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$10.00 Director: Carlos Ramírez indicadorpolitico.mx 1 de Junio de 2016 [email protected] Número 4 Cuadernos de El impasse nacional Por Roberto Vizcaíno / Pág. 19 Los intelectuales en el Poder Por Eduardo Mejía / Pág. 13 Los intelectuales, rebasados por la crisis y el poder Los intelectuales, rebasados por la crisis y el poder

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$10.00

Director: Carlos Ramírez indicadorpolitico.mx 1 de Junio de 2016 [email protected] Número 4

Cuadernos de

El impasse nacionalPor Roberto Vizcaíno / Pág. 19

Los intelectuales en el Poder Por Eduardo Mejía / Pág. 13

Los intelectuales, rebasados por la crisis y

el poder

Los intelectuales, rebasados por la crisis y

el poder

2Cuadernos de Indicador Político Junio 2016

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4

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Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director [email protected]

Lic. Armando Reyes ViguerasDirector [email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General [email protected]

Dr. Rafael Abascal y MacíasCoordinador de Análisis Político

Mtro. Carlos Loeza ManzaneroCoordinador de Análisis Económico

Ana Karina SánchezCoordinadora [email protected]

Raúl UrbinaAsistente de la Dirección General

Alberto RojasDiseño

Monserrat MéndezRedacción

Cuadernos de Indicador Político es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A.©, y el Centro

de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C.© Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos

son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F.

Reserva 04-2012-052910232300-30. Certificado de Licitud de Título y Contenido No. 15670.

indicadorpolitico.mx

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Presentación

Los intelectuales están fatigados, deprimidos, desorientadosPor Carlos Ramírez

Los intelectuales en el PoderPor Eduardo Mejía

Significado

3Cuadernos de Indicador Político Junio 2016

En toda sociedad, los intelectuales juegan un papel importan-te, al ser la parte que aporta la reflexión y la orientación para el resto del conjunto. Sus palabras, ideas y conceptos son escuchados con atención gracias al prestigio con el que cuentan, de ahí que también sean un objetivo para los gobernantes, quienes buscan ganar su amistad –o generar una complicidad– para aprovechar su influencia en amplias capas de la sociedad.

Es por esto que la relación intelectuales-política, debe ser una que interese no sólo a los ciudadanos, sino a los propios actores pensantes quienes no están acostumbrados a mirarse en el espejo. Es por lo anterior que en esta edición, Cuadernos de Indicador Po-lítico revisa el tema de los intelectuales y su relación con el Poder, además de su estado de ánimo en la coyuntura actual.

Abrimos este número con un ensayo de Carlos Ramírez en el que diagnostica la depresión que algunos representantes del mun-do intelectual sufren en este año, lo cual queda en evidencia por expresiones públicas que han tenido recientemente. Sin duda se trata de una reflexión que vale la pena compartir, pues se trate de un estado de ánimo que es compartido por muchos ciudadanos. Hasta el Presidente Enrique Peña Nieto se ha referido al “mal hu-mor social” que se palpa en estos momentos en el país. Los inte-lectuales no hacen sino reflejar eso mismo que, para muchos, tiene su origen en las propias decisiones, buenas o malas, que el propio gobierno federal ha tomado.

Completa esta edición un texto de nuestro colaborador Eduar-do Mejía en el que pasa revista a la relación entre los intelectuales y el Poder, en una revisión histórica que nos enseña que no sólo se ha dado un trato de mutuo beneficio, sino que a veces el conflicto ha estado presente, aunque los intelectuales han tomado partido en las muchas pugnas que se han dado desde el siglo XIX.

Esperamos que esta información sea de interés para nuestros lectores.

Presentación

4Cuadernos de Indicador Político Junio 2016

i. “Miéntenles la madre, que tam-bién les duele”

L a queja de Fernando del Paso al recibir el premio Cervantes y la declara-

ción pesimista de Juan Villoro no fueron las primeras catilinarias de algún intelectual hacia la crisis po-lítica mexicana, y tampoco serán las últimas. Como voces aisladas, armados con el instrumento de su verbo crítico, algunos escritores dejan caer sus palabras de severo cuestionamiento hacia la situación de desarreglo nacional: antes era contra el PRI, luego contra la fal-ta de modernización política, con mayor intensidad sobre la violen-cia criminal que en algunos aspec-tos ha rebasado al Estado y ahora contra la respuesta de autoridad del Estado ante el desafío del cri-men organizado.

Desde dentro del sistema político/régimen de gobierno/Estado nacio-nal priísta, los hombres de letras y de ideas han carecido de sistematización de sus críticas, de articulación de po-sicionamientos e intención más allá del estado de ánimo. Ello los ha lle-vado a escalar los adjetivos, a estallar las animosidades y a quedarse en la

crítica sin pasar por el análisis. Por eso es que se reproducen entrevistas, de-claraciones o discursos contra la reali-dad nacional crítica, pero es la hora en que aún no se publica el gran ensayo, la gran novela, la gran poesía, la gran película o el gran reportaje sobre la realidad de la crisis nacional.

Así, el impacto es mediático, se agota en la viralización en redes socia-les de algunas frases y retroalimenta los resentimientos sociales. Siguiendo a Jürgen Habermas, esos pronuncia-mientos se agotan en la mera acción comunicativa, sólo de difusión de frases, sin llegar a ninguna acción instrumental ni menos transformarse en alguna acción estratégica. Han sido meros gritos en el desierto o las men-tadas de madre de María Félix en la película La Cucaracha cuando a ella y a su tropa se le habían terminado las municiones y ya no tenían más para lastimar al enemigo.

Los posicionamientos radicales de los intelectuales no son nuevos, aun-que tampoco tan antiguos. Los inte-lectuales han asumido muy reciente-mente conductas públicas de crítica a la realidad crítica del país, aunque no las han razonado como parte de los perfiles perversos del sistema po-lítico priísta. En términos formales de crítica, los intelectuales comenzaron a confrontar los abusos autoritarios del sistema apenas en 1958 con un desplegado firmado por Octavio Paz –era, por cierto, diplomático, lo cual le dio mayor valor a su firma– para

pedirle al gobierno y al Estado aten-der los reclamos de los sindicatos que estaban rompiendo con el charrismo sindical controlado por el sistema y por el Estado.

Antes de ese año de giro estraté-gico del régimen hacia el centro-de-recha autoritario, los intelectuales se posicionaban dentro del gobierno y del Estado. Pero la conquista de es-pacios de autonomía crítica duraron poco: del desplegado de 1958 a la re-forma política de 1978 que permitió la legalización política y el ingreso del Partido Comunista Mexicano (PCM) al Congreso federal y por tanto la dis-tensión del sistema autoritario, aun-que con mecanismos severos de exclu-sión política antisistémica.

El discurso de Fernando del Paso en la Universidad de Alcalá de Hena-res al recibir el Premio Cervantes de Literatura 2016, rebotó en México por sus cuestionamientos a la vio-lencia criminal y a sus señalamientos sobre la responsabilidad del Estado, con la advertencia de la construcción de un “totalitarismo” policiaco por la llamada Ley Atenco en el Estado de México para la utilización de la fuerza pública ante protestas sociales.

Pero se ha tratado –ése discurso y algunos otros– de posicionamientos circunstanciales, de crítica, con ra-zonamientos sistémicos que sólo se entienden en México y que dejaron pasmados a los miembros de la mo-narquía española constitucional que lo escucharon. Aunque fueran ciertas

Por Carlos Ramírez@carlosramirezh

Del Paso, Villoro, Krauze, Aguilar Camín

Los intelectuales están fatigados, deprimidos, desorientados

5Cuadernos de Indicador Político Junio 2016

en su totalidad las denuncias de Del Paso, la falta de una explicación o de un contexto analítico la redujeron a frases multiplicadas en las redes ci-bernéticas. Pero la crisis de sistema/régimen/Estado en México necesita de algo más que las pasiones inte-lectuales: urge la capacidad de razo-namiento intelectual para explicar la coyuntura actual, el agotamiento del sistema/régimen/Estado priísta y sobre todo la ausencia o inexistencia práctica de una oposición alternativa.

Lo que dejan ver las declaracio-nes de Del Paso, Luis Villoro, Elena Poniatowska es el triple problema intelectual: depresión, impotencia y falta de alternativa sistémica. Los tres, como muchos otros, militan en las filas del lopezobradorismo oposi-tor, pero éste con una propuesta de regresión al priísmo cardenista –que entonces era el tránsito del Partido Nacional Revolucionario que fundó Plutarco Elías Calles con el Partido de la Revolución Mexicana y el cor-porativismo cardenista, ambos ya con el ADN del PRI que nació en 1948– y no tanto una propuesta de recons-trucción del sistema/régimen/Estado.

En todo caso, esos posicionamien-tos de escritores perfilan más bien un estado de ánimo: la depresión de los intelectuales, ese estado de actividad decreciente en el que el afectado no quiere buscar salidas o curas y prefie-re hundirse en una especie de triste-za social. Según el Diccionario de la Real Academia, la depresión es un “síndrome caracterizado por una tris-teza profunda y por la inhibición de las funciones psíquicas, a veces con trastornos neurovegetativos”. Los in-telectuales aparecen enojados, medio asustados, pero sin decisión de pre-sentar opciones, nuevos caminos o, en el mejor de los casos, de construir un nuevo diagnóstico de la república; por eso la salida es la diatriba, con ra-zones y fundamentos, pero sin ir más allá que mentarle la madre a los res-ponsables, pues a veces las mentadas duelen más que las balas o las revo-luciones.

El funcionamiento del sistema político tiene sus propias dinámicas.

Después de las frases hirientes, apoca-lípticas y acusatorias de Fernando del Paso, el presidente Enrique Peña Nie-to le envió al escritor y por supuesto al espacio cibernético su beneplácito por el muy bien ganado Premio Cervantes de Literatura. En las redes cibernéti-cas se viralizaron algunas frases del discurso pero su duración no fue más allá del fin de semana.

En todo caso, quedó de nueva cuenta en el ambiente social la inda-gación histórica de los intelectuales en el sistema político mexicano a lo largo de la historia mexicana iniciada en 1808, sobre todo para entender el alcance de las palabras y críticas de Del Paso y prever sus efectos. Y su relación ha sido directa como partici-pantes en alguna parte de las estructu-ras del poder e indirecta como críticos pero desde dentro del sistema y como beneficiarios de los sistemas de apoyo a la creación cultural o vía universi-dades públicas. El único intelectual que criticó y propuso una alternativa al sistema/régimen/Estado priísta fue José Revueltas, militante del Partido Comunista aunque expulsado en dos ocasiones y autor de ensayos sobre el sistema político, sobre todo México: una democracia bárbara. Fuera de ahí, la crítica intelectual se ha dado dentro del sistema.

De 1958 al discurso de Del Paso en 2016 ha habido un itinerario crí-tico de los intelectuales y/ante/frente/contra/dentro de la política:

1958: desplegado de intelectuales contra represión sindical de militan-tes del PCM; entre ellos apareció Oc-tavio Paz, entonces ya dentro del ser-vicio diplomático pero con su espacio de independencia.

1960: los intelectuales entraron a la política por el lado de la cultura política. Revistas, suplementos, ensa-yos: El Espectador, Política, La Cul-tura en México, sobre todo. En 1964 intelectuales del sistema apoyaron la candidatura de Díaz Ordaz –Carlos Fuentes, al frente– pero criticando las desviaciones.

1968: movimiento estudiantil y popular. Octavio Paz renuncia a la embajada de México en la India y los intelectuales firmaron cuando menos once desplegados de apoyo a los estu-diantes.

1970: luego de la renuncia, Paz publicó Posdata como una severa crí-tica al sistema político priísta equipa-rándolo con el soviético; y participó en algunas reuniones con Heberto Castillo y Carlos Fuentes para impul-sar un partido de izquierda diferente al PCM.

1971-1977: el presidente Echeve-rría sedujo a los intelectuales –sobre todo a Fernando Benítez y Carlos Fuentes– y fundó el Principado de PRIracusa que hubiera ruborizado a Platón.

1972: ruptura Monsiváis-Paz por señalamientos de Monsiváis contra Paz y Plural señalándolos como libe-

6Cuadernos de Indicador Político Junio 2016

La revolución fue un vendaval que dejó al margen a los hombres de letras, poetas, novelistas y periodistas; en Los de abajo, Mariano Azuela narra una historia que reflejaba la disociación del intelectual creador con la realidad:

“–Quién me merca esta maquinita –pregonaba uno, enrojecido y fatiga-do de llevar la carga.

“Era una máquina de escribir nue-va, que a todos atrajo con los deslum-brantes reflejos del niquelado.

“La Oliver, en una sola mañana, había tenido cinco propietarios, co-menzando por valer diez pesos, de-preciándose uno o dos a cada cambio de dueño. La verdad era que pesaba demasiado y nadie podía soportarla más de media hora.

“–Doy una peseta por ella –ofreció la Codorniz.

“–Es tuya –respondió el dueño dándosela prontamente y con temo-res ostensibles de que aquél se arre-pintiera.

“La Codorniz, por 25 centavos, tuvo el gusto de tomarla en sus manos y de arrojarla luego contra las piedras, donde se rompió ruidosamente”.

Los intelectuales que participaron en el poder lo hicieron ante la impo-sibilidad de tener ingresos como crea-dores y ante la oportunidad de servir al gobierno y a algunos líderes. Por tanto, intelectuales colaboraron con dictadores, revolucionarios, estadis-tas, algunos de ellos sin abandonar sus creaciones. En un análisis forzado, podría decirse que los padres de la pa-tria fueron intelectuales en su prime-

rales –una forma educada de evadir el calificativo de derecha– y Paz respon-dió en Plural con un debate sobre el escenario de los escritores y la políti-ca. El medio intelectual se polarizó en función de las posiciones intelectuales frente al sistema/régimen/Estado.

1988-1994: Salinas reprodujo el modelo Echeverría de seducción a los intelectuales y los incorporo como in-telectuales semi-orgánicos del modelo neoliberal de desarrollo. Al frente es-tuvo Héctor Aguilar Camín y la revis-ta Nexos, una vez que en 1985 Monsi-váis se retiró de La Cultura en México.

1997: Frente a los cambios políti-cos del periodo 1988-1997, Octavio Paz por primera vez ofreció sus pro-puestas de reformas del sistema: la utopía de Paz.

1999: Carlos Fuentes recibió la medalla “Belisario Domínguez” y su discurso fue un defensa tardía de la Revolución Mexicana que ya había sido borrada en 1991 por Carlos Sali-nas de los documentos del PRI.

2000. Los intelectuales se pas-maron –y callaron, como los maria-chis– ante la alternancia partidista en la Presidencia de la República con la victoria del PAN.

2006: con su propuesta neopopu-lista rescatada del viejo PRI populis-ta –ni siquiera cardenista– los inte-lectuales fueron seducidos ahora por Andrés Manuel López Obrador, un expriísta que fundó el PRD. Los in-telectuales fueron agrupados pero en torno a una figura y no a un proyecto.

2007: el gobierno de Felipe Calde-rón emprendió una ofensiva de segu-ridad con todo el peso del Estado para combatir a los cárteles criminales que habían expropiado espacios territoria-les de la soberanía del Estado.

2011: impulsado por el asesinato de su hijo en un pleito de cantina, el poeta Javier Sicilia construyó un movimiento de protesta que careció de una propuesta sistémica; en los hechos, pocos intelectuales lo acom-pañaron,

El panismo en la presidencia privi-legió el modelo de control intelectual por el camino de subsidios y becas,

desarticulando cualquier posibilidad de protesta sistémica: la acumulación de puntos para obtener beneficios fue alejando a los intelectuales de la lucha social.

El discurso de Fernando del Paso en la ceremonia de recepción del Premio Cervantes 2015, en España y ante la presencia de la monarquía constitucional parlamentaria, sacudió por la intensidad de sus críticas pero encontró un vacío intelectual.

ii. Ay qué tiempos señor don SimónLos intelectuales fueron tomados

por sorpresa por la Revolución Mexi-cana. Inclusive, en su caracterización. En el siglo XIX por intelectual se en-tendía el oficio de la reflexión pero también la autoría de algunas ideas en práctica. En términos estrictos, no hubo intelectuales prerrevolucio-narios, salvo algunos militantes que escribieron ensayos como parte de su acción revolucionaria. Pero escritores de ficción o poetas estaban dedicados más bien a disfrutar de las mieles del poder. James D. Cockcroft aborda el tema aunque sin precisarlo: los pre-cursores intelectuales de la Revolu-ción fueron más bien los ideólogos, asumiendo entonces el concepto inte-lectual como autoría y no como una práctica de escritores. Los escritores –novelistas, poetas y ensayistas– se mo-vían en su República de las Letras con subsidios oficiales, y algunos de ellos en situaciones de vinculación abierta con el porfirismo.

Los intelectuales en el porfirismo que se beneficiaron del ambiente en-contraron su espacio en el periódico El Imparcial, financiado por el gobier-no de Díaz: Amado Nervo, Ángel del Campo, Manuel Puga, Victoriano Sa-lado Álvarez,, Enrique González Mar-tínez, Heriberto Frías y Justo Sierra entre otros; y sigue viva la historia de cuando Victoriano Huerta hizo una visita al diario y Salvador Díaz Mirón hizo una crónica que terminó con las palabras que retrataron la relación de intelectuales con Huerta: “el señor ge-neral Huerta dejó en la casa de nues-tro diario un perfume de gloria”.

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ra versión de clérigos u hombres de la iglesia que influían a través de sus mi-sas: Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón entrarían en esta definición de clérigos como inte-lectuales que señala Julien Benda en su libro La traición de los clérigos.

En la más completa recopilación de intelectuales en el gobierno, Los intelectuales en el poder, Grupo Edi-torial Indicador Político, el escritor Eduardo Mejía hizo una indagatoria histórica

Andrés Quintana Roo, José María Luis Mora, Lucas Alamán, Lorenzo de Zavala, Luis de la Rosa, Mariano Otero y Manuel Eduardo de Gorosti-za, en la época de la construcción de la república.

En la Reforma: Melchor Ocampo, Francisco Zarco, Guillermo prieto, Ignacio Ramírez El Nigromante, Ig-nacio Vallarta, José María Lafragua, Matías Romero, Vicente Riva Palacio, Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias, estos dos últimos fueron pre-sidentes de la república saliendo del espacio intelectual.

En el porfirismo intelectuales en-contraron espacio en el parlamento: Alfredo Chavero, Manuel Gutiérrez Nájera, José Tomás de Cuéllar, Neme-sio García Naranjo, Querido Mohe-no, Francisco Bulnes, Alberto García Granados y Salvador Díaz Mirón. Ig-nacio Vallarta, Ignacio Mariscal y José Fernández se decantaron en la diplo-macia. Y colaboraron con el régimen: Joaquín Baranda, Manuel González Cossío, Justino Fernández, Victoria-no Salado Alvarez, Jorge Vera Estañol. De gran importancia en el porfirismo fue Federico Gamboa, también cola-borador de Huerta. Y edificador de la educación: Justo Sierra.

Madero no confió en los intelec-tuales, aunque algunos encontraron espacio. Pino Suárez era poeta, el ca-ricaturista El Chango García Cabral. Hubo grandes intelectuales contra Madero, como el poeta José Juan Ta-blada.

En las diferentes fases de la Revo-lución hubo espacio en el sistema y en el gobierno para intelectuales, algu-

nos de ellos manteniéndose en insti-tuciones culturales porque a Madero no le dio tiempo para hacerse del po-der y de la burocracia: José Vasconce-los llegó a ser ministro de Educación del gobierno de Obregón, y desde ahí Vasconcelos potenció la fuerza del Es-tado para atraer a intelectuales y ar-tistas, sobre todo a muralistas: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Jean Charlot y muchos otros.

Alfonso Reyes, hijo del general Bernardo Reyes que fue operador porfirista y luego quiso recuperar Pa-lacio Nacional ante el golpe de Huer-ta, se convirtió en el gran mandarín de la cultura desde su posición de em-bajador.

Otros intelectuales se forjaron en la lucha revolucionaria y luego se ins-titucionalizaron. El más importante fue Martín Luis Guzmán, villista, per-seguido, autor de La sombra del Cau-dillo sobre el método de designación del candidato presidencial y más tarde senador priísta. Daniel Cosío Villegas fue funcionario público y constructor de centros superiores de estudio, his-toriador y politólogo, y con algunos cuentos en su haber.

El cardenismo se acercó a los inte-lectuales: Vicente Lombardo Toleda-no fue líder político pero funcionaba como intelectual; Jesús Silva Herzog fue economista y analista político,

además de hombre de cultura, y ase-soró a Cárdenas; narciso Bassols, un activista de izquierda socialista, tam-bién anduvo con Cárdenas y luego hizo oposición desde dentro del sis-tema.

El priísmo institucionalizó a los intelectuales: un gran poeta y un so-bresaliente novelista fueron titulares de Educación, otros encontraron apo-yos en sus labores creativas y la diplo-macia abrió sus puertas a Octavio Paz.

El movimiento estudiantil de 68 provocó una diáspora de intelectua-les; muchos siguieron dentro del sis-tema pero en la periferia, los disiden-tes criticaban al sistema desde dentro para mejorar.

El modelo era de alianza –coinci-dencia ideológica, aunque fue presen-tado como complicidad. En 1990 el novelista peruano Mario Vargas Llosa criticó, en un debate sobre el desmo-ronamiento del sistema soviético, el modelo del sistema/régimen/Estado priísta en su capacidad para crear un espacio plural para los intelectuales, lo mismo quienes alababan que quie-nes criticaban. Vargas Llosa lo llamó la “dictadura perfecta”, un concepto –no lo dijo pero la referencia fue ob-via– acuñado por Aldous Huxley en el prólogo de su novela distópica Un mundo feliz:

“Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, una

8Cuadernos de Indicador Político Junio 2016

cárcel sin muros en la cual los prisio-neros no soñarían en evadirse. Un sistema de esclavitud donde, gracias al sistema de consumo y el entreteni-miento, los esclavos tendrían el amor de su servitud”.

La frase de Vargas Llosa fue exac-ta, politológicamente amañada. En el fondo, se trataba de la configuración de los tres pilares del régimen priísta: la ideología, el control del Estado y la burocracia. En 1976, en el prólogo de la nueva edición de su ensayo de 1958 México: una democracia bárbara, José Revueltas aclaraba las razones de la dominación priísta: “el Estado mexi-cano es un Estado ideológico total y totalizador”, convirtiendo la ideología en la cohesión interna. Revueltas no lo dijo pero se refería al pensamiento histórico o pensamiento oficial domi-nante que partía de la apropiación del proceso histórico mexicano como propiedad –por así decirlo– de la cla-se dominante. Revueltas mismo como crítico marxista del Estado, del régi-men y del sistema, tuvo que laborar en las goteras del Estado, en algunas oficinas públicas alejadas del poder pero necesitadas del talento intelec-tual.

Los intelectuales dentro del go-bierno, en oficinas distantes y aún en el espacio educativo tenían una de-pendencia de la ideología oficial, del pensamiento histórico y del Estado como ente autónomo. Y desde ahí,

desde dentro, podían criticar porque la crítica era colaboracionista. Esta fase tuvo un camino aparte en 1970 cuando Octavio Paz renunció en 1968 a la embajada de México en la India, se situó en la independencia intelectual e hizo en Posdata la crítica sistémica más reveladora hasta enton-ces: el sistema era autoritario per se. En los hechos, el movimiento estu-diantil del 68 había sido el parteaguas de la participación intelectual en la realidad nacional e internacional.

La relación, de los escritores y la política, nunca será resuelta y siem-pre tendrá posicionamientos de la coyuntura. La fuerza dominante del sistema/régimen/Estado impide, sal-vo esfuerzos extraordinarios como el de Paz con sus revistas Plural de Ex-celsior y Vuelta ya propia, la autono-mía absoluta del poder. Aún en esas circunstancias, el poder político tiene la audacia de mantener diálogos y re-laciones de respeto con los intelectua-les, pero a partir de la realidad cientí-fica que los cambios sociales las hacen los factores productivos del poder. Al final de cuentas, los intelectuales mexicanos nunca pudieron acceder al modelo de Antonio Gramsci: el intelectual orgánico como conductor directo del cambio.

iii. el estado soy yo, digo tú.En abril del 2016 hubo dos grupos de expresiones intelectuales sobre la rea-

lidad: las de depresión de Fernando del Paso y Juan Villoro y los ensayos de Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín. Fueron dos posicionamien-tos: la queja y el análisis. Los grandes debates intelectuales se dieron en el periodo 1968-1985: México había visto estallar una de las más graves crisis del sistema político autoritario, luego llegó un proceso de apertura y modernización institucional política y se llegó a 1984-1985 con pronun-ciamientos clave de Enrique Krauze, Octavio Paz y Gabriel Zaid fijando cuando menos simbólicamente un escenario de agotamiento de la legiti-midad autoritaria del PRI.

Las propuestas intelectuales en México han carecido de efectos polí-ticos útiles. El ensayo Posdata, el más importante posterior al 68, fue re-cibido en 1970 con mezquindad en el ambiente intelectual y con guerra sucia por parte del gobierno. El ensa-yo Por una democracia sin adjetivos de Enrique Krauze en febrero de 1984 fue leído con argumentos extremis-tas y no se debatió la esencia de su propuesta: aprovechar las lecciones de la transición española para una transición mexicana pactada, pero sin entender que las propuestas de de-mocracia de Krauze era la única con posibilidades de acuerdos plurales. En 1985 Paz publicó su ensayo Hora cumplida 1929-1985 llamando a la madurez política del PRI para dar por terminado su ciclo, y obviamente la respuesta política fue violenta recor-dando aquella maldición del veterano jefe sindical Fidel Velázquez de que “a balazos ganamos el poder y a balazos nos lo tendrán que quitar”. Y en ese mismo 1985 Zaid publicó Escenarios sobre el fin del PRI que debió leerse como los argumentos de que el fin del tricolor estaba complicado y que se requería de un trabajo político mayor.

Lo que vino después le dio la razón a los intelectuales: en 1988 se partió el PRI con la salida de Cuauhtémoc Cárdenas del partido, las elecciones presidenciales no fueron democrá-ticas y el PRI tuvo que reconocer la competitividad partidista en el siste-

9Cuadernos de Indicador Político Junio 2016

cia, aunque la leyenda urbana circuló la versión que el propósito fue acercar a Fuentes al premio nobel de litera-tura y de paso trabajar por el premio nobel de la paz para Echeverría. Fuen-tes renunció a la embajada cuando el presidente López Portillo designó al expresidente Díaz Ordaz como em-bajador de México ante la monar-quía parlamentaria democrática de España. López Portillo impulsó una reforma política que se agotó en una medida pero sumamente importante: la legalización del partido Comunis-ta Mexicano, la organización radical que había organizado, sostenido y en-cabezado las movilizaciones contra el sistema político desde 1955. El paso fue la democratización del parlamen-to. Por tanto, los intelectuales ya no eran útiles.

La nueva fase de la crítica intelec-tual estuvo en 1984-1985 con los tex-tos de Paz, Zaid y Krauze; un punto sobresaliente fue el hecho de que se trataba de una crítica intelectual, de relevo sistémico, de tiempos termina-les y desde el centro liberal, cuando hasta ese momento el nacionalismo revolucionario había cooptado a una parte de la izquierda y la otra se ha-bía colocado con pocos espacios en el PCM. En los setenta y ochenta, la geometría ideológica en México estaba controlada por el PRI y su pensamiento histórico –entre el na-cionalismo revolucionario, la heren-cia de Juárez, Madero y Cárdenas y el pragmatismo derivado de la política

ma político. En los hechos, el sistema político tuvo que avanzar hacia un proceso de democratización casi en los rieles propuestos por Paz, Krauze y Zaid. Modernización institucional de la democracia procedimental, qui-zá sólo en lo electoral.

En realidad, los intelectuales han tenido una utilidad real –funcional, más bien– para el sistema político priísta: no la crítica que lleva implí-citas reformas, sino la crítica que se agota en el reconocimiento y la acep-tación. En el periodo 1969-1978 los intelectuales pasaron de la crítica ex-terna a una crítica dentro de los már-genes de operación de sistema políti-co:

En 1964 Carlos Fuentes y varios intelectuales más renunciaron a la re-vista Política por su crítica frontal a la candidatura de Gustavo Díaz Ordaz. Los intelectuales operaban en la ló-gica del sistema: no era la persona ni su biografía política individual –Díaz Ordaz fue el encargado de la repre-sión a sindicatos en 1956-1959–, sino a su representatividad política como responsable de la continuidad del ré-gimen de la Revolución Mexicana.

En 1968, las decenas de intelec-tuales que firmaron desplegados de apoyo a los estudiantes en ningún momento atacaron al sistema sino que, por el contrario, encontraron formas de convivencia entre la crítica y la institucionalidad priísta. Varios de esos intelectuales trabajaban en áreas remotas del gobierno o poste-riormente pasaron a posiciones cultu-rales diplomáticas.

En 1969 los intelectuales se de-cantaron en las posiciones sucesorias de los dos precandidatos presidencia-les priístas con mayores posibilidades: Luis Echeverría Álvarez, secretario de Gobernación, muy adelantado y Emilio Martínez Manautou, secreta-rio de la Presidencia y encargado del plan nacional de desarrollo. Dos figu-ras aparecieron en cada grupo: Carlos Fuentes con Echeverría y Gastón Gar-cía Cantú con Martínez Manautou.

Echeverría atrajo a los intelectua-les como la base intelectual y moral

de su crítica al autoritarismo y de su apertura democrática que no era más que márgenes más amplios de tole-rancia a la disidencia. Echeverría im-pulsó la crítica de los intelectuales a la derecha mexicana, los incorporó a las giras, usó a Fuentes para organi-zar una reunión con la izquierda aca-démica y periodística en los EE.UU. y los incorporó a la campaña priísta de José López Portillo. Gabriel Zaid criticó en Plural el acarreo de inte-lectuales y arrinconó a Fuentes por apoyar a Echeverría en el halconazo y Paz también criticó a los intelectuales –Fuentes, Benítez y Otros– que par-ticiparon en un desayuno de apoyo al candidato López Portillo.

De 1959 en adelante, los intelec-tuales abrieron espacios de crítica po-lítica desde el espacio cultural: la re-vista El Espectador de Carlos Fuentes, Enrique González Pedrero, la revista Política de Manuel Marcué Pardiñas, el suplemento La Cultura en México fase II con Benítez en la revista Siem-pre, la revista El Machete del Partido Comunista, la revista Proceso y los pe-riódicos Uno Más Uno, La Jornada y El Financiero. Aunque la penetración de las expresiones de cultura política fueron amplias, en realidad no llega-ron a las grandes masas.

La connivencia de intelectuales y la política duró sólo en el espacio de la influencia institucional de Echeve-rría 1969-1977. El paso más grande fue la designación de Carlos Fuentes como embajador de México en Fran-

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social asistencialista–, la derecha en sus diferentes versiones se cobijaba en el PAN; los liberales –un progresismo institucional, secular, muy marcado por el institucionalismo y en los he-chos sustentado en un régimen repu-blicano con libertad de elección de gobernantes– carecían de un espacio. De no haberse fundado las revistas Plural, Vuelta y Letras Libres, ese libe-ralismo se habría tenido que refugiar en algunas páginas periodísticas esca-sas.

Después de 1978, los grupos in-telectuales se polarizaron en el de Benítez-Monsiváis-Aguilar Camín y en el de Paz-Zaid-Krauze. Luego de la definición de trincheras en 1972 –la identificación de liberales por el su-plemento La Cultura en México y la respuesta de Paz con Los escritores y la política–, el choque cultural se repitió en 1977-1978 a raíz de la entrevista que Paz le dio a Julio Scherer García y que se publicó en dos partes en la revista Proceso. Monsiváis entró en un debate directo con Paz pero lamenta-blemente para el pensamiento políti-co más como confrontación personal que de ideas, sobre todo porque Mon-siváis eludía siempre el territorio ideo-lógico y Paz venía de una relectura de los clásicos del pensamiento político universal, sobre todo de Tocqueville, el barón de Montesquieu y Rousseau. Meses después Aguilar Camín buscó un debate directo con Paz en Proceso, pero el poeta en realidad lo esquivó con desdén.

La importancia del debate inte-lectual estuvo en la posibilidad de construir alegatos que hubieran reba-sado los estrechos espacios políticos e ideológicos del pensamiento históri-co. Como se vio en el debate de fun-cionarios y personajes de la izquierda con Krauze en 1984 por su ensayo Por una democracia sin adjetivos, los sec-tores plurales del régimen –izquierda, derecha y centro– no ponían en duda la vigencia del Estado priísta sino que cuestionaban sus excesos autoritarios y neoliberales. Los liberales, por el contrario, partían del hecho de que el régimen de la Revolución ya había

cumplido su objetivo de construir una sociedad autónoma y autosuficiente y que la democracia debería de sustituir al Estado subsidiario o al Estado pa-ternalista, clientelar y dominante.

Otra oportunidad perdida por los intelectuales fue el quiebre histórico universal de 1989: el desmorona-miento del Muro de Berlín y la per-estroika y la glasnost de la Unión So-viética que condujo al fin de la Unión Soviética en 1991. La mezquindad de muchos intelectuales hacia Octavio Paz se resumió en una línea de un tex-to publicado por Carlos Monsiváis en la revista Letras Libres en el 2000: “la historia le dio la razón a Octavio Paz”, cuando en realidad la referencia debió ser menos tacaña: Octavio Paz siem-pre tuvo la razón. En 1990, inevitable el fin de la URSS, Paz organizó el se-minario internacional “La experiencia de la libertad” y en 1992 Aguilar Ca-mín realizó el “Coloquio de Invierno” de la revista Nexos. Más que sobre la ruptura sistémica, el debate fue por invitados.

iV. Candelero, sastre, soldado, es-pía.A los intelectuales les pasó de lado el desafío teórico, político e ideológico de la alternancia. Letras Libres publicó un texto de Monsiváis –ya sus relacio-nes rotas con Aguilar Camín– carga-do más de elusiones que de alusiones y Nexos apenas le dio espacio a algún artículo breve. Luego vinieron los dos sexenios panistas que también fueron

de abandono del campo intelectual por los propios intelectuales. Y regre-só el PRI a la presidencia y los intelec-tuales siguieron al margen del debate, a no ser por la excepción de algunos analistas que escriben con regulari-dad en los medios. Sin disminuir sus contribuciones, han sido artículos militantes, de confrontación, antisis-témicos, no análisis de la coyuntura política histórica y los escenarios al-ternativos teóricos.

Los intelectuales académicos –no los que escriben ficción– también han dejado pasar la oportunidad de anali-zar al sistema/régimen/Estado. En el medio intelectual y académico no se ha escrito ningún ensayo lúcido como Posdata.

En este escenario aparecieron en 2016 dos expresiones intelectuales: la depresiva de Fernando del Paso y Juan Villoro y la analítica de Enrique Krau-ze y Héctor Aguilar Camín. Como es obvio, las depresiva es de estados de ánimo, de registro de hechos, de que-ja; por tanto, a la que se le exigen más enfoques profundos es a la analítica.

Aguilar Camín publicó su ensayo Nocturno de la democracia mexicana en Nexos de mayo de 2016. Con una amplia producción literaria –destacan Morir en el Golfo y La guerra de Ga-lio, por sus vertientes políticas–, en el ensayo político largo ha publicado Después del milagro en 1989 como un texto que abría camino a la mo-dernización salinista. Aguilar Camín comenzó en La Cultura en México

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cuando la dirigían Fernando Benítez y Carlos Monsiváis y después con-tribuyó a la fundación de la revista Nexos. Su cercanía al poder salinista le rindió frutos contractuales pero le contaminó su papel como intelectual crítico. Al comenzar el sexenio de Ze-dillo rompió con Salinas y con Carlos Monsiváis, pero quedó marcado por su pasado sistémico.

Antes de su texto de mayo, Agui-lar Camín publicó en Nexos otros referenciales: Un futuro para México, escrito junto con Jorge G. Castañeda en noviembre de 2009 como parte de la propuesta de Castañeda como candidato no partidista a la Presiden-cia de la República; Regreso al futuro, también con Castañeda en diciembre de 2010; El nuevo paradigma mexica-no, con Castañeda en noviembre de 2012, y Octubre, 2015 en octubre de 2015. El común denominador es la necesidad de replantear el modelo político mexicano, sólo que con la referencia de que el ensayo político militante a favor de una propuesta electoral es diferente al ensayo políti-co analítico sin intenciones de posi-cionamiento en un cargo público.

El modelo analítico de Aguilar Camín es procedimental democráti-co e institucionalista en cuanto a la funcionalidad de los aparatos de ad-ministración pública. En cuando a la democracia, la asume en función de variables de calidad de funcionamien-to de las instituciones, pero analiza-das cada una en particular. Por tanto, carece de un enfoque sistémico inte-

gral. Sin embargo, todo análisis de disfuncionalidad sistémica necesita de un planteamiento de análisis del sis-tema y un marco teórico indispensa-ble, porque si no todo se quedaría en un mero artículo de denuncia. Pero Aguilar Camín carece de esa parte en función de que su marco de análisis es correlativo al sistema político vigente.

El pensamiento político de Agui-lar Camín tiene ausencias en la cadena de articulación de su ADN intelectual y se localizan en que su pensamien-to teórico está determinado por su producción como historiador simpa-tizante de la Revolución Mexicana, como lo refiere en A la sombra de la Revolución Mexicana que escribió con Lorenzo Meyer. Por tanto, carece de autonomía teórica respecto del pen-samiento histórico oficial; y de ahí que sus textos se deben leer como una crítica funcionalista al sistema y pro-puestas para mejorar sin cambiar.

Sin embargo, la crisis del sistema es de origen, de pecado original: un partido dominante nacido del Estado, la relación simbiótica Estado-partido aún latente, las restricciones demo-cráticas para un verdadero sistema democrático de partidos, las configu-ración corporativa que el PRI se niega a liquidar y que los intelectuales sisté-micos creen como el último dique a la pérdida de referentes sociales, políti-cos e ideológicos del sistema.

El eje del sistema analítico de Aguilar Camín es la democracia pero sin dar una definición teórica. La de-mocracia es muchas cosas: procedi-

mientos, elecciones, filosofía política, discurso ético, equilibrio de poderes. En su texto de mayo de 2016 Aguilar Camín propone una consulta nacio-nal sobre el tipo de democracia que quiere la sociedad, lo que llevaría a una democracia a mano alzada sobre la democracia. Para Aguilar Camín, la democracia mexicana padece una crisis de desencanto social, cuando lo que se critica no es la democracia en sí sino el hecho de que las reglas demo-cráticas se han aplicado mal, de mane-ra insuficiente y sin romper los grupos de interés y los grupos de poder. Y al final, el autor sólo se conformaría con una democracia de partidos. Inclusi-ve, en el 2015 pareció olvidarse de su propuesta de 2012 de crear un nuevo paradigma, aunque lo que hace falta no es un nuevo paradigma científico a la manera de Thomas Kuhn, sino un sistema político/régimen de gobier-no/Estado nacional en función de la nueva correlación de fuerzas sociales, productivas, históricas, culturales, in-telectuales, de clases.

Enrique Krauze se formó junto con Aguilar Camín en el doctorado en Historia en El Colegio de México y en 1972 los dos firmaron un texto conjunto en la edición de abril de La Cultura en México que rompía lan-zas con el grupo de Octavio Paz en Plural. En esa edición del suplemen-to de la revista Siempre comenzaba el mandarinazgo de Carlos Monsiváis al frente del grupo intelectual que había fundado Fernando Benítez en 1949 en el suplemento México en la Cultura del periódico Novedades, con la co-laboración activa de Carlos Fuentes, hasta su traslado como La Cultura en México en Siempre en 1962 y hasta el retiro de Monsiváis en 1987.

Krauze duró poco en el grupo de Monsiváis y su relación con Aguilar Camín. En 1976 se incorporó al con-sejo de redacción de la revista Vuel-ta de Paz. Su línea de producción es histórica, intelectual y política, sin ninguna incursión en la ficción. La parte más productiva ha sido como historiador del poder político con su trilogía Siglo de caudillos: Biogra-fía Política de México (1810-1910)

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(en 1994), Biografía del poder 1910-1940 (en 1987) y La presidencia im-perial (1940-1994), en 1997. Y en el ensayo, además de varios con efectos menores, sobresalen El timón y la tor-menta de 1982 y Por una democracia sin adjetivos de 1984. En la biografía intelectual y política escribió Cosío Villegas: una biografía intelectual en 1980, El poder y el delirio en 2008, Redentores en 2011 y Octavio Paz: el poeta y la revolución en 2014.

Su ensayo Desaliento de México, publicado en Letras Libres en mayo de 2016, es una versión ajustada del pu-blicado en la revista estadounidense The Nation –del sector de izquierda– el 16 de marzo de 2016, aunque con el título Confidence in Mexico (confianza en México), títulos (desaliento/con-fianza) en realidad contradictorios. El texto reproduce el sistema analítico de sus textos anteriores: el problema de México es de democracia. Apenas toca el tema central de la alternancia partidista en la presidencia de la re-pública en el 2000 señalando que “la fuerza de los votos deshizo los ejes que

mantenían el “viejo” sistema, término que se usaba para describir el mono-polio político cuidadosamente opera-do por el PRI”. Sin embargo, dedica unos párrafos a describir el proceso de inicio de la alternancia pero sin un análisis profundo de la reorganización sistémica.

Y ahí se localiza el problema: el PAN en la presidencia apenas rehízo algunos acuerdos aunque abandonó la mayoría y la esperada transición –en el modelo de Leonardo Morli-no– que quedó en la mera alternancia y no en la instauración de un nuevo sistema/régimen/Estado. Las críticas contra los saldos insuficientes de la transición/alternancia encuentran ex-plicación en la teoría política de los modelos de desarrollo político, pero se trata de una vertiente que los in-telectuales y politólogos mexicanos aún no han analizado a profundidad. Krauze, por ejemplo, en Desaliento de México, registra como punto de refe-rencia el 2000, pero no presenta una teoría interpretativa de la alternancia que pudiera fortalecer sus percepcio-

nes de las secuelas violentas y autori-tarias posteriores al 2000.

Para Krauze el problema es la democracia; y más aún, el desencan-to con la democracia, a partir de la encuesta de Latinobarómetro 1995-2015. Las cifras últimas revelan una alta decepción mexicana respecto a la democracia, pero al ensayo de Krau-ze le falta una revisión crítica de los veinte años referidos: el colapso deva-luatorio, el alza en tasas de interés, la persecución contras Salinas de Gorta-ri, la reforma para la autonomía total del IFE, la derrota electoral del PRI en 1997 y en el 2000, el desencanto con Fox, los acuerdos de gobernabi-lidad PAN-PRI, el despegue de Ló-pez Obrador, las elecciones tensas del 2006, el plantón de López Obra-dor, la presidencia legítima de López Obrador, la guerra contra el crimen organizado y los miles de muertos, el regreso del PRI en el 2012, el Pacto por México, la ruptura sistémica por los 43 de Ayotzinapa, el regreso del PAN y del PRD a la oposición y la consolidación del PRI como primera fuerza legislativa en junio del 2015.

Lo paradójico que Krauze no ex-plica es cómo en un proceso de demo-cratización progresiva haya un desen-canto social que no conduzca a un relevo del demonio del PRI, pero sin incluir en las variables analíticas el sis-tema/régimen/Estado. En su ensayo, Krauze le otorga más importancia al tema de la violencia –sin explicación sistémica– y a la corrupción como un problema moral –no de ética públi-ca–, sin retomar la configuración del sistema político y los efectos en su funcionamiento desde 1968.

A cuarenta y seis años de Posda-ta, cuarenta y ocho años de Tlatelol-co-68, cuarenta y cinco años del hal-conazo de 1971, veintiocho años de la crisis electoral de 1988, veintidós años del colapso sistémico de 1994 y dieciséis años de la alternancia y sólo cuatro años del regreso del PRI, los intelectuales siguen endeudados con la sociedad política que necesita ex-plicaciones de la crisis.

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Francesa y luego se ganaron el respeto de todo el mundo para ellos y para el país.

Es obvio que Vargas Llosa desco-nocía eso, y que se basaba en otros casos, algunos no tan honrosos, y que veremos después.

ii. Los intelectuales en el régimen porfiristaPorfirio Díaz, quien llegó al poder mediante una revolución para evitar la perpetuación del grupo heredero de Benito Juárez, tenía la misma actitud de Antonio López de Santa Anna, de desprecio a los intelectuales; cuando se topaba con la crítica feroz que hubo en cierta etapa de su muy larga estan-cia en el poder, pensaba que los escri-tores buscaban una dádiva, un puesto, una recomendación: “Ese gallo quiere maíz”, fue una de sus frases; y no se equivocó mucho; en alguna etapa del porfiriato, directores de algunas pu-blicaciones obtenían ayuda económi-ca, en especie, o con algún empleo en el gobierno; no todos fueron sumisos, pero pocos especialmente críticos.

i. elecciones: los intelectuales y el poder

R ecientemente alguien rescató el video don-de se ve y se escucha

a Mario Vargas Llosa hacer la afirmación de que México vi-vía bajo una dictadura perfec-ta; además de la imprecisión (debería haber leído a Daniel Cosío Villegas antes de ha-blar), dijo algo peor: que los intelectuales mexicanos se habían dejado cooptar por el Estado a cambio de chambas y puestos.

Los intelectuales han estado al servicio del país desde muy tempra-no; sólo hay que recordar que An-drés Quintana Roo acompañó a José María Morelos y Pavón en su gesta, y fue corresponsable de los actos del Congreso de Chilpancingo; poco an-tes, Hidalgo, Morelos y Matamoros impulsaron la lucha libertaria; aun-que se entiende por su profesión ecle-siástica, los libros que leían y que los inspiraban exigían una preparación intelectual mayor, e incluso opuesta, a la requerida para su oficio religioso.

Durante el periodo que abarcan las múltiples presidencias de Antonio López de Santa Anna (bajo diversas y, claro, opuestas ideologías que dijo en-cabezar) hay que señalar la presencia de diversos intelectuales trabajando para el Estado: José María Luis Mora, Lucas Alamán, Lorenzo de Zavala, Luis de la Rosa, Mariano Otero y Manuel Eduardo de Gorostiza, aho-ra más conocido como dramaturgo, pero que en su tiempo tenía tanta

importancia social que, cuando se au-sentaba para arreglar graves asuntos internacionales, la ciudad de México quedaba sin teatro, circo, tauroma-quia y hasta alumbrado.

Pero el verdadero inicio de la pre-sencia de intelectuales mexicanos en el gobierno se da en la época de la Re-forma: Melchor Ocampo, Francisco Zarco, Guillermo Prieto, Ignacio Ra-mírez El Nigromante, Ignacio Vallar-ta, José María Lafragua, Matías Ro-mero, Vicente Riva Palacio, Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias (estos dos, hasta presidentes fueron).

Del lado contrario, con Maximi-liano colaboraron Juan de Dios Peza y José Fernando Ramírez.

Ya en el porfiriato estuvieron Va-llarta y Lafragua (el verdadero autor de la fórmula “Poca política y mucha administración”, adjudicada al gene-ral Díaz), y Riva Palacio se convirtió en opositor, tan peligroso que deci-dieron exiliarlo con honores, y se con-virtió en embajador en España, donde no sólo fue decisivo para la verdadera reanudación de relaciones, sino que se ganó el respeto de la intelectualidad y del mundo diplomático, gracias a su ingenio, su fiereza y su calidad litera-ria, además de una mala leche muy recomendable.

Es innecesario explicar la impor-tancia que tuvieron para la estabili-dad del gobierno de Benito Juárez, y para la consolidación de Díaz, que en esos momentos se vio como la opción para acabar con la hegemonía que re-presentaban Juárez y sus seguidores Iglesias y Lerdo de Tejada; luego ve-remos la función tan importante que llevaron a cabo otros escritores para la reafirmación de México como na-ción soberana, luego de que muchos de ellos pelearon, con las armas y con la inteligencia, contra la Intervención

Por Eduardo Mejía

Los intelectuales en el Poder

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Entre quienes fueron premiados con alguna curul se cuentan Alfredo Chavero, Manuel Gutiérrez Náje-ra, José Tomás de Cuéllar; algunos periodistas enjundiosos fueron apla-cados con diputaciones, u otro tipo de prebendas, como Nemesio García Naranjo, Querido Moheno, Francis-co Bulnes, Alberto García Granados y Salvador Díaz Mirón (estos últimos, furibundos antimaderistas a la caída de Díaz).

Los más importantes fueron Ig-nacio Vallarta, Ignacio Mariscal y José Fernández, quienes tuvieron a su cargo la reanudación de relaciones diplomáticas, extremadamente difíci-les, tanto con Estados Unidos como con los países europeos, que ponían muchísimas trabas porque reclama-ban indemnizaciones tanto para ellos como para ciudadanos de esos países, y algunos mexicanos vivillos que se nacionalizaban ingleses para conse-guir la protección británica; el relato que hace Daniel Cosío Villegas en su Historia Moderna de México de esa etapa y esas negociaciones no sólo es ágil y aleccionador, sino que ilustra el sentimiento patriótico y de alta dig-nidad de esos funcionarios que con-siguieron el respeto de Europa para nuestro país, aunque no dejaban de mantener pugnas que ahora nos pa-recen divertidas, pero que entonces ponían en peligro esas funciones.

En otros ramos menos políticos pero no menos importantes Porfirio Díaz contó con la colaboración de Joaquín Baranda, Manuel González Cossío, Justino Fernández, el escritor Victoriano Salado Álvarez, autor de los Episodios Nacionales Mexicanos, y Jorge Vera Estañol (importante inte-lectual quien también fue ministro de Instrucción con Victoriano Huerta, como con Díaz).

De gran importancia, Federico Gamboa, novelista y dramaturgo que se hizo famoso con una de sus nove-las, Santa, fue por unos días encarga-do del Despacho de Relaciones Exte-riores; fue más larga su estancia en ese puesto después, con Huerta; pero más allá de la titularidad de la dependen-

cia, importa resaltar su labor como di-plomático, muy afortunada para todo el continente latinoamericano, de la que se hablará después, y del princi-pal intelectual en el porfiriato: Justo Sierra.

iii. Los intelectuales a principios del siglo XXFue durante el Porfiriato que se creó la leyenda, que subsistió hasta los años cincuenta del siglo XX, de la bo-hemia, los escritores que prefieren vi-vir en la pobreza y sus escasos ingresos dilapidarlos en bebidas, tertulias que duraban varios días (“reventones”, se les llamó hace poco), una que otra sustancia que deprimía o que exalta-ba, y otros placeres menos públicos, o más privados; sin embargo, algunos de los escritores más afamados por su buena pluma fueron beneficiados con ciertos privilegios que sólo estaban al alcance de sectores más acaudalados; en una de las ramas de la economía más floreciente durante ese largo pe-riodo, la construcción de vías férreas que comunicaron a gran parte del país, se sabe que uno de los hom-bres a los que se les otorgó una de las muchas concesiones (por lo regular a manos de compañías extranjeras o de porfiristas adinerados) fue José Tomás de Cuéllar, quien hizo excelentes re-tratos de la clase media mexicana de esa época.

El Diccionario de Escritores Mexi-canos no recoge ese dato, sí que fue, en cambio, oficial mayor de la Secre-

taría de Relaciones Exteriores durante el apogeo del Porfiriato, y secretario de la Legislación mexicana en Wash-ington. Como él, varios escritores re-presentaron al país en el extranjero, en una época en que era necesario el reconocimiento al régimen, luego de que dos invasiones francesas y dos estadounidenses (además de muchas incursiones gringas con el pretexto de perseguir a los pieles rojas insubordi-nados), más la rebelión de Tuxtepec, habían dejado a México aislado del mundo. Y aunque hubo algunos mili-tares en puestos diplomáticos, el me-jor trabajo lo hicieron los escritores, que fueron a varios países europeos, o centro y sudamericanos, a convencer-los de que éramos una nación civiliza-da, donde se leía y se escribía buena literatura, se hacían obras plásticas de calidad, y que orquestas y cantantes de fama mundial se presentaban ante un público capitalino exigente.

Así, por ejemplo, Amado Nervo estuvo en el servicio diplomático des-de 1905 hasta que, a la caída de Vic-toriano Huerta, fue despedido, como casi todos los diplomáticos, y Venus-tiano Carranza lo reinstaló en 1918, aprovechando el prestigio que traía tras de sí; y aunque no hay muchos datos de sus gestiones (era secretario, no embajador; a su muerte era minis-tro plenipotenciario), sí que era respe-tado por la intelectualidad española y francesa, e incluso fue colaborador de Rubén Darío en sus publicaciones en diarios y revistas.

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Otros escritores de la época en la-bores diplomáticas: Victoriano Agüe-ros, Ignacio Manuel Altamirano, Alberto María Carreño, Joaquín Ca-sasús, José Joaquín Gamboa, el poeta Francisco A. de Icaza (“el vengador de Juan Ruiz de Alarcón”), Juan B. Iguínez, Antonio de la Peña y Reyes, Emilio Rabasa, Efrén Rebolledo, Vic-toriano Salado Álvarez… No todos fueron embajadores, pero creían en la ética de servir al país.

Y faltan los intelectuales porfiristas más destacados.

iV. Los intelectuales en el final del PorfirismoEl periodismo en el siglo XIX era muy diferente del actual, y tenía muy claro el propósito de establecer la posición política de sus dueños, los dirigentes y los escritores; aunque se publicaba literatura, y comenzaban los reporta-jes, no se trataba de periódicos llenos de noticias ni mucho menos de suce-sos sociales. Los intelectuales, aunque no se les conocía con ese calificativo, usaban los periódicos para publicar poemas, relatos y, de vez en cuando, sus novelas, a la manera de folletines. A la par, manifestaban sus inquietu-des políticas, mostraban apoyo a los políticos afines a ellos, o a sus pro-tectores. Se trataba de un periodismo feroz, lleno de afirmaciones tajantes, belicoso, y no pocas veces su tono, sus acusaciones, los rumores, daban lugar a demandas judiciales, al cierre de esas publicaciones, cárcel a los escritores, los directores, y hasta para los impre-sores y los dueños de las imprentas.

Justo Sierra, poeta y narrador cu-yas obras se han relegado, comenzó su carrera como periodista, y no era de los blandos ni de los más adictos a los gobernantes Manuel González y Porfirio Díaz; sólo que su hermano mayor, Santiago Sierra, se vio envuel-to en una pelea con uno de los pilares del porfirismo, Irineo Paz, novelista, historiador y ensayista aficionado a las reyertas (como Salvador Díaz Mirón); en duelo en el que se enfrentaron, Paz le dio muerte a Santiago Sierra; Justo, conmocionado por el suceso, al poco

se retiró del periodismo; esto resultó de gran fortuna para el país porque, ya lejano al periodismo combativo, desempeñó algún puesto diplomático menor, fue diputado, magistrado de la Suprema Corte de Justicia, subse-cretario de Instrucción y, de 1905 al final del porfiriato, ministro de Ins-trucción. Discípulo de Ignacio Ma-nuel Altamirano, fue maestro y men-tor de la generación del Ateneo de la Juventud, y de otros escritores impor-tantes, como Luis González Obregón, Luis G. Urbina y otros.

Bajo la mano y el impulso de Sie-rra se consolida la Escuela Nacional Preparatoria, que tantos opositores tuvo entre los diputados, que la consi-deraban inútil porque “creaba apren-dices de todo y oficiales de nada”; crea la Escuela de Altos Estudios y pone los cimientos de la Universidad. Y aunque es uno de los pilares de la últi-ma parte del largo reinado de Porfirio Díaz, fue un hombre que proponía cambios en todos los sentidos, inclu-so contra la escuela positivista que era la que daba fundamento al Ministerio de Instrucción. Patrocinador de las Conferencias del Ateneo de la Juven-tud, pocas semanas antes del estallido de la Revolución, Sierra alienta los cambios que, años después, fructi-fican en la mejor época de la SEP, a manos de sus discípulos.

Cabe mencionar que Sierra, al triunfo de Madero, fue comisionado para labores diplomáticas, que cum-plía cuando falleció; no tuvo mejor suerte su subsecretario, Ezequiel A. Chávez, quien debió sufrir destierro pese a su obra valiosa: fue reforma-dor de la educación básica, fundó varias escuelas de estudios superiores y ayudó a la creación de la Universi-dad; sólo a su regreso, al triunfo de Carranza, pudo continuar su labor educativa.

Justo Sierra, sin duda, es el inte-lectual más importante, aunque no el único, del porfiriato.

V. Los intelectuales y Francisco i. MaderoA principios del siglo XX era tan alto

el índice de analfabetismo en Méxi-co, incluso entre la clase privilegiada, que llamó la atención que Francisco I. Madero, de una familia millonaria, dueña de haciendas, ganado y viñedos (que producían gran parte del vino, y de otras bebidas espirituosas que se consumían en el país), combatiera al régimen de Porfirio Díaz mediante un libro, La sucesión presidencial; su estilo directo, que iba sin rodeos a la pro-puesta de que se eligiera un vicepresi-dente (primero el candidato era Ber-nardo Reyes; después, al momento de las elecciones, el propio Madero) que tomara la presidencia al suceder el fa-llecimiento de Díaz.

Madero no era un hombre de li-bros; en realidad, según buenas fuen-tes, le atraían sobre todo los que ha-blaban de espiritismo; no obstante llamo la atención de muchos inte-lectuales, entre ellos varios escritores, que mostraron simpatía por él y por sus ideas de renovación política.

Gabriel Zaid, entre otros, ha do-cumentado el respaldo y no sólo la simpatía que mostraron los intelec-tuales con ideas religiosas, principal-mente Eduardo J. Correa y, siguién-dolo, Ramón López Velarde.

En otros ámbitos, por afinidad con Reyes, varios ateneístas se convir-tieron en seguidores de Madero, entre ellos José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, quienes no ocuparon car-gos en su gabinete, a cambio de haber sido perseguidos.

Madero no aprovechó las adhe-

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siones de muchos jóvenes entusias-mados por ser parte del cambio; en vez de eso llamó a Pedro Lascuráin, más identificado con los Científicos; a Miguel Díaz Lombardo (después vi-llista, como Vasconcelos y Guzmán), a Manuel Bonilla, y a dos familiares suyos, Rafael Hernández Madero y a Ernesto Madero, para Gobernación el primero (después de Abraham Gon-zález y de Jesús Flores Magón), y para Hacienda el segundo.

No es que haya carecido de intelec-tuales en su círculo más cercano; para la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, cargo que conllevaba la vicepresidencia, escogió primero a Miguel Díaz Lombardo y después al poeta José María Pino Suárez; el mis-mo Ernesto Cabral que había senten-ciado la caída de Díaz por escoger a Ramón Corral, dictaminó que Made-ro, por culpa de Pino, se empinaría. Es significativo que él fue el último vicepresidente de México, y que en el golpe militar de Mondragón, Reyes (Bernardo y Rodolfo –ambos presos al momento del cuartelazo–) y Huer-ta, supusieron que al derrocar a Ma-dero, automáticamente Pino Suárez debía asumir la presidencia; esa cir-cunstancia propició que ambos fue-ran asesinados. Y no había que caer nunca más en la tentación.

Madero ignoró la presencia de intelectuales bien preparados, que habían combatido a Díaz con tenaci-dad en la Cámara de Diputados, en periódicos y revistas; gente como los

hermanos Francisco y Emilio Váz-quez Gómez, como Nemesio García Naranjo, Querido Moreno, José Ma-ría Lozano y Francisco Olaguíbel, y a otros opositores a Díaz, como Sal-vador Díaz Mirón, quienes de inme-diato se convirtieron en líderes inte-lectuales contra Madero con artículos incendiarios que la gente tomó en cuenta en la caída de Madero. Parti-cularmente cruel fue el excelente poe-ta José Juan Tablada, quien escribía con ferocidad obras y artículos contra el presidente Madero, y que muchos creen que fueron determinantes en la furia desatada contra Francisco I. Madero y contra su hermano Gus-tavo Madero, literalmente linchado. Tablada escribió una obra en verso, Madero Chantecler, donde se burla de la ineptitud política, según declara, y duda de su valentía y de su hom-bría. Habría que pensar qué hubiera sucedido si en vez de tenerlos como enemigos, hubieran sido aliados su-yos. Después, como veremos, fueron colaboradores de Huerta.

(Muchos de los datos y de las opi-niones están en libros de José Emilio Pacheco, Gabriel Zaid, y en los que narran el breve periodo de Madero, particularmente Stanley R. Ross y Je-sús Silva Herzog; Madero Chantecler está incluido en la obra completa de Tablada. Véase también la parte que analiza la política interior del porfiria-to de Daniel Cosío Villegas en Histo-ria Moderna de México).

Vi. Los intelectuales y Victoriano HuertaEn las elecciones que acaban de co-menzar, y que terminarán con las vo-taciones en julio, los candidatos pre-sidenciales intentan convencer a una parte importante de los electores, que leen y escriben libros; no es ésa una referencia: quien recibió más apoyo de escritores e intelectuales durante su gobierno, proporcionalmente, fue Victoriano Huerta.

Por la campaña que emprendió parte de la prensa, por la política agraria que adoptó, por las medidas que no satisficieron a quienes pedían

la caía de Porfirio Díaz, quienes espe-raban que la Revolución les cambiara su vida, o quienes sólo aspiraban a un cambio pacífico, o por todas las cosas juntas, la gente reprochaba a Made-ro tibieza, temor, y le achacaban un desorden, un caos y una desesperan-za; lo culpaban por no hacer las cosas rápido, o de manera adecuada, o por hacerlas y afectar su modo de vida. Uno de los opositores de Díaz en la prensa, Alberto García Granados, lle-gó a afirmar que “la bala que mate a Madero salvará a México”; los políti-cos y críticos inteligentes llenaban las páginas de los diarios con diatribas contra el presidente Madero y colabo-raron con Victoriano Huerta cuando éste lo arrestó y permitió, consintió u ordenó su asesinato.

Como se sabe, Huerta asumió el poder menos de una semana después de que Madero y Pino Suárez fir-maron su renuncia a favor de Pedro Lascuráin, y éste dimitió a favor del militar; aunque la gente aspiraba que el nuevo régimen restableciera el or-den, el gabinete de Huerta fue desor-ganizado y debió hacer infinidad de cambios en los menos de 17 meses que duró en el poder: en la Secretaría de Relaciones Exteriores desfilaron, entre los intelectuales, Francisco León de la Barra, el historiador Carlos Pere-yra, el novelista y dramaturgo Federi-co Gamboa, el político Querido Mo-heno, el novelista José López Portillo y Rojas, el abogado (y furibundo an-tiporfirista) Manuel Garza Aldape y Roberto Esteva, quien fue director de la Escuela de Historia y Antropología, años después profesor Emérito de la UNAM; asombra, y es difícil aceptar-lo, pero la labor de esta secretaría fue notable en su actuación diplomática internacional.

En la Secretaría de Gobernación actuaron García Granados y Garza Aldape, pero en Instrucción Públi-ca y Bellas Artes actuaron Jorge Vera Estañol, Garza Aldape, José María Lozano y Nemesio García Naranjo; como subsecretario estuvo unos me-ses Enrique González Martínez; Vera Estañol fue uno de los fundadores de

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la Escuela Libre de Derecho, y había sido uno de los puntales de Porfirio Díaz en su última presidencia, para mostrar que estaba dispuesto a los cambios y al progreso; García Naran-jo, uno de los mejores escritores de la época, fue miembro del Ateneo de la Juventud, y Lozano era uno de los abogados más célebres de la época, y un orador rotundo.

Rodolfo Reyes, hijo de Bernardo y hermano de Alfonso, escritor político él mismo, fue secretario de Justicia (y terminó como opositor de Huerta). Alberto Robles Gil, Eduardo Tamariz y Sánchez y Carlos Rincón Gallardo, tres juristas destacados, y en algún momento maderistas, estuvieron en la Secretaría de Fomento, Colonización e Industria, que luego fue de Agricul-tura y Colonización; autores de libros de diversas materias, se distinguieron por su estilo cuidadoso e impecable.

Fuera del gabinete, pero dentro del huertismo, Salvador Díaz Mirón es nombrado director del periódico oficial El Imparcial, donde defiende a Huerta y ataca a los revolucionarios; Luis G. Urbina fue director de la Bi-blioteca Nacional; José Juan Tablada, secretario de redacción del Imparcial, escribió a favor de Huerta un ditiram-bo que José Emilio Pacheco califica de “increíble”, y el mismo Alfonso Reyes aceptó un cargo diplomático, luego de rechazar el de secretario de Huerta, para exiliarse.

En el cuerpo diplomático embaja-dores y secretarios de legación fueron sorprendidos por el golpe de Huerta, pero no todos renunciaron; como veremos después, la diplomacia era uno de los trabajos que alcanzaron muchos intelectuales, en un país y una época en que la literatura no era lucrativa, y muchas veces tenían que aceptar chambas en diarios y revistas, que no tenían nada de periodísticos y sí de vehículo político, o en el servicio diplomático, o de burócratas, o en el magisterio, a falta de otros trabajos que les dieran ingresos.

Vii. Los intelectuales en el po-der: José Vasconcelos

La generación del Ateneo fue testi-go, y en algunos aspectos, precursora, de la Revolución; sin embargo, el es-tallido la dispersó; quienes se reunían para leer a Platón se vieron inmersos en la lucha, su vida cambió para siem-pre, y toda su actuación se derivó del movimiento iniciado por Francisco I. Madero.

Aunque muchos continuaron con la vida académica, otros participaron en la política, y de manera importan-te, aunque sus puestos no siempre ha-yan sido de mucha jerarquía.

El más destacado fue José Vascon-celos, el más incómodo de los “dis-cípulos” de Pedro Henríquez Ureña, quien dirigía las lecturas de este grupo numeroso y talentosísimo de jóvenes que ya entonces destacaban como creadores y, sobre todo, como pen-sadores. Vasconcelos participó en los Centros Antirreelecionistas, y cola-boró con Francisco Vázquez Gómez, antes de que estallara la Revolución, y antes de que Madero tomara la pre-sidencia.

Cercano a Madero, no trabajó ni con él ni para él, sino que montó un despacho de abogados, pero no aban-donó su interés por la política, y a la caída de Madero y entronización de Victoriano Huerta, Vasconcelos fue a buscar con quién colaborar. Se acer-có a ejércitos villistas, tuvo contacto directo con los caudillos importantes, sobre todo con Villa, y fue consejero de varios de ellos; en 1914, cuando la Convención de Aguascalientes quiso disminuir el poder de los principa-les jefes de las facciones, y nombra-ron presidencias que sustituirían a la de facto de Venustiano Carranza, o las potenciales de Villa o Zapata (Obregón y Pablo González entonces estaban subordinados a Carranza), Eulalio Gutiérrez fue nombrado pre-sidente; Gutiérrez, veterano soldado en armas desde 1906, y con Madero en 1910, estaba en uno de los muchos grupos carrancistas, pero quiso ser neutral y formó su gabinete con gen-te de todas las facciones; analfabeta, nombró a Vasconcelos como secreta-rio de Educación.

Villa no reconoció el gobierno de la Convención, y abandonado incluso por su hermano, Gutiérrez abandonó la capital, perseguido por tropas de todas las tendencias; Vasconcelos na-rra ese episodio en páginas magistrales de su autobiografía novelada

Vasconcelos anduvo en Estados Unidos, viviendo aventuras militares, intelectuales y sensuales como poca gente de su tiempo, y de todos los tiempos; fue enviado a Washington buscando el reconocimiento de Es-tados Unidos y, finalmente, cuando Álvaro Obregón subió a la presiden-cia, nombró a Vasconcelos secretario de Educación, donde inició una labor que aún se reconoce como la más des-tacada en el rubro: propició creación de escuelas, promovió la educación femenina mediante las Escuelas In-dustriales, promovió también el arte mediante el movimiento pictórico denominado Muralismo, en donde los mejores pintores mexicanos deco-raron muros de secretarías, mercados, teatros: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Jean Charlot, Roberto Montenegro y muchos más; creó revistas como El Maestro, y colecciones de libros don-de publicó a los clásicos (el Fondo de Cultura Económica acaba de reedi-tarla a todo lujo, a precios accesibles); impulsó la creación literaria, y tuvo entre sus colaboradores a Gabriela Mistral, Pedro Henríquez Ureña, Ju-lio Torri, y de esas colaboraciones na-cieron antologías memorables, como Lecturas para niños y Lecturas para mujeres, con colaboradores renom-brados.

Tuvo choques importantes con Plutarco Elías Calles, y debió renun-

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ciar a la SEP; lo sustituyó José Ma-nuel Puig Casauranc, otro destacado escritor.

Posteriormente Vasconcelos aspi-ró a la presidencia, en 1929, y perdió las elecciones, muy disputadas, con el primer candidato del recién crea-do Partido Nacional Revolucionario, ante Pascual Ortiz Rubio; hasta el final de sus días, Vasconcelos afirmó que le habían robado la presidencia, y que de disputarla, la volvería a ganar.

Su accidentada vida posterior a las elecciones ha sido motivo de libros, suyos y de otros, y tuvo la consecuen-cia del suicidio de una de sus segui-doras, Antonieta Rivas Mercado. Vas-concelos estuvo en el exilio muchos años; de regreso al país fue nombrado director de la Biblioteca México y fue miembro de El Colegio Nacional. Entre lo malo, fue su afiliación al nazismo, y dirigió una revista donde propagaba las supuestas bondades de esa tendencia política.

Aunque no duró mucho en los puestos de mando, su actuación fue muy destacada y sigue siendo motivo de encomio; a su vera, se formaron muchos intelectuales funcionarios.

Sobre él y su gestión como secre-tario de Educación (supersecretario, pues tuvo mucho poder) han escrito Gabriel Zaid, José Joaquín Blanco, Enrique Krauze, Martha Robles y José Emilio Pacheco; su autobiogra-fía (Ulises Criollo, La tormenta, El desastre y El Proconsulado; andan al-gunos libros dispersos con sus relatos, con otra novela (La flama), historia (Breve historia de México) y filosofía.

Viii. Los intelectuales en el poder: Alfonso ReyesAlfonso Reyes comenzaba a deslum-brar al ámbito intelectual con su participación en las Conferencias del Ateneo, como parte de los festejos por el Centenario de la Independen-cia (con su charla sobre “Los poemas rústicos de Manuel José Othón”) y es-taba por aparecer su primer libro, las deslumbrantes Cuestiones Estéticas, cuando estalló la Revolución Mexica-na en 1910. Su futuro parecía el más

promisorio entre sus compañeros del Ateneo de la Juventud; pero el 9 de febrero de 1913 estalló el cuartelazo de Mondragón y del general Bernar-do Reyes, que culminó, ese día, con la muerte de Reyes a las puertas de Palacio Nacional. Diez días después, Victoriano Huerta tomaba posesión de la presidencia y, a pocos kilómetros del Zócalo, asesinaban al presidente Francisco I. Madero y al vicepresiden-te José María Pino Suárez.

Alfonso Reyes afirmó que luego de ese 9 de febrero no volvería a ser feliz.

Las consecuencias fueron inme-diatas; Huerta, quien tenía relaciones políticas con Rodolfo Reyes, abogado, profesor y escritor, y hermano mayor de Alfonso Reyes, ofreció a Rodolfo la Secretaría de Justicia, y le pidió al joven escritor que fuera su secretario personal.

Ya antes, frente a la rebeldía del general Bernardo, habían sugerido a Alfonso que si convencía a su padre de que se retirara de las armas, lo de-jarían libre; Alfonso Reyes no accedió a hacer una petición en la que él no tendría injerencia alguna, ni podía hacerse responsable de la conducta del general.

Reyes, con la precaución debida, rechazó la invitación, y en cambio aceptó el puesto de segundo secretario de la legación en París, y se apresuró a irse, rompiendo con su familia, sus amistades, con el ámbito mexicano. Luego de que se rompieron las relacio-nes diplomáticas en 1914, se dedicó a labores editoriales, de investigación, de cátedra y periodísticas tanto en Francia como en España, hasta 1920, cuando el gobierno mexicano comen-zó a restablecer las relaciones con to-dos los países posibles; en Francia, en España y luego en Brasil y Argentina, a lo largo de esa época hasta finales de los años treinta, la labor de Reyes fue de muchos méritos, pues su prestigio ayudó a que los gobiernos de aquellos países limaran asperezas y volvieran a tener tratos comerciales, políticos y culturales con México.

Como no interrumpió sus trabajos literarios, fue un vehículo importante

para todos los literatos y para la in-dustria editorial de Argentina, España y México.

Fue uno de los responsables de in-vitar a escritores, pintores, médicos, científicos, economistas y filósofos que, perseguidos por el franquismo, vinieron a vivir en suelo mexicano y enriquecieron todas las ramas en las que actuaron: gente como Luis Cernuda, José Gaos, Simón Otaola, Adolfo Sánchez Vázquez, Rafael Gi-menes Siles, Luis Recanses-Sichés, Enrique Díez-Canedo (y su hijo Joa-quín), Eugenio Ímaz, Joaquín Xirau, Wenceslao Roces (que tradujo El ca-pital, de Marx), José Bergamín, Rafael Méndez y muchos más que ayudaron al crecimiento mexicano en esos terre-nos.

Para aprovechar su talento, se creó La Casa de España, que en poco tiempo se convirtió en El Colegio de México, con una calidad académica tan alta, cuando menos, como la de la UNAM.

El Colegio de México estuvo muy unido al Fondo de Cultura Económi-ca, dirigido por Daniel Cosío Ville-gas, y editó obras que no sólo fueron publicadas con belleza y elegancia, sino que sirvieron durante muchos años a la educación de todos los paí-ses de habla hispana; prácticamente hasta los años noventa, científicos y técnicos de todo el continente tuvie-ron como base de su carrera los libros publicados por el FCE.

Afectado por la muerte tan terri-ble del general Bernardo Reyes, su

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hijo Alfonso evitó dedicarse a la polí-tica como muchos de sus compañeros de generación, e incluso varios de sus discípulos y amigos, pero sirvió al país como pocos políticos lo han hecho, y fue el puente indispensable para que miles de ciudadanos españoles fueran víctimas de la persecución franquista, y para que México se pusiera al co-rriente de la cultura y la ciencia con-temporáneas.

iX. Los intelectuales en el poder: Martín Luis Guzmán y Julio torriEn la generación del Ateneo se jun-taron los mejores prosistas mexicanos del siglo XX, y a la fecha pocos se les acercan; la prosa vital y poderosa de José Vasconcelos compite con la gra-ciosa y elegante de Alfonso Reyes, pero junto a ellos se encuentran Mar-tín Luis Guzmán y Julio Torri; éstos no podían ser más diferentes entre sí: Guzmán registra cada acto, cada movimiento de sus personajes, atisba sus pensamientos, y da cuenta de al-gunas de las etapas más violentas de nuestra historia; en El Águila y la Ser-piente relata su propio paso entre las tropas revolucionarias; en La sombra del Caudillo narra, con metáforas in-eludibles, el proceso de elección de la candidatura de Álvaro Obregón para reelegirse como presidente en 1928, y la matanza que cometió el gobierno en las personas de Francisco Serrano, Arnulfo Gómez y muchas otras per-sonas que los apoyaban, sin impor-tar que fueran militares o civiles; en otra de sus obras maestras hace un recuento de la vida de Pancho Villa, que aunque es ficción, lo retrata de cuerpo entero, con todas sus cualida-des y virtudes. Julio Torri, en cambio, habla de sí mismo pero en tercera per-sona, sus textos, de gran belleza, son abstractos, inteligentes y profundos, a cambio de su brevedad.

A ellos, como a sus compañeros de generación, la Revolución Mexicana les cambió la vida; iban para la aca-demia y la investigación, pero el pro-ceso revolucionario los llevó por otros caminos: hijo de un militar porfirista que murió en el alzamiento de Made-ro, Guzmán participó en una conven-

ción como representante de Madero, y al triunfar éste, ocupó un puesto menor en la Secretaría de Obras Pú-blicas; salió de la ciudad de México luego del cuartelazo de Huerta, y se unió a las tropas carrancistas, aunque luego de romper con Carranza, se unió a Pancho Villa; era representante de él ante Carranza, quien lo apresó en Lecumberri, y fue liberado por la Convención de Aguascalientes; en las cintas dirigidas por Ismael Rodríguez, interpretadas por Pedro Armendáriz, se hace mofa de “Luisito”, un “delica-do” secretario de Villa; pero es un mal retrato de Guzmán, quien, siempre rebelde, rompe con Villa y tiene que salir de México; en España se dedica al periodismo y a la Academia, y a su regreso al país fue elegido diputado, puesto que ocupaba cuando estalló la rebelión delahuertista, a la que apoyó; luego de la derrota del movimiento volvió a irse a España, donde adop-tó la nacionalidad española, lo que le costó no volver a ocupar puestos en el gobierno mexicano, sino hasta su vejez, donde, al tiempo que diri-gía la revista Tiempo, y era socio de Empresas Editoriales y de las Librerías de Cristal, fue nombrado presidente de la Comisión de los Libros de Tex-to Gratuito. En algún momento fue embajador extraordinario y plenipo-tenciario ante la ONU y fue senador de la República de 1970 a 1976. Su última intervención pública, desafor-tunada, fue el apoyo al gobierno de Gustavo Díaz Ordaz durante el Mo-vimiento Estudiantil de 1968. Siem-

pre disidente, publicó su obra mayor, La sombra del Caudillo, en España, y durante mucho tiempo estuvo prohi-bida en México.

Su contraparte, Julio Torri, tuvo una vida menos activa, pero no me-nos importante, pues fue responsable de las ediciones de la Universidad Na-cional, y director de la Dirección de Bibliotecas; a él se debió el cuidado de las famosas ediciones de Vasconce-los con que pretendió educar al país; a la salida de Vasconcelos de la Secre-taría de Educación Pública se dedicó a las ediciones de Cvltvra, que aunque pertenecía a Agustín Loera y Chávez, realizó muchos títulos para la SEP; fue uno de los redactores de Lectu-ra para Niños, y en algún momento fue nombrado primer secretario de la embajada de México, y como tal fue representante del país en varios actos protocolarios, en Argentina y Brasil. Fue uno de los intelectuales que dependió más de la cátedra que de empleos gubernamentales, aunque en su correspondencia con Alfonso Reyes da cuenta de los avatares que sufrió cuando le encomendaban algu-na tarea administrativa gubernamen-tal, que cumplía con un decoro no acostumbrado entre los funcionarios mayores y menores; y como prueba de su empeño por trabajar sin con-tratiempos ni causarle problemas al gobierno, cuando le encargaban al-gún trabajo, lo primero que hacía era pedir que trasladaran a otras oficinas a cualquier secretaria guapa, y así no tener distracciones.

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X. Los intelectuales en el poder: Daniel Cosío VillegasAunque no perteneció a la generación del Ateneo, ni tampoco a la de los Siete Sabios, pero muy conectado con ambas, Daniel Cosío Villegas demos-tró que un intelectual puede colabo-rar con el régimen, coincidir con él en muchos aspectos, y al mismo tiempo ser muy crítico.

Discípulo también de Vasconce-los, inició sus tareas con el régimen cuando asistió con él al viaje que hi-cieron a Suramérica, en la que cono-ció a los estudiantes más destacados del sur del continente; entre otros, trabó amistad con Arnaldo Orfila Reynal, a quien muchos años después encomendó la dirección del Fondo de Cultura Económica en Argentina, y después, a partir de 1948, de la edito-rial en México. En ese viaje, con ten-dencias políticas muy claras –la unión panamericana— se destacaron varios mexicanos, especialmente Carlos Pe-llicer, quien a partir de entonces en-contró un tono para su poesía.

Cosío Villegas comenzó a traba-jar para la Secretaría de Relaciones Exteriores en 1925, y hasta finales de los años treinta estuvo ligado a ella, y posteriormente cumplió con algunos encargos; nunca tuvo un puesto de primeros niveles, y sin embargo su labor fue muy destacada, y las conse-cuencias, trascendentales.

Su primera tarea fue la de jefe de una sección en el Departamento Di-plomático; poco después estuvo co-misionado en Centroamérica, y fue ascendido a escribiente en la Legación en Londres; cumplió otra comisión en Washington, cuando fue consejero

jurídico en la embajada mexicana en Estados Unidos, y también fue agente de nuestro país ante la Comisión Ge-neral de Reclamaciones entre ambos países, y luego fue encargado de Ne-gocios en Portugal.

Alguna vez lo nombraron embaja-dor, pero al parecer cometió indiscre-ciones propias de él pero no de las mi-siones diplomáticas, y le retiraron el ofrecimiento; lo importante fue que durante las comisiones tuvo concien-cia de varias situaciones que redunda-ron en algunas de las empresas más importantes para nuestro país; como observador se dio cuenta de la impor-tancia decisiva de la economía en el derrotero político, y en México, junto con otros hombres diestros en la ma-teria, fundó la Escuela Nacional de Economía, que es ahora la Facultad de Economía de la UNAM; no sólo hizo eso, sino que comenzó a impar-tir cátedra de la materia, colaboró con los secretarios de Hacienda que, en situaciones mundiales difíciles, con-siguieron que el país saliera sin pro-blemas mayores de esas crisis y, por el contrario, hubiera un crecimiento mayor del esperado.

Cuando estaba en Portugal se topó con un movimiento militar que pro-dujo una de las dictaduras más largas del siglo XX, y fue también testigo de la Guerra Civil Española; sus pronós-ticos fueron certeros y él fue uno de los intelectuales que influyeron en la actitud que asumió el gobierno del general Lázaro Cárdenas, de apoyo a la República y rompimiento con el franquismo.

Como catedrático de economía, se topó con el problema de que la ma-yoría de los textos buenos de la ma-teria estaban, los clásicos, en alemán, y los contemporáneos, en italiano, y algunos en inglés; para dotar de textos adecuados para los alumnos, creó una editorial especializada en economía, con intervención del gobierno; así na-ció el Fondo de Cultura Económica, al principio especializada en econo-mía (con una revista fundamental, El Trimestre Económico, que subsiste); con el tiempo se agregaron otros te-mas, fundamentalmente sociología,

historia, política; más tarde se suma-ron obras literarias que publicaron, en su momento, los que después se fueron confirmando como los clásicos contemporáneos: Juan Rulfo, Juan José Arreola, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Alfonso Reyes, por mencionar sólo unos cuantos de renombre mun-dial.

Con Alfonso Reyes, presidente de El Colegio de México, Cosío Vi-llegas formó una pareja valiosísima, porque en El Colegio daban cátedra especialistas que traducían o escribían los libros del FCE; y cuando el fran-quismo puso en peligro la vida de filó-sofos, novelistas, poetas, economistas, sociólogos, médicos, científicos, Re-yes y Cosío, con la ayuda de Genaro Estrada y Luis Montes de Oca, entre otros, lograron que Lázaro Cárdenas abriera las puertas de México a todos ellos, que eligieron nuestro país como segunda patria, y la ayudaron a cre-cer en todos los terrenos en los que colaboraron; uno de ellos, las tareas tipográficos, convirtió a México en el país con más dignidad en la industria editorial en español, y fue en nuestras prensas donde subsistió la literatura española, hasta muy entrados los años sesenta, al editar aquí los libros perse-guidos por el franquismo.

Cosío Villegas, en los años cuaren-ta, decidió emprender otra actividad más, que fue la de historiador, y en El Colegio de México (institución autó-noma pero apoyada y subsidiada por el Estado) creó una magna colección, la Historia moderna de México, que estudia los años que vivió México des-de la expulsión de los invasores fran-ceses, hasta la caída de Porfirio Díaz; también creó el seminario que produ-jo una revista notable, La Revolución Mexicana, además de dos colecciones de divulgación masiva, la Historia ge-neral de México y la Historia mínima de México, que despertaron el entu-siasmo de miles de lectores.

Cosío Villegas tuvo intereses polí-ticos, pero fue más un servidor que un candidato; al final de su vida, sin dejar de pertenecer al Colegio de México, al que dirigió bastantes años, hizo una crítica feroz del sistema político

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mexicano en diarios, revistas y libros; libros que si leyeran los lectores serían más exigentes con los candidatos, y si éstos los leyeran, sabrían a qué tareas se enfrentarán en caso de ser elegido alguno de ellos para los puestos pú-blicos que quedarán vacantes en no-viembre. En esos libros (El sistema político mexicano, El estilo personal de gobernar, La sucesión presidencial y La sucesión presidencial: desenlace y perspectivas) vio con claridad el des-moronamiento del PRI, y la incapa-cidad de los otros partidos para, a la larga, derrotarlo y sustituirlo.

Xi. Los intelectuales en el poder: los siete sabiosDespués de la generación del Ateneo de la Juventud destacó la participa-ción de un grupo de jóvenes a los que sus compañeros en la Escuela Nacio-nal Preparatoria llamaron los Siete Sa-bios de México: Teófilo Olea y Leyva, Alberto Vázquez del Mercado, Alfon-so Caso, Antonio Castro Leal, Jesús Moreno Baca, Manuel Gómez Morin y Vicente Lombardo Toledano; Enri-que Krauze analiza al grupo en su pri-mer libro, Caudillos culturales en la Revolución Mexicana; el grupo tuvo una actuación destacada en varios rubros; Vázquez del Mercado, Olea y Leyva y Moreno Baca fueron minis-tros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ambos con una labor significativa; Alfonso Caso se distin-guió en la antropología, hizo descu-brimientos importantísimos, y fue un factor decisivo para que el Estado atendiera tanto nuestro pasado como nuestro presente indígena e indigenis-ta; Antonio Castro Leal fue uno de los críticos y comentaristas de libros más acuciosos, y un literato respetado.

Deben tratarse aparte los casos de Vicente Lombardo Toledano y de Manuel Gómez Morin; la vida de ambos tiene muchos parecidos y mu-chos paralelos; el primero fue uno de los ideólogos de la izquierda mexica-na durante casi medio siglo, mientras que Gómez Morin fue uno de los fundadores (y de los más importan-tes) del Partido de Acción Nacional; ambos fueron críticos duros y endu-

recidos del Estado, y sin embargo am-bos participaron en él con tareas que, desde entonces, fueron esenciales, y a la larga su obra fue perdurable y fun-damental.

Manuel Gómez Morin fue uno de los economistas que dio solidez a la labor de los gobiernos emanados de la Revolución, puso los cimientos para una modernización del sistema tribu-tario, y más importante, fue, durante el gobierno de Plutarco Elías Calles, el fundador del Banco de México, que le dio autonomía a las gestiones mo-netarias y la independizó del Estado; aunque se distanció del gobierno du-rante el sexenio de Lázaro Cárdenas, y fundó el PAN como una manera de oponerse a las medidas cardenistas en cuestiones agrarias y económicas, su labor en el Banco de México fue la que consolidó la obra del Estado; antes se había desempañado como secretario particular del secretario de Hacienda como oficial mayor y como subsecre-tario, durante el gobierno de Adolfo de la Huerta; también hizo gestiones para sanear las deudas mexicanas con gobiernos extranjeros, como represen-tante financiero de México en Wash-ington, y estuvo en la Unión Soviética como representante jurídico, y ayudó también a fundar otros bancos oficia-les, como el de Nacional Hipoteca-rio, el Urbano y de Obras Públicas, y elaboró los proyectos de leyes de las Cámaras de Comercio, de institucio-nes de Seguros, y otras. Hasta el final de sus días propugnó por una ley de impuestos que fuera más equitativa,

y su proyecto tenía más afinidad con las teorías socialistas que con las de los gobiernos capitalistas.

Vicente Lombardo Toledano al principio de su vida profesional se de-dicó a la academia, y fue director de la Escuela de Verano para Extranjeros, de la Escuela Preparatoria y del De-partamento de Bibliotecas de la SEP (en el gobierno de De la Huerta); por esos mismos días fue oficial mayor del gobierno del DF, regidor del Ayun-tamiento de la Ciudad de México, y gobernador interino de Puebla, aun cuando no tenía la edad para cumplir con el encargo, en tiempos difíciles de la rebelión delahuertista (el mejor relato de esos días lo narra Roberto Blanco Moheno).

Fue diputado y senador en dife-rentes ocasiones, y dirigió la Federa-ción Nacional de Maestros, la Fede-ración de Sindicatos Obreros del DF, de la CROM y de la CROC. Pero las partes más importantes de su vida pú-blica tuvieron lugar cuando fue de los puntales (junto a Jesús Silva Herzog y Alfonso Reyes, entre otros) del pro-yecto de la Expropiación Petrolera; como secretario general de la CTM dio solidez al gobierno de Lázaro Cár-denas combatiendo a los sindicatos dirigidos por Luis N. Morones, más afín a Elías Calles, y que obstaculiza-ba las tareas del presidente Cárdenas. Conservó su importancia como líder obrero durante el gobierno de Manuel Ávila Camacho, pero fue desplazado por su discípulo Fidel Velázquez (y otros) durante el gobierno de Miguel

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Alemán; fue quien mayores dudas planteó a Alemán, a quien le dirigió las palabras célebres: creeremos en us-ted, no nos falle, y lo calificó de “ca-chorro de la Revolución” (el padre de Alemán, el general Miguel Alemán, murió rebelde al gobierno en 1929, junto al general Guadalupe Sánchez).

Distanciado del gobierno, fundó, además de la Universidad Obrera (que luego llevó su nombre) el Parti-do Popular, que aspiraba a conjuntar a todos los elementos progresistas de México (Salvador Novo fue uno de los redactores de sus principios, lo que le costó su salida del Instituto Nacional de Bellas Artes, cuyo Departamento de Teatro dirigía, y dicen los que sa-ben que desde allí, dirigía a todo el INBA); fue candidato presidencial por su partido, que después se convir-tió en Partido Popular Socialista.

Ambos fueron autores de libros de sus especialidades, Gómez Morin de economía, Lombardo Toledano de política, aunque ambos incurrieron en las letras, aunque no destacaron en ellas.

Xii. Los intelectuales en el po-der: narciso Bassols

Genaro Estrada no ha sido el úni-co intelectual en ocupar un puesto de gran jerarquía política; si bien los únicos intelectuales que gobernaron el país, Benito Juárez y Sebastián Ler-do de Tejada, eran más políticos, en el

periodo posrevolucionario hubo dos figuras que ocuparon secretarías de Estado; uno fue Narciso Bassols; otro, José Gorostiza.

Bassols, uno de los miembros de la generación de los Siete Sabios, se de-dicó tanto a la política como al estu-dio, y escribió ensayos y artículos que evaluaban la situación en México en diferentes aspectos, sobre todo del ru-bro social; algunos de sus temas ahon-daron en cuestiones que han sido mal abordados, como el campo, la Re-forma Agraria, y la política cultural. Aunque no fue un hombre de letras, la compilación de sus Obras abarca casi mil páginas bien nutridas que contienen tanto el relato de sus días como funcionario público, la revisión de michos aspectos importantes de los logros de la Revolución, como análi-sis de la política tanto nacional como la internacional, visto esto con gran agudeza e inteligencia.

Su actuación como funcionario abarca la titularidad en tres secreta-rías, pero también ocupó puestos de otra naturaleza: dirigió la Facultad de Derecho de la Universidad; fue se-cretario de Gobierno en el Estado de México cuando la entidad era gober-nada por Carlos Riva Palacio (quien fue secretario de Gobernación con el presidente interino Emilio Portes Gil y con Pascual Ortiz Rubio, y uno de los primeros dirigentes del Partido Nacional Revolucionario); fue uno de los redactores, tal vez el principal, de la Ley Agraria, y el encargado de la liquidación de los bancos de emi-sión, cuando el Banco de México fue el único que podía cumplir esa misión (el Banco de México fue creación de un compañero de generación de Bas-sols, Manuel Gómez Morin).

En el turbulento periodo posterior a la crisis desatada por el asesinato de Álvaro Obregón, Bassols fue un hom-bre que, como en algunos deportes, desempeñó con eficacia labores en tres diferentes secretarías: con Pascual Ortiz Rubio fue secretario de Educa-ción Pública desde octubre de 1931 hasta la renuncia del Presidente, y fue de los que le mostraron lealtad has-

ta el final en su enfrentamiento con Plutarco Elías Calles; el gobierno sus-tituto de Abelardo Rodríguez lo con-servó como titular de Educación Pú-blica desde el principio de su gestión hasta mayo de 1934, y luego de una polémica bastante agria, renunció, pero para ocupar al día siguiente, la Secretaría de Gobernación, hasta sep-tiembre de ese mismo 1934, cuando volvió a presentar su renuncia.

El general Lázaro Cárdenas lo lla-mó a colaborar con él en la Secretaría de Hacienda, aunque, identificado con Elías Calles, renunció en junio de 1935, al borde de la crisis por el rompimiento entre Cárdenas y Elías Calles. Cárdenas sin embargo, no se deshizo de él como de otros de los callistas y opositores al cardenismo, y lo nombró embajador en Inglaterra, y ante la Liga de las Naciones (antece-dente de las Naciones Unidas); en el mismo sexenio cardenista fue embaja-dor en Francia.

Se negó a colaborar con Manuel Ávila Camacho, y se dedicó, de ma-nera casi independiente, a la vida política; fue uno de los fundadores y de los primeros dirigentes del Partido Popular, creación, entre otros, de su compañero de generación Vicente Lombardo Toledano; murió en un accidente de tránsito en 1959, muy cerca de Chapultepec.

Uno de los funcionarios más po-lémicos, nunca ocultó su ideología comunista; lo llamaron “el Ministro Rojo”, y fue uno de los que ayudaron a la repatriación de miles de ciudada-nos españoles perseguidos por el fran-quismo. Pese a lo recio de su carácter, era reconocido por su entereza, por su honradez a toda prueba, y por su in-transigencia, que no intolerancia. Su sentido del humor, que no estorbaba a su seriedad, lo hizo blanco de mu-chas anécdotas narradas por Salvador Novo en sus crónicas, y se sabe que otro de sus compañeros, Daniel Co-sío Villegas, alguna vez lo increpó al preguntarle si su nombre se lo habían puesto “antes o después”.

Bassols fue un político incómodo, pues era ejemplo de honestidad: nun-

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ca tuvo riquezas, vivía con modestia, y no se preocupó en la solvencia eco-nómica: renunció a sus trabajos, o se negó a colaborar con algunos gobier-nos, siguiendo el dictado de su con-ciencia. Frente a tantos funcionarios enriquecidos, Bassols mostraba una entereza y una honradez como no se ha vuelto a ver desde que dejó sus úl-timos cargos.

Xiii. Los intelectuales en el po-

der: Jaime torres BodetSalvador Novo, al revelar que ha-

bía escrito una autobiografía, dijo que era una obra contra las buenas con-ciencias, que en cambio, Jaime Torres Bodet no había tenido vida, que des-de pequeño tuvo biografía; miembro del grupo de poetas integrado alre-dedor de la revista Contemporáneos, amigo de Novo, Jorge Cuesta, Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Rodolfo Usi-gli, Carlos Chávez, Bernardo Ortiz de Montellanos y otros, Jaime Torres Bodet fue quien tuvo más vocación de servidor público, y ocupó cargos muy altos en diferentes gobiernos; de todo este grupo, casi no hubo nadie que no tuviera algún puesto en embajadas, diversas secretarías, Pellicer fue sena-dor, dirigieron entidades culturales… Pero Torres Bodet destaca entre ellos.

A los 19 años de edad (nació en 1902) fue secretario del rector de la Universidad Nacional, José Vasconce-los; poco después fue jefe del Departa-mento de Bibliotecas de la Secretaría de Educación Pública (el secretario era Vasconcelos); dio diversas cátedras tanto en la Preparatoria (entonces muy importante) como en la Uni-versidad, hasta que ingresó al servicio diplomático, en donde ocupó varias legaciones, como la de Madrid y la de París; fue el encargado de Negocios en la embajada en La Haya, Buenos Ai-res y Bélgica; ascendió a subsecretario y a secretario de Relaciones, en el go-bierno de Manuel Ávila Camacho, y en ese mismo sexenio lo nombraron titular de Educación Pública, car-go que volvió a ocupar en el sexenio de Adolfo López Mateos, aunque en

ínter fue embajador en Francia.Eso no le impidió hacer una obra

poética si no a la altura de la de sus compañeros de generación, sí de cali-dad, y en algunos casos sobresaliente; ocupa dos volúmenes en la colección Escritores Mexicanos en la editorial Porrúa; tiene dos extensos volúmenes autobiográficos y novelas, más exten-sas que las que escribieron sus com-pañeros de generación (Margarita de niebla, La educación sentimental, Proserpina rescatada, Primero de en-ero), ensayos sobre literatos (Balzac, Tolstoi, Flaubert), y sus discursos abarcan varios volúmenes. Quienes conocen los discursos pronunciados por los presidentes, o los diversos planes de gobierno, afirman que los mejor escritos son los de Manuel Ávi-la Camacho, bajo la vigilancia, si no es que autoría, de Jaime Torres Bodet. El Colegio Nacional está en proceso de edición de sus Obras, a cargo de Eduardo Mejía.

Pero si sus críticos afirman que la burocracia le quitó tiempo y méritos a su obra literaria, es posible contrade-cirlos, porque si su poesía es más que aceptable, su obra narrativa merece varias relecturas por la inteligencia con que las escribió.

Además, su obra como funciona-rio es de las más destacadas; su labor como diplomático lo llevó a encabe-zar la UNESCO, con tanta eficacia que cuando presentó su renuncia, los demás embajadores suplicaban que

no abandonara sus tareas en el organ-ismo.

Si Vasconcelos conserva la fama del mejor secretario de Educación mexi-cano, Torres Bodet o iguala en méri-tos; en los años cuarenta, por ejem-plo, emprendió la mayor campaña de alfabetización que se ha efectuado en el país (aunque le valió algunos chistes de su amigo Salvador Novo: la gente estaba obligada a alfabetizar cuando menos a una persona, o entre varios pagar el salario de un maestro que lo hiciera por quien careciera de facultades o de tiempo; Novo, ante el dilema de no conocer analfabetas, quiso publicar un anuncio solicitan-do analfabetas que alfabetizar); aun-que no se cumplió con el propósito de eliminar el analfabetismo, se redu-jo bastante; durante su gestión se cre-aron los desayunos escolares, labores que retomó en su segundo periodo en el cargo, además de crear centros de capacitación para quienes no pudier-an cursar estudios superiores, y creó también el concepto de libros de texto gratuito, que aunque atacado por ed-itores, libreros y algunos sectores de padres de familia, fue un recurso efi-caz en pro de la economía familiar, y de la unificación de la educación.

Como miembro de El Colegio Nacional cumplió con su tarea de dic-tar sus conferencias magistrales, que se han convertido con el tiempo en ensayos de tanto valor literario como su narrativa, que por cierto está poco valorada, porque se le reprochó el haber sido funcionario.

No hay que olvidar tampoco que durante su segundo periodo como secretario de Educación enfrentó la parte final del mayor movimiento magisterial durante las huelgas de 1958-59, que estuvieron cerca de romper con los años escolares.

Luego de retirarse, a causa de su mala vista y salud deteriorada, siguió dictando sus conferencias magistrales, y a escribir su autobiografía, que es-pera aún el dictamen de algún crítico a su altura. Su mala salud lo llevó a tomar su vida por propia mano en 1974.

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