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Biblioteca Babel LuisJorge Borges www.capitaldellibro2011.gob.ar 03 de La Agradecemos a Maria Kodama por permitirnos utilizar el cuento “La Biblioteca de Babel” de Jorge Luis Borges para la presente publicación. 05 The Anatomy of Melancholy, part.2, sect II, mem. IV. 07 La Biblioteca de Babel 09 La Biblioteca de BabelTRANSCRIPT
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La deBiblioteca Babel
LuisJorge Borges
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Una gran metáfora de construcción colectiva concebida por Marta Minujin habita por estos tiempos Buenos Aires. Una torre de libros, donados por distintos países, embajadas y ciudadanos se transformará en un emblema inolvidable de la Ciudad. Un mo-numento a la diversidad, una fuente de comunicación que rinde tributo al libre pensamiento y la expresión, un punto de encuentro entre las almas, las diferentes lenguas y costumbres en nuestra ciudad declarada por la UNESCO Capital Mundial del Libro 2011.
En Buenos Aires, una Torre de Babel de libros evoca inmedia-tamente a Borges y a su Biblioteca de Babel. La generosidad de Maria Kodama permite hoy que los visitantes complementen su experiencia con su lectura. “Mi soledad se alegra con esa elegan-te esperanza”.
Entre tantas formas, Buenos Aires se define por la calidad y la avidez de sus lectores. De esta manera, los escritores crecen y crean literatura que se vigoriza ante la profunda demanda de nuevas lecturas. Este año la ciudad mira y celebra al libro, como una promesa y un camino, como una urgencia hacia una sociedad más reflexiva y solidaria.
Ing. Hernán Lombardi Ministro de Cultura Ciudad Autónoma de Buenos Aires
La deBiblioteca Babel
LuisJorge Borges
Agradecemos a Maria Kodama por permitirnos utilizar el cuento “La Biblioteca de Babel” de Jorge Luis Borges para la presente publicación.
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By this art you may contemplate the variation of the 23 letters ....
The Anatomy of Melancholy, part.2, sect II, mem. IV.
La Biblioteca de Babel
El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono, se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades fecales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ta qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales luz que emiten es insuficiente, incesante.
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Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi ju-ventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable: mi cuerpo se hun-dirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engen-drado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éx-tasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su tes-timonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: «La Biblio-teca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible».
A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones, cada renglón, de unas ochenta letras de co-lor negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no
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indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.
El primero: La Biblioteca existe ab aeterno. De esa verdad cu-yo corolario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto biblio-tecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enig-máticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas pa-ra el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano gara-batea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.
El segundo: «El número de símbolos ortográficos es veinticin-co».1 Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturale-
Jorge Luis Borges
[1] El manuscrito original no contiene guarismos o mayúsculas. La puntuación ha sido limitada a la coma y al punto. Esos dos signos, el espacio y las veintidós letras del alfabeto son los veinticinco símbolos suficientes que enumera el desconocido. (Nota del Editor.)
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za informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice «Oh tiempo tus pirámides». Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noti-cia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios re-pudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano... Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos, no es del todo falaz.)
Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un len-guaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterable MCV no pueden corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podía influir en la sub-
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siguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la pági-na 71 no era el que puede tener la mismaserie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido acepta-da, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.
Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior2 dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador am-bulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexio-nes de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bi-bliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblio-teca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que to-dos los viajeros han confirmado: «No hay, en la vasta Biblioteca,
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[2] Antes, por cada tres hexágonos había un hombre. El suicidio y las enfermeda-des pulmonares han destruido esa proporción. Memoria de indecible melancolía: a veces he viajado muchas noches por corredores y escaleras pulidas sin hallar un solo bibliotecario.
dos libros idénticos». De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es da-ble expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostra-ción de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basílides, el co-mentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en to-dos los libros.
Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los li-bros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodi-giosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce
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hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscurasmaldiciones, se es-trangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engaño-sos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero.
También se esperó entonces la aclaración de los misterios bá-sicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en pa-labras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Bi-blioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficia-les, inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el biblioteca-rio; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada.
A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una de-
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presión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obliga-das a promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.
Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condena-ban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros. Su nombre es execra-do, pero quienes deploran los «tesoros» que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles im-perfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer que las con-secuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores,
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han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carme-sí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilus-trados y mágicos.También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexá-gono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la ci-fra y el compendio perfecto de todos los demás: algún biblioteca-rio lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remo-to. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatiga-ron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un li-bro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumado mis años. No me parece invero-símil que en algún anaquel del universo haya un libro total;1 rue-go a los dioses ignorados que un hombre -¡uno solo, aunque sea, hace miles de años!- lo haya examinado y leído. Si el honor y la
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[1] Lo repito: basta que un libro sea posible para que exista. Sólo está excluido lo imposible. Por ejemplo: ningún libro es también una escalera, aunque sin duda hay libros que discuten y niegan y demuestran esa posibilidad y otros cuya estruc-tura corresponde a la de una escalera.
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sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultra-jado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme biblioteca se justifique.
Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de «la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiar-se en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden co-mo una divinidad que delira». Esas palabras, que no sólo denun-cian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. En efec-to, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula True-no peinado, y otro El calambre de yeso y otro Axaxaxas mlö. Esas proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo com-binar unos caracteres
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que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temo-res; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre pode-roso de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epísto-la inútil y palabrera yaexiste en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos -y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admi-te la correcta definición «ubicuo y perdurable sistema de gale-rías hexagonales», pero biblioteca es «pan» o «pirámide» o cual-quier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?)
La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se pros-ternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heré-ticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en ban-dolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana -la única- está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria,
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infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.
Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mun-do es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en luga-res remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden incon-cebiblemente cesar -lo cual es absurdo-. Quienes lo imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La Biblio-teca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repe-tido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa ele-gante esperanza.1
1941, Mar del Plata
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[1] Letizia Álvarez de Toledo ha observado que la vasta Biblioteca es inútil; en rigor, bastaría un solo volumen, de formato común, impreso en cuerpo nueve o en cuerpo diez, que constara de un número infinito de hojas infinitamente delgadas. (Cavalieri a principios del siglo XVII, dijo que todo cuerpo sólido es la superposi-ción de un número infinito de planos.) El manejo de ese vademecum sedoso no se-ría cómodo: cada hoja aparente se desdoblaría en otras análogas; la inconcebible hoja central no tendría revés.
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¿QuiénesposibleTorreBabel? de hacen
La Torre de Babel es posible gracias al aporte de más de 50 embajadas, aso-ciaciones y delegaciones quienes han donado más de 26.000 libros en idioma original. Además, quienes habitan y transitan la Ciudad han podido sumarse a este gran proyecto aportando libros a través de una campaña de recolección que se realizó en el mes de marzo en bibliotecas, librerías y Centros de Gestión y Participación de toda la Ciudad. Gracias a esta campaña y a la participación ciudadana se juntaron 4.000 ejemplares más, alcanzando así la suma de 30.000 libros para la gran Torre de Babel.
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La Torre de Babel de Libros esta formada por 30.000 libros en diferentes idiomas cuyo significado implica:
La convivencia en un mismo espacio entre lo diverso y lo particular La posibilidad de construcción de lo colectivo desde lo singular La gran metáfora de lo que sucede día a día en nuestra ciudad dónde conviven diversas colectividades que hacen a la identidad de Buenos Aires.
Muchos de los libros en diferentes idiomas que forman parte de la Torre son aporte de diferentes países del mundo y colectividades y una vez que se desarme la obra pasarán a formar parte de la Primera Biblioteca Multilingüe que tendrá nuestra Ciudad.
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MartaMinujín? es ¿Quién
Es una creación de la reconocida artista plástica argentina Marta Minujín y cons-tituye una de las principales actividades a desarrollarse en el marco de Buenos Aires Capital Mundial del Libro 2011. Se trata de una obra de arte en proceso y de participación masiva, una inter-vención urbana efímera que consiste en una estructura cónica fragmentada de aproximadamente veinticinco metros de alto por quince metros de diámetro en su base, recubierta por 30.000 libros en diferentes idiomas.
Marta Minujín es una artista de vanguardia, que sobre su espíritu critico y un tra-bajo preciso ha construido la vasta trayectoria desde la que se proyecta a nuestro país y al mundo entero. El “Obelisco acostado” (1978) en la Bienal de San Pablo; el “Obelisco de Pan Dulce” (1979); la “Torre de Pan de Joyce” (1980), el “Carlos Gardel de Fuego” (1981); la “Venus de queso” (1981) y el “Partenón de Libros” (1983) son algunas de sus creaciones. Sus obras son parte de museos y coleccio-nes privadas del mundo entero. Es reconocida por sus esculturas fragmentadas, sus estructuras blandas y sus pinturas fluorescentes.
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Fue en el mes de junio de 2009 que el Comité de Selección conformado por UNESCO junto con la Federación Internacional de Editores, la Federación Internacional de Bibliotecarios y Bibliotecas y la Federación Internacional de libreros tras evaluar todas las postulaciones, distinguió a la ciudad de Buenos Aires como Capital Mundial del Libro 2011. Este gran festejo se inició el 23 de abril de 2011 y tendrá lugar hasta el 23 de abril del 2012, y para dar comienzo al mismo construimos entre todos la gran Torre de Babel de Libros.
BuenosCapitalMundialLibro del Aires 2011
La UNESCO generó en el 2001 la distinción de Capital Mundial del Libro. Esta distinción, que se otorga cada año a una ciudad diferente, es un reconocimiento al trabajo que allí se ha desarrollado para promover los libros y la lectura y es por otro lado una gran oportunidad para que lectores, escritores, editores, traducto-res, estados y empresas se unan durante todo un año en la búsqueda de un objetivo común: la celebración de la palabra.Buenos Aires ha sido y es una ciudad de libros. Sus librerías, sus emprendimientos editoriales, sus revistas literarias, sus bibliotecas públicas y populares, sus autores célebres y premiados, sus lectores hacen del libro y la lectura pilares de la identi-dad porteña. Por este motivo en marzo del año 2009, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, acompañado por la Fundación el Libro, la Cámara Argentina del Libro (CAL), la Cámara Argentina de Papelerías, Librerías y Afines (CAPLA), la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP), la Asociación de Bibliotecarios Graduados de la República Argentina (ABGRA), la Asociación de Literatura infantil y Juvenil de la Argentina (ALIJA), la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA) presentó su candidatura ante UNESCO.
Bs.CapitalLibro As.Mundial Designó Laadel UNESCO
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ÍNDICE1. Buenos Aires Capital Mundial del Libro 2011
2. Torre de Babel de Libros
3. Marta Minujín
4.¿Porque la Torre de Babel de Libros?
5. Biblioteca Multilingüe
6.¿Quienes hacen posible Torre de Babel?
7. Cuento de la Biblioteca de Babel
Para más información ingresá en: www.capitaldellibro2011.gob.ar
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Para más información ingresá en: www.capitaldellibro2011.gob.ar
Equipo Torre de Babel de Libros creación de Marta Minujín:
Oscar Nielsen, Luciana Blasco, Jimena Soria, Jesica Pelisch, Federico Coulin, Luis Gimelli,
Santiago González Quesnel, Inés Bonadeo, Cecilia Catalin, Axel Pelisch, Bárbara Zucchi,
Matías Amden, Sol Sarratea, Daniela Ramirez, Celina Gómez de Junco, Elida Mercedes,
María del Pilar Escobar, Daniela Muttis, Nicolás Diab y Antonella Tagliatietra
Agradecemos especialmente a: el personal de la Biblioteca Manuel Galvez, Gabriel Stepansky y equipo, Oscar Madelaire, Sergio Vázquez, José María Etcheverry, Marisa Golub, Clara Muzzio, Constanza Soria, Emilio Xarrier, Elena Carmelich, Emilio Laferriere, Francisco Quintana y Rocío Irala.
Gobierno de la Ciudad de Buenos AiresJefe de Gobierno: Ing. Mauricio Macri
Jefe de Gabinete: Lic. Horacio Rodriguez Larreta
Ministro de Cultura: Ing. Hernán Lombardi
Subsecretaría de Cultura: Prof. Josefina Delgado
Directora General UPE Buenos Aires Capital Mundial del Libro 2011: Lic. Luciana Blasco
Directora General del Libro y Promoción de la Lectura: Prof. Alejandra Ramírez
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Bs. As. Capital M
undial del Libro 2011