los templarios, tomo i

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  • 7/27/2019 Los Templarios, Tomo I

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    Los Templarios. Tomo IJuan de Dios Mora

    http://www.librodot.com

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    Captulo I

    El suplicio de la gota de agua

    Era una noche fra y lbrega de uno de los ltimos aos del siglo XIII.

    Toda la creacin yaca sumergida en silencio, tinieblas y sueo, como si los resortes de lavida y del Universo se hubiesen paralizado. Entre las negras brumas de esta noche deinvierno, se divisaban, en la cumbre de un alto y fragoso monte, dos masas imponentes, dosmonstruos de fantsticos contornos, dos gigantes de piedra, que frente a frente parecancontemplarse silenciosos y amenazadores. Eran dos vastos edificios, colocado el uno a muycorta distancia del otro. El primero era un castillo de los ms fuertes e inexpugnables; elsegundo era una iglesia dedicada a Nuestra Seora de la Concepcin. Ambos edificios

    pertenecan a la poderosa, acatada y temida orden de los caballeros Templarios.

    A la falda septentrional del monte, entre peascos y maleza, se elevaba una torre solitaria,carcomida, ruinosa y cuyos muros de verdinegros colores atestiguaban su edad caduca. En lo

    ms alto de aquella torre haba una campana; en lo ms profundo haba un subterrneo. Lacampana serva para comunicarse al aire libre, con la iglesia y el castillo; el subterrneo serva

    para el mismo objeto, si bien de una, manera invisible y misteriosa.

    Slo turbaba el espacio el murmurar montono y eterno de un caudaloso arroyo que corrapoco distante del solitario torren, y los lgubres chirridos de la lechuza y el bho, que, comolos genios de las tinieblas y de las ruinas, agitaban en torno de la torre sus crujientes alas,

    produciendo un ruido semejante al choque de huesosos esqueletos que surcasen el espacio.

    Quien hubiese mirado atentamente a una ventanilla practicada, en el muro del salnprincipal de la torre, habra podido notar las oscilaciones de una luz, que brillaba a intervalos,

    segn que se interpona o desapareca entre la ventana y la luz una sombra que vagaba por elaposento. Un silencio verdaderamente sepulcral reinaba en el interior de la misteriosa torre.Todo era oscuridad y silencio, excepto en aquella estancia por donde se paseaba el nicohabitante que, al parecer, exista en aquella mansin. En su centro, pendiente de una cadenade hierro, vease una lmpara que esparca en torno la moribunda luz que ya hemos divisado.

    El saln, cuya techumbre estaba escaqueada de prpura y oro, entapizado el pavimento conuna alfombra oriental, y adornado con ricos y bien labrados sitiales de nogal con rematesdorados, presentaba un aspecto muy diferente en su interior del que pudiera esperarse, a

    juzgar por la apariencia ruinosa y desvencijada de aquel caduco edificio.

    En la semioscuridad que inundaba el aposento, pues que la luz espirante slo esparcaalguna dbil claridad en un crculo muy limitado, confundiendo en sombras los extremos delespacioso saln, se destacaba vigorosamente una figura blanca y una fisonoma enrgica quehubiera podido servir de estudio a un gran pintor. Era una cabeza digna de Rembrandt, elgenio trgico de la pintura.

    Figrese el lector un hombre de estatura mediana, pero fornido y vigoroso como un atleta;un rostro de color cetrino, facciones muy pronunciadas, y una barba, espesa y encrespadacomo un matorral, larga hasta la cintura y negra corno el azabache. Una enorme y profundacicatriz le atravesaba desde la frente y la ceja hasta la mejilla izquierda, donde se perda entre

    su aborrascada barba. Excusado parece decir que era tuerto del ojo izquierdo, y que, por lotanto, su aspecto era fiero y disforme. Sus cabellos eran espesos, speros y entrecanos en laparte posterior de la cabeza, mientras que la superior estaba completamente calva, y slo dosmechones de pelo venan a caer a los lados, de su frente nebulosa, ceuda y surcada de

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    arrugas transversales, signo de dureza, de crueldad y de pasiones mezquinas, no de lameditacin ni del estudio. Su andar era rpido y firme, y sus precipitados e impacientes

    paseos por el saln pudieran compararse a los del tigre encerrado en una jaula. Era, en fin, unade esas figuras sombras de tragedia, de revolucin o de venganza, una de esas cabezas desayn o de verdugo, uno de esos hombres cuyo aspecto impresiona fuertemente, y que, unavez vistos, aun cuando sea a la luz de un relmpago, jams se olvidan.

    Vesta el hbito blanco de la orden del Templo de Salomn, y en su pecho luca la cruzroja, seal de que era caballero profeso. Llambase Matas Rafael Castiglione, era calabrs denacin y haba merecido la ms ilimitada confianza del maestro provincial de Castilla y dealgunos comendadores, que le haban encargado en varias ocasiones tenebrosos manejos yconfidole algunos de esos secretos terribles que con frecuencia suelen ser el alma de ciertassociedades o corporaciones cuando, como la orden del Templo, encuentran toda su fuerza y

    prestigio en sus misteriosas ceremonias, en sus reuniones ocultas y en su presencia universal.Los caballeros Templarios estaban en todas partes, como Dios, invisibles y presentes, segnles convena.

    Respecto al bueno de Castiglione, debemos aadir que era el genio malo de la orden, elespritu de ingeniosa y lenta tortura, el demonio de las venganzas misteriosas.

    Largo rato continuo en sus paseos, hasta que de pronto se detuvo. La campana del reloj dela torre repiti doce veces su taido, que se dilat en el espacio como la voz sollozante de unmoribundo. Sin duda tiene algo de solemne ese momento en que decimos. Es la medianoche! Si es cierto que en ese instante comienza el reinado de los espritus, infernales, deseguro deba empezar entonces la vida y el contento para el horrible italiano.

    Y a la verdad, aquella hora produjo en l un efecto maravilloso. Inmediatamente encendiuna lamparilla, y, cargado de un cesto, sali rpidamente del espacioso saln por una puerta

    que se abri en el mismo muro de la estancia; pero una puerta, no de madera, sino cuyostableros estaban formados de piedras de sillera. En seguida baj una escalera de caracolestrecha, desgastada y hmeda. Al fin de aquella escalera haba una habitacin inmensa,dividida en tres piezas, cada una de las cuales estaba iluminada por una gran lmpara. Debeadvertirse que no haba aceite, ni luz ardiendo, sino que las lmparas contenan un lquidofosfrico y luminoso que en medio de las tinieblas produca una viva claridad. Aquella

    prodigiosa mixtura era la misma que usaban los romanos en sus enterramientos o panteonessubterrneos. En nuestros das se han descubierto algunos de estos vasos pasmosos, cuyolquido apenas se haba consumido algunas lneas despus de miles de aos.

    A la puerta de la primera pieza vease atado con una cadena un formidable len de erizadas

    guedejas, al cual arroj Castiglione grandes trozos de carne, que el terrible animal devor conansia. Luego el disforme caballero comenz a acariciar a la fiera, que azotaba su roja yluciente piel con su enarcada cola, en seal de cario y agradecimiento. El len estaba

    perfectamente domesticado, se entiende para Castiglione solamente, pues que otro cualquierahabra sido al punto vctima de sus robustas y sanguinarias garras. El ojo nico del espantosoitaliano chispeaba feroz y jubiloso al contemplar1a actitud fiera, la encendida boca, el vahosoaliento y los ojos centelleantes del temible animal. Y por cierto que aquella horrible simpataentre el hombre y la fiera, aquella especie de entre dos seres fuertes y feroces, aquella calvafrente, aquella barba negra, aquel hbito blanco; el rojo len, la plida luz, el subterrneo y lasolitaria noche, todo esto formaba un grupo horrible, fantstico, espeluznador.

    Por fin Matas Rafael Castiglione pas adelante. Quin podr describir las maravillosasriquezas, los esplndidos tesoros que aquel apartado recinto contena! En cada una de lasespaciosas salas veanse alrededor de los muros hileras de grandes vasos de bronce en forma

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    de cliz, todos llenos de oro, de plata y de piedras y joyas de valor. Igualmente se veanlujosos paramentos, mantas de seda de color de prpura y sillas de montar ricamente bordadasde estriberas de plata y espuelas de oro; puales, dagas, cimitarras, sables y espadas consuntuosas esmaltadas de diamantes, todo lo cual estaba colocado sobre la pared con admirablesimetra, formando vistosos pabellones, caprichosas figuras y labores del ms exquisito gusto.

    Pero lo que ms llamaba la atencin en la ltima pieza era una multitud de figuras extraas

    de animales, construidas de oro macizo y colocadas en nichos semejantes a los casilleros deun armario que revestan las paredes. En muchos de aquellos compartimientos haba tambinguardadas con inmensa profusin ricas telas de brocado de ora, de sirgo y damasco de los ms

    bellos dibujos y esplndidos colores. Tanto, arriba como abajo en los muros de la ltima sala,a manera de zcalo y cornisa, veanse dos hileras de nichos, dentro de cada uno de los cualeshaba representado, cosa rara! un gato de gran tamao y ejecutado con prodigiosa perfeccin;mas las tales figuras no eran menos estimables por la materia que por el arte, pues que todasestaban hechas de luciente oro.

    He aqu la razn por qu el vulgo acusaba a los Templarios de idlatras, porque decanadoraban la figura de un gato. Tambin, muchos escritores, teniendo en cuenta las extraas yespantosas figuras esculpidas en sus iglesias, les imputaron doctrinas gnsticas; y habiendodescubierto entre ellos varios grados de iniciacin, se ha pretendido ver en esta orden elorigen de las logias masnicas. El que tenga la paciencia, de seguirnos vera ms adelantehasta qu punto eran o no fundadas semejantes acusaciones en el proceso ms ruidoso de lossiglos medios, tan fecundos, sin embargo, en procesos, pues hasta los mismos animales noestuvieron exentos de la jurisdiccin de Themis.

    El lector habr reconocido fcilmente que nos encontramos en el lugar donde los opulentosTemplarios tenan guardados sus inmensos tesoros; y si no era aquel su nico escondite,

    podemos asegurar que, por lo menos, all estaba el depsito ms considerable de las riquezas

    de la orden en Castilla. Y en verdad que no era fcil atinar con aquellas habitacionessubterrneas, cuya entrada guardaba el rey de las fieras y en cuyo recinto habitaba elformidable tuerto. Este, cerrando la puerta, que era tambin un lienzo de pared que se mova

    por medio de ingeniosos resortes, desemboc en una extensa galera, a cuyo frente apareciuna puerta de bronce. Sobre la portada vean se pintados con vivsimos colores trofeos ysmbolos que hacan erizarse los cabellos. Constituan aquel horrible pabelln dos sablescruzados, un manto imperial, una cabaa, una corona, dos calaveras y una figura espantosacon cabellera de sierpes y cabeza de dragn. Aquella cabeza era el bafomet, que en laideografa masnica de los Templarios significaba el mal principio o el genio del mal. A latemblorosa luz de la lamparilla del italiano, aquellas culebras parecan retorcerse, aquella

    boca de dragn pareca abrirse, y pareca que aquellos ojos feroces brillaban de jbilo y que

    las peladas calaveras, con sus cavidades vacas, lanzaban carcajadas llenas de un sarcasmohorrible.

    Castiglione mir todo esto, y su disforme semblante se cubri de una palidez mortal. Sinduda alguna aquella habitacin encerraba terribles misterios o recuerdos espantosos para elitaliano, supuesto que, sin volver atrs la cara, cerr su ojo nico y se precipit desatentado

    por aquellos stanos interminables y lbregos.

    Despus de haber bajado otra escalera estrechsima y que se sumerga en las entraas de latierra a una profundidad prodigiosa, se detuvo en un largo callejn. All permaneci inmvil yde pie como una estatua durante mucho tiempo. La luz apenas arda en aquella atmsfera

    estancada, y no se oa ms que un ruido acompasado, lento y montono, como una gota deagua que se estrellase sobre un cuerpo duro. Aquel ruido era la nica palpitacin de vida que

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    interrumpa aquel silencio de muerte en aquella fra, lgubre y solitaria mansin, tan distantedel rumoroso y vvido estruendo que cubre la superficie de la tierra.

    De repente se oy un suspiro tristsimo que se dilat en mil ondulaciones por las tinieblas,cual si por all vagase el ngel de los dolores. El italiano sali de su meditacin y se dirigirpidamente hacia el punto donde haba sonado la dolorosa exclamacin.

    -Por qu te quejas? -pregunt Matas con una irona cruel-. No hemos sido bastantepiadosos contigo dejndote la vida?

    Nadie respondi; solamente son un nuevo suspiro ms doliente, ms lgubre, msdesgarrador an que el primero.

    Castiglione se haba detenido delante de un edificio tan extrao como espantoso. Figreseel lector un inmenso crculo que se haca al fin del callejn. Aquella extensa explanada estabarodeada de muros slidos y macizos. Contiguo a la muralla se levantaba una perforacin entoda la altura de la bveda y pared, que eran de una elevacin considerable. Aquella

    perforacin era una celdita, que, superpuesta a la muralla, se levantaba all, formando un cubode prodigiosa altura, pero que seguramente no exceda de tres pies su longitud y latitud.Aquello era verdaderamente una alacena, un nicho, una tumba de piedra dentro de un pantensubterrneo, como la doble cubierta de plomo y de madera de un atad que contiene los restosde algn mortal clebre. Solamente que aquellos restos eran vivos.

    Por la parte exterior y a la altura de un hombre sentado se vea una ventanilla con unatupida reja de fuertes barrotes de hierro. Aquella era la nica comunicacin del ser vivo queall se encontraba; por aquella pequea abertura, si se nos permite la expresin, respiraba gotaa gota el aire suficiente para no morir, el aire bastante para prolongar el horroroso martirio desu existencia. En vano el Creador del mundo haca que todas las maanas el refulgente carro

    de la aurora anunciase a los mortales el movimiento y el jbilo y el estruendo de la vida. Nilos cantares de las zagalas, ni los trinos de las aves, ni el soplo de los vientos, ni el murmurarde los arroyos, ni el perfume de las flores, ni los rayos del sol penetraban jams en aquella,espantosa mansin de tinieblas y de lgrimas. Ni ruido, ni luz, ni movimiento, ni nada que seasemejase al mundo de los vivos se experimentaba all. Todo era silencio, soledad y horror.Aquel aire meftico slo guardaba dolorosos ayes, y alguna que otra vez solan orse los pasosdel horrible carcelero o los rugidos del amarrado len, que se dilataban retumbando poraquellas tenebrosas concavidades.

    Castiglione sac del cesto un pedazo de pan y un trozo de carne, y colocndolos en la reja,dijo:

    -Toma, y come.

    La luz que llevaba el disforme caballero hiri de lleno en la ventanilla. Gran Dios! Qudoloroso espectculo!

    Al travs de la reja vease una cabellera greuda y ms blanca que la nieve. Un rostroplido y triste asom a la abertura y una mano descarnada cogi con ansia el esperadoalimento.

    Nunca en humano semblante ha aparecido una palidez ms intensa que la que cubra elrostro del prisionero. Sus ojos, cargados de largas cejas, tenan una expresin inexplicable detristeza, de ternura y de odio, como si en el alma de aquel desdichado batallasen juntas laresignacin ms evanglica y la desesperacin ms diablica.

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    Y en verdad que era preciso estar dotado de una bondad ms que humana para no acusar alcielo de cruel en tan espantoso infortunio. El emparedado sola mezclar con frecuencia, loslamentos de su amargura y las oraciones de su fe religiosa con sus recuerdos mundanos y conlas blasfemias terribles de su desesperacin.

    Cunta nobleza y dignidad poda leerse en el semblante de aquel hombre! Su vejez eraanticipada por las privaciones y amarguras de la vida ms bien que por el peso de los aos.

    En torno de aquel inmundo tugurio se esparca un olor repugnante. Castiglione se alej conpaso lento y aire distrado.

    La luz se fue extinguiendo por grados en aquel subterrneo. Todo volvi a quedarsumergido en el ms profundo silencio, que tan solamente era interrumpido por los sollozosdel emparedado y por un ruido confuso, lento, extrao, casi imperceptible, pero acompasado,constante, eterno.

    Una gota de agua caa a intervalos medidos sobre la cabeza del infeliz condenado al mscruel de todos los suplicios. Nunca ha podido encontrarse un smbolo, una forma, unaexpresin tan elocuente como repugnante del valor del tiempo y de la constancia.

    El prisionero tena la parte superior del crneo desnuda de cabellos y en extremo doloridapor el continuo choque de la gota de agua.

    Acaso parezca a primera vista que era insignificante este suplicio; pero, si atentamente seconsidera, se comprender que nunca el demonio de la tortura debi sonrer con ms jbiloque cuando se ocurriera a los mortales castigar a sus hermanos con una agona, cuya hielinagotable se saboreaba gota a gota. Al inventar este suplicio, se invent la manera deeternizar las ansias de la muerte. Es verdad que los reos sucumban despus de mucho tiempo;

    pero sucumban con el crneo podrido y entre dolores espantosos.

    El anciano que se encontraba en la solitaria torre de los Templarios era una de esasorganizaciones privilegiadas, uno de esos hombres extraordinarios que al vigor intelectualrenen la energa del carcter y la fuerza del cuerpo. No obstante, algunas veces leabandonaba su razn y se entregaba a los ms extraos delirios, y comenzaba a rugir de dolory de ira. Esto, al parecer, suceda a impulsos de algn recuerdo ms doloroso todava que losque cotidianamente le atormentaban. Entre las nubes hay nubarrones, as como tambin entrelas estrellas hay luceros. Tanto en el bien como en el mal, tanto en la dicha como en eltormento, el alma humana ve siempre un ms all, un abismo ms profundo que todos losabismos, un cielo ms alto que todos los cielos. El mundo sin lmites de lo infinito es la

    verdadera patria del hombre.

    El Templario consideraba loco al infeliz condenado, porque en sus furiosos arrebatosdemandaba al cielo la fuerza suficiente para desmoronar los muros de su tumba.

    Y con ademn delirante comenzaba a sacudir fuertemente los hierros de la reja, hasta que,jadeando y maldiciendo su impotencia, caa en el fangoso piso de aquella especie de atadinfecto.

    Jams la esperanza le haba abandonado, y siempre aguardaba que de un momento a otrollegase el de su libertad. Esta fe tan viva en el porvenir le haba dado fuerza sobrehumana pararesistir sus desdichas. Dios ha permitido que el que cree y espera sea ms fuerte que el que noabriga fe ni esperanza.

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    Pero con una gran actividad intelectual, sepultada entre tinieblas, no poda hacer otra cosasino entregarse a sus delirios. La vida slo se completa con el espectculo del Universo, causaocasional, aura fecundante que hace florecer la verdad con toda su plenitud en los espaciosluminosos del pensamiento.

    -No! No! -exclamaba-. No es un sueo, no es un delirio... Yo he visto en esta nocheinterminable, yo he visto aparecer una figura blanca con una luz en la mano; me ha hablado,

    me ha prometido la libertad... Oh! La libertad!...

    Mientras que el triste prisionero deliraba con esta mgica palabra, el feroz Castiglione sediriga a su aposento por el mismo camino que antes le hemos visto llegar adonde gema elemparedado.

    Ya hemos hecho notar que cuando Castiglione pas por la puerta, sobre la cual se vea lamonstruosa cabeza del bafomet, se alej de aquel sitio con rpida planta y ademn temeroso.

    Ahora, cuando de nuevo volvi a pasar por all, exhal un terrible grito, que resonsiniestramente en aquel 1gubre stano.

    El Templario permaneci inmvil, apoyado contra el muro, lvido el semblante y con todaslas muestras del ms helado terror, que se retrataba en su mirada atnita.

    La misteriosa puerta acababa de abrirse, dando paso a una figura vestida con un hbitoblanco. Su aspecto era extrao, pasmoso, sobrenatural. Llevaba los ojos fijos al frente, elandar firme y recto, y en toda su actitud se revelaba una especie de exttico arrobamiento.

    Pero lo que ms llamaba la atencin era que el misterioso fantasma llevaba en la manoderecha su misma mano izquierda, que, al parecer, le haban cortado por la mueca mucho

    tiempo haca. A lo menos as poda creerse, a juzgar por el tronco del brazo izquierdo, quellevaba descubierto y horriblemente mutilado.

    Verdaderamente era terrible el espectculo que presentaba aquella mano separada deltronco y cuyos dedos estaban rgidos y extremadamente apartados unos de otros. Aquellamano pareca sealar a Castiglione, como la vctima a su verdugo.

    El calabrs, helado de terror, murmur con voz desfallecida:

    -An vive!... No! No!... Es que ha salido de las profundidades del infierno paramaldecirme... El infierno?... Locura y mentira!

    Y el italiano se pas la mano por la frente como para arrancarse sus lgubrespensamientos, y prorrumpi en una carcajada febril, procurando tranquilizarse; pero, a pesarsuyo, el remordimiento le roa las entraas y la temerosa fantasa le presentaba delante milhorrendas visiones.

    El blanco fantasma se perdi en la lobreguez del subterrneo, mientras que el estupor tenacomo encadenado a Castiglione.

    Al cabo de mucho tiempo, el Templario se alej de all con paso lento y vacilante.

    Luego, nada ms se oy, sino aquel ruido acompasado, como el de una pndola, ruidoterrible, que serva para marcar el tiempo en aquel mundo de tinieblas, donde yaca el tristeemparedado.

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    Cada gota de agua apagaba un latido de su corazn.

    Captulo IIDonde se ve que los fantasmas hablan con notable discrecin

    Hemos dicho que el castillo situado en la cumbre del monte tena comunicacionessubterrneas con la misteriosa torre habitada por el disforme cuanto feroz italiano. En estecastillo sola residir gran parte del ao el maestre provincial de la orden de los Templarios enCastilla.

    Cuando el maestre no habitaba en aquel castillo, no por eso dejaba ste de estarcompletamente guarnecido y pertrechado con arreglo a todos los recursos militares que en la

    poca se conocan, pues debe tenerse entendido que jams milicia alguna ha demostrado tantovalor y destreza en las armas, como la orden de los Caballeros Templarios.

    Frecuentemente en las casas o encomiendas de los caballeros del Templo se acostumbrabaa admitir algunos otros caballeros que, segn la expresin de la regla, iban a servir de portiempo, llevando sus armas y caballos y todo lo dems necesario para prestarconvenientemente sus servicios. Estos agregados estaban en un todo sujetos a las rdenes delos maestres y comendadores, y vivan como los caballeros profesos hasta tanto que,concluido su empeo volvan otra vez a sus tierras y castillos como seores particulares.

    Adems de estos hidalgos, que en Aragn llamaban infanzones, haba en las casas de losTemplarios otra clase de soldados, que servan como de escuderos o pajes. Era condicin

    precisa que los tales soldados vistiesen el hbito negro, a diferencia de los caballeros profesos,que le usaban blanco y con el distintivo de la cruz roja, campeando sobre el pecho. Por lodems, la orden abasteca de todo lo necesario a estos servidores que entre los Templarios sedenominaban armigueros y tambin armigazos.

    La noche se encontraba ya muy avanzada. Ni una estrella brillaba en el firmamento,encapotado por negros nubarrones, que pesaban sobre la tierra como una losa de mrmolnegro sobre una tumba. Corra un viento fro que a cada instante traa en sus alas el rumor dealgunos truenos lejanos. De vez en cuando la luz fosfrica y azulada de los relmpagos henda

    los espacios. A este plido fulgor, los centinelas que se hallaban en la plataforma del castillovislumbraban el monte, la torre y la iglesia, como fantsticos edificios que su imaginacin lespintase en sueos. Despus todo volva a quedar sumergido en las ms profundas tinieblas.

    Aquella noche, ya muy tarde, haban regresado todos los caballeros de la Encomiendadespus de haber hecho algunas correras por tierra de moros, con los cuales acababan detener un encuentro asaz encarnizado. As, pues, todos los caballeros estaban recogidos en suslechos y entregados al descanso, del cual harto necesitaban. Solamente velaban en el castilloel comendador, las varias centinelas que recorran los muros y el viga de la torre principal.

    Envuelto en su manto, empuada su pica, pasendose por la plataforma y murmurando una

    oracin se hallaba un joven armiguero contemplando el formidable a la par que magnficoespectculo, que la tempestad rugiente le ofreca.

    De repente el centinela quedose inmvil.

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    En el extremo opuesto de la plataforma distingui un hombre, que con precipitado paso sele acercaba. El centinela requiri su pica, y con marcial acento pregunt:

    -Quin va?

    -No me conoces?

    Fortn!

    -Querido Jimeno, vengo a buscarte para que te convenzas de que digo verdad.

    -A fe que eres testarudo como buen aragons. Todava ests en tus trece?

    -Y lo estoy con mucha razn.

    -Pero querrs hacerme creer en visiones?

    -Yo no quiero que creas sino a tus propios ojos.-Solamente a ese testimonio irrecusable pudiera yo dar crdito.

    -Pues en ese caso, muy pronto has de creer en el fantasma blanco.

    -Qu quieres decir?

    -Digo que esta misma noche has de ver la aparicin como yo la he visto.

    -En dnde?

    -Har cosa de una hora, que yo me encontraba en el patio del castillo, cuando de prontodistingu a lo lejos la figura blanca, que cruzaba rpida como una exhalacin.

    -Y t qu hiciste?

    -Qu haba de hacer? Santiguarme y rezar un Paternoster y un Ave Mara.

    -Y ests seguro de que no es un antojo de tu imaginacin?

    -Cuerpo de Cristo! Me tomas acaso por una duea? Ya sabes que en ms de una ocasin

    me han cosido el pellejo agujereado por las lanzas de los moros, y que en llegndoseme aatufar el ventisquero, soy muy capaz de enristrar con una legin de demonios, si es que seatreven a ponerse delante de m en los momentos en que me toma la ira.

    - Cspita! Cualquiera que te oyese pensara que eres un Bernardo del Carpio, segn temuestras alentado y brioso en las palabras.

    -Y en los hechos, -grit colrico Fortn.

    Jimeno, que era un mozo muy vivaracho, de mucho ingenio y un s es no es zumbn, se leri en las barbas a su compaero, dndole matraca acerca de su credulidad y supersticin, quele haca tener por cosa averiguada e innegable la existencia de los fantasmas.

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    No poco mohno escuchaba Fortn los donaires de su amigo el picaresco Jimeno, quien, ala cuenta, tena muy malas tragaderas para esto de creer en aparecidos. Era, adems, Jimenode muy buena ndole, muy sabido, y se preciaba de hacer las mejores y mas tiernas trovas que

    jams cantaron escuderos y pajecillos. A mayor abundamiento, nuestro joven tena lahabilidad de cantar sus endechas con inimitable gracia y expresin, acompandose con su

    bandoln, instrumento que saba taer como el ms pintado trovador de Provenza.

    Apenas rayaba el mancebo en los diecisiete aos: pero era alto como un roble, encendidocomo una rosa, valiente como un Orlando, alegre y jovial como unas carnestolendas, decidory travieso como estudiante en vacaciones y apuesto y bien ceido como mantenedor en justas.

    El joven armiguero era hurfano, o, por mejor decir, jams haba conocido a los que ledieron el ser. De nio, nunca haba reclinado su blonda cabellera en el regazo maternal; nuncalos amorosos labios de una madre haban enjugado las lgrimas que corran de sus lindos ojosnegros. Ya hombre, tampoco haba gustado las caricias de un hermano, ni haban resonado ensu odo los sabios consejos de un padre, que, como luciente faro, suelen servirnos de gua ynorte en el mar proceloso de la vida.

    -As es que el mancebo, en medio de su jovialidad y gracias casi infantiles, sola algunavez entristecerse al pensar en su destino adverso, que le haba arrojado en este mundo desdelas tinieblas de un origen desconocido. El cielo le haba negado hasta lo que concede a lasfieras y a las aves del bosque, las cuales, ya en sus guaridas, ya en sus nidos, rugen de gozo ytrillan de alegra al reconocer a sus padres. La leona amamanta a sus cachorros, y el guilaaltanera con amoroso pico lleva el apetecido alimento a sus polluelos, que aletean de jbilo ygratitud. Pero al infeliz Jimeno lo haba criado una cabra en una choza de pastores, quienes lohaban recogido por caridad al verlo expuesto a la clemencia divina dentro de una cesta,

    pendiente de un rbol, junto a un camino. Pobre nio abandonado!

    Tres aos haca que lo haban recibido en la encomienda en calidad de armiguero, y ya enms de una ocasin haba mostrado en las morunas lides incomparable bravura, por lo cualera muy estimado de todos los caballeros, y ms particularmente del comendador don Diegode Guzmn.

    Por fortuna el gallardo trovador(as le llamaban sus compaeros) se hallaba ahora en esaedad deliciosa, en ese perodo encantador, en esa aurora brillante de la vida, en que el espritu

    juvenil slo descubre en el horizonte nacarados celajes o radiosas nubes de azul, de oro y deprpura. As, pues, los pensamientos de dolor pasaban por el alma de Jimeno ligeros yfugitivos, como los bajeles por la superficie de los mares. Muy pronto volva a recobrar su

    jovialidad nativa, encontrando un alivio a sus pesares, ya en el espectculo de la naturaleza,

    fuente inagotable de dulcsimas emociones, ya pulsando el bandoln y entonando losarmoniosos cantares que l mismo compona. Jimeno era poeta y haba recibido del cielo lasms bellas flores que existen sobre la tierra, la imaginacin y el sentimiento, flores ay! cuyoaroma es con frecuencia funesto para el mismo que lo posee. Los trinos de las aves canorassuelen servir de gula a las mortferas saetas del cazador.

    Con los ligeros apuntes biogrficos que preceden, ya comprender fcilmente el lector lainmensa superioridad de Jimeno sobre su compaero Fortn, hombre de buena ndole, devalor temerario y cristiano viejo, pero de inteligencia ruda y nada cultivada, en tanto que eltrovador hurtaba a las fatigas militares todo el tiempo que le era posible, sin menoscabo de susdeberes, para entregarse a la lectura de los poetas lemosinos y de las obras de Aristteles,

    filsofo que, en la edad media, puede decirse que casi rein despticamente en las escuelas.

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    -Vamos, hombre, no te enfades, -dijo, por ltimo, Jimeno-; pero ya ves que nada deextrao tendra el que, si hoy has ido a la aldea, esta noche veas fantasmas y aun candiles.

    Y Jimeno prorrumpi en una estrepitosa carcajada.

    -Anda al diablo que te entienda, -murmur Fortn amostazado.

    -Pues es muy fcil entenderme.

    -Qu tiene que ver la aldea con las visiones?

    -Tiene ms estrecha relacin de lo que te imaginas. Como es natural, hoy habrs visto a laMajuelo, que, segn otras veces te he odo decir, tiene un mosto resucitador, y yo heobservado que siempre que vas a la aldea, por la noche tienes visiones, lo cual me prueba queson los humos de tu embriaguez los que t tomas por aparecidos de carne y hueso.

    Ira de Dios! Que ya ests cansado y asaz importuno con tus incrdulas agudezas, y que

    parece que te empeas en desconocer mi gran capacidad para comer y beber. Aun cuando yoapurase todas las tinajas de la Majuelo, yo te juro y te conjuro que no por eso haba de ver nicandiles ni fantasmas, y que ni aun siquiera mis pies haban de dar un mal paso. Pero no

    perdamos tiempo, pues esta noche me he propuesto convencerte de la verdad de mis noticias,y el corazn me dice que t, que tienes ms magn que yo, has de descubrir por este mediograndes cosas.

    El acento de gravedad y conviccin, que revelaban las palabras de Fortn, no pudo menosde impresionar vivamente el nimo de Jimeno, quien presinti que en aquella aventura se lehaban de hacer grandes revelaciones. De pronto se vio acosado por una curiosidadimpaciente y calenturienta, y se le haca tarde el profundizar aquel misterio, que hasta

    entonces haba tenido por vano ensueo de la simplicidad de su compaero.

    Luego dijo el trovador:

    -Pero si ya esta noche ha aparecido la sombra, cmo quieres que volvamos a verla?

    -Me parece haberte dicho, y si no te lo digo ahora, que muchas noches el fantasma aparecedos veces.

    -El caso es que yo no puedo separarme de aqu.

    -Muy pronto va a dar la una, y entonces sers relevado.

    -Oh! Ya estoy impaciente porque llegue la hora del relevo. Hace una noche horrorosa!

    -Y un fro insoportable.

    -La tempestad va en aumento.

    -Jess, Mara y Jos!, -exclam santigundose Fortn, a quien acababa de deslumbrar untremendo y sbito relmpago.

    Durante algunos minutos los dos religiosos armigueros permanecieron mudos,contemplando el cielo, encapotado por negros nubarrones, que en mil caprichosas yfantsticas figuras arremolinaba el huracn por la vaga regin de los espacios.

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    Al cabo Fortn dijo:

    -Conque me prometes venir luego?

    -Adnde?

    -Al segundo patio, junto al huerto, por cuya puerta es muy probable que vuelva a aparecer

    la sombra despus de la una.

    -Pues bien; te prometo ir, pero antes quisiera que me respondieses a lo que voy apreguntarte.

    -Pues pregunta.

    -T le has hablado al fantasma alguna vez?

    -Jess! Pues no faltaba ms! No me he metido nunca en esos ruidos.

    -Y la aparicin, no te ha dicho nada?

    -Pues qu, hablan los duendes?

    -Djate de simplezas. Es posible que creas que los espritus se aparecen as?

    Lo creo hasta el punto de jurarlo. Y t?

    -Yo, supuesto que t tan de veras lo afirmas, creo en la aparicin, pero niego que sea unser sobrenatural.

    -Pues entonces, quin quieres que sea?

    -Un hombre.

    -Me parece que tiene el semblante de mujer.

    -Pues bien, en ese caso ya ves que tengo razn.

    -Sin embargo, lleva un hbito blanco con la cruz roja sobre el lado izquierdo, y esto mepone en dudas, es decir, que aumenta la probabilidad de que sea un hombre o un espritu, que

    toma la figura de caballero Templario.

    -Vamos, no seas impertinente; la cuestin es que ese fantasma no puede menos de ser unapersona humana.

    -Pues en ese caso es muda; porque yo una noche, haciendo la seal de la cruz, me aventura preguntarle que me dijese de parte de Dios quin era, y sigui su camino, haciendo odos demercader, sin mirarme tan siquiera.

    En esto se oyeron pasos en la escalera de la torre.

    -Ahora van a relevarte. Adis! Ya sabes en dnde te aguardo.

    -Pues descuida, que luego ir yo a buscarte.

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    Fortn desapareci rpidamente, y pocos momentos despus, el trovador fue relevado desu centinela y se encamin al punto en donde Fortn le aguardaba.

    La casa de aquella Encomienda era de una extensin considerable, supuesto que no tanslo era un castillo, sino tambin un convento que contena en su recinto numerosas celdas

    para caballeros y armigazos, hermosos picaderos, amplias caballerizas, bien surtidas armeras,fructferas huertas y amenos jardines.

    El sitio por donde, segn Fortn, sola aparecer el fantasma, era uno de los lugares msapartados y solitarios de aquel edificio. Sin embargo, el trovador no vacil un instante para iren busca de su compaero.

    Como ya la noche estaba muy avanzada, todo yaca sumergido en el ms profundo silencioy soledad, cuyo pavor aumentaban el relmpago, el trueno y la lluvia, que caa a torrentes.

    Al llegar Jimeno al segundo patio, descubri en lontananza tres bultos negros, uno de loscuales le sali al encuentro. El trovadorreconoci al fin a Fortn, a quien pregunt:

    -Quines son esos hombres?

    -Dos de nuestros compaeros, Alfonso y Beltrn

    -Y para qu les has hecho venir?

    -Quieres que te diga la verdad? Estoy ya tan cansado de ver todas las noches al fantasmay que luego me digan que deliro, que he determinado el salir de una vez de dudas, para lo cualos he llamado a todos a ver si ahora, que se juntan ocho ojos, miran y ven lo mismo que todaslas noches estn viendo mis ojos pecadores, porque si ms tiempo contino, de esta manera,

    estoy seguro de perder el seso.

    Aqu llegaba el atortolado Fortn, cuando se le reunieron Alfonso y Beltrn.

    -Has visto el convite que nos ha hecho nuestro nclito Fortn? -dijo Alfonso, a quienllamaban elEstudiante,porque primero haba pensado seguir la carrera de la Iglesia.

    -Nos ha convidado para ver un duende,-aadi Beltrn.

    -Es un espectculo como otro cualquiera, -dijo Fortn.

    -Y mucho mejor que cualquiera otro,-observ el trovador.

    -Pero noto que nos estamos mojando como unos imbciles.

    -Pues vmonos al huerto.

    -No lo creo muy acertado, pues quien se mete debajo de hoja, dos veces se moja.

    -Pues nos iremos al dintel de la puerta.

    -Eso me parece ms conveniente por muchos motivos.

    -Y cules son?

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    -Adems de no mojarnos, tendremos as mayores probabilidades de ver al fantasma,supuesto que tiene que pasar muy cerca de este sitio.

    Te lo ha mandado a decir?

    -Es su camino acostumbrado.

    -T te vas a volver loco con el fantasma.

    -No piensa en otra cosa.

    -Y al fin no ser ms que un antojo de su imaginacin.

    -Pues, mirad, mirad... Y ahora?... Qu decs?

    -Santos cielos!

    -Qu horror!-Quin lo pensara!

    A estas exclamaciones sigui el ms completo estupor de parte de aquellos jvenesincrdulos.

    Fortn, aunque tena mucho miedo, casi lo daba por bien empleado, y hasta miraba alfantasma blanco con cierta expresin de gratitud, porque pareca haber escuchado sus votos,acudiendo a aquel sitio para confundir y aterrar a sus compaeros.

    Sin duda alguna el amor propio de Fortn se hallaba excesivamente halagado por el triunfoque la aparicin le proporcionaba, saliendo en las altas horas de aquella noche tempestuosa,precisamente en el momento mismo en que sus compaeros con ms empeo y con msapariencia de razn le tachaban de visionario.

    La impresin que la blanca figura produjo en los cuatro armigueros fue inexplicable.

    Contra su costumbre, el fantasma, a cierta distancia, permaneci inmvil y clav sus ojoscon extraordinaria tenacidad sobre el gallardo Jimeno. Este, por su parte, no dejaba decontemplar con extraeza, y hasta con terror a aquel ser misterioso que, al parecer, le mirabacon particular inters y preferencia.

    Algn tanto recobrados los armigueros de su primera turbacin, notaron que la blancafigura extendi su brazo derecho, y con un ademn solemne hizo sea a Jimeno de que lesiguiese o se le acercase.

    -Has visto? -dijo Beltrn.

    -Pardiez! -exclam Alfonso-. La aparicin te llama!

    -A ti, Jimeno! -exclam Fortn-. No te lo deca yo? Mis presentimientos se hanrealizado!

    El trovador se hallaba en un estado difcil de explicar, pero muy fcil de concebir. Unacuriosidad calenturienta, una simpata misteriosa, una fuerza de atraccin irresistible se haba

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    apoderado del gallardo Jimeno al contemplar aquella figura melanclica y extraa. Diraseque aquel ser extraordinario, quebrantando la losa de su tumba, se haba escapado de la negraregin de la muerte para presentarse a los mortales en el silencio de la oscura noche,arrastrando su blanca y lgubre mortaja.

    Por tres veces el misterioso personaje repiti su llamamiento con un ademnsoberanamente imperioso.

    En seguida la blanca figura comenz a andar hacia un extremo del huerto, poblado defrondosos altos rboles.

    El trovador trat de seguir al fantasma con valerosa resolucin; empero sus compaerosintentaron oponerse a su designio. Jimeno los rechaz, diciendo:

    -Yo he de seguir a ese ser misterioso sin que nada pueda contrariar mi propsito; auncuando supiera que mil veces haba de perder mil vidas que tuviera. Ora sea una emanacinde los infiernos, ora sea un perfume del paraso, ngel o demonio, yo quiero que ese ser memanifieste el negro arcano de su existencia y de su aparicin en estos lugares; yo le hablar,yo le arrancar su mortaja y le escupir en la frente o me prosternar en su presencia, segnmi entendimiento descubra que es un genio del mal o del bien; y supuesto que l me llama,all voy.

    -Oh temeridad!

    -Sers aniquilado por el fuego celeste!

    -Quin sabe? Dejadlo que vaya!

    Nada pudo contener al bizarro trovador, que firmemente haba resuelto profundizar aquelenigma.

    Y como para decidir al intrpido joven, en aquel momento se oy entre la espesura una vozextraa que dijo:

    -Jimeno! Jimeno, ven y nada temas!

    Durante algunos momentos, estas palabras, pronunciadas por una voz que no pareca deeste mundo, fueron repetidas por el eco, que las dilat en el espacio como un lgubre quejido.

    Todos sintieron erizarse sus cabellos al or aquel metal de voz tan lastimero y tan desusadoen el mundo de los vivos. El plido miedo, cuya imaginacin es tan viva y fecunda, pintaba enaquel instante a los cuatro armigueros mil fantsticos terrores. El mismo Jimeno, tanesforzado y resuelto poco antes, se sinti desfallecer al escuchar el extrao y melanclicoacento del fantasma.

    Los jvenes guardaban un silencio sepulcral, sin atreverse a respirar siquiera.

    Segunda vez reson la voz, diciendo:

    -Hijo misterioso de un amor desgraciado! Rehusars seguirme para saber de quin hasrecibido la vida? T, a quien el cielo ha prodigado los dones sublimes de la inteligenciahumana; t, cisne divino; tierno cantor a quien inspiran las musas; valeroso paladn, a quienteme el agareno, te atrevers a temblar en mi presencia? No te causar rubor tu cobarda?

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    As renunciars a saber tu origen y el empleo que debes hacer de tu vida, milagrosamentesalvada en tu niez y protegida en tu juventud por la fuerza omnipotente e invisible deldestino? yeme! Durante muchos aos, un genio amigo y protector ha velado sobre ti,esperando el momento de esclarecer tus dudas con la luminosa antorcha de una granrevelacin, que tengo el deber de hacerte. Si tienes miedo, ocltate en donde jams loshombres te vean, o ensangrienta tu dbil brazo en tu propio y ruin corazn; pero si eres briosoy alentado, como la fama te pregona, sgueme y sabrs las maravillas y prodigios de tu

    infausto nacimiento.

    Dijo la blanca figura, y silenciosa, e inmvil permaneci frente por frente de los cuatroarmigueros, que crean que aquel razonamiento haba sonado debajo de tierra.

    Tan extrao era el timbre de la voz que lo haba pronunciado!

    -S! S! Yo te seguir aun cuando sea a la regin de las sombras, -dijo el trovador.

    -Qu vas a hacer! -exclamaron sus compaeros detenindole.

    -Apartaos! En este momento la vida brota a torrentes de mi corazn, una fuerzadesconocida anima todo mi ser, cada msculo de mi cuerpo tiene el aliento de cien titanes, me

    parece que escucho la voz de mi destino que me habla por la boca de esa misteriosa aparicin,y cuando el destino nos empuja con su mano de hierro por sus oscuras vas, es intil todaresistencia. T, quien quiera que seas, guame. Ya te sigo!

    -Ven y nada temas. Voy a hacerte grandes revelaciones.

    La blanca figura comenz a caminar por lo ms sombro del huerto. Jimeno, abandonandoel dintel de la puerta, en donde con sus compaeros haba buscado un refugio contra la

    tempestad, se precipit en seguimiento del fantasma, en tanto que los tres armiguerospermanecan mudos de estupor e inmviles como estatuas.

    Transcurridos algunos momentos, los tres penetraron en aquel recinto aguijados por lacuriosidad y por el deseo de proteger a su amigo.

    Pero a nadie encontraron. Pareca que la tierra se haba tragado a la siniestra figura y altemerario Jimeno.

    Los tres jvenes entonces entablaron el dilogo siguiente, que muy pronto fueinterrumpido de la manera ms extraordinaria y terrible.

    -Habis odo qu lenguaje tan sublime usa el fantasma blanco?

    -Me da muy mala espina que un fantasma sea tan discreto.

    -Y por qu?

    -Porque con esas palabras tan melosas acaso le hayan tendido un lazo peligroso a nuestrocompaero.

    -Pero en dnde se habrn metido?

    -Pobre Jimeno! Le habrn asesinado tal vez? Quin sabe?

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    -Quizs el enemigo malo se le habr llevado al infierno en cuerpo y alma, -murmur elsupersticioso Fortn.

    -Vamos a recorrer todo el huerto para ver si le encontramos.

    -S, s; no debemos abandonarle en esta ocasin.

    -Vamos! Vamos!

    Ya se disponan los jvenes armigueros a empezar su investigacin, cuando sbito brillun relmpago formidable, un ronco trueno conmovi el cielo y la tierra, y un aire inflamadosopl en torno de los mancebos, que cayeron al suelo desvanecidos.

    Al da siguiente se notaban en las tapias del jardn y en algunos rboles abrasados losestragos de una centella.

    Captulo III

    La mar serena comienza a agitarse

    A una media legua distante de la Encomienda de los Templarios se elevaba un monasterioen un apacible valle. Junto al convento se vean algunas casas que formaban una reducidaaldea. La mayor parte de sus habitantes era de los empleados y dependientes del rico ysuntuoso convento de monjas de Nuestra Seora de la Luz. Este convento era fundacin deldistinguido linaje de los Gmez de Lara, seores de todo aquel territorio y de la villa en la quese levantaba un fuerte castillo, donde habitaba a la sazn el ltimo vstago de la ilustre familiaque acabamos de mencionar.

    El castillo estaba situado junto al convento, como un esforzado guerrero que se brindase aproteger a las vrgenes del Seor.

    Don Guilln Gmez de Lara, as se llamaba el actual seor del castillo, era un manceboque an no contaba cuatro lustros. Contra la costumbre de la poca y a diferencia de todos sus

    parientes, nuestro joven estaba dotado de una condicin en extremo apacible, y hasta entonces

    no haba dado muestras de un espritu belicoso y aventurero, si bien en cambio se habadedicado al estudio con un ardor y una constancia no comn en su edad y mucho menos en suclase. Los nobles de Castilla en aquella poca entendan ms de cintarazos que de letras.

    Difcilmente pudiera encontrarse una figura ms varonilmente hermosa que la de donGuilln Gmez de Lara. Una abundante y negra cabellera coronaba su altiva cabeza; sustersas mejillas brillaban con el fuego de la juventud, sus labios de rosa, entreabiertos por unasonrisa de candor, dejaban entrever una dentadura perfecta y blanqusima, y, en sus negros yvvidos ojos se reflejaba su alma rica de ternura y de inocencia. Apenas el bozo comenzaba asombrear su rostro. Era de estatura ms bien alta, de ancha espalda, de relevado pecho, degallardo porte y dotado de fuerza; incomparable. En aquella organizacin se encerraba una

    inteligencia de primer orden, un corazn ardiente y, sobre todo, una voluntad de hierro, lavoluntad que es lo que verdaderamente constituye la personalidad humana. Pareca que lanaturaleza se haba complacido en producir un hombre en toda la plenitud de la idea. Todas

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    las dotes, todas las cualidades, mil diversas aptitudes se encontraban en el privilegiadomancebo.

    De ordinario comparta su tiempo entre el estudio y la caza; pues, segn mxima del seorGil de Antnez, nada es ms conveniente a la salud que ejercitar el cuerpo y el alma, teniendoen un armonioso grado de desarrollo todas nuestras facultades. Era el seor Gil Antnezcapelln del castillo y del convento de Nuestra Seora de la Luz, al mismo tiempo que haca

    los oficios de cura de almas en la reducida aldea. Y ciertamente que el buen Antnez cumplacon su ministerio de la manera ms digna, con toda la discrecin de un anciano, con lasabidura de una inteligencia eminente y cultivada y con la caridad ms evanglica, joya lams preciosa que puede adornar el manto del sacerdote.

    Habiendo muerto los padres de don Guilln cuando ste an era muy nio, quedose alcuidado y direccin del seor Gil Antnez, quien haba seguido su carrera bajo la proteccinde la casa de Lara. Era el buen capelln hijo de un antiguo servidor de don Nuo, abuelo dedon Guilln y padre de don Manuel, con el cual se haba criado desde nio el seor Antnez.

    Bajo muy funestos auspicios vino al mundo don Guilln Gmez de Lara, pues sunacimiento cost la vida a su madre doa Elvira de Carvajal. Su esposo don Manuel,vivamente afligido por tan dolorosa prdida, cay en la ms profunda, melancola, abandonla corte y retirose a aquel solitario castillo para llorar a la mujer amada, cuya vida laimplacable muerte haba segado en la flor de sus aos.

    En vano el buen Gil Antnez trataba de consolar a su amigo y seor en la afliccininmensa, que le devoraba. Cinco aos despus, don Manuel Gmez de Lara descendi alsepulcro, dejando a su tierno hijo encomendado al afecto y sabidura del buen sacerdote. Estedesde entonces se dedic con toda su alma a cumplir religiosamente la sagrada y noble misinque se le haba confiado y que adems era tan digna de su ministerio.

    Gil Antnez dio a su educando un condiscpulo de la misma edad y que le acompaabasiempre, tanto en sus juegos infantiles como en sus lecciones, y que, ms adelante, fue el pajede confianza que tena, don Guilln, el cual profesaba el afecto de un amigo a su servidor. Eraste hijo de una hermana de Gil Antnez y se llamaba lvaro del Olmo.

    Ya ms entrados en aos, casi todas las tardes solan salir a caza los dos mancebos, loscuales llevaban su halconero, supuesto que daban la preferencia a la volatera.

    Era esa hora misteriosa del crepsculo, en que el espritu se remonta a otras regiones conun sentimiento inexplicable de melanclica ternura.

    El sol poniente doraba con sus ltimos rayos las altas copas de las encinas del bosque, altrasluz de cuyos frondosos ramos vease el encendido disco del astro central como un lucientey dorado globo cubierto por encajes de verdura.

    A la entrada de la aldea, en la encrucijada de dos caminos y junto a un manso arroyuelo,que dulce y sonoramente murmuraba, vease sobre un tosco pedestal, formado por cincogradas, una elevada cruz de piedra. Cerca de aquel piadoso monumento, y sobre un repecho,levantbanse los muros de una casa que a la sazn se hallaba no poco destruida ydesmantelada, si bien daba muestras de que en lo antiguo haba sido habitacin suntuosa degente principal. Era la portada de piedra berroquea, y en el frontis vease esculpido unescudo de armas. A uno y otro lado de la puerta se vean altos poyos de mrmol e incrustadasen la pared gruesas manillas de hierro, que fcilmente poda adivinarse servan para amarrarlos caballos. Desde la puerta, en las paredes fronteras de un espacioso atrio, se distinguan

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    numerosos trofeos de caza, que consistan en cabezas de jabales, de ciervos y de lobos; sealevidente de que los moradores de aquella mansin haban sido muy dados a los ejerciciosvenatorios.

    Pero lo que ms llamaba la atencin era un nicho ricamente labrado y sito a la derecha dela fachada y en torno del cual pendan varios votos y milagros, que atestiguaban la piadosadevocin de los sencillos habitantes de la aldea, hacia Nuestra Seora de la Luz, cuya efigie,

    esplndidamente vestida y alhajada, vease dentro del nicho, que cubra un tejadillo.

    En el bosque cercano a la aldea, y junto a unos setos, vease un caballero que pie a tierratena del diestro a su caballo. Pendiente del arzn delantero traa una hermosa garza real, que,a juzgar por las seas, haba cazado el caballero con su gerifalte, que ahora lo traaencapirotado sobre el puo izquierdo, cubierto con su guante de gamuza. El cazador esparcaen torno sus miradas, como si aguardase a alguna persona.

    Entretanto, a larga distancia y por el camino adelante hacia la aldea, veanse caminar dosjinetes a buen paso y que iban en conversacin muy tirada.

    El primero de ellos era un mozo de gallarda presencia, y montaba un soberbio potroandaluz, negro como la noche y que manejaba con notable maestra.

    El segundo representaba alguna ms edad, y era un joven de mediana estatura, mofletudo yencendido como un fraile jernimo. Su semblante risueo y su salud robusta, revelaban alhombre que sigue el curso natural de la vida sin calentarse los cascos por meterse enhonduras, ni drsele un ardite por todos los filsofos y filosofas habidas y por haber.

    Nuestro personaje, sin leer a Hipcrates y mucho menos a Raspaill (esto ltimo le hubierasido imposible absolutamente), haba encontrado un excelente e infalible secreto para dormir

    de un tirn doce de las veinticuatro horas del da. Este secreto consista en que desde que elsol apareca en el oriente hasta que se hunda en el ocaso era testigo de las fatigas de nuestrocaballero, ya cazando con venablo ciervos y jabales, ya corriendo liebres a caballo y congalgos, o ya cogiendo garzas con halcones y gerifaltes.

    Igualmente haba encontrado otro secreto para estar siempre encendido como un madrooy alegre como unas sonajas, y consista en echarse entre pecho y espalda buenos tragos de loms aejo para remojar los trozos de ciervo y jabal, que devoraba con singular apetito y quesaba aderezar con tomillo y jengibre de una manera tentadora, aun para un muerto.

    Segn todas las trazas, este personaje tena el oficio de halconero en la casa de algn seor

    principal de aquellos contornos. Iba montado sobre una jaca de color castao, con un luceroen la frente, fina, y limpia de cuartillas, de ancho pecho y de redonda grupa. A tiro de ballestadenotaba aquel animal vigor y ligereza suma.

    -Conque por fin es cosa resuelta, Pedro? -preguntaba el caballero, que iba un pocodelante.

    -S, seor; siempre que vuesa merced fuese servido de no desamparar a este pobre pecador;pues aunque Mari-Ruiz es la ms garrida doncella de la aldea, al menos para mi gusto, contodo yo no me enamoro tan ciegamente que vaya por ello a dar desazn a mi seor natural...Pero si vuesa merced bien lo considera, ver que no hay inconveniente en que PedroFernndez se case y que cuide con el mismo, y aun con mayor esmero que antes, de vuestroshalcones, nebles y sabuesos. Mi padre sirvi al vuestro, que Dios perdone, y yo le suced enel mismo oficio, y as...

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    -T tambin quieres perpetuar tu oficio de halconero?

    -Me lo ha quitado vuesa merced de la lengua. Qu otra herencia podr dejarle a mis hijos,sino que sean buenos halconeros y diestros cazadores para que sirvan bien a vuestros hijos?

    -Sin duda, tus intenciones son muy laudables; pero yo, por mi parte he resuelto no casarmenunca.

    -Es posible, seor! Y qu ha motivado el que vuesa merced abrace semejante resolucin?

    -No tengo otra causa, sino la ausencia absoluta de todo deseo. Mi alma permanecetranquila como la superficie del lago que no riza el menor soplo de las auras. Pero estatranquilidad solamente se refiere a los afectos personales, es decir, hacia personasdeterminadas.

    Y no es porque haya en mi corazn indiferencia ni frialdad; al contrario, todas las criaturasme interesan vivamente. La naturaleza, el universo se refleja en mi alma como sobre un

    lmpido espejo, y yo percibo a torrentes y resumo en m mismo con maravillosa energa elsentimiento grande y sublime de la vida universal. Las estrellas del cielo, las aves del aire, lasplantas de la tierra, montes, valles, cascadas, todo me causa emociones divinas einexplicables. Yo contemplo el mundo con ojos gozosos como Adn contemplaba al parasoen el primer momento de su existencia. El amor es todo! No es el espritu que framenteconoce, ni tampoco la materia que tan solamente siente; el amor es el espritu que piensa y elespritu que quiere, unidos por un lazo tan eficaz como misterioso en la plenitud de unaidentidad suprema e inexplicable.

    El joven filsofo se detuvo y permaneci algunos minutos con los ojos elevados al cielo ycomo absorto en una vaga meditacin.

    Luego continu:

    -Sin duda alguna el amor es la verdadera existencia; pero el amor puede amarse en smismo y en s misma tambin puede conocerse la verdad. Yo hasta, ahora no he amado msque ideas. Ninguna mujer ha hecho an latir mi corazn. Yo amo la humanidad, la virtud, lagloria, la ciencia; pero no he amado ni encontrado todava ningn hombre idealmentevirtuoso, ni clebre, ni sabio. Comprendo con mi entendimiento la ternura y la belleza de lamujer, creacin divina y fecunda. Yo concibo perfecciones ideales en todo lo que puedoconocer, y siento en m una facultad de concepcin que es como la cpula del entendimientohumano; facultad moral, facultad inteligente, facultad de amor o de aspiracin, que me hace

    ver todas las cosas no como son, sino como deben ser... Y quin se atrever a acusarme deque no conozco los sublimes arrobamientos del amor? El alma de s misma enamorada comointeligente y amante no es agitada y conmovida en la ntima actividad de su recnditosantuario ms dulcemente y con mayor pureza que por las groseras sensaciones del mundoexterior?... Por lo dems, buen Pedro, es preciso que entiendas que el alma puede amar a lascreaciones y conquistas de su propia actividad, aun antes de exteriorizarlas.

    -No digo que no.

    -Comprendes bien lo que yo quiero decirte?

    -Me parece que s, seor. A m me sucede cada jueves y cada viernes el experimentarcomo un trasluzn de esa especie de amor y de alegra de pecho adentro; no me explico bien,es una alegra de cabeza. No es as, seor?

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    -Perfectamente, Pedro. Y cundo experimentas esa alegra?

    -Siempre que voy de caza y se me ocurre una estratagema nueva, es decir, completamenteinventada por mi caletre. Y aunque no la ponga en prctica, no por eso dejo de alegrarme y dedecir para mi coleto: Por ms astucias que tenga un animal, siempre vence una persona. Ycuando pienso que yo soy una persona, me gozo en m mismo, la tierra me parece chica, ymiro al cielo.

    -No es eso exactamente lo que he dicho; pero al fin veo que me has comprendido ms de loque yo esperaba... El alma en su santuario misterioso e ntimo es donde aparece ms grande!-exclam don Guilln, como absorto en sus profundos pensamientos.

    -Qu bien dice el seor Gil Antnez, que es un santo varn, al decir que vuesa merced esun pozo de ciencia! Yo, seor, por mi parte, soy un porro, que no sirvo ms que para tratarcon fieras y cuidar perros y halcones; pero as en confuso y como por un ensueo, yo barruntoque con la edad le han de venir a vuesa merced otros pensamientos acerca de eso de querer alas mujeres. A m me suceda lo mismo cuando era ms muchacho. Es verdad que algunasveces me daba as una tristeza y una turbacin, que yo mismo no lo puedo explicar. Esto mesuceda ms particularmente cuando, en el rigor del verano, iba persiguiendo una pieza, y yafatigado y molido buscaba la sombra de algunos rboles, a la orilla de un arroyo. Entoncessenta un gozo tan grande, que me hincaba de rodillas y me pona a rezar, y sin poderremediarlo se me saltaban las lgrimas. Yo tena necesidad de querer a alguien; pero como notena padre ni madre y estaba tan solo en este mundo... En fin, Dios me perdone; pero muchasveces miraba con envidia a los pajarillos, que en la copa de un rbol piaban dulcementecuando su madre vena a traerles la comida. Ellos aleteaban y abran los picos, y me parecacomo que se besaban contentos en su nido, nada ms que porque haba padres, hijos yhermanos. Y cuando en estos momentos de murria me saltaba alguna cierva con su cervatillo,no tena valor para matarla, porque deca: este pobre animalito se va a quedar sin madre. Yo

    en aquellos momentos senta que el corazn se me quera salir por la boca de angustia y depena, y as, cuando llegaban estas horas, me pareca que all a lo lejos, en el sitio msdelicioso del bosque, vea a una mujer con sus hermosos cabellos negros tendidos sobre laespalda, vestida de blanco, y que, llorando de compasin hacia m, extenda sus brazos paraconsolarme en mis horas de cansancio, despus de las fatigas de un da de caza. El semblantede Pedro, de ordinario risueo, tom una expresin notablemente sentimental, que cuadrabamuy bien con la sencillez de su traje y modales.

    Don Guilln Gmez de Lara contemplaba con extraeza a su halconero. Siempre le habatenido por una naturaleza ruda y poco espiritualista; pero entonces comprendi que hay unafuente de ternura inagotable que, sin libros ni estudios, brota al espectculo de la naturaleza

    llena de vida y de amor, y que las aves y las fieras ensean a los hijos de las montaas aconocerse a s mismos, o, por decirlo mejor, a sentir dentro de su propia alma, el alma quevivifica al universo.

    -Un da, -continu Pedro Fernndez-, encontr en la fuente a Mari Ruiz. Yo vena ahogadode calor, y ella voluntariamente se me anticip, dicindome: Pobre Pedro! Qu fatigadovienes! Toma y bebe agua de mi cntaro, que estar ms fresca. Yo la mir conagradecimiento, y despus de haber saciado mi sed, no me atreva a separar mis ojos de ella.Aquel da haba yo cazado un nido de mirlos, se lo regal y se puso tan contenta. Alsepararnos le dije: Adis, Mara. El cielo te pague tu buena voluntad para conmigo. Ella se

    puso muy colorada, y se despidi con una amable sonrisa, despus de haber estado entretenida

    en acariciar a un pequeo sabueso, cachorrillo que haba sacado por la primera vez al campo.El perro la sigui retozando, y por ms que yo lo llamaba, no quera volver. Entonces ella medijo: Me lo quieres regalar? Yo le respond: Con mucho gusto, Mara; cudalo bien y

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    acurdate de m. Desde entonces casi todas las tardes encontraba a Mara en la fuente, ycuando yo algn da me tardaba, aun cuando estuviese media legua distante, el perro fiel iba aanunciarme que mi amada me estaba ya aguardando junto a los chopos de la fuente... As han

    pasado tres aos, y aun cuando yo la quera ms que a las nias de mis ojos, con todo y coneso, no haba pensado nunca en casarme; pero ahora no puedo quitarme de la cabeza este

    pensamiento, pues no hay cosa como los aos para que los hombres cambien. Por eso le decaa vuesa merced que algn da pensar de otra manera.

    -Por ahora, a lo menos, estoy muy distante de pensar en tal cosa.

    -Lo comprendo, seor. Al tiempo se le ha de dar lo que es suyo, y no hay cosa mejor paravivir contento como es seguir buenamente los consejos de aquello que tengamos sobre elcorazn, siempre que a nadie pueda causarle mal.

    -Muy bien dicho! Ahora bien, quin es la doncella con quien pretendes casarte?

    -Seor, es Mari Ruiz, la moza ms garrida de la aldea.

    -De quin es hija?

    De Fernn Ruiz, el rentero ms rico de los heredamientos de vuestra casa. Es un hombrehonrado a carta cabal, cristiano viejo, labrador asaz inteligente, y que en sus mocedades nadiele sobrepujaba para esto de domar un potro cerril, para tirar a la barra o para jugar un partidode pelota.

    -Y ya esta tarde no la vers, eh?

    -Ya hace unos das que no la veo, porque est en el convento de Nuestra Seora de la Luz.

    -Acaso tratan de que sea monja?

    -No, seor; sino que all tiene una hermana profesa, y ha ido a cuidarla, porque parece queest muy malita. Dios quiera aliviarla pronto!

    La noche con su squito de sombras iba avanzando a pasos de gigante.

    Ya se encontraban amo y mozo muy cerca de la aldea, cuando ambos, por un movimientosimultneo, detuvieron el paso de sus cabalgaduras y se pusieron a escuchar.

    -Has odo? -pregunt el caballero.

    -Cspita! Ruido de espadas!

    -Y lamentos de una mujer.

    -Qu diablos de aventura!

    -Le habrn atacado a lvaro del Olmo?

    -Otras cosas puede haber ms lejos.

    -Efectivamente, ya debamos haberlo encontrado.

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    -La garza que persegua su gerifalte debi caer por estos contornos.

    -Vamos a ver qu es ello.

    -El ruido suena hacia la casa de los Vargas.

    El lector recordar sin duda la casa que hemos mencionado, que estaba fuera de la aldea, y

    que a un lado de la puerta tena una imagen de Nuestra Seora, colocada en un nicho.

    La oscuridad iba aumentando por grados, y las campanas del convento comenzaban a tocarlas oraciones.

    Los dos jinetes precipitronse espada en mano hacia el sitio donde sonaba la pendencia, ycon no poca admiracin descubrieron dos hombres a caballo que peleaban encarnizadamente;

    pero que, a fuer de bien nacidos, no hablaban una palabra. El uno de los contendientespresentaba un aspecto extrao, pues pareca un fantasma negro y blanco. Iba vestido con uncumplido sayo negro, y con su brazo izquierdo sujetaba difcilmente a una mujer vestida con

    un cndido brial y que pugnaba con extraordinaria tenacidad por desasirse del violento raptor.Este con la diestra mano paraba los repetidos golpes que le asestaba su contrario, el cual ponatodo su empeo en cerrarle el paso, de manera que al robador de doncellas no le quedaba otrorecurso que huir hacia la aldea, cosa que por lo visto no le convena.

    Ambos combatientes estaban a caballo y se defendan con igual destreza y fortuna.

    En esto llegaron don Guilln y su halconero tan sorprendidos como ajenos de la causa quepoda motivar aquella pendencia.

    -Paz, caballeros! -exclam el de Lara.

    -No, no es posible que haya paz entre nosotros! -respondi uno de los dos adversarios-.Don Guilln, aydame a libertar a esa doncella... Estoy herido!

    -lvaro! -exclam don Guilln-. T por aqu? Bien me lo daba el corazn que te hallabasen algn peligro.

    Estas breves palabras se cruzaron rpidamente; pero sin que dejasen de reir los doscontrarios.

    El hombre del sayo negro comprendi que con los recin llegados su derrota sera segura,

    por cuya razn trat de ponerse en salvo, arremetiendo con no vista presteza y con valerosompetu hacia los tres enemigos. De este encuentro cay mal parado el buen lvaro del Olmo,que ya tambin se hallaba algn tanto debilitado por la sangre que haba vertido. PedroFernndez acudi en socorro de lvaro, mientras que don Guilln Gmez de Lara, metiendoespuelas a su poderoso alazn, se precipit a una frentica carrera en seguimiento delmisterioso caballero.

    Desde luego era muy fcil de notar el obstinado empeo del raptor en no ser conocido, ytal vez por esta misma razn despertronse an ms vivos deseos en don Guilln de alcanzar yconocer al fugitivo.

    La blanca luna comenzaba a levantarse en el azul del cielo, derramando su misteriosa luzen la campia. A sus reflejos plidos veanse galopar dos corceles que parecan la

    personificacin de los vientos.

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    De vez en cuando se escuchaba un grito lastimero, que vena a servir de nuevo estmulo adon Guilln para perseguir al incgnito.

    De repente una figura blanca salt en el suelo y se dirigi como a refugiarse hacia elcaballo que montaba don Guilln. Este detvose al punto para proteger a la doncella, queacababa de desasirse de los brazos de su raptor.

    -Amparadme, caballero! -exclam la hermosa virgen toda trmula y confusa por losesfuerzos que acababa de hacer para libertarse de su enemigo.

    -Descuidad, bella seora, que antes que vos fuerais ofendida la muerte habra paralizadomi brazo protector.

    Y as diciendo, el de Lara asi a la doncella y la coloc en su caballo.

    Por muy breves instantes que en esto tardaron, cuando volvieron a mirar por el caminoadelante, ya, no divisaron al misterioso caballero, cual si la tierra se lo hubiese tragado.

    Acaeci que el raptor, no pudiendo contener a la hermosa joven, detvose algn tantocomo si vacilase entre volver a recobrar su preciosa fugitiva o alejarse sin ser conocido. Estaltima consideracin debi de ser decisiva en su nimo, supuesto que, apretando los acicates asu trotn, desapareci rpido como un relmpago.

    Don Guilln se crea vctima de un sueo, pero de un sueo encantador. Cuando menos lopensaba encontrose el hroe principal de una aventura romancesca, habiendo hecho lacasualidad que l fuese el libertador de una gentil y apuesta doncella que le miraba con laefusin del agradecimiento, con el abandono de la soledad, con la ternura del amor.

    -Me permitiris, seora, que os pregunte quin es ese caballero? Segn lo poco que puedodeducir de lo que he visto, parceme que os llevaba contra vuestra voluntad.

    -Sin duda alguna, seor don Guilln.

    -Ah! conocis mi nombre?

    -Y quin no lo conoce en esta comarca?

    -Soy muy dichoso, seora, de que as sea por vuestra parte; por la ma, siento deciros,hermosa doncella, que no tengo el honor de conoceros.

    -No lo extra, a pesar de vivir en vuestra misma aldea.

    -Es posible!

    -S, seor, en la casa de los Vargas, donde est la imagen de Nuestra Seora de la Luz.

    -En la casa de los Vargas! Acaso pertenecis a esa familia?

    -S, seor don Guilln.

    -Parece que esa casa ha estado mucho tiempo deshabitada.

    -As es la verdad.

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    -En ese caso, seora, ya no extrao el crimen de no conoceros. Supongo que no harmucho tiempo que habitis en la aldea.

    -En efecto, an no hace tres meses que mi madre traslad su domicilio.

    -Tres meses! Tanto tiempo! Cun desgraciado he sido en no haberos conocido antes!

    -Vivimos muy retiradas.

    -Yo tambin casi siempre estoy de caza o estudiando en mi castillo. Estas son las dosocupaciones de mi vida.

    -Ocupaciones muy propias de un caballero... Sin embargo, algunas personas que tienen elmismo gnero de vida que vos, me han conocido mucho antes, -dijo la joven con ciertacoquetera.

    -Y quin? -pregunt don Guilln frunciendo las cejas.

    -Es muy fcil de adivinar.

    -Tal vez lvaro del Olmo?

    -Justamente.

    Don Guilln Gmez de Lara estaba dotado de un carcter soberanamente altivo; as es quetrat de dominarse para no dar a entender los verdaderos sentimientos que la doncella le habainspirado.

    -Efectivamente, -dijo el mancebo-, recuerdo que mi amigo lvaro me ha hablado de unadama que le haba inspirado amor... Es posible que hablase de vos... Es cierto que l esvuestro amante?

    -No, seor, don Guilln; no he dicho yo tanto.

    -Cre haber entendido...

    -Me he limitado solamente a decir la verdad, y es que vuestro amigo me conoce.

    -Y cmo esta noche estaba peleando con vuestro raptor?

    -Todo ha sido obra de la casualidad... Y por cierto que se apareci en un momento muyoportuno para m, y que por su generosa conducta le debo la gratitud ms indeleble.

    -Mi amigo, seora, es un cumplido caballero, -dijo don Guilln con cierta complacencia.

    Sin embargo, en el acento del joven un observador profundo habra podido leer un no squ de amargura y despecho.

    Despus de algunos minutos de silencio, el de Lara volvi a preguntar:

    -Pero no me diris, seora, quin es ese mal caballero que por fuerza pretendaarrebataros?

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    -Ay! -exclam la doncella-, me cansa horror solamente el pensar en ese hombre odioso...Y cuidado que yo no soy nada tmida;-aadi la encantadora joven haciendo un preciosoremilgo.

    -Ya he visto que en esta ocasin os habis conducido con una serenidad de nimo que yono esperaba. Cuando os vi saltar del caballo ligera como una cervatilla, tembl por vos, temque os hubieseis hecho algn dao.

    -Yo aguard a que mi raptor estuviese descuidado; y como confiaba en vuestra proteccin,no vacil un instante en llevar a cabo mi proyecto, y ya habis visto que me sali a medida demi deseo. Me arroj al suelo de pronto, y felizmente ca de pies. Yo estaba adems segura deque ese hombre no os aguardara. l debe conoceros, y sin duda alguna tema que vos leconocieseis.

    -Cosa ms extraa! Y vos no le conocis?

    -Le conozco por el aire del cuerpo; pero nunca le he visto el rostro. No observasteis quelo llevaba cubierto con un antifaz?

    -Yo solamente he podido distinguir un bulto negro; pero en cuanto a vos, supongo que noser esta la primera vez que lo habis visto.

    -As es la verdad; lo he visto varias veces junto a la cruz de piedra, que est cerca de laaldea, en la encrucijada de los caminos.

    -Acaso os daba citas?

    -No, por cierto.

    -De cualquier modo, quiero decir que le velis, porque tal era vuestro deseo.

    -Porque no poda evitarlo. Yo tengo la devocin de salir todas las noches al toque deoraciones a encender los faroles de la sagrada imagen de Nuestra Seora de la Luz. Pues bien,muchas noches lo encontraba all y me requera de amores.

    -Infame!

    -Yo no poda menos de mirar con horror a aquel misterioso personaje, cuyo rostro jamshe podido ver completamente.

    -Y vos cmo no salais acompaada?

    -No quera decirle nada a mi madre por no afligirla... y como las dos vivimos solas!...Cuntas desgracias han cado sobre mi familia!

    -He odo, en efecto, referir terribles historias de la casa de los Vargas.

    -Ese hombre extraordinario, de cuyas manos me habis libertado, haba conseguidodespertar mi curiosidad ms vehemente, supuesto que anoche me dijo que tena, que hablarmede mi padre... Habis de saber, don Guilln, que yo he sido muy desgraciada, y que no hetenido la dicha de conocer a mi padre, calumniado y perseguido cruelmente por sus enemigos.Es imposible que nadie haya querido a su padre, sin conocerlo, tanto como yo...

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    -Pero acaso vive?

    -Segn todas las trazas, parece que no ha muerto; aunque por tal lo he llorado yo muchotiempo, as como tambin mi madre. Ese hombre, pues, me prometi decirme en dnde seencontraba mi padre, y habindole yo hecho ciertas preguntas acerca de varios pormenores demi familia, me he convencido de que, en efecto, conoce mi historia an ms a fondo que yomisma... Y he aqu la verdadera causa de que yo no haya esquivado su encuentro, y porque

    adems nunca cre que sus intenciones fuesen tan prfidas y viles, como las ha manifestadoesta noche. Repito que yo ms bien estaba deseosa de que llegase la hora en que el incgnitosola estar al pie de la cruz, para que me refiriese todo cuanto me haba prometido acerca del

    paradero de mi padre, tan querido como llorado. Pero esta noche no dej de sorprenderme elverlo a caballo, cuando siempre haba venido a pie y con un ademn modesto y tmido,aunque siempre extrao y misterioso. Yo me diriga, segn tengo de costumbre, a encenderlos faroles de Nuestra Seora, cuando de repente me sent violentamente asida por la cintura.A pesar de que os he dicho que no soy nada tmida, fue tan grande, sin embargo, la impresinque recib de sorpresa y de terror, que ni aun tuve fuerzas para exhalar un grito y muchomenos para impedir que aquel hombre infernal con su mano de hierro me colocase en sucabalgadura. Ya se dispona mi raptor a partir, cuando sbito apareci vuestro amigo,tomando mi defensa.

    -Tal vez lo habra estado observando todo.

    -Es muy probable; pues muchas veces lo he visto entre unos setos poco distantes de lacruz, en donde, al parecer, os estaba aguardando a vos y a vuestro halconero.

    -Con frecuencia suele suceder como vos decs, especialmente cuando alguna pieza ya muytarde vuela hacia la aldea, supuesto que el que la persigue no quiere volver a desandar loandado.

    -Lo dems ya lo sabis, y sin vuestra oportuna llegada, no s qu hubiera sido de m.

    -Soy muy dichoso, seora, por haber contribuido en algo a vuestra libertad.

    -Oh! Y yo bendigo mil veces el susto que he pasado, porque... Cun hermosa nochehace! -exclam de pronto la joven, casi sonrojada de haber dicho demasiado, dejndosedominar por la amorosa fascinacin que en ella ejercan los negros y brillantes ojos delagraciado mancebo.

    Ambos jvenes olvidaron completamente al hombre misterioso, y durante algn tiempo

    permanecieron silenciosos y extasiados contemplndose mutuamente.

    -Cuan hermosa era la doncella!

    La rosa y la azucena se dividan por igual el imperio de aquel rostro divino; en sus negrosojos brillaba la pasin con todos sus incendios, y su talle flexible y delicado semejbase a la

    palma de Delos, temblorosa al suave impulso de los cfiros.

    Nunca Fidias ni Praxiteles ni Timantes en sus divinos sueos de artistas vislumbraron unrostro tan perfecto ni una expresin ms seductora. Las brisas de la noche jugaban con su ricay perfumada cabellera, formando graciosas ondas de bruido bano sobre la airosa espalda denieve, y en su linda boca, que respiraba amores, brillaban el coral y las perlas.

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    Elvira, tal era su nombre, encubra bajo el finsimo cendal el cndido seno, agitadoblandamente torneado por la mano de las Gracias. Los ojos codiciosos del mancebo se fijabanimprudentes sobre el blanco y celoso brial, dbil muro que resista a las ansiosas miradas;

    pero que no bastaba a detener el pensamiento, que traspasa la seda, como al travs del cristalpenetran los rayos del sol.

    Mariposa de esplndidos matices y rapidsimo vuelo y la imaginacin se lanza al espacio

    brillante de las ilusiones y contempla mil bellezas que pinta a su deseo y adora a su gusto;pero incauta se precipita en la llama que la devora.

    La soledad con sus misterios, la noche con sus tinieblas, la hermosura con sus encantos, lajuventud con sus ardores, todo despertaba, en don Guilln emociones tan enrgicas comodesconocidas.

    Aadase a esto el vrtigo delicioso de una rpida carrera, el dulce calor del brazo deElvira asida al caballero y el irresistible magnetismo de sus recprocas miradas, en las quecada cual beba a torrentes el filtro calenturiento del amor.

    Don Guilln Gmez de Lara detuvo de repente su caballo, contempl por algunos instantesa la encantadora Elvira, despus alz sus ojos al cielo, exhal un profundo suspiro, y porltimo puso al paso su alazn. Sin duda alguna el mancebo trat de dilatar algn tanto elmomento de una separacin dolorosa. Cuando llegasen a la aldea, su ventura se desvaneceracomo un sueo.

    -Cunto os amo! -dijo don Guilln de pronto y como fuera, de s.

    La hermosa Elvira, cubierto el rostro de amable rubor, bajos los ojos, palpitante el pecho,permaneci silenciosa.

    Don Guilln suspir.

    Despus de algunos momentos dijo con voz muy conmovida:

    -Me perdonaris la libertad de haceros una pregunta?

    Elvira inclin la cabeza afirmativamente.

    -Decs que conocis a mi amigo... Amis a lvaro?

    -No.

    -Pues no decs que l os ama?

    -No he dicho tal, sino que me conoce; y aun cuando me amase, no se deduce por eso queyo le ame.

    En esto llegaron a las inmediaciones de la aldea y les salieron al encuentro PedroFernndez y lvaro del Olmo. Este se hallaba herido, aunque levemente, en un brazo.

    Todos se dirigieron hacia la pequea poblacin, y el enamorado lvaro no apartaba ni uninstante los ojos de la gentil doncella, que le haba inspirado la pasin ms volcnica.

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    Sin embargo, don Guilln tuvo tiempo y ocasin, sin que su amigo lo notase, de hacer aElvira esta pregunta en voz muy baja:

    -Pudiera yo tener la dicha de hablaros maana?

    -Tal vez.

    -Deseara que fuese muy tarde, a media noche, por ejemplo. Ser fcil?

    -No es imposible. Y por dnde?...

    -Estad a media noche en la puerta del jardn.

    Don Guilln clav una mirada fascinadora en Elvira, una mirada de agradecimiento, deamor, de felicidad por la esperanza de verse a la noche siguiente.

    En esto se detuvieron todos delante de la casa de los Vargas, en cuyo patio encontraron a

    una anciana llorando amargamente. Elvira se precipit en sus brazos, exclamando:-Madre ma!

    -Hija de mi alma! Qu dolor me has hecho pasar! He llorado por tu ausencia, te llorabaperdida y he rezado a la Virgen para que te protegiera y me concediese la dicha de estrecharteentre mis brazos. Hija ma, ven, ven ac!... Sagrada Virgen! Gracias por tu bondad infinita!

    La joven y la anciana se estrecharon, formando un tierno grupo en que el maternal amor yel respeto filial se ostentaban reunidos por un abrazo carioso. Los circunstantes presenciabanesta escena con tanta mayor emocin, cuanto que ninguno de ellos tena padres. Los tres eran

    hurfanos!

    Elvira refiri brevemente a su anciana madre el peligro que haba corrido y la maneracomo haba sido defendida y salvada, por aquellos caballeros. La tierna madre, llorando dealegra, les dio las gracias por su generosa conducta, y les ofreci la hospitalidad, tan pobre deconveniencias como rica de afecto, que le era dado brindarles. Desde aquel mismo momentomir con el ms entraable cario a los protectores de Elvira, y hubiera sido capaz hasta deser su esclava. Qu no har una madre por el que le restituye el tesoro de su ternura?

    Los caballeros rehusaron, y en el semblante de la anciana se pint el ms profundo respetoal saber que el libertador de su hija era don Guilln Gmez de Lara, el opulento seor de

    muchas villas y castillos.

    Igualmente cuando la joven dio las seas del hombre misterioso que haba tratado derobarla aquella noche, la infeliz anciana se estremeci de terror como el que en los horrores deuna pesadilla se siente caer en un abismo sin fondo.

    -Oh! -murmur-. Siempre ese hombre infernal! El enemigo implacable de los Vargas!...

    De repente la anciana se detuvo y guard silencio, como una persona que teme decirimprudentemente palabras o secretos que la comprometan.

    -Todos comprendieron que alguna terrible historia de odio y de venganza deba encerrarseen aquella noble familia, a la sazn reducida a la oscuridad y a la miseria.

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    Nuestros caballeros, a fuer de discretos y corteses, respetaron aquel silencio, despidironsede la anciana y de su hija, y en seguida se encaminaron al castillo en donde ya les aguardabael seor Gil Antnez, impaciente y cuidadoso.

    Aquella noche, mientras que su escudero le ayudaba a desnudarse, don Guilln pensaba enla belleza de Elvira, en su ternura, en sus desgracias, y senta derretirse su alma en el fuego deun amor infinito.

    Pero luego volvi a recordar que al despedirse, la joven haba dirigido una sonrisa al buenlvaro del Olmo, que por defenderla haba sido herido. Era gratitud? Era amor? El recuerdode aquella sonrisa, que en los labios de la hermosa brill como un rayo de la luz del cielo,derramaba en el alma de don Guilln todas las torturas del infierno. lvaro era su compaero,su amigo, casi un hermano, y a pesar de todo esto, aquella noche, durante la cena, ni le habadirigido la palabra, y ni aun siquiera se haba informado de la gravedad de su herida. DonGuilln, hasta entonces siempre tranquilo, siempre dulce y carioso, no poda menos dereprocharse su dureza. Aquella noche, abismado en la deliciosa contemplacin de laencantadora Elvira, haba credo entrever un paraso; pero ay! al primer pensamiento de amoracompaaba tambin el primer pensamiento de odio. Miserable naturaleza humana!

    Don Guilln, siguiendo la costumbre de una inteligencia cultivada y en alto grado propensaa razonrselo todo, trataba de descifrarse los misterios que haba levantado en su corazn lasola presencia de una muchacha. Qu soplo mgico, qu misterioso encanto, qu fuerzasobrenatural posea aquella dbil criatura para arrojar tantas y tan negras nubes en el cielo

    poco antes sereno y lmpido de su existencia? Pero don Guilln se atormentaba en vano. Eljoven saba raciocinar; pero slo conoca la vida humana bajo este punto de vista exclusivo. Asu entendimiento se escapaba esa encarnacin misteriosa, tan bellamente simbolizada en elcristianismo, ese lazo que une el espritu y la materia, la idea y el sentimiento, el ser y laexistencia, de donde surge la vida en toda su plenitud de pensamiento y de accin. Don

    Guilln no vea la medalla ms que por el anverso. Ahora comenzaba a navegar por el martempestuoso de las pasiones.

    Durante largo rato el joven permaneci silencioso, pensativo y ceudo.

    Al fin exclam con un acento terrible:

    -Eso es! Maldito sea mi amigo! E1 amor es lo ms divino que existe sobre la tierra! Noes el amor lo que emponzoa mi alma... Son los celos! Si mi amigo no existiera, cun felizsera yo esta noche! lvaro es la mancha de ese brillante sol que hoy ha querido Diosrevelarme... Hoy es el gran da de mi vida! Cundo se extinguir su recuerdo?... Cun

    hermosa es!... Por un beso de su boca, padecera yo siglos de torturas... Oh Dios potente!Qu es lo que pasa por m? Qu fuerza tan inmensa es la que conmueve todo mi ser? Hastaahora yo haba vivido dentro de m mismo, mi alma no buscaba el poseer nada fuera de ella, yahora se arroja frentica en las alas de su deseo... El deseo! He aqu la palabra, he aqu elverdadero nombre de esa fuerza que yo desconoca, de esa aspiracin que hierve en mi pechoy me arrebata a otras regiones. El deseo, como un relmpago en la oscura noche, haesclarecido todos los abismos de mi existencia. Desde hoy la nave ha desplegado sus velas;mares desconocidos, nuevos horizontes se presentan a mi vista... Seor de las tempestades,yo te imploro!

    El aposento estaba plidamente iluminado por una lamparilla de plata que arda sobre una

    mesa situada junto al lecho donde estaba sentado el hermoso caballero. En la mesa veansemuchos volmenes que aquella noche, contra la costumbre del mancebo, no haban sidohojeados.

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    Verdaderamente era un espectculo interesante aquel joven en las altas horas de la noche,inquieto y caviloso, afligido y feliz a un mismo tiempo, segn pensaba en Elvira o en lvaro;

    pero esta doble faz de su pensamiento era casi simultnea. No existe la luz sin las tinieblas.

    Largo rato permaneci don Guilln reclinado sobre las almohadas, apoyado el bello rostroen su mano derecha, desmelenado, plido y lloroso. Las lgrimas, como la lengua, sirven paraexpresar las cosas ms diametralmente opuestas. La lujosa colgadura, que sirve lo mismo para

    festejar al vencedor de ayer y a su contrario, vencedor hoy: he aqu lo que son las lgrimas.As es el hombre! A las ms grandes alegras, como a la tristeza, las festeja y recibe tambincon llanto.

    La lamparilla destellaba una luz moribunda hasta que, por ltimo, lleg a extinguirsecompletamente. Entonces el aposento quedose sumergido en la oscuridad. El jovenexperimentaba un vrtigo sofocante; su sangre inflamada circulaba por sus venas como plomoderretido; senta que se ahogaba; las tinieblas le opriman como un manto de piedra.Levantose y abri una ventana que daba al campo y desde donde se descubra la solitaria casade Elvira.

    El astro de la noche comenzaba a ocultarse en Occidente, y a sus rayos moribundoscontempl el triste mancebo las solitarias campias. Todo yaca en plcido reposo. Es verdadque se escuchaban algunos ruidos; pero cundo la voz de los vientos cesa de conducir en susalas esos vagos rumores, smbolos del espritu de vida que recorre el universo?

    Las brisas de la noche remedaban mil perdidos acentos entre los cipreses de la huerta delmonasterio de Nuestra Seora de la Luz: de vez en cuando se oa el chirrido de la lechuza que

    penetraba a chupar el aceite de la lmpara del claustro, y la corneja repeta a intervalos suslgubres lamentos. Y all a lo lejos se escuchaban los ladridos de los perros, las cencerras delas yeguas, el murmurar de un caudaloso arroyo y veanse brillar las luces y hogueras de

    algunas alqueras y ganaderos.

    Aquel espectculo solemne de la tranquila noche, la moribunda luna, las melanclicasestrellas, tanto plcido murmurio, tanta vida serena y apacible, como ostentaba la naturaleza

    bajo mil formas distintas, todo esto impresion fuertemente el nimo de don Guilln. Lepareca que aquella noche todos los objetos le impresionaban de un modo singular, con unafuerza desconocida, encontrando en ellos un lenguaje simblico, una armona misteriosa ysublime, un cntico celestial, un himno sin fin, un concierto majestuoso y opulento demelodas que hasta entonces nunca haba escuchado.

    El joven en aquel momento estaba verdaderamente hermoso. Su levantado pecho palpitaba

    de entusiasmo, y en sus negros ojos brillaba el sagrado fuego de la inteligencia y delsentimiento, la inspiracin.

    -Salve, argentada luna! -exclam de pronto extendiendo sus brazos al cielo-. Yo te saludo,astro solitario, desde mi triste morada. Oh! Nunca hasta ahora he comprendido en tan altogrado el encanto delicioso, la emocin divina, la voluntad inefable en que baa mi alma tutmida luz, casta diosa de los bosques. Si yo pudiera volar a ti y reclinar mi ardiente cabezasobre tu cndido seno!

    El joven permaneci exttico largo tiempo contemplando la bveda estelante.

    De dnde procedan estas nuevas aspiraciones que con tanta fuerza senta y que con tantoafn procuraba descifrarse?