los relatos de torpedo

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E n lo mío nada como un buen puente a las dos de la madrugada. Por tres razones: 1.-A esa hora no circula ni Dios. 2.-Una vez despachado el cliente, al agua con él y si te he visto no me acuerdo. 3.-En un puente las balas corren más deprisa y los hombres más despacio. Que conste que no me gusta nombrar a los muer- tos, pero algo tengo que decir de Tom Wallace. Era un hombre menudo. Por algo decían «menudo tío el Boquilla». Y es que le apodaban así, el Boquilla, porque tenía la indiscreta pequeña y porque se iba de la ídem. Se iba tanto que un día apareció en la comisaría y cantó de plano. Todo un elemento el Boquilla. Entendámonos: un elemento perturba- dor. Había que quitarlo de en medio y ahí es donde entro yo. No voy a decir quién me encargó la fae- na. Yo no soy el Boquilla. Me largaron un buen fajo y me dijeron dónde y cuándo. Y la noche de marras yo estaba allí. Era una de esas noches como a mí me gustan: sin viento, sin luna, sin testigos. Y estaba el puente. Y el río Hud- son, negro como una mala intención. Y eran las dos. Y como no hay dos sin tres, pasó una hora 18

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Un relato completo escito por Enrique Sánchez-Abulí e ilustrado por Jordi Bernet de los incluidos en el tomo publicado en Abril de 2015 en la línea editorial Evolution por Panini Comics España.La ficha del libro: http://www.paninicomics.es/web/guest/titulo_detail?viewItem=773096

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Page 1: Los Relatos de Torpedo

En lo mío nada como un buen puente a las dos de la madrugada. Por tres razones:

1.-A esa hora no circula ni Dios.2.-Una vez despachado el cliente, al agua con

él y si te he visto no me acuerdo.3.-En un puente las balas corren más deprisa

y los hombres más despacio.Que conste que no me gusta nombrar a los muer-

tos, pero algo tengo que decir de Tom Wallace. Era un hombre menudo. Por algo decían «menudo tío el Boquilla». Y es que le apodaban así, el Boquilla, porque tenía la indiscreta pequeña y porque se iba

de la ídem. Se iba tanto que un día apareció en la comisaría y cantó de plano. Todo un elemento el Boquilla. Entendámonos: un elemento perturba-dor. Había que quitarlo de en medio y ahí es donde entro yo. No voy a decir quién me encargó la fae-na. Yo no soy el Boquilla. Me largaron un buen fajo y me dijeron dónde y cuándo.

Y la noche de marras yo estaba allí. Era una de esas noches como a mí me gustan: sin viento, sin luna, sin testigos. Y estaba el puente. Y el río Hud-son, negro como una mala intención. Y eran las dos. Y como no hay dos sin tres, pasó una hora

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antes de que se presentara el Wallace.Lo vi venir desde lejos, haciendo más eses que

una culebra. Tenía una botella en la mano y no sé cuántas dentro y el hipo se oía a más de un kilóme-tro a la redonda. No un hipo agudo, sino un hipo grave, como el del que sabe que va a palmarla.

De pronto se paró en medio del puente y se aso-mó a la balaustrada. No sé qué coño estaría mi-rando, pero se quedó así sus cinco minutos, con la mirada fija en las negras aguas del Hudson. Y entonces pasó aquello. De un salto subió a la valla y se arrojó al agua.

Reaccioné cuando oí el PLASH. Dejé el escon-dite y corrí a la orilla. Me quité la ropa en un san-tiamén y me tiré al agua, sin pensarlo. Me pasa lo que a los gatos, que no soporto “el hachedoso”. Por tres razones:

1.-Porque es incolora.2.-Porque es inodora.3.-Porque es estúpida.Mi fuerte no es la natación, pero me las arreglé para

darle alcance. Se resistió un poco al principio. Tuve que persuadirlo con la izquierda, luego con la derecha, y vuelta a la izquierda. Me costó lo suyo y lo mío lle-

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varlo a la orilla. Quedó en tierra, boqueando, como un guiñapo. Me sequé con la camiseta que tiré al agua acto seguido, como dicen los del teatro. Me vestí. A todo esto el Boquilla seguía hecho un trapo. Encendí un cigarrillo para darle tiempo. Como seguía sin dar señales de vida, lo puse bocabajo y le apreté las clavi-jas, digo la barriga, para aligerarlo de líquido. Era un grifo el tío. Le salía espuma hasta por el cogote.

Al fin se incorporó, tambaleándose y resopló:-Mi mujer me ha... me ha...

-¿Y quién no?-¿Eh?Le entró un ataque de tos. Cuando dejó de casti-

gar a las cuerdas “bucales” volvió a la carga:-Mi mujer me ha dejado...-¿Cuánto?-¿Eh?-Mujeres sobran -le dije.-Eso es... lo que suele decirse en estos casos...,

pero como mi Mary, ninguna.

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Page 4: Los Relatos de Torpedo

-Eso es también lo que suele decirse en estos casos.-¿Eh?-No me haga caso.Hipo al canto. Al hipar retrocedía un pasito,

como un arma de fuego al dispararse. Era el suyo un hipo que tiraba de espaldas.-Mi mujer me ha dejado -repitió, dándoselas

de original-. Y me he emborrachado... hip... ¿y sabe por qué me he emborrachado?

-Para celebrarlo.Hipo va, hipo viene.-No, no... para tener el valor de matarme...

-sacudió la cabeza, empapándome-. ¿Le estoy escandalizando?-Me está salpicando.De nuevo la tos.-Tiene gracia... ¿Sabe una cosa?... Hip... Hace

unos momentos quería morir y ahora ya no quiero, ¿qué le parece?-Son cosas que pasan.Empezó a hacer ejercicios de precalentamiento.

No sólo le daba a la lengua, también le daba a las patas. Un atleta el Boquilla.-Oiga, empiezo a tener frío. Estoy empapado.

¿Qué le parece si echamos un trago?-¿Otro?Se rió o me enseñó los dientes, no estoy seguro.-¿Sabe lo que le digo? ¡Al diablo con mi mu-

jer! ¡Al diablo con las mujeres!... ¿Qué hay de ese trago?-No.-Ánimo, no sea aguafiestas, la noche es joven.Ahora daba saltitos. Cómo saltaba, sobre un pie,

sobre el otro, sobre el mío, cómo se movía, cómo salpicaba. Sólo le faltaba soltarme un escupitajo.-Ah, ya entiendo -dijo de pronto, dejando de

dar brincos-. Le esperan. No dije nada.-¿Casado? -preguntó.-Cansado -contesté.Más precalentamiento. Saltito va, saltito viene.-Usted me cae bien -me dijo-. Es un amigo. Me

ha salvado la vida. ¿Cómo ha dicho que se llamaba?-No lo he dicho.La verdad es que casi todo lo decía él. Hablaba

como si le dieran cuerda. Con razón le llamaban el Boquilla. Tenía cuerda para rato. Pasado el rato, se decidió. Me dio una palmadita en la espalda y las buenas noches.-Hasta pronto -se despidió como si fuéramos

amigos de toda la vida, y dio unos pasos.Unos pasos sólo, porque entonces me tocó ha-

blar a mí.-Hasta pronto, Tom.Se detuvo en seco y eso que seguía chorreando.-No recuerdo haberle dicho mi nombre. ¿Cómo

lo sabe?-Me lo ha dicho alguien que le quiere.

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Page 5: Los Relatos de Torpedo

Sacudió la cabeza, pero esta vez las gotas no me alcanzaron.-¿Alguien que me quiere?-Que le quiere muerto, Tom Wallace.Se quedó con la “boquilla” abierta. Túnel espe-

rando al expreso de media noche.-¿Quién es usted?Ahora se había despejado más que una manifes-

tación ante la poli.-Torelli. Luca Torelli.Ahogó un grito, era noche de ahogados.-¡Torpedo!Me permití una sonrisita.-Es mi nombre artístico.Saqué la “cacharra” y por la cara que puso com-

prendía que había reconocido la herramienta.-Pero... pero ¿por qué?-Pasta.Después del vino y del agua, ahora le tocó tra-

gar saliva.-¿Por qué no me... -le costaba hablar a él, que

era tan parlanchín, tan locuaz -no me dejó que me ahogara en el río.-Quería saber lo que se sentía al salvar a alguien.Por la cara que puso comprendí que estaba he-

cho un taco. No acababa de conectar conmigo. No me captaba.-¿Y qué... qué ha sentido?-Frío.Empezó a retroceder, acercándose a la orilla.

Puso cara de fiambre. Les suele pasar. Es lo que llamo el anticipo de la muerte. Se les ponen los ojos vidriosos antes de tiempo. Al empapado se le secaba la lengua. Algo es algo.

Aún tuvo tiempo de decir. «¿EH?» Cuando apre-té el gatillo y la bala lo impulsó hacia atrás. Ni siquiera tuve que arrojarlo al agua. El mismo se metió, retrocediendo. El Hudson se le llevó en si-lencio, como a otros que le habían precedido y a otros que le seguirían.

Esta vez no me tiré al río, porque allá por los años 30 no se llevaba el fornicar con un cauce flu-vial, que dicen los sabihondos.

¿Y saben por qué?Por tres razones.

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