los 3 mosqueteros

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NDICE

TOMO I

ILos tres regalos de seor d'Artagnan padreIILa antecmara del seor de TrvilleIIILa audienciaIvEl hombro de Athos, el tahal de Porthos y el pauelo de AramisVLos mosqueteros del rey y los guardias del seor cardenalVISu Majestad el Rey Luis XIIIVIILos mosqueteros por dentroVIIIUna intriga cortesanaIXD'Artagnan ve claroXUna ratonera del siglo XVIIXILa intriga se anudaXIIGeorge Villiers, duque de BuckinghamXIIIEl seor BonacieuxXIVEl hombre de MeungXVGente de toga y gente de espada.XVIEn el que el seor guardin de los sellos Sguier busc durante ms de una hora la campana para tocarla,como lo haca en tiemposXVIIEl matrimonio BonacieuxXVIIIEl amante y el maridoXIXPlan de campaaXXEl viajeXXILa condesa de WinterXXIIEl baile de la MerlaisonXXIIILa citaXXIVEl pabellnXXVPorthosXXVILa tesis de AramisXXVII La mujer de AthosXXVIII RegresoXXIX La casa del equipoXXX Milady

TOMO II

IIngleses y FrancesesIIUna comida de ProcuradorIIICamarera y seoraIVEn que se trata del equipo de Aramis y PorthosVDe noche todos los gatos son pardosVISueo de venganzaVIIEl secreto de MiladyVIIICmo sin molestarse, Athos encontr su equipoIXVisinXUna visin horribleXIEl asedi de la RochelaXIIEl vino de AnjouXIIILa posada del Palomar RojoXIVDe la utilidad de los tubos de estufaXVEscena conyugalXVIEl baluarte de Saint-GervaisXVIIEl consejo de los mosqueterosXVIIIAsunto familiarXIXFatalidadXXConversacin de un hermano con una hermanaXXIOficialXXIIPrimer da de cautiverioXXIIISegundo da de cautiverioXXIVTercer da de cautiverioXXVCuarto da de cautiverioXXVIQuinto da de cautiverioXXVII Un recurso de Tragedia ClsicaXXVIII EvasinXXIXLo que sucedi en Porstmouth el 23 de agosto de 1628XXXEn FranciaXXXIEl convento de las Carmelitas de BethuneXXXII Dos variedades de demoniosXXXIII La gota de aguaXXXIV El hombre de la capa rojaXXXV El juicioXXXVII La ejecucin

ConclusinEplogo

TOMO I

I

LOS TRES REGALOS DEL SEOR D'ARTAGNAN PADRE

El primer lunes del mes de abril de 1625, el burgo de Meung, donde naci el autor del Roman de la Rose, pareca hallarse tan revuelto como si los hugonotes hubiesen venido hacer de l una segunda Rochela. Varios burgueses, viendo huir a las mujeres en direccin a la calle Mayor, oyendo a los gritar en los umbrales de las puestas, se apresuraban a embutirse la coraza, y, apoyando su actitud un tanto incierta con un mosquetn o una partesana, se dirigan hacia la fonda del FrancMeunier, delante de la cual se apretujaba, aumentando de minuto en minuto, un grupo compacto, ruidoso y lleno de curiosidad.

En aquel tiempo, los pnicos eran frecuentes, y transcurran pocos das sin que una u otra ciudad registrase en sus archivos algn acontecimiento de aquella ndole. Haba los seores que contendan entre ellos; haba el rey, le haca la guerra al cardenal; haba el espaol, que le haca la guerra al rey. Luego, adems de esas guerras sordas o pblicas, secretas o patentes, haba aun ladrones, los mendigos, los hugonotes, los lobos y los lacayos, que les hacan la guerra a todo el mundo. Los burgueses se armaban siempre contra los ladrones, contra los lobos, contra los lacayos frecuentemente contra los seores y los hugonotes algunas veces contra el rey, pero nunca contra el cardenal y el espaol. Result, pues, de aquella costumbre, con carta ya de naturaleza, que, aquel susodicho lunes del mes de abril de 1625, los burgueses, al escuchar ruido y no ver ni el estandarte amarillo y rojo ni la librea del duque de Richelieu, se precipitaron en direccin al hotel del FrancMeunier.

Llegados all, cada uno pudo ver y reconocer la causa de aquel alboroto.

Un joven tracemos su retrato de un solo plumazo ; figuraos a don Quijote con dieciocho aos, don Quijote sin coraza, sin cota y sin escarcela, don Quijote vestido con un jubn de lana cuyo color azul se haba transformado en un matiz indefinible de hez de vino y azul celeste. Rostro alargado y moreno; los pmulos salientes, signo de astucia; los msculos maxilares enormemente desarrollados, ndice infalible en el que se reconoce al gascn, incluso sin boina, y nuestro joven llevaba una boina adornada con una especie de pluma; los ojos abiertos e inteligentes; la nariz ganchuda, pero finamente dibujada; demasiado alto para ser un adolescente, demasiado pequeo para ser un hombre hecho y derecho, y al que un ojo poco ejercitado habra tomado por un hijo de granjero en mitad de un viaje, a no ser por la larga espada que, colgaba de un tahal de piel, golpeaba en las pantorrillas de su propietario cuando estaba en pie, y en el pelo erizado de su montura cuando estaba a caballo.

Puesto que nuestro joven tena una montura y esa montura era por s misma tan notable, que no dej de ser notada: era una caja del Barn, de edad de doce a catorce aos, amarilla de capa, sin crines en la cola, pero no sin gabarros en las patas, y que, marchando con la cabeza ms que baja las rodillas, lo que haca intil la aplicacin de la martingala, no dejaba, sin embargo de reconocer sus ocho leguas diarias. Desgraciadamente, las cualidades de aquella jaca estaban tan bien ocultas bajo su extrao pelaje y su paso incongruente, que, en una poca en que todo el mundo era entendido en caballos, la aparicin de la susodicha jaca en Meung, donde haba encontrado, hacia aproximadamente un cuarto de hora, por la puerta de Beaugency, produjo una sensacin cuyo disfavor vino a recaer sobre su caballero.

Y aquella sensacin le haba resultado tanto ms penosa al joven d'Artagnan (as se llamaba el don Quijote de este Rocinante) cuanto que no se le ocultaba el aspecto ridculo que, por buen caballero que fuese, le daba semejante montura; por eso respiraba hondamente al aceptar el regalo que de ella haba hecho el seor d'Artagnan padre. No ignoraba que una bestia as vala todo lo ms veinte libras; cierto es que las palabras que acompaaron al regalo no tenan precio.

Hijo mo haba dicho el gentilhombre gascn, en aquel patois puro de Barn del que Enrique IV no haba logrado deshacerse jams , hijo mo, este caballo ha nacido en la casa de vuestro padre, hace ya trece aos, y ha permanecido en ella todo este tiempo, lo que debe impulsaros a quererlo. No lo vendis jams, dejadlo morir, tranquila y honorablemente, de vejez; y si vais con l a la guerra, tratadlo como tratarais a un viejo servidor.

"En la corte continu el seor d'Artagnan padre alguna vez tenis el honor de ir all, honor para el que, por lo dems, vuestra vieja nobleza os da derecho, sostened con dignidad vuestro nombre de gentilhombre, que ha sido llevado dignamente por vuestros antepasados desde hace ms de quinientos aos, tanto para vos como para los vuestros. Al decir los vuestros me refiero a vuestros parientes y a vuestros amigos. No aguantis nunca nada a nadie a no ser al seor cardenal y al rey. Hoy da un gentilhombre slo puede abrirse camino por su valor, odlo bien, por su valor slo. Quien tiembla un segundo, deja quizs escapar el cebo que, durante ese segundo justamente, le tenda la fortuna.

"Sois joven, debis ser valiente por dos razones: la primera porque sois gascn; la segunda, porque sois mi hijo. No temis las ocasiones y buscad aventuras. Os he enseado a manejar la espada; tenis unas corvas de hierro y un puo de acero; batos con el menor pretexto; batos tanto ms cuanto que los duelos estn prohibidos y, por consiguiente, se necesita en valor doble para batirse.

"No tengo, hijo mo, para daros ms que quince escudos. Mi caballo y los consejos que acabis de or. Vuestra madre agregar la receta de un cierto blsamo que ella posee de una mujer Bohemia, y que tiene una virtud milagrosa para curar toda herida que no afecte al corazn. Aprovechaos de todo, y vivid dichoso y mucho tiempo. No tengo ms que una palabra que aadir y es un ejemplo que os propongo, no el mo, puesto que yo nunca he aparecido en la corte ni he hecho como voluntario ms que las guerras de religin; me refiero al seor de Trville, que era mi vecino en tiempos y que he tenido el honor de jugar cuando nio con nuestro rey Luis XIII, que Dios guarde. Algunas veces sus juegos degeneraban en batallas, y en tales batallas el rey no era siempre el ms fuerte. Los golpes que recibi le inspiraron mucha estima y amistad hacia el seor de Trville se bati contra otros, en su primer viaje a Pars, cinco veces; desde la muerte del difunto rey hasta la mayora del joven, sin contar las guerras y los asedio, siete veces; y desde est mayora hasta hoy, cien veces quiz. Y he aqu que, a pesar de los edictos, las ordenanzas y las detenciones, es capitn de los mosqueteros, es decir, jefe de una legin de Csares de la que el rey hace gran caso, y que el seor cardenal teme, l, que teme a muy pocas cosas, como todo el mundo sabe. Por otra parte, el seor de Trville gana diez mil escudos al ao; es pues todo un gran seor. Comenz como vos; idle a ver con esta carta, tomadle como ejemplo, a fin de hacer como l.

Dicho lo cual, el seor d'Artagnan padre le ci a su hijo su propia espada, lo bes tiernamente en las mejillas y le dio su bendicin.

Al salir de habitacin paterna, el joven se encontr con su madre, que le aguardaba con la famosa receta de la que tena que hacer un uso bastante frecuente en vista de los consejos que acabamos de registrar. Los adioses fueron por esta parte ms largos y ms tiernos que lo haban sido por la otra, no porque el seor d'Artagnan no quisiese a su hijo, que era su sola progenitura, sino porque el seor d'Artagnan era un hombre, y habra considerado indigno de un hombre dejarse llevar por la emocin, mientras que la seora d'Artagnan era una mujer y adems era madre. Llor abundantemente, y, digmoslo en alabanza del seor d'Artagnan hijo, por ms esfuerzos que hizo para permanecer impasible, como deba serlo un futuro mosquetero, la naturaleza lo arrastr, y verti lgrimas irreprimibles, de las que a puras penas pudo ocultar la mitad.

El mismo da el joven, se puso en camino, provisto de los tres regalos paternales, que se componan, como ya hemos dicho, de quince escudos, del caballo, y de la carta para el seor Trville; como pudo verse los consejos haban sido dados de propina.

Con semejante vade mecum, d'Artagnan resultaba tanto en lo moral como en lo fsico, una copia exacta del hroe de Cervantes al que tan atinadamente lo hemos comparado cuando nuestros deberes de historiador nos han obligado a trazar su retrato. Don Quijote tomaba los molinos de viento por gigantes y los carneros por ejrcitos; d'Artagnan tomaba cada sonrisa por un insulto y cada mirada por una provocacin. Result de esto que llev siempre el puo cerrado desde Tarbes hasta Meung, y que, entre unas cosas y otras, se llev la mano al pomo de la espada diez veces por da; sin embargo, el puo no lleg a descender sobre ninguna mandbula y la espada no sali de su vaina. No es que la visin de la poco agraciada jaquita amarilla no hiciera florecer sonrisas en los rostros de los transentes, sino que, por encima del caballo resonaba una espada de talla respetable y por encima de aquella espada brillaban unos ojos tan feroces como fieros, los caminantes repriman su hilaridad, o, si la hilaridad se impona a la prudencia, trataban por lo menos de no rerse ms que por un lado, como las mscaras antiguas. D'Artagnan permaneci, pues, majestuoso e intacto en su susceptibilidad hasta llegar a aquella desgraciada villa de Meung.

Pero all, en el momento en que descenda del caballo en la puerta del FrancMeunier sin que nadie, dueo, mozo o palafrenero, viniese a coger el estribo de la montura, d'Artagnan divis, en una ventana entreabierta de la planta baja, a un gentilhombre de buena estatura y aspecto arrogante, aunque el rostro ligeramente adusto, el cual hablaba con dos personas que parecan escucharle con deferencia. D'Artagnan crey naturalmente, segn la costumbre, ser objeto de la conversacin, y se puso a escuchar. Esta vez d'Artagnan no se haba equivocado ms que a medias: no era de l de quien se estaba hablando, sino de su caballo. El gentilhombre pareca estarles enumerando a sus oyentes todas las cualidades del animal, y como, segn ya he dicho, los oyentes parecan mostrar una gran deferencia hacia el narrador, estallaban en carcajadas a cada momento. Ahora bien, como una sonrisa bastaba para despertar la irascibilidad del joven, se comprende el efecto que tuviera que producirle hilaridad tan ruidosa.

Sin embargo, d'Artagnan quiso primero darse cuenta de la fisonoma del impertinente que se burlaba de l. Fij su mirada altiva en el desconocido y observ que era un hombre de cuarenta a cuarenta y cinco aos, de ojos negros y penetrantes, de tez, plida, nariz fuertemente acentuada, bigote negro y muy bien recortado; iba vestido con un jubn y unas calzas violetas con cordones del mismo color, sin ms adornos que las cuchilladas habituales por donde pasaba la camisa. Aquellas calzas y aquel jubn, aunque en buen estado, presentaba arrugas como ropa de viaje guardada mucho tiempo en un maleta. D'Artagnan hizo todas aquellas observaciones con la rapidez del pesquisidor ms minucioso, y sin duda por un sentimiento instintivo que le deca que aquel desconocido deba ejercer un gran influjo en su prximo futuro.

Ahora bien, como el momento en que d'Artagnan fijaba su mirada sobre el gentilhombre del jubn violeta, aqul hiciera con referencia al caballito bearns, una de sus ms sabias y profundas demostraciones, sus oyentes prorrumpieron en una carcajada, y l mismo dej visiblemente, contra su costumbre, errar, si se puede hablar as, una plida sonrisa sobre su rostro. Esta vez no caba ya duda alguna; d'Artagnan haba sido realmente insultado. En consecuencia, inflado por aquella conviccin, se encasquet la boina hasta los ojos, y, tratando de copiar algunos de los modales cortesanos que haba sorprendido en Gascua en seores que pasaban de viaje, avanz con una mano en la guarda de su espada y al otra apoyada en la cadera. Desgraciadamente, a medida que avanzaba, fue cegndole la clera ms y ms, y, en lugar del discurso digno y altivo que haba preparado para formular su provocacin, no se le vino a la lengua ms que un personalismo grosero que acompa con un ademn furioso. Eh, caballero! grit , vos, que os ocultis detrs de ese postigo, s, vos, decidme de qu os res, y nos reiremos juntos.

El gentilhombre pas lentamente los ojos de la montura al caballero, como si hubiese necesitado cierto tiempo para comprender que era a l a quien se dirigan tan extraos reproches; luego, cuando no pudo caberle ya duda alguna, sus cejas se fruncieron ligeramente, y despus de una pausa bastante larga, con un acento de irona y de insolencia imposible de describir, le responda a d'Artagnan: No os estoy hablando, caballero. Pero yo s os hablo! exclam el joven exasperado por aquella mezcla de insolencia y de buenas maneras, de educacin y de desdn.

El desconocido lo mir aun un instante con una sonrisa ligera, y, retirndose de la ventana, sali lentamente de la hostera para llegar a dos pasos de d'Artagnan y plantarse frente al caballo. Su actitud tranquila y su fisonoma burlona haba redoblado la hilaridad de aquellos con quienes hablaba y que por su parte se haban quedado en la ventana. D'Artagnan, vindole llegar, sac casi un palmo de la vaina.

Este caballo es indudablemente o, ms bien, lo ha sido en su juventud, un botn de oro dijo el desconocido, continuando las investigaciones comenzadas y dirigindose a sus oyentes de la ventana, sin que pareciera notar en lo ms mnimo la exasperacin de d'Artagnan, que estaba interpuesto entre l y los otros Es un color muy conocido en botnica, pero hasta ahora rarsimo en los caballos. Hay quien se re del caballo, pero que jams se atrevera a rerse del dueo! exclam furioso el mulo de Trville.

No me ro con mucha frecuencia caballero replic el desconocido , como vos mismo podis verlo por la expresin de mi cara; pero, sin embargo, me interesa mucho conservar el privilegio de rerme siempre que me plazca.

Y yo d'Artagnan no consiento que nadie se ra cuando eso me incomode! De verdad, caballero? repuso el desconocido, ms tranquilo que nunca . Pues me parece muy bien.

Y girando sobre sus talones, se dispuso, a volver a entrar en la hostera por la puerta grande, junto a la cual d'Artagnan haba visto llegar, a un caballo completamente ensillado. D'Artagnan no era un carcter como para dejar que se marchase un hombre as que haba tenido la insolencia de burlarse de l. Sac su espada enteramente de la vaina y se lanz en seguimiento del otro, gritando: Volveos, volveos, pues, seor burln, que no tenga que golpearos por la espada! Golpearme a m? dijo el otro, dando la vuelta sobre sus tacones y mirando al joven con tanto asombro como desprecio . Vamos, vamos, querido, estis loco! Luego a media voz, y como si slo estuviera hablando consigo mismo aadi: Qu lstima! Sera un descubrimiento para su majestad, que busca por todas partes valentones con los que reforzar a sus mosqueteros.

Acababa apenas de musitar aquellas palabras cuando d'Artagnan le dirigi una estocada tan furiosa, que, si el otro no hubiese dado vivamente un brinc hacia atrs, es probable que hubiese bromeado por ltima vez. El desconocido vio entonces que la cosa no tena nada de broma, sac su espada, salud a su adversario y se puso gravemente en guardia. Pero, en el mismo momento, los que haban sido dos oyentes del desconocido, acompaados por el hospedero, cayeron sobre d'Artagnan con una lluvia de bastonazos, golpes de pala y atizadores. Aquello constituy una diversin tan rpida y completamente del ataque, que el adversario de d'Artagnan, mientras que ste se volva para hacer frente a aquella granizada de golpes, envainaba con la misma precisin de siempre, y dejando de ser actor, pasaba a ser espectador del combate, papel al que se acomod con su impasibilidad ordinaria, pero sin dejar de mascullar: Malditos sean estos gascones! Ponedle sobre su caballo naranja y que se marche. Pero no antes de haberte matado, cobarde! gritaba d'Artagnan, sin dejar frente lo mejor que poda, sin recular un paso, a sus tres amigos, que le molan a golpes. Otra gasconada ms murmur el gentilhombre . A fe ma que estos gascones son incorregibles! Continuad, pues, el baile, ya que est empeado en eso. Cuando se canse, dir que ya tiene bastante.

Pero el desconocido no saba todava con el tozudo con quien tena que entendrselas; d'Artagnan no era capaz de pedir gracia. El combate continu, pues, todava algunos segundos; por fin, d'Artagnan, agotado, dej caer su espada, que un bastonazo le rompi en dos trozos. Otro golpe que le acert en la frente, lo derrib casi al mismo tiempo, todo ensangrentado y casi desvanecido.

En aquel momento, de todas partes se corra ya al lugar de la escena. El hospedero, temindole al escndalo, transport, con la ayuda de sus mozos, al herido dentro de la cocina, donde le fueron aplicados algunos cuidados.

En cuanto al gentilhombre, haba vuelto a ocupar su sitio junto a la ventana y miraba con una cierta impaciencia a toda aquella muchedumbre cuya permanencia all pareca causarle una viva contrariedad. Cmo est ese loco furioso? pregunt, volvindose a or el ruido de la puerta que acababa de abrirse y dirigindose al hospedero que vena a informarse por su salud. No le ha pasado nada a Vuecencia? pregunt, el hostelero. Nada; estoy perfectamente sano y salvo, querido patrn, y soy yo quien os pregunta qu ha sido de nuestro joven. Est mejor dijo el hostelero ; se ha desmayado completamente. De verdad? inquiri el gentilhombre. Pero antes de reunirse ha reunido todas sus fuerzas para llamaros e intimaros a un desafo. Pero ese muchacho es el diablio en persona! exclam el desconocido. Oh, no, Vuecencia, no tiene nada de diablico! replic el hostelero, con una mueca de desprecio , ya que durante el desmayo lo hemos registrado, y no lleva en su equipaje nada ms que una camisa y en su bolsa doce escudos, lo no le ha impedido antes de desvanecerse que si una cosa le hubiese sucedido en Pars, tendrais que haberos arrepentido inmediatamente, mientras que aqu os arrepentiris ms tarde. Entonces dijo framente el desconocido , es que se trata de algn prncipe de sangre real, que viaja disfrazado. Os digo esto, gentilhombre replic el hostelero , a fin de os mantegis en guardia. Y no ha nombrado a nadie en su arrebato de clera? Pues, s; se golpeaba en el bolsillo y deca: "Ya veremos lo que pensar el seor de Trville de este insulto hecho a su protegido." El seor de Trville? dijo el desconocido prestando atencin . Decs que se golpeaba en el bolsillo pronunciando el nombre del seor Trville?... Veamos, mi querido hostelero, mientras que vuestro joven estaba desvanecido, no habris dejado, por menos, estoy seguro de ello, de mirar ese bolsillo. Qu tena? Una carta dirigida al seor de Trville, capitn de los mosqueteros. Qu me decs?. Lo que tengo el honor de manifestaros, Excelencia.

El hostelero, que no estaba dotado de gran perspicacia, no not en absoluto la expresin que sus palabras haban causado en la fisonoma del desconocido. ste abandon el antepecho sobre el que haba estado acodado, y frunci las cejas con aire de hombre inquieto.

Diablos! murmur entre dientes , ser posible que Trville haya enviado en mi busca a este gascn? Es jovencsimo! Pero una estocada es una estocada, cualquiera que sea la edad de quien la asesta, y uno desconfa menos de un nio que de cualquier otra persona; basta, a veces, un dbil obstculo para contrariar un gran designio.

Y el desconocido cay en una reflexin que dur varios minutos. Veamos, seor hostelero dijo , es que no vais a desembarazarme de este loco? En conciencia, no puedo matarlo, y sin embargo agreg con una expresin amenazadora , sin embargo, me estorba. Dnde est? En la habitacin de mi esposa, en el primer piso. All le estn curando. Lleva consigo sus ropas y su saco? No se ha despojado de su jubn? Al contrario, todo eso est abajo, en la cocina. Pero puesto que ese joven loco os molesta... Sin duda. Est causando en vuestra hostera un escndalo al que no sabran como resistir personas honradas. Subid a vuestras habitaciones, preparadme la cuenta y advertid a mi lacayo. Cmo? Nos deja ya el seor? Bien lo sabis, puesto que os haba dado la orden de ensillar mi caballo. Es que no se me ha obedecido? Claro que s. Como Vuecencia puede comprobar, el caballo est junto a la puerta principal, listo para partir. Est bien, haced ahora lo que os he dicho."Caramba", se dijo el hostelero, "ser que tiene miedo del jovencito?" Pero una mirada imperativa del desconocido les cort las cavilaciones. Salud humildemente y sali.

"No es necesario que Milady 1 se d cuenta de la existencia de este loco", continu el extranjero, "ella no tardar en pasar; ya est retrasada. Decididamente, ser mejor que me monte a caballo y la preceda... Si pudiese saber tan slo lo que contiene esa carta dirigida a Trville!"

Y el desconocido, sin dejar de mascullar, se dirigi hacia la cocina.

Durante aquel tiempo el hostelero, que no dudaba que fuese la presencia del joven lo que expulsaba al desconocido de su establecimiento, haba subido a la habitacin de su mujer y haba encontrado a d'Artagnan dueo ya de su espritu. Entonces hacindole comprender que la polica podra jugarle una mala pasada por haber querido promoverle querella a un gran seor, puesto que, en opinin del hostelero, el desconocido no poda ser ms que un gran seor, le persuadi para que, a pesar de su debilidad, se levantase y continuase su camino. D'Artagnan, medio aturdido, sin jubn y con la cabeza toda llena de vendas, se levant, pues, y, empujado por el hostelero, comenz a bajar; pero, al llegar a la cocina, lo primero que vio fue a su provocador, que hablaba tranquilamente en el estribo de una pesada carroza tirada por dos grandes caballos normandos.

Su interlocutora, cuya cabeza apareca encuadrada por la portezuela, era de veinte a veintids aos. Ya hemos dicho con qu rapidez de investigacin d'Artagnan abrazaba a toda una fisonoma; vio, pues, a la primera ojeada que la mujer era joven y bella. Ahora bien, aquella belleza le impresion tanto ms cuanto que resultaba perfectamente extica en los pases meridionales donde hasta entonces haba residido d'Artagnan. Era una persona plida y rubia, de largos cabellos rizados que le caan sobre los hombros, grandes ojos azules y lnguidos, labios rosados y manos de alabastro. Hablaba muy vivamente con el desconocido.

As, pues, Su Eminencia me ordena... deca la dama. Volver inmediatamente a Inglaterra y avisarle directamente si el duque sale de Londres. Y en cuanto a las dems instrucciones? pregunt la bella viajera. Estn contenidas en est cajita, que no abriris hasta no estar al otro lado del canal de la Mancha. Muy bien, y, qu hacis vos? Yo me vuelvo a Pars. Sin castigar a ese insolente muchachillo? pregunt la dama.

El desconocido iba a responder, pero en el momento en que abra la boca, d'Artagnan, que lo haba odo todo, se lanz al umbral de la puerta. Es este insolente muchachillo quien castiga a los dems exclam , y el que espera que esta vez aquel a quien debe castigar no se le escapar como la vez anterior. No se le escapar? replic el desconocido frunciendo las cejas. No, delante de una mujer no osarais huir, supongo. Pensad exclam Milady viendo cmo el gentilhombre se llevaba la mano a la espada , pensad que el menor retraso puede echarlo todo a perder. Tenis razn admiti el gentilhombre ; partid vos por vuestro lado, que yo partir por el mo. Y saludando a la dama con una inclinacin de cabeza, se lanz sobre su corcel, mientras que el cochero de la carroza azotaba vigorosamente a sus caballos. Los dos interlocutores, cuyos caballos se pusieron al galope, se alejaron cada uno por un lado opuesto de la calle. Eh, vuestra cuenta! vocifer el hostelero, cuyo afecto por el huspedse trocaba en un profundo desdn, viendo que el otro se alejaba sin saldar su deuda. Paga, bergante le grit el viajero, sin dejar de galopar, a su lacayo, el cual arroj los pies del hostelero dos o tres piezas de plata y se puso a galopar detrs de su amo. Ah, cobarde, ah, miserable, ah, falso gentilhombre! grit d'Artagnanlanzndose a su vez en seguimiento del lacayo.

Pero el herido estaba an demasiado dbil para soportar esfuerzo semejante. Apenas haba corrido diez pasos cuando los odos empezaron a zumbarle, le acometi un mareo, una nube de sangre pas por sus ojos y cay en medio de la calle sin dejar de gritar: Cobarde, cobarde, cobarde! Desde luego es muy cobarde murmur eI hostelero aproximndose ad'Artagnan, y tratando con aquella adulacin de ponerse a bien con el pobre muchacho, como la garza de la fbula con el caracol desconfiado. S, bien cobarde murmur d'Artagnan ; pero ella, muy guapa. Quin es ella? pregunt el hostelero. Milady balbuci d'Artagnan. Y se desmay por segunda vez. Me es igual dijo el hostelero ; pierdo a dos, pero me queda ste, al que estoy seguro de conservar por lo menos unos cuantos das. Siempre sern once escudos de ganancia.

Ya sabemos que once escudos eran la suma justa que quedaba en la bolsa de d'Artagnan. El hostelero haba contado con once das de enfermedad, a razn de un escudo por da, pero haba hecho sus clculos sin contar con el viajero. Al da siguiente, a las cinco de la maana, d'Artagnan se levant, baj a la cocina, pidi, adems de algunos otros ingredientes cuya lista no ha llegado a nuestro poder, vino, aceite y romero, y, con la receta de su madre en la mano, se compuso un blsamo con el que ungi sus numerosas heridas, renovando l mismo sus compresas y no queriendo admitir la ayuda de ningn mdico.

Gracias sin duda a la eficiencia del blsamo de Bohemia, y quiz gracias tambin a la ausencia de todo doctor, d'Artagnan se encontr en pie aquella tarde misma y casi curado al da siguiente.

Pero en el momento de pagar aquel romero, aquel aceite y aquel vino, nico gasto del joven, que haba guardado una dieta absoluta, mientras que, por el contrario, el caballo amarillo, al menos segn el hostelero, haba comido tres veces ms de lo que se hubiera podido suponer razonablemente por su talla, d'Artagnan no encontr en el bolsillo ms que su bolsita de terciopelo rado as como los once escudos que la misma contena; pero, en cuanto a la carta dirigida al seor de Trville, haba desaparecido.

El joven empez por buscar aquella carta con gran paciencia, volviendo y revolviendo veinte veces sus bolsillos y sus faltriqueras, registrando y volviendo a registrar su saco, abriendo y cerrando su bolsa; pero cuando hubo adquirido la conviccin de que la carta era inhallable, entr en un tercer acceso de rabia, que estuvo a punto de ocasionarle una consumicin de vino y aceite aromatizados, porque, al ver aquella joven cabeza loca acalorarse y amenazar con romperlo todo en el establecimiento si no se encontraba su carta, el patrn se haba apoderado ya de una jabalina; su mujer, de un mango de escoba y sus mozos, de los mismos bastones que haban empleado la antevspera. Mi carta de recomendacin! exclamaba d'Artagnan , mi carta derecomendacin, voto al diablo, u os ensarto a todos como hortelanos ( I ). Desgraciadamente, una circunstancia se opona a que el joven pudiera cumplir su amenaza: la de que, como ya lo hemos dicho, su espada haba sido rota en dos pedazos en la primera lucha, cosa que haba olvidado enteramente. Result que cuando d'Artagnan quiso, en efecto, desenvainar, se encontr pura y simplemente armado con un mun de espada de ocho o diez pulgadas poco ms o menos, que el hostelero haba vuelto a meter cuidadosamente dentro de su vaina. En cuanto al resto de la hoja, el patrn la haba escamoteado hbilmente para hacerse con ella una aguja de mechar.

Pero aquella decepcin no habra probablemente detenido a nuestro fogoso joven si el hostelero no hubiese cado en la cuenta de que la reclamacin que le diriga su viajero era perfectamente justa. Pero, veamos dijo l, bajando su jabalina , Dnde est esa carta? Eso es, dnde est esa carta? grit d'Artagnan. Ante todo, os prevengo que esa carta es para el seor de Trville, y es necesario encontrarla porque, si no aparece, l sabr muy bien cmo dar con ella.

Aquella amenaza acab de intimidar al hostelero. Despus del rey y del seor cardenal, el seor de Trville era la persona cuyo nombre se repeta con mayor frecuencia por los militares y aun por los paisanos. Estaba tambin el padre Joseph, es cierto, pero su nombre se pronunciaba siempre en voz muy baja, tan grande era el terror que inspiraba la Eminencia gris, como se llamaba al familiar del cardenal Richelieu.

As pues, arrojando lejos su jabalina, y ordenando a su mujer que hiciera otro tanto con el mango de la escoba y a sus criados con sus bastones, fue el primero en dar ejemplo, ponindose l mismo a la bsqueda de la carta perdida. Es que esa carta contena algo precioso? pregunt el hostelero al cabo de un instante de investigaciones intiles. Diantre, ya lo cre! exclam el gascn que contaba con aquella carta para abrirse camino en la corte ; contena mi fortuna. Bonos sobre Espaa? pregunt inquieto el hostelero. Bonos contra la Tesorera particular de su Majestad respondi d'Artagnan, que, calculando entrar el servicio del rey, gracias a aquella recomendacin, crea poder dar sin mentir aquella respuesta un poco aventurada. Diablo! dijo el hostelero completamente desesperado. Pero no importa continu d'Artagnan con el aplomo propio de su patria chica ; no importa, el dinero no es nada, la carta lo era todo. Habra preferido perder mil pistolas que perderla a ella. No habra arriesgado nada diciendo veinte mil; pero un cierto pudor juvenil lo retuvo.

Una iluminacin sbita asalt de pronto la mente del hostelero, que se daba al diablo al no encontrar nada. Esa carta no se ha perdido declar. Cmo es eso? pregunt d'Artagnan. No; os la han quitado. Quitado? Quin? El gentilhombre de anteayer. Baj a la cocina, donde estaba vuestro jubn. Se qued all solo. Me apostara algo a que ha sido l quien os la ha robado. Lo creis as? respondi d'Artagnan, poco convencido, puesto que l saba mejor que nadie la importancia estrictamente personal de aquella carta, y no vea nada en ella que pudiese despertar codicia.

El hecho era que ninguno de los criados, ninguna de los viajeros presentes, haba ganado nada poseyendo aquel papel. Decs, pues pregunt d'Artagnan que sospechis de ese impertinente gentilhombre? Os digo que estoy seguro de eso insisti el hostelero ; cuando le anunci que Vuestra Seora era el protegido del seor de Trville, y que incluso tenas una carta para tan ilustre gentilhombre, pareci inquietarse mucho, me pregunt dnde estaba esa carta y baj inmediatamente a la cocina, donde saba que estaba vuestro jubn. Entonces, me ha robado declar d'Artagnan ; me quejar al seor de Trville, y el seor de Trville se quejar al rey.

Despus se sac majestuosamente dos escudos del bolsillo, se los dio al hostelero, que le acompa, con el sombrero en la mano, hasta la puerta, y volvi a montar sobre su caballo amarillo, que le condujo, sin ms incidente hasta la puerta Saint Antoine de Pars donde su propietario lo vendi por trece escudos, cantidad en la que estaba muy bien pagado, visto que d'Artagnan lo haba cansado mucho durante la ltima etapa. El chaln a quien d'Artagnan se lo cedi a cambio de las nueve libras susodichas no le ocult al joven que no entregaba aquella suma exorbitante ms que a causa de la originalidad del color.

D'Artagnan entr, pues, en Pars a pie llevando al brazo su exiguo equipaje, y estuvo andando hasta que encontr una habitacin de alquiler acomodada a la parvedad de sus recursos. Aquella habitacin era una especie de bohardilla sita en la calle de los Fossoyeurs, cerca del Luxemburgo.

Una vez que entreg la seal por el alquiler, d'Artagnan tom posesin de su alojamiento, pas el resto del da cosindole a su jubn y a sus calzas pasamaneras que su madre haba separado casi nuevo del seor d'Artagnan padre, y que le haba dado a escondidas, y luego se fue al muelle de la Ferraille a encargar que le pusieran una hoja a la espada, volviendo despus al Louvre para informarse, por el primer mosquetero que encontr, sobre el asentamiento de la casa del seor Trville, la cual se hallaba enclavada en la calle del Vieux Colombier, es decir, justamente en las proximidades de la habitacin arrendada por d'Artagnan, circunstancia que le pareci de feliz augurio para el xito de su viaje.

Despus de lo cual, contento por la manera como se haba conducido en Meung, sin remordimientos en cuanto al pasado, confiando en el presente y lleno de esperanzas para el porvenir, se acost y se durmi con el sueo de los valientes.

Ese sueo, todava completamente provinciano, le dur hasta las nueve de la maana, hora a la cual se levant para dirigirse a casa de aquel famoso seor de Trville, el tercer personaje del reino, segn el criterio paterno.

IILA ANTECMARA DEL SEOR DE TRVILLE

El seor de Troisville, como se llamaba an su familia en Gascua, o el seor de Trville, como haba concluido para llamarse el mismo en Pars, haba empezado realmente como d'Artagnan, es decir, sin tener un cuarto, pero con ese fondo de audacia, de espritu y de entendimiento, que hace que el ms humilde hidalguillo gascn reciba con frecuencia bastante ms en cuanto a esperanzas de la herencia paterna que lo que el ms rico gentilhombre perigordino o del Berry recibe en realidad. Su bravura insolente, su buena suerte aun ms insolente en un tiempo en que los golpes llovan como granizo, le haban izado a la cspide de aquella difcil escala que se llama el favor de la Corte, y cuyos peldaos haba trepado de cuatro en cuatro.

Era amigo del rey, el cual honraba muchsimo, como todo el mundo sabe, la memoria de su padre Enrique IV. El padre del seor de Trville haba servido tan fielmente a Enrique en sus guerras contra Liga, que, a falta de dinero contante y sonante cosa que durante toda su vida le falt al Bearns, que pag constantemente sus deudas con la nica cosa que jams tuvo necesidad de pedir a prstamo, es decir con espritu que a falta de dinero contante y sonante, decimos, le haba autorizado, despus de la rendicin de Pars a tomar por armas un len de oro rampante sobre gules con est divisa: fidelis et fortis. Era mucho para el honor, pero algo mediocre para el bienestar. As pues, cuando muri el ilustre compaero del gran Enrique, dej por sola herencia a su hijo, su espada y su divisa. Gracias a ese noble don y al nombre sin tacha que lo acompaaba el seor de Trville fue admitido en la casa del joven prncipe donde sirvi tan bien con su espada y fue tan fiel a su divisa, que Luis XIII, una de las buenas hojas del reino, tena la costumbre de decir que, si tuviese algn amigo que hubiera de batirse, le dara el consejo de tomar como segundo a l primeramente, y a Trville despus, y quizs incluso antes que a l mismo.

As pues, Luis XIII profesaba un afecto verdadero a Trville, afecto regio, afecto egosta, es verdad, pero que no por eso dejaba de ser afecto. Y es que en aquellos tiempos desgraciados se procuraba con empeo rodearse uno de gente del temple de Trville. Muchos podan tomar por divisa el epteto de fuerte, que formaba la segunda parte de su lema; pero pocos gentilhombres podan reclamar el epteto de fiel, que formaba la primera parte. Trville era uno de esos ltimos; era uno de esos raros individuos, de inteligencia obediente como la de un dogo, de valor ciego, de ojo rpido, de mano pronta, a quien los ojos no le haban sido dados ms que para ver si el rey estaba descontento de alguien, y las manos para golpear a ese alguien desagradable, un Besme, un Maurevergs, un Poltrot de Mr, un Vitry. En fin a Trville no le haban faltado hasta ahora ms que la ocasin; pero la acechaba y se prometa cogerla por los pelos si alguna vez pasaba al alcance de sus manos. As pues, Luis XIII hizo de Trville el capitn de los mosqueteros, los cuales eran para Luis XIII, por su entrega, o ms bien por su fanatismo, lo que sus Cuarenta y Cinco fueron para Enrique III y lo que su guardia escocesa fue para Luis XI.

Por su parte, y en ese aspecto, el cardenal no estaba achicado por el rey. Cuando haba visto la formidable seleccin de que se rodeaba Luis XIII, este segundo, o ms bien, primer rey de Francia, haba querido, l tambin, tener su guardia. Tuvo, pues, sus mosqueteros, como Luis XIII tena los suyos, y se vea a estas dos potencias rivales sonsacar para su servicio, en todas las provincias de Francia e incluso en todos los estados extranjeros, a los hombres clebres por sus grandes estocadas. De esta forma, Richelieu y Luis XIII discutan con frecuencia, jugando su partida de ajedrez, por las noches, sobre el mrito de sus servidores. Cada uno alababa la postura y el valor de los suyos; y aunque en voz alta se pronunciaban contra los duelos y las pendencias, en voz baja los azuzaban a llegar a las manos, y conceban una verdadera pena o alegra inmoderada por la derrota o la victoria de los suyos. As por lo menos lo dicen las Memorias de un hombre que estuvo en algunas de aquellas derrotas y en muchas de las victorias.

Trville haba cogido el lado flaco de su amo, y a esa habilidad deba el largo y constante favor de un rey que no ha dejado la reputacin de haber sido muy fiel a sus amistades. Haca desfilar a sus mosqueteros delante del cardenal Armand Duplesis con un aire taimado que erizaba de clera el bigote gris de Su Eminencia. Trville comprenda perfectamente bien la guerra de aquella poca, en la que, cuando no se viva a expensas del enemigo, se viva a expensas de los compatriotas: sus soldados formaban una legin de diablos sueltos, sin disciplina para otro que no fuera l.

Despechugados, borrachos, mal hablados, los mosqueteros del rey, o ms bien los del seor de Trville, se dispersaban por las tabernas, por los juegos pblicos gritando ruidosamente y retorcindose los bigotes, haciendo sonar sus espadas, chocando con fruicin con los guardias del seor cardenal cuando les encontraba; luego desenvainando en plena calle, entre miles de bromas; resultando muertos a veces, pero seguros en ese caso de ser vengados y llorados; matando con frecuencia y seguros entonces de no pudrirse en la prisin, porque all estaba el seor de Trville para reclamarlos. As pues, el seor de Trville era alabado en todos los tonos por aquellos hombres que lo adoraban, y que, y que siendo toda la gente de pelo en pecho, temblaban delante de l como escolares delante de su maestro, obedeciendo a la menor palabra, y listos a dejarse matar para lavar el menor reproche.

El seor de Trville haba usado de aquella potente palanca para el rey primero y para los amigos del rey; luego, para el mismo y para sus amigos. Por lo dems, en ninguna de las memorias de esa poca, que tantas Memorias ha dejado, se ve que a este digno gentilhombre se le haya acusado, ni siquiera por sus enemigos, y los tena tanto entre la gente de pluma como entre la gente de espada; en ninguna parte se ve, decimos, que este digno gentilhombre haya sido acusado de hacerse pagar la cooperacin de sus sicarios. Con un raro genio para la intriga, que le haca el igual de los ms intrigantes, haba seguido siendo un hombre honrado. Ms aun, a pesar de las grandes estocadas que derrengan y de los ejercicios penosos que fatigan, se haba convertido en uno de los ms galantes rondadores de callejas, uno de los ms finos pisaverdes, uno de los ms alambicados conceptistas de su poca; se hablaba de la buena suerte de Trville como veinte aos antes se haba hablado de la buena suerte de Bassompierre, lo que no era poco decir. El capitn de los mosqueteros era, pues, admirado, temido y amado, lo que constituye el apogeo de las fortunas humanas.

Luis XIV absorbi a todos los pequeos astros de su corte en su vasta irradiacin; pero su padre, el sol pluribus impar, dejaba su esplendor personal a cada uno de sus favoritos, su valor individual a cada uno de sus cortesanos. Adems de la audiencia maanera del rey y adems de la del cardenal, se contaban entonces en Pars ms de doscientas pequeas audiencias, la de Trville era una de las ms animadas.

El patio de su mansin, situada en la calle del Vieux Colombier, semejaba un campamento, y eso desde las seis de la maana en verano y desde las ocho en invierno. De cincuenta a sesenta mosqueteros, que parecan irse relevando para presentar un nmero siempre impotente, se paseaban por all sin cesar, armados de punta en blanco y dispuestos a todo. A lo largo de una de su grandes escaleras sobre el emplazamiento de la cual nuestra civilizacin construira toda una casa, suban y bajaban los pedigeos de Pars que corran tras un favor cualquiera, los gentilhombres de provincia, vidos de ser enrolados, y los lacayos con libreas de todos los colores que venan a traer el seor de Trville los mensajes de sus dueos. En la antecmara, sobre amplios bancos circulares, reposaban los elegidos, es decir, los que haban sido convocados. Era un zumbido que duraba desde por la maana hasta la noche, mientras que el seor de Trville, en su gabinete, contiguo a esta antecmara, reciba las visitas, escuchaba las quejas, daba sus rdenes, y, como el rey en su balcn del Louvre, no tena ms que asomarse a la ventana para pasar revista de los hombres y de las armas.

El da en que d'Artagnan se present, la asamblea era impotente, sobre todo para un provinciano que llegaba de su villa natal. Cierto que ese provinciano era gascn y que, sobre todo en aquella poca, los paisanos de d'Artagnan tenan la reputacin de no dejarse intimidar fcilmente. En efecto, una vez que se haba franqueado la puerta maciza, guarnecida de grandes clavos de cabeza cuadrada, se encontraba uno en medio de un tropel de gentes de espada que se cruzaban por el patio, interpelndose, querellndose y gastndose bromas. Para abrirse paso en medio de todas aquellas olas arremolinadas, habra hecho falta ser oficial, gran seor o mujer bonita.

Pues bien en medio de aquel barullo y de aquel desorden, nuestro joven avanz con el corazn palpitante, sintiendo el roce de su larga espada en las piernas flacas, y con una mano en el borde del chambergo, con la semisonrisa del provinciano turbado que quiere causar buena impresin. Cuando lograba rebasar a un grupo, respiraba ms libremente; pero comprenda que los circunstantes se volvan para mirarle, y, por primera vez en su vida, d'Artagnan, que hasta entonces haba tenido una opinin bastante buena de s mismo, se senta ridculo.

Una vez que hubo llegado a la escalera, fue peor an: en los primeros escalones haba cuatro mosqueteros que se divertan, mientras que diez o doce de sus camaradas aguardaban en el rellano a que les llegase el turno para intervenir, en el juego siguiente.

Uno de ellos, colocado en el escaln ms alto, con la espada desnuda en la mano, impeda o por lo menos trataba de impedir que subiese los otros tres. Los otros tres esgriman contra l sus espadas con gran agilidad. D'Artagnan crey al principio que aquellos aceros era florete de esgrima y que tenan puestos los botones; pero comprendi bien pronto, por ciertos araazos, que cada arma estaba, por el contrario, afilada y aguzada a la perfeccin. A cada uno de aquellos araazos, no solamente los espectadores rean como locos, sino tambin los actores.

El que acababa en aquel momento el escaln superior mantena maravillosamente a raya a sus adversarios. Se haca un crculo en torno a ellos; las condiciones convenidas exigan que a cada golpe, el tocado abandonara su puesto, perdiendo su turno para la audiencia, en provecho del que le toc. En cinco minutos, tres quedaron araados, el uno en el puo, el otro en la barbilla, el otro en la oreja, por el defensor del escaln, que no lleg a ser alcanzado; hazaa que le vali, segn el trato fijado, tres puestos a favor.

Por poco asombradizo que fuera, o que quisiera ser, nuestro joven viajero, aquel pasatiempo no dej de admirarle; haba visto en su provincia, aquella tierra donde, sin embargo, se caldean tan pronto las cabezas, emplear ms preliminares para los duelos, y la gasconada de aquellos cuatro tiradores le pareci la ms fuerte de las que haba odo hasta ahora, incluso en Gascua. Se crey transportado a aquel famoso pas de los gigantes adonde Gulliver fue aos ms tarde y tuvo tanto miedo; y, sin embargo, todava no haba llegado al final: le quedaban el rellano y la antecmara.

En el rellano no haba nadie batindose: se contaban historias de mujeres; y en la antecmara, historias de la corte. En el rellano, d'Artagnan se ruboriz, en la antecmara se estremeci. Su imaginacin despierta y vagabunda, que en Gascua le haca temible a las criadas jvenes y a veces incluso a las seoritas, no haba soado nunca, ni siquiera en sus momentos de delirio, con la mitad de aquellas maravillas amorosas ni con la cuarta parte de aquellas proezas galantes, realzadas por los nombres ms conocidos y los detalles menos velados.

Pero, si su amor a las buenas costumbres recibi un choque en el rellano, su respeto hacia el cardenal result escandalizado en la antecmara. All, con gran asombro por su parte, d'Artagnan oa criticar a voz en grito la poltica que haca temblar a Europa y la vida privada del cardenal, que haba costado ya crueles castigos a altos y poderosos seores que haban intentado profundizar en ella. Aquel gran hombre, reverenciado por el seor d'Artagnan padre, serva de chacota a los mosqueteros del seor de Trville, que se burlaban de sus piernas encanijadas y de su espalda con joroba; algunos cantaban letrillas sobre la seora d'Aiguillon, su amante, y sobre la seora de Combalet, su sobrina, mientras otros referan sus empresas contra los pajes y los guardias del cardenal duque, cosas todas que parecan a d'Artagnan imposibilidades monstruosas.

Pero, cuando el nombre del rey intervena repentinamente a veces en medio de todas aquellas chanzas cardenalicias, una especie de mordaza calafateada por un momento aquellas bocas burlonas; se miraba con titubeos alrededor y pareca temerse la indiscrecin del tabique del gabinete del seor de Trville: pero bien pronto una alusin volva a encauzar la charla hacia su Eminencia, y entonces las improvisaciones alcanzaban su mayor brillo, y la luz era llevada sobre cada una de las acciones del cardenal.

"Desde luego esta gente ir toda la Bastilla y ser ahorcada", pens d'Artagnan con terror, " y yo, sin duda alguna, tendr que ir con ellos, puesto que, desde el momento en que los he escuchado y he prestado atencin, puedo ser considerado como cmplice. Qu dira mi seor padre, que con tanta insistencia me recomend que respetase al cardenal, si me supiese en compaa de semejantes paganos?"

De esta forma, como se supone sin necesidad de que yo lo diga, d'Artagnan no se atreva a mezclarse en la conversacin: nicamente miraba con los ojos abiertos de par en par, escuchando con los odos bien aguzados, tendiendo vidamente sus cinco sentidos para no perderse nada, y, a pesar de su confianza en las recomendaciones paternas, se senta halagado en sus gustos y arrastrado por su instinto a alabar ms bien que a censurar las cosas ms inslitas que all sucedan.

Pero, como resultaba absolutamente distinto dentro de la multitud de cortesanos del seor de Trville, y como era la primera vez que lo vean en semejante lugar, acudieron a preguntarle qu deseaba. A esa pregunta, d'Artagnan respondi dando su nombre muy humildemente, sac a relucir su ttulo de paisano, y le rog al lacayo de cmara que haba venido a hacerle aquella pregunta que le solicitase en su nombre al seor de Trville una pequea audiencia, solicitud que el criado prometi transmitir, en su momento oportuno empleando para ello un tono protector.

D'Artagnan, un poco recobrado de su primera sorpresa, tuvo, por tanto, ocasin de estudiar ligeramente los trajes y las fisonomas.

El centro del grupo ms animado era un mosquetero de gran estatura, de rostro altivo y de una originalidad en el traje que haca recaer l la atencin general. En ese momento no llevaba la casaca de uniforme, que, por lo dems, no era absolutamente obligatoria en aquella poca de libertad mnima, pero de independencia grande, sino un justillo celeste, un poco marchito y rado, y sobre aquella prenda un tahal magnfico, con bordados de oro y que reluca como las escamas con que se cubre el agua cuando brilla el sol. Un largo manto de terciopelo carmes caa con gracia sobre sus hombros, descubriendo por delante solamente el esplndido tahal, del que penda una espada gigantesca.

Aquel mosquetero acababa de salir de guardia en aquel instante se quejaba de estar resfriado y tosa de vez en cuando con afectacin. Por eso, segn deca a todos los que estaban a su alrededor, haban cogido la capa, y mientras que hablaba con la cabeza erguida, retorcindose desdeosamente el bigote, se le admiraba con entusiasmo el tahal bordado, y d'Artagnan ms que nadie. Qu queris? deca el mosquetero ; la moda se impone; es una locura, lo s muy bien, pero es la moda. Por otra parte, en alguna cosa hay que emplear el dinero de la legtima. Vamos, Porthos! exclam uno de los circunstantes , no trates de hacernos creer que ese tahal te viene de la generosidad paterna; seguramente te lo ha dado aquella dama velada con la que te encontr el domingo pasado por la puerta de Saint Honor. No por mi honor de caballero y mi palabra y mi palabra de gentilhombre, lo he comprado yo mismo, con mis propios caudales respondi el mosquetero que haba sido llamado por le nombre de Porthos, y cuya jactancia destacaba sobre su bullicioso auditorio. S, como yo he comprado dijo otro mosquetero esta bolsa nueva con la que mi amante haba metido en la vieja. Es verdad dijo Porthos , y la prueba es que he pagado por esto doce pistolas. La admiracin se redobl, aunque la duda continuaba existiendo. No verdad, Aramis pregunt Porthos, volvindose hacia otro mosquetero.

Este otro mosquetero formaba un contraste perfecto con el que le interrogaba y acababa de designarle por le nombre de Aramis: era un joven de apenas veintids o veintitrs aos, de rostro ingenuo y bondadoso, ojos negros y dulces y mejillas sonrosadas y aterciopeladas como un melocotn en otoo; su fino bigote dibujaba, sobre su labio superior, una lnea de una perfecta rectitud; sus manos parecan temer bajarse por miedo a que sus venas se le hincharan, y de vez en cuando se pellizcaban en el borde de las orejas para mantenerlas de un encarnado tierno y transparente. Habitualmente hablaba poco y despacio, saludaba mucho, rea sin ruido mostrando sus dientes, que eran muy bonitos y de los que, como el resto de su persona, pareca ciudarse con el mayor esmero. Respondi con un signo afirmativo de cabeza a la interpelacin de su amigo.

Aquella afirmacin pareci haber disipado todas las dudas con respecto a tahal; se continu, pues, admirndolo, pero sin volver a hablar de l: y, por uno de esos giros rpidos del pensamiento, la conversacin pas de pronto a un tema distinto. Qu pensis vosotros de eso que cuenta el escudero de Chalais? pregunt otro mosquetero sin interpelar directamente a nadie, ms al contrario, dirigindose a todo el mundo. Y, qu es lo que cuenta? pregunt Porthos con tono de suficiencia. Cuenta que ha encontrado en Bruselas a Rochefort, el alma maldita del cardenal, disfrazado de capuchino; ese endiablado Rochefort, gracias a tal disfraz, se la haba pegado al seor de Laigues como tonto que es. Como un verdadero tonto dijo Porthos ; pero es que la cosa es cierta? Yo la s por Aramis replic el mosquetero. De verdad? Tambin vos lo sabis, Porthos dijo Aramis , os lo cont ayer mismo, no hablemos ms de esto. No hablemos ms de esto es todo lo que se os ocurre decir protest Porthos . No hablemos ms de esto, rediez, qu manera ms rpida tenis de acabar las cosas! Cmo, el cardenal hace espiar a un gentilhombre, hace que su correspondencia le sea robada por un traidor, un bergante, un canalla; hace, con ayuda de ese espa y gracias a esa correspondencia, que se le corte la cabeza a Chalais, bajo el pretexto estpido de que ha querido matar al rey y casar a Monsieur ( I ) con la reina. Nadie saba una palabra de semejante enigma; nos lo decs ayer, para gran satisfaccin nuestra, y cuando todava estamos todos turulatos por la noticia, vens y nos decs ahora: No hablemos ms de esto! Bueno, pues hablemos de eso, puesto que as lo deseis! replic Aramis con paciencia. Ese Rochefort exclam Porthos , si yo fuera el escudero del pobre Chalais, iba a pasar conmigo un mal momento. Y vos por vuestra parte pasaras un mal cuarto de hora con el duque Rojo dijo Aramis. Ah, el duque Rojo! Bravo, bravo, el duque Rojo! respondi Porthos aplaudiendo con las manos y aprobando con la cabeza . Eso del duque Rojo es encantador. Har correr vuestra frase, querido, estad tranquilo. Tiene ingenio este Aramis! Que desgracia que no hayis podido seguir vuestra vocacin! Habrais sido un abad delicioso, mi querido amigo! No es ms que un retraso momentneo replic Aramis ; un da lo ser. Vos sabis muy bien, Porthos, que continu estudiando Teologa para eso. Lo har tal como dice replic Porthos , lo har tarde o temprano. Temprano dijo Aramis. No aguarda ms que una cosa para volver a tomar la sotana, que tiene colgada detrs del uniforme dijo un mosquetero. Y qu cosa es la que guarda? pregunt otro. Aguarda a que la reina le haya dado un heredero a la corona de Francia. No bromeemos con eso, seores dijo Porthos ; gracias a Dios, la reina est todava en edad de poder darlo. Se dice que el seor de Buckingham est en Francia dej caer en Aramis con una risa socarrona que daba a aquella frase, tan simple en apariencia, una significacin pasablemente escandalosa. Aramis, amigo mo, esta vez os habis equivocado interrumpi Porthos , y vuestra mana de hacer frases os ha hecho pasar de la raya; si el seor de Trville os oyese, os arrepentirais de haber hablado as. Es que vais vos a darme lecciones, Porthos? pregunt Aramis, por los ojos del cual se vio pasar algo as como un relmpago. Querido, sed mosquetero o abad. Sed una u otra cosa, pero no las dos dijo Porthos Mirad, Athos os dijo tambin el otro da: Siempre jugis a los dos paos. Ah!, no nos enfademos, os lo ruego, sera intil; sabis muy bien lo que est convenido entre vos, Athos y yo. Vais a casa de la seora d'Aiguillon y le hacis le corte; vais a casa de la seora Bois Tracy , la prima de la seora de Chevreuse, y pasis por estar muy adelantado en los favores de esa dama. Oh!, Dios mo, no confesis vuestra dicha, no se os pide vuestro secreto, se conoce vuestra discrecin. Pero, puesto que poseis esa virtud, qu diablo!, haced uso de ella respecto a Su Majestad. Que se ocupe quienquiera y como quiera del rey y del cardenal; pero la reina es sagrada, y si se habla de ella, que sea para bien. Porthos, sois pretencioso como Narciso, os lo prevengo respondi Aramis . Sabis que odio los sermones, excepto cuando los pronuncia Athos. En cuanto a vos, querido, tenis un tahal demasiado magnfico para estar fuerte en ese aspecto. Ser abad si me conviene; mientras tanto, soy mosquetero; como tal, digo lo que me viene en gana, y en este momento me vienen en ganas deciros que me fastidiis. Aramis! Porthos! Vamos, seores, seores! se grit en torno a ellos. El seor de Trville aguarda al seor de d'Artagnan interrumpi el lacayo, abriendo la puerta del gabinete.

A este anuncio, durante le cual la puerta permaneci entornada, se call todo el mundo, y, en medio del silencio general, el joven gascn atraves la antecmara en una parte de su longitud y entr en la estancia del capitn de los mosqueteros, felicitndose con todo su corazn por escapar tan oportunamente del final de aquella extraa querella.

III

LA AUDIENCIA

El seor de Trville estaba en ese momento de muy mal humor; sin embargo, salud cortsmente al joven, que hizo una profunda inclinacin, y le sonri al escuchar su presentacin, cuyo acento bearns le recordaba a la par su juventud y su patria chica, doble recuerdo que hace sonrer al hombre en todas las edades. Pero, acercndose casi inmediatamente a la antecmara y hacindole a d'Artagnan un signo con la mano, como para pedirle permiso a fin de acabar con los otros antes de empezar con l, llam tres veces, aumentando la voz a cada llamada, de suerte que recorri todos los tonos existentes entre el acento imperativo y el acento irritado: Athos! Porthos! Aramis!

Los dos mosqueteros, con los que ya hemos trabado conocimiento y que respondan a los dos ltimos de estos tres nombres, abandonaron inmediatamente los grupos de los que formaban parte, y avanzaron hacia el gabinete cuya puerta se cerr tras ellos despus que hubieron franqueado el umbral. Su actitud, aunque no pareca del todo tranquila, excit sin embargo, por su desenvoltura a la vez llena de dignidad y de sumisin, la admiracin de d'Artagnan, que vea en aquellos hombres semidioses, y en el jefe de ambos a un Jpiter olmpico armado con todos sus rayos.

Cuando los dos mosqueteros hubieron entrado, cuando la puerta se cerr tras ellos, cuando el murmullo zumbador de la antecmara, al cual el llamamiento recin hecho acababa sin duda de dar un nuevo aliciente, hubo recomenzado; cuando, en fin, el seor de Trville hubo dado tres o cuatro zancadas, silencioso y con las cejas fruncidas, a todo lo largo de su gabinete, pasando cada vez delante de Porthos y de Aramis, rgidos y mudos como en una revista, se detuvo repentinamente frente a ellos, y cubrindolos de pies a cabeza con una mirada irritada, dijo: Sabis lo que me ha dicho el rey, y no ms tarde de ayer noche, lo sabis, seores? No respondieron despus de un instante de silencio los dos mosqueteros , no, seor, lo ignoramos. Pero espero que nos haris el honor de decrnoslo agreg Aramis con el tono ms educado y la ms graciosa reverencia. Me ha dicho que de ahora en adelante reclutar a sus mosqueteros entre los guardias del seor cardenal. Entre los guardias del seor cardenal! Y por qu eso? pregunt vivamente Porthos. Porque est viendo que su aguapi necesita ser reforzado con una mezcla de vino.

Los dos mosqueteros enrojecieron hasta el blanco de los ojos. D'Artagnan no saba dnde meterse y habra preferido que se lo tragase la tierra. S, si continu el seor de Trville, animndose , y Su Majestad tena razn, puesto, que a fe ma, es cierto que los mosqueteros hacen un triste papel en la corte. El seor cardenal contaba ayer, jugando con el rey, con un aire de conmiseracin que me desagrada terriblemente, que anteayer esos condenados mosqueteros, esos diablos sueltos, recalcando aquellas palabras con un acento irnico que me desagrada todava ms, esos perdonavidas, aada mirndome con sus ojos de gatotigre, se haban demorado en una taberna de la calle Frou, y una ronda de sus guardias (cre que se me iba a echar a rer en las narices) se haba visto obligada a detener a los perturbadores. Pardiez, debis saber algo de eso! Detener a mosqueteros! Fuisteis vosotros, vosotros mismos, no os defendis, se os ha reconocido, y el cardenal os ha nombrado. He ah mi falta, s, mi falta, puesto que soy yo quien elijo a mis hombres. Veamos, vos, Aramis, por qu diablos me habis solicitado la casaca cuando debais de estar tan bien bajo la sotana? Veamos, Porthos, no tenis tan hermoso tahal de oro ms que para colgar de l una espada de paja? Y Athos? No veo a Athos, Dnde est? Seor respondi tristemente Aramis , est enfermo, muy enfermo. Enfermo, muy enfermo decs? Y de qu enfermedad? Se teme que sean las viruelas locas, seor respondi Porthos, queriendo mezclarse a su vez en la conversacin , cosa que sera muy molesta, por que desde luego le echara a perder la cara. Viruelas locas! He aqu una gloriosa historia que me contis, Porthos. La enfermedad de las viruelas locas a su edad! Pero no puede ser... Sin duda estar herido, muerto quiz. Ah, si yo lo supiese! Por los clavos de Cristo, seores mosqueteros, yo no quiero que se frecuenten los malos lugares, que se busque querella en la calle y que se tire de la espada en las esquinas! No quiero que se toma a broma a los guardias del seor cardenal, que son gente buena, tranquila, hombres hbiles que no se conducen nunca de forma que tengan que detenerlos, y que adems no se dejaran detener, estoy seguro. Preferiran morir en el sitio antes que dar un paso atrs. Salvarse, poner pies en polvorosa, huir, eso es una cosa que queda para los mosqueteros del rey!

Porthos y Aramis temblaban de rabia. Con mucho gusto habran estrangulado al seor de Trville si en el fondo de todo aquello no hubiesen comprendido que era el gran amor que les tena lo que haca hablar as. Golpeaban la alfombra con ,los pies, se mordan los labios hasta hacerse sangre y apretando con todas sus fuerzas la guarda de sus espadas.

Fuera se haba odo llamar, como hemos dicho, a Athos, a Porthos y a Aramis, y se haba adivinado, por el acento de la voz del seor de Trville, que estaba sumamente encolerizado. Diez cabezas curiosas se haban apoyado sobre la tapicera y palidecan de furor, puesto que sus orejas pegadas a la puerta no perdan una slaba de lo que se estaba diciendo, mientras que sus bocas repetan las palabras insultantes del capitn, a medida que ste les iba pronunciando a todos los ocupantes de la antecmara. En pocos momentos, desde la puerta del gabinete hasta la puerta de la calle, toda la casa se puso en ebullicin. Ah, los mosqueteros del rey se hacen detener por los guardias del seor cardenal! continu el seor de Trville, tan furioso en su fuero interno como sus soldados, pero refrenando sus palabras y hundindolas una a una por as decirlo, como otros golpes de estilete, en el pecho de sus oyentes . Ah, seis guardias de Su Eminencia detienen a seis mosqueteros de Su Majestad! Pardiez, ya s lo que tengo que hacer! Me dirigir al Louvre; presentar mi dimisin de capitn de los mosqueteros del rey y solicitar un puesto de teniente en los guardias del cardenal, y si no me admite, entonces me hago abad.

A estas palabras el murmullo del exterior se convirti en una explosin: por doquier no se oan sino juramentos y blasfemias. Los tacos y las maldiciones se cruzaban en le aire. D'Artagnan buscaba un tapiz tras el que ocultarse, y, a la vez, senta ansias desmesuradas de acurrucarse debajo de la mesa. Pues bien, mi capitn dijo Porthos, fuera de s , la verdad es que ramos seis contra seis, pero nos cogieron a traicin, y antes de que tuvisemos tiempo de sacar las espadas, dos de los nuestros haban cado muertos, y Athos, herido gravemente, no serva para nada. Porque vos sabis muy bien cmo es Athos. Pues, sabedlo, capitn, intent levantarse dos veces y las dos veces se cay. Sin embargo, no nos rendimos; se nos arrastr a viva fuerza. Por el camino nos escapamos. En cuanto a Athos, le creyeron muerto y lo dejaron tranquilamente en el campo de batalla, pensando que no vala la pena transportarlo. Esa es toda la historia. Qu diablo, capitn! No se gana todas las batallas. El gran Pompeyo perdi la de Farsalia. Y el rey Francisco I, que, por lo que he odo decir, era otro Pompeyo, perdi sin embargo la Pava. Y yo tengo el honor de aseguraros que mat a uno de los seis con su propia espada dijo Aramis , puesto que la ma se rompi en la primera parada. Mat o apual, seor, como usted prefiera.

No saba eso detalles dijo el seor de Trville con un tono un poco dulcificado . Por lo que veo, el seor cardenal exager un poco. Pero, por favor, seor continu Aramis, que, viendo apaciguarse a su capitn, osaba presentar una peticin , por favor, seor, no digis que el pobre Athos est herido; se desesperara al saber que eso ha llegado a odos del rey, y como la herida es de las ms graves, puesto que, despus de haberle atravesado el hombro, penetra al pecho, sera de temer...

En el mismo instante la cortina se apart, y una cabeza noble y bella, pero espantosamente plida, apareci bajo los flecos. Athos! exclamaron los dos mosqueteros. Athos! repiti el mismo seor de Trville. Me habis llamado, seor dijo Athos al seor de Trville con una voz muy dbil, pero perfectamente tranquila , habis preguntado por m, por lo que me han dicho nuestros camaradas, y me apresuro a ponerme a vuestras rdenes; heme aqu, seor, para qu me queris?

Y diciendo estas palabras el mosquetero irreprochablemente vestido, entallado como de costumbre, entr con un paso firme en el gabinete. El seor Trville, conmovido hasta el fondo de su corazn por aquella prueba de valor, se precipit hacia l. Estaba a punto de decir a estos caballeros declar que prohbo a mis mosqueteros que expongan sus vidas sin necesidad, puesto que la gente digna es muy querida del rey, y el rey sabe que sus mosqueteros son los hombres ms valerosos del mundo. Vuestra mano, Athos.

Y sin aguardar al que recin llegado respondiese por s mismo a aquella prueba de afecto, el seor de Trville le agarr la mano derecha y se la apret con todas sus fuerzas, sin darse cuenta de que Athos, por mucho que fuese su dominio sobre s mismo, dejaba escapar un movimiento de dolor y palideca an ms, lo que se habra podido creer imposible.

La puerta se haba quedado entreabierta, tanta sensacin haba producido la llegada de Athos, cuya herida, a pesar del secreto guardado, era conocida por todos. Un murmullo de satisfaccin acogi las ltimas palabras del capitn, y dos o tres cabezas, impulsadas por el entusiasmo, aparecieron entre las aberturas de la tapicera. Sin duda el seor de Trville iba a reprimir con vivas palabras aquella infraccin a las leyes de la etiqueta, cuando sinti de pronto como la mano de Athos se crispaba en la suya, y al posar sus ojos en l, advirti que iba a desmayarse. En el mismo instante, Athos, que haba reunido todas sus fuerzas para luchar contra le dolor, vencido al fin por ste, cay al suelo como si estuviera muerto. Un cirujano! exclam el seor de Trville . El mo , el del rey, el mejor! Un cirujano o, de lo contrario, mi bravo Athos morir!

A los gritos del seor de Trville todo el mundo se precipit en su gabinete sin que l pensase en cerrar la puerta a nadie, colocndose cada cual alrededor del herido. Pero todo aquel afn habra sido intil si el doctor solicitado no se hubiese hallado en la casa; apart a la multitud, se aproxim a Athos que segua desmayado, y, como todo aquel ruido y todo aquel movimiento le fastidiaba muchsimo, exigi, como primera cosa y como lo ms urgente, que el mosquetero fuese trasladado a una habitacin vecina. Inmediatamente, el seor de Trville abri una puerta y mostr el camino a Porthos y a Aramis, que llevaron a su camarada en sus brazos. Detrs de aquel grupo iba el cirujano, y detrs del cirujano fue cerrada la puerta.

Entonces, el gabinete del seor de Trville, aquel lugar ordinariamente tan respetado, se convirti de momento en una sucursal de la antecmara. Cada cual discurra, peroraba, hablaba en voz, jurando, maldiciendo, enviando al cardenal y a sus guardias a todos los diablos.

Un instante despus volvieron a entrar Porthos y Aramis; solamente el cirujano y el seor de Trville se haban quedado junto al herido.

Por fin, el seor de Trville volvi a entrar a su vez. El herido haba recobrado el conocimiento; el cirujano declaraba que el estado del mosquetero no tena nada que pudiese inquietar a sus amigos, estando causada su debilidad pura y simplemente por la prdida de sangre.

Luego, el seor de Trville hizo una seal con la mano, y todo el mundo se retir, excepto d'Artagnan, que no olvidaba que tena audiencia, y que, con su tenacidad del gascn, haba permanecido en el mismo sitio

Cuando todo el mundo hubo salido y la puerta qued cerrada, el seor de Trville se volvi y se encontr solo con el joven. El acontecimiento que acababa de ocurrir le haba hecho perder un poco el hilo de sus ideas. Se inform de lo que quera aquel obstinado pedigeo. D'Artagnan entonces dijo como se llamaba, y el seor de Trville, rememorando de golpe todos sus recuerdos del presente y del pasado, se puso al corriente de la situacin.

Perdn le dijo sonriendo , perdn mi querido paisano, pero os haba olvidado del todo. Qu queris?, un capitn no es ms que un padre de familia cargado con una responsabilidad mayor que la de un padre de familia ordinario. Los soldados son nios grandes; pero como me interesa que las rdenes del rey, y sobre todo las del seor cardenal sean ejecutadas...

D'Artagnan no pudo disimular una sonrisa. Al notar aquella sonrisa, el seor de Trville juzg que no tena que vrselas con un tonto, y, yendo al grano, cambiando bruscamente de conversacin, dijo: He querido mucho a vuestro seor padre. Qu puedo hacer por su hijo? Daos prisa, mi tiempo no me pertenece. Seor dijo d'Artagnan , al salir de Tarbes para venir aqu me propona pediros, en recuerdo de esa amistad de la que no os habis olvidado, una casada de mosquetero; pero despus de todo lo que estoy viendo desde hace dos horas, comprendo que un favor as sera enorme y tiemblo al pensar que no lo merezco. Es un favor, en efecto, joven respondi el seor de Trville , pero no tan por encima de vuestras fuerzas como lo creis o aparentis creer. Sin embargo, una decisin de Su Majestad ha previsto este caso; y os anuncio con sentimiento que no se admite como mosquetero a nadie antes de que haya hecho la prueba previa de algunas campaas, ciertas acciones brillantes o un servicio de dos aos en algn otro regimiento menos favorecido que el nuestro.

D'Artagnan se inclin sin responder nada. Se senta an ms deseoso de embutirse en el uniforme de mosquetero desde el momento en que haba tan grandes dificultades para conseguirlo. Pero continu Trville, fijando sobre su paisano una mirada tan penetrante que se hubiera dicho que quera leer hasta el fondo de su corazn , pero, en favor de vuestro padre, mi antiguo compaero, como ya os lo he dicho, quiero hacer alguna cosa por vos, joven. Nuestros segundones de Barn no son por lo comn muy ricos, y dudo que las cosas hayan cambiado mucho desde mi alejamiento de la provincia. Por tanto, no debis de tener demasiado para vivir con el dinero que os hayis trado.

D'Artagnan se enderez con un aire orgulloso que quera decir que no le peda limosna a nadie.

_ Est bien, joven, est bien- continu Trville-, conozco muy bien esos aires; vine a Pars con cuatro escudos en el bolsillo, y me habra batido con cualquiera que me hubiese dicho que no tena dinero bastante para comprar el Louvre.D'Artagnan se enderez aun ms; gracias a la venta de su caballo, comenzaba su carrera con cuatro escudos ms que el seor de Trville cuando comenz la suya. Debis, pues, os deca, tener necesidad de conservar lo que ahora tengis, por importante que sea esa suma; pero necesitis tambin perfeccionaros en los ejercicios que convienen a un hidalgo. Escribir hoy mismo una carta al director de la Academia Real, y desde maana os recibir sin retribucin alguna. No rehusis esta pequea facilidad. Nuestros hidalgos mejor nacidos y ms ricos lo solicitan a veces sin poderla obtener. Aprenderis all el manejo del caballo, la esgrima y la danza; trabaris buenas relaciones, y de vez en cuando vendris a verme para decirme cmo estis y si puedo hacer alguna cosa por vos.

D'Artagnan, por ignorante que fuese an de las costumbres de la corte, advirti en seguida la frialdad de aquella acogida. Ay, seor! dijo , veo lo mucho que hoy me hara falta la carta de recomendacin que mi padre me haba entregado para vos. En efecto respondi el seor de Trville , me asombro de que hayis emprendido un viaje tan largo sin ese vitico obligado, el nico recurso son que contamos los bearneses. Lo tena, seor, y, a Dios gracias, en debida forma exclam d'Artagnan , pero me lo han robado prfidamente.

Y refiri toda la escena de Meung, describi el gentilhombre desconocido hasta el detalle ms mnimo, hacindolo todo con un calor y una veracidad que encantaron al seor de Trville. Es una cosa rara dijo este ltimo meditando , es que hablasteis de m en voz alta? S, seor sin duda comet una imprudencia, qu queris?, un nombre como el vuestro debera servirme de escudo en la ruta: juzgad si me habr cubierto a menudo con l! La adulacin entonces estaba muy en boga, y el seor de Trville gustaba de los halagos como un rey o como un cardenal. No pudo, por tanto, evitar sonrer con una visible satisfaccin, pero aquella sonrisa se borr pronto, y, volviendo por su parte a la aventura de Meung, continu: Decidme, ese caballero no tena una ligera cicatriz la mejilla?S como la que hara el rasguo de una bala.No era un hombre de buena presencia? S. De alta estura? S. De tez plida y cabello negro? S, s, as es. Pero, cmo es que vos conocis a ese hombre, seor? Ah si la encuentro alguna vez, y estoy seguro de que lo encontrar, os lo juro, aunque sea en el infierno...! Aguardaba a una mujer? insisti Trville. Por lo menos parti despus de haber hablado un instante con aquella a la que aguardaba. No sabis cul fue el tema de conversacin? Le entreg una caja, le dijo que esa caja contena sus instrucciones, y le recomend que no la abriese hasta llegar a Londres. Era inglesa esa mujer? l la llamaba Milady. Es l! murmur Trville , es l! Yo le crea an en Bruselas. Oh seor si sabis quin es ese hombre -exclam d'Artagnan , indicadme quin es y de dnde es, y os relevo de todo, incluso de vuestra promesa de hacerme entrar en los mosqueteros; ya que, antes que nada, quiero vengarme. Guardaos de eso, joven advirti Trville , y, al contrario, si lo veis venir por un lado de la calle, pasaos al otro. No choquis semejante roca: os rompera como a un cristal. Eso no impide dijo d'Artagnan que si alguna vez me lo encuentro... Mientras tanto dijo Trville , no le busquis, si me aceptis el consejo.

De repente Trville se detuvo, asaltado por una sospecha sbita. Aquel gran odio que manifestaba tan airadamente el joven viajero hacia aquel hombre, que, cosa bastante poco verosmil, le haba robado la carta a su padre, aquel odio no ocultaba alguna perfidia? No habra sido enviado ste por Su Eminencia? No vendra para tenderle un lazo? No sera aquel pretendido d'Artagnan un emisario del cardenal que trataba de introducirse en su casa y al que se le quera colocar al lado para sorprender su confianza y perderlo ms tarde, como ya se haba intentado miles de veces? Mir a d'Artagnan con ms fijeza todava esta segunda vez que la primera. Se tranquiliz medianamente por el aspecto de aquella fisonoma reveladora de espritu astuto y de humildad afectada. "S muy bien qu es gascn", pens; "pero lo mismo puede serlo para el cardenal que para m. Veamos, pongmosle a prueba." Amigo mo le dijo lentamente , quiero, como hijo que sois de mi viejo amigo, puesto que considero cierta la historia de esa carta perdida, quiero, digo, para reparar la frialdad que habis notado al principio en mi acogida, descubriros los secretos de nuestra poltica. El rey y el cardenal son los mejores amigos; sus aparentes desavenencias no tienen ms objeto que engaar a los tontos. No pretendo que un paisano, un fino caballero, un bravo muchacho, destinado a medrar, se deje engaar por todos estos fingimientos, y tropiece como un tonto en la trampa, siguiendo a tantos otros que se han perdido en ella. Pensad que estoy entregado a esos dos amos todopoderosos, y que jams mis pasos ms serios tendrn otro objeto que el servicio del rey y el del cardenal, uno de los genios ms ilustres que Francia haya producido. Ahora bien, ateneos a eso, y si, bien por familia, bien por amistades, bien por instintos, tenis contra el cardenal alguno de esos odios como los que vemos estallar en los hidalgos, decidme adis y abandonadnos. Os ayudar en mil circunstancias, pero sin uniros a mi persona. Espero que mi franqueza, en todo caso, os har amigo mo; puesto que hasta ahora sois el nico joven a quien haya hablado como lo hago.

Trville se deca para s: "Si el cardenal me ha mandado a este joven zorro, no habr dejado desde luego, l, que sabe hasta qu punto le detesto, de decir a su espa que el mejor medio de hacerme la corte es contarme atrocidades de l; por lo tanto, a pesar de mis protestas, el astuto compadre va a responderme seguramente que Su Eminencia le causa horror." Sucedi todo lo contrario de lo que esperaba Trville; d'Artagnan respondi con la mayor sencillez: Seor, llego a Pars con intenciones del todo anlogas. Mi padre me ha recomendado que no me someta a ms dictados que a los del rey, del seor cardenal y de vos mismo, a quienes considera los tres primeros de Francia.

Se advertir que d'Artagnan agregaba a los otros dos al seor de Trville; pero pensaba que aquella aadidura no deba estropear nada. Siento, pues, la mayor veneracin por el seor cardenal continu y el ms profundo respeto por sus actos. Tanto mejor para m, seor, que me hablis como decs, con franqueza: porque entonces me haris el honor de estimar est analoga de gustos; pero si es que habis sentido alguna desconfianza, bien natural por otra parte, comprendo que me pierdo al decir la verdad; pero tanto peor para m. El caso es que vos no dejaris de apreciarme, y es eso lo que ms me interesa en el mundo.

El seor de Trville se qued extraordinariamente sorprendido. Tanta penetracin y tanta franqueza no pudieron menos de admirarle, pero sus dudas no desaparecan del todo: cuanto ms superior se mostraba el joven a los dems, tanto ms de temer era si llevaba malas intenciones. Sin embargo, le estrech la mano a d'Artagnan, y le dijo: Sois un joven honrado, pero de momento no puedo hacer ms que lo que os he ofrecido hace poco. Mi casa estar siempre abierta para vos. Ms adelante, pudiendo verme a todas horas y, por consiguiente, aprovechar todas las ocasiones, obtendris probablemente lo que deseis conseguir con tanto anhelo. Es decir seor, repuso d'Artagnan , que esperis que me haga digno eso. Pues bien, estad tranquilo agreg con la familiaridad del gascn , no tendris que aguardar mucho tiempo.

Y salud para retirarse como si lo dems corriese de su cuenta. Pero esperad un momento dijo el seor de Trville detenindole , os he prometido una carta para el director de la Academia. Tan orgulloso sois que no queris aceptarla, mi joven hidalgo? No, seor dijo d'Artagnan , os prometo que con est no pasar como con la otra. La guardar con tanto cuidado, que llegar, os lo juro, a su destino, y ay de aqul que trate de quitrmela!

El seor de Trville sonri al escuchar aquella fanfarronada; y dejando a su joven paisano junto al hueco de la ventana donde se encontraban y donde haban hablado juntos, fue a sentarse a la mesa y se puso a escribir la prometida carta de recomendacin. Durante aquel tiempo, d'Artagnan, que no tena nada mejor que hacer, se puso a tamborilear una marcha contra los vidrios, mirando a los mosqueteros que se iban unos detrs de otros, siguindolos con la mirada hasta que desaparecan al revolver la calle.

El seor de Trville, despus de haber escrito la carta, la sell, y, levantndose, se aproxim al joven para drsela; pero, en el momento mismo en que d'Artagnan extenda la mano para recibirla, el seor de Trville se asombr al ver cmo su protegido daba un brinco, enrojeca de clera y se lanzaba fuera de la habitacin gritando: Ah, pardiez! Esta vez no se me escapar! A quin os refers? pregunt el seor de Trville. A l, al que me rob! respondi d'Artagnan . Ah, traidor! y desapareci. Maldito loco! murmur el seor de Trville . A menos agreg que no sea una manera hbil de escabullirse, viendo que le ha fallado el golpe.

IV

EL HOMBRO DE ATHOS, EL TAHAL DE PORTHOS Y EL PAUELO DE ARAMIS

Furioso, d'Artagnan haba atravesado la antecmara en tres zancadas y se lanzaba a la escalera, dispuesto a bajar los peldaos de cuatro en cuatro, cuando, impulsado por su carrera, fue a dar de cabeza contra un mosquetero que sala de las habitaciones del seor de Trville por una puerta excusada, y chocndole de frente al hombro, le hizo lanzar un grito o, mejor dicho, un rugido. Excusadme dijo d'Artagnan, tratando de reemprender su carrera , excusadme, pero llevo prisa. Apenas haba puesto el pie en el primer escaln, cuando un puo de hierro lo cogi por el cinturn y lo detuvo. Conque tenis prisa? exclam el mosquetero, plido como una mortaja . Con ese pretexto chocis conmigo, me decs "excusadme" y creis que con eso basta, no? De ninguna manera, jovencito. Creis que porque hayis odo hoy que el seor de Trville nos hablaba un tanto bruscamente, se nos puede tratar como l nos habla? Desengaaos, compaero; vos no sois el seor de Trville. A fe ma replic d'Artagnan que reconoci a Athos, el cual, despus de la cura hecha por el doctor, volva a su alojamiento , a fe ma, no lo he hecho adrede, y, no habindolo hecho adrede, he dicho: "excusadme". Me parece que ya eso es bastante. Os repito sin embargo, y esta vez es ya quiz es demasiado, que os doy mi palabra de honor de que tengo prisa, mucha prisa. Soltadme pues, os lo ruego, y dejadme ir a atender mis asuntos. Caballero dijo Athos, soltndole , no sois corts. Se ve que vens de lejos. D'Artagnan haba bajado ya tres o cuatro escalones, pero al or la observacin de Athos se detuvo en el acto. Pardiez, caballero dijo , por lejos que sea de donde yo venga, no sois vos quien me daris lecciones de buenas maneras, os lo prevengo Tal vez s dijo Athos. Ah!, si no tuviera tanta prisa exclam d'Artagnan y si no fuese en pos de un tipo... Caballero de la prisa, a m me podris encontrar sin necesidad de correr, comprenderis? Y, dnde?, si os place. Cerca de los Carmelitas Descalzas. A qu hora? A medioda A medioda, est bien; no faltar. Procurad no hacerme esperar, porque a las doce y cuarto ser yo quien correr para cortaros las orejas. Bueno le grit d'Artagnan ; estar all a las doce menos diez. Y se puso a correr como alma que lleva el diablo, esperando encontrar an a su desconocido al que su paso mesurado no deba haberle llevado muy lejos.

Pero, en la puerta de la calle, Porthos estaba hablando con un soldado de la guardia. Entre los dos interlocutores haba justamente el espacio para pasar un hombre. D'Artagnan crey que aquel espacio le bastara, y se lanz como una flecha entre las dos personas. Pero d'Artagnan no haba contado con el viento. Cuando iba a pasar, el viento se hinch en la larga capa de Porthos, y d'Artagnan vino a tropezar de lleno con la misma. Sin duda, Porthos tena razones para no abandonar aquella parte esencial de su indumentaria, puesto que, en lugar de soltar el trozo que tena, tir hacia l, de suerte que d'Artagnan se enroll en el terciopelo por un movimiento de rotacin motivado por la resistencia del obstinado Porthos.

D'Artagnan, al or maldecir la mosquetero, quiso salir de debajo de la capa que le cegaba y busc su camino entre los pliegues. Tema, sobre todo, haber atentado contra la pulcritud del magnfico tahal que ya conocemos; pero al abrir tmidamente los ojos, se vio con la nariz pegada entre los dos hombros de Porthos, es decir precisamente sobre el tahal.

Ay!, como la mayor parte de las cosas de este mundo, que no tienen ms que apariencia, el tahal era de oro por delante y de vulgar badana por detrs. Porthos, como autntico vanidoso que era, no pudiendo tener un tahal todo de oro tena por lo menos la mitad; se comprenda por tanto la necesidad del catarro y lo imprescindible de la capa. Rayos y centellas! grit Porthos haciendo toda clase de esfuerzos para desembarazarse de d'Artagnan que le haca cosquillas en la espalda , estis loco para lanzaros as sobre la gente? Excusadme dijo d'Artagnan, reapareciendo bajo el hombro del gigante , pero tengo mucha prisa, voy corriendo detrs de alguien y ... Es que os olvidis de vuestros ojos cuando os ponis a correr, por ventura? pregunt Porthos. No respondi d'Artagnan, picado , no, y gracias a mis ojos veo incluso lo que no ven los dems.

Porthos comprendi o no comprendi, el caso es que dejndose llevar por la clera, dijo: Caballero, os haris dar una zurra, os lo prevengo, si empujis de esta forma a los mosqueteros! Una zurra, caballero? replic d'Artagnan . La expresin es dura. Es la que suele emplear un hombre acostumbrado a mirar cara a cara a sus enemigos. Ah, pardiez!, ya s que no volvis la espalda ni a vuestros amigos. Y el joven, encantado con su picarda, se alej riendo a mandbula batiente. Porthos espume de rabia e hizo un movimiento para precipitarse sobre d'Artagnan. Ms tarde, ms tarde le grit ste , cuando no tengis ya vuestra capa. A la una, pues, detrs del Luxemburgo. Muy bien, a la una res