london 'el talón de hierro

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El talón de hierro Jack London 1908 CAPÍTULO I.- MI AGUILA La brisa de verano agita las gigantescas sequoias y las ondas de la Wild Water cabrillean cadenciosamente sobre las piedras musgosas. Danzan al sol las mariposas y en todas partes zumba el bordoneo mecedor de las abejas. Sola, en medio de una paz tan profunda, estoy sentada, pensativa e inquieta. Hasta el exceso de esta serenidad me turba y la torna irreal. El vasto mundo está en calma, pero es la calma que precede a las tempestades. Escucho y espío con todos mis sentidos el menor indicio del cataclismo inminente. ¡Con tal que no sea prematuro! ¡Oh, si no estallara demasiado pronto! 1 Es explicable mi inquietud. Pienso y pienso, sin descanso, y no puedo evitar el pensar. He vivido tanto tiempo en el corazón de la refriega, que la tranquilidad me oprime y mi imaginación vuelve, a pesar mío, a ese torbellino de devastación y de muerte que va a desencadenarse dentro de poco. Me parece oír los alaridos de las víctimas, ver, como ya lo he visto en el pasado 2 , a toda esa tierna y preciosa carne martirizada y mutilada, a todas esas almas arrancadas violentamente de sus nobles cuerpos y arrojadas a la cara de Dios. ¡Pobres mortales como somos, obligados a recurrir a la matanza y a la destrucción para alcanzar nuestro fin, para imponer en la tierra una paz y una felicidad durables! 1 La segunda revuelta fue en gran parte la obra de Ernesto Everhard, aunque, naturalmente, en cooperación con los líderes europeos. El arresto y la ejecución de Everhard constituyeron el acontecimiento más notable de la primavera de 1932. Pero había preparado tan minuciosamente ese levantamiento, que sus camaradas pudieron realizar igualmente sus planes sin demasiada confusión ni retardo. Después de la ejecución de Everhard, su viuda se retiró a Wake Robin Lodge, una casita en las montañas de la Sonoma, en California. 2 Alusión evidente a la primera revuelta, la de la Comuna de Chicago.

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Jack London 'El Talón de Hierro'

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El taln de hierro

El taln de hierro

Jack London

1908CAPTULO I.- MI AGUILA

La brisa de verano agita las gigantescas sequoias y las ondas de la Wild Water cabrillean cadenciosamente sobre las piedras musgosas.

Danzan al sol las mariposas y en todas partes zumba el bordoneo mecedor de las abejas. Sola, en medio de una paz tan profunda, estoy sentada, pensativa e inquieta. Hasta el exceso de esta serenidad me turba y la torna irreal. El vasto mundo est en calma, pero es la calma que precede a las tempestades. Escucho y espo con todos mis sentidos el menor indicio del cataclismo inminente. Con tal que no sea prematuro!

Oh, si no estallara demasiado pronto! Es explicable mi inquietud. Pienso y pienso, sin descanso, y no puedo evitar el pensar. He vivido tanto tiempo en el corazn de la refriega, que la tranquilidad me oprime y mi imaginacin vuelve, a pesar mo, a ese torbellino de devastacin y de muerte que va a desencadenarse dentro de poco. Me parece or los alaridos de las vctimas, ver, como ya lo he visto en el pasado, a toda esa tierna y preciosa carne martirizada y mutilada, a todas esas almas arrancadas violentamente de sus nobles cuerpos y arrojadas a la cara de Dios. Pobres mortales como somos, obligados a recurrir a la matanza y a la destruccin para alcanzar nuestro fin, para imponer en la tierra una paz y una felicidad durables!

Y, adems, estoy completamente sola! Cuando no sueo con lo que debe ser, sueo con lo que ha sido, con lo que ya no existe. Pienso en mi guila, que bata el vaco con sus alas infatigables y que emprendi vuelo hacia su sol, hacia el ideal resplandeciente de la libertad humana. Yo no podra quedarme cruzada de brazos para esperar el gran acontecimiento que es obra suya, a pesar de que l no est ya ms aqu para contemplar su ejecucin. Esto es el trabajo de sus manos, la creacin de su espritu. Sacrific a eso sus ms bellos aos y ofreci su vida misma.

He aqu por qu quiero consagrar este perodo de espera y de ansiedad al recuerdo de mi marido. Soy la nica persona del mundo que puede, proyectar cierta luz sobre esta personalidad, tan noble que es muy difcil darle su verdadero y vivo relieve. Era un alma inmensa.

Cuando mi amor se purifica de todo egosmo, lamento sobre todo que ya no est ms aqu para ver la aurora cercana. No podemos fracasar, porque construy demasiado slidamente, demasiado seguramente.

Del pecho de la humanidad abat ida arrancaremos el Taln de Hierro maldito! A una seal convenida, por todas partes se levantarn legiones de trabajadores, y jams se habr visto nada semejante en la historia.

La solidaridad de las masas trabajadoras est asegurada, y por primera vez estallar una revolucin internacional tan vasta como el vasto mundo.

Ya lo veis; estoy obsesionada por este acontecimiento que desde hace tanto tiempo he vivido da y noche en sus menores detalles. No puedo alejar el recuerdo de aquel que era el alma de todo esto. Todos saben que trabaj rudamente y sufri cruelmente por la libertad; pero nadie lo sabe mejor que yo, que durante estos veinte aos de conmociones he compartido su vida y he podido apreciar su paciencia, su esfuerzo incesante, su abnegacin absoluta a la causa por la cual muri hace slo dos meses.

Quiero intentar el relato simple de cmo Ernesto Everhard entr en mi vida, cmo su influencia sobre m creci hasta el punto de convertirme parte de l mismo y qu cambios prodigiosos obr en mi destino; de esta manera podris verlo con mis ojos y conocerlo como lo he conocido yo misma; slo callar algunos secretos demasiado dulces para ser revelados.

Lo vi por primera vez en febrero de 1912, cuando invitado a cenar por mi padre, entr en nuestra casa de Berkeley; no puedo decir que mi primera impresin haya sido favorable. Tenamos muchos invitados, y en el saln, en donde esperbamos que todos nuestros huspedes hubieran llegado, hizo una entrada bastante desdichada. Era la noche de los predicantes, como pap deca entre nosotros, y verdaderamente Ernesto no pareca en su sitio en medio de esa gente de iglesia.

En primer lugar, su ropa no le quedaba bien. Vesta un traje de pao oscuro, y l nunca pudo encontrar un traje de confeccin que le quedase bien. Esa noche, como siempre, sus msculos levantaban el gnero y, a consecuencia de la anchura de su pecho, la americana le haca muchos pliegues entre los hombros. Tena un cuello de campen de boxeo, espeso y slido. He aqu, pues, me deca, a este filsofo social, ex maestro herrero, que pap ha descubierto; y la verdad era que con esos bceps y ese pescuezo tena un fsico adecuado al papel. Lo clasifiqu inmediatamente como una especie de prodigio, un Blind Tom de la clase obrera.

Enseguida me dio la mano. El apretn era firme y fuerte, pero sobre todo me miraba atrevidamente con sus ojos negros... demasiado atrevidamente a mi parecer. Comprended: yo era una criatura del ambiente, y para esa poca mis instintos de clase eran poderosos. Este atrevimiento me hubiese parecido casi imperdonable en un hombre de mi propio mundo. S que no pude remediarlo y baje los ojos, y cuando se adelant y me dej atrs, fue con verdadero alivio que me volv para saludar al obispo Morehouse, uno de mis favoritos: era un hombre de edad media, dulce y grave, con el aspecto v la bondad de un Cristo y, por sobre todas las cosas, un sabio.

Mas esta osada que yo tomaba por presuncin era en realidad el hilo conductor que debera permitirme desenmaraar el carcter de Ernesto Everhard. Era simple y recto, no tena miedo a nada y se negaba a perder el tiempo en usos sociales convencionales. Si t me gustaste enseguida, me explic mucho tiempo despus, por qu no habra llenado mis ojos con lo que me gustaba? Acabo de decir que no tema a nada. Era un aristcrata de naturaleza, a pesar de que estuviese en un campo enemigo de la aristocracia. Era un superhombre. Era la bestia rubia descrita por Nietzsche, mas a pesar de ello era un ardiente demcrata.

Atareada como estaba recibiendo a los dems invitados, y quizs como consecuencia de mi mala impresin, olvid casi completamente al filsofo obrero. Una o dos veces en el transcurso de la comida atrajo mi atencin. Escuchaba la conversacin de diversos pastores; vi brillar en sus ojos un fulgor divertido. Deduje que estaba de humor alegre, y casi le perdon su indumentaria. El tiempo entretanto pasaba, la cena tocaba a su fin y todava no haba abierto una sola vez la boca, mientras los reverendos discurran hasta el desvaro sobre la clase obrera, sus relaciones con el clero y todo lo que la Iglesia haba hecho y hacia todava por ella. Advert que a mi padre le contrariaba ese mutismo.

Aprovech un instante de calma para alentarlo a dar su opinin. Ernesto se limit a alzarse de hombros, y despus de un breve No tengo nada que decir, se puso de nuevo a comer almendras saladas.

Pero mi padre no se daba fcilmente por vencido; al cabo de algunos instantes declar:

Tenemos entre nosotros a un miembro de la clase obrera. Estoy seguro de que podra presentarnos los hechos desde un punto de vista nuevo, interesante y remozado. Hablo del seor Everhard.

Los dems manifestaron un inters corts y urgieron a Ernesto a exponer sus ideas. Su actitud hacia l era tan amplia, tan tolerante y benigna que equivala lisa y llanamente a condescendencia. Vi que Ernesto lo entenda as y se diverta.

Pase lentamente sus ojos alrededor de la mesa y sorprend en ellos una chispa maliciosa.

No soy versado en la cortesa de las controversias eclesisticas comenz con aire modesto; luego pareci dudar.

Se escucharon voces de aliento: Contine, contine!. Y el doctor Hammerfield agreg:

No tememos la verdad que pueda traernos un hombre cualquiera... siempre que esa verdad sea sincera.

De modo que usted separa la sinceridad de la verdad? pregunt vivamente Ernesto, riendo.

El doctor Hammerfield permaneci un momento boquiabierto y termin por balbucir:

Cualquiera puede equivocarse, joven, cualquiera, el mejor hombre entre nosotros.

Un cambio prodigioso se oper en Ernesto. En un instante se troc en otro hombre.

Pues bien, entonces permtame que comience dicindole que se equivoca, que os equivocis vosotros todos. No sabis nada, y menos que nada, de la clase obrera. Vuestra sociologa es tan errnea y desprovista de valor como vuestro mtodo de razonamiento.

No fue tanto por lo que deca como por el tono conque lo deca que me sent sacudida al primer sonido de su voz. Era un llamado de clarn que me hizo vibrar entera. Y toda la mesa fue zarandeada, despertada de su runrn montono; y enervante.

Qu es lo que hay tan terriblemente errneo y desprovisto de valor en nuestro mtodo de razonamiento, joven? pregunt el doctor Hammerfield, y su entonacin traicionaba ya un timbre desapacible.

Vosotros sois metafsicos. Por la metafsica podis probar cualquier cosa, y una vez hecho eso, cualquier otro metafsico puede probar, con satisfaccin de su parte, que estabais en un error. Sois anarquistas en el dominio del pensamiento. Y tenis la vesnica pasin de las construcciones csmicas. Cada uno de vosotros habita un universo su manera, creado con sus propias fantasas y sus propios deseos.

No conocis nada del verdadero mundo en que vivs, y vuestro pensamiento no tiene ningn sitio en la realidad, salvo como fenmeno de aberracin mental... Sabis en qu pensaba cuando os oa hablar hace un instante a tontas y a locas? Me recordabais a esos escolsticos de la Edad Media que discutan grave y sabiamente cuntos ngeles podan bailar en la punta de un alfiler. Seores, estis tan lejos de la vida intelectual del siglo veinte como poda estarlo, hace una decena de miles de aos, algn brujo piel roja cuando haca sus sortilegios en la selva virgen.

Al lanzar este apstrofe, Ernesto pareca verdaderamente encolerizado.

Su faz enrojecida, su ceo arrugado, el fulgor de sus ojos, los movimientos del mentn y de la mandbula, todo denunciaba un humor agresivo. Era, empero, una de sus maneras de obrar. Una manera que excitaba siempre a la gente: su ataque fulminante la pona fuera de s.

Ya nuestros convidados olvidaban su compostura. El obispo Morehouse, inclinado hacia delante, escuchaba atentamente. El rostro del doctor Hammerfield estaba rojo de indignacin y de despecho. Los otros estaban tambin exasperados y algunos sonrean con aire de divertida superioridad. En cuanto a m, encontraba la escena muy alegre.

Mir a pap y me pareci que iba a estallar de risa al comprobar el efecto de esta bomba humana que haba tenido la audacia de introducir en nuestro medio.

Sus palabras son un poco vagas le interrumpi el doctor Hammerfield.

Qu quiere usted decir exactamente cuando nos llama metafsicos?

Os llamo metafsicos replic Ernesto porque razonis metafsicamente.

Vuestro mtodo es opuesto al de la ciencia y vuestras conclusiones carecen de toda validez. Probis todo y no probis nada; no hay entre vosotros dos que puedan ponerse de acuerdo sobre un punto cualquiera. Cada uno de vosotros se recoge en su propia conciencia para explicarse el universo y l mismo. Intentar explicar la conciencia por s misma es igual que tratar de levantarse del suelo tirando de la lengeta de sus propias botas.

No comprendo intervino el obispo Morehouse.

Me parece que todas las cosas del espritu son metafsicas.

Las matemticas, las ms exactas y profundas de todas las ciencias, son puramente metafsicas. El menor proceso mental del sabio que razona es una operacin metafsica. Usted, sin duda, estar de acuerdo con esto.

Como usted mismo lo dice sostuvo Ernesto , usted no comprende.

El metafsico razona por deduccin, tomando como punto de partida su propia subjetividad; el sabio razona por induccin, basndose en los hechos proporcionados por la experiencia. El metafsico procede de la teora a los hechos; el sabio va de los hechos a la teora. El metafsico explica el universo segn l mismo; el sabio se explica a s mismo segn el universo.

Alabado sea Dios porque no somos sabios murmur el doctor Hammerfield con aire de satisfaccin beata.

Qu sois vosotros, entonces?

Somos filsofos.

Ya alzasteis el vuelo dijo Ernesto riendo . Os sals del terreno real y slido y os lanzis a las nubes con una palabra a manera de mquina voladora. Por favor, vuelva a bajar usted y dgame a su vez qu entiende exactamente por filosofa.

La filosofa es... el doctor Hammerfield se compuso la garganta algo que no se puede definir de manera comprensiva sino a los espritus y a los temperamentos filosficos. El sabio que se limita a meter la nariz en sus probetas no podra comprender la filosofa.

Ernesto pareci insensible a esta pulla. Pero como tena la costumbre de derivar hacia el adversario el ataque que 1e dirigan, lo hizo sin tardanza. Su cara y su voz desbordaban fraternidad benigna.

En tal caso, usted va a comprender ciertamente la definicin que voy a proponerle de la filosofa. Sin embargo, antes de comenzar, lo intimo, sea a hacer notar los errores, sea a observar un silencio metafsico.

La filosofa ea simplemente la ms vasta de todas las ciencias. Su mtodo de razonamiento es el mismo que el de una ciencia particular o el de todas. Es por este mtodo de razonamiento, mtodo inductivo, que la filosofa fusiona todas las ciencias particulares en una sola y gran ciencia. Como dice Spencer, los datos de toda ciencia particular no son ms que conocimientos parcialmente unificados, en tanto que la filosofa sintetiza los conocimientos suministrados por todas las ciencias.

La filosofa es la ciencia de las ciencias, la ciencia maestra, si usted prefiere. Qu piensa usted de esta definicin?

Muy honorable... muy digna de crdito murmur torpemente el doctor Hammerfield.

Pero Ernesto era implacable.

Cuidado! le advirti. Mire que mi definicin es fatal para la metafsica: Si desde ahora usted no puede sealar una grieta en mi definicin, usted ser inmediatamente descalificado por adelantar argumentos metafsicos. Y tendr que pasarse toda la vida buscando esa paja y permanecer mudo hasta que la haya encontrado.

Ernesto esper. El silencio se prolongaba y se volva penoso. El doctor Hammerfield estaba tan mortificado como embarazado. Este ataque a mazazos de herrero lo desconcertaba completamente. Su mirada implorante recorri toda la mesa, pero nadie respondi por l.

Sorprend a pap resoplando de risa tras su servilleta.

Hay otra manera de descalificar a los metafsicos continu Ernesto, cuando la derrota del doctor fue probada , y es juzgarlos por sus obras. Qu hacen ellos por la humanidad sino tejer fantasas etreas y tomar por dioses a sus propias sombras? Convengo en que han agregado algo a las alegras del gnero humano, pero qu bien tangible han inventado para l? Los metafsicos han filosofado, perdneme esta palabra de mala ley, sobre el corazn como sitio de las emociones, en tanto que los sabios formulaban ya la teora de la circulacin de la sangre. Han declamado contra el hambre y la peste como azotes de Dios, mientras los sabios construan depsitos de provisiones y saneaban las aglomeraciones urbanas. Describan a la tierra corno centro del universo, y para ese tiempo los sabios descubran Amrica y sondeaban el espacio para encontrar en l estrellas y las leyes de los astros. En resumen, los metafsicos no han hecho nada, absolutamente nada, por la humanidad. Han tenido que retroceder paso a paso ante las conquistas de la ciencia. Y apenas los hechos cientficamente comprobados haban destruido sus explicaciones subjetivas, ya fabricaban otras nuevas en una escala ms vasta para hacer entrar en ellas la explicacin de los ltimos hechos comprobados. He aqu, no lo dudo, todo lo que continuarn haciendo hasta la consumacin, de los siglos. Seores, los metafsicos son hechiceros. Entre vosotros y el esquimal que imaginaba un dios comedor de grasa y vestido de pieles, no hay otra distancia que algunos miles de aos de comprobaciones de hechos.

Sin embargo, el pensamiento de Aristteles ha gobernado a Europa durante doce siglos enunci pomposamente el doctor Ballingford; y Aristteles era un metafsico.

El doctor Ballingford pase sus ojos alrededor de la mesa y fue recompensado con signos y sonrisas de aprobacin.

Su ejemplo no es afortunado respondi Ernesto. Usted evoca precisamente uno de los perodos ms sombros de la historia humana, lo que llamamos siglos de oscurantismo: una poca en que la ciencia era cautiva de la metafsica, en que la fsica estaba reducida a la bsqueda de la piedra filosofal, en que la qumica era reemplazada por la alquimia y la astronoma por la astrologa. Triste dominio el del pensamiento de Aristteles!

El doctor Ballingford pareci vejado, pero pronto su cara se ilumin y replic:

Aunque admitamos el negro cuadro que usted acaba de pintarnos, usted no puede menos de reconocerle a la metafsica un valor intrnseco, puesto que ella ha podido hacer salir a la humanidad de esta fase sombra y hacerla entrar exila claridad de los siglos posteriores.

La metafsica no tiene nada que ver en todo eso contest Ernesto.

Cmo! exclam el doctor Hammerfield. No fue, acaso, el pensamiento especulativo el que condujo a los viajes de los descubridores?

Ah, estimado seor! dijo Ernesto sonriendo, lo crea descalificado.

Usted no ha encontrado todava ninguna pajita en mi definicin de la filosofa, de modo que usted est colgado en el aire. Sin embargo, como s que es una costumbre entre los metafsicos, lo perdono. No, vuelvo a decirlo, la metafsica no tiene nada que ver con los viajes y descubrimientos. Problemas de pan y de manteca, de seda y de joyas, de moneda de oro y de velln e, incidentalmente, el cierre de las vas terrestres comerciales hacia la India, he aqu lo que provoc los viajes de descubrimiento. A la cada de Constantinopla, en mil cuatrocientos cincuenta y tres, los turcos bloquearon el camino de las caravanas de hindes, obligando a los traficantes de Europa a buscar otro. Tal fue la causa original de esas exploraciones. Coln navegaba para encontrar un nuevo camino a las Indias; se lo dirn a usted todos los manuales de historia. Por mera incidencia se descubrieron nuevos hechos sobre la naturaleza, magnitud y forma de la tierra, con lo que el sistema de Ptolomeo lanz sus ltimos resplandores.

El doctor Hammerfield emiti una especie de gruido.

No est de acuerdo conmigo? pregunt Ernesto. Diga entonces en dnde err.

No puedo sino mantener mi punto de vista replic speramente el doctor Hammerfield. Es una historia demasiado larga para que la discutamos aqu.

No hay historia demasiado larga para el sabio dijo Ernesto con dulzura . Por eso el sabio llega a cualquier parte; por eso lleg a Amrica.

No tengo intenciones de describir la velada entera, aunque no me faltan deseos, pues siempre me es grato recordar cada detalle de este primer encuentro, de estas primeras horas pasadas con Ernesto Everhard.

La disputa era ardiente y los prelados se volvan escarlata, sobre todo cuando Ernesto les lanzaba los eptetos de filsofos romnticos, de manipuladores de linterna mgica y otros del mismo estilo. A cada momento los detena para traerlos a los hechos: Al hecho, camarada, al hecho insobornable, proclamaba triunfalmente cada vez que asestaba un golpe decisivo. Estaba erizado de hechos. Les lanzaba hecho contra las piernas para hacerlos tambalear, preparaba hechos en emboscadas, los bombardeaba con hechos al vuelo.

Toda su devocin se reserva al altar del hecho dijo el doctor Hammerfield.

Slo el hecho es Dios y el seor Everhard su profeta parafrase el doctor Ballingford.

Ernesto, sonriendo, hizo una seal de asentimiento.

Soy como el tejano dijo; y como lo apremiasen para que lo explicara, agreg : S, el hombre de Missouri dice siempre: Tiene que mostrarme eso; pero el hombre de Tejas dice: Tengo que ponerlo en la mano. De donde se desprende que no es metafsico.

En cierto momento, como Ernesto afirmase que los filsofos metafsicos no podran soportar la prueba de la verdad, el doctor Hammerfield tron de repente:

Cul es la prueba de la verdad, joven? Quiere usted tener la bondad de explicarnos lo que durante tanto tiempo ha embarazado a cabezas ms sabias que la suya?

Ciertamente respondi Ernesto con esa seguridad que los pona frenticos. Las cabezas sabias han estado mucho tiempo y lastimosamente embarazadas por encontrar la verdad, porque iban a buscarla en el aire, all arriba. Si se hubiesen quedado en tierra firme la habran encontrado fcilmente. S, esos sabios habran descubierto que ellos mismos experimentaban precisamente la verdad en cada una de las acciones y pensamientos prcticos de su vida.

La prueba! El criterio! repiti impacientemente el doctor Hammerfield. Deje a un lado los prembulos. Dnoslos y seremos como dioses.

Haba en esas palabras y en la manera en que eran dichas un escepticismo agresivo e irnico que paladeaban en secreto la mayor parte de los convidados, aunque pareca apenar al obispo Morehouse.

El doctor Jordan lo ha establecido muy claramente respondi Ernesto. He aqu su medio de controlar una verdad: Funciona?

Confiara usted su vida a ella?

Bah! En sus clculos se olvida usted del obispo Berkeley ironiz el doctor Hammerfield. La verdad es que nunca lo refutaron.

El ms noble metafsico de la cofrada afirm Ernesto sonriendo, pero bastante mal elegido como ejemplo. Al mismo Berkeley se lo puede tomar como ejemplo de que su metafsica no funcionaba.

Al punto el doctor Hammerfield se encendi de clera, ni ms ni menos que si hubiese sorprendido a Ernesto robando o mintiendo.

Joven exclam con voz vibrante , esta declaracin corre pareja con todo lo que ha dicho esta noche. Es una afirmacin indigna y desprovista de todo fundamento.

Heme aqu aplastado murmur Ernesto con compuncin .

Desgraciadamente, ignoro qu fue lo que me derrib. Hay que ponrmelo en la mano, doctor.

Perfectamente, perfectamente balbuce el doctor Hammerfield. Usted no puede afirmar que el obispo Berkeley hubiese testimoniado que su metafsica no fuese prctica. Usted no tiene pruebas, joven, usted no sabe nada de su metafsica. Esta ha funcionado siempre.

La mejor prueba a mis ojos de que la metafsica de Berkeley no ha funcionado es que Berkeley mismo Ernesto tom aliento tranquilamente tena la costumbre de pasar por las puertas y no por las paredes, que confiaba su vida al pan, a la manteca y a los asados slidos, que se afeitaba con una navaja que funcionaba bien.

Pero sas son cosas actuales y la metafsica es algo del espritu grit el doctor.

Y no es en espritu que funciona? pregunt suavemente Ernesto.

El otro asinti con la cabeza.

Pues bien, en espritu una multitud de ngeles pueden balar en la punta de una aguja continu Ernesto con aire pensativo . Y puede existir un dios peludo y bebedor de aceite, en espritu. Y yo supongo, doctor, que usted vive igualmente en espritu, no?

S, mi espritu es mi reino respondi el interpelado.

Lo que es una manera de confesar que usted vive en el vaco.

Pero usted regresa a la tierra, estoy seguro, a la hora de la comida o cuando sobreviene un terremoto.

Sera usted capaz de decirme que no tiene ninguna aprensin durante un cataclismo de esa clase, convencido de que su cuerpo insubstancial no puede ser alcanzado por un ladrillo inmaterial?

Instantneamente, y de una manera puramente inconsciente, el doctor Hammerfield se llev la mano a la cabeza en donde tena una cicatriz oculta bajo sus cabellos. Ernesto haba cado por mera casualidad en un ejemplo de circunstancia, pues durante el gran terremoto el doctor haba estado a punto de ser muerto por la cada de una chimenea.

Todos soltaron la risa.

Pues bien, hizo saber Ernesto cuando ces la risa , estoy esperando siempre las pruebas en contrario. Y en el medio del silencio general, agreg: No est del todo mal el ltimo de sus argumentos, pero no es el que le hace falta.

El doctor Hammerfield estaba temporalmente fuera de combate, pero la batalla continu en otras direcciones. De a uno en uno, Ernesto desafiaba a los prelados. Cuando pretendan conocer a la clase obrera, les expona a propsito verdades fundamentales que ellos no conocan, desafindolos a que lo contradijeran. Les ofreca hechos y ms hechos y reprima sus impulsos hacia la luna trayndolos al terreno firme.

Cmo vive en mi memoria esta escena! Me parece orlo, con su entonacin de guerra: los azotaba con un haz de hechos, cada uno de los cuales era una vara cimbreante.

Era implacable. No peda ni daba cuartel. Nunca olvidar la tunda final que les infligi.

Esta noche habis reconocido en varias ocasiones, por confesin espontnea o por vuestras declaraciones ignorantes, que desconocis a la clase obrera. No os censuro, pues cmo podrais conocerla? Vosotros no vivs en las mismas localidades, pastis en otras praderas con la clase capitalista. Y por qu obrarais en otra forma? Es la clase capitalista la que os paga, la que os alimenta, la que os pone sobre los hombros los hbitos que llevis esta noche. A cambio de eso, predicis a vuestros patrones las migajas de metafsica que les son particularmente agradables y que ellos encuentran aceptables porque no amenazan el orden social establecido.

A estas palabras sigui un murmullo de protesta alrededor de la mesa.

Oh!, no pongo en duda vuestra sinceridad prosigui Ernesto.

Sois sinceros: creis lo que predicis. En eso consiste vuestra fuerza y vuestro valor a los ojos de la clase capitalista. Si pensaseis en modificar el orden establecido, vuestra prdica tornarase inaceptable a vuestros patrones y os echaran a la calle. De tanto en tanto, algunos de vosotros han sido as despedidos. No tengo razn?

Esta vez no hubo disentimiento. Todos guardaron un mutismo significativo, a excepcin del doctor Hammerfield, que declar:

Cuando su manera de pensar es errnea, se les pide la renuncia.

Lo cual es lo mismo que decir cuando su manera de pensar es inaceptable. As, pues, yo os digo sinceramente: continuad predicando y ganando vuestro dinero, pero, por el amor del cielo, dejad en paz a la clase obrera. No tenis nada de comn con ella, pertenecis al campo enemigo. Vuestras manos estn blancas porque otros trabajan para vosotros. Vuestros estmagos estn cebados y vuestros vientres son redondos. Aqu el doctor Ballingford hizo una ligera mueca y todos miraron su corpulencia prodigiosa. Se deca que desde hacia muchos aos no poda verse los pies. Y vuestros espritus estn atiborrados de una amalgama de doctrinas que sirve para cimentar los fundamentos del orden establecido. Sois mercenarios, sinceros, os concedo, pero con el mismo ttulo que lo eran los hombres de la Guardia Suiza. Sed fieles a los que os dan el pan y la sal, y la paga; sostened con vuestras prdicas los intereses de vuestros empleadores. Pero no descendis hasta la clase obrera para ofreceros en calidad de falsos guas, pues no sabrais vivir honradamente en los dos campos a la vez. La clase obrera ha prescindido de vosotros. Y credmelo, continuar prescindiendo.

Finalmente, se libertar mejor sin vosotros que con vosotros.

CAPTULO II.- LOS DESAFIOS

En cuanto los invitados se fueron, mi padre se dej caer en un silln y se entreg a las explosiones de una alegra pantagrulica. Nunca, despus de la muerte de mi madre, lo habla visto rerse con tantas ganas.

Apostara cualquier cosa a que al doctor Hammerfield nunca le haba tocado nada semejante en su vida dijo entre dos accesos de risa. Oh, la cortesa de las controversias eclesisticas! No notaste que comenz como un cordero, me refiero a Everhard, para mudarse de pronto en un len rugiente? Es un espritu magnficamente disciplinado.

Habra podido ser un sabio de primer plano si su energa se hubiese orientado en ese sentido.

Necesito confesar que Ernesto Everhard me interesaba profundamente, no slo por lo que pudiera decir o por su manera de decirlo, sino por s mismo, como hombre? Nunca haba encontrado a alguien parecido, y es por eso, supongo, que a pesar de mis veinticuatro aos cumplidos, todava no me haba casado. De todas maneras, debo confesar que me agradaba y que mi simpata fincaba en algo ms que en su inteligencia dialctica. A pesar de sus bceps, de su pecho de boxeador, me produca el efecto de un muchacho cndido. Bajo su disfraz de fanfarrn intelectual, adivinaba un espritu delicado y sensitivo: Estas impresiones me eran transmitidas por vas que no s definir sino como mis intuiciones femeninas.

En su llamada de clarn haba algo que haba penetrado en mi corazn.

Me pareca orlo todava y deseaba escucharlo de nuevo. Me habra gustado ver otra vez en sus ojos ese relmpago de alegra que desmenta la impasible seriedad de su rostro. Otros sentimientos vagos, pero ms profundos, bullan dentro de m. Ya casi lo amaba. Supongo, empero, que si nunca ms lo hubiera vuelto a ver, esos sentimientos imprecisos se habran esfumado y que lo habra olvidado fcilmente.

Pero no era mi sino no volver a verlo. El inters que mi padre senta desde hacia poco por la sociologa y las comidas que daba regularmente excluan esta eventualidad. Pap no era socilogo: su especialidad cientfica era la fsica y sus investigaciones de esta rama haban sido fructuosas. Su matrimonio lo haba hecho perfectamente dichoso; pero despus de la muerte de mi madre, sus trabajos no pudieron llenar el vaco. Se ocup de filosofa con un inters al comienzo indeciso y moderado, luego creciente de da en da; se sinti atrado por la economa poltica y por las ciencias sociales, y como posea un sentimiento de justicia muy vivo, no tard en apasionarse por el enderezamiento de entuertos. Advert con gratitud estas muestras de un inters remozado por la vida, sin sospechar adnde sera llevada la nuestra. Con el entusiasmo de un adolescente, se entreg con alma y vida a sus nuevas investigaciones, sin preocuparse ni remotamente adnde lo llevaran.

Acostumbrado de tanto tiempo al laboratorio, hizo de su comedor un laboratorio social. Gentes de todas clases y de todas las condiciones se encontraban all reunidas: sabios,' polticos, banqueros, comerciantes, profesores, jefes obreristas, socialistas y anarquistas. Los incitaba a discutir entre ellos y despus analizaba las ideas de los polemistas sobre la vida y sobre la sociedad.

Haba trabado conocimiento con Ernesto poco antes de la noche de los predicantes. Despus que se marcharon los convidados, me cont cmo lo haba encontrado. Una tarde, en una calle, se haba detenida para escuchar a un hombre que, encaramado en un cajn de jabn, hablaba ante un grupo de obreros. Era Ernesto. Perfectamente imbuido de las doctrinas del Partido Socialista, era considerado como uno de sus jefes y reconocido como tal en la filosofa del socialismo.

Poseyendo el don de presentar en lenguaje simple y claro las ms abstractas cuestiones, este educador de nacimiento no crea descender porque se trepase a un cajn para explicar economa poltica a los trabajadores.

Mi padre se interes en el discurso, convino una cita con el orador y, una vez trabado el conocimiento, lo invit a la cena de los reverendos. Me revel enseguida algunos informes que haba podido recoger sobre l. Ernesto era hijo de obreros, aunque descenda de una vieja familia establecida desde haca ms de doscientos aos en Amrica.

A los diez aos se haba ido a trabajar a una fbrica y ms tarde haba hecho su aprendizaje como herrero. Era un autodidacto: haba estudiado solo francs y alemn, y en esa poca ganaba mediocremente su vida traduciendo obras cientficas y filosficas para una insegura casa de ediciones socialistas de Chicago. A este salario se agregaban algunos derechos de autor de sus propias obras, cuya venta era restringida.

Esto fue lo que pude saber de l antes de ir a la cama; me qued mucho rato desvelada escuchando de memoria el sonido de su voz. Me asust de mis propios pensamientos. Se semejaba tan poco a los hombres de mi clase, me pareca tan extrao, tan fuerte! Su dominio me encantaba y me aterrorizaba a la vez, y mi fantasa se ech a volar tan bien que al cabo me sorprend considerndolo como enamorado. y como marido. Siempre haba odo decir que en los hombres la fuerza es una irresistible atraccin para las mujeres, pero ste era demasiado fuerte. No, no exclam, es imposible, absurdo! Y a la maana siguiente, al despertarme, descubr en m el deseo de volver a verlo, de asistir a su victoria en una nueva discusin, de vibrar una vez ms ante su entonacin de combate, de admirarlo en toda su certidumbre y su fuerza, despedazando la suficiencia de los dems y sacudindoles sus pensamientos fuera de su rutina. Qu importaba su fanfarronada?

Segn sus propios trminos, ella funcionaba, produca sus efectos.

Adems, su fanfarronada era bella para verla, excitante como un comienzo de batalla.

Pasaron varios das, empleados en leer los libros de Ernesto que pap me haba prestado. Su palabra escrita era como su pensamiento hablado: clara y convincente. Su simplicidad absoluta persuada aunque uno dudase todava. Tena el don de la lucidez. Su exposicin del tema era perfecta. Sin embargo, a pesar de su estilo, haba un montn de cosas que me desagradaban. Atribua demasiada importancia a lo que 1 llamaba la lucha de clases, al antagonismo entre el trabajo y el capital, al conflicto de los intereses.

Pap me refiri, divertido, el juicio del doctor Hammerfield sobre Ernesto: Un mequetrefe insolente, hinchado de suficiencia por un saber insuficiente. No quera encontrarlo de nuevo. El obispo Morehouse, en cambio, se haba interesado por Ernesto y deseaba vivamente una nueva entrevista. Un muchacho inteligente sentenci, y vivaz, demasiado vivaz, pero es demasiado seguro, demasiado seguro.

Ernesto volvi una tarde con mi padre. El obispo Morehouse haba llegado ya, y tombamos el t en la veranda. Debo aclarar que la presenci prolongada de Ernesto en Berkeley se deba al hecho de que segua cursos especiales de biologa en la Universidad v tambin porque trabajaba mucho en una nueva obra titulada Filosofa y Revolucin.

Cuando Ernesto entr, la veranda pareci sbitamente achicada.

No es que fuese extraordinariamente grande no meda ms que 1,75 m, sino que pareca irradiar una atmsfera de grandeza. Al detenerse para saludarme, manifest una ligera vacilacin en extrao desacuerdo con sus ojos intrpidos y su apretn de manos; ste era seguro y firme, lo mismo que sus ojos, que esta vez, empero, parecan contener una pregunta mientras me miraba, como el primer da, demasiado detenidamente.

He ledo su Filosofa de las clases trabajadoras le dije, y vi brillar sus ojos de alegra.

Naturalmente me respondi, usted habr tenido en cuenta el auditorio al cual estaba dirigida la conferencia.

S, y es a propsito de esto que quiero discutir con usted.

Yo tambin tengo que pedirle algunas aclaraciones dijo el obispo Morehouse.

Ante este doble desafo, Ernesto se alz de hombros con aire jovial y acept una taza de t.

El obispo se inclin para cederme la precedencia.

Usted fomenta el odio de clases le dije a Ernesto. Me parece que ese llamado a todo lo que hay de estrecho y de brutal en la clase obrera es un error y un crimen. El odio de clases es antisocial y lo considero antisocialista.

Pido un veredicto de inocencia respondi. No hay odio de clases ni en la letra ni en el espritu de ninguna de mis obras.

Oh! exclam con aire de reproche.

Tom mi libro y lo abr.

Ernesto beba su t, tranquilo y sonriente, mientras yo hojeaba.

Pgina ciento treinta y dos le en alta voz: En el estado actual del desarrollo social, la lucha de clases se produce, pues, entre la clase que paga los salarios y las clases que los reciben.

Lo mir con aire triunfal.

Ah no hay nada que tenga que ver con el odio de clases me dijo sonriendo.

Usted dice lucha de clases.

No es lo mismo. Y, crame, nosotros no fomentamos el odio; decimos que la lucha de clases es una ley del desenvolvimiento social.

Nosotros no somos responsables de esa ley, puesto que no la hacemos.

Nos limitamos a explicarla, de la misma manera que Newton explicaba la gravedad. Simplemente, analizamos la naturaleza del conflicto de intereses que produce la lucha de clases.

Pero no debera haber conflicto de intereses exclam.

Estoy completamente de acuerdo respondi . Y es precisamente la abolicin de ese conflicto de intereses el que tratamos de provocar nosotros los socialistas. Dispnseme, djeme que le lea otro pasaje. Le alcanc el libro y volvi algunas pginas . Pgina ciento veintisis: El ciclo de las luchas de clases que comenz con la disolucin del comunismo primitivo de la tribu y el nacimiento de la propiedad individual, terminar con la supresin de la apropiacin individual de los medios de existencia social.

Yo no estoy de acuerdo con usted ataj el obispo, y su cara plida se encendi ligeramente por la intensidad de sus sentimientos .

Sus premisas son falsas. No existen conflictos de intereses entre el trabajo y el capital, o por lo menos, no debieran existir.

Le agradezco dijo Ernesto gravemente que me haya devuelto mis premisas en su ltima proposicin.

Pero por qu tiene que haber conflicto? pregunt el obispo acaloradamente.

Supongo que porque estamos hechos as dijo Ernesto alzndose de hombros.

Es que no estamos hechos as!

Pero usted me est hablando del hombre ideal, despojado de egosmo? pregunt Ernesto. Son tan pocos que tenemos el derecho de considerarlos prcticamente inexistentes. O quiere usted hablarme del hombre comn y ordinario?

Hablo del hombre ordinario.

Dbil, falible y sujeto a error?

El obispo hizo un signo de asentimiento.

Y mezquino y egosta?

El pastor renov su gesto.

Preste atencin declar Ernesto. He dicho egosta.

El hombre ordinario es egosta afirm valientemente el obispo.

Quiere conseguir todo lo que pueda tener?

Quiere tener lo ms posible; es deplorable, pero es cierto.

Entonces lo atrap. Y la mandbula de Ernesto chasque como el resorte de una trampa. Tomemos un hombre que trabaje en los tranvas.

No podra trabajar si no hubiese capital interrumpi el obispo.

Es cierto, y usted estar de acuerdo en que el capital perecera si no contase con la mano de obra para ganar dividendos.

El obispo no contest.

No es usted de mi opinin? insisti Ernesto.

El prelado asinti con la cabeza.

Entonces, nuestras dos proposiciones se anulan recprocamente y nos volvemos a encontrar en el punto de partida. Empecemos de nuevo: los trabajadores de tranvas proporcionan la mano de obra. Los accionistas proporcionan el capital. Gracias al esfuerzo combinado del trabajo y del capital, el dinero es ganado. Se dividen esa ganancia. La parte del capital se llama dividendos; la parte del trabajo se llama salarios.

Muy bien interrumpi el obispo. Y no hay ninguna razn para que ese reparto no se produzca amigablemente.

Ya se olvid usted de lo convenido replic Ernesto. Nos hemos puesto de acuerdo en que el hombre es egosta; el hombre comn, tal cual es. Y ahora usted se me va a las nubes para establecer una diferencia entre ese hombre y los hombres tales como deberan ser, pero que no existen. Volvamos a la tierra; el trabajador, siendo egosta, quiere tener lo ms posible en el reparto. El capitalista, siendo egosta, quiere tener todo lo que pueda tomar. Cuando una cosa existe en cantidad limitada y dos hombres quieren tener cada uno el mximo de esa cesa, hay conflicto de intereses. Tal es el que existe entre capital y trabajo, y es un conflicto insoluble. Mientras existan obreros y capitalistas, continuarn disputndose el reparto. Si esta tarde usted estuviera en San Francisco, se vera obligado a andar a pie: no circula ningn tren en sus calles.

Cmo? Otra huelga? pregunt el obispo con aire alarmado.

S, pleitean sobre el reparto de los beneficios de los ferrocarriles urbanos.

El obispo se encoleriz.

No tienen razn grit. Los obreros no ven ms all de sus narices. Cmo pretenden contar luego con nuestra simpata...

... cuando se nos obliga a ir a pie? concluy maliciosamente Ernesto.

Pero el obispo no par mientes en esta proposicin completiva.

Su punto de vista es demasiado limitado continu. Los hombres deberan conducirse como hombres y no como bestias. Habr todava nuevas violencias y crmenes y viudas y hurfanos afligidos.

Capital y trabajo deberan marchar unidos. Deberan ir de la mano en su mutuo beneficio.

Otra vez se fue a las nubes hizo notar Ernesto framente. Vamos, apese, y no pierda de vista nuestra premisa de que el hombre es egosta.

Pero no debera serlo! exclam el obispo.

En este punto estoy de acuerdo con usted. No debera ser egosta, pero continuar sindolo mientras viva dentro de un sistema social basado sobre una moral de cerdos.

El dignatario de la Iglesia qued azorado y pap se desternillaba de risa.

S, una moral de cerdos prosigui Ernesto sin arrepentirse .

He aqu la ltima palabra de su sistema capitalista. He aqu lo que sostiene su Iglesia, lo que usted predica cada vez que sube al plpito.

Una tica de marranos, no se puede darle otro nombre.

El obispo se volvi como buscando la ayuda de mi padre; pero ste mene la cabeza rindose.

Me parece que nuestro amigo tiene razn dijo . Es la poltica del dejar hacer, del cada uno para su estmago y que el diablo se lleve al ltimo. Como lo deca las otras tardes el seor Everhard, la funcin que cumpls vosotros, las gentes de la Iglesia, es la de mantener el orden establecido, y la sociedad reposa sobre esa base.

Esa no es; sin embargo, la doctrina de Cristo exclam el obispo.

Hoy la Iglesia no ensea la doctrina de Cristo respondi Ernesto.

Es por eso que los obreros no quieren tener contactos con ella.

La Iglesia aprueba la terrible brutalidad, el salvajismo con que el capital trata a las masas trabajadoras.

No aprueba objet el obispo.

No protesta replic Ernesto; por consiguiente, aprueba, pues no hay que olvidar que la Iglesia est sostenida por la clase capitalista.

No haba examinado las cosas bajo este aspecto dijo ingenuamente el obispo . Usted debe estar equivocado. S que hay muchas tristezas y ruindad en este mundo. S que la Iglesia ha perdido al... a eso que usted llama el proletariado.

Vosotros nunca habis tenido al proletariado grit Ernesto. El proletariado creci fuera de la Iglesia y sin ella.

No entiendo bien... confes dbilmente el obispo.

Se lo voy a explicar. Como consecuencia de la introduccin de las mquinas y del sistema fabril, a fines del siglo dieciocho, la gran masa de los trabajadores fue arrancada de la tierra con lo que el mundo antiguo dei trabajo qued dislocado. Arrojados de sus aldeas, los trabajadores se encontraron acorralados en las ciudades manufactureras.

Las madres y los nios fueron puestos a trabajar en las nuevas mquinas.

La vida de familia ces. Las condiciones se tornaron atroces. Es una pgina de historia escrita con lgrimas y con sangre.

Lo s, lo s interrumpi el obispo, con angustiada expresin. Fue terrible, pero eso pasaba en Inglaterra hace un siglo y medio.

Y fue as como, hace siglo y medio, naci el proletariado moderno continu Ernesto. Y la Iglesia lo ignor: mientras los capitalistas construan esos mataderos del pueblo, la Iglesia permaneca muda, y hoy observa el mismo mutismo. Como dice Austin Lewis al hablar de esta poca, los que haban recibido la orden de Apacentada mis ovejas vieron sin la menor protesta a esas ovejas vendidas y agotadas hasta la muerte... Antes de ir ms adelante, le ruego que me diga redondamente si estamos o no de acuerdo. Protest la Iglesia en ese momento?

El obispo Morehouse vacil. Lo mismo que el doctor Hammerfield, no estaba acostumbrado a esta ofensiva a domicilio, segn la expresin de Ernesto.

La historia del silo dieciocho est escrita dijo ste. Si la Iglesia no ha sido rauda, deben encontrarse huellas de su protesta en algunos pasajes de los libros.

Desgraciadamente confes el dignatario de la Iglesia, creo que ha estado muda.

Y hoy todava permanece muda.

Aqu ya no estamos de acuerdo.

Ernesto hizo una pausa, mir atentamente a su interlocutor y acept el desafo.

Muy bien dijo, lo veremos. Hay en Chicago mujeres que trabajan toda la semana por noventa cntimos. Protesta la Iglesia? Es una novedad para m fue la respuesta. Noventa cntimos! Es espantoso.

Protesta la Iglesia? insisti Ernesto.

La Iglesia ignora. El prelado se debata con firmeza.

Sin embargo, la Iglesia ha recibido este mandamiento: Apacentad a mis ovejas dijo Ernesto con amarga irona; luego, recobrndose de sbito, agreg : Perdneme este movimiento de acritud; pero puede usted sorprenderse de que perdamos la paciencia con vosotros? Habis protestado, ante vuestras congregaciones capitalistas contra el empleo de nios en las hilanderas de algodn del Sur? Nios de seis y siete aos que trabajan toda la noche en equipos de doce horas. Nunca ven la santa luz del da. Mueren como moscas. Los dividendos son pagados con su sangre. Y con este dinero se construyen magnficas iglesias en Nueva Inglaterra, en las cuales sus colegas predican agradables simplezas ante los vientres repletos y lustrosos de las alcancas de dividendos.

No lo saba murmur el obispo.

Su voz desfalleca y su cara haba palidecido como si sintiera nuseas.

De modo, pues, que usted no ha protestado?

El pastor hizo un dbil movimiento de negacin.

La Iglesia est entonces tan muda ahora como en el siglo dieciocho?

El obispo no respondi nada y por esta vez Ernesto se abstuvo de insistir.

Y no olvide que cada vez que un miembro del clero protesta, lo licencian.

Me parece que eso no es justo.

Sera usted capaz de protestar? pregunt Ernesto.

Mustreme primero dentro de nuestra comunidad males como los que acaba de sealar y har or mi voz.

Me pongo a su disposicin para mostrrselos dijotranquilamente Ernesto; le har hacer un viaje a travs del infierno.

Y yo reprobar todo!

El pastor se haba erguido en su silln, y en su suave rostro se extenda una expresin de dureza guerrera.

La Iglesia no permanecer muda!

Lo echarn a usted advirti Ernesto.

Le demostrar lo contrario fue la rplica . Ya ver usted, si es cierto todo lo que dice, que la Iglesia se ha equivocado por ignorancia.

Y creo ms an: que todo lo que hay de horrible en la sociedad industrial es debido a ignorancia de la clase capitalista. Esta remediar el mal en cuanto reciba el mensaje que la Iglesia est en el deber de comunicarle.

Ernesto se ech a rer. Su risa era brutal, y me sent inclinada a asumir la defensa del obispo.

Recuerde le dije que usted no ve ms que una cara de la medalla; que aunque no crea en la bondad, hay muchos buenos entre nosotros.

El obispo Morehouse tiene razn. Los males de la industria, por terribles que sean, son obra de la ignorancia. Hay que tener en cuenta que las divisiones sociales son demasiado acentuadas.

El indio salvaje es menos cruel y menos implacable que la clase capitalista respondi; y en ese momento estuve tentada de tomarle tirria.

Usted no nos conoce. No somos crueles ni implacables.

Prubelo dispar con tono desafiante.

Cmo podra probrselo, tan luego a usted?

Comenzaba a encolerizarse. El sacudi la cabeza.

No le pido que me lo pruebe a m, sino que se lo pruebe usted misma.

Yo s a qu atenerme.

Usted no sabe nada respondi brutalmente.

Vamos, vamos, hijos mos! dijo pap, conciliador.

Me ro yo de... comenc con indignacin; pero Ernesto me interrumpi.

Tengo entendido que usted tiene invertido su dinero en las hilanderas de la Sierra, o que lo tiene su padre, lo que da lo mismo.

Qu tiene que ver esto con el problema que nos preocupa? exclam.

Muy poco enunci lentamente , salvo que el vestido que usted lleva est manchado de sangre. Sus alimentos saben a sangre. De las vigas del techo que la cobija a usted gotea sangre de nios y de hombres vlidos. No tengo ms que cerrar los ojos para orla caer gota a gota a mi alrededor.

Uniendo el gesto a la palabra, se recost en el silln y cerr los ojos. Estall en lgrimas de mortificacin y de vanidad ultrajada. Nunca en mi vida haba sido tratada tan cruelmente. El obispo y mi padre estaban tan embarazados y trastornados el uno como el otro. Trataron de desviar la conversacin hacia un terreno menos implacable. Pero Ernesto abri los ojos, me mir y los apart con el gesto. Su boca era severa, su mirada tambin, y no haba en sus ojos la menor chispa de alegra. Qu iba a decir? Qu nueva crueldad iba a infligirme? Nunca lo supe, pues en ese momento un hombre que pasaba por la acera se detuvo para mirarnos. Era un mozo fuerte y pobremente vestido, que llevaba a la espalda una pesada carga de caballetes, de sillas y de pantallas de bamb y retina. Miraba la casa como si dudase de entrar para tratar de vender algunos de esos artculos.

Ese hombre se llama Jackson dijo Ernesto.

Con la constitucin que tiene observ secamente, podra trabajar en lugar de andar haciendo el mercachifle.

Fjese en su manga izquierda me hizo notar dulcemente Ernesto.

Lanc una mirada y vi que la manga estaba vaca.

De ese brazo sale un poco de la sangre que yo oa gotear de su techo continu Ernesto con el mismo tono dulce y triste . Perdi su brazo en las hilanderas de la Sierra, y, lo mismo que a un caballo mutilado, vosotros lo arrojasteis a la calle para que se muriera. Cuando digo vosotros quiero decir el subdirector y todas las personas empleadas por usted y otros accionistas para hacer marchar las hilanderas en vuestro nombre. El accidente fue causado por el cuidado que ese obrero pona para ahorrar algunos dlares a la Compaa. El cilindro dentado de la cortadora le enganch su brazo. El habra podido dejar pasar la piedrita que haba visto entre los dientes de la mquina y que habra roto una doble hilera de engranajes. Cuando quiso sacarla, su brazo fue atrapado y despedazado hasta el hombro. Era de noche. En las hilanderas haca horas extras. Ese trimestre pagaron un fuerte dividendo.

Esa noche, Jackson llevaba muchas horas trabajando y sus msculos haban perdido su resorte y su agilidad. He aqu por qu fue atrapado por la mquina. Tena mujer y tres hilos.

Y qu hizo la Compaa por l? pregunt.

Absolutamente nada. Oh, perdn! Hizo algo. Consigui hacerle denegar la accin por daos y perjuicios que haba intentado el obrero al salir del hospital. La Compaa emplea abogados muy hbiles.

Usted no cuenta todo dije con conviccin, o quizs no conoce toda la historia. Tal vez ese hombre haya sido insolent.

Insolente! Ja, ja! Su risa era mefistoflica. Oh, dioses! Insolente, con su brazo triturado! Era, con todo, un servidor dulce y humilde, y nunca dijo nadie que fuera insolente.

Puede ser que en el tribunal insist . El juicio no le habra sido adverso si no hubiese habido en todo este asunto algo ms de lo que usted nos ha dicho.

El principal abogado consejero de la Compaa es el coronel Ingram, y es un hombre de ley muy capaz. Errnesto me mir seriamente durante un momento y luego prosigui : Voy a darle un consejo, seorita Cunningham: usted puede hacer su investigacin privada sobre el caso Jackson.

Ya haba tomado esa resolucin respond con frialdad.

Perfectamente dijo Ernesto, radiante de buen humor. Le voy a decir dnde puede encontrar al hombre. Pero me estremezco al pensar en todas las que usted va a pasar con el brazo de Jackson.

Y he aqu cmo el obispo y yo aceptamos los desafos de Ernesto.

Mis dos visitantes se fueron juntos, dejndome mortificada por la injusticia infligida a mi casta y a m misma. Ese muchacho era un bruto.

En ese momento lo odiaba, y me consol al pensar que su conducta era la que poda esperarse de un hombre de la clase obrera.

CAPTULO III.- EL BRAZO DE JACKSON

Estaba lejos de imaginar el papel fatal que el brazo de Jackson iba a jugar en mi vida. Ni siquiera el hombre, cuando consegu encontrarlo, me hizo gran impresin. Al borde mismo de los pantanos vecinos de la baha ocupaba un cuchitril indescriptible, rodeado de charcos de agua corrompida y verdosa que exhalaban un olor ftido.

Se trataba, efectivamente, del personaje humilde y bonachn que me haban descrito. Estaba ocupado en un trabajo de retina y laboraba sin descanso mientras conversaba con l. Mas, a pesar de su resignacin, sorprend en su voz una especie de amargura incipiente cuando me dijo:

Bien pudieron haberme dado para el puchero con un puesto de sereno.

No pude sacarle nada importante. Tena un aire estpido que desmenta su habilidad en el trabajo. Esto me sugiri una pregunta.

Cmo fue que la mquina le llev su brazo?

Me mir de un modo ausente, reflexionando. Luego mene la cabeza.

Yo qu s; sucedi as no ms.

Un poco de descuido tal vez?

No, yo no lo llamara as. Estaba trabajando horas extras, y me parece que estaba algo cansado. Trabaj diecisiete aos en esa fbrica, y he observado que la mayora de los accidentes ocurren poco antes del silbato. Apostara cualquier cosa a que se lastiman ms obreros una hora antes de la salida que durante todo el resto de la jornada. Un hombre no se encuentra tan gil cuando sud la gota gorda horas y horas sin parar. He visto muchos tipos cepillados, cortados o despanzurrados para saberlo.

Tantos le ha tocado ver?

Cientos y cientos, y chicos a montones.

Aparte de ciertos detalles horribles, su relato del accidente era conforme a lo que ya haba escuchado, Cuando le pregunt si haba violado cierto reglamento sobre el manejo de la mquina, mene le cabeza.

Con la derecha hice soltar la correa de la mquina y quise sacar la piedra con la zurda. No me fij si la correa estaba desprendida del todo. Me pareca que la mano derecha haba hecho el esfuerzo necesario, estir vivamente el brazo izquierdo... y no hubo caso, la correa estaba desprendida a medias... y entonces mi brazo fue hecho picadillo.

Debi sufrir atrozmente dije con simpata.

Hombre! La molienda de los huesos no era agradable.

Sus ideas sobre la accin de daos y perjuicios parecan un poco confusas. La nica cosa clara para l era que no le hablan acordado la menor compensacin. De acuerdo con sus impresiones, la decisin adversa del tribunal se deba al testimonio de los capataces y del subdirector, los cuales, segn sus palabras, no dijeron lo que debieron haber dicho. Y yo resolv irlos a buscar.

Lo indudable de todo esto era que Jackson se encontraba reducido a una lamentable situacin. Su mujer estaba enferma y el oficio de fabricante ambulante no le permita ganar lo suficiente para alimentar a su familia. Estaba atrasado en su alquiler y su hijo mayor, un muchacho de once aos, trabajaba ya en la hilandera.

Bien pudieron haberme dado para el puchero el puesto ese de sereno fueron sus ltimas palabras cuando me separ de l.

Despus de mi entrevista con el abogado que haba asumido la defensa de Jackson, as como las que tuve con el subdirector y los dos capataces odos como testigos en la causa, comenc a darme cuenta de que las afirmaciones de Ernesto eran bien fundadas.

Al primer vistazo consider al hombre de ley como un ser dbil e incapaz, y no me asombr de que Jackson hubiese perdido su proceso.

Mi primer pensamiento fue que ste tena su merecido por haber elegido semejante defensor. Despus, dos afirmaciones de Ernesto acudieron a mi memoria: La Compaa emplea abogados muy hbiles y El coronel Ingram es un hombre de leyes muy capaz. Me puse a pensar que, naturalmente, la Compaa estaba en condiciones de pagar talentos de positivo mrito, cosa que no poda hacer un pobre diablo como Jackson. Pero este detalle me pareca secundario; a mi entender, deban haber seguramente algunas buenas razones para que Jackson hubiese perdido su pleito.

Cmo se explica usted que no haya ganado el proceso? pregunt.

El abogado pareci un instante cohibido y mortificado y me sent apiadada por esta pobre criatura. Luego comenz a gemir. Me parece que era llorn por naturaleza y perteneca a la raza de los vencidos desde la cuna. Se quejaba de los testigos, cuyas deposiciones haban sido favorables a la parte contraria: no haba podido arrancarles una sola palabra favorable para su cliente. Saban de qu lado calentaba ms el sol. En cuanto a Jackson, haba sido un necio que se haba dejado intimidar por el coronel Ingram. Este, que era brillarte en los contrainterrogatorios, haba envuelto a Jackson con sus preguntas y arrancado respuestas comprometedoras.

Cmo podan ser comprometedoras esas preguntas s tena a la justicia de su parte? le pregunt.

Qu tiene que hacer aqu la justicia? pregunt a su vez. Y mostrndome los volmenes acomodados en los estantes de su pobre escritorio, agreg : Fjese en esos libros: leyndolos, he aprendido a distinguir entre el derecho y la ley. Pregnteselo a cualquier curial; bastar con que haya ido slo al catecismo para que sepa decirle lo que es justo, pero para saber lo que es legal, hay que dirigirse a estos libros.

Me quiere usted hacer creer que Jackson tena todo el derecho de su parte y que, sin embargo, fue vencido? pregunt con cierta vacilacin.

Quiere usted insinuar que no hay justicia en la corte del juez Caldwell?

El abogadito abri tremendos ojos; luego toda huella de combatividad se esfum de su cara.

Volvi a sus quejas.

La partida no era pareja para m. Lo mantearon a Jackson, y a m con l. Qu posibilidades tena de ganar? El coronel Ingram es un gran abogado. Cree usted que si no fuera un jurista de primera fila tendra entre sus manos los asuntos de las Hilanderas de la Sierra, del Sindicato de Bienes Races de Erston, de la Berkeley Consolidada, de la Oakland, de la San Leandro y de la Compaa Elctrica de Pleasanton?

Es un abogado de corporaciones, y a esa gente no se le paga para que sea tonta.

Por qu solamente las Hilanderas de la Sierra le pagan veinte mil dlares por ao? Usted comprender que es porque eso es lo que vale para los accionistas. Yo no valgo esa suma. Si valiese eso, no sera un fracasado, un muerto de hambre, obligado a ocuparme de asuntos coma el de Jackson. Qu cree usted que habra cobrado si hubiese ganado el proceso?

Me imagino lo habra esquilmado a Jackson.

Y qu hay con eso? grit con tono irritado. Yo tambin tengo que vivir.

l tiene mujer e hijos.

Yo tambin tengo mujer e hijos. Y no hay en el mundo nadie ms que yo para preocuparse de que no se mueran de hambre.

Su rostro se dulcific de pronto. Abri la tapa de su reloj y me mostr una fotografa de una mujer y dos nenas.

Mrelas, ah las tiene. Las hemos pasado amargas, de veras. Tena intenciones de mandarlas al campo si hubiese ganado este asunto.

Aqu no se encuentran bien, pero carezco de medios para llevarlas a vivir a otra parte.

Cuando me levant para despedirme, volvi a sus gemidos.

No tena ni la ms remota posibilidad. El coronel Ingram y el juez Caldwell son dos buenos amigos. No quiero decir con esto que esta amistad hubiera hecho decidir el caso contra nosotros si hubiese logrado una deposicin conveniente en la contraprueba de sus testigos, pero debo agregar, sin embargo, que el juez Caldwell y el coronel Ingram frecuentan el mismo club, el mismo teatro. Viven en el mismo barrio, en donde yo no puedo vivir. Sus mujeres estn siempre metidas una en casa de la otra. Y entre ellos todo se vuelven partidas de wihst y otras rutinas por el estilo.

Y usted cree, sin embargo, que Jackson tena el derecho de su parte?

No lo creo, estoy seguro. Al principio, cre que hasta tena ciertas perspectivas, pero no se lo dije a mi mujer para no ilusionarme en vano. Se haba encaprichado con unas vacaciones en el campo y ya estaba bastante contrariada para agregar nuevas desilusiones.

A Pedro Donnelly, uno de los capataces que haban declarado en el proceso, le, hice la siguiente pregunta:

Por qu no hizo notar usted que Jackson se haba herido cuando trat de evitar un deterioro de la mquina?

Reflexion largo rato antes de contestarme. Despus mir con inquietud a su alrededor y declar:

Porque tengo una magnfica mujer y los tres chicos ms lindos que se puedan ver.

No comprendo.

En otras palabras, que hubiera sido, peligroso no hablar as.

Entiendo menos, todava...

Me interrumpi y dijo con vehemencia:

Yo s lo que digo. Hace muchos aos que trabajo en las hilanderas.

Empec siendo un mocoso de la lanzadera, y desde entonces no he dejado de sudar la gota gorda. A fuerza de trabajo llegu a mi situacin actual, que es un puesto privilegiado. Soy capataz, para servir a usted.

Y me pregunto si en toda la fbrica habra un solo hombre que me tendera la mano para que no me ahogase. Antes, estaba afiliado a la Unin, pero permanec al servicio de la Compaa durante dos huelgas.

Me trataban de amarillo. Mire las cicatrices en la cabeza: me lapidaron a ladrillazos. Hoy no hay un solo hombre que quisiera tomar una copa conmigo si lo invitara y no hay un solo aprendiz en las lanzaderas que no maldiga mi nombre. No tengo ms amigos que la Compaa.

No es mi deber sostenerla, pero es mi pan y mi manteca y la vida de mis hijos. Es por eso que no dije nada.

Se le podan hacer reproches a Jackson? le pregunt.

No, l debi haber obtenido una reparacin. Era un buen trabajador, jams haba molestado a nadie.

No era usted libre para declarar toda la verdad, como haba jurado hacerlo?

Donnelly sacudi la cabeza.

La verdad, toda la verdad y nada ms que la verdad agregu en tono solemne.

Su cara se anim de nuevo. La levant, no hacia m, sino hacia el cielo.

Me dejara asar cuerpo y alma a fugo lento en el infierno eterno por el amor de mis chicos respondi.

Enrique Dallas, el subdirector, era un individuo con cara de zorro que me mir de arriba abajo insolentemente y se neg a hablar. No le pude arrancar una sola palabra relativa al proceso y a su propia deposicin.

Obtuve ms xito con el otro capataz. James Smith era un hombre de rasgos duros y el corazn se me apret cuando me le acerqu. El tambin me hizo comprender que no era libre; a lo largo de nuestra conversacin advert que aventajaba mentalmente al trmino medio de los hombres de su clase. Al igual que Pedro Donnelly, crea que Jackson debi haber obtenido indemnizacin. Fue ms lejos, y calific de crueldad el hecho de haber arrojado a la calle a ese trabajador despus de un accidente que lo privaba de toda capacidad. Fa tambin me cont que se producan frecuentes accidentes en la hilandera y que era norma de la Compaa luchar hasta el lmite contra las demandas que le entablaban en casos semejantes.

Eso agreg representa para los accionistas algunas centenas de miles de dlares por ao.

Entonces me acord del ltimo dividendo cobrado por pap, que haba servido para pagar un lindo vestido para m y libros para l.

Record la acusacin de Ernesto diciendo que mi falda estaba manchada de sangre, y sent mi carne estremecerse bajo mis vestidos.

No hizo usted resaltar en sus declaraciones que se haba herido cuando intentaba preservar a la mquina de un deterioro?

No respondi, y se mordi los labios amargamente . Afirm que Jackson se haba herido por negligencia y que la Compaa no poda ser de ninguna manera censurada ni considerada responsable.

Hubo negligencia de parte de Jackson?

Si uno quiere, puede llamarle negligencia, o puede emplear otra palabra. El hecho es que un hombre est cansado luego de haber trabajado varias horas consecutivas.

El individu comenzaba a interesarme. Era ciertamente de una especie menos ordinaria.

Usted es ms instruido que la generalidad de los obreros le dije.

Es que pas por la Escuela Secundaria me respondi. Pude seguir los cursos mientras haca las veces de portero. Mi sueo era hacerme inscribir en la Universidad, pero muri mi padre y tuve que venir a trabajar a la hilandera. Me hubiera gustado ser naturalista agreg con timidez, como si confesara una debilidad. Adoro a los animales.

En lugar de eso, entr en la fbrica. Cuando me hicieron capataz, me cas; luego vino la familia y... ya no era dueo de m.

Qu quiere usted decir con eso?

Quiero explicarle por qu testimoni como lo hice en el proceso, por qu he seguido las instrucciones dadas.

Dadas por quin?

Por el coronel Ingram. Fue l quien esboz para m la deposicin que deba hacer.

Y que le hizo perder el pleito a Jackson.

Hizo un gesto afirmativo y los colores se le subieron a la cara.

Y Jackson tena una mujer y dos nios que dependan de l.

Lo s dijo tranquilamente, pero su rostro se ensombreci an ms.

Dgame continu . Le fue fcil al hombre que era usted, cuando segua los cursos de la Escuela Secundaria, transformarse en el hombre capaz de hacer algo semejante?

Lo repentino de su acceso de clera me sorprendi y me asust.

Escupi un juramento formidable y apret el puo como para pegarme.

Le pido perdn dijo al cabo de un momento . No, no fue nada fcil... Y ahora, me parece que lo mejor que puede hacer es marcharse...

Usted me sonsac todo lo que quera. Pero permtame que le advierta una cosa antes de irse: de nada le servir repetir lo que le dije.

Negar todo, pues no hay testigos. Negar hasta la ltima palabra, y si es menester lo negar bajo juramento ante la mesa de los testigos.

Despus de esta entrevista, fui a buscar a pap a su escritorio en el edificio de la Qumica y all lo encontr a Ernesto.

Era una sorpresa inesperada, pero l vino hacia m con sus ojos audaces, firme apretn de manos y esa curiosa mezcla de seguridad y cordialidad que le era familiar. Pareca haber olvidado nuestra ltima reunin y su atmsfera un poco tormentosa; pero hoy no estaba con humor para hacerle olvidar aquella noche. He profundizado en el caso Jackson le dije bruscamente.

Al instante su atencin y su inters se concentraron en lo que iba a decir, y, sin embargo, yo adivinaba en sus ojos la certeza de que mis anteriores convicciones haban sido alteradas.

Me parece que he sido tratada muy mal confes, y creo que, efectivamente, un poco de su sangre colorea el piso de mi casa.

Es natural respondi . Si Jackson y todos sus camaradas fuesen tratados con piedad, los dividendos seran menos considerables.

Nunca ms tendr alegra al ponerme un lindo vestido agregu.

Sentame humilde y contrita, pero encontraba muy dulce representarme a Ernesto como una especie de defensor.

En ese momento, como siempre, su fuerza me seduca. Pareca irradiar como una prenda de paz y de proteccin.

No la tendra mayor si se pusiese un vestido de arpillera dijo gravemente . Hay hilanderas de yute, como usted sabe, y all ocurre la misma cosa. En todas partes es lo mismo. Nuestra tan decantada civilizacin est fundada en la sangre, empapada en sangre, y ni usted ni yo ni nadie podemos escapar a la mancha escarlata. Con quines ha conversado usted?

Le cont todo lo que haba pasado.

Ninguno de ellos es libre en sus actos dijo . Todos estn encadenados a la implacable mquina industrial, y lo ms pattico en esta tragedia es que todos estn ligados a ella por los lazos del corazn; sus hijos, siempre esta vida joven a los cuales su instinto les ordena proteger. Y ese instinto es ms fuerte que toda la moral de que son capaces.

Mi propio padre ha mentido, ha robado, ha hecho toda clase de cosas deshonrosas para ponernos el pan en la boca, a m, a mis hermanos y hermanas. Era un esclavo de la mquina; sta machac su vida, la consumi hasta la muerte.

Pero usted, por lo menos, es un hombre libre le interrump.

No del todo replic. No estoy atado por lazos del corazn.

Doy gracias al cielo por no tener hijos, aunque los quiero con locura.

Sin embargo, si me casase, no me atrevera a tenerlos.

Verdaderamente, sa es una mala doctrina exclam.

Lo s muy bien. Y su cara se entristeci. Pero es una doctrina oportunista: soy revolucionario, y eso es una vocacin peligrosa.

Me ech a rer con aire incrdulo.

Si yo tratase d entrar por la noche en casa de su padre para robarle los dividendos de la Sierra, qu hara l?

Duerme con un revlver en su mesa de noche. Es muy probable que disparase contra usted.

Y si yo y algunos otros condujsemos un milln y medio de hombres a las casas de todos los ricos, habra muchos tiros cambiados, no es as?

S, pero usted no lo hace.

Es justamente lo que estamos haciendo. Nuestra intencin es tomar no solamente las riquezas que estn en las casas, sino todas las fbricas, los Bancos y los almacenes. Eso es la revolucin. Es algo eminentemente peligroso. Y temo que la masacre sea todava mayor que lo que imaginamos. Como deca, pues, nadie es hoy absolutamente libre. Estamos atrapados en los engranajes de la mquina industrial.

Usted ha descubierto que usted misma lo estaba y que los hombres con quienes habl tambin lo estaban. Pregunte a otros: vaya a ver al coronel Ingram; acose a los reporteros que impidieron publicar el caso Jackson en los diarios, y a los mismos directores de esos diarios, y entonces descubrir que todos son esclavos de la mquina.

Poco despus, en el curso de nuestra conversacin, le hice una simple pregunta a propsito de los riesgos de trabajo que corren los obreros y me obsequi con una verdadera conferencia atiborrada de estadsticas.

Eso lo encontrar en todos los libros dijo. Se han comparado las cifras y est plenamente comprobado que los accidentes, relativamente raros en las primeras horas de la maana, se multiplican segn una progresin creciente a medida que los trabajadores se cansan y pierden su actividad muscular y mental. Quiz usted ignore que su padre tiene tres veces ms probabilidades que un obrero de conservar su vida y sus miembros intactos. Pero lo saben las compaas de seguros. A su padre le cobraran cuatro dlares y pico de prima anual por una pliza de mil dlares, pero a un pen le cobraran quince dlares por la misma prima.

Y a usted? le pregunt . Y en el momento mismo que haca la pregunta me di cuenta de que senta por l una inquietud fuera de lo comn.

Oh!, a m respondi descuidadamente, como soy revolucionario, tengo ocho probabilidades, contra una del obrero, de ser muerto o herido. A los qumicos expertos que manipulan explosivos, las compaas de seguros les piden ocho veces ms que a los obreros. En cuanto a m, creo que ni siquiera querran asegurarme. Por qu me lo pregunta?

Mis ojos parpadearon y sent que los colores me suban a la cara, no porque Ernesto hubiera sorprendido mi inquietud, sino porque sta me haba sorprendido a m misma.

Justamente en ese momento entr mi padre y se dispuso a salir conmigo. Ernesto le devolvi los libros prestados y sali primero.

Desde el umbral se volvi para decirme:

Ah, a propsito; ya que usted se est arruinando su propia tranquilidad de espritu mientras yo hago lo mismo con el obispo, podra ir a ver a las seoras Wickson y Pertonwaithe. Usted sabe que sus maridos son los dos principales accionistas de la hilandera. Corno todo el resto de la humanidad, esas dos seoras tambin estn atadas a la mquina, pero atadas de tal suerte que ocupan justamente la cspide.

CAPITULO IV.- LOS ESCLAVOS DE LA MQUINA

Cuanto ms pensaba en el brazo de Jackson, ms aturdida me senta. Encontrbame aqu ante algo concreto: vea la vida por primera vez. Quedaban fuera de la vida real mi juventud pasada en la Universidad y la instruccin y educacin que all haba recibido. No haba aprendido otra cosa que teoras sobre la existencia y la sociedad, cosas que quedan muy bien en los papeles; solamente ahora acababa de ver la vida tal cual es. El brazo de Jackson era un hecho que me haba herido en lo vivo, y en mi conciencia resonaba el apstrofe de Ernesto: Es un hecho, compaero, un hecho insobornable.

Parecame monstruoso, imposible, que toda nuestra sociedad estuviese fundada en la sangre. Jackson, sin embargo, erguase all, y yo no poda sustraerme a l. Mi pensamiento volva constantemente, como la aguja imantada hacia el: polo. Lo haban tratado de una manera abominable: para repartir mejores dividendos, no le haban pagado su carne. Conoca a una veintena de familias prsperas y satisfechas que, habiendo cobrado esos dividendos, aprovechaban su parte alcuota de la sangre de Jackson. Pero si la sociedad poda proseguir su camino sin tener en cuenta este horrible tratamiento sufrido por un solo hombre, no era verosmil que muchos otros hubiesen sido tratados de la misma manera? Recordaba lo que Ernesto haba dicho de las mujeres de Chicago que trabajaban por noventa cntimos por semana y de los nios en esclavitud en las hilanderas d algodn del medioda. Me pareca ver sus pobres manos, enflaquecidas y exanges, tejiendo la tela de que estaba hecho mi vestido; mi pensamiento, volviendo luego a las hilanderas de la Sierra y a los dividendos repartidos, haca salir en mi manga la mancha de sangre de Jackson. No poda huir de este personaje; todas mis meditaciones me llevaban hacia l...

En lo ms profundo de mi ser tena la impresin de estar al borde de un precipicio; tema alguna nueva y terrible revelacin de la vida. Y no me hallaba sola: todos los que me rodeaban se estaban trastornando.

En primer lugar mi padre: el efecto que Ernesto comenzaba a producir en l era visible. Luego; el obispo Morehouse: la ltima vez que lo haba visto me haba hecho la impresin de un hombre enfermo; se encontraba en un estado de alta tensin nerviosa y sus ojos demostraban un horror indecible. Sus pocas palabras me hicieron comprender que Ernesto haba cumplido su promesa de hacerle hacer un viaje a travs del infierno, pero no pude saber qu escenas diablicas haban desfilado delante de sus ojos, pues estaba demasiado turbado para hablar de ello.

Convencida tamo me hallaba de esta conmocin de mi pequeo mundo y del universo entero, en cierto momento med a pensar que Ernesto era la causa. ramos tan felices y gozbamos de tanta paz antes de su venida! Pero al instante comprend que esta idea era una traicin a la realidad. Ernesto se me apareci transfigurado en un mensajero de la verdad, con los ojos brillantes y la intrpida frente de un arcngel que librase batalla por el triunfo de la luz y de la justicia, por la defensa de los pobres, de los desamparadas y de los desheredados. Y delante de m se irgui otra figura, la de Cristo. El tambin haba tomado l partido del humilde y del oprimido frente a todos los poderes establecidos de los sacerdotes y de los fariseos. Record su muerte en la cruz, y mi corazn se oprimi de angustia al pensar en Ernesto.

Estara l tambin, con su entonacin de combate y toda su bella virilidad, destinado al suplicio?

Sbitamente, reconoc que lo amaba. Mi ser se consuma en un deseo de consolarlo. Pens en lo que deba ser su vida srdida, mezquina y dura. Pens en su padre, que haba mentido y robado para l y que se haba deslomado hasta el da de su muerte. Ernesto mismo haba entrado en la hilandera a la edad de diez aos! Mi corazn se hencha de deseo de tomarlo en mis brazos, de apoyar su cabeza en mi pecho su cabeza cansada de tantos pensamientos y procurarle un instante de reposo, un poco de alivio y de olvido, un minuto de ternura.

Encontr al coronel Ingram en una recepcin de gentes de iglesia.

Lo conoca bien desde haca aos. Me las arregl para atraerlo detrs de unos macetones de palmas y de caucho, en un rincn en el cual, sin que lo sospechase, se encontraba atrapado corno en un lazo. Nuestra conversacin comenz con las bromas v galanteras de estilo. Era un hombre de maneras agradables, lleno de diplomacia, de tacto y de deferencias y, exteriormente. el hombre ms distinguido de nuestra sociedad. Hasta el venerable decano de la Universidad pareca desmedrado y artificial a su lado.

A pesar de estas ventajas, descubr que el coronel Ingram se encontraba en la misma situacin que los mecnicos incultos con los cuales me las haba entendido. No era un hombre libre en sus actos; tambin l estaba atado a la rueda. Nunca me olvidar la transformacin que se oper en l cuando lo abord sobre el caso de Jackson.

Su sonrisa de buen humor se desvaneci como un sueo y una expresin espantosa desfigur instantneamente sus rasgos de hombre bien educado. Experiment la misma alarma que delante del acceso de rabia de James Smith. El coronel no jur: fue sa la nica diferencia que hubo entre el obrero y l. Gozaba de una reputacin de hombre espiritual, pero en ese momento su espritu estaba vencido. Sin tener plena conciencia de ello, buscaba a derecha e izquierda una salida para escapar, pero yo lo tena como en una trampa.

Oh! el solo nombre de Jackson lo enfermaba. Por qu haba iniciado yo semejante tema? La broma le pareca desprovista de gracia.

Era de mi parte una prueba de mal gusto y una falta de consideracin.

Acaso ignoraba yo que en su profesin los sentimientos personales no cuentan para nada? Cuando iba a su estudio, los dejaba en su casa, y, una vez all, no admita ms sentimientos que los profesionales.

No debieron pagarle daos y perjuicios a Jackson? le pregunt.

Es claro!.. Mi opinin, por lo menos, es que tena derecho. Pero eso no tiene nada que ver con el punto de vista legal del asunto.

Comenzaba a retomar en sus manos los hilos dispersos de su espritu.

Dgame, coronel, tiene algo que ver la ley con el derecho, con la justicia, con el deber?

El deber... el deber... No es sa precisamente la palabra.

Ya comprendo: usted se las entiende con el poder, no?

Hizo un signo de aprobacin.

No dicen, sin embargo, que la ley ha sido hecha para hacernos justicia?

Lo paradjico de esto es que ella nos hace justicia.

En este momento expresa usted una opinin profesional?

El coronel Ingram se puso escarlata; positivamente, se ruboriz como un colegial. Y de nuevo busc con los oros un medio de evasin; pero yo obstrua la salida practicable y no haca el menor ademn de moverme.

Dgame prosegu , cuando se abandonan sus sentimientos personales por sus sentimientos profesionales, no podra ser definido este acto como una especie de mutilacin espiritual voluntaria?

No recib respuesta. El coronel haba escapado sin gloria, derribando una palmera en su cada.

Ensay luego los diarios. Sin pasin, con calma y moderacin, escrib una simple relacin del affaire Jackson. Me abstuve de mezclar en el asunto a los personajes con los cuales haba conversado y ni siquiera mencion sus nombres. Relataba los hechos tal como haban ocurrido, recordaba los largos aos que Jackson haba trabajado en la fbrica, su esfuerzo para evitar un deterioro en la mquina, el accidente que haba resultado de ello y su miserable condicin actual. Con perfecta armona, los tres diarios v los dos semanarios de la localidad rechazaron mi artculo.

Me ingeni para encontrarme con Percy Layton, un graduado de la Universidad que quera lanzarse en el periodismo v que actualmente haca sus primeras armas en el ms influyente de los diarios. Se sonri cuando le pregunt por qu los diarios haban suprimido toda mencin de Jackson y de su proceso.

Poltica periodstica exclam . Nosotros no tenemos nada que ver en ese asunto: es cuestin de los directores.

Pero por qu esa poltica?

Porque formamos un bloque con las corporaciones. Aunque la pagase al precio de los anuncios, aunque la pagase diez veces la tarifa ordinaria, usted no podra hacer publicar semejante informacin en ningn diario, y el empleado que tratase de pasarla fraudulentamente, perdera su empleo.

Y si hablsemos de su poltica, de la suya? Me parece que su tarea consiste en deformar la verdad de acuerdo con las rdenes de sus patrones, los que a su vez, obedecen la santsima voluntad de las corporaciones.

Yo no tengo nada que ver en todo esto...

Pareci incmodo un instantes luego su rostro se ilumin: acababa de encontrar un refugio.

Personalmente declar , no escribo nada que no sea cierto: estoy en paz con mi propia conciencia. Naturalmente, al cabo de un da de trabajo se presentan un montn de cosas repugnantes, pero, usted comprende, todo eso forma parte del trajn diario concluy con lgica infantil .

Sin embargo, usted espera sentarse algn da en un silln directoral y seguir una poltica, no es as?

De aqu a entonces, estar endurecido.

Bueno, pero ahora que usted no lo est todava, dgame, qu piensa de la poltica periodstica en general?

No pienso nada respondi vivamente . No hay que dar coces contra el aguijn si se piensa llegar en el periodismo. ,Esto es lo que siempre me han enseado, y no s nada ms.

Y mene con aire de sabidura su cabeza juvenil.

Y dnde deja usted la rectitud?

Usted ignora los recursos del oficio. Son recursos naturalmente correctos, puesto que todo concluye siempre bien, no es verdad?

Todo eso es deliciosamente vago murmur.

Pero mi corazn sangraba por esta juventud y senta ganas de gritar auxilio o d echarme a llorar. Comenzaba a penetrar las apariencias superficiales de esta sociedad en la que siempre haba vivido y a descubrir las realidades aterradoras y ocultas. Una tcita conspiracin pareca armada contra Jackson, y yo senta estremecerme de simpata hasta por el abogado llorn que haba sostenido en form tan lamentable su causa. Entretanto, esta organizacin tcita tornbase singularmente vasta: estaba dirigida contra todos los obreros que haban sido mutilados en la hilandera y, a partir de entonces, por qu no? contra todos los obreros de todas las fbricas y de las industrias de cualquier clase.

Si ello ocurra as, la sociedad era una mentira. Retroceda de espanto ante mis propias conclusiones. Era demasiado abominable, demasiado terrible para que fuese cierto. Sin embargo, ah estaba Jackson, y su brazo, y su sangre que chorreaba de mi techo y manchaba mi vestido. Y haba muchos Jackson; los haba a centenares en las hilanderas, lo haba dicho l mismo. El brazo fantasma no me soltaba.

Fui a ver al seor Wickson v al seor Pertonwaithe, los dos hombres que detentaban la mayor parte de las acciones. Mas no consegu conmoverlos como a los mecnicos a su servicio. Advert que profesaban una tica superior a la del reste de los hombres, algo que podramos llamar la moral aristocrtica, la moral de los amos. Hablaban en trminos amplios de su poltica, de su destreza, que identificaban con la probidad. Se dirigan a m con tono paternal, con aire protector hacia mi juventud y mi inexperiencia. De cuantos haba encontrado en el curso de mi investigacin, estos dos eran los ms inmorales y los ms incurables. Y estaban absolutamente persuadidos de que su conducta era justa: no caba a este respecto ni duda ni discusin posible. Se crean los salvadores de la sociedad y estaban convencidos de hacer la felicidad de la mayora: trazaban un cuadro pattico de los sufrimientos que soportara la clase trabajadora sin los empleos que ellos, y nicamente ellos, podan procurarle.

Al separarme de esos dos seores, me encontr con Ernesto y le cont mi experiencia: Me mir con expresin satisfecha.

Perfectamente me dijo . Usted comienza a desentraar por s misma la verdad. Sus conclusiones, deducidas de una generalizacin de su propia experiencia, son correctas. En el mecanismo industrial, nadie est libre de sus actos, excepto el gran capitalista, y aun se quin sabe si lo est, si me permite emplear este giro propio de los irlandeses.

Los amos, como usted ve, estn perfectamente seguros de tener razn cuando proceden como hacen. Tal es el absurdo que corona todo el edificio. Estn de tal manera atados por su naturaleza humana, que no pueden hacer nada a menos que la crean buena. Les es necesario una sancin para sus actos. Cuando quieren emprender algo, en materia de negocios, por supuesto, deben esperar que nazca en sus cerebros una especie de concepcin religiosa, moral o filosfica que d fundamentos correctos a su proyecto. Entonces dan un paso adelante, sin percatarse de que el deseo es padre del pensamiento. A cualquier proyecto terminan por encontrarle una sancin. Son casustas superficiales, jesuitas.

Se sienten inclusive justificados cuando hacen mal porque de ste resulta un bien. Uno de los axiomas ficticios ms graciosos es el de proclamarse superiores al resto de la humanidad en sabidura y en eficacia. Por obra y gracia de esta sancin, se arropan el derecho de repartir el pan y la manteca a todo el gnero humano. Han llegado a resucitar la teora del derecho divino de los reyes, de todos los reyes del comercio . El punto dbil de su posicin consiste en que son simplemente hombres de negocios y no filsofos: no son bilogos ni socilogos.

Si lo fueran todo andara mejor, naturalmente. Un hombre de negocios que al mismo tiempo fuera versado en esas dos ciencias sabra aproximadamente lo que necesita la humanidad.

Pero fuera del terreno comercial, esos individuos son estpidos.

No entienden ms que de negocios. No comprenden ni al gnero humano ni al mundo y no obstante, se constituyen en rbitros de la suerte de millones de hambrientos de todas las multitudes en conjunto. Algn da la histeria se permitir lanzar a costa de ellos una carcajada homrica.

Ahora estaba preparada para abordar a las seoras Wickson y Pertonwaithe, pues la conversacin que tendra con ellas ya no me reservara sorpresas. Eran damas de la mejor sociedad, que habitaban en verdaderos palacios. Posean muchas otras residencias desparramadas en el campo, en la montaa, al borde de los lagos o del mar. Un ejrcito de servidores se mova, solcito, a su alrededor, y su actividad social era aturdidora. Patrocinaban universidades e iglesias, y los pastores particularmente estaban dispuestos a arrodillarse delante de ellas. Estas dos mujeres constituan verdaderas potencias, con todo el dinero a su disposicin. Conservaban en alto grado el poder de subvencionar el pensamiento, como muy pronto deba yo saberlo, gracias a las advertencias y enseanzas de Ernesto.

Las dos remedaban a sus maridos y discurran en los mismos trminos generales acerca de la poltica a seguir, de los deberes y responsabilidades que incumban a los ricos. Ambas se dejaban gobernar por la misma tica que sus esposos y por su misma moral de clase: recitaban frases hechas que sus mismos odos no comprendan.

Se irritaron cuando les describ la deplorable condicin de la familia Jackson; y como yo me asombrase de que no hubiesen constituido un fondo de reserva en su favor, me hicieron saber que no tenan necesidad de nadie para conocer sus deberes sociales; cuando les ped redondamente que lo socorriesen, se negaron no menos redondamente.

Lo ms notable fue que ellas expresaron su negativa en trminos casi idnticos, a pesar de que fui a verlas por separado y de que cada una ignoraba que yo haba ido o deba ir a ver a la otra.

La respuesta de ambas, en comn, fue que estaban contentas de aprovechar esta ocasin para demostrarme de una vez por todas que ellas no acordaran primas a la negligencia v que, payando los accidentes, no queran tentar a los pobres a herirse voluntariamente.

Y esas dos mujeres eran sinceras! La doble conviccin de su superioridad de clase y de su eminencia personal se les suba a la cabeza v las embriagaba. En su moral de casta encontraban sanciones para cada uno de sus actos. De nuevo en el coche a la puerta de la esplndida mansin de la seora Pertonwaithe, me volv para contemplarla y entonces me vino a la memoria la expresin de Ernesto cuando deca que esas seoras estaban tambin atadas a la mquina, pero de suerte tal que se encontraban sentadas justamente en la cspide.

CAPTULO V.- LOS FILOMATAS

Ernesto vena a menudo a casa, pero no eran solamente mi padre o las comidas polmicas lo que lo atraan. Yapara entonces yo me jactaba de ser un poco la causa, y no demor mucho en ser acariciada con la mirada. Porque nunca hubo en el mundo un pretendiente semejante a ste.

Da a da su mirada y su apretn de mano se hacan ms firmes, si era posible, y la pregunta que haba visto asomara sus ojos se haca cada vez ms imperiosa.

Mi primera impresin sobre l haba sido desfavorable; luego me sent atrada. Ocurri despus un acceso de repulsin el da en que atac a mi clase, y a m misma con tan pocos miramientos; mas pronto advert que no haba calumniado de ninguna manera al mundo en que yo viva, que cuanto haba dicho de duro y de amargo estaba justificado; y ms que nunca me acerqu a l. Se converta en mi orculo.

Arrancaba para m la mscara a la sociedad y me dejaba entrever, verdades tan incontestables como desagradables.

Verdaderamente, nunca hubo un enamorado igual. Una muchacha no puede vivir hasta los veinticinco aos en una ciudad universitaria sin que le hagan la corte. Haba sido cortejada por sofomoros imberbes y por profesores canosos, sin contar los atletas de boxeo y los gigantes del ftbol. Pero ninguno llev el asalto como lo hizo Ernesto.

Me apret en sus brazos antes de que me diera cuenta y sus labios se posaron en los mos antes de que tuviera tiempo de protestar o de resistir.

Ante la sinceridad de su pasin, la dignidad convencional y la reserva virginal parecan ridculas. Me abandonaba frente a ese ataque soberbio e irresistible. No me hizo ninguna declaracin ni pedido de compromiso. Me tom en sus brazos, me bes y consider para en adelante como un hecho cierto que yo sera su esposa. No hubo discusin al respecto; la nica d