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Los Cuadernos de Literatura
CONJETURAS EN LA
BIBLIOTECA DE
BABEL
Umberto Eco
D e atenernos a los escritos de los teóricos de la novela policíaca (por ejemplo a las reglas dictadas por S. S. van Dine), habrá que considerar a Borges y Casares,
por sus «Seis problemas para don Isidro Parodi», como totalmente «heréticos».
El ideal del detective que resuelve el caso en su mente, a partir de unos pocos datos procedentes de otros, siempre ha estado presente en la tradición policíaca. Es el caso de Nero Wolfe (de Rex Stout), a quien Archie Goodwin le proporciona la información, sin salir jamás �e cas� y paseándose perezosamente de su estud10 al mvernadero de las orquídeas. Pero un detective como Isidro Parodi, que no puede salir de su celda y a quien la información le es siempre transmitida por imbéciles incapaces de comprender la secuencia de los hechos a los que han asistido es sin duda el resultado de un notable
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tour de force narrativo. Los lectores tienen la impresión de que, al
igual que don Isidro atrapa a sus clientes, así procede Biorges ( como se ha llamado al excepcional tándem Bioy-Jorge) con ellos, y de que es en esto y sólo aquí donde reside el interés de sus rel¡tos. De hecho, la primera impresión del lector que se acerca a las historias de don Isidro, por encima de las alusiones costumbristas y jergales, es que la cháchara de los personajes re��lta completamente insulsa. Se tiene la tentac10n de correr a toda prisa por esos interminables monólogos, de considerarlos como una �losa musical, para precipitarse al desenlace y disfrutar de la solución (injustificable) de don Isidro. De modo que llegamos a sospechar si estas historias no serán otra cosa que divertidas soluciones de «falsos» enigmas, algo así como el siguiente problema: «Un barco mide treinta metros de eslora, el palo mayor diez metros y los marineros son cuatro. lCuántos años tiene el capitán? Solución: Cuarenta (Explicación de la solución: Lo sé porque me lo ha dicho él)».
Todo lo contrario. Los seis relatos respetan sin excepción una regla fundamental de la narrativa policíaca: Los datos que el detective utiliza para resolver el caso están todos a disposición del lector. La cháchara de los personajes es rica en noticias «importantes».
La diferencia con las clásicas historias de detectives es que al releer éstas, conocida la solución pensamos: «Es cierto, lcómo no me habré dad� cuenta antes de ese detalle?; mientras que
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al releer las de don Isidro nos preguntamos desconcertados: «lPero por qué había que reparar en ese detalle precisamente y no en otro?».
Las historias de don Isidro están repletas de indicios propios del género. Lo que prueba dos cosas: a) que la cháchara ni es irrelevante ni funciona sólo como parodia lingüística: es estructuralmente importante; y b) que para poder leer en esa cháchara don Isidro tiene que disponer de una «clave» o bien de una hipótesis muy fuerte. lDe qué clave se trata?
El mecanismo de estas historias anticipa el mecanismo fundamental de muchas otras (posteriores) de Borges, acaso de todas. Lo lla1:11-aré (y me explicaré a continuación) «el mecamsmo de la conjetura en un universo spinoziano enfermo».
Supongo que Borges, que parece haberlo leído todo ( e incluso más, en vista de sus críticas de libros inexistentes), todavía no habría leído «Collected Papers» de Charles Sanders Peirce, uno de los padres de la semiótica moderna. Lo cierto es que muchos de sus cuentos parecen ilustraciones perfectas de aquel arte de la inferencia que Peirce llama abducción o hipótesis, es decir la conjetura.
Razonamos de tres maneras, según Peirce: por Deducción, Inducción y Abducción .. �ediante un ejemplo de Peirce, que resumo sm mtención de aburrir con tecnicismos lógicos y semióticos, veamos en qué consisten las tres.
Supongamos sobre una mesa un saco de a�ubias blancas. Yo sé que está lleno de alubias blancas ( digamos que lo he comprado en un negocio donde venden sacos de alubias blancas y que me fío del negociante), por lo tanto puedo asumir como Ley que «todas las alubias de este saco son blancas». Una vez que conozco la Ley provoco un Caso, tomo a ciegas un puñado de alubias del saco (a ciegas: no es necesario verlas) y puedo predecir el Resultado: «Las alubias del puñado son blancas». La Deducción, a partir de una Ley (verdadera), a través de un Caso, predice con absoluta certeza un Resultado.
En otros sistemas axiomáticos son muy escasas estas seguridades. Veamos la Inducción. Tengo otro saco y no sé lo que contiene. Meto la mano tomo un puñado de alubias y veo que todas s�n blancas. Vuelvo a hacer lo mismo y vuelven a ser blancas. Repito la operación un número X de veces. Después de un número suficiente de pruebas razono lo siguiente: Todos los Resultados de mis pruebas son un puñado de alubias blancas. De una serie de Resultados, infiriendo que sean Casos de una misma Ley, llego a la formulación inductiva de esa Ley (probable). Pero ya se sabe: Basta con que en una prueba posterior aparezca una alubia negra para que todo mi esfuerzo inductivo se descalabre. Por eso los epistemólogos se vuelven tan sospechosos al utilizar la Inducción.
Lo cierto es que no sabemos cuántas pruebas son necesarias para que una Inducción pueda'
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darse por buena. Desconocemos lo que es una Inducción válida. lBastan diez pruebas? ¿y por qué no nueve u ocho? ¿y por qué no entonces una sólo? Aquí la Inducción cede el paso a la Abducción. En la Abducción nos encontramos frente a un Resultado curioso e inexplicable. Por seguir con nuestro ejemplo ahora tenemos un saco sobre la mesa y al lado, sobre la mesa también, un montón de alubias blancas. No sé cómo han llegado hasta ahí, ni quién las ha colocado así, ni de dónde vienen. Digamos que este Resultado es un caso curioso. Ahora hay que encontrar una Ley tal que, si fuese verdadera, y de considerar el Resultado como un Caso de esa Ley, el Resultado ya no sería curioso sino más bien razonabilísimo. Aquí lanzo una hipótesis, conjeturo la Ley según la cual el saco contiene alubias y todas las alubias del saco son blancas, y pruebo a considerar el Resultado que tengo delante como un Caso de esa Ley. Si todas las alubias del saco son blancas y si las del montón proceden del saco, es natural que estas últimas sean blancas.
Peirce señala que el razonamiento por Abducción es típico de todos los descubrimientos científicos «revolucionarios». Y no es otro el proceder de un detective. En las manifestaciones del método de Sherlock Holmes, está claro que cuando habla (y con él Conan Doyle) de Deducción y Observación, está pensando efectivamente en una inferencia similar a la Abducción de Peirce.
Cuando el detective, o el sabio, crítico o filólogo, formulan una Abducción, han de asegurarse de que la solución hallada ( en el Mundo Posible de su imaginación hipotética) corresponda al Mundo Real. Para lo cual son necesarias otras pruebas y verificaciones.
En las novelas policíacas, de Conan Doyle a Rex Stout, no hacen falta más comprobaciones. El detective imagina la solución y la revela como si fuese cierta. Enseguida Watson, el asesino presente o algún otro, verifica la hipótesis. Antes del consiguiente «iAsí es!», el detective está seguro de haber adivinado. En las novelas policíacas el autor (en el papel de Dios) garantiza la correspondencia entre el Mundo Posible imaginado por el detective y el Mundo Real. Fuera de las novelas policíacas la Abducción resulta más arriesgada y nunca deja de estar expuesta al error.
Los relatos de Biorges son una parodia del relato policíaco porque don Isidro ni siquiera necesita que alguien le diga que los hechos sucedieron tal y como él los ha imaginado. Está completamente seguro de ello y Borges-Casares con él (y el lector con ellos). lPor qué?
Para estar seguros de que la mente del detective reconstruye la secuencia de hechos y leyes correctamente, es preciso alimentar la profunda persuasión spinoziana de que «ordo et connexio rerum idem est ac ordo et connexio idearum». Los movimientos de la mente que indaga siguen
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las mismas leyes que la realidad. Si pensamos «bien», estamos obligados a pensar según las mismas reglas que conectan las cosas entre sí. Si el detective se identifica con la mente del asesino no podrá llegar a otro punto que al mismo que llega el asesino. En este universo spinoziano el detective no es sólo quien sabe lo que ha hecho el asesino. También sabe lo que hará mañana. E irá a esperarlo al lugar de su siguiente delito.
Pero en el universo de Borges sólo se puede pensar a través de las leyes de la Biblioteca. Y esta Biblioteca es la de Babel. Sus leyes no son las de la ciencia neopositivista, sino las de la paradoja. lQué tiene de rigurosamente ilógico el universo de Borges? lQué permite a don Isidro reconstruir con rigurosa ilógica el proceso de un universo externo también ilógico? El universo de Borges funciona según las leyes de la puesta en escena o bien de la «ficción».
En ninguna de las seis historias de don Isidro conocemos por cuenta propia lo ocurrido, como sucede en la vida. Don Isidro siempre llega a la conclusión de que lo sucedido a sus clientes es una secuencia de hechos proyectados por otra mente, dentro de los límites de un relato y según las leyes de los relatos; descubre que son personajes de un drama ya escrito por otro. Don Isidro descubre la «verdad» porque, tanto él con su fértil mente, como los personajes del caso, proceden según las mismas leyes de la ficción.
Me parece ésta una clave óptima para leer las demás historias de Borges. No nos situamos jamás frente al caso, o al Hecho, sino siempre en el interior de una trama ( cósmica o situacional) pensada por otra mente, según una lógica fantástica que es la lógica de la Biblioteca.
Eso es lo que intento decir al hablar del mecanismo de la conjetura en un universo spinoziano enfermo. Naturalmente, enfermo respecto a Spinoza, no a Borges. Respecto a Borges, el universo en que el detective y el asesino se encuentran siempre, al llegar al punto final, después de haber razonado según la misma ilógica fantástica, es el universo, más sano y verdadero, de todos.
Que luego el mundo marche «realmente» así, es algo que Borges acogerá seguramente con una sonrisa. Parafraseando a Villiers de l'lsle Adam, qué aburrimiento la realidad. �Dejemos que nuestros sirvientes la vi-
�van por nosotros. �
(Traducción: Manuel González)