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LOS CUENTOS DE ANDREA Por Víctor Salgado Copyright 2011 Víctor Salgado www.golosinasliterarias.es Smashwords Edition

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Page 1: Los cuentos de andrea

LOS CUENTOS DE ANDREA

Por Víctor Salgado

Copyright 2011 Víctor Salgado

www.golosinasliterarias.es

Smashwords Edition

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Andrea tiene una gran colección de cuentos. Cuentos de aventuras, viajes, duendes y dragones, brujos y brujas… Ahora, está leyendo sus aventuras en el País del Arcoíris ¿Quieres acompañarla?

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Andrea, aunque le gusta mucho pisotear los charcos y dibujar en el barro, se entristece cuando llueve. No le agrada que el sol y las nubes se peleen. Los rayos y los truenos asustan a Andrea. Pero, de vez en cuando, las tormentas nos traen agradables sorpresas.

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Cuando, desde un lejano país, llega el ARCOÍRIS, el Sol, las Nubes y Andrea sonríen de nuevo.

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Un día, con el ARCOÍRIS, llegó un divertido personaje -llamado Berni- al jardín de Andrea.

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Andrea y Berni se hicieron grandes amigos. Juntos, descubrieron que, aunque eran de países muy diferentes y hablaban idiomas distintos, podían comunicarse, compartir juegos, y llegar a quererse.

Berni invitó a Andrea a pasar las vacaciones en su país.

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En el País del Arcoíris, la luz del sol y el agua de la lluvia se funden en un mágico mundo de colores.

Berni enseñó a Andrea su hermoso país. Un paraíso donde los peces juegan entre los árboles.

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El país donde los pájaros vuelan y cantan entre los corales.

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En el país de Berni, el fuego también es mágico. Calienta e ilumina durante el frío invierno. Cuando ya

no hace frío, las llamas no se apagan, sino que se congelan para refrescarnos durante el verano.

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Desde que regresó del País del Arcoíris, Andrea siempre está alegre. Pronto volverá a reunirse con Berni.

Cuando veas el Arcoíris, grita con fuerza sus siete colores. Si Berni te escucha, seguro que te invita a un fantástico vuelo.

Colorín colorado, naranja, amarillo, verde, y azulado este cuento se ha acabado.

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Hola amigos!. Faltan pocos días para el otoño. Los árboles perderán sus hojas. Muchos animales pasarán hambre y frío. Afortunadamente, Chapetas cuida de ellos.

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Andrea estaba recogiendo las hojas secas de su jardín cuando escuchó unos gritos que provenían del suelo. Andrea se agachó y, entre las ramas amontonadas, descubrió a un pequeñísimo señor que gritaba muy enfadado:

- ¡Niña, niña!, ¡cuidado!

- ¿Quién eres tú? - preguntó Andrea sorprendida.

- ¡Soy Chapetas, chiquilla! Has estado a punto de aplastarme- dijo malhumorado el hombrecillo.

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Andrea se disculpó y ayudó a levantarse al enanito.

Chapetas era un viejo duende que vivía bajo los árboles del jardín cuidando de todos los animales .

- ¿Puedo ayudarte en algo? - le preguntó Andrea, tratando de hacerle olvidar su enfado.

- ¡Por supuesto que sí!, me has hecho perder mucho tiempo y el invierno llegará muy pronto. El único inconveniente es que tendré que hacerte tan pequeña como yo - contestó Chapetas.

- ¿Y eso me dolerá? - dijo Andrea preocupada.

- ¡Por supuesto que no! -contestó nuevamente enfadado el pequeño Chapetas-. Mi magia es indolora.

- Está bien, Sr. Chapetas. Estoy preparada - asintió Andrea cerrando los ojos.

Chapetas pronunció las palabras mágicas:

NIQUITO NIPONGO, NIPONGO NIQUITO,

QUE LO GRANDE SE VUELVA CHIQUITO.

En un abrir y cerrar de ojos, Andrea se volvió tan pequeña como Chapetas.

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El enanito , a pesar de su mal genio, resultó ser un duende bondadoso, amante de los animales, trabajador y muy, muy ordenado.

En la casita del árbol, había cientos de botes llenos de pomadas y jarabes. Chapetas los preparaba con hierbas medicinales que recogía de los jardines cercanos.

El enanito también era un gran lector. Libros, de animales y plantas, aparecían por todos los rincones de la casa.

Andrea estuvo muy ocupada ayudando a Chapetas a solucionar los problemas de todo tipo de animales. Aquella tarde, la primera visita del doctor Chapetas, fue una presumida mariquita que deseaba cambiar sus lunares negros –“pasados de moda”, según ella- por cuadrados azules.

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A continuación, llegó una lombriz con un terrible dolor de muelas. Se había dado un gran atracón de tierra entre las raíces de las margaritas. A última hora, se presentó un caracol miope que se extraviaba en su propia caracola. Nunca sabía si entraba o salía de ella. Pero quien más trabajo les dio, fue el ciempiés tenista; se había torcido 40 pies durante su último partido.

Chapetas enseñó a Andrea a querer y no maltratar a los animales.

Todos los bichitos del jardín son necesarios para que las plantas crezcan sanas y fuertes. Si les hacemos daño, por diversión, ellos se enfadarán y se comerán nuestras flores.

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Chapetas y Andrea merendaron fresas, y una riquísima miel de abejas que les regalaron sus diminutos y agradecidos amigos.

Cuando llegó la hora de despedirse, Chapetas, muy triste, pronunció sus palabras mágicas:

DE ARRIBA ABAJO, DE ABAJO ARRIBA,

QUE SE HAGA GRANDE MI PEQUEÑA AMIGA.

Andrea sintió un suave cosquilleo desde los dedos de los pies hasta la punta de la nariz. Cuando abrió los ojos, había recuperado su tamaño. Chapetas, sentado en el suelo, suspiraba desconsolado. Con mucho cuidado, Andrea se arrodilló y secó las lágrimas que caían por las sonrosadas mejillas del enanito.

Prometieron volver a encontrarse de nuevo en la primavera siguiente.

Andrea no ha olvidado los consejos de Chapetas. Su jardín, desde entonces, está lleno de hermosas flores y pájaros de mil colores.

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Ir al campo es una de las aficiones preferidas de Andrea. Jugar con las ranas y las ardillas, o leer tranquilamente sobre la hierba, a la sombra de un viejo árbol , es muy divertido. Además, con un poco de suerte, puedes conocer a la pequeña hada Arboleda -sus amigos la llaman Leda-.

Leda es una pequeña hada protectora de los árboles del bosque. La última vez que se vieron, Leda contó a Andrea la historia de Tito y Mario, dos hermanos muy traviesos que se divertían maltratando a los árboles.

Un día, durante una de sus travesuras, la rama del árbol, donde se columpiaban los dos hermanos, se rompió. Tito cayó al río. Tito y Mario no sabían nadar. Tuvieron la suerte de que Leda estaba cerca observándoles.

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La corriente arrastró al menor de los hermanos río abajo. Mario, muy asustado, fue corriendo a buscar a sus papás. Tito trataba de mantenerse a flote moviendo las piernas y los brazos. Un fuerte remolino zarandeó a Tito de un lado a otro del río.

Los papás de Tito y Mario llegaron rápidamente a la orilla del río, pero Tito ya estaba fuera de su alcance. El muchacho, apenas sin fuerzas, gritaba pidiendo ayuda.

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Leda, siguiendo la corriente , voló veloz a pedir ayuda a un viejo sauce , amigo suyo, que vivía al lado del río. El viejo sauce desplegó sus largas ramas, rescatando a Tito.

Cuando Mario y sus papás llegaron, Tito lloraba abrazado al tronco del viejo árbol. Leda se despidió de su amigo el sauce y regresó al bosque.

Tito y Mario no volvieron a maltratar los árboles . Los dos hermanos aprendieron, gracias a Leda, que si cuidamos de la naturaleza, también la naturaleza cuidará de nosotros.

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Que tal, chicos? . ¿Me escucháis bien? Hablo bajito porque es la hora de la siesta y mi familia duerme. Es mi hora preferida para contar historias. Mientras ellos duermen, yo sueño.

Estoy colocando los libros de mi biblioteca. Es un poco rollo, pero es importante ser ordenado

(¡caray!, ¿He dicho yo eso?).

Voy a contaros un cuento que no es cuento; ¡Vamos!, una historia que me ocurrió de verdad aunque nadie se la crea.

Hace un año aproximadamente, al atardecer, paseando por el cerro de mi pueblo, encontré, entre unos arbustos, una bonita comba pintada como un arcoíris.

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Pensé que alguien había perdido su juguete.

Miré a mi alrededor buscando otros niños, pero no vi a nadie.

De repente, tuve muchas ganas (como cuando te estás haciendo pis) de saltar a la comba. Comencé a dar saltos, sentí un escalofrío, y… desaparecí entre una lluvia de estrellas.

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Aparecí, sin saber cómo, en un hermoso jardín. Desde allí, al final de un pequeño sendero, podía verse un árbol gigantesco.

Algo asustada, avancé por el camino tratando de no pisar las pequeñas margaritas y amapolas que crecían a ambos lados del sendero. Nunca había estado en aquel lugar, sin embargo había algo en el ambiente que me resultaba muy familiar. El miedo fue desapareciendo y mi curiosidad aumentaba alimentada por el delicioso olor a frutas que me llegaba con “la suave brisa que mecía mis cabellos” (¿dónde habré leído yo esto?).

Junto al árbol había un letrero:

ÁRBOL DE LOS FRUTOS PERDIDOS

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Cuando miré a sus ramas, comencé a llorar. Del árbol, colgaban juguetes, libros y regalos que había perdido hace muchísimo tiempo. Al ver todos aquellos objetos juntos, supe lo mucho que los echaba de menos, y pensé en lo descuidada y desordenada que había sido.

Sin embargo, ahora, tenía la oportunidad de recuperar todas mis cosas.

Trepé por el árbol y fui descolgando sus “frutos”: el yo-yo de colores, una pieza de mi rompecabezas preferido, la piedra luminosa, la armónica, mi primer libro de poemas.

También, colgaba un chupete de mi hermano Daniel. ¡Cuánto lloró el pobrecito!, cuando lo perdí jugando con mis muñecos.

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Reuní todos mis tesoros. Las piernas me temblaban por lo cargada que iba. Regresé al comienzo del camino donde había dejado la comba mágica.

Supuse que, utilizándola de nuevo, la comba me llevaría de vuelta al cerro de mi pueblo. Así fue, pero me encontré con un pequeño problema:

No podía saltar a la comba si no soltaba los frutos del árbol. Tuve que abandonar todos los juguetes para lograr volver a casa. Tan sólo recuperé un objeto. ¿Adivináis cuál?

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Necesitaba las dos manos para saltar, pero pude sujetar con la boca el chupete de Daniel.

Mi hermano, también, es muy desordenado. A menudo, recordamos juntos mi aventura y, entre risas, consigo que recoja todos sus juguetes.

Es hora de despedirnos, chicos. Daniel se ha despertado de la siesta y le estoy oyendo revolver en mi armario. Allí tengo escondida la comba arcoíris. Si mi hermano la encuentra, temo que se meta en líos.

Hasta pronto, amigos.

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Me gusta viajar en avión, más aún desde que conocí a FLAPI.

Flapi es un duende regordete y pelirrojo, mitad pájaro mitad duende. Como la mayoría de los duendes, Flapi nació en un bosque. Su familia vive en el tronco de un viejo árbol, pero él prefiere vivir entre las nubes.

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Flapi aprendió a volar con las mariposas. Con ellas, descubrió los rincones más hermosos del bosque, quedando hechizado para siempre por el mágico mundo que se esconde bajo la arboleda .

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Su escondite favorito es el Manantial de la Luna. Allí acude cuando su inquieto corazón necesita reposo.

¡Nada como un baño de agualuna para reponer fuerzas! - dice Flapi.

Los baños de agualuna hay que tomarlos los días de luna llena. Sólo los rayos de luna llena pueden atravesar la espesura del bosque e iluminar el manantial secreto de Flapi.

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Pero no hay hechizo que retenga mucho tiempo a Flapi entre los árboles.

Siempre quiso volar más alto, más lejos... Veía pasar los aviones y pensaba en lo bonita que sería la tierra vista desde el cielo.

Imaginaba los aviones jugando entre las nubes, y anhelaba dormir sobre ellas bajo el resplandor de las estrellas.

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Flapi ha puesto nombre a todas las estrellas, y sueña con poder visitarlas algún día. Sus primeros aleteos los dio con las mariposas , sin embargo, sus grandes

maestros y amigos fueron los pájaros. Con ellos, descubrió un nuevo mundo. Más allá del hayedo en que nació , había otros bosques, montañas, el mar, las ciudades... y los hombres.

Su curiosidad crecía y crecía, y su bosque, aunque entrañable, le parecía cada día más pequeño.

Conocí a Flapi en un vuelo durante mis últimas vacaciones.

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Flapi se había agarrado a una de las alas y se dejaba arrastrar por el avión. Le gustaba volar rápido y sentir como el aire desenredaba sus cabellos rizados. Me hizo señas para que no avisara a la tripulación. Algún pasajero podría asustarse y él no quería causar molestias. Desapareció enseguida. Pensé que se había soltado para que nadie más le viera, sin embargo, por sorpresa. apareció entre mis rodillas. Mis papás dormían.

Flapi me habló de los pájaros y los aviones, del bosque y su familia, de la luna y las estrellas. También conversamos mucho tiempo sobre su trabajo.

Flapi tiene un trabajo muy importante. Aunque vive entre las nubes, nunca ha olvidado donde nació.

Flapi es Guardabosques. Desde las nubes, puede ver todos los bosques del mundo. Cuando descubre un incendio, vuela rápido y avisa a los habitantes del bosque para que puedan ponerse a salvo. Ha inventado muchos trucos para llamar la atención de los hombres, y siempre consigue que acudan urgentemente a sofocar el fuego.

Flapi es muy joven todavía. Está entrenando muy duro para poder volar más lejos. Arriba, mucho más arriba, le esperan las estrellas, los planetas y, quien sabe, tal vez , nuevos amigos.

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Además, ha oído que la tierra está algo pachucha por la contaminación. Hay naves espaciales que la vigilan para que no empeore. Flapi quería ayudar a los astronautas, aunque también me confesó que estaba impaciente por agarrarse a la cola de un cohete.

Hay muchos más duendes como Flapi entre las nubes, pero es muy difícil verlos.

Flapi me contó un secreto: a todos ellos les gusta agarrarse a las alas de los aviones. No se lo cuentes a nadie , y si vuelas en avión, pídete la ventanilla.

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