“Amar a Dios sobre todas las cosas”

Amar a Dios sobre todas las cosas nos manda a:

Creer en Dios, en lo que Él nos ha revelado. Esperar en Él, en lo nos ha prometido. Amarlo sobre todas las cosas. Rendirle culto de adoración, por ser quien

es: Dios. Dialogar con Él, en la oración.

No creer en lo que Él ha revelado y la Iglesia transmite.

Desesperarse (no tener esperanza en sus promesas)

Presumir que Él nos salvará de su misericordia, aunque nosotros nos portemos mal.

Desconfiar de la misericordia de Dios.

También nos prohíbe: La idolatraría o adoración de falsos

dioses, así como también la confianza en poderes ocultos, como la hechicería, la adivinación, el espiritismo, la superstición, etc.

Amar a Dios no es, precisamente, sentir cariño sensible hacia Él como lo sentimos hacia nuestros padres; porque a Dios no se leve, y a las personas a quienes no se ve es difícil tenerles cariño. Dios no obliga a eso, pues no está en nuestra mano, aunque hay personas que llegan a sentirlo, con la gracia de Dios. Amar a Dios sobre todas las cosas es tenerle un aprecio supremo, es decir, estar convencido de Dios vale más que nadie.

Amar a Dios sobre todas las cosas, nos

obliga a creer en todas las verdades de fe, a esperar en Dios, confiando que nos dará las gracias necesarias para alcanzar la vida eterna; a adorarle solamente a Él, darle el culto debido y reverenciarle con el cuerpo y con el alma.