lisboa: melancolia con tono de fado

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+ 1 Garraf Garraf Revista bimestral gratuita · Nº 18 lo m lo m + + s s LA CANTANTE PRESENTA SU DISCO GUERRA FRÍA MALÚ EL TESORO ARTÍSTICO DEL MUSEO CAN PAPIOL LA RUTA DE LOS AMERICANOS EN SITGES ENCUENTRO CON MARTÍN BERASATEGUI

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Reportaje sobre Lisboa. Publicado en Lo M+s Garraf 18, el 11 de octubre de 2011

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G a r r a fG a r r a fRevista bimestral gratuita · Nº 18

lo mlo m++ss

LA CANTANTE PRESENTASU DISCO GUERRA FRÍA

MALÚ

EL TESORO ARTÍSTICODEL MUSEO CAN PAPIOL

LA RUTA DE LOSAMERICANOS EN SITGES

ENCUENTRO CONMARTÍN BERASATEGUI

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Lisboa, la capital de Portugal, a través de los refl ejos del río Tajo se anticipa al océano. Mira hacia esas aguas que llevaron a este pequeño país a ser un gran imperio. Y cinco siglos después, añora los esplendores de los años de bonanza por medio de la melodía del fado. Sus calles, amables y bonitas, permiten descubrir varias facetas de una ciudad que aún mantiene el espíritu que ha refl ejado Fernando Pessoa.Texto y fotos: Juan Pedro Chuet-Missé

Melancolía con tono de fado

VIAJES / LISBOA

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Es difícil pasear por Lis-boa y no recordar a Fer-nando Pessoa, el escri-

tor que refl ejó como nadie el alma de la capital portuguesa. Es difícil fatigar las cuestas del barrio de la Alfama y no tener presentes las palabras de El Libro del Desasosiego, cuando Pessoa expresa que gusta de “errar sin pensar” por su ciudad.

Lisboa es una ciudad amable, melancólica, peque-ña y con más aire de capital de provincia que de metrópoli europea extra large. El tiem-po parece transcurrir más lento, con agradable calma a bordo de tranvías que suben y bajan con pericia de experto por callejuelas retorcidas.

Alguna vez, Lisboa fue la capital de un imperio que

competía de tú a tú con el español. En las costas de Brasil, Mozambique, Sudáfri-ca y en puestos comerciales de India, Filipinas y China se hablaba la musical lengua portuguesa. Testigo de esos años de oro es el fastuoso Monasterio de los Jerónimos y la Torre de Belén, punto de partida y llegada de navegan-tes y conquistadores que buscaban descubrir nuevos mundos.

El río Tajo, que se ensan-cha con pretensiones de con-vertirse en mar, se contempla desde diversos ángulos, pero el mejor es desde las alturas del Castillo de San Jorge, al que se llega en el tranvía 28, que pareciera que se quedará trabado para siempre en algu-na de las calles vecinas.

El Castillo comparte terri-torio con el delicioso barrio de la Alfama, lugar bohemio, de tiendas de recuerdos –todo el mundo busca aquí el famoso gallo portugués como souve-nir- y de gastronomía con gusto local. Sus calles de es-caleras y recovecos abundan en geranios, canarios en los balcones y vecinos amables.

José Saramago, otro hijo pródigo de las letras portu-guesas, recordaba que este barrio tiene un aire árabe, y sugería perderse sin mapa, olvidarse de buscar la salida y encontrarse con “sombrías callejas, callejones inquietan-tes y escaleras resbaladizas”.

Bajando, se descubre que el centro de Lisboa, el barrio de Baixa, no es el clásico cas-co urbano medieval de las

El Monasterio de los Jerónimos (izquierda) y las bonitas calles de la Alfama mirando al Tajo (derecha). / J.Ch.

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ciudades europeas: el terrible terremoto de 1755 no ha de-jado casi piedra sobre piedra. Y los portugueses aprovecha-ron para comenzar de cero y trazaron una cuadrícula per-fecta que tiene a la transitada Plaza del Comercio, la bonita Plaza del Rossio y a la Rua Augusta como algunos de sus puntos clave, en donde destacan el adoquinado de esta avenida y los mosaicos que cubren las fachadas de las construcciones.

Pero por lógica, si hay un barrio llamado Baixa, tie-ne que haber otro conocido como “Alto”. Y para conocer-

lo, se recomienda subir por el ascensor del siglo XIX construido por un discípulo de Gustavo Eiffel, o por el particular elevador de Santa Justa, que comunica ambos barrios.

En estas calles se en-cuentran los mejores lugares para escuchar fado, el tra-dicional ritmo portugués de tonadas melancólicas y guita-rras tristes.

Precisamente, fado pro-viene del latín fatum, que sig-nifi ca destino; de ahí que sus letras hablen de recuerdos de emigrantes, la patria que qui-so y no pude ser, naves que

Los tranvías, intactos pese al paso del tiempo, permiten recorrer con tranquilidad las calles de Lisboa. / J.Ch.

Lisboa es una ciudad amable, m e l a n c ó l i c a , pequeña y con más aire de ca-pital de provin-cia que de me-trópoli europea extra large

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parten y amores que cruzaron el océano.

En los restaurantes que ofrecen shows se acostum-bra a servir pequeños platos como tapas. Uno agradece la gentileza, pero atención: esos quesos y jamones tie-nen precio, y basta tocarlos que luego se agregarán ge-nerosamente a la cuenta del restaurante. Si se aguanta la tentación, se aparta el platillo y se terminará pagando una buena cena a precios accesi-bles –se recomienda probar el exquisito bacalao, que se vende en cada esquina de la ciudad–.

A pocos pasos está el ba-rrio de Chiado, con abundan-cia de cafés frecuentados por artistas e intelectuales, una especie de Montmartre pero a la portuguesa. Aquí se en-cuentra el Café A Brasileira, donde Pessoa solía ocupar una mesa y ahora lo sigue haciendo en una estatua de bronce que le homenajea.

Hay una nueva Lisboa, que surgió tras la Exposición de 1998. De este evento ha que-dado un barrio de torres de cristal, el largo e impactante puente Vasco da Gama, que cruza el Tajo; y el Oceanario, que tras una estructura cúbi-ca presenta una interesante exhibición de peces de todo el mundo. Como corresponde a una ciudad de cultura ma-rítima, que hace cinco siglos pretendió conquistar medio planeta. Y una vez más, mi-rando al río, se recuerda a Pessoa, cuando cita: “por el Tajo se va al mundo”.

Show de fado, el tradicional ritmo melancólico de Portugal. / J.Ch.

Malabarista en el barrio de La Alfama, el más bohemio. / J.Ch.

Una nueva Lisboa surgió tras la Exposición de 1998. / J.Ch.