llegan a de jv, d . e les - carachipampa

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. -- J l\..(y 11 ICJllld~ di Ult:::I IUU . VI Llegan tarde a 1 · · . , de voces d . a invitacion de Camila Avendaño. Un envión ambos. Jv, e risas les _azota cuando franquean el zaguán. Vacilan d t . askar _ querna volverse, huir antes de ser visto y se e1ene·p ' , ero 1nvela le toma del brazo, y esto le alienta. Las risas Y \~s voces parecen advertirles que nadie se inquieta por esperarlos. Waskar se detiene de nuevo; pero· ahí está la mano de Vinvela, que se apodera otra vez de su brazo. - ¡Por fin llegaron! -grita con alborozo Camila corriendo a recibirlos. Se hace el silencio en la sala. - ¡Llegó el héroe! - ¡El héroe! -prorrumpen las mujeres ondulando en sus , asientos. Los hombres se ponen de pie. Wáskar se siente empequeñecido ante tantas mujeres que le sonríen como astros deslumbradores, ante estos hombres que se y erguen arrogantes, en esta mansión que le avasalla con el esplendor de un boato insospechado. Se aturde y se atropella al estrechar manos parecidas a las de Vinvela y manos de hombres que le miran con engreída solemnidad. Sin darse cuenta el hombre aparece sentado en un diván, en medio de dos mujeres. Ninguna de ellas es Vinvela. La una, vestida de azul, con mucho rouge en los labios rimel en los ojos, conversa con un suboficial que. ha juntado su silla al diván para estar. más junto a su interlocutora. La otra, delgadita morena, los ojos sumidos en un abismo de ojeras, le mira con dulzura y le dice palabras que saben a sencillez y a cordialidad. Déjese, hombre -dice la de azul al suboficial levantando el tono de la voz. Dígame cómo acabó aquello del asalto. Estaba usté corriendo por el pajonal con la bayoneta calada. -198-

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Page 1: Llegan a de Jv, d . e les - Carachipampa

. -- J l\..(y 11 ICJllld~ di Ult:::I IUU .

VI Llegan tarde a 1 · · . ,

de voces d . a invitacion de Camila Avendaño. Un envión ambos. Jv, e risas les _azota cuando franquean el zaguán. Vacilan

d t. askar _ querna volverse, huir antes de ser visto y se

e1ene·p v· ' , ero 1nvela le toma del brazo, y esto le alienta. Las risas Y \~s voces parecen advertirles que nadie se inquieta por esperarlos. Waskar se detiene de nuevo; pero· ahí está la mano de Vinvela, que se apodera otra vez de su brazo.

- ¡Por fin llegaron! -grita con alborozo Camila corriendo a recibirlos.

Se hace el silencio en la sala. - ¡Llegó el héroe! - ¡El héroe! -prorrumpen las mujeres ondulando en sus ,

asientos. Los hombres se ponen de pie . Wáskar se siente empequeñecido ante tantas mujeres que le

sonríen como astros deslumbradores , ante estos hombres que se yerguen arrogantes, en esta mansión que le avasalla con el esplendor de un boato insospechado. Se aturde y se atropella al estrechar manos parecidas a las de Vinvela y manos de hombres que le miran con engreída solemnidad.

Sin darse cuenta el hombre aparece sentado en un diván, en medio de dos mujeres. Ninguna de ellas es Vinvela. La una, vestida de azul, con mucho rouge en los labios rimel en los ojos, conversa con un suboficial que. ha juntado su silla al diván para estar. más junto a su interlocutora. La otra, delgadita morena, los ojos sumidos en un abismo de ojeras, le mira con dulzura y le dice palabras que saben a sencillez y a cordialidad.

Déjese, hombre -dice la de azul al suboficial levantando el tono de la voz. Dígame cómo acabó aquello del asalto. Estaba usté corriendo por el pajonal con la bayoneta calada.

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Movido de curiosidad, Wáskar vuelca la mirada en los ojos

del suboficial. Engominado y limpio como un espejo, éste enrojece un poco y vacila; luego habla con embarazo:

- Si Mary ... Los pilas nos tendieron una cortina de balas ...

Pero llegamos a sus trincheras y los atravesamos ... -A cuántos atravesó usté? - ¡UfL .. a una barbaridad ... Sin darse cuenta Wáskar largó una risa de conejo. El nunca

había conocido en el Chaco ninguna "bayoneta calada''. Cosas de emboscados ... Entre tanto, la muchacha decía:

-_ Qué espantoso! Igualito qu_e en "El fuego" de barbusse . . . La presencia repentina de un caballero anciano la interrumpe.

Todos los hombres se ponen de pie, en actitud de reverencia. Sigan sentados caballeros, y todos tengan salud -habla con

acento reposado el anciano blandiendo un sobre en la diestra. No he podido menos que acudir porque deseo abrazar y agradecer al joven Puma.

Wáskar se levanta turbado y camina hacia el caballero, cuyos Ojil\os hundidos y vivaces exploran aun entre los hombres.

· di . - 1Ah, es uste .... Un abrazo profundo en que el anciano se vuelca con todo el

temblor de sus años. Wáskar piensa~ con ternura en el buen camarada Avendaño y hace de cuenta que este abrazo viene de ·1 . • e.

Por fin he recibido una carta de mi hijo, ésta. Me la acaban de entregar -habla el caballero dirigiéndose a la concurrencia y enlazando e\ brazo al del soldado. Mi hijo me dice haberme escrito muchas cartas; pero yo no he recibido ninguna. Ahora sé que está bien. Y sé además que tuvo un amigo generoso, · un salvador en este joven. Puma. Mi hijo tenía su chifladura comunista, chifladura de chiqui\\o, y por esa razón ordenaron que fuese asesinado en la se\va. Y fue este joven Puma quien me lo salvó. No sé cómo, pero me \o salvó ...

E\ anciano se inunda de emoción y abraza nuev t . . . amen e al soldado. Cam,fa acude arrasada en lagrimas y se . arroJa en los

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brazos del salvador de su hermano, y, además, le besa en la boca, volviéndole a abrazar y abrazándole por tercera vez. Acuden a abrazarle las otras muchachas, entre ellas la more~a de las ojeras. Viene también un mozo en traje civil, corpulento, gallardo. Desde este momento el joven no se separa de él y va a sentarse a su lado, en lugar de la morena.

El padre de Avendaño tiembla todavía de emoción y como continuando un discurso interrumpido dice dirigiéndose a las mujeres.

- Así, niñas, mi hijo fue salvado de la muerte por el joven Puma. Todo mi reconocimiento para él. Gracias a él mi hijo está salvo ... Bueno, niñas y jóvenes ... jóven Puma, hasta luego.

Se marcha el anciano. Sus palabras han tenido la virtud de transformar a Wáskar en un . ser extraordina_rio, en un héroe de leyenda. Mujeres y hombres se agrupan alrededor del diván. Wáskar se siente halagado, se deja contemplar y responde a las preguntas de las muchachas. Ellas arden en curiosidad por saber en qué forma salvó la vida de Sixto Avendaño. El muchacho piensa que sería · muy largo contar toda la historia; por eso se limita a decir:

- Sixto llegó recomendado a la línea de fuego. Eso significaba que sus días, estaban contados.

- ¿Recomendado por quién? -pregunta una müjer. - Por el gobierno, señorita -responde por Wáskar el joven

de traje civil. Los de izquierda· siempre estamos perseguidos ... - El comandante del regimiento me dio la orden de matarlo

en un patrullaje o en un combate, de modo que nadie pudiera darse cuenta del crimen. Yo resolví no cumplir la orden ... y no la cumplí.

Las preguntas le llueven de todos lados. Ninguno se muestra satisfecho con la relación. Nadie comprende cómo pudo ser aquello. Entonces, apremiado por la avalancha de los curiosos, atolondrado, desfalleciente, Wáskar comienza de nuevo:

-A mi se me conocía por un ciego cumplidor de las órdenes superiores. Además me creían misántropo, por que no hablaba con nadie y me veía siempre metido en mi trinchera ... De modo que a

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juicio d~ los jefes no había un hombre más a propósito que yo ... se equivocaron ...

cuando acaba, le ametrallan de nuevo las pregunt . _ ¡Porqué le creían misántropo? . as. _ ¿Por qué no hablaba, usté con nadie? Nuevamente _arro~lado, Wás~ar cae en el desconcierto. No

desea contar la historia de su misantropía. Piensa en inventar cualquier cuento. Tose ... Pero he aquí que aparece Camila invitando a voces al comedor. El soldado suspira de alivio, y se levanta él primero. Camila se apodera de su brazo y echa a caminar con él, mientras el joven de traje civil avanza en silencio junto a ellos. El soldado advierte que Camila ·se aban~ona a su brazo cada vez más confiada, como se existiera entre ellos toda una tradición de intimidad. Y se siente orgulloso, y feliz.

- No haberlo sabido antes. No haberlo sabido. Hubiera ocupado yo el puesto de Vinvela.

En el comedor, bajo una profusión de bombas eléctricas, una gran mesa erizada de flores y de bandejas. Flores de laurel rosa. Bandejas colmadas de todo un surtido de gallerías; bomboneras, botellas de vino con doradas etiquetas.

Wáskar es obligado·a ocupar la cabec~ra. Camila se conduce con éxito en su papel de anfitrión, colocando a sus invitados e~ la mesa e incitándoles a tomar las golosinas. Ella ocupa ~na_ esquina de la cabecera, junto a Wáskar. En la otra esquina esta el Joven de traje civil ofreciendo bollos y confituras al soldado. .

' 1 ollerías con avidez Apenas se oye una voz. Todos devoran as 9 . , . er con

vestida de distinción. Sólo a Wáskar le resulta d1f1c1I dcolmh rnbre 1

• • d O a pesar e a e eganc1a; por eso come con lent1tu Y poc ,

que tiene. _ . , cino resentándole - Sírvase usted, Punia -le insinua el ve , Pde una pausa:

una bandeja - Este, no; este otro es mejor. Y de:¡¡~e!do. He llegado Yo he oído hablar de usted mucho desde que h g ri· tores artistas h · ntre ese ' . ace poco. He vivido ocho años en Pans, e Vi oy antiguernsta Y políticos. Me han obligado a veni-r a la guerra.

0 s

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porque pienso como Marx y porqué he pertenecido en Parls a la Tercera Internacional. He sido amigo personal de Barbusse y de

Romain Rolland. El mozo sigue hablando; pero Wáskar se siente adormecido y

su imaginación se dispersa y se aleja. Las palabras le suenan lejanas, sin sentido ·y apenas le ponen al frente la imagen del que las pronuncia.

- Sírvase, Anchorena -le insta Camila. Usté no se sirve por atender a Wáskar.

- Gracias Camila -toma un bocado y continúa: -Yo detesto a los héro~s; pero a usted lo admiro, porque estoy seguro de que usted es marxista y fue a la guerra conducido a la fuerza. Los marxistas condenamos la guerra y no soportamos a los héroes, porque son exponente de la violencia burguesa. Yo soy un enemigo implacable de la burguesía y como tal estoy al lado del proletariado del mundo.

Wáskar se halla a punto de admirar a Anchorena ahora. Un joven distinguido, con tantos años de París, que se vuelve contra su clase, renuncia al privilegio y abraza la causa de las masas hambrientas. Un hombre de excepción, lo mismo que Avendaño. No obstante la gomina, la camisa de seda y las uñas pulidas, comienza a con~iderarlo en el plano de su simpatía. Resuelve acogerse a su amistad. El desconfía de los que vuelven de Europa. Europa abre a los bolivianos las puertas del deleite para cerrarles las puertas del conocimiento. Pero este joven habla de artistas, de escritores y, ante todo, se muestra marxista.

Un chorro humeante cae en la taza de Wáskar poniendo término a su meditación. Es Camila, que le está sirviendo el té.

Acostumbrado a la yerba paraguaya. Wáskar paladea con delicia el té y aspira su fragancia como si se tratara de algún bálsamo prodigioso. Las galletas con vainilla, los bollos, los cuñapés, los pasteles se le brindan como manjares exóticos. Y lo son, porq~e en verdad nunca los probó. Ahora se dedica a saborearlos, sin atender al amigo, que no se cansa de hablarle. Camila se encarga

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de proveerle de los pasteles más sabrosos 1

_ , ,

delicados y los bollos más exquisitos. El hombr' os ?unap~s mas e se siente comod

satisfecho. Cree en el afecto de Camila Cree en 1

• 0 ,

' as sonrisas cQn que las muchachas contestan a sus miradas Cree t

· en es e mundo nuevo y esplendoroso donde ha sido transportado por obra . de ... la guerra. y gracia

Alguién nombre al coronel del Casti llejo. Otrá vez Wásk d 1

• .d d d ar es blanc~ .- e a cunos1 . ~ e los . con_vidados. Todos quieren oír de sus labios la narracIon del epIsod10 de Saipurenda. En vano el muchacho se remite a los diarios y a las declaraciones del coronel. Se ve abrumado por un coro de ruegos y de imposiciones.

Es un suceso demasiado amargo. Existe en él una verdad secreta que puede perjudicar a alguién. Ese alguien .será el coronel del Castillejo o seré yo, porque en el ejército sólo nosotros dos conocemos esa verdad. Esa verdad no es precisamente la que han difundido los periódicos; pero puede ocurrir al final que todo el mundo se incline hacia ese lado. Los periódicos se basan en las informaciones de un coronel y yo soy apenas_ un soldado ...

Todos han abandonado los bollos y los cuñapés . Los semblantes se han contraído de expectación y de inquietud. Un silencio de solemnidad preside el relato del singular acontecimiento. Wáskar habla con desenvoltura; pero a pesar de que se sabe oído con interés en su acento flota un dejo de pesadumbre Y de desconfianza. Omite muchos detalles de los que contó en el hospital y tan sólo se alarga en la parte final. Cuando termina, hay geStºs de indignación en todas las. caras y palabras de condena en todos

los labios. - ¡Militares cobardes! .. - ¡Asquerosos! - protestan las muJeres., llas -

todavIa son cana ·'.;,,. - Sobre los cobardes que so.n, , k Ha de ver usted

-·" 1 , d de Was ar. m,~'rmura Sofildo Anchorena a . 01 0 . . Lle a dentro de unos como le ha de hacer perseguir CastI!1~Jº·es s;n específicamente días. Y se lo soplan. Verá usted . Los mi li tar canallas.

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_ No importa. A lo surr10 podrá mandarrne de nuevo a la línE=a

de fuego. . . . Las damas comentan e l ci ni smo con que el ~oronel del

castillejo había engañado al pueblo entero, haciéndose proctarnar héroe de Saipurenda .

Unos copetines de aporto indican que la fiesta debe tocar a

su fin . - Oporto importado, legítimo - informa Anchorena catando

su copa como un experto; luego vaciando de un sorbo su contenido, prosigue: -esto no hay en plaza. Bébalo usted y repita .

- Gracias, no me hace bien. - Entonces, me dejará usted r~petir -sonrié y llen a de nuevo

su copa. Los invitados se despiden. Wáskar y Vinvela son los últimos. - Yo deseaba darme el placer de acompañar1os - les dice

Anchorena al alargarles la mano. Pero veo que están completos. Chau. ·

Camila les abraza con emoción y les invita a cenar al día siguiente. Wáskar se excusa porque debe viajar al valle.

El trayecto a la casa de Vinvela es un poco largo. La muchacha camina en silencio. Wáskar adivina en su semblante un aire extraño, pero no dice nada. Ella le ama. Este amor es la mayor fortuna de s~ vida, una fortuna que sobre muchos sufrimientos acaba de traerle la guerra. La guerra convertida de pronto en un hada prod igiosa, abre en su vida este paraíso. _

Vinvela ha tropezado en un desnivel de la acera. Wáskar la toma del brazo. Ella se detiene y rescata el brazo mirándole con dureza; su mirada le acuchil la como un enigma. El hombre se ve desconcertado.

- Lo he meditado bien y he visto que las cosas no deben pas~r de aquí. A tiempo he ·comprendido que me hallaba en mal camino. Todo debe acabar entre tú y yo.

- Era mi temor, Vinvela - susurra Wáskar as iéndose penosamente ª la tab la de la serenidad. -Muchas veces pensé

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que era una osadía alimentar esta ilusió V incompatibilidad irremediable. Tú eras m~- a~~a entre nosotros una

Un tropel que se acerca les obliga a p ~na Y eras casada ... soldados. · con inuar andando. Son

- Sí Pero a pesar de todo estaba enam d . , d d , d t ora a de t1 Tu no

sabes es e cuan o e amo. No sabes cuánt h . · . h h h . o e sufrido ni qué

cosas e ec o para conseguir que abras los ojos .. . - _Me daba cuenta. Pero temía engañarme y me invadía 1 desconfianza. a

- No era desconfianza. Era que no me querias. - ¡Vinvela!... ·

- ¡ Esta tarde lo he comprobado! Te viste en medio de mujeres lindas que te admiraban, te embriagaste con sus sonrisas y en toda la tarde no me dirigiste la mirada·. Yo no existía para ti.

Estremecido de asombro, Wáskar se da cuenta de que en efecto ella no asomó a su pensamiento durante la fiesta . El estuvo envuelto en un torbellino de sensaciones descono~idas, acribillado de preguntas, ebrio de perfumes y de sonrisas, ausente, en fin, de sí mismo. Vinvela tiene razón. Pero, no. No tiene razón , porque el la ama.

- Tu propio silencio te condena. - ¡No. Vinvela, escúchame!. .. - ¡Nada! ¡No intentes engañarme! Te he espi~~o e~ toda la

fiesta. Desde el beso que te dio Camila, tú no has v1v1do si~o para ella. Está bien, quiérela. El la es soltera y paree~ qu~ te quiere. Yo soy casada y procuraré vivir en armonía con mi maricio.

C 'd . - once eme... . d I asunto. - Nada. Ya no es necesario. Doy por termina ~ ~ no haber - Si es tu vo luntad, debo acatarla. Sólo sen ire

conseguido que me escuches. , . Wáskar. Lo había Un universo se des·morona en el espintu de •o aunque

const ·d · • • d · 1 dolor necesan ' ru1 o con demasiada fel1c1da , sin e mbros y la con ba t ·1encio los esco , " s ante desconfianza. Palpa en si .

1 . "Tenías razon

Parte de desconfianza que puso allí parece deci r e. ·

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Wáskar recuerda a Cecilia y a la moza del bosque. Ellas se encerraron en el i·mposible, como se encierra también Vinvela. Vinvela ya no existe. Ahora vendrá la soledad a velar junto a los

escombros. Wáskar pega un tropezón al ceder campo a una pareja que

está pasando. - Disculpe usté -le dice la dama en tono de pesar y sigue

su camino del brazo de su compañero. El hombre queda con la sensación de un ridículo inmenso. Se

considera de más al lado de Vinvela; de más, como quien llega por equivocación aun convite al que no ha sido invitado.

-Ay, señora , nunca me vi tan ridículo como en este momento - y se ríe con despecho vestido de ironía. He caído justamente allí . donde no quería caer. Me tocó un papel que no existía en la comedia. - y vuelve a reir.

Vinvela guarda silencio. J·unto al portón de la casa. Wáskar va a despedirse de la dama. Adiós señora. - ¡No, Wáskar! -prorrumpe ella como en un sollozo. -Tú

no me comprendes. Si estoy enteramente bajo tu dominio. Soy tuya.

Transición en el espíritu de Wáskar. Vinvela le toma del brazo y le impulsa dentro del zaguán. Allí, en el recato de 1-a sombra se abraza y se pega a su cuerpo como a un refugio. Silencio. Wáskar se apodera de su rostro con ambas manos y, como hacen los labriegos con el primer puñado de trigo de la era, se lo lleva a los labios.

VII

Es Vinvela quien no le deja pensar en su madre. Esos ojos se afianzan a los suyos como niños extraviados. Esa voz chorrea música en la oquedad de su silencio. Su madre está en su corazón; la siente en sus labios, la acaricia y la llora. Pero· Vinvela está e~ todas partes, en sus ojos, en su pensamiento y, ante todo, ahl

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