los peregrinos amanecen el segundo dia en carrascalejo

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Los peregrinos amanecen el segundo día en Carrascalejo. Cerca de la Sierra de Altamira, en su ladera norte, han construido unos habitáculos circulares de pizarra con techumbre de teja árabe, que denominan “chozos” y los han destinado a casa rural. Su aspecto recuerda a las casillas de piedra circulares y techo de tierra que pululan por esta comarca de la Jara Cacereña. Situados en un altozano permiten desde ese lugar contemplar el caserío con su iglesia, sus huertos, sus casas esparcidas por las colinas que rodean el Valle, que no es otra cosa que la vaguada donde nace el Caganchas. Carrascalejo, además de los “chozos” tiene un otero para divisar el llano que empieza en la dehesa de Funcalada y se extiende más allá del Tajo hasta llegar a la falda de la Sierra de Gredos, al que nombran “La Asomá”. Con ese nombre queda todo dicho acerca del sitio. Los peregrinos pasaron raudos por el caserío la tarde anterior y no se detuvieron para analizar la estructura del pueblo y sólo contemplaron el exterior de la iglesia y el edificio peculiar del ayuntamiento. A la mañana siguiente no estaban dispuestos a recorrer la distancia que los separaba del pueblo, porque era bajar y luego subir para continuar el camino, y ¡había tanto por subir! ….El encargado del bar de la piscina municipal, “Seve”, preparó un suculento desayuno: chocolate y café con leche, churros, tostadas y alguno se atrevió con los huevos fritos. Los peregrinos se iban animando conforme ingerían las “delicatesses” y a aquella temprana hora el bullicio en el bar de la piscina se oía desde la carretera. No se sabe si fue por ese jolgorio, al alba, o por lo escuchado en el silencio de la noche, o simplemente porque querían controlar el trasiego de personas por su demarcación, la pareja de la benemérita apareció en el local. La presencia de la “pareja” al amanecer ya no es lo que antes suponía, cuando los tibios rayos del sol brillaban en el charol de los tricornios y el golpe sordo de los mosquetones en el suelo cortaba la respiración. Llegaron, preguntaron y el “presi” les informó ampliamente de nuestros objetivos. Ellos viéndonos desayunar con chocolate y con huevos, pensaron que no éramos gente de cuidado, que unos que desayuna así, son gente de orden. Además se les informó que en el grupo iba una “hija del cuerpo”, y ésta aprovechó la ocasión para despacharse a gusto con ellos. Finalizado el

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Page 1: Los Peregrinos Amanecen El Segundo Dia en Carrascalejo

Los peregrinos amanecen el segundo día en Carrascalejo. Cerca de la Sierra de Altamira, en su ladera norte, han construido unos habitáculos circulares de pizarra con techumbre de teja árabe, que denominan “chozos” y  los han destinado a casa rural. Su aspecto recuerda a las casillas de piedra circulares y techo de tierra que pululan por esta comarca de la Jara Cacereña. Situados en un altozano permiten desde ese lugar contemplar el caserío con su iglesia, sus huertos, sus casas esparcidas por las colinas que rodean el Valle, que no es otra cosa que la vaguada donde nace el Caganchas. Carrascalejo, además de los “chozos” tiene un otero para divisar el llano que empieza en la dehesa de Funcalada y se extiende más allá del Tajo hasta llegar a la falda de la Sierra de Gredos, al que nombran “La Asomá”. Con ese nombre queda todo dicho acerca del sitio. Los peregrinos pasaron raudos por el caserío la tarde anterior y no se detuvieron para analizar la estructura del pueblo y sólo contemplaron el exterior de la iglesia y el edificio peculiar del ayuntamiento. A la mañana siguiente no estaban dispuestos a recorrer la distancia que los separaba del pueblo, porque era bajar y luego subir para continuar el camino, y ¡había tanto por subir! ….El encargado del bar de la piscina municipal, “Seve”, preparó un suculento desayuno: chocolate y café con leche, churros, tostadas y alguno se atrevió con los huevos fritos. Los peregrinos se iban animando conforme ingerían las “delicatesses” y a aquella temprana hora el bullicio en el bar de la piscina se oía desde la carretera. No se sabe si fue por ese jolgorio, al alba, o por lo escuchado en el silencio de la noche, o simplemente porque querían controlar el trasiego de personas por su demarcación, la pareja de la benemérita apareció en el local. La presencia de la “pareja” al amanecer ya no es lo que antes suponía, cuando los tibios rayos del sol brillaban en el charol de los tricornios y el golpe sordo de  los mosquetones en el suelo cortaba la respiración. Llegaron, preguntaron y el “presi” les informó ampliamente de nuestros objetivos. Ellos viéndonos desayunar con chocolate y con huevos, pensaron que no éramos gente de cuidado, que unos que desayuna así, son gente de orden. Además se les informó que en el grupo iba una “hija del cuerpo”, y ésta aprovechó la ocasión para despacharse a gusto con ellos.   Finalizado el desayuno y la charla comenzó la subida. Había que ascender al puerto de Arrebatacapas. Se hizo por un camino que enfila directamente a la cumbre. Al principio la ascensión es suave, luego viene un respiro, la bajada a Linarejos. Pasado el regajo comienza la subida hacia “Las Perdías”. ¡Qué nombre! Para llegar a ellas hay que pasar por un estrecho desfiladero entre dos cerros dígitos que salen a la sierra cual senos de mujer. Pasado el desfiladero los peregrinos se enfrentaron a la primera subida de verdad, luego vendrían más a lo largo del día. El paisaje compensaba el esfuerzo. Se contemplaban los cerros redondeados que conforman la cara norte de la sierra cubiertos de olivos, de  jara, de madroñas, de brezo. Los peregrinos apenas tenían tiempo para apreciar cómo se desprendían desde la cima las prederas de cuarcita blanca cual ríos de piedras, y cómo la naturaleza selvática trataba de cubrirlas de madroñas, zarzales, matorrales de encinas y robles y de jara en flor. Tras mucho esfuerzo llegaron  a la carretera que va a Navatrasierra y después de tres kilómetros de suave ascensión coronaron el puerto. Un descanso para tomar aliento y contemplar el paisaje de ambos lados: el llano azulado del valle del Tajo y los salvajes y cerrados valles que conforman las cuencas del Gualija y del Guadarranque. Tratados de biología y de botánica y de cada una de  las ciencias de la Naturaleza podrían escribirse después de contemplar aquellas montañas, aquellos valles, aquellos riscos, aquella vegetación. Pero después de respirar aquel aire, de sentir los olores del tomillo, de la jara, del cantueso, de ver los destellos del agua de las gargantas, de oír el sublime canto del ruiseñor, se trasciende la ciencia y se busca la respuesta en la metáfora. Con estas cosas en la cabeza y otras más que animaban la charla entre los peregrinos, iban descendiendo en relajado paseo hacia Navatrasierra.Al

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pueblo llegaron al mediodía. Algunos vecinos animosos salieron para acompañar a los peregrinos en los últimos kilómetros. Todos juntos atravesaron el caserío y se dirigieron a la casa-huerto-jardín de la hermana de Inés. Allí un ágape de  celebración de su continuo cumpleaños. Vino, cerveza, queso, chorizo, … aquello más que ágape presentaba todos los síntoma de un festín.  Vuelta al camino, ahora era bajada. Carretera adelante seguían el curso del Gualija. Hechos algunos kilómetros, pasados el Robledillo, dejaron la carretera y bordearon las dependencias de una casa rural. Al incorporarse de nuevo a la carretera, el grupo se partió y unos siguiéndola llegaron hasta Los Horcones, los del otro grupo se internaron por el casi impenetrable bosque de jara y madroñas del valle del Arroyo de la Venta, y por  Tumbafriles llegaron al mismo destino poco después de haberlo hecho los primeros. Comida campestre: una degustación de paella, preparada por el “presi” y una chuletada, acompañada de otros ingredientes, productos culinarios de la zona, como un apetitoso vino refrescado en el arroyo, un queso de cabra exquisito y otros alimentos que en describirlos se tardaría casi tanto como en hacer el camino. Después tertulia y por último bailes regionales. Unos muchachos de Navatrasierra ataviados con trajes típicos del pueblo se desplazaron hasta donde estaban los peregrinos para cantarles y  bailarles sus jotas : ¡Ay! Pobre del peregrino  que se pone a meditar, hacia el final del camino, en el momento de llegar. A algún peregrino se le pusieron los pelos de punta. Después los chicos les acompañaron cantando durante un corto trecho conforme iniciaban la segunda ascensión seria del día. Eran pasadas las cinco de la tarde. Por un cortafuegos se encaró la subida a la siguiente sierra. Se ascendía muy cerca de la garganta de la Venta, corriente de agua que se desprende entre el Cerro Fortificado y el Cervales. Frente a los que subían, el agua de la garganta discurría resbalando por unos cortados de pizarra, que brillaban bajo el sol de la tarde. Antes de llegar a los cortados alcanzaron una senda que discurre por una cota de nivel abierta para su uso en caso de incendio.  Tomaron esta senda y caminado por ella no tardaron en alcanzar de nuevo la carretera. Unos tres kilómetros de suave ascensión les llevó a un desfiladero formado por las estribaciones del Cerro Fortificado y el Cerro de la Pedrera. Una peña gigantesca se descuelga por la ladera de este último cerro, que tiene su leyenda asociada, la Peña del Ataque, y enfrente de ella una enorme pedrera, con gigantescos bloques de cuarcita, se desprende desde el Cerro Fortificado, que con cierta guasa denominan los del lugar el Melonar de Los Frailes.  Desde este punto hasta el Hospital del Obispo, la carretera discurre entre robles, siguiendo el fondo de un alto valle que los de Navatrasierra denominan El Valle. Numerosas matas de peonías se podían distinguir entre los árboles, y a aquella hora de la tarde, sus hojas rosáceas trasparentes a los rayos de sol que estaba a punto de ponerse, daban una sensación de placidez que los peregrinos agradecían, y con esta sensación se olvidaban del cansancio que iba haciendo mella en ellos.  Al final del Valle, el Hospital del Obispo, un edificio con mucha historia, pero que ahora se encuentra la mitad en ruinas y la otra mitad reconstruida por sus dueños. Cerca de él una fuente, una pileta y un chorro sonoro, con murmullo incluido, contando leyendas de aquellos parajes.Aquí terminó la marcha del segundo día para los peregrinos.(continuará)