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Reputada en todo el mundo como la ciudad más bella de España, síntesis perfecta de las culturas cristiana y musulmana, Sevilla multiplica su hermosura al reflejarse en el Guadalquivir, coquetería que la ha llevado a adaptarse con tal fidelidad al sinuoso espejo del río, que más que asentada a su vera, parece haber sido conformada de forma natural por él. Un magnífico legado artístico ha heredado la que fue la Híspalis de los romanos, capital de la Bética romana y, antes que Toledo, del reino visigodo; sede del reino de taifas tras la caída del califato de Córdoba (siglo XI) y metrópoli de las colonias americanas a raíz de la creación de la Casa de Contratación (1503), desde la que se controlaban los asuntos del Nuevo Mundo descubierto por Colón. También pueden presumir sus habitantes de celebrar las mejores fiestas, entre las que destacan las mundialmente conocidas Semana Santa y Feria de Abril. Herencias que no le han impedido convertirse en una ciudad de modernas infraestructuras, propias del siglo XXI, proceso en el que jugaron un papel determinante la Exposición Universal de 1992 y el tren de alta velocidad Madrid- Sevilla. Los sevillanos han heredado de sus antepasados un magnífico legado artístico y el carácter alegre y vitalista, que se manifiesta en el tapeo y en la forma en que saben disfrutar de sus calles.

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Reputada en todo el mundo como la ciudad más bella de España, síntesis perfecta de las culturas cristiana y musulmana, Sevilla multiplica su hermosura al reflejarse en el Guadalquivir, coquetería

que la ha llevado a adaptarse con tal fidelidad al sinuoso espejo del río, que más que asentada a su vera, parece haber sido conformada de forma natural por él.

Un magnífico legado artístico ha heredado la que fue la Híspalis de los romanos, capital de la Bética romana y, antes que Toledo, del reino visigodo; sede del reino de taifas tras la caída del califato de Córdoba (siglo XI) y metrópoli de las colonias americanas a raíz de la creación de la Casa de Contratación (1503), desde la que se controlaban los asuntos del Nuevo Mundo descubierto por Colón.

También pueden presumir sus habitantes de celebrar las mejores fiestas, entre las que destacan las mundialmente conocidas Semana Santa y Feria de Abril. Herencias que no le han impedido convertirse en una ciudad de modernas infraestructuras, propias del siglo XXI, proceso en el que jugaron un papel determinante la Exposición Universal de 1992 y el tren de alta velocidad Madrid-Sevilla.

Los sevillanos han heredado de sus antepasados un magnífico legado artístico y el carácter alegre y vitalista, que se manifiesta en el tapeo y en la forma en que saben disfrutar de sus calles.

La catedral, erigida sobre la antigua mezquita –de la que es perenne evocación la Giralda, símbolo universal de Sevilla–, el Real Alcázar y la antigua judería, hoy barrio de Santa Cruz, son los tres lugares que reclaman, sin excepción, la atención de todos los viajeros que arriban por primera vez a Sevilla, si bien otras visitas imprescindibles son el Museo de Bellas Artes, la Casa de Pilatos, el Parque de María Luisa con su Plaza de España, la Torre del Oro, el

castizo barrio de Triana y la isla de la Cartuja, que fue sede de la Expo 92.

Las cercanas ruinas romanas de Itálica, las villas monumentales de Carmona y Osuna, y el Parque Natural de la Sierra Norte, en Sierra Morena, no deben faltar en un recorrido por esta provincia andaluza.

La Giralda y la catedral

El centro espiritual y vital de la ciudad se halla en torno a la Giralda, el alminar de 97 metros que presidía la antigua mezquita. Salvo el

cuerpo de campanas, construido por Hernán Ruiz en el siglo XVI, y la colosal estatua de la Fe que la corona –conocida popularmente como el Giraldillo–, toda ella data del siglo XII y fue erigida por el alarife Ahmed ben Baso por orden de Yusuf II, caudillo de los almohades, secta purista, austera y enemiga del lujo, de ahí su decoración delicada y comedida. Unas soberbias vistas de Sevilla se dominan desde su plataforma de 70 metros de altura, a la que se accede a través de 35 rampas interiores desde la catedral.

“Hagamos una iglesia que los que la vieren labrada, nos tengan por

locos”: este fue el osado planteamiento del Cabildo cuando en 1401 acordó demoler la mezquita y levantar en su solar la catedral –consagrada en 1507–, la tercera más grande del orbe cristiano y una de las últimas de estilo gótico, frisando ya en el renacentista. El edificio reúne un conjunto excepcional de tallas, lienzos y espacios, tales como las tumbas de Cristóbal Colón, Alfonso X el Sabio y Fernando III el Santo; la Capilla Real o la puerta de la Asunción, con un relieve en piedra de la Virgen; los pilares romanos traídos de Itálica, que marcan el zócalo del templo; la sala capitular, exornada

con cuadros de Murillo…

Todos estos tesoros, empero, empequeñecen ante las dos joyas más rutilantes de la catedral: el patio de los Naranjos y la capilla Mayor. El primero, adosado al flanco norte, era el lugar donde los fieles musulmanes realizaban sus abluciones antes de orar en la antigua mezquita. En la segunda destacan las espectaculares rejas platerescas y el gigantesco retablo mayor (1482-1525), compuesto por esculturas españolas y flamencas.

Real Alcázar

El Palacio Real, el más antiguo de Europa actualmente en activo, fue residencia de los príncipes árabes y de los reyes cristianos. Este conjunto palatino es una simbiosis perfecta entre los trabajos de maestros de obra toledanos y artesanos formados en la tradición nazarí. Del primitivo alcázar almohade (siglo XII) solo subsisten el patio del Yeso y los arcos fortificados que separan el patio de la

Montería del patio del León; el resto es de época cristiana. En su interior destacan el patio de la Montería, las salas de los Almirantes y de la Justicia y, sobre todo, el palacio de Pedro I el Cruel.

Construido por el rey castellano entre 1364 y 1366, el palacio de Pedro I el Cruel es una obra maestra del arte mudéjar que se edificó con el concurso de obreros granadinos, de ahí que su decoración esté muy influida por la de la Alhambra de Granada. Admirable es el patio de las Doncellas, con una exquisita

decoración de yeserías y mocárabes, así como el patio de las Muñecas, el salón de Carlos V y el salón de los Embajadores, cubierto éste con una impresionante bóveda de madera de cedro (s. XV).

Barrio de Santa Cruz

Más allá de las murallas del Alcázar, se encuentra la que fue la judería de Sevilla en la Edad Media y hoy es uno de los barrios con más carácter y señorío de la ciudad. En sus calles angostas y frescas, se suceden las casas blancas con ventanas reventonas de

flores, rejas de hierro forjado y patios apenas entrevistos, así como recoletas plazuelas con palmeras y naranjos, en las que abren sus puertas multitud de tiendas, bares y restaurantes.

El paseante no debe perderse la plaza de Doña Elvira, la de las Cruces, la de Alfaro, la de Santa Cruz –que da nombre a este intrincado barrio–, la de Refinadores y la de los Venerables Sacerdotes. En esta última se alza el Hospital de los Venerables, uno de los mejores ejemplos del barroco sevillano del siglo XVII, cuya iglesia está recubierta con frescos de Valdés Leal y su hijo. En

la actualidad alberga, además, el Centro Diego Velázquez, que recrea el universo histórico y artístico del genial pintor sevillano.

El conjunto de las plazas del Triunfo y Virgen de los Reyes dan cabida a tres edificios declarados Patrimonio Mundial por la Unesco como son la Catedral, los Reales Alcázares y el Archivo General de Indias. Junto con el Palacio Arzobispal, el Convento de la Encarnación y la Casa de la Provincia, conforman un lugar inolvidable.

Otras visitas imprescindibles

– Museo de Bellas Artes: instalado en el antiguo convento de la Merced (siglo XVII), obra de Juan de Oviedo, sus 14 salas atesoran una magnífica colección de pintura española del Siglo de Oro. Los espacios estelares de esta pinacoteca, considerada la segunda más importante de España tras el Prado, son la sala V, dedicada a Murillo, y la sala X, a Zurbarán.

– Casa de Pilatos: prototipo de palacio andaluz, este edificio de los siglos XV-XVI, sito al norte del barrio de Santa Cruz, es una mezcla de estilos mudéjar, renacentista, plateresco y gótico flamígero; hermosísimo su patio moruno con arquerías estucadas y azulejos de reflejos metálicos.

– Parque de María Luisa: regalo de la duquesa de Montpensier a la ciudad, acoge los edificios construidos en 1929 con ocasión de la Exposición Iberoamericana, como el que dibuja con una larga galería semicircular la plaza de España o los que albergan los

museos Arqueológico y de Artes y Costumbres Populares, en la Plaza de América.

– La Torre del Oro: levantada en el siglo XIII por los almohades, esta famosa torre almenada cerraba el paso por el río con una cadena unida a la otra orilla. Su nombre proviene de los reflejos dorados sobre la orilla del Guadalquivir. Hoy contiene un museo marítimo.

– Barrio de Triana: aunque cuenta con el templo más antiguo de

Sevilla (Santa Ana, 1273-1280), el mayor encanto de este barrio castizo son unas calles de particular idiosincrasia y sus bares donde se sirve el típico pescaíto frito. Barrio de tradición alfarera, cuenta desde hace poco con el nuevo museo Centro de la Cerámica de Triana.

– Isla de la Cartuja: zona que ocupó la Exposición Universal de 1992, aloja el monasterio de Santa María de las Cuevas (siglo XV), sede del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, el Pabellón de la Navegación y la Torre Shindler, así como el parque temático Isla Mágica, cuyas atracciones proponen un viaje al siglo de los

descubrimientos.

- La ciudad andaluza se ha sumado a la moda gourmet con la inauguración del mercado la Lonja del Barranco, un espacio convertido en un verdadero templo del tapeo. Sevillanos y turistas abarrotan este espacio de dos plantas para degustar vinos nacionales e internacionales a la hora del aperitivo o el afterwork.

Itálica

A 9 km al noroeste de Sevilla, sobre una colina sombreada por cipreses que domina la llanura del Guadalquivir, yacen las ruinas de la ciudad romana que vio nacer a los emperadores Trajano y Adriano, y al poeta Silo Itálico. Paseando por la cuadrícula de sus calles, se descubren mosaicos en su emplazamiento original: el de los Pájaros, el de Neptuno…

Capaz para 25.000 espectadores, el anfiteatro de Itálica fue uno de los mayores del Imperio Romano. Es de planta elíptica y conserva parte de las gradas y fosos. En el casco urbano de Santiponce se halla el viejo teatro.

Carmona

Atalayando desde un altozano la fértil vega del río Corbones, a 38

kilómetros al oeste de la capital sevillana, se alza esta antiquísima población, tan rica en historia como en palacios, casas señoriales y

edificios religiosos.

Su recinto amurallado de origen cartaginés –alcázar de la Puerta de Sevilla– fue reformado por los romanos y los árabes. El alcázar de Arriba, antigua fortaleza romana ampliada por los almorávides, que luego fue residencia de Pedro I, alberga hoy un parador de turismo, con excelentes vistas del paisaje circundante. Casi todos los edificios civiles de interés son de estilo mudéjar (siglos XVII-XVIII). Dentro de la arquitectura religiosa, sobresalen la iglesia prioral de Santa María, gótica; la de San Felipe; el convento de la

Concepción (siglo XVI) y el de Santa Clara, ambos mudéjares; y las iglesias de El Salvador y San Pedro, barrocas.

También atesora Carmona una valiosa necrópolis romana, en la que se han exhumado más de 300 tumbas, mausoleos y quemaderos del siglo I. En ella destacan la tumba del Elefante, que consta de tres comedores y una cocina, y la tumba de Sevilla,

ésta tan grande como una casa patricia.

Osuna

A 86 km de la capital, en plena campiña sevillana, se halla esta

hermosa villa monumental cuya historia y cuya fortuna están ligadas a la casa ducal de Osuna, considerada en su momento de mayor esplendor como la más poderosa de España.

Dominando la población desde una colina, se erige la colegiata, de estilo renacentista, que alberga, entre otras valiosas obras, cinco lienzos de Ribera; dentro se halla el Panteón Ducal, de estilo plateresco. Muy cerca quedan la antigua Universidad, del siglo XVI,

y el monasterio de la Encarnación, con un magnífico zócalo de azulejería sevillana en el patio.

Numerosos palacios y casas señoriales barrocas se arraciman en torno a la plaza del Duque y la plaza de España. Sería imperdonable no visitar la calle San Pedro (Cilla del Cabildo y palacio de los Marqueses de la Gomera) y la torre del templo de la Merced, del mismo artífice que la cilla.

La Sierra Norte

Las suaves formas de Sierra Morena configuran este espacio natural del extremo septentrional sevillano, que es el más extenso (177.000 hectáreas) y representativo de la provincia. Un paraje en el que predominan las dehesas centenarias de encinas, alcornoques y quejigos, salpicadas de pueblos de tradición ganadera –crianza del cerdo ibérico en montanera– como Cazalla y Constantina. Es también el paraje de pluviosidad más elevada (810 mm.), lo que explica la existencia de ríos tan notables como la rivera de

Huéznar, que parte el parque por la mitad y alimenta con sus aguas uno de los bosques de galería mejor conservados del sur peninsular.

Para gozar de este bosque, lo mejor es seguir a pie el trazado de un antiguo ferrocarril minero que corre paralelo al curso del Huéznar desde la estación de Cazalla-Constantina hasta su nacimiento cerca de San Nicolás. Fresnos, olmos, sauces y alisos sombrean este tramo del río, en el que habitan las nutrias y las últimas poblaciones autóctonas de trucha.

Rebasada la zona de pozas y cascadas donde nace el Huéznar, la

antigua vía enfila por entre dehesas hacia el cerro del Hierro, un espectacular paraje kárstico en el que el agua, la roca caliza y la actividad minera han obrado sorprendentes formas: simas, cuevas, grutas, galerías y pasadizos. Es una deliciosa marcha de 20 km (ida y vuelta) y seis horas de duración.

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