diversas maneras en el transcurso de los últimos años. Los campesinos, aunque constituyen una masa amorfa, políticamente, representan, no obstante, un potencial social y económico considerable que influye en todo el funcionamiento del Estado. El 80 por 100 de la población campesina buscaba espontáneamente la forma de expresar sus tendencias individualistas. La clase obrera tenía que afrontar un dilema: o bien permitir que se manifestara el elemento pequeñoburgués el afán de lucro y la iniciativa privada, o bien emprender, en condiciones particulares desfavorables, la lucha contra esta enorme fuerza conservadora. Una vez decidida a hacer concesiones al capital extranjero, la clase obrera rusa emprendió también la vía de las concesiones a su pequeña burguesía, a la masa campesina.

En su lucha por aumentar a cualquier precio la cantidad de productos, por perfeccionar el

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mecanismo industrial, el proletariado ruso, abandonado momentáneamente en sus posiciones avanzadas por los trabajadores de Europa occidental, se vio forzado a desatarle las manos a la iniciativa privada, a abrir la espita a la energía pequeñoburguesa que se había acumulado. Se promulgaron toda una serie de decretos y leyes que establecían la libertad de comercio, la adjudicación en régimen de arriendo de fábricas y empresas no utilizadas, la autorización al capital ruso y extranjero para fabricar los productos necesarios para la población, la fundación de trusts y la actividad empresarial, con la única salvedad de que los centros fundamentales de la vida económica permanecían en manos del Estado obrero.

¿Qué tiene de nuevo esta política? En general, seguramente no tiene nada de nuevo; esta política sólo es una novedad para los comunistas, para la clase obrera. La historia ha llevado al proletariado ruso a una situación en que se ve obligado a dar vía libre a la iniciativa privada y al afán de lucro. Los trabajadores rusos saben muy bien qué consecuencias tendrá esta Nueva Política Económica. Todo tipo de iniciativa privada se basa en la expropiación de plusvalía. La Nueva Política Económica de Rusia que en muchos casos adopta formas capitalistas, ha hecho resucitar la plusvalía, suprimida en su día por la revolución en los ramos fundamentales. Pero el capital extranjero sólo acepta algún pacto con el Estado soviético si espera obtener pingües beneficios, es decir, si se le permite la explotación reforzada de los obreros rusos. Durante varios años, el proletariado ruso había luchado por erradicar totalmente la explotación del hombre por el hombre, había expropiado fábricas y empresas, nacionalizado los ramos industriales más importantes, había suprimido la burguesía como clase, había arrancado de raíz la propiedad latifundista de los terratenientes. Después de haber logrado todo esto, se ve forzado, no obstante, a otorgar toda una serie de concesiones importantes a las fuerzas capitalistas. La razón de ello estriba en la lentitud del desarrollo revolucionario en Europa occidental y en el cerco establecido por la burguesía.

Un año de Nueva Política Económica ha dado cuenta de las fuerzas que todavía perviven en el seno del régimen destruido de los burgueses y nobles. Ha hecho su aparición un nuevo burgués, tenaz, ávido, que ha pasado por todas las pruebas de la revolución y trata de obtener, a la vista de los riesgos que ha corrido, el máximo de beneficios. La especulación se desarrolla por todo lo alto; en las empresas privadas, la presión ejercida sobre los obreros es particularmente aguda, pues se trata de acelerar la circulación y de extraer del capital invertido el máximo beneficio a corto plazo. Esta sobrepresión ejercida sobre la mano de obra es directamente proporcional al sentimiento de inseguridad e

inestabilidad que invade a los propietarios de las empresas privadas.

Así, la Nueva Política Económica ha dado lugar a una nueva relación de fuerzas: la burguesía derribada ha encontrado un punto donde aplicar su energía, y esta energía ya se manifiesta. En las empresas privadas trabajan decenas de millares de obreros, el capital privado ya compite con las empresas del Estado. Expuestas a la agresión de las empresas capitalistas privadas, las fábricas del Estado deben redoblar su actividad, colocarse al mismo nivel. El intercambio de mercancías en que se basaba antaño la política económica de la Rusia soviética, ha sido barrido por el torrente del capital privado. El dinero adquiere de nuevo su antiguo valor, aparece con fuerza creciente la necesidad de un sistema monetario estable. La Nueva Política Económica, que ha despertado la iniciativa privada y las relaciones de derecho privado, coloca a las empresas del Estado sobre nuevos carriles, que de ahora en adelante marcharán sobre el terreno de la economía comercial. El Estado, forzado a establecer relaciones comerciales con la Europa capitalista, funda una serie de compañías capitalistas de Estado cuya actividad se basa en los viejos mecanismos comerciales capitalistas. De este modo, la Nueva Política Económica redunda en el restablecimiento, dentro de ciertos límites, de relaciones capitalistas privadas -si bien los ramos industriales fundamentales permanecen en manos del Estado y el poder político continúa en posesión del proletariado ruso.

8. El Estado soviético y los sindicatos. La Nueva Política Económica y las tareas que

recaen sobre los sindicatos plantean de nuevo el problema de capital importancia, de las relaciones entre los sindicatos obreros y el Estado soviético.

Es sabido que el Estado es un instrumento de opresión de una clase sobre otra, y mientras existan las clases, existirá el Estado. La naturaleza del Estado depende de la clase que triunfa en la lucha en un momento histórico dado.

En el transcurso de la historia hemos conocido Estados dirigidos por la aristocracia terrateniente, la burguesía industrial y agraria, la pequeña burguesía y, finalmente, por primera vez en la historia de la Humanidad, conocemos un Estado construido por la clase obrera.

¿Qué relaciones deben mantener, en general, los sindicatos con el Estado? Los sindicatos organizan la resistencia y la ofensiva de la clase obrera, son los órganos proletarios por excelencia, cuya misión consiste en organizar a la clase obrera para la lucha contra las clases enemigas del proletariado. De ahí se derivan con claridad meridiana las relaciones que deben existir entre los sindicatos obreros y un Estado de naturaleza burguesa o terrateniente. Los sindicatos obreros deben enfrentarse a todos estos Estados, pues

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constituyen un instrumento de las clases dominantes para aplastar a los trabajadores.

Sin embargo, de hecho la historia no ha conocido este enfrentamiento. Si observamos la evolución de los sindicatos, y muy especial la historia del movimiento sindical de los últimos años, veremos que existen determinados vínculos entre el Estado burgués y los sindicatos obreros. Este hecho apareció con la claridad del rayo durante la guerra, cuando los sindicatos obreros se transformaron en organismos al servicio del Estado imperialista. Los círculos dirigentes de los sindicatos obreros, se integraron en el mecanismo del Estado burgués, se convirtieron en un instrumento de la dominación burguesa.

Esta vinculación orgánica de las direcciones sindicales con el Estado burgués no podía prolongarse por mucho tiempo, aunque era una prueba de la enorme influencia que ejerce el Estado burgués sobre la clase obrera en distintos países. A medida que se exacerbaban las contradicciones, que se agravaba la lucha social y se desarrollaba el movimiento sindical, los trabajadores sindicados se liberaban cada vez más de la influencia de la ideología burguesa, y esto los impulsaba a romper los lazos orgánicos tendidos entre el Estado burgués y los sindicatos obreros. Desde el punto de vista de los intereses de la clase obrera en su conjunto, esta vinculación era criminal, antinatural, pues enlazaba entre sí a clases enemigas, constituía una sumisión de la clase obrera y de sus organizaciones a la sociedad burguesa.

Pero incluso si los lazos entre los sindicatos obreros y el Estado burgués no pueden ser eternos, dado que son contradictorios en su misma esencia, si el desarrollo de las contradicciones de clase ensancha cada vez más las grietas que penetran en esta alianza, la ligazón cada vez más estrecha entre los sindicatos patronales y el Estado burgués es un fenómeno totalmente natural, derivado del desarrollo de la lucha de clases.

Los sindicatos patronales son organizaciones de combate de la clase burguesa que se proponen agrupar a la burguesía industrial y financiera para explotar sistemáticamente a los obreros y organizar la resistencia frente a sus reivindicaciones. Estas agrupaciones no pueden estar desvinculadas orgánicamente del Estado, pues el Estado burgués no es sino otra forma de expresión del poder de la burguesía, de un poder que ha alcanzado las más altas cotas de perfección y que ha desplegado sus tentáculos por todas partes. La alianza entre los sindicatos patronales y su Estado es resultado de la lógica de la lucha de clases.

Si observamos los sindicatos de los empresarios metalúrgicos, de los explotadores de minas, de los Fabricantes textiles en Francia, en Gran Bretaña, en Bélgica y en Alemania, si examinamos su actividad, si estudiamos cómo influyen en la legislación, si

analizamos sus vínculos con los organismos oficiales, veremos en la práctica qué comporta esta ligazón orgánica entre los sindicatos y un Estado que por su naturaleza de clase le es consanguíneo. Es una ligazón enteramente natural, se deriva de la estructura de clases de la sociedad. Constituye una forma original de concentración de fuerzas y energías de una clase que reúne todas las riendas de sus organizaciones para alcanzar un único e idéntico objetivo, para realizar una única e idéntica tarea.

A la luz del ejemplo de las relaciones recíprocas entre los sindicatos patronales y el Estado burgués podemos estudiar mejor las relaciones mutuas entre los sindicatos y el Estado durante el período transitorio del Estado soviético.

El Estado soviético es obra de la clase obrera, sus tareas son las de la clase obrera. Igual que los sindicatos. ¿Qué relaciones deben establecer entre sí estas dos organizaciones distintas de una misma clase?

Los reformistas, vinculados con el Estado burgués, cosa que es perfectamente natural, quisieran hacernos creer que la tarea de los sindicatos consiste en proclamar su entera independencia con respecto al Estado soviético, pero esto no es más que un testimonio de su pobreza de espíritu.

Quisiera ver a las organizaciones patronales de Gran Bretaña o de Norteamérica declararse independientes de su Estado. La misma forma en que se plantea el problema revela una profunda ignorancia de la naturaleza del nuevo Estado. Los reformistas y los anarquistas no enfocan el Estado desde el punto de vista histórico, no lo consideran como un producto y como un instrumento de la lucha de clases, sino como un ente metafísico y abstracto.

Los sindicatos obreros constituyen una parte del Estado proletario, del mismo modo que los sindicatos patronales son una parte inseparable y orgánica del Estado burgués. Pero si existe esta ligazón entre el Estado y los sindicatos, ¿cómo puede hablarse de una huelga en una empresa del Estado? ¿Cómo pueden plantearse los sindicatos tales formas de acción sobre su Estado?

La explicación de este enigma es muy sencilla. El Estado obrero mismo no es algo que ha quedado constituido de una vez por todas, algo acabado para siempre y para todo el mundo. Presenta rasgos originales que se derivan de la estructura social de cada país y de las coyunturas nacionales e internacionales.

En Rusia, debido a las condiciones concretas en que se encuentra, el Estado soviético sufre tantos defectos y deformaciones burocráticas, que la clase obrera puede verse impulsada a recurrir a la huelga. Pero estas huelgas no están dirigidas contra el Estado como tal, sino contra uno u otro organismo del Estado que se haya desviado de las tareas que tiene encomendadas. Existe ahí, pues, una contradicción.

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Pero si definimos nuestros métodos y formas de lucha en función de la situación real, hay que tener en cuenta la naturaleza contradictoria de acción, como medio de mejorar la situación de de nuestros organismos estatales. Como iniciativa la clase obrera y el funcionamiento administrativo del Estado, recurrimos a la huelga con objeto de advertir y llamar la atención a los representantes burocráticos de algún organismo oficia! que se haya extralimitado en sus atribuciones.

Tampoco hay que olvidar que en este caso la huelga es un recurso de última instancia, pues los sindicatos disponen además de toda una serie de otros medios de presión sobre los organismos del Estado. Es un recurso extremo y, hay que decirlo, una medida de fuerza, de la que seguramente sólo haremos uso en casos excepcionales.

Así, por un lado los sindicatos están orgánicamente vinculados al Estado soviético, pues ambos persiguen el mismo objetivo, ambos combaten en el mismo frente social, y por otro, en determinadas condiciones los sindicatos pueden obligar por la fuerza a algún organismo del Estado a cambiar su política con respecto a los obreros que trabajan en las empresas correspondientes.

De este modo, los sindicatos obreros están dispuestos, al calor de su lucha por la dictadura del proletariado y por el Estado soviético, a recurrir a todos los medios de su arsenal para depurar el Estado soviético y la dictadura proletaria, para arrancar todas las excrecencias burocráticas, sin retroceder, si hace falta, ante los actos de fuerza. De la misma manera que los sindicatos patronales, que están orgánicamente vinculados a su Estado, pueden combatir en ciertos casos a algún organismo del Estado burgués para lograr sus objetivos, los sindicatos obreros, en la situación en que se encuentran, pueden luchar, sin romper ni debilitar su estrecha vinculación orgánica con el Estado obrero de los soviets, contra las enfermedades burocráticas y contra el olvido de los intereses de la clase obrera que pueda manifestar algún organismo del Estado.

9. Las nuevas tareas de los sindicatos obreros. A la vista del desarrollo de las relaciones

capitalistas y la competencia entre las empresas del Estado y las del capital privado en el vasto mercado campesino, los sindicatos obreros han de afrontar toda una serie de tareas nuevas que no se les planteaban en el período anterior. Las relaciones creadas por el capitalismo privado los coloca ante la necesidad de defender todos los intereses de la clase obrera, la jornada de ocho horas, la legislación social, etc. Antes, todos los gastos del seguro contra el paro o de enfermedad, por ejemplo, podían cargarse exclusivamente a la cuenta del Estado. Ahora que empieza a resucitar la industria privada, y puesto que hay empresarios, se trata de hacerles correr con todos

los gastos causados por la enfermedad del obrero, su paro forzoso y los accidentes.

Cuando existen de nuevo relaciones capitalistas, cuando se desarrolla el comercio y aparecen empresas concesionarias pequeñas, medianas y grandes, las formas de lucha sindical también tienen que cambiar. Con el desarrollo de las relaciones capitalistas que en su tiempo fueron liquidadas, los sindicatos redescubren todo el arsenal de las antiguas formas de lucha. Los sindicatos se ven ante la necesidad de organizar las fuerzas y dirigir huelgas. El grado de explotación de los obreros vendrá determinado por la relación de fuerzas existente entre los obreros organizados y la patronal; y esta relación de fuerzas será más favorable a los obreros si éstos organizan una acción sindical sistemática. Las huelgas, que constituyen el recurso extremo en las colisiones entre el trabajo y el capital, vuelven a estar a la orden del día.

Por supuesto que antes de declararse en huelga, los sindicatos emplean todos los demás medios para resolver el conflicto. A este fin se constituyen órganos de conciliación, tribunales de arbitraje, tribunales de acuerdo amistoso, etc. Pero una vez agotados todos estos medios pacíficos se declara la suspensión del trabajo. Es fácil comprender que en Rusia una huelga se desarrollará en condiciones muy distintas a las de Europa occidental. No existe un solo país en Europa occidental cuya legislación no proclame el principio de la libertad del trabajo, es decir, la libertad de acción para los esquiroles; no existe un solo país donde todo el aparato estatal -policía, guardias- no esté al servicio de los patronos, para protegerlos contra las huelgas, y donde los esquiroles no operen bajo la protección de las bayonetas policiales. El proletariado ruso no ha de temer esta política por parte del Estado, sabe que el poder de los soviets no tratará nunca de instaurar semejante “libertad de trabajo”, que nunca ayudará a los esquiroles a romper las huelgas dirigidas contra los empresarios privados o colectivos. Por consiguiente, las circunstancias en que estallan los conflictos son distintas en Rusia a las de los países de Europa occidental. El proletariado ruso posee un arsenal más abundante para actuar sobre la patronal.

En el transcurso de este año pasado ya hemos conocido conflictos entre obreros y patronos en varias ciudades. Cuando en Vitebsk los empresarios panaderos quisieron proclamar el lock-out, no sólo se toparon con la resistencia de los sindicatos, sino también con la del soviet local de diputados obreros, con lo que el lock-out abortó. Cuando unos empresarios ávidos de ganancia se dedicaron a explotar inadmisiblemente a mujeres y adolescentes, cincuenta de ellos fueron juzgados en Moscú por el tribunal revolucionario, el tribunal de la clase obrera. En presencia de varios millares de obreros se examinaron los negocios más o menos sucios de

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estos empresarios, y el tribunal les impuso fuertes multas por infracción de las leyes sobre la protección del trabajo. Este ambiente en que se desarrolla la lucha de los sindicatos rusos difiere radicalmente de las condiciones en que combaten los obreros de Europa occidental, donde funcionan los tribunales de clase de la burguesía.

No obstante, aunque el proletariado ruso dispone de toda una serie de medios para actuar contra la patronal, cuando empezaron a manifestarse las consecuencias de la Nueva Política Económica, los comunistas rusos proclamaron la consigna de libertad de huelga, para incluir en el arsenal de lucha de la clase obrera la suspensión del trabajo. Tras la revolución de Octubre no se promulgó ningún decreto específico que prohibiera las huelgas, y ahora tampoco se ha promulgado alguno que las autorice. Antaño, los sindicatos reunidos en congreso habían renunciado voluntariamente a recurrir a este método de lucha, y ahora los sindicatos, de común acuerdo con el partido comunista, han declarado que consideran la posibilidad de ir a la huelga, en determinados casos, para oponerse a los empresarios privados.

Pero los obreros rusos no se han limitado a plantearse la lucha contra los patronos privados, han afrontado el problema de las empresas del Estado. En la medida en que las empresas del Estado se basan a partir de ahora en una organización comercial, existe una competencia entre ellas y las empresas privadas, competencia que puede conducir a una explotación reforzada de la mano de obra, lo cual coloca a los sindicatos ante la necesidad imperiosa de defender los intereses de los obreros en las empresas del Estado. Actualmente la huelga puede constituir más un acto de advertencia que una iniciativa de lucha, sirve para advertir a los hombres que dirigen las empresas del Estado, que muchas veces son obreros, a que no conciban su misión de una manera demasiado patronal. Algunos piensan que los intereses de la empresa acaban compensando los de los obreros; en estos casos la presión sindical podrá tener resultados saludables, no sólo en cuanto al comportamiento de los directores de la empresa, sino también en todo el ramo industrial a que pertenece, pues el cimiento de la industria, su fuerza motriz, es la clase obrera.

De este modo, en el frente de la nueva política económica han aparecido nuevas formas de lucha, en particular las huelgas, aspecto que parecía definitivamente resuelto en el primer período de la revolución de Octubre. Esto no significa que los sindicatos se dedicarán a organizar huelgas a diestro y siniestro; la huelga daña a la marcha de la producción, perjudica siempre a la industria y a los obreros. Sus consecuencias son especialmente graves cuando la economía nacional está destruida y debilitada. Y cuando estalla una huelga en las

empresas del Estado, que están en manos de los obreros, los comunistas tendrán que ser todavía menos partidarios de la huelga a toda costa. Decimos abiertamente que haremos todo lo que esté en nuestras manos para evitar las huelgas, para resolver los problemas de forma pacífica, sin interrumpir el trabajo.

Sabemos muy bien que los señores de Ámsterdam, de todos los colores y categorías, levantarán la voz y dirán: “Los comunistas rusos que dirigen los sindicatos no desean la huelga, niegan a los obreros el derecho de huelga, quieren subordinar los intereses obreros a los del Estado.” La fuerza con que griten va a ser directamente proporcional a la fuerza de los lazos que vinculan a los que gritan con sus respectivos gobiernos burgueses. No cabe duda que incluso los dirigentes de la Central sindical de Alemania, que han traicionado la huelga de los empleados del ferrocarril, que han hecho todo lo posible por salvar al Gobierno burgués de Wirth, que todos esos Leipart, Grassmann, Dissmann, Umbreit y consortes exclamarán patéticamente que los obreros rusos no tienen el derecho de asociación y que los comunistas rusos no quieren darles este derecho. Pero todo este griterío de nuestros adversarios no nos impresiona: a diferencia de los reformistas, los comunistas luchan con la cara descubierta y dicen la verdad.

Antes de iniciarse la Nueva Política Económica, nosotros, los comunistas, que estábamos a la cabeza del movimiento sindical ruso, éramos contrarios a las huelgas. Hicimos todo lo que pudimos para evitar que las huelgas dieran al traste con el desarrollo de la actividad industrial, pues no existían empresarios privados, y, por tanto, la lucha no tenía razón de ser. Nos esforzamos por resolver pacíficamente todos los conflictos. Ahora, puesta en marcha la Nueva Política Económica, decimos: la situación ha cambiado, nuestra táctica debe cambiar también; recurriremos a las huelgas, al boicot, a todos los medios de lucha forjados por el movimiento obrero internacional, cada vez que ello sirva para defender los intereses de los obreros. La táctica sindical se deriva de las condiciones concretas de la lucha y del estado real de las cosas. Puesto que se han desplazado las fuerzas sociales, puesto que en el horizonte han aparecido las relaciones capitalistas, puesto que los empresarios presionan a los obreros, no nos limitaremos a resistir, haremos uso de todos los medios de acción, contra los patronos, de que dispone el Estado soviético, iremos a la huelga, organizaremos el boicot, recurriremos a todas las formas y métodos de lucha útiles para la defensa de los intereses de la clase obrera. No tenemos nada que ver con la metafísica abstracta, somos revolucionarios que utilizamos el método dialéctico.

10. Los nuevos métodos y formas de acción

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sindical. La situación peculiar en que se han visto inmersos

los sindicatos rusos se traduce en una serie de características originales. Los sindicatos, que nunca habían sido órganos de poder, tenían de hecho una importancia decisiva en muchos aspectos. Cumplían funciones de poder efectivas al fijar los salarios, las normas de distribución de las raciones, etcétera. Los sindicatos europeos ni siquiera podrían soñar con una determinación tan unilateral de las condiciones de trabajo. Cada paso dado en esta dirección había costado un esfuerzo enorme, y es lógico que en estas condiciones específicas los sindicatos rusos presenten, paralelamente a sus características positivas, algunos defectos que también se han manifestado durante los últimos años.

Algunos sindicatos absolutizaron excesivamente la cuestión de la afiliación de sus miembros: consideraban que el mero hecho de que un obrero o empleado trabajara en una fábrica o empresa ya bastaba para convertirlo en miembro del sindicato. Dado que los sindicatos definían las condiciones de trabajo para absolutamente todos los trabajadores, exigían que todos ellos, sin excepción, les pagaran cuotas. Hay que decir incluso que en la mayoría de los casos las cuotas se cobraban a través de la misma empresa. Ello debilitaba las relaciones entre los sindicatos y sus organizaciones económicas. No hay ley alguna en Rusia que establezca la sindicación obligatoria. Jamás se promulgó una ley que forzara al trabajador a afiliarse a un sindicato. Por supuesto, los sindicatos podrían haber hecho adoptar esta ley, pero no querían, pues su influencia real era tan amplia que ello resultaba perfectamente inútil. Este reclutamiento automático de todos los trabajadores planteaba sin duda serios inconvenientes, y este problema apareció paralelamente a las nuevas tareas y nuevos métodos de acción sindical. Se le aplicó el calificativo asaz inexacto de “afiliación libre”; inexacto porque los sindicatos nunca y en ningún país han dejado de presionar a los obreros desorganizados. Si un trabajador no quiere afiliarse a su sindicato, en el trabajo se privilegiará siempre a los miembros afiliados, y esto constituye una forma de acción de los sindicatos.

El desarrollo de la industria y el comercio ha dado lugar a una nueva corriente de opinión en torno a la cuestión del reclutamiento sindical. Los sindicatos consideran necesario revisar su composición, examinar uno por uno a todos sus miembros, combatir las afiliaciones puramente formales, pues el cambio de situación exige una mayor actividad por parte de cada uno de los afiliados. Por otro lado, los sindicatos tienen que afrontar ahora la tarea de centrar su actividad en la defensa y la protección del trabajo. Quizá se nos pregunte: “¿Qué han hecho entonces los sindicatos rusos durante todos estos años? ¿Es posible que no se hayan preocupado de

asegurar la protección del trabajo en el transcurso de la revolución? Por supuesto, se han ocupado de este problema, pero además se han tenido que dedicar, durante todos estos años de revolución, a muchas otras tareas, que, aunque provisionales, eran muy importantes.

En sentido estricto, los problemas de abastecimiento, al igual que los asuntos militares, no son de la competencia de los sindicatos, y, sin embargo, estas cuestiones absorbían toda su atención, pues de su resolución dependía nada menos que la supervivencia del Estado obrero. Los sindicatos tenían que consagrar toda su energía a los problemas inmediatos, que si bien no correspondían a las funciones específicas de los organismos sindicales, tenían que ser resueltos inmediatamente y exigían el máximo esfuerzo de la clase obrera. Además, dado que durante los primeros años de la revolución se reestructuraban constantemente los organismos económicos, los sindicatos tenían que ocuparse también directamente de la organización de la industria. En consecuencia, existían dos órganos que se ocupaban de este vasto problema: por un lado, los organismos económicos, integrados por representantes de los sindicatos y de los soviets de diputados obreros, y por otro, los mismos sindicatos, que intervenían directamente en todos los asuntos que afectaran a la producción.

Esta dualidad resultante comportó una inestabilidad indeseable en la administración de la industria. Había que terminar con esta dualidad, había que definir exactamente lo que competía a los sindicatos y lo que incumbía a los organismos económicos, había que unificar la gestión industrial. En la medida en que los organismos económicos ya existían y se habían estructurado de una forma determinada, la división del trabajo era perfectamente lógica. Los organismos económicos centran su atención en la gestión de la industria, en su perfeccionamiento técnico, mientras que los sindicatos organizan el trabajo y encaminan sus esfuerzos a la elevación del nivel material y cultural de las masas obreras, a las cuestiones que afectan a la cohesión, al desarrollo y perfeccionamiento de la mano de obra.

Este reparto de responsabilidades entre los organismos económicos y los sindicatos pueden dar lugar, por supuesto, a situaciones conflictivas, pero en caso de producirse, serán resueltas por toda una serie de órganos e instituciones especiales, y si no se logra ninguna solución amistosa, los sindicatos pueden enfrentarse por la fuerza a éste u otro organismo oficial. Ni los sindicatos ni los organismos económicos buscarán el enfrentamiento; ambos están interesados en obrar sistemáticamente a favor del incremento de la producción y de la elevación del nivel de vida de las masas obreras. En condiciones de desarrollo progresivo de las fuerzas productivas, esta

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división del trabajo entre los sindicatos y los organismos económicos no debilitará en modo alguno la influencia de los sindicatos sobre el Estado soviético y su aparato institucional. Siguen formando parte de todos los organismos que dirigen la economía soviética, ninguna decisión oficial, por insignificante que sea, se adopta a espaldas de los sindicatos. Toda la política económica del poder soviético afecta por igual a los sindicatos como a los organismos económicos. Una vez descargados de las tareas militares, de abastecimiento, etc., los sindicatos pueden dedicarse enteramente, con mayor energía y más libertad, a la organización directa de las masas y a la elevación del nivel material y moral de los trabajadores.

Esto no quiere decir en absoluto que los sindicatos han dejado de ocuparse para siempre de problemas extrasindicales. Si se repite la situación en que se encontraba el Estado soviético, si de nuevo se produce la necesidad de movilizarse en el terreno militar, si hay que ayudar al Estado en las tareas de abastecimiento, los sindicatos harán todo lo posible por resolver positivamente estos problemas. No lo harán por motivos metafísicos, sino porque la solución de estas cuestiones va en interés de los miembros de los propios sindicatos, porque los objetivos del Estado soviético son los mismos que los de la clase obrera, es decir, los mismos que los de los sindicatos.

No existen contradicciones entre los intereses del Estado soviético y los de los sindicatos obreros. Tampoco las hay cuando el Estado se ve forzado a ceder bajo las presiones de la pequeña burguesía o del capital extranjero. El Estado soviético se bate en retirada porque el proletariado ruso no tiene todavía la fuerza suficiente para pasar por encima de las concesiones que se ve obligado a hacer a la burguesía internacional y rusa, y si fueran los propios sindicatos quienes estuvieran en el poder, no tendrían más remedio que acceder a las mismas concesiones. No se trata de concesiones otorgadas por un Estado soviético ideal o por direcciones burocráticas separadas de la clase obrera; son concesiones que se ve obligada a efectuar la clase obrera misma, a quien los sindicatos obreros no pueden oponerse.

11. La retirada, criticada por la izquierda y la

derecha. Las concesiones otorgadas por los obreros rusos a

la burguesía extranjera y nacional han llenado de indignación y alegría a los adversarios del comunismo ruso. Los reformistas de todos los colores cantan victoria y proclaman que tenían toda la razón al rechazar los métodos revolucionarios. “Mirad, mirad -dicen los reformistas de todo el mundo-, esos intransigentes bolcheviques se ven obligados ahora a negociar con la burguesía, a dar vía libre a la iniciativa privada, y lo hacen después de

todas sus solemnes declaraciones, después de haber proclamado su voluntad de destruir radicalmente a la burguesía rusa y de no hacer ninguna concesión al capital internacional. Nosotros ya les dijimos, inmediatamente después de la revolución de Octubre, que no iban por buen camino; no valía la pena ni siquiera haber comenzado la revolución para acabar, al cabo de cuatro años, negociando con el capital extranjero y arrendando las empresas al capital ruso. Desde el principio había que tratar a la burguesía de un modo distinto, no había que jugárselo todo a la posibilidad de volver del revés al mundo entero, había que avanzar, lenta y gradualmente, hacia los objetivos propuestos.”

Así nos censuran los reformistas de todos los países, llenos de gozo porque los obreros rusos se ven forzados a hacer concesiones. Pero junto a estos reproches reformistas se alzan otras voces, provenientes del otro extremo, voces que critican al Estado obrero por las concesiones otorgadas a la burguesía. Estas críticas vienen de las filas anarquistas y anarcosindicalistas. Su actitud ante las concesiones y el conjunto de la nueva política económica es claramente negativa, pues consideran que no es posible ni admisible hacer ninguna concesión a la burguesía. En opinión de los anarquistas, estas concesiones se derivan de la posición esencialmente equivocada que adoptaron los obreros rusos. Para ellos, estas concesiones se deben a la misma existencia del Estado. “Todo Estado no es más que una organización dirigida contra los intereses obreros, todos los partidos políticos son totalmente idénticos.” Esta es la filosofía del anarquismo.

Así, el proletariado ruso se ve atacado desde dos flancos a causa de sus concepciones. Unos no dejan de repetir: “No había que haber comenzado”, o según una fórmula empleada en otro momento por Plejánov: “No había que haber empuñado las armas”; y los otros acusan a la estructura del Estado soviético y al partido comunista ruso, orígenes de todos los males. Es curioso que frecuentemente los reformistas y los anarquistas forman frente común contra el comunismo, pero jamás se han preocupado de analizar realmente las causas de estas concesiones sobre las que tanto gritan.

En primer lugar, ¿había que haber empuñado las armas? El obrero ruso puede declarar abiertamente, ante el mundo entero, que volvería a empuñar bs armas, con pleno conocimiento de causa, si volviera a encontrarse en vísperas de una nueva revolución de Octubre. El reformismo consiste en no enfrentar abiertamente los intereses de la clase obrera con los de la burguesía, es decir, que es una teoría de esencia burguesa, que sólo puede beneficiar a la burguesía. ¿Qué habría sucedido si la clase obrera hubiera prestado oídos a los mencheviques y socialistas revolucionarios rusos? La Humanidad y el

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movimiento obrero no habrían dado el salto adelante que significó la experiencia de la revolución rusa. Si el proletariado ruso se hubiera detenido ante los obstáculos que trae consigo la revolución social, la clase obrera de Europa y América no podría aprender de la experiencia revolucionaria rusa, de los aciertos y errores de esta lucha. El socialismo seguiría siendo para ellos una abstracción, mientras que actualmente los problemas de la construcción del régimen socialista han adquirido una dimensión concreta y real.

Es probable que los obreros de los demás países lo hagan mejor, pero alguien tenía que empezar. Si la historia ha colocado al proletariado ruso en condiciones de abrir el fuego, éste habría cometido el mayor crimen contra sí mismo y contra el proletariado internacional si no hubiera emprendido el camino de la revolución de Octubre. En definitiva, una cosa son las concesiones que hacen actualmente los obreros rusos, y otra muy distinta las concesiones y pactos que concluyen los reformistas, que esperan en vano en las antesalas ministeriales.

La República de los soviets habla de igual a igual con los dirigentes de los Estados capitalistas, representa una fuerza a la que se tiene en cuenta. En estos momentos arrendamos las fábricas a empresarios privados, pero son las mismas fábricas que hemos expropiado a los empresarios privados. Si no hubiéramos confiscado estas fábricas, si no hubiéramos echado a la burguesía de su nido, ésta habría sometido hace ya tiempo, gracias a su poder económico, a la clase obrera rusa. Actualmente cedemos por dinero una parte de las fábricas expropiadas a la burguesía. Esto no tiene nada en común con lo que hacen los reformistas de Alemania, Gran Bretaña y otros países, que tienen miedo de atacar la sacrosanta propiedad privada. Hemos avanzado mucho, hemos ocupado numerosas posiciones, y ahora, ante los esfuerzos del mundo capitalista y en ausencia de ayuda directa por parte de los obreros de Occidente, nos batimos en retirada.

Pero ¿a dónde nos retiraríamos si no nos hubiéramos adueñado de un vasto territorio? Por consiguiente, la conquista de posiciones económicas, es decir, la táctica ofensiva, constituía una necesidad absoluta de la estrategia de clase frente a la burguesía. La lógica de la lucha lo exigía, una de las dos clases enfrentadas tenía que apoderarse de todos los recursos del país. El equilibrio basado en el reparto del poder entre la clase obrera y la burguesía es imposible: siempre que se dio formalmente, era la burguesía quien detentaba el poder, eran los “representantes” de la clase obrera quienes obedecían (Alemania, Bélgica, Austria, etc.).

En cuanto a los confusionistas provenientes del campo anarquista, que, no se sabe por qué razón, se denominan comunistas, podemos decirles: si la clase obrera da marcha atrás, es por culpa vuestra; si en

lugar de hablar tanto de revolución hubierais hecho más por ella, el proletariado ruso no se vería obligado a hacer concesiones. Discutís y discutís sobre la independencia y la autonomía del sindicalismo y otros temas, pero avanzáis muy poco en la lucha contra la burguesía. Si vosotros, anarquistas y sindicalistas franceses, hubierais cortado las alas a vuestra propia burguesía, si les hubierais puesto el bozal a los abogados de la caja fuerte -Poincaré, Barthou y otros capitostes industriales y financieros de vuestro país-, el proletariado ruso no tendría que emprender ahora la vía de la concesión. Está muy bien proclamar los altos principios y aplicarlos a los demás, pero no olvidéis que la revolución rusa obliga a los obreros de todos los países a dar pruebas de espíritu revolucionario, no en palabras, sino en la acción.

Sí, el proletariado ruso se bate en retirada. Pero ¿qué es una revolución social? Es una lucha de clases a gran escala. Figurémonos una gran huelga en que millones de obreros atacan a sus patronos. Resisten uno, dos, tres, cuatro meses. El hambre se instala en sus hogares, los hijos de los huelguistas van en andrajos. Toda la prensa burguesa acosa a esos “bandidos” que han osado alzarse contra los fundamentos del régimen político. Los huelguistas resisten bien un año, dos años. Son suficientemente fuertes como para rechazar los ataques y los intentos de desorganizarlos. Atacan, con las armas en la mano, a los esquiroles y agentes de la burguesía, pero los obreros de los países vecinos no acuden en su ayuda, no llega dinero, nadie va en auxilio suyo. Se ven forzados a negociar con sus enemigos de clase. No pueden imponer sus reivindicaciones, dan marcha atrás, concluyen un tratado provisional, un armisticio. Llenos de tristeza y amargura hacen concesiones. ¿Por qué? Porque han quedado aislados, porque no han podido triunfar por sí solos en esta gran lucha. Y esos obreros que en el transcurso de esta lucha de titanes no han ayudado a los huelguistas, salvo con resoluciones verbales y manifestaciones de simpatía, ¿tienen el derecho de acusar a los que no tienen más remedio que hacer determinadas concesiones, a los que han salido del combate con el honor bien alto? Quienes han abandonado a estos huelguistas en su aislamiento, ¿pueden venir al encuentro de los combatientes y decirles: por qué habéis aceptado esta propuesta? ¿Por qué habéis consentido en negociar con la burguesía? ¿No dicen los principios que esto es inaceptable? Los huelguistas, agotados por una lucha de varios años, volverán la espalda con desprecio a los que se dirigen a ellos con tales palabras en lugar de expresar su fraternal simpatía y prestarles una ayuda eficaz. Les podrán responder con dignidad: “Es culpa vuestra si nos vemos obligados a entregar una parte de las posiciones que hemos conquistado. Vosotros no comprendéis hasta qué punto nuestra

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lucha es también la vuestra y cuánta sangre hemos vertido por nuestros objetivos comunes. Apartaos, charlatanes.”

12. Los mismos objetivos con nuevos métodos. En el transcurso de la lucha proletaria de cada

país hay momentos en que la vanguardia de la clase obrera se ve obligada a combatir, no solamente a los enemigos de clase, sino también las tendencias conservadoras y corporativistas de determinados sectores del proletariado. Este conservadurismo, que todavía es bastante fuerte en ciertas capas de obreros, se manifiesta con énfasis particular en el período revolucionario. La revolución es un revulsivo muy fuerte que hace aparecer en la superficie todos los rasgos, positivos y negativos, de la clase obrera. La revolución rusa sublevó a toda la clase obrera, a las amplias masas trabajadoras, pero en el seno del proletariado aparecieron ciertas capas que adoptaron una actitud de desconfianza hacia la revolución.

Este hecho encontró su expresión ideológica en las teorías de los socialistas-revolucionarios, mencheviques y anarquistas. Muchas veces tuvimos que combatir las tendencias egoístas de determinados sectores obreros, cuando debido a la falta de materias primas y géneros, había que cerrar algunas fábricas, en interés del objetivo común; nos topamos entonces con la resistencia abierta y sorda de ciertos sectores obreros. Los trabajadores y las trabajadoras de las fábricas de seda o de la industria del perfume no podían aceptar el cierre de sus empresas y la entrega del combustible a las factorías de locomotoras o a las fábricas de productos alimenticios. Los obreros consideraban a menudo las fábricas y empresas expropiadas como un bien suyo, no como una propiedad nacional.

En este sentido, la revolución rusa ha vivido un gran número de conflictos singulares provocados por las tendencias egoístas y el conservadurismo. Pero la revolución es muy instructiva; ha enseñado muchas cosas a la vanguardia de la clase obrera y también a las capas atrasadas. Los sindicatos rusos, que se percataron prácticamente de la situación en que se encuentra la Rusia soviética, adaptan su táctica a las nuevas coyunturas, avanzan nuevos métodos y formas de lucha, pero continúan tras los mismos objetivos que se habían propuesto antes y después de la Revolución de Octubre. El socialismo, la organización socialista de la producción: éste es el objetivo de los sindicatos rusos. Saben muy bien que el socialismo no puede construirse con la violencia, y menos todavía puede construirse en el transcurso de algunos meses o siquiera de algunos años: para ello se requiere todo un período histórico.

La inmensa lucha de la clase obrera se extiende cada día a nuevos países, nuevas capas de la clase obrera entran en esta lucha. El ardor de la gran revolución hace que se funda el conservadurismo

acumulado en el seno de las amplias masas obreras. Durante esta lucha se producen flujos y reflujos, victorias y derrotas, inevitablemente; tras los períodos de ofensiva vienen períodos de retirada, las fuerzas se recomponen con vistas a la nueva ofensiva. Las concesiones obligadas al capital, el desarrollo de la iniciativa privada, con todas las consecuencias derivadas de ello: éste es el resultado del cerco capitalista en el interior del país.

La vía de la revolución sigue una línea quebrada, está sembrada de obstáculos, y triunfará en la lucha el que no sólo sepa avanzar en el período ascendente, sino también batirse en retirada, de forma ordenada, para prepararse para los futuros combates. Prácticos y realistas, los revolucionarios comunistas que encabezan el movimiento sindical valoran la situación y varían sus métodos y formas de lucha de acuerdo con los cambios que se producen. Todavía son numerosos los obstáculos que hay en el camino que ha emprendido el movimiento obrero ruso. Todavía habrá que retroceder más de una vez, si la revolución en Europa no acude en ayuda nuestra; retroceder, reagrupar las filas y reforzar los batallones; pero esto no disminuirá nuestra energía, no cambiará las tareas que afrontamos con toda clarividencia. Los métodos de lucha, las formas de acción podrán cambiar, pero nuestro objetivo permanece invariable: es el comunismo.

Moscú, marzo de 1922.