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EXILIOS EN LA EUROPA MEDITERRÁNEA (ISBN 978-84-9887-531-7) Los exilios de afrancesados y liberales Los exilios de afrancesados y liberales ANTONIO MOLINER PRADA Universidad Autónoma de Barcelona Emigración y exilio “Por poco liberal que uno sea, o está uno en la emigración, o de vuelta de ella, o disponiéndose para otra: el liberal es el símbolo del movimiento perpetuo, es el mar con su eterno flujo y reflujo” (Mariano José de Larra, La Diligencia, 1835 1 . Podríamos definir el exilio como aquella situación que obliga a dejar el país propio por sufrir persecución y también el peligro de cárcel o muerte, a causa de las ideas políticas, religiosas o de cualquier tipo, que impiden el desarrollo pacífico de la vida normal al faltar el derecho a la libertad de opinión 2 . Exilio y destierro son términos que expresan el drama personal y colectivo sufrido tantas veces por numerosos hombres y mujeres a lo largo de la Historia de España del siglo XIX, época marcada por un sinfín de revoluciones, contrarrevo- luciones y guerras civiles. De ahí que este fenómeno reiterativo haya dado paso a una concepción fatalista de nuestra historia contemporánea, como una historia de exclusión y enfrentamiento civil permanente. Aunque también el exilio permitió contactos con otras culturas políticas y sirvió de experiencia iniciática de aventuras y vivencias y como escuela de aprendizaje en la administración y en la misma vida 1 Larra, M. J. de: Artículos de costumbres. Madrid, Espasa Calpe, 1952, p. 213. 2 Lemus, E.: “Presentación” , en “Los exilios en la España contemporánea” . Ayer, 47, 2002), p. 11.

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Antonio Moliner Prada

exilios en la eUroPa MediTerrÁnea (isbn 978-84-9887-531-7)los exilios de afrancesados y liberales

Los exilios de afrancesados y liberales

Antonio Moliner PrAdA

Universidad Autónoma de Barcelona

Emigración y exilio

“Por poco liberal que uno sea, o está uno en la emigración, o de vuelta de ella, o disponiéndose para otra: el liberal es el símbolo del movimiento perpetuo, es el mar con su

eterno flujo y reflujo” (Mariano José de Larra, La Diligencia, 18351.

Podríamos definir el exilio como aquella situación que obliga a dejar el país propio por sufrir persecución y también el peligro de cárcel o muerte, a causa de las ideas políticas, religiosas o de cualquier tipo, que impiden el desarrollo pacífico de la vida normal al faltar el derecho a la libertad de opinión2.

Exilio y destierro son términos que expresan el drama personal y colectivo sufrido tantas veces por numerosos hombres y mujeres a lo largo de la Historia de España del siglo XIX, época marcada por un sinfín de revoluciones, contrarrevo-luciones y guerras civiles. De ahí que este fenómeno reiterativo haya dado paso a una concepción fatalista de nuestra historia contemporánea, como una historia de exclusión y enfrentamiento civil permanente. Aunque también el exilio permitió contactos con otras culturas políticas y sirvió de experiencia iniciática de aventuras y vivencias y como escuela de aprendizaje en la administración y en la misma vida

1 larra, M. J. de: Artículos de costumbres. Madrid, espasa calpe, 1952, p. 213.2 lemus, e.: “Presentación”, en “los exilios en la españa contemporánea”. Ayer, 47, 2002), p. 11.

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política, como aconteció a los liberales que entraron en contacto con el doctrinaris-mo francés y el liberalismo conservador británico3. En este sentido el poeta Espron-ceda evoca su salida de España en 1827 como un momento trascendental de su vida en que había “emprendido la carrera de emigrado y de viajero”4. También para los militares españoles el exilio fue el factor principal de socialización del liberalismo.

Españoles exiliados durante la Revolución Francesa

En realidad los primeros exiliados de la historia contemporánea española fueron aquel pequeño grupo de españoles que tras el triunfo de la Revolución Fran-cesa de 1789 y la política represiva introducida por Carlos IV en aquellos años provocaron su huida a Francia. Eran jóvenes que sintonizaban con las ideas revo-lucionarias francesas y temían por sus vidas, por el control impuesto por la temida Inquisición y el retroceso de la monarquía ilustrada impulsada por Carlos III, que se había propuesto la introducción de reformas en la sociedad sin traumas ni sobre-saltos. El sueño ilustrado se esfumó definitivamente y el ministro Floridablanca no dudó en utilizar al Santo Oficio como instrumento para detener en España las ideas revolucionarias e impuso un cordón “sanitario” en la frontera como si se tratara de una epidemia que había que controlar.

Entre los exiliados cabe mencionar al abate Marchena (José Marchena) que huyó a Francia en 1792 y escribió en el periódico de Marat “La ami du Peuple”. Des-pués regresó a España con el ejercitó napoleónico en 1808 y volvió a refugiarse en Francia en 18135. Junto a él encontramos en Bayona en 1792 a Rubín de Celis, He-via (antiguo secretario de la embajada española en París) y Vicente María de Santi-váñez, que había sido profesor de Humanidades en el Seminario de Vergara y socio de la Sociedad vascongada de Amigos del País. Santiváñez envió en 1793 al ministro Lebrun sus Reflexiones imparciales de un español a su nación sobre el partido que

3 fuentes J. f.: “emigración”, en Diccionario político y social del siglo XIX español (J. Fernández, J. F, Fuentes, dirs.). Madrid, alianza editorial, 2002, p. 269.

recuerda el autor que en aquella época la palabra exilio, aunque existe como sinónimo de destierro, no se utiliza nunca en el sentido que le damos hoy en día. su uso no empezará a generalizarse hasta el éxodo republicano posterior a 1939. la voz que se utiliza en el siglo xix es “emigración”, de manera que “emigrado” se convierte en sinónimo de “refugiado”. llama la atención que no fue hasta 1884 cuando la real academia de la lengua incluyó en el Diccionario de la lengua el sustantivo “emigrado”: “el que reside fuera de su patria, obligado a ello por circunstan-cia políticas”. entonces el significado político quedó solapado por el auge que iba teniendo la emigración de tipo económico. cf. J.f. fuentes: “imagen del exilio y del exiliado en la españa del siglo xix”. en Los exilios en la España contemporánea. Ayer, 47, 2002, pp. 35-37.

4 “de Gibraltar a lisboa. Viaje histórico”, artículo publicado en 1841 e incluido en las Obras completas de J. Es-pronceda, t. 72, Madrid, bae. atlas, 1954, p. 605. citado por J.f. fuentes: “imagen del exilio y del exiliado en la españa del siglo xix”, op. cit. p. 55.

5 fuentes J. f.: José Marchena. Biografía política e intelectual. barcelona, ed. crítica, 1989.

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debía tomar en las ocurrencias actuales, en las que pide que España siga el ejemplo francés y la nación se dote de una representación nacional, donde residirá el poder legislativo. Y cuando se produjo la persecución girondina en Bayona, no dudó en formar parte de la Sociedad Republicana de los Sans-Culotes, aunque no se libró de la cárcel cuando el “representante del pueblo“ Pinet acusó al citado Comité como foco de conspiración contrarrevolucionaria. Desesperado, recluido en el hospicio civil, Santiváñez se envenenó y acabó con su vida6. Otros emigrados en tiempos de la Revolución Francesa, como José Lanz y Juan Antonio Carrese, volvieron de nuevo a Francia en 1814 tras finalizar la Guerra de la Independencia.

Muy diferente fue el caso de la hermosa Teresa de Cabarrús, hija del conde de Cabarrús, que se relacionaba estrechamente con la alta sociedad revolucionaria parisina y que en tiempos del Terror tuvo que alejarse de la capital y buscar refugio en Burdeos, donde intimó con Tallien, con el que se casó y consiguió alejarle de Robespierre. Teresa contribuyó a salvar de la guillotina a conocidos realistas bien por generosidad o por dinero.

Juan Francisco Fuentes señala que el caso de estos personajes anticipa algu-nos de los rasgos específicos del fenómeno de las emigraciones políticas, en cuanto su estancia en el extranjero les dejó una huella imborrable en sus vidas e incluso se convirtió en una experiencia reiterada, principalmente para los hombres de ideas liberales. Existe una relación estrecha entre emigración política y liberalismo. Este estereotipo liberal en la percepción del exilio, como recuerda Larra en el texto ci-tado, se explica por la importancia cuantitativa y cualitativa de las grandes emigra-ciones políticas de 1814 y 1823. Si bien la tipología del exilio impuesta por Antonio Alcalá Galiano en su obra Recuerdos de un anciano es muy sesgada al referirse solo a las clases medias y propietarias7.

Los prisioneros de la Guerra de la Independencia

La invasión napoleónica por los soldados de Napoleón originó un proceso de transferencia masiva a Francia de muchos españoles, prisioneros de guerra, rehe-nes, desertores del ejército regular y de refugiados apolíticos, muchos de ellos cata-lanes que buscaron asilo y trabajo al norte de los Pirineos, y también los refugiados comprometidos con los franceses, temerosos de las represalias de los patriotas.

6 aymes, J.r.: “españoles en francia (1789-1923): contactos ideológicos a través de la deportación y del exilio”. Trienio. Ilustración y Liberalismo, 10, 1987, p.4.

sobre este pequeño grupo de exiliados remito al estudio de J.f. fuentes “seis españoles en la en la revolución francesa”. en J.r. aymes (ed.): España y la Revolución Francesa. Barcelona, crítica, 1989, pp. 283-310.

7 fuentes, J. f.: “imagen del exilio y del exiliado en la españa del siglo xix”, op. cit. p. 39.

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Contamos con el excelente estudio del hispanista francés Jean René Aymes (1983) que permite señalar las características particulares de esta emigración. Por otra parte, los testimonios de los años de cautiverio de los prisioneros son escasos, a excepción de los escritos de Palafox, el duque de Osuna, el marqués de Labrador, el general Contreras y el mariscal Álvarez de Sotomayor8 .

En primer lugar se debe destacar su importancia cuantitativa, más de 50.000 individuos, cifra que solo se puede comparar con el destierro de los republicanos en la última Guerra Civil de 1936-39. De ahí que se puede emplear con acierto el término de “deportación masiva”.

En segundo lugar hay que señalar el tratamiento reservado que el régimen napoleónico impuso a los prisioneros, a través de la creación de los llamados depó-sitos (“dèpotes”) que de alguna manera prefiguran los “campos de concentración” del siglo XX, con la diferencia de que las autoridades francesas no buscaban su exterminación. Estos depósitos eran campamentos de barracones de madera, hos-pitales o iglesias, para controlar a los prisioneros allí recluidos, evitando su contac-to con la población civil, pues la policía suponía que los españoles eran fanáticos defensores de la monarquía borbónica. Por ello los prisioneros se ubicaron en las regiones que estaban alejadas de la frontera pirenaica o del litoral, por el miedo a su evasión, o de la Bretaña y la Vendée, por el monarquismo tan arraigado entre sus gentes, o cerca de París y las inmediaciones del castillo de Valençay, donde estaba recluido el rey Fernando VII. Fueron 260 pueblos y ciudades del Macizo Central, los Alpes, la Lorena, el Norte y los territorios anexionados de la orilla izquierda del Rin, Bélgica y Países Bajos los que acogieron a estos prisioneros.

Su situación fue diversa, dependiendo si eran considerados peligrosos, como los oficiales Javier Mina (el “Estudiante”) y José Palafox que fueron encerrados en el Castillo de Vincennes9, mientras Rafael de Riego y Evaristo San Miguel disfrutaron de una libertad casi total en Borgoña, o los soldados normales que pudieron mero-dear por los alrededores de los depósitos y en los mismos pueblos.

En tercer lugar se debe resaltar que los oficiales que se prestaron al jura-mento de fidelidad al rey José I y los soldados que se quisieron enrolar en el ejército

8 aymes, J.r.: Los españoles en Francia, 1808-1814, La deportación bajo el Primer imperio. Madrid, siglo xxi, 1987. la primera edición francesa, con prefacio de J. Toulard, es de 1983, Paris, Publications de la sorbonne.

9 Palafox llegó a su cautiverio en marzo de 1809 y privado de comunicación con otros detenidos se dedicó a la lectura. se calcula que en los cinco años que estuvo recluido llegó a leer 189 obras escritas en francés. Por su parte el joven Mina, que llegó a Vincennes en mayo de 1810, intentó mejorar su situación por el trato durísimo que recibió al principio que se suavizó a finales de este año. cfr. J.r. aymes: Españoles en París en la época romántica (1808-1848). Madrid, alianza editorial, 2008, pp. 39-40.

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napoleónico fueron conducidos a unos depósitos especiales, situados en Châlons-sur-Marne (Champaña), donde se reorganizó el Batallón José Napoleón, que fue a luchar a Alemania y Rusia. Más que por afrancesamiento ideológico, estos hombres tenían una vocación irresistible por la vida militar y fueron incapaces de permane-cer inactivos en los depósitos.

Finalmente, los prisioneros españoles formaron batallones de trabajo que se dedicaron a construir carreteras, exclusas y dársenas, drenaron pantanos y lim-piaron canales de navegación. De manera que el Emperador rentabilizó su trabajo y consiguió mediante las pagas que les prometió someterlos y evitar disturbios, aunque se produjeron varias huelgas por motivos de los salarios. También su tra-bajo fue explotado por particulares, industriales y artesanos que se aprovecharon de una mano de obra barata o especializada. Todo ello hizo posible que la población francesa tuviera una imagen positiva de los prisioneros españoles. No existía una hispanofobia entre el bajo pueblo francés y sí en cambio estaba muy extendida en-tre las altas esferas del poder napoleónico.

Los oficiales españoles no entraron en contacto con las logias masónicas dominadas por los partidarios de Napoleón, como tantas veces ha insinuado la his-toriografía tradicional, a excepción de los que habían prestado el juramento a José I y se hicieron masones en Châlons-sur-Marne (Champaña) y luego en Saint-Lô (Baja Normandía).

En definitiva, los prisioneros españoles pusieron en evidencia que la admi-nistración napoleónica no era tan ordenada y eficaz como parecía y demostraron que el apoyo al régimen imperial no era unánime10.

Los refugiados afrancesados y josefinos

El afrancesamiento es un fenómeno complejo y como hecho cultural y po-lítico tuvo una gran influencia en las elites hispanas. Desde mediados del XVIII ya se aplica el adjetivo “afrancesado” al individuo que sigue la cultura, las modas, usos y costumbres francesas, que tuvieron una influencia clara desde la llegada de los Borbones a España. De todas formas la acepción del término no tenía entonces un significado político como lo empezó a tener a partir de la invasión napoleónica de 180811. Entonces afrancesado es el que sigue el partido de José (josefistas, josefinos,

10 aymes, J.r.: “españoles en francia (1789-1923): contactos ideológicos a través de la deportación y del exilio”, op. cit. p. 9.

11 H. Jurestschke afirma que el cambio del concepto de afrancesado en su denominación puramente política se acuñó sobre todo a partir de 1811, y como tal aparece utilizado en la Gaceta de la Regencia de cádiz, en el Diario de las discusiones y actas de las Cortes y en una Carta de antonio de capmany (Carta de un buen patriota que reside

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colaboracionistas) o el “partido francés”, y para los absolutistas tiene un sentido negativo que aplican también a los partidarios de las reformas, los liberales, a los que equiparan con los “jacobinos, francmasones, robespierristas, y jansenistas”. De ahí que éstos se vieran obligados en su discurso a reivindicar su patriotismo hispano sin ninguna influencia ideológica francesa, cosa que era imposible de de-mostrar pues muchos de ellos estaban tan o más contaminados en sus ideas como los mismos colaboracionistas josefinos. Desde el sentido religioso y de cruzada que se dio a la Guerra de la Independencia también se les tildó a los afrancesados con el epíteto popular de “apóstatas, herejes, judíos y luteranos” como sinónimos de anticatólicos12.

Es a partir del exilio, con la represión de Fernando VII, cuando el término afrancesado designó en sentido estricto a los comprometidos con el régimen fene-cido de José I. Ello obedece a diversas razones, primero por el alejamiento de los afrancesados respecto a los liberales, para así aproximarse a los absolutistas refor-mistas con los que se identificaban en gran manera; y en segundo lugar también por separar a los afrancesados de los liberales, que eran categorías represaliables diferentes según el absolutismo fernandino.

Existen grandes diferencias entre afrancesados y liberales, aunque sus raíces son las mismas y provienen de la Ilustración española del siglo XVIII, ambos evo-lucionaron de forma diferente incluso sin contacto alguno. Para los liberales los afrancesados eran aquellos que frente a la crisis del Antiguo Régimen buscaron en un cambio de dinastía la oportunidad para regenerar el país y al mismo tiempo evi-tar con ello los desastres de la guerra napoleónica. De la misma manera los afran-cesados vieron en los liberales a quienes habían usurpado la soberanía transferida legalmente a José Bonaparte y lanzaron al país al caos al elaborar una Constitución utópica como la de 181213.

El afrancesamiento es un fenómeno principalmente urbano más que rural, ligado siempre a los grupos sociales de las profesiones liberales y de los funciona-rios reformistas dispuestos a promocionarse mediante la política en esta nueva situación de guerra. Su colaboración con el gobierno josefino fue en gran parte más por motivos prácticos que ideológicos. Se puede afirmar que la posición del ideario afrancesado bascula entre el liberalismo y el absolutismo y los afrancesados se adscriben a una u otra corriente según las circunstancias. Los estudios actuales

en Sevilla a un antiguo amigo suyo domiciliado hoy en Cádiz. cádiz, 1811). cfr. Los afrancesados en la Guerra de la Inde-pendencia. Madrid, sarpe, 1985, p. 55.

12 Vilar, J. b.: La España del exilio. Las emigraciones políticas españolas en los siglos XIX y XX. Madrid, ed. síntesis, 2006, p. 94.

13 Vilar, J.b.: La España del exilio, op. cit. p.98.

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confirman su heterogeneidad ideológica y su adscripción posterior a opiniones po-líticas diversas, desde el reformismo ilustrado hasta el liberalismo moderado, sin excluir a algunos adictos a los ideales republicanos y jacobinos14.

En cuanto al número de afrancesados refugiados una encuesta oficial de abril de 1814 (Archivos del Ministerio de la Guerra de Francia) los cifra en 4.000 militares y 3.000 civiles. En septiembre de este mismo año una “Nota sobre los refugiados españoles” da la cifra global de 12.000 individuos, divididos en tres gru-pos: los que habían participado en el gobierno de José Bonaparte, los que se habían comprometido con los franceses y los que pertenecían a los estamentos inferiores de la sociedad. Juan Antonio Llorente en sus Memorias señala que más de 12.000 familias buscaron asilo en Francia, Inglaterra, Portugal y en África. Esta cifra la han ido repitiendo todos los historiadores, si bien algunos la rebajan a 10.000 y otros sugieren que dicha estimación incluye no solo a los josefinos sino también a los liberales. Juan Bautista Vilar señala un total de 54.000 emigrados (12.000 familias) que se trasladaron a Francia, a los que habría que sumar los que marcharon a otros destinos (Portugal, Italia, Gran Bretaña, Países Bajos, Marruecos, el Mediterráneo islámico e incluso los Estados Unidos, donde alguno se reunió con José Bonaparte en Filadelfia15. Tras la paz de Valençay algunos afrancesados volvieron a España y renunciaron a su estatuto de refugiados, y en 1819 solo quedaban en Francia unos 2.100 refugiados (españoles y portugueses), reunidos en seis depósitos. Con el establecimiento del régimen liberal en 1820 tan solo permanecieron en Francia unos 1.30016.

Respecto a la extracción social de los afrancesados Luis Barbastro Gil ha hecho una primera aproximación a su perfil sociológico, agrupados por sectores profesionales: políticos y funcionarios civiles; militares; eclesiásticos; aristócratas; hombres de letras; negociantes y propietarios e incluso hombres de extracción hu-milde, como artesanos y agricultores y personas marginadas (parados, vagabundos, timadores, jugadores de azar, prostitutas, etc.). Según este historiador el 79 por ciento de la población civil en el exilio procedía del funcionariado de la adminis-tración y de la clase política (los más notables eran los Urquijo, Arribas, Angulo, O´Farrill, Azanza, todos ellos ministros de José I y miembros del Consejo de Esta-do). Casi una cuarta parte de los exiliados eran militares, unos tres mil; doscientos

14 fernández sebastián, J. “afrancesados”. en Diccionario político y social del siglo XIX español (J. fernández y J.f. fuentes (dirs.), Madrid, a.e, 2002, p.77.

15 Vilar, J. b.: La España del exilio. Las emigraciones políticas españolas en los siglos XIX y XX, op. cit. p. 107. Por su parte, c. soldevila y G. rueda al referirse al exilio de 1812-1820 señalan 36.000 afrancesados, 15.000

liberales en europa y 300 en américa. cfr. El exilio español (1808-1975), Madrid, arco-libros, 2001, p. 10. 16 aymes, J.r.: “españoles en francia (1789-1923): contactos ideológicos a través de la deportación y del exilio”,

op. cit. p. 9.

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eran eclesiásticos, en su mayoría procedían de las diócesis de Castilla y de Anda-lucía; unos cuarenta eran aristócratas y un grupo eran destacados hombres de le-tras como Moratín, Meléndez Valdés, Sempere Guarinos, Marchena, Lista, Reinoso, Llorente y Miñano17.

La base de datos sobre la que ha trabajado Juan López Tabar es mucho más completa al recoger una información exhaustiva sobre 4.172 afrancesados, aun-que el número de sus componentes fue muy superior. De ellos un 57,9 por ciento del total pertenece a la administración formando parte del Estado bonapartista, de manera que el afrancesamiento es más un fenómeno administrativo que político, pues estas personas se limitaron a continuar en su puesto tras la renuncia de Fer-nando VII en Bayona y el advenimiento del nuevo monarca18. De las 2.461 personas adscritas a la administración josefina, 1.039 pertenecen al Ministerio de Hacienda, 490 al de Interior, 362 al de Policía General, 324 al de Justicia, 187 al de Guerra, 27 al de Asuntos Exteriores, 21 al de Negocios Eclesiásticos, 20 al de Marina, 15 a la Secretaría de Estado y 12 al de Indias19.

El estamento militar está muy representado en esta base de datos, pues 979 individuos se encuentran entre los que como mínimo alcanzaron el grado de sub-teniente en adelante, distribuidos de la siguiente manera: 2 capitanes generales, 15 tenientes generales, 26 mariscales de campo, 2 generales, 65 coroneles, 5 tenientes coroneles, 101 comandantes, 22 mayores, 206 capitanes, 247 tenientes, 258 sub-tenientes y 30 soldados20. Desde el principio José I intentó contar con un ejército español propio. En enero de 1809 decretó la formación de dos regimientos de infan-tería española de línea de casi 2.000 hombres, a los que se sumó un tercero en junio y uno de caballería en agosto. Por ello intentó atraerse a los oficiales españoles a sus filas, aunque la mayoría del ejército español desoyó tales llamamientos.

En cuanto a los eclesiásticos alcanzan la cifra de 252 (117 canónigos y digni-dades, 86 sacerdotes, 24 racioneros y otros, 15 miembros del clero regular, 7 obis-pos y 3 arzobispos)21. Los nobles son pocos, tan solo 99 personas (49 marqueses, 31 condes, 10 duques, etc.). Finalmente 123 individuos aparecen como refugiados a título personal y de otras 286 se desconoce el cargo que ostentaron.

17 barbastro Gil, l.: Los afrancesados. Primera emigración política del siglo XIX español (1813-1820), Madrid, csic, 1993, pp. 53-116.

18 dufour, G.: “infidencia” et “afrancesamiento”: quelques donnés statistiques”. en Etudes d´histoire et de littérature ibéro-américaines, rouen, 1973, p. 43.

19 lópez Tabar, J.: Los famosos traidores. Los afrancesados, durante la crisis del Antiguo Régimen (1808-1833), Ma-drid, biblioteca nueva, 2001, p. 50.

20 lópez Tabar, J.: Los famosos traidores. Los afrancesados, durante la crisis del Antiguo Régimen, op. cit., p. 81.21 lópez Tabar, J.: Los famosos traidores. Los afrancesados, durante la crisis del Antiguo Régimen (1808-1833), op.

cit., p. 87.

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De los 4.172 afrancesados recogidos en el citado censo, sólo se tiene cons-tancia de su exilio de 2.933 personas, que representan un 70,3 por ciento del total. Llama la atención que los exiliados de las prefecturas andaluzas fueron menos que los de las prefecturas castellanas. La razón estribaría en que la ocupación francesa fue más tardía y resultó menos opresora que en otras zonas de España22.

Las reacciones de los afrancesados ante el decreto de 30 de mayo de 1814 fueron desesperadas porque significaba su expatriación definitiva. Algunos envia-ron sus protestas al monarca francés Luis XVIII para que intercediera ante Fernan-do VII23. Otros, como Amorós escribió sus propias reflexiones anónimas que causa-ron un gran revuelo en París pues se preguntaba en este escrito cuál era el crimen que se les imputaba y declaraba que siempre impidieron el desorden y la anarquía y cooperaron con los franceses para la conservación de la patria. Finalmente no duda en señalar la actuación de Fernando VII ante su opresor que fue deplorable24. Todo ello motivó las críticas del embajador español en París Gómez Labrador que pidió al Gobierno galo la retirada de este escrito como así ordenó el 29 de julio de 181425.

Entre 1813 y 1814 afrancesados y liberales conocieron el exilio, los prime-ros eran los vencidos de aquella guerra, los segundos formaban una parte de los vencedores. Sus diferencias eran ostensibles, el infortunio sin embargo les hizo mantener una tregua forzada y formaron dos comunidades separadas.

Los afrancesados se refugiaron mayoritariamente en el sur de Francia, por la proximidad geográfica a España, y en París. Al reconocerles el estatus de refugiados recibieron la protección de las autoridades francesas y una ayuda económica que se mantuvo incluso tras la caída de Napoleón y el regreso de los Borbones al trono francés en 1814. El primer grupo de afrancesados que acompañaron a José I en su viaje desde Madrid llegaron a Bayona el 13 de junio de 1813 y se beneficiaron de las medidas adoptadas por el prefecto local y por la población que les dio cobijo y ayuda. Cuando llegaron otros contingentes se distribuyeron por diversas ciudades, llegándose a concentrar cerca de 2.000 refugiados en el sudoeste de Francia, en los departamentos de Gers, Bajos Pirineos, Landas y Gironda. Ciudades como Mont-pellier, Nimes y Perpiñán se convirtieron en centros de acogida. Los de mayores

22 lópez Tabar, J.: Los famosos traidores. Los afrancesados, durante la crisis del Antiguo Régimen (1808-1833), op. cit., pp. 106-108.

23 Adresse que les espagnols réfugies en France et actuellement à Paris se proposaient de presenter humblement a SMTC. En leur nom et celui de tous leurs compatriotes réfugiés. archives du Ministère des affaires Étrangères (Paris), correspondance Politique (espagne), vol. 693.

24 Réflexions sur le décret du 30 mai 1814, donné par SMC Ferdinand VII, le jour de sa fete, en commémoration de son avénement au trone, et publié dans la Gazette de Madrid du 4 juin (París, l.G. Michaud, 1814).

25 lópez Tabar, J.: “el exilio de los afrancesados. reflexiones en torno al real decreto de 30 de mayo de 1814”. en Spagna contemporánea, 16,1999, pp. 18-20.

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recursos económicos y de mayor estatus se establecieron en París y buscaron en la ciudad cosmopolita una mejor vida, como Urquijo, Azanza, O´Farrill, Llorente, el marqués de San Adrián, Terán y otros. Cuando perdieron la esperanza de su retorno a España tras el decreto citado de 30 de mayo de 1814, muchos se desplazaron de un sitio a otro, viviendo en condiciones pésimas. Las medidas de gracia no llegaron, al cabo de un año del éxodo masivo una nueva disposición gubernativa autorizó el regreso a las viudas siempre que acreditaran la muerte de sus maridos26.

Las autoridades francesas sometieron a los afrancesados a un riguroso control administrativo para identificarlos y vigilarlos. Se elaboraron numerosos informes confidenciales sobre su actividad y las autoridades españolas llegaron a tener una información detallada de sus actividades, pues los afrancesados no se escondían de nadie. Como ayuda de emergencia los prefectos dieron un subsidio de 75 céntimos diarios a cada refugiado y establecieron un baremo para concederles futuras ayudas según los servicios prestados a la monarquía josefina (15.000 reales anuales a los consejeros de Estado y 450 a los de escalafones más bajos). Pero la falta de recursos hizo que estas ayudas llegaran de forma irregular a sus destinatarios. Tras los Cien Días y la derrota de Napoleón en Waterloo, los afrancesados que habían apoyado la efímera administración bonapartista perdieron sus esperanzas. Su desamparo fue mayor porque los habitantes de las ciudades francesas ya no les apoyaron tras la caída del régimen imperial. La imagen de los refugiados quedó empañada, incluso algunas voces los acusaron de haberse puesto al servicio del “Usurpador”27.

Durante los seis años de exilio subsistieron como pudieron, haciendo peque-ños trabajos, clases de español o en el caso de los clérigos de la celebración de mi-sas. Otros se dedicaron a negocios lucrativos, como Alejandro Aguado que se con-virtió en un banquero respetable en Francia y en agente financiero de España en París, o Francisco Amorós, activo comisario regio de José I, que se dedicó a fundar prestigiosos gimnasios y llegó a ser uno de los padres de la gimnasia moderna28.

Los emigrados afrancesados se debatieron entre el oportunismo y la bús-queda del menor riesgo personal y desde 1814 intentaron el perdón y conseguir su retorno a España a través de diversos manifiestos, exposiciones y representaciones a las autoridades o al mismo rey. Fueron años de miseria, de peregrinaje, pero tam-bién de reflexión, de justificación de sus posturas y de presentación de alegaciones

26 fuentes, J. f.: “afrancesados y liberales”, op. cit. pp. 144-145.27 aymes, J.r.: “españoles en francia (1789-1923): contactos ideológicos a través de la deportación y del exilio”,

op. cit. p. 11.28 Tabar lópez, J.: “el regreso de los afrancesados y la voluntad de reconciliación entre los españoles”. en Trienio,

1997, p. 67.

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con el fin de lavar la imagen tan negativa que de ellos se tenía en España29. Urquijo, en una carta dirigida a un amigo suyo en 1816, le manifiesta con rotundidad su tranquilidad de conciencia con estas palabras: “En el silencio de la noche, quando el sueño no viene, repaso mi vida; y nada encuentro de que avergonzarme ni como hombre público, ni como ciudadano español. Esta tranquilidad de conciencia me hace superior a las injusticias y a las proscripciones”30. Ninguno llegó tan lejos como Juan Antonio Llorente, que en su exposición autojustificativa añadió una genealogía de Fernando VII para así poder recuperar su prebenda en la catedral de Toledo. En cambio la posición de José Marchena, que desempeñó varios cargos con José I, fue más militante y se comprometió abiertamente con los planes para derribar a Fernando VII y restablecer la Constitución de Cádiz31.

Fue en este ámbito del exilio donde los afrancesados tuvieron que rehacer sus vidas y se impregnaron de las nuevas corrientes políticas, como el doctrinaris-mo, el utilitarismo o la ciencia administrativa francesa, que luego Javier de Burgos o Pedro Sáinz de Andino introdujeron en España durante el Trienio Liberal. El inmovilismo del régimen durante la primera Restauración no trajo una amnistía total y verdadera para los afrancesados, como lo demuestra la fallida amnistía de 1817, a la que se opuso sobre todo la Iglesia más que el Ejército32. Fue a partir del triunfo de Riego y del Trienio Liberal cuando tuvieron posibilidad de retornar a España tras la amnistía del 26 de septiembre de 1820, aunque ésta contenía nume-rosas limitaciones.

29 entre estas obras se debe señalar las siguientes: Defensa canónica y política de Don Juan Antonio Llorente con-tra injustas acusaciones de fingidos crímenes. Es trascendental en varios puntos al mayor número de españoles refugia-dos en Francia, Paris, s/f; Elogio de D. Mariano Luis de Urquijo, ministro Secretario de Estado de España, por Don Antonio de Beraza. Paris. 1820; Manifiesto de la conducta política del marqués de Arneva durante la revolución de España (20 marzo de 1815), Paris; Memoria de D. Miguel José de Azanza y D. Gonzalo O´ Farrill, sobre los hechos que justifican su conducta política, desde marzo de 1808 hasta abril de 1814. Paris, 1815; félix José reinoso, Examen de los delitos de infidelidad a la patria, imputados a los españoles sometidos baxo la dominación francesa. burdeos, 1818 (obra que constituye el mejor alegato en defensa de la causa de los exiliados afrancesados); Satisfacción dada por un anónimo, a los cargos de traición e infidelidad imputados a los españoles sometidos a la autoridad, que por los contactos o por la fuerza ocupó quasi toda España. París, 1816; suaréz de santander, Apuntaciones para la apología formal de la conducta religiosa y política del Ilmo. Sr. D. Fr. Miguel Suárez de Santander. Respuesta de este ilustre Prelado a otra muy irreverente y calumniosa que le escribió e imprimió en Madrid, en el año de 1815, el P. Fr. Manuel Martínez, Mercenario calzado. año de 1818; id. Apología que de su conducta pública escribió el Obispo auxiliar de Zaragoza en el año 1809, defendiéndose de las calumnias contenidas en un escrito que le dirigió el Rvdo. P. Definidor Fr. Pablo de Callosa, del orden de Capuchinos de la provincia de Valencia. Zaragoza, 3 de septiembre de 1809.

30 Carta de Urquijo a un amigo suyo. Paris. 1816. citado por luis barbastro Gil, Los afrancesados, op. cit., p. 3.31 fuentes, J.f.: “afrancesados y liberales”, op. cit. pp. 146-147.32 Perlado, P. a.: Los Obispos Españoles ante la amnistía de 1817. Pamplona, 1971. entre los que regresaron en 1817 a españa cabe señalar a alberto lista y Javier de burgos. Éste tuvo que exi-

liarse porque había aceptado la subprefectura de almería en tiempos de la ocupación francesa. en 1816 regresó sebastián Miñano, acogiéndose a la real cédula de 28 de junio de este año, que dio a los afrancesados la posibilidad de volver al levantar el embargo de bienes para los no proscritos por la circular de 30 de mayo de 1814.

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El decreto del Gobierno de 23 de abril levantó el destierro sobre los que habían colaborado con el “intruso” y se ordenaba la devolución a los mismos de los bienes secuestrados. Pero tres días después, el 26 de abril, otro decreto restringía el retorno hasta la reunión de Cortes. Miñano lo califica de “enorme majadería” en carta a Reinoso y lo critican también Javier de Burgos y Juan Antonio Llorente33. Las Cortes aprobaron en septiembre el decreto de amnistía citado y aunque permi-tía el retorno de los de los refugiados, la prometida capacitación para los servicios públicos no se hizo efectiva, lo cual influyó en el ánimo de los afrancesados junto con la difícil situación política de 1821 y sobre todo de 1822, que los posicionó hacia una oposición frontal al régimen en 1823. Sin embargo, como ha demostrado Juan López Tabar, no se puede dudar de la voluntad sincera que guió a los ex-josefinos de cara a la reconciliación total entre los españoles y el afianzamiento del nuevo régimen, como de forma intensa propugnó desde Burdeos Manuel Silvela (alcalde del Madrid josefino). Al final las circunstancias y la evolución política impidieron este camino. Liberales y afrancesados se separaron por recelos mutuos34.

En esta tesitura los afrancesados josefinos hicieron oír su voz y planearon sus proyectos para la construcción de un nuevo régimen. Se manifestaron muy críticos con el régimen constitucional establecido que había conducido a una situa-ción de anarquía y de desorden. A través de la prensa madrileña (La Miscelánea, El Censor, El Imparcial, El Universal), los Lista, Miñano, Gómez Hermosilla, Burgos y otros, denunciaron sus excesos y propiciaron la reforma del clero y la Constitución en un sentido conservador35.

Las diferencias entre exaltados y afrancesados eran insalvables, principal-mente en torno a la participación o no del pueblo en el proceso de la Revolución liberal. Frente a los liberales, los afrancesados pensaban que el pueblo no estaba maduro para asumir responsabilidades de gobierno. Cuando los exaltados llega-ron al gobierno en 1822, los afrancesados se desentendieron definitivamente de su suerte. Tras 1823 el exilio de los liberales dejó en primer plano a los afrancesados como única opción para remover el absolutismo del régimen.

Otros afrancesados no regresaron a España porque estaban bien instalados en Francia, como Aguado, Amorós o Manuel Silvela, o por no esperar ya nada de su

33 Tabar lópez, J.: “el regreso de los afrancesados y la voluntad de reconciliación entre los españoles”, op. cit. p. 74.

34 Tabar lópez, J.: “el regreso de los afrancesados y la voluntad de reconciliación entre los españoles”, op. cit. pp. 85-86.

35 sobre la figura de Miñano se debe consultar la excelente obra de claude Morange, Paleobiografía (1779-1819) del “Pobrecito Holgazán” Sebastián de Miñano. salamanca, edc. Universidad de salamanca, 2002.

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patria, como Azanza, que murió en Burdeos en 1826, O´Farril (París, 1831), Esta-nislao de Lugo (Burdeos, 1833), o Ramón de Arce (París, 1844)36.

En los años de la “década ominosa” los afrancesados se fueron acercando a los aledaños del poder con el intento de transformar el sistema desde dentro en un sentido moderado. Al amparo del ministro López Ballesteros o de Juan Miguel de Grijalva, un grupo de personas, Manuel Mª Cambronero, José Pérez Caballero, Ma-riano Sepúlveda, Juan López Peñalver, Julián de Fuentes, Manuel Angulo, José de Mier, Pedro Sáiz de Andino, Gaspar de Remisa, Javier de Burgos, Pedro Alfaro, etc., se convirtieron en los gestores de las reformas económicas y de la administración, frente a al alternativa inmovilista de los ultras. En palabras de Jean Philippe Luis, ello significa el triunfo de la “utopía reaccionaria” frente a la concepción inmovi-lista y negativa que se ha tenido hasta hoy de la llamada “década ominosa “(1823-1833) como un periodo obscuro y gris37.

Cuando regresaron los liberales del exilio en 1833-34, la hora de los afrance-sados había pasado ya, la conformación del partido moderado a partir de 1835-36 sirvió de cauce para el reencuentro de sus ideas. En definitiva, los afrancesados se situaron en el justo medio entre el inmovilismo ultra y el liberalismo revoluciona-rio en aquellos tiempos tan difíciles38.

El exilio liberal de 1814-1820

Tras el golpe de Estado de mayo de 1814 Fernando VII restauró de nuevo el absolutismo en España y no cumplió sus promesas de olvido y perdón formula-das solemnemente cuando Napoleón le autorizó su regreso. Su política se basó en una represión sistemática no sólo con los colaboradores del régimen josefino sino también con los patriotas liberales, a los cuales persiguió con mayor crueldad. Los diputados liberales fueron condenados a penas de presidio, como Agustín Argüe-lles, Francisco Martínez de la Rosa y Calatrava, o de reclusión en conventos en el caso de los eclesiásticos y otros a la pena capital. A diferencia de los afrancesados que habían emigrado en 1813 acompañando a José I o poco después, los liberales fueron sorprendidos por la actitud del rey y se vieron obligados a huir al extranjero,

36 Tabar lópez, J.: “el regreso de los afrancesados y la voluntad de reconciliación entre los españoles”, op. cit. p.68.

37 J. Ph. luis, “la década ominosa (12823-1833), una etapa desconocida en la construcción de la españa con-temporánea “, en Ayer, nº. 41 (2001), pp. 85-117; id. L´utopie réactionnaire. Épuration et modernisation de l´état dans l´Espagne de la fin de l´Ancien Régime (1823-1834), Madrid, casa de Velázquez, 2002.

38 lópez Tabar, J.: Los famosos traidores. Los afrancesados, durante la crisis del Antiguo Régimen (1808-1833), op. cit. p. 367.

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a Francia e Inglaterra principalmente. Esta emigración, aunque no fue tan impor-tante como la de 1823, anticipa algunos de sus rasgos más característicos.

Los emigrados más notorios se dirigieron a Inglaterra por ser un destino más seguro frente a Francia, en pleno retroceso político con Luis XVIII. A través de Gibraltar o Portugal llegaron en julio de 1814 a Londres Tomás Istúriz, Álvaro Flórez Estrada, y poco después Bartolomé José Gallardo39 y el conde de Toreno.40 El embajador español conde de Fernán-Núñez reclamó ante el gobierno inglés su ex-tradición en diversas ocasiones, aunque no lo consiguió a excepción de los refugia-dos en Gibraltar, como el padre del guerrillero navarro Javier Mina (“el estudiante”) que el general Smith lo entregó “a la tiranía española” y fue condenado a seis años de galeras en Ceuta41.

La colonia española en Londres contó también con otras personas ilustres, entre ellas Javier Mina, que escapó de Bilbao en 1815 en una embarcación que le llevó a Bristol. Tuvo una intensa labor política y social y contó con la ayuda de sus amigos ingleses, entre ellos lord Holland, que fue sin duda el principal valedor de los exiliados españoles en Inglaterra. Su gran preocupación fue recuperar la liber-tad para España y la independencia de las antiguas colonias españolas de América. Con este objetivo se trasladó a Estados Unidos y desde allí impulsó la independencia de México, que no alcanzó a ver por ser preso y fusilado en 1817.

39 bartolomé José Gallardo, escritor satírico y antiguo bibliotecario de las cortes, autor del célebre Diccionario crítico-burlesco de corte anticlerical, disfrutó de una pensión de gobierno inglés, se dedicó a escribir y mantuvo relaciones con intelectuales ingleses de relieve. Por su parte el economista y político Álvaro flórez estrada, que formó parte de la Junta de asturias, permaneció en inglaterra entre 1810 y 1811, se ganó la vida en ocupaciones literarias diversas y escribió en 1818 una apasionada y lúcida Representación a Fernando VII en defensa de las Cortes que tuvo mucho éxito.

40 el conde de Toreno, diputado asturiano en las cortes de cádiz, fue enviado como representante de la Junta de asturias a londres para impulsar el levantamiento de 1808 en españa y obtener los recursos necesarios para la guerra. al tener conocimiento del encarcelamiento de varios diputados amigos suyos en mayo de 1814, desde ribadeo se embarcó hacia lisboa y en julio se dirigió a londres. Tenía buena reputación entre los ingleses y era muy estimado. Junto con francisco Javier istúriz visitó a algunos miembros del gobierno británico para buscar su apoyo. en diciembre Toreno se trasladó a París y a la llegada de napoleón regresó a londres, volviendo en agosto de 1815 de nuevo a París. en abril de 1816 fue detenido junto a Mina y otros refugiados acusados de haber apoyado el pro-nunciamiento de Juan díaz Porlier, que era cuñado suyo. al no tener pruebas contra él, fue puesto en libertad dos meses después y permaneció en esa capital hasta 1820. como señala Joaquín Valera suanzes-carpena en la mejor biografía escrita sobre Toreno, en su estancia parisina se dedicó al estudio y la observación, probablemente en esos años comenzó a modificar su pensamiento político-constitucional con la lectura de las obras de benjamin constant, royer-collard y Guizot y también por la influencia del modelo político inglés que él conocía muy bien. frente a la soberanía popular se defendía ahora la soberanía del Parlamento, según el modelo inglés, y un Parlamento bicame-ral, como contemplaba también la carta francesa de 1814. el Parlamento debía limitarse a legislar junto al rey y a controlar la acción del gobierno. Toreno también lanzó sus diatribas contra el cesarismo revolucionario vertebrado por napoleón desde 1799 hasta 1814. sorprende el prestigio que alcanzó entre los liberales españoles el constitu-cionalismo inglés que les obligó a reflexionar y a modificar sus planteamientos iniciales. cfr. Joaquín Varela suanzes-carpegna, El conde de Toreno. Biografía de un liberal (1786-1843). Madrid, Marcial Pons, 2005, pp. 105-108.

41 Vilar, J.b.: La España del exilio, op. cit. p. 125.

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José María Blanco White, pionero de la emigración española en Inglaterra desde 1810, se convirtió también en aquellos años en un referente importante de los emigrados españoles. Amigo de lord Holland y preceptor de su hijo Henry Fox, estaba bien relacionado con los miembros de la clase media y alta inglesa. Contaba con una pequeña pensión que le pasaba el gobierno inglés y los fondos que regu-larmente le enviaba su hermano, así como lo que obtenía de sus colaboraciones en la prensa y de sus trabajos literarios. Otras personas importantes refugiadas fueron el militar y periodista Miguel Cabrera de Nevares y el médico y periodista Pedro Pascasio Fernández Sardinó que dirigió el periódico más importante del liberalis-mo español en el exilio, El Español constitucional (1818-1820). Dicho periódico mantuvo una posición favorable a las colonias americanas en su lucha contra la monarquía fernandina y su viabilidad económica en buena manera dependía de sus ventas en la América insurgente42.

Juan Francisco Fuentes señala como rasgo fundamental del liberalismo es-pañol en el exilio la radicalización de su discurso doctrinal y político en materias como la libertad religiosa y la figura de Fernando VII. En cuanto al tema religioso, que era considerado por los diputados gaditanos como intocable, desde fuera los liberales aceptan una postura más abierta y tolerante en materia de religión. Frente a la figura del “héroe rey”, Sardinó escribe en El Español constitucional un texto demoledor y afirma que Fernando VII estaba incapacitado para desempeñar sus funciones. La idea de derribar el trono fue bien vista por algunos exiliados en el momento en que se ensayaron los pronunciamientos militares como el de Espoz y Mina en Pamplona y el de Porlier en La Coruña.

Aunque la primera emigración liberal no contó con los medios necesarios para intentar operaciones de envergadura en el interior del país, sí que existió una trama conspirativa entre los exiliados y los círculos clandestinos del interior. En todo caso fue de capital importancia la publicación de folletos y manifiestos que se introdujeron en España y sirvieron para levantar los ánimos y conformar un cuerpo de doctrina al servicio de un liberalismo renovado para el día en que triunfara la insurrección liberal. Sin duda, la Representación en defensa de las Cortes (1818) de Álvaro Flórez Estrada se publicó en varios números de El Español constitucional y pudo servir como el “prólogo” a la revolución de 182043.

En cuanto a los liberales exiliados en Francia cabe decir que su número fue menor y que sus actividades de propaganda se desarrollaron sobre todo en París y Bayona, como la redacción de proclamas y canciones revolucionarias destinadas a

42 fuentes, J. f.: “afrancesados y liberales”, op. cit, p. 149.43 fuentes, J. f.: “afrancesados y liberales”, op. cit, p. 151.

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ser difundidas en España. Dada la política francesa en tiempos de la Restauración, los emigrados no pudieron solicitar el apoyo de la opinión pública y se vieron obli-gados a actuar en grupos cerrados, a utilizar nombres falsos y quizás a ingresar en la masonería44.

El exilio liberal de 1823-1833

La caída del régimen liberal en 1823 y la política represiva del gobierno de Fernando VII provocó la mayor oleada de exiliados políticos que se produjo en Es-paña durante todo el siglo XIX y la de mayor duración, hasta 1833. Cuantos habían participado en el régimen liberal del Trienio se vieron obligados a abandonar el país y refugiarse principalmente en Francia, Portugal, Inglaterra, Bélgica, Norte de África, Estados Unidos e Iberoamérica. Este exilio lo conocemos mejor por las investigaciones realizadas, aunque todavía desconocemos algunas cuestiones como las causas que motivaron a escoger uno u otro destino, las relaciones que tuvieron con los distintos grupos políticos en los países de acogida y con la oposición al régi-men fernandino45. Sin duda la imagen tradicional, inducida por la lectura de la obra clásica de Vicente Llorens (Liberales y románticos, 1954), de que esta emigración se dirigió principalmente a Inglaterra es errónea. El grueso de los emigrados salió por La Junquera hacia Francia y los menos por Gibraltar hacia Inglaterra.

Los refugiados liberales españoles de este período los podemos dividir en dos grupos bien diferenciados: los que emigraron por motivos políticos, diputados, funcionarios, altos cargos políticos y militares e intelectuales comprometidos que acompañaron a las Cortes y al gobierno a Cádiz en 1823 y tras la rendición buscaron refugio en Gibraltar; y los oficiales y soldados del ejército constitucional que fueron hechos prisioneros e internados en 32 depósitos franceses tras la capitulación de las diferentes plazas que se rindieron al duque de Angulema. Los primeros tuvieron sin duda mayor movilidad y cambiaron con frecuencia de residencia, mientras los

44 aymes, J.r.: “españoles en francia (1789-1923): contactos ideológicos a través de la deportación y del exilio”, op. cit. p. 14.

el mejor estudio es el de rafael sánchez Mantero, Liberales en el exilio (La emigración política en Francia en la crisis del Antiguo Régimen. Madrid, ed. rialp, 1975.

45 entre los principales trabajos cabe destacar los de Vicente llorens, Liberales y románticos. Una emigración es-pañola en Inglaterra, 1823-1834. México, 1954 (3ª ed. castalia, 1979); eloy benito ruano, “de la emigración política en el siglo xix. Un informe confidencial de 1826”. en Hispania, 105, 1967, pp. 161-183; rafael sánchez Mantero, Liberales en el exilio. (La emigración política en Francia en la crisis del Antiguo Régimen), op. cit.; id. “Gibraltar, refugio de liberales españoles”. en Revista de Historia Contemporánea (sevilla), 1, 1982, pp. 81.107; id. “exilio liberal e intrigas políticas”. en Ayer, 47, 2002, pp.17-33; dolores rubio, antonio rojas y Juan francisco fuentes,” aproximación al exilio liberal espa-ñol en la década ominosa (1823-1833”). en Spagna contemporánea, 13, 1998, pp. 7-19; Juan bautista Vilar, La España del exilio, op. cit. pp. 144-196; y antonio Moliner Prada, “la diplomacia española y los exiliados liberales en la década ominosa”. en Hispania, 181,1992, pp. 609-627,

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segundos, que eran según Rafael Sánchez Mantero más de 12.00046, estuvieron in-ternados y lo hicieron de forma voluntaria a diferencia de los soldados de 1814.

La vida de estos soldados era muy monótona y cuando se clausuraron los depósitos en abril de 1824 se acogieron al decreto de amnistía parcial de Fernan-do VII, regresando muchos de ellos a España47. Y los que se quedaron en Francia pasaron a ser desde este momento refugiados políticos, junto con los desertores del ejército fernandino que por diversos motivos —principalmente el miedo a la represión— se fueron sumando al exilio a lo largo de esta década48.

En cuanto al número de emigrados civiles en Francia se calcula entre siete y ocho mil, y residieron en París, Burdeos, Toulouse, Marsella y otras ciudades cercanas a la frontera, como Bayona, Pau o Perpiñán. La presencia de refugiados se incrementó de forma considerable a partir de 1829, antes del estallido de la Revolu-ción de Julio de 1830, por la medida del gobierno de Carlos X (16 de diciembre de 1829) que concedió a los refugiados españoles los socorros que les correspondían en virtud de las capitulaciones firmadas por el ejército constitucional ante las tro-pas de Angulema en 1823. Subsidios que luego amplió la monarquía de Luis Felipe. Si sumamos las mil familias que se establecieron en Londres y otras ciudades de Inglaterra e Irlanda, y todos los civiles y militares, desertores y nuevos refugiados que fueron llegando a Francia y los desperdigados por otras partes (Bélgica, Esta-dos Unidos, Norte de África) su número estaría cercano a los 20.00049.

El perfil de más de tres mil de estos emigrados de los que conocemos su profesión u origen social, a través del estudio de Dolores Rubio, Antonio Rojas Friend y Juan Francisco Fuentes, permite sacar algunas conclusiones que modi-fican la imagen tradicional que impuso Alcalá Galiano, que sobrevaloraba el papel de las clases medias en este exilio. El análisis estadístico confirma el papel pre-ponderante de los militares (más del 50 %); reduce la importancia de las clases medias civiles, incluyendo a profesiones liberales y funcionarios y empleados, a un 5,17 %; y aumenta el del grupo de la nueva burguesía urbana (comerciantes y negociantes 8,42%), los clérigos (6,42%), los artesanos (9,61 %) y los labradores (8,68 %). La aportación de las clases populares tanto urbanas como campesinas

46 sánchez Mantero, r.: Liberales en el exilio.(La emigración política en Francia en la crisis del Antiguo Régimen), op. cit. p. 52; id. “exilio liberal e intrigas políticas”, op. cit. p. 20.

47 el hecho del alcance limitado de la amnistía otorgada por fernando Vii en 1824, concedida para satisfacer la opinión pública internacional, provocó -paradójicamente- el aumento del número de exiliados.

48 fuentes, J. f.: “afrancesados y liberales”, op. cit, pp. 154-155.49 fuentes, J. f.: “afrancesados y liberales”, op. cit, pp.155-156.

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representa casi un 20 % del total50. En cuanto a su procedencia, de las diez primeras provincias que aportan un mayor número de exiliados, cinco de ellas tienen fronte-ra con Francia: Gerona, Navarra, Lérida, Huesca y Guipúzcoa. Las otras cinco, por su importancia, son en primer lugar Barcelona, y después Madrid, Zaragoza, Cádiz y Valencia.

Los auxilios de los gobiernos, francés e inglés, e incluso los nuevos oficios que aprendieron algunos de los exiliados más distinguidos, les permitieron sobre-vivir e incluso participar en tertulias, cafés y conectar con las elites de esos países. Cabe señalar la labor periodística y literaria desarrollada por muchos refugiados en Inglaterra: Flórez Estrada publicó el Curso de Economía política (1828), Canga Argüelles el Diccionario de Hacienda (1826-1827), el general Mina sus Memorias (1825), Joaquín Lorenzo Villanueva la Vida literaria (1825), etc. Entre las publi-caciones periodísticas destacan El Español constitucional, que volvió a ver a luz entre 1824 y 1825, de tendencia exaltada, dirigido por el médico Pedro Pascasio Fernández Sardinó y Manuel María Acevedo, y Ocios de Españoles Emigrados que apareció de 1824 a 1827, de ideas moderadas y redactado por los hermanos Jaime y Joaquín Lorenzo Villanueva y José Canga Argüelles.

La mayoría de los exiliados buscaron su subsistencia como pudieron y mu-chos malvivieron. Los más inquietos no dudaron —a pesar de la vigilancia a la que estaban sometidos— en participar en las sucesivas conspiraciones que se tramaron contra el régimen de Fernando VII tanto desde Londres como desde París51. El núcleo principal de estas conspiraciones estaba formado por jefes y oficiales del ejército, junto a elementos de la elite política y económica exiliados en esas ciu-dades. El grupo más moderado lo dirigió Espoz y Mina y desde 1827 lo lideró José María Torrijos a través de la Junta directiva de Londres, de la que formaron parte militares y políticos del partido exaltado durante el Trienio liberal52.

Las intentonas de invasión de Valdés e Iglesias en Andalucía en 1824 y la de los hermanos Bazán en Guardamar de Segura en 1826, tomando como base Gibraltar, fueron pensadas desde Inglaterra. A partir del verano de 1830 la nueva situación francesa y la caída del legitimismo posibilitaron que la coordinación de

50 d. rubio, a. rojas y J.f.fuentes,” aproximación al exilio liberal español en la década ominosa (1823-1833”), op. cit. pp. 13-15; fuentes, J. f.: “afrancesados y liberales”, op. cit, pp. 156-157.

51 las primeras expediciones de los liberales se organizaron desde Gibraltar en 1824. el enclave del peñón desempeño un importante papel en las actividades políticas de los emigrados, como lo han puesto de manifiesto los estudios de V. llorens, r. sánchez Mantero e i. castells.

52 sobre la organización y desarrollo de las conspiraciones liberales de este período remito a la obra de ire-ne castells, La utopía insurreccional del liberalismo. Torrijos y las conspiraciones liberales en la década ominosa (1823-1833).barcelona, ed. crítica, 1989.

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tales operaciones se hiciera desde París y al efecto se trasladó Espoz y Mina desde Londres a esa capital. Los conatos de invasión se realizaron o bien a través de los Pirineos o a través de desembarcos en el litoral mediterráneo, desde la base de Gi-braltar. Espoz y Mina, Valdés y Joaquín de Pablo (“Chapalangarra”) desde Vera de Bidasoa (octubre de 1830), y desde Gibraltar el que protagonizó Torrijos en 1831, que fue capturado y fusilado en las playas de Marbella.

Hay que considerar que el liberalismo español del exilio estaba dividido en diversos grupos o facciones. Rafael Sánchez Montero señala en Gran Bretaña cua-tro grupos o partidos. El “aristocrático”, estaba formado por militares como los generales Ramón Villalba, Miguel Álava, Cayetano Valdés y los diputados Agustín de Argüelles, los hermanos Villanueva y José Canga Argüelles. Todos ellos mantenían relaciones con otros refugiados en Francia de la misma facción, como Juan Anto-nio Yandiola, Joaquín Ferrer, Francisco Martínez de la Rosa, el conde de Toreno y el marqués de Pontejos. Otro grupo giraba en torno a Francisco Espoz y Mina, que disponía de cuantiosos medios económicos procedentes del gobierno inglés y canales de información. Uno de sus agentes más importantes fue Antonio Baiges, que formó parte de la Junta de Bayona y en realidad era un agente doble, y lo envió para conectar con los exiliados en Francia. El grupo de Mina reunía la flor y nata del ejército liberal (los generales Burriel, Roten, Palarea, Torrijos, Butrón, O´Donnell, Vigo, etc.) y otros políticos de primera fila. Mina llegó a plantear la entronización de José I como rey de España. El tercer grupo era el “partido republicano”, de ideas radicales, formado por francmasones (los generales Evaristo San Miguel, López Baños y Castellar, ex-ministros como Calatrava, Navarro, Gascó, los ex-diputados Cuadra, Lillo, Alcalá Galiano, el médico Aréjula y otros). Finalmente el grupo de los republicanos “comuneros” integrados por Romero Alpuente, Flórez Estrada, Milans del Bosch, Nebot, Orense, Escalante y otros53.

De entre estos emigrados señalamos las actividades que desarrollaron en esos años el conde de Toreno y Martínez de la Rosa, a partir de las biografías rea-lizadas por Joaquín Varela Suanzes-Carpegna y Pedro Pérez de la Blanca Sales, respectivamente54.

El veterano político doceañista y ex-presidente de las Cortes conde de Toreno se instaló en París, donde había residido anteriormente, y conectó con el grupo de emigrados españoles de su misma tendencia ideológica. Tuvo una vida frenética, realizó diversos negocios y se relacionó con los políticos franceses de entonces,

53 sánchez Mantero, r.: “exilio liberal e intrigas políticas”, op. cit. pp. 25-30.54 Varela suanzes-carpegna, J.: El conde de Toreno. Biografía de un liberal (1786-1843), op. cit. y Pérez de la blanca

sales, P.: Martínez de la Rosa y sus tiempos. barcelona, ariel, 2005.

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los ministros Pèrie, Laffitte y Broglie, el banquero Ardoïn y literatos y hombres de ciencia de la talla de Chateaubriand, Madame de Staël y Say, así como con los más ilustres representantes de la escuela liberal de la Restauración, el general Foy, Ben-jamín Constant, M. de Lafayette, M. Guizot y M. Thiers. Además viajó por Francia, Inglaterra, Bélgica, Alemania y Suiza y estudió los sistemas políticos respectivos. Vivió en medio del lujo y mantuvo cierta relación amorosa con la señorita Bougoin, actriz del Teatro Francés con la que gastó sumas considerables y frecuentó la casa de juego de Fracati. Pero también tuvo tiempo para el estudio de temas históricos y políticos, la lectura de los clásicos de la antigüedad y de los escritores españoles de los siglos XVI y XVII, y para la redacción de su obra magna Historia del levanta-miento, guerra y revolución de España, concluida en 1830.

Martínez de la Rosa, refugiado en Bayona en junio de 1823, recorrió el De-partamento de los Altos Pirineos y se embarcó en Marsella hacia Italia donde estuvo un año. En junio de 1824 volvió a Francia y se instaló en París en la céntrica calle Richelieu y después en la de Taitbout. En el invierno de 1825 emprendió diversos viajes y visitó Gran Bretaña, Bélgica, Suiza y varios estados alemanes. Se relacionó con los refugiados liberales, entre ellos con su amigo Toreno, pero también con los de ideología opuesta, como Pedro Gómez Labrador, el marqués de Casa Irujo, el duque de San Carlos, el duque de Villahermosa, etc. Lo más escogido de la sociedad parisina se abrió para Martínez, viendo en él al perfecto hombre de mundo, galante y discreto, cortés y digno. Asiduo a las tertulias, conoció a numerosos artistas y escritores. Mantuvo buenas relaciones con Balzac —quien le dedicó su novela El Verdugo— conoció a Chateaubriand, a Luis Viardot, a madame de Récamier y a Tocqueville, y frecuentó el círculo de los doctrinarios franceses y trató con cierta asiduidad a Guizot. Todo ello le influyó en su pensamiento político y en su obra literaria. Acogido a la amnistía inicial de 1831, fue uno de los introductores del romanticismo europeo en España y fue el inspirador del Estatuto Real de 1834.

Los exiliados que se establecieron en Inglaterra lo hicieron porque allí espe-raban encontrar las condiciones de libertad y de tolerancia de las que carecían en España y mejores condiciones de vida. La mayoría de ellos llegaron a este destino desde Gibraltar y establecieron su actuación en la Isla de Jersey, en el canal de La Mancha. Como se ha indicado, en 1824 la emigración española en Londres alcan-zaba la cifra de mil familias, y su núcleo principal radicaba en el barrio de Somers Town55. Si contamos los distribuidos por otras localidades de Inglaterra e Irlanda en total sumaban unas seis mil personas: políticos y diputados como Agustín de Argüelles, Antonio Alcalá Galiano, Javier Istúriz, Juan Álvarez Mendizábal, José

55 llorens, V.: Liberales y románticos, op. cit. p. 23.

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María Calatrava, José Canga Argüelles, Álvaro Flórez Estrada, o militares como les generales Miguel Ricardo Álava (que fue protegido por Wellington) y José María Torrijos, el poeta José de Espronceda, el canónigo Miguel de Riego (hermano del general), el educador Pablo de Mendíbil, los comerciantes Clemente de Zulueta, Fermín Taster, Antonio Mª Ramón y Carbonell y los Bertrán de Lis (a caballo entre París y Londres) y otros muchos más. La mayoría de ellos vivieron de su trabajo y de la pensión que les pasaba el gobierno inglés, se comunicaban muy poco con la población y recibieron el apoyo de las asociaciones políticas británicas, sobre todo de los whigs o liberales que siempre los defendieron en el Parlamento56.

Otro grupo de exiliados españoles se ubicó en Bruselas, país católico, fron-terizo con Francia y muy vinculado al Reino Unido, entre ellos el duque de San Lorenzo, el conde de Almodóvar, los hermanos Domingo y Gaspar de Aguilera y Manuel Eduardo Gorostiza57. En el Norte de África, Argelia, sobre todo Orán, de-sarrolló un papel importante desde 1830 como foco de atracción de los liberales huidos desde Alicante, Palma, Mahón, Cartagena, Almería y Málaga, todos ellos conectados con Torrijos. El general murciano Juan Palarea Blanes fue considerado como el jefe indiscutible de la emigración en Argelia hasta 1832. Antiguo guerrille-ro de la Guerra de la Independencia, partidario de Mina, fue destacado por Torrijos en Argelia para apoyar su acción que acabó de forma trágica. Después el liderazgo pasó a manos del teniente coronel Juan Bautista Michelena58. Otro punto de atrac-ción de la emigración liberal española fue Nueva Orleans, que acogió entre otros a Eugenio de Avinareta, al cual dedicó Baroja una biografía fascinante (Memorias de un hombre de acción, 1906). Nueva York acogió al vallisoletano Miguel Cabrera de Nevares, antiguo jefe político de Calatayud y militar retirado, y a Baltimore arribó un grupo de personas huidas del destierro en Canarias, entre ellas el teniente coro-nel sevillano José Spínola, Leonardo Pérez —de ideas radicales— , Ramón Ceruti y Félix Mejía, redactor de los periódicos hipercríticos durante el Trienio Liberal como El Zurriago y Tercerola59.

El drama de los exiliados liberales españoles fue, sin duda, su fragmentación y enfrentamientos entre los partidarios de Mina y los de Torrijos. Los “ministas”, con el lema “Unión, orden público y buen gobierno” querían una reconciliación ge-neral y el olvido del pasado. Los partidarios de Torrijos, con el lema “Independencia nacional, Libertad justa y buen gobierno”, más radicales, aspiraban al restableci-miento de la Constitución de 1812 y se negaban a conceder el perdón a los militares

56 Vilar, J.b.: La España del exilio, op. cit. pp. 163-166.57 Vilar, J.b.: La España del exilio, op. cit. p. 151.58 Vilar, J.b.: La España del exilio, op. cit. pp. 157-159.59 Vilar, J.b.: La España del exilio, op. cit. pp. 176-181.

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comprometidos con el absolutismo. Esta división se constata en la formación de dos juntas diferentes, la de Bayona que reconocía a Mina, y la de Perpiñán, resul-tado de la fusión del grupo encabezado por el general Milans, con Bertrán de Lis, Borrego y Baiges, y de una serie de partidarios de Torrijos, como Valdés, Chacón, López Pinto y otros miembros de otra junta muy radical como el republicano Ra-món Xauradó e Isidro Conill60.

Los emigrados españoles vieron cómo la nueva política de Luis Felipe a par-tir de finales de septiembre de 1831, tras los disturbios del Palais Royal, se endu-reció con ellos. Solo una minoría no regresó a España tras el proceso de amnistía final que se abrió con la muerte de Fernando VII en 1833, que hizo posible el alum-bramiento de un nuevo sistema político a través del pacto entre el absolutismo más templado y el liberalismo moderado.

Los cambios constitucionales que se habían producido en Europa en esos años, la nueva Carta Constitución francesa de agosto de 1830, la Constitución belga de 1831 y la aprobación de la Reform Act en Gran Bretaña en 1832, pusieron de relieve que la restauración de la libertad en España exigía una vía constitucional muy distinta a la abierta por las Cortes de Cádiz. Se trataba de una vía conciliadora y pragmática que representara tanto los derechos de la nación como los del trono. Era imprescindible para obtener el apoyo internacional liquidar el absolutismo y emprender una vía de transición hacia la monarquía constitucional61. El proce-so se inició con el Estatuto Real de 1834, que no agradó al progresismo liberal y desembocó en un proceso revolucionario abierto en 1835-1836, que culminó con la proclamación por tercera vez y última de la Constitución de 1812 y después en 1837 la aprobación de una nueva Constitución, fruto del pacto entre los dos parti-dos políticos de entonces, el progresista y el moderado. Como demuestra Joaquín Varela Suanzes, la experiencia de los liberales exilados durante 1823-1833 fue vital para poder realizar este proyecto político en España.

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