los juegos del hambre 2- en llamas

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Entertainment & Humor


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Katniss Everdeen ha sobrevivido a Los juegos del hambre. Pero el Capitolio quiere venganza. Contra todo pronóstico, Katniss Everdeen y Peeta Mellark siguen vivos. Aunque Katniss debería sentirse aliviada, se rumorea que existe una rebelión contra el Capitolio, una rebelión que puede que Katniss y Peeta hayan ayudado a inspirar. La nación les observa y hay mucho en juego. Un movimiento en falso y las consecuencias serán inimaginables.

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Aferro el termo entre mis manos incluso aunque hace tiempo que el calor

del té se ha filtrado en el aire helado. Mis músculos están contraídos con fuerza

frente al frío. Si una manada de perros salvajes fuera a aparecer en este

momento, las probabilidades de escalar a un árbol antes de que atacaran no están

de mi parte. Debería levantarme, moverme algo, y trabajar en la rigidez de mis

miembros. Pero en vez de ello me siento, tan inmóvil como la roca debajo de mí,

mientras el amanecer empieza a iluminar el bosque. No puedo luchar contra el sol.

Sólo puedo mirar impotente cómo me arrastra hacia un día que he estado

temiendo durante meses.

Al mediodía estarán en mi nueva casa en la Aldea de los Vencedores. Los

periodistas, los cámaras, incluso Effie Trinket, mi antigua escolta, se habrán

encaminado hacia el Distrito 12 desde el Capitolio. Me preguntó si Effie aún llevará

esa estúpida peluca rosa, o si ahora lucirá algún otro color antinatural

especialmente para el Tour de la Victoria. También habrá otros esperando.

Personal para satisfacer todas mis necesidades en el largo viaje en tren. Un

equipo de preparación para embellecerme para apariciones en público. Mi estilista

y amigo, Cinna, que diseñó los preciosos conjuntos que hicieron que la audiencia

se fijara en mí por primera vez en los Juegos del Hambre.

Si fuera por mí, intentaría olvidarme completamente de los Juegos del

Hambre. Nunca hablar de ellos. Fingir que no fueron más que un mal sueño. Pero

el Tour de la Victoria hace que eso sea imposible. Estratégicamente situado casi a

medio camino entre los Juegos anuales, es la forma que tiene el Capitolio de

mantener el horror fresco e inmediato. No sólo nos obligan a nosotros en los

distritos a recordar la mano de acero del poder del Capitolio cada año, nos obligan

a celebrarlo. Y este año, yo soy una de las estrellas del espectáculo. Tendré que

viajar de distrito en distrito, levantarme delante de multitudes que me ovacionan

mientras me odian en secreto, mirar a los rostros de las familias cuyos hijos he

matado . . . El sol persiste en alzarse, así que me obligo a levantarme. Todas mis

articulaciones protestan y mi pierna izquierda lleva tanto tiempo dormida que me

lleva varios minutos de andar en círculos el poder devolverle la sensibilidad. He

estado en el bosque tres horas, pero ya que no he intentado cazar en serio, no

tengo nada que mostrar por ello. Ya no importa para mi madre y mi hermana

pequeña, Prim. Pueden permitirse comprar carne en la carnicería de la ciudad,

aunque a ninguna nos gusta más que la caza fresca. Pero mi mejor amigo Gale

Hawthorne y su familia dependen del botín de hoy, y no puedo defraudarlos.

Empiezo la caminata de hora y media que me llevará el recorrer nuestra línea de

trampas. Antes, cuando estábamos en el colegio, teníamos tiempo por las tardes

para revisar la línea y cazar y recolectar y aún volver al trueque en la ciudad. Pero

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ahora que Gale se ha ido a trabajar a las minas de carbón―y yo no tengo nada

que hacer en todo el día―he tomado el trabajo.

En este momento Gale ya habrá fichado en las minas, tomado hacia las

profundidades de la tierra el ascensor que revuelve el estómago, y estará

golpeando en una veta de carbón. Sé cómo es todo allí abajo. Cada año en el

colegio, como parte de nuestro entrenamiento, mi clase tenía que recorrer las

minas. Cuando era pequeña, sólo era incómodo. Los túneles claustrofóbicos, el

aire viciado, la oscuridad sofocante por todas partes. Pero después de que mi

padre y varios mineros más murieran en una explosión, apenas si podía entrar en

el ascensor. El viaje anual se convirtió en una inmensa fuente de ansiedad. Dos

veces me había puesto tan enferma por la anticipación que mi madre me hizo

quedarme en casa porque pensaba que había contraído la gripe.

Pienso en Gale, quien sólo está vivo en el bosque, con su aire fresco y su

luz solar y su agua fresca y en continuo movimiento. No sé cómo lo soporta.

Bueno. . . sí, lo sé. Lo soporta porque es la forma de alimentar a su madre y a sus

dos hermanos y su hermana pequeños. Y aquí estoy yo con toneladas de dinero,

mucho más que suficiente para alimentar ahora a nuestras dos familias, y él no

quiere aceptar ni una sola moneda. Incluso es duro para él dejarme que le lleve

carne, aunque con toda seguridad habría mantenido a mi madre y a Prim provistas

si yo hubiera muerto en los Juegos. Le digo que me está haciendo un favor, que

me vuelve loca estar todo el día por ahí sentada. Incluso así, nunca dejo la caza

cuando él está en casa. Lo que es fácil dado que trabaja doce horas al día.

La única vez que veo ahora a Gale es los domingos, cuando nos

encontramos en el bosque para cazar juntos. Aún es el mejor día de la semana,

pero ya no es como solía ser, cuando nos podíamos contar el uno al otro cualquier

cosa. Los Juegos han estropeado incluso eso. Sigo manteniendo la esperanza de

que a medida que pase el tiempo recuperaremos la comodidad entre nosotros,

pero una parte de mí sabe que es inútil. No hay vuelta atrás. Consigo un buen

botín en las trampas―ocho conejos, dos ardillas, y un castor que nadó hacia el

artilugio de cable que diseñó el propio Gale. Es un hacha con las trampas,

ajustándolas para que doblen árboles jóvenes y así aparten a sus presas del

alcance de depredadores, equilibrando troncos sobre delicados gatillos de palos,

tejiendo cestas ineludibles para capturar peces. Mientras avanzo, recolocando

cuidadosamente cada trampa, sé que nunca podré imitar con exactitud su ojo para

el equilibrio, su instinto por dónde cruzará la presa el camino. Es más que

experiencia. Es un don natural. Como la forma en que yo puedo disparar a un

animal en casi total oscuridad y aún así derribarlo con una única flecha. Para

cuando llego a la verja que rodea el Distrito 12, el sol está bien alto. Como

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siempre, escucho un momento, pero no está el delator zumbido de la corriente

eléctrica circulando por la cadena de cables. Casi nunca la hay, incluso aunque la

cosa se supone que debería estar cargada a tiempo completo. Me retuerzo por la

apertura en la parte baja de la verja y salgo en la Pradera, a sólo un tiro de piedra

de mi casa. Mi antigua casa. Aún podemos quedárnosla ya que oficialmente es el

hogar designado para mi madre y hermana. Si ahora yo cayera muerta, ellas

tendrían que volver aquí. Pero por el momento, ambas están felizmente instaladas

en la nueva casa de la Aldea de los Vencedores, y yo soy la única que utiliza el

lugarcito achaparrado donde me crié. Para mí, es mi verdadera casa.

Ahora voy allí a cambiarme la ropa. Cambiar la chaqueta vieja de cuero de

mi padre por un abrigo fino de lana que siempre parece demasiado ceñido en los

hombros. Dejar mis suaves y gastadas botas de caza por un par de caros zapatos

hechos a máquina que mi madre piensa que son más apropiados para alguien de

mi estatus. Ya he puesto a buen recaudo mi arco y mis flechas en un tronco hueco

en el bosque. Aunque se agota el tiempo, me permito unos minutos para sentarme

en la cocina. Tiene una cualidad de abandono, sin fuego en el hogar, sin mantel

sobre la mesa. Lamento la pérdida de mi vieja vida aquí. Apenas salíamos

adelante, pero sabía dónde encajaba, sabía cuál era mi lugar en la red

fuertemente entretejida que era nuestra vida. Desearía volver a ella porque, en

retrospectiva, parece tan segura comparada con el ahora, en que soy tan rica y

tan famosa y tan odiada por las autoridades del Capitolio. Un gemido en la puerta

de atrás reclama mi atención. La abro para encontrarme con Buttercup, el gato

viejo y gruñón de Prim. Le disgusta la casa nueva casi tanto como a mí y siempre

la deja cuando mi hermana está en el colegio. Nunca nos hemos querido

particularmente el uno al otro, pero ahora tenemos este nuevo vínculo. Lo dejo

entrar, le doy un pedazo de grasa de castor, e incluso lo acaricio entre las orejas

un ratito.

― Eres horroroso, ya lo sabes, ¿verdad? ― Le pregunto. Buttercup empuja

mi mano suavemente para más caricias, pero tenemos que irnos. ― Vente, tú. Lo

levanto con una mano, cojo mi bolsa de caza con la otra, y los llevo a ambos hacia

la calle. El gato se libera de un salto y desaparece bajo un arbusto. Los zapatos

me aprietan en los dedos mientras ando haciendo crujidos por la calle de ceniza.

Acortando por callejones y a través de patios traseros llego a la casa de Gale en

cuestión de minutos. Su madre, Hazelle, me ve a través de la ventana, donde está

inclinada sobre el fregadero de la cocina. Se seca las manos en el mandil y

desaparece para encontrarse conmigo en la puerta.

Me gusta Hazelle. La respeto. La explosión que mató a mi padre también se

llevó a su marido, dejándola con tres niños y un bebé a punto de nacer. Menos de

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una semana después de haber dado a luz, estaba fuera recorriendo las calles en

busca de trabajo. Las minas no eran una opción, con un bebé que cuidar, pero se

las arregló para conseguir la colada de varios comerciantes en la ciudad. A los

catorce, Gale, el mayor de los hijos, se convirtió en el principal soporte de la

familia. Ya estaba anotado para las teselas, que le daban derecho a un escaso

aporte de grano y aceite a cambio de añadir su nombre veces extra en el sorteo

para convertirse en tributo. Por encima de eso, incluso entonces, era un dotado

diseñador de trampas. Pero eso no era suficiente para mantener a una familia de

cinco sin Hazelle gastándose las manos hasta el hueso en esa tabla de lavar. En

invierno sus manos se ponían tan rojas y agrietadas, que sangraban ante la

mínima provocación. Aún lo harían si no fuera por el bálsamo que preparaba mi

madre. Pero están determinados, Hazelle y Gale, a que los otros niños, Rory de

doce años y Vick de diez, y la pequeña Posy, de cuatro años, nunca tengan que

anotarse a las teselas.

Hazelle sonríe cuando ve la caza. Coge el castor por la cola, evaluando su

peso.

― Va a hacer un bonito guiso. ― Al contrario que Gale, ella no tiene ningún

problema con nuestro arreglo de caza.

― Buena piel, también. ― Respondo. Es reconfortante estar aquí con

Hazelle. Evaluando los méritos de la presa, tal y como ha hecho siempre. Me

vierte una taza de té de hierbas, alrededor del cual envuelvo mis dedos helados

con agradecimiento. ― Sabes, cuando vuelva del tour, estaba pensando que tal

vez llevara a Rory conmigo alguna vez. Después del colegio. Enseñarle a disparar.

Hazelle asiente.

― Eso sería bueno. Gale quiere hacerlo, pero sólo tiene los domingos, y creo que

le gusta reservar esos para ti.

No puedo evitar el rubor que inunda mis mejillas. Es estúpido, por supuesto.

Casi nadie me conoce mejor que Hazelle. Sabe qué vínculo comparto con Gale.

Estoy segura de que mucha gente había asumido que algún día nos casaríamos

incluso aunque yo nunca lo hubiera pensado. Pero eso era antes de los Juegos.

Antes de que mi compañero tributo, Peeta Mellark, anunciara que estaba

perdidamente enamorado de mí. Nuestro romance se convirtió en una estrategia

clave para nuestra supervivencia en la arena. Sólo que para Peeta no era sólo una

estrategia. No estoy segura de lo que fue para mí. Pero ahora sé que para Gale

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fue doloroso. Mi pecho se contrae mientras pienso cómo, en el Tour de la Victoria,

Peeta y yo deberemos presentarnos como amantes otra vez.

Me bebo el té a grandes sorbos a pesar de que está demasiado caliente, y

me apartó de la mesa.

― Debería irme yendo. Ponerme presentable para las cámaras. Hazelle me

abraza.

― Disfruta de la comida.

― Absolutamente. ― Digo.

Mi siguiente parada es el Quemador, donde tradicionalmente he hecho el

grueso de mi trueque. Años atrás había sido un almacén para guardar carbón,

pero cuando cayó en desuso se convirtió en un punto de encuentro para canjes

ilegales, y después floreció como un mercado negro a tiempo completo. Si atrae a

elementos un tanto criminales, entonces yo pertenezco allí, supongo. Cazar en los

bosques que rodean el Distrito 12 viola por lo menos una docena de leyes y es

castigable con la muerte.

Aunque nunca lo mencionan, estoy en deuda con la gente que frecuenta el

Quemador. Gale me dijo que Sae la Grasienta, la vieja que sirve sopa, empezó

una recolección para patrocinarnos a Peeta y a mí durante los Juegos. Se suponía

que sólo iba a ser algo del Quemador, pero mucha otra gente oyó acerca de ello y

pusieron su granito de arena. No sé con exactitud cuánto fue, y el precio de

cualquier regalo en la arena era desorbitado. Pero por todo lo que sé, fue la

diferencia entre mi vida y mi muerte. Aún es raro abrir la puerta de delante con una

bolsa de caza vacía, con nada que canjear, y en lugar de ello sentir el pesado

bolsillo de monedas contra mi cadera. Intento pasar por tantos puestos como

puedo, repartiendo mis compras de café, bollos, huevos, hilo y aceite.

Después se me ocurre comprarle tres botellas de licor blanco a una mujer

manca llamada Ripper (NdT: Ripper significa Destripadora), la víctima de un

accidente en la mina que fue lo bastante lista como para encontrar una forma de

seguir con vida. El licor no es para mi familia. Es para Haymitch, quien fue el

mentor mío y de Peeta durante los Juegos. Es hosco, violento y borracho la mayor

parte del tiempo. Pero hizo su trabajo―más que su trabajo―porque por primera

vez en la historia se les permitió ganar a dos tributos. Así que sin importar quién

sea Haymitch, también estoy en deuda con él. Y eso es para siempre. Estoy

cogiendo el licor blanco porque hace varias semanas se quedó sin él y no había

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nada en venta y tuvo síndrome de abstinencia, dando sacudidas y gritándole a

cosas aterradoras que sólo él podía ver. Asustó a Prim a muerte y, francamente,

tampoco fue muy divertido para mí el verlo así. Desde entonces se puede decir

que he estado preparando una reserva sólo por si acaso vuelve a faltar.

Cray, nuestro agente de la paz en jefe, frunce el ceño cuando me ve con las

botellas. Es un viejo con algunos mechones de pelo plateado peinados

lateralmente sobre su brillante cara roja.

― Esa cosa es demasiado fuerte para ti, chica. ― Él lo sabrá bien. Junto a

Haymitch, Cray bebe más que nadie que yo haya conocido nunca.

― Oh, mi madre la usa en medicinas. ― Digo con indiferencia.

― Bueno, mataría cualquier cosa. ― Dice, y planta sobre la mesa una

moneda por una botella.

Cuando llego al puesto de Sae la Grasienta, me impulso para sentarme

sobre el mostrador y ordenar algo de sopa, que parece ser algún tipo de mezcla

de calabaza y habas. Un agente de la paz llamado Darius se acerca y compra un

cuenco mientras estoy comiendo. En lo que respecta a los agentes de la ley, es

uno de mis favoritos. Nunca imponiendo su peso por ahí de verdad, generalmente

bueno para un chiste. Probablemente ande por la veintena, pero no parece mucho

mayor que yo. Algo sobre su sonrisa, su pelo rojo disparado en todas direcciones,

le da un aire infantil.

― ¿No se supone que debes estar en un tren? ― Me pregunta.

― Me recogen a mediodía. ― Respondo.

― ¿No deberías tener mejor pinta? ― Pregunta con un susurro muy alto.

No puedo evitar sonreír ante su broma, a pesar de mi humor. ― ¿Tal vez un lazo

en tu pelo o algo? ― Sacude mi trenza con la mano y lo aparto.

― No te preocupes. Para cuando terminen conmigo estaré irreconocible.

― Bien. ― Dice. ― Mostrémosles algo de orgullo de distrito para variar,

señorita Everdeen.

¿Uhm? ― Sacude la cabeza hacia Sae la Grasienta con desaprobación

burlona y se marcha para reunirse con sus amigos.

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― Quiero ese bol de vuelta. ― Lo llama Sae la Grasienta, pero ya que

también ella se está

riendo, no suena particularmente estricta. ― ¿Gale irá a despedirte? ― Me

pregunta.

― No, no estaba en la lista. ― Digo. ― Aunque lo vi el domingo.

― Pensé que lo habrían puesto en la lista. Siendo tu primo y eso. ― Dice

irónicamente. Sólo es una parte más de la mentira que el Capitolio ha cocinado.

Cuando Peeta y yo llegamos a los ocho últimos en los Juegos del Hambre,

enviaron a periodistas para crear nuestras historias personales. Cuando

preguntaron por mis amigos, todo el mundo los dirigió hacia Gale. Pero no podía

ser, con el romance que estaba interpretando en la arena, que mi mejor amigo

fuera Gale. Era demasiado guapo, demasiado varonil, y no dispuesto en lo más

mínimo a sonreír y a portarse bien ante las cámaras. Aunque sí que nos

parecemos, bastante. Tenemos esa apariencia de la Veta. Pelo oscuro y liso, piel

aceitunada, ojos grises. Así que algún genio lo convirtió en mi primo. No sabía

nada de ello hasta que ya estábamos en casa, en la plataforma de la estación de

tren, y mi madre dijo, “¡Tus primos no pueden esperar a verte!” Después me giré y

vi a Gale y Hazelle y a todos los niños esperándome, así que ¿qué odía hacer

salvo seguirles la corriente?

Sae la Grasienta sabe que no estamos emparentados, pero incluso alguna

de la gente que nos conoce desde hace años parece haberse olvidado.

― No puedo esperar a que todo esto se acabe. ― Susurro.

― Lo sé. ― Dice Sae la Grasienta. ― Pero tienes que pasar por ello para

llegar al final. Mejor no llegar tarde.

Una nevada ligera empieza a caer mientras me dirijo hacia la Aldea de los

Vencedores. Es un paseo de unos siete kilómetros desde la plaza en el centro de

la ciudad, pero parece un mundo completamente distinto. Es una comunidad

separada construida alrededor de un jardín precioso adornado con arbustos

floridos. Hay doce casas, cada una lo bastante grande como para alojar diez como

aquella en la que me crié. Nueve están vacías, como siempre lo han estado. Las

tres en uso nos pertenecen a Haymitch, a Peeta, y a mí. Las casas habitadas por

mi familia y por Peeta desprenden un cálido brillo de vida. Ventanas iluminadas,

humo en las chimeneas, manojos de maíz brillantemente coloreado como

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decoración para el próximo Festival de la Siega. Sin embargo, la casa de

Haymitch, a pesar de los cuidados del encargado del parque, emite un aire de

abandono y negligencia. Me preparo a su puerta, sabiendo que olerá mal, y luego

empujo hacia dentro. Mi nariz se arruga inmediatamente de asco. Haymitch se

niega a dejar entrar a nadie a limpiar y él mismo lo hace muy mal. Con los años

los olores a licor y vómito, repollo hervido y carne quemada, ropa sin lavar y

desechos de ratón se han mezclado en un olor apestoso que me trae lágrimas a

los ojos. Camino con dificultad a través de una basura de envoltorios descartados,

cristal roto y huesos hacia donde sé que encontraré a Haymitch. Se sienta en la

mesa de la cocina, sus brazos desparramados sobre la madera, su cabeza en un

charco de licor, roncando a plena potencia. Le sacudo el hombro.

― ¡Levántate! ― Digo en alto, porque he aprendido que no hay forma sutil

de despertarlo. Sus ronquidos se detienen por un momento, dubitativos, y luego se

reanudan. Lo empujo más fuerte. ― Levántate, Haymitch. ¡Es día de tour!

Fuerzo la ventana hacia arriba, inhalando profundas bocanadas del aire

limpio del exterior. Mis pies cambian de postura a través de la basura sobre el

suelo, y desentierro una cafetera de latón y la lleno en el fregadero. El hornillo no

está completamente estropeado y consigo coaccionar a los pocos carbones con

vida para que formen una llama. Vierto algo de café en la cafetera, lo bastante

como para asegurarme de que el brebaje resultante sea bueno y fuerte, y la

coloco sobre el hornillo para que hierva.

Haymitch aún sigue muerto para el mundo. Ya que nada más ha

funcionado, lleno un cuenco con agua helada, lo derramo sobre su cabeza, y me

aparto rápidamente de su alcance. Un sonido animal gutural sale de su garganta.

Salta, Golpeando su silla tres metros atrás y agitando un cuchillo. Me había

olvidado de que siempre duerme con uno aferrado en la mano. Debería habérselo

sacado de entre los dedos, pero tenía muchas cosas en la cabeza. Soltando

obscenidades, acuchilla el aire varias veces antes de entrar en razón. Se seca la

cara con la manga y se vuelve hacia el alféizar donde estoy colgada, sólo por si

acaso tuviera que salir con rapidez.

― ¿Qué haces? ― Farfulla.

― Me dijiste que te despertara una hora antes de que vinieran las cámaras.

― ¿Qué?

― Idea tuya. ― Insisto.

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Parece recordarlo.

― ¿Por qué estoy todo mojado?

― No pude despertarte a sacudidas. ― Digo. ― Mira, si querías que te

mimaran, deberías habérselo pedido a Peeta.

― ¿Haberme pedido qué?

Tan sólo el sonido de su voz me forma en el estómago un nudo de

emociones incómodas como culpa, pena, y miedo. Y añoranza. Ya puestos puedo

admitir que también hay algo de eso. Sólo que tiene demasiada competencia

como para ganar nunca. Miro cómo Peeta cruza hacia la mesa, el sol de la

ventana haciendo que brille la nieve fresca en su pelo rubio. Se le ve fuerte y

sano, tan diferente del chico enfermo y hambriento que conocí en la arena, y

ahora apenas si puedes ver su cojera. Coloca una barra de pan recién horneado

sobre la mesa y extiende su mano hacia Haymitch.

Haberte pedido que me despertaras sin darme una neumonía. ― Dice

Haymitch, dándole el cuchillo. Se saca su camisa mugrienta, revelando una

camiseta interior igualmente sucia, y se frota con la parte seca.

Peeta sonríe y empapa el cuchillo de Haymitch en licor blanco de una

botella en el suelo. Frota la cuchilla hasta que está limpia en su camisa y parte el

pan en rebanadas. Peeta nos mantiene a todos provistos de bienes recién

horneados. Yo cazo. Él hornea. Haymitch bebe. Tenemos nuestras propias formas

de mantenernos ocupados, para mantener a raya los pensamientos de nuestra

época como contendientes en los Juegos del Hambre. No es hasta después de

que le haya dado a Haymitch la base que me mira por primera vez.

― ¿Quieres un trozo?

― No, comí en el Quemador. ― Digo. ― Pero gracias.

Mi voz no suena como la mía propia, es tan formal. Tal y como ha sido cada

vez que he hablado con Peeta desde que las cámaras dejaron de grabar nuestra

feliz vuelta a casa y volvimos a la vida real.

― De nada. ― Dice, tenso.

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Haymitch lanza la camisa a algún lugar en el desorden.

― Brrr. Vosotros dos tenéis mucho que calentar antes del espectáculo.

Tiene razón, por supuesto. La audiencia estará esperando al par de tortolitos que

ganaron los Juegos del Hambre. No a dos personas que apenas si pueden

mirarse a los ojos. Pero todo lo que digo es:

― Tómate un respiro, Haymitch.

Luego salgo por la ventana, me dejo caer al suelo, y me dirijo a través del

jardín hasta mi casa.

La nieve ha empezado a cuajar y dejo un rastro de pisadas detrás de mí. En

la puerta de delante, me detengo para sacudir la cosa mojada de mis zapatos

antes de entrar. Mi madre ha estado trabajando todo el día y toda la noche para

ponerlo todo perfecto para las cámaras, así que no es el momento de empezar a

mancharle el suelo brillante. Apenas he entrado cuando allí está, sosteniéndome

el brazo como si para detenerme.

― No te preocupes, me los saco aquí. ― Digo, dejando los zapatos en el

felpudo. Mi madre suelta una risa extraña y ahogada, y me saca del hombro la

bolsa de caza cargada de provisiones.

― Sólo es nieve. ¿Tuviste un buen paseo?

― ¿Paseo? ― Ella sabe que he estado en el bosque la mitad de la noche.

Después veo al hombre en pie detrás de ella en el umbral de la cocina. Un vistazo

a su traje a medida y facciones quirúrgicamente perfectas y sé que es del

Capitolio. Algo va mal. ― Fue más como patinaje. Está poniéndose muy

resbaladizo ahí fuera.

― Alguien está aquí para verte. ― Dice mi madre. Su rostro está

demasiado pálido y puedo oír la ansiedad que está tratando de ocultar.

― Pensé que no vendrían hasta mediodía. ― Finjo no darme cuenta de su

estado. ― ¿Vino Cinna para ayudarme a arreglarme?

― No, Katniss, es . . . ― Empieza mi madre.

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― Por aquí, por favor, señorita Everdeen. ― Dice el hombre. Me hace un

gesto hacia el pasillo. Es raro que te dirijan por tu propia casa, pero tengo más

sentido que para comentar nada.

Mientras voy, le lanzo a mi madre una sonrisa tranquilizadora por encima del

hombro.

― Probablemente más instrucciones para el tour. ― Me han estado

enviando todo tipo de cosas sobre mi itinerario y qué protocolo debía observarse

el cada distrito. Pero mientras camino hacia la puerta del estudio, una puerta que

nunca he visto cerrada hasta ahora, puedo sentir que mi mente empieza a

acelerarse. ¿Quién está aquí? ¿Qué es lo que quieren? ¿Por qué está mi madre

tan pálida?

― Entra sin llamar. ― Dice el hombre del Capitolio, quien me ha seguido

por el pasillo. Giro el pomo de latón bruñido y entro. Mi olfato registra los olores

contradictorios de rosas y sangre. Un hombre bajo de pelo blanco que parece

vagamente familiar está leyendo un libro. Levanta un dedo como para decir,

“Dame un momento.” Luego se gira y mi corazón da un salto.

Estoy mirando a los ojos de serpiente del Presidente Snow.

En mi mente, el Presidente Snow debería ser visto frente a columnas de

mármol de las que cuelgan banderas inmensas. Es chocante verlo rodeado de los

objetos cotidianos de la habitación. Es como sacar la tapa de un frasco y

encontrarse con una víbora con colmillos en vez de un estofado.

¿Qué podría estar haciendo él aquí? Rápidamente, mi mente pasa por

todos los días de apertura de los demás Tours de la Victoria. Recuerdo ver a los

tributos vencedores con sus mentores y estilistas. Incluso algunos altos oficiales

del gobierno han hecho apariciones ocasionales. Pero nunca he visto al

Presidente Snow. Él acude a las celebraciones en el Capitolio. Punto.

Si ha hecho todo este viaje desde su ciudad, sólo puede significar una cosa.

Estoy en serios problemas. Y si lo estoy yo, mi familia también. Un escalofrío me

recorre cuando pienso en la proximidad de mi madre y hermana a este hombre

que tanto me desprecia. Que siempre me despreciará. Porque burlé sus sádicos

Juegos del Hambre, hice que el Capitolio quedara como un tonto, y en

consecuencia miné su control.

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Todo lo que estaba haciendo era intentar mantenernos a Peeta y a mí con

vida. Cualquier acto de rebelión fue una total coincidencia. Pero cuando el

Capitolio decreta que sólo un tributo puede vivir y tienes la audacia de desafiarlo,

supongo que eso es una rebelión en sí misma. Mi única defensa era fingir que

estaba enloquecida por un amor apasionado hacia Peeta. Así que se nos permitió

vivir a ambos. Ser coronados vencedores. Ir a casa y celebrarlo y decirles adiós a

las cámaras y que nos dejaran en paz. Hasta ahora. Tal vez sea la novedad de la

casa o el shock de verlo o la comprensión mutua de que podría hacer que me

mataran en un segundo lo que hace que me sienta como una intrusa. Como si

fuera su casa y yo la que no ha sido invitada. Así que no lo recibo ni le ofrezco una

silla. No digo nada. De hecho, lo trato como si fuera una serpiente de verdad, de

las venenosas. Estoy de pie inmóvil, mirándolo fijamente, considerando planes de

retirada.

― Creo que haríamos que esta situación fuera mucho más fácil acordando

no mentirnos mutuamente. ― Dice. ― ¿Tú qué crees?

Creo que mi lengua se ha congelado y que hablar me será imposible, así

que me sorprendo respondiéndole en una voz tranquila:

― Sí, creo que ahorraría tiempo.

El Presidente Snow sonríe y veo sus labios por primera vez. Espero labios

de serpiente, es decir, sin labios. Pero los suyos son muy gruesos, su piel está

demasiado estirada. Me tengo que preguntar si su boca ha sido alterada para

hacerlo parecer más atractivo. Si fue así, fue una pérdida de tiempo y dinero,

porque no es atractivo en absoluto.

― Mis asesores estaban preocupados de que fueras difícil, pero no estás

planeando ser difícil en absoluto, ¿verdad?

― No. ― Respondo.

― Eso es lo que yo les dije. Dije que una chica que llega a tales extremos

para preservar su vida no va a estar interesada en echarla por la borda. Y después

hay que pensar en su familia. Su madre, su hermana, y todos esos . . . primos. ―

Por el modo en que se detiene en la palabra “primos”, puedo decir que sabe que

Gale y yo no compartimos árbol genealógico. Bueno, ya está todo sobre la mesa.

Tal vez sea lo mejor. No funciono bien con amenazas ambiguas. Prefiero con toda

seguridad saber qué está en juego.

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― Sentémonos.

El Presidente Snow toma un asiento ante el gran escritorio de madera

bruñida donde Prim hace sus deberes y mi madre sus presupuestos. Como

nuestra casa, este es un lugar sobre el que él no tiene derecho, pero sobre el que

tiene en última instancia todo el derecho, de ocupar. Me siento frente al escritorio

en una de las sillas talladas de respaldo vertical. Está hecha para alguien más alto

que yo, así que sólo las puntas de mis pies descansan sobre el suelo.

― Tengo un problema, señorita Everdeen. ― Dice el Presidente Snow. ―

Un problema que empezó en el momento en que sacaste esas bayas venenosas

en la arena. Ese había sido el momento en que había decidido que si los

Vigilantes tenían que elegir entre vernos a Peeta y a mí cometer suicidio―lo que

habría significado no tener vencedor―y dejarnos vivir a ambos, escogerían lo

último.

― Si el Vigilante jefe, Seneca Crane, hubiera tenido algo de cabeza, te

habría hecho polvo allí mismo. Pero tenía una desafortunada vena sentimental.

Así que aquí estás. ¿Puedes adivinar dónde está él? ― Pregunta.

Asiento porque, por la forma en la que lo dice, está claro que Seneca Crane

ha sido ejecutado. El olor a rosas y sangre se ha hecho más fuerte ahora que sólo

nos separa un escritorio. Hay una rosa en la solapa del Presidente Snow, lo que

por lo menos sugiere una fuente para el perfume de flores, pero debe de estar

genéticamente mejorada, porque ninguna rosa real huele como esa. Y en lo que

respecta a la sangre . . . no lo sé.

― Después de eso, no había nada que hacer salvo dejarte interpretar tu

pequeña obra. Y también fuiste bastante buena con eso de la colegiala loca de

amor. La gente del Capitolio estaba bastante convencida. Desafortunadamente, no

todos en los distritos se tragaron tu actuación.

Mi cara debe de registrar por lo menos un breve desconcierto, porque se

explica.

― Esto, por supuesto, tú no lo sabes. No tienes acceso a información sobre

el humor en otros distritos. En varios de ellos, sin embargo, la gente vio tu

pequeño truco con las bayas como un acto de desafío, no un acto de amor. Y si

una chica del Distrito Doce, de entre todos los sitios, puede desafiar al Capitolio y

salir impune, ¿qué va a impedirles a ellos hacer lo mismo? ― Dice. ― ¿Qué hay

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que prever, digamos, un levantamiento? Lleva un momento el que esta frase surta

su efecto. Después todo su peso me golpea.

― ¿Ha habido levantamientos? ― Pregunto, tan helada como eufórica ante

la posibilidad.

― Aún no. Pero vendrán si el curso de las cosas no cambia. Y es sabido

que los levantamientos llevan a la revolución. ― El Presidente Snow se frota un

punto sobre la ceja izquierda, el mismo punto donde yo misma tengo jaquecas. ―

¿Tienes idea de lo que eso significaría? ¿Cuánta gente moriría? ¿A qué

condiciones tendrían que enfrentarse los que sobrevivieran? Cuales quiera que

sean los problemas que alguien tenga con el Capitolio, créeme cuando lo digo, si

este liberara su agarre sobre los distritos siquiera por un corto período, todo el

sistema se colapsaría.

Me desconcierta su franqueza e incluso la sinceridad de su discurso. Como

si su preocupación primaria fuera el bienestar de los ciudadanos de Panem,

cuando no hay nada más lejos de la realidad. No sé cómo me atrevo a decir las

siguientes palabras, pero lo hago.

― Debe de ser muy frágil, si un puñado de bayas puede tirarlo abajo. Hay

una larga pausa en la que me examina. Después se limita a decir:

― Es frágil, pero no en la forma en que tú supones.

Hay un golpeteo en la puerta, y el hombre del Capitolio mete la cabeza.

― Su madre quiere saber si desea té.

― Lo desearía. Desearía té. ― Dice el presidente. La puerta se abre más, y

allí está mi madre, sosteniendo una bandeja con el juego de porcelana china que

mi madre trajo a la Veta cuando se casó. ― Déjelo aquí, por favor. ― Coloca su

libro en la esquina del escritorio y da unos golpecitos sobre el centro.

Mi madre coloca la bandeja en el escritorio. Contiene una tetera china y

tazas, crema y azúcar, y un plato de galletas. Están preciosamente glaseadas con

flores cuidadosamente coloreadas. El glaseado sólo puede ser obra de Peeta.

― Qué visión más bienvenida. Sabes, es gracioso con qué frecuencia la

gente se olvida de que los presidentes también tienen que comer. ― Dice

Page 16: los juegos del hambre 2- en llamas

encantadoramente el Presidente Snow. Bueno, por lo menos parece relajar a mi

madre un poco.

― ¿Puedo servirle algo más? Puedo cocinar algo más sustancial si tiene

hambre. ― Ofrece.

― No, esto no podría ser más perfecto. Gracias. ― Dice, claramente

despidiéndola. Mi madre asiente, me lanza una mirada, y se va. El Presidente

Snow vierte té para ambos y llena el suyo con crema y azúcar, después se toma

su tiempo revolviendo. Presiento que ya ha dicho todo lo que tenía que decir y que

está esperando a que yo responda.

― No pretendía empezar ningún levantamiento. ― Le digo.

― Te creo. No importa. Tu estilista resultó ser profético en su elección de

vestuario. Katniss Everdeen, la chica que estaba en llamas, has proporcionado la

chispa que, de quedar desatendida, puede aumentar hacia un infierno que

destruya Panem.

― ¿Por qué no me mata ahora? ― Suelto de repente.

― ¿Públicamente? ― Pregunta. ― Eso sólo añadiría fuel a las llamas.

― Arregle un accidente, entonces.

― ¿Quién se lo creería? No tú, si estuvieras mirando.

― Entonces sólo dígame lo que quiere que haga. Lo haré.

― Si sólo fuera tan sencillo. ― Coge una de las galletas floreadas y la

examina. ―

Encantador. ¿Las hizo tu madre?

― Peeta. ― Y por primera vez, encuentro que no puedo sostenerle la

mirada. Me inclino para coger mi té pero lo vuelvo a bajar cuando oigo a la taza

tintinear contra el platillo. Para cubrirlo, cojo rápidamente una galleta.

― Peeta. ¿Cómo está el amor de tu vida?

― Bien.

Page 17: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿En qué punto se dio cuenta del grado exacto de tu indiferencia? ―

Pregunta, mojando su galleta en el té.

― No soy indiferente.

― Pero tal vez no tan encantada con el joven como le hiciste creer al país.

― ¿Quién dice que no lo estoy?

― Yo. ― Dice el presidente. ― Y no estaría aquí si fuera el único que

tuviera dudas. ¿Cómo está el guapo primo?

― No lo sé...Yo no... ― Mi repulsión ante esta conversación, ante el discutir

mis sentimientos sobre dos de las personas que más me importan con el

Presidente Snow, me ahoga.

― Habla, señorita Everdeen. A él puedo matarlo fácilmente si no llegamos a

una feliz resolución. ― Dice. ― No le estás haciendo ningún favor desapareciendo

en el bosque con él cada domingo.

Si sabe esto, ¿qué más sabe? ¿Y cómo lo sabe? Mucha gente podría

decirle que Gale y yo nos pasamos los domingos cazando. ¿No aparecemos al

final de todos ellos cargados de caza?

¿No lo hemos hecho durante años? La verdadera cuestión es qué cree él

que sucede en el bosque más allá del Distrito 12. Seguro que no nos han estado

rastreando allí. ¿O sí? ¿Nos podrían haber seguido? Eso parece imposible. Por lo

menos por una persona. ¿Cámaras? Eso nunca se me pasó por la cabeza hasta

este momento. El bosque siempre ha sido nuestro lugar seguro, nuestro lugar más

allá del alcance del Capitolio, donde somos libres de decir lo que sentimos, ser

quienes somos. Por lo menos antes de los Juegos. Si nos han estado observando

desde entonces, ¿qué es lo que han visto? A dos personas cazando, diciendo

cosas traidoras contra el Capitolio, sí. Pero no a dos personas enamoradas, que

es lo que parece ser la implicación del Presidente Snow. En ese sentido estamos

seguros. A no ser . . . a no ser . . . Sólo sucedió una vez. Fue rápido e inesperado,

pero sucedió. Después de que Peeta y yo llegáramos a casa de los Juegos,

pasaron varios meses antes de que viera a Gale a solas. Primero estaban las

celebraciones obligatorias. Un banquete para los vencedores al que tan sólo

estaba invitada la gente de más categoría. Un festivo para todo el distrito con

comida gratis y entretenimientos traídos desde el Capitolio. El Día del Paquete, el

Page 18: los juegos del hambre 2- en llamas

primero de doce, durante el cual se le entregaban paquetes de comida a cada

persona del distrito. Ese fue mi favorito. Ver a todos esos niños hambrientos en la

Veta corriendo por allí, agitando latas de salsa de manzana, latas de carne,

incluso golosinas. En casa, demasiado grandes como para llevarlas manualmente,

estarían sacos de grano, latas de aceite. Saber que una vez al mes durante un

año todos recibirían otro paquete. Esa fue una de las pocas veces en que me

sentí bien de verdad por ganar los Juegos.

Así que entre las ceremonias y los eventos y los periodistas documentando

cada movimiento mío mientras presidía y agradecía y besaba a Peeta para el

público, no tenía privacidad en absoluto. Después de unas cuantas semanas, las

cosas se calmaron por fin. Los cámaras y los periodistas hicieron las maletas y se

fueron a casa. Peeta y yo asumimos la relación fría que habíamos mantenido

desde entonces. Mi familia se asentó en la casa de la Aldea de los Vencedores. La

vida diaria del Distrito 12―trabajadores a las minas, niños al colegio―recuperó su

ritmo normal. Esperé hasta que pensé que de verdad ya no había moros en la

costa, y entonces un domingo, sin decírselo a nadie, me levanté horas antes del

amanecer y salí hacia el bosque.

El tiempo aún estaba lo bastante cálido como para que no necesitara

chaqueta. Empaqueté una bolsa llena de comidas especiales, pollo frío y queso y

pan de panadería y naranjas. En mi antigua casa me puse mis botas de caza.

Como siempre, la verja no estaba cargada y era fácil deslizarse hacia el bosque y

recuperar mi arco y mis flechas. Fui a nuestro sitio, el de Gale y mío, donde

habíamos compartido el desayuno la mañana de la cosecha que me envió a los

Juegos.

Esperé por lo menos dos horas. Había empezado a pensar que él había

renunciado a mí en las semanas que habían pasado. O que ya no le importaba.

Que me odiaba, incluso. Y la idea de perderlo para siempre, a mi mejor amigo, la

única persona a la que le había confiado nunca mis secretos, era tan dolorosa que

no pude soportarla. No por encima de todo lo que había pasado. Podía sentir mis

ojos llenándose de lágrimas y un nudo empezando a formarse en mi garganta de

la forma en que hace cuando me pongo triste.

Entonces alcé la vista y allí estaba él, a tres metros de distancia,

simplemente mirándome. Sin pensar siquiera, me levanté de un salto y lo rodeé

con los brazos, haciendo un sonido raro que combinaba risa, ahogo y llanto. Él me

sostenía con tanta fuerza que no podía verle la cara, pero pasó mucho, mucho

tiempo antes de que me soltara, y eso fue porque no tenía mucha elección, ya que

me había dado un ataque de hipo increíblemente ruidoso y tenía que beber algo.

Page 19: los juegos del hambre 2- en llamas

Hicimos lo de siempre ese día. Comimos el desayuno. Cazamos y

pescamos y recolectamos. Hablamos de la gente en la ciudad. Pero no sobre

nosotros, su nueva vida en las minas, mi tiempo en la arena. Sólo sobre otras

cosas. Para cuando estuvimos en el agujero en la verja que está más cerca del

Quemador, me parece que creía de verdad que las cosas volverían a ser lo

mismo. Que podríamos seguir adelante como siempre. Le había dado a Gale toda

la caza para canjear ya que nosotras ahora teníamos muchísima comida. Le dije

que no pasaría por el Quemador, incluso aunque tenía muchas ganas de ir allí,

porque mi madre y hermana ni siquiera sabían que había ido a cazar y se estarían

preguntando dónde estaba. Entonces de pronto, cuando estaba sugiriendo que yo

me encargaría de revisar diariamente las trampas, tomó mi rostro entre sus manos

y me besó.

No estaba preparada en absoluto. Pensarías que después de todas las

horas que había pasado con Gale―viéndole hablar y reír y ponerse

ceñudo―sabría todo lo que había que saber sobre sus labios. Pero no me había

imaginado qué cálidos se sentirían presionados contra los míos. O cómo esas

manos, que podían preparar la más intrincada de las trampas, podían atraparme

con la misma facilidad. Creo que hice algún sonido en la parte baja de mi

garganta, y recuerdo vagamente mis dedos, cerrados con fuerza, posados contra

su pecho. Entonces me soltó y dijo, “Tenía que hacerlo. Por lo menos una vez.” Y

se fue. A pesar del hecho de que estaba anocheciendo y mi familia estaría

preocupada, me senté junto a un árbol al lado de la verja. Intenté decidir cómo me

sentía con respecto al beso, si me había gustado o si lo lamentaba, pero todo lo

que recordaba era la presión de los labios de Gale y el perfume a naranjas que

aún permanecía en su piel. No tenía sentido compararlo con los muchos besos

que había intercambiado con Peeta. Aún no había decidido si alguno de esos

contaba. Al final me fui a casa.

Esa semana me encargué de las trampas y dejé la carne en casa de

Hazelle. Pero no vi a Gale hasta el domingo. Tenía todo este discurso preparado,

sobre cómo no quería un novio y no planeaba casarme nunca, pero al final no lo

usé. Gale actuó como si el beso nunca hubiera sucedido. Tal vez estaba

esperando que yo dijera algo. O que lo besara yo a él. En vez de ello me limité a

fingir también que nunca había sucedido. Pero había sucedido. Gale había hecho

añicos una barrera invisible entre nosotros y, con ella, cualquier esperanza que

tenía yo de recuperar nuestra antigua amistad sin complicaciones. Sin importar

cuánto fingiera, nunca pude mirar a sus labios de exactamente la misma forma.

Page 20: los juegos del hambre 2- en llamas

Todo esto cruza mi cabeza en un instante mientras los ojos del Presidente

Snow se clavan en mí tras la amenaza de matar a Gale. ¡Qué estúpida he sido al

creer que el Capitolio se limitaría a ignorarme una vez hubiera vuelto a casa! Tal

vez no supiera nada de los potenciales levantamientos. Pero sabía que estaban

enfadados conmigo. En vez de actuar con la precaución extrema que la situación

requería, ¿qué había hecho? Desde el punto de vista del presidente, había

ignorado a Peeta y alardeado de mi preferencia por la compañía de Gale ante todo

el distrito. Y haciendo eso había dejado claro que estaba, de hecho, burlándome

del Capitolio. Ahora había puesto en peligro a Gale y a su familia y a mi familia y

también a Peeta, por mi despreocupación.

― Por favor no le haga daño a Gale. ― Susurro. ― Sólo es mi amigo. Ha

sido mi amigo durante años. Eso es todo lo que hay entre nosotros. Además,

ahora todo el mundo cree que somos primos.

― Sólo estoy interesado en cómo afecta a tu dinámica con Peeta, y en

consecuencia afectando al humor en los distritos.

― Será lo mismo en el tour. Estaré tan enamorada de él como lo estaba.

― Como lo estás. ― Corrige el Presidente Snow.

― Como lo estoy. ― Confirmo.

― Sólo que lo tienes que hacer aún mejor si se van a evitar los

levantamientos. Este tour será tu única oportunidad para darle la vuelta a las

cosas.

― Lo sé. Lo haré. Convenceré a todos en los distritos de que no estaba

desafiando al Capitolio, que estaba loca de amor.

El Presidente Snow se levanta y se limpia los labios hinchados con una

servilleta.

― Apunta más alto por si acaso te quedas corta.

― ¿Qué quiere decir? ¿Cómo puedo apuntar más alto? ― Pregunto.

― Convénceme a mí. ― Dice. Deja caer la servilleta y recoge su libro. No lo

miro mientras se dirige hacia la puerta, así que me sobresalto cuando me susurra

en el oído. ― Por cierto, sé lo del beso.

Page 21: los juegos del hambre 2- en llamas

Después la puerta se cierra tras él.

El olor a sangre . . . estaba en su aliento.

¿Qué es lo que hace? Pienso. ¿Beberla? Me lo imagino bebiéndola en una

taza de té. Mojando una galletita y sacándola goteando rojo.

En el exterior de la ventana, el coche vuelve a la vida, suave y silencioso

como el ronroneo de un gato, después desaparece en la distancia. Se va tal y

como llegó, sin llamar la atención. La habitación parece estar dando vueltas lentas

y torcidas, y me pregunto si quizás me voy a desmayar. Me inclino hacia delante y

me aferro al escritorio con una mano. La otra aún sostiene la preciosa galleta de

Peeta. Creo que tenía un lirio atigrado encima, pero ahora está reducida a migas

en mi puño. Ni siquiera sabía que la estuviera aplastando, pero supongo que tenía

que sujetarme a algo cuando mi mundo se salía fuera de control. Una visita del

Presidente Snow. Distritos al borde de levantamientos. Una amenaza de muerte

directa hacia Gale, con otras que la seguirían. Todos a quienes quiero

condenados. ¿Y quién sabe quién más pagará por mis acciones? A no ser que le

dé la vuelta a las cosas en este tour. Aquietar el descontento y tranquilizar la

mente del presidente. ¿Y cómo? Demostrando al país sin sombra de duda que

amo a Peeta Mellark.

No puedo hacerlo, pienso. No soy tan buena. Peeta es el bueno, el que

gusta. Puede hacer que la gente se crea cualquier cosa. Yo soy la que se calla y

se sienta y deja que él hable por los dos tanto como sea posible. Pero no es Peeta

quien tiene que demostrar su devoción. Soy yo. Oigo las pisadas rápidas y

silenciosas de mi madre en el pasillo. Ella no puede saberlo, pienso. No puede

saber nada de esto. Levanto mis manos sobre la bandeja y me sacudo

rápidamente los trocitos de galleta de mi palma y mis dedos. Agitada, tomo un

sorbo de mi té.

― ¿Está todo bien, Katniss? ― Pregunta.

― Está bien. Nunca lo vemos en televisión, pero el presidente siempre

visita a los vencedores antes del tour para desearles suerte. ― Digo alegremente.

El rostro de mi madre se llena de alivio.

― Oh. Pensé que había algún tipo de problema.

Page 22: los juegos del hambre 2- en llamas

― No, en absoluto. El problema empezará cuando mi equipo de

preparación vea cómo he dejado que mis cejas vuelvan a crecer. ― Mi madre se

ríe, y pienso sobre cómo no hubo vuelta atrás una vez empecé a cuidar de mi

familia cuando tenía once años. Cómo siempre tendré que protegerla.

― ¿Por qué no empiezas tu baño? ― Pregunta.

― Genial. ― Digo, y puedo ver qué satisfecha está por mi respuesta.

Desde que volví a casa he estado intentando mucho arreglar la relación con mi

madre. Pidiéndole que haga cosas por mí en vez de rechazar cualquier

ofrecimiento de ayuda como había hecho durante años por la ira. Dejarle

administrar todo el dinero que gané. Devolverle los abrazos en vez de tolerarlos.

Mi tiempo en la arena me hizo darme cuenta de cómo tenía que dejar de castigarla

por lo que no podía evitar, específicamente la horrible depresión en que había

caído tras la muerte de mi padre. Porque a veces a las personas les pasan cosas

y no están preparadas para lidiar con ellas.

Como yo, por ejemplo. Justo ahora.

Además, hay una cosa maravillosa que hizo cuando volví al distrito.

Después de que nuestras familias y amigos nos hubieran recibido a Peeta y a mí

en la estación de tren, hubo varias preguntas que se les permitió a los reporteros.

Alguien le preguntó a mi madre qué pensaba de mi nuevo novio y ella respondió

que, aunque Peeta era el modelo exacto de lo que cualquier joven debería ser, yo

aún no era lo bastante mayor como para tener novio en absoluto. Hubo muchas

risas y comentarios como “Alguien está en problemas” por parte de la prensa, y

Peeta dejó caer mi mano y se apartó ligeramente de mí. Eso no duró

mucho―había demasiada presión para actuar de otra forma―pero nos dio una

excusa para ser un poco más reservados de lo que habíamos sido en el Capitolio.

Y tal vez ayude a explicar qué poco se me ha visto en compañía de Peeta desde

que se marcharon las cámaras. Subo las escaleras hacia el cuarto de baño, donde

un baño humeante me espera. Mi madre ha añadido una bolsita de flores secas

que perfuma el aire. Ninguna de nosotras está acostumbrada al lujo de abrir un

grifo y tener un suministro sin límite de agua caliente entre los dedos. Sólo

teníamos fría en nuestra casa en la Veta, y un baño suponía hervir el resto sobre

el fuego. Me desvisto y desciendo hacia el agua sedosa―mi madre también ha

vertido algún tipo de aceite―e intento asumir la situación.

La primera cuestión es a quién contárselo, si es que a nadie. No a mi madre

ni a Prim, obviamente; ellas sólo enfermarían por la preocupación. No a Gale.

Incluso aunque pudiera hablar con él. ¿Qué haría con la información, en cualquier

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caso? Si estuviera solo, tal vez lo persuadiría para que huyera. Ciertamente podría

sobrevivir en el bosque. Pero no está solo y nunca dejaría a su familia. O a mí.

Cuando llegue a casa tendré que decirle algo de por qué nuestros domingos son

cosa del pasado, pero no puedo pensar en qué justo ahora. Sólo en mi próximo

movimiento. Además, Gale está ya tan furioso con el Capitolio que a veces pienso

que va a arreglar su propio levantamiento. Lo último que necesita es un incentivo.

No, no puedo decirle a nadie lo que dejo detrás en el Distrito 12.

Aún hay gente en la que podría confiar, empezando por Cinna, mi estilista.

Pero supongo que Cinna tal vez esté ya en peligro, y no quiero meterlo en más

problemas por asociación conmigo. Después está Peeta, quien será mi

compañero en este engaño, pero ¿cómo empiezo esa conversación? “Eh, Peeta,

¿te acuerdas de cómo te dije que había estado más o menos fingiendo estar

enamorada de ti? Bueno, pues necesito de veras que te olvides de todo eso ahora

y actúes súper-enamorado de mí o el presidente matará a Gale.” No puedo

hacerlo. Además, Peeta actuará bien tanto si sabe lo que se juega como si no.

Eso me deja a Haymitch. El borracho, gruñón, peleón Haymitch, sobre el cual

acabo de verter un cuenco de agua helada. Como mentor mío en los Juegos era

su deber mantenerme con vida. Sólo espero que aún esté por la labor.

Me deslizo más abajo dentro del agua, dejando que bloquee todo sonido a

mi alrededor. Desearía que la bañera se expandiera para que pudiera nadar, como

solía hacer en los días cálidos de verano con mi padre. Esos días eran especiales.

Nos iríamos temprano por la mañana y caminaríamos más lejos de lo habitual por

el bosque, hacia un pequeño lago que él había encontrado mientras cazaba. Ni

siquiera recuerdo aprender a nadar, de lo pequeña que era cuando me enseñó.

Sólo recuerdo bucear, dando volteretas y chapoteando por allí. El fondo fangoso

del lago bajo mis pies. El olor a flores y a verde. Flotar sobre la espalda, tal y como

estoy haciendo ahora, mirando al cielo azul mientras el bosque quedaba

silenciado por el agua. Él embolsaría las aves acuáticas que anidaban junto a la

orilla, yo buscaría huevos entre la hierba, y ambos buscaríamos raíces de katniss,

la planta por la cual me había puesto mi nombre, en los bajíos. Por la noche,

cuando llegáramos a casa, mi madre fingiría no reconocerme por lo limpia que

estaba. Después cocinaría una cena alucinante de pato asado y tubérculos de

katniss al horno con salsa.

Nunca llevé a Gale al lago. Podría haberlo hecho. Lleva mucho tiempo ir

allí, pero las aves acuáticas son presas tan fáciles que puedes recuperar el tiempo

de caza perdido. Sin embargo, es un lugar que en realidad nunca he querido

compartir con nadie, un lugar que nos pertenecía tan sólo a mi padre y a mí.

Desde los Juegos, cuando he tenido tan poco con que ocupar mis días, he ido allí

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un par de veces. La natación aún estaba bien, pero en lo fundamental la visita me

deprimía. Durante el curso de los últimos cinco años, el lago está

remarcablemente incambiado y yo estoy casi irreconocible.

Incluso bajo el agua puedo oír los sonidos de la conmoción. Cláxones de

coches pitando, gritos de bienvenida, puertas cerrándose con portazos. Sólo

puede significar que mi comitiva ha llegado. Apenas tengo tiempo para secarme

con una toalla y deslizarme dentro de un albornoz cuando mi equipo de

preparación irrumpe en el cuarto de baño. No se cuestiona la privacidad. En lo que

respecta a mi cuerpo, no tenemos secretos, estos tres y yo.

― ¡Katniss, tus cejas! ― Grita Venia nada más entrar, e incluso con los

negros nubarrones cerniéndose sobre mí, tengo que ahogar una carcajada. Su

pelo aguamarina ha sido estilizado de modo que ahora sale disparado en puntas

afiladas rodeándole toda la cabeza, y los tatuajes dorados que antes estaban

confinados sobre sus cejas se han estirado hacia debajo de sus ojos, todo

contribuyendo a la expresión de que literalmente la he dejado en shock. Octavia

viene y le da unos golpecitos a Venia en la espalda para calmarla, su cuerpo lleno

de curvas pareciendo más gordo de lo habitual junto a la figura delgada y

angulosa de Venia.

― Calma, calma. Puedes arreglar eso en un periquete. Pero ¿qué voy a

hacer yo con estas uñas? ― Me agarra la mano y la aplana entre las dos suyas de

color guisante. No, su piel ya no es exactamente verde guisante. Es más como un

ligero verde perenne. El cambio en el tono es sin duda un intento de estar en la

cresta de la ola de las caprichosas modas del Capitolio. ― De verdad, Katniss,

¡podrías haberme dejado algo con lo que trabajar! ― Gimotea. Es cierto. Me he

mordido las uñas muchísimo durante este último par de meses. Pensé en dejar el

hábito pero no podía encontrar una buena razón por la que debiera hacerlo.

― Perdón. ― Musito. No me había pasado mucho tiempo preocupándome

por cómo afectaría a mi equipo de preparación.

Flavius levanta varios mechones de mi pelo húmedo y enmarañado.

Sacude la cabeza de forma desaprobadora, haciendo que sus tirabuzones

naranjas se pongan a botar.

― ¿Ha tocado alguien esto desde que nos viste por última vez? ―

Pregunta severamente.―Recuerda, te pedimos expresamente que no tocaras

para nada tu pelo.

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― ¡Sí! ― Digo, agradecida de poder demostrar que no los había dado

completamente por garantizados. ― Quiero decir, no, nadie lo ha cortado. Sí que

me acordé de eso. ― No, no me acordé. Es más bien que nunca surgió el tema.

Desde que he vuelto a casa, todo lo que he hecho ha sido ponerlo en su trenza

habitual cayendo por mi espalda. Esto parece aplacarlos, y todos me besan, me

colocan sobre una silla en mi habitación y, como siempre, empiezan a hablar sin

parar ni molestarse en saber si estoy escuchando. Mientras Venia reinventa mis

cejas y Octavia me pone uñas falsas y Flavius me frota pringue en el pelo, lo oigo

todo sobre el Capitolio. Qué éxito fueron los Juegos, qué aburridas han estado las

cosas desde entonces, cómo nadie puede esperar a que Peeta y yo los visitemos

de nuevo al final del Tour de la Victoria. Después de eso, el Capitolio no tardará

mucho en empezar a prepararse para el Quarter Quell (Ndt: no sé cuál será la

traducción oficial de Quarter Quell, pero significa algo así como “Acabar con el

Cuarto”).

― ¿No es emocionante?

― ¿No te sientes muy afortunada?

― En tu primer año como vencedora, ¡y eres mentora en un Quarter Quell!

Sus palabras se superponen en un borrón de excitación.

― Oh, sí. ― Digo con voz neutra. Es lo mejor que consigo. En un año

normal, ser mentor de los tributos es material para pesadillas. Ahora no puedo

caminar por el colegio sin preguntarme a qué chica deberé entrenar. Pero para

poner las cosas aún peor, este es el año de los Septuagésimo quintos Juegos del

Hambre, y eso significa que también es un Quarter Quell. Suceden cada

veinticinco años, señalando el aniversario de la derrota de los distritos con

celebraciones supremas y, para mayor diversión, algún giro miserable para los

tributos. Nunca he estado viva en ninguno, por supuesto. Pero recuerdo oír en el

colegio que, en el segundo Quarter Quell, el Capitolio exigió que se enviara a la

arena el doble de tributos. Los profesores no entran mucho más en detalle, lo que

es sorprendente, porque es el año en que el muy miembro del Distrito 12,

Haymitch Abernathy, ganó la corona.

― ¡Más vale que Haymitch se prepare para un montón de atención! ―

Chilla Olivia. Haymitch nunca me ha mencionado su experiencia personal en la

arena. Yo nunca le preguntaría. Y si alguna vez he visto sus Juegos televisados

en las repeticiones, debía de ser demasiado pequeña para acordarme. Pero este

año el Capitolio no le permitirá olvidar. En cierto modo, es algo bueno que tanto

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Peeta como yo estemos disponibles como mentores durante el Quell, porque es

apuesta segura que Haymitch estará totalmente borracho. Después de haber

agotado el tema del Quarter Quell, mi equipo de preparación salta a algo

totalmente distinto sobre sus vidas incomprensiblemente tontas. Quién dijo qué

sobre alguien del que nunca he oído nada y qué tipo de zapatos acaban de

comprar y una larga historia de Octavia de qué gran error fue el hacer que todo el

mundo llevara plumas a su fiesta de cumpleaños.

En poco tiempo me duelen las cejas, mi pelo está suave y sedoso, y mis

uñas están listas para ser pintadas. Aparentemente les han dado instrucciones de

preparar sólo mis manos y cara, probablemente porque todo lo demás estará

cubierto en el clima frío. Flavius quiere de todo corazón usar su pintalabios

personal de color morado conmigo pero se resigna a uno rosa mientras empiezan

a darle color a mi rostro y uñas. Puedo ver por la paleta que Cinna ha ordenado

que vamos a por algo infantil, no sexy. Eso es bueno. Nunca convenceré a nadie

de nada si estoy intentando ser provocativa. Haymitch lo dejó muy claro cuando

me estaba entrenando para mi entrevista en los Juegos.

Mi madre entra, algo tímidamente, y dice que Cinna le ha pedido que les

enseñe cómo preparó mi pelo el día de la cosecha. Responden con entusiasmo y

luego miran, profundamente absortos, cómo empieza el proceso del elaborado

peinado de trenzas. En el espejo puedo ver sus honestos rostros siguiendo cada

movimiento que hace, lo entusiasmados que están cuando es su turno para

intentar un paso. De hecho, los tres son tan prontamente respetuosos y atentos

con mi madre que me siento mal por ir por ahí sintiéndome tan superior a ellos.

¿Quién sabe quién sería yo o de qué hablaría si hubiera sido criada en el

Capitolio? Tal vez mi mayor pesar habría sido el tener disfraces de plumas en mi

cumpleaños. Cuando mi pelo está listo, encuentro a Cinna en el piso de abajo en

el salón, y ya sólo la visión de él me hace sentirme más esperanzada. Se le ve

igual que siempre, ropa sencilla, pelo marrón corto, sólo un poco de delineador

dorado. Nos abrazamos, y apenas puedo reprimirme de soltarle todo el episodio

con el Presidente Snow. Pero no, he decidido contárselo antes a Haymitch. Él

sabrá mejor a quién cargar con eso. Sin embargo, es tan fácil hablar con Cinna.

Recientemente, hemos estado hablando mucho por el teléfono que venía con la

casa. Es como un chiste, porque casi nadie más que conozcamos tiene uno. Está

Peeta, pero obviamente no lo llamo. Haymitch arrancó el suyo de la pared hace

años. Mi amiga Madge, la hija del alcalde, tiene un teléfono en su casa, pero si

queremos hablar, lo hacemos en persona. Al principio, la cosa casi nunca se

usaba. Después Cinna empezó a llamar para trabajar en mi talento. Se supone

que cada vencedor debe tener uno. Tu talento es la actividad a la que te dedicas

ya que no tienes que trabajar ni en el colegio ni en la industria de tu distrito. Puede

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ser cualquier cosa, en realidad, cualquier cosa sobre la que puedan entrevistarte.

Resulta que Peeta tiene un talento de verdad, que es la pintura. Ha estado

decorando esas tartas y galletas durante años en la panadería de su familia. Pero

ahora que es rico, puede permitirse extender pintura de verdad sobre lienzos. Yo

no tengo un talento, a no ser que cuentes cazar ilegalmente, y ellos no lo cuentan.

O tal vez cantar, algo que no haría para el Capitolio ni en un millón de años. Mi

madre intentó interesarme en una variedad de alternativas apropiadas de la lista

que Effie le envió. Cocinar, preparar flores, tocar la flauta. Ninguna de ellas cuajó,

aunque Prim tenía maña con las tres. Finalmente Cinna entró en escena y se

ofreció a ayudarme a desarrollar mi pasión por diseñar ropa, la cual sí que

necesitaba desarrollo ya que era inexistente. Pero dije que sí porque significaba

hablar con Cinna, y él prometió hacer todo el trabajo.

Ahora está colocando prendas de ropa, telas y cuadernos de bocetos con

diseños que ha dibujado por todo mi salón. Cojo uno de los cuadernos y examino

un vestido que supuestamente creé yo.

― Sabes, creo que soy muy prometedora. ― Digo.

― Vístete, tú, cosa sin valor. ― Dice él, arrojándome un montón de ropa.

Tal vez no tenga interés en diseñar ropa pero adoro la que Cinna hace para mí.

Como esta. Pantalones negros fluidos hechos de un material grueso y cálido. Una

cómoda camisa blanca. Un jersey tejido de hebras verdes y azules y grises de

lana suave como un gatito. Botas de cuero con cordones que no me lastiman en la

punta.

― ¿Diseñé yo mi vestuario? ― Pregunto.

― No, tú aspiras a diseñar tu vestuario y ser como yo, tu héroe de la moda.

― Dice Cinna. Me entrega un pequeño fajo de tarjetas. ― Lee estas fuera de

cámara cuando estén filmando la ropa. Intenta parecer interesada.

Justo entonces, Effie Trinket llega con una peluca naranja calabaza para

recordarle a todo el mundo:

― ¡Tenemos un horario!

Me besa en ambas mejillas mientras hace pasar a los cámaras, después

me ordena en posición. Effie es la única razón por la que llegamos a ningún sitio a

tiempo en el Capitolio, así que intento complacerla. Empiezo a dar botes como un

cachorro, sosteniendo las prendas y diciendo cosas sin importancia como “¿No te

Page 28: los juegos del hambre 2- en llamas

encanta?”. El equipo de sonido me graba leyendo de mis tarjetas con voz alegre

para poder insertarlo después, después me lanzan fuera de la habitación para

poder filmar en paz los diseños que yo/Cinna hice/hizo. Prim salió pronto del

colegio debido al evento. Ahora está en la cocina, siendo entrevistada por otro

equipo. Se la ve adorable en un vestido azul celeste que resalta sus ojos, con su

pelo rubio recogido con un lazo a juego. Está un poco inclinada hacia delante

sobre las puntas de sus relucientes botas blancas como si estuviera a punto de

echarse a volar, como . . .

¡Bam! Es como si alguien me golpeara de verdad en el pecho. Nadie lo ha

hecho, por supuesto, pero el dolor es tan real que retrocedo un paso. Cierro con

fuerza los ojos y no veo a Prim―veo a Rue, la niña de doce años del Distrito 11

que fue mi aliada en la arena. Ella podía volar, como un pájaro, de árbol en árbol,

sujetándose a las ramas más finas. Rue, a quien no salvé. A quien dejé morir. La

veo tirada en el suelo con la lanza aún clavada en el estómago . . .

¿A quién más fracasaré de salvar de la venganza del Capitolio? ¿Quién

más estará muerto si no satisfago al Presidente Snow?

Me doy cuenta de que Cinna está tratando de ponerme un abrigo, así que

alzo los brazos. Siento el pelaje, por dentro y por fuera, enjaulándome. No es de

un animal que haya visto nunca. “Armiño”, me dice mientras acaricio la manga

blanca. Guantes de cuero. Una brillante bufanda roja. Algo peludo me cubre las

orejas.

― Estás volviendo a poner de moda las orejeras.

Odio las orejeras, pienso. Hacen que sea difícil oír y, ya que me quedé

sorda de un oído en la arena, me gustan todavía menos. Después de que ganara,

el Capitolio reparó mi oído, pero de vez en cuando aún me descubro comprobando

si funciona.

Mi madre se acerca corriendo con algo en la mano.

― Para la buena suerte. ― Dice.

Es la insignia que me dio Madge antes de que marchara a los Juegos. Un

sinsajo volando en un círculo de oro. Intenté dárselo a Rue pero no quiso cogerlo.

Dijo que la insignia había sido la razón de que se decidiera a confiar en mí. Cinna

la fija en el nudo de la bufanda. Effie Trinket está cerca, dando palmadas.

Page 29: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¡Atención, todo el mundo! Estamos a punto de grabar el primer plano de

exteriores, donde los vencedores se saludan al principio de su maravilloso viaje.

Bien, Katniss, gran sonrisa, estás muy excitada, ¿verdad? ― No exagero cuando

dijo que me empuja por la puerta. Por un momento no puedo ver bien por la nieve,

que ahora está cayendo con ganas. Después puedo ver que Peeta está saliendo

por la puerta de su casa. En mi cabeza oigo la directiva del Presidente Snow,

“Convénceme a mí.” Y sé que debo. En mi rostro nace una enorme sonrisa y

empiezo a caminar en dirección a Peeta. Después, como si no pudiera soportarlo

ni un segundo más, empiezo a correr. Él me coge y me gira en el aire y luego

patina―aún no controla completamente su pierna artificial―y caemos sobre la

nieve, yo sobre él, y allí es donde compartimos nuestro primer beso en meses.

Está lleno de pelo y nieve y pintalabios, pero debajo de todo eso, puedo sentir la

estabilidad que Peeta le da a todo. Y sé que no estoy sola. A pesar de todo el

daño que le he hecho, no me expondrá frente a la cámara. No me condenará con

un beso poco entusiasta. Aún está cuidando de mí. Tal y como hizo en la arena.

De alguna forma ante esa idea me entran ganas de llorar. En vez de eso lo ayudo

a levantarse, introduzco mi guante en la curva de su brazo, y alegremente tiro de

él hacia delante.

El resto del día es un borrón de ir a la estación, decirle adiós a todo el

mundo, el tren saliendo, el viejo equipo―Peeta y yo, Effie y Haymitch, Cinna y

Portia, la estilista de Peeta―cenando una comida indescriptiblemente deliciosa

que no recuerdo. Y después me pongo el pijama y un voluminoso albornoz,

sentada en mi mullido compartimento, esperando a que se duerman los demás.

Sé que Haymitch estará despierto durante horas. No le gusta dormir cuando fuera

está oscuro.

Cuando el tren parece silencioso, me pongo las zapatillas y voy hasta su

puerta. Tengo que llamar varias veces antes de que responda, con una mirada

asesina, como si estuviera seguro de que he traído malas noticias.

― ¿Qué quieres? ― Dice, casi dejándome inconsciente con una nube de

vapores de licor.

― Tengo que hablar contigo. ― Susurro.

― ¿Ahora? ― Pregunta. Asiento. ― Más vale que sea bueno. ― Él espera,

pero estoy segura de que cualquier palabra que digamos en un tren del Capitolio

está siendo grabada. ―

¿Bien? ― Ladra.

Page 30: los juegos del hambre 2- en llamas

El tren empieza a frenar y por un segundo pienso que el Presidente Snow

me está mirando y no aprueba que confíe en Haymitch y ha decidido seguir

adelante y matarme ahora. Pero sólo estamos parando para repostar.

― El aire en el tren está muy viciado. ― Digo.

Es una frase inocente, pero veo que los ojos de Haymitch se estrechan con

comprensión.

― Sé lo que necesitas. ― Pasa a mi lado y se va por el pasillo dando

bandazos hasta una puerta. Cuando consigue abrirla, una ráfaga de nieve nos

golpea. Se cae al suelo. Una encargada del Capitolio se apresura a ayudar, pero

Haymitch rechaza su ayuda alegremente mientras sale a trompicones.

― Sólo quiero algo de aire fresco. Sólo será un minuto.

― Perdón. Está borracho. ― Digo a modo de disculpa. ― Yo lo traeré. ―

Salto abajo y voy tambaleándome por la vía detrás de él, empapándome las

zapatillas de nieve, mientras me dirige más allá del final del tren donde nadie nos

oirá. Después se vuelve hacia mí.

― ¿Qué?

Se lo cuento todo. Sobre la visita del presidente, sobre Gale, sobre cómo

todos vamos a morir si fracaso.

Su expresión se vuelve sobria, envejece bajo el brillo de las luces rojas

traseras.

― Entonces no puedes fracasar.

― Si sólo pudieras ayudarme a salir adelante en este viaje . . . ― Empiezo.

― No, Katniss, no es sólo este viaje. ― Dice él.

― ¿Qué quieres decir?

― Incluso si salieras adelante ahora, volverán en otros pocos meses a

llevarnos a todos a los Juegos. Tú y Peeta ahora seréis mentores, cada año de

ahora en adelante. Y cada año revisitarán el romance y publicarán los detalles de

Page 31: los juegos del hambre 2- en llamas

vuestra vida privada, y nunca jamás podrás hacer nada que no sea vivir feliz para

siempre con ese chico. El pleno impacto de lo que está diciendo me golpea.

Nunca tendré una vida con Gale, ni siquiera si lo deseo. Nunca me permitirán vivir

sola. Tendré que estar eternamente enamorada de Peeta. El Capitolio insistirá en

ello. Tal vez tenga unos pocos años, porque todavía tengo dieciséis, para estar

con mi madre y con Prim. Y después . . . y después . . .

― ¿Entiendes lo que quiero decir? ― Me presiona.

Asiento. Quiere decir que sólo hay un futuro, si quiero mantener a mis seres

queridos con vida y seguir con vida yo misma. Tendré que casarme con Peeta.

Caminamos trabajosamente y en silencio de vuelta hacia el tren. En el

pasillo fuera de mi puerta, Haymitch me da una palmadita en el hombro y dice:

― Podría haberte ido mucho peor, ya lo sabes.

Se va a su compartimento, llevándose el olor a vino consigo. Ya en mi

cuarto, me quito las zapatillas empapadas, el albornoz húmedo y el pijama. Hay

más en los cajones pero me limito a arrastrarme debajo de las mantas en mi ropa

interior. Me quedo mirando a la oscuridad, pensando en mi conversación con

Haymitch. Todo lo que ha dicho sobre las expectaciones del Capitolio es cierto, al

igual que mi futuro con Peeta, e incluso su último comentario. Por supuesto,

podría haberme ido mucho peor que Peeta. Pero eso no es lo importante, ¿o sí?

Una de las pocas libertades que tenemos en el Distrito 12 es el derecho a

casarnos con quien nos plazca o a no casarnos en absoluto. Y ahora hasta eso

me ha sido arrebatado. Me pregunto si el Presidente Snow insistirá en que

tengamos hijos. Si los tenemos, tendrán que enfrentarse a la cosecha cada año.

¿Y no sería todo un hito ver al hijo no sólo de uno, sino de dos vencedores,

elegido para la arena? Ha habido hijos de vencedores antes en el ring. Siempre es

causa de mucha excitación y genera mucho de qué hablar sobre cómo la suerte

no está de parte de esa familia. Pero sucede con demasiada frecuencia como para

tratarse sólo de suerte. Gale está convencido de que el Capitolio lo hace a

propósito, amaña el sorteo para añadirle más drama. Dados todos los problemas

que he causado, probablemente haya garantizado a cualquier hijo que tuviera un

puesto en los Juegos. Pienso en Haymitch, soltero, sin familia, ahogando al

mundo en la bebida. Podría haber elegido a cualquier mujer del distrito. Y eligió la

soledad. No, no la soledad―eso suena muy pacífico. Más como el confinamiento

solitario. ¿Fue eso porque, habiendo estado en la arena, sabía que era mejor que

arriesgarse a la alternativa? Yo tuve el gusto de probar esa alternativa cuando

llamaron a Prim el día de la cosecha y la vi caminar hacia el tablado para morir.

Page 32: los juegos del hambre 2- en llamas

Pero como hermana suya pude ocupar su puesto, una opción prohibida a nuestra

madre. Mi mente busca alternativas frenéticamente. No puedo dejar que el

Presidente Snow me condene a esto. Incluso aunque suponga terminar con mi

vida. Antes que eso, sin embargo, intentaría huir. ¿Qué harían si simplemente me

esfumara? ¿Si desapareciera en el bosque y nunca más volviera a salir? ¿Podría

incluso llevar a todos mis seres queridos conmigo, empezar una nueva vida en la

espesura? Muy poco probable pero no imposible. Sacudo la cabeza para aclararla.

Este no es el momento de hacer locos planes de escape. Tengo que

concentrarme en el Tour de la Victoria. Los destinos de demasiadas personas

dependen de que ofrezca un buen espectáculo.

El amanecer llega antes que el sueño, y allí está Effie, golpeando en mi

puerta. Me pongo cualesquiera que sean las ropas que están en la parte de arriba

del cajón y me arrastro hasta el vagón comedor. No veo qué diferencia supone la

hora a la que me levante, ya que este es día de viaje, pero después resulta que

todos los arreglos de ayer sólo eran para llevarme a la estación de tren. Hoy

recibiré las atenciones de mi equipo de preparación.

― ¿Por qué? Hace demasiado frío como para enseñar nada. ― Gruño.

― No en el Distrito Once. ― Dice Effie.

El Distrito 11. Nuestra primera parada. Preferiría empezar en cualquier otro

distrito ya que este es el hogar de Rue. Pero así no es como funciona el Tour de la

Victoria. Habitualmente empieza en el Distrito 12 y después va en orden

descendente de distrito hasta el 1, seguido del Capitolio. El distrito del vencedor se

salta y se reserva para el final de todo. Ya que el 12 ofrece la celebración menos

fabulosa de todas―habitualmente sólo una cena para los tributos y un rally de

victoria en la plaza, donde nadie tiene pinta de estarse divirtiendo en lo más

mínimo―es probablemente mejor sacarnos de en medio tan pronto como sea

posible. Este año, por primera vez desde que Haymitch ganó, la parada final del

tour será el 12, y el Capitolio será de lo más generoso con las festividades.

Intento disfrutar de la comida tal y como dijo Hazelle. Está claro que el

personal de cocina está tratando de complacerme. Han preparado mi favorito,

estofado de cordero con ciruelas pasas, entre otras delicias. Zumo de naranja y

una cafetera de humeante chocolate caliente me esperan en mi sitio. Así que

como mucho, y la comida está más allá de todo reproche, pero no se puede decir

que la esté disfrutando. También estoy enfadada porque no haya aparecido nadie

más que Effie y yo.

Page 33: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿Dónde están los demás? ― Pregunto.

― Oh, quién sabe dónde está Haymitch. ― Dice Effie. En realidad no

esperaba a Haymitch porque probablemente esté aún acostándose. ― Cinna

estuvo despierto hasta tarde organizando tu vagón de vestuario. Debe de tener

más de un centenar de vestidos para ti. Tu ropa de noche es exquisita. Y el equipo

de Peeta probablemente aún esté durmiendo.

― ¿Él no necesita preparación?

― No tanta como tú. ― Responde Effie.

¿Qué significa eso? Significa que me paso la mañana dejando que me

arranquen el pelo del cuerpo mientras Peeta duerme hasta tarde. No había

pensado mucho sobre ello, pero en la arena por lo menos algunos de los chicos

pudieron quedarse con su vello corporal mientras que ninguna de las chicas pudo.

Ahora puedo recordar el de Peeta, mientras lo bañaba junto al arroyo. Muy rubio al

sol, una vez estuvo limpio de barro y sangre. Sólo su rostro permanecía

completamente suave. A ninguno de los chicos le creció la barba, y muchos eran

lo bastante mayores como para que les creciera. Me pregunto qué les hicieron. Si

yo me siento hecha trizas, mi equipo de preparación parece estar en condiciones

aún peores, bebiendo café a cubos y compartiendo pastillas de brillantes colores.

Por lo que he visto, nunca se levantan antes de mediodía a no ser que haya algún

tipo de emergencia nacional, como el pelo de mis piernas. Estaba tan contenta

cuando también él volvió a crecer. Como si fuera una señal de que tal vez las

cosas estuvieran volviendo a la normalidad. Paso los dedos por el vello suave y

ondulado de mis piernas y me entrego a mi equipo. Ninguno de ellos está a la

altura de su cháchara habitual, así que puedo oír cómo cada cabello es arrancado

de su folículo. Tengo que sumergirme en una bañera llena de una solución espesa

y maloliente, mientras mi cara y mi pelo son embadurnadas con cremas. Dos

baños más siguen, con otros mejunjes menos ofensivos. Me depilan y restriegan y

masajean hasta que quedo en carne viva. Flavius me alza la barbilla y suspira.

― Es una vergüenza que Cinna dijera que no se te hicieran alteraciones.

― Sí, podríamos convertirte en algo muy especial. ― Dice Octavia.

― Cuando sea mayor. ― Dice Venia casi amargamente. ― Entonces

tendrá que dejarnos.

Page 34: los juegos del hambre 2- en llamas

¿Hacer qué? ¿Hinchar mis labios como los del Presidente Snow?

¿Tatuarme el pecho?

¿Teñir mi piel de magenta e implantarle gemas? ¿Ponerme garras curvas?

¿O bigotes de gato? Vi todas esas cosas y más en la gente del Capitolio. ¿Tienen

la más mínima idea de lo monstruosos que nos parecen a los demás?

La idea de ser abandonada a los caprichos de la moda de mi equipo de

preparación sólo se suma a las miserias que compiten por mi atención―mi cuerpo

explotado, mi falta de sueño, mi matrimonio obligatorio, y el terror de ser incapaz

de satisfacer las demandas del Presidente Snow. Para cuando llego a la comida,

donde Effie, Cinna, Portia, Haymitch y Peeta han empezado sin mí, estoy

demasiado hundida para hablar. Están delirando sobre la comida y lo bien que

duermen en los trenes. Todo el mundo está lleno de excitación por el tour. Bueno,

todo el mundo excepto Haymitch. Él está mimando una resaca y mordisqueando

una magdalena. Yo tampoco tengo mucha hambre, tal vez porque me llené de

demasiadas cosas ricas esta mañana o tal vez porque estoy demasiado

disgustada. Jugueteo con un cuenco de caldo, comiendo tan sólo una o dos

cucharadas. Ni siquiera puedo mirar a Peeta―mi designado futuro

marido―aunque ya sé que nada de esto es culpa suya. La gente se da cuenta,

tratan de incluirme en la conversación, pero simplemente no les hago caso. En

algún punto, el tren se detiene. Nuestro servidor anuncia que no será tan sólo una

parada para repostar―alguna parte no funciona y tienen que sustituirla. Requerirá

por lo menos una hora. Esto le provoca un ataque a Effie. Saca su horario y

empieza a trabajar en cómo el retraso impactará en cada evento durante el resto

de nuestras vidas. Finalmente ya no puedo soportar seguir escuchándola.

― ¡A nadie le importa, Effie! ― Suelto. Todos en la mesa se me quedan

mirando, incluso Haymitch, quien pensarías que estaría de mi parte en esta

materia ya que Effie lo vuelve loco. Me pongo inmediatamente a la defensiva. ―

¡Bueno, a nadie le importa! ― Digo, y me levantó y abandono el vagón comedor.

El tren parece asfixiante de repente y ahora me estoy sintiendo

definitivamente enferma. Encuentro la puerta de salida, la obligo a

abrirse―activando algún tipo de alarma, la cual ignoro―y salto al suelo esperando

aterrizar sobre nieve. Pero el aire es cálido y agradable sobre mi piel. Los árboles

aún tienen hojas verdes. ¿Cuánto al sur hemos llegado en un día? Camino por la

vía, guiñando los ojos ante el brillante sol, lamentando ya mis palabras a Effie. Ella

no es la culpable de mi presente aprieto. Debería volver y disculparme. Mi

arrebato fue el colmo de los malos modales, y los modales le importan a ella

profundamente. Pero mis pies siguen avanzando por la vía, pasando el final del

Page 35: los juegos del hambre 2- en llamas

tren, dejándolo atrás. Un retraso de una hora. Puedo andar por lo menos veinte

minutos en una dirección y volver con tiempo más que de sobra. En vez de eso,

después de un centenar de metros, me dejo caer al suelo y me siento allí, mirando

a la distancia. Si tuviera arco y flechas, ¿me limitaría a seguir adelante? Después

de un rato oigo pisadas detrás de mí. Será Haymitch, viniendo a reñirme. No es

que no lo merezca, pero aún así no quiero oírlo.

― No estoy de humor para sermones. ― Aviso al manojo de hierbajos junto

a mis pies.

― Trataré de ser breve. ― Peeta se sienta a mi lado.

― Pensé que eras Haymitch. ― Digo.

― No, aún está trabajando en esa magdalena. ― Miro mientras Peeta

posiciona su pierna artificial. ― Un mal día, ¿eh?

― No es nada. ― Digo.

Inspira profundamente.

― Mira, Katniss, llevo un tiempo con la intención de hablarte sobre la forma

de la que actué en el tren. Quiero decir, el último tren. El que nos trajo a casa. Yo

sabía que tú tenías algo con Gale. Estaba celoso de él incluso antes de conocerte

oficialmente. Y no fue justo atarte a nada que sucediera en los Juegos. Lo siento.

Su disculpa me toma por sorpresa. Es cierto que Peeta rompió toda relación

conmigo después de que le confesara que mi amor por él durante los Juegos era

algo así como una actuación. En la arena, había jugado con ese ángulo de

interpretación todo lo que había podido. Había habido veces en que sinceramente

no sabía cómo me sentía con respecto a él. En realidad todavía no lo sé.

― Yo también lo siento. ― Digo. No estoy segura de por qué, exactamente.

Tal vez porque hay una probabilidad muy real de que esté a punto de destruirlo.

― No hay nada por lo que debas disculparte. Sólo nos estabas

manteniendo con vida. Pero no quiero que sigamos así, ignorándonos

mutuamente en la vida real y cayendo sobre la nieve cada vez que hay una

cámara cerca. Así que pensé que si dejaba de estar tan, ya sabes, herido,

podríamos intentar ser amigos.

Page 36: los juegos del hambre 2- en llamas

Todos mis amigos probablemente vayan a terminar muertos, pero rechazar

a Peeta no lo va a mantener con vida.

― Vale. ― Digo. Su ofrecimiento sí consigue hacer que me sienta mejor.

De alguna forma, menos mentirosa. Habría sido bonito si me hubiera venido con

esto antes, antes de que supiera que el Presidente Snow tenía otros planes y que

ser sólo amigos ya no era una opción para nosotros. Pero aún así, me alegra que

estemos hablando de nuevo.

― Así que, ¿qué es lo que va mal? ― Pregunta.

No puedo decírselo. Jugueteo con el manojo de hierbajos.

― Empecemos con algo más básico. ¿No es raro que sepa que

arriesgarías tu vida para salvar la mía . . . pero que no sepa cuál es tu color

favorito? ― Dice. Una sonrisa llega a mis labios.

― Verde. ¿Cuál es el tuyo?

― Naranja.

― ¿Naranja? ¿Cómo el pelo de Effie?

― Un poco más apagado . . . Más como . . . el atardecer. El atardecer.

Puedo verlo de inmediato, el aro del sol en descenso, el cielo surcado por suaves

tonos naranjas. Precioso. Recuerdo la galleta del lirio atigrado y, ahora que Peeta

está volviendo a dirigirme la palabra, apenas si consigo no contarle toda la historia

del Presidente Snow. Pero Haymitch dijo que no. Es mejor atenerse a trivialidades.

― Sabes, todo el mundo está delirando con tus pinturas. Me siento mal por

no haberlas visto. ― Digo.

― Bueno, tengo un vagón lleno de ellas. ― Se levanta y me ofrece la

mano. ― Vamos. Es bueno sentir de nuevo sus dedos entrelazados con los míos,

no por el espectáculo sino por auténtica amistad. Volvemos al tren de la mano. En

la puerta, me acuerdo.

― Antes tengo que disculparme con Effie.

― No temas pasarte de largo. ― Me dice Peeta.

Page 37: los juegos del hambre 2- en llamas

Así que cuando volvemos al vagón comedor, donde los demás aún están

comiendo, le ofrezco a Effie una disculpa que creo que es muy exagerada pero

que en su mente probablemente apenas si pueda compensar por mi falta a la

etiqueta. Para crédito suyo, Effie la acepta graciosamente. Dice que está claro que

estoy bajo mucha presión. Y sus comentarios sobre la necesidad de que alguien

esté pendiente de los horarios sólo duran cinco minutos. De verdad, he salido

fácilmente de esta.

Cuando Effie acaba, Peeta me dirige unos vagones más abajo para ver sus

cuadros. No sé lo que estaba esperando. Versiones más grandes de las galletas

de flores, tal vez. Pero esto es algo completamente diferente. Peeta ha pintado los

Juegos.

De algunos no te darías cuenta al momento, si no hubieras estado con él en

la arena en persona. El agua goteando por las grietas de nuestra cueva. El lecho

seco del estanque. Un par de manos, las suyas, escarbando en busca de raíces.

Otros que cualquier espectador reconocería. El cuerno dorado llamado la

Cornucopia. Clove ordenando los cuchillos dentro de su chaqueta. Uno de los

mutos, sin duda el rubio y de ojos verdes que se suponía debía ser Glimmer,

gruñendo mientras se acercaba a nosotros. Y yo. Yo estoy por todas partes. Arriba

en un árbol. Golpeando una camisa contra las piedras en el arroyo. Tumbada e

inconsciente sobre un charco de sangre. Y una que no puedo situar―tal vez es

así como me veía cuando su fiebre estaba alta―emergiendo de una niebla

plateada que combina exactamente con mis ojos.

― ¿Qué opinas? ― Pregunta.

― Los odio. ― Digo. Casi puedo oler la sangre, el polvo, el aliento

antinatural del muto. ―

Todo lo que yo hago es ir por ahí intentando olvidarme de la arena y tú la

has devuelto a la vida. ¿Cómo recuerdas estas cosas con tanta exactitud?

― Las veo cada noche. ― Dice él.

Sé a lo que se refiere. Las pesadillas―a las que no era ajena antes de los

Juegos― ahora me asedian cada vez que me duermo. Pero la antigua estándar,

la de mi padre explotando en pedazos en las minas, es escasa. En vez de eso

revivo versiones de lo que sucedió en la arena. Mi inútil intento de salvar a Rue.

Peeta sangrando a muerte. El cuerpo hinchado de Glimmer desintegrándose entre

Page 38: los juegos del hambre 2- en llamas

mis manos. El horrible final de Cato con las mutaciones. Estos son los visitantes

más frecuentes.

― Yo también. ¿Esto ayuda? ¿Pintarlas?

― No lo sé. Creo que estoy algo menos asustado de ir a dormir por las

noches, o me digo a mí mismo que lo estoy. ― Dice. ― Pero no se han ido a

ninguna parte.

― Tal vez no lo harán. Las de Haymitch no lo han hecho. ― Haymitch no lo

dice, pero estoy segura de que esa es la razón por la que no le gusta dormir en la

oscuridad.

― No. Pero para mí, es mejor despertarme con un pincel que con un

cuchillo en la mano. ― Dice. ― Así que ¿de verdad los odias?

― Sí. Pero son extraordinarios. De verdad. ― Digo. Y lo son. Pero ya no

quiero mirarlos más. ― Vamos, ya casi estamos en el Distrito Once. Vamos a

echarle un vistazo. Vamos al último vagón del tren. Hay sillas y sofás para

sentarse, pero lo que es extraordinario es que las ventanas traseras se retraen

hacia el techo así que estás en el exterior, al aire libre. Inmensos campos abiertos

con manadas de ganado vacuno pastando en ellos. Tan distinto a nuestro hogar

lleno de bosque. Reducimos un poco la velocidad y creo que vamos a hacer otra

parada, cuando la verja se alza ante nosotros. Alzándose por lo menos a diez

metros de altura y coronada por espirales retorcidas de alambre de espino, hace

que la nuestra del Distrito 12 parezca infantil. Mis ojos rápidamente inspeccionan

la base, que está alineada con enormes placas de metal. No habría forma de salir

por debajo de esas, no habría forma de escaparse a cazar. Después veo las torres

de vigía, colocadas a intervalos regulares, ocupadas por guardias armados, tan

fuera de lugar entre los campos de flores salvajes que los rodean.

― Esto es diferente. ― Dice Peeta.

Rue sí me había dado la impresión de que las reglas en el Distrito 11 se

forzaban de forma más agresiva. Pero nunca había imaginado algo como esto.

Ahora empiezan los cultivos, extendiéndose hasta más allá de donde

alcanza la vista. Hombres, mujeres y niños llevando sombreros de paja para

protegerse del sol se incorporan, se giran hacia nosotros, se toman un momento

para estirar la espalda mientras ven pasar nuestro tren. Puedo ver huertas en la

distancia, y me pregunto si es allí donde Rue habría trabajado, recolectando la

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fruta de las ramas más delgadas en las cumbres de los árboles. Pequeñas

comunidades de cabañas―en comparación las casas en la Veta son de clase

alta―aparecen aquí y allá, pero están todas desiertas. Debe de necesitarse cada

mano para la cosecha.

Sigue y sigue. No me puedo creer la extensión del Distrito 11.

― ¿Cuánta gente crees tú que vive aquí? ― Pregunta Peeta. Sacudo la

cabeza. En el colegio se refieren a él como un distrito grande, eso es todo. Sin

cifras reales sobre la población. Pero aquellos chicos que vemos ante las cámaras

esperando por la cosecha cada año, no pueden ser más que una muestra de los

que viven aquí en realidad. ¿Qué hacen? ¿Tienen sorteos preliminares?

¿Escogen de antemano a los ganadores y se aseguran de que están entre la

multitud? ¿Cómo exactamente acabó Rue sobre ese tablado con nada salvo el

viento ofreciéndose a tomar su puesto?

Empiezo a cansarme de la inmensidad, de lo interminable que es este sitio.

Cuando Effie viene a mandarnos que nos vistamos, no objeto. Voy a mi

compartimento y dejo que mi equipo de preparación me haga el pelo y el

maquillaje. Cinna viene con un bonito vestido naranja con un patrón de flores

otoñales. Pienso en cuánto le gustará el color a Peeta. Effie nos junta a Peeta y a

mí y repasa el programa una última vez. En algunos distritos los vencedores

conducen por la ciudad mientras los residentes los aclaman. Pero en el 11―tal

vez porque no hay una ciudad, para empezar, estando todo tan esparcido, o

quizás porque no quieren gastar a tanta gente en tiempo de cosecha―la aparición

pública está confinada a la plaza. Tiene lugar ante el Edificio de Justicia, una

inmensa estructura de mármol. En otros tiempos debió de ser algo de gran

belleza, pero el tiempo ha hecho su trabajo. Incluso en televisión puedes ver la

hiedra cubriendo la decadente fachada, la bajada del tejado. La plaza en sí misma

está rodeada de escaparates venidos a menos, la mayoría de los cuales están

abandonados. Donde quiera que sea que la gente bien viva en el Distrito 11, no es

aquí. Toda nuestra aparición pública estará situada en el exterior de aquello a lo

que Effie se refiere como la galería, la extensión con baldosas entre las puertas

frontales y la escalera que está ensombrecida por un techo sujeto por columnas.

Peeta y yo seremos presentados, el alcalde del 11 leerá un discurso en nuestro

honor, y responderemos con un agradecimiento por guión proporcionado por el

Capitolio. Si un vencedor tuviera algún aliado especial entre los tributos muertos,

se considera bueno agregar también varios comentarios personales. Debería decir

algo sobre Rue, y también sobre Thresh, de verdad, pero cada vez que intentaba

escribirlo en casa, acababa con un papel en blanco mirándome a la cara. Es difícil

para mí hablar sobre ellos sin ponerme emotiva. Afortunadamente, Peeta tiene

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una cosilla preparada, y con varias leves alteraciones, puede servir para ambos. Al

final de la ceremonia seremos obsequiados con algún tipo de placa, y después

podremos retirarnos al Edificio de Justicia, donde será servida una cena especial.

Mientras el tren entra en la estación del Distrito 11, Cinna le da los últimos

retoques a mi conjunto, cambiando mi diadema naranja por una de oro metálico y

asegurando en el vestido la insignia del sinsajo que llevé en la arena. No hay

comité de bienvenida en la plataforma, sólo una cuadrilla de ocho agentes de la

paz que nos dirigen a la parte trasera de una furgoneta acorazada. Effie bufa

cuando la puerta se cierra con un clank detrás de nosotros.

― De verdad, se diría que somos criminales. ― Dice.

No todos, Effie. Sólo yo, pienso.

La furgoneta nos deja detrás del Edificio de Justicia. Nos llevan

rápidamente al interior. Puedo oler que están preparando una excelente comida,

pero no bloquea los olores a moho y putrefacción. No nos han dejado tiempo para

curiosear. Mientras vamos en línea hasta la entrada delantera, puedo oír cómo

empieza a sonar el himno en la plaza. Alguien me pone un micrófono de clip.

Peeta me coge la mano izquierda. El alcalde nos está presentando mientras las

inmensas puertas se abren con un gruñido.

― ¡Grandes sonrisas! ― Dice Effie, y nos da un empujoncito. Nuestros pies

empiezan a moverse hacia delante.

Esto es. Esto es cuando tengo que convencer a todo el mundo de lo

enamorada que estoy de Peeta, pienso. La solemne ceremonia está muy

organizada, así que no estoy segura de cómo hacerlo. No es momento de besos,

pero tal vez pueda incluir uno. Hay un sonoro aplauso, pero ninguna de las otras

respuestas que obtuvimos en el Capitolio, los vítores y hurras y silbidos. Andamos

por la galería sombreada hasta que se termina el tejado y estamos en pie ante

unas grandes escaleras de mármol bajo el sol abrasador. Mientras mis ojos se

ajustan, veo que de los edificios de la plaza han colgado banderas que ayudan a

cubrir su estado de abandono. Está todo lleno de gente, pero una vez más, sólo

una fracción de la gente que vive aquí.

Como siempre, una plataforma especial ha sido construida al final del

tablado para las familias de los tributos muertos. En el lado de Thresh , sólo hay

una anciana jorobada y una chica alta y musculada que supongo es su hermana.

En el de Rue . . . no estoy preparada para la familia de Rue. Sus padres, cuyos

Page 41: los juegos del hambre 2- en llamas

rostros llevan todavía fresca la tristeza. Sus cinco hermanos pequeños que se

parecen tanto a ella. Las constituciones menudas, los luminosos ojos castaños.

Forman una bandada de pequeños pájaros oscuros. El aplauso se apaga y el

alcalde pronuncia el discurso en nuestro honor. Dos niñas pequeñas se acercan

con dos inmensos ramos de flores. Peeta pronuncia su parte del guión establecido

y después encuentro a mis labios moviéndose para concluirlo. Afortunadamente,

mi madre y Prim me lo han taladrado en el cerebro, así que puedo hacerlo

dormida. Peeta tiene sus comentarios personales escritos en una tarjeta, pero no

la saca. En vez de eso habla en su estilo sencillo y encantador sobre Thresh y

Rue llegando a los ocho finales, sobre cómo ambos me mantuvieron con vida―y

así manteniéndolo a él con vida―y cómo esta es una deuda que nunca podremos

pagar. Y entonces vacila antes de añadir algo que no estaba escrito en la tarjeta.

Tal vez es porque pensó que Effie se lo haría borrar.

― No puede en modo alguno sustituir vuestras pérdidas, pero como prueba

de nuestro agradecimiento nos gustaría que cada una de las familias de los

tributos del Distrito Once recibieran un mes de nuestras ganancias cada año

durante el resto de nuestras vidas. La multitud no puede sino responder con gritos

ahogados y murmullos. No hay precedente para lo que ha hecho Peeta. Ni

siquiera sé si es legal. Probablemente él tampoco lo sabe, así que no preguntó por

si acaso no lo era. En cuanto a las familias, sólo se nos quedan mirando en estado

de shock. Sus vidas cambiaron para siempre cuando perdieron a Thresh y Rue,

pero este regalo las cambiará de nuevo. Un mes de ganancias de tributo pueden

proporcionar fácilmente sustento a una familia durante un año. Mientras vivamos,

no pasarán hambre. Miro a Peeta y me dirige una sonrisa triste. Oigo la voz de

Haymitch. “Podría haberte ido mucho peor.” En este momento, es imposible

imaginar cómo podría irme nada mejor. El regalo. . . es perfecto. Así que cuando

me pongo de puntillas para besarlo, no se siente forzado en absoluto.

El alcalde avanza para entregarnos a cada uno una placa que es tan

grande que tengo que dejar en el suelo mi ramo para sujetarla. La ceremonia está

a punto de terminar cuando veo a una de las hermanas de Rue mirándome. Debe

de tener unos nueve años y es prácticamente una réplica exacta de Rue, en la

forma en la que permanece en pie con los brazos ligeramente extendidos. A pesar

de las buenas noticias sobre las ganancias, no es feliz. De hecho, me mira con

reproche. ¿Es porque no salvé a Rue?

No. Es porque no le he dado las gracias, pienso.

Una ola de vergüenza me recorre de la cabeza a los pies. La niña tiene

razón. ¿Cómo puedo quedarme aquí de pie, pasiva y callada, dejándole todas las

Page 42: los juegos del hambre 2- en llamas

palabras a Peeta? Si ella hubiera ganado, Rue nunca hubiera dejado que mi

muerte se quedara sin una canción. Recuerdo cómo me preocupé en la arena de

cubrirla de flores, para asegurarme de que su pérdida no pasara desapercibida.

Pero ese gesto no significará nada si no lo respaldo ahora.

― ¡Esperen! ― Avanzo a trompicones, presionando la placa contra mi

pecho. Mi tiempo asignado para hablar ha venido y se ha ido, pero debo decir

algo. Mi deuda es demasiado grande. E incluso si les hubiera prometido todas mis

ganancias a las familias, eso no disculparía mi silencio hoy.

― Esperen, por favor. ― No sé cómo empezar, pero una vez que lo hago,

las palabras salen de mis labios como un chorro, como si se hubieran formado en

el fondo de mi mente hace mucho tiempo.

― Quiero ofrecerles mis agradecimientos a los tributos del Distrito Once. ―

Digo. Miro a la pareja de mujeres en el lado de Thresh. ― Sólo hablé con Thresh

una vez. Tan sólo lo bastante como para que me perdonara la vida. No lo conocía,

pero siempre lo respeté. Por su poder. Por su negación a jugar los Juegos con las

reglas de nadie salvo las suyas propias. Los tributos profesionales querían que se

aliara con ellos desde el principio, pero él no quería. Lo respeté por eso.

Por primera vez la anciana jorobada―¿es la abuela de Thresh?―levanta la

cabeza y la sombra de una sonrisa juega en sus labios.

Ahora la multitud está en silencio, tan en silencio que me pregunto cómo lo

consiguen. Deben de estar todos conteniendo la respiración.

Me vuelvo hacia la familia de Rue.

― Pero siento como si conociera a Rue, y siempre estará conmigo. Todas

las cosas hermosas me la traen a la mente. La veo en las flores amarillas que

crecen en la Pradera junto a mi casa. La veo en los sinsajos que cantan en los

árboles. Pero más que nada, la veo en mi hermana, Prim. ― No puedo fiarme de

mi voz, pero ya casi he acabado. ― Gracias por vuestros hijos. ― Alzo la barbilla

para dirigirme a la multitud. ― Y gracias a todos por el pan. Me quedo allí de pie,

sintiéndome pequeña y rota, miles de ojos clavados en mí. Hay una larga pausa.

Después, desde algún lugar entre la multitud, alguien silba la canción de Rue de

cuatro notas de los sinsajos. La que señalaba el final del día en las huertas. La

que significaba seguridad en la arena. Hacia el final de la cancioncilla, he

encontrado al que silba, un hombre viejo con una camisa roja gastada y un

pantalón de peto. Sus ojos encuentran los míos. Lo que sucede a continuación no

Page 43: los juegos del hambre 2- en llamas

es un accidente. Está demasiado bien ejecutado para ser espontáneo porque

sucede completamente al unísono. Cada persona en la multitud presiona los tres

dedos centrales de la mano izquierda contra sus labios y los extiende hacia mí. Es

nuestro signo del Distrito 12, el último adiós que le di a Rue en la arena. Si no

hubiera hablado con el Presidente Snow, este gesto tal vez me llevara a las

lágrimas. Pero con sus órdenes recientes de calmar a los distritos aún frescas en

mis oídos, me llena de terror. ¿Qué pensará de este saludo tan público a la chica

que desafió al Capitolio? El pleno impacto de lo que he hecho me golpea. No era

intencionado―sólo quería expresar mi agradecimiento―pero he provocado algo

peligroso. Un acto de desacuerdo por parte de la gente del Distrito 11. ¡Esta es

exactamente la clase de cosa que debería estar aplacando!

Intento pensar en algo que decir que le reste importancia a lo que acaba de

suceder, que lo niegue, pero puedo oír la pequeña explosión de estática que

indica que mi micrófono ha sido apagado y el alcalde ya ha tomado la palabra.

Peeta y yo aceptamos una ronda final de aplausos. Me dirige de vuelta hacia las

puertas, ignorante de que algo ha ido mal. Me encuentro mal y tengo que pararme

un momento. Pequeños pedacitos de brillante sol bailan ante mis ojos.

― ¿Te encuentras bien? ― Pregunta Peeta.

― Sólo mareada. El sol era tan brillante. ― Digo. Veo su ramo. ― Olvidé

mis flores. ―

Musito.

― Yo las cogeré. ― Dice él.

― Puedo yo. ― Respondo.

Ahora estaríamos a salvo dentro del Edificio de Justicia, si yo no me hubiera

detenido, si no hubiera dejado mis flores. En vez de ello, desde la profunda

sombra de la galería, lo vemos todo.

A un par de agentes de la paz arrastrando al viejo que silbó a la parte alta

de las escaleras. Obligándolo a arrodillarse ante la multitud. Y metiéndole una bala

en la cabeza. 5

El hombre acaba de caerse al suelo cuando un muro de uniformes blancos

de agentes de la paz bloquea nuestro campo de visión. Varios de los soldados

Page 44: los juegos del hambre 2- en llamas

tienen armas automáticas sujetas de lado mientras nos empujan de vuelta a la

puerta.

― ¡Ya nos vamos! ― Dice Peeta, empujando al agente de la paz que está

haciendo presión sobre mí. ― Lo pillamos, ¿vale? Vamos, Katniss. ― Su brazo

me rodea y me guía de vuelta al Edificio de Justicia. Los agentes de la paz nos

siguen a uno o dos pasos de distancia. En cuanto estamos dentro, las puertas se

cierran y oímos las botas de los agentes de la paz moverse otra vez hacia la

muchedumbre.

Haymitch, Effie, Portia y Cinna esperan bajo una pantalla llena de estática

que está montada sobre la pared, sus rostros crispados por la ansiedad.

― ¿Qué ha pasado? ― Se acerca corriendo Effie. ― Perdimos la señal

justo después del precioso discurso de Katniss, y después Haymitch dijo que le

pareció oír un disparo, y yo dije que eso era ridículo, pero ¿quién sabe? ¡En todas

partes hay lunáticos!

― No ha pasado nada, Effie. Sólo petardeó una camioneta vieja, eso es

todo. ― Dice Peeta con tranquilidad.

Dos disparos más. La puerta no ahoga mucho su sonido. ¿Quién era ese?

¿La abuela de Thresh? ¿Una de las hermanas pequeñas de Rue?

― Vosotros dos. Conmigo. ―Dice Haymitch. Peeta y yo lo seguimos,

dejando atrás a los demás. Los agentes de la paz que están estacionados fuera

del Edificio de Justicia se interesan poco por nuestros movimientos ahora que

estamos a salvo en el interior. Ascendemos por una magnífica escalera de caracol

de mármol. En la parte alta hay un largo pasillo con una alfombra raída en el

suelo. Unas puertas dobles están abiertas, dándonos la bienvenida a la primera

sala que encontramos. El techo debe de tener seis metros de altura. Hay diseños

de fruta y flores grabados en las molduras y niños pequeños, regordetes y con

alas nos miran desde arriba, desde cada ángulo. Jarrones de flores desprenden

un olor empalagoso que hace que me piquen los ojos. Nuestra ropa de noche

cuelga de perchas contra la pared. Este cuarto ha sido arreglado para uso nuestro,

pero apenas estamos aquí lo bastante como para recoger nuestros regalos.

Después Haymitch nos arranca los micrófonos del pecho, los entierra debajo del

cojín de un sofá, y nos indica que le sigamos.

Por lo que yo sé, Haymitch sólo ha estado aquí una vez, cuando estaba en

su Tour de la Victoria hace décadas. Pero debe de tener una memoria

Page 45: los juegos del hambre 2- en llamas

impresionante o instintos muy fiables porque nos guía a través de un laberinto de

escaleras torcidas y pasillos cada vez más estrechos. A veces tiene que parar y

forzar una puerta. Por el chirrido de protesta de los goznes puedes saber que hace

mucho tiempo desde la última vez que fue abierta. Después de un tiempo subimos

por una escalera de mano hasta una trampilla. Cuando Haymitch la empuja a un

lado, nos encontramos en la cúpula del Edificio de Justicia. Es un lugar inmenso

lleno de muebles rotos, pilas de libros y cuadernos de contabilidad, y armas

oxidadas. La capa de polvo que lo cubre todo es tan gruesa que se ve claramente

que no ha sido molestada en años. La luz lucha por filtrarse a través de cuatro

tristes ventanas cuadradas situadas a los lados de la cúpula. Haymitch le da una

patada a la trampilla para que se cierre y se vuelve hacia nosotros.

― ¿Qué ha pasado? ― Pregunta.

Peeta relata todo lo sucedido en la plaza. El silbido, el saludo, cómo

vacilamos en la galería, el asesinato del anciano.

― ¿Qué está pasando, Haymitch?

― Será mejor si viene de ti. ― Me dice Haymitch.

No estoy de acuerdo. Creo que será cien veces peor si viene de mí. Pero se

lo cuento todo a Peeta con tanta calma como puedo. Sobre el Presidente Snow, el

nerviosismo en los distritos. Ni siquiera omito el beso con Gale. Expongo cómo

todos estamos en peligro, cómo todo el país está en peligro por mi truco con las

bayas.

― Se suponía que debía arreglar las cosas en este tour. Hacer creer a todo

aquel que tuviera dudas que había actuado por amor. Calmar las cosas. Pero

obviamente, todo lo que he hecho hoy es conseguir que mataran a tres personas,

y ahora todos los de la plaza serán castigados. ― Me encuentro tan mal que tengo

que sentarme en un sofá, a pesar de los muelles y el relleno expuestos.

― Entonces yo también empeoré las cosas. Dando el dinero. ― Dice

Peeta. De repente golpea una lámpara que estaba precariamente situada sobre un

cajón y la lanza al otro lado de la sala, donde se hace añicos contra el suelo. ―

Esto tiene que parar. Ya. Este . . . este . . . juego que jugáis vosotros dos, donde

os contáis secretitos el uno al otro pero me dejáis fuera a mí como si fuera

demasiado intranscendente o estúpido o débil para soportarlos.

― No es así, Peeta . . . ― Empiezo.

Page 46: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¡Es exactamente así! ― Me grita. ― ¡Yo también tengo gente que me

importa, Katniss!

Familia y amigos en el Distrito Doce que estarán tan muertos como los

tuyos si no hacemos bien esto. Así que, después de todo por lo que pasamos en

la arena, ¿ni siquiera soy digno de que me digáis la verdad?

― Siempre eres tan fiable y tan bueno, Peeta. ― Dice Haymitch. ― Tan

listo sobre cómo te presentas a ti mismo ante las cámaras. No quería estropear

eso.

― Bueno, me has sobreestimado. Porque hoy la fastidié de veras. ¿Qué

crees tú que va a pasarles a las familias de Thresh y de Rue? ¿Crees que

conseguirán sus partes de nuestras ganancias? ¿Crees que les he dado un

brillante futuro? ¡Porque yo creo que tendrán suerte si sobreviven a este día! ―

Peeta lanza otra cosa por los aires, una estatua. Nunca lo he visto así.

― Tiene razón, Haymitch. ― Digo. ― Fue un error no contárselo. Incluso

allá en el Capitolio.

― Incluso en la arena, vosotros dos teníais trabajado algún tipo de sistema,

¿verdad? ―

Pregunta Peeta. Ahora su voz está más calmada. ― Algo de lo que yo no

formaba parte.

― No. No oficialmente. Sólo que yo podía deducir qué es lo que Haymitch

quería que hiciera según lo que enviaba, o no enviaba. ― Digo.

― Bueno, yo nunca tuve esa oportunidad. Porque nunca me envió nada

hasta que apareciste tú. ― Dice Peeta.

No he pensado mucho sobre esto. Cómo debe de haber parecido desde la

perspectiva de Peeta cuando aparecí en la arena habiendo recibido medicina para

las quemaduras y pan mientras que él, que estaba a las puertas de la muerte, no

había conseguido nada. Como si Haymitch me hubiera estado manteniendo con

vida a sus expensas.

― Mira, chico . . . ― Empieza Haymitch.

Page 47: los juegos del hambre 2- en llamas

― No te molestes, Haymitch. Sé que tenías que elegir a uno de los dos. Y

yo habría querido que fuera ella. Pero esto es algo distinto. Hay gente muerta ahí

fuera. Más les seguirán a no ser que seamos muy buenos. Todos sabemos que yo

soy mejor que Katniss delante de las cámaras. Nadie tiene que guiarme para

saber qué decir. Pero tengo que saber en qué me estoy metiendo. ― Dice Peeta.

― De ahora en adelante, estarás plenamente informado. ― Promete

Haymitch.

― Más te vale. ― Dice Peeta. Ni siquiera se molesta en mirarme antes de

salir. El polvo que ha levantado flota y busca nuevos lugares sobre los que

posarse. Mi pelo, mis ojos, mi brillante insignia dorada.

― ¿Me elegiste, Haymitch? ― Pregunto.

― Sí.

― ¿Por qué? Te gusta más él.

― Eso es verdad. Pero recuerda, hasta que cambiaron las reglas, yo sólo

podía aspirar a sacar a uno de allí con vida. Pensé que ya que él estaba decidido

a protegerte, bueno, entre los tres, tal vez fuéramos capaces de traerte a casa.

― Oh. ― Es todo lo que se me ocurre decir.

― Ya verás, las elecciones que deberás tomar. Si sobrevivimos a esto. ―

Dice Haymitch. ―

Aprenderás.

Bueno, hoy he aprendido una cosa. Este lugar no es una versión más

grande del Distrito 12. Nuestra valla no está vigilada y rara vez está cargada.

Nuestros agentes de la paz no son bien recibidos pero son menos brutales.

Nuestros apuros suscitan más cansancio que furia. Aquí en el 11, sufren con más

agudeza y sienten más desesperación. El Presidente Snow tiene razón. Una

chispa podría ser suficiente para incendiarlos.

Todo está pasando demasiado rápido para que pueda procesarlo. El aviso,

los disparos, el reconocimiento de que quizás haya puesto en movimiento algo de

grandes consecuencias. Todo el asunto es tan improbable. Y sería una cosa si

Page 48: los juegos del hambre 2- en llamas

hubiera planeado remover las cosas, pero dadas las circunstancias . . . ¿cómo

demonios causé tantos problemas?

― Vamos. Tenemos una cena a la que asistir. ― Dice Haymitch. Me quedo

en la ducha tanto como me lo permiten antes de tener que salir para que me

arreglen. El equipo de preparación parece ignorante de los eventos del día. Todos

están excitados por la cena. En los distritos son lo bastante importantes como para

asistir, mientras que en el Capitolio casi nunca consiguen invitaciones para fiestas

de prestigio. Mientras tratan de predecir qué platos se servirán, no dejo de ver

cómo le destrozan la cabeza al anciano. Ni siquiera presto atención a lo que nadie

me está haciendo hasta que estoy a punto de salir y me veo en el espejo. Un

vestido sin tiras rosa pálido me roza los zapatos. Mi pelo está apartado del rostro y

cayendo por mi espalda en una cascada de tirabuzones. Cinna llega desde atrás y

me coloca un reluciente chal plateado alrededor de los hombros. Se encuentra con

mi mirada en el espejo.

― ¿Te gusta?

― Es precioso. Como siempre.

― Veamos qué tal queda con una sonrisa. ― Dice amablemente. Es su

recordatorio de que en un minuto habrá otra vez cámaras. Consigo alzar las

comisuras de los labios. ― Allá vamos. Cuando nos juntamos todos para bajar a

cenar, me doy cuenta de que Effie no sabe nada. Está claro que Haymitch no le ha

dicho lo que pasó en la plaza. No me sorprendería que Cinna y Portia lo supieran,

pero parece haber un acuerdo no hablado de dejar a Effie fuera de las malas

noticias. Aunque no se tarda mucho en oír acerca del problema. Effie repasa el

horario de la noche, luego lo lanza a un lado.

― Y después, menos mal, podemos subir a ese tren y salir de aquí. ―

Dice.

― ¿Pasa algo malo, Effie? ― Pregunta Cinna.

― No me gusta la forma en que hemos sido tratados. Metidos en

camionetas y apartados de la plataforma. Y después, hace cosa de una hora,

decidí salir a mirar alrededor del Edificio de Justicia. Soy algo así como una

experta en diseño arquitectónico, sabes. ― Dice ella.

― Oh, sí, lo he oído. ― Dice Portia antes de que la pausa se haga

demasiado larga.

Page 49: los juegos del hambre 2- en llamas

― Así que, sólo estaba echando un vistazo por ahí porque las ruinas de

distritos van a ser el último grito este año, cuando aparecieron dos agentes de la

paz y me ordenaron volver a nuestros aposentos. ¡Uno de ellos incluso me empujó

con su pistola! ― Dice Effie. No puedo evitar pensar que este es el resultado

directo de la desaparición de Haymitch, Peeta y mía antes durante el día. Es algo

reconfortante, sin embargo, pensar que Haymitch tal vez haya tenido razón. Que

nadie estaría monitorizando la cúpula polvorienta donde hablamos. Aunque me

apuesto a que ahora sí lo hacen.

Effie parece tan disgustada que la abrazo espontáneamente.

― Eso es horrible, Effie. Tal vez no debiéramos ir a la cena después de

todo. Por lo menos hasta que se disculparan. ― Sé que nunca estará de acuerdo

con esto, pero se anima considerablemente ante la sugerencia, ante la validación

de su queja.

― No, lo soportaré. Es parte de mi trabajo lidiar con los puntos altos y los

bajos. Y no podemos dejar que vosotros dos os perdáis la cena. Pero gracias por

el ofrecimiento, Katniss. Effie nos ordena en formación para nuestra entrada.

Primero los equipos de preparación, después ella, los estilistas, Haymitch. Peeta y

yo, por supuesto, ocupamos la retaguardia. En algún punto por debajo de

nosotros, músicos empiezan a tocar. Cuando la primera onda de nuestra pequeña

procesión empieza a bajar los escalones, Peeta y yo nos damos la mano.

― Haymitch dice que hice mal en gritarte. Que tú sólo operabas bajo sus

instrucciones. ―

Dice Peeta. ― Y no es como si yo no te hubiera ocultado cosas en el

pasado. Recuerdo el shock que había supuesto oír a Peeta confesar su amor por

mí delante de todo Panem. Haymitch había sabido acerca de eso y no me lo había

dicho.

― Creo que yo también rompí unas cuantas cosas después de esa

entrevista.

― Sólo una urna. ― Dice él.

― Y tus manos. Aunque ya no tiene sentido, ¿verdad? ¿No ser sinceros el

uno con el otro?

Page 50: los juegos del hambre 2- en llamas

― No tiene sentido. ―Dice Peeta. Estamos de pie en la parte alta de las

escaleras, dándole a Haymitch una ventaja de quince pasos tal y como indicó

Effie. ― ¿De verdad fue esa la única vez que besaste a Gale?

Estoy tan sorprendida que respondo.

― Sí. ― Con todo lo que ha pasado hoy, ¿de verdad lo estaba

reconcomiendo esa pregunta?

― Esos son quince. Hagámoslo. ― Dice.

Una luz nos golpea, y pongo la sonrisa más brillante que puedo. Bajamos

los escalones y somos absorbidos por lo que se convierte en una ronda

indistinguible de cenas, ceremonias, y viajes en tren. Cada día es lo mismo.

Despertarse. Vestirse. Conducir entre muchedumbres que nos aclaman. Escuchar

el discurso en nuestro honor. Dar un discurso de agradecimiento en respuesta,

pero sólo el que nos dio el Capitolio, ahora nunca añadidos personales. A veces

un breve tour: un vistazo al mar en un distrito, altos bosques en otro, feas fábricas,

campos de trigo, refinerías malolientes. Vestirse con ropa de noche. Acudir a la

cena. Tren.

Durante las ceremonias, somos solemnes y respetuosos pero siempre

unidos, por nuestras manos, nuestros brazos. En las cenas, estamos al borde del

delirio por nuestro mutuo amor. Nos besamos, bailamos, nos pillan intentando

escaparnos para estar a solas. En el tren, nos sentimos silenciosamente

miserables mientras intentamos evaluar el efecto que estamos teniendo.

Incluso con nuestros discursos personales para aplacar el descontento―es

innecesario decir que los que pronunciamos en el Distrito 11 fueron editados antes

de que el evento fuera emitido en televisión―puedes sentir algo en el aire, el

murmullo de la ebullición en una pota a punto de desbordarse. No en todas partes.

Algunas multitudes tienen ese aire de ganado fatigado que sé que el Distrito 12

suele proyectar en las ceremonias de los vencedores. Pero en

otros―particularmente el 8, el 4 y el 3―hay una genuina euforia en los rostros de

la gente cuando nos ve y, bajo la euforia, furia. Cuando gritan mi nombre, es más

un grito de venganza que una aclamación. Cuando los agentes de la paz se

acercan para calmar a una muchedumbre indisciplinada, esta les devuelve el

empujón en vez de retraerse. Y entonces sé que no hay nada que yo hubiera

podido hacer jamás para cambiar esto. Ninguna muestra de amor, aunque creíble,

cambiaría esta marea. Si el que alzara esas bayas fue un acto de locura pasajera,

entonces esta gente también abrazará la locura.

Page 51: los juegos del hambre 2- en llamas

Cinna empieza a recoger mi ropa alrededor de la cintura. El equipo de

preparación se vuelve loco por los círculos debajo de mis ojos. Effie empieza a

darme pastillas para dormir, pero no funcionan. No lo bastante bien. Sólo me

duermo para despertarme a pesadillas que han incrementado en número e

intensidad. Peeta, que se pasa una gran parte de la noche vagando por el tren, me

oye gritar mientras lucho por salir del aturdimiento de la droga que sólo prolonga

los horribles sueños. Él consigue despertarme y tranquilizarme. Después se sube

a la cama para sostenerme hasta que vuelvo a dormirme. Después de eso,

rechazo las pastillas. Pero cada noche lo dejo entrar en mi cama. Soportamos la

oscuridad tal y como lo hacíamos en la arena, envueltos en los brazos del otro,

protegiéndonos de peligros que pueden descender en cualquier momento. No

pasa nada más, pero nuestro arreglo rápidamente se convierte en objeto de

cotilleo en el tren.

Cuando Effie me lo menciona, pienso, Bien. Tal vez le llegue al Presidente

Snow. Le digo que haremos un esfuerzo por ser más discretos, pero no lo

hacemos. Las consecutivas apariciones en el 2 y el 1 son su propia clase de

horribles. Cato y Clove, los tributos del Distrito 2, tal vez hubieran llegado ambos a

casa si Peeta y yo no lo hubiéramos hecho. Yo maté personalmente a la chica,

Glimmer, y al chico del Distrito 1. Mientras intento evitar mirar a su familia, me

entero de que su nombre era Marvel. ¿Cómo es que nunca lo supe? Supongo que

antes de los Juegos no presté atención, y después no lo quise saber. Para cuando

llegamos al Capitolio, estamos desesperados. Hacemos apariciones interminables

ante muchedumbres adoradoras. No hay peligro de un levantamiento aquí entre

los privilegiados, entre aquellos cuyos nombres nunca se introducen en las bolas

de la cosecha, aquellos cuyos hijos nunca mueren por supuestos crímenes

cometidos hace generaciones. No necesitamos convencer a nadie en el Capitolio

de nuestro amor, pero nos aferramos a la débil esperanza de que aún podemos

llegarles a algunos de los que no pudimos convencer en los distritos. Lo que

quiera que hagamos parece demasiado poco, demasiado tarde. De vuelta en

nuestras habitaciones en el Centro de Entrenamiento, yo soy la que sugiere la

proposición pública de matrimonio. Peeta accede a hacerlo pero luego desaparece

en su habitación durante mucho tiempo. Haymitch me dice que lo deje solo.

― Creí que lo quería, de todas formas. ― Digo.

― No así. ― Dice Haymitch. ― Él quería que fuera real.

Vuelvo a mi habitación y me acuesto debajo de las mantas, intentando no

pensar en Gale y no pensando en otra cosa.

Page 52: los juegos del hambre 2- en llamas

Esa noche, en el escenario delante del Centro de Entrenamiento,

balbuceamos como podemos nuestras respuestas a una lista de preguntas.

Caesar Flickerman, en su brillante traje azul medianoche, su pelo, párpados y

labios aún teñidos de azul pastel, nos guía sin fallos en la entrevista. Cuando nos

pregunta sobre el futuro, Peeta se coloca sobre una rodilla, abre su corazón, y me

suplica que me case con él. Yo, por supuesto, acepto. Caesar está fuera de sí, la

audiencia del Capitolio está histérica, planos de muchedumbres por todo Panem

muestran un país loco de felicidad.

El Presidente Snow en persona nos hace una visita sorpresa para

felicitarnos. Le da la mano a Peeta y le da una palmadita aprobadora en el

hombro. A mí me abraza, envolviéndome en el olor a sangre y rosas, y planta un

beso hinchado en mi mejilla. Cuando se aparta, sus dedos clavándose en mis

brazos, su cara sonriendo a la mía, me atrevo a alzar las cejas. Ellas preguntan lo

que mis labios no pueden. ¿Lo hice? ¿Fue suficiente? ¿Fue el renunciar a todo

por ti, seguir el juego, prometer casarme con Peeta, suficiente? Como respuesta,

sacude la cabeza casi imperceptiblemente. 6

En ese único levísimo movimiento, veo el fin de la esperanza, el principio de

la destrucción de todo lo que quiero en el mundo. No puedo adivinar qué forma

tomará mi castigo, qué amplitud abarcará la red, pero cuando termine, lo más

probable es que ya no quede nada. Así que creerías que llegados a este punto,

estaría en la cumbre de la desesperación. He aquí lo raro. Lo máximo que siento

es alivio. Que ya puedo abandonar este juego. Que la pregunta de si puedo

triunfar en esta empresa ha sido respondida, incluso si dicha respuesta es un

sonoro no. Que si los momentos desesperados requieren medidas desesperadas,

entonces soy libre para actuar con tanta desesperación como me plazca.

Sólo que no aquí, todavía no. Es esencial volver al Distrito 12, porque la

parte principal de cualquier plan incluiría a mi madre y hermana, Gale y su familia.

Y Peeta, si consigo hacer que venga con nosotros. Añado a Haymitch a la lista.

Estas son las personas que debo llevar conmigo cuando escape a la espesura del

bosque. Cómo los convenceré, dónde iremos en lo más crudo del invierno, qué

llevará evadir la captura, son preguntas sin respuesta. Pero por lo menos sé qué

debo hacer.

Así que en vez de doblarme sobre el suelo y llorar, me encuentro

irguiéndome más y con más confianza de la que he tenido en semanas. Mi

sonrisa, aunque algo loca, no es forzada. Y cuando el Presidente Snow silencia a

la audiencia y dice, “¿Qué opináis de que les organicemos una boda aquí en el

Page 53: los juegos del hambre 2- en llamas

Capitolio?” interpreto a la chica-casi-catatónica-de-alegría sin fallo alguno. Caesar

Flickerman pregunta si el presidente tiene una fecha en mente.

― Oh, antes de que pongamos una fecha, mejor que lo dejemos claro con

la madre de Katniss. ― Dice el presidente. El público suelta una gran carcajada y

el presidente me rodea con un brazo. ― Tal vez si todo el país lo asimila,

conseguiremos casarte antes de los treinta.

― Probablemente tenga usted que aprobar una nueva ley. ― Digo con una

risita.

― Si eso es lo que hace falta. ― Dice el presidente con buen humor

cómplice. Oh, cómo nos divertimos los dos juntos.

La fiesta, que tiene lugar en la sala de banquetes de la mansión del

Presidente Snow, no tiene igual. El techo de doce metros ha sido transformado en

el cielo nocturno, y las estrellas se ven exactamente igual que en casa. Supongo

que se ven igual desde el Capitolio, pero ¿cómo saberlo? Siempre hay demasiada

luz de la ciudad para ver aquí las estrellas. A mitad de camino más o menos entre

el techo y el suelo, músicos flotan en lo que parecen ser nubes blancas

algodonosas, pero no puedo ver qué las sostiene en el aire. Las mesas de cena

tradicionales han sido sustituidas por innumerables sofás y sillas acolchados,

algunos rodeando chimeneas, otros junto a fragantes jardines de flores o

estanques llenos de peces exóticos, para que la gente pueda comer y beber y

hacer lo que les plazca en el máximo confort. Hay una gran área de baldosas en el

centro de la sala que sirve para cualquier cosa, desde una pista de baile, a un

escenario para las actuaciones que vienen y van, a otro lugar donde mezclarse

con los invitados extravagantemente vestidos.

Pero la auténtica estrella de la noche es la comida. Mesas repletas de

manjares están alineadas contra las paredes. Todo lo que puedas imaginar, y

cosas que nunca has soñado, esperan. Vacas enteras asadas y cerdos y cabras

aún girando en asadores. Inmensas bandejas de aves rellenas de sabrosas frutas

y frutos secos. Criaturas del océano rociadas con salsas o pidiendo ser

empapadas en especiados mejunjes. Incontables quesos, panes, verduras,

dulces, cascadas de vino, y arroyos de bebidas espirituosas que titilan con llamas.

Mi apetito ha regresado junto a mi deseo de luchar. Después de semanas de

sentirme demasiado preocupada para comer, estoy muerta de hambre.

― Quiero probar todo lo que hay en la sala. ― Le digo a Peeta. Puedo verlo

intentando descifrar mi expresión, para interpretar mi transformación. Dado que no

Page 54: los juegos del hambre 2- en llamas

sabe que el Presidente Snow piensa que he fracasado, sólo puedo asumir que

piensa que hemos triunfado. Tal vez incluso crea que siento algo de felicidad

genuina por nuestro compromiso. Sus ojos reflejan su curiosidad pero sólo

brevemente, porque estamos en pantalla.

― Entonces mejor que te restrinjas. ― Dice.

― Vale, no más de un bocado de cada plato. ― Digo. Mi resolución es casi

inmediatamente minada en la primera mesa, que tiene unas veinte sopas, cuando

encuentro un cremoso puré de calabaza con nuez picada y pequeñas semillas

negras. ― ¡Podría limitarme a comer esto toda la noche! ― Exclamo. Pero no lo

hago. Me debilito otra vez ante un caldo verde claro que sólo puedo describir

como con sabor a primavera, y otra vez cuando pruebo una espumosa sopa rosa

salpicada de frambuesas.

Aparecen rostros, se intercambian nombres, se toman fotos, besos rozan

mejillas. Aparentemente mi insignia del sinsajo ha causado una nueva sensación

en la moda, porque varias personas se acercan a enseñarme sus accesorios. Mi

pájaro ha sido replicado en hebillas de cinturones, grabada en solapas de seda,

incluso tatuada en lugares íntimos. Todo el mundo quiere llevar el recuerdo del

ganador. Sólo puedo imaginar hasta qué punto eso vuelve loco al Presidente

Snow. Pero ¿qué puede hacer él? Los Juegos tuvieron tantísimo éxito aquí, donde

las bayas sólo fueron el símbolo de una chica desesperada intentando salvar a su

amante. Peeta y yo no nos esforzamos en buscar compañía pero siempre

estamos solicitados. Somos aquello que nadie quiere perderse en la fiesta. Actúo

deleitada, pero no tengo el más mínimo interés en esta gente del Capitolio. No son

más que distracciones de la comida. Cada mesa presenta nuevas tentaciones, e

incluso con mi restringido régimen de un bocado por plato, empiezo a sentirme

llena con rapidez. Cojo un pájaro asado del tamaño de un huevo y lo muerdo tal y

como está indicado, comiendo los huesos crujientes y todo. Delicioso. Pero hago

que Peeta coma el resto porque quiero seguir probando cosas, y la idea de tirar la

comida, tal y como veo hacer a tanta gente con tanta facilidad, me resulta

aberrante. Después de unas diez mesas estoy llena, y sólo hemos probado un

pequeño número de los platos disponibles.

Justo entonces llega hasta nosotros mi equipo de preparación. Suenan casi

incoherentes entre el alcohol que han consumido y su éxtasis por estar en un

evento tan importante.

― ¿Por qué no estáis comiendo? ― Pregunta Octavia.

Page 55: los juegos del hambre 2- en llamas

― Lo he hecho, pero no puedo aguantar otro bocado. ― Digo. Ellos se ríen

como si fuera la cosa más tonta que hayan oído nunca.

― ¡Nadie deja que eso los detenga! ― Dice Flavius. Nos llevan hasta una

mesa donde hay pequeños vasos de vino de pie bajo llenos de un líquido claro. ―

¡Bebed esto!

Peeta coge uno para tomar un sorbo y casi se vuelven locos.

― ¡No aquí! ― Chilla Octavia.

― Tienes que hacerlo allí. ― Dice Venia, señalando a las puertas que

llevan a los lavabos. ― ¡O lo echarás todo por el suelo!

Peeta mira otra vez al vaso y lo relaciona todo.

― ¿Queréis decir que esto me hará vomitar?

Mi equipo se ríe histéricamente.

― Por supuesto, para que puedas seguir comiendo. ― Dice Octavia. ― Ya

he estado allí dos veces. Todos lo hacen, o si no ¿cómo te ibas a divertir en un

festín? Me he quedado sin habla, mirando a los bonitos vasitos y todo lo que

implican. Peeta vuelve a poner el suyo en la mesa con tanta precisión que dirías

que iba a detonar.

― Vámonos, Katniss. Vamos a bailar.

La música se filtra desde las nubes mientras me aparta del equipo, la mesa

y más allá hasta la pista. En casa sólo conocemos unos pocos bailes, del tipo que

van con música de flauta y violín y necesitan un buen espacio. Pero Effie nos ha

enseñado algunos que son populares en el Capitolio. La música es lenta y

ensoñadora, así que Peeta me toma entre sus brazos y nos movemos en un

círculo sin prácticamente ningún paso. Podrías hacer este baile en un plato de

tarta. Estamos callados durante un rato. Después Peeta habla con voz tensa.

― Vas por ahí, pensando que puedes lidiar con ello, pensando que tal vez

no sean tan malos, y después . . . ― Se interrumpe.

Todo en lo que puedo pensar son los cuerpos escuálidos de los niños sobre

la mesa de nuestra cocina mientras mi madre prescribe lo que los padres no

Page 56: los juegos del hambre 2- en llamas

pueden dar. Más comida. Ahora que somos ricos, los envía a casa con algo. Pero

a menudo, en los viejos tiempos, no había nada que dar y de todos modos el niño

estaba más allá de toda salvación. Y aquí en el Capitolio están vomitando por el

placer de volver a llenarse las barrigas una y otra vez. No por ninguna enfermedad

del cuerpo ni de la mente, no por comida estropeada. Es lo que todos hacen en

una fiesta. Lo esperado. Parte de la diversión.

Un día cuando pasé a dejarle la caza a Hazelle, Vick estaba enfermo en

casa con un mal caso de tos. Siendo parte de la familia de Gale, el niño tiene que

comer mejor que el noventa por ciento del resto del Distrito 12. Pero aún estuvo

hablando un cuarto de hora de cómo habían abierto una lata de sirope de maíz del

Día del Paquete y cada uno había tomado una cucharada sobre pan e iban a

tomar más quizás más tarde en la semana. Cómo Hazelle había dicho que él

podía tomar un poco en una taza de té para aliviar su tos, pero él no se sentiría

bien a no ser que los otros también tomaran algo. Si es así en casa de Gale,

¿cómo será en las demás casas?

― Peeta, nos traen aquí para luchar a muerte por su entretenimiento. ―

Digo. ― De verdad, esto no es nada en comparación.

― Lo sé. Lo sé. Sólo es que a veces ya no puedo soportarlo. Hasta el punto

en que . . . no estoy seguro de qué haré. ― Se para. Luego susurra. ― Tal vez

nos equivocamos, Katniss.

― ¿Sobre qué? ― Pregunto.

― Sobre intentar acallar las cosas en los distritos. ― Dice. Mi cabeza gira

velozmente de lado a lado, pero nadie parece haber oído. Los cámaras se

desviaron en una mesa de marisco, y las parejas bailando a nuestro alrededor

están o muy borrachas o muy concentradas en sí mismas como para darse

cuenta.

― Lo siento. ― Dice. Debería sentirlo. Este no es lugar para dar voz a semejantes

pensamientos.

― Ahórralo para casa. ― Le digo.

Justo entonces aparece Portia con un hombre grande que parece

vagamente familiar. Lo presenta como Plutarch Heavensbee, el nuevo Vigilante

Jefe. Plutarch le pregunta a Peeta si puede robarme para un baile. Peeta ha

Page 57: los juegos del hambre 2- en llamas

recuperado su cara de cámara y me pasa a él con naturalidad, avisándolo de que

no se tome libertades.

No quiero bailar con Plutarch Heavensbee. No quiero sentir sus manos, una

reposando sobre la mía, una en mi cadera. No estoy acostumbrada a que me

toquen, excepto Peeta o mi familia, y yo coloco a los Vigilantes en algún sitio por

debajo de los gusanos en cuanto a criaturas que quiero en contacto con mi piel.

Pero él parece sentir esto y me sostiene casi a la distancia de un brazo mientras

giramos sobre el suelo.

Charlamos sobre la fiesta, sobre el entretenimiento, sobre la comida, y

después hace un chiste sobre evitar el ponche desde el entrenamiento. No lo pillo,

y después me doy cuenta de que es el hombre que resbaló hacia atrás sobre el

bol del ponche cuando les disparé una flecha a los Vigilantes durante la sesión de

entrenamiento. Bueno, en realidad no. Estaba disparándole a una manzana en la

boca de su cerdo asado. Pero los hice saltar.

― Oh, usted es quien . . . ― Río, acordándome de él salpicando al caerse

en el bol de ponche.

― Sí. Y te complacerá saber que nunca me he recuperado. ― Dice

Plutarch. Quiero decir que veintidós tributos muertos tampoco se recuperarán

nunca de los Juegos que él ayudó a crear. Pero sólo digo:

― Bien. ¿Así que usted es el Vigilante Jefe este año? Eso debe de ser un

gran honor.

― Entre tú y yo, no había muchos aspirantes al puesto. ― Dice. ― Tanta

responsabilidad sobre cómo saldrán los Juegos.

Sí, el último tío está muerto, pienso. Él debe de saber lo de Seneca Crane, pero

no parece preocupado en absoluto.

― ¿Ya están planeando los Juegos del Quarter Quell? ― Digo.

― Oh, sí. Bueno, han estado trabajándose desde hace años, por supuesto.

Las arenas no se construyen en un día. Pero el, por decirlo de algún modo, sabor

de los Juegos se va a determinar ahora. Lo creas o no, tengo una reunión de

estrategia esta noche. Plutarch se aparta un paso y saca un reloj de oro en una

cadena de un bolsillo de su chaleco. Abre la tapa, mira la hora, y frunce el ceño.

Page 58: los juegos del hambre 2- en llamas

― Tendré que irme pronto. ― Gira el reloj para que pueda ver la esfera. ―

Empieza a medianoche.

― Eso parece tarde para . . . ― Digo, pero entonces algo me distrae.

Plutarch ha deslizado su pulgar sobre la esfera de cristal del reloj y durante sólo

un instante aparece una imagen, brillando como si estuviera iluminada por una

vela. Es otro sinsajo. Exactamente como la insignia en mi vestido. Sólo que este

desaparece. Cierra el reloj.

― Eso es muy bonito. ― Digo.

― Oh, es más que bonito. Es único. ― Dice. ― Si alguien pregunta por mí,

di que me he ido a casa a la cama. Se supone que las reuniones se deben

mantener en secreto. Pero pensé que sería seguro decírtelo a ti.

― Sí. Su secreto está a salvo conmigo.

Cuando nos damos la mano, hace una pequeña reverencia, un gesto

común aquí en el Capitolio.

― Bueno, te veré el próximo verano en los Juegos, Katniss. Mis mejores

deseos para con tu compromiso, y buena suerte con tu madre.

― La necesitaré.

Plutarch desaparece y camino sin rumbo entre la multitud, buscando a

Peeta, mientras extraños me felicitan. Por mi compromiso, por mi victoria en los

Juegos, por mi elección en la barra de labios. Respondo, pero en realidad estoy

pensando en Plutarch presumiendo de su bonito y exclusivo reloj. Hay algo

extraño en eso. Casi clandestino. ¿Pero por qué? Tal vez crea que alguien más

robará su idea de poner un sinsajo que desaparece en la esfera de un reloj. Sí,

probablemente pagó una fortuna por eso y ahora no se lo puede enseñar a nadie

porque teme que alguien haga una imitación barata. Sólo en el Capitolio.

Encuentro a Peeta admirando una mesa de tartas elaboradamente decoradas.

Hay panaderos que han venido desde las cocinas especialmente para hablar con

él sobre glaseados, y puedes verlos atropellándose los unos a los otros para

responder a sus preguntas. A petición suya, preparan una muestra de pasteles

pequeños para que se lleve de vuelta al Distrito 12, donde podrá examinar su

trabajo tranquilamente.

Page 59: los juegos del hambre 2- en llamas

― Effie dijo que tenemos que estar en el tren a la una. Me pregunto qué

hora es. ― Dice, mirando a su alrededor.

― Casi medianoche. ― Respondo. Arranco una flor de chocolate de una

tarta con los dedos y la mordisqueo, más allá de preocuparme por mis modales.

― ¡Hora de decir gracias y despedirse! ― Gorjea Effie a la altura de mi

codo. Es uno de esos momentos en los que simplemente adoro su puntualidad

compulsiva. Recogemos a Cinna y a Portia, y nos escolta para decirle adiós a la

gente importante, después nos lleva hasta la puerta.

― ¿No deberíamos darle las gracias al Presidente Snow? ― Dice Peeta. ―

Es su casa.

― Oh, no es muy amigo de fiestas. Demasiado ocupado. ― Dice Effie. ―

Ya he preparado las notas y regalos de rigor para que se le envíen mañana. ¡Aquí

estás! ― Effie saluda con la mano a dos encargados del Capitolio que llevan a un

ebrio Haymitch sujeto en el medio. Viajamos por las calles del Capitolio en un

coche con ventanas tintadas. Detrás de nosotros, otro coche trae a los equipos de

preparación. Las multitudes de gente celebrando son tan grandes que es un viaje

lento. Pero Effie ha hecho una ciencia de esto, y exactamente a la una en punto

estamos de vuelta en el tren y este sale de la estación. Haymitch es depositado en

su cuarto. Cinna ordena té y todos tomamos asiento alrededor de la mesa

mientras Effie hace sonar los papeles de sus horarios y nos recuerda que aún

estamos en el tour.

― Está el Festival de la Cosecha en el Distrito Doce sobre el que pensar.

Así que sugiero que bebamos nuestro té y vayamos directos a la cama. ― Nadie

discute. Cuando abro los ojos, es primera hora de la tarde. Mi cabeza descansa

sobre el brazo de Peeta. No recuerdo que viniera anoche. Me doy la vuelta,

teniendo cuidado de no molestarlo, pero ya está despierto.

― Sin pesadillas. ― Dice.

― ¿Qué? ― Pregunto.

― No tuviste ninguna pesadilla anoche.

Tiene razón. Por primera vez en siglos he dormido toda la noche.

Page 60: los juegos del hambre 2- en llamas

― Aunque tuve un sueño. ― Digo, pensando. ― Estaba siguiendo a un

sinsajo por el bosque. Durante mucho tiempo. En realidad era Rue. Quiero decir,

cuando cantaba, tenía su voz.

― ¿Adónde te llevó? ― Dice, apartándome el pelo de la frente.

― No lo sé. Nunca llegamos. ― Digo. ― Pero me sentía feliz.

― Bueno, dormías como si estuvieras feliz.

― Peeta, ¿cómo es que nunca sé cuándo estás teniendo una pesadilla?

― No lo sé. No creo que grite o me revuelva o nada. Sólo me despierto,

paralizado por el terror.

― Deberías despertarme. ― Digo, pensando sobre cómo puedo interrumpir

su sueño dos o tres veces en una mala noche. Sobre cuánto puede llevarle el

tranquilizarme.

― No es necesario. Mis pesadillas suelen ser sobre perderte a ti. ― Dice.

― Estoy bien en cuanto me doy cuenta de que estás aquí.

Ugh. Peeta hace comentarios como este tan sin venir a cuento, y es como

si me golpeara en el estómago. Sólo está contestando mi pregunta con sinceridad.

No me está presionando para que le responda a la altura, para que haga ninguna

declaración de amor. Pero aún así me siento horrible, como si lo hubiera estado

utilizando de alguna forma terrible. ¿Lo he hecho? No lo sé. Sólo sé que por

primera vez, me siento inmoral por tenerlo aquí en mi cama. Lo que es irónico ya

que ahora estamos oficialmente prometidos.

― Será peor cuando estemos en casa y duerma solo otra vez. ― Dice. Eso

es verdad, ya casi estamos en casa.

La agenda para el Distrito 12 incluye una cena en la casa del Alcalde

Undersee esta noche y un rally de victoria en la plaza durante el Festival de la

Cosecha mañana. Siempre celebramos el Festival de la Cosecha el último día del

Tour de la Victoria, pero habitualmente significa una comida en casa o con unos

pocos amigos si puedes permitírtelo. Este año será un evento público, y ya que el

Capitolio lo estará organizando, todo el mundo en todo el distrito tendrá la barriga

llena.

Page 61: los juegos del hambre 2- en llamas

La mayor parte de nuestra preparación tiene lugar en la casa del alcalde, ya

que volvemos a estar cubiertos de pieles para las apariciones en exteriores. Sólo

estamos brevemente en la estación de tren, para sonreír y saludar mientras

subimos al coche. Ni siquiera vemos a nuestras familias hasta la cena de esta

noche.

Me alegro de que sea en la casa del alcalde en vez de en el Edificio de

Justicia, donde tuvo lugar el memorial por mi padre, donde me llevaron tras la

cosecha para esos desgarradores adioses a mi familia. El Edificio de Justicia está

demasiado lleno de tristeza. Pero me gusta la casa del Alcalde Undersee,

especialmente ahora que su hija Madge y yo somos amigas. Siempre lo fuimos, de

algún modo. Se hizo oficial cuando vino a decirme adiós antes de que me

marchara a los Juegos. Cuando me dio la insignia del sinsajo para desearme

suerte. Después de llegar a casa empezamos a pasar tiempo juntas. Resulta que

también Madge tiene bastantes horas vacías que llenar. Al principio fue un poco

incómodo porque no sabíamos qué hacer. A otras chicas de nuestra edad les he

oído hablar sobre chicos, u otras chicas, o ropa. Madge y yo no somos cotillas y la

ropa me aburre a muerte. Pero después de varios inicios en falso, me di cuenta de

que se moría por ir al bosque, así que la he llevado un par de veces y le he

enseñado a disparar. Ella está intentando enseñarme a tocar el piano, pero más

que nada me gusta oírla tocar a ella. A veces comemos en casa de la otra. A

Madge le gusta más la mía. Sus padres parecen amables pero no creo que los

vea mucho. Su padre tiene que gobernar el Distrito 12 y su madre tiene terribles

jaquecas que la obligan a quedarse en cama durante días.

― Tal vez deberíais llevarla al Capitolio. ― Digo durante una de ellas. Ese

día no estábamos tocando el piano, porque incluso a dos pisos de distancia el

sonido le causaba dolor a su madre. ― Apuesto a que pueden curarla.

― Sí. Pero no vas al Capitolio a no ser que te inviten. ― Dice Madge con

tristeza. Incluso los privilegios del alcalde son limitados.

Cuando llegamos a la casa del alcalde, sólo tengo tiempo de darle a Madge

un abrazo rápido antes de que Effie me apremie a ir al tercer piso a prepararme.

Después de que estoy lista y metida en un vestido plateado hasta los pies, todavía

tengo una hora que llenar antes de la cena, así que me escapo para encontrarla.

La habitación de Madge está en el segundo piso junto a varias habitaciones

de invitados y el estudio de su padre. Meto la cabeza en el estudio para decirle

hola al alcalde, pero está vacío. El televisor está encendido, y me paro a ver

planos de Peeta y míos en la fiesta del Capitolio anoche. Bailando, comiendo,

Page 62: los juegos del hambre 2- en llamas

besándonos. Esto se estará emitiendo en cada casa de Panem ahora mismo. La

audiencia debe de estar harta hasta la muerte de los amantes imposibles del

Distrito 12. Sé que yo lo estoy.

Estoy marchándome de la habitación cuando un pitido capta mi atención.

Me vuelvo para ver a la pantalla de la televisión quedarse negra. Después

aparecen las palabras

“ACTUALIZACIÓN EN EL DISTRITO 8”. Instintivamente sé que esto no es

para mis ojos, sino algo pensado sólo para el alcalde. Debería irme. Rápido. En

vez de ello me descubro acercándome más al televisor.

Aparece una presentadora a la que no he visto nunca antes. Es una mujer

de pelo canoso y una voz ronca y autoritaria. Avisa de que las condiciones están

empeorando y de que se ha activado una alerta de Nivel 3. Se están enviando

fuerzas adicionales al Distrito 8, y la producción textil ha cesado.

Cortan desde la mujer a la plaza mayor del Distrito 8. La reconozco porque

estuve allí apenas la semana pasada. Aún hay banderas con mi rostro agitándose

desde los tejados. Bajo ellas, hay una escena de disturbios. La plaza está llena de

gente gritando, sus rostros escondidos con trapos y máscaras caseras, lanzando

ladrillos. Edificios ardiendo. Agentes de la paz disparan a la multitud, matando

aleatoriamente.

Nunca he visto nada como eso, pero sólo puedo estar presenciando una

cosa. Esto es lo que el Presidente Snow llama un levantamiento.

Una bolsa de cuero llena de comida y un termo de té caliente. Un par de

guantes de piel que dejó atrás Cinna. Tres ramitas, rotas de los árboles desnudos,

sobre la nieve, señalando en la dirección en que viajaré. Esto es lo que dejo para

Gale en nuestro lugar de encuentro habitual el primer domingo después del

Festival de la Cosecha. He seguido adelante a través del frío, del bosque

brumoso, abriendo un camino que no le resultará familiar a Gale pero que les

resulta fácil de encontrar a mis pies. Lleva al lago. Ya no confío en que nuestro

punto de encuentro habitual ofrezca privacidad, y necesito eso y más para

contárselo todo a Gale hoy. ¿Pero vendrá él siquiera? Si no viene, no tendré más

remedio que arriesgarme a ir a su casa en medio de la noche. Hay cosas que

tiene que saber . . . cosas que necesito que me ayude a averiguar . . .

Una vez comprendí las implicaciones de lo que estaba viendo en la

televisión del Alcalde Undersee, fui a la puerta y empecé a bajar por el pasillo.

Page 63: los juegos del hambre 2- en llamas

Justo a tiempo, también, porque el alcalde subió las escaleras instantes después.

Lo saludé.

― ¿Buscando a Madge? ― Dijo amigablemente.

― Sí. Quiero enseñarle mi vestido. ― Dije.

― Bueno, ya sabes dónde encontrarla. ― Justo entonces, otra ronda de

pitidos llegó desde su estudio. Su expresión se agravó. ― Discúlpame. ― Dijo.

Entró en su estudio y cerró la puerta con cuidado.

Esperé en el pasillo hasta que me tranquilicé. Me recordé que debía actuar

con naturalidad. Después encontré a Madge en su cuarto, sentada ante su

tocador, cepillándose el pelo rubio ondulado ante el espejo. Llevaba el mismo

bonito vestido blanco que se había puesto el día de la cosecha. Vio mi reflejo

detrás de sí y sonrió.

― Mírate. Como si hubieras venido directa de las calles del Capitolio. Me

acerqué. Mis dedos tocaron el sinsajo.

― Incluso mi insignia ahora. Los sinsajos causan furor en el Capitolio,

gracias a ti. ¿Estás segura de que no lo quieres de vuelta? ― Pregunté.

― No seas tonta. Fue un regalo. ― Dijo Madge. Se recogió el pelo en un

festivo lazo dorado.

― ¿Dónde lo conseguiste, de todos modos? ― Pregunté.

― Era de mi tía. ― Dijo. ― Pero me parece que ha estado en la familia

mucho tiempo.

― Es una curiosa elección, un sinsajo. ― Dije yo. ― Quiero decir, por lo

que pasó en la rebelión. Con los charlajos haciendo que le saliera el tiro por la

culata al Capitolio, y todo eso. Los charlajos eran mutaciones, pájaros macho

genéticamente alterados creados por el Capitolio como armas para espiar a los

rebeldes de los distritos. Podían recordar y repetir largos pasajes de habla

humana, así que fueron enviados a áreas rebeldes para capturar nuestras

palabras y llevarlas de vuelta al Capitolio. Los rebeldes lo descubrieron y los

volvieron contra el Capitolio a base de enviarlos a casa cargados de mentiras.

Cuando esto fue descubierto, los charlajos fueron abandonados a la muerte. En

unos pocos años, se extinguieron en la naturaleza, pero no antes de que se

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hubieran apareado con arrendajos hembra, creando una especie completamente

nueva.

― Pero los sinsajos nunca fueron un arma. ― Dijo Madge. ― Sólo son

pájaros cantores, ¿verdad?

― Sí, supongo. ― Dije. Pero no es cierto. Un sinsajo sólo es un pájaro

cantor. Un sinsajo es una criatura que el Capitolio nunca pretendió que existiera.

No habían contado con que el altamente controlado charlajo fuera lo bastante listo

como para adaptarse a la vida salvaje, para pasar su código genético, para

sobrevivir en una nueva forma. No habían anticipado su deseo de vivir.

Ahora, mientras avanzo con dificultad por la nieve, veo a los sinsajos

saltando en las ramas mientras escuchan las melodías de otros pájaros, las

replican, y luego las transforman en algo nuevo. Como siempre, me recuerdan a

Rue. Pienso en el sueño que tuve la última noche en el tren, donde la seguí en

forma de sinsajo. Desearía haber podido seguir durmiendo sólo un poco más y

averiguar a dónde estaba intentando llevarme.

Es una larga caminata hasta el lago, sin duda. Si decide seguirme en

absoluto, Gale se va a enfadar por este uso excesivo de energía que podría

gastarse mejor en la caza. Estuvo sospechosamente ausente en la cena en la

casa del alcalde, aunque el resto de su familia vino. Hazelle dijo que estaba

enfermo en casa, lo que era una mentira obvia. Tampoco pude encontrarlo en el

Festival de la Cosecha. Vick me dijo que estaba fuera cazando. Eso

probablemente era cierto.

Después de un par de horas, llego a una casa vieja cerca de la orilla del

lago. Tal vez “casa” sea demasiado nombre para ella. Sólo es una habitación, de

unos siete metros cuadrados. Mi padre pensaba que hace mucho tiempo aquí

había muchos edificios―aún puedes ver algunos de los cimientos―y la gente

venía a ellos a jugar y pescar en el lago. Esta casa duró más que las otras porque

está hecha de cemento. Suelo, techo, tejado. Sólo permanece una de las cuatro

ventanas de vidrio, ondulada y amarilleada por el tiempo. No hay cañerías ni

electricidad, pero la chimenea aún funciona y hay una pila de madera en la

esquina que mi padre y yo recogimos hace años. Enciendo un fuego pequeño,

contando con la niebla para ocultar cualquier humo delator. Mientras prende la

llama, barro hacia fuera la nieve que se ha acumulado bajo las ventanas vacías,

usando una escoba de ramas que mi padre me hizo cuando tenía unos ocho años

y jugaba aquí a las casitas. Después me siento en el pequeño hogar de cemento,

descongelándome junto al fuego y esperando a Gale. Es un tiempo

Page 65: los juegos del hambre 2- en llamas

sorprendentemente corto hasta que aparece. Un arco colgando del hombro, un

pavo salvaje muerto que se debe de haber encontrado por el camino colgando del

cinturón. Se queda de pie en el umbral como si dudara entrar o no. Sostiene la

bolsa de comida sin abrir, el termo, los guantes de Cinna. Regalos que no

aceptará por su ira hacia mí. Sé exactamente cómo se siente. ¿No le hice yo lo

mismo a mi madre?

Lo miro a los ojos. Su temperamento no puede ocultar completamente el

dolor, el sentimiento de traición que siente por mi compromiso con Peeta. Esta

será mi última oportunidad, este encuentro de hoy, de no perder a Gale para

siempre. Podría llevarme horas el intentar explicarme, e incluso entonces hacer

que me rechazara. En vez de ello voy directa al corazón de mi defensa.

― El Presidente Snow amenazó personalmente con hacer que te mataran.

― Digo. Gale alza levemente las cejas, pero no hay muestra real de miedo ni

asombro.

― ¿Alguien más?

― Bueno, en realidad no me dio una copia de la lista. Pero no sería erróneo

suponer que incluye a nuestras dos familias.

Es bastante para traerlo hasta el fuego. Se agacha ante el hogar para

calentarse.

― ¿A no ser qué?

― A no ser que nada, ahora. ― Digo. Obviamente esto requiere más

explicación, pero no tengo ni idea de por dónde empezar, así que me limito a estar

ahí sentada mirando el fuego con pesimismo.

Después de un minuto de esto, Gale rompe el silencio.

― Bueno, gracias por el aviso.

Me giro hacia él, lista para espetarle algo, pero veo el brillo en su ojo. Me

odio por sonreír. Este no es un momento divertido, pero supongo que es mucho

para dejarle caer de pronto. Todos vamos a ser destruidos sin remedio.

― Tengo un plan, sabes.

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― Sí, me apuesto a que es una maravilla. ― Dice. Me lanza los guantes

sobre el regazo. ―

Aquí. No quiero los guantes viejos de tu prometido.

― No es mi prometido. Eso sólo es parte de la actuación. Y estos no son

sus guantes. Eran de Cinna.

― Devuélvemelos entonces. ― Dice. Se pone los guantes, flexiona los

dedos, y asiente con aprobación. ― Por lo menos moriré cómodo.

― Eso es optimista. Por supuesto, no sabes lo que ha pasado.

― Veámoslo.

Decido empezar con la noche en que Peeta y yo fuimos coronados

vencedores de los Juegos del Hambre, y Haymitch me avisó de la furia del

Capitolio. Le cuento la inquietud que me ha embargado desde que volví a casa, la

visita a casa del Presidente Snow, los asesinatos en el Distrito 11, la tensión en

las muchedumbres, el último intento del compromiso, la indicación del presidente

de que no había sido suficiente, mi certeza de que deberé pagar. Gale nunca

interrumpe. Mientras hablo, se mete los guantes en el bolsillo y se ocupa

convirtiendo los alimentos de la bolsa de cuero en una comida para nosotros.

Tostando pan y queso, quitándole el corazón a manzanas, colocando castañas en

el fuego para asar. Miro sus manos, sus dedos hermosos y capaces. Con

cicatrices, igual que las mías antes de que el Capitolio borrara todas las marcas de

mi piel, pero fuertes y hábiles. Manos que tienen el poder de sacar carbón de las

minas pero la precisión para colocar una delicada trampa. Manos en que confío.

Me detengo a beber un sorbo del termo antes de hablarle de mi vuelta a

casa.

― Bueno, pues sí que has liado las cosas. ― Dice.

― Ni siquiera he terminado. ― Le digo.

― He oído suficiente por el momento. Pasemos directamente a este plan

tuyo. Tomo aire profundamente.

― Huimos.

Page 67: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿Qué? ― Pregunta. Esto lo ha pillado desprevenido.

― Nos vamos al bosque y corremos tanto como podamos. ― Digo. Su

expresión es imposible de descifrar. ¿Se reirá de mí, desechará la idea como una

locura? Me pongo en pie de agitación, preparada para una discusión. ― ¡Tú

mismo dijiste que pensabas que podríamos hacerlo! La mañana de la cosecha.

Dijiste . . .

Se acerca y me siento levantada del suelo. La habitación gira, y tengo que

cerrar los brazos en torno al cuello de Gale para sujetarme. Se está riendo, feliz.

― ¡Eh! ― Protesto, pero también me estoy riendo.

Gale me deja en el suelo pero no me suelta.

― Vale, huyamos. ― Dice.

― ¿De verdad? ¿No crees que esté loca? ¿Irás conmigo? ― Algo del peso

abrumador empieza a liberarse al ser transferido a los hombros de Gale.

― Sí que creo que estés loca, y aún así iré contigo. ― Dice. Lo dice de

verdad. No sólo lo dice de verdad sino que le da la bienvenida. ― Podemos

hacerlo. Sé que podemos. ¡Salgamos de aquí para no volver nunca!

― ¿Estás seguro? ― Digo. ― Porque va a ser duro, con los niños y todo.

No quiero que entremos cinco kilómetros en el bosque y que luego tú . . .

― Estoy seguro. Completa, enteramente, cien por cien seguro. ― Inclina la

frente hacia abajo para apoyarla contra la mía y me acerca más. Su piel, todo su

ser, desprende calor por estar tan cerca del fuego, y cierro los ojos,

empapándome en su calidez. Aspiro el olor a cuero húmedo de nieve y humo y

manzanas, el olor de todos esos días de invierno que compartíamos antes de los

Juegos. No intento apartarme. ¿Por qué debería, además? Su voz es apenas un

susurro. ― Te quiero.

Ese es el por qué.

Nunca veo venir estas cosas. Pasan demasiado rápido. Un segundo estás

proponiendo un plan de huida y el siguiente . . . se supone que debes lidiar con

algo como esto. Salgo con la que debe de ser la peor respuesta posible.

Page 68: los juegos del hambre 2- en llamas

― Lo sé.

Suena terrible. Como si asumiera que él no puede evitar quererme pero que

yo no siento nada por él. Gale empieza a apartarse, pero lo sujeto con fuerza.

― ¡Lo sé! Y tú . . . tú sabes lo que eres para mí. ― No es suficiente. Rompe

mi agarre. ―

Gale, justo ahora no puedo pensar de esa forma sobre nadie. Todo lo que

puedo pensar, cada día, cada minuto que estoy despierta desde que sacaron el

nombre de Prim en la cosecha, es qué asustada estoy. Y no parece haber sitio

para nada más. Si pudiéramos ir a algún lugar seguro, tal vez podría ser diferente.

No lo sé.

Puedo verlo tragándose la decepción.

― Así que iremos. Averiguaremos cómo. ― Se vuelve otra vez hacia el

fuego, donde las castañas se están empezando a quemar. Las saca hacia la

piedra del hogar. ― Mi madre será algo difícil de convencer.

Supongo que a pesar de todo aún irá. Pero la felicidad se ha esfumado,

dejando una tensión demasiado familiar en su lugar.

― La mía también. Sólo tendré que hacerle ver la razón. Llevarla a dar un

largo paseo. Asegurarme de que entiende que no sobreviviremos a la alternativa.

― Lo entenderá. Vi muchos de los Juegos con ella y Prim. No te dirá que

no. ― Dice Gale.

― Espero que no. ― La temperatura en la casa parece haber caído diez

grados en cuestión de segundos. ― Haymitch será el auténtico reto.

― ¿Haymitch? ― Gale deja las castañas. ― ¿No le irás a pedir que venga

con nosotros?

― Tengo que hacerlo, Gale. No puedo dejarlos a él y a Peeta porque . . . ―

Su mirada ceñuda me interrumpe. ― ¿Qué?

― Lo siento. No me había dado cuenta de lo grande que era nuestro grupo.

― Me espeta.

Page 69: los juegos del hambre 2- en llamas

― Los torturarían a muerte, intentando averiguar dónde estaba yo. ― Digo.

― ¿Y qué pasa con la familia de Peeta? Nunca vendrán. De hecho,

probablemente no podrían esperar para delatarnos. Algo de lo que estoy seguro

que él es lo bastante listo como para darse cuenta. ¿Qué pasa si decide

quedarse?

Intento sonar indiferente, pero mi voz se quiebra.

― Entonces se queda.

― ¿Lo dejarías atrás? ― Pregunta Gale.

― Para salvar a Prim y a mi madre, sí. ― Respondo. ― Quiero decir, ¡no!

Conseguiré que venga.

― Y a mí, ¿me dejarías a mí? ― La expresión de Gale ahora es dura como

una roca. ― Sólo si, por ejemplo, no pudiera convencer a mi madre para arrastrar

a tres niños pequeños al bosque salvaje en invierno.

― Hazelle no se negará. Verá la razón.

― Supón que no lo hace, Katniss. ¿Entonces qué? ― Exige.

― Entonces tienes que obligarla, Gale. ¿Crees que me estoy inventando

esto? ― Mi voz también se está elevando por la furia.

― No. No lo sé. Tal vez el Presidente sólo te esté manipulando. Quiero

decir, está organizando tu boda. Viste cómo reaccionó la gente del Capitolio. No

creo que pueda permitirse matarte. O a Peeta. ¿Cómo va a salir de esa? ― Dice

Gale.

― ¡Bueno, con un levantamiento en el Distrito Ocho, dudo que se esté

pasando mucho tiempo eligiendo mi tarta de bodas! ― Grito.

En el instante en que mis palabras salen de mi boca quiero recuperarlas. Su

efecto sobre Gale es inmediato―el rubor en sus mejillas, el brillo en sus ojos

grises.

― ¿Hay un levantamiento en el Ocho? ― Dice con voz ronca. Intento

echarme atrás. Calmarlo, tal y como intenté calmar a los distritos.

Page 70: los juegos del hambre 2- en llamas

― No sé si es de verdad un levantamiento. Hay intranquilidad. La gente en

los distritos . . . ― Dijo.

Gale me coge por los hombros.

― ¿Qué viste?

― ¡Nada! En persona. Sólo oí algo. ― Como siempre, es demasiado poco,

demasiado tarde. Desisto y se lo cuento. ― Vi algo en la televisión del alcalde. No

debía verlo. Había una muchedumbre, e incendios, y los agentes de la paz

estaban disparando a la gente pero ellos les devolvían los golpes . . . ― Me

muerdo el labio y lucho por seguir describiendo la escena. En vez de eso digo en

alto las palabras que me han estado reconcomiendo. ― Y es culpa mía, Gale. Por

lo que hice en la arena. Si simplemente me hubiera suicidado con esas bayas,

nada de esto habría pasado. Peeta podría haber vuelto a casa y vivir, y todos los

demás también habrían estado a salvo.

― ¿A salvo para hacer qué? ― Dice con un tono más dulce. ― ¿Morirse de

hambre?

¿Trabajar como esclavos? ¿Enviar a sus hijos a la cosecha? No has hecho

daño a nadie: les has dado una oportunidad. Sólo tienen que ser lo bastante

valientes como para cogerla. La gente ya habla en las minas. Gente que quiere

luchar. ¿No lo ves? ¡Está pasando! ¡Por fin está pasando! Si hay un levantamiento

en el Distrito Ocho, ¿por qué no aquí? ¿Por qué no en todas partes? Esto podría

serlo, eso que hemos estado . . .

― ¡Detente! No sabes lo que estás diciendo. ¡Los agentes de la paz fuera

del Doce no son como Darius, ni siquiera como Cray! Las vidas de la gente del

distrito. . . ¡significan menos que nada para ellos!

― ¡Por eso tenemos que unirnos a la lucha! ― Responde con brusquedad.

― ¡No! ¡Tenemos que marcharnos de aquí antes de que nos maten a

nosotros y también a muchas personas más! ― Estoy gritando de nuevo, pero no

puedo entender por qué está haciendo esto. ¿Por qué no ve lo que es tan

irrefutable?

Gale me empuja con aspereza lejos de sí.

― Márchate tú, entonces. Yo no me iría ni en un millón de años.

Page 71: los juegos del hambre 2- en llamas

― Antes estabas bien contento de irte. No veo qué es lo que tiene un

levantamiento en el Distrito Ocho salvo hacer que sea más importante que nos

vayamos. Sólo estás enfadado por...

― No, no puedo lanzarle a Peeta a la cara. ― ¿Qué pasa con tu familia?

― ¿Qué pasa con las otras familias, Katniss? ¿Las que no pueden huir?

¿No lo ves? Ya no puede ser sobre salvarnos a nosotros. ¡No si la rebelión ha

empezado! ― Gale sacude la cabeza, no escondiendo su descontento hacia mí.

― Podrías hacer tanto. ― Lanza los guantes de Cinna a mis pies. ― He cambiado

de idea. No quiero nada que hicieran en el Capitolio. ― Y se va.

Bajo la vista a los guantes. ¿Nada que hicieran en el Capitolio? ¿Iba eso

dirigido a mí?

¿Piensa él ahora que no soy más que otro producto del Capitolio y por lo

tanto algo intocable? La injusticia de todo eso me llena de furia. Pero está

mezclada con el miedo a qué clase de locura hará ahora.

Me hundo junto al fuego, desesperada por comodidad, para trabajar en mi

siguiente movimiento. Me tranquilizo pensando que las rebeliones no suceden en

un día. Gale no puede hablarles a los mineros hasta mañana. Si puedo llegar

hasta Hazelle antes de eso, tal vez lo enderece. Pero no puedo ir allí ahora. Si él

está allí, no me dejará entrar. Tal vez esta noche, cuando todo el mundo esté

durmiendo . . . Hazelle suele trabajar hasta tarde por las noches terminando la

colada. Podría ir entonces, dar unos golpecitos en la ventana, explicarle la

situación para que impida a Gale hacer ninguna locura.

Me viene a la memoria mi conversación con el Presidente Snow en el

estudio.

― Mis asesores estaban preocupados de que fueras difícil, pero no estás

planeando ser difícil en absoluto, ¿verdad?

― No.

― Eso es lo que yo les dije. Dije que una chica que llega a tales extremos

para preservar su vida no va a estar interesada en echarla por la borda.

Pienso en lo duro que ha trabajado Hazelle para mantener a esa familia con

vida. Seguro que estará de mi parte en esta materia. ¿O no?

Page 72: los juegos del hambre 2- en llamas

Debe de ser alrededor de mediodía y los días son tan cortos. No tiene

sentido estar en el bosque después de medianoche si no tienes que hacerlo.

Sofoco los restos de mi pequeño fuego, limpio los restos de comida, y engancho

los guantes de Cinna en mi cinturón. Supongo que me los quedaré durante una

temporada. Por si acaso Gale cambia de idea. Pienso en la expresión de su rostro

cuando los arrojó al suelo. Qué repelido estaba por ellos, por mí . . . Camino con

dificultad por el bosque y llego a mi antigua casa cuando aún hay luz. Mi

conversación con Gale fue un claro contratiempo, pero aún estoy determinada a

seguir adelante con mi plan de escaparme del Distrito 12. Decido buscar a Peeta

el siguiente. De una forma extraña, ya que ha visto algo de lo que yo he visto en el

tour, tal vez sea más fácil de convencer que Gale. Me encuentro con él cuando

está saliendo de la Aldea de los Vencedores.

― ¿Has estado de caza? ― Pregunta. Puedes ver que no cree que sea una

buena idea.

― En realidad no. ¿Vas a la ciudad? ― Pregunto.

― Sí. Se supone que tengo que cenar con mi familia.

― Bueno, por lo menos puedo acompañarte. ― La carretera desde la

pequeña aldea hasta la plaza tiene poco uso. Es un lugar lo bastante seguro para

hablar. Pero no parezco capaz de pronunciar las palabras. Proponérselo a Gale

fue tan desastroso. Me muerdo mis labios agrietados. La plaza se acerca más a

cada paso. Tal vez no vuelva a tener otra oportunidad pronto. Tomo aire

profundamente y dejo que las palabras salgan corriendo.

― Peeta, si te pidiera que te escaparas del distrito conmigo, ¿lo harías?

Peeta me coge el brazo, obligándome a detenerme. No necesita comprobar mi

cara para ver si voy en serio.

― Dependería de por qué lo pidieras.

― No convencí al Presidente Snow. Hay un levantamiento en el Distrito

Ocho. Tenemos que salir.

― ¿Por ese “tenemos” te refieres a ti y a mí? No. ¿Quién más vendría? ―

Pregunta.

― Mi familia. La tuya, si quieren venir. Haymitch, quizás.

Page 73: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿Qué pasa con Gale?

― No lo sé. Quizás tenga otros planes.

Peeta sacude la cabeza y sonríe con reticencia.

― Me apuesto a que los tiene. Claro que sí, Katniss, iré. Siento una leve

punzada de esperanza.

― ¿Irás?

― Sí. Pero no creo ni por un minuto que tú vayas.

Aparto mi brazo.

― Entonces es que no me conoces. Estate preparado. Podría ser en

cualquier momento. ―

Empiezo a andar y él me sigue un paso o dos por detrás.

― Katniss. ― Dice Peeta. No aminoro el paso. Si piensa que es una mala

idea, no lo quiero saber, porque es la única que tengo. ― Katniss, espera. ― Le

doy una patada a un montoncito helado de nieve sucia para sacarlo del camino y

dejo que Peeta me alcance. El polvo de carbón hace que todo parezca

especialmente feo. ― De verdad que iré, si tú quieres. Sólo que creo que sería

mejor que lo habláramos con Haymitch. Asegurarnos de que no pondremos las

cosas peor para todo el mundo. ― Levanta la cabeza. ― ¿Qué es eso? Alzo la

barbilla. Estaba tan consumida con mis propias preocupaciones, que no me había

dado cuenta del extraño sonido que venía de la plaza. Un silbido, el sonido de un

impacto, una muchedumbre tomando aire a la vez.

― Vamos. ― Dice Peeta, su rostro repentinamente duro. No sé por qué. No

soy capaz de situar el sonido, ni siquiera adivinar la situación. Pero para él

significa algo malo. Cuando llegamos a la plaza, está claro que pasa algo, pero la

muchedumbre es demasiado espesa como para ver. Peeta se sube a un cajón

contra la pared de la tienda de dulces y me ofrece una mano mientras escanea la

plaza. Estoy a medias subida cuando de repente bloquea mi camino.

― Baja. ¡Sal de aquí! ― Está susurrando, pero su voz es áspera por la

insistencia.

Page 74: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿Qué? ― Digo, intentando volver a forzar mi ascenso.

― ¡Vete a casa, Katniss! ¡Estaré allí en un minuto, lo juro! ― Dice. Lo que

quiera que sea, es terrible. Me suelto de su mano y empiezo a abrirme camino a

empujones entre la muchedumbre. La gente me ve, me reconocen, y después

parecen aterrorizados. Manos me empujan hacia atrás. Voces sisean.

― Vete de aquí, niña.

― Sólo lo pondrás peor.

― ¿Qué quieres hacer? ¿Conseguir que lo maten?

Pero a estas alturas, mi corazón está latiendo tan rápido y con tanta fuerza

que apenas si los oigo. Sólo sé que lo que sea que espera en el medio de la plaza

es expresamente para mí. Cuando por fin llego al espacio sin gente, veo que

tengo razón. Y Peeta tenía razón. Y esas voces también tenían razón.

Las muñecas de Gale están atadas a un poste de madera. El pavo salvaje

al que le disparó antes cuelga sobre él, el gancho clavado a través de su cuello.

Su chaqueta está tirada a un lado en el suelo, su camisa arrancada. Está

derrumbado inconsciente de rodillas, sujeto tan sólo por las cuerdas en sus

muñecas. Lo que antes era su espalda ahora es un pedazo de carne

ensangrentada.

De pie tras él está un hombre al que nunca he visto, pero reconozco su

uniforme. Es el designado para nuestro agente de la paz en jefe. Aunque este no

es el viejo Cray. Este es un hombre alto y musculoso con pliegues afilados en los

pantalones. Las piezas de la imagen no acaban de encajar del todo hasta que veo

a este hombre levantar el látigo.

― ¡No! ― Grito, y me arrojo hacia delante. Es demasiado tarde para

detener el descenso del brazo, e instintivamente sé que no tendré poder para

bloquearlo. En vez de eso me lanzo directamente entre el látigo y Gale. He

levantado los brazos para proteger tanto de su cuerpo roto como sea posible, así

que no hay nada para desviar el látigo. Recibo toda su fuerza a través del lado

izquierdo de mi cara.

El dolor es cegador y espontáneo. Fogonazos irregulares de luz cruzan mi

campo de visión y caigo de rodillas. Una mano sobre la mejilla mientras la otra

impide que me caiga. Ya puedo sentir el verdugón formándose, la hinchazón

Page 75: los juegos del hambre 2- en llamas

cerrando mi ojo. Las piedras debajo de mí están húmedas con la sangre de Gale,

el aire pesado con su olor.

― ¡Páralo! ¡Lo vas a matar! ― Chillo.

Veo fugazmente el rostro de mi asaltante. Duro, con líneas profundas, una

boca cruel. Pelo gris afeitado casi hasta la no existencia, ojos tan negros que

parecen ser todo pupilas, una nariz larga y recta enrojecida por el aire helado. El

poderoso brazo se eleva de nuevo, con la mirada puesta en mí. Mi mano vuela a

mi hombro, con hambre de una flecha, pero, por supuesto, mis armas están

escondidas en el bosque. Aprieto con fuerza los dientes en anticipación al

siguiente latigazo.

― ¡Espera! ― Ladra una voz. Haymitch aparece y tropieza sobre un agente

de la paz que yace en el suelo. Es Darius. Un inmenso chichón morado empuja a

través del pelo rojo en su frente. Está noqueado pero aún respira. ¿Qué pasó?

¿Intentó él venir en auxilio de Gale antes de que yo llegara?

Haymitch lo ignora y me levanta con brusquedad.

― Oh, excelente. ― Su mano se cierra bajo mi barbilla, alzándola. ― Tiene

una sesión de fotos la semana que viene posando con trajes de boda. ¿Qué se

supone que debo decirle a su estilista?

Veo una chispa de reconocimiento en los ojos del hombre con el látigo.

Abrigada contra el frío, mi cara libre de maquillaje, mi trenza metida sin cuidado

debajo de mi abrigo, no sería fácil identificarme como la vencedora de los últimos

Juegos del Hambre. Especialmente con la mitad de mi cara hinchándose. Pero

Haymitch ha estado apareciendo en televisión durante años, y sería difícil de

olvidar.

El hombre se apoya el látigo sobre la cadera.

― Interrumpió el castigo de un criminal confeso.

Todo lo relacionado con este hombre, su voz autoritaria, su extraño acento,

avisa de una amenaza peligrosa y desconocida. ¿De dónde ha venido? ¿Del

Distrito 11? ¿Del mismo Capitolio?

Page 76: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¡No me importa si hizo explotar el maldito Edificio de Justicia! ¡Mira su

mejilla! ¿Crees que eso estará listo para las cámaras en una semana? ― Ruge

Haymitch. La voz del hombre todavía es fría, pero puedo detectar algo de duda.

― Eso no es problema mío.

― ¿No? Bueno, pues está a punto de serlo, amigo mío. La primera llamada

que haré cuando llegue a casa será al Capitolio. ― Dice Haymitch. ― ¡Averiguaré

quien te ha autorizado a estropear la cara bonita de mi vencedora!

― Él estaba cazando furtivamente. ¿Qué tiene que ver con ella, en

cualquier caso? ― Dice el hombre.

― Es su primo. ― Ahora Peeta sostiene mi otro brazo, pero con suavidad.

― Y ella mi prometida. Así que si quieres llegar a él, tendrás que pasar sobre los

dos. Tal vez seamos nosotros. Las únicas tres personas en el distrito que podrían

presentar una resistencia como esta. Aunque seguro que será temporal. Habrá

repercusiones. Pero por el momento, todo lo que me importa es mantener a Gale

con vida. El nuevo agente de la paz en jefe mira a su brigada de refuerzo. Con

alivio, veo que son rostros familiares, viejos amigos del Quemador. Puedes ver en

sus expresiones que no están disfrutando del espectáculo. Una de ellos, una

mujer llamada Purnia que come con regularidad en el puesto de Sae la Grasienta,

avanza un paso muy tensa.

― Creo que, para una primera ofensa, el número requerido de latigazos ha

sido dispensado, señor. A no ser que su sentencia sea la muerte, que sería

ejecutada por el pelotón de fusilamiento.

― ¿Es ese el protocolo estándar aquí? ― Pregunta el agente de la paz en

jefe.

― Sí, señor. ― Dice Purnia, y varios otros asienten. Estoy segura de que

ninguno lo sabe de verdad porque, en el Quemador, el protocolo estándar para

alguien que aparece con un pavo salvaje es pujar por los muslos.

― Muy bien. Entonces saca a tu primo de aquí, niña. Y si despierta,

recuérdale que la próxima vez que cace furtivamente en la propiedad del Capitolio,

prepararé en persona ese pelotón de fusilamiento. ― El agente de la paz en jefe

pasa la mano a lo largo de toda la longitud del látigo, salpicándonos de sangre.

Después lo enrolla en círculos rápidos y ordenados y se va.

Page 77: los juegos del hambre 2- en llamas

La mayoría de los otros agentes de la paz lo siguen en incómoda formación.

Un pequeño grupo se queda atrás y levanta el cuerpo de Darius por brazos y

piernas. Capto la mirada de Purnia y articulo la palabra “Gracias” antes de que se

vaya. No responde, pero estoy segura de que entendió.

― Gale. ― Me vuelvo, mis manos hurgando torpemente en los nudos que

unen sus muñecas. Alguien pasa un cuchillo y Peeta corta las cuerdas. Gale se

derrumba en el suelo.

― Mejor llevarlo a tu madre. ― Dice Haymitch.

No hay camilla, pero la anciana del puesto de ropa nos vende el tablero que

le hace de mostrador.

― Simplemente no digáis dónde lo conseguisteis. ― Dice, empaquetando

rápidamente el resto de su mercancía. La mayor parte de la plaza se ha vaciado,

el miedo ganándole a la compasión. Pero después de lo que acaba de pasar, no

puedo culpar a nadie. Para cuando hemos colocado a Gale boca abajo sobre el

tablero, sólo queda un puñado de personas para llevarlo. Haymitch, Peeta y un par

de mineros que trabajan en el mismo grupo que Gale lo levantan.

Leevy, una chica que vive a unas pocas casas de distancia de la mía en la

Veta, me agarra el brazo. Mi madre mantuvo a su hermano pequeño con vida el

año pasado cuando contrajo el sarampión.

― ¿Necesitas ayuda para volver? ― Sus ojos grises están asustados pero

decididos.

― No, pero ¿puedes traer a Hazelle? ¿Enviarla aquí? ― Pregunto.

― Sí. ― Dice Leevy, volviéndose sobre los talones.

― ¡Leevy! ― Digo. ― No le dejes traer a los niños.

― No. Me quedaré con ellos yo misma.

― Gracias. ― Cojo la chaqueta de Gale y me apresuro detrás de los

demás.

― Pon algo de nieve sobre eso. ― Ordena Haymitch por encima del

hombro. Cojo un puñado de nieve y lo presiono contra mi mejilla, calmando algo el

Page 78: los juegos del hambre 2- en llamas

dolor. Ahora mi ojo izquierdo está llorando con ganas, y en la luz en disminución

todo lo que puedo hacer es seguir las botas delante de mí.

Mientras andamos oigo a Bristel y Thom, los compañeros de grupo de Gale,

unir las piezas de la historia de lo que ha pasado. Gale debió de haber ido a la

casa de Cray, como ha hecho cien veces, sabiendo que Cray siempre paga bien

por un pavo salvaje. En vez de eso encontró al nuevo agente de la paz en jefe, un

hombre al que oyeron a alguien llamar Romulus Thread. Nadie sabe qué le pasó a

Cray. Estaba comprando licor blanco en el Quemador esta misma mañana,

aparentemente aún al mando del distrito, pero ahora no aparece por ninguna

parte. Thread arrestó a Gale de inmediato y, por supuesto, ya que estaba allí de

pie sosteniendo un pavo muerto, había poco que Gale pudiera decir en defensa

propia. El rumor de su apuro se extendió con rapidez. Fue llevado a la plaza,

obligado a declararse culpable de su crimen, y sentenciado a un azotamiento que

se llevaría a cabo de inmediato. Para cuando yo aparecí, había sido azotado por lo

menos cuarenta veces. Se desmayó alrededor de la número treinta.

― Menos mal que sólo tenía el pavo encima. ― Dice Bristel. ― Si hubiera

llevado su caza habitual, habría sido mucho peor.

― Le dijo a Thread que se lo encontró vagando por la Veta. Dijo que había

subido por la valla y que lo apuñaló con un palo. Todavía un crimen. Pero si

hubieran sabido que había estado en el bosque con armas, lo habrían matado

seguro. ― Dice Thom.

― ¿Qué pasa con Darius? ― Pregunta Peeta.

― Después de unos veinte latigazos intervino, diciendo que ya era

suficiente. Sólo que no lo hizo elegante y oficial, como Purnia. Agarró el brazo de

Thread y Thread lo golpeó en la cabeza con la culata del látigo. Nada bueno le

espera. ― Dice Bristel.

― No suena muy bien para ninguno de nosotros. ― Dice Haymitch.

Empieza a caer la nieve, espesa y húmeda, haciendo que la visibilidad sea aún

más difícil. Tropiezo en la subida a mi casa detrás de los otros, usando mis oídos

más que mis ojos para guiarme. Una luz dorada colorea la nieve cuando se abre la

puerta. Mi madre, que sin duda me estaba esperando después de un largo día de

ausencia inexplicada, asimila la escena.

― Nuevo Jefe. ― Dice Haymitch, y ella asiente secamente como si no

hiciera falta otra explicación.

Page 79: los juegos del hambre 2- en llamas

Me llena de admiración, como siempre, el verla pasar de una mujer que me

llama para matar una araña a una mujer inmune al miedo. Cuando le traen a un

enfermo o moribundo . . . este es el único momento en que creo que mi madre

sabe quién es. En instantes, la larga mesa de la cocina ha sido vaciada, una tela

blanca y estéril extendida sobre ella, y Gale subido encima. Mi madre vierte agua

de una cafetera en un cuenco mientras le ordena a Prim que traiga una serie de

sus remedios del botiquín de medicinas. Hierbas secas y tinturas y botellas

compradas en tiendas. Miro sus manos, los dedos largos y finos desmenuzando

esto, añadiendo gotas de aquello, dentro del cuenco. Empapando una tela en el

líquido caliente mientras le da a Prim instrucciones para preparar una segunda

poción. Mi madre me mira.

― ¿Te cortó el ojo?

― No, sólo está cerrado por la hinchazón.

― Ponte más nieve en él. ― Instruye. Pero claramente no soy una

prioridad.

― ¿Puedes salvarlo? ― Le pregunto a mi madre. No dice nada mientras

escurre la tela y la sostiene en el aire para que se enfríe algo.

― No te preocupes. ― Dice Haymitch. ―Solía haber muchos azotamientos

antes de Cray. Es a ella a quien se los llevábamos.

No puedo recordar un tiempo antes de Cray, un tiempo donde había un

agente de la paz en jefe que usaba libremente el látigo. Pero mi madre debía de

tener mi edad más o menos y debía de trabajar todavía en la botica con sus

padres. Incluso entonces, debía de tener manos de curandera.

Siempre con mucho cuidado, empieza a limpiar la carne mutilada de la

espalda de Gale. Me siento mareada, inútil, la nieve restante goteando desde mi

guante a un charco en el suelo. Peeta me pone en una silla y sostiene contra mi

mejilla un trapo lleno con nieve fresca. Haymitch les dice a Bristel y Thom que se

vayan a casa, y lo veo apretar monedas contra sus palmas mientras se van.

― No se sabe lo que pasará con vuestro grupo. ― Dice. Ellos asienten y

aceptan el dinero. Hazelle llega, sin aliento y sonrojada, nieve fresca en su pelo.

Sin decir nada, se sienta en un taburete junto a la mesa, toma la mano de Gale, y

la sostiene contra sus labios. Mi madre ni siquiera la saluda. Está ida, en esa zona

Page 80: los juegos del hambre 2- en llamas

especial que sólo la incluye a ella y al paciente y ocasionalmente a Prim. Los

demás podemos esperar.

Incluso en sus manos expertas, lleva mucho tiempo limpiar las heridas,

reparar lo que sea de la piel destrozada que pueda ser salvado, aplicar un

bálsamo y un vendaje ligero. A medida que la sangre se aclara, puedo ver dónde

aterrizó cada golpe del látigo y sentirlo resonar en el corte único de mi cara.

Multiplico mi propio dolor una, dos, cuarenta veces y sólo tengo la esperanza de

que Gale siga inconsciente. Por supuesto, eso es demasiado que pedir. Mientras

se colocan las últimas vendas, un gemido se escapa de sus labios. Hazelle le

acaricia el pelo y susurra algo mientras mi madre y Prim escanean su escaso

almacén de analgésicos, del tipo generalmente accesible tan sólo a los médicos.

Son difíciles de encontrar, caros, y siempre en demanda. Mi madre tiene que

reservar los más fuertes para el peor dolor, pero ¿cuál es el peor dolor? Para mí,

siempre es el dolor que está presente. Si yo estuviera al mando, esos analgésicos

desaparecerían en un día porque tengo muy poca capacidad para ver sufrir. Mi

madre intenta reservarlos para aquellos que están de verdad a punto de morir,

para facilitarles la salida del mundo.

Ya que Gale está recuperando la consciencia, se deciden por una poción de

hierbas que puede tomar por la boca.

― Eso no será suficiente. ― Digo. Me miran. ― Eso no será suficiente, sé

cómo se siente. Eso apenas si acabaría con un dolor de cabeza.

― Lo combinaremos con jarabe para dormir, Katniss, y se las arreglará. Las

hierbas son más para la inflamación . . . ― Mi madre empieza con calma.

― ¡Sólo dale ya la medicina! ― Le grito. ― ¡Dásela! ¡Quién eres tú,

además, para decidir cuánto dolor puede soportar!

Gale empieza a retorcerse al oír mi voz, intentando llegar a mí. El

movimiento hace que sangre fresca empape sus vendajes y que un sonido

agonizante salga de su boca.

― Lleváosla fuera. ― Dice mi madre. Haymitch y Peeta literalmente me

sacan a rastras de la habitación mientras le grito obscenidades. Me sujetan sobre

una cama en una habitación extra hasta que dejo de luchar.

Page 81: los juegos del hambre 2- en llamas

Mientras estoy allí tumbada, con lágrimas intentando salir por la ranura de

mi ojo, oigo a Peeta susurrarle a Haymitch acerca del Presidente Snow, acerca del

levantamiento en el Distrito 8.

― Quiere que huyamos. ― Dice, pero si Haymitch tiene una opinión acerca

de esto, no la ofrece.

Después de un rato, mi madre viene y trata mi cara. Después me sostiene

la mano, acariciándome el brazo, mientras Haymitch le cuenta lo que pasó con

Gale.

― ¿Así que está volviendo a empezar? ― Dice. ― ¿Como antes?

― Por lo que parece. ― Responde él. ― ¿Quién habría dicho que íbamos

sentir que se fuera el viejo Cray?

Cray no habría sido querido, en cualquier caso, por el uniforme que llevaba,

pero era su hábito de atraer a jóvenes hambrientas a su cama por dinero lo que lo

convertía en un objeto de odio en el distrito. En tiempos muy malos, las más

hambrientas se congregarían en su puerta al caer la noche, compitiendo por ganar

un puñado de monedas con las que alimentar a su familia a base de vender sus

cuerpos. De haber sido yo mayor cuando murió mi padre, tal vez habría estado

entre ellas. En vez de eso aprendí a cazar. No sé exactamente qué es lo que

quiere decir mi madre con lo de que las cosas están volviendo a empezar, pero

estoy demasiado enfadada y dolorida para preguntar. Sin embargo, queda

registrada la idea de que regresan tiempos peores, porque cuando suena el

timbre, salgo disparada de la cama. ¿Quién podría ser a estas horas de la noche?

Sólo hay una respuesta. Agentes de la paz.

― No pueden llevárselo. ― Digo.

― Tal vez sea a ti a quien buscan. ― Me recuerda Haymitch.

― O a ti.

― No es mi casa. ― Apunta Haymitch. ― Pero abriré la puerta.

― No, yo la abriré. ― Dice mi madre en voz baja.

Vamos todos, sin embargo, siguiéndola por el pasillo hacia el insistente

sonido del timbre. Cuando abre la puerta, no hay una cuadrilla de agentes de la

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paz sino una única figura cubierta de nieve. Madge. Sostiene una cajita húmeda

de cartón para que yo la coja.

― Usa esto con tu amigo. ― Dice. Levanto la tapa de la caja, revelando

media docena de viales de líquido claro. ― Son de mi madre. Dijo que podía

llevármelos. Úsalos, por favor. ―

Corre de nuevo hacia la tormenta antes de que podamos detenerla.

― Niña loca. ― Musita Haymitch mientras seguimos a mi madre a la

cocina. Lo que sea que mi madre le haya dado a Gale, yo tenía razón, no es

suficiente. Sus dientes están apretados con fuerza y su piel brilla por el sudor. Mi

madre llena una jeringa con el líquido claro de uno de los viales y se lo inyecta en

el brazo. Casi de inmediato, su rostro empieza a relajarse.

― ¿Qué es esa cosa? ― Pregunta Peeta.

― Es del Capitolio. Se llama morphling. ― Responde mi madre.

― Ni siquiera sabía que Madge conociera a Gale. ― Dice Peeta.

― Solíamos venderle fresas. ― Digo casi con enfado. Aunque, ¿por qué

estoy enfadada? No porque ella haya traído la medicina, eso seguro.

― Deben de gustarle mucho. ― Dice Haymitch.

Eso es lo que me irrita. La implicación de que hay algo entre Gale y Madge.

Y no me gusta.

― Es mi amiga. ― Es todo lo que digo.

Ahora que Gale está en manos del analgésico, todo el mundo parece

desinflarse. Prim nos hace comer a todos algo de estofado y de pan. A Hazelle se

le ofrece una habitación, pero tiene que ir a casa junto a los otros niños. Haymitch

y Peeta están los dos dispuestos a quedarse, pero mi madre los envía también a

acostarse a casa. Sabe que no tiene sentido intentarlo conmigo y me deja

atendiendo a Gale mientras ella y Prim descansan. A solas en la cocina con Gale,

me siento en el taburete de Hazelle, sosteniendo su mano. Después de un rato,

mis manos encuentran su rostro. Toco partes de él que nunca antes había tenido

razón de tocar. Sus pesadas cejas oscuras, la curva de su mejilla, la línea de su

nariz, la depresión en la base de su cuello. Trazo el contorno de la barba en su

Page 83: los juegos del hambre 2- en llamas

mandíbula y finalmente llego hasta sus labios. Suaves y amplios, algo agrietados,

su aliento calienta mi piel fría.

¿Todo el mundo parece más joven mientras duerme? Porque ahora mismo

podría ser el niño al que me encontré en el bosque hace años, el que me acusó de

robar de sus trampas. Qué par éramos―sin padre, asustados, pero también

ferozmente comprometidos a mantener a nuestras familias con vida.

Desesperados, aunque a partir de ese día ya no solos, porque nos habíamos

encontrado el uno al otro. Pienso en cien momentos en el bosque, tardes

perezosas de pesca, el día en que le enseñé a nadar, aquella vez que me torcí la

rodilla y él me llevó a casa. Confiando en el otro, vigilándonos mutuamente las

espaldas, obligándonos mutuamente a ser valientes.

Por primera vez, invierto nuestras posiciones en mi cabeza. Imagino a Gale

presentándose voluntario para salvar a Rory en la cosecha, viendo cómo lo

arrancan de mi vida, convirtiéndose en el amante de una chica extraña para

permanecer con vida, y después volviendo a casa con ella. Viviendo junto a ella.

Prometiendo casarse con ella. El odio que siento hacia él, hacia la chica fantasma,

hacia todo, es tan real e inmediato que me ahoga. Gale es mío. Yo soy suya.

Cualquier otra cosa es inconcebible. ¿Por qué hizo falta que fuera azotado hasta

el límite de su vida para que me diera cuenta? Porque soy egoísta. Soy una

cobarde. Soy el tipo de chica que, cuando podría ser útil de verdad, huiría para

seguir con vida y abandonaría a los que no la pudieran seguir para que sufrieran y

murieran. Esta es la chica a la que Gale se encontró hoy en el bosque. No me

extraña que ganara los Juegos. Ninguna persona decente los gana jamás.

Salvaste a Peeta, pienso débilmente.

Pero ahora me cuestiono incluso eso. Sabía de sobra que mi vida de vuelta

en el Distrito 12 sería imposible si dejara morir a ese chico.

Apoyo la cabeza sobre el borde de la mesa, superada por el odio hacia mí

misma. Deseando haber muerto en la arena. Deseando que Seneca Crane me

hubiera hecho explotar en pedacitos de la forma en que el Presidente Snow dijo

que debería haber hecho cuando levanté las bayas.

Las bayas. Me doy cuenta de que la respuesta a la pregunta de quién soy

depende de ese puñado de frutos venenosos. Si los levanté para salvar a Peeta

porque sabía que sería marginada si volvía sin él, entonces soy despreciable. Si

los levanté porque lo amaba, entonces todavía soy egocéntrica, aunque

perdonable. Pero si los levanté para desafiar al Capitolio, soy alguien valioso. El

problema es que no sé exactamente lo que pasaba dentro de mí en ese momento.

Page 84: los juegos del hambre 2- en llamas

¿Podría tener razón la gente de los distritos? ¿Que era un acto de rebelión,

si bien uno inconsciente? Porque, muy en el fondo, yo debía de saber que no era

suficiente para mantenerme a mí, o a mi familia, o a mis amigos con vida el huir.

Incluso si pudiera. No arreglaría nada. No impediría que hicieran daño a la gente

como a Gale hoy. En realidad la vida en el Distrito 12 no es tan diferente a la vida

en la arena. Llegado un momento tienes que dejar de escapar y darte la vuelta y

enfrentarte a quien sea que te quiera ver muerto. Lo difícil es encontrar el valor

para hacerlo. Bueno, no es difícil para Gale. Él nació rebelde. Yo soy la que hace

planes de huida.

― Lo siento tanto. ― Susurro. Me inclino hacia delante y lo beso. Sus

párpados se levantan y me mira a través de una neblina de opiáceos.

― Hola, Catnip.

― Hola, Gale.

― Pensé que a estas alturas ya te habrías ido.

Mis opciones son sencillas. Puedo morir como una presa en el bosque o

puedo morir aquí junto a Gale.

― No me voy a ninguna parte. Me voy a quedar justo aquí y causar todo

tipo de problemas.

― Yo también. ― Dice Gale. Sólo consigue esbozar una sonrisa antes de

que las drogas vuelvan a llevárselo.

Alguien me sacude el hombro y me yergo en el asiento. Me he quedado

dormida con la cara sobre la mesa. La tela blanca ha dejado arrugas en mi mejilla

buena. La otra, la que recibió el latigazo de Thread, late dolorosamente. Gale está

muerto para el mundo, pero sus dedos están cerrados con fuerza alrededor de los

míos. Huelo pan fresco y giro mi cuello rígido para encontrarme con Peeta

mirándome desde arriba con una expresión tristísima. Tengo la sensación de que

nos ha estado mirando un largo rato.

― Sube a la cama, Katniss. Yo lo cuidaré ahora. ― Dice.

― Peeta. Sobre lo que dije ayer, sobre lo de huir . . . ― Empiezo.

― Lo sé. ― Dice. ― No hay nada que explicar.

Page 85: los juegos del hambre 2- en llamas

Veo las hogazas de pan sobre la alacena a la luz pálida de la mañana

nevada. Las sombras azules bajo sus ojos. Me pregunto si durmió lo más mínimo.

No pudo haber sido mucho tiempo. Pienso en su consentimiento en ir conmigo

ayer, en él poniéndose de mi lado para proteger a Gale, en su disposición a unir

su destino con el mío por completo cuando le doy tan poco a cambio. No importa

lo que haga, le estoy haciendo daño a alguien.

― Peeta . . .

― Sólo vete a la cama, ¿vale?

Subo a tientas las escaleras, me arrastro bajo las mantas, y me quedo

dormida al momento. En algún punto, Clove, la chica del Distrito 2, entra en mis

sueños. Me persigue, me presiona contra el suelo, y saca un cuchillo para

cortarme la cara. Se clava profundamente en mi mejilla, abriendo un corte ancho.

Después Clove empieza a transformarse, su cara alargándose en un hocico, pelo

oscuro brotando de su piel, sus uñas creciendo a largas garras, pero sus ojos

permanecen iguales. Se convierte en la versión mutada de sí misma, la creación

lobuna del Capitolio que nos aterrorizó en la última noche en la arena. Lanzando la

cabeza hacia atrás, suelta un aullido largo e inquietante al que se incorporan los

mutos cercanos. Clove empieza a beber a lametones la sangre que fluye desde mi

herida, cada lengüetazo enviando una nueva onda de dolor a través de mi cara.

Suelto un grito estrangulado y me despierto con un sobresalto, sudando y

temblando al mismo tiempo. Acunando mi mejilla lastimada en una mano, me

recuerdo que no fue Clove sino Thread quien me causó esta herida. Deseo que

Peeta estuviera aquí para sostenerme, hasta que recuerdo que se supone que ya

no debo desear eso. He elegido a Gale y la rebelión, y un futuro con Peeta es el

diseño del Capitolio, no el mío.

La hinchazón alrededor de mi ojo ha bajado y puedo abrirlo un poco. Aparto

a un lado las cortinas y veo que la tormenta de nieve se ha intensificado hasta una

ventisca completa. No hay nada salvo blancura y el aullido del viento que suena

muy parecido a las mutaciones. Agradezco la ventisca, con sus vientos feroces y

sus potentes nevadas. Esto tal vez sea suficiente para mantener a los lobos de

verdad, también conocidos como agentes de la paz, lejos de mi puerta. Unos

pocos días para pensar. Para diseñar un plan. Con Gale y Peeta y Haymitch todos

a mano. Esta ventisca es un regalo.

Antes de bajar a enfrentarme con esta nueva vida, sin embargo, me tomo

algo de tiempo para asimilar lo que eso supone. Hace menos de un día, estaba

preparada para dirigirme a la espesura con mis seres queridos en medio del

Page 86: los juegos del hambre 2- en llamas

invierno, con la posibilidad muy real de que el Capitolio nos persiguiera. Una

empresa precaria en el mejor de los casos. Pero ahora me estoy comprometiendo

a algo todavía más arriesgado. Luchar contra el Capitolio asegura represalias

terribles. Tengo que aceptar que podré ser arrestada en cualquier momento.

Habrá un golpe en la puerta, como el de anoche, una tropa de agentes de la paz

para llevarme con ellos. Tal vez haya tortura. Mutilación. Una bala en mi cerebro

en la plaza de la ciudad, si tengo la suerte de irme con tanta rapidez. El Capitolio

tiene innumerables formas creativas de matar gente. Me imagino estas cosas y

estoy aterrorizada, pero aceptémoslo: ya han estado acechando en el fondo de mi

mente. He sido tributo en los Juegos. Amenazada por el presidente. He recibido

un latigazo en la cara. Ya soy un objetivo.

Ahora viene la parte más dura. Tengo que aceptar el hecho de que mi

familia y amigos tal vez compartan este destino. Prim. Sólo tengo que pensar en

Prim y toda mi resolución se desintegra. Es mi deber protegerla. Me subo la manta

sobre la cabeza, y mi respiración es tan rápida que agoto todo el oxígeno y

empiezo a ahogarme en busca de aire. No puedo dejar que el Capitolio le haga

daño a Prim.

Y después lo veo claro. Ya lo han hecho. Han matado a su padre en esas

horribles minas. Se han quedado sentados mientras casi se moría de hambre. La

han elegido como tributo, después le han hecho mirar cómo su hermana luchaba a

muerte en los Juegos. Le han hecho mucho más daño que a mí a la edad de doce

años. E incluso eso palidece en comparación con la vida de Rue.

Me aparto la manta de un empujón y aspiro el aire frío que se filtra entre los

cristales de la ventana.

Prim . . . Rue . . . ¿no son ellas la verdadera razón por la que debo intentar

luchar? ¿Porque lo que se les ha hecho está tan mal, tan más allá de toda

justificación, tan malvado que no hay elección? ¿Porque nadie tiene el derecho de

tratarlas como ellas han sido tratadas? Sí. Esto es lo que hay que recordar cuando

el terror amenace con engullirme. Lo que estoy a punto de hacer, lo que sea que a

cualquiera de nosotros nos obliguen a soportar, es por ellas. Es demasiado tarde

para ayudar a Rue, pero tal vez no lo sea para esas cinco caritas que me miraban

desde la plaza del Distrito 11. No demasiado tarde para Rory y Vick y Posy. No

demasiado tarde para Prim.

Gale tiene razón. Si la gente tiene el valor, esto podría ser una oportunidad.

También tiene razón en que, ya que yo lo he puesto en movimiento, podría hacer

mucho. Aunque no tengo ni idea de qué es lo que debería hacer. Pero decidir no

Page 87: los juegos del hambre 2- en llamas

huir es el primer paso crucial. Me tomo una ducha, y esta mañana mi cerebro no

está preparando listas de provisiones para la espesura, sino intentando averiguar

cómo organizaron ese levantamiento en el Distrito 8. Tantos, tan claramente

actuando en desafío al Capitolio. ¿Estaba siquiera planeado, o fue algo que

simplemente explotó tras años de odio y resentimiento? ¿Cómo podríamos hacer

eso aquí? ¿La gente del Distrito 12 se uniría o echaría el cerrojo a sus puertas?

Ayer la plaza se vació tan rápido después del azotamiento de Gale. ¿Pero no es

eso porque nos sentimos todos impotentes y no tenemos ni idea de qué hacer?

Necesitamos que alguien nos dirija y nos asegure que esto es posible. Y no creo

que yo sea esa persona. Tal vez haya sido la catalizadora de la rebelión, pero un

líder debería ser alguien con convicción, y yo apenas si soy una conversa. Alguien

con valor inquebrantable, y yo aún estoy trabajando muy duro para encontrar el

mío. Alguien con palabras claras y persuasivas, y yo soy tan cohibida. Palabras.

Pienso en palabras y pienso en Peeta. Cómo la gente acoge cualquier cosa que

dice. Me apuesto a que podría llevar a una multitud a la acción, si eligiera hacerlo.

Encontraría las cosas que decir. Pero estoy segura de que la idea nunca ha

cruzado su mente. Abajo, encuentro a mi madre y a Prim atendiendo a un Gale

adormilado. La medicina debe de estar dejando de hacer efecto, a juzgar por la

expresión de su cara. Me preparo para otra lucha pero trato de mantener la voz

tranquila.

― ¿No puedes ponerle otra inyección?

― Lo haré, si hace falta. Pensé que debíamos intentarlo con la capa de

nieve antes. ― Dice mi madre. Le ha quitado los vendajes. Prácticamente puedes

ver el calor irradiando desde la espalda de Gale. Le coloca una tela limpia sobre la

carne inflamada y asiente hacia Prim. Prim se acerca, removiendo lo que parece

ser un gran cuenco de nieve. Pero está teñido de un suave verde y desprende un

olor dulce y limpio. Capa de nieve. Empieza a verterla cuidadosamente sobre la

tela usando un cucharón. Casi puedo oír cómo crepita la piel atormentada de Gale

al encontrarse con la mezcla de nieve. Sus párpados se abren, y emite un sonido

de alivio.

― Es afortunado el que tengamos nieve. ― Dice mi madre.

Pienso en lo que debe de haber sido recuperarse de latigazos en medio del

verano, con el calor asfixiante y el agua tibia del grifo.

― ¿Qué hacías en meses cálidos? ― Pregunto.

Una arruga aparece entre las cejas de mi madre cuando frunce el ceño.

Page 88: los juegos del hambre 2- en llamas

― Intentar mantener apartadas a las moscas.

Mi estómago da un vuelco ante la idea. Llena un pañuelo con la mezcla de

capa de nieve y la sostengo contra el verdugón de mi mejilla. Al instante el dolor

remite. Es el frío de la nieve, sí, pero cualquiera que sea la mezcla de jugos de

hierbas que ha añadido mi madre también ayuda.

― Oh. Es fantástico. ¿Por qué no se lo pusiste anoche?

― Tenía que dejar que la herida cuajara antes. ― Dice.

No sé qué significa eso exactamente, pero mientras funcione, ¿quién soy yo

para cuestionarla? Ella sabe lo que se hace, mi madre. Siento una punzada de

remordimiento sobre ayer, las cosas que le grité mientras Peeta y Haymitch me

sacaban a rastras de la cocina.

― Perdón. Por gritarte ayer.

― He oído cosas peores. ― Dice. ― Ya has visto cómo es la gente, cuando

alguien al que quieren sufre.

Alguien al que quieren. Las palabras me traban la lengua como si estuviera

llena de capa de nieve. Por supuesto, quiero a Gale. ¿Pero a qué clase de amor

se refiere? ¿A qué me refiero yo cuando digo que quiero a Gale? No lo sé. Anoche

sí que lo besé, en un momento en que mis emociones estaban disparadas. Pero

no estoy segura de que él lo recuerde. ¿Lo recuerda? Espero que no. Si lo

recuerda, todo se hará más complicado y de verdad que no puedo pensar en

besar a nadie cuando tengo una rebelión que incitar. Sacudo levemente la cabeza

para aclararla.

― ¿Dónde está Peeta? ― Digo.

― Se fue a casa cuando oímos que te removías. No quería dejar su casa

desatendida durante la tormenta. ―Dice mi madre.

― ¿Llegó allá bien? ― Pregunto. En una ventisca, puedes perderte en

cuestión de metros y salirte del camino hacia el olvido.

― ¿Por qué no llamas para comprobarlo?

Page 89: los juegos del hambre 2- en llamas

Voy al estudio, un lugar que en lo fundamental he evitado desde mi

encuentro con el Presidente Snow, y marco el número de Peeta. Después de

varios tonos de espera, responde.

― Hola. Sólo quería asegurarme de que hubieras llegado bien a casa. ―

Digo.

― Katniss, vivo a tres casas de ti.

― Lo sé, pero con el tiempo y eso.

― Bueno, estoy bien. Gracias por preguntar. ― Hay una larga pausa. ―

¿Cómo está Gale?

― Bien. Mi madre y Prim le están poniendo capa de nieve ahora.

― ¿Y tu cara?

― Yo también tengo algo. ― Digo. ― ¿Has visto hoy a Haymitch?

― Me pasé a verlo. Completamente borracho. Pero le encendí el fuego y le

dejé algo de pan.

― Quería hablar con . . . con vosotros dos. ― No me atrevo a añadir más,

aquí en mi teléfono, que seguro que está pinchado.

― Probablemente tengas que esperar a que el tiempo se calme. ― Dice. ―

Aunque no sucederán muchas cosas antes de eso, en cualquier caso.

― No, no muchas. ― Concuerdo.

Pasan dos días antes de que la tormenta se apacigüe, dejándonos con

montones de nieve más altos que mi cabeza. Otro día antes de que aclaren el

camino desde la Aldea de los Vencedores hasta la plaza. Durante este tiempo

ayudo a atender a Gale, aplico capa de nieve a mi mejilla, intento recordar todo lo

que puedo sobre el levantamiento en el Distrito 8, por si acaso eso nos ayuda. La

hinchazón de mi cara disminuye, dejándome con una herida en proceso de

curación que me pica y un ojo muy negro. Pero aún así, en cuanto tengo la

primera oportunidad, llamo a Peeta para ver si quiere ir a la ciudad conmigo.

Levantamos a Haymitch y lo arrastramos con nosotros. Se queja, pero no tanto

como de costumbre. Todos sabemos que tenemos que discutir lo que pasó y que

Page 90: los juegos del hambre 2- en llamas

eso no puede ser en ningún lugar tan peligroso como nuestras casas en la Aldea

de los Vencedores. De hecho, esperamos hasta que la aldea queda muy atrás

para siquiera hablar. Me paso el tiempo estudiando las paredes de tres metros

apiladas a cada lado del estrecho camino que ha sido aclarado, preguntándome si

se nos caerán encima.

Finalmente Haymitch rompe el silencio.

― Así que nos vamos todos hacia lo grande y desconocido, ¿no? ― Me

pregunta.

― No. ― Digo. ― Ya no.

― Has trabajado en los fallos en tu plan, ¿verdad, preciosa? ― Pregunta.

― ¿Alguna idea nueva?

― Quiero empezar un levantamiento.

Haymitch sólo se ríe. Ni siquiera es una risa cruel, lo que es todavía peor.

Significa que ni siquiera puede tomarme en serio.

― Bueno, yo quiero un trago. Aunque hazme saber qué tal te sienta eso a

ti.

― ¿Entonces cuál es tu plan? ― Le espeto de vuelta.

― Mi plan es asegurarme de que todo sea totalmente perfecto para tu

boda. ―Dice Haymitch. ― Llamé y cambié el horario de la sesión de fotos sin dar

demasiados detalles.

― Ni siquiera tienes teléfono.

― Effie arregló eso. ― Dice. ― ¿Sabes que me preguntó si quería ser yo

quien te entregara al novio? Le dije que cuanto antes, mejor.

― Haymitch. ― Puedo oír la súplica colándose en mi voz.

― Katniss. ― Imita mi tono. ― No funcionará.

Nos callamos mientras un equipo de hombres con palas pasa a nuestro

lado, dirigiéndose hacia la Aldea de los Vencedores. Tal vez puedan hacer algo

Page 91: los juegos del hambre 2- en llamas

sobre esas paredes de tres metros. Y para cuando están fuera del alcance, la

plaza está demasiado cerca. Entramos en ella y los tres nos detenemos al mismo

tiempo.

No pueden suceder muchas cosas durante la ventisca. Eso es lo que Peeta

y yo habíamos acordado. Pero no habríamos podido estar más equivocados. La

plaza ha sido transformada. Una inmensa bandera con el sello de Panem cuelga

del techo del Edificio de Justicia. Agentes de la paz, en prístinos uniformes

blancos, marchan sobre adoquines limpiamente barridos. A lo largo de los tejados,

más de ellos ocupan emplazamientos de pistolas automáticas. Lo más inquietante

es la línea de construcciones nuevas―un poste oficial de azotamiento, varias

empalizadas, y una horca―se alzan en el centro de la plaza.

― Thread es un trabajador rápido. ― Dice Haymitch.

A varias calles de distancia de la plaza, veo alzarse un fuego. Ninguno de

nosotros tiene que decirlo. Sólo puede ser el Quemador desapareciendo en medio

del humo. Pienso en Sae la Grasienta, Ripper, todos los amigos míos que hacen

allí su vida.

― Haymitch, no crees que todos estaban aún . . . ― No puedo terminar la

frase.

― Nah, son más listos que eso. Tú también lo serías, si hubieras vivido

más. ― Dice. ―

Bueno, mejor que me vaya a ver de cuánto alcohol de fricción puede

prescindir el boticario. Se va con dificultad al otro lado de la plaza y miro a Peeta.

― ¿Para qué lo quiere? ― Después me doy cuenta de la respuesta. ― No

podemos dejar que lo beba. Se matará a sí mismo, o por lo menos se quedará

ciego. Tengo algo de licor blanco apartado en casa.

― Yo también. Tal vez eso le bastará hasta que Ripper encuentre la forma

de volver al negocio. ― Dice Peeta. ― Necesito ir a ver cómo está mi familia.

― Yo tengo que ir a ver a Hazelle. ― Ahora estoy preocupada. Pensé que

estaría en nuestro umbral en cuanto se aclarara la nieve. Pero no ha habido

noticias de ella.

― Yo también iré. Me pasaré por la panadería de camino a casa.

Page 92: los juegos del hambre 2- en llamas

― Gracias. ― De repente tengo mucho miedo de lo que pueda encontrar.

Las calles están casi desiertas, lo que no sería raro en este momento del día si la

gente estuviera en las minas, los niños en el colegio. Pero no lo están. Veo caras

mirándonos desde las puertas, a través de grietas en persianas.

Un levantamiento, pienso. Qué idiota soy. Hay un fallo inherente en el plan

que tanto Gale como yo estuvimos demasiado ciegos para ver. Un levantamiento

requiere quebrantar la ley, desafiar a la autoridad. Nosotros lo hemos hecho todas

nuestras vidas, nuestras familias lo han hecho. Cazando furtivamente, haciendo

trueques en el mercado negro, burlándonos del Capitolio en el bosque. Pero para

la mayor parte de la gente en el Distrito 12, un viaje para comprar algo en el

Quemador sería demasiado arriesgado. ¿Y yo espero que se reúnan en la plaza

con ladrillos y antorchas? La mera visión de Peeta y mía es bastante para hacer

que la gente aparte a sus hijos de las ventanas y cierre con fuerza las cortinas.

Encontramos a Hazelle en su casa, cuidando a una Posy muy enferma.

Reconozco las marcas del sarampión.

― No podía dejarla. ― Dice. ― Sabía que Gale estaría en las mejores

manos posibles.

― Por supuesto. ― Digo. ― Está mucho mejor. Mi madre dice que estará

de vuelta en las minas en un par de semanas.

― En cualquier caso, tal vez no abran hasta entonces. ― Dice Hazelle. ―

El anuncio es que están cerradas hasta nuevo aviso. ― Le echa una mirada

nerviosa a su tina de ropa vacía.

― ¿Tú también has cerrado? ― Pregunto.

― No oficialmente. ― Dice Hazelle. ― Pero todo el mundo tiene miedo a

utilizarme.

― Tal vez sea la nieve. ― Dice Peeta.

― No, Rory hizo una ronda rápida esta mañana. Nada que lavar,

aparentemente. Rory envuelve los brazos alrededor de Hazelle.

― Estaremos bien.

Saco un puñado de dinero del bolsillo y lo dejo sobre la mesa.

Page 93: los juegos del hambre 2- en llamas

― Mi madre enviará algo para Posy.

Cuando salimos, me vuelvo hacia Peeta.

― Tú vuelve. Yo quiero pasarme por el Quemador.

― Iré contigo.

― No. Ya te he metido en bastantes problemas. ― Le digo.

― Y evitar un paseo por el Quemador . . . ¿eso va a arreglar las cosas para

mí? ― Sonríe y me coge de la mano. Juntos atravesamos las calles de la Veta

hasta que alcanzamos el edificio ardiendo. Ni siquiera se han molestado en dejar a

agentes de la paz a su alrededor. Saben que nadie intentaría salvarlo.

El calor de las llamas derrite la nieve colindante y un reguero negro discurre

junto a mis pies.

― Es todo ese polvo de carbón, de los viejos tiempos. ― Digo. Estaba en

cada grieta y en cada ranura. Enterrado en las tablas del suelo. Es sorprendente

que el sitio no hubiera explotado antes. ― Quiero ver a Sae la Grasienta.

― No hoy, Katniss. No creo que ayudáramos a nadie yéndolos a ver.

Volvemos a la plaza. Compro varias tartas del padre de Peeta mientras ellos

charlan cobre el tiempo. Nadie menciona los feos objetos de tortura que hay a

metros de la puerta. Lo último de lo que me doy cuenta cuando dejamos la plaza

es que no reconozco las caras de ninguno de los agentes de la paz.

A medida que van pasando los días, las cosas van de mal en peor. Las

minas permanecen cerradas durante dos semanas, y para entonces la mitad del

Distrito 12 se está muriendo de hambre. El número de niños apuntándose para las

teselas sube como la espuma, pero con frecuencia no reciben su grano. Empieza

a escasear la comida, e incluso aquellos con dinero salen de las tiendas con las

manos vacías. Cuando vuelven a abrir las minas, se recortan los salarios, se

amplían los horarios, los mineros se envían a lugares de trabajo muy peligrosos.

La tan esperada comida del Día del Paquete llega en mal estado y mermada por

roedores. Las instalaciones en la plaza ven mucha acción cuando la gente es

arrastrada hacia ellas y castigada por ofensas que se ignoraron durante tanto

tiempo que habíamos olvidado que fueran ilegales.

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Gale vuelve a casa sin más charla de rebelión entre nosotros. Pero no

puedo evitar pensar que todo lo que ve no hará sino fortalecer su resolución de

devolver el golpe. Las penurias en las minas, los cuerpos torturados en la plaza, el

hambre en los rostros de su familia. Rory se ha apuntado para las teselas, algo

sobre lo que Gale ni siquiera puede hablar, pero aún no es suficiente, con la

disponibilidad inexistente y el precio de la comida siempre en ascenso. Lo único

bueno es que consigo que Haymitch contrate a Hazelle como ama de llaves,

resultando en algo de dinero extra para ella y un modo de vida muy superior para

Haymitch. Es raro ir a su casa, encontrarla fresca y limpia, comida calentándose

en la cocina. Él apenas se da cuenta porque está luchando una batalla muy

diferente. Peeta y yo intentamos racionar cuanto licor blanco teníamos, pero casi

se ha agotado, y la última vez que vi a Ripper, estaba preparando más.

Me siento como una paria cuando ando por las calles. Ahora todo el mundo

me evita en público. Pero no hay escasez de compañía en casa. Un flujo estable

de enfermos y heridos es depositado en nuestra cocina ante mi madre, que hace

tiempo ya que dejó de cobrar por sus servicios. Sus reservas de remedios son tan

escasos, sin embargo, que dentro de poco todo con lo que podrá tratar a sus

pacientes será nieve.

El bosque, por supuesto, está prohibido. Absolutamente. Sin cuestión. Ni

siquiera Gale desafía esto ahora. Pero una mañana, yo sí. Y no es la casa llena de

enfermos y moribundos, las espaldas sangrantes, los niños de rostro escuálido,

las botas marchantes, o la omnipresente miseria la que me lleva debajo de la

valla. Es la llegada de una caja de vestidos de novia una noche con una nota de

Effie diciendo que el Presidente Snow los aprobó en persona. La boda. ¿De

verdad está planeando llevarla a cabo? ¿Qué conseguirá eso en su cerebro

retorcido? ¿Es por el beneficio de aquellos en el Capitolio? Se prometió una boda,

se hará una boda. ¿Y después nos matará? ¿Como lección para los distritos? No

lo sé. No puedo verle sentido ninguno. Doy vueltas y vueltas en la cama hasta que

ya no puedo soportarlo más. Tengo que salir de aquí. Por lo menos durante unas

pocas horas. Mis manos buscan en mi armario hasta que encuentro el traje

aislante de invierno que Cinna me hizo para uso recreativo en el Tour de la

Victoria. Botas impermeables, un traje de nieve que me cubre de la cabeza a los

pies, guantes térmicos. Adoro mis viejas cosas de caza, pero la caminata que

tengo hoy en mente es más apropiada para esta ropa de alta tecnología. Bajo las

escaleras de puntillas, lleno mi bolsa de caza con comida, y salgo a escondidas de

la casa. Andando a hurtadillas por calles poco importantes y callejones oscuros,

llego hasta el punto débil de la valla que está más cerca de la carnicería de

Rooba. Ya que muchos trabajadores cruzan por aquí para llegar a las minas, la

nieve está llena de pisadas. Las mías no se notarán. Con todas sus renovaciones

Page 95: los juegos del hambre 2- en llamas

en la seguridad, Thread le ha prestado poca atención a la verja, tal vez pensando

que el tiempo duro y los animales salvajes serán suficientes para mantener a la

gente en el interior con seguridad. Incluso así, una vez estoy bajo la cadena, cubro

mis huellas hasta que los árboles las ocultan por mí.

El amanecer apenas está rompiendo cuando recupero un set de arco y

flechas y empiezo a forzar un camino a través de la nieve amontonada en el

bosque. Estoy decidida, por alguna razón, a llegar al bosque. Tal vez para decirle

adiós al sitio, a mi padre y a los momentos felices que pasamos allí, porque sé que

probablemente no volveré jamás. Tal vez sólo para poder respirar tranquila otra

vez. A una parte de mí no le importa que me cojan, si puedo verlo una vez más.

El viaje me lleva el doble de lo habitual. La ropa de Cinna mantiene bien el

calor, y llego empapada de sudor bajo el traje de nieve mientras mi cara está

entumecida por el frío. El brillo furioso del sol invernal sobre la nieve me dificulta la

visión, y estoy tan exhausta y envuelta en mis propios pensamientos

desesperanzados que no veo las señales. El delgado hilo de humo saliendo de la

chimenea, las mellas de pisadas recientes, el olor a agujas de pino hervidas. Estoy

literalmente a unos pocos metros de la puerta de la casa de cemento cuando me

detengo en seco. Y no es por el humo o las huellas o el olor. Es por el

inconfundible chasquido de un arma detrás de mí.

Segunda naturaleza. Instinto. Me doy la vuelta, sacando la flecha, aunque

ya sé que la suerte no está de mi parte. Veo el uniforme blanco de agente de la

paz, la barbilla puntiaguda, el iris marrón claro donde mi flecha encontrará un

hogar. Pero el arma está cayendo al suelo y la mujer desarmada está levantando

algo hacia mí en su mano enguantada.

― ¡Para! ― Grita.

Vacilo, incapaz de procesar este giro en los acontecimientos. Tal vez tengan

órdenes de traerme con vida para poder torturarme y hacerme incriminar a toda

persona que conocí jamás. Sí, buena suerte con eso, pienso. Mis dedos ya se han

decidido a soltar la flecha cuando veo el objeto en el guante. Es un pequeño

círculo blanco de pan ácimo. Más como una galleta, en realidad. Gris y raída por

los bordes. Pero hay una imagen claramente estampada en el centro.

Es mi sinsajo.

No tiene sentido. Mi pájaro convertido en pan. Al contrario que los estilosos

accesorios que vi en el Capitolio, esto definitivamente no es un objeto de moda.

Page 96: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿Qué es eso? ¿Qué significa? ― Pregunto con aspereza, todavía

preparada para matar.

― Significa que estamos de tu parte. ― Dice una voz temblorosa detrás de

mí. No la vi al llegar. Debe de haber estado en la casa. No aparto la vista de mi

actual objetivo. Probablemente la recién llegada esté armada, pero me apuesto a

que no me dejará oír el clic que significaría que mi muerte es inminente, sabiendo

que mataría al instante a su acompañante.

― Ven aquí para que pueda verte. ― Ordeno.

― No puede, está . . . ― Empieza la mujer de la galleta.

― ¡Ven aquí! ― Grito. Oigo un paso y un sonido de arrastre. Puedo oír el

esfuerzo que el movimiento requiere. Otra mujer, o tal vez debería llamarla chica

ya que parece tener alrededor de mi edad, cojea hacia mi campo de visión. Está

mal vestida en un uniforme de agente de la paz completo con la capa blanca de

piel, pero que es varias tallas demasiado grande para su pequeña figura. No lleva

ningún arma a la vista. Sus manos están ocupadas manteniendo derecha una

vasta muleta hecha a partir de una rama rota. La punta de su bota derecha no es

capaz de levantarse sobre la nieve, de ahí el arrastre. Examino el rostro de la

chica, que está de un rojo brillante por el frío. Sus dientes están torcidos y hay una

marca de nacimiento color fresa sobre sus ojos marrón chocolate. Esta no es una

agente de la paz. Tampoco una ciudadana del Capitolio.

― ¿Quiénes sois? ― Pregunto con precaución pero con menos

beligerancia.

― Me llamo Twill. ― Dice la mujer. Ella es mayor. Tal vez treinta y cinco o

por ahí. ― Y esta es Bonnie. Nos hemos escapado del Distrito Ocho.

¡Distrito 8! ¡Entonces tienen que saber más sobre el levantamiento!

― ¿Dónde conseguisteis los uniformes? ― Pregunto.

― Los robé de la fábrica. ― Dice Bonnie. ― Allí los hacemos. Sólo que

pensé que este sería para . . . para otra persona. Por eso se ajusta tan mal.

― La pistola viene de un agente de la paz muerto. ― Dice Twill, siguiendo

mi mirada.

Page 97: los juegos del hambre 2- en llamas

― Esa galleta en tu mano. Con el pájaro. ¿De qué va todo eso? ―

Pregunto.

― ¿No lo sabes, Katniss? ― Bonnie parece estar genuinamente

sorprendida. Me reconocen. Por supuesto que me reconocen. Mi rostro no está

cubierto y estoy aquí en el exterior del Distrito 12 apuntándoles con una flecha.

¿Quién más podría ser?

― Sé que es como la insignia que llevaba en la arena.

― No lo sabe. ― Dice Bonnie suavemente. ― Tal vez no sepa nada. De

repente siento la necesidad de aparentar estar por encima de todo.

― Sé que ha habido un levantamiento en el Ocho.

― Sí, por eso tuvimos que salir. ― Dice Twill.

― Bueno, ahora estáis bien y fuera. ¿Qué vais a hacer? ― Pregunto.

― Nos dirigimos al Distrito Trece. ― Responde Twill.

― ¿El Trece? ― Digo. ― No hay Trece. Desapareció del mapa.

― Hace setenta y cinco años. ― Dice Twill.

Bonnie cambia de postura sobre su muleta y hace una mueca de dolor.

― ¿Qué te pasa en la pierna? ― Pregunto.

― Me torcí el tobillo. Mis botas son demasiado grandes. ― Dice Bonnie. Me

muerdo el labio. Mi instinto me dice que están diciendo la verdad. Y detrás de esa

verdad hay un montón de información que me gustaría conseguir. Sin embargo,

doy un paso el frente y recupero la pistola de Twill antes de bajar mi arco.

Después vacilo un momento, pensando en otro día en este bosque, cuando Gale y

yo vimos un hovercraft aparecer de la nada y capturar a dos fugitivos del Capitolio.

Al chico le lanzaron una lanza y lo mataron. La chica pelirroja, lo averigüé cuando

fui al Capitolio, fue mutilada y convertida en una sirvienta muda llamada Avox.

― ¿Alguien os persigue?

Page 98: los juegos del hambre 2- en llamas

― No lo creemos. Pensamos que creen que morimos en la explosión de la

fábrica. ― Dice Twill. ― Sólo fue de casualidad que no fuera así.

― Está bien, vamos dentro. ― Digo, señalando con la cabeza la casa de

cemento. Las sigo al interior, llevando la pistola.

Bonnie se dirige directa al hogar y se sienta sobre una capa de agente de la

paz que ha sido extendida ante él. Alza las manos ante la débil llama que arde en

un extremo de un tronco carbonizado. Su piel está tan pálida que parece traslúcida

y puedo ver el fuego brillar a través de ella. Twill trata de colocar la capa, que debe

de haber sido la suya propia, alrededor de la chica tiritante.

Una lata de un galón ha sido cortada por la mitad, el borde irregular y

peligroso. Está sobre las cenizas, lleno con un puñado de agujas de pino hirviendo

en agua.

― ¿Haciendo té? ― Pregunto.

― En realidad no estamos seguras. Recuerdo ver a alguien hervir agujas de pino

en los Juegos del Hambre hace unos años. Por lo menos, creo que eran agujas de

pino. ― Dice Twill con el ceño fruncido.

Recuerdo el Distrito 8, un lugar feo y urbano apestando a gases

industriales, la gente alojada en gastados edificios de varias plantas. Apenas si

una brizna de hierba a la vista. Sin oportunidad, jamás, de conocer la naturaleza.

Es un milagro que estas dos hayan llegado hasta aquí.

― ¿Sin comida? ― Pregunto.

Bonnie asiente.

― Cogimos lo que pudimos, pero la comida ha sido tan escasa. Nos

quedamos sin nada hace tiempo. ― El temblor en su voz derrite mis restantes

defensas. No es más que una chica malnutrida y herida escapando del Capitolio.

― Bueno, entonces este es vuestro día de suerte. ― Digo, dejando caer mi

bolsa de caza en el suelo. La gente se está muriendo de hambre por todo el

distrito y nosotras aún tenemos más que de sobra. Así que he estado repartiendo

un poco por ahí. Tengo mis propias prioridades: la familia de Gale, Sae la

grasienta, algunos de los otros miembros del Quemador que se quedaron sin

puesto. Mi madre tiene otra gente, sobre todo pacientes, a quienes quiere ayudar.

Page 99: los juegos del hambre 2- en llamas

Esta mañana llené a propósito mi bolsa de caza hasta los topes, sabiendo que mi

madre vería la despensa vacía y asumiría que estaba haciendo mi ronda a los

hambrientos. En realidad estaba haciendo tiempo para ir al lago sin que se

preocupara. Tenía intención de repartir la comida esta tarde al volver, pero ahora

veo que eso no va a suceder. De la bolsa saco dos bollos frescos con una capa de

queso gratinado encima. Parece que siempre tenemos provisión de estos desde

que Peeta averiguó que eran mis favoritos. Le lanzo uno a Twill pero me acerco y

le dejo el otro a Bonnie en el regazo ya que su coordinación parece un poco

cuestionable de momento y no quiero que la cosa termine en el fuego.

― Oh. ― Dice Bonnie. ― Oh, ¿todo esto es para mí?

Algo dentro de mí da un vuelco cuando recuerdo otra voz. Rue. En la arena.

Cuando le di el zanco de granso. “Oh. Nuca antes había tenido un zanco completo

para mí.” La incredulidad de los crónicamente hambrientos.

― Sí, cómela. ― Digo. Bonnie sostiene el bollo como si no se acabara de

creer que es real y después hunde los dientes en él una y otra vez, incapaz de

parar. ― Es mejor si lo masticas. ―

Asiente, intentando ir más despacio, pero sé lo difícil que es cuando tienes tanta

hambre. ―

Creo que vuestro té está listo. ― Aparto la lata de las cenizas. Twill saca

dos tazas de lata de su mochila y vierto el té, dejándolo sobre el suelo para que se

enfríe. Se acurrucan juntas mientras comen, soplando sobre su té, y tomando

sorbitos hirvientes mientas yo preparo el fuego. Espero hasta que se están

chupando la grasa de los dedos para preguntar. ― Así que,

¿Cuál es vuestra historia? ― Y me la cuentan.

Desde los Juegos del Hambre, había estado creciendo el descontento en el

Distrito 8. Siempre había estado allí, por supuesto, en cierto grado. Pero lo que era

diferente era que sólo hablar ya no bastaba, y la idea de pasar a la acción pasó de

un deseo a la realidad. Las fábricas de textil que sirven a Panem son muy ruidosas

por la maquinaria, y el barullo también ayudaba a hacer correr la voz, unos labios

cerca de un oído, palabras sin llamar la atención, sin vigilar. Twill daba clase en el

colegio, Bonnie era una de sus alumnas, y después del timbre final, las dos se

pasaban un turno de cuatro horas en la fábrica que se especializaba en uniformes

de agentes de la paz. Le llevó meses a Bonnie, que trabajaba en el frío muelle de

inspección, asegurarse los dos uniformes, una bota por aquí, unos pantalones por

Page 100: los juegos del hambre 2- en llamas

allá. Se suponía que eran para Twill y su marido porque era entendido que, una

vez que el levantamiento empezase, sería crucial hacer correr la voz acerca de él

más allá del Distrito 8 si debía extenderse y tener éxito.

El día que Peeta y yo fuimos e hicimos nuestra aparición del Tour de la

Victoria era de hecho un tipo de ensayo. La gente de la multitud se colocó según

su equipo, junto a los edificios que serían sus objetivos cuando estallara la

rebelión. Ese era el plan: traer abajo los centros de poder en la ciudad como el

Edificio de Justicia, el Cuartel General de los agentes de la paz, y el Centro de

Comunicaciones de la plaza. Y en otras localizaciones en el distrito: la vía de tren,

el granero, la estación eléctrica, y la armería.

La noche de mi compromiso, la noche en que Peeta cayó de rodillas y

proclamó su amor inmortal hacia mí delante de las cámaras en el Capitolio, fue la

noche que empezó el levantamiento. Era la tapadera ideal. Nuestra entrevista del

Tour de la Victoria con Caesar Flickerman era de visión obligada. Le dio a la gente

del Distrito 8 una razón para estar en las calles después de caer el sol, ya fuera

reuniéndose en la plaza o en diversos centros comunitarios alrededor de la ciudad

para verla. Normalmente esa actividad habría sido demasiado sospechosa. En vez

de ello todo el mundo estaba en su sitio a la hora acordada, ocho en punto,

cuando se pusieron las máscaras y se desató el infierno. Tomados por sorpresa y

superados en número, los agentes de la paz fueron inicialmente superados por la

multitud. El Centro de Comunicaciones, el granero y la estación eléctrica fueron

todos asegurados. A medida que fueron cayendo los agentes de la paz, los

rebeldes fueron apropiándose de armas. Había esperanza de que esto no hubiera

sido un acto de locura, que de alguna forma, si pudieran hacer llegar la voz a los

otros distritos, tal vez fuera posible la caída del gobierno del Capitolio.

Pero entonces cayó el hacha. Empezaron a llegar agentes de la paz a

millares. Hovercrafts bombardeaban las fortalezas rebeldes hasta dejarlas

reducidas a cenizas. En el completo caos que siguió, todo lo que la gente podía

hacer era volver a sus casas con vida. Llevó menos de cuarenta y ocho horas

someter a la ciudad. Después, durante una semana, se cerró la ciudad. Sin

comida, sin carbón, se les prohibió a todos abandonar sus casas. La única vez

que la televisión enseñaba algo que no fuera estática era cuando los instigadores

eran ahorcados en la plaza. Después, una noche, cuando todo el distrito estaba al

borde de la hambruna, llegó la orden de volver al trabajo como siempre.

Eso suponía colegio para Twill y Bonnie. Una calle hecha intransitable por

las bombas hizo que llegaran tarde a su turno en la fábrica, así que aún estaban a

Page 101: los juegos del hambre 2- en llamas

cincuenta metros cuando explotó, incluyendo a todos cuantos había

dentro―incluyendo al marido de Twill y a toda la familia de Bonnie.

― Alguien debe de haberle contado al Capitolio que la idea del

levantamiento había empezado allí. ― Me dice débilmente Twill.

Las dos corrieron de vuelta a casa de Twill, donde aún aguardaban los

trajes de agentes de la paz. Arañaron juntas cuantas provisiones pudieron,

robando libremente a los vecinos que ahora sabían que estaban muertos, y

llegaron a la estación de tren. En un almacén cerca de las vías se cambiaron a los

atuendos de agentes de la paz y, disfrazadas, fueron capaces de entrar en un

vagón de carga lleno de tela en un tren dirigido al Distrito 6. Se escaparon del tren

en una parada por combustible durante el camino y viajaron a pie. Escondidas en

el bosque, pero usando las vías como guía, llegaron a las afueras del Distrito 12

hace dos días, donde fueron obligadas a parar cuando Bonnie se torció el tobillo.

― Entiendo por qué escapáis, pero ¿qué esperáis encontrar en el Distrito

Trece? ― Pregunto.

Bonnie y Twill intercambian una mirada nerviosa.

― No estamos exactamente seguras. ― Dice Twill.

― No hay más que escombros. ― Digo. ― Todos hemos visto las

secuencias.

― Es exactamente eso. Han estado usando las mismas secuencias tanto

tiempo como nadie en el Distrito Ocho puede recordar. ― Dice Twill.

― ¿De verdad? ― Intento recordar, rememorar las imágenes del 13 que he

visto en la televisión.

― ¿Sabes como siempre enseñan el Edificio de Justicia? ― Prosigue Twill.

Asiento. Lo he visto miles de veces. ― Si miras con mucho cuidado, lo ves. En la

esquina de arriba a la derecha.

― ¿Veo qué? ― Pregunto.

Twill alza de nuevo la galleta con el pájaro.

― Un sinsajo. Sólo un instante mientras pasa volando. El mismo cada vez.

Page 102: los juegos del hambre 2- en llamas

― En casa, creemos que han estado reutilizando las secuencias viejas

porque el Capitolio en realidad no puede enseñar lo que hay allí ahora. ― Dice

Bonnie. Suelto un gruñido de incredulidad.

― ¿Vais al Distrito Trece basándoos en eso? ¿Una imagen de un pájaro?

¿Creéis que vais a encontrar alguna ciudad nueva con gente paseando por ella?

¿Y eso le parece bien al Capitolio?

― No. ― Dice Twill con seriedad. ― Creemos que la gente se refugió bajo

tierra cuando todo en la superficie fue destruido. Creemos que han logrado

sobrevivir. Y creemos que el Capitolio los deja solos porque, antes de los Días

Oscuros, la industria principal del Distrito Trece era el desarrollo nuclear.

― Eran mineros de grafito. ― Digo. Pero después vacilo, porque esa es

información que conseguí del Capitolio.

― Tenían varias minas pequeñas, sí. Pero no las suficientes para justificar

una población tan grande. Eso, supongo, es lo único que sé con seguridad. ―

Dice Twill. Mi corazón está latiendo demasiado rápido. ¿Qué pasa si tienen razón?

¿Podría ser cierto?

¿Podría haber un lugar al que huir más allá de la espesura? ¿Algún lugar

seguro? Si existe una comunidad en el Distrito 13, ¿sería mejor ir allí, donde

podría ser capaz de conseguir algo, en vez de esperar aquí por mi muerte? Pero

entonces . . . si hay gente en el Distrito 13, con armas poderosas . . .

― ¿Por qué no nos han ayudado? ― Digo enfadada. ― Si eso es cierto,

¿por qué nos han dejado para vivir así? ¿Con el hambre y los asesinatos y los

Juegos? ― Y de repente odio esta imaginaria ciudad subterránea del Distrito 13 y

a aquellos que se sientan sin hacer nada, mirándonos morir. No son mejores que

el Capitolio.

― No lo sabemos. ― Susurra Bonnie. ― Ahora mismo, sólo nos aferramos

a la esperanza de que existan.

Esto me devuelve el sentido. Esto no son más que fantasías. El Distrito 13

no existe porque el Capitolio nunca lo dejaría existir. Probablemente se confundan

acerca de las secuencias. Los sinsajos son casi tan escasos como las piedras. Y

casi tan fuertes. Si pudieron sobrevivir al bombardeo inicial del Distrito 13,

probablemente les vaya ahora mejor que nunca. Bonnie no tiene hogar. Su familia

está muerta. Volver al Distrito 8 o adaptarse a otro distrito sería imposible. Por

Page 103: los juegos del hambre 2- en llamas

supuesto que la idea de un Distrito 13 fuerte e independiente la atrae. No consigo

obligarme a decirle que está persiguiendo un sueño tan insustancial como una

voluta de humo. Tal vez ella y Twill puedan labrarse una vida en el bosque. Lo

dudo, pero son tan desgraciadas que tengo que intentar ayudarlas.

Primero les doy toda la comida de mi bolsa, sobre todo grano y habas

secas, pero es suficiente para mantenerlas durante un tiempo si tienen cuidado.

Después me llevo a Twill al bosque e intento explicarle los puntos básicos de la

caza. Tiene un arma que, de ser necesario, puede transformar energía solar en

rayos mortíferos, así que puede durar indefinidamente. Cuando consigue matar a

su primera ardilla, la pobre cosa es un desastre carbonizado porque recibió un

disparo directo a través del cuerpo. Pero le muestro cómo desollarla y limpiarla.

Con algo de práctica, lo conseguirá. Corto una nueva muleta para Bonnie. De

vuelta en la casa, me quito una capa extra de calcetines para la chica, diciéndole

que los coloque en las puntas de las botas para andar, y que después se los

ponga en los pies por las noches. Finalmente les enseño cómo preparar un fuego

de verdad.

Me ruegan que les diga detalles sobre la situación en el Distrito 12 y les

cuento cómo es la vida bajo Thread. Puedo ver que creen que es información

importante que les llevarán a aquellos que dirigen el Distrito 13, y yo les sigo el

juego para no destruir sus esperanzas. Pero cuando la luz señala que ya es tarde,

me he quedado sin tiempo para complacerlas.

― Tengo que irme ya. ― Digo.

Ellas muestran todo su agradecimiento y me abrazan.

Lágrimas caen de los ojos de Bonnie.

― No puedo creer que llegáramos a conocerte de verdad. Eres

prácticamente lo único de lo que nadie ha hablado desde . . .

― Lo sé. Lo sé. Desde que saqué esas bayas. ― Digo con cansancio.

Apenas me doy cuenta del camino a casa incluso aunque empieza a caer una

nieve húmeda. Mi mente está dando vueltas con información nueva sobre el

levantamiento en el Distrito 8 y la improbable pero tentadora posibilidad de un

Distrito 13. Escuchar a Bonnie y Twill confirmó una cosa: el Presidente Snow me

ha estado teniendo por tonta. Todos los besos y las muestras de afecto del mundo

no habrían podido detener lo que se cocía en el Distrito 8. Sí, el que yo sacara las

bayas había sido la chispa, pero yo no tenía forma de controlar el fuego. Él debe

Page 104: los juegos del hambre 2- en llamas

de haber sabido eso. Así que ¿por qué visitarme en mi casa, por qué ordenarme

persuadir a la muchedumbre de mi amor por Peeta? Era obviamente un complot

trazado para distraerme e impedirme hacer nada más inflamatorio en los distritos.

Y para entretener a la gente del Capitolio, por supuesto. Supongo que la boda no

es más que la necesaria extensión de eso.

Me estoy acercando a la valla cuando un sinsajo se posa con suavidad

sobre una rama y me gorjea. Al verlo me doy cuenta de que nunca obtuve una

explicación completa del pájaro en la galleta y lo que significa.

“Significa que estamos de tu parte.” Eso es lo que Bonnie había dicho.

¿Tengo a gente de mi parte? ¿Qué parte? ¿Soy sin pretenderlo la cara de la tan

esperada rebelión? ¿Se ha convertido el sinsajo de mi insignia en un símbolo de

resistencia? Si es así, a mi bando no le está yendo demasiado bien. No tienes

más que ver lo que pasó en el 8 para saberlo. Escondo mis armas en el tronco

hueco más cercano a mi antigua casa en la Veta y me dirijo a la valla. Estoy sobre

una rodilla, preparada para entrar en la Pradera, pero todavía estoy tan

preocupada con los eventos del día que hace falta el repentino chillido de un búho

para devolverme la sensatez.

En la luz difusa, las cadenas se ven tan inocuas como siempre. Pero lo que

me hace apartar la mano con violencia es el sonido, como el zumbido de un árbol

lleno de nidos de rastreavispas, indicando que la valla está viva con electricidad.

Mis pies se echan atrás automáticamente y me escondo entre los árboles.

Cubro mi boca con mi guante para dispersar mi aliento blanco en el aire helado.

La adrenalina fluye a través de mí, apartando todas las preocupaciones del día de

mi mente mientras me concentro en la amenaza inmediata ante mí. ¿Qué está

pasando? ¿Ha encendido Thread la valla como una precaución adicional? ¿O

sabe de algún modo que hoy he escapado a su red? ¿Está determinado a

mantenerme fuera del Distrito 12 hasta que pueda atraparme y arrestarme?

¿Arrastrarme a la plaza para encerrarme en la empalizada o azotarme o

ahorcarme? Cálmate, me ordeno. No es como si esta fuera la primera vez que me

quedé fuera del distrito por una verja electrificada. Ha pasado varias veces a lo

largo de los años, pero Gale siempre estaba conmigo. Nos limitaríamos a buscar

un árbol cómodo del que colgar hasta que la electricidad se apagara, algo que

siempre acababa sucediendo. Si estaba llegando tarde a casa, Prim incluso cogió

la costumbre de ir a la Pradera a comprobar si la valla estaba encendida, para

evitarle preocupaciones a mi madre.

Page 105: los juegos del hambre 2- en llamas

Pero hoy mi familia nunca se imaginaría que estuviera en el bosque. Incluso

he dado pasos en falso para confundirlas. Así que si no aparezco, se preocuparán.

Y hay una parte de mí que también está preocupada, porque no estoy muy segura

de que no sea más que una coincidencia, la electricidad viniendo el mismo día que

vuelvo al bosque. Creía que nadie me había visto escaparme por debajo de la

valla, pero ¿quién sabe? Siempre hay ojos de alquiler. Alguien denunció a Gale

besándome en ese mismo punto. Aún así, eso había sido de día y antes de que

fuera más cuidadosa con mi comportamiento. ¿Podría haber cámaras de

seguimiento? Me lo he preguntado antes. ¿Es así como sabe el Presidente Snow

lo del beso? Estaba oscuro cuando pasé por debajo y mi cara estaba envuelta en

una bufanda. Pero la lista de sospechosos de salir sin autorización al bosque

probablemente sea muy corta. Mis ojos escudriñan a través de los árboles, más

allá de la verja, a la Pradera. Todo lo que puedo ver es la nieve húmeda iluminada

aquí y allá por la luz de las ventanas al borde de la Veta. No hay agentes de la paz

a la vista, no hay signos de que esté siendo buscada. Tanto si Thread sabe que he

dejado hoy el distrito como si no, me doy cuenta de que mi plan debe ser el

mismo: volver al interior de la valla sin ser vista y fingir que nunca he salido.

Cualquier contacto con las cadenas o las espirales de alambre de espino que

coronan la cima supondrían electrocución al instante. No creo que pueda meterme

debajo de la valla sin arriesgarme a la detección, y en cualquier caso el suelo está

congelado y duro. Eso sólo deja una opción. De algún modo voy a tener que pasar

por encima.

Empiezo a bordear la línea de árboles, buscando un árbol con una rama lo

bastante alta y larga como para satisfacer mis necesidades. Después de dos

kilómetros más o menos, llego a un viejo arce que servirá. Sin embargo, el tronco

es demasiado ancho y está demasiado helado para escalarlo, y no hay ramas

bajas. Me subo a un árbol vecino y salto precariamente al arce, casi perdiendo mi

agarre sobre la corteza resbaladiza. Pero consigo sujetarme y lentamente voy

avanzando sobre una rama que cuelga sobre el alambre de espino. Al mirar abajo,

recuerdo por qué Gale y yo siempre esperábamos en los bosques en vez de

intentar saltar la valla. Si estás lo bastante alto para evitar acabar frito significa que

estás por lo menos a seis metros de altura. Supongo que mi rama debe de estar a

unos siete y medio. Esa es una caída peligrosamente alta, incluso para alguien

que ha tenido años de práctica en árboles. Pero ¿qué otra opción tengo? Podría

buscar otra rama, pero ahora casi está oscuro. La nevada oscurecerá cualquier

rayo de luna. Aquí, por lo menos, puedo ver que tengo un banco de nieve debajo

para que amortigüe mi aterrizaje. Incluso si pudiera encontrar otra, lo que es

dudoso, ¿quién sabe a qué estaría saltando? Me coloco la bolsa de caza vacía

alrededor del cuello y desciendo lentamente hasta que estoy colgando de los

brazos. Por un momento, concentro mi valor. Después suelto los dedos.

Page 106: los juegos del hambre 2- en llamas

Está la sensación de caer, después llego al suelo con un golpe que me

recorre toda la columna. Un segundo después, mi trasero golpea con fuerza el

suelo. Estoy tumbada sobre la nieve intentando evaluar los daños. Sin ponerme de

pie, puedo decir por el dolor en mi talón izquierdo y mi rabadilla que estoy herida.

La única pregunta es cuánto. Tengo la esperanza de que sólo sean moratones,

pero cuando me obligo a ponerme en pie, sospecho que también me he roto algo.

Sin embargo, puedo andar, así que empiezo a moverme, intentando esconder mi

cojera lo mejor que puedo.

Mi madre y Prim no pueden saber que estuve en el bosque. Necesito

construir algún tipo de coartada, sin importar qué débil. Algunas de las tiendas de

la plaza aún están abiertas, así que entro en una y compro tela blanca para

vendas. Compro una bolsa de dulces para Prim. Me meto una de las golosinas en

la boca, sintiendo cómo el caramelo se derrite en mi lengua, y me doy cuenta de

que es lo primero que he comido en todo el día. Tenía intención de comer en el

lago, pero una vez vi la condición de Twill y Bonnie, me pareció mal quitarles un

sólo bocado.

Para cuando llego a mi casa mi talón izquierdo no soporta peso en

absoluto. Decido decirle a mi madre que estaba intentando arreglar una gotera en

el tejado de nuestra vieja casa y resbalé. En cuanto a la comida que falta, sólo

hablaré con vaguedad sobre a quién se la repartí. Me arrastro por la puerta toda

lista para derrumbarme rendida delante del fuego. Pero en vez de eso, me espera

otro shock.

Dos agentes de la paz, un hombre y una mujer, están de pie en el umbral

de nuestra cocina. La mujer permanece impasible, pero capto un instante de

sorpresa en la cara del hombre. No soy esperada. Saben que estaba en el bosque

y que ahora debería estar atrapada allí.

― Hola. ― Digo con voz neutra.

Mi madre aparece detrás de ellos, pero manteniendo la distancia.

― Aquí está, justo a tiempo para la cena. ― Dice un poco demasiado

alegre. Llego muy tarde para la cena.

Considero sacarme las botas como haría normalmente pero dudo que lo

consiga sin mostrar mis lesiones. En vez de ello sólo me saco la cazadora húmeda

y me sacudo la nieve del pelo.

Page 107: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿Puedo ayudarles en algo? ― Pregunto a los agentes de la paz.

― El agente de la paz en jefe Thread nos envió con un mensaje para usted.

― Dice la mujer.

― Han estado esperando durante horas. ― Añade mi madre.

Han estado esperando a que no consiguiera volver. Para confirmar que me

electrocuté en la verja o que quedé atrapada en el bosque para poder llevarse a

mi familia para interrogarla.

― Debe de ser un mensaje importante. ― Digo.

― ¿Podemos preguntar dónde ha estado, señorita Everdeen? ― Pregunta

la mujer.

― Más fácil preguntar donde no he estado. ― Digo con un sonido de

exasperación. Cruzo hacia la cocina, obligándome a usar mi pie con normalidad

aunque cada paso es insoportable. Paso entre los agentes de la paz y llego sin

problemas a la mesa. Dejo mi bolsa en el suelo y me vuelvo hacia Prim, quien está

muy tensa de pie junto al hogar. Haymitch y Peeta también están allí, sentados en

un par de mecedoras a juego, jugando al ajedrez. ¿Están aquí de casualidad o

“invitados” por los agentes de la paz? De cualquier forma, me alegro de verlos.

― Así que ¿dónde no has estado? ― Dice Haymitch con voz aburrida.

― Bueno, no he estado hablando con el Hombre de las Cabras sobre hacer

que la cabra de Prim quede embarazada, porque alguien me dio una información

totalmente errónea sobre dónde vive. ― Le digo con énfasis a Prim.

― No, no lo hice. ― Dice Prim. ― Te lo dije exactamente.

― Dijiste que vive junto a la entrada oeste de la mina.

― La entrada este. ― Me corrige Prim.

― Dijiste distintivamente oeste, porque entonces yo dije “¿Junto al montón

de escombros?” y tú dijiste “Sí”.

― El montón de escombros junto a la entrada este. ― Dice Prim

pacientemente.

Page 108: los juegos del hambre 2- en llamas

― No. ¿Cuándo dijiste eso? ― Exijo.

― Anoche. ― Mete Haymitch la cuchara.

― Era definitivamente la este. ― Añade Peeta. Mira a Haymitch y se ríen.

Fulmino a Peeta con la mirada mientras él trata de parecer contrito. ― Lo siento,

pero es lo que he dicho. No escuchas a la gente cuando te habla.

― Pero la gente te dijo hoy que él no vivía allí y otra vez volviste a no

escuchar. ― Dice Haymitch.

― Cállate, Haymitch. ― Digo, indicando claramente que tiene razón.

Haymitch y Peeta se echan a reír a carcajadas y Prim se permite una sonrisa.

― Bien. Que alguien más haga que esa estúpida cabra se quede preñada.

― Digo, lo que hace que se rían más. Y pienso, Por eso han llegado tan lejos,

Haymitch y Peeta. Nada los echa atrás.

Miro a los agentes de la paz. El hombre está sonriendo pero la mujer no

está convencida.

― ¿Qué hay en la bolsa? ― Pregunta de repente.

― Oh, bien. ― Dice mi madre examinando la tela. ― Nos estamos

quedando sin vendas. Peeta viene a la mesa y abre la bolsa de golosinas.

― Ooh, caramelos. ― Dice, metiéndose uno en la boca.

― Son míos. ― Intento coger la bolsa. Se la lanza a Haymitch, quien se

mete un puñado de golosinas en la boca antes de pasarle la bolsa a Prim, que

está echando risitas. ― ¡Ninguno de vosotros se merece chucherías!

― ¿Qué, porque tenemos razón? ― Peeta envuelve los brazos a mi

alrededor. Suelto un gritito de dolor cuando mi rabadilla pone objeciones. Intento

convertirlo en un sonido de indignación, pero puedo ver en sus ojos que sabe que

estoy herida. ― Vale, Prim dijo oeste. Yo oí con claridad oeste. Y somos todos

idiotas. ¿Qué tal está eso?

― Mejor. ― Digo, y acepto su beso. Después miro a los agentes de la paz

como si recordara de repente que están allí. ― ¿Tienen un mensaje para mí?

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― Del agente de la paz en jefe Thread. ― Dice la mujer. ― Quería que

usted supiera que la valla rodeando el Distrito Doce tendrá a partir de ahora

electricidad veinticuatro horas al día.

― ¿No la tenía ya? ― Pregunto, un poco demasiado inocentemente.

― Pensó que estaría usted interesada en pasarle esta información a su

primo. ― Dice la mujer.

― Gracias. Se lo diré. Estoy convencida de que todos dormiremos algo

mejor sabiendo que la seguridad ha arreglado ese fallo. ― Estoy presionando las

cosas, lo sé, pero el comentario me da una sensación de satisfacción.

La mandíbula de la mujer se tensa. Nada de esto ha salido como estaba

planeado, pero no tiene más órdenes. Asiente secamente en despedida y se

marcha, el hombre detrás de ella. Cuando mi madre ha cerrado la puerta detrás de

ellos, me dejo caer contra la mesa.

― ¿Qué pasa? ― Pregunta Peeta, sosteniéndome derecha.

― Oh, me golpeé el pie izquierdo. El talón. Y mi rabadilla también ha tenido

un mal día. ― Me ayuda a ir hasta una de las mecedoras y me apoyo sobre el

cojín acolchado. Mi madre me saca las botas.

― ¿Qué pasó?

― Resbalé y caí. ― Digo. Cuatro pares de ojos me miran con incredulidad.

― Sobre algo de hielo. ― Pero todos sabemos que la casa debe de estar llena de

micrófonos y no es seguro hablar abiertamente. No aquí, no ahora.

Habiéndome sacado el calcetín, los dedos de mi madre palpan los huesos

de mi talón izquierdo y hago un gesto de dolor.

― Debe de haber una rotura. ― Dice. Comprueba el otro pie. ― Este

parece estar bien. ― Juzga que mi rabadilla debe de estar macerada.

Prim es despachada para buscar mi pijama y albornoz. Cuando estoy

mudada, mi madre hace una capa de nieve para mi talón izquierdo y lo levanta en

un escabel. Como tres cuencos de estofado y media hogaza de pan mientras los

demás cenan en la mesa. Miro al fuego, pensando en Bonnie y Twill, esperando

que la pesada nieve húmeda haya borrado mis huellas. Prim viene y se sienta en

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el suelo junto a mí, apoyando la cabeza contra mi rodilla. Chupamos caramelos

mientras acaricio su suave pelo rubio detrás de la oreja.

― ¿Qué tal el colegio? ― Pregunto.

― Bien. Aprendimos sobre los derivados del carbón. ― Dice. Nos

quedamos mirando al fuego durante un rato. ― ¿Te vas a probar tus vestidos de

novia?

― No esta noche. Probablemente mañana.

― Espera hasta que vuelva a casa, ¿vale?

― Pues claro. ― Si no me arrestan antes.

Mi madre me sirve una taza de té de camomila con una dosis de jarabe

para dormir, y mis párpados empiezan a caer de inmediato. Envuelve mi pie malo,

y Peeta se presenta voluntario para llevarme a la cama. Empiezo apoyándome en

su hombro, pero me tambaleo tanto que al final se limita a levantarme y me lleva

arriba en brazos. Me somete y me desea buenas noches pero yo cojo su mano y

lo sostengo allí. Un efecto colateral del jarabe para dormir es que hace que la

gente esté menos inhibida, como el licor blanco, y sé que tengo que controlar mi

lengua. Pero no quiero que se vaya. De hecho, quiero que se acueste conmigo,

para estar allí cuando las pesadillas lleguen esta noche. Por alguna razón que no

puedo acabar de formular, sé que no se me permite pedirle eso.

― No te vayas aún. No hasta que me duerma. ― Digo.

Peeta se sienta en un lado de la cama, calentando mi mano en las dos

suyas.

― Casi pensé que habías cambiado de idea hoy. Cuando llegaste tarde

para cenar. Estoy confusa pero puedo adivinar a qué se refiere. Con la valla en

funcionamiento y yo apareciendo tarde y los agentes de la paz esperando, pensó

que me había escapado, tal vez con Gale.

― No, te lo habría dicho. ― Digo. Levanto su mano y apoyo mi mejilla

contra el dorso, absorbiendo el leve aroma a canela y pepinillos de los panes que

debe de haber horneado hoy. Quiero contarle lo de Twill y Bonnie y el

levantamiento y la fantasía del Distritro 13, pero no es seguro hacerlo y puedo

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sentir cómo me estoy yendo, así que sólo digo una última frase. ― Quédate

conmigo.

Mientras los hilos del jarabe para dormir me arrastran hacia abajo, puedo

oírle susurrar una palabra en respuesta, pero no acabo de entenderla.

Mi madre me deja dormir hasta mediodía, después me levanta para

examinar mi talón. Me ordena una semana de descanso en la cama y no objeto

porque me encuentro fatal. No sólo mi talón y mi rabadilla. Me duele todo el

cuerpo por el agotamiento. Así que dejo que mi madre me haga de médico y me

sirva el desayuno en la cama y ajuste otro edredón a mi alrededor. Después me

limito a quedarme allí tumbada, mirando por la ventana al cielo de invierno,

ponderando cómo demonios acabará todo esto. Pienso un montón en Bonnie y

Twill, y en la pila de blancos vestidos de novia arriba, y en si Thread averiguará

cómo volví y me arrestará. Es gracioso, porque podría simplemente arrestarme, en

cualquier caso, basándose en crímenes pasados, pero tal vez tenga que tener

algo verdaderamente irrefutable para hacerlo, ahora que soy una vencedora. Y me

pregunto si el Presidente Snow estará en contacto con Thread. Creo que es poco

probable que nunca fuera consciente siquiera de la existencia de Cray, pero ahora

que soy semejante problema nacional, ¿estará instruyendo cuidadosamente a

Thread sobre qué hacer? ¿O está Thread actuando por cuenta propia? En

cualquier caso, estoy segura de que los dos coinciden en mantenerme atrapada

aquí dentro del distrito con esa valla. Incluso si pudiera averiguar una forma para

escapar―tal vez poner una cuerda en esa rama de arce y escalar―ya no habría

más escape con mi familia y amigos. En cualquier caso, le dije a Gale que me

quedaría para luchar.

Durante los días siguientes, me sobresalto cada vez que llaman a la puerta.

Aunque no hay agentes de la paz que vengan a arrestarme, así que poco a poco

empiezo a relajarme. Estoy más segura cuando Peeta me dice casualmente que la

electricidad está desconectada en secciones de la valla porque hay grupos

asegurando la base de la verja al suelo. Thread debe de creer que de alguna

forma me metí por debajo de la cosa, incluso con esa corriente mortal circulando

por ella. Es un descanso para el distrito, el tener a los agentes de la paz haciendo

algo además de abusar de la gente.

Peeta se pasa cada día para traerme bollos de queso y empieza a

ayudarme a trabajar en el libro familiar. Es una cosa vieja, hecha de pergamino y

cuero. Algún herborista de la parte de mi madre lo empezó hace mucho tiempo. El

libro está compuesto de página tras página de dibujos de tinta con descripciones

de sus usos médicos. Mi padre añadió una sección de plantas comestibles que fue

Page 112: los juegos del hambre 2- en llamas

mi guía para mantenernos con vida después de su muerte. Durante mucho tiempo,

he querido grabar mis propios conocimientos en él. Cosas que aprendí por

experiencia o por Gale, y después la información que conseguí cuando me estaba

entrenando para los Juegos. No lo hice porque no soy ninguna artista y es crucial

que los dibujos estén hechos hasta el más mínimo detalle. Ahí es donde entra

Peeta. Algunas de las plantas ya las conoce, de otras tenemos muestras secas, y

otras las tengo que describir. Hace bocetos en pedazos de papel hasta que estoy

satisfecha de que están bien, después dejo que los dibuje en el libro. Después de

eso, escribo con cuidado todo lo que sé sobre la planta. Es un trabajo silencioso y

absorbente que me ayuda a mantener la mente apartada de mis problemas. Me

gusta mirar sus manos mientras trabaja, haciendo que una página en blanco

florezca con golpes de tinta, añadiendo toques de color a nuestro libro

previamente negro y amarillento. Su cara toma una expresión especial cuando se

concentra. Su expresión habitualmente relajada es reemplazada por algo más

intenso y lejano que sugiere todo un mundo encerrado dentro de él. He visto

fogonazos de esto antes: en la arena, o cuando habla a una multitud, o aquella

vez que apartó de un manotazo las armas de los agentes de la paz que me

apuntaban en el Distrito 11. No sé exactamente qué pensar de ello. También me

vuelvo un poco obsesionada con sus pestañas, en las que habitualmente no te

fijas porque son tan rubias. Pero de cerca, a la luz del sol que llega oblicua por la

ventana, son de un claro color dorado y tan largas que no sé cómo evitan

enredarse todas cuando parpadea. Una tarde Peeta deja de sombrear un capullo y

alza la vista tan de repente que me sobresalto, como si me hubiera pillado

espiándole, algo que de una forma extraña tal vez estuviera haciendo. Pero sólo

dice:

― Sabes, creo que esta es la primera vez que hemos hecho algo normal

juntos.

― Sí. ― Estoy de acuerdo. Toda nuestra relación ha estado teñida por los

Juegos. La normalidad nunca fue parte de ella. ― Está bien para cambiar. Cada

tarde me lleva abajo para un cambio de ambiente y molesto a todos encendiendo

la televisión. Normalmente sólo la vemos cuando es obligatorio, porque la mezcla

de propaganda y muestras del poder del Capitolio―incluyendo clips de setenta y

cuatro años de Juegos del hambre―son odiosos. Pero ahora estoy buscando algo

en especial. Ese sinsajo sobre el que Bonnie y Twill están basando sus

esperanzas. Sé que probablemente sólo es tontería, pero si lo es, quiero

descartarlo. Y borrar la idea de un Distrito 13 activo de mi mente de una vez por

todas.

Page 113: los juegos del hambre 2- en llamas

La primera vez que lo veo es en unas noticias referidas a los Días Oscuros.

Veo los restos humeantes del Edificio de Justicia en el Distrito 13 y apenas si

capto el ala blanca y negra de un sinsajo cuando vuela por la esquina superior

derecha. En realidad eso no prueba nada. Sólo es una imagen vieja usada para

contar un cuento viejo.

Sin embargo, varios días después, algo más capta mi atención. El

presentador principal está leyendo un fragmento sobre un recorte de grafito

afectando a la manufactura de objetos en el Distrito 13. Cortan a lo que se supone

que son secuencias en directo de una reportera, encajada en un traje de

protección, de pie ante las ruinas humeantes del Edificio de Justicia en el 13. A

través de su máscara, informa que desafortunadamente un estudio acaba de

determinar hoy que las minas en el Distrito 13 todavía son demasiado tóxicas para

aproximarse a ellas. Fin de la historia. Pero justo antes de que corten de vuelta al

presentador principal, veo la imagen inconfundible de la misma ala de sinsajo. La

reportera ha sido simplemente incorporada dentro de las viejas secuencias. No

está en el Distrito 13 en absoluto. Lo que plantea la pregunta, ¿Qué está allí? 12

Quedarme tranquila en cama es más duro después de eso. Quiero estar

haciendo algo, averiguando más acerca del Distrito 13 o ayudando a la causa de

traer abajo al Capitolio. En vez de eso me quedo sentada empachándome de

bollos de queso y mirando dibujar a Peeta. Haymitch se pasa ocasionalmente para

traerme noticias de la ciudad, que siempre son malas. Más gente siendo castigada

o cayendo por el hambre.

El invierno ha empezado a retroceder para cuando mi pie es declarado útil.

Mi madre me da ejercicios para hacer y me deja andar sola un poco. Me voy a

dormir una noche, decidida a ir a la ciudad a la mañana siguiente, pero me

despierto para encontrar a Venia, Octavia y Flavius sonriéndome de oreja a oreja.

― ¡Sorpresa! ― Chillan. ― ¡Llegamos pronto!

Después de recibir ese latigazo en la cara, HJaymitch retrasó su visita

varios meses para que pudiera curarme. No los estaba esperando hasta dentro de

otras tres semanas. Pero intento aparentar estar deleitada de que mi sesión de

fotos nupciales haya llegado por fin. Mi madre colgó todos los vestidos, así que

están listos, pero para ser sinceros, no me probé ninguno. Después de los

histrionismos habituales sobre el deteriorado estado de mi belleza, se ponen

directos al trabajo. La mayor preocupación es mi cara, aunque creo que mi madre

hizo un trabajo bastante destacable curándola. Sólo hay una línea rosa pálido a

través de mi mejilla. El latigazo no es de conocimiento público, así que les digo

Page 114: los juegos del hambre 2- en llamas

que resbalé sobre hielo y me corté. Y después me doy cuenta de que es la misma

excusa que utilicé para mi pie, lo que va a hacer que andar con tacones altos sea

un problema. Pero Flavius, Octavia y Venia no son de los que sospechan, así que

en eso estoy a salvo.

Ya que sólo tengo que estar sin pelos durante unas pocas horas en vez de

varias semanas, me afeitan en vez de hacerme la cera. Todavía tengo que

empaparme en una bañera de algo, pero no es asqueroso, y estamos con mi pelo

y maquillaje antes de que me dé cuenta. El equipo, como siempre, está rebosante

de noticias, de las que habitualmente intento por todos los medios desconectar.

Pero entonces Octavia hace un comentario que capta mi atención. No es más que

una observación pasajera, en realidad, sobre cómo no pudo conseguir langostinos

para una fiesta, pero me inquieta.

― ¿Por qué no pudiste conseguir langostinos? ¿Están fuera de temporada?

― Pregunto.

― ¡Oh, Katniss, no hemos podido conseguir nada de pescado durante

semanas! ― Dice Octavia. ― Ya sabes, porque el tiempo ha sido tan malo en el

Distrito Cuatro. Mi mente empieza a zumbar. Sin pescado. Durante semanas. Del

Distrito 4. La apenas contenida furia en la muchedumbre durante el Tour de la

Victoria. Y de pronto estoy completamente segura de que el Distrito 4 se ha

rebelado.

Empiezo a cuestionarlos casualmente sobre otros problemas que el invierno

les ha traído. No están acostumbrados a querer, así que cualquier interrupción en

el suministro produce un impacto en ellos. Para cuando estoy lista para ser

vestida, sus quejas sobre la dificultad de conseguir diferentes productos―desde

marisco a chips de música a lazos―me ha dado una idea de qué distritos pueden

estar rebelándose. Pescado del Distrito 4. Aparatos electrónicos del Distrito 3. Y,

por supuesto, telas del Distrito 8. La idea de una rebelión tan extendida me deja

temblando con miedo y excitación.

Quiero preguntarles más, pero Cinna aparece para darme un abrazo y

revisar mi maquillaje. Su atención va directa a la cicatriz de mi mejilla. De alguna

forma no creo que se crea la historia del resbalón sobre hielo, pero no la

cuestiona. Simplemente ajusta los polvos en mi cara y lo poco que puedes ver de

la marca del látigo se desvanece. Abajo, el salón ha sido vaciado e iluminado para

la sesión de fotos. Effie se lo está pasando pipa dándole órdenes a todo el mundo,

manteniéndonos a todos siguiendo el horario. Probablemente eso es bueno,

porque hay seis vestidos y cada uno requiere su propio velo, zapatos, joyas,

Page 115: los juegos del hambre 2- en llamas

peinado, maquillaje, entorno e iluminación. Lazos color crema y zapatos rosas y

tirabuzones. Satén marfil y tatuajes dorados y vegetación. Una cubierta de

diamantes y un velo enjoyado y luz de luna. Pesada seda blanca y mangas que

caen desde mi muñeca hasta el suelo y perlas. En cuanto una imagen ha sido

aprobada, vamos directos a prepararnos para la siguiente. Me siento como masa,

siendo moldeada y dada una nueva forma una y otra vez. Mi madre consigue

darme bocados de comida y sorbos de té mientras trabajan en mí, pero para

cuando termina la sesión, estoy muerta de hambre y exhausta. Tengo la

esperanza de pasar algo de tiempo con Cinna ahora, pero Effie apresura a todos

por la puerta y tengo que conformarme con la promesa de una llamada telefónica.

La tarde ha caído y mi pie me duele por todos esos locos zapatos, así que

abandono toda idea de ir a la ciudad. En vez de ello subo arriba y me limpio las

capas de maquillaje y acondicionadores y tintes y después bajo para secar mi pelo

junto al fuego. Prim, que vino a casa desde el colegio a tiempo para ver los dos

últimos vestidos, charla sobre ellos con mi madre. Las dos parecen encantadas

con la sesión de fotos. Cuando me derrumbo sobre la cama, me doy cuenta de

que es porque creen que estoy a salvo. Que el Capitolio ha hecho la vista gorda

ante mi interferencia en el azotamiento ya que nadie va a pasar por tantos

problemas y gastos por alguien que al planea matar en cualquier caso. Claro. En

mi pesadilla, estoy vestida con el vestido de seda, pero está rasgado y embarrado.

Las largas mangas se quedan continuamente enganchadas en espinas y ramas

mientras corro por el bosque. La manada de tributos mutantes se acercan más y

más hasta que me alcanzan con aliento cálido y colmillos goteantes, y grito hasta

despertarme. Ya casi amaneció y no merece la pena intentar volver a dormirme.

Además, hoy de verdad que necesito salir y hablar con alguien. Gale estará

inalcanzable en las minas. Pero necesito a Haymitch o a Peeta o a alguien con

quien compartir la carga de todo lo que me ha pasado desde que fui al lago.

Bandidos fugitivos, verjas electrificadas, un Distrito 13 independiente, recortes en

el Capitolio. Todo.

Tomo el desayuno con mi madre y Prim y salgo en busca de un confidente.

El aire es cálido con esperanzadoras pistas de la primavera en él. La primavera

será un buen tiempo para un levantamiento, pienso. Todo el mundo se siente

menos vulnerable una vez pasa el invierno. Peeta no está en casa. Supongo que

ya se ha ido a la ciudad. Me sorprende ver a Haymitch moviéndose por su cocina

tan temprano, sin embargo. Entro en su casa sin llamar. Puedo oír a Hazelle

arriba, barriendo los suelos de la casa ahora sin mácula. Haymitch no está

completamente borracho, pero tampoco está demasiado estable. Supongo que los

rumores sobre Ripper volviendo al negocio son ciertos. Estoy pensando que casi

mejor lo dejo ir a cama sin más, cuando sugiere un paseo a la ciudad.

Page 116: los juegos del hambre 2- en llamas

Haymitch y yo podemos hablar con bastante facilidad ahora. En pocos

minutos lo he puesto al día y él me ha hablado acerca de los rumores de

levantamientos también en los Distritos 7 y 11. Si mis presentimientos son

correctos, esto significaría que casi la mitad de los distritos han intentado cuando

menos rebelarse.

― ¿Aún crees que no funcionará aquí? ― Pregunto.

― Aún no. Esos son otros distritos, son mucho mayores. Incluso si la mitad

de la gente se acobarda en sus casas, los rebeldes tienen una oportunidad. Aquí

en el Doce, tiene que ser o todos o ninguno.

No había pensado en ello. Cómo nos falta la fuerza numérica.

― ¿Pero tal vez algún día? ― Insisto.

― Tal vez. Pero somos pequeños, somos débiles, y no desarrollamos

armas nucleares. ― Dice Haymitch con un toque de sarcasmo. No le excitó mucho

mi historia del Distrito 13.

― ¿Qué crees que harán, Haymitch? ¿A los distritos que se están

rebelando? ― Pregunto.

― Bueno, has oído lo que han hecho en el Ocho. Has visto lo que hicieron

aquí, y eso fue sin provocación. ― Dice Haymitch. ― Si las cosas se les salen de

verdad de las manos, creo que no tendrán problema destruyendo otro distrito, lo

mismo que hicieron con el Trece. Dar ejemplo, ¿sabes?

― ¿Así que crees que el Trece de verdad fue destruido? Quiero decir,

Bonnie y Twill tenían razón sobre las secuencias del sinsajo. ― Digo.

― Vale, pero ¿qué prueba eso? Nada, en realidad. Hay muchas razones

por las que podrían estar usando secuencias viejas. Probablemente impresiona

más. Y es mucho más sencillo, ¿o no? ¿Simplemente presionar unos botones en

el cuarto de edición en vez de volar hasta allí y filmarlo? ― Dice. ― ¿La idea de

que el Trece de alguna forma se ha recuperado y el Capitolio lo está ignorando?

Suena como un rumor al que la gente desesperada se aferra.

― Lo sé. Sólo tenía la esperanza. ― Digo.

Page 117: los juegos del hambre 2- en llamas

― Exactamente. Porque estás desesperada. ― Dice Haymitch. No discuto

porque, por supuesto, tiene razón.

Prim viene a casa del colegio borboteando de excitación. Los profesores

anunciaron que hoy había programación obligatoria.

― ¡Creo que va a ser tu sesión de fotos!

― No puede ser, Prim. Sólo hicieron las fotos ayer. ― Le digo.

― Bueno, eso es lo que alguien oyó.

Tengo la esperanza de que se equivoque. No he tenido tiempo de preparar

a Gale para nada de esto. Desde el azotamiento, sólo lo veo cuando viene a casa

para que mi madre revise cómo se está curando. Con frecuencia tiene que ir siete

días a la semana a la mina. En los pocos minutos de privacidad que hemos tenido,

cuando lo acompaño a la ciudad, entiendo que los rumores de un levantamiento

en el 12 se han apagado desde la llegada de Thread. Sabe que no voy a huir.

Pero también debe de saber que si no hay una revolución en el 12, estoy

destinada a ser la esposa de Peeta. Verme luciendo hermosos vestidos en su

televisión...¿qué puede hacer con eso?

Cuando nos reunimos alrededor de la televisión a las siete y media,

descubro que Prim tiene razón. Es cierto, ahí está Caesar Flickerman, hablándole

a una apreciativa multitud en pie delante del Centro de Entrenamiento sobre mis

próximas nupcias. Presenta a Cinna, quien se convirtió en una estrella de la noche

a la mañana con sus trajes para mí en los Juegos, y después de un minuto de

charla amigable, nos dirigen para que prestemos atención a una pantalla gigante.

Ahora veo cómo pudieron fotografiarme ayer y presentar el especial esta

noche. Inicialmente, Cinna diseñó dos docenas de vestidos de novia. Desde

entonces ha habido el proceso de reducir el número de diseños, crear los vestidos

y elegir los accesorios. Aparentemente, en el Capitolio, ha habido oportunidades

para votar por tu favorito a cada etapa. Todo esto culmina con imágenes mías en

los seis vestidos finales, que estoy segura que no llevó nada de tiempo insertar en

el espectáculo. Cada imagen se acompaña de una inmensa reacción de la

multitud. La gente gritando y aclamando a sus favoritos, abucheando a los que no

les gustan. Habiendo votado, y probablemente apostado en el ganador, la gente

está muy implicada en mi vestido de boda. Es raro verlo cuando pienso que yo ni

siquiera me molesté en probarme ninguno antes de que llegaran las cámaras.

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Caesar anuncia que las partes interesadas deben dar su voto final hacia el

mediodía del día siguiente.

― ¡Llevemos a Katniss Everdeen a su boda con estilo! ― Grita a la

multitud. Estoy a punto de apagar la televisión, pero entonces Caesar nos dice que

permanezcamos conectados para el otro gran evento de la tarde. ― ¡Es cierto,

este año será el septuagésimo quinto aniversario de los Juegos del Hambre, y eso

significa que es hora de nuestro tercer Quarter Quell!

― ¿Qué harán? ― Pregunta Prim. ― Aún faltan meses.

Nos volvemos a nuestra madre, cuya expresión es solemne y distante,

como si estuviera recordando algo.

― Debe de ser la lectura de la tarjeta.

Suena el himno, y en mi garganta se forma un nudo de revulsión cuando el

Presidente Snow sube al escenario. Está seguido de un niño pequeño vestido en

un traje blanco y sosteniendo una sencilla caja de madera. El himno termina, y el

Presidente Snow empieza a hablar, para recordarnos a todos los Días Oscuros de

los cuales nacieron los Juegos del Hambre. Cuando se establecieron las leyes de

los Juegos, dictaminaron que cada veinticinco años el aniversario estaría marcado

por un Quarter Quell. Haría falta una versión glorificada de los Juegos para

refrescar la memoria de los muertos en la rebelión de los distritos. Esas palabras

no podían estar en mejor contexto, ya que sospecho que varios distritos se están

rebelando ahora mismo.

El Presidente prosigue contándonos lo que sucedió en los previos Quarter

Quells.

― En el vigésimo quinto aniversario, como recordatorio a los rebeldes de

que sus hijos morían por su decisión de iniciar la violencia, cada distrito fue

obligado a celebrar unas elecciones y votar a los tributos que lo representarían.

Me pregunto cómo debió de sentirse eso. Elegir a los chicos que tenían que

ir. Es peor, pienso, que te entreguen tus propios vecinos en vez de que tu nombre

salga de la bola de la cosecha.

― En el quincuagésimo aniversario, ― continúa el presidente ― como

recordatorio de que dos rebeldes murieron por cada ciudadano del Capitolio, se le

requirió a cada distrito que enviara el doble de tributos.

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Me imagino enfrentarme a un campo de cuarenta y ocho en vez de

veinticuatro. Peores probabilidades, menos esperanza, y en última instancia más

chicos muertos. Ese fue el año en que ganó Haymitch . . .

― Yo tenía una amiga que fue ese año. ― Dice mi madre en voz baja. ―

Maysilee Donner. Sus padres eran los dueños de la tienda de golosinas. Después

de eso me dieron su pájaro cantor. Un canario.

Prim y yo intercambiamos una mirada. Es la primera vez que oímos hablar

sobre Maysilee Donner. Tal vez porque mi madre sabía que querríamos saber

cómo había muerto.

― Y ahora le hacemos el honor a nuestro tercer Quarter Quell. ― Dice el

presidente. El niño de blanco se adelanta un paso, alzando la caja a la vez que

levanta la tapa. Podemos ver las ordenadas filas en vertical de sobre amarilleados.

Quien sea que concibió el sistema del Quarter Quell se había preparado para

siglos de Juegos del Hambre. El presidente saca un sobre claramente marcado

con un 75. Pasa el dedo por la solapa y saca un pequeño cuadrado de papel. Sin

vacilación, lee. ― En el septuagésimo quinto aniversario, como recordatorio a los

rebeldes de que incluso los más fuertes de entre ellos no pueden superar el poder

del Capitolio, los tributos masculino y femenino serán cosechados de entre su

existente colección de vencedores.

Mi madre suelta un débil grito y Prim entierra el rostro en las manos, pero

yo me siento como la gente que veo en la muchedumbre en la televisión. Algo

anonadada. ¿Qué significa eso? ¿Existente colección de vencedores?

Después capto lo que significa. Por lo menos, para mí. El Distrito 12 sólo

tiene tres vencedores existentes entre los que elegir. Dos hombres. Una mujer . . .

Voy a volver a la arena.

Mi cuerpo reacciona antes de que lo haga mi mente y estoy saliendo por la

puerta corriendo, a través de los jardines de la Aldea de los Vencedores, hacia la

oscuridad de más allá. La humedad del suelo mojado empapa mis calcetines y soy

consciente de que el viento es cortante, pero no me detengo. ¿Adónde? ¿Adónde

ir? Al bosque, por supuesto. Estoy en la valla antes de que el zumbido me haga

recordar hasta qué punto estoy atrapada. Retrocedo, jadeando, me doy la vuelta

sobre los talones y echo a correr de nuevo. Lo siguiente que sé es que estoy

sobre manos y rodillas en el sótano de una de las casas vacías en la Aldea de los

Vencedores. Débiles rayos de luna llegan a través de la ventana que hay sobre mi

cabeza. Tengo frío y estoy mojada y sin aliento, pero mi intento de escape no ha

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hecho nada para apagar la histeria que se levanta dentro de mí. Me ahogará a no

ser que sea liberada. Hago una bola de la parte delantera de mi camisa, me la

meto en la boca, y empiezo a gritar. Cuánto continúa esto, no lo sé. Pero cuando

paro, casi no tengo voz. Me acurruco sobre un lado y me quedo mirando a los

rayos de luna proyectados sobre el suelo de cemento. De vuelta a la arena. De

vuelta al lugar de las pesadillas. Allí es adonde voy. Tengo que admitir que no lo vi

venir. Vi una multitud de otras cosas. Ser públicamente humillada, torturada y

ejecutada. Huir por la espesura, perseguida por agentes de la paz y hovercrafts.

Matrimonio con Peeta con nuestros hijos obligados a ir a la arena. Pero nunca que

yo misma tuviera que ser participante en los Juegos otra vez. ¿Por qué? Porque

no hay precedente de eso. Los Vencedores están fuera de la cosecha de por vida.

Ese es el trato si ganas. Hasta ahora.

Hay algún tipo de cubierta en el suelo, del tipo que ponen al pintar. Me la

pongo por encima como una manta. En la distancia, alguien está llamando mi

nombre. Pero por el momento me excuso de pensar incluso en esos a los que más

quiero. Sólo pienso en mí. Y en lo que me espera.

La cubierta es rígida pero mantiene el calor. Mis músculos se relajan, mi

frecuencia cardíaca se enlentece. Veo la caja de madera en las manos del niño

pequeño, al Presidente Snow sacando el sobre amarillento. ¿Es posible que este

sea de verdad el Quarter Quell escrito hace setenta y cinco años? Parece

improbable. Es una respuesta demasiado perfecta para los problemas a los que se

enfrenta hoy el Capitolio. Librarse de mí y someter a los distritos, todo en un limpio

paquetito.

Oigo la voz del Presidente Snow en mi cabeza. “En el septuagésimo quinto

aniversario, como recordatorio a los rebeldes de que incluso los más fuertes de

entre ellos no pueden superar el poder del Capitolio, los tributos masculino y

femenino serán cosechados de entre su existente colección de vencedores.”

Sí, los vencedores son los más fuertes de entre los nuestros. Son los que

sobrevivieron a la arena y se escaparon de la soga de la pobreza que nos

estrangula a los demás. Ellos, o debería decir nosotros, son la perfecta

encarnación de la esperanza donde no hay esperanza. Y ahora veintitrés de

nosotros moriremos para demostrar que incluso la esperanza era una ilusión. Me

alegro de haber ganado solamente el año pasado. De otra forma, conocería a

todos los demás vencedores, no sólo por verlos en la televisión sino porque son

invitados en todos los Juegos. Incluso si no son mentores como Haymitch siempre

tiene que ser, la mayoría regresan cada año al Capitolio para el evento. Creo que

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muchos son amigos. Mientras que el único amigo del que yo tendré que

preocuparme por matar será o Peeta o Haymitch. ¡Peeta o Haymitch!

Me siento erguida, lanzando a un lado la cubierta. ¿Qué es lo que se me

acaba de pasar por la mente? No hay situación alguna en la cual mataría nunca a

Peeta ni a Haymitch. Pero uno de ellos estará en la arena conmigo, y eso es un

hecho. Tal vez hayan decido entre ellos quién será. Quien quiera que sea elegido

primero, el otro tendrá la opción de presentarse voluntario para tomar su lugar. Ya

sé lo que pasará. Peeta le pedirá a Hayimtch que lo deje ir a la arena conmigo sin

importar nada. Por mi bien. Para protegerme.

Tropiezo por el sótano, buscando una salida. ¿Cómo entré siquiera en este

lugar? Subo a las apalpadas los escalones hasta la cocina y veo que la ventana

de cristal en la puerta ha sido hecha añicos. Debe de ser eso el porqué de que mi

mano esté sangrando. Me apresuro a volver a la noche y voy directa a la casa de

Haymitch. Está sentado solo en la mesa de la cocina, una botella medio vacía de

licor blanco en un puño, su cuchillo en el otro. Borracho como una cuba.

― Ah, aquí está. Toda hecha polvo. Por fin hiciste las cuentas, ¿verdad,

preciosa?

¿Dedujiste que no vas a ir allí sola? Y ahora estás aquí para pedirme . . .

¿qué? ― Dice. No respondo. La ventana está abierta de par en par y el viento

corta como si estuviera en el exterior.

― Lo admito, fue más fácil para el chico. Estaba aquí antes de que pudiera

romperle el sello a la botella. Suplicándome por otra oportunidad para entrar. Pero

¿qué puedes decir tú? ―

Imita mi voz. ― ¿Toma su lugar, Haymitch, porque en las mismas

circunstancias, prefiero que Peeta tenga una oportunidad con el resto de su vida

antes que tú? Me muerdo el labio porque una vez lo ha dicho, tengo miedo de que

eso sea lo que quiero. Que viva Peeta, incluso si eso supone la muerte de

Haymitch. No, no lo quiero. Es espantoso, por supuesto, pero ahora Haymitch es

mi familia. ¿Para qué he venido? Pienso. ¿Qué podría querer yo aquí?

― Vine a por un trago. ― Digo.

Haymitch rompe a reír y golpea la botella contra la mesa delante de mí.

Paso mi manga sobre la parte de arriba y tomo un par de tragos antes de salir

ahogándome. Me lleva unos pocos minutos componerme, e incluso entonces mis

Page 122: los juegos del hambre 2- en llamas

ojos y nariz aún están humeantes. Pero dentro de mí, el licor se siente como

fuego, y me gusta.

― Tal vez deberías ser tú. ― Digo con total convencimiento mientras saco

una silla. ― En cualquier caso, odias la vida.

― Muy cierto. ― Dice Haymicth. ― Y dado que la última vez intenté

mantenerte a ti con vida . . . parece que esta vez estaré obligado a salvar al chico.

― Ese es otro buen punto. ― Digo, restregándome la nariz e inclinando de

nuevo la botella.

― El argumento de Peeta es que ya que te elegí a ti, ahora estoy en deuda

con él. Lo que él quiera. Y lo que quiere es la oportunidad de entrar de nuevo para

protegerte. ― Dice Haymitch.

Lo sabía. En ese sentido, Peeta no es difícil de predecir. Mientras yo me

estaba revolcando por el suelo de ese sótano, pensando sólo en mí misma, él

estaba aquí pensando sólo en mí. Vergüenza no es una palabra lo bastante fuerte

para lo que siento.

― Podrías vivir cien vidas y no ser merecedora de él, ya lo sabes. ― Dice

Haymitch.

― Sí, sí. ― Digo bruscamente. ― Sin cuestión, él es el superior en este

trío. Así que, ¿qué vas a hacer tú?

― No lo sé. ― Haymitch suspira. ― Volver allí contigo, quizás, si puedo.

Sin mi nombre sale en la cosecha, no importará. Simplemente se presentará

voluntario para ocupar mi lugar. Nos sentamos en silencio un rato.

― Sería malo para ti, en la arena, ¿no? ¿Conociendo a todos los demás?

― Pregunto.

― Oh, creo que podemos contar con que será insoportable sin importar

dónde esté. ― Asiente a la botella. ― ¿Puedo tenerla ahora de vuelta?

― No. ― Digo, rodeándola con los brazos. Haymitch saca otra botella de

debajo de la mesa y gira la tapa. Pero me doy cuenta de que no estoy aquí por un

trago. Hay algo más que quiero de Haymitch. ― Vale, he averiguado lo que estoy

Page 123: los juegos del hambre 2- en llamas

pidiendo. ― Digo. ― Si somos Peeta y yo en los Juegos, esta vez intentaremos

mantenerlo a él con vida.

Algo centellea en sus ojos inyectados en sangre. Dolor.

― Como dijiste, va a ser malo sin importar cómo lo presentes. Y da igual lo

que quiera Peeta, es su turno de ser salvado. Los dos se lo debemos. ― Mi voz

adquiere un tono de súplica. ― Además, el Capitolio me odia demasiado. Puedo

darme por muerta. Tal vez él aún tenga una oportunidad. Por favor, Haymitch. Di

que me ayudarás. Le frunce el ceño a su botella, sopesando mis palabras.

― Vale. ― Dice finalmente.

― Gracias. ― Digo. Ahora debería ir a ver a Peeta, pero no quiero. Mi

cabeza está dando vueltas por la bebida, y estoy tan hecha polvo, que quién sabe

de qué podría convencerme. No, ahora tengo que ir a casa a enfrentarme a mi

madre y a Prim. Mientras tropiezo por los escalones a mi casa, la puerta se abre y

Gale me toma en brazos.

― Me equivoqué. Debimos habernos marchado cuando dijiste. ― Susurra.

― No. ― Digo. Estoy teniendo problemas para concentrarme, y el licor no

deja de salir de la botella cayendo por la espalda de la chaqueta de Gale, pero a él

no parece importarle.

― No es demasiado tarde. ― Dice.

Por encima de su hombro, veo a mi madre y a Prim aferradas la una a la

otra en el umbral. Huimos. Mueren. Y ahora tengo que proteger a Peeta. Fin de la

discusión.

― Sí, lo es. ― Mis rodillas ceden y él me sostiene. Mientras el alcohol se

hace con mi mente, oigo la botella de cristal hacerse añicos en el suelo. Esto

parece apropiado ya que obviamente he perdido el control de todo.

Cuando me despierto, apenas llego al lavabo antes de que el licor haga su

reaparición. Arde tanto subiendo como ardió bajando, y sabe el doble de mal.

Estoy temblorosa y sudorosa cuando termino de vomitar, pero por lo menos la

mayor parte de la cosa está fuera de mi organismo. Lo bastante llegó a mi torrente

sanguíneo, sin embargo, resultando en un dolor de cabeza palpitante, boca

reseca, y estómago ardiente.

Page 124: los juegos del hambre 2- en llamas

Abro la ducha y me quedo debajo de la tibia lluvia un minuto antes de

darme cuenta de que aún estoy en ropa interior. Mi madre debió de limitarse a

sacarme la ropa externa sucia y a meterme en cama. Tiro la ropa interior húmeda

al lavabo y vierto champú en mi cabeza. Me duelen las manos, y es entonces

cuando veo las grapas, pequeñas y regulares, a través de una palma y por el

lateral de la otra mano. Vagamente recuerdo romper esa ventana de cristal

anoche. Me froto de pies a cabeza, sólo parándome para vomitar de nuevo en la

propia ducha. Es sobre todo bilis y baja por el desagüe con las burbujas de olor

dulce. Por fin limpia, me pongo el albornoz y vuelvo a la cama, ignorando mi pelo

chorreante. Me meto entre las mantas, segura de que así es cómo se siente ser

envenenada. Las pisadas en las escaleras renuevan mi pánico de anoche. No

estoy lista para ver a mi madre y a Prim. Tengo que recomponerme para estar

calmada y segura, igual que estaba cuando nos dijimos adiós el día de la última

cosecha. Tengo que ser fuerte. Lucho por conseguir una postura erguida, aparto

mi pelo húmedo de mis sienes palpitantes, y me preparo para este encuentro.

Aparecen en la puerta, sosteniendo té y tostadas, sus rostros llenos de

preocupación. Abro la boca, planeando empezar con algún tipo de chiste, y rompo

a llorar. Ya se ve lo de ser fuerte.

Mi madre se sienta a un lado en la cama y Prim se acurruca justo junto a mí

y me abrazan, haciendo en voz baja sonidos tranquilizantes, hasta que ya casi

acabé de llorar. Después Prim coge una toalla y me seca el pelo, pasando el peine

por los nudos, mientras mi madre me coacciona a tomar té y tostadas. Me visten

en un pijama cálido y me ponen más mantas y me vuelvo a dormir.

Sé por la luz que ya estamos al final de la tarde cuando me despierto de

nuevo. Hay un vaso de agua en mi mesilla de noche y lo bebo a grandes tragos,

sedienta. Mi estómago y mi cabeza aún parecen rocas, pero mucho mejor que

antes. Me levanto, me visto, y me hago una trenza en el pelo. Antes de bajar, me

detengo en la parte alta de las escaleras, sintiéndome algo avergonzada por cómo

he encajado las noticias del Quarter Quell. Mi huida errática, beber con Haymitch,

llorar. Dadas las circunstancias, supongo que me merezco un día de indulgencia.

Aunque me alegro de que las cámaras no hayan estado aquí para verlo. Abajo, mi

madre y Prim me abrazan de nuevo, pero no son muy emotivas. Sé que se están

guardando cosas para hacérmelo más fácil. Mirando al rostro de Prim, es difícil

imaginar que sea la misma niñita frágil a la que dejé atrás en el día de la cosecha

hace nueve meses. La combinación de esa terrible prueba y todo lo que ha venido

después―la crueldad en el distrito, la procesión de enfermos y heridos a la que

ahora a menudo trata por sí sola si las manos de mi madre están demasiado

llenas―esas cosas la han envejecido años. También ha crecido un buen pedazo;

Page 125: los juegos del hambre 2- en llamas

ahora somos casi de la misma estatura, pero eso no es lo que la hace parecer tan

mayor.

Mi madre me sirve una taza de caldo, y pido una segunda taza para llevarle

a Haymitch. Después camino por el jardín hasta su casa. Acaba de despertarse y

acepta la taza sin comentarios. Nos sentamos allí casi pacíficamente, sorbiendo

nuestro caldo y mirando el atardecer a través de la ventana de su salón. Oigo a

alguien dando vueltas arriba y asumo que es Hazelle, pero unos minutos después

baja Peeta y lanza sobre la mesa con energía una caja de cartón de botellas de

licor vacías.

― Ahí, ya está hecho. ― Dice.

Haymicth está necesitando todos sus recursos para enfocar los ojos en las

botellas, así que hablo yo:

― ¿Qué está hecho?

― He vertido todo el licor por el desagüe. ― Dice Peeta.

Esto parece despertar a Haymitch de su estupor, y palpa la caja con

incredulidad.

― ¿Tú qué?

― Tiré el lote. ― Dice Peeta.

― Simplemente comprará más. ― Digo yo.

― No, no lo hará. ― Dice Peeta. ― Fui a buscar a Ripper esta mañana y le

dije que la entregaría en cuanto vendiera a cualquiera de vosotros. También le

pagué, sólo para asegurarme, pero no creo que tenga ganas de volver a la

custodia de los agentes de la paz. Haymitch lanza un tajo con su cuchillo pero

Peeta lo esquiva con tanta facilidad que es patético. En mi interior se despierta la

furia.

― ¿Por qué es asunto tuyo lo que él haga?

― Es completamente asunto mío. Sin importar en qué resulte, dos de

nosotros vamos a estar en la arena con el otro como mentor. No podemos

Page 126: los juegos del hambre 2- en llamas

permitirnos a ningún borracho en este equipo. Especialmente no a ti, Katniss. ―

Me dice Peeta.

― ¿Qué? ― Farfullo, indignada. Sería más convincente su no tuviera aún

tanta resaca. ― Anoche fue la primera vez que he estado nunca borracha.

― Sí, y mira en qué estado estás. ― Dice Peeta.

No sé qué me esperaba de mi primer encuentro con Peeta después del

anuncio. Unos cuantos abrazos y besos. Tal vez algo de confort. No esto. Me

vuelvo a Haymitch.

― No te preocupes, te conseguiré más licor.

― Entonces os entregaré a los dos. Dejemos que se os pase la borrachera

en la mazmorra.

― ¿Cuál es el sentido de esto? ― Pregunta Haymitch.

― El sentido es que dos de nosotros volveremos a casa desde el Capitolio.

Un mentor y un vencedor. ― Dice Peeta. ― Effie me está mandando grabaciones

de todos los vencedores vivos. Vamos a ver sus Juegos y aprender todo lo que

podamos sobre cómo luchan. Ganaremos peso y nos haremos más fuertes.

Vamos a empezar a actuar como tributos profesionales. ¡Y uno de nosotros va a

volver a ser un vencedor tanto si os gusta como si no! ― Sale del cuarto como una

exhalación, dando un portazo.

Haymitch y yo hacemos un gesto de dolor ante el golpe.

― No me gusta la gente con superioridad moral. ― Digo.

― ¿Qué hay de bueno en ellos? ― Dice Haymitch, quien empieza a sorber

los restos de una de las botellas vacías.

― Tú y yo. Somos nosotros quien él planea que vuelvan a casa.

― Bueno, entonces le salió el tiro por la culata.

Pero después de unos días, accedemos a actuar como Profesionales,

porque es la mejor forma de conseguir que Peeta también esté listo. Cada noche

vemos los viejos resúmenes de los Juegos que ganaron el resto de vencedores.

Page 127: los juegos del hambre 2- en llamas

Me doy cuenta de que nunca vimos a ninguno durante el Tour de la Victoria, lo

que parece raro en retrospectiva. Cuando lo menciono, Haymitch dice que lo

último que el Presidente Snow habría querido era mostrarnos a Peeta y a

mí―especialmente a mí―haciendo migas con otros vencedores en distritos

potencialmente rebeldes. Los vencedores tienen un estatus especial, y si

parecieran apoyar mi desafío al Capitolio, habría sido políticamente peligroso.

Ajustándome a la edad, me doy cuenta de que algunos de nuestros oponentes ya

serán mayores, lo que es a la vez triste y tranquilizador. Peeta toma copiosas

notas. Haymitch ofrece información sobre la personalidad de los vencedores, y

lentamente empezamos a conocer a nuestra competencia. Cada mañana

hacemos cosas para fortalecer nuestros cuerpos. Corremos y levantamos cosas y

estiramos los músculos. Cada tarde trabajamos en habilidades de combate,

lanzando cuchillos, luchando cuerpo a cuerpo; incluso les enseño a escalar

árboles. Oficialmente, los tributos no deben entrenar, pero nadie intenta

detenernos. Incluso en años normales, los tributos de los Distritos 1, 2 y 4

aparecen capaces de blandir lanzas y espadas. Esto no es nada en comparación.

Después de todos los años de abuso, el cuerpo de Haymitch se resiste a la

mejora. Aún es destacablemente fuerte, pero la carrera más corta lo deja sin

aliento. Y pensarías que un tipo que duerme todas las noches con un cuchillo

sería de hecho capaz de golpear la pared de la casa con uno, pero sus manos dan

tales sacudidas que le lleva semanas conseguir incluso eso. Sin embargo, Peeta y

yo mejoramos mucho bajo el nuevo régimen. Me da algo que hacer. Nos da a

todos algo que hacer además de aceptar la derrota. Mi madre nos pone en una

dieta especial para ganar peso. Prim trata nuestros músculos doloridos. Madge

nos trae a escondidas los periódicos del Capitolio de su padre. Las predicciones

sobre quién será el vencedor de los vencedores nos muestran entre los favoritos.

Incluso Gale aparece en escena los domingos, aunque no les tiene aprecio

ninguno a Peeta ni a Haymitch, y nos enseña todo lo que sabe sobre trampas. Es

raro para mí, estar en conversaciones con Peeta y Gale a la vez, pero parece que

ellos han dejado a un lado los problemas que sea que tengan con respecto a mí.

Una noche, mientras acompaño a Gale de vuelta a la ciudad, incluso

admite:

― Sería mejor si fuera más fácil odiarlo.

― Dímelo a mí. ― Digo. ― Si hubiera podido simplemente odiarlo en la

arena, no estaríamos ahora en este lío. Él estaría muerto, y yo sería una

vencedora feliz y contenta yo solita.

Page 128: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿Y dónde estaríamos nosotros, Katniss? ― Pregunta Gale. Me detengo,

sin saber qué decir. ¿Dónde estaría yo con mi fingido primo que no sería mi primo

de no ser por Peeta? ¿Aún me habría besado y yo le habría devuelto el beso de

haber sido libre para hacerlo? ¿Me habría abierto a él, arrullada por la seguridad

del dinero y la comida y la seguridad que el ser una vencedora podía traer en

diferentes circunstancias? Pero aún así siempre estaría la cosecha cerniéndose

sobre nosotros, sobre nuestros hijos. Sin importar lo que yo quisiera . . .

― Cazando. Como cada domingo. ― Digo. Sé que él no se refería a la

respuesta literal, pero esto es todo cuanto puedo ofrecer honestamente. Gale sabe

que lo elegí por encima de Peeta cuando no huí. Para mí, no tiene sentido hablar

sobre cosas que podrían haber sido. Incluso de haber matado a Peeta en la arena,

aún no habría querido casarme con nadie. Sólo me prometí para salvar la vida de

gente, y ese tiro me salió completamente por la culata. En cualquier caso, tengo

miedo de que cualquier tipo de escena emocional con Gale tal vez le haga hacer

algo drástico. Como empezar un levantamiento en las minas. Y tal y como dice

Haymitch, el Distrito 12 no está preparado para eso. Si eso, están menos

preparados que antes del anuncio del Quarter Quell, porque a la mañana siguiente

otro centenar de agentes de la paz llegaron por tren.

Ya que no tengo pensado volver con vida la segunda vez, cuanto antes

renuncie Gale a mí, mejor. Sí que tengo pensado decirle una o dos cosas antes de

la cosecha, cuando se nos permita una hora para nuestras despedidas. Para

decirle a Gale qué esencial ha sido para mí todos estos años. Hasta qué punto ha

sido mejor mi vida por conocerlo. Por amarlo, incluso si sólo es de la forma

limitada en que puedo hacerlo.

Pero nunca tengo la oportunidad.

El día de la cosecha es cálido y bochornoso. La población del Distrito 12

espera, sudando y en silencio, en la plaza, con pistolas automáticas apuntándoles.

Yo estoy en pie, sola, en una pequeña área acordonada con Peeta y Haymitch en

un redil similar a mi derecha. La cosecha sólo lleva un minuto. A Effie,

resplandeciendo en una peluca de oro metálico, le falta su brío habitual. Tiene que

rebuscar por toda la bola de cosecha de las chicas durante bastante rato para

poder agarrar el único pedazo de papel que todo el mundo sabe ya que tiene mi

nombre escrito. Después coge el nombre de Hayimitch. Este apenas tiene tiempo

de lanzarme una mirada infeliz antes de que Peeta se haya presentado voluntario

para ocupar su puesto. Nos llevan de inmediato al Edificio de Justicia para

encontrar al agente de la paz en jefe Thread esperándonos.

Page 129: los juegos del hambre 2- en llamas

― Nuevo procedimiento. ― Dice con una sonrisa. Nos conducen por una

puerta trasera a un coche, y nos llevan a la estación de tren. No hay cámaras en la

plataforma, no hay multitud para mandarnos en camino. Haymitch y Effie

aparecen, escoltados por guardias. Agentes de la paz nos meten prisa para entrar

en el tren y cierran la puerta. Las ruedas empiezan a girar. Y yo me quedo

mirando por la ventana, viendo desaparecer el Distrito 12, con todos mis adioses

aún colgando de los labios.

Me quedo en la ventana hasta mucho después de que el bosque se haya

tragado la última imagen de mi hogar. Esta vez no tengo ni la más mínima

esperanza de volver. Antes de mis primeros Juegos, le prometí a Prim que haría

todo lo que pudiera para ganar, y ahora me he jurado a mí misma hacer todo lo

que pueda para mantener a Peeta con vida. Nunca volveré a hacer este camino al

revés.

Ya había decidido cuáles quería que fueran mis últimas palabras a mis

seres queridos. Cómo hacer para cerrar y echar la llave de la mejor forma posible

a las puertas y dejarlos tristes pero a salvo atrás. Y ahora el Capitolio también me

ha robado eso.

― Escribiremos cartas, Katniss. ― Me dice Peeta desde detrás. ― Será

mejor, en cualquier caso. Darles una parte de nosotros a la que aferrarse.

Haymitch las entregará por nosotros si... necesitan ser entregadas.

Asiento y me voy derecha a mi habitación. Me siento en la cama, sabiendo

que nunca escribiré esas cartas. Serán como el discurso que intenté escribir en

honor de Rue y Thresh en el Distrito 11. Las cosas parecían claras en mi cabeza e

incluso cuando hablé ante la muchedumbre, pero las palabras nunca salían bien

del bolígrafo. Además, se suponía que estas debían ir con abrazos y besos y una

caricia en el pelo de Prim, una caricia al rostro de Gale, un apretón a la mano de

Madge. No pueden ser entregadas con una caja de madera conteniendo mi

cuerpo frío y rígido.

Demasiado abatida para llorar, todo lo que quiero es acurrucarme en la

cama y dormir hasta que lleguemos al Capitolio mañana por la mañana. Pero

tengo una misión. No, es más que una misión. Es mi última voluntad. Mantener a

Peeta con vida. Y tan improbable como parece eso a la vista de la ira del Capitolio,

es importante que esté a la altura de los mejores. Esto no pasará si estoy

guardando duelo por todos los que quiero allá en casa. Déjalos ir,me digo a mí

misma. Di adiós y olvídalos. Hago lo que puedo, pensando en ellos uno por uno,

Page 130: los juegos del hambre 2- en llamas

liberándolos como a pájaros de las jaulas protectoras dentro de mí, cerrando las

puertas contra su regreso.

Para cuando Effie golpea en mi puerta para llamarme para cenar, estoy

vacía. Pero la ligereza no es del todo mal recibida.

La comida es apagada. Tan apagada, de hecho, que hay largos períodos

de silencio aliviados sólo por la retirada de platos viejos y la presentación de unos

nuevos. Una sopa fría de puré de verduras. Pasteles de pescado con cremosa

salsa de lima. Esos pajaritos de los que comes huesos y todo, con arroz salvaje y

berros. Mousse de chocolate salpicada de cerezas. Peeta y Effie hacen intentos

ocasionales de conversación que se apagan rápidamente.

― Me gusta tu nuevo pelo, Effie. ― dice Peeta.

― Gracias. Lo hice preparar especialmente para combinar con la insignia

de Katniss. Pensaba que podríamos conseguirte una banda dorada para la pierna

y quizás encontrarle a Haymitch un brazalete de oro o algo para que pudiéramos

parecer un equipo. ― Dice Effie. Evidentemente, Effie no sabe que mi insignia del

sinsajo es ahora un símbolo usado por los rebeldes. Por lo menos, en el Distrito 8.

En el Capitolio, el sinsajo es todavía un recordatorio divertido de unos Juegos del

Hambre especialmente emocionantes. ¿Qué más podría ser? Los rebeldes de

verdad no ponen un símbolo secreto en algo tan duradero como la joyería. Lo

ponen en una galleta de barquillo que se puede comer en un segundo de ser

necesario.

― Creo que es una idea genial. ― Dice Peeta. ― ¿Qué te parece,

Haymitch?

― Sí, da igual. ― Dice Haymitch. No está bebiendo pero puedo ver que le

gustaría estar haciéndolo. Effie hizo que se llevaran su propio vino cuando vio el

esfuerzo que hacía, pero está en un estado deplorable. Si fuera él el tributo, no le

habría debido nada a Peeta y podría estar tan borracho como quisiera. Ahora va a

costarle todos sus esfuerzos mantener a Peeta con vida en una arena llena de sus

viejos amigos, y probablemente fracasará.

― Tal vez podríamos conseguirte a ti también una peluca. ― Digo yo en un

intento de levantar el ánimo. Él se limita a lanzarme una mirada que dice que lo

deje en paz, y todos comemos nuestra mousse en silencio.

Page 131: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿Qué os parece que veamos la repetición de las cosechas? ― Dice

Effie, dándose toquecitos en las comisuras de la boca con una servilleta blanca de

lino. Peeta se va a buscar su libreta donde tiene a los vencedores que quedan con

vida, y nos reunimos en el compartimento con la televisión para ver cuál será

nuestra competencia en la arena. Todos estamos en posición cuando empieza a

sonar el himno y empieza la repetición anual de las ceremonias de la cosecha en

los doce distritos. En la historia de los Juegos ha habido setenta y cinco

vencedores. Cincuenta y nueve aún siguen con vida. Reconozco muchos de sus

rostros, ya sea por verlos como tributos o mentores en los previos Juegos o por

nuestra reciente revisión de las cintas de los vencedores. Algunos son tan viejos o

están tan consumidos por enfermedades, drogas o la bebida que no puedo

situarlos. Tal y como uno esperaría, las colecciones de tributos profesionales de

los Distritos 1, 2 y 4 son las mayores. Pero cada Distrito se las ha arreglado para

aportar por lo menos un tributo femenino y uno masculino.

Las cosechas pasan con rapidez. Peeta pone cuidadosamente estrellas

junto a los nombres de los tributos elegidos en su libreta. Haymitch observa, su

rostro vacío de emoción, mientras amigos suyos dan un paso al frente para subir

al escenario. Effie susurra comentarios afligidos como “Oh, no Cecelia” o “Bueno,

Chaff nunca podía mantenerse al margen en una pelea”, y suspira con frecuencia.

Yo, por mi parte, intento guardar algún archivo mental de los otros tributos,

pero como el año pasado, sólo unos pocos se quedan de verdad en mi cabeza.

Están los hermanos de belleza clásica del Distrito 1 que fueron vencedores en

años consecutivos cuando yo era pequeña. Brutus, un voluntario del Distrito 2, que

debe de tener por lo menos cuarenta años y aparentemente no puede esperar

para volver a la arena. Finnick, el guapo chico de pelo broncíneo del Distrito 4 que

fue coronado hace diez años a la edad de catorce. Una joven histérica con pelo

marrón largo y suelto también es llamada en el 4, pero es rápidamente sustituida

por una voluntaria, una mujer de ochenta años que necesita un bastón para

subirse al escenario. Después está Johanna Mason, la única vencedora mujer que

sigue con vida en el 7, quien ganó hace unos pocos años a base de hacerse pasar

por una debilucha. La mujer del 8 a quien Effie llama Cecelia, quien aparenta unos

treinta, tiene que desasirse de los tres niños que corren para aferrarse a ella.

Chaff, un hombre del 11 de quien sé que es uno de los amigos particulares de

Haymitch, también va.

Soy llamada. Después Haymitch. Y Peeta se presenta voluntario. Una de

las presentadoras se pone llorosa de verdad porque parece que la suerte nunca

estará de nuestra parte, los amantes imposibles del Distrito 12. Después se

Page 132: los juegos del hambre 2- en llamas

recompone para decir que se apuesta que “¡estos serán los mejores Juegos que

ha habido nunca!”

Haymitch deja el compartimento sin una palabra, y Effie, después de hacer

unos pocos comentarios inconexos sobre este tributo o aquel, nos desea las

buenas noches. Yo me limito a quedarme allí sentada mirando a Peeta arrancar

las hojas de los tributos que no fueron escogidos.

― ¿Por qué no duermes algo? ― Dice.

Porque no puedo soportar las pesadillas. No sin ti, pienso. Esta noche van a

ser atroces, con toda seguridad. Pero difícilmente puedo pedirle a Peeta que

venga a dormir conmigo. Apenas nos hemos tocado desde aquella noche en la

que Gale fue azotado.

― ¿Qué vas a hacer? ― Pregunto.

― Sólo revisar mis notas un rato. Conseguir una imagen clara de a qué nos

enfrentamos. Pero lo repasaré contigo por la mañana. Vete a la cama, Katniss. ―

Dice. Así que voy a la cama y, con toda seguridad, en unos minutos me despierto

de una pesadilla donde la anciana del Distrito 4 se transforma en un inmenso

roedor y me muerde enla cara. Sé que estaba gritando, pero nadie viene. No

Peeta, no ninguno de los encargados del Capitolio. Me pongo un albornoz para

tratar de calmar la carne de gallina que se levanta por todo mi cuerpo. Quedarme

en mi compartimento es imposible, así que decido ir a buscar a alguien para que

me haga té o chocolate caliente o cualquier cosa. Tal vez Haymitch aún esté

levantado. Seguro que no está dormido.

Ordeno leche tibia, la cosa más calmante que se me ocurre, a un

encargado. Oyendo voces del cuarto de la televisión, entro y encuentro a Peeta. A

su lado en el sofá está la caja que Effie envió de cintas de los viejos Juegos del

Hambre. Reconozco el episodio en el cual Brutus se convirtió en vencedor.

Peeta se levanta y apaga la cinta cuando me ve.

― ¿No podías dormir?

― No mucho. ― Digo. Me envuelvo el albornoz con más fuerza a mi

alrededor cuando recuerdo a la anciana transformándose en el roedor.

Page 133: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿Quieres hablar de eso? ― Pregunta. A veces eso puede ayudar, pero

yo sólo sacudo la cabeza, sintiéndome débil porque gente con la que ni siquiera

he luchado todavía ya me persigue.

Cuando Peeta abre los brazos, voy directa hacia ellos. Es la primera vez

desde que anunciaron el Quarter Quell que me ha ofrecido cualquier tipo de

afecto. Ha sido más como un entrenador muy exigente, siempre presionando,

siempre insistiendo que Haymitch y yo corramos más rápido, comamos más,

conozcamos mejor a nuestro enemigo. ¿Amante? Olvídalo. Abandonó cualquier

pretensión de ser siquiera mi amigo. Rodeo con fuerza su cuello con mis brazos

antes de que pueda mandarme hacer flexiones o algo. En vez de eso me sostiene

cerca y entierra el rostro en mi pelo. Calor irradia del punto donde sus labios

simplemente tocan mi cuello, extendiéndose lentamente por el resto de mí. Se

siente tan bien, tan imposiblemente bien, que sé que no seré la primera en

soltarme.

¿Y por qué debería hacerlo? Le he dicho adiós a Gale. Nunca lo volveré a

ver, eso seguro. Nada de lo que haga ahora puede hacerle daño. No lo verá o

pensará que estoy actuando para las cámaras. Eso, por lo menos, es un peso

fuera de mis hombros. La llegada del encargado del Capitolio con la leche tibia es

lo que nos separa. Coloca una bandeja en una mesa con una jarra de cerámica

humeante y dos tazas.

― Traje una taza extra. ― Dice.

― Gracias. ― digo yo.

― Y le añadí un toque de miel a la leche. Para endulzarla. Y sólo una pizca

de especia. ― Añade. Nos mira como si quisiera decir más, después sacude

levemente la cabeza y sale de la habitación.

― ¿Qué le pasa? ― Digo.

― Creo que se siente mal por nosotros. ― Dice Peeta.

― Ya. ― Digo, vertiendo la leche.

― Lo digo en serio. No creo que la gente del Capitolio vaya a estar muy

contenta con nosotros volviendo a entrar. ― Dice Peeta. ― O los otros

vencedores. Se sienten unidos a sus campeones.

Page 134: los juegos del hambre 2- en llamas

― Supongo que lo superarán una vez empiece a fluir la sangre. ― Digo

cansinamente. De verdad, si hay algo para lo que no tengo tiempo, es para

preocuparme por cómo afectará el Quarter Quell al humor en el Capitolio. ― Así

que, ¿estás viendo otra vez todas las cintas?

― En realidad no. Sólo saltando por ahí para ver las diferentes técnicas de

lucha de la gente. ― Dice Peeta.

― ¿Quién va después?

― Tú eliges. ― Dice Peeta, levantando la caja.

Las cintas están marcadas con el año de los Juegos y el nombre del

vencedor. Escarbo por ahí y de repente encuentro una en mi mano que no hemos

visto. El año de los Juegos es cincuenta. Eso sería el segundo Quarter Quell. Y el

nombre del vencedor es Haymitch Abernathy.

― Nunca vimos esta. ― Digo.

Peeta sacude la cabeza.

― No. Sabía que Haymicth no quería. Igual que nosotros no queríamos

revivir nuestros propios Juegos. Y ya que todos estamos en el mismo equipo, no

pensé que importara mucho.

― ¿Está aquí la persona que ganó el veinticinco? ― Pregunto.

― No lo creo. Quien quiera que fuera debe de estar muerto ahora, y Effie

sólo me envió la de los vencedores a los que tal vez nos tendríamos que enfrentar.

― Peeta sopesa en la mano la cinta de Haymitch. ― ¿Por qué? ¿Crees que

deberíamos verla?

― Es el único Quell que tenemos. Quizás obtengamos algo valioso sobre

cómo trabajan. ― Digo. Pero me siento rara. Parece una gran invasión de la

privacidad de Haymitch. No sé por qué debería ser así, ya que toda la cosa fue

pública. Pero lo es. Tengo que admitir que también me siento extremadamente

curiosa. ― No tenemos que decirle a Haymitch que la vimos.

― Vale. ― Accede Peeta. Pone la cinta y me acurruco a su lado en el sofá

con mi leche, que está verdaderamente deliciosa con la miel y las especias, y me

pierdo en los Quincuagésimos Juegos del Hambre. Después del himno, muestran

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al Presidente Snow sacando el sobre del Segundo Quarter Quell. Parece más

joven pero igual de repelente. Lee el cuadrado de papel en la misma voz onerosa

que usó para el nuestro, informando a Panem de que en honor del Quarter Quell,

habrá dos veces más tributos. Los editores cortan directamente a las cosechas,

donde se llama nombre tras nombre tras nombre.

Para cuando llegamos al Distrito 12, estoy completamente superada por el

increíble número de chicos yendo a una muerte segura. Hay una mujer, no Effie,

leyendo los nombres en el 12, pero todavía empieza con el “¡Damas primero!” Lee

el nombre de una chica de la Veta, lo puedes ver por su apariencia, y después

oigo el nombre “Maysilee Donner”.

― ¡Oh! ― Digo. ― Esa era amiga de mi madre. ― La cámara la encuentra

entre la multitud, aferrándose a otras dos chicas. Todas rubias. Todas

definitivamente hijas de comerciantes.

― Creo que esa es tu madre abrazándola. ― Dice Peeta en voz baja. Y

tiene razón. Mientras Maysilee se desprende valientemente de las otras y se dirige

al tablado, alcanzo a ver fugazmente a mi madre a mi edad, y nadie ha exagerado

su belleza. Sosteniendo su mano y llorando está otra chica que es parecidísima a

Maysilee. Pero también a alguien más a quien yo conozco.

― Madge. ― Digo.

― Esa es su madre. Ella y Maysilee eran gemelas o algo. ― Dice Peeta. ―

Mi padre lo mencionó una vez.

Pienso en la madre de Madge. La esposa del Alcalde Undersee. Quien se

pasa la mitad de su vida en la cama inmovilizada por un dolor terrible, alejando al

mundo. Pienso en cómo nunca me di cuenta de que ella y mi madre compartían

este vínculo. En Madge apareciendo en aquella tormenta de nieve para traer el

analgésico para Gale. En mi insignia del sinsajo y en cómo ahora significa algo

completamente diferente porque que sé que su antigua dueña era la tía de Madge,

Maysilee Donner, un tributo que fue asesinada en la arena. El nombre de

Haymitch es llamado el último de todos. Es más un shock verlo a él que a mi

madre. Joven. Fuerte. Es duro admitirlo, pero era un buen mozo. Su pelo oscuro y

rizado, esos ojos grises de la veta brillantes e, incluso, peligrosos.

― Oh. Peeta, no crees que él mató a Maysilee, ¿verdad? ― Suelto de

repente. No sé por qué, pero no puedo soportar la idea.

Page 136: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿Con cuarenta y ocho jugadores? Diría que las probabilidades están en

contra. ― Dice Peeta.

Pasan rápidamente los paseos en carruaje―en los cuales los chicos del

Distrito 12 están vestidos en horribles vestidos de minero―y las entrevistas. Hay

poco tiempo para enfocarse en nadie. Pero ya que Haymitch va a ser el vencedor,

vemos un intercambio completo entre él y Caesar Flickerman, a quien se ve

exactamente igual que siempre en su centelleante traje azul medianoche. Sólo su

pelo, párpados y labios verde oscuro son diferentes.

― Así que, Hayimtch, ¿qué opinas de que los Juegos tengan un ciento por

ciento más de competidores de lo habitual? ― Pregunta Caesar.

Haymitch se encoge de hombros.

― No veo que eso suponga mucha diferencia. Aún serán un ciento por

ciento igual de estúpidos que siempre, así que supongo que mis probabilidades

serán en lo fundamental las mismas.

La audiencia rompe en carcajadas y Haymitch les ofrece una media sonrisa.

Ácida. Arrogante. Indiferente.

― No tuvo que esforzarse mucho para eso, ¿verdad? ― Digo. Ahora es la

mañana en la que empiezan los Juegos. Vemos desde el punto de vista de uno de

los tributos mientras se levanta a través del tubo de la Sala de Lanzamiento y a la

arena. No puedo sino soltar un grito ahogado. La incredulidad está reflejada en los

rostros de los jugadores. Incluso las cejas de Haymitch se alzan de placer, aunque

casi de inmediato vuelven a fruncirse de nuevo.

Es el lugar más hermoso que se pueda imaginar. La Cornucopia dorada

está situada en el centro de una pradera verde llena de flores preciosas. El cielo

es de un intenso color azul con algodonosas nubes blancas. Brillantes pájaros

cantores vuelan alrededor. Por la forma en la que algunos de los tributos están

olisqueando, debe de oler genial. Una imagen aérea muestra que la pradera se

extiende kilómetros y kilómetros. Allá en la distancia, en una dirección, parece

haber un bosque, en la otra, una montaña coronada de nieve. La belleza

desorienta a muchos jugadores, porque cuando suena el gong, la mayoría de ellos

parece que están tratando de despertarse de un sueño. No Haymitch, sin

embargo. Está en la Cornucopia, preparado con armas y una mochila de

provisiones de su elección. Se dirige al bosque antes de que la mayoría de los

demás hayan salido de sus plataformas. Dieciocho tributos mueren en el baño de

Page 137: los juegos del hambre 2- en llamas

sangre ese primer día. Otros empiezan a caer rápidamente después, cuando

queda claro que casi todo en este bonito lugar―la suculenta fruta colgando de los

arbustos, el agua en los arroyos cristalinos, incluso el perfume de las flores

cuando se inhala demasiado directamente―es mortalmente venenoso. Sólo el

agua de lluvia y la comida proporcionada en la Cornucopia son seguras para

consumo. También hay un gran grupo, bien provisto, de diez Profesionales

organizando una batida en la montaña en busca de víctimas.

Haymitch tiene sus propios problemas en el bosque, donde las blanditas

ardillas doradas resultan ser carnívoras y atacan en manadas, y las picaduras de

mariposa traen agonía cuando no la muerte. Pero persiste en seguir adelante,

siempre manteniendo a su espalda la distante montaña.

Maysilee Donner resulta estar muy llena de recursos, para una chica que

dejó la Cornucopia con sólo una pequeña mochila. Dentro encontró un cuenco,

algo de carne seca, y una cerbatana con dos docenas de dardos. Usando los

venenos fácilmente disponibles, enseguida convierte a la cerbatana en un arma

mortal a base de sumergir los dardos en sustancias letales y dirigiéndolos a la

carne de sus oponentes.

Después de cuatro días, la pintoresca montaña explota en un volcán que

aniquila a otra decena de jugadores, incluyendo a todo el grupo de Profesionales

excepto a cinco. Con la montaña escupiendo fuego líquido, y la pradera no

ofreciendo ningún medio de escondite, los trece tributos restantes―incluyendo a

Haymitch y a Maysilee―no tienen más opción que confinarse en el bosque.

Haymitch parece decidido a continuar en la misma dirección, lejos de la

ahora volcánica montaña, pero un laberinto de setos fuertemente entretejidos lo

obliga a volver al centro del bosque, donde se encuentra a tres de los

Profesionales y saca su cuchillo. Tal vez ellos sean mucho más grandes y fuertes,

pero Haymitch tiene una destacable velocidad y ya ha matado dos cuando el

tercero lo desarma. Ese está a punto de rebanarle la garganta cuando un dardo lo

arroja al suelo.

Maysilee Donner sale de entre los árboles.

― Viviríamos más tiempo siendo dos.

― Supongo que acabas de demostrarlo. ― Dice Haymitch, frotándose el

cuello. ―

Page 138: los juegos del hambre 2- en llamas

¿Aliados? ― Maysilee asiente. Y allí están, de inmediato dentro de uno de

esos pactos que te verás obligado a romper si esperas volver a casa y enfrentarte

a tu distrito. Exactamente como Peeta y yo, les va mejor juntos. Descansan más,

consiguen un sistema para conseguir más agua de lluvia, luchan como un equipo,

y comparten la comida de las mochilas de los tributos muertos. Pero Haymitch aún

está determinado a seguir adelante.

― ¿Por qué? ― Maysilee no deja de preguntar, y él la ignora hasta que ella

se niega a andar más sin una respuesta.

― Porque tiene que terminar en algún sitio, ¿no? ― Dice HAymitch. ― La

arena no puede seguir eternamente.

― ¿Qué esperas encontrar? ― Pregunta Maysilee.

― No lo sé. Pero tal vez haya algo que podamos usar. ― Dice él. Cuando

por fin salen de esos setos imposibles, usando un soplete de una de las mochilas

de los Profesionales muertos, se encuentran sobre una tierra seca y llana que

lleva a un acantilado. Más abajo, puedes ver rocas puntiagudas.

― Eso es todo lo que hay, Haymitch. Volvamos. ― Dice Maysilee.

― No. Yo me quedo aquí.

― Está bien. Sólo quedamos cinco. Podemos decirnos adiós ahora, en

cualquier caso. ― Dice ella. ― No quiero que al final quedemos tú y yo.

― Vale. ― Accede él. No se ofrece para un apretón de manos, ni siquiera

la mira. Y ella se va.

Haymicth camina por el borde del acantilado como si intentara averiguar

algo. Su pie descoloca una piedrecilla y esta cae al abismo, aparentemente

perdida para siempre. Pero un minuto después, cuando él se sienta a descansar,

la piedrecilla sale disparada hacia arriba y cae a su lado. Haymitch se la queda

mirando, intrigado, y después su rostro adquiere una extraña intensidad. Lanza

una roca del tamaño de su puño por el acantilado y espera. Cuando vuelve arriba

justo a su mano, empieza a reírse.

Es entonces cuando oímos a Maysilee empezar a gritar. La alianza se ha

terminado y fue ella quien la rompió, así que nadie podría culparlo por ignorarla.

Pero en cualquier caso, Haymitch corre hacia ella. Llega sólo a tiempo de ver a los

Page 139: los juegos del hambre 2- en llamas

últimos de una bandada de pájaros rosa chillón, equipados con picos largos y

finos, pincharla en el cuello. Sostiene su mano mientras ella muere, y todo en lo

que puedo pensar es Rue y cómo yo también llegué demasiado tarde para

salvarla.

Más tarde ese día, otro tributo muere en un combate y un tercero es

devorado por una manada de esas ardillas blanditas, dejando a Haymitch y a una

chica del Distrito 1 para competir por la corona. Ella es más grande que él e igual

de rápida, y cuando llega la lucha inevitable, es sangrienta y terrible y los dos han

recibido las que bien podrían ser heridas fatales, cuando Haymitch por fin es

desarmado. Anda torpemente por el hermoso bosque, sosteniendo en el interior

sus intestinos, mientras ella tropieza detrás de él, sosteniendo el hacha que

debería propinarle el golpe de gracia. Haymitch hace un zigzag hasta su

acantilado y acaba de llegar al borde cuando ella lanza el hacha. Él se lanza al

suelo y el hacha cae al abismo. Ahora también desarmada, la chica se queda allí

de pie, intentando detener el flujo de sangre que fluye de su cuenca ocular vacía.

Tal vez está pensando en que puede durar más que Haymitch, que están

empezando a convulsionar en el suelo. Pero lo que ella no sabe, y él sí, es que el

hacha va a volver. Y cuando vuela otra vez sobre el borde, se entierra en la

cabeza de ella. El cañón suena, su cuerpo es retirado, y las trompetas suenan

para anunciar la victoria de Haymitch.

Peeta apaga la cinta y nos quedamos allí sentados en silencio durante un

rato. Por fin, Peeta dice:

― El campo de fuerza en el fondo del acantilado, era como el del techo del

Centro de Entrenamiento. El que te lanza hacia atrás si intentas saltar y cometer

suicidio. Haymitch encontró la forma de convertirlo en un arma.

― No sólo contra los otros tributos, también contra el Capitolio. ― Digo. ―

ya sabes que ellos no esperaban que pasara eso. Se suponía que no era parte de

la arena. Nunca planearon que nadie lo usara como un arma. Les hizo parecer

estúpidos el que él lo averiguara. Me apuesto a que se pasaron un buen tiempo

intentando darle la vuelta a esa. Me apuesto a que esa es la razón por la que no

recuerdo haberlo visto nunca en la televisión. ¡Es casi tan malo como nosotros con

las bayas!

No puedo evitar reírme, reírme de verdad, por primera vez en meses. Peeta

sólo sacude la cabeza como si hubiera perdido la chaveta―y tal vez lo haya

hecho, un poco.

Page 140: los juegos del hambre 2- en llamas

― Casi, pero no del todo. ― Dice Haymitch desde detrás de nosotros. Me

doy la vuelta de repente, asustada de que vaya a estar enfadado por que hayamos

visto su cinta, pero sólo se sonríe con suficiencia y toma un trago de una botella

de vino. Ya se ve lo de la sobriedad. Supongo que debería disgustarme el que

esté volviendo a beber, pero estoy preocupada por otro sentimiento.

He pasado todas estas semanas intentando saber quiénes son mis

competidores, sin pensar siquiera en quiénes son mis compañeros de equipo.

Ahora está naciendo dentro de mí una nueva clase de confianza, porque creo que

por fin sé quién es Hayimtch. Y estoy empezando a saber quién soy yo. Y seguro

que dos personas que le han causado tantos problemas al Capitolio pueden

pensar en una forma para traer a Peeta a casa con vida. 15

Habiendo pasado por la preparación con Flavius, Venia y Octavia

numerosas veces, debería ser simplemente una vieja rutina por la que pasar. Pero

no he anticipado el ciclón emocional que me espera. En algún punto durante la

preparación, cada uno de ellos rompe en lágrimas por lo menos dos veces, y

Octavia se puede decir que mantiene un llanto continuado toda la mañana.

Resulta que han terminado por sentirse muy unidos a mí, y la idea de mi regreso a

la arena los ha deshecho. Combina eso con el hecho de que perdiéndome a mí

perderán su ticket a todo tipo de grandes eventos sociales, particularmente mi

boda, y todo el asunto se hace insoportable. La idea de ser fuerte por otra persona

nunca les ha entrado en la cabeza, y me encuentro en posición de tener que

consolarlos. Dado que yo soy la persona que va a ser masacrada, esto es algo

molesto.

Es interesante, sin embargo, cuando pienso en lo que dijo Peeta sobre que

el encargado del tren estaba triste por el hecho de que los vencedores tuvieran

que volver a luchar. Sobre que a la gente del Capitolio no le gustaba. Aún creo

que todo eso quedará olvidado una vez suene el gong, pero es algo así como una

revelación que aquellos en el Capitolio sientan algo en absoluto hacia nosotros.

Verdaderamente no tienen problema en ver a niños asesinados cada año. Pero tal

vez saben demasiado sobre los vencedores, especialmente sobre los que han

sido celebridades durante años, como para olvidar que somos seres humanos. Es

más como ver a tus propios amigos morir. Más como los Juegos para aquellos de

nosotros en los distritos. Para cuando aparece Cinna, estoy irritable y exhausta

por haber reconfortado al equipo de preparación, especialmente porque sus

lágrimas constantes me están recordando aquellas que sin duda alguna se están

vertiendo en casa. Quedándome allí en mi fino albornoz con mi piel y mi corazón

doloridos, sé que no puedo soportar ni una mirada más de lástima. Así que en

cuanto entra por la puerta espeto:

Page 141: los juegos del hambre 2- en llamas

― Te juro que si lloras, te mataré aquí y ahora.

Cinna sólo sonríe.

― ¿Has tenido una mañana húmeda?

― Podrías escurrirme. ― Respondo.

Cinna me rodea el hombro con los brazos y me lleva a la comida.

― No te preocupes. Siempre canalizo mis emociones hacia mi trabajo. Así

no le hago daño a nadie más que a mí mismo.

― No puedo pasar por eso otra vez. ― Lo advierto.

― Lo sé. Hablaré con ellos.

La comida me hace sentir un poco mejor. Faisán con una selección de

gelatinas del color de joyas, y versiones diminutas de verduras reales nadando en

mantequilla, y puré de patata con perejil. Como postre sumergimos trozos de fruta

en una pota de chocolate fundido, y Cinna tiene que ordenar una segunda pota

porque empiezo a comer la cosa con una cuchara.

― Así que, ¿qué llevaremos para las ceremonias de apertura? ― Pregunto

finalmente cuando rebaño la segunda pota hasta que está limpia. ― ¿Linternas en

la cabeza o fuego? ―

Sé que el paseo en carruaje requerirá que Peeta y yo vayamos vestidos en

algo relacionado con el carbón.

― Algo en esa línea.

Cuando es hora de entrar en el disfraz para las ceremonias de apertura, mi

equipo de preparación aparece pero Cinna los manda fuera, diciendo que han

hecho un trabajo tan espectacular por la mañana, que no queda nada que hacer.

Se van a recuperarse, gracias a Dios dejándome en las manos de Cinna. Él me

recoge el pelo primero, en el estilo trenzado que le enseñó mi madre, y después

procede con mi maquillaje. El año pasado usó poco para que la audiencia me

reconociera cuando aterrizara en la arena. Pero ahora mi cara está casi cubierta

por los realces dramáticos y las sombras oscuras. Altas cejas arqueadas, pómulos

afilados, ojos ardientes, labios de un profundo púrpura. Al principio el disfraz

Page 142: los juegos del hambre 2- en llamas

engaña, pareciendo simple, sólo un mono ajustado que me cubre desde el cuello

hacia abajo. Me coloca en la cabeza una media corona como la que recibí como

vencedora, pero esta está hecha de un pesado metal negro, no de oro. Después

ajusta la luz en la habitación para imitar el crepúsculo y presiona un botón en la

tela junto a mi muñeca. Miro abajo fascinada mientras mi conjunto llega a la vida

lentamente, primero con una débil luz dorada pero gradualmente transformándose

en el rojo anaranjado del carbón ardiente. Parezco como si hubiera sido cubierta

en brasas brillantes―no, que yo soy una brasa brillante sacada directamente del

fuego. Los colores vienen y se van, cambian y se funden, exactamente de la

misma forma que el carbón.

― ¿Cómo hiciste esto? ― Digo maravillada.

― Portia y yo nos hemos pasado muchas horas viendo fuegos. ―Dice

Cionna. ― Ahora mírate.

Me gira hacia un espejo para que pueda ver el efecto completo. No veo a

una chica, ni siquiera a una mujer, sino a un ser que no es de este mundo que

parece vivir en el volcán que destruyó a tantos en el Quell de Haymitch. La corona

negra, que ahora parece roja incandescente, forma extrañas sombras en mi rostro

dramáticamente maquillado. Katniss, la chica en llamas. Ha dejado atrás sus

llamas titilantes y vestidos enjoyados y suaves trajes de la luz de una vela. Es tan

mortal como el mismo fuego.

― Creo . . . que esto es exactamente lo que necesitaba para enfrentarme a

los otros. ― Digo.

― Sí, creo que tus días de pintalabios rosa y reverencias han quedado

atrás. ― Dice Cinna. Toca otra vez el botón en mi muñeca, extinguiendo mi luz. ―

No gastemos tu paquete de energía. Cuando estés en el carro esta vez, no

saludes, no sonrías. Sólo quiero que mires siempre al frente, como si toda la

audiencia no mereciera tu atención.

― Por fin algo en lo que seré buena.

Cinna tiene unas cuantas cosas más a las que atender, así que decido

dirigirme al piso de abajo del Centro de Renovación, que aloja el inmenso lugar de

reunión para los tributos y sus carruajes antes de las ceremonias de apertura.

Tengo la esperanza de encontrar a Peeta y a Haymitch, pero aún no han llegado.

Al contrario que el año pasado, cuando todos los tributos estaban físicamente

pegados a sus carruajes, la escena es muy social. Los vencedores, tanto los

Page 143: los juegos del hambre 2- en llamas

tributos de este año como sus mentores, están esparcidos en pequeños grupos,

hablando. Por supuesto, todos ellos se conocen y yo no conozco a nadie, y no soy

exactamente del tipo de persona que va por ahí presentándose a los demás. Así

que me limito a acariciarle el cuello a uno de mis caballos intentando pasar

desapercibida.

No funciona.

El crujido llega a mi oído antes siquiera de saber que está a mi lado, y

cuando vuelvo la cabeza, los famosos ojos verde mar de Finnick Odair están a

centímetros de los míos. Se mete un azucarillo en la boca y se apoya contra mi

caballo.

― Hola, Katniss. ― Dice. Como si nos hubiéramos conocido durante años,

cuando de hecho nunca nos hemos visto antes.

― Hola, Finnick. ― Digo, igual de casualmente, aunque me siento

incómoda por su cercanía, especialmente ya que tiene tanta piel expuesta.

― ¿Quieres un azucarillo? ― Dice, ofreciendo su mano, que está llena

hasta arriba. ― Se supone que son buenos para los caballos, pero ¿a quién le

importa? Ellos tienen años para comer azúcar, mientras que tú y yo . . . bueno, si

vemos algo dulce, mejor que lo agarremos rápido.

Finnick Odair es como una leyenda viva en Panem. Ya que ganó los

Sexagésimo Quintos Juegos del Hambre cuando tenía sólo catorce años, aún es

de los vencedores más jóvenes. Siendo del Distrito 4, era un Profesional, así que

la suerte ya estaba de su parte, pero lo que ningún entrenador podía reclamar

haberle dado era su extraordinaria belleza. Alto, atlético, con piel dorada y pelo

broncíneo y esos ojos increíbles. Mientras otros tributos ese año fueron muy

presionados para conseguir un puñado de grano o algunas cerillas como regalo,

Finnick nunca tuvo falta de nada, ni comida ni medicina ni armas. Le llevó más o

menos una semana a sus competidores darse cuenta de que él era el enemigo a

batir, pero ya era demasiado tarde. Ya era un buen luchador con las lanzas y

espadas que había encontrado en la Cornucopia. Cuando recibió un paracaídas

plateado con un tridente―lo que debe de ser el regalo más caro que he visto

nunca en la arena―ya se había acabado todo. La industria del Distrito 4 es la

pesca. Había estado en barcos toda su vida. El tridente era una extensión natural,

letal, de su brazo. Tejió una red de algún tipo de vid que encontró, la usó para

atrapar en ella a sus oponentes para poder ensartarlos con el tridente, y en

cuestión de días la corona era suya. Los ciudadanos del Capitolio han estado

Page 144: los juegos del hambre 2- en llamas

babeando por él desde entonces. Por su juventud, no pudieron tocarlo de verdad

durante el primer año o dos. Pero desde que cumplió los dieciséis, ha pasado su

tiempo en los Juegos perseguido por aquellas desesperadamente enamoradas de

él. Nadie retiene su favor durante mucho tiempo. Puede pasar por cuatro o cinco

en su visita anual. Viejas o jóvenes, encantadoras o corrientes, ricas o muy ricas,

les hace compañía y acepta sus extravagantes regalos, pero nunca se queda, y

una vez se ha ido nunca vuelve.

No puedo discutir que Finnick no sea una de las personas más

despampanantes y sensuales en el planeta. Pero puedo decir con sinceridad que

nunca me ha resultado atractivo. Tal vez es demasiado guapo, o demasiado fácil

de conseguir, o tal vez en realidad lo que pasa es que sería demasiado fácil de

perder.

― No, gracias. ― Le digo al azúcar. ― Aunque me encantaría coger

prestado tu atuendo alguna vez.

Está cubierto en una red dorada que está estratégicamente anudada en su

entrepierna para que no se pueda decir técnicamente que está desnudo, pero está

tan cerca de eso como es posible. Estoy segura de que su estilista piensa que

cuanto más Finnick vea la audiencia, mejor.

― Me estás aterrorizando de verdad en ese traje. ¿Qué les pasó a los

vestidos de niñita guapa? ― Pregunta. Se humedece los labios muy levemente

con la lengua. Probablemente esto vuelva loca a la mayor parte de la gente. Pero

por alguna razón todo en lo que puedo pensar es el viejo Cray, salivando sobre

alguna joven pobre y hambrienta.

― Me hice mayor. ― Digo.

Finnick toma el cuello de mi atuendo y lo desliza entre sus dedos.

― Es malo todo esto del Quell. Podrías haberte distinguido como una

bandida en el capitolio. Joyas, dinero, lo que quisieras.

― No me gustan las joyas, y tengo más dinero del que necesito. Por cierto,

¿en qué te gastas tú el tuyo, Finnick?

― Oh, no he hecho tratos por algo tan común como dinero en años.

― ¿Entonces cómo te pagan por el placer de tu compañía?

Page 145: los juegos del hambre 2- en llamas

― Con secretos. ― Dice suavemente. Inclina hacia delante la cabeza de

modo que sus labios están casi en contacto con los míos. ― ¿Y qué hay de ti,

chica en llamas? ¿Tienes algún secreto que merezca mi tiempo?

Por alguna razón estúpida, me sonrojo, pero me obligo a mantenerme en mi

sitio.

― No, soy un libro abierto. ― Respondo también en susurros. ― Todo el

mundo parece saber mis secretos incluso antes que yo misma.

Sonríe.

― Desafortunadamente, creo que eso es cierto. ― Sus ojos se desvían

brevemente hacia un lado. ― Peeta está viniendo. Siento que tengas que cancelar

tu boda. Sé lo devastador que eso debe de haber sido para ti. ― Se mete otro

azucarillo en la boca y se va. Peeta está a mi lado, vestido igual que yo.

― ¿Qué quería Finnick Odair? ― Pregunta.

Me giro y pongo mis labios cerca de los de Peeta y dejo caer los párpados

en imitación de Finnick.

― Me ofreció azúcar y quería conocer todos mis secretos. ― Digo en mi

mejor voz seductora.

Peeta se ríe.

― Ugh. No va en serio.

― Sí va en serio. Te diré más cuando se me pase el horror.

― ¿Crees que habríamos terminado así si sólo uno de los dos hubiera

ganado? ― Pregunta, mirando a su alrededor a los otros vencedores. ― ¿Sólo

una parte más del show de los bichos raros?

― Pues claro. Especialmente tú.

― Oh. ¿Y por qué especialmente yo? ― Dice con una sonrisa.

Page 146: los juegos del hambre 2- en llamas

― Porque tienes una debilidad por las cosas hermosas y yo no. ― Digo con

aire de superioridad. ― Te atraerían a sus formas del Capitolio y estarías

totalmente perdido.

― Tener ojo para la belleza no es lo mismo que una debilidad. ― Apunta

Peeta. ― Excepto posiblemente en lo que se refiere a ti. ― La música está

empezando y veo las anchas puertas abrirse para el primer carruaje, oigo el rugido

e la multitud. ― ¿Vamos? ― Alza una mano para ayudarme a subirme al carruaje.

Me monto y lo subo detrás de mí.

― No te muevas. ― Digo, y enderezo su corona. ― ¿Has visto tu traje

encendido? Vamos a estar fabulosos de nuevo.

― Absolutamente. Pero Portia dice que tenemos que estar muy por encima

de todo. Sin saludar ni nada. ― Dice. ― Por cierto, ¿dónde están?

― No lo sé. ― Miro la procesión de carruajes. ― Tal vez debamos ir

encendiéndonos nosotros mismos. ― Lo hacemos, y cuando empezamos a brillar,

puedo ver a gente señalándonos con el dedo y hablando, y sé que, una vez más,

seremos de lo que se hablará en las ceremonias de apertura. Casi estamos en la

puerta. Estiro el cuello, pero ni Portia ni Cinna, que estuvieron con nosotros hasta

el último segundo el año pasado, están en ningún sitio a la vista. ― ¿Tenemos

que darnos la mano este año? ― Pregunto.

― Supongo que dejaron que lo decidiéramos nosotros. ― Dice Peeta. Alzo

la vista a esos ojos azules que ninguna cantidad de maquillaje dramático puede

hacer verdaderamente mortales y recuerdo cómo, sólo hace un año, estaba

preparada para matarlo. Convencida de que él estaba intentando matarme. Ahora

todo está invertido. Estoy determinada a mantenerlo con vida, sabiendo que el

precio será mi propia vida, pero la parte de mí que no es tan valiente como me

gustaría se alegra de que sea Peeta, y no Haymitch, quien está a mi lado.

Nuestras manos se encuentran sin más discusión. Por supuesto que iremos a esto

como uno solo.

La voz de la muchedumbre se alza en un grito universal cuando paseamos

por la difusa luz de la tarde, pero ninguno de los dos reacciona. Yo simplemente

fijo los ojos en un punto lejano en la distancia y finjo que no hay audiencia, que no

hay histeria. No puedo evitar captar breves imágenes nuestras en las pantallas

inmensas por el camino, y no somos sólo hermosos, somos oscuros y poderosos,

No, más. Nosotros, los amantes imposibles del Distrito 12, que tanto sufrimos y

Page 147: los juegos del hambre 2- en llamas

tan poco disfrutamos de las recompensas de nuestra victoria, no buscamos el

favor de los fans, no los obsequiamos con nuestras sonrisas, ni aceptamos sus

besos. Somos implacables.

Y me encanta. Siendo yo misma por fin.

Cuando giramos a la curva del gran Círculo de la Ciudad, puedo ver que un

par de otros estilistas han tratado de robar la idea de Cinna y Portia de iluminar a

sus tributos. Los atuendos llenos de luces eléctricas del Distrito 3, donde se

encargan de la electrónica, por lo menos tienen sentido. ¿Pero qué están

haciendo los ganaderos del Distrito 10, que están vestidos de vacas, con

cinturones flameantes? ¿Asarse a la parrilla? Patético. Peeta y yo, por otra parte,

somos tan fascinantes con nuestros disfraces cambiantes de carbón que la

mayoría de los demás tributos nos están mirando. Le resultamos especialmente

hipnotizadores a la pareja del Distrito 6, quienes son conocidos adictos al

morphling. Ambos son delgadísimos, con decadente piel amarillenta. No pueden

apartar sus ojos inmensos, incluso cuando el Presidente Snow empieza a hablar

desde su balcón, dándonos la bienvenida al Quell. Suena el himno, y cuando

damos nuestra última vuelta al círculo, ¿me equivoco? ¿O también veo los ojos

del Presidente Snow fijados en mí?

Peeta y yo esperamos hasta que las puertas del Centro de Entrenamiento

se han cerrado detrás de nosotros para relajarnos. Cinna y Portia están allí,

complacidos por nuestra actuación, y Haymitch también ha hecho su aparición

este año, sólo que no está en nuestro carruaje, está con los tributos del Distrito 11.

Lo veo asentir en nuestra dirección y después ellos lo siguen para saludarnos.

Conozco a Chaff de vista porque me he pasado años viéndole pasarse la

botella con Haymitch en la televisión. Tiene la piel oscura, un metro ochenta de

altura más o menos, y uno de sus brazos termina en un muñón porque perdió la

mano en los Juegos que ganó hace treinta años. Estoy segura de que le

ofrecieron algún reemplazo artificial, como hicieron con Peeta cuando tuvieron que

amputarle la parte baja de la pierna, pero supongo que no lo quiso. La mujer,

Seeder (NdT: Seeder es otro de los nombres relacionado con los distritos, porque

seed significa semilla), parece casi como si fuera de la Veta, con su piel

aceitunada y pelo liso negro salpicado de plata. Sólo sus ojos marrón dorado la

marcan como de otro distrito. Debe de tener unos sesenta, pero aún parece fuerte,

y no hay señal de que se haya echado al licor o al morphling o a ninguna otra

forma química de escape con los años. Antes de que ninguno de nosotros diga

nada, me abraza. Sé de algún modo que debe de ser por Rue y Thresh. Antes de

poder detenerme, susurro:

Page 148: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿Las familias?

― Están vivos. ― Responde suavemente antes de soltarme.

Chaff lanza su brazo bueno a mi alrededor y me planta un gran beso en

plena boca. Me aparto de golpe, sorprendida, mientras él y Haymitch se ríen a

carcajadas. Ese es más o menos todo el tiempo que tenemos antes de que

encargados del Capiolio nos dirijan firmemente hacia los ascensores. Percibo el

claro sentimiento de que no están cómodos con la camaradería entre los

vencedores, a quienes no podría importarles menos. Mientras camino hacia los

ascensores, mi mano aún unida a la de Peeta, alguien más pasa rozando a mi

lado. La chica se saca un tocado de ramas con hojas y lo lanza detrás de sí sin

preocuparse de mirar dónde cae.

Johanna Mason. Del Distrito 7. Madera y papel, de ahí el árbol. Ganó

gracias a presentarse a sí misma muy convincentemente como débil e indefensa

para ser ignorada. Después demostró una retorcida habilidad para el asesinato.

Se desordena el pelo puntiagudo y pone en blanco sus grandes ojos marrones.

― ¿No es horrible mi disfraz? Mi estilista es la idiota más grande de todo el

Capitolio. Nuestros tributos han sido árboles durante cuarenta años bajo ella. Me

gustaría haber pillado a Cinna. Te ves fantástica.

Charla de chicas. Esa cosa en la que siempre he sido tan mala. Opiniones

sobre ropa, pelo, maquillaje. Así que miento.

― Sí, me ha estado ayudando a diseñar mi propia línea de ropa. Deberías

ver lo que puede hacer con el terciopelo. ― Terciopelo. La única tela que se me

ocurrió en ese momento.

― Lo he visto. En tu tour. ¿Ese número sin tirantes que llevaste en el

Distrito Dos? ¿El azul oscuro con los diamantes? Tan precioso que quería llegar

más allá de la pantalla y arrancártelo de la espalda. ― Dice Johanna.

Me apuesto que sí, pienso. Con unos centímetros de mi carne. Mientras

esperamos por los ascensores, Johanna se desabrocha la cremallera del resto de

su árbol, dejándolo caer al suelo, y después lo aparta de una patada con asco.

Excepto por sus zapatillas verde bosque, no tiene encima ni un retal de ropa.

― Así mejor.

Page 149: los juegos del hambre 2- en llamas

Acabamos en el mismo ascensor que ella, y se pasa todo el camino al

séptimo piso charlando con Peeta sobre sus cuadros mientras la luz del disfraz

aún brillante de él se refleja en sus pechos desnudos. Cuando ella se marcha, lo

ignoro, pero simplemente sé que está sonriendo de oreja a oreja. Lanzo su mano

a un lado cuando las puertas se cierran detrás de Chaff y Seeder, dejándonos

solos, y se echa a reír.

― ¿Qué? ― Digo, volviéndome hacia él cuando entramos en nuestro piso.

― Eres tú, Katniss. ¿No lo ves? ― Dice él.

― ¿Lo qué soy yo?

― La razón por la que todos están actuando así. Finnick con sus azucarillos

y Chaff besándote y toda esa cosa con Johanna desnudándose. ― Intenta adquirir

un tono más serio, sin éxito. ― Están jugando contigo porque eres tan . . . ya

sabes.

― No, no lo sé. ― Digo. Y de verdad que no tengo ni idea de qué está

hablando.

― Es como cuando no me querías mirar desnudo en la arena incluso

aunque estaba medio muerto. Eres tan . . . pura. ― Dice finalmente.

― ¡No lo soy! ― Digo. ― ¡Prácticamente te he estado arrancando la ropa

cada vez que ha habido una cámara todo el año!

― Sí, pero . . . quiero decir, para el Capitolio, eres pura. ― Dice, claramente

tratando de aplacarme. ― Para mí eres perfecta. Sólo se están metiendo contigo.

― ¡No, se están riendo de mí, y tú también!

― No. ― Peeta sacude la cabeza, pero aún está escondiendo una sonrisa.

Estoy pensándome muy seriamente la cuestión de quién debería salir de los

Juegos con vida cuando se abre el otro ascensor.

Haymitch y Effie se reúnen con nosotros, pareciendo complacidos por algo.

Después la expresión de Haymitch se vuelve dura.

¿Qué es lo que he hecho ahora? Casi digo, pero veo que está mirando

detrás de mí a la entrada del comedor.

Page 150: los juegos del hambre 2- en llamas

Effie parpadea en la misma dirección, después dice alegremente.

― Parece que os consiguieron un set a juego este año.

Me doy la vuelta y veo a la chica Avox pelirroja que me atendió aquí el año

pasado hasta que empezaron los Juegos. Pienso qué agradable es tener una

amiga aquí. Me doy cuenta de que el joven a su lado, otro Avox, también tiene el

pelo rojo. Debe de ser eso a lo que se refería Effie con lo del set a juego.

Después me recorre un escalofrío. Porque también lo conozco. No del

Capitolio sino de años de cómodas conversaciones en el Quemador, bromeando

sobre la sopa de Sae la

Grasienta, y después ese último día viéndolo yacer inconsciente en la plaza

cuando a Gale le salía la vida entre la sangre.

Nuestro nuevo Avox es Darius.

Haymitch me sujeta con fuerza la muñeca como si anticipara mi próximo

movimiento, pero estoy tan sin palabras como los torturadores del Capitolio han

dejado a Darius. Haymitch me dijo una vez que les hacían algo a las lenguas de

los Avoxes para que no pudiera hablar nunca más. En mi cabeza oigo la voz de

Darius, juguetona y brillante, sonando a través del Quemador para bromear

conmigo. No como se burlan de mí ahora los otros vencedores, sino porque nos

gustábamos de verdad. Si Gale pudiera verlo . . .

Sé que cualquier movimiento que haga ahora hacia Darius, cualquier acto

de reconocimiento, sólo resultaría en castigo para él. Así que sólo nos quedamos

mirándonos a los ojos. Darius, ahora un esclavo mudo; yo, ahora en camino hacia

mi muerte. ¿Qué íbamos a decir, en cualquier caso? ¿Qué sentimos la suerte del

otro? ¿Qué nos duele el dolor del otro?

¿Que nos alegramos de haber tenido la suerte de conocernos?

No, Darius no debería alegrarse de conocerme. Si yo hubiera estado allí

para detener a Thread, él no se habría adelantado para salvar a Gale. No sería un

Avox. Y más específicamente, no sería mi Avox, porque es más que obvio que el

Presidente Snow lo ha colocado aquí para mi disfrute.

Retuerzo la muñeca para desasirme de Haymitch y me dirijo hacia mi

antigua habitación, cerrando con llave detrás de mí. Me siento en un lado de mi

Page 151: los juegos del hambre 2- en llamas

cama, los codos sobre las rodillas, la frente sobre los puños, mirando mi traje

reluciente en la oscuridad, imaginándome que estoy en mi antigua casa en el

Distrito 12, acurrucada junto al fuego. Lentamente vuelve a hacerse negro a

medida que el paquete de energía se consume. Cuando en algún momento Effie

llama a la puerta para llamarme para ir a cenar, me levanto y me quito el traje, lo

doblo cuidadosamente, y lo coloco sobre la mesa con mi corona. En el cuarto de

baño me lavo las sombras oscuras de maquillaje de la cara. Me visto con una

camisa simple y pantalones y voy por el pasillo hasta el comedor. No soy

consciente de mucho durante la cena salvo de que Darius y la chica Avox pelirroja

son quienes nos la sirven. Effie, Haymitch, Cinna, Portia y Peeta están todos allí,

hablando de las ceremonias de apertura, supongo. Pero la única vez que de

verdad me siento presente es cuando vuelco a propósito un plato de guisantes al

suelo y, antes de que nadie pueda detenerme, me agacho para limpiarlos. Darius

está justo a mi lado cuando empiezo a recoger, y los dos estamos brevemente

costado con costado, apartados de la vista de los demás, mientras recogemos los

guisantes. Durante sólo un momento nuestras manos se encuentran. Puedo sentir

su piel, áspera bajo la salsa de mantequilla del plato. En el agarre de nuestros

dedos, fuerte y desesperado, están todas las palabras que nunca podremos decir.

Después Effie me está dando golpecitos desde atrás, porque “¡Ese no es tu

trabajo, Katniss!” y él me suelta.

Cuando vamos a mirar la repetición de las ceremonias de apertura, me

coloco entre Cinna y Haymitch en el sofá porque no quiero estar al lado de Peeta.

Este horror con Darius me pertenece a mí y a Gale y tal vez incluso a Haymitch,

pero no a Peeta. Tal vez él conociera a Darius lo bastante como para decirle hola,

pero Peeta no pertenecía al Quemador igual que nosotros. Además, aún estoy

enfadada con él por reírse de mí con los otros vencedores, y lo último que quiero

es su empatía y apoyo. No he cambiado de idea sobre salvarlo en la arena, pero

no quiero deberle más que eso.

Mientras miro la procesión al Círculo de la Ciudad, pienso en cómo ya es lo

bastante malo que nos disfracen y nos paseen por las calles en carruajes en un

año normal. Ver a niños disfrazados es tonto, pero resulta que los vencedores

mayores son algo penoso. Algunos que aún son jóvenes, como Johanna y Finnick,

o cuyos cuerpos no han caído en la desesperación, como Seeder y Brutus,

todavía se las pueden arreglar para conservar un poco de dignidad. Pero la

mayoría, que están echados a la bebida o al morphling o a la enfermedad, se ven

grotescos en sus disfraces, representando vacas y árboles y hogazas de pan. El

año pasado comentábamos cada concursante, pero hoy sólo hay algún

comentario ocasional. No es raro que la muchedumbre se vuelva loca en cuanto

Page 152: los juegos del hambre 2- en llamas

Peeta y yo aparecemos, tan jóvenes y fuertes y hermosos en nuestros brillantes

disfraces. La imagen misma de lo que los tributos deberían ser.

Tan pronto termina, me levanto y les doy las gracias a Cinna y Portia por su

alucinante trabajo y me voy a la cama. Effie me recuerda que nos veremos

temprano por la mañana en el desayuno para trabajar en nuestra estrategia de

entrenamiento, pero incluso su voz suena hundida. Pobre Effie. Por fin tuvo un año

decente en los Juegos con Peeta y conmigo, y ahora todo se ha convertido en un

desastre al que ni siquiera ella puede verle algo positivo. En términos del Capitolio,

supongo que esto cuenta como una verdadera tragedia. Poco después de irme a

la cama, oigo un golpe suave en mi puerta, pero lo ignoro. No quiero a Peeta esta

noche. Especialmente no con Darius cerca. Es casi tan malo como si Gale

estuviera aquí. Gale. ¿Cómo se supone que voy a dejarlo ir con Darius

embrujando los pasillos? Las lenguas figuran prominentemente en mis pesadillas.

Primero miro helada e impotente mientras manos enguantadas se llevan la

disección sangrienta de la boca de Darius. Después estoy en una fiesta donde

todos llevan caretas y alguien con una lengua bailante y húmeda, que supongo

que es Finnick, me acosa, pero cuando me coge y se saca la máscara, es el

Presidente Snow, y sus labios gruesos están goteando saliva sangrienta.

Finalmente estoy de vuelta en la arena, mi propia lengua tan seca como el papel

secante, mientras trato de alcanzar un estanque de agua que retrocede cada vez

que estoy a punto de tocarlo.

Cuando me despierto, voy a tropezones hasta el cuarto de baño y bebo

grandes tragos de agua del grifo hasta que no puedo beber más. Me quito mis

ropas sudorosas y me derrumbo de nuevo sobre la cama, desnuda, y de alguna

forma vuelvo a encontrar el sueño. Retraso el bajar a desayunar tanto como es

posible a la mañana siguiente porque de verdad que no quiero discutir nuestra

estrategia de entrenamiento. ¿Qué hay que discutir? Cada vencedor ya sabe lo

que todos los demás pueden hacer. O solían poder hacer, en cualquier caso. Así

que Peeta y yo seguiremos actuando enamorados y eso es todo. Lo que pasa es

que no estoy por la labor de hablar de eso, ya está, especialmente no con Darius

allí de pie en silencio. Tomo una larga ducha, me visto lentamente en el conjunto

que Cinna ha dejado para el entrenamiento, y ordeno comida del menú de mi

habitación hablando por un micrófono. En un minuto aparecen salchichas, huevos,

patatas, pan, zumo y chocolate caliente. Como hasta estar llena, intentando llenar

los minutos hasta las diez en punto, cuando tendremos que bajar hasta el Centro

de Entrenamiento. A eso de las nueve y media, Haymitch está dando golpazos en

mi puerta, obviamente harto de mí, mandándome ir al comedor ¡AHORA! Aún así,

me cepillo los dientes antes de ir lentamente por el pasillo, matando eficazmente

otros cinco minutos.

Page 153: los juegos del hambre 2- en llamas

El comedor está vacío salvo por Peeta y Haymitch, cuyo rostro está

sonrojado por la bebida y el enfado. En su muñeca lleva un brazalete totalmente

de oro con un patrón de llamas―esta debe de ser su concesión al plan de Effie de

los recuerdos a juego―al que da vueltas con descontento. Es un brazalete muy

bonito, de verdad, pero con el movimiento hace que parezca algo que lo está

confinando, un grillete, más que una pieza de joyería.

― Llegas tarde. ― Me ruge.

― Perdón. Me quedé dormida después de las pesadillas de lenguas

mutiladas que me mantuvieron despierta la mitad de la noche. ― Tengo la

intención de sonar hostil, pero mi voz se quiebra al final de la frase.

Haymitch me lanza una mirada ceñuda, después se echa atrás.

―Vale, da igual. Hoy, en el entrenamiento, tenéis dos deberes. Uno, seguir

enamorados.

― Obviamente. ― Digo.

― Y dos, hacer algunos amigos. ― Dice Haymitch.

― No. ― Digo. ― No confío en ninguno de ellos. No puedo soportar a la

mayoría, y prefiero que operemos nada más los dos.

― Eso es lo que dije yo al principio, pero . . . ― Empieza Peeta.

― Pero no será suficiente. ― Insiste Haymitch. ― Vais a necesitar más

aliados esta vez.

― ¿Por qué? ― Pregunto.

― Porque estáis en clara desventaja. Vuestros competidores se han

conocido durante años. Así que, ¿a quién creéis que atacarán primero?

― A nosotros. Y nada que hagamos va a superar ninguna antigua amistad.

Así que, ¿por qué molestarse?

― Porque podéis luchar. Sois populares entre la gente. Eso aún podría

convertiros en aliados deseables. Pero sólo si les hacéis saber a los demás que

estáis dispuestos a hacer un equipo con ellos.

Page 154: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿Quieres decir que nos quieres en el grupo de Profesionales este año?

― Pregunto, incapaz de ocultar mi desagrado. Tradicionalmente los tributos de los

Distritos 1, 2 y 4 unen fuerzas, tal vez agregando a alguno de los otros luchadores

excepcionales, y cazan a los competidores más débiles.

― Esa ha sido nuestra estrategia, ¿no? ¿Entrenar como Profesionales? ―

Rebate Haymitch.

― Y generalmente se decide quiénes van a formar el grupo de

Profesionales antes de que empiezan los Juegos. Peeta por poco no consiguió

entrar el año pasado. Pienso en el odio que sentí cuando descubrí que Peeta

estaba con los Profesionales en los Juegos pasados.

― Así que vamos a intentar unirnos a Finnick y a Brutus. . . ¿es eso lo que

estás diciendo?

― No necesariamente. Todos son vencedores. Haced vuestro propio grupo,

si lo preferís. Elegid a quien queráis. Yo os sugiero a Chaff y Seeder. Aunque

Finnick no es como para ignorarlo. ― Dice Haymitch. ― Encontrad a alguien para

hacer equipo que pueda seros de alguna utilidad. Recordad, ya no estáis en un

ring lleno de niños temblorosos. Todas estas personas son asesinos

experimentados, sin importar en qué forma parezcan estar. Tal vez tenga razón.

Sólo que, ¿en quién podría confiar? Seeder tal vez. ¿Pero de verdad quiero hacer

un pacto con ella, sólo para posiblemente tener que matarla después? No. Aún

así, hice un pacto con Rue bajo las mismas circunstancias. Le digo a Haymitch

que lo intentaré, incluso aunque creo que se me dará bastante mal todo el asunto.

Effie aparece algo pronto para llevarnos abajo porque el año pasado, incluso

aunque llegamos a tiempo, fuimos los dos últimos tributos en aparecer. Pero

Haymitch le dice que no quiere que sea ella quien nos lleve al gimnasio. Ninguno

de los demás vencedores va a aparecer con una niñera y, siendo los más jóvenes,

es aún más importante que parezcamos independientes. Así que tiene que

conformarse con llevarnos hasta el ascensor, haciéndonos caricias en el pelo, y

pulsando el botón por nosotros.

Es un viaje tan corto que no hay tiempo de verdad para la conversación,

pero cuando Peeta me da la mano, no la aparto. Tal vez lo haya ignorado anoche

en privado, pero durante el entrenamiento tenemos que aparecer como un equipo

inseparable. Effie no se tenía que haber preocupado por que fuéramos los últimos

en llegar. Sólo Brutus y la mujer del Distrito 2, Enobaria, están presentes. Enobaria

aparenta unos treinta y todo lo que puedo recordar es que, en el combate cuerpo a

cuerpo, mató a un tributo desgarrándole la garganta con los dientes. Se hizo tan

Page 155: los juegos del hambre 2- en llamas

famosa por este acto que, después de ser vencedora, hizo que le alteraran

cosméticamente los dientes de modo que cada uno termina en una punta afilada

como un colmillo y tiene incrustaciones de oro. No le faltan admiradores en el

Capitolio.

A las diez en punto, sólo la mitad de los tributos han llegado. Atala, la mujer

que dirige el entrenamiento, empieza su discurso justo en hora, no impresionada

por la escasa asistencia. Tal vez se la esperaba. Se puede decir que estoy

aliviada, porque eso significa que hay una docena de personas de las que no

tengo que fingir hacerme amiga. Atala lee la lista de estaciones, que incluyen tanto

habilidades de combate como de supervivencia, y nos deja entrenar.

Le digo a Peeta que creo que haríamos mejor si nos dividiéramos,

cubriendo así más territorio. Cuando se va a lanzar lanzas con Brutus y Chaff, yo

me dirijo hacia la sección de atar nudos. Apenas nadie se molesta en visitarla. Me

gusta el entrenador y él me recuerda con cariño, tal vez porque pasé tiempo con él

el año pasado. Está complacido cuando le enseño que todavía puedo montar la

trampa que deja al enemigo colgando de un árbol por un pie. Claramente tomó

nota de mis trampas en la arena el año pasado y ahora me ve como una alumna

avanzada, así que le pido repasar cada tipo de nudo que pueda ser útil y unos

pocos que probablemente no usaré jamás. Estaría contenta de pasarme la

mañana sola con él, pero después de una hora y media más o menos, alguien me

rodea con los brazos desde atrás, sus dedos terminando con facilidad el

complicado nudo en el que he estado sudando. Por supuesto que es Finnick,

quien parece haberse pasado la infancia sin hacer otra cosa que no sea lanzar

tridentes o manipular cuerdas para formar bonitos nudos para redes, supongo.

Miro durante un minuto mientras él coge un trozo de cuerda, hace un lazo, y

después finge ahorcarse para diversión mía.

Poniendo los ojos en blanco, me dirijo hacia otra estación vacante donde

los tributos pueden aprender a hacer fuegos. Yo ya hago fuegos excelentes, pero

aún soy bastante dependiente de las cerillas para empezarlos. Así que el

entrenador me hace trabajar con sílex, acero, y algo de tela chamuscada. Esto es

mucho más difícil de lo que parece, e incluso trabajando con tanto ahínco como

puedo, me lleva alrededor de una hora conseguir encender un fuego. Alzo la vista

con una sonrisa triunfante sólo para descubrir que tengo compañía. Dos tributos

del Distrito 3 están a mi lado, luchando por empezar un fuego decente con cerillas.

Pienso en marcharme, pero de verdad que quiero intentar usar el sílex de nuevo, y

si tengo que darle a Haymitch la noticia de que he intentado hacer amigos, tal vez

estos dos sean una elección soportable. Ambos son de baja estatura, con piel

cenicienta y pelo negro. La mujer, Wiress (NdT: una vez más, nombre propio del

Page 156: los juegos del hambre 2- en llamas

Distrito: el Distrito 3 es la electrónica, y wire significa cable), probablemente sea de

una edad similar a la de mi madre y habla con voz tranquila e inteligente. Pero de

inmediato me doy cuenta de que tiene el hábito de dejar en el aire las palabras

justo en mitad de frase, como si se hubiera olvidado de que estás allí. Beetee, el

hombre, es mayor y algo nervioso. Lleva gafas pero se pasa un montón de tiempo

mirando por debajo de ellas. Son un poco raros, pero estoy bastante segura de

que ninguno de ellos va a intentar ponerme incómoda desnudándose. Y son del

distrito 3. Tal vez puedan incluso confirmar mis sospechas de un levantamiento

allí.

Miro alrededor del Centro de Entrenamiento. Peeta está en el centro de un

pintoresco círculo de lanzadores de cuchillos. Los morphlings del Distrito 6 están

en la estación de camuflaje, pintándose mutuamente las caras con brillantes

curvas rosas. El hombre del Distrito 5 está vomitando vino sobre el suelo del

recinto de lucha con espada. Finnick y la anciana de su distrito están usando la

estación de tiro con arco. Johanna Mason vuelve a estar desnuda y

embadurnando su cuerpo de aceite para una lección de lucha. Decido quedarme

donde estoy. Wiress y Beetee son una compañía decente. Parecen lo bastante

amables pero no entrometidos. Hablamos de nuestros talentos; me cuentan que

ambos inventan cosas, lo que hace que mi supuesto interés por la moda parezca

bastante flojo. Wiress menciona algún tipo de artilugio de costura en el que está

trabajando.

― Evalúa la densidad de la tela y selecciona la fuerza . . . ― Dice, y

después se queda absorta mirando a un pedacito de paja seca antes de poder

proseguir.

― La fuerza del hilo. ― Termina de explicar Beetee. ― Automáticamente.

Descarta el error humano. ― Después habla de su reciente éxito creando un chip

musical que es lo bastante pequeño para ser escondido en una mota de polvo

pero que puede almacenar horas de canciones. Recuerdo a Octavia hablando de

esto durante la sesión de la boda, y veo una posible oportunidad para hablar del

levantamiento.

― Oh, sí. Mi equipo de preparación estaba todo disgustado hace unos

meses, creo, porque no podían hacerse con uno. ― Digo casualmente. ―

Supongo que muchos de los encargos del Distrito Tres se estaban amontonando.

Beetee me examina por debajo de sus gafas.

Page 157: los juegos del hambre 2- en llamas

― Sí. ¿Tuvisteis vosotros similares retrasos en la producción de carbón

este año? ― Pregunta.

― No. Bueno, perdimos un par de semanas cuando trajeron a un nuevo

agente de la paz en jefe y a su gente, pero nada importante. Para la producción,

quiero decir. Dos semanas sentado en tu casa sin hacer nada no significa más

que dos semanas de pasar hambre para la mayor parte de la gente.

Creo que entienden lo que estoy intentando decir. Que no hemos tenido

ningún levantamiento.

― Oh. Eso es una vergüenza. ― Dice Wiress con una voz algo

decepcionada. ― Encontré a tu distrito muy . . . ― Deja la frase en el aire,

distraída por algo en su cabeza.

― Interesante. ― Completa Beetee. ― Ambos lo hicimos.

Me siento mal, sabiendo que su distrito debe de haber sufrido mucho más

que el nuestro. Siento que tengo que defender a mi gente.

― Bueno, no somos muchos en el Doce. ― Digo. ― No es que pudieras

deducirlo hoy en día por el tamaño de la fuerza de los agentes de la paz. Pero

supongo que somos lo bastante interesantes.

Mientras avanzamos hasta la estación de los refugios, Wiress se detiene y

alza la vista hasta el palco donde los Vigilantes están dando vueltas, comiendo y

bebiendo, a veces fijándose en nosotros.

― Mira. ― Dice, haciendo un leve gesto de cabeza en su dirección. Alzo la

vista y veo a Plutarch Heavensbee en la magnífica túnica púrpura con el collar de

pelos que lo señala como Vigilante Jefe. Está comiendo una pata de pavo.

No veo por qué esto se merece ningún comentario, pero digo:

― Sí, ha sido ascendido a Vigilante Jefe este año.

― No, no. Ahí hacia la esquina de la mesa. Puedes ver . . . ― Dice Wiress.

Beetee guiña los ojos debajo de sus gafas.

― Puedes ver que está ahí.

Page 158: los juegos del hambre 2- en llamas

Me quedo mirando en esa dirección, perpleja. Pero entonces lo veo. Un

pequeño espacio de unos quince centímetros cuadrados en la esquina de la mesa

parece estar vibrando. Es como si el aire estuviera ondeando con pequeñas olas

visibles, distorsionando los ángulos afilados de la madera y de una copa de vino

que alguien puso allí.

― Un campo de fuerza. Han puesto uno entre los Vigilantes y nosotros. Me

pregunto por qué. ― dice Beetee.

― Por mí, probablemente. ― Ofrezco. ― El año pasado les lancé una

flecha durante mi sesión privada de entrenamiento. ― Beetee y Wiress se me

quedan mirando con curiosidad.

― Fui provocada. Así que ¿todos los campos de fuerza tienen un punto

como ese?

― Grieta. ― Dice Wiress vagamente.

― En la armadura, o como si lo fuera. ― Termina Beetee. ― Lo ideal sería

que fuera invisible, ¿no?

Quiero preguntarles más, pero anuncian la comida. Busco a Peeta, pero

está con un grupo de unos diez vencedores, así que decido simplemente comer

con el Distrito 3. Tal vez pueda conseguir que se nos una Seeder.

Cuando llegamos hasta la zona de comedor, veo que algunos en la pandilla

de Peeta tienen otras ideas. Están arrastrando todas las mesas pequeñas para

formar una mesa grande para que todos tengamos que comer juntos. Ahora no sé

qué hacer. Incluso en el colegio solía evitar comer en una mesa concurrida.

Francamente, probablemente me habría sentado sola de no ser porque Madge

cogió la costumbre de juntarse conmigo. Supongo que habría comido con Gale,

excepto que, estando a dos cursos de distancia, nuestras comidas nunca cayeron

a la misma hora.

Cojo una bandeja y empiezo a andar entre los carros repletos de comida

que rodean la sala. Peeta se une conmigo en el estofado.

― ¿Qué tal va?

― Bien. Va bien. Me gustan los vencedores del Distrito Tres. ― Digo. ―

Wiress y Beetee.

Page 159: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿De verdad? ― Pregunta. ― Son algo así como un chiste para los

demás.

― ¿Por qué será que eso no me sorprende? ― Digo. Pienso en cómo

Peeta en el colegio siempre estaba rodeado por una muchedumbre de amigos. Es

alucinante, de verdad, que jamás se fijara en lo más mínimo en mí excepto para

pensar que era rara.

― Johanna los ha apodado Nuts y Volts (NdT: tampoco traduje los apodos.

Pero Nuts significa Loco, y Volts se refiere a voltios).

― Y entonces yo soy estúpida por pensar que podrían ser útiles. Por algo

que Johanna Mason dijo mientras se estaba embadurnando los pechos para la

lucha. ― Replico.

― De hecho creo que el apodo ha estado circulando durante años. Y no lo

dije como un insulto. Sólo estoy compartiendo información.

― Bueno, Wiress y Beetee son listos. Inventan cosas. Pudieron decir que

han puesto un campo de fuerza entre nosotros y los Vigilantes. Y si tenemos que

tener aliados, los quiero a ellos. ― Lanzo el cucharón de nuevo en una pota de

estofado, salpicándonos a los dos con la salsa.

― ¿Por qué estás tan enfadada? ― Pregunta peeta, limpiándose la salsa

de su camisa. ― ¿Porque me metí contigo en el ascensor? Lo siento. Creí que

simplemente te reirías por eso.

― Olvídalo. ― Digo con una sacudida de la cabeza. ― Es un montón de

cosas.

― Darius.

― Darius. Los Juegos. Haymitch obligándonos a formar equipo con los

demás.

― Puede ser sólo tú y yo, ya lo sabes.

― Lo sé. Pero tal vez Haymitch tenga razón. No le digas que lo dije, pero

generalmente la tiene, en lo referente a los Juegos.

Page 160: los juegos del hambre 2- en llamas

― Bueno, tú puedes tener la última palabra sobre nuestros aliados. Pero

justo ahora, me inclino por Chaff y Seeder. ― Dice Peeta.

― Me parece bien Seeder, Chaff no. Aún no, en cualquier caso.

― Vente y come con él. Lo prometo, no le dejaré volver a besarte. Chaff no

parece tan malo en la comida. Está sobrio, y aunque habla demasiado alto y hace

un montón de chistes malos, la mayor parte son sobre sí mismo. Puedo ver por

qué podría ser bueno para Haymitch, cuyos pensamientos discurren tan oscuros.

Pero aún no estoy segura de si quiero tenerlo por aliado.

Intento muy duro ser más sociable, no sólo con Chaff sino con el grupo en

general. Después de la comida hago la estación de los insectos comestibles con

los tributos del Distrito 8―Cecelia, que tiene tres niños en casa, y Woof, y hombre

muy viejo que es duro de oído y que no parece enterarse de nada ya que sigue

empeñado en meterse bichos venenosos en la boca. Desearía poder mencionar el

haberme encontrado a Twill y Bonnie en el bosque, pero no imagino cómo.

Cashmere y Gloss, los hermanos del Distrito 1, me invitan con ellos y hacemos

hamacas durante un rato. Son educados pero fríos, y me paso todo el tiempo

pensando en cómo maté a los dos tributos de su distrito, Glimmer y Marvel, el año

pasado, y que ellos probablemente los conocían y tal vez incluso fueran sus

mentores. Tanto mi hamaca como mi intento de conectar con ellos son mediocres

como mucho. Me uno a Enobaria en el entrenamiento con espada e intercambio

unos pocos comentarios, pero está claro que ninguna de las dos quiere formar

equipo. Finnick aparece de nuevo cuando estoy recibiendo consejos de pesca,

pero principalmente sólo para presentarme a Mags, la mujer mayor que también

es del Distrito 4. Entre el acento de su distrito y su hablar

embrollado―posiblemente haya tenido un derrame―no puedo entender más que

una palabra de cada cuatro. Pero juro que es capaz de hacer un anzuelo a partir

de cualquier cosa―una espina, un huesecillo, un pendiente. Después de un rato

dejo de hacerle caso al entrenador y me limito a intentar copiar todo lo que hace

Mags. Cuando hago un gancho bastante bueno a partir de una uña doblada y lo

ato a varias hebras de mi pelo, me ofrece una sonrisa desdentada y un comentario

ininteligible que creo que puede ser un halago. De repente recuerdo cómo se

presentó voluntaria para reemplazar a la joven histérica en su distrito. No podía

ser porque pensara que tenía ninguna posibilidad de ganar. Lo hizo para salvar a

la chica, como yo me presenté voluntaria el año pasado para salvar a Prim. Y

decido que la quiero en mi equipo. Genial. Ahora tengo que volver y decirle a

Haymitch que quiero a una ochentona y a Nuts y Volts como aliados. Le va a

encantar.

Page 161: los juegos del hambre 2- en llamas

Así que dejo de intentar hacer amigos y voy a la sección de tiro con arco

para buscar algo de cordura. Se está genial allí, pudiendo probar todos los arcos y

flechas. El entrenador, Tax, viendo que los objetivos inmóviles no suponen ningún

reto para mí, empieza a lanzar muy arriba al aire esos pájaros falsos tontos para

que les dispare. Al principio parece estúpido, pero incluso resulta ser divertido.

Mucho más como cazar una criatura viva. Ya que estoy dándole a todo lo que

lanza, empieza a aumentar el número de aves que envía por los aires. Me olvido

del resto del gimnasio y de los vencedores y de qué miserable me siento, y me

pierdo en el tiro. Cuando consigo acabar con cinco pájaros en una ronda, me doy

cuenta de que hay tanto silencio que puedo oír cómo cada uno golpea el suelo.

Me doy la vuelta y veo que la mayoría de los vencedores se han parado para

mirarme. Sus rostros muestran cualquier cosa desde la envidia al odio a la

admiración.

Después del entrenamiento, Peeta y yo estamos juntos, esperando a que

Haymitch y Effie aparezcan para la cena. Cuando nos llaman para comer,

Haymitch se lanza sobre mí de inmediato.

― Así que por lo menos la mitad de los vencedores les han indicado a sus

mentores que te soliciten como aliada. Sé que no puede ser por tu alegre

personalidad.

― La vieron disparar. ― Dice Peeta con una sonrisa. ― De hecho, yo la vi

disparar, de verdad, por primera vez. Estoy a punto de presentar una solicitud

formal yo mismo.

― ¿Tan buena eres? ― Me pregunta Haymitch. ― ¿Tan buena como para

que te quiera Brutus?

Me encojo de hombros.

― Pero yo no quiero a Brutus. Quiero a Mags y al Distrito Tres.

― Por supuesto que sí. ― Haymitch suspira y encarga una botella de vino.

― Les diré a todos que aún os estáis decidiendo.

Después de mi exhibición de tiro, aún soy objeto de algunas bromas, pero

ya no siento que se burlan de mí. De hecho, me siento como si en cierta forma

hubiera sido iniciada en el círculo de los vencedores. Durante los siguientes dos

días paso tiempo con casi todos los que van a la arena. Incluso con los

morphlings, quienes, con la ayuda de Peeta, me pintan en un campo de flores

Page 162: los juegos del hambre 2- en llamas

amarillas. Incluso con Finnick, que me da una hora de lecciones de tridente a

cambio de una hora de instrucción en tiro con arco. Y cuanto más llego a conocer

a esta gente, peor me resulta. Porque, en conjunto, no los odio. Y me gustan

algunos. Y muchos están tan dañados que mi instinto natural sería el de

protegerlos. Pero todos tienen que morir si voy a salvar a Peeta.

El día final de entrenamiento termina con nuestras sesiones privadas.

Todos tenemos quince minutos ante los Vigilantes para sorprenderlos con

nuestras habilidades, pero no sé qué es lo que ninguno de nosotros podrá

enseñarles. Hay muchas bromas sobre ello en la comida. Lo que podremos hacer.

Cantar, bailar, desnudarnos, contar chistes. Mags, a quien ahora puedo entender

un poco mejor, decide que simplemente se va a echar una siesta. No sé lo que yo

voy a hacer. Disparar algunas flechas, supongo. Haymitch dijo que los

sorprendiéramos si podemos, pero estoy en sequía de ideas.

Como la chica del 12, soy la última de todos. El comedor se va quedando

más y más en silencio a medida que los tributos van saliendo para su actuación.

Es más fácil mantener la actitud irreverente e invencible que hemos adoptado

todos cuando somos más. A medida que la gente va desapareciendo por la

puerta, todo en lo que puedo pensar es que la vida que les queda se cuenta en

días.

Peeta y yo nos quedamos solos por fin. Él se inclina sobre la mesa para

tomarme las manos.

― ¿Ya has decidido lo que vas a hacer para los Vigilantes? Sacudo la

cabeza.

― Ya no puedo usarlos como diana de prácticas este año, con el campo de

fuerza y eso. Tal vez haré unos anzuelos. ¿Y tú?

― Ni idea. Sigo deseando poder hornear una tarta o algo.

― Haz algo más de camuflaje. ― Sugiero.

― Si los morphlings me han dejado algo con lo que trabajar. ― Dice

amargamente. ― Han estado pegados a esa estación desde que empezó el

entrenamiento. Nos quedamos sentados en silencio un rato y después suelto

aquello que está en nuestras mentes.

― ¿Cómo vamos a matar a esta gente, Peeta?

Page 163: los juegos del hambre 2- en llamas

― No lo sé. ― Apoya la cabeza sobre nuestras manos entrelazadas.

― No los quiero como aliados. ¿Por qué quiso Haymitch que los

conociéramos mejor? Lo hará mucho más duro que la última vez. Excepto por

Rue, tal vez. Pero supongo que da igual, en ningún caso habría podido matarla.

Se parecía demasiado a Prim. Peeta alza la vista para mirarme, el ceño fruncido

mientras piensa.

― Su muerte fue la más despreciable, ¿no?

― Ninguna fue muy bonita. ― Digo, pensando en los finales de Glimmer y

Cato. Llaman a Peeta, así que espero sola. Pasan quince minutos. Después

media hora. Pasaron cerca de cuarenta minutos cuando me llaman.

Cuando entro, huelo el fuerte aroma de limpiador y me doy cuenta de que

una de las alfombras ha sido arrastrada al centro de la sala. El humor es muy

distinto al del año pasado, cuando los Vigilantes estaban medio borrachos y

distraídamente picoteando en manjares de la mesa de banquetes. Están

murmurando entre ellos, con aspecto algo airado. ¿Qué hizo Peeta?

¿Algo para enfadarlos?

Siento una punzada de preocupación. Eso no es bueno. No quiero que

Peeta se señale a sí mismo como un objetivo para la ira de los Vigilantes. Eso es

parte de mi trabajo. Apartar los tiros de Peeta. Pero ¿cómo los enfadó? Porque me

encantaría hacer justo eso y más. Atravesar el barniz de superioridad de aquellos

que usan sus cerebros para encontrar formas divertidas de matarnos. Hacerles ver

que aunque nosotros somos vulnerables a las crueldades del Capitolio, ellos

también lo son.

¿Tenéis idea de cuánto os odio? Pienso. ¿Vosotros, que les habéis

entregado vuestros talentos a los Juegos?

Intento captar la mirada de Plutarch Heavensbee, pero parece estar

ignorándome intencionadamente, como ha estado haciendo todo el período de

entrenamiento. Recuerdo cómo me buscó en el baile, qué complacido estaba de

enseñarme el sinsajo en su reloj. Su actitud amistosa está fuera de lugar aquí.

¿Cómo podría no estarlo, cuando yo soy un mero tributo y él es el Vigilante Jefe?

Tan poderoso, tan lejano, tan seguro . . . De repente sé exactamente lo que voy a

hacer. Algo que hará que cualquier cosa que haya hecho hasta ahora se quede en

nada. Me voy a la estación de nudos y cojo un trozo de cuerda. Empiezo a

Page 164: los juegos del hambre 2- en llamas

manipularlo, pero es difícil porque nunca hice este nudo yo misma. Sólo he visto

los dedos de Finnick, y esos se movían muy rápido. Después de unos diez

minutos, he conseguido un lazo respetable. Arrastro a uno de los muñecos diana

al centro de la sala y, usando unas barras, lo cuelgo de modo que pende del

cuello. Atarle las manos detrás de la espalda sería un bonito toque, pero creo que

tal vez me esté quedando sin tiempo. Me apresuro a la estación de camuflaje,

donde algunos de los otros tributos, sin duda los morphlings, han hecho un

desbarajuste colosal. Pero encuentro un recipiente medio lleno de zumo de bayas

rojo sangre que me será útil. La tela recubierta de piel del maniquí lo convierte en

un lienzo bueno y absorbente. Cuidadosamente pinto con cuidado, con el dedo,

las palabras en su cuerpo, ocultándolas de la vista de los demás. Después me

aparto rápidamente para ver la reacción en los rostros de los Vigilantes mientras

leen el nombre en el muñeco. SENECA CRANE.

El efecto en los Vigilantes es inmediato y satisfactorio. Varios sueltan

grititos. Otros dejan caer sus vasos de vino, que se hacen añicos musicalmente

contra el suelo. Dos parecen estar considerando desmayarse. La apariencia de

shock es unánime.

Ahora tengo la atención de Plutarch Heavensbee. Se me queda mirando

fijamente mientras el zumo del melocotón que estrujó en su mano corre entre sus

dedos. Finalmente se aclara la garganta y dice:

― Ya puede retirarse, señorita Everdeen.

Inclino una vez la cabeza con respeto y me vuelvo para irme, pero en el

último momento no puedo resistirme a lanzar el recipiente de jugo de baya sobre

mi hombro. Puedo oír cómo el contenido da de lleno en el muñeco mientras un par

de vasos de vino más se rompen. Mientras las puertas del ascensor se cierran

ante mí, veo que nadie se ha movido. Eso los sorprendió, pienso. Fue precipitado

y peligroso y sin duda pagaré por ello diez veces. Pero por el momento, siento

algo que se parece mucho a la euforia y me permito saborearlo. Quiero encontrar

a Haymitch de inmediato para contarle mi sesión, pero no hay nadie. Supongo que

se están preparando para la cena y decido darme una ducha, ya que tengo las

manos sucias por el jugo. Mientras estoy bajo el agua, me empiezo a cuestionar la

sabiduría de mi último truco. La pregunta que debería guiarme ahora es “¿Ayudará

esto a mantener a Peeta con vida?” Indirectamente esto tal vez no. Lo que sucede

durante el entrenamiento es alto secreto, así que no tiene sentido llevar a cabo

nada en mi contra cuando nadie sabrá cuál fue mi transgresión. De hecho, el año

pasado fui recompensada por mi temeridad. Aunque esto es un tipo diferente de

crimen. Si los Vigilantes están enfadados conmigo y deciden castigarme en la

Page 165: los juegos del hambre 2- en llamas

arena, Peeta también podría quedarse atrapado en el ataque. Tal vez fui

demasiado impulsiva. Aún así . . . no puedo decir que lamente haberlo hecho.

Cuando nos reunimos todos para cenar, percibo que las manos de Peeta están

manchadas de una amplia variedad de colores, incluso aunque su pelo aún está

húmedo del baño. Después de todo, debe de haber hecho alguna forma de

camuflaje. Una vez está servida la sopa, Haymitch va directo al asunto que está

en mente de todos.

― Está bien, así que ¿cómo fueron vuestras sesiones privadas?

Intercambio una mirada con Peeta. De algún modo no me entusiasma demasiado

poner lo que hice en palabras. En la tranquilidad del comedor, parece demasiado

extremo.

― Tú primero. ― Le digo. ― Debe de haber sido muy especial. Tuve que

esperar cuarenta minutos para entrar.

Peeta parece estar atascado con la misma reticencia que estoy

experimentando yo.

― Bueno, yo . . . yo hice la cosa del camuflaje, como sugeriste tú, Katniss.

― Vacila. ― No exactamente camuflaje. Quiero decir, usé los tintes.

― ¿Para hacer qué? ― Pregunta Portia.

Pienso en qué nerviosos estaban los Vigilantes cuando entré en el gimnasio

para mi sesión. El olor de los limpiadores. La alfombra sobre ese punto en el

centro del gimnasio. ¿Era para ocultar algo que no pudieron limpiar?

― Pintaste algo, ¿no? Un cuadro.

― ¿Lo viste? ― Pregunta Peeta.

― No. Pero se preocuparon mucho por cubrirlo.

― Bueno, eso sería normal. No pueden dejar que un tributo sepa lo que

otro hizo. ― Dice Effie, despreocupada. ― ¿Qué pintaste, Peeta? ― Parece un

poco llorosa. ― ¿Fue un retrato de Katniss?

― ¿Por qué iba a pintar un retrato mío, Effie? ― Pregunto, irritada.

Page 166: los juegos del hambre 2- en llamas

― Para mostrar que va a hacer todo lo que pueda para defenderte. Eso es

lo que todos se esperan en el Capitolio, en cualquier caso. ¿No se presentó

voluntario para ir contigo? ― Dice Effie, como si fuera la cosa más obvia en el

mundo.

― De hecho, pinté un cuadro de Rue. ― Dice Peeta. ― Tal y como estaba

después de que Katniss la cubriera de flores.

Hay una larga pausa en la mesa mientras todos asimilan esto.

― ¿Y qué pretendías conseguir exactamente? ― Haymitch pregunta en

una voz muy mesurada.

― No estoy seguro. Sólo quería hacerlos responsables. ― Dice Peeta. ―

Por matar a esa niña pequeña.

― Esto es temible. ― Effie suena como si estuviera a punto de llorar. ―

Ese tipo de pensamiento . . . está prohibido, Peeta. Absolutamente. Sólo os

traerás más problemas para ti mismo y para Katniss.

― Tengo que estar de acuerdo con Effie en esto. ― Dice Haymitch. Portia y

Cinna permanecen callados, pero sus rostros están muy serios. Por supuesto,

tienen razón. Pero aunque me preocupa, creo que lo que hizo es alucinante.

― Supongo que este es un mal momento para mencionar que yo ahorqué a

un maniquí y le pinté el nombre de Seneca Crane encima. ― Digo. Esto tiene el

efecto deseado. Después de un momento de incredulidad, toda la desaprobación

de la sala me golpea como una tonelada de ladrillos.

― ¿Tú . . . ahorcaste . . . a Seneca Crane? ― Dice Cinna.

― Sí. Estaba fardando de mis nuevas habilidades para atar nudos, y de

alguna forma terminó al final del lazo.

― Vale, Katniss. ― Dice Effie en una voz ahogada. ― ¿Cómo sabías

siquiera acerca de eso?

― ¿Es un secreto? El Presidente Snow no actuó como si lo fuera. De

hecho, parecía deseoso de que lo supiera. ― Digo. Effie deja la mesa con la

servilleta presionada contra la cara. ―

Page 167: los juegos del hambre 2- en llamas

Ahora he disgustado a Effie. Debí haber dicho que disparé unas cuantas

flechas.

― Pensarías que lo teníamos planeado. ― Dice Peeta, ofreciéndome una

ligerísima sonrisa.

― ¿No lo teníais? ― Pregunta Portia. Sus dedos presionan sus párpados

cerrados como si se estuviera protegiendo de una luz muy brillante.

― No. ― Digo, mirando a Peeta con una nueva apreciación. ― Ninguno de

los dos sabía siquiera lo que iba a hacer antes de entrar.

― Y, ¿Haymitch? ― Dice Peeta. ― Decidimos que no queremos ningún

otro aliado en la arena.

― Bien. Entonces no seré responsable de que matéis a ninguno de mis

amigos con vuestra estupidez.

― Eso es justamente lo que estábamos pensando. ― Le digo yo.

Terminamos la comida en silencio, pero cuando nos levantamos para ir a la sala,

CInna me rodea con el brazo y me da un apretón.

― Vayamos a ver esas notas de entrenamiento.

Nos reunimos alrededor de la televisión y una Effie de ojos enrojecidos se

nos vuelve a unir. Aparecen los rostros de los tributos, distrito tras distrito, y sus

puntuaciones centellean bajo sus fotos. Del uno al doce. Unas notas altas

predecibles para Cashmere, Gloss, Brutus, Enobaria y Finnick. Bajas o medias

para los demás.

― ¿Han dado alguna vez un cero? ― Pregunto.

― No, pero hay una primera vez para todo. ― Responde Cinna. Y resulta

que tiene razón. Porque cuando Peeta y yo sacamos un doce cada uno, hacemos

historia en los Juegos del Hambre. Aunque nadie se siente como para celebrarlo.

― ¿Por qué lo hicieron? ― Pregunto.

― Para que os demás no tengan más opción que señalaros como objetivo.

― Dice Haymitch con voz neutra. ― Id a la cama. No puedo soportar miraros a

ninguno de los dos. Peeta me acompaña a mi habitación en silencio, pero antes

Page 168: los juegos del hambre 2- en llamas

de que pueda decir buenas noches, lo rodeo con los brazos y apoyo mi cabeza

contra su pecho. Sus manos se deslizan hacia arriba por mi espalda y su mejilla

descansa contra mi pelo.

― Siento haber puesto peor las cosas. ― Digo.

― No peor que yo. ¿Por qué lo hiciste, por cierto?

― No lo sé. ¿Para enseñarles que soy más que una pieza en sus Juegos?

Él se ríe un poco, sin duda recordando la noche antes de los Juegos el año

pasado. Estábamos en el tejado, ninguno de los dos capaz de dormir. Peeta había

dicho entonces algo parecido, y yo no había entendido a qué se refería. Ahora sí.

― Yo también. ― Me dice. ― Y no estoy diciendo que no lo vaya a intentar.

Llevarte a casa, quiero decir. Pero si soy perfectamente sincero sobre de ello . . .

― Si eres perfectamente sincero sobre ello, crees que el Presidente Snow

probablemente les haya dado órdenes directas para que se aseguren de que

morimos en la arena pase lo que pase.

― Se me ha pasado por la cabeza.

También se me ha pasado a mí por la cabeza. Repetidamente. Pero

aunque sé que yo nunca dejaré esa arena con vida, aún albergo la esperanza de

que Peeta lo hará. Después de todo, él no sacó esas bayas, yo lo hice. Nadie ha

dudado nunca de que el desafío de Peeta no estuviera motivado por amor. Así

que tal vez el Presidente Snow preferirá mantenerlo a él con vida, machacado y

con el corazón roto, como un aviso viviente para otros.

― Pero incluso si eso sucede, todos sabrán que nos fuimos luchando,

¿verdad? ― Pregunta Peeta.

― Todos lo sabrán. ― Respondo. Y por primera vez, me distancio de la

tragedia personal que me ha consumido desde que anunciaron el Quell. Recuerdo

al anciano al que le dispararon en el Distrito 11, y a Bonnie y Twill, y los rumores

de levantamientos. Sí, todos en los distritos estarán pendientes de mí para ver

cómo manejo esta sentencia de muerte, este acto final de la dominación del

Presidente Snow. Estarán buscando alguna señal de que sus batallas no han sido

en vano. Si puedo dejar claro que estoy desafiando al Capitolio hasta el final, el

Capitolio me habrá matado . . . pero no a mi espíritu. ¿Qué mejor forma de darles

esperanza a los rebeldes?

Page 169: los juegos del hambre 2- en llamas

Lo más hermoso de esta idea es que mi decisión de mantener a Peeta vivo

a expensas de mi propia vida es un acto de desafío en sí mismo. Una negativa a

jugar los Juegos del Hambre según las reglas del Capitolio. Mi agenda privada

encaja completamente con mi agenda pública. Y si de verdad pudiera salvar a

Peeta . . . en términos de revolución, esto sería lo ideal. Porque yo seré más

valiosa estando muerta. Pueden convertirme en algún tipo de mártir por la causa y

pintar mi cara en estandartes, y eso hará más para congregar a gente que nada

que pudiera hacer estando viva. Pero Peeta será más valioso vivo, y trágico,

porque será capaz de convertir su dolor en palabras que transformen a la gente.

Peeta se pondría furioso si supiera que estaba pensando en nada de eso,

así que me limito a decir:

― Así que ¿qué deberíamos hacer con nuestros últimos días?

― Yo sólo quiero pasarme cada posible minuto del resto de mi vida contigo.

― Responde Peeta.

― Ven, entonces. ― Digo, metiéndolo en mi habitación.

Se siente como un lujo, dormir con Peeta de nuevo. No me había dado

cuenta hasta ahora de qué necesitada he estado de cercanía humana. De sentirlo

a él a mi lado en la oscuridad. Desearía no haber malgastado el último par de

noches dejándolo fuera. Me hundo en el sueño, envuelta en su calor, y cuando

abro los ojos de nuevo, la luz del día entra por las ventanas.

― Sin pesadillas. ― Dice.

― Sin pesadillas. ― Confirmo. ― ¿Tú?

― Ninguna. Había olvidado cómo se siente una noche de sueño de verdad.

Nos quedamos allí acostados durante un rato, sin prisa por empezar el día.

Mañana por la noche será la entrevista televisada, así que hoy Effie y Haymitch

deberían entrenarnos. Más tacones altos y comentarios sarcásticos, pienso. Pero

entonces entra la chica Avox pelirroja con una nota de Effie diciendo que, dado

nuestro reciente tour, ella y Haymitch están de acuerdo en que nos manejamos

adecuadamente en público. Las sesiones de entrenamiento han sido canceladas.

― ¿De verdad? ― Dice Peeta, tomando la nota de mi mano y

examinándola. ― ¿Sabes lo que significa esto? Tendremos todo el día para

nosotros.

Page 170: los juegos del hambre 2- en llamas

― Qué mal que no podamos ir a ningún sitio. ― Digo con nostalgia.

― ¿Quién dice que no podamos?

El tejado. Pedimos un montón de comida, cogemos algunas mantas, y

vamos al tejado para un picnic. Un picnic de un día completo en el jardín de flores

con los tintineos de las campanillas del viento. Comemos. Nos tumbamos al sol.

Arranco viñas colgantes y uso mi recientemente adquirido conocimiento del

entrenamiento para practicar nudos y tejer redes. Peeta me dibuja. Nos

inventamos un juego con el campo de fuerza que rodea el tejado―uno de

nosotros le lanza una manzana y la otra persona tiene que cogerla. Nadie nos

molesta. Hacia el final de la tarde, estoy tumbada con la cabeza en el regazo de

Peeta, haciendo una corona de flores mientras él juguetea con mi pelo, alegando

que está practicando sus nudos. Después de un rato, sus manos se quedan

quietas.

― ¿Qué? ― Pregunto.

― Desearía poder congelar este momento, justo aquí, justo ahora, y vivir en

él para siempre.

Normalmente este tipo de comentario, el tipo que insinúa su amor inmortal

por mí, me hace sentir culpable y horrible. Pero me siento tan cálida y relajada y

tan por encima de toda preocupación por un futuro que nunca tendré, que dejo

que se escape la palabra:

― Vale.

Puedo oír la sonrisa en su voz.

― ¿Entonces lo permitirás?

― Lo permitiré.

Sus dedos vuelven a mi pelo y me adormilo, pero él me despierta para ver

el atardecer. Es de un brillo amarillo y naranja espectacular, detrás del skyline del

Capitolio.

― No creí que quisieras perdértelo. ― Dice.

Page 171: los juegos del hambre 2- en llamas

― Gracias. ― Digo. Porque puedo contar con los dedos el número de

atardeceres que me quedan, y no quiero perderme ninguno.

No bajamos para reunirnos con los demás para la cena, y nadie sube a

llamarnos.

― Me alegro. Estoy harto de poner a todos a mi alrededor tan tristes. ―

Dice Peeta. ― Todos llorando. O Haymitch . . . ― No necesita seguir.

Nos quedamos en el tejado hasta la hora de dormir y después nos

deslizamos silenciosamente de nuevo en mi habitación sin encontrarnos con

nadie. A la mañana siguiente, nos despierta mi equipo de preparación. Vernos a

Peeta y a mí durmiendo juntos es demasiado para Octavia, porque rompe a llorar

de inmediato.

― Recuerdas lo que nos dijo Cinna. ― Dice Venia con fiereza. Octavia

asiente y se va entre sollozos.

Peeta tiene que volver a su habitación para la preparación, y me quedo sola

con Venia y Flavius. La cháchara usual ha sido suspendida. De hecho, hay poca

charla en absoluto, más que para hacerme alzar la barbilla o comentar sobre la

técnica de maquillaje. Ya casi es hora de comer cuando siento algo goteando

sobre mi hombro y me giro para encontrarme con Flavius, que me está recortando

el pelo con lágrimas silenciosas que le ruedan por las mejillas. Venia le dirige una

mirada penetrante, y él deja con cuidado las tijeras sobre la mesa y se va.

Después sólo queda Venia, cuya piel está tan pálida que sus tatuajes parece que

están saltando fuera de ella. Casi rígida con determinación, se encarga de mi pelo

y uñas y maquillaje, sus dedos volando ágilmente para compensar por la ausencia

de sus compañeros de equipo. Todo el tiempo evita mi mirada. Sólo cuando

aparece Cinna para aprobarme y dejar que se marche, ella me toma las manos,

me mira directamente a los ojos, y dice:

― Todos queríamos que supieras qué . . . privilegio ha sido el sacar lo

mejor de tu apariencia. ― Después sale de la sala apresuradamente.

Mi equipo de preparación. Mis mascotas tontorronas, superficiales y

afectuosas, con sus obsesiones por las plumas y las fiestas, casi me rompen el

corazón con su adiós. Está claro por las últimas palabras de Venia que todos

sabemos que no voy a volver. ¿Es que todo el mundo lo sabe? Me pregunto. Miro

a Cinna. Él lo sabe, eso seguro. Pero tal y como prometió, no hay peligro de

lágrimas por su parte.

Page 172: los juegos del hambre 2- en llamas

― Así que, ¿qué voy a llevar esta noche? ― Pregunto, mirando la bolsa de

atuendos que contiene mi vestido.

― El Presidente Snow puso la orden del vestido en persona. ― Dice Cinna.

Desabrocha la cremallera de la bolsa, revelando uno de los vestidos de boda que

llevé para la sesión de fotos. Pesada seda blanca con un escote bajo y cintura

ajustada y mangas que caen desde la muñeca hasta el suelo. Y perlas. Perlas por

todas partes. Pegadas al vestido y en cadenas en mi garganta y formando la

corona para el velo. ― Incluso aunque anunciaron el Quarter Quell la noche de la

sesión de fotos, la gente todavía votó por su vestido favorito, y este fue el ganador.

El presidente dice que tienes que llevarlo esta noche. Nuestras objeciones fueron

ignoradas.

Deslizo un poco de seda entre mis dedos, intentando averiguar el

razonamiento del Presidente Snow. Supongo que ya que fui la mayor infractora, mi

dolor y pérdida y humillación deben estar bajo el foco más brillante. Esto, piensa

él, lo dejará claro. Es tan barbárico, el presidente convirtiendo mi vestido nupcial

en mi mortaja, que el golpe hace diana, dejándome con un dolor entumecido

dentro.

― Bueno, sería una vergüenza malgastar un vestido tan bonito. ― Es todo

lo que digo. Cinna me ayuda con cuidado a entrar en el vestido. Cuando se

asienta sobre mis hombros, estos no pueden sino encogerse quejándose.

― ¿Fue siempre tan pesado? ― Pregunto. Recuerdo que varios de los

vestidos eran densos, pero este parece pesar una tonelada.

― Tuve que hacer varias leves alteraciones por la luz. ― Dice Cinna.

Asiento, pero no puedo ver qué es lo que tiene que ver eso con nada. Me

engalana con los zapatos y las joyas de perlas y el velo. Retoca mi maquillaje. Me

hace andar.

― Estás deslumbrante. ― Dice. ― Ahora, Katniss, porque este corpiño está

tan ajustado, no quiero que levantes los brazos por encima de la cabeza. Bueno,

no hasta que des las vueltas, en cualquier caso.

― ¿Voy a dar vueltas otra vez? ― Pregunto, pensando en mi vestido del

año pasado.

Page 173: los juegos del hambre 2- en llamas

― Estoy seguro de que Caesar te lo pedirá. Y si no lo hace, lo sugieres tú

misma. Sólo que no al instante. Resérvatelo para el broche final. ― Me instruye

Cinna.

― Hazme una señal para que sepa cuándo.

― Muy bien. ¿Algún plan para tu entrevista? Sé que Haymitch os dejó a los

dos a vuestro aire.

― No, este año voy a improvisar. Lo gracioso es que no estoy nerviosa en

absoluto. ― Y no lo estoy. A pesar de lo mucho que me odia el Presidente Snow,

esta audiencia del Capitolio es mía.

Nos encontramos con Effie, Haymitch, Portia y Peeta en el ascensor. Peeta

está en un elegante esmoquin con guantes blancos. El tipo de cosa que llevan los

novios para casarse, aquí en el Capitolio.

En casa todo es mucho más sencillo. La mujer generalmente alquila un

vestido blanco que ha sido usado cientos de veces. EL hombre lleva algo limpio

que no sean ropas de mina. Rellenan algunos formularios en el Edificio de Justicia

y se les asigna una casa. La familia y los amigos se reúnen para una comida o un

poco de tarta, si se la pueden permitir. Incluso si no pueden, siempre hay una

canción tradicional que cantamos mientras la nueva pareja camina bajo el umbral

de su hogar. Y tenemos nuestra propia ceremonia, cuando hacen su primer fuego,

tuestan un poco de pan, y lo comparten. Tal vez sea anticuado, pero nadie se

siente casado de verdad en el Distrito 12 hasta después del tueste. Los otros

tributos ya se han reunido detrás del escenario y están hablando en voz baja, pero

cuando llegamos Peeta y yo, se quedan callados. Me doy cuenta de que todos le

están lanzando puñales con los ojos a mi vestido de boda. ¿Tienen celos por su

belleza? ¿El poder que tal vez tenga para manipular a la multitud?

Finalmente Finnick dice:

― No me puedo creer que Cinna te haya puesto esa cosa.

― No tuvo elección. El Presidente Snow lo obligó. ― Digo, algo a la

defensiva. No dejaré que nadie critique a Cinna.

Cashmere se echa atrás sus fluidos rizos rubios y escupe:

Page 174: los juegos del hambre 2- en llamas

― Bueno, ¡te ves ridícula! ― Coge la mano de su hermano y lo coloca en

posición para guiar nuestra procesión al escenario. Los otros tributos también

empiezan a alinearse. Estoy confundida porque, aunque todos están enfadados,

algunos nos están dando palmadas compasivas en el hombro, y Johanna Mason

incluso se para a enderezar mi collar de perlas.

― Házselo pagar, ¿vale? ― Dice.

Asiento, pero no sé a qué se refiere. No hasta que todos estamos sentados

y Caesar Flickerman, con la faz y el pelo resaltados en color lavanda este año, ha

hecho su discurso de apertura y los tributos empiezan sus entrevistas. Esta es la

primera vez que me doy cuenta de la profundidad de la traición que sienten los

vencedores y la furia que la acompaña. Pero son muy listos, extraordinariamente

listos sobre cómo la presentan, porque todo viene a rebotar en el gobierno y el

Presidente Snow en particular. No todos. Están los de siempre, como Brutus y

Enobaria, que sólo están aquí por los Juegos, y esos demasiado perplejos o

drogados o perdidos para unirse en el ataque. Pero hay suficientes vencedores

que todavía tienen la sagacidad y el valor de salir luchando.

Cashmere empieza a rodar la pelota con un discurso de cómo no puede

dejar de llorar pensando en cuánto debe de estar sufriendo la gente del Capitolio

porque van a perdernos. Gloss recuerda la amabilidad que les mostraron aquí a él

y a su hermana. Beetee cuestiona la legalidad del Quell con sus maneras

nerviosas e inquietas, preguntándose si ha sido totalmente examinado por

expertos recientes. Finnick recita un poema que escribió para su amor verdadero e

el Capitolio, y unas cien personas se desmayan porque están seguras de que se

refiere a ellas. Para cuando sale Johanna, está preguntando si no se puede hacer

nada sobre la situación. Seguramente los creadores del Quarter Quell nunca

anticiparon que se formara tanto amor entre los vencedores y el Capitolio. Nadie

podría ser tan cruel como para cortar un vínculo tan profundo. Seeder rumia en

voz baja sobre cómo, en el Distrito 11, todos asumen que el Presidente Snow es

todopoderoso. Así que si es todopoderoso, ¿por qué no puede cambiar el Quell? Y

Chaff, que viene justo en sus talones, insiste en que el presidente podría cambiar

el Quell si quisiera, pero que debe de pensar que no le importa mucho a nadie.

Para cuando soy presentada, la audiencia es un completo desastre. La gente ha

estado llorando y desmayándose e incluso pidiendo un cambio. El verme a mí en

mi sedoso vestido blanco de novia prácticamente provoca un motín. No más yo,

no más amantes imposibles viviendo felices para siempre, no más boda. Incluso

puedo ver que la profesionalidad de Caesar muestra algunas fisuras cuando

intenta aquietarlos para que yo pueda hablar, pero mis tres minutos están pasando

rápidamente.

Page 175: los juegos del hambre 2- en llamas

Finalmente hay una pausa y consigue decir:

― Así que Katniss, obviamente esta es una noche muy emotiva para todos.

¿Hay algo que querrías decir?

Mi voz tiembla cuando hablo.

― Sólo que siento mucho que no podáis ir a mi boda . . . pero me alegro de

que por lo menos podáis verme en mi vestido. ¿No es acaso . . . la cosa más

bonita? ― No tengo que mirar a Cinna en busca de una señal. Sé que este es el

momento perfecto. Empiezo a girar lentamente, alzando las mangas de mi vestido

nupcial sobre la cabeza. Cuando oigo los gritos de la muchedumbre, creo que es

porque debo de estar deslumbrante. Después noto que algo se está levantando a

mi alrededor. Humo. De fuego. No la cosa titilante que llevé el año pasado en el

carruaje, sino algo mucho más real que devora mi vestido. Empiezo a entrar en

pánico cuando el humo se hace más espeso. Pedacitos calcinados de seda blanca

flotan en el aire, y perlas caen haciendo ruido sobre el escenario. De algún modo

tengo miedo de parar porque mi carne no parece estar quemándose y sé que

Cinna debe de estar detrás de lo que sea que está sucediendo. Así que sigo

girando y girando. Durante una fracción de segundo ahogo un grito, totalmente

cubierta por las extrañas llamas. Después, de repente, el fuego ha desaparecido.

Me detengo despacio, preguntándome si estoy desnuda y por qué Cinna se las ha

arreglado para quemar mi vestido de boda. Pero no estoy desnuda. Estoy en un

vestido del diseño exacto de mi vestido de boda, sólo que es del color del carbón y

hecho de pequeñas plumas. Con curiosidad, levanto mis largas y fluidas mangas

en el aire, y es entonces cuando me veo en la pantalla de la televisión. Vestida de

negro salvo por las zonas blancas en mis mangas. O debería decir mis alas.

Porque Cinna me ha convertido en un sinsajo.

Aún estoy algo humeante, así que Caesar levanta con precaución una

mano hacia mi tocado. El blanco se ha quemado, dejando un velo negro ajustado

y suave que cubre el escote del vestido en la espalda.

― Plumas. ― Dice Caesar. ― Eres un pájaro.

― Un sinsajo, creo. ― Digo, agitando un poco mis alas. ― Es el pájaro de

la insignia que llevé como recuerdo.

Una sombra de comprensión cruza las facciones de Caesar, y entiendo que

sabe que el sinsajo no es sólo mi recuerdo. Que ha llegado a simbolizar

muchísimo más. Que lo que se verá como un vistoso cambio de vestido en el

Page 176: los juegos del hambre 2- en llamas

Capitolio está resonando de una forma totalmente distinta en los distritos. Pero

hace lo que puede por ver el lado bueno.

― Bueno, me saco el sombrero ante tu estilista. No creo que nadie pueda

negar que es lo más espectacular que hemos visto jamás en una entrevista.

¡Cinna, creo que sería bueno que saludaras! ― Caesar le hace un gesto a Cinna

para que se levante. Él lo hace, y ofrece una reverencia pequeña y graciosa. Y de

repente tengo mucho miedo por él. ¿Qué ha hecho? Algo terriblemente peligroso.

Un acto de rebelión en sí mismo Y lo ha hecho por mí. Recuerdo sus palabras . . .

“No te preocupes. Siempre canalizo mis emociones hacia mi trabajo. Así no le

hago daño a nadie más que a mí mismo.”. . . y temo que se haya hecho daño a sí

mismo más allá de todo arreglo. El significado de mi feroz transformación no le

pasará desapercibido al Presidente Snow. La audiencia, que se ha quedado muda

por la sorpresa, rompe en un salvaje aplauso. Apenas puedo oír el zumbido que

indica que mis tres minutos se han terminado. Caesar me da las gracias y regreso

a mi asiento, mi vestido ahora más ligero que el aire. Cuando me cruzo con Peeta,

que se dirige a su entrevista, él rehúye mis ojos. Tomo asiento con cuidado, pero

aparte de los hilos de humo aquí y allá, parezco ilesa, así que le dedico toda mi

atención.

Caesar y Peeta han sido un equipo natural desde que aparecieron juntos

por primera vez hace un año. Su sencillo toma y daca, su comicidad, y la habilidad

de conseguir momentos desgarradores, como la confesión de Peeta de su amor

por mí, los han convertido en un inmenso éxito con la audiencia. Abren sin

esfuerzo con unos pocos chistes sobre fuegos y plumas y pollos demasiado

cocinados. Pero todos pueden ver que Peeta está preocupado, así que Caesar

dirige la conversación directamente a lo que está en mente de todos.

― Así que, Peeta, ¿Cómo te sentiste cuando, después de todo por lo que

has pasado, averiguaste lo del Quell? ― Pregunta Caesar.

― Estaba en shock. Quiero decir, un minuto estaba viendo a Katniss tan

hermosa en todos esos vestidos de novia, y al siguiente . . . ― La voz de Peeta se

apaga.

― ¿Te diste cuenta de que nunca iba a haber una boda? ― Pregunta

Caesar amablemente. Peeta hace una larga pausa, como si estuviera decidiendo

algo. Mira a la audiencia hechizada, después al suelo, después finalmente a

Caesar.

Page 177: los juegos del hambre 2- en llamas

― Caesar, ¿crees que nuestros amigos podrán guardar un secreto? Una

risa incómoda emana del público. ¿Qué quiere decir? ¿Ocultarle un secreto a

quién? Todo nuestro mundo está mirando.

― Estoy bastante seguro. ― Dice Caesar.

― Ya estamos casados. ― Dice Peeta en voz baja. La multitud reacciona

con asombro, y yo tengo que enterrar el rostro en las dobleces de mi falda para

que no puedan ver mi confusión.

¿A dónde demonios quiere llegar con esto?

― Pero . . . ¿cómo puede ser eso? ― Pregunta Caesar.

― Oh, no es un matrimonio oficial. No fuimos al Edificio de Justicia ni nada.

Pero tenemos este ritual de matrimonio en el Distrito 12. No sé cómo es en los

otros distritos. Pero hay esta cosa que hacemos. ― Dice Peeta, y describe

brevemente el tueste.

― ¿Estaban allí vuestras familias?

― No, no se lo dijimos a nadie. Ni siquiera a Haymitch. Y la madre de

Katniss nunca lo habría aprobado. Pero ya ves, sabíamos que si nos casábamos

en el Capitolio, no habría un tueste. Y ninguno de los dos quería esperar más. Así

que un día, simplemente lo hicimos. ― Dice Peeta. ― Y para nosotros, estamos

más casados que lo que habría podido hacernos ningún papel ni ninguna fiesta.

― ¿Así que esto fue antes del Quell?

― Por supuesto que fue antes del Quell. Estoy seguro de que nunca lo

habríamos hecho después de saberlo. ― Dice Peeta, empezando a entristecerse.

― Pero, ¿quién lo iba a ver venir? Nadie. Pasamos por los Juegos, éramos

vencedores, todo el mundo parecía tan contento de vernos juntos, y después, de

repente . . . Quiero decir, ¿cómo podíamos anticipar algo así?

― No podíais, Peeta. ― Caesar le rodea los hombros con el brazo. ―

Como dices, nadie habría podido. Pero tengo que confesarlo, me alegro de que

hayáis tenido por lo menos unos pocos meses de felicidad juntos.

Inmenso aplauso. Como si estuviera animada, alzo la vista de mis plumas y

dejo que el público vea mi sonrisa trágica de agradecimiento. El humo residual de

Page 178: los juegos del hambre 2- en llamas

las plumas ha hecho que mis ojos estén llorosos, lo que añade un toque muy

bonito.

― Yo no me alegro. ― Dice Peeta. ― Desearía que hubiéramos esperado

hasta que todo el asunto se hubiera hecho de forma oficial.

Esto hace retroceder incluso a Caesar.

― ¿Seguro que poco tiempo es mejor que nada?

― Tal vez yo también pensaría eso, Caesar ― Dice Peeta amargamente

―, si no fuera por el bebé.

Ahí. Lo ha vuelto a hacer. Ha soltado una bomba que borra los esfuerzos de

cada tributo que ha venido antes que él. Bueno, tal vez no. Tal vez este año sólo

ha encendido la mecha de una bomba que los propios vencedores han estado

construyendo. Con la esperanza de que alguien pudiera detonarla. Tal vez

pensando que sería el verme en mi vestido nupcial. Sin saber lo mucho que yo

confío en los talentos de Cinna, mientras que Peeta no necesita más que su

sagacidad.

Mientras la bomba explota, envía acusaciones de injusticia y barbarismo y

crueldad en todas direcciones. Incluso la persona más amante del Capitolio, más

hambrienta de Juegos, más sedienta de sangre, no puede ignorar, por lo menos

durante un instante, qué horrible es todo esto.

Estoy embarazada.

El público no puede asimilar la noticia inmediatamente. La noticia tiene que

golpearlos y asentarse y ser confirmada por otras voces antes de que empiecen a

sonar como una horda de animales heridos, gimiendo, chillando, pidiendo ayuda.

¿Y yo? Sé que mi cara está siendo proyectada en un primerísimo plano en la

pantalla, pero no hago ningún esfuerzo por ocultarla. Porque por un momento,

incluso yo estoy procesando lo que ha dicho Peeta. ¿No es eso lo que más temía

sobre la boda, sobre el futuro―la pérdida de mis hijos a los Juegos? Y ahora

podría ser verdad, ¿o no? ¿Si no me hubiera pasado toda mi vida construyendo

capas y capas de defensas hasta que me encojo ante la simple sugerencia del

matrimonio o de una familia?

Caesar ya no puede reinar sobre la multitud, ni siquiera cuando suena el

zumbido. Peeta hace un gesto de cabeza como adiós y vuelve a su asiento sin

Page 179: los juegos del hambre 2- en llamas

más conversación. Puedo ver los labios de Caesar moviéndose, pero el lugar es

un completo caos y no puedo oír ni una sola palabra. Sólo el atronador himno,

sonando tan alto que puedo sentirlo vibrando en mis huesos, nos hace saber cuál

es nuestro lugar en el programa. Me levanto automáticamente y, mientras lo hago,

siento a Peeta alzando su mano hacia mí. Lágrimas corren por su rostro cuando

tomo su mano. ¿Qué reales son esas lágrimas? ¿Es esta una señal de que ha

sido perseguido por los mismos miedos que yo? ¿Que cada vencedor? ¿Que cada

padre en cada distrito de Panem?

Vuelvo a mirar a la muchedumbre, pero las caras de la madre y el padre de

Rue nadan ante mis ojos. Su dolor. Su pérdida. Me vuelvo espontáneamente hacia

Chaff y le ofrezco mi mano. Siento mis dedos cerrándose alrededor del muñón que

ahora completa su brazo, y me agarro con rapidez.

Y entonces sucede. Por toda la fila, los vencedores empiezan a unir las

manos. Algunos al instante, como los morphlings, o Wiress y Beetee. Otros

inseguros pero atrapados por las exigencias de aquellos a su alrededor, como

Brutus y Enobaria. Para cuando suenan las últimas notas del himno, los

veinticuatro estamos de pie en una fila irrompible en lo que debe de ser la primera

muestra de unidad entre los distritos desde los Días Oscuros. Puedes ver cómo se

dan cuenta de esto cuando las pantallas empiezan a apagarse. Sin embargo, es

demasiado tarde. En medio de la confusión, no nos cortaron a tiempo. Todos lo

han visto. Ahora también hay desorden en el escenario, mientras se apagan las

luces y tropezamos de vuelta al Centro de Entrenamiento. He perdido mi agarre de

Chaff, pero Peeta me guía hasta un ascensor. Finnick y Johanna tratan de unirse

a nosotros, pero un agente de la paz atribulado bloquea su camino y subimos

solos.

En cuanto salimos del ascensor, Peeta me aferra los hombros.

― No hay mucho tiempo, así que dime. ¿Hay algo por lo que deba

disculparme?

― Nada. ― Digo. Fue un gran salto que dar sin mi consentimiento, pero me

alegro de no haberlo sabido, de no haber tenido tiempo para cuestionarlo, de no

haber dejado que ninguna culpa por Gale afectara el cómo me siento de verdad

sobre lo que hizo Peeta. Que es fortalecida.

En algún lugar, muy lejos de aquí, hay un sitio llamado Distrito 12 donde mi

madre y hermana y amigos tendrán que lidiar con las secuelas de esta noche. A

tan sólo un breve viaje de hovercraft está la arena donde, mañana, Peeta y yo y

Page 180: los juegos del hambre 2- en llamas

los otros tributos nos enfrentaremos a nuestra propia forma de castigo. Pero

incluso si todos encontramos finales terribles, algo pasó esta noche en ese

escenario que no puede deshacerse. Nosotros, los vencedores, orquestamos

nuestro propio levantamiento, y quizás, sólo quizás, el Capitolio no será capaz de

contener este.

Esperamos a que regresen los otros, pero cuando se abre el ascensor, sólo

Haymitch aparece.

― Allí fuera es una locura. Todos han sido enviados a casa y han

cancelado la repetición de las entrevistas en televisión.

Peeta y yo nos apresuramos a ir a la ventana e intentamos encontrarle

algún sentido a la conmoción muy por debajo de nosotros, en las calles.

― ¿Qué están diciendo? ― Pregunta Peeta. ― ¿Están pidiéndole al

presidente que pare los Juegos?

― No creo que ni ellos mismos sepan qué pedir. Toda la situación no tiene

precedentes. Incluso la idea de oponerse a la agenda del capitolio es una fuente

de confusión para la gente de aquí. ― Dice Haymitch. ― Pero de ninguna forma

Snow cancelaría los Juegos. Lo sabéis, ¿verdad?

Yo sí. Por supuesto, ahora jamás se echaría atrás. La única opción que le

queda es devolver el golpe, y golpear con fuerza.

― ¿Los otros se han ido a casa? ― Pregunto.

― Se lo ordenaron. No sé qué suerte estarán teniendo para pasar entre la

multitud. ― Dice Haymitch.

― Entonces nunca volveremos a ver a Effie. ― Dice Peeta. No la vimos en

la mañana de los Juegos el año pasado. ― Dale las gracias de nuestra parte.

― Más que eso. Hazlo especial de verdad. Es Effie, después de todo. ―

Digo yo. ― Dile cuánto la apreciamos y que fue la mejor escolta que pudimos

haber tenido y dile . . . dile que le mandamos nuestro cariño.

Durante un rato sólo nos quedamos ahí en silencio, retrasando lo inevitable.

Después Haymitch lo dice.

Page 181: los juegos del hambre 2- en llamas

― Supongo que aquí también es cuando nos decimos adiós.

― ¿Algún consejo de última hora? ― Pregunta Peeta.

― Seguid vivos. ― Dice Haymitch con aspereza. Con nosotros ahora eso

es casi como un viejo chiste. Nos da un abrazo rápido a cada uno, y puedo ver

que eso es todo lo que puede soportar. ― Id a la cama. Necesitáis vuestro

descanso.

Sé que debería decirle un montón de cosas a Haymitch, pero en realidad no

puedo pensar en nada que no sepa ya, y en mi garganta hay semejante nudo que

en cualquier caso dudo que fuera a ser capaz de decir nada. Así que, una vez

más, dejo que Peeta hable por los dos.

― Cuídate, Haymitch. ― Dice.

Cruzamos la sala, pero en el umbral, la voz de Haymitch nos detiene.

― Katniss, cuando estés en la arena . . . ― Empieza. Luego se detiene.

Está frunciendo el ceño de tal manera que estoy segura de que ya lo he

decepcionado.

― ¿Qué? ― Pregunto a la defensiva.

― Tú sólo recuerda quién es el enemigo. ― Me dice Haymitch. ― Eso es

todo. Ahora seguid adelante. Marchaos de aquí.

Caminamos por el pasillo. Peeta quiere pasarse por su habitación para

ducharse y quitarse el maquillaje, y encontrarse conmigo en unos minutos, pero no

dejo que lo haga. Estoy segura de que si una puerta se cierra entre los dos, se

quedará cerrada y tendré que pasar la noche sin él. Además, tengo una ducha en

mi habitación. Me niego a soltarle la mano.

¿Dormimos? No lo sé. Pasamos la noche abrazados, a medio camino entre

el sueño y la vigilia. Sin hablar. Ambos temiendo molestar al otro con la esperanza

de que seremos capaces de almacenar unos pocos y preciosos minutos de

descanso.

Cinna y Portia llegan al amanecer, y sé que Peeta se tendrá que ir. Los

tributos entran solos en la arena. Me da un breve beso.

Page 182: los juegos del hambre 2- en llamas

― Hasta pronto. ― Dice.

Cinna, que me ayudará a vestirme para los Juegos, me acompaña al tejado.

Estoy a punto de subir por la escalera al hovercraft cuando lo recuerdo.

― No le dije adiós a Portia.

― Yo se lo diré. ― Dice Cinna.

La corriente eléctrica me congela en el sitio en la escalera hasta que el

médico me inyecta el rastreador en antebrazo izquierdo. Ahora serán capaces de

localizarme siempre en la arena. El hovercraft despega, y miro por las ventanas

hasta que se vuelven negras. Cinna no deja de presionarme para que coma y,

cuando fracasa, para que beba. Consigo beber agua a sorbitos, pensando en los

días de deshidratación que casi me mataron el año pasado. Pensando en cómo

necesitaré mi fuerza para mantener a Peeta con vida.

Cuando llegamos a la Sala de Lanzamiento en la arena, me ducho. Cinna

me hace una trenza que me cae por la espalda y me ayuda a vestirme por encima

de una ropa interior sencilla. El traje de tributo de este año es un mono azul

ajustado, hecho de material muy fino, con una cremallera delante. Un cinturón

acolchado de quince centímetros de ancho cubierto en brillante plástico morado.

Un par de zapatos de nailon con suelas de goma.

― ¿Qué piensas? ― Pregunto, levantando la tela para que la examine

Cinna. Frunce el ceño mientras frota la cosa fina entre los dedos.

― No lo sé. Ofrecerá poca protección contra el frío o el agua.

― ¿Sol? ― Pregunto, imaginándome un sol ardiente sobre un desierto

árido.

― Posiblemente. Si ha sido tratado. ― Dice. ― Oh, casi me olvido de esto.

― Se saca mi antigua insignia del sinsajo del bolsillo y la coloca sobre el mono.

― Mi vestido estuvo fantástico anoche. ― Digo. Fantástico y temerario.

Pero Cinna debe de saber eso ya.

― Pensé que te gustaría. ― Dice con una sonrisa tensa.

Page 183: los juegos del hambre 2- en llamas

Nos sentamos, como hicimos el año pasado, con las manos cogidas, hasta

que la voz me dice que me prepare para el lanzamiento. Me acompaña hasta la

plataforma metálica circular y cierra el cuello de mi mono con seguridad.

― Recuerda, chica en llamas. ― Dice. ― Aún apuesto por ti. ― Me da un

beso en la frente y se aparta mientras el cilindro de cristal se desliza hacia abajo a

mi alrededor.

― Gracias. ― Digo, aunque probablemente no pueda oírme. Alzo la

barbilla, manteniendo la cabeza en alto como siempre me dice, y espero a que se

levante la plataforma. Pero no lo hace. Y todavía no.

Miro a Cinna, alzando las cejas en busca de una explicación. Él sólo sacude

levemente la cabeza, tan perplejo como yo. ¿Por qué están retrasando esto? De

repente la puerta de detrás de él se abre y tres agentes de la paz entran en la

sala. Dos sujetan los brazos de Cinna detrás de su espalda y lo esposan, mientras

el tercero lo golpea en la sien con tanta fuerza que cae de rodillas. Pero siguen

golpeándolo con guantes chapados de metal, haciéndole profundos cortes en la

cara y el cuerpo. Yo grito a pleno pulmón, golpeando con todas mis fuerzas en el

cristal inflexible, intentando llegar a él. Los agentes de la paz me ignoran por

completo mientras arrastran el cuerpo inmóvil de Cinna fuera de la sala. Y todo lo

que queda son las manchas de sangre en el suelo.

Enferma y aterrorizada, siento el plato empezar a levantarse. Aún me estoy

apoyando contra el cristal cuando la brisa me levanta el pelo y me obligo a

erguirme. Justo a tiempo, también, porque el cristal está bajando y estoy libre y de

pie en la arena. Algo parece estar mal con mi visión. El suelo es demasiado

brillante y resplandeciente y no deja de ondular. Guiño los ojos a mis pies y veo

que mi plataforma de metal está rodeada de ondas azules que me lamen las

botas. Lentamente alzo la vista y asimilo el agua que se extiende en todas

direcciones. Sólo puedo formar un pensamiento claro.

Este no es lugar para una chica en llamas.

― Damas y caballeros, ¡que empiecen los Septuagésimo Quintos Juegos

del Hambre! ― La voz de Claudius Templesmith, el anunciante de los Juegos del

Hambre, atruena en mis oídos. Tengo menos de un minuto para recomponerme.

Después sonará el gong y los tributos serán libres de salir de sus plataformas

metálicas. Pero ¿salir adónde? No puedo pensar con claridad. La imagen de

Page 184: los juegos del hambre 2- en llamas

Cinna, hecho polvo y ensangrentado, me consume. ¿Dónde está ahora? ¿Qué le

están haciendo? ¿Torturándolo? ¿Matándolo?

¿Convirtiéndolo en un Avox? Obviamente su ataque fue orquestado para

sacarme de mis casillas, al igual que lo fue la presencia de Darius en mis

aposentos. Y sí me ha sacado de mis casillas. Todo lo que quiero hacer es

derrumbarme sobre mi plataforma metálica. Pero no puedo hacer eso después de

lo que acabo de presenciar. Tengo que ser fuerte. Se lo debo a Cinna, quien lo

arriesgó todo atacando al Presidente Snow y convirtiendo mi seda nupcial en un

plumaje de sinsajo. Y se lo debo a los rebeldes que, embravecidos por el ejemplo

de Cinna, tal vez estén luchando para traer abajo al Capitolio en este mismo

instante. Mi negativa a jugar los Juegos según las normas del Capitolio va a ser mi

último acto de rebelión. Así que aprieto los dientes y me fuerzo a participar.

¿Dónde estás? Aún no consigo entender mi entorno. ¿Dónde estás? Me

exijo una respuesta y lentamente el mundo se va enfocando. Agua azul. Cielo

rosa. Un fulgurante sol blanco brillando con plena fuerza. Vale, ahí está la

Cornucopia, el reluciente cuerno dorado, a unos cuarenta metros. Al principio,

parece estar situada sobre una isla circular. Pero tras un examen más exhaustivo,

veo las delgadas líneas de tierra radiando desde el círculo como los radios de una

rueda. Pienso que hay unos diez o doce, y parecen equidistantes. Entre los radios

todo lo que hay es agua. Agua y un par de tributos.

Eso es todo, entonces. Hay doce radios, cada uno con dos tributos

balanceándose sobre plataformas metálicas entre ellos. El otro tributo en mi

porción de agua es el viejo Woof del Distrito 8. Está casi tan lejos a mi derecha

como la banda de tierra a mi izquierda. Más allá del agua, dondequiera que mires,

hay una playa estrecha y luego vegetación densa. Le echo un vistazo al círculo de

tributos, buscando a Peeta, pero debe de estar bloqueado por la Cornucopia.

Cojo un puñado de agua y la huelo. Después toco la punta de mi dedo

húmedo contra mi lengua. Como sospechaba, es agua salada. Igual que las olas

que Peeta y yo encontramos en nuestro breve tour a la playa del Distrito 4. Pero

por lo menos parece limpia. No hay barcas, no hay cuerdas, ni siquiera un poco de

madera a la deriva a la que aferrarse. No, sólo hay una forma de llegar a la

Cornucopia. Cuando suena el gong, ni siquiera vacilo antes de echarme al agua a

la izquierda. Es una distancia más larga de lo que estoy acostumbrada, y navegar

las olas requiere algo más de habilidad que nadar a través de mi tranquilo lago en

casa, pero mi cuerpo parece extrañamente ligero y corto el agua sin esfuerzo. Tal

vez sea la sal. Salgo del agua, chorreando, a la banda de tierra, y corro por la

extensión arenosa hacia la Cornucopia. No puedo ver a nadie más convergiendo

Page 185: los juegos del hambre 2- en llamas

por mi lado, aunque el cuerno dorado bloquea una buena porción de mi campo de

visión. No dejo que la idea de los adversarios me enlentezca, sin embargo. Ahora

estoy pensando como una Profesional, y lo primero que quiero es poner las manos

sobre un arma.

El año pasado, las provisiones estaban esparcidas a una cierta distancia

alrededor de la Cornucopia, con lo más valioso más cerca del cuerno. Pero este

año, el botín parece estar apilado en la boca de seis metros de alto. Mis ojos se

posan de inmediato sobre un arco dorado al alcance de mi mano y lo arranco.

Hay alguien detrás de mí. Me alerta, no sé, un suave cambio en la arena o

tal vez sólo un cambio en las corrientes de aire. Saco una flecha del carcaj que

aún está metido en la pila y preparo el arco al girarme.

Finnick, reluciente y hermoso, está a unos pocos metros de distancia, con

un tridente preparado para atacar. Una red cuelga de su otra mano. Está

sonriendo un poco, pero los músculos de la parte superior de su cuerpo están

rígidos por la anticipación.

― Tú también puedes nadar. ― Dice. ― ¿Dónde aprendiste eso en el

Distrito Doce?

― Tenemos una gran bañera. ― Respondo.

― Debéis de tenerla. ― Dice. ― ¿Te gusta esta arena?

― No particularmente. Pero a ti debería gustarte. La deben de haber

construido especialmente para ti. ― Digo con un deje de amargura. Por lo menos

así parece, con toda el agua, cuando me apuesto que sólo un puñado de

vencedores pueden nadar. Y no había piscina en el Centro de Entrenamiento, no

había posibilidad de aprender. O llegas aquí como un nadador o más te vale

aprender con rapidez. Incluso la participación en el baño de sangre inicial depende

de ser capaz de cubrir veinte metros de agua. Eso le da al Distrito 4 una enorme

ventaja.

Por un momento estamos congelados, evaluándonos mutuamente, nuestras

armas, nuestra habilidad. Después, de repente, Finnick sonríe de oreja a oreja.

― Qué bien que seamos aliados, ¿verdad?

Page 186: los juegos del hambre 2- en llamas

Presintiendo una trampa, estoy a punto de soltar una flecha, con la

esperanza de que encuentre su corazón antes de que el tridente me ensarte,

cuando hace un giro de mano y algo en su muñeca capta la luz del sol. Es un

brazalete de oro sólido con un patrón de llamas. El mismo que recuerdo en la

muñeca de Haymitch en la mañana que empecé el entrenamiento. Brevemente

considero que Finnick podría haberlo robado para engañarme, pero de alguna

forma sé que ese no es el caso. Haymitch se lo dio. Como una señal para mí. Una

orden, en realidad. Para confiar en Finnick.

Puedo oír otras pisadas aproximándose. Debo decidir ya.

― ¡Verdad! ― Espeto, porque incluso aunque Haymitch es mi mentor y

está intentando mantenerme con vida, esto me enfada. ¿Por qué no me dijo antes

que había hecho este arreglo? Probablemente porque Peeta y yo habíamos

descartado toda alianza. Ahora Haymitch ha escogido una él solito.

― ¡Agáchate! ― Finnick me ordena con una voz tan poderosa, tan distinta

de su habitual ronroneo seductivo, que lo hago. Su tridente va silbando sobre mi

cabeza y hay un sonido horrible de impacto cuando encuentra su objetivo. El

hombre del Distrito 5, el borracho que vomitó en el suelo de la lucha con espada,

se derrumba sobre las rodillas mientras Finnick libera el tridente de su pecho. ―

No te fíes del Uno ni del Dos. ― Dice Finnick. No hay tiempo para cuestionar esto.

Libero el carcaj de flechas.

― ¿Cada uno toma un lado? ― Digo. Asiente, y salgo disparada alrededor

de la pila. A unos cuatro radios de distancia, Enobaria y Gloss están llegando a

tierra. O bien son nadadores lentos, o bien pensaban que tal vez el agua está

unida a otros peligros, algo muy posible. A veces no es bueno considerar muchas

posibilidades. Pero ahora que están en la arena, estarán aquí en cuestión de

segundos.

― ¿Algo útil? ― Oigo gritar a Finnick.

Escaneo rápidamente la pila de mi lado y encuentro mazas, espadas, arcos

y flechas, tridentes, cuchillos, lanzas, hachas, objetos metálicos para los que no

tengo nombre . . . y nada más.

― ¡Armas! ― Respondo. ― ¡Sólo armas!

― Aquí igual. ― Confirma. ― ¡Coge lo que puedas y vámonos!

Page 187: los juegos del hambre 2- en llamas

Le disparo una flecha a Enobaria, que se ha acercado demasiado, pero la

está esperando y vuelve a tirarse al agua antes de que encuentre su objetivo.

Gloss no es tan ágil, y le hundo una flecha en la pantorrilla antes de que se lance

a las olas. Me lanzo un arco extra y un segundo carcaj con flechas sobre el

cuerpo, deslizo dos cuchillos largos y un punzón en mi cinturón, y me encuentro

con Finnick delante de la pila.

― Haz algo con eso, ¿vale? ― Dice. Veo a Brutus embistiendo contra

nosotros. Su cinturón está desabrochado y lo ha extendido entre sus manos como

un escudo. Le disparo y consigue bloquear la flecha con su cinturón antes de que

pueda ensartarse en su hígado. Donde pincha el cinturón, salta un líquido púrpura,

cubriéndole la cara. Mientras vuelvo a cargar el arco, Brutus cae al suelo, rueda

los escasos pasos que lo separan del agua, y se sumerge. Hay un sonido de metal

cayéndose detrás de mí.

― Marchémonos de aquí. ― Le digo a Finnick.

Este último altercado les ha dado a Enobaria y Gloss tiempo para alcanzar

la Cornucopia. Brutus está a distancia de tiro y en algún lugar, eso seguro,

Cashmere también está cerca. Estos cuatro Profesionales clásicos tendrán sin

duda una alianza previa. Si tuviera que considerar sólo mi propia seguridad, tal

vez querría enfrentarme a ellos con Finnick a mi lado. Pero es en Peeta en quien

estoy pensando. Ahora lo veo, aún impotente sobre su plataforma metálica en la

cuña de agua casi directamente delante de la Cornucopia. Salgo corriendo y

Finnick me sigue sin preguntas, como si supiera que este iba a ser mi siguiente

movimiento. Cuando estoy tan cerca como puedo, empiezo a quitarme cuchillos

del cinturón, preparándome para nadar para alcanzarlo y de alguna forma traerlo

aquí. Finnick me pone una mano en el hombro.

― Yo lo cogeré.

La sospecha se despierta en mi interior. ¿Podría esto no ser más que una

estratagema? ¿El que Finnick se ganara mi confianza y luego nadara a ahogar a

Peeta?

― Puedo yo. ― Insisto.

Pero Finnick ha dejado caer todas sus armas al suelo.

― Mejor no agotarte. No en tu condición. ― Dice, y se acerca y me da una

palmadita en el abdomen.

Page 188: los juegos del hambre 2- en llamas

Oh, claro. Se supone que estoy embarazada, pienso. Mientras estoy

intentando pensar en lo que eso significa y en cómo debería actuar―tal vez

vomitar o algo―Finnick se ha posicionado en el borde del agua.

― Cúbreme. ― Dice. Desaparece con una inmersión perfecta. Alzo el arco,

prevenida contra cualquier atacante de la Cornucopia, pero nadie parece

interesado en perseguirnos. Como había pensado, Gloss, Cashmere, Enobaria y

Brutus se han reunido, su grupo ya formado, escogiendo entre las armas. Un

repaso rápido al resto de la arena muestra que la mayor parte de los demás

tributos todavía están atrapados en sus plataformas. Espera, no, hay alguien en el

radio a mi izquierda, el opuesto a Peeta. Es Mags. Pero ella ni se dirige a la

Cornucopia ni trata de huir. En vez de eso se lanza al agua y empieza a chapotear

hacia mí, su cabeza gris balanceándose sobre las olas. Bueno, es vieja, pero

supongo que después de ochenta años viviendo en el Distrito 4 es capaz de

mantenerse a flote. Finnick ya ha llegado hasta Peeta y está trayéndolo de vuelta,

un brazo cruzándole el pecho mientras el otro los propulsa a través del agua con

ágiles brazadas. Peeta se deja llevar sin resistencia. No sé qué es lo que dijo o

hizo Finnick para convencerlo para dejar su vida en sus manos―tal vez le enseñó

el brazalete. O el verme a mí esperando tal vez haya sido suficiente. Cuando

llegan a la arena, ayudo a arrastrar a Peeta a tierra firme.

― Hola de nuevo. ― Dice, y me da un beso. ― Tenemos aliados.

― Sí. Tal y como pretendía Haymitch. ― Respondo.

― Recuérdamelo, ¿hicimos tratos con alguien más? ― Pregunta Peeta.

― Sólo con Mags, creo. ― Digo. Señalo con un gesto de cabeza a la

anciana que se nos acerca obstinadamente.

― Bueno, no puedo dejar a Mags atrás. ― Dice Finnick. ― Es una de las

pocas personas a las que les gusto de verdad.

― No tengo problema con Mags. ― Digo. ― Especialmente ahora que veo

la arena. Sus anzuelos son probablemente nuestra mejor opción para conseguir

comida.

― Katniss la quiso desde el primer día. ― Dice Peeta.

― Katniss tiene un destacable buen juicio. ― Dice Finnick. Mete una mano

en el agua y levanta a Mags como si no pesara más que un perrito. Ella hace

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algún comentario que creo que incluye la palabra “balanceo”, y después le da una

palmada al cinturón.

― Mirad, tiene razón. Alguien lo averiguó. ― Finnick señala a Beetee. Está

dando bandazos entre las olas pero se las arregla para mantener la cabeza sobre

el agua.

― ¿Qué? ―Digo.

― Los cinturones. Son artilugios de flotación. ― Dice Finnick. ― Quiero

decir, tienes que impulsarte tú mismo, pero ellos evitan que te ahogues.

Casi le pido a Finnick que espere, que coja a Beetee y Wiress y los traiga

con nosotros, pero Beetee está tres radios más allá y ni siquiera puedo ver a

Wiress. Por todo lo que sé, Finnick los mataría tan pronto como hizo con el tributo

del 5, así que en vez de eso sugiero que sigamos adelante. Le entrego a Peeta un

arco, un carcaj de flechas y un cuchillo, manteniendo el resto conmigo. Pero Mags

me tira de la manga y no deja de parlotear hasta que le he dado el punzón.

Complacida, aprieta el mango entre sus encías y extiende los brazos hacia

Finnick. Él se lanza la red sobre el hombro, coloca a Mags encima, agarra con

fuerza los tridentes en su mano libre, y corremos lejos de la Cornucopia.

Donde la arena termina, aparece el bosque, alto. No, no es bosque de

verdad. Por lo menos no del tipo que yo conozco. Selva. La extraña, casi obsoleta

palabra me viene a la mente. Algo que oí sobre otros Juegos del Hambre o

aprendí de mi padre. La mayoría de los árboles no me son familiares, con troncos

suaves y pocas ramas. La tierra es muy negra y esponjosa bajo nuestros pies, a

menudo oscurecida por viñas enredadas con coloridos capullos. Mientras el sol es

caliente y fulgurante, el aire es cálido y pesado con la humedad, y tengo la

impresión de que nunca estaré seca de verdad aquí. La delgada tela azul de mi

mono deja que el agua de mar se evapore con facilidad, pero ya ha empezado a

pegarse a mí con el sudor. Peeta lleva la delantera, cortando a través de las zonas

de vegetación densa con su largo cuchillo. Hago que Finnick vaya segundo porque

incluso aunque es el más poderoso, tiene sus manos ocupadas con Mags.

Además, aunque él es un hacha con ese tridente, esa es un arma menos

apropiada para la jungla que mis flechas. No pasa mucho tiempo, entre la

empinada pendiente y el calor, antes de que empiece a faltarnos el aliento. Sin

embargo, Peeta y yo nos hemos estado entrenando con intensidad, y Finnick es

un espécimen físico tan alucinante que incluso con Mags sobre los hombros,

subimos rápidamente alrededor de kilómetro y medio antes de que pida un

Page 190: los juegos del hambre 2- en llamas

descanso. Y aún entonces creo que es más por el bien de Mags que por el suyo

propio.

El follaje ha escondido la rueda de nuestra vista, así que escalo a un árbol

con ramas gomosas para obtener una mejor vista. Y después deseo no haberlo

hecho. Alrededor de la Cornucopia, el suelo parece estar sangrando; el agua tiene

manchas púrpura. Cuerpos yacen en el suelo y flotan sobre el mar, pero a esta

distancia, con todos vestidos exactamente igual, no puedo decir quién vive o

muere. Todo lo que sé es que algunas de las figuritas azules todavía pelean.

Bueno, ¿qué creía? ¿Que la cadena de manos unidas de los vencedores anoche

resultaría en algún tipo de tregua universal en la arena? No, nunca creí eso. Pero

supongo que tenía la esperanza de que la gente mostrara algo de . . . ¿qué?

¿Contención? Reticencia, por lo menos. Antes de pasar al modo masacre.

Y todos os conocíais, pienso. Actuabais como amigos.

Sólo tengo un amigo de verdad aquí. Y no es del Distrito 4. Dejo que la

débil brisa húmeda y caliente me refresque las mejillas mientras tomo una

decisión. A pesar del brazalete, debería simplemente terminar con eso de una vez

con todas y dispararle a Finnick. No hay futuro de verdad en esta alianza. Y es

demasiado peligroso para dejarlo ir. Ahora, cuando tenemos esta confianza

tentativa, tal vez sea mi única oportunidad para matarlo. Podría dispararle por la

espalda con facilidad mientras andamos. Es despreciable, por supuesto, pero

¿será más despreciable si espero? ¿Si lo conozco mejor? ¿Si le debo más? No,

este es el momento. Miro una última vez las figuras peleándose, el suelo

ensangrentado, para fortalecer mi resolución, y después me deslizo hasta el suelo.

Pero cuando aterrizo, encuentro que Finnick le ha seguido el ritmo a mis

pensamientos. Como si supiera lo que he visto y cómo me habrá afectado. Tiene

uno de sus tridentes levantado en una posición casualmente defensiva.

― ¿Qué está pasando por allí abajo, Katniss? ¿Se han cogido todos de las

manos? ¿Hecho un voto de no-violencia? ¿Lanzado las armas al mar en desafío

al Capitolio? ― Pregunta Finnick.

― No. ― Digo yo.

― No. ― Repite Finnick. ― Porque lo que sea que sucedió en el pasado

está en el pasado. Y nadie en esta arena fue un vencedor por suerte. ― Mira a

Peeta un momento. ― Excepto tal vez Peeta.

Page 191: los juegos del hambre 2- en llamas

Entonces Finnick sabe lo que Haymitch y yo sabemos. Sobre Peeta. Que es

de verdad, en el fondo, mejor que el resto de nosotros. Finnick acabó con ese

tributo del 5 sin pestañear. ¿Y cuánto tardé yo en hacerme letal? Disparé a matar

cuando apunté a Enobaria y a Gloss y a Brutus. Peeta por lo menos habría

intentado negociar antes. A ver si alguna alianza mayor era posible. Pero ¿con

qué fin? Finnick tiene razón. Yo tengo razón. La gente en esta arena no fue

coronada por su compasión.

Le sostengo la mirada, evaluando su velocidad contra la mía propia. El

tiempo que me llevará lanzar una flecha atravesándole el cerebro versus el tiempo

que le llevará a su tridente alcanzar mi cuerpo. Puedo verlo, esperando a que yo

haga el primer movimiento. Calculando si debería bloquear primero o ir

directamente al ataque. Puedo sentir que ambos ya casi nos hemos decidido

cuando Peeta camina deliberadamente entre los dos.

― Así que ¿cuántos están muertos? ― Pregunta.

Muévete, idiota, pienso. Pero se mantiene plantado firmemente entre

nosotros.

― Difícil decirlo. ― Respondo. ―Por lo menos seis, creo. Y aún están

luchando.

― Sigamos moviéndonos. Necesitamos agua. ― Dice él.

Hasta ahora no ha habido señal de ningún arroyo ni charca de agua dulce,

y el agua salada no se puede beber. De nuevo, pienso en los últimos Juegos, en

donde casi morí de deshidratación.

― Mejor encontrar algo pronto. ― Dice Finnick. ― Necesitamos estar a

cubierto cuando los otros vengan a cazarnos esta noche.

Nosotros. Cazar. Cazarnos. Vale, tal vez matar a Finnick sería un poco

prematuro. Hasta ahora ha sido de ayuda. Y tiene el sello de aprobación de

Haymitch. Y ¿quién sabe lo que esconderá la noche? Si lo malo pasa a peor,

siempre puedo matarlo mientras duerme. Así que dejo que pase el momento. Y

Finnick hace lo mismo.

La ausencia de agua intensifica mi sed. Me mantengo ojo avizor mientras

seguimos nuestra caminata hacia arriba, pero sin suerte. Después de otro

Page 192: los juegos del hambre 2- en llamas

kilómetro y medio, puedo ver que la línea de árboles termina y asumo que

estamos llegando a la cumbre de la colina.

― Tal vez tengamos mejor suerte al otro lado. Encontrar un riachuelo o

algo. Pero no hay otro lado. Sé esto antes que nadie más, incluso aunque soy la

que más lejos está de la cima. Mi mirada capta un cuadrado raro vibrando,

colgando del aire como un panel combado de vidrio. Al principio creo que es el

fulgor del sol o el calor del suelo. Pero está fijado en el espacio, no se mueve

cuando yo me muevo. Y es entonces cuando conecto el cuadrado con Wiress y

Beetee en el Centro de Entrenamiento y me doy cuenta de lo que hay ante

nosotros. Mi grito de alerta está llegando a mis labios cuando el cuchillo de Peeta

sale hacia delante para cortar algunas viñas.

Hay un ruido eléctrico muy fuerte. Por un instante, los árboles desaparecen

y veo espacio abierto sobre un corto estrecho de tierra desnuda. Después Peeta

ha saltado atrás desde el campo de fuerza, tirando a Finnick y a Mags al suelo.

Me apresuro hacia donde yace, inmóvil sobre una red de viñas.

― ¿Peeta? ― Hay un olor suave de pelo chamuscado. Llamo su nombre

otra vez, sacudiéndolo levemente, pero no hay respuesta. Mis dedos tropiezan

sobre sus labios, donde no hay aliento cálido aunque hace unos instantes estaba

jadeando. Presiono mi oreja contra su pecho, sobre el lugar donde siempre

descanso la cabeza, sonde sé que oiré el fuerte y constante latido de su corazón.

En vez de eso, encuentro silencio.

― ¡Peeta! ― Grito. Lo sacudo con más fuerza, recurriendo incluso a

abofetearlo, pero es inútil. Su corazón ha fallado. Estoy abofeteando el vacío. ―

¡Peeta!

Finnick deja a Mags junto a un árbol y me aparta de en medio.

― Déjame a mí. ― Sus dedos tocan puntos en el cuello de Peeta, recorren

los huesos de sus costillas y su columna. Después le aprieta las fosas nasales

entre los dedos, manteniéndolas cerradas.

― ¡No! ― Grito, lanzándome sobre Finnick, porque seguramente quiere

asegurarse de que Peeta está muerto, para evitar que ninguna esperanza de vida

retorne a él. La mano de Finnick sube y me golpea tan fuerte, tan plenamente en

el pecho, que salgo volando a un tronco cercano. Estoy aturdida un momento, por

Page 193: los juegos del hambre 2- en llamas

el dolor, por intentar recuperar el aliento, mientras veo a Finnick tapar la nariz de

Peeta de nuevo. Desde donde estoy sentada, saco una flecha, la coloco en su

sitio, y estoy a punto de hacerla volar cuando me detiene la imagen de Finnick

besando a Peeta. Y es tan bizarra, incluso para Finnick, que detengo mi mano.

No, no está besándolo. Tiene la nariz de Peeta bloqueada pero su boca abierta, y

está soplando aire a sus pulmones. Puedo verlo, puedo ver de verdad el pecho de

Peeta levantándose y cayendo. Después Finnick baja la cremallera de la parte

superior del mono de Peeta y empieza a golpear el punto sobre su corazón con las

palmas de sus manos. Ahora que he superado mi shock, entiendo lo que está

intentando hacer.

Muy de vez en cuando, he visto a mi madre intentar algo similar, pero no

muy a menudo. En cualquier caso, si tu corazón falla en el Distrito 12, es poco

probable que tu familia pueda llevarte a mi madre. Así que sus pacientes

habituales son quemados o heridos o enfermos. O hambrientos, por supuesto.

Pero el mundo de Finnick es diferente. Lo que sea que esté haciendo, lo ha

hecho antes. Hay un ritmo y un método muy claros. Y descubro que la punta de mi

flecha se está cayendo al suelo cuando me inclino para mirar, desesperadamente,

en busca de alguna señal de éxito. Pasan minutos agonizantes y mis esperanzas

disminuyen. Alrededor del momento en que estoy decidiendo que ya es

demasiado tarde, que Peeta está muerto, que se ha ido, inalcanzable para

siempre, da un leve tosido y Finnick se aparta. Dejo mis armas en el suelo cuando

me lanzo a él.

― ¿Peeta? ― Digo suavemente. Aparto de su frente los húmedos

mechones rubios, encuentro el pulso retumbando contra mis dedos en su cuello.

Sus pestañas se levantan y sus ojos encuentran los míos.

― Cuidado. ― Dice débilmente. ― Hay un campo de fuerza delante. Me

río, pero hay lágrimas corriendo por mis mejillas.

― Debe de ser mucho más fuerte que el del tejado del Centro de

Entrenamiento. ― Dice.

― Aunque estoy bien. Sólo un poco sacudido.

― ¡Estabas muerto! ¡Tu corazón se paró! ― Exploto, antes de pararme a

considerar si esto es una buena idea. Me tapo la boca con la mano porque estoy

empezando a hacer esos horribles sonidos ahogados que hago cuando sollozo.

Page 194: los juegos del hambre 2- en llamas

― Bueno, parece estar funcionando ahora. ― Dice. ― Está bien, Katniss.

― Asiento, pero los sonidos no se detienen. ― ¿Katniss? ― Ahora Peeta está

preocupado por mí, lo que se añade a la locura de todo.

― Está bien. Sólo son las hormonas. ― Dice Finnick. ― Del bebé. ― Alzo

la vista y lo veo, sentado sobre las rodillas pero todavía algo jadeante de la

escalada y el calor y el esfuerzo de traer a Peeta de vuelta de entre los muertos.

― No. No es . . . ― Consigo decir, pero me interrumpe una ronda de

sollozos todavía más histérica que sólo parece confirmar lo que Finnick dijo sobre

el bebé. Me mira a los ojos y lo fulmino a través de mis lágrimas. Es estúpido, lo

sé, que sus esfuerzos me irriten tanto. Todo lo que yo quería era mantener a

Peeta vivo, y yo no pude y Finnick pudo, y sólo debería estar agradecida. Y lo

estoy. Pero también estoy furiosa porque eso significa que nunca dejaré de estar

en deuda con Finnick Odair. Nunca. Así que ¿cómo puedo matarlo mientras

duerme? Espero ver una expresión de superioridad o de sarcasmo en su rostro,

pero en vez de eso muestra una extraña curiosidad. Nos mira alternativamente a

Peeta y a mí, como si intentara averiguar algo, después sacude levemente la

cabeza como si para aclararla.

― ¿Cómo estás? ― Le pregunta a Peeta. ― ¿Crees que puedes avanzar?

― No, tiene que descansar. ― Digo yo. Mi nariz está moqueando como una

loca y ni siquiera tengo un pedazo de tela que usar como pañuelo. Mags arranca

un puñado de musgo colgante de la rama de un árbol y me la da. Estoy

demasiado hecha un desastre como para cuestionarlo siquiera. Me sueno

ruidosamente y enjugo las lágrimas de mi cara. Está bien, el musgo. Absorbente y

sorprendentemente suave.

Capto un destello de oro sobre el pecho de Peeta. Cojo con la mano el

disco que cuelga de una cadena alrededor de su cuello. Mi sinsajo ha sido

grabado en él.

― ¿Es este tu recuerdo? ― Pregunto.

― Sí. ¿Te importa que haya usado tu sinsajo? Quería que combináramos.

― No, pues claro que no me importa. ― Fuerzo una sonrisa. Peeta

apareciendo en la arena con un sinsajo es a la vez una bendición y una maldición.

Por una parte, debería darles ánimos a los rebeldes del distrito. Por la otra, es

Page 195: los juegos del hambre 2- en llamas

difícil imaginar que el Presidente Snow lo deje pasar, y eso hace que el trabajo de

mantener a Peeta con vida se haga más duro.

― ¿Así que quieres hacer un campamento aquí, entonces? ― Pregunta

Finnick.

― No creo que eso sea una opción. ― Responde Peeta. ― Quedarnos

aquí. Sin agua. Sin protección. Me encuentro bien, de verdad. Sólo si pudiéramos

ir despacio.

― Despacio sería mejor que nada. ― Finnick ayuda a Peeta a levantarse

mientras yo me recompongo. Desde que me levanté esta mañana he visto cómo le

daban una paliza a Cinna, he aterrizado en otra arena, y he visto morir a Peeta.

Aún así, me alegro de que Finnick siga jugando la carta del embarazo por mí,

porque desde el punto de vista de un patrocinador, no estoy manejando las cosas

demasiado bien.

Reviso mis armas, que ya sé que están en perfecto estado, porque me hace

parecer más controlada.

― Yo llevaré la delantera. ― Anuncio.

Peeta empieza a objetar pero Finnick lo corta.

― No, déjala hacerlo. ― Me frunce el ceño. ― Tú sabías que ese campo de

fuerza estaba allí, ¿verdad? ¿Justo en el último instante? Empezaste a dar un

aviso. ― Asiento. ― ¿Cómo lo supiste?

Vacilo. Revelar que sé el truco de Beetee y Wiress para reconocer un

campo de fuerza podría ser peligroso. No sé si los Vigilantes tomaron nota o no de

ese momento durante el entrenamiento cuando los dos me lo enseñaron. De un

modo u otro, tengo una información muy valiosa en mi poder. Y si saben que la

tengo, tal vez hagan algo para alterar el campo de fuerza de modo que ya no

pueda ver la aberración. Así que miento.

― No lo sé. Es casi como si pudiera oírlo. Escuchad. ― Todos nos

quedamos quietos. Está el sonido de insectos, pájaros, la brisa en el follaje.

― Yo no oigo nada. ― Dice Peeta.

Page 196: los juegos del hambre 2- en llamas

― Sí, ― insisto― es casi como cuando la valla del Distrito Doce está

encendida, sólo que mucho, mucho más bajo. ― Digo. Todos escuchan de nuevo

con atención. Yo también, aunque no hay nada que oír. ― ¡Ahí! ― Digo. ― ¿No lo

oís? Viene justo de donde chocó Peeta.

― Yo tampoco lo oigo. ― Dice Finnick. ― Pero si tú sí, entonces por

supuesto, toma la delantera.

Decido aprovechar bien este ángulo.

― Eso es raro. ― Digo. Giro la cabeza de lado a lado como si estuviera

intrigada. ― Sólo puedo oírlo con mi oreja izquierda.

― ¿La que reconstruyeron los médicos? ― Pregunta Peeta.

― Sí. ― Digo, después me encojo de hombros. ― Tal vez hicieron un

trabajo mejor de lo que creían. Sabes, a veces oigo cosas raras por ese lado.

Cosas que normalmente no pensarías que tengan un sonido. Como alas de

insecto. O la nieve golpeando el suelo. ― Perfecto. Ahora toda la atención se

volverá a los cirujanos que arreglaron mi oído sordo después de los Juegos del

año pasado, y tendrán que explicar por qué puedo oír como un murciélago.

― Tú. ― Dice Mags, empujándome hacia delante, así que tomo la

delantera. Ya que vamos a avanzar despacio, Mags prefiere andar con la ayuda

de una rama que Finnick rápidamente transforma en un bastón para ella. También

le hace uno a Peeta, lo que es bueno porque, a pesar de sus protestas, creo que

lo único que quiere hacer es acostarse. Finnick va a la retaguardia, así que por lo

menos alguien alerta nos cubre las espaldas. Ando con el campo de fuerza a mi

izquierda, porque se supone que ese es el lado de mi oído sobrehumano. Pero ya

que todo está inventado, corto un puñado de frutos secos que cuelgan como uvas

de un árbol cercano y las lanzo delante de mí mientras ando. Eso es bueno,

porque presiento que estoy pasando por alto los parches que indican el campo de

fuerza con más frecuencia que con la que los veo. Cuando un fruto seco golpea el

campo de fuerza, hay un soplido de humo antes de que el fruto aterrice,

ennegrecido y con la cáscara rota, en el suelo a mis pies.

Después de unos minutos me doy cuenta de un sonido raro detrás de mí y

me doy la vuelta para ver a Mags pelando la cáscara de uno de los frutos y

metiéndoselo en su boca ya llena.

― ¡Mags! ― Grito. ― Escupe eso. Podría ser venenoso.

Page 197: los juegos del hambre 2- en llamas

Ella murmura algo y me ignora, lamiéndose los labios con aparente deleite.

Miro a Finnick en busca de ayuda pero él sólo se ríe.

― Supongo que lo averiguaremos. ― Dice.

Sigo adelante, haciéndome preguntas sobre Finnick, que salvó a la vieja

Mags pero que le deja comer frutos extraños. A quien Haymitch ha estampado con

su sello de aprobación. Quien trajo a Peeta de vuelta de entre los muertos. ¿Por

qué no se limitó a dejarlo morir? Habría quedado sin culpa. Yo nunca habría

averiguado que estaba en su poder el revivirlo. ¿Por qué iba él querer salvar a

Peeta? ¿Y por qué estaba tan determinado a aliarse conmigo? Deseoso de

matarme, también, llegado el momento. Pero dejándome a mí la elección de si

luchamos o no.

Sigo andando, lanzando mis frutos, a veces viendo el campo de fuerza,

intentando presionar hacia la izquierda para encontrar un punto donde podamos

cruzar, salir de la Cornucopia, y esperemos que también encontrar agua. Pero

después de otra hora o así me doy cuenta de que es inútil. No estamos haciendo

ningún progreso hacia la izquierda. De hecho, el campo de fuerza parece estar

guiándonos por un camino curvo. Me paro y vuelvo la vista atrás, a la silueta

renqueante de Mags, a la capa de sudor en el rostro de Peeta.

― Tomémonos un descanso. ― Digo. ― Tengo que echar un vistazo desde

arriba. El árbol que elijo parece alzarse más alto en el aire que los demás. Me abro

camino entre las ramas flexibles, permaneciendo tan cerca del tronco como es

posible. No sabría decir con qué facilidad se podrían romper estas ramas

gomosas. Aún así, escalo más allá de lo que dicta el sentido común, porque hay

algo que tengo que ver. Mientras me aferro a un tramo de tronco no más ancho

que un arbolillo, balanceándome de un lado a otro en la brisa húmeda, mis

sospechas se ven confirmadas. Hay una razón por la que no podemos girar a la

izquierda, por la que jamás podremos. Desde este precario punto ventajoso,

puedo ver la forma de toda la arena por primera vez. Un círculo perfecto. Con una

rueda perfecta en el medio. El cielo sobre la circunferencia de la jungla está teñido

de un rosa uniforme. Y creo que puedo vislumbrar uno o dos de esos cuadrados

ondeantes, grietas en la armadura, tal y como Wiress y Beetee los llamaron,

porque revelan lo que debería estar oculto y así constituyen una debilidad. Sólo

para asegurarme completamente, disparo una flecha al espacio vacío sobre la

línea de los árboles. Hay un fogonazo de luz, se ve el cielo real durante un

instante, y la flecha regresa a la jungla. Desciendo para darles a los demás las

malas noticias.

Page 198: los juegos del hambre 2- en llamas

― El campo de fuerza nos tiene atrapados en un círculo. Una doma, en

realidad. No sé hasta dónde llega de alto. Está la Cornucopia, el mar, y después la

selva todo alrededor. Muy exacto. Muy simétrico. Y no muy grande. ― Digo.

― ¿Viste algo de agua? ― Pregunta Finnick.

― Sólo el agua salada donde empezamos los Juegos.

― Tiene que haber alguna otra fuente. ― Dice Peeta, frunciendo el ceño.

― O estaremos todos muertos en cuestión de días.

― Bueno, el follaje es denso. Tal vez haya estanques o arroyos en alguna

parte. ― Digo, dubitativa. Instintivamente presiento que el Capitolio tal vez quiera

que estos Juegos impopulares terminen tan pronto como sea posible. Plutarch

Heavensbee tal vez haya recibido ya órdenes para dejarnos fuera de combate. ―

En cualquier caso, no tiene sentido intentar averiguar qué es lo que hay más allá

de la colina, porque la respuesta es nada.

― Tiene que haber agua potable entre el campo de fuerza y la rueda. ―

Insiste Peeta. Todos sabemos lo que esto significa. Volver abajo. Volver a los

Profesionales y a la carnicería. Con Mags apenas capaz de andar y Peeta

demasiado debilitado para luchar. Decidimos bajar por la pendiente unos cien

metros y después seguir en círculo. Ver si tal vez hay algo de agua a ese nivel. Yo

sigo a la cabeza, ocasionalmente lanzando un fruto seco a mi izquierda, pero

ahora estamos muy lejos del campo de fuerza. El sol cae plomizo sobre nosotros,

haciendo que el aire se convierta en vapor, engañando a la vista. Hacia media

tarde, está claro que Peeta y Mags no pueden seguir.

Finnick elige un lugar para acampar a unos diez metros por debajo del

campo de fuerza, diciendo que podemos usarlo como arma, para desviar a

nuestros enemigos hacia él si nos atacan. Después él y Mags arrancan briznas de

la hierba afilada que nace en manojos de metro y medio de alto y empiezan a

tejerlas formando esteras. Ya que Mags no parece estar enferma por los frutos

secos, Peeta recoge puñados de ellos y los fríe haciéndolos rebotar en el campo

de fuerza. Metódicamente les quita las cáscaras, apilando la parte carnosa sobre

una hoja. Yo me quedo montando guardia, nerviosa y con calor y con las

emociones del día a flor de piel. Sed. Tengo tanta sed. Al final ya no puedo

soportarlo más.

Page 199: los juegos del hambre 2- en llamas

― Finnick, por qué no te quedas tú montando guardia y yo iré otro rato más

en busca de agua. ― Digo. A nadie le entusiasma la idea de que vaya sola, pero

la amenaza de la deshidratación pende sobre nosotros.

― No te preocupes, no iré lejos. ― Le prometo a Peeta.

― Yo también voy. ― Dice.

― No, cazaré algo si puedo. ― Le digo. No añado “Y tú no puedes venir

porque haces mucho ruido.” Pero queda implícito. Con su paso pesado

conseguiría a la vez asustar a las presas y ponerme a mí en peligro. ― No tardaré

mucho.

Me muevo ágilmente entre los árboles, contenta al descubrir que el suelo es

perfecto para pisadas mudas. Me abro camino hacia abajo en diagonal, pero no

encuentro más que vegetación exuberante.

El sonido del cañón me hace detenerme. El baño de sangre inicial de la

Cornucopia debe de haberse terminado ya. Ahora está disponible el recuento de

muertes entre los tributos. Cuento los disparos, cada uno de ellos representando

la muerte de un vencedor. No tantos como el año pasado. Pero parecen más, ya

que conozco la mayoría de sus nombres. Repentinamente débil, me apoyo contra

un árbol para descansar, sintiendo cómo el calor arranca la humedad de mi cuerpo

como una esponja. Tragar ya se está haciendo difícil y la fatiga empieza a

apoderarse de mí. Intento frotarme la barriga con la mano, con la esperanza de

que alguna mujer embarazada compasiva me patrocine y Haymitch pueda mandar

algo de agua. No hay suerte. Me dejo caer al suelo para descansar.

En mi quietud, empiezo a fijarme en los animales: pájaros extraños de

brillantes plumajes, lagartos de árbol con largas lenguas azules, y algo que parece

un cruce entre una rata y una comadreja aferrándose a las ramas más cercanas al

tronco. Disparo a uno de estos últimos para examinarlo más de cerca.

Es feo, vale, un gran roedor con un pelaje gris moteado y desordenado y

dos dientes de aspecto peligroso protruyendo sobre su labio inferior. Mientras lo

desuello y le quito las vísceras, me doy cuenta de algo más. Su hocico está

húmedo. Como el de un animal que ha estado bebiendo de un arroyo. Excitada,

empiezo en el árbol donde lo cacé y me muevo lentamente hacia fuera en espiral.

No puede estar lejos, la fuente de agua de la criatura. Nada. No encuentro nada.

Ni una gota de rocío. Pasado un tiempo, porque sé que Peeta estará preocupado

Page 200: los juegos del hambre 2- en llamas

por mí, me dirijo de vuelta al campamento, con más calor y más frustrada que

nunca.

Cuando llego, veo que los demás han transformado el lugar. Mags y Finnick

han creado una especie de cabaña con las esteras de hierba, abierta por un lado

pero con tres paredes, un suelo y un tejado. Mags también ha creado varios

cuencos que Peeta ha llenado con frutos secos tostados. Sus rostros se vuelven

hacia mí expectantes, pero sacudo la cabeza.

― No. No hay agua. Aunque está allí. Él sabía dónde estaba. ― Digo,

levantando el roedor desollado para que lo vean. ― Había estado bebiendo hacía

poco cuando le disparé en un árbol, pero no pude encontrar su fuente. Lo juro,

cubrí cada pulgada de suelo en un radio de treinta metros.

― ¿Podemos comerlo? ― Pregunta Peeta.

― No lo sé con seguridad. Pero su carne no parece muy distinta a la de una

ardilla. Debería ser cocinado . . . ― Vacilo al pensar en empezar un fuego aquí a

partir de la nada. Incluso si tuviera éxito, hay que pensar en el humo. Estamos

todos tan cerca en esta arena, que no hay posibilidad de esconderlo.

Peeta tiene otra idea. Corta un cubito de carne de roedor, la clava en la

punta de un palo afilado, y la deja caer en el campo de fuerza. Hay un chasquido y

el palo vuela de vuelta. El trozo de carne está ennegrecido por fuera pero bien

cocinado en el centro. Le dedicamos un aplauso, después paramos rápidamente,

recordando donde estamos. El sol blanco se hunde en el cielo rosado cuando nos

reunimos en la cabaña. Yo aún no las tengo todas conmigo con los frutos secos,

pero Finnick dice que Mags los reconoció de otros Juegos. Yo no me molesté en

pasar tiempo en la sección de plantas comestibles del entrenamiento porque el

año pasado me fue muy sencillo. Ahora desearía haberlo hecho. Seguro que

habrían estado varias de las plantas extrañas que me rodean. Y tal vez habría

averiguado un poco más sobre el lugar adonde me dirigía. Sin embargo, Mags

parece estar bien, y ha estado comiendo esos frutos durante horas. Así que cojo

uno y le doy un mordisquito. Tiene un sabor agradable, algo dulce, que me

recuerda a una castaña. Decido que está bien. La carne del roedor es fuerte y

correosa, pero sorprendentemente jugosa. De verdad, no es una mala comida

para nuestra primera noche en la arena. Si tan sólo tuviéramos algo con lo que

regarla.

Finnick hace un montón de preguntas sobre el roedor, al que decidimos

llamar rata de árbol. ¿Qué alta estaba, cuánto la miré antes de disparar, y qué

Page 201: los juegos del hambre 2- en llamas

estaba haciendo? No recuerdo que estuviera haciendo gran cosa. Moviendo el

morro en busca de insectos o algo. Temo a la noche. Por lo menos la hierba

fuertemente entretejida nos ofrece algo de protección de lo que quiera que aceche

en los suelos de la selva en la oscuridad. Pero poco después de que el sol se

esconda tras el horizonte, se levanta una pálida luna blanca, haciendo que la

visibilidad sea lo suficientemente buena. Nuestra conversación se va apagando

porque sabemos lo que viene ahora. Nos posicionamos en fila en la boca de la

cabaña y Peeta desliza su mano en la mía.

El cielo se alumbra cuando aparece el sello del Capitolio como si flotara en

el espacio. Mientras escucho el himno pienso, Será más duro para Finnick y Mags.

Pero resulta ser bastante duro para mí también. Ver los rostros de los ocho

vencedores muertos proyectados en el cielo.

El hombre del Distrito 5, el que Finnick mató con su tridente, es el primero

en aparecer. Eso significa que todos los tributos del 1 al 4 están vivos―los cuatro

Profesionales, Beetee y Wiress, y, por supuesto, Mags y Finnick. El hombre del

Distrito 5 es seguido por el morphling del 6, Cecelia y Woof del 8, los dos del 9, la

mujer del 10, y Seeder del 11. El sello de Capitolio está de vuelta con un remate

final de música y después el cielo se oscurece, excepto por la luna.

Nadie dice nada. No puedo fingir que conocía bien a ninguno de ellos. Pero

estoy pensando en esos tres niños colgando de Cecelia cuando se la llevaron. La

amabilidad de Seeder conmigo cuando nos conocimos. Incluso la idea del

morphling de ojos vidriosos pintándome flores amarillas en las mejillas me

revuelve el estómago. Todos muertos. Todos se han ido. No sé cuánto nos

habríamos quedado allí sentados de no ser por la llegada del paracaídas plateado,

que se desliza entre el follaje y aterriza ante nosotros. Nadie lo recoge.

― ¿De quién pensáis que es? ― Digo finalmente.

― Ni idea. ― Dice Finnick. ― ¿Por qué no dejamos que Peeta lo reclame,

ya que murió hoy?

Peeta desata la cuerda y alisa el círculo de seda. En el paracaídas hay un

pequeño objeto metálico que no puedo identificar.

― ¿Qué es eso? ― Pregunto. Nadie lo sabe. Lo pasamos de mano a

mano, turnándonos para examinarlo. Es un tubo metálico hueco, ligeramente

afilado en un extremo. En el otro extremo un pequeño labio se curva hacia abajo.

Es vagamente familiar. Una parte que podría haber caído de una bicicleta, una

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barra de cortina, cualquier cosa, en realidad. Peeta sopla por un extremo para ver

si emite algún sonido. No lo hace. Finnick desliza su meñique en su interior,

probándolo como arma. Inútil.

― ¿Puedes pescar con él, Mags? ― Pregunto. Mags, que puede pescar

casi con cualquier cosa, sacude la cabeza y gruñe.

Lo cojo y lo giro de uno a otro lado sobre la palma. Ya que somos aliados,

Haymitch estará actuando con los mentores del Distrito 4. Tuvo algo que ver en la

elección de este regalo. Eso significa que es valioso. Pienso en el año pasado,

cuando deseaba tanto el agua, pero él no la enviaba porque sabía que la

encontraría si lo intentaba. Los regalos de Haymitch, o la falta de ellos, contienen

importantes mensajes. Casi puedo oírlo gruñéndome, “Usa el cerebro si tienes

uno. ¿Qué es esto?”

Me seco el sudor de los ojos y examino el regalo a la luz de la luna. Lo

muevo en esta dirección y en esa, viéndolo desde distintos ángulos, cubriendo

porciones y después revelándolas. Intentando hacer que me revele su propósito.

Finalmente, frustrada, clavo un extremo en la tierra.

― Me rindo. Tal vez si nos juntamos con Beetee o Wiress pueden

averiguarlo. Me estiro, presionando mi mejilla caliente contra la estera de hierba,

mirando agraviada a la cosa. Peeta masajea un punto tenso entre mis hombros y

me permito relajarme un poco. Me pregunto por qué este sitio no se ha enfriado en

absoluto ahora que se ha puesto el sol. Me pregunto qué estará pasando ahora en

casa.

Prim. Mi madre. Gale. Madge. Pienso en ellos mirándome desde casa. Por

lo menos espero que estén en casa. No bajo la custodia de Thread. Siendo

castigados igual que Cinna. Que Darius. Castigados por mi culpa. Todos.

Empiezo a añorarlos a ellos, a mi distrito, a mi bosque. Un bosque decente

con árboles robustos de madera resistente, mucha comida, caza que no da miedo.

Arroyos. Brisas frescas. No, vientos fríos para apartar este calor sofocante.

Conjuro ese viento en mi mente, dejando que me congele las mejillas y me

entumezca los dedos, y, de repente, el pedazo de metal medio enterrado en la

tierra negra tiene un nombre.

― ¡Un spile! (NdT: tampoco traduje ese nombre. Sin embargo, es posible

que esté relacionado con el verbo spill, que significa derramar) ― Exclamo,

sentándome de repente.

Page 203: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿Qué? ― Pregunta Finnick.

Saco la cosa del suelo y la limpio frotándola. Ahueco mi mano sobre el

extremo afilado, ocultándolo, y miro el labio. Sí, he visto uno de estos antes. En un

día frío y ventoso hace mucho tiempo, cuando estaba fuera en el bosque con mi

padre. Fuertemente insertado en un agujero perforado en el tronco de un arce. Un

camino para que siguiera la savia mientras fluía a nuestro cubo. El sirope de arce

podía hacer que incluso nuestro pan soso fuera una delicia. Después de que

muriera mi padre, no sé qué había pasado con el puñado de spiles que poseía.

Escondidos en algún lugar del bosque, probablemente. Ocultos para siempre.

― Es un spile. Algo así como un grifo. Lo pones en un árbol y sale la savia.

― Miro a los nervudos troncos verdes a mi alrededor. ― Bueno, en el tipo

adecuado de árbol.

― ¿Savia? ― Pregunta Finnick. Tampoco tienen el tipo adecuado de

árboles junto al mar.

― Para hacer sirope. ― Dice Peeta. ― Pero debe de haber algo distinto

dentro de estos árboles.

Todos nos ponemos en pie a la vez. Nuestra sed. La falta de ríos. Los

afilados dientes frontales de la rata de árbol y su hocico húmedo. Sólo puede

haber una cosa que merezca la pena dentro de esos árboles. Finnick se marcha a

clavar a golpes el spile en la corteza verde de un árbol inmenso, pero lo detengo.

― Espera. Podrías estropearlo. Necesitamos perforarlo primero. ― Digo.

No hay nada con lo que taladrar, así que Mags ofrece su punzón y Peeta lo clava

directamente en la corteza, enterrando la punta cinco centímetros en el tronco. Él

y Finnick se turnan abriendo el agujero con el punzón y los cuchillos hasta que ya

puede contener el spile. Yo lo introduzco dándole vueltas con cuidado y todos nos

echamos atrás expectantes. Al principio no pasa nada. Después una gota de agua

rueda por el labio y cae sobre la palma de Mags. Ella la lame y alza la mano en

busca de más.

A base de dar vueltas y ajustar el spile, conseguimos que salga una fina

corriente. Nos turnamos colocando la boca bajo el grifo, humedeciendo nuestras

lenguas resecas. Mags trae una cesta, y la hierba está tan fuertemente entretejida

que sostiene el agua. Llenamos la cesta y nos la pasamos, tomando largos tragos

y después, lujosamente, lavándonos la cara. Como todo aquí, el agua está más

bien tibia, pero este no es el momento de ponerse quisquillosos. Sin nuestra sed

Page 204: los juegos del hambre 2- en llamas

para distraernos, somos muy conscientes de lo agotados que estamos y hacemos

arreglos para la noche. El año pasado, siempre intentaba tener mis cosas listas

por si acaso tenía que marcharme rápidamente durante la noche. Este año, no hay

mochila que preparar. Sólo mis armas, que en cualquier caso no dejan mi agarre.

Después pienso en el spile y lo saco con trabajo del tronco del árbol. Arranco una

gruesa viña y le separo las hojas, la paso por el centro hueco, y ato el spile con

seguridad a mi cinturón. Finnick se ofrece a tomar la primera guardia y lo dejo,

sabiendo que tiene que ser uno de los dos hasta que Peeta haya descansado. Me

acuesto junto a Peeta sobre el suelo de la cabaña, diciéndole a Finnick que me

despierte cuando esté cansado. En vez de ello me arrancan de mi sueño unas

horas después lo que parecen ser campanadas. ¡Bong! ¡Bong! No es exactamente

como la campana que hacen sonar en el Edificio de Justicia en Año Nuevo, pero

se parece lo bastante como para que la reconozca. Peeta y Mags no se

despiertan, pero Finnick tiene la misma expresión de atención que siento yo. Las

campanadas paran.

― Conté doce. ― Dice.

Asiento. Doce. ¿Qué significa esto? ¿Una campanada por cada distrito? Tal

vez. Pero ¿por qué?

― ¿Crees que significan algo?

Nos quedamos a la espera de más instrucciones, tal vez un mensaje de

Claudius Templesmith. Una invitación a un banquete. La única cosa de mención

aparece en la distancia. Un cegador resplandor de electricidad golpea un árbol

altísimo y después empieza una tormenta eléctrica. Supongo que es una

indicación de lluvia, una fuente de agua para aquellos que no tienen mentores tan

listos como Haymitch.

― Vete a dormir, Finnick. En cualquier caso, es mi turno para vigilar. ―

Digo. Finnick vacila, pero nadie puede seguir despierto eternamente. Se acomoda

a la entrada de la cabaña, una mano aferrando el tridente, y cae en un sueño

inquieto. Me siento con el arco cargado, vigilando la selva, que es fantasmalmente

pálida y verde a la luz de la luna. Después de una hora o así, los relámpagos

paran. Puedo oír llegar la lluvia, sin embargo, golpeando las hojas a unos pocos

centenares de metros de distancia. Estoy esperando que nos alcance, pero nunca

llega.

Page 205: los juegos del hambre 2- en llamas

El sonido del cañón me sobresalta, aunque apenas si hace efecto sobre mis

compañeros dormidos. No tiene sentido despertarlos por esto. Otro vencedor

muerto. Ni siquiera me permito preguntarme quién será.

La lluvia elusiva se detiene de repente, como hizo el año pasado la

tormenta en la arena. Momentos después de que se detenga, veo la niebla

deslizándose suavemente hacia aquí desde la dirección del reciente aguacero.

Sólo una reacción. Agua fría sobre el suelo hirviente, pienso. Sigue

aproximándose a un paso estable. Pequeños tentáculos avanzan y después se

doblan como dedos, como si estuvieran arrastrando el resto de la pared detrás de

sí. Mientras miro, siento cómo se me erizan los pelos de la nuca. Algo está mal en

esta niebla. La progresión de la línea frontal es demasiado uniforme para ser

natural. Y si no es natural . . . Un dolor asquerosamente dulce empieza a invadir

mis fosas nasales y me giro hacia los demás, gritándoles para que se despierten.

En los pocos segundos que me lleva despertarlos, mi piel empieza a

ampollarse.

Puñaladas pequeñas y abrasadoras. Dondequiera que las gotitas tocan mi

piel.

― ¡Corred! ― Les grito a los demás. ― ¡Corred!

Finnick se despierta al instante, levantándose para enfrentarse a un

enemigo. Pero cuando ve la pared de niebla, se lanza a una Mags aún dormida

sobre la espalda y sale disparado. Peeta está en pie pero no tan alerta. Lo cojo del

brazo y empiezo a impulsarlo a través de la selva en pos de Finnick.

― ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ― Dice, atónito.

― Algún tipo de niebla. Gas venenoso. ¡Apresúrate, Peeta! ― Lo urjo.

Puedo decir que por mucho que lo haya negado durante el día, los efectos de

haberse golpeado contra el campo de fuerza son significativos. Va lento, mucho

más lento de lo habitual. Y el embrollo de viñas y maleza, que me hacen perder el

equilibrio a veces, lo hacen tropezar a cada paso. Miro atrás a la pared de niebla

extendiéndose en línea recta hasta donde me alcanza la vista, en todas

direcciones. Me invade un impulso terrible de huir, de abandonar a Peeta y

salvarme yo. Sería tan fácil, correr a toda velocidad, tal vez incluso escalar un

árbol sobre la línea de niebla, que parece no llegar más allá de los doce metros.

Recuerdo cómo hice exactamente esto cuando aparecieron las mutaciones en los

últimos Juegos. Me eché a correr y sólo pensé en Peeta al llegar a la Cornucopia.

Page 206: los juegos del hambre 2- en llamas

Pero esta vez, atrapo mi terror, lo empujo hacia abajo, y me quedo a su lado. Esta

vez el objetivo no es mi supervivencia. Lo es la de Peeta. Pienso en los ojos

pegados a las pantallas de la televisión en los distritos, viendo si huiré, tal y como

desea el Capitolio, o si me mantendré firme.

Cierro mis dedos con fuerza en torno a los suyos y digo:

― Mira mis pies. Tú simplemente intenta pisar donde yo pise. ― Eso

ayuda. Parecemos movernos algo más rápido, pero nunca lo bastante como para

poder permitirnos un descanso, y la niebla sigue pisándonos los talones. Algunas

gotitas salen libres del cuerpo de vapor. Queman, pero no como fuego. Menos una

sensación de calor y más un dolor intenso a medida que las sustancias químicas

encuentran nuestra carne, se aferran a ella, y se entierran profundamente entre

las capas de la piel. Nuestros monos no son de ninguna ayuda. Lo mismo

podríamos estar vestidos de papel de fumar, dada toda la protección que nos

proporcionan. Finnick, que inicialmente salió disparado, se para cuando se da

cuenta de que estamos teniendo problemas. Pero esto no es algo contra lo que

puedas luchar, sólo evadir. Nos grita para darnos ánimos, intentando hacernos

avanzar, y el sonido de su voz sirve de guía, aunque de poco más.

La pierna artificial de Peeta se queda atrapada en un nudo de enredaderas

y se cae de bruces antes de que pueda cogerlo. Mientras lo ayudo a levantarse,

me doy cuenta de algo más aterrador todavía que las ampollas, más debilitador

que las quemaduras. El lado izquierdo de su cara está flácido, como si cada

músculo se hubiera muerto. El párpado se cae, casi ocultando su ojo. Su boca se

tuerce en un ángulo extraño hacia el suelo.

― Peeta . . . ― Empiezo. Y es entonces cuando siento los espasmos

corriendo por mi brazo. Cualquiera que sea la sustancia química que forma la

niebla hace más que quemar―ataca nuestros nervios. Un miedo completamente

nuevo se dispara en mi interior y tiro con fuerza de Peeta hacia delante, lo que

sólo consigue que vuelva a tropezar. Para cuando lo pongo en pie, mis dos brazos

se mueven incontrolablemente. La niebla se ha movido hacia nosotros, el cuerpo a

menos de un metro de distancia. Algo no está bien con las piernas de Peeta; está

tratando de andar pero se mueven espásticamente, como las de una marioneta.

Siento cómo sale disparado hacia delante y me doy cuenta de que Finnick ha

vuelto a por nosotros y está arrastrando a Peeta hacia delante. Coloco mi hombro,

que aún parece estar bajo mi control, debajo del brazo de Peeta, y hago lo que

puedo para seguir el ritmo rápido de Finnick. Conseguimos poner una distancia de

unos nueve metros entre nosotros y la niebla cuando Finnick se detiene.

Page 207: los juegos del hambre 2- en llamas

― No funciona. Tengo que llevarlo a hombros. ¿Puedes llevar tú a Mags?

― Me pregunta.

― Sí. ― Digo con firmeza, aunque se me encoge el corazón. Es verdad

que Mags no puede pesar más de treinta y cinco kilos, pero yo misma tampoco

soy muy grande. Aún así, estoy segura de que he cargado cargas más pesadas.

Si tan sólo mis brazos dejaran de saltar a todos lados. Me agacho y ella se coloca

sobre mi hombro, de la misma forma de la que monta a Finnick. Lentamente estiro

las piernas y, con las rodillas apretadas, puedo arreglármelas. Ahora Finnick tiene

a Peeta colocado a través de su espalda y seguimos adelante, Finnick a la

cabeza, yo siguiendo por el camino que abre entre las viñas.

La niebla sigue acercándose, silenciosa y constante y lisa, excepto por los

tentáculos. Aunque mi instinto me indica correr directamente lejos de ella, me doy

cuenta de que Finnick se está moviendo en diagonal colina abajo. Está intentando

mantenerse a distancia del gas a base de llevarnos hacia el agua que rodea la

Cornucopia. Sí, agua, pienso mientras las gotitas de ácido se entierran más

profundamente en mi interior. Ahora estoy tan agradecida de no haber matado a

Finnick, porque ¿cómo iba a sacar a Peeta de aquí con vida? Tan agradecida de

tener a alguien más de mi parte, incluso si sólo es temporalmente. No es culpa de

Mags cuando empiezo a caerme. Está haciendo todo lo que puede para ser una

pasajera sencilla, pero el hecho es que sólo puedo soportar el peso durante un

cierto tiempo. Especialmente ahora que mi pierna derecha está empezando a

dormirse. Las primeras dos veces que me caigo al suelo, consigo ponerme en pie

de nuevo, pero la tercera vez, no consigo hacer que mi pierna coopere. Mientras

lucho por levantarme, esta cede y Mags rueda al suelo delante de mí. Palpo

desesperada a mi alrededor, intentando usar viñas y troncos para enderezarme.

Finnick está otra vez a mi lado, Peeta colgando sobre él.

― Es inútil. ― Digo. ― ¿Puedes llevarlos tú a los dos? Sigue adelante, ya

os alcanzaré. ― Una propuesta algo dudosa, pero la digo con tanta seguridad

como puedo conseguir. Puedo ver los ojos de Finnick, verdes a la luz de la luna.

Puedo verlos tan claramente como el día. Casi como los de un gato, con una

cualidad extrañamente reflectante. Tal vez porque están brillantes por las

lágrimas.

― No. ― Dice. ― No puedo llevarlos a los dos. Mis brazos no están

funcionando. ― Es cierto. Sus brazos están dando sacudidas incontrolables a sus

lados. Sus manos están vacías. De sus tres tridentes, sólo queda uno, y está en

las manos de Peeta. ― Lo siento, Mags. No puedo hacerlo.

Page 208: los juegos del hambre 2- en llamas

Lo que pasa después es tan rápido, tan carente de todo sentido, que ni

siquiera puedo moverme para detenerlo. Mags se levanta con trabajo, le planta un

beso a Finnick en los labios, y después renquea derecha hacia la niebla.

Inmediatamente, su cuerpo empieza a dar terribles sacudidas y cae al suelo en

una danza horrible.

Quiero gritar, pero mi garganta está en llamas. Doy un paso fútil en su

dirección y entonces oigo el disparo del cañón, sé que su corazón se ha parado,

que está muerta.

― ¿Finnick? ― Digo con voz ronca, pero él ya le ha dado la espalda a la

escena, continuando su huida de la niebla. Arrastrando mi pierna inútil detrás de

mí, me tambaleo detrás de él, sin tener ni idea de qué otra cosa hacer.

El tiempo y el espacio pierden su significado a medida que la niebla parece

invadir mi cerebro, desordenando mi pensamiento, haciendo que todo parezca

irreal. Algún instinto animal de supervivencia profundamente arraigado me

mantiene dando tumbos detrás de Finnick y Peeta, siguiendo adelante, aunque

probablemente ya estoy muerta. Algunas partes de mí están muertas, o

claramente muriéndose. Y Mags está muerta. Esto es algo que sé, o quizás sólo

creo que lo sé, porque no tiene sentido ninguno. La luz de la luna brillando en el

pelo broncíneo de Finnick, ramalazos de dolor abrasador por todo mi cuerpo, una

pierna convertida en madera. Sigo a Finnick hasta que se derrumba sobre el

suelo, Peeta todavía encima de él. Parece que no tengo capacidad de detener mi

propio avance y simplemente me propulso hacia delante hasta que tropiezo sobre

sus cuerpos tendidos, sólo uno más en el montón. Así es cómo y dónde y cuándo

morimos todos, pienso. Pero el pensamiento es abstracto y mucho menos

alarmante que las presentes agonías de mi cuerpo. Oigo el gruñido de Finnick y

consigo arrancarme de encima de los otros. Ahora puedo ver la pared de niebla,

que ha adquirido un color blanco perla a la luz de la luna. Tal vez sean mis ojos los

que me engañan, pero la niebla parece estar transformándose. Sí, está

volviéndose más gruesa, como si estuviera presionada contra una ventana de

cristal y fuera obligada a condensarse. Guiño más los ojos y me doy cuenta de

que ya no hay dedos protruyendo de ella. De hecho, ha dejado por completo de

moverse hacia delante. Como otros horrores que he presenciado en la arena, ha

llegado al final de su territorio. O eso o los Vigilantes han decidido no matarnos

todavía.

― Se ha parado. ― Intento decir, pero de mi boca hinchada sólo sale un

horrible graznido.

Page 209: los juegos del hambre 2- en llamas

― Se ha parado. ― Digo de nuevo, y esta vez debo de haber sido más

clara, porque tanto Peeta como Finnick giran la cabeza hacia la niebla. Ahora

empieza a levantarse hacia arriba, como si fuera lentamente aspirada hacia el

cielo. La miramos hasta que ha desaparecido del todo y no queda ni la más leve

brizna.

Peeta rueda de encima de Finnick, que se da la vuelta sobre la espalda.

Nos quedamos allí tumbados jadeando, retorciéndonos, nuestras mentes y

nuestros cuerpos invadidos por el veneno. Después de que pasen unos minutos,

Peeta hace un gesto vago hacia delante.

― Mon-hoos. ― Alzo la vista y veo un par de lo que supongo que son

monos. Nunca he visto un mono vivo, no hay nada así en nuestros bosques en

casa. Pero debo de haber visto una foto, o uno en los Juegos, porque cuando veo

las criaturas, la misma palabra me viene a la mente. Pienso que estos tienen

pelaje naranja, aunque es difícil decirlo, y son la mitad de altos que un humano

medio. Doy por hecho que los monos son una buena señal. Seguro que no

andarían por allí si el aire fuera letal. Durante un rato, nos observamos en silencio

los unos a los otros, humanos y monos. Después Peeta consigue ponerse de

rodillas y gatea pendiente abajo. Todos gateamos, ya que andar ahora parece un

logro tan formidable como volar; nos arrastramos hasta que las viñas dan paso a

una estrecha banda de playa arenosa y el agua cálida que rodea la Cornucopia

empapa nuestros rostros. Me aparto de un salto como si hubiera tocado fuego.

Frotar sal en una herida. Por primera vez aprecio de verdad la expresión,

porque la sal del agua hace que el dolor de mis heridas sea tan cegador que casi

me desmayo. Pero hay otra sensación, de que algo sale. Experimento poniendo

con cautela sólo la mano en el agua. Una tortura, sí, pero después menos. Y a

través de la capa azul de agua, veo una sustancia lechosa saliendo de las heridas

de mi piel. A medida que la blancura disminuye, también lo hace el dolor. Me

desabrocho el cinturón y me quito el mono, que es poco más que un felpudo

agujereado. Mis zapatos y ropa interior están inexplicablemente intactos. Poco a

poco, una pequeña porción de miembro cada vez, escurro el veneno de mis

heridas. Peeta parece estar haciendo lo mismo. Pero Finnick se apartó del agua

nada más tocarla por primera vez y está tumbado bocabajo en la arena, o no

queriendo o no pudiendo purgarse. Finalmente, cuando he sobrevivido a lo peor,

después de abrir los ojos bajo el agua, de aspirar agua al interior de mis senos y

soltarla, e incluso haciendo gárgaras repetidas veces para limpiarme la garganta,

estoy lo bastante funcional como para ayudar a Finnick. Algo de sensación ha

vuelto a mi pierna, pero mis brazos aún están siendo atacados por espasmos. No

puedo arrastrar a Finnick hasta el agua, y en cualquier caso el dolor posiblemente

Page 210: los juegos del hambre 2- en llamas

lo mataría. Así que cojo puñados de agua entre sacudidas y los vacío sobre sus

puños. Ya que no está bajo el agua, el veneno sale de sus heridas tal y como

entró, en briznas de niebla que evito con mucho cuidado. Peeta se recupera lo

suficiente como para ayudarme. Corta el mono de Finnick para sacárselo. En

algún sitio encuentra dos conchas que funcionan mucho mejor que nuestras

manos. Nos concentramos en empezar primero con los brazos de Finnick, ya que

están tan dañados, e incluso aunque sale un montón de sustancia de ellos, parece

no darse cuenta. Sólo se queda allí tumbado, con los ojos cerrados, soltando

algún gemido ocasional. Miro a mi alrededor con una creciente consciencia de lo

peligrosa que es la posición en la que nos encontramos. Es de noche, sí, pero

esta luna proporciona demasiada luz como para ocultarnos. Tenemos suerte de

que nadie nos haya atacado todavía. Podríamos verlos venir desde la Cornucopia,

pero si los cuatro Profesionales atacaran a la vez, podrían con nosotros. Si no nos

vieran primero, los gemidos de Finnick nos delatarían pronto.

― Tenemos que conseguir meter más de él en el agua. ― Susurro. Pero no

podemos meterlo por la cabeza, no cuando está en esta condición. Peeta asiente

hacia los pies de Finnick. Cada uno coge uno, y lo giramos ciento ochenta grados,

y empezamos a arrastrarlo hacia el agua salada. Sólo unos centímetros de cada

vez. Sus tobillos. Esperamos unos minutos. Hasta la mitad de la pantorrilla.

Esperamos. Las rodillas. Nubes blancas salen de su piel y gime. Seguimos

desintoxicándolo, poco a poco. Lo que descubro es que cuanto más me siento en

el agua, mejor me encuentro. No sólo mi piel, sino que el control de mi mente y

mis músculos siguen mejorando. Puedo ver la cara de Peeta empezar a regresar a

la normalidad, su párpado abriéndose, la mueca dejando su boca.

Finnick empieza a volver lentamente a la vida. Sus ojos se abren, se

enfocan en nosotros, y registran la consciencia de que está siendo ayudado.

Apoyo su cabeza en mi regazo y lo dejamos en remojo unos diez minutos con todo

sumergido del cuello para abajo. Peeta y yo intercambiamos una sonrisa cuando

Finnick levanta los brazos sobre el agua de mar.

― Ya sólo queda tu cabeza, Finnick. Esa es la peor parte, pero te sentirás

mucho mejor después, si puedes soportarlo. ― Dice Peeta. Lo ayudamos a

sentarse y dejamos que aferre nuestras manos mientras purga sus ojos y nariz y

boca. Su garganta aún está demasiado afectada para hablar.

― Voy a intentar abrir un grifo en un árbol. ― Digo. Mis dedos desabrochan

mi cinturón torpemente y descubro que el spile aún está colgando de su viña.

Page 211: los juegos del hambre 2- en llamas

― Déjame que haga el agujero antes. ― Dice Peeta. ― Tú quédate con él.

Eres tú la curandera.

Es una broma, pienso. Pero no lo digo en voz alta, ya que Finnick tiene

bastante con lo que lidiar. Él se llevó la peor parte de la niebla, aunque no estoy

muy segura de por qué. Tal vez porque es el más grande o porque fue el qué más

esfuerzo tuvo que hacer. Y después, claro, está Mags. Aún no entiendo qué pasó

allí. Por qué esencialmente la abandonó para llevar a Peeta. Por qué no sólo ella

no lo cuestionó, sino que corrió derecha hacia la niebla sin vacilar ni un instante.

¿Fue porque ya era tan vieja que en cualquier caso sus días ya estaban

contados?

¿Pensaban ellos que sería más probable que Finnick ganase si nos tenía a

Peeta y a mí como aliados? El aspecto demacrado del rostro de Finnick me indica

que ahora no es el momento de preguntar.

En vez de eso trato de recomponerme. Rescato mi insignia del sinsajo de

mi mono arruinado y la coloco en la tira de mi camiseta interior. El cinturón de

flotación debe de ser resistente al ácido, porque está como nuevo. Sé nadar, así

que el cinturón de flotación no es realmente necesario, pero Brutus bloqueó mi

flecha con el suyo, así que me lo pongo de nuevo, pensando que tal vez ofrezca

algo de protección. Me suelto el pelo y me lo peino con los dedos, raleándolo

considerablemente ya que las gotitas de niebla lo dañaron. Después vuelvo a

trenzar lo que queda de él.

Peeta ha encontrado un buen árbol a unos diez metros de la estrecha

banda de playa. Apenas podemos verlo, pero el sonido de su cuchillo contra el

tronco de madera es más claro que el agua. Me pregunto qué pasó con el punzón.

Mags debió de soltarlo o bien llevarlo a la niebla con ella. En cualquier caso, está

perdido.

Me he movido un poco más adentro en la orilla, flotando alternativamente

sobre la barriga y la espalda. Si el agua de mar nos curó a Peeta y a mí, parece

haber transformado completamente a Finnick. Empieza a moverse lentamente,

sólo probando sus extremidades, y gradualmente empieza a nadar. Pero no es

como yo nadando, las brazadas rítmicas, el paso ágil. Es como mirar a un extraño

animal marino volviendo a la vida. Bucea y vuelve a la superficie, echa agua por la

boca, da más y más vueltas en un extraño movimiento de destornillador que me

marea sólo de mirar. Y después, cuando ha estado tanto tiempo bajo el agua que

estoy segura de que se ha ahogado, su cabeza sale justo a mi lado y me

sobresalto.

Page 212: los juegos del hambre 2- en llamas

― No hagas eso. ― Digo.

― ¿Qué? ¿Subir o quedarme abajo?

― Los dos. Ninguno. Da igual. Sólo ponte bien a remojo y compórtate. O ya

que te sientes tan bien, vayamos a ayudar a Peeta.

En sólo el corto tiempo que lleva cruzar al borde de la selva, me doy cuenta

del cambio. Achácaselo a los años de caza, o tal vez mi oído reconstruido sí

funciona un poco mejor de lo que nadie pretendía. Pero siento la masa de cuerpos

cálidos pendiendo sobre nosotros. No necesitan hacer ruido ni gritar. La mera

respiración de tantos seres en suficiente. Toco el brazo de Finnick y sigue mi

mirada hacia arriba. No sé cómo llegaron tan silenciosamente. Tal vez no lo

hicieron. Hemos estado muy absortos restaurando nuestros cuerpos. Durante ese

tiempo se han reunido. No cinco ni diez sino veintenas de monos cuelgan de las

ramas de los árboles de la selva. El par que vimos cuando escapamos de la niebla

parecía un comité de bienvenida. Esta multitud parece ominosa.

Armo mi arco con dos flechas y Finnick ajusta su tridente en la mano.

― Peeta. ― Digo con tanta calma como puedo. ― Necesito que me ayudes

con algo.

― Vale, sólo un minuto. Creo que ya casi lo tengo. ― Dice, aún ocupado

con el árbol. ― Sí, ahí. ¿Tienes el spile?

― Sí. Pero hemos encontrado algo a lo que es mejor que le eches un

vistazo. ― Continúo con voz mesurada. ― Tú sólo muévete hacia nosotros en

silencio, para que no lo sobresaltes.

― Por alguna razón, no quiero que se dé cuenta de los monos, ni siquiera

que mire en su dirección. Son criaturas que interpretan el mero contacto visual

como una agresión. Peeta se vuelve hacia nosotros, jadeando por su trabajo en el

árbol. El tono de mi pregunta es tan raro que ya lo ha advertido de alguna

irregularidad.

― Vale. ― Dice casualmente. Empieza a moverse a través de la selva, y

aunque sé que está intentando de verdad ser silencioso, este nunca ha sido su

punto fuerte, incluso cuando tenía dos buenas piernas. Pero está bien, se está

moviendo, los monos siguen en sus posiciones. Sólo está a cinco metros de la

playa cuando los siente. Sus ojos sólo miran hacia arriba un segundo, pero es

Page 213: los juegos del hambre 2- en llamas

como si hubiera activado una bomba. Los monos explotan en una masa

ensordecedora de pelo naranja y convergen sobre él.

Nunca he visto a ningún animal moverse tan rápido. Se deslizan por las

viñas como si estuvieran engrasadas. Saltan distancias imposibles de árbol a

árbol. Colmillos al descubierto, garras afiladas como cuchillas. Tal vez no esté

familiarizada con los monos, pero los animales no actúan así en la naturaleza.

― ¡Mutos! ― Grito mientras Finnick y yo nos lanzamos a la vegetación. Sé

que cada flecha tiene que contar, y lo hace. En la inquietante luz, derribo mono

tras mono, apuntando a ojos y corazones y gargantas, para que cada disparo

signifique una muerte. Pero aún así no sería suficiente sin Finnick ensartando a

las bestias como si de peces se tratara y lanzándolas a un lado, y Peeta

acuchillándolas. Siento garras en mi pierna, en mi espalda, antes de que alguien

acabe con el atacante. El aire se espesa con plantas pisoteadas, el olor de la

sangre, y el olor a moho de los monos. Peeta, Finnick y yo nos colocamos en

triángulo, a pocos metros de distancia, dándonos las espaldas. Mi corazón se

encoge cuando mis dedos cogen la última flecha. Después recuerdo que Peeta

también tiene un carcaj. Y no está disparando, está dando tajos con su cuchillo.

Ahora mi propio cuchillo está fuera, pero los monos son más rápidos, pueden

saltar dentro y fuera de tu alcance tan rápido que apenas puedes reaccionar.

― ¡Peeta! ― Grito. ― ¡Tus flechas!

Peeta se gira para ver mi apuro y está sacándose el carcaj cuando sucede.

Un mono salta desde un árbol a por su pecho. No tengo flechas, ninguna forma de

disparar. Puedo oír el sonido del tridente de Finnick encontrando otro objetivo y sé

que su arma está ocupada. El brazo del cuchillo de Peeta está incapacitado

mientras intenta sacarse el carcaj. Le lanzo mi cuchillo al muto pero la criatura da

una voltereta, evitando la hoja, y sigue en su trayectoria. Sin armas, sin defensa,

hago lo único que se me ocurre. Corro hacia Peeta, para derribarlo al suelo, para

proteger su cuerpo con el mío, incluso aunque sé que no llegaré a tiempo. Sin

embargo, ella sí. Materializándose, parece, de la nada. En un momento en

ninguna parte, al siguiente tambaleándose delante de Peeta. Ya ensangrentada, la

boca abierta en un agudo chillido, las pupilas dilatadas de forma que sus ojos

parecen agujeros negros. La morphling insana del Distrito 6 levanta sus brazos

esqueléticos como si fuera a abrazar al mono, y este hunde sus colmillos en su

pecho.

Peeta deja caer el carcaj y entierra el cuchillo en la espalda del mono,

apuñalándolo una y otra y otra vez hasta que afloja la mandíbula. Aparta el muto

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de una patada, preparándose para más. Yo ahora tengo sus flechas, un arco

cargado, y a Finnick a mis espaldas, respirando con fuerza pero no activamente

ocupado.

― ¡Venid, entonces! ¡Venid! ― Grita Peeta, jadeando de furia. Pero algo les

ha pasado a los monos. Están retirándose, subiéndose a los árboles,

desvaneciéndose en la selva, como si los llamara alguna voz no oída. Las voces

de los Vigilantes, diciéndoles que esto es suficiente.

― Cógela. ― Le digo a Peeta. ― Nosotros te cubrimos.

Peeta levanta con cuidado a la morphling y la lleva los últimos pocos metros

hasta la playa mientras Finnick y yo mantenemos nuestras armas preparadas.

Pero salvo por las carcasas naranjas en el suelo, los monos se han ido. Peeta

deja a la morphling en la arena. Yo corto el material sobre su pecho, revelando las

cuatro profundas incisiones punzantes. La sangre sale de ellas lentamente,

haciéndolas parecer mucho menos letales de lo que son. El daño de verdad está

dentro. Por la posición de las aberturas, estoy segura de que la bestia rompió algo

vital, un pulmón, tal vez incluso el corazón.

Está tumbada sobre la arena, jadeando como un pez fuera del agua. Piel

flácida, enfermizamente verde, sus costillas son tan prominentes como las de un

niño muerto por desnutrición. Claro que ella podía permitirse la comida, pero se

echó al morphling igual que Haymitch se echó a la bebida, supongo. Todo en ella

habla de desperdicio―su cuerpo, su vida, la mirada vacante en sus ojos.

Sostengo una de sus manos temblorosas, no sabiendo si se mueve por el veneno

que afectó a nuestros nervios, el shock del ataque, o el síndrome de abstinencia

por la droga que era su sustento. No hay nada que podamos hacer. Nada salvo

quedarnos con ella mientras muere.

― Yo vigilaré los árboles. ― Dice Finnick antes de marcharse. A mí

también me gustaría marcharme, pero ella aferra mi mano con tanta fuerza que

tendría que desasir sus dedos uno a uno, y no tengo la fuerza necesaria para esa

clase de crueldad. Pienso en Rue, cómo tal vez podría cantar una canción o algo.

Pero ni siquiera sé el nombre de la morphling, mucho menos si le gustan las

canciones. Sólo sé que se está muriendo.

Peeta se agacha a su otro lado y le acaricia el pelo. Cuando empieza a

hablar en voz suave, casi no parece tener sentido, pero las palabras no van

dirigidas a mí.

Page 215: los juegos del hambre 2- en llamas

― En casa, con mi maletín de pinturas, puedo hacer todos los colores

imaginables. Rosa. Tan pálido como la piel de un bebé. O tan profundo como el

ruibarbo. Verde como la hierba en primavera. Azul que resplandece como el hielo

sobre el agua. La morphling mira a Peeta a los ojos, aferrándose a sus palabras.

― Una vez, me pasé tres días mezclando pintura hasta que encontré el

tono adecuado de la luz del sol sobre pelaje blanco. Verás, no dejaba de pensar

que era amarillo, pero era mucho más que eso. Capas de todo tipo de colores.

Una por una. ― Dice Peeta. La respiración de morphling se está haciendo más y

más superficial. Su mano libre chapotea en la sangre de su pecho, haciendo esos

círculos pequeños con los que tanto le gustaba pintar.

― Aún no he conseguido un arco iris. Vienen tan rápido y se van tan pronto.

Nunca he tenido tiempo suficiente para capturarlos. Sólo un poco de azul por aquí

o morado por allá. Y después se desvanecen de nuevo. De vuelta al aire. ― Dice

Peeta. La morphling parece fascinada por las palabras de Peeta. Cautivada.

Levanta una mano temblorosa y pinta lo que creo que tal vez sea una flor en la

mejilla de Peeta.

― Gracias. ― Susurra él. ― Es precioso.

Durante un instante, el rostro de la morphling se ilumina con una amplia

sonrisa y hace un pequeño sonido chillón. Después su mano mojada en sangre

cae de nuevo sobre su pecho, suelta un último soplo de aire, y suena el cañón. El

agarre sobre mi mano se afloja. Peeta la lleva en brazos hasta el agua. Regresa y

se sienta a mi lado. La morphling flota hacia la Cornucopia durante un rato,

después aparece el aerodeslizador y baja una garra con cuatro patas, la cubre, la

lleva hacia el cielo nocturno, y se va. Finnick se nos une, su puño lleno de mis

flechas todavía húmedas de sangre de mono. Las deja caer a mi lado en la arena.

― Pensé que las querrías.

― Gracias. ― Digo. Camino hacia el agua y limpio la sangre, de mis armas,

de mis heridas. Para cuando regreso a la selva a recoger algo de musgo con el

que secarlas, todos los cuerpos de los monos se han desvanecido.

― ¿A dónde han ido? ― Pregunto.

― No lo sabemos exactamente. Las viñas se movieron y después se

habían ido. ― Dice Finnick.

Page 216: los juegos del hambre 2- en llamas

Nos quedamos mirando a la selva, entumecidos y exhaustos. En la

tranquilidad, me doy cuenta de que sobre los puntos donde las gotitas de niebla

tocaron mi piel se han formado costras. Han dejado de doler y empezado a picar.

Intento pensar en esto como en una buena señal. De que están curando. Miro a

Peeta, a Finnick, y veo que los dos se están rascando sus caras dañadas. Sí,

incluso la belleza de Finnick se ha estropeado esta noche.

― No os rasquéis. ― Digo, deseando desesperadamente rascarme yo

también. Pero sé que es lo que aconsejaría mi madre. ― Sólo traeréis infección.

¿Creéis que es seguro intentarlo otra vez con el agua?

Nos abrimos camino hasta el árbol que Peeta había estado perforando.

Finnick y yo nos quedamos con las armas listas mientras él mete el spile, pero no

aparece ninguna amenaza. Saciamos nuestra sed, dejamos que el agua tibia corra

por el picor de nuestros cuerpos. Llenamos un puñado de conchas con agua

potable y volvemos a la playa. Aún es de noche, aunque no pueden faltar muchas

horas para el amanecer. A no ser que los Vigilantes lo quieran así.

― ¿Por qué no descansáis un poco vosotros dos? ― Digo. ― Yo montaré

guardia un rato.

― No, Katniss, preferiría hacerlo yo. ― Dice Finnick. Lo miro a los ojos, veo

su cara, y me doy cuenta de que apenas consigue contener las lágrimas. Mags. Lo

menos que puedo hacer es darle privacidad para que llore su muerte.

― Está bien, Finnick, gracias. ― Digo. Me acuesto en la arena con Peeta,

que se duerme al instante. Yo me quedo mirando a la noche, pensando en qué

diferencia supone un día. Cómo ayer por la mañana, Finnick estaba en mi lista

para matar, y ahora estoy dispuesta a dormir con él como mi guarda. Salvó a

Peeta y dejó morir a Mags y no sé por qué. Sólo que nunca podré equilibrar la

balanza entre nosotros. Todo lo que puedo hacer de momento es irme a dormir y

dejar que él llore en paz. Y así hago.

Es media mañana cuando vuelvo a abrir los ojos. Peeta aún está dormido a

mi lado. Sobre nosotros, una estera de hierba suspendida sobre ramas protege

nuestras caras de la luz del sol. Me siento y veo que las manos de Finnick no han

sido perezosas. Dos cuencos entretejidos están llenos de agua fresca. Un tercero

contiene un batiburrillo de mariscos. Finnick está sentado en la arena, abriéndolos

con una piedra.

Page 217: los juegos del hambre 2- en llamas

― Están mejor frescos. ― Dice, arrancando un pedazo de carne rosa de la

concha y metiéndoselo en la boca. Sus ojos todavía están hinchados pero finjo no

darme cuenta. Mi estómago empieza a gruñir ante el olor de comida y cojo uno. La

visión de mis uñas, llenas de sangre, me detiene. Me he estado rascando mientras

dormía.

― Ya sabes, si te rascas traerás infección. ― Dice Finnick.

― Eso es lo que he oído. ― Digo. Voy al agua salada y me limpio la

sangre, intentando decidir qué es lo que odio más, el dolor o el picor. Cuando

estoy llena, voy otra vez a la playa a pisotones, levanto la cabeza, y espeto ― Eh,

Haymitch, si no estás demasiado borracho, no nos vendría nada mal algo para la

piel.

Es casi gracioso lo rápido que aparece el paracaídas sobre mí. Alzo la

mano y el tubo aterriza de lleno en mi mano abierta.

― Ya iba siendo hora. ― Digo, pero no puedo seguir frunciendo el ceño.

Haymitch. Lo que no daría yo por cinco minutos de conversación con él.

Me dejo caer sobre la arena junto a Finnick y desenroscó la tapa del tubo.

Dentro hay un ungüento espeso y oscuro con un olor pungente, una combinación

de alquitrán y agujas de pino. Arrugo la nariz cuando estrujo un pegote de la

medicina sobre mi palma y empiezo a masajearla sobre mi pierna. Un sonido de

placer se escapa de mi boca cuando la cosa erradica el picor. También tiñe mi piel

llena de costras de un horrendo gris verdoso. Mientras empiezo con la otra pierna

le lanzo el tubo a Finnick, que me mira dubitativo.

― Es como si te estuvieras descomponiendo. ― Dice Finnick. Pero

supongo que gana el picor, porque después de un minuto Finnick también

empieza a tratar su propia piel. Es verdad, la visión de la combinación de las

costras y el ungüento es espantosa. No puedo evitar regocijarme en su angustia.

― Pobre Finnick. ¿Es esta la primera vez en tu vida que no estás guapo?

― Digo.

― Debe de ser. La sensación es completamente nueva. ¿Cómo te las has

arreglado todos estos años?

― Tú sólo evita los espejos. Te olvidarás.

Page 218: los juegos del hambre 2- en llamas

― No si sigo mirándote a ti.

Nos embadurnamos de pies a cabeza, incluso turnándonos para frotar el

ungüento en la espalda del otro allí donde las camisetas interiores no protegen

nuestra piel.

― Voy a despertar a Peeta. ― Digo.

― No, espera. ― Dice Finnick. ― Hagámoslo juntos. Pongamos la cara

justo delante de la suya.

Bueno, quedan tan pocas oportunidades de diversión en mi vida, que

accedo. Nos posicionamos uno a cada lado de Peeta, nos inclinamos hacia

delante hasta que nuestras caras están a centímetros de su nariz, y le damos una

ligera sacudida.

― Peeta. Peeta, despierta. ― Digo con una suave voz cantarina. Sus

párpados se levantan y después da un salto como si lo hubiéramos apuñalado.

― ¡Ah!

Finnick y yo caemos en la arena, muriéndonos de risa. Cada vez que

intentamos parar, miramos al intento de Peeta por mantener una expresión

desdeñosa y volvemos a empezar. Para cuando nos recomponemos, estoy

pensando que tal vez Finnick Odair está bien. No tan vanidoso ni tan engreído

como había pensado. No tan malo en absoluto, de verdad. Y justo cuando he

llegado a esta conclusión un paracaídas aterriza junto a nosotros con una hogaza

fresca de pan. Recordando del año pasado cómo los regalos de Haymitch tienen

un mensaje, me apunto una nota. Sed amigos de Finnick. Conseguiréis comida.

Finnick gira el pan en sus manos, examinando la corteza. Un poco posesivamente.

No es necesario. Tiene ese color verde de algas que siempre tiene el pan del

Distrito 4. Todos sabemos que es suyo. Tal vez sólo se está dando cuenda de qué

precioso es, y de que tal vez nunca vuelva a ver otra hogaza. Tal vez algún

recuerdo de Mags está asociado con la corteza. Pero todo lo que dice es:

― Esto irá bien con el marisco.

Mientras yo ayudo a Peeta a cubrirse la piel con el ungüento, Finnick limpia

hábilmente la carne del marisco. Nos juntamos alrededor y comemos la deliciosa

carne dulce con el pan salado del Distrito 4.

Page 219: los juegos del hambre 2- en llamas

Todos tenemos una apariencia monstruosa―el ungüento parece estar

haciendo que algunas de las costras se desprendan―pero me alegro por la

medicina. No sólo porque proporciona un alivio del picor, sino porque también

sirve de protección contra ese sol blanco fulgurante en el cielo rosa. Por su

posición, estimo que deben de ser las diez en punto, que hemos estado en la

arena aproximadamente un día. Once de nosotros están muertos. Trece vivos. En

algún sitio en la selva, se esconden otros diez. Tres o cuatro son los

Profesionales. No me siento por la labor de intentar recordar quiénes son los otros.

Para mí, la selva ha pasado rápidamente de ser un lugar de protección a una

trampa siniestra. Sé que en algún momento nos veremos obligados a retornar a

sus profundidades, ya sea para cazar o para ser cazados, pero de momento tengo

pensado que nos quedemos en nuestra pequeña playa. Y no oigo que Peeta o

Finnick sugieran que hagamos de otro modo. Durante un rato la selva parece casi

estática, zumbando, vibrando, pero no haciendo alarde de sus peligros. Después,

de la distancia, llegan gritos. Enfrente a nosotros, una cuña de la selva empieza a

vibrar. Una inmensa ola aparece en la cumbre de la colina, por encima de los

árboles y bajando estruendosamente por la pendiente. Golpea la existente agua

salada con semejante fuerza que, incluso aunque nosotros estamos tan lejos de

ella como podemos, la espuma sube y nos llega hasta las rodillas, poniendo a flote

nuestras posesiones. Entre los tres nos las arreglamos para cogerlo todo antes de

que se lo lleve el agua, excepto nuestros monos llenos de sustancias químicas,

que están tan destrozados que a nadie le importa si los perdemos.

Suena un cañón. Vemos el aerodeslizador aparecer sobre el área donde

empezó la ola y arrancar un cuerpo de entre los árboles. Doce, pienso.

El círculo de agua se calma lentamente, habiendo absorbido la ola gigante.

Recolocamos nuestras cosas de nuevo sobre la arena húmeda y estamos a punto

de asentarnos cuando las veo. Tres figuras, a unos dos radios de distancia,

andando a trompicones hacia la playa.

― Allí. ― Digo en voz baja, asintiendo en dirección a los recién llegados.

Peeta y Finnick siguen mi mirada. Como si por un acuerdo previo, todos volvemos

a desaparecer entre las sombras de la selva.

El trío está en mala forma―puedes verlo al instante. Uno está siendo

prácticamente arrastrado por un segundo, y el tercero vaga en círculos, como si

estuviera loco. Están cubiertos de un intenso color rojo, como si hubieran sido

cubiertos de pintura y puestos a secar.

Page 220: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿Quiénes son esos? ― Pregunta Peeta. ― ¿O qué? ¿Mutaciones?

Preparo una flecha, lista para un ataque. Pero todo lo que pasa es que el que está

siendo arrastrado se desploma sobre la playa. El que lo arrastraba golpea el suelo

con frustración y, en un aparente arrebato, se da la vuelta y le da una buena

sacudida al loco que daba vueltas. El rostro de Finnick se ilumina.

― ¡Johanna! ―Grita, y corre hacia las cosas rojas.

― ¡Finnick! ― Oigo responder a la voz de Johanna.

Intercambio una mirada con Peeta.

― ¿Ahora qué? ― Pregunto.

― No podemos dejar a Finnick. ― Dice.

― Supongo que no. Vamos, entonces. ― Digo en tono rezongón, porque

incluso si hubiera tenido una lista de aliados, Johanna Mason definitivamente no

habría estado en ella. Los dos juntos bajamos por la playa hasta donde Finnick y

Johanna acaban de reencontrarse. Cuando nos acercamos, veo a sus

compañeros, y me lleno de confusión. Ese es Beetee sobre el suelo bocarriba y

Wiress, que vuelve a estar de pie, sigue dando vueltas. ― Tiene a Wiress y

Beetee.

― ¿Nuts y Volts? ― Dice Peeta, igualmente intrigado. ― Tengo que oír ya

qué es lo que ha pasado.

Cuando los alcanzamos, Johanna está gesticulando hacia la selva y

hablando muy rápido con Finnick.

― Pensamos que era lluvia, ya sabes, por los rayos, y estábamos todos

muertos de sed. Pero cuando empezó a caer, resultó ser sangre. Sangre espesa y

caliente. No podías ver, no podías hablar sin llenarte la boca. No podíamos hacer

más que andar a trompicones por ahí, y fue entonces cuando Blight golpeó el

campo de fuerza. (NdT: blight significa plaga)

― Lo siento, Johanna. ― Dice Finnick. Me lleva un momento situar a Blight.

Creo que era el compañero de Johanna del Distrito 7, pero apenas si recuerdo

verlo. Ahora que lo pienso, creo que ni siquiera apareció por el entrenamiento.

Page 221: los juegos del hambre 2- en llamas

― Sí, bueno, no era mucho, pero era de casa. ― Dice ella. ― Y me dejó

sola con estos dos.

― Le da un empujoncito a Beetee, que apenas si está consciente, con el

zapato. ― Él recibió una cuchillada en la espalda en la Cornucopia. Y ella . . .

Todos nos volvemos hacia Wiress, que está dando vueltas, cubierta de

sangre seca, y murmurando:

― Tic, tac. Tic, tac.

― Sí, lo sabemos. Tic, tac. Nuts está en shock. ― Dice Johanna. Esto

parece atraer a Nuts en su dirección y después se echa sobre Johanna, que la tira

con dureza a la arena. ― Tú sólo quédate abajo, ¿sí?

― Déjala en paz. ― Espeto.

Johanna me mira con odio con los ojos convertidos en dos finas ranuras.

― ¿Déjala en paz? ― Sisea. Da un paso hacia delante antes de que yo

pueda reaccionar y me da un bofetón tal que veo las estrellas. ― ¿Quién te crees

tú que los sacó de esa selva sangrante para ti? Tú . . . ― Finnick se lanza su

cuerpo, que no deja de retorcerse, sobre el hombro, y la lleva al agua y la sumerge

repetidamente mientras ella me grita un montón de cosas muy insultantes. Pero no

disparo. Porque está con Finnick y por lo que dijo, de cogerlos para mí.

― ¿Qué quería decir? ¿Que los cogió para mí? ― Le pregunto a Peeta.

― No lo sé. Pero sí que los querías originalmente. ― Me recuerda.

― Sí, los quería. Originalmente. ― Pero eso no responde nada. Bajo la

vista al cuerpo inerte de Beetee. ― Pero no los tendré mucho tiempo a no ser que

hagamos algo. Peeta levanta a Beetee en brazos y yo cojo a Wiress de la mano y

volvemos a nuestro pequeño campamento de la playa. Siento a Wiress en la orilla

para que se pueda lavar un poco, pero ella sólo cierra con fuerza las manos y de

vez en cuando murmura “Tic, tac.”

Desabrocho el cinturón de Beetee y encuentro unido un pesado cilindro

metálico al lateral con una cuerda de viñas. No sé lo que es, pero si él pensaba

que valía la pena salvarlo, no seré yo quien lo pierda. Lo lanzo sobre la arena. Las

ropas de Beetee están pegadas a él con sangre, así que Peeta lo sostiene en el

Page 222: los juegos del hambre 2- en llamas

agua mientras yo las aflojo. Lleva un rato sacar el mono, y cuando encontramos su

ropa interior también está saturada de sangre. No hay más opción que desnudarlo

para limpiarlo, pero tengo que decir que esto ya no me impresiona tanto como

antes. Este año la mesa de nuestra cocina ha estado llena de tantos hombres

desnudos. Se puede decir que te acostumbras después de un tiempo.

Colocamos en el suelo la estera de Finnick y tumbamos a Beetee sobre el

estómago para poder examinarle la espalda. Hay un tajo de unos quince

centímetros de largo desde su omóplato hasta por debajo de las costillas.

Afortunadamente no es muy profundo. Sin embargo, perdió un montón de

sangre―lo puedes ver por la palidez de su piel―y aún está manándole de la

herida.

Me siento sobre los talones, intentando pensar. ¿Qué tengo para trabajar?

¿Agua salada? Me siento como mi madre cuando su primera línea de defensa

para tratarlo todo era nieve. Miro hacia la selva. Me apuesto que habría toda una

farmacia allí si sólo supiera cómo usarla. Pero estas no son mis plantas. Después

pienso en el musgo que Mags me dio para sonarme la nariz.

― Ahora mismo vuelvo. ― Le digo a Peeta. Afortunadamente la cosa

parece ser bastante común en la selva. Arranco un puñado de los árboles

cercanos y lo llevo de nuevo a la selva. Formo una almohadilla gruesa con el

musgo, la coloco sobre el corte de Beetee, y lo aseguro atándole viñas alrededor

del cuerpo. Hacemos que beba algo de agua y después lo llevamos hasta la

sombra en el borde de la selva.

― Creo que eso es todo lo que podemos hacer. ― Digo.

― Está bien. Eres buena con esto de curar. ― Dice él. ― Lo llevas en la

sangre.

― No. ― Digo, sacudiendo la cabeza. ― Yo heredé la sangre de mi padre.

― La clase que se acelera durante una cacería, no una epidemia. ― Voy a ver a

Wiress. Tomo un puñado del musgo para usar como trapo y voy junto a Wiress en

la orilla. No se resiste cuando le saco la ropa, cuando froto la sangre de su piel.

Pero sus ojos están dilatados de miedo, y cuando hablo, no responde excepto

para decir, con una urgencia en aumento:

“Tic, tac.” Parece estar intentando decirme algo, pero sin Beetee para

explicar sus pensamientos, no consigo entender.

Page 223: los juegos del hambre 2- en llamas

― Sí, tic, tac. Tic, tac. ― Digo. Esto parece calmarla un poco. Lavo su

mono hasta que casi no queda rastro de sangre, y la ayudo a ponérselo de nuevo.

No está dañado como estaban los nuestros. Su cinturón está bien, así que

también se lo abrocho. Después coloco su ropa interior, junto a la de Beetee, bajo

unas rocas, y dejo que se empape bien. Para cuando he aclarado el mono de

Beetee, una reluciente Johanna y un Finnick en proceso de descamación se nos

han unido. Johanna bebe agua a grandes tragos y se atiborra de marisco mientras

yo intento que Wiress coma algo. Finnick habla de la niebla y los monos con una

voz distante, casi clínica, evitando el detalle más importante de la historia. Todos

se ofrecen a montar guardia mientras los demás descansan, pero al final, somos

Johanna y yo quienes nos quedamos despiertas. Yo porque estoy muy

descansada, ella porque simplemente se niega a acostarse. Las dos nos

sentamos en silencio en la playa hasta que los demás se han dormido.

Johanna mira a Finnick, para asegurarse, después se vuelve hacia mí.

― ¿Cómo perdisteis a Mags?

― En la niebla. Finnick tenía a Peeta. Yo tuve a Mags durante un tiempo.

Después no podía levantarla. Finnick dijo que no podía con los dos. Ella lo besó y

caminó derecha hacia el veneno.

― Era la mentora de Finnick, ya lo sabes. ― Dice Johanna, acusadora.

― No, no lo sabía. ― Digo yo.

― Era la mitad de su familia. ― Dice un momento después, pero hay

menos veneno en su voz.

Miramos el agua chocar contra la ropa interior.

― Así que ¿qué estabas haciendo tú con Nuts y Volts? ― Pregunto.

― Te lo he dicho, los cogí para ti. Haymitch dijo que si íbamos a ser aliadas

tenía que traértelos ― Dice Johanna. ― Eso es lo que le dijiste, ¿verdad? No,

pienso. Pero asiento con la cabeza.

― Gracias. Aprecio el gesto.

Page 224: los juegos del hambre 2- en llamas

― Eso espero. ― Me dedica una mirada llena de odio, como si yo fuera la

carga más pesada posible en su vida. Me pregunto si es así cómo se siente el

tener una hermana mayor que te odia de verdad.

― Tic, tac. ― Oigo detrás de mí. Me giro y veo que Wiress ha gateado

hasta aquí. Sus ojos están enfocados en la selva.

― Oh, Señor, aquí vuelve. Vale, me voy a dormir. Tú y Nuts podéis montar

guardia juntas.

― Dice Johanna. Se marcha y se echa al lado de Finnick.

― Tic, tac. ― Susurra Wiress. La guío delante de mí y hago que se tumbe,

acariciándole el brazo para tranquilizarla. Se duerme, removiéndose con inquietud,

de vez en cuando suspirando su frase. ― Tic, tac.

El sol se alza en el cielo hasta que está directamente sobre nosotros. Debe

de ser mediodía, pienso sin prestarle mucha atención. No es que eso importe. Al

otro lado del agua, hacia la derecha, veo el inmenso fogonazo cuando el rayo

golpea el árbol y la tormenta eléctrica empieza de nuevo. Justo en la misma área

que anoche. Alguien debe de haber entrado en su zona, apretando el gatillo de su

ataque. Me siento durante un rato mirando los rayos, manteniendo a Wiress

tranquila, acunada a algo parecido a la paz por el movimiento del agua. Pienso en

anoche, cómo los relámpagos empezaron justo después de las campanadas.

― Tic, tac. ― Dice Wiress, resurgiendo a la consciencia durante un

momento y después volviendo a sumergirse.

Doce campanadas anoche. Como si fuera medianoche. Después

relámpagos. El sol arriba ahora. Como si fuera mediodía. Y relámpagos.

Lentamente me levanto y escaneo toda la arena. Los relámpagos allí. En la

siguiente cuña vino la lluvia de sangre, donde quedaron atrapados Johanna,

Wiress y Beetee. Nosotros habríamos estado en la tercera sección, justo al lado

de esa, donde apareció la niebla. Y tan pronto como fue absorbida, los monos

empezaron a reunirse en la cuarta. Tic, tac. Giro la cabeza al otro lado. Hace un

par de horas, a eso de las diez, esa ola vino de la segunda sección a la izquierda

de donde atacan ahora los relámpagos. A mediodía. A medianoche. A mediodía.

Page 225: los juegos del hambre 2- en llamas

― Tic, tac. ― Dice Wiress entre sueños. Mientras los rayos cesan y

empieza la lluvia de sangre justo a su derecha, sus palabras cobran sentido de

pronto.

― Oh. ― Digo en voz baja. ― Tic, tac. ― Mis ojos barren el círculo

completo de la arena y sé que tiene razón. ― Tic, tac. Esto es un reloj.

Un reloj. Casi puedo oír a las manecillas haciendo tictac en la esfera de

doce secciones de la arena. Cada hora empieza un nuevo horror, una nueva arma

de los Vigilantes, y termina el anterior. Rayos, lluvia de sangre, niebla,

monos―esas son las primeras cuatro horas del reloj. Y a las diez, la ola. No sé lo

que pasa en las otras siete, pero sé que Wiress tiene razón. De momento, la lluvia

de sangre está cayendo y estamos en la playa por debajo del segmento de los

monos, demasiado cerca de la niebla para mi gusto. ¿Se quedan los diversos

ataques dentro de los confines de la selva? No necesariamente. La ola no lo hizo.

Si esa niebla sale de la selva, o si vuelven los monos . . .

― Levantaos. ― Ordeno, sacudiendo a Peeta y a Finnick y a Johanna para

que se despierten. ― Levantaos, tenemos que movernos. ― Sin embargo, hay

tiempo suficiente para explicarles la teoría del reloj. Sobre los tictacs de Wiress y

cómo los movimientos de las manecillas invisibles pulsan el gatillo de una fuerza

mortal en cada sección. Creo que he convencido a todos los que están

conscientes excepto a Johanna, que se opone naturalmente a que le guste nada

que yo proponga. Pero incluso ella está de acuerdo en que más vale prevenir que

lamentar.

Mientras los otros recogen nuestras escasas posesiones y vuelven a meter

a Beetee en su mono, despierto a Wiress. Ella se despierta con un “¡Tic, tac!”

cargado de pánico.

― Sí, tic, tac, la arena es un reloj. Es un reloj, Wiress, tenías razón. ― Digo.

― Tenías razón. EL alivio inunda su expresión―supongo que es porque alguien

ha entendido por fin lo que ella ha sabido probablemente desde las primeras

campanadas.

― Medianoche.

― Empieza a medianoche. ― Confirmo.

Un recuerdo lucha por resurgir a la superficie de mi cerebro. Veo un reloj.

No, es un reloj de bolsillo, descansando sobre la palma de Plutarch Heavensbee.

Page 226: los juegos del hambre 2- en llamas

“Empieza a medianoche,” había dicho Plutarch. Y después mi sinsajo apareció

brevemente y se desvaneció. En retrospectiva, es como si me estuviera dando

una pista sobre la arena. Pero ¿por qué iba a hacerlo? En el momento, yo no era

más un tributo en estos Juegos de lo que lo era él. Tal vez pensara que me

ayudaría como mentora. O tal vez este había sido el plan desde el principio.

Wiress asiente en dirección a la lluvia de sangre.

― Una y media. ― Dice.

― Exactamente. Una y media. Y a las dos, una terrible niebla venenosa

empieza allí. ― Digo, señalando a la selva cercana. ― Así que ahora tenemos

que ir a un lugar seguro. ―

Sonríe y se levanta obedientemente. ― ¿Tienes sed? ― Le paso el cuenco

entretejido y ella bebe alrededor de una cuarta parte. Finnick le da el último trozo

de pan y ella lo devora a grandes mordiscos. Con la incapacidad para

comunicarse superada, es funcional de nuevo. Reviso mis armas. Ato el spile y el

tubo de medicina en el paracaídas y los engancho a mi cinturón con la viña.

Beetee aún está bastante fuera de juego, pero cuando Peeta intenta

levantarlo, objeta.

― Cable. ― Dice. (NdT: tal y como escribí hace tiempo, wire significa cable)

― Está justo aquí. ― Le dice Peeta. ― Wiress está bien. Ella también

viene. Pero Beetee aún protesta.

― Cable. ― Insiste.

― Oh, sé a lo que se refiere. ― Dice Johanna con impaciencia. Cruza la

playa y recoge el cilindro que sacamos de su cinturón cuando lo bañábamos. Está

cubierto en una gruesa capa de sangre coagulada. ― Esta cosa estúpida. Es

algún tipo de cable o algo. Así es como consiguió que le cortaran. Corriendo a la

Cornucopia para coger esto. No sé qué tipo de arma se supone que es. Supongo

que podrías sacar un pedazo y usarlo como garrote o algo. Pero de verdad, ¿te

puedes imaginar a Beetee agarrotando a nadie?

― Ganó sus Juegos con cable. Colocando una trampa eléctrica. ― Dice

Peeta. ― Es la mejor arma que podría tener.

Page 227: los juegos del hambre 2- en llamas

Hay algo extraño en cómo Johanna no relacionó esto. Algo que no parece

del todo cierto. Sospechoso.

― Parecía que lo habías averiguado. ― Digo yo. ― Ya que lo apodaste

Volts y eso. Los ojos de Johanna se estrechan ante mí peligrosamente.

― Sí, eso fue muy estúpido por mi parte, ¿verdad? ― Dice. ― Supongo

que debí de distraerme mientras mantenía a tus amiguitos con vida. Mientras tú

estabas . . . ¿cómo era?

¿Consiguiendo matar a Mags?

Mis dedos se aprietan sobre la empuñadura del cuchillo en mi cinturón.

― Adelante. Inténtalo. No me importa si estás preñada. Te rebanaré la

garganta. ― Dice Johanna.

Sé que no puedo matarla justo ahora. Pero sólo es cuestión de tiempo con

Johanna y conmigo. Antes de que una de las dos termine con la otra.

― Tal vez deberíamos tener todos cuidado por dónde pisamos. ― Dice

Finnick, lanzándome una mirada significativa. Toma el rollo y lo deja sobre el

pecho de Beetee. ― Aquí está tu cable, Volts. Vigila donde lo enchufas.

Peeta recoge a Beetee, que ahora no opone resistencia.

― ¿Adónde?

― Me gustaría ir a la Cornucopia a mirar. Sólo para asegurarnos de que

tenemos razón con el reloj. ― Dice Finnick. Parece tan buen plan como cualquier

otro. Además, no me importaría tener la oportunidad de poder revisar otra vez las

armas. Y ahora somos seis. Incluso si no cuentas a Wiress y Beetee, tenemos

cuatro buenos luchadores. Es tan diferente de donde estaba el año pasado en

este punto, haciéndolo todo yo sola. Sí, está genial tener aliados mientras ignores

la idea de que tendrás que matarlos.

Beetee y Wiress probablemente encontrarán la forma de morir ellos solos.

Si tenemos que huir de algo, ¿hasta dónde llegarían ellos? A Johanna,

francamente, podría matarla con facilidad cuando llegara el momento de proteger

a Peeta. O tal vez incluso sólo para hacer que se calle. Lo que necesito de verdad

es que alguien termine con Finnick por mí, ya que no creo poder hacerlo

Page 228: los juegos del hambre 2- en llamas

personalmente. No después de todo lo que ha hecho por Peeta. Pienso en meterlo

en algún tipo de encuentro con los Profesionales. Es frío, lo sé. Pero ¿cuáles son

mis opciones? Ahora que sabemos lo del reloj, probablemente no morirá en la

selva, así que alguien tendrá que matarlo en una batalla.

Porque esto es algo muy repelente en lo que pensar, mi mente trata

frenéticamente de cambiar de tema. Pero lo único que me distrae de mi situación

presente es fantasear sobre matar al Presidente Snow. Supongo que no son unos

sueños muy bonitos para una chica de diecisiete años, pero son muy

satisfactorios.

Caminamos por la banda de arena más cercana, aproximándonos a la

Cornucopia con cuidado, por si acaso los Profesionales están escondidos allí.

Dudo que lo estén, porque hemos estado en la playa durante horas y no ha habido

señales de vida. El área está abandonada, tal y como esperaba. Sólo el gran

cuerno dorado y la pila medio vacía de armas siguen allí. Cuando Peeta deja a

Beetee sobre la escasa arena que proporciona la Cornucopia, este llama a Wiress.

Ella se agacha a su lado y él pone el rollo de cable en sus manos.

― Límpialo, ¿sí? ― Le pide.

Wiress asiente y corretea hacia la orilla, donde mete el rollo en el agua.

Empieza a cantar en voz baja una cancioncilla divertida, sobre un ratón corriendo

por un reloj. Debe de ser para niños, pero parece alegrarla.

― Oh, la canción otra vez no. ― Dice Johanna, poniendo los ojos en

blanco. ― Eso siguió horas y horas anoche antes de que empezara con el tictac.

De repente Wiress se yergue muy derecha y señala a la selva.

― Dos. ― Dice.

Sigo su dedo hacia donde la pared de niebla acaba de empezar a

extenderse hacia la playa.

― Sí, mirad. Wiress tiene razón. Son las dos en punto y ha empezado la

niebla.

― Como un trabajo de relojería. ― Dice Peeta. ― Fuiste muy lista por

averiguar eso, Wiress.

Page 229: los juegos del hambre 2- en llamas

Wiress sonríe y vuelve a cantar y a remojar el rollo.

― Oh, es más que lista. ― Dice Beetee. ― Es intuitiva. ― Todos nos

giramos hacia Beetee, que parece estar volviendo a la vida. ― Puede sentir cosas

antes que nadie más. Como un canario en una de vuestras minas de carbón.

― ¿Qué es eso? ― Me pregunta Finnick.

― Es un pájaro que llevamos abajo a las minas para avisarnos de si hay

mal aire. ― Digo.

― ¿Qué hace, morir? ― Pregunta Johanna.

― Primero deja de cantar. Es entonces cuando deberías salir. Pero si el

aire es muy malo, se muere, sí. Y tú también. ― No quiero hablar de pájaros

cantores muriéndose. Traen recuerdos de la muerte de mi padre y de la muerte de

Rue y de la muerte de Maysilee Donner y de mi madre heredando su pájaro

cantor. Oh, genial, y ahora estoy pensando en Gale, allá en la profundidad de esa

horrible mina, con la amenaza del Presidente Snow pendiendo sobre su cabeza.

Tan fácil hacerlo parecer un accidente allí abajo. Un canario silencioso, una

chispa, y nada más.

Vuelvo a imaginar matar al presidente.

A pesar de su molestia por Wiress, Johanna está tan contenta como la he

visto nunca en la arena. Mientras yo estoy ampliando mi almacén de flechas, ella

hurga por ahí hasta que sale con un par de hachas de aspecto letal. Parece una

elección extraña hasta que la veo lanzar una con tal fuerza que se clava en el oro

suave de la Cornucopia. Por supuesto. Johanna Mason. Distrito 7. Madera. Me

apuesto a que ha estado lanzando hachas por ahí desde que aprendió a gatear.

Es como Finnick con su tridente. O Beetee con su cable. Rue con su conocimiento

de las plantas. Me doy cuenta de que no es más que otra desventaja a la que se

han enfrentado los tributos del Distrito 12 a lo largo de los años. No bajamos a las

minas hasta cumplir los dieciocho. Parece que la mayoría de los otros tributos

aprenden algo de su industria más pronto. Hay cosas que haces en una mina que

podrían ser útiles en los Juegos. Blandir un pico. Explotar cosas. Darte una

posibilidad. Igual que hizo mi caza. Pero las aprendemos demasiado tarde.

Mientras yo estaba hurgando en las armas, Peeta ha estado agachado en

el suelo, dibujando algo con la punta de su cuchillo en una hoja grande y suave

que trajo de la selva. Miro por encima de su hombro y veo que está creando un

Page 230: los juegos del hambre 2- en llamas

mapa de la arena. En el centro está la Cornucopia en su círculo de arena con las

doce bandas saliendo de ella. Parece una tarta cortada en doce cuñas iguales.

Hay otro círculo representando la línea del agua y uno un poco más grande

indicando el límite de la playa.

― Mira cómo está posicionada la Cornucopia. ― Me dice.

Examino la Cornucopia y veo a qué se refiere.

― La cola apunta a las doce en punto. ― Digo.

― Exacto, así que esta es la parte alta de nuestro reloj. ― Dice, y rasca

rápidamente los números del uno al doce alrededor de la esfera del reloj. ― De las

doce a la una está la zona de los rayos. ― Escribe rayos con letra pequeña en la

cuña correspondiente, después sigue en sentido de las agujas del reloj añadiendo

sangre, niebla y monos en las secciones siguientes.

― Y de diez a once es la ola. ― Digo. La añade. En este punto se nos unen

Finnick y Johanna, armados hasta los dientes con tridentes, hachas y cuchillos.

― ¿Notasteis algo inusual en las otras? ― Les pregunto a Johanna y a

Beetee, ya que tal vez hayan visto algo que nosotros no. Pero todo lo que han

visto es un montón de sangre. ―

Supongo que podrían contener cualquier cosa.

― Voy a marcar esas donde sabemos que el arma de los Vigilantes nos

persigue más allá de la selva, para mantenernos alejados de esas. ― Dice Peeta,

dibujando líneas en diagonal en las playas de la niebla y la ola. Después se echa

atrás. ― Bueno, es mucho más de lo que sabíamos por la mañana, en cualquier

caso.

Todos asentimos, y es entonces cuando lo percibo. El silencio. Nuestro

canario ha dejado de cantar.

No espero. Cargo una flecha y cuando me doy la vuelta veo de reojo a un

Gloss chorreante dejando caer al suelo a Wiress, su garganta cercenada en una

brillante sonrisa roja. La punta de mi flecha desaparece en su sien derecha, y en el

instante que me lleva recargar, Johanna ha enterrado la hoja de un hacha en el

pecho de Cashmere. Finnick aparta una lanza que Brutus le lanza a Peeta y recibe

el cuchillo de Enobaria en el muslo. Si no estuviera la Cornucopia para cubrirse

Page 231: los juegos del hambre 2- en llamas

detrás, estarían muertos, los dos tributos del Distrito 2. Salgo despedida en pos de

ellos. ¡Boom! ¡Boom! ¡Boom! El cañón confirma que no hay forma de ayudar a

Wiress, que no hay necesidad de rematar a Gloss ni a Cashmere. Mis aliados y yo

estamos rodeando el cuerno, empezando a darles caza a Brutus y Enobaria, que

están corriendo por una banda de arena hacia la selva.

De repente el suelo da un salto debajo de mis pies y caigo de lado sobre la

arena. El círculo de tierra que contiene la Cornucopia empieza a girar rápido, muy

rápido, y puedo ver pasar la selva en un borrón. Siento la fuerza centrífuga

llevarme hacia el agua y entierro mis manos y pies en la arena, intentando

encontrar algo de firmeza en el suelo inestable. Entre la arena voladora y el

mareo, tengo que cerrar con fuerza los ojos. Literalmente no hay nada que pueda

hacer salvo sujetarme hasta que, sin deceleración ninguna, paramos de repente.

Tosiendo y con el estómago revuelto, me siento lentamente para descubrir que

mis compañeros están en la misma condición. Finnick, Johanna y Peeta se han

sujetado. Los tres cadáveres han sido arrojados al agua salada.

Toda la cosa, desde echar en falta la canción de Wiress hasta ahora, no

puede haber pasado en más de un minuto o dos. Nos quedamos allí sentados

jadeando, apartándonos la arena de la boca.

― ¿Dónde está Volts? ― Dice Johanna. Estamos en pie. Un círculo

tambaleante alrededor de la Cornucopia confirma que ya no está. Finnick lo ve a

unos veinte metros en el agua, apenas logrando mantenerse a flote, y nada para

traerlo de vuelta. Es entonces cuando recuerdo el cable y lo importante que era

para él. Miro a mi alrededor frenéticamente. ¿Dónde está? ¿Dónde está? Y

entonces lo veo, aún aferrado en las manos de Wiress, muy lejos en el agua. Mi

estómago da un vuelco ante lo que tengo que hacer ahora.

― Cubridme. ― Les digo a los otros. Lanzo a un lado mis armas y corro

hacia el brazo de arena más cerca de su cuerpo. Sin aminorar el paso, me lanzo al

agua y voy hacia ella. Por el rabillo del ojo, puedo ver el aerodeslizador

apareciendo sobre nosotros, la garra empezando a descender para llevársela.

Pero no me detengo. Sólo sigo nadando tan rápido como puedo y acabo chocando

contra su cuerpo. Salgo a la superficie jadeando, intentando evitar tragar el agua

ensangrentada que sale de la herida abierta de su cuello. Está flotando sobre la

espalda, sostenida por su cinturón y por la muerte, mirando al implacable sol.

Mientras me mantengo sobre el agua, tengo que luchar para sacar el rollo de

cable de sus dedos, porque su agarre final sobre él es muy fuerte. No hay nada

que pueda hacer salvo cerrarle los párpados, susurrar adiós, y alejarme a nado.

Para cuando dejo el rollo en la arena y salgo del agua, su cuerpo ya no está. Pero

Page 232: los juegos del hambre 2- en llamas

todavía puedo notar el sabor de su sangre mezclada con el agua de mar. Voy de

regreso a la Cornucopia. Finnick ha traído a Beetee de vuelta con vida, aunque

todo empapado, y está sentado y tosiendo agua. Tuvo el sentido común de

aferrarse a sus gafas, así que por lo menos puede ver. Coloco el rollo de cable

sobre su regazo. Está reluciente, no queda nada de sangre. Desenreda un trozo

de cable y la desliza entre sus dedos. Por primera vez lo veo, y no es como ningún

cable que conozca. De color oro pálido y del grosor de un cabello. Me pregunto

cómo es de largo. Debe de haber kilómetros de la cosa para llenar el gran carrete.

Pero no pregunto, porque sé que está pensando en Wiress. Miro a los rostros

sobrios de los demás. Ahora Finnick, Beetee y Johanna han perdido los tres a sus

compañeros de distrito. Voy hacia Peeta y lo rodeo con los brazos, y durante un

rato estamos todos en silencio.

― Salgamos de esta isla apestosa. ― Dice Johanna al fin. Ahora sólo está

la cuestión de nuestras armas, que por lo general hemos retenido.

Afortunadamente las viñas aquí son fuertes y tanto el spile como el tubo de

medicina envuelto en el paracaídas todavía están unidos con seguridad a mi

cinturón. Finnick se saca la camiseta interior y la ata alrededor de la herida que el

cuchillo de Enobaria hizo en su muslo; no es profundo. Beetee cree que ahora

puede andar, si vamos lentamente, así que lo ayudo a levantarse. Decidimos ir a

la playa de las doce en punto. Eso debería proporcionar horas de calma y

mantenernos alejados de cualquier residuo venenoso. Y entonces Peeta, Johanna

y Finnick salen los tres en tres direcciones distintas.

― Doce en punto, ¿verdad? ― Dice Peeta. ― La cola apunta a las doce.

― Antes de que nos dieran vueltas. ― Dice Finnick. ― Yo estaba juzgando

por el sol.

― El sol sólo te dice que son alrededor de las cuatro, Finnick. ― Digo yo.

― Deben de ser después de las cuatro, si la niebla ha parado. ― Apunta

Johanna.

― A no ser que la cortaran cuando nos dieron vueltas. ― Dice Beetee. ―

Creo que sé lo que Katniss quiere decir, saber la hora no quiere decir que sepas

necesariamente dónde están las cuatro en el reloj. Tal vez tengas una idea

general de la dirección. A no ser que consideres que quizás hayan cambiado

también el círculo externo de la selva. No, lo que Katniss quería decir era mucho

más básico. Beetee ha articulado una teoría mucho más allá de mi comentario

Page 233: los juegos del hambre 2- en llamas

sobre el sol. Pero yo sólo asiento con la cabeza como si esa hubiera sido mi idea

desde el principio.

― Sí, así que cualquiera de estos caminos podría llevarnos a las doce en

punto. ― Digo. Giramos alrededor de la Cornucopia, escrudiñando la selva. Tiene

una uniformidad sorprendente. Recuerdo el árbol alto que recibió el primer rayo a

las doce en punto, pero cada sector tiene un árbol similar. Johanna piensa en

seguir las huellas de Enobaria y Brutus, pero o bien han sido borradas por el

viento o por el agua.

― Nunca debí haber mencionado el reloj. ― Digo amargamente. ― Ahora

también han quitado esa ventaja.

― Sólo temporalmente. ― Dice Beetee. ― A las diez, veremos la ola de

nuevo y estaremos de nuevo al tanto.

― Sí, no pueden rediseñar toda la arena. ― Dice Peeta.

― No importa. ― Dice Johanna con impaciencia. ― Tenías que decírnoslo

o nunca habríamos movido el campamento en primer lugar, descerebrada. ―

Irónicamente, su respuesta lógica, si bien degradante, es la única que me

reconforta. Sí, tenía que decírselo para que se movieran. ― Vamos, necesito

agua. ¿Alguien tiene un buen instinto? Elegimos al azar un camino y lo tomamos,

sin tener ni idea del número al que nos dirigimos. Cuando llegamos a la selva,

miramos dentro, intentando descifrar qué es lo que puede estar esperando en el

interior.

― Bueno, debe de ser la hora de los monos. Y no veo ninguno aquí. ―

Dice Peeta. ― Voy a intentar abrir un grifo en un árbol.

―No, es mi turno. ― Dice Finnick.

― Por lo menos te cubriré. ― Dice Peeta.

― Katniss puede hacerlo. ― Dice Johanna. ― Necesitamos que hagas otro

mapa. El otro se lo llevó el agua. ― Arranca una hoja grande de un árbol y se la

entrega. Durante un momento, sospecho que están intentando dividirnos y

matarnos. Pero no tiene sentido. Yo tendré ventaja sobre Finnick si él está lidiando

con el árbol y Peeta es mucho más grande que Johanna. Así que sigo a Finnick

unos quince metros selva adentro, donde él encuentra un buen árbol y empieza a

apuñalarlo para hacer un agujero con su cuchillo. Mientras estoy ahí de pie, con

Page 234: los juegos del hambre 2- en llamas

las armas listas, no puedo deshacerme de la sensación extraña de que está

pasando algo y que tiene que ver con Peeta. Retrocedo por nuestros pasos, desde

el momento en que sonó el gong, buscando la fuerte de mi incomodidad. Finnick

sacando a Peeta de su plataforma metálica. Finnick resucitando a Peeta después

de que el campo de fuerza parara su corazón. Mags corriendo hacia la niebla para

que Finnick pudiera llevar a Peeta. La morphling lanzándose delante de él para

bloquear el ataque del mono. La lucha con los Profesionales fue muy rápida, pero

¿no impidió Finnick que la lanza de Brutus golpeara a Peeta incluso aunque eso

significara recibir el cuchillo de Enobaria en su pierna? E incluso ahora Johanna lo

tiene dibujando un mapa en una hoja en vez de estar poniéndose en peligro en la

selva . . .

No hay cuestión sobre ello. Por razones que no puedo alcanzar a

comprender, algunos de los otros vencedores están intentando mantenerlo con

vida, incluso aunque eso suponga sacrificarse a sí mismos.

Estoy anonadada. Por una parte, ese es mi trabajo. Por otra parte, eso no

tiene sentido. Sólo uno de nosotros puede salir de aquí. Así que ¿por qué han

elegido proteger a Peeta?

¿Qué ha podido decirles Haymitch, con qué ha comerciado para hacer que

pongan la vida de Peeta por encima de las suyas propias?

Sé mis propias razones para mantener vivo a Peeta. Es mi amigo, y esta es

mi forma de desafiar al Capitolio, para minar sus terribles Juegos. Pero si no

tuviera lazos de verdad con él,

¿qué me haría querer salvarlo, elegirlo a él por encima de mí misma?

Ciertamente es valiente, pero todos hemos sido lo suficientemente valientes para

ganar los Juegos. Está esa cualidad por el bien que es difícil pasar por alto, pero

aún así . . . y después pienso en ello, en lo que Peeta puede hacer mucho mejor

que el resto de nosotros. Puede usar las palabras. Obliteró a todos los demás en

ambas entrevistas. Y tal vez es por esa bondad subyacente por la que puede

mover a una multitud―no, a un país―a su lado con el giro de una sola frase.

Recuerdo pensar que ese era el don que el líder de nuestra revolución tendría que

tener.

¿Ha convencido Haymitch de esto a los demás? ¿Que la lengua de Peeta

tendría mucho más poder contra el Capitolio que ninguna fuerza física que el resto

de nosotros pudiera clamar? No lo sé. Todavía parece un gran salto para algunos

de los tributos. Quiero decir, estamos hablando de Johanna Mason. Pero ¿qué

Page 235: los juegos del hambre 2- en llamas

otra explicación podría haber para sus decididos esfuerzos por mantenerlo con

vida?

― Katniss, ¿tienes ese spile? ― Pregunta Finnick, devolviéndome a la

realidad. Corto la viña que ata el spile a mi cinturón y le paso el tubo metálico.

Es entonces cuando oigo el grito. Tan lleno de miedo y dolor que me hiela

la sangre. Y tan familiar. Dejo caer el spile, me olvido de dónde estoy o qué es lo

que hay delante, sólo sé que tengo que alcanzarla, protegerla. Corro salvajemente

en dirección a la voz, sin importarme el peligro, corriendo a través de viñas y

ramas, a través de cualquier cosa que me impida llegar a ella.

Llagar a mi hermana pequeña.

¿Dónde está? ¿Qué es lo que le están haciendo?

― ¡Prim! ― Grito. ― ¡Prim! ― Sólo me responde otro grito agonizante.

¿Cómo llegó ella aquí? ¿Por qué es ella parte de los Juegos? ― ¡Prim!

Las viñas me cortan en la cara y en los brazos, las enredaderas me atrapan

los pies. Pero estoy acercándome a ella. Más cerca. Ahora muy cerca. El sudor

corre por mi rostro, escociéndome en las heridas en proceso de curación. Jadeo,

intentando sacar algún uso del aire húmedo y cálido que parece vacío de oxígeno.

Prim hace un sonido―un sonido tan perdido, irreparable―que ni siquiera puedo

imaginar lo que le han hecho para evocarlo.

― ¡Prim! ―Me abro camino con las manos a través de una pared de

vegetación hasta un pequeño claro, y el sonido se repite directamente encima de

mí. ¿Encima de mí? Levanto la cabeza rápidamente. ¿La tienen arriba en los

árboles? Busco desesperadamente entre las ramas pero no veo nada. ― ¿Prim?

― Digo suplicante. La oigo pero no puedo verla. Suena su siguiente quejido, claro

como una campanilla, y no hay modo de confundir la fuente. Viene de la boca de

un pequeño pájaro negro con cresta situado en una rama a unos tres metros sobre

mi cabeza. Y entonces comprendo.

Es un charlajo.

Nunca he visto uno antes ―creía que ya no existían― y por un instante,

mientras me apoyo contra el tronco del árbol, aferrando el flato de mi costado, lo

examino. La mutación, el precursor, el padre. Evoco una imagen mental de un

sinsonte, la fundo con la del charlajo, y sí, puedo ver como se aparearon para dar

Page 236: los juegos del hambre 2- en llamas

lugar a mi sinsajo. No hay nada en el pájaro que sugiera que es un muto. Nada

excepto esos horribles sonidos vívidos de la voz de Prim saliendo de su boca. Lo

silencio con una flecha en la garganta. El pájaro cae al suelo. Saco mi flecha y le

retuerzo el cuello como precaución. Después lanzo la cosa repulsiva a la selva. Ni

el hambre más feroz podría tentarme a comerlo.

No era real, me digo. Igual que las mutaciones de lobos el año pasado no

eran de verdad los tributos muertos. Sólo es un truco sádico de los Vigilantes.

Finnick llega corriendo al claro para encontrarme limpiando la flecha con algo de

musgo.

― ¿Katniss?

― Está bien. Estoy bien. ― Digo, aunque no me siento bien en absoluto. ―

Creí que había oído a mi hermana, pero . . . ― El agudísimo chillido me corta. Es

otra voz, no la de Prim, tal vez la de una mujer joven. No la reconozco. Pero el

efecto en Finnick es inmediato. El color desaparece de su rostro y puedo ver cómo

sus pupilas se dilatan de terror. ― Finnick, ¡espera!

― Digo, extendiendo hacia él la mano para reconfortarlo, pero ha salido

disparado. En pos de la víctima, tan falto de sentido como cuando yo perseguí a

Prim. ― ¡Finnick! ― Lo llamo, pero sé que no volverá para esperar a que le dé

una explicación racional. Así que todo lo que puedo hacer es seguirlo.

No me cuesta ningún esfuerzo rastrearlo, incluso aunque se está moviendo

muy rápido, porque deja atrás un camino claro y pisoteado. Pero el pájaro está por

lo menos a medio kilómetro de distancia, la mayor parte del camino cuesta arriba,

y para cuando lo alcanzo, me falta el aliento. Está dando vueltas alrededor de un

árbol gigante. El tronco debe de tener un diámetro de un metro y veinte, y las

ramas ni siquiera empiezan hasta los seis metros de altura. Los chillidos de la

mujer salen de algún punto entre el follaje, pero el charlajo está escondido. Finnick

también está gritando, una y otra vez.

― ¡Annie, Annie! ― Está en estado de pánico y completamente

inalcanzable, así que hago lo que haría en cualquier caso. Escalo al árbol

adyacente, localizo el charlajo, y lo elimino con una flecha. Cae derecho al suelo,

aterrizando justo a los pies de Finnick. Él lo coge, haciendo la conexión

lentamente, pero cuando me deslizo tronco abajo para reunirme con él, parece

más desesperado que nunca.

Page 237: los juegos del hambre 2- en llamas

― Está bien, Finnick. Sólo es un charlajo. Están jugando con nosotros. ―

Digo. ― No es real. No es tu . . . Annie.

― No, no es Annie. Pero la voz era la suya. Los charlajos imitan lo que

oyen. ¿Dónde consiguieron esos gritos, Katniss? ― Dice él.

Puedo sentir cómo mis propias mejillas lividecen al entender lo que está

intentando decirme.

― Oh, Finnick, no crees que ellos . . .

― Sí. Lo creo. Eso es exactamente lo que creo.

Veo una imagen de Prim en una habitación blanca, atada a una mesa,

figuras embatadas obteniendo esos sonidos de ella. En algún lugar la están

torturando, o la torturaron, para conseguir esos sonidos. Mis rodillas se convierten

en agua y me derrumbo sobre el suelo. Finnick está tratando de decirme algo,

pero no puedo oírlo. Lo que sí oigo finalmente es otro pájaro empezando a gritar

en algún lugar a mi izquierda. Y esta vez, la voz es de Gale. Finnick me agarra del

brazo antes de que pueda huir.

― No. No es él. ― Empieza a arrastrarme colina abajo, hacia la playa. ―

¡Vamos a salir de aquí! ― Pero la voz de Gale está tan llena de dolor que no

puedo evitar luchar para alcanzarla.

― ¡No es él, Katniss! ¡Es un muto! ― Me grita Finnick. ― ¡Vamos! ― Me

mueve hacia delante, a medias arrastrándome, a medias llevándome en brazos,

hasta que puedo procesar lo que ha dicho. Tiene razón, sólo es otro charlajo. No

puedo ayudar a Gale dándole caza. Pero eso no cambia el hecho de que es la voz

de Gale, y que en algún lugar, en algún momento, alguien le ha hecho sonar así.

Dejo de luchar contra Finnick, y como la noche de la niebla, huyo de aquello

contra lo que no puedo luchar. Lo que sólo me hará daño. Sólo que esta vez es mi

corazón y no mi cuerpo el que se está desintegrando. Esta debe de ser otra arma

del reloj. Las cuatro en punto, supongo. Cuando las agujas hacen tictac hasta las

cuatro, los monos se van a casa y los charlajos salen a jugar. Finnick tiene

razón―salir de aquí es lo único que se puede hacer. Aunque no habrá nada que

Haymitch pueda lanzar en un paracaídas que nos ayude ni a Finnick ni a mí a

recuperarnos de las heridas que los pájaros han infligido.

Page 238: los juegos del hambre 2- en llamas

Veo a Peeta y a Johanna de pie en la línea de árboles y me llena una

mezcla de alivio y furia.

¿Por qué no vino Peeta a ayudarme? ¿Por qué no vino nadie detrás de

nosotros? Incluso ahora se mantiene apartado, las manos levantadas, las palmas

hacia nosotros, sus labios moviéndose aunque hasta nosotros no llega ninguna

palabra. ¿Por qué?

La pared es tan transparente, que Finnick y yo chocamos contra ella y

rebotamos contra el suelo de la selva. Yo tengo suerte. Mi hombro se llevó la peor

parte del impacto, mientras que Finnick chocó de frente y ahora de su nariz mana

sangre a borbotones. Esta es la razón por la que Peeta y Johanna e incluso

Beetee, a quien veo sacudiendo la cabeza detrás de ellos, no han acudido en

nuestra ayuda. Una barrera invisible bloquea el área delante de nosotros. No es

un campo de fuerza. Puedes tocar la superficie dura y suave todo lo que quieras.

Pero ni el cuchillo de Peeta ni el hacha de Johanna pueden hacer mella en ella.

Sé, sin revisar más que unos metros en una dirección, que encierra toda la cuña

de las cuatro en punto. Que estaremos atrapados aquí como ratas hasta que pase

la hora.

Peeta presiona la mano contra la superficie y yo levanto la mía al otro lado,

como si pudiera sentirlo a través de la pared. Veo sus labios moviéndose pero no

puedo oírlo, no puedo oír nada fuera de nuestra cuña. Intento descifrar lo que está

diciendo, pero no puedo concentrarme, así que simplemente me quedo mirándolo

a la cara, haciendo todo lo que puedo por aferrarme a mi cordura.

Entonces empiezan a llegar los pájaros. Uno por uno. Colgándose de las

ramas cercanas. Y un concierto de los horrores cuidadosamente orquestado

empieza a manar de sus bocas. Finnick se da por vencido nada más empezar,

encogiéndose sobre el suelo, apretando con todas sus fuerzas las manos contra

sus oídos como si estuviera intentando romperse el cráneo. Yo intento luchar

durante un rato. Vaciando mi aljaba de flechas en los odiados pájaros. Pero cada

vez que uno cae muerto, otro toma rápidamente su lugar. Y al final abandono y me

encojo junto a Finnick, intentando bloquear los insoportables sonidos de Prim,

Gale, mi madre, Madge, Rory, Vick, incluso Posy, la pobrecita indefensa Posy . . .

Sé que ha parado cuando siento las manos de Peeta sobre mí, me siento

levantada del suelo y alejada de la selva. Pero sigo con los ojos fuertemente

cerrados, las manos sobre las orejas, los músculos demasiado rígidos para

soltarlos. Peeta me sostiene en su regazo, diciéndome palabras tranquilizadoras,

acunándome levemente. Pasa mucho tiempo antes de que empiezo a relajar el

agarre de acero sobre mi cuerpo. Y cuando lo hago, empiezan los temblores.

Page 239: los juegos del hambre 2- en llamas

― Todo está bien, Katniss. ― Susurra él.

― Tú no los oíste. ― Respondo.

― Oí a Prim. Justo al principio. Pero no era ella. ― Dice. ― Era un charlajo.

― Era ella. En algún sitio. El charlajo sólo lo grabó.

― No, eso es lo que quieren que pienses. Igual que yo me pregunté si los

ojos de Glimmer estaban en ese muto el año pasado. Pero esos no eran los ojos

de Glimmer. Y esa no era la voz de Prim. O si lo era, la grabaron de una entrevista

o algo y distorsionaron el sonido. Le hicieron decir lo que fuera que estaba

diciendo.

― No, estaban torturándola. ― Replico. ― Probablemente está muerta.

― Katniss, Prim no está muerta. ¿Cómo podrían matar a Prim? Casi hemos

llegado a los ocho finales. ¿Y qué pasa entonces? ― Dice Peeta.

― Mueren siete más. ― Digo desesperanzada.

― No, en casa. ¿Qué pasa cuando llegan a los ocho tributos finales en los

Juegos? ― Levanta mi barbilla para que tenga que mirarlo. Me obliga a establecer

contacto visual. ― ¿Qué pasa? ¿En los ocho finales?

Sé que está intentando ayudarme, así que me obligo a pensar.

― ¿En los ocho finales? ― Repito. ― Entrevistan a tu familia y amigos en

casa.

― Eso es. ― Dice Peeta. ― Entrevistan a tu familia y amigos. ¿Y pueden

hacer eso si los han matado a todos?

― ¿No? ― Pregunto, aún insegura.

― No. Así es como sabemos que Prim está viva. Será la primera a la que

entrevisten, ¿no? Quiero creerlo. Desesperadamente. Sólo que . . . esas voces . . .

― Primero a Prim. Después a tu madre. A tu primo, Gale. Madge. ―

Prosigue. ― Era un truco, Katniss. Uno horrible. Pero nosotros somos los únicos a

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los que puede hacerles daño. Somos nosotros quienes estamos en los Juegos. No

ellos.

― ¿De verdad crees eso?

― De verdad. ― De verdad. Titubeo, pensando en cómo Peeta puede

hacer que cualquiera crea en cualquier cosa. Miro a Finnick en busca de

confirmación, veo que está fijado en Peeta, en sus palabras.

― ¿Tú lo crees, Finnick? ― Digo.

― Podría ser cierto. No lo sé. ― Dice. ― ¿Podrían hacer eso, Beetee?

Tomar la voz normal de alguien y hacer que . . .

― Oh, sí. Ni siquiera es tan difícil, Finnick. Nuestros niños aprenden una

técnica similar en el colegio. ― Dice Beetee.

― Por supuesto que Peeta tiene razón. Todo el país adora a la hermanita

de Katniss. Si de verdad la mataran así, probablemente tendrían un levantamiento

entre las manos. ― Dice Johanna rotundamente. ― No quieren eso, ¿verdad? ―

Echa atrás la cabeza y grita ― ¿Todo el país en rebelión? ¡No querrían nada así!

Me quedo con la boca abierta del shock. Nadie, nunca, dice algo así en los

Juegos. Definitivamente, han cortado a Johanna, editando la escena. Pero yo la

he oído y nunca podré pensar en ella de la misma forma. Nunca ganará ningún

premio por bondad, pero sí que tiene agallas. O está loca. Coge algunas conchas

y se dirige a la selva.

― Voy a buscar agua. ― Dice.

No puedo evitar agarrarle la mano cuando pasa a mi lado.

― No vayas allí. Los pájaros . . . ― Recuerdo que los pájaros deben de

haberse ido, pero aún así no quiero a nadie allí dentro. Ni siquiera a ella.

― No pueden hacerme daño. Yo no soy como el resto de vosotros. No

queda nadie a quien quiera. ― Dice Johanna, y libera la mano con una sacudida

impaciente. Cuando me trae de vuelta una concha de agua, la tomo con un

silencioso movimiento de cabeza en señal de agradecimiento, sabiendo cuánto

despreciaría la compasión en mi voz. Mientras Johanna recoge agua y mis

flechas, Beetee hurga en su cable y Finnick se va al agua. Yo también necesito

Page 241: los juegos del hambre 2- en llamas

limpiarme, pero aún estoy en brazos de Peeta, todavía demasiado agitada para

moverme.

― ¿A quién usaron en contra de Finnick? ― Pregunta.

― A alguien llamada Annie.

― Debe de ser Annie Cresta.

― ¿Quién?

― Annie Cresta. Era la chica por la que Mags se presentó voluntaria. Ganó

hace unos cinco años. ― Dice Peeta.

Ese habría sido el verano después de la muerte de mi padre, cuando

empecé a alimentar a mi familia, cuando todo mi ser estaba ocupado combatiendo

contra la inanición.

― No me acuerdo mucho de esos Juegos. ― Digo. ― ¿Fue el año del

terremoto?

―Sí. Annie es la que se volvió loca cuando su compañero de distrito fue

decapitado. Corrió sola y se escondió. Pero un terremoto rompió una presa y la

mayor parte de la arena se inundó. Ella ganó porque era la mejor nadadora. ―

Dice Peeta.

― ¿Se puso mejor después? ― Pregunto. ― Quiero decir, ¿su cabeza?

― No lo sé. Ni siquiera recuerdo volverla a ver en los Juegos. Pero no

parecía demasiado estable este año durante la cosecha. ― Dice Peeta.

Así que es esa a quien quiere Finnick, pienso. No a su ristra de guapas

amantes en el Capitolio. Sino a una pobre chica loca en casa.

La explosión del cañón nos reúne a todos en la playa. Un aerodeslizador

aparece en lo que estimamos que es la zona de las seis a las siete en punto.

Miramos mientras la garra baja cinco veces distintas para recuperar los trozos de

un cuerpo, hecho pedazos. Es imposible decir quién era. Lo que quiera que

suceda a las seis en punto, no quiero saberlo nunca. Peeta dibuja un mapa nuevo

en una hoja, añadiendo CH para los charlajos en la sección de las cuatro a las

cinco en punto y simplemente escribiendo bestia en aquella donde vimos el tributo

Page 242: los juegos del hambre 2- en llamas

recogido por partes. Ahora tenemos una buena idea de lo que siete de las horas

traerán. Y si hay algo positivo en el ataque de los charlajos, es que nos dejó saber

de nuevo dónde estamos en la esfera del reloj.

Finnick teje otra cesta de agua y una red para pescar. Yo me doy un baño

rápido y me pongo más ungüento en la piel. Después me siento al borde del agua,

limpiando los peces que coge Finnick y mirando el sol caer más allá del horizonte.

La brillante luna ya se está levantando, llenando la arena con ese extraño

crepúsculo. Estamos a punto de sentarnos para nuestra comida de pescado crudo

cuando empieza el himno. Y después los rostros . . . Cashmere. Gloss. Wiress.

Mags. La mujer del Distrito 5. La morphling que dio su vida por Peeta. Blight. El

hombre del 10.

Ocho muertos. Más ocho de la primera noche. Dos tercios de nosotros

muertos en un día y medio. Eso debe de ser algún tipo de record.

― Pues sí que están diezmándonos. ― Dice Johanna.

― ¿Quién queda? Además de nosotros cinco y el Distrito Dos? ― Pregunta

Finnick.

― Chaff. ― Dice Peeta, sin necesidad de pensar en ello. Tal vez ha estado

pendiente de él por Haymitch.

Baja un paracaídas con una pila de bollos de pan cuadrados del tamaño de

un bocado.

― Estos son de tu distrito, ¿verdad, Beetee? ― Pregunta Peeta.

― Sí, del Distrito Tres. ― Dice. ― ¿Cuántos hay?

Finnick los cuenta, girando cada uno entre sus manos antes de colocarlos

en una ordenada configuración. No sé qué le pasa a Finnick con el pan, pero

parece obsesionado con manejarlo.

― Veinticuatro. ― Dice.

― ¿Dos docenas exactas, entonces? ― Dice Beetee.

― Veinticuatro clavadas. ― Dice Finnick. ― ¿Cómo deberíamos dividirlas?

Page 243: los juegos del hambre 2- en llamas

― Tomemos tres cada uno, y quien sea que quede vivo en el desayuno

puede votar sobre los demás. ― Dice Johanna. No sé por qué esto me hace reír

un poco. Supongo que porque es verdad. Cuando lo hago, Johanna me lanza una

mirada que es casi aprobadora. No, aprobadora no. Pero tal vez algo satisfecha.

Esperamos hasta que la ola gigante ha salido de la sección de las diez a las

once en punto, esperamos a que retroceda el agua, y después vamos a esa playa

a acampar. Teóricamente, deberíamos tener doce horas completas de seguridad

de la selva. Hay un coro desagradable de chasquidos, probablemente de algún

malvado tipo de insecto, viniendo de la cuña de las once a las doce en punto. Pero

lo que sea que está haciendo el sonido se queda en los confines de la selva y

nosotros nos mantenemos apartados de esa parte de la playa sólo por si acaso no

están esperando más que una pisada descuidadamente situada para salir en

enjambre. No sé cómo Johanna se mantiene aún en pie. Sólo ha tenido alrededor

de una hora de sueño desde que empezaron los Juegos. Peeta y yo nos

presentamos voluntarios para el primer turno de guardia porque estamos mejor

descansados, y porque queremos algo de tiempo solos. Los otros se quedan

dormidos de inmediato, aunque el sueño de Finnick es intranquilo. De vez en

cuando lo oigo musitar el nombre de Annie. Peeta y yo nos sentamos sobre la

arena húmeda, mirando en direcciones contrarias, mi hombro y cadera derechos

presionando contra los suyos. Yo miro el agua mientras él mira la selva, lo que

para mí es mejor. Aún estoy embrujada por las voces de los charlajos, algo que

desafortunadamente los insectos no pueden ahogar. Después de un rato apoyo la

cabeza sobre su hombro. Siento su mano acariciarme el pelo.

― Katniss, ―dice suavemente―, no tiene sentido fingir que no sabemos lo

que el otro está intentando hacer. ― No, supongo que no lo tiene, pero tampoco

es divertido discutirlo. Bueno, no para nosotros, en cualquier caso. Los

espectadores del Capitolio estarán pegados a las pantallas para no perderse ni

una maldita palabra.

― No sé qué clase de trato crees haber hecho con Haymitch, pero deberías

saber que a mí también me hizo promesas. ― Por supuesto, también sé esto. Le

dijo a Peeta que me mantendrían con vida para que no sospechara nada. ― Así

que creo que podemos asumir que le mintió a uno de los dos.

Esto capta mi atención. Un doble juego. Una doble promesa. Con sólo

Haymitch sabiendo cuál es real. Levanto la cabeza, miro a Peeta a los ojos.

― ¿Por qué dices esto ahora?

Page 244: los juegos del hambre 2- en llamas

― Porque no quiero que olvides lo diferentes que son nuestras

circunstancias. Si tú mueres, y yo vivo, no me queda ninguna vida de regreso en el

Distrito Doce. Tú eres toda mi vida. ―

Dice. ― Nunca volvería a ser feliz. ― Empiezo a objetar pero me pone un

dedo en los labios. ―

Es diferente para ti. No digo que no fuera a ser duro. Pero hay otra gente

que haría que tu vida mereciera ser vivida.

Peeta se saca la cadena con el disco dorado de alrededor del cuello. Lo

sostiene a la luz de la luna para que pueda ver claramente el sinsajo. Después su

pulgar se desliza por una ranura en la que no me había fijado antes, y se abre. No

es algo macizo, como había pensado, sino un guardapelo. Y en el guardapelo hay

fotos. En el lado derecho, mi madre y Prim, riendo. Y en el izquierdo, Gale.

Sonriendo de verdad.

No hay nada en el mundo que pudiera acabar con mi voluntad en este

momento más rápido que esas tres caras. Después de lo que oí esta tarde . . . es

el arma perfecta.

― Tu familia te necesita, Katniss. ― Dice Peeta.

Mi familia. Mi madre. Mi hermana. Y mi primo fingido Gale. Pero la intención

de Peeta es clara. Que Gale es de veras mi familia, o que lo será algún día, si

sobrevivo. Que me casaré con él. Así que Peeta me está dando su vida y a Gale

al mismo tiempo. Para hacerme saber que nunca debería dudarlo. Todo. Eso es lo

que Peeta quiere que coja de él. Espero a que mencione el bebé fingido, a que

actúe para las cámaras, pero no lo hace. Y así es como sé que nada de esto es

parte de los Juegos. Que me está diciendo la verdad de cómo se siente.

― Nadie me necesita de verdad a mí. ― Dice, y no hay autocompasión en

su voz. Es cierto que su familia no lo necesita. Llorarán su muerte, igual que hará

un puñado de amigos. Pero seguirán adelante. Incluso Haymitch, con la ayuda de

un montón de licor blanco, seguirá adelante. Me doy cuenta de que sólo hay una

persona que vaya a quedar dañada más allá de todo arreglo si Peeta muere. Yo.

― Yo sí. ― Digo. ― Yo te necesito. ― Parece disgustado, toma aire como

si para empezar una larga argumentación, y eso no es bueno, nada bueno, porque

empezará a hablar sobre Prim y mi madre y todo y me quedaré confusa. Así que

antes de que pueda hablar, detengo sus labios con un beso.

Page 245: los juegos del hambre 2- en llamas

Siento esa cosa de nuevo. La cosa que sólo sentí una vez antes. En la

cueva el año pasado, cuando estaba intentando que Haymitch nos enviara

comida. Besé a Peeta unas mil veces durante esos Juegos y después. Pero sólo

hubo una vez que me hizo sentir que algo vibraba en mi interior. Sólo una que me

hizo querer más. Pero la herida de mi cabeza empezó a sangrar y me obligó a

acostarme.

Esta vez, no hay nada más que nosotros mismos para interrumpirnos. Y

después de unos pocos intentos, Peeta se rinde en su intención de hablar. La

sensación dentro de mí se hace más cálida y se extiende por mi pecho, por todo

mi cuerpo, a lo largo de mis brazos y piernas, hasta las puntas de mi ser. En vez

de satisfacerme, los besos tienen el efecto opuesto, de hacerme necesitar más.

Creía que era algo así como una experta en el hambre, pero esta es de una clase

completamente nueva.

Es el primer rayo de la tormenta de relámpagos ―el rayo golpeando el

árbol a medianoche― el que nos devuelve el sentido. También despierta a

Finnick. Se sienta con un breve grito. Veo sus dedos enterrándose en la arena

mientras se asegura a sí mismo de que fuera cual fuera la pesadilla que habitaba,

no era real.

― Ya no puedo dormir más. ― Dice. ― Uno de vosotros debería

descansar. ― Sólo entonces parece darse cuenta de nuestras expresiones, de la

forma en la que estamos envueltos el uno en el otro. ― O los dos, puedo vigilar

solo. Sin embargo, Peeta no le deja.

― Es demasiado peligroso. ― Dice. ― Yo no estoy cansado. Acuéstate tú,

Katniss. ― No pongo objeciones porque sí que necesito el sueño si voy a ser de

alguna utilidad manteniéndolo con vida. Le dejo que me dirija hasta donde están

los demás. Pone la cadena con el guardapelo alrededor de mi cuello, después

posa la mano sobre el punto donde estaría nuestro bebé. ― Vas a ser una gran

madre, ya lo sabes. ― Dice. Me besa una última vez y vuelve con Finnick.

Su referencia al bebé señala que nuestro tiempo muerto en los Juegos se

ha terminado. Que sabe que el público se estará preguntando por qué no ha

utilizado el argumento más persuasivo de su arsenal. Los patrocinadores deben

ser manipulados. Pero mientras me estiro sobre la arena me pregunto, ¿podría ser

más? ¿Como un recordatorio para mí de que todavía podría tener hijos con Gale

algún día? Bueno, si era eso, fue un error. Porque para empezar, nunca ha sido

parte de mi plan. Y además, si sólo uno de los dos puede ser padre, cualquiera

puede ver que debería ser Peeta. Mientras me duermo, intento imaginarme ese

Page 246: los juegos del hambre 2- en llamas

mundo, en algún lugar en el futuro, sin Juegos, sin Capitolio. Un lugar como la

pradera de la canción que le canté a Rue mientras moría. Donde el hijo de Peeta

podría estar a salvo.

Cuando me despierto, tengo una sensación breve y deliciosa de felicidad

que está de algún modo relacionada con Peeta. La felicidad, por supuesto, es algo

completamente absurdo en este momento, ya que al ritmo al que van las cosas,

estaré muerta en un día. Y eso en el mejor de los casos, si soy capaz de eliminar

al resto de los contendientes, incluyéndome a mí misma, y consigo coronar a

Peeta como ganador del Quarter Quell. Aún así, la sensación es tan inesperada y

dulce que me aferro a ella, si bien por breves momentos. Antes de que la arena

áspera, el sol caliente y el picor de mi piel exijan que regrese a la realidad. Todos

están ya levantados y mirando el descenso de un paracaídas a la playa. Me uno a

ellos para otra entrega de pan. Es idéntico al que recibimos la noche anterior.

Veinticuatro panecillos del Distrito 3. Eso nos deja con treinta y tres en total. Todos

tomamos cinco, dejando ocho en la reserva. Nadie lo dice, pero ocho se dividirán

perfectamente después de la siguiente muerte. De algún modo, a la luz del día,

bromear sobre quién quedará para comer los panecillos ha perdido su humor.

¿Cuánto tiempo podemos mantener esta alianza? No creo que nadie

esperara que el número de tributos cayera tan rápidamente. ¿Qué pasará si me

equivoqué sobre que los demás estén protegiendo a Peeta? ¿Si las cosas fueron

simplemente una coincidencia, o si todo ha sido una estrategia para ganarse

nuestra confianza y convertirnos en presas fáciles, o si no entiendo lo que está

pasando de verdad? Espera, no hay “si” sobre eso. No entiendo lo que está

pasando. Y si no lo entiendo, es hora de que Peeta y yo nos vayamos de aquí. Me

siento junto a Peeta en la arena para comer mis panecillos. Por algún motivo, me

es difícil mirarlo. Quizás sean todos esos besos anoche, aunque el que nosotros

nos besemos no es nada nuevo. Tal vez ni siquiera hayan sido nada diferentes

para él. Quizás sea el saber el poco tiempo que nos queda. Y el hecho de que

estamos hablando un diálogo de sordos en lo referente a quién debería sobrevivir

a estos Juegos.

Después de comer, lo cojo de la mano y lo dirijo hacia el agua.

― Vamos. Te enseñaré a nadar. ― Necesito apartarlo de los otros, a algún

lugar donde podamos discutir nuestra huida. Será difícil, porque una vez se den

cuenta de que estamos rompiendo la alianza, nos convertiremos de inmediato en

objetivos. Si le estuviera enseñando de verdad a nadar, haría que se quitara el

cinturón, ya que lo mantiene a flote, pero ¿qué importa eso ahora? Así que

simplemente le enseño la brazada básica y dejo que practique yendo de uno a

Page 247: los juegos del hambre 2- en llamas

otro lado en agua hasta la cintura. Al principio, veo a Johanna vigilarnos con

cuidado, pero después de un rato pierde el interés y se va a echar una siesta.

Finnick está tejiendo una nueva red con viñas y Betee juguetea con su cable. Sé

que el momento ha llegado.

Mientras Peeta nadaba, he descubierto algo. Mis restantes costras están

empezando a desprenderse. A base de frotar suavemente un puñado de arena por

mi brazo, limpio el resto de las escamas, revelando piel nueva debajo. Paro la

práctica de Peeta, con el pretexto de enseñarle cómo liberarse de las molestas

escamas, y mientras nos frotamos, menciono nuestra huida.

― Mira, ya sólo quedan ocho. Creo que es hora de que nos vayamos. ―

Dijo en voz baja, aunque dudo que ninguno de los tributos pueda oírme.

Peeta asiente, y puedo verlo considerar mi propuesta. Sopesando si la

suerte estará de nuestra parte.

― Sabes qué te digo. ― Dice. ― Quedémonos hasta que Brutus y

Enobaria estén muertos. Creo que Betee está ahora mismo intentando crear algún

tipo de trampa para ellos. Después, lo prometo, nos iremos.

No estoy completamente convencida. Pero si nos vamos ahora, tendremos

dos grupos de adversarios detrás. Tal vez tres, porque ¿quién sabe qué es lo que

trama Chaff? Además hay que lidiar con el reloj. Y después hay que pensar en

Betee. Johanna sólo lo trajo por mí, y si nos vamos seguro que lo matará.

Entonces lo recuerdo. No puedo proteger también a Betee. Sólo puede haber un

vencedor y tiene que ser Peeta. Tengo que aceptar esto. Tengo que tomar

decisiones basadas sólo en su supervivencia.

― Está bien. ― Digo. ― Nos quedaremos hasta que estén muertos los

Profesionales. Pero eso es todo. ― Me doy la vuelta y saludo a Finnick con la

mano. ― ¡Eh, Finnick, ven aquí!

¡Hemos descubierto cómo ponerte otra vez guapo!

Los tres juntos nos restregamos las costras de nuestros cuerpos, ayudando

con las espaldas de los demás, y acabamos tan rositas como el marisco de

Finnick. Aplicamos otra ronda de medicina porque la piel parece demasiado

delicada para el sol, pero el ungüento no se ve ni la mitad de mal sobre la piel

suave y será un buen camuflaje en la selva. Betee nos llama, y resulta que

durante todas esas horas de juguetear con el cable, sí que ha tramado un plan.

Page 248: los juegos del hambre 2- en llamas

― Creo que todos estamos de acuerdo en que nuestra próxima misión es

matar a Brutus y a Enobaria. ― Dice suavemente. ― Dudo que nos vayan a

atacar ahora abiertamente, ahora que los superamos tan ampliamente en número.

Podríamos rastrearlos, supongo, pero es un trabajo peligroso y agotador.

― ¿Crees que han averiguado lo del reloj? ― Pregunto.

― Si no lo han hecho ya, lo harán pronto. Tal vez no tan específicmente

como nosotros. Pero deben de saber por lo menos que algunas de las zonas

tienen ataques confinados y que estos estan ocurriendo siguiendo un patrón

circular. Tampoco el hecho de que nuestra última lucha haya sido cortada por la

intervención de los Vigilantes les habrá pasado desapercibido. Nosotros sabemos

que fue un intento de desorientarnos, pero ellos se deben de estar preguntando

por qué se hizo, y esto, también, puede llevarlos a darse cuenta de que la arena

es un reloj. ― Dice Beetee. ― Así que creo que nuestra mejor apuesta será

colocar nuestra propia trampa.

― Espera, déjame traer a Johanna. ― Dice Finnick. ― Se pondrá rabiosa si

cree que se ha perdido algo así de importante.

― O no. ― Musito yo, ya que se puede decir que ella está siempre rabiosa,

pero no lo detengo porque yo también estaría enfadada si me excluyeran de uin

plan llegados a este punto.

Cuando se nos ha unido, Beetee nos insta a todos a que nos echemos un

poco atrás para que tenga sitio para trabajar en la arena. Hábilmente dibuja un

círculo y lo divide en doce cuñas. Es la arena, no dibujada por la mano precisa de

Peeta sino por las vastas líneas de un hombre cuya mente está preocupada por

otras cosas mucho más complejas.

― Si fuerais Brutus y Enobaria, sabiendo lo que sabéis sobre la selva,

¿dónde os sentiríais más seguros? ― Pregunta Beetee. No hay ninguna

condescendencia en su voz, y aún así no puedo evitar pensar que me recuerda a

un maestro de escuela a punto de preparar a los niños para una lección. Tal vez

sea la diferencia de edad, o simplemente que Beetee es probablemente un millón

de veces más listo que el resto de nosotros.

― Donde estamos ahora. En la playa. ― Dice Peeta. ― Es el lugar más

seguro.

― ¿Así que por qué no están en la playa? ― Dice Beetee.

Page 249: los juegos del hambre 2- en llamas

― Porque estamos nosotros. ― Dice Johanna con impaciencia.

― Exactamente. Estamos nosotros, reclamando la playa. Ahora ¿adónde

iríais? ― Dice Beetee.

Pienso en la selva letal, la playa ocupada.

ría justo al borde de la selva. Para poder escapar si viniera un ataque. Y

para poder espiarnos.

― También para comer. ― Dice Finnick. ― La selva está llena de criaturas

y plantas extrañas. Pero a base de mirarnos a nosotros, yo sabría que el pescado

es seguro. Beetee nos sonríe como si hubieramos superado sus expectativas.

― Sí, bien. Lo veis. Ahroa esto es lo que yo propongo: un ataque a las doce

en punto. ¿Qué pasa exactamente a mediodía y a medianoche?

― El rayo golpea el árbol. ― Digo.

― Sí. Así que lo que estoy sugiriendo es que después de que el rayo

golpee a mediodía, pero antes de que golpee a medianoche, extendamos mi cable

desde ese árbol hasta el agua salada, que es, por supuesto, altamente

conductora. Cuando el rayo golpee, la electricidad viajará por el cable y hacia no

sólo el agua sino también la playa que la rodea, que todavía estará húmeda por la

ola de las diez. Cualquiera en contacto con esas superficies en ese momento será

electrocutado. ― Dice Beetee.

Hay una larga pausa en la que todos digerimos el plan de Beetee. A mí me

parece un poco fantasioso, incluso imposible. Pero ¿por qué? He colocado miles

de trampas. ¿No es esto una trampa más grande con un componente más

específico? ¿Podría funcionar? ¿Cómo podemos siquiera cuestionarlo, nosotros,

los truibutos entrenados para recoger pescado y madera y carbón? ¿Qué

sabemos nosotros de aprovechar la energía del cielo? Peeta objeta.

― ¿Será ese cable capaz de verdad de conducir tanta energía, Beetee?

Parece tan frágil, como si fuera simplemente a quemarse.

― Oh, se quemará. Pero no antes de que la corriente haya pasado a su

través. Actuará algo así como un fusible, de hecho. Excepto porque la electricidad

viajará a lo largo de él. ― Dice Beetee.

Page 250: los juegos del hambre 2- en llamas

― ¿Cómo lo sabes? ― Pregunta Johanna, claramente no convencida.

― Porque yo lo inventé. ― Dice Beetee, como algo sorprendido. ― De

hecho no es cable en el sentido habitual. Tampoco es el rayo un rayo natural ni el

árbol un árbol natural. Tú conoces los árboles mejor que ninguno de nosotros,

Johanna. A estas alturas estaría destruido, ¿o no?

― Sí. ― Dice, morruda.

― No os preocupéis por el cable. Hará exactamente lo que digo. ― Nos

tranquiliza Beetee.

― ¿Y dónde estaremos nosotros cuando pase esto? ― Pregunta Finnick.

― Lo bastante lejos en la selva como para estar a salvo. ― Replica Beetee.

― Entonces los Profesionales también estarán a salvo, a no ser que estén

en la vecindad del agua. ― Apunto yo.

― Así es. ― Dice Beetee.

― Pero todo el marisco estará cocido. ― Dice Peeta.

― Probablemente más que cocido. ― Dice Beetee. ― Muy probablemente

tendremos que eliminarlo definitivamente como fuente de comida. Pero tú

encontraste otras cosas comestibles en la selva, ¿verdad, Katniss?

― Sí. Frutos secos y ratas. ― Digo. ― Y tenemos patrocinadores.

― Bueno, entonces. No veo que eso sea un problema. ― Dice Beetee. ―

Pero ya que somos aliados y esto requerirá todos nuestros esfuerzos, la decisión

de intentarlo o no os corresponde a vosotros cuatro.

Sí que somos niños de colegio. Completamente incapaces de disputar su

teoría más que con las preocuapciones más elementales. La mayor parte de las

cuales ni siquiera tienen nada que ver con su plan. Miro a los semblantes

desconcertados de los demás.

― ¿Por qué no? ― Digo. ― Si fracasa, no hay daño. Si funciona, hay una

probabilidad decente de que los matemos. E incluso si no lo hacemos y sólo

Page 251: los juegos del hambre 2- en llamas

matamos el marisco, Brutus y Enobaria también lo perderán como fuente de

alimento.

― Yo digo que lo intentemos. ― Dice Peeta. ― Katniss tiene razón. Finnick

mira a Johanna y alza las cejas. No seguirá adelante sin ella.

― Vale. ― Dice ella finalmente. ― Es mejor que darles caza en la selva, en

cualquier caso. Y dudo que averigüen nuestro plan, ya que nosotros mismos

apenas si podemos comprenderlo. Beetee quiere inspeccionar el árbol del rayo

antes de prepararlo. Juzgando por el sol, son aproximadamente las nueve de la

mañana. Tendremos que dejar nuestra playa pronto, en cualquier caso. Así que

desmontamos el campamento, caminamos hasta la playa que bordea la sección

de los rayos, y nos dirigimos a la selva. Beetee aún está demasiado débil para

hacer la caminarta cuesta arriba él sólo, así que Finnick y Peeta hacen turnos para

cargar con él. Yo dejo que Johanna vaya en cabeza porque el camino al árbol es

bastante recto, y me figuro que no podrá perdernos. Además, yo pudo hacer

muicho más daño con una aljaba de flechas que ella con dos hachas, así que soy

la mejor para ir en la retaguardia. El aire es denso y pesado, y me agota. No nos

ha dado respiro desde que empezaron los Juegos. Desearía que Haymicth dejara

de enviarnos ese pan del Distrito 3 y nos consiguiera algo más de ese salado del

Distrito 4, porque he sudado a cubos en el último par de días, e incluso aunque he

tomado el pescado, me muero por tomar sal. Un trozo de hielo sería otra buena

idea. O un trago de agua fresquita. Estoy agradecida por el fluido de los árboles,

pero está a la misma temperatura que el mar y el aire y los otros tributos y yo. No

somos más que un gran estofado caliente.

A medida que nos acercamos al árbol, Finnick sugiere que yo lleve la

delantera.

― Katniss puede oír el campo de fuerza. ― Les explica a Beetee y a

Johanna.

― ¿Oírlo? ― Pregunta Beetee.

― Sólo con el oído que reconstruyó el Capitolio. ― Digo. ¿Adivinas a quién

no estoy engañando con esa historia? A Beetee. Porque seguro que recuerda que

él me enseñó cómo vislumbrar un campo de fuerza, y probablemente sea

imposible oír campos de fuerza, en cualquier caso. Pero, sea cual sea la razón, no

cuestiona mi afirmación.

Page 252: los juegos del hambre 2- en llamas

― Entonces por supuesto, dejad que Katniss vaya primero. ― Dice,

haciendo una pausa para limpiar el vapor de sus gafas. ― Los campos de fuerza

no son nada con lo que jugar. El árbol del rayo es inconfundible, por lo mucho que

se levanta por encima de los demás. Encuentro un puñado de frutos secos y hago

que los otros esperen mientras yo subo lentamente por la pendiente, lanzando los

frutos por delante de mí. Pero veo el campo de fuerza casi de inmediato, incluso

antes de que el fruto lo golpee, porque sólo está a unos quince metros de

distancia. Mis ojos, que están barriendo la vegetación ante mí, captan el cuadrado

ondulado alto y a mi derecha. Lanzo un fruto directamente delante de mí y lo oigo

chisporrotear como confirmación.

― Simplemente quedaos por debajo del árbol del rayo. ― Les digo a los

demás. Dividimos tareas. Finnick vigila a Beetee mientras este examina el árbol,

Johanna hace un grifo para obtener agua, Peeta recoge frutos secos, y yo cazo

por ahí cerca. Las ratas de árbol no parecen tener ningún miedo a los humanos,

así que acabo fácilmente con tres. El sonido de la ola de las diez me recuerda que

debería regresar, y vuelvo con los demás y limpio mis presas. Después dibujo una

línea en el polvo a un metro del campo de fuerza como recordatorio para

mantenernos atrás, y Peeta y yo nos sentamos para tostar nueces y achicharrar

cubitos de rata.

Beetee aún está andando en el árbol, haciendo no sé lo qué, tomando

medidas y eso. En un momento dado arranca un pedazo de corteza, se nos une, y

lo lanza contra el campo de fuerza. Rebota y aterriza en el suelo, brillando. En

unos momentos regresa a su color original.

― Bueno, eso explica mucho. ― Dice Beetee. Yo miro a Peeta y no puedo

evitar morderme el labio para no reír, ya que eso no explica absolutamente nada a

nadie salvo a Beetee. Alrededor de este momento oímos un sonido de chasquidos

levantándose en el sector adyacente al nuestro. Eso significa que son las once en

punto. El volumen es mucho más alto en la selva que en la playa anoche. Todos

escuchamos con atención.

― No es mecánico. ― Dice Beetee decidido.

― Yo diría insectos. ― Digo. ― Tal vez escarabajos.

― Algo con pinzas. ― Añade Finnick.

Page 253: los juegos del hambre 2- en llamas

El sonido se eleva, como si nuestras palabras en voz baja lo hubieran

alertado de la proximidad de carne fresca. Lo que sea que esté haciendo esos

chasquidos, me apuesto que podría devorarnos hasta el hueso en segundos.

― Deberíamos ir saliendo de aquí, en cuaqlueir caso. ― Dice Johanna. ―

Falta menos de una hora para que empiecen los rayos.

Aunque no vamos muy lejos. Sólo hasta el árbol idéntico en la sección de la

lluvia de sangre. Tomamos un picnic, agachados en el suelo, comiendo nuestra

comida selvática, esperando por el rayo que señala el mediodía. Por petición de

Beetee, escalo a la copa cuando los chasquidos empiezan a apagarse. Cuando

golpea el rayo, es cegador, incluso desde aquí, incluso bajo este sol brillante.

Abarca completamente el árbol distante, haciéndolo brillar de un brillante color

blanco azulado y causando que el aire cercano vibre con electricidad. Bajo e

informo a Beetee de mis hallazgos, quien parece satisfecfo, incluso aunque no soy

terriblemente científica. Tomamos una ruta tortuosa de vuelta a la playa de las

dez. La arena está lisa y húmeda, barrida por la reciente ola. Esencialmente

Beetee nos deja la tarde libre mientars él trabaja con el cable. Ya que es su arma

y los demás tenemos que fiarnos de su conocimiento tan completamente, está la

sensación extraña de que nos dejan salir pronto del colegio. Al principio nos

turnamos echando siestas en el borde de sombra de la selva, pero hacia el final de

la tarde todos estamos despiertos e inquietos. Decidimos, ya que esta debe de ser

nuestra última oportunidad de tomar pescado, hacer algún tipo de festín. Bajo la

guía de Finnick ensartamos peces y atrapamos marisco en redes, incluso nos

sumergimos en busca de ostras. Sobre todo me gusta esta parte, aunque no

porque tenga un gran apetito de ostras. Sólo las probé una vez en el Capitolio, y

no pude soportar su viscosidad. Pero es encantador, estar en la profuncidad bajo

el agua, es como estar en un mundo distinto. El agua es muy clara, y un banco de

peces de color violeta brillante y extrañas flores marinas decoran el suelo de

arena. Johanna monta guardia mientras Finnick, Peeta y yo limpiamos y

preparamos el pescado. Peeta acaba de abrir una ostra cuando lo oigo reír.

― ¡Eh, mirad esto! ― Levanta una brillante, perfecta perla del tamaño de un

guisante. ― Ya sabes, si sometes el carbón a la suficiente presión, se convierte en

perlas. ― Le dice seriamente a Finnick.

― No, no es cierto. ― Dice Finnick con displicencia. Pero yo me parto de

risa, recordando que es así como una ignorante Effie Trinket nos presentó a la

gente del Capitolio el año pasado, antes de que nadie nos conociera. Como

carbón transformado en perlas por nuestra significativa existencia. Belleza que se

levanta desde el dolor. Peeta enjuaga la perla en el agua y me la da.

Page 254: los juegos del hambre 2- en llamas

― Para ti. ― La levanto en mi palma y examino a la luz del sol su superficie

irisada. Sí, la conservaré. Durante las pocas horas de vida que me quedan la

mantendré cerca. Este último regalo de Peeta. El único que puedo aceptar

realmente. Tal vez me dé fuerzas en los últimos momentos.

― Gracias. ― Digo, cerrando el puño a su alrededor. Miro con ojos

tranquilos a los ojos azules de la persona que es ahora mi mayor oponente, la

persona que me mantendría con vida a expensas de la suya propia. Y me prometo

a mí misma que derrotaré su plan. La risa desparece de esos ojos, y están

mirando a los míos con tal intensidad, que es como si pudieran leerme el

pensamiento.

― El relicario no funcionó, ¿verdad? ― Dice Peeta, incluso aunque Finnick

está justo aquí. Incluso aunque todos pueden oírlo. ― ¿Katniss?

― Funcionó. ― Digo.

― Pero no como yo quería. ― Dice él, apartando la vista. Después de eso

no mirará más que a las ostras.

Justo cuando estamos a punto de comer, aparece un paracaídas con dos

suplementos para nuestra comida. Un pequeño bote de salsa roja picante y otra

ronda más de panecillos del Distrito 3. Finnick, por supuesto, se pone a contarlos

de inmediato.

― Veinticuatro de nuevo. ― Dice.

Treinta y dos panecillos, entonces. Así que tomamos cinco cada uno,

dejando siete, que nunca se dividirán igualitariamente. Es pan para uno sólo.

La carne salada de pesacdo, el suculento marisco. Incluso las ostras

parecen sabrosas, muy mejoradas por la salsa. Nos artiborramos hasta que nadie

puede tomar ni un bocado más, e incluso entonces quedan sobras. No se

conservarán, sin embargo, así que lanzamos toda la comida restante de vuelta al

agua para que los Profesionales no cojan lo que nosotros dejamos. Nadie se

preocupa por las conchas. La ola debería limpiarlas. No hay nada que hacer, salvo

esperar. Peeta y yo nos sentamos al borde del agua, cogidos de la mano, en

silencio. Él dio su discurso anoche pero yo no cambié de idea, y nada de lo que yo

diga cambiará la suya. El momento de los regalos persuasivos ha pasado. Tengo

la perla, sin embargo, segura en el paracaídas con el spile y la medicina en mi

cintura. Espero que regrese al Distrito 12.

Page 255: los juegos del hambre 2- en llamas

Seguro que mi madre y Prim se encargarán de devolvérsela a Peeta antes

de enterrar mi cuerpo.

Empieza el himno, pero esta noche no hay rostros en el cielo. El público

estará inquieto, sediento de sangre. La trampa de Beetee muestra tanta promesa,

sin embargo, que los Vigilantes no han enviado ningún otro ataque. Tal vez

simlemente tienen curiosidad por ver si funcionará.

Cuando Finnick y yo juzgamos que son las nueve, dejamos nuestro

campamento sembrado de conchas, y empezamos una sigilosa caminata hasta el

árbol del rayo a la luz de la luna. Nuestros estómagos llenos hacen que estemos

más incómodos y faltos de aliento de lo que estábamos en la escalada de la

mañana. Empiezo a arrepentirme de esa última docena de ostras.

Beetee le pide a Finnick que lo asista, y los demás montamos guardia.

Antes de unir siquiera el cable al árbol, Beetee desenrolla metros y metros de la

cosa. Hace que Finnick lo asegure alrededor de una rama rota y que deje esta en

el suelo. Después se colocan uno a cada lado del árbol, pasándose el carrete

entre sí a medida que van enrollando el cable alrededor del tronco, una y otra vez.

Al principio parece arbitrario, después veo un patrón, como un intrincado laberinto,

apareciendo a la luz de la luna en el lado de Beetee. Me pregunto si supone

alguna diferencia el cómo el cable está situado, o si no es más que para mantener

al público especulando, la mayor parte del cual sabe tanto de electricidad como

yo. El trabajo en el tronco se completa justo cuando oímos empezar la ola. Nunca

he averiguado en qué punto exacto de la hora de las diez erupciona. Debe de

haber algo de preparación, después la ola en sí misma, después la recuperación

de la inundación. Pero el cielo me dice las diez y media.

Es ahora cuando Beetee revela el resto del plan. Ya que nosotras nos

movemos más ágilmente entre los árboles, quiere que Johanna y yo bajemos el

rollo a través de la selva, desenrollando el cable a medida que andamos. Tenemos

que estirarlo a través de la playa de las doce y sumergir el carrete metálico con lo

todo que quede en la profundidad del agua, asegurándonos de que se hunda.

Después correr a la selva. Si nos vamos ahora, justo ahora, deberíamos estar a

tiempo de regresar a la seguridad.

― Quiero ir con ellas como guardia. ― Dice Peeta de inmediato. Después

del momento con la perla, sé que tiene menos ganas que nunca de perderme de

vista.

Page 256: los juegos del hambre 2- en llamas

― Eres demasiado lento. Además, te necesitaré en este extremo. Katniss

vigilará. ― Dice Beetee. ― No hay tiempo para debatir esto. Lo siento. Si las

chicas van a salir de allí con vida, tienen que ir moviéndose ya. ― Le entrega el

rollo a Johanna. No me gusta el plan más que a Peeta. ¿Cómo puedo protegerlo a

distancia? Pero Beetee tiene razón. Con su pierna, Peeta es demasiado lento para

bajar la colina a tiempo. Johanna y yo somos las más rápidas y de pisadas más

seguras en el suelo de la selva. No se me ocurre ninguna alternativa. Y si confío

en alguien aquí además de en Peeta, ese es Beetee.

― Está bien. ― Le digo a Peeta. ― Sólo dejaremos el cable y volveremos

derechas hacia arriba.

― No hacia la zona de rayos. ― Me recuerda Beetee. ― Dirigíos al árbol

en el sector de la una a las dos. Si notáis que se os acaba el tiempo, moveos una

más. Ni se os ocurra volver a la playa, sin embargo, hasta que yo pueda evaluar

los daños.

Tomo el rostro de Peeta entre mis manos.

― No te preocupes. Te veré a medianoche. ― Le doy un beso y, antes de

que pueda poner más objeciones, lo suelto y me giro hacia Johanna. ― ¿Lista?

― ¿Por qué no? ― Dice Johanna encogiéndose de hombros. Claramente

no és más feliz que yo por estar juntas en esto. Pero todos estamos en la trampa

de Beetee. ― Tú vigilas, yo desenrollo. Podemos cambiar después.

Sin más discusión, bajamos la colina. De hecho, hay muy poca discusión

entre nosotras. Nos movemos a buen paso, una con el cable, la otra vigilando.

Hacia mitad de camino, oímos cómo empiezan los chasquidos, indicando que ya

son después de las once.

― Mejor apurar. ― Dice Johanna. ― Quiero poner muha distancia entre el

agua y yo antes de que golpee el rayo. Sólo por si acaso Volts calculó mal algo.

― Yo llevaré el rollo un rato. ― Digo. Es un trabajo más duro extender el

cable que vigilar, y ella ha tenido un largo turno.

― Aquí. ― Dice Johanna, pasándome el rollo.

Las manos de ambas están aún sobre el cilindro metálico cuando hay una

breve vibración. De pronto el delgado cable dorado de arriba salta hacia nosotras,

Page 257: los juegos del hambre 2- en llamas

enredándose en vueltas y más vueltas alrededor de nuestras muñecas. Después

el extremo cortado llega serpenteando hasta nuestros pies.

Sólo nos lleva un segundo procesar este rápido giro de los acontecimientos.

Johanna y yo nos miramos, pero ninguna de las dos tiene que decirlo. Alguien por

encima de nosotras ha cortado el cable. Y llegarán hasta nosotras en cualquier

mnomento. Mi mano se libera del cable y acaba de cerrarse sobre las plumas de

una flecha cuando el cilindro metálico me golpea en el lateral de la cabeza. Lo

siguiente que sé es que estoy tumbada sobre la espalda encima de las viñas, un

dolor terrible en mi sien izquierda. Algo no está bien con mis ojos. Mi visión se

nubla, enfocándose y desenfocándose, mientras lucho por juntar las dos lunas

flotando en el cielo en una sola. Es difícil respirar, y me doy cuenta de que

Johanna está sentada sobre mi pecho, con las rodillas presionadas contra mis

hombros. Siento una puñalada en mi antebrazo izquierdo. Intento apartarme pero

aún estoy demasaido incapacitada. Johanna está enterrando algo, supongo que la

punta de su cuchillo, en mi carne, girándola a uno y otro lado.Hay una terrible

sensación de desgarro y una calidez corre por mi muñeca, llenándome la palma.

Pasa la mano por mi brazo y me cubre la mitad de la cara con mi sangre.

― ¡Quédate abajo! ― Sisea. Su peso abandona mi cuerpo y estoy sola.

¿Quédate abajo? Pienso. ¿Qué? ¿Qué está pasando? Mis ojos se cierran,

bloqueando el mundo inconsistente, mientras intento sacarle algún sentido a mi

situación. Todo en lo que puedo pensar es en Johanna empujando a Wiress a la

playa. “Sólo quédate abajo, ¿sí?” Pero no atacó a Wiress. No como esto. En

cualquier caso, yo no soy Wiress. No soy Nuts. “Sólo quédate abajo, ¿sí?”

resuena dentro de mi cerebro. Pisadas llegando. Dos pares. Pesadas, no

intentando ocultar su situación. La voz de Brutus.

― ¡Podemos darla por muerta! ¡Vamos, Enobaria! ― Pies moviéndose

hacia la noche.

¿Lo estoy? Entro y salgo de la inconsciencia buscando una respuesta. ¿Se

me puede dar por muerta? No estoy en posición de argumentar lo contrario. De

hecho, el pensamiento racional supone un gran trabajo. Esto es lo que sé.

Johanna me atacó. Golpeó ese cilindro contra mi cabeza. Me cortó el brazo,

probablemente haciendo un daño irreparable a venas y arterias, y después

apareciueropn Brutus y Enobaria antes de que tuviera tiempo para rematarme. La

alianza se terminó. Finnick y Johanna debían de tener un acuerdo para volverse

en nuestra contra esta noche. Sabía que deberíamos habernos ido por la mañana.

No sé de qué lado está Beetee. Pero ahora yo soy una presa, y Peeta también.

Page 258: los juegos del hambre 2- en llamas

¡Peeta! Mis ojos se abren de golpe por el pánico. Peeta está esperando

junto al árbol, sin sospechgar nada y con la guardia baja. Tal vez Finnick lo ha

matado ya.

― No. ― Susurro. Ese cable fue cortado a poca distancia por los

Profesionales. Finnick y Beetee y Peeta no pueden saber lo que está pasando

aquí abajo. Sólo se pueden estar preguntando qué es lo que ha pasado, por qué

se ha aflojado el cable, o por qué tal vez incluso ha vuelto al árbol. Esto, en sí

mismo, no puede ser una señal para matar, ¿verdad? Seguro que esto sólo era

Johanna decidiendo que había llegado el momento de romper con nosotros.

Matarme. Escapar de los Profesionales. Después traer a Finnick a la lucha tan

pronto como fuera posible.

No lo sé. No lo sé. Sólo sé que tengo que volver junto a Peeta y mantenerlo

con vida. Hace falta cada gramo de mi fuerza para sentarme y arrastrarme a una

posición erguida apoyada contra un árbol. Tengo suerte por tener algo a lo que

sujetarme, ya que la selva está dando vueltas. Sin aviso, me echo hacia delante y

vomito el festín de marisco, haciendo arcadas hasta que ya no es posible que

quede ninguna ostra en mi cuerpo. Temblando y empapada de sudor, evalúo mi

condición física.

Cuando levanto mi brazo herido, la sangre me salpica en la cara y el mundo

da otro salto alarmante. Cierro con fuerza los ojos y me aferro al árbol hasta que

las cosas se estabilizan un poco, después doy unos pocos pasos con cuidado

hasta un árbol vecino, arranco algo de musgo y, sin examinar más la herida, me

vendo el brazo con fuerza. Mejor. Definitivamente mejor no verlo. Después permito

a mi mano tocar tentativamente la herida de mi cabeza. Hay un enorme chichón

pero no mucha sangre. Obviamente, tengo algún daño interno, pero no parezco

estar en peligro de desangrarme hasta morir. Por lo menos no por la cabeza. Me

seco las manos con musgo y agarro el arco con manos temblorosas con mi

lastimado brazo izquierdo. Aseguro una flecha en la cuerda. Obligo a mis piues a

ascender por la ladera. Peeta. Mi último deseo. Mi promesa. Mantenerlo vivo. Mi

corazón se libera un poco cuando me doy cuenta de que debe de estar vivo

porque no ha sonado ningún cañón. Tal vez Johanna estaba actuando sola,

sabiendo que Finnick estaría de su parte una vez sus intenciones estuvieran

claras. Aunque es difícil adivinar lo que pasa entre esos dos. Pienso en cómo él la

miró en bisca de confirmación antes de aceptar colocar la trampa de Beetee. Hay

una alianza mucho más profunda basada en años de amistad y quién sabe qué

más. En consecuencia, si Johanna se ha vuelto en mi contra, ya no debería

confiuar en Finnick. Llego a esta conclusión sólo segundos antes de oír algo

corriendo ladera abajo hacia mí. Ni Peeta y Beetee podrían moverse a este paso.

Page 259: los juegos del hambre 2- en llamas

Me agacho detrás de una cortina de viñas, ocultándome justo a tiempo. Finnick

pasa volando a mi lado, su piel ensombrecida por la medicina, saltando sobre la

vegetacón como un ciervo. Enseguida ve la situación de mi ataque, debe de ver la

sangre.

― ¡Johanna! ¡Katniss! ― Grita. Me quedo en el sitio hasta que se va en la

dirección que tomaron Johanna y los Profesionales.

Me muevo tan rápidamente como puedo sin hacer que el mundo se

convierta en un remolino. Mi cabeza palpita con el rápido latido de mi corazón. Los

insectos, posiblemente excitados por el olor a sangre, han incrementado sus

chasquidos hasta que es un rugido constante en mis oídos. No, espera. Ta vez

mis oídos están pitando por el golpe. Hasta que los insectos se callen, será

imposible decirlo. Pero cuando los insectos se callen, empezarán los rayos. Engo

que ir más rápido. Tengo que llegar hasta Peeta. La explosión de un cañón me

para en seco. Alguien ha muerto. Sé que con todos corriendo en todas direcciones

armados y asustados justo ahora, podría ser cualquiera. Pero quienquiera que

sea, estoy segura de que la muerte pulsará el gatillo de un “todos contra todos” allí

fuera en la noche. La gente matará primero y se hará preguntas después. Obligo a

mis piernas a correr.

Algo atrapa mis pies y caigo de bruces. Lo siento envolverse a mi alrededor,

enredándome en fibras afiladas. ¡Una red! Esta debe de ser una de las redes de

Finnick, colocada para atraparme, y él debe de estar cerca, tridente en mano. Me

agito sólo un momento, sólo consiguiendo que la red se evuelva más

ajustadamente a mi alrededdor, y después la veo brevemente a la luz de la luna.

Confusa, levanto el brazo y veo que está enredado en relucientes hilos dorados.

No es para nada una de las redes de Finnick, sino el cable de Beetee. Me pongo

en pie con cuidado y descubro que estoy en un trozo de la cosa que se enredó en

un tronco en su camino de vuelta al árbol del rayo. Me desenredo lentamente del

cabble, salgo de su alcance, y prosigo mi ascenso.

Mirándolo por el lado positivo, estoy en el camino correcto y no he quedado

lo bastante desorientada por mi lesión de la cabeza como para perder el sentido

de la dirección. Por el lado negaivo, el cable me ha recordado la próxima tormenta

elétcrica. Aún puedo oír los insectos, pero ¿están empezando a apagarse?

Mantengo las vueltas de cable a unos metros a mi izquierda como guía

mientras corro, pero tengo mucho cuidado de no tocarlo. Si esos insectos se están

apagando y el primer rayo está a punto de golpear el árbol, entonces su energía

bajará por ese cable y cualquiera en contacto con él morirá.

Page 260: los juegos del hambre 2- en llamas

El árbol aparece en mi campo de visión, su tronco cubierto de oro. Aflojo el

paso, intentando moverme con algo de sigilo, pero la verdad es que tengo suerte

de mantenerme en pie. Busco una señal de los demás. Nadie. Nadie está aquí.

― ¿Peeta? ― Llamo suavemente. ― ¿Peeta?

Un leve gemido me responde y me doy la vuelta para encontarr una figura

tumbada en el suelo más arriba.

― ¡Beetee! ― Exclamo. Me apresuro y me arrodillo a su lado. El gemido

debe de haber sido involuntario. No está consciente, aunque no puedo ver

ninguna herida salvo el tajo bajo su codo. Cojo un puñado de musgo cercano y lo

envuelvo torpemente mientars trato de despertarlo. ― ¡Beetee! ¡Beetee, qué está

pasando! ¿Quién te cortó? ¡Beetee! ― Lo sacudo de la forma de la que nunca

deberías sacudir a nadie herido, pero no sé qué más hacer. Gime otra vez y

brevemente levanta una mano para apartarme.

Es entonces cuando me doy cuenta de que está sosteniendo un cuchillo,

uno que Peeta llevaba antes, creo, que está envuelto en cable sin apretar.

Perpleja, me pongo en pie y levanto el cable, confirmando que está unido al árbol.

Me lleva un momento recordar el segundo extremo, mucho más corto, que Beetee

enrolló elrededor de una rama y dejó en el suelo antes siquiera de empezar su

diseño en el árbol. Había creído que tenía algún significado eléctrico, que se había

colocado para usarse después. Pero nunca lo fue, porque aquí hay probablemente

unos buenos veinte o veinticinco metros.

Entorno los ojos mirando colina arriba y me doy cuenta de que estamos a

sólo unos pocos pasos del campo de fuerza. Allí está el cuadrado delator, alto y a

mi derecha, tal y como estaba esta mañana. ¿Qué hizo Beetee? ¿Intentó clavar el

cuchillo en el campo de fuerza tal y como hizo Peeta accidentalmente? ¿Y qué

pasa con el cable? ¿Era este su plan de reserva? ¿Si electrificar el agua fallaba,

tenía pensado enviar la energía del rayo al campo de fuerza? ¿Qué haría eso, en

cualquier caso? ¿Nada? ¿Mucho? ¿Freirnos a todos? El campo de fuerza debe de

ser sobre todo también energía, supongo. El del Centro de Entrenamiento era

invisible. Este parece reflejar de algún modo la selva. Pero lo he visto parpadear

cuando el cuchillo de Peeta lo tocó y cuando mis flechas lo golpearon. El mundo

real yace justo detrás de él. Mis oídos no están pitando. Después de todo eran los

insectos. Ahora lo sé porque están apagándose rápidamente y no oigo nada salvo

los sonidos de la selva. Levantar a Beetee es inútil. No puedo despertarlo. No

puedo salvarlo. No sé que estaba intentando hacer con el cuchillo y el cable y él

es incapaz de explicarse. El vendaje de musgo de mi brazo está

Page 261: los juegos del hambre 2- en llamas

empapado y no tiene sentido engañarme a mí misma. Estoy tan mareada que me

desmayaré en cuestión de minutos. Tengo que apartarme de este árbol y . . .

― ¡Katniss! ― Oigo su voz aunque está a mucha distancia. Pero ¿qué está

haciendo? Peeta debe de haber averiguado que ahora todos nos están dando

caza. ― ¡Katniss!

No puedo protegerlo. No puedo moverme rápido ni lejos y mis habilidades

de disparo son como mucho cuestionables. Hago lo único que puedo para apartar

a los atacantes lejos de él y hacia mí.

― ¡Peeta! ― Gritó. ― ¡Peeta! ¡Estoy aquí! ¡Peeta! ― Sí, los atraeeré, a

cualquiera en mi vecindad, lejos de Peeta y hacia mí y el árbol que pronto será un

arma en sí misma. ― ¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí! ― No llegará. No con esa pierna

de noche. Nunca llegará a tiempo. ―

¡Peeta!

Está funcionando. Puedo oírlos venir. A dos. Abriéndose camino

rápidamente a través de la selva. Mis rodillas empiezan a flaquear y me derrumbo

junto a Beetee, apoyando el peso sobre los talones. Mi arco y flechas se colocan

en posición. Si puedo acabar con ellos, ¿sobrevivirá

Peeta al resto?

Enobaria y Finnick llegan al árbol del rayo. No pueden verme, sentada por

encima de ellos en la ladera, mi piel camuflada con ungüento. Apunto al cuello de

Enobaria. Con algo de suerte, cuando la mate, Finnick se agachará detrás del

árbol en busca de refugio justo cuando el rayo golpee. Y eso pasará de un

momento a otro. Sólo hay un levísimo chasquido de insectos aquí y allá. Puedo

matarlos ahora. Puedo matarlos a ambos.

Otro cañón. Aún respira superficialmente a mi lado. Él y yo moriremos

pronto. Finnick y Enobaria morirán. Peeta está vivo. Dos cañones han sonado.

Brutus, Johanna, Chaff. Dos de ellos ya están muertos. Eso le dejará a Peeta sólo

un tributo que matar. Y eso es lo máximo que puedo hacer. Un enemigo. Enemigo.

Enemigo. La palabra evoca en mí un recuerdo reciente. Lo traigo al presente. La

expresión del rostro de Haymitch. “Katniss, cuando estés en la arena . . .” El ceño

fruncido, el recelo. “¿Qué?” Oigo mi propia voz tensándose al erizarme ante una

acusación no pronunciada. “Sólo recuerda quién es el enemigo.” Dice Haymitch.

“Eso es todo.”

Page 262: los juegos del hambre 2- en llamas

Las últimas palabras de consejo de Haymitch para mí. ¿Por qué necesitaría

recordarlo? Siempre he sabido quién es el enemigo. Quién nos mata de hambre y

nos tortura y nos mata en la arena. Quién matará pronto a todos a los que quiero.

Bajo el arco cuando proceso este significado. Sí, sé quién es el enemigo. Y

no es Enobaria. Por fin veo el cuchillo de Beetee con ojos claros. Mis manos

temblorosas deslizan el cable de la empuñadura, lo enrollan en torno a la flecha

justo sobre las plumas, y lo aseguran con un nudo aprendido durante el

entrenamiento.

Me levanto, girándome hacia el campo de fuerza, revelándome

completamente pero sin que esto me preocupe ya. Sólo preguntándome por

dónde debería dirigir mi punta, dónde habría clavado Beetee el cuchillo de haber

podido elegir. Mi arco se levanta hacia ese cuadrado vibrante, el fallo, el . . .

¿cómo lo llamó él aquel día? La brecha en la armadura. Dejo volar la flecha, la veo

golpear su objetivo y desvanecerse, arrastrando consigo el hilo de oro detrás.

Mi pelo se pone de punta y el rayo golpea el árbol.

Un fogonazo blanco recorre el cable, y durante sólo un momento, la cúpula

explota en una cegadora luz azul. Me caigo de espaldas al suelo, el cuerpo inútil,

paralizado, los ojos congelados abiertos, mientras ligeros pedacitos de materia me

llueven encima. No puedo alcanzar a Peeta. Ni siquiera puedo alcanzar mi perla.

Mis ojos luchan por capturar una última imagen de belleza para llevar conmigo.

Justo antes de que empiecen las explosiones, encuentro una estrella. 27

Todo parece erupcionar a la vez. La tierra explota en lluvias de polvo y

plantas. Los árboles estallan en llamas. Incluso el cielo se llena con fogonazos de

brillantes colores. No se me ocurre por qué está siendo bombardeado el cielo

hasta que me doy cuenta de que los Vigilantes están tirando fuegos artificiales allí

arriba, mientras la destrucción de verdad sucede en el suelo. Sólo por si acaso no

es lo bastante divertido el mirar la obliteración de la arena y de los restantes

tributos. O tal vez para iluminar nuestros sangrientos finales.

¿Dejarán sobrevivir a alguien? ¿Habrá un vencedor de los Septuagésimo

Quintos Juegos del Hambre? Tal vez no. Después de todo, qué era este Quarter

Quell sino . . . ¿Qué era lo que había leído el Presidente Snow de la tarjeta? Un

recordatorio para los rebeldes de que incluso los más fuertes de entre elllos no

pueden superar el poder del Capitolio . . .”

Page 263: los juegos del hambre 2- en llamas

Ni siquiera el más fuerte de entre los fuertes triunfará. Tal vez nunca

tuvieron la intención de tener un vencedor en estos Juegos. O tal vez mi acto final

de rebelión forzó su mano. Lo siento, Peeta, pienso. Siento no haber podido

salvarte. ¿Salvarlo? Más bien robé su última posibilidad de vivir, destruyendo el

campo de fuerza. Tal vez, si todos hubiéramos jugado según las reglas, le habrían

dejado vivir.

El aerodeslizador se materializa sobre mí sin avisar. Si hubiera habido

silencio, y un sinsajo estuviera posado cerca, habría oído a la selva quedarse en

silencio y después la llamada de advertencia del pájaro que precede a la aparición

del aerodeslizador del Capitolio. Pero mis oídos nunca podrían separar algo tan

delicado en este bombardeo. La garra cae del lateral hasta que está justo encima.

Las garras metálicas se delizan debajo de mí. Quiero gritar, correr, salir de aquí a

golpes, pero estoy helada, impotente para hacer nada salvo esperar

fervientemente morir antes de alcanzar a las figuras oscuras que me esperan

arriba. No me han perdonado la vida para coronarme vencedora sino para hacer

mi muerte tan lenta y pública como sea posible.

Mis peores temores se ven confirmados cuando el rostro que me da la

bienvenida dentro del aerodeslizador pertenece a Plutarch Heavensbee, Vigilante

en Jefe. Qué desastre he hecho de estos preciosos Juegos del inteligente reloj

que hace tictac y el campo de vencedores. Él sufrirá por su fracaso,

probablemente perderá la vida, pero no antes de verme castigada. Su mano se

alza hacia mí, creo que para golpearme, pero hace algo peor. Con ayuda de índice

y pulgar me cierra los párpados, sentenciándome a la vulnerabilidad de la

oscuridad. Ahora pueden hacerme cualquier cosa y ni siquiera lo veré venir.

Mi corazón late con tanta fuerza que la sangre empieza a correr debajo de

mi empapada venda de musgo. Mis pensamientos se nublan. Después de todo

aún es posible que sangre hasta morir antes de que me reanimen. En mi mente

susurro un gracias a Johanna Mason por la excelente herida que infligió, y me

desmayo.

Cuando regreso a la semiconsciencia, puedo sentir que estoy tumbada

sobre una mesa acolchada. Está la sensación punzante de tubos en mi brazo

izquierdo. Están intentando mantenerme con vida porque, si me deslizo silenciosa

y privadamente hacia la muerte, será una victoria. Aún soy en general incapaz de

moverme, abro los párpados, levanto la cabeza. Pero mi brazo derecho ha

recuperado algo de movilidad. Está extendido cruzándome el abdomen, como una

aleta, no, algo menos animado, como un garrote. No tengo verdadera

coordinación motora, ninguna prueba de que siquiera tenga dedos todavía. Aún

Page 264: los juegos del hambre 2- en llamas

así consigo bambolear el brazo de un lado a otro hasta que arranco los tubos.

Salta un pitido pero no puedo permanecer despierta para descubrir a quien

atraerá.

La siguiente vez que salgo a la superficie, mis manos están atadas a la

mesa, los tubos de vuelta en mi brazo. Sin embargo, puedo abrir los ojos y

levantar levemente la cabeza. Estoy en una gran habitación con techo bajo y una

luz plateada. Hay dos filas de camas una frente a la otra. Puedo oír la respiración

de lo que asumo son los demás vencedores. Directamente frente a mí veo a

Beetee con unas diez máquinas distintas enganchadas a él. ¡Sólo dejadnos morir!

Grito en mi cabeza. Golpeo la cabeza con fuerza hacia atrás contra la mesa

y me desvanezco de nuevo.

Cuando por fin, de verdad, me despierto, las restricciones ya no están.

Levanto la mano y descubro que tengo dedos que nuevamente pueden moverse

bajo mis órdenes. Me siento y me aferro a la mesa acolchada hasta que la

habitación se enfoca. Mi brazo izquierdo está vendado pero los tubos cuelgan de

barras junto a mi cama.

Estoy sola salvo por Beetee, que todavía yace frente a mí, siendo sostenido

por su ejército de máquinas. ¿Dónde están los otros, entonces? Peeta, Finnick,

Enobaria y . . . y . . . uno más, ¿verdad? O bien Johanna o Chaff o Brutus, uno de

ellos aún estaba con vida cuando empezaron las bombas. Estoy segura de que

querrán crear ejemplo con todos nosotros. Pero ¿dónde se los han llevado? ¿Se

los han llevado desde el hospital a la cárcel?

― Peeta . . . ― Susurro. Deseaba tanto protegerlo. Todavía estoy resuelta

a ello. Ya que he fracasado manteniéndolo seguro con vida, debo encontrarlo,

matarlo ahora antes de que el Capitolio pueda escoger los medios agonizantes de

su muerte. Deslizo mis piernas fuera de la mesa y miro a mi alrededor en busca de

un arma. Hay varias jeringas selladas en plástico estéril sobre una mesa cerca de

la cama de Beetee. Perfecto. Todo lo que necesito es aire y un pinchazo directo a

una de sus venas.

Hago una pausa, considerando matar a Beetee. Pero si lo hago, los

monitores empezarán a pitar y me cogerán antes de que llegue a Peeta. Hago una

promesa muda de regresar a rematarlo si puedo.

Estoy desunda salvo por un delgado camisón, así que deslizo la jeringa

bajo el vendaje que cubre la herida de mi brazo. No hay guardias en la puerta. Sin

Page 265: los juegos del hambre 2- en llamas

duda alguna estoy a kilómetros por debajo del Centro de Entrenamiento o en

alguna fortaleza del Capitolio, y la posibilidad de que escape es inexistente. No

importa. No me estoy escapando, sólo acabando una misión. Me deslizo por un

estrecho pasillo hasta una puerta metálica que está entreabierta. Alguien está tras

ella. Saco la jeringa y la aferro en la mano. Apretándome contra la pared, escucho

a las voces del interior.

― Se han perdido comunicaciones en el Siete, el Diez, y el Doce. Pero

ahora el Once tiene el control sobre el transporte, así que por lo menos hay

esperanza de que saquen algo de comida.

Plutarch Heavensbee, creo. Aunque en realidad sólo he hablado con él una

vez. Una voz áspera hace una pregunta.

― No, lo siento. No hay modo de que pueda llevarte el Cuatro. Pero he

dado órdenes específicas para recuperarla si es posible. Es todo lo que puedo

hacer, Finnick. Finnick. Mi mente lucha por captar el sentido de la conversación,

del hecho de que está teniendo lugar entre Plutarch Heavensbee y Finnick. ¿Es él

tan querido y tan cercano al Capitolio que le excusarán sus crímenes? ¿O de

verdad no tenía ni idea de lo que pretendía Beetee? Grazna algo más. Algo lleno

de desesperación.

― No seas estúpido. Eso es lo peor que podrías hacer. Hacer seguro que la

mataran. Mientras tú estés vivo, la mantendrán a ella viva como cebo. ― Dice

Haymitch.

¡Dice Haymitch! Cruzo la puerta con un golpe y tropiezo al interior de la

habitación. Haymitch, Plutarch y un Finnick en muy malas condiciones están

sentados alrededor de una mesa puesta con una comida que nadie está

comiendo. La luz del día entra por las ventanas curvas, y en la distancia veo la

cúpula de un bosque de árboles. Estamos volando.

― ¿Ya has dejado de dormitar, preciosa? ― Dice Haymitch, el fastidio

evidente en su voz. Pero cuando me echo hacia delante él avanza y me coge de

las muñecas, manteniéndome en pie. Mira mi mano. ― ¿Así que sois tú y una

jeringa contra el Capitolio? Ves, esta es la razón por la que nadie te deja a ti hacer

los planes. ― Lo miro sin comprender. ― Suéltala. ― Siento la presión

incrementarse en mi muñeca derecha hasta que mi mano se ve obligada a abrirse

y soltar la jeringa. Me sienta en una silla junto a Finnick.

Page 266: los juegos del hambre 2- en llamas

Plutarch me pone un cuenco de caldo delante. Un panecillo. Me coloca una

cuchara en la mano.

― Come. ― Dice en una voz mucho más amable de la que usó Haymitch.

Haymitch se sienta directamente frente a mí.

― Katniss, voy a explicarte lo que ha pasado. No quiero que preguntes

nada hasta que termine. ¿Entiendes?

Asiento, atontada. Y esto es lo que me dice.

Había un plan para sacarnos de la arena dese el momento en que el Quell

fue anunciado. Los tributos de los distritos 3, 4, 6, 7, 8 y 11 tenían diversos grados

de conocimiento acerca de ello. Plutarch Heavensbee ha sido, durante varios

años, parte de un grupo secreto que intentaba acabar con el Capitolio. Se aseguró

de que el cable estuviera entre las armas. Beetee era el encargado de abrir un

agujero en el campo de fuerza. El pan que recibimos en la arena era un código

para el momento del rescate. El distrito de donde era originario el pan indicaba el

día. Tres. El número de panecillos la hora. Veinticuatro. El aerodeslizador

pertenece al Distrito 13. Bonnie y Twill, las mujeres del 8 que conocí en el bosque,

tenían razón sobre su existencia y sus capacidades de defensa. Actualmente

estamos en un viaje indirecto al Distrito 13. Mientras tanto, la mayoría de los

distritos de Panem están en plena rebelión. Haymitch se detiene para ver si lo

sigo. O tal vez ha terminado por el momento. Es muchísimo que absorber, este

elaborado plan en el que yo era una ficha, tal y como se suponía que debía ser

una ficha en los Juegos del Hambre. Utilizada sin mi consentimiento, sin saberlo.

Por lo menos en los Juegos del Hambre sabía que estaban jugando conmigo. Mis

supuestos amigos han sido mucho más reservados.

― No me lo dijisteis. ― Mi voz es tan áspera como la de Finnick.

― No se os dijo ni a ti ni a Peeta. No podíamos arriesgarnos. ― Dice

Plutarch. ― Incluso estaba preocupado de que mencionaras mi indiscreción con el

reloj durante los Juegos. ― Saca su reloj de bolsillo y desliza su pulgar sobre el

cristal, encendiendo el sinsajo. ― Por supuesto, cuando te enseñé esto, no hacía

más que darte una pista sobre la arena. Como mentora. Pensé que podría ser el

primer paso para ganarme tu confianza. Nunca se me pasó por la cabeza que

volvieras a ser tributo.

― Todavía no entiendo por qué a Peeta y a mí no se nos informó sobre el

plan. ― Digo.

Page 267: los juegos del hambre 2- en llamas

― Porque una vez explotara el campo de fuerza, seríais los primeros a los

que intentarían capturar, y cuanto menos supiérais, mejor. ― Dice Haymitch.

― ¿Los primeros? ¿Por qué? ― Digo, intentando asirme al hilo de

pensamiento.

― Por la misma razón por la que los demás acordamos morir para

manteneros con vida. ― Dice Finnick.

― No, Johanna intentó matarme. ― Digo.

― Johanna te noqueó para arrancarte el rastreador del brazo y para apartar

a Brutus y a Enobaria de ti. ― Dice Haymitch.

― ¿Qué? ― Me duele mucho la cabeza y quiero que dejen de hablar en

círculos. ― No sé de qué . . .

― Teníamos que salvarte porque tú eres el sinsajo, Katniss. ― Dice

Plutarch. ― Mientras tú vivas, la revolución vive.

El pájaro, la insignia, la canción, las bayas, el reloj, la galleta, el vestido que

estalló en llamas. Yo soy el sinsajo. El que sobrevivió a pesar de los planes del

Capitolio. El símbolo de la rebelión.

Es lo que sospeché en el bosque cuando encontré a Bonnie y Twill

huyendo. Aunque nunca llegué a entender la magnitud. Aunque claro, no se

pretendía que lo entendiera. Pienso en Haymitch despreciando mis planes para

huir del Distrito 12, para empezar mi propio levantamiento, incluso la misma

noción de que el Distrito 13 pudiera existir. Subterfugios y engaños. Y si él pudo

hacerlo, detrás de su máscara de sarcasmo y borrachera, tan convincentemente y

durante tanto tiempo, ¿sobre qué más ha mentido? Sé sobre qué más.

― Peeta. ― Susurro, mi corazón dando un vuelco.

― Los otros mantuvieron a Peeta con vida porque si él moría, sabíamos

que no habría modo de mantenerte en una alianza. ― Dice Haymitch. ― Y no

podíamos arriesgarnos a dejarte sin protección. ― Sus palabras son muy

pragmáticas, su expresión inmutable, pero no puede ocultar el tono grisáceo que

colorea su semblante.

― ¿Dónde está Peeta? ― Siseo.

Page 268: los juegos del hambre 2- en llamas

― Fue capturado por el Capitolio junto con Johanna y Enobaria. ― Dice

Haymitch. Y por fin tiene la decencia de bajar la mirada.

Técnicamente, estoy desarmada. Pero nadie debería subestimar el daño

que pueden hacer las uñas, especialmente si el objetivo no está preparado. Me

lanzo sobre la mesa y rastrillo con las mías la cara de Haymitch, haciendo que

fluya la sangre y causando daño en un ojo. Después los dos nos estamos gritando

cosas terribles, terribles, y Finnick está intentando apartarme, y sé que Haymitch

apenas puede contenerse y no hacerme pedazos, pero yo soy el sinsajo. Yo soy el

sinsajo, y ya es bastante difícil mantenerme viva tal y como están las cosas. Otras

manos ayudan a Finnick y estoy de vuelta en mi mesa, mi cuerpo sujeto, mis

muñecas atadas, así que golpeo la cabeza, enfurecida, una y otra vez contar la

mesa. Una jeringa me pincha en el brazo y la cabeza me duele tanto que dejo de

luchar y simplemente gimo horriblemente como un animal herido, hasta que mi voz

ya no puede más. La droga causa sedación, no sueño, así que estoy atrapada en

una miseria incómoda y vagamente dolorosa durante lo que parece una eternidad.

Reinsertan sus tubos y me hablan en voces calmantes que nunca me llegan. Todo

en lo que puedo pensar es Peeta, yaciendo en una mesa similar en algún sitio,

mientras intentan obtener de él información que ni siquiera tiene.

― Katniss. Katniss, lo siento. ― La voiz de Finnick llega desde la cama al

lado de la mía y se desliza hasta mi letargia. Tal vez porque sufrimos el mismo tipo

de dolor. ― Quería volver a por él y Johanna, pero no podía moverme.

No respondo. Las buenas intenciones de Finnick Odair significan menos

que nada.

― Es mejor para él que para Johanna. Averiguarán bastante pronto que él

no sabe nada. Y no lo matarán si pueden usarlo en tu contra. ― Dice Finnick.

― ¿Como cebo? ― Le digo al techo. ― ¿Igual que usarán a Annie como

cebo, Finnick? Puedo oírlo llorar pero no me importa. Probablemente ni se

molestarán en interrogarla a ella, tan perdida está. Perdida en la profundidad de

sus Juegos de hace años. Hay una gran probabilidad de que yo esté yendo en la

misma dirección. Tal vez ya me estoy volviendo loca y nadie tiene el valor de

decírmelo. Ya me siento lo bastante loca.

― Desearía que estuviera muerta. ― Dice. ― Desearía que todos

estuvieran muertos y nosotros también. Sería lo mejor.

Page 269: los juegos del hambre 2- en llamas

Bueno, no hay una buena respuesta para eso. Apenas puedo disputarlo ya

que estaba andando por ahí con una jeringa para matar a Peeta cuando los

encontré. ¿De verdad lo quiero muerto? Lo que quiero . . . lo que quiero es tenerlo

de vuelta. Pero ahora nunca lo tendré de vuelta. Incluso si de algún modo las

fuerzas rebeldes se las arreglaran para acabar con el Capitolio, puedes estar

seguro de que el último acto del Presidente Snow será rebanarle la garganta a

Peeta. No. Nunca lo tendré de vuelta. Así que muerto es lo mejor. Pero ¿sabrá

eso Peeta, o seguirá luchando? Es tan fuerte y tan buen mentiroso. ¿Cree que

tiene alguna posibilidad de sobrevivir? ¿Le importa siquiera si es así? No estaba

entre sus planes, en cualquier caso. Ya había renunciado a la vida. Tal vez, si

sabe que yo fui rescatada, incluso está contento. Siente que tuvo éxito en su

misión de mantenerme con vida. Creo que lo odio todavía más que a Haymitch.

Abandono. Dejo de hablar, de responder, rechazo la comida y el agua.

Pueden bombear lo que les apetezca en mi brazo, pero hace falta más que eso

para hacer que una persona siga adelante una vez ha perdido el deseo de vivir.

Tengo la extraña idea de que si muero, a Peeta le permitirán vivir. No como

alguien libre sino como un Avox o algo, sirviendo a los futuros tributos del Distrito

12. Después tal vez podría encontrar la forma de escapar. Mi muerte todavía

podría, de hecho, salvarlo.

Si no puede, no importa. Es suficiente morir de rencor. Para castigar a

Haymitch, quien, de entre todas las personas en este mundo putrefacto, nos ha

convertido a Peeta y a mí en fichas de sus Juegos. Yo confiaba en él. Puse lo que

era precioso en las manos dse Haymitch. Y me ha traicionado.

“Ves, esta es la razón por la que nadie te deja a ti hacer los planes,” dijo. Es

cierto. Nadie con dos dedos de frente me dejaría a mí hacer los planes. Porque

obviamente no puedo distinguir a un amigo de un enemigo.

Un montón de gente viene a hablarme, pero hago que todas sus palabras

suenen como el chasquido de los insectos en la selva. Sin significado y distantes.

Peligrosas, pero sólo si te acercas. Cuando las palabras empiezan a distinguirse,

gimo hasta que me dan más analgésico y eso arregla las cosas.

Hasta que una vez abro los ojos y encuentro a alguien a quien no puedo

bloquear, mirándome desde arriba. Alguien que no suplicará, ni explicará, ni

pensará que puede alterar mi diseño con ruegos, porque sólo él sabe cómo opero.

― Gale. ― Susurro.

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― Hola, Catnip. ― Aparta con la mano un mechón de pelo de mis ojos. Un

lado de su cara ha sido quemado bastante recientemente. Su brazo está en un

cabestrillo, y puedo ver vendas bajo su camisa de minero. ¿Qué le ha pasado?

¿Cómo está siquiera aquí? Algo muy malo ha pasado en casa.

No es tanto cuestión de olvidarme de Peeta como de acordarme de los

demás. Todo lo que hace falta es una mirada a Gale y todos vuelven resurgiendo

al presente, exigiendo que les haga caso.

― ¿Prim? ― Digo con voz ahogada.

― Está viva. También tu madre. Las saqué a tiempo.

― ¿No están en el Distrito Doce?

― Después de los Juegos, enviaron aviones. Soltaron bombas. ― Vacila.

― Bueno, ya sabes lo que le pasó al Quemador.

Lo sé. Lo vi arder. El viejo almacén cubierto en polvo de carbón. Todo el

distrito está cubierto de eso. Un nuevo tipo de horror empieza a despertarse en mí

cuando me imagino bombas golpeando la Veta.

― ¿No están en el Distrito Doce? ― Repito. Como si decirlo fuera a

esquivar la realidad.

― Katniss. ― Dice Gale suavemente.

Reconozco esa voz. Es la misma que utiliza para acercarse a animales

heridos antes de dar el golpe de gracia. Levanto la mano instintivamente para

bloquear sus palabras, pero él la coge y la agarra con fuerza.

― No. ― Susurro.

Pero Gale no es de los que me ocultan secretos.

― Katniss, no hay Distrito Doce.

Fin