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INTRODUCCIÓN A

‘DIALÉCTICA

DE LA NATURALEZA’y otros escritos sobre dialéctica

Federico Engels

Fundación Federico Engels

INTRODUCCIÓN A ‘DIALÉCTICA DE LA NATURALEZA’(y otros escritos sobre dialéctica)Federico EngelsTraducción: Grupo de Traductores de la Fundación Federico Engels

Primera edición: septiembre de 2006

Este libro ha sido editadogracias a la aportación desinteresadade Pepe Blanes y de una colectarealizada en una escuela de formación marxista.

ISBN: 84-96276-15-5Depósito Legal: M-51424-2006

PRINTED IN SPAIN

Publicado y distribuido por:Fundación de Estudios Socialistas Federico EngelsC/ Hermanos del Moral 33, bajo B. 28019 MadridTelf.: 914 283 870 · Fax: 914 283 871www.engels.org · [email protected]

ÍNDICE

I. INTRODUCCIÓN A ‘DIALÉCTICA DE LA NATURALEZA’ . . . . . 7

II. EL PAPEL DEL TRABAJO EN LA TRANSFORMACIÓN

DEL MONO EN HOMBRE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29

III. Viejo prólogo para el Anti-DühringSOBRE LA DIALÉCTICA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

IV. Anti-Dühring (primera parte)FILOSOFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55

División. Apriorismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55Esquematismo universal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62Filosofía de la naturaleza

Tiempo y esapacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68Cosmogonía, física, química . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79El mundo orgánico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89El mundo orgánico (final) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100

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1. La obra de Engels Dialéctica de la naturaleza constituye una síntesis dialéctico-ma-terialista de los principales avances de las ciencias naturales de mediados del si-glo XIX, desarrolla la dialéctica materialista y critica las concepciones metafísi-cas e idealistas. Esta introducción, denominada en el índice del tercer cuadernode materiales de Dialéctica de la naturaleza, redactado por Engels, “Vieja intro-ducción” fue escrita en 1875-76.

2. Respectivamente, Renacimiento y “los años quinientos”, denominación italianade la segunda mitad de su Renacimiento (siglo XVI).

3. La llamada Gran Guerra campesina de 1524-25.

INTRODUCCIÓN A‘DIALÉCTICA DE LA NATURALEZA’1

Las modernas ciencias naturales, las únicas que han alcanzado undesarrollo científico, sistemático y completo, en contraste con lasgeniales intuiciones filosóficas que los antiguos aventuraron acer-ca de la naturaleza y con los descubrimientos de los árabes, muyimportantes pero esporádicos y en la mayoría de los casos perdi-dos sin resultado; las modernas ciencias naturales, como casi todala nueva historia, datan de la gran época que nosotros, los alema-nes, llamamos la Reforma —según la desgracia nacional que en-tonces nos aconteciera—, los franceses Renaissance y los italianosCinquecento2, si bien ninguna de estas denominaciones refleja contoda plenitud su contenido. Es ésta la época que comienza en lasegunda mitad del siglo XV. El poder real, apoyándose en los ha-bitantes de las ciudades, quebrantó el poderío de la nobleza feu-dal y estableció grandes monarquías, basadas esencialmente en elprincipio nacional y en cuyo seno se desarrollaron las nacioneseuropeas modernas y la moderna sociedad burguesa. Mientraslos habitantes de las ciudades y los nobles se hallaban todavía en-zarzados en su lucha, la guerra campesina en Alemania3 apuntóproféticamente las futuras batallas de clase: en ella no sólo salie-ron a la arena los campesinos insurreccionados (esto no era nadanuevo), sino que tras ellos aparecieron los antecesores del prole-tariado moderno, enarbolando la bandera roja y con la reivindi-cación de la propiedad común de los bienes en sus labios. En los

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4. El “círculo de la Tierra”, nombre que los antiguos romanos daban a nuestroplaneta.

manuscritos salvados tras la caída de Bizancio, en las estatuas an-tiguas excavadas en las ruinas de Roma, un nuevo mundo —laGrecia antigua— se ofreció a los ojos atónitos de Occidente. Losespectros del Medievo se desvanecieron ante aquellas formas lu-minosas; en Italia se produjo un inusitado florecimiento del arte,que vino a ser como un reflejo de la antigüedad clásica y que ja-más volvió a repetirse. En Italia, Francia y Alemania nació una li-teratura nueva, la primera literatura moderna. Poco después lle-garon las épocas clásicas de la literatura en Inglaterra y en Espa-ña. Los límites del viejo orbis terrarum4 fueron rotos; sólo entoncesse descubrió el mundo, en el sentido propio de la palabra, y sesentaron las bases para el subsiguiente comercio mundial y parael paso del artesanado a la manufactura, que a su vez sirvió depunto de partida a la gran industria moderna. Fue abatida ladictadura espiritual de la Iglesia; la mayoría de los pueblos ger-manos se sacudieron su yugo y abrazaron la religión protestan-te, mientras que entre los pueblos románicos una serena liber-tad de pensamiento, heredada de los árabes y nutrida por la fi-losofía griega, de nuevo descubierta, iba echando raíces cadavez más profundas y desbrozando el camino al materialismodel siglo XVIII.

Esta fue la mayor revolución progresista que la humanidadhabía conocido hasta entonces; fue una época que requería ti-tanes y que engendró titanes por la fuerza del pensamiento,por la pasión y el carácter, por la universalidad y la erudición.De los hombres que echaron los cimientos del actual dominiode la burguesía podrá decirse lo que se quiera, pero, en ningúnmodo, que pecasen de limitación burguesa. Por el contrario: to-dos ellos se hallaban dominados, en mayor o menor medida,por el espíritu de aventuras inherente a la época. Entonces casino había ni un solo gran hombre que no hubiera realizado leja-nos viajes, no hablara cuatro o cinco idiomas y no brillase envarios campos de la ciencia y la técnica. Leonardo de Vinci nosólo fue un gran pintor, sino un eximio matemático, mecánicoe ingeniero al que debemos importantes descubrimientos enlas más distintas ramas de la física. Alberto Durero fue pintor,

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5. Marc René de Montalembert (1714-1800): Ingeniero y general francés considera-do el precursor de la fortificación; propuso el trazado poligonal de las construc-ciones fortificadas.

6. Referencia al quinto de los doce trabajos que, según la mitología, Hércules tuvoque realizar para purgar el asesinato de sus propios hijos. El rey Augías, cuyoganado, por designio divino, no padecía enfermedades, poseía el rebaño másgrande del país, pero los establos nunca habían sido limpiados; Hércules tuvoque hacerlo en un solo día.

7. Engels se refiere al coral de Lutero Ein feste Burg ist unser Gott (“El Señor es nues-tra firme fortaleza”), también llamada Cantata para la fiesta de la Reforma. E. Hei-ne, en su Historia de la religión y la filosofía en Alemania, llamó a este canto “LaMarsellesa de la Reforma”.

grabador, escultor, arquitecto y, además, ideó un sistema defortificación que encerraba pensamientos que mucho despuésdesarrollaría Montalembert5 y la moderna ciencia alemana de lafortificación. Maquiavelo fue hombre de Estado, historiador,poeta y, por añadidura, el primer escritor militar digno de men-ción de los tiempos modernos. Lutero no sólo limpió los esta-blos de Augías de la Iglesia6, sino también los del idioma ale-mán, fue el padre de la prosa alemana contemporánea y compu-so la letra y la música del himno triunfal que llegó a ser LaMarsellesa del siglo XVI7. Los héroes de aquellos tiempos aún noeran esclavos de la división del trabajo, cuya influencia propor-ciona a la actividad humana, como podemos observar en mu-chos de sus sucesores, un carácter limitado y unilateral. Lo quemás caracterizaba a dichos héroes era que casi todos ellos viví-an plenamente los intereses de su tiempo, participaban de ma-nera activa en la lucha práctica, se sumaban a un partido u otroy luchaban, unos con la palabra y la pluma, otros con la espada,y otros con ambas cosas a la vez. De ahí la plenitud y la fuerzade carácter que les daba tanta entereza. Los sabios de gabineteeran en aquel entonces una excepción; eran hombres de segun-da o tercera fila o prudentes filisteos que no deseaban pillarselos dedos.

En aquellos tiempos, también las ciencias naturales se desarro-llaban en medio de la revolución general y eran revolucionariashasta lo más hondo, pues aún debían conquistar el derecho a laexistencia. Al lado de los grandes italianos que dieron nacimien-to a la nueva filosofía, las ciencias naturales dieron sus mártires alas hogueras y mazmorras de la Inquisición. Es de resaltar que los

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8. Copérnico recibió el primer ejemplar de su libro Sobre las revoluciones de los orbescelestes, en el que exponía el sistema heliocéntrico del mundo, el mismo día desu muerte (24 de mayo de 1543).

protestantes aventajaron a los católicos en sus persecuciones con-tra la investigación libre de la naturaleza. Calvino quemó a Ser-vet cuando éste se hallaba ya en el umbral del descubrimiento dela circulación de la sangre y lo tuvo dos horas asándose vivo; laInquisición, por lo menos, se dio por satisfecha simplemente conquemar a Giordano Bruno.

El acto revolucionario con que las ciencias naturales declara-ron su independencia y parecieron repetir la acción de Luterocuando éste quemó la bula papal fue la publicación de la obra in-mortal en que Copérnico, si bien tímidamente y, por decirlo así,desde su lecho de muerte, arrojó el guante a la autoridad ecle-siástica en las cuestiones de la naturaleza8. De ese acto data laemancipación de las ciencias naturales respecto a la teología,aunque la lucha por algunas reclamaciones antagónicas se haprolongado hasta nuestros días y en ciertas mentes aún hoy dis-ta mucho de haber terminado. Pero a partir de entonces la cien-cia se desarrolló a pasos agigantados, y puede decirse que sudesarrollo se ha intensificado proporcionalmente al cuadrado dela distancia (en el tiempo) que lo separa de su punto de partida.Pareció como si hubiera sido necesario demostrar al mundo que,a partir de entonces, para el producto supremo de la materia or-gánica, para el espíritu humano, regía una ley del movimientoque era inversa a la ley del movimiento que regía para la mate-ria inorgánica.

La tarea principal en el primer período de las ciencias natura-les, que acababa de empezar, consistió en dominar el materialque se tenía a mano. En la mayor parte de las ramas hubo queempezar por lo más elemental. Todo lo que la antigüedad habíadejado en herencia eran Euclides y el sistema solar de Ptolomeo,y los árabes, la notación decimal, los rudimentos del álgebra, elsistema numérico moderno y la alquimia; el Medievo cristiano nohabía dejado nada. En tal situación era inevitable que el primerpuesto lo ocuparan las ciencias naturales más elementales: la me-cánica de los cuerpos terrestres y celestes y, al mismo tiempo,como auxiliar de ella, el descubrimiento y el perfeccionamiento

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* Torricelli en conexión con la regulación de los torrentes de los Alpes. (Nota deEngels.)

9. Según los criterios dominantes en la química del siglo XVIII, el proceso de com-bustión estaba condicionado por la existencia en los cuerpos de una sustancia es-pecial, el flogisto, que se segregaba de ellos durante la combustión. El gran quími-co francés Lavoisier demostró la inconsistencia de esta teoría y explicó el procesocomo una reacción de combinación de un cuerpo combustible con el oxígeno.

de los métodos matemáticos. En este dominio se consiguierongrandes realizaciones. A finales de ese período, caracterizadopor Newton y Linneo, vemos que estas ramas de la ciencia hanalcanzado un cierto límite. En lo fundamental, se establecieronlos métodos matemáticos más importantes: la geometría analíti-ca, principalmente por Descartes, los logaritmos, por Napier, ylos cálculos diferencial e integral, por Leibniz y, quizás, porNewton. Lo mismo puede decirse de la mecánica de los cuerpossólidos, cuyas leyes principales fueron halladas de una vez ypara siempre. Finalmente, en la astronomía del sistema solar,Kepler descubrió las leyes del movimiento planetario y Newtonlas formuló desde el punto de vista de las leyes generales delmovimiento de la materia. Las demás ramas de las ciencias na-turales estaban muy lejos de haber alcanzado incluso ese topepreliminar. La mecánica de los cuerpos líquidos y gaseosos sólofue elaborada con mayor amplitud a finales del período indica-do*. La física propiamente dicha se hallaba aún en pañales, ex-cepción hecha de la óptica, que alcanzó realizaciones extraordi-narias impulsada por las necesidades prácticas de la astronomía.La química acababa de liberarse de la alquimia merced a la teo-ría del flogisto9. La geología aún no había salido del estado em-brionario que representaba la mineralogía, y por ello la paleon-tología no podía existir aún. Finalmente, en el campo de la bio-logía, la preocupación principal todavía era la acumulación yclasificación elemental de un inmenso acervo de datos no sólobotánicos y zoológicos, sino también anatómicos y fisiológicosen el sentido propio de la palabra. Casi no podía hablarse aún dela comparación de las distintas formas de vida ni del estudio desu distribución geográfica, condiciones climáticas y demás con-diciones de existencia. Únicamente la botánica y la zoología,gracias a Linneo, alcanzaron una estructuración relativamenteacabada.

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Pero lo que mejor caracteriza este período es la elaboración deuna peculiar concepción general del mundo, en la que el puntode vista más importante es la idea de la inmutabilidad absoluta dela naturaleza. Según esta idea, la naturaleza, independientementede la forma en que hubiese nacido, una vez presente permanecíasiempre inmutable, mientras existiera. Los planetas y sus satéli-tes, una vez puestos en movimiento por el misterioso “primerimpulso”, seguían eternamente, o por lo menos hasta el fin de to-das las cosas, sus elipses prescritas. Las estrellas permanecíaneternamente fijas e inamovibles en sus sitios, manteniéndoseunas a otras en ellos en virtud de la “gravitación universal”. LaTierra permanecía inmutable desde su aparición o —según elpunto de vista— desde su creación. Las “cinco partes del mun-do” habían existido siempre y siempre habían tenido los mismosmontes, valles y ríos, el mismo clima, la misma flora y la mismafauna, excepción hecha de lo cambiado o trasplantado por elhombre. Con su aparición, las especies vegetales y animales ha-bían sido establecidas de una vez para siempre, cada individuosiempre producía otros iguales a él, y Linneo hizo ya una granconcesión al admitir que en algunos lugares, gracias al cruce, po-dían haber surgido nuevas especies. A diferencia de la historiahumana, que se desarrolla en el tiempo, a la historia natural se leatribuía exclusivamente el desarrollo en el espacio. Se negabatodo cambio en la naturaleza. Las ciencias naturales, tan revolu-cionarias al principio, se vieron frente a una naturaleza conserva-dora hasta la médula, en la que todo seguía siendo como habíasido en el principio y en la que todo debía continuar, hasta el findel mundo o eternamente, tal y como era desde el principio mis-mo de las cosas.

Las ciencias naturales de la primera mitad del siglo XVIII sehallaban tan por encima de la antigüedad griega en cuanto al vo-lumen de sus conocimientos e incluso en cuanto a la sistematiza-ción de los datos, como por debajo en cuanto a la interpretaciónde los mismos, en cuanto a la concepción general de la naturale-za. Para los filósofos griegos, el mundo era, en esencia, algo sur-gido del caos, algo que se había desarrollado, que había llegado aser. Para todos los naturalistas del período que estamos estudian-do, el mundo era algo osificado, inmutable, y para la mayoría deellos algo creado de golpe. La ciencia estaba aún profundamente

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10. La teleología es la doctrina de las causas finales.Christian F. Wolff (1679-1754): Filósofo alemán discípulo de Leibniz.

11. Se trata del libro de Kant Historia general de la naturaleza y teoría del cielo, publi-cado en 1755, donde expuso la hipótesis cosmogónica, según la cual el sistemasolar se habría desarrollado a partir de una nebulosa originaria. Laplace expu-so por vez primera su hipótesis acerca de la formación del sistema solar en elúltimo capítulo de su obra Exposición del sistema del mundo (1796).

empantanada en la teología. En todas partes buscaba y encontra-ba como causa primera un impulso exterior ajeno a la propia na-turaleza. Si la atracción, llamada pomposamente por Newtongravitación universal, se concibe como una propiedad esencial dela materia, ¿de dónde proviene la incomprensible fuerza tangen-cial que dio origen a las órbitas de los planetas? ¿Cómo surgieronlas innumerables especies vegetales y animales? ¿Y cómo, en par-ticular, surgió el hombre, respecto al cual se está de acuerdo enque no existe desde siempre? Al responder a estas preguntas, lasciencias naturales se limitaban con harta frecuencia a hacer res-ponsable de todo al creador. Al comienzo de este período, Copér-nico expulsó de la ciencia a la teología; Newton cierra esta épocacon el postulado del primer impulso divino. La idea general máselevada alcanzada por las ciencias naturales del período conside-rado es la de la congruencia del orden establecido en la naturale-za, la teleología vulgar de Wolff10, según la cual los gatos fueroncreados para devorar a los ratones; los ratones, para ser devora-dos por los gatos; y toda la naturaleza, para demostrar la sabidu-ría del creador. Hay que señalar los grandes méritos de la filoso-fía de la época que, a pesar de la limitación de las ciencias natu-rales contemporáneas, no se desorientó y —comenzando porSpinoza y acabando por los grandes materialistas franceses— seesforzó tenazmente para explicar el mundo partiendo del propiomundo, dejando la justificación detallada de esta idea a las cien-cias naturales del futuro.

Incluyo también en este período a los materialistas del sigloXVIII porque no disponían de otros datos de las ciencias natura-les que los descritos más arriba. No llegaron a conocer la obra deKant, que posteriormente hizo época, y Laplace apareció muchodespués de ellos11. No olvidemos que, si bien los progresos de laciencia abrieron numerosas brechas en esa caduca concepción dela naturaleza, toda la primera mitad del siglo XIX se encontró,

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* El carácter osificado de la vieja concepción de la naturaleza ofreció el terreno parala síntesis y el balance de las ciencias naturales como un todo íntegro: los enci-clopedistas franceses, lo hicieron de un modo mecánico, lo uno al lado del otro;luego aparecen Saint-Simon y la filosofía alemana de la naturaleza, a la que He-gel dio cima. (Nota de Engels).

12. Referencia al libro de J.H. Mädler Astronomía popular. El arraigo de estas con-cepciones en un hombre cuyos trabajos científicos proporcionaron materialesmuy valiosos para superarlas se demuestra en la siguiente frase: “El mecanis-mo entero de nuestro sistema solar tiende, por todo cuanto hemos logrado com-prender, a la preservación de lo que existe, a su existencia prolongada e inmu-table. Del mismo modo que ni un solo animal y ni una sola planta en la Tierrase han hecho más perfectos o, en general, diferentes desde los tiempos más re-motos, del mismo modo que en todos los organismos observamos únicamenteestadios de contigüidad, y no de sucesión, del mismo modo que nuestro propiogénero ha permanecido siempre el mismo corporalmente, la mayor diversidadde los cuerpos celestes coexistentes no nos da derecho a suponer que estas for-mas sean meramente distintas fases del desarrollo; por el contrario, todo lo cre-ado es igualmente perfecto de por sí”.

pese a todo, bajo su influjo*, y en esencia, incluso hoy continúanenseñándola en todas las escuelas12.

La primera brecha en esta concepción fosilizada de la natura-leza no fue abierta por un naturalista, sino por un filósofo. En1755 apareció la Historia general de la naturaleza y teoría del cielo deKant. La cuestión del primer impulso fue eliminada; la Tierra ytodo el sistema solar aparecieron como algo que había devenidoen el transcurso del tiempo. Si la mayoría aplastante de los natu-ralistas no hubiese sentido hacia el pensamiento la aversión queNewton expresó en la advertencia “¡Física, ten cuidado de la me-tafísica!”, el genial descubrimiento de Kant les hubiese permitidohacer deducciones que habrían puesto fin a su interminable ex-travío por sinuosos vericuetos y ahorrarse el tiempo y el esfuerzoderrochados copiosamente al seguir falsas direcciones, porque eldescubrimiento de Kant era el punto de partida para todo avan-ce posterior. Si la Tierra era algo que había devenido, también suestado geológico, geográfico y climático, así como sus plantas yanimales, eran algo que había devenido; la Tierra no sólo debíatener una historia de coexistencia en el espacio, sino también desucesión en el tiempo. Si las ciencias naturales hubieran conti-nuado, sin tardanza y de manera resuelta, las investigaciones enesta dirección, hoy estarían mucho más adelantadas. Pero, ¿quépodría dar de bueno la filosofía? La obra de Kant no proporcionó

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* La influencia retardadora de las mareas en la rotación de la Tierra, también su-puesta por Kant, sólo ahora ha sido comprendida. (Nota de Engels.)

13. El defecto de las concepciones de Lyell, al menos en su forma original, consisteen que considera las fuerzas que actúan sobre la Tierra como constantes, tantocualitativa como cuantitativamente. Para él no existe el enfriamiento de la Tie-rra y ésta no se desarrolla en una dirección determinada, sino que cambia sola-mente de modo casual.

resultados hasta que, muchos años después, Laplace y Herscheldesarrollaron su contenido y la fundamentaron con mayor deta-lle, preparando así, gradualmente, la admisión de la “hipótesis delas nebulosas”. Descubrimientos posteriores dieron, por fin, lavictoria a esta teoría; los más importantes fueron el del movi-miento propio de las estrellas fijas, la demostración de que en elespacio cósmico existe un medio resistente y la prueba, suminis-trada por el análisis espectral, de la identidad química de la ma-teria cósmica y la existencia —supuesta por Kant— de masas ne-bulosas incandescentes*.

Sin embargo, puede dudarse de que la mayoría de los natu-ralistas hubiera adquirido pronto conciencia de la contradicciónentre la idea de una Tierra sujeta a cambios y la teoría de la in-mutabilidad de los organismos que viven en ella, si la nacienteconcepción de que la naturaleza no existe simplemente, sino quese encuentra en un proceso de devenir y de cambio, no se hubie-ra visto apoyada por otro lado. Nació la geología y no sólo des-cubrió estratos geológicos formados unos después de otros y si-tuados unos sobre otros, sino la presencia en ellos de caparazo-nes, de esqueletos de animales extintos y de troncos, hojas yfrutos de plantas que hoy ya no existen. Se imponía reconocerque no sólo la Tierra, tomada en su conjunto, tenía su historia enel tiempo, sino que también la tenían su superficie y los anima-les y plantas en ella existentes. Al principio esto se reconoció debastante mala gana. La teoría de Cuvier acerca de las revolucio-nes de la Tierra era revolucionaria de palabra y reaccionaria dehecho. Sustituía un único acto de creación divina por una seriede actos de creación, haciendo del milagro una palanca esencialde la naturaleza. Lyell fue el primero que introdujo el sentido co-mún en la geología, sustituyendo las revoluciones repentinas,antojo del creador, por el efecto gradual de una lenta transforma-ción de la Tierra13.

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La teoría de Lyell era más incompatible que todas las anterio-res con la admisión de la constancia de las especies orgánicas. Laidea de la transformación gradual de la corteza terrestre y de lascondiciones de vida en la misma llevaba de modo directo a la te-oría de la transformación gradual de los organismos y de suadaptación al medio cambiante, llevaba a la teoría de la variabili-dad de las especies. Sin embargo, la tradición es una fuerza pode-rosa no sólo en la Iglesia católica, sino también en las ciencias na-turales. Durante largos años, el propio Lyell no advirtió esta con-tradicción, y sus discípulos, mucho menos. Ello se debió a ladivisión del trabajo dominante por entonces en las ciencias natu-rales, en virtud de la cual cada investigador se limitaba, más omenos, a su especialidad, siendo muy contados los que no per-dieron la capacidad de abarcar el todo con su mirada.

Mientras tanto, la física había hecho enormes progresos, cuyosresultados fueron resumidos casi simultáneamente por tres perso-nas en 1842, año que hizo época en esta rama de las ciencias natu-rales. Mayer, en Heilbronn, y Joule, en Manchester, demostraronla transformación del calor en fuerza mecánica y de la fuerza me-cánica en calor. La determinación del equivalente mecánico del ca-lor puso fin a todas las dudas al respecto. Mientras tanto, Grove,que no era un naturalista, sino un abogado inglés, demostraba,mediante una simple elaboración de los resultados sueltos ya ob-tenidos por la física, que todas las llamadas fuerzas físicas —lafuerza mecánica, el calor, la luz, la electricidad, el magnetismo e,incluso, la llamada energía química— se transformaban unas enotras en determinadas condiciones, sin que se produjera la menorpérdida de energía. Grove probó así, una vez más y de acuerdo almétodo físico, el principio formulado por Descartes de que la can-tidad de movimiento existente en el mundo es siempre la misma.Gracias a este descubrimiento, las distintas fuerzas físicas, esas“especies” inmutables, por así decirlo, de la física, se diferencia-ron en distintas formas del movimiento de la materia, que setransformaban unas en otras siguiendo leyes determinadas. Sedesterró de la ciencia la casualidad de la existencia de tal o cualcantidad de fuerzas físicas, pues quedaron demostradas sus inter-conexiones y transiciones. La física, como antes la astronomía, lle-gó a un resultado que apuntaba necesariamente al ciclo eterno dela materia en movimiento como la última conclusión de la ciencia.

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* Embriología. (Nota de Engels.)14. Anfioxo: Pequeño animal pisciforme marino que es una forma transitoria de los

invertebrados a los vertebrados. || Lepidosirena: Pez dipneumónido (con pul-mones y branquias) sudamericano.

** Ceratodus, ditto archeopteryx. (Nota de Engels).Ceratodus: Pez dipneumónido australiano. || Archeopteryx: Ave fósil, una de lasmás antiguas conocidas, que presenta ciertos caracteres de los reptiles. (Nota dela Editorial.)

El desarrollo maravillosamente rápido de la química desdeLavoisier y, sobre todo, desde Dalton atacó, por otro flanco, lasviejas concepciones. La obtención por medios inorgánicos decompuestos que hasta entonces sólo se habían producido en losorganismos vivos demostró que las leyes de la química tenían lamisma validez para los cuerpos orgánicos que para los inorgáni-cos y salvó en gran parte el supuesto abismo entre la naturalezainorgánica y la orgánica, abismo que Kant estimó insuperable porlos siglos de los siglos.

Finalmente, también en la esfera de las investigaciones bioló-gicas, sobre todo los viajes y las expediciones científicas organi-zados de modo sistemático a partir de mediados del siglo pasa-do, el estudio más meticuloso de las colonias europeas en todo elmundo por especialistas que vivían allí y, además, los avances dela paleontología, la anatomía y la fisiología en general, sobre tododesde que empezó a usarse sistemáticamente el microscopio y sedescubrió la célula, han acumulado tantos datos, que se ha hechoposible —y necesaria— la aplicación del método comparativo*.De una parte, la geografía física comparada permitió determinarlas condiciones de vida de las distintas floras y faunas; de otraparte, se compararon los órganos homólogos de especies distin-tas, y por cierto no sólo en el estado de madurez, sino en todaslas fases de su desarrollo. Y cuanto más profunda y exacta eraesta investigación, tanto más se esfumaba el rígido sistema quesuponía la naturaleza orgánica inmutable y fija. No sólo se ibanhaciendo más difusas las fronteras entre las distintas especies ve-getales y animales, sino que se descubrieron animales, como elanfioxo y la lepidosirena14, que parecían mofarse de toda la clasifi-cación existente hasta entonces**; finalmente, se hallaron organis-mos de los que ni siquiera se puede decir si pertenecen al mundoanimal o al vegetal. Las lagunas en los anales de la paleontología

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15. Reino, establecido en 1866, para los organismos inferiores cuya clasificacióncomo animales o vegetales era controvertida.

se iban llenando una tras otra, lo que obligaba a los más obstina-dos a reconocer el asombroso paralelismo existente entre la histo-ria del desarrollo del mundo orgánico en su conjunto y la histo-ria del desarrollo de cada organismo por separado, ofreciendo elhilo de Ariadna que debía indicar la salida del laberinto en que labotánica y la zoología parecían cada vez más perdidas. Es de no-tar que casi al mismo tiempo que Kant atacaba la doctrina de laeternidad del sistema solar, C. F. Wolff desencadenaba, en 1759,el primer ataque contra la teoría de la constancia de las especiesy proclamaba la teoría de la evolución. Pero lo que en él sólo fueuna anticipación brillante, tomó una forma concreta en manos deOken, Lamarck y Baer y fue victoriosamente implantado en laciencia por Darwin, en 1859, exactamente cien años después. Casial mismo tiempo quedó establecido que el protoplasma y la célu-la, considerados hasta entonces como los constituyentes morfoló-gicos últimos de todos los organismos, eran también formas or-gánicas inferiores con existencia independiente. Todos estosavances redujeron al mínimo el abismo entre la naturaleza inor-gánica y la orgánica, y eliminaron uno de los principales obstácu-los que se alzaban ante la teoría de la evolución de las especies.La nueva concepción de la naturaleza se hallaba ya trazada en susrasgos fundamentales: toda rigidez se disolvió, todo lo inerte co-bró movimiento, toda particularidad considerada eterna resultópasajera, y quedó demostrado que la naturaleza se mueve en unflujo eterno y cíclico.

* * * * *

Y así hemos vuelto a la concepción del mundo que tenían losgrandes fundadores de la filosofía griega, a la concepción de quetoda la naturaleza, desde sus partículas más elementales hasta suscuerpos más gigantescos, desde los granos de arena hasta los so-les, desde los protistas15 hasta el hombre, se halla en un estado pe-renne de nacimiento y muerte, en flujo constante, sujeto a ince-santes cambios y movimientos. Con la sola diferencia esencial deque lo que para los griegos fue una intuición genial es, en nuestro

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caso, el resultado de una estricta investigación científica basadaen la experiencia y, por ello, tiene una forma más terminada ymás clara. Es cierto que la prueba empírica de este movimientocíclico no está exenta de lagunas, pero éstas, insignificantes encomparación con lo que ya se ha logrado establecer firmemente,disminuyen cada año. Además, ¿cómo puede estar dicha pruebaexenta de lagunas en algunos detalles teniendo en cuenta que lasramas más importantes del saber —la astronomía interplanetaria,la química, la geología— apenas si tienen un siglo, que la fisiolo-gía comparada apenas si tiene cincuenta años y que la forma bá-sica de casi todo desarrollo vital, la célula, fue descubierta hacemenos de cuarenta?

* * * * *

Los innumerables soles y sistemas solares de nuestra isla cósmi-ca, limitada por los anillos estelares extremos de la Vía Láctea, sehan desarrollado debido a la contracción y enfriamiento de nebu-losas incandescentes, sujetas a un movimiento en torbellino cu-yas leyes quizá sean descubiertas cuando varios siglos de obser-vación nos proporcionen una idea clara del movimiento propiode las estrellas. Evidentemente, este desarrollo no se ha operadoen todas partes con la misma rapidez. La astronomía se ve más ymás obligada a reconocer que, además de los planetas, en nues-tro sistema estelar existen cuerpos opacos, soles extintos (Mä-dler); por otra parte (según Secchi), una parte de las manchas ne-bulares gaseosas pertenece a nuestro sistema estelar como solesaún no formados, lo que no excluye la posibilidad de que otrasnebulosas, como afirma Mädler, sean distantes islas cósmicas in-dependientes, cuyo estadio relativo de desarrollo debe ser esta-blecido por el espectroscopio.

Laplace demostró con todo detalle, y con maestría insuperadahasta la fecha, cómo un sistema solar se desarrolla a partir de unamasa nebular independiente; investigaciones posteriores de laciencia han ido probando su razón cada vez con mayor fuerza.

En los cuerpos independientes así formados —tanto los solescomo los planetas y sus satélites—, la forma de movimiento de lamateria que al principio prevalece es la que hemos denominadocalor. No se puede hablar de compuestos de elementos químicos

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ni siquiera a la temperatura que tiene actualmente el Sol; obser-vaciones posteriores sobre éste nos demostrarán hasta qué puntoel calor se transforma en estas condiciones en electricidad o enmagnetismo; ya está casi probado que los movimientos mecáni-cos que se operan en el Sol se deben exclusivamente al conflictoentre el calor y la gravedad.

Los cuerpos desgajados de las nebulosas se enfrían más rápi-damente cuanto más pequeños son. Primero se enfrían los saté-lites, los asteroides y los meteoritos, del mismo modo que nues-tra Luna se ha enfriado hace mucho. En los planetas, este proce-so se opera más despacio, y en el astro central, todavía con máslentitud.

Paralelamente al enfriamiento progresivo, empieza a manifes-tarse con fuerza creciente la interacción de las formas físicas demovimiento, que se transforman unas en otras hasta que final-mente se llega a un punto en que la afinidad química empieza adejarse sentir, en que los elementos químicos, antes indiferencia-dos, se diferencian químicamente, adquieren propiedades quími-cas y se combinan entre sí. Estas combinaciones cambian de con-tinuo con la disminución de la temperatura —que influye de unmodo distinto no ya sólo en cada elemento, sino en cada combi-nación de elementos—; cambian con el consecuente paso de unaparte de la materia gaseosa, primero al estado líquido y despuésal sólido, y con las nuevas condiciones así creadas.

El período en que el planeta adquiere su corteza sólida y apa-recen acumulaciones de agua en su superficie coincide con el pe-ríodo en que la importancia de su calor intrínseco disminuye másy más en comparación con el que recibe del astro central. Su at-mósfera se convierte en teatro de fenómenos meteorológicos en elsentido que damos hoy a esta palabra, y su superficie, en teatrode cambios geológicos en los que los depósitos, resultado de lasprecipitaciones atmosféricas, van ganando cada vez mayor pre-ponderancia sobre los efectos, lentamente menguantes, del fluidoincandescente que constituye su núcleo interior.

Finalmente, cuando la temperatura ha descendido hasta talpunto —por lo menos en una parte importante de la superficie—que ya no rebasa los límites en que la albúmina es capaz de vivir,se forma, si se dan las condiciones químicas favorables, el proto-plasma vivo. Hoy aún no sabemos qué condiciones son ésas, cosa

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16. Mineral hallado en Canadá, que se creyó era un fósil. En 1878, el científico ale-mán K. Möbius demostró que no era de origen orgánico.

que no debe extrañarnos, ya que hasta la fecha no se ha logradoestablecer la fórmula química de la albúmina, ni siquiera conoce-mos cuántos albuminoides químicamente diferentes existen, ysólo hace unos diez años que sabemos que la albúmina completa-mente desprovista de estructura cumple todas las funciones esen-ciales de la vida: digestión, excreción, movimiento, contracción,reacción a los estímulos y reproducción.

Seguramente pasaron miles de años antes de que se dieranlas condiciones para el siguiente paso adelante y que de la albú-mina informe surgiera la primera célula, merced a la formacióndel núcleo y la membrana. Pero con la primera célula se obtuvola base para el desarrollo morfológico de todo el mundo orgáni-co; lo primero que se desarrolló, según podemos colegir toman-do en consideración los datos que suministran los archivos de lapaleontología, fueron innumerables especies de protistas celula-res y acelulares —de las cuales sólo ha llegado hasta nosotros elEozoon canadense16— que fueron diferenciándose hasta formar lasprimeras plantas y los primeros animales. Y de los primeros ani-males se desarrollaron, esencialmente gracias a la diferenciación,incontables clases, órdenes, familias, géneros y especies, hastallegar a la forma en que el sistema nervioso alcanza su más ple-no desarrollo, a los vertebrados, y finalmente, entre éstos, a unvertebrado en que la naturaleza adquiere conciencia de sí misma:el ser humano.

También el hombre surge por la diferenciación, y no sólocomo individuo —desarrollándose a partir de un simple óvulohasta formar el organismo más complejo que produce la natura-leza—, sino también en el sentido histórico. Cuando por fin, trasuna lucha de milenios, la mano se diferenció de los pies y se lle-gó a la actitud erecta, el hombre se hizo distinto del mono yquedó sentada la base para el desarrollo del lenguaje articuladoy para el poderoso desarrollo del cerebro, que desde entoncesha abierto un abismo infranqueable entre el hombre y el mono.La especialización de la mano implica la aparición de la herra-mienta, y ésta implica la actividad específicamente humana, laacción recíproca transformadora del hombre sobre la naturaleza,

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la producción. También los animales tienen herramientas en elsentido más estrecho de la palabra, pero sólo como miembros desu cuerpo: la hormiga, la abeja, el castor; los animales tambiénproducen, pero el efecto de su producción sobre la naturaleza queles rodea es, en relación a ésta, igual a cero. Únicamente el hom-bre ha logrado imprimir su sello a la naturaleza, y no sólo llevan-do plantas y animales de un lugar a otro, sino modificando tam-bién el aspecto y el clima de su hábitat y hasta las propias plantasy animales, hasta el punto de que los resultados de su actividadsólo pueden desaparecer con la extinción general del globo terrá-queo. Y esto lo ha conseguido el hombre, ante todo y sobre todo,valiéndose de la mano. Hasta la máquina de vapor, que es hoy porhoy su herramienta más poderosa para la transformación de lanaturaleza, depende a fin de cuentas, como herramienta, de la ac-tividad de las manos. Sin embargo, paralelamente a la mano fuedesarrollándose, paso a paso, la cabeza; iba apareciendo la con-ciencia, primero de las condiciones necesarias para obtener cier-tos resultados prácticos útiles; después, sobre la base de esto, na-ció entre los pueblos que se hallaban en una situación más venta-josa la comprensión de las leyes de la naturaleza que determinandichos resultados útiles. Al mismo tiempo que se desarrollaba rá-pidamente el conocimiento de las leyes de la naturaleza, aumen-taban los medios de acción recíproca sobre ella; la mano sola nun-ca hubiera logrado crear la máquina de vapor si, paralelamente,y en parte gracias a la mano, no se hubiera desarrollado correla-tivamente el cerebro humano.

Con el hombre, entramos en la historia. También los animalestienen una historia, la de su origen y desarrollo gradual hasta suestado presente. Pero los animales son objetos pasivos de la his-toria, y su participación en ella ocurre sin su conocimiento o vo-luntad. Los hombres, por el contrario, a medida que se alejanmás de los animales en el sentido estrecho de la palabra, en ma-yor grado hacen su historia ellos mismos, conscientemente, ytanto menor es la influencia que ejercen sobre esta historia las cir-cunstancias imprevistas y las fuerzas incontroladas, y tanto másexactamente se corresponde el resultado histórico con los finesestablecidos de antemano. Pero si aplicamos este rasero a la his-toria humana, incluso a la historia de los pueblos más desarrolla-dos de nuestro siglo, veremos que incluso aquí existe todavía

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17. Palabras de Mefistófeles en el Fausto de Goethe, parte I, escena III.

una colosal discrepancia entre los objetivos propuestos y los re-sultados obtenidos, veremos que continúan prevaleciendo las in-fluencias imprevistas, que las fuerzas incontroladas son muchomás poderosas que las puestas en movimiento de acuerdo a unplan. Y esto seguirá siendo así mientras la actividad históricamás esencial de los hombres, la que los ha elevado desde el esta-do animal al humano y forma la base material de todas sus de-más actividades —me refiero a la producción de sus medios desubsistencia, es decir, a lo que hoy llamamos producción social—,se vea subordinada a la acción imprevista de fuerzas incontrola-das y mientras el objetivo deseado se alcance sólo excepcional-mente y con mucha más frecuencia se obtengan resultados diame-tralmente opuestos. En los países industriales más adelantadoshemos sometido las fuerzas de la naturaleza, poniéndolas al ser-vicio del hombre; gracias a ello hemos aumentado inconmensura-blemente la producción, de modo que hoy un niño produce másque antes cien adultos. Pero, ¿cuáles han sido las consecuenciasde este incremento de la producción? El aumento del trabajo ago-tador, una miseria creciente de las masas y un inmenso crac eco-nómico cada diez años. Darwin no sospechaba qué sátira tanamarga escribía de los hombres, y en particular de sus compatrio-tas, cuando demostró que la libre competencia, la lucha por laexistencia, que los economistas celebran como el mayor logro his-tórico, era el estado normal del mundo animal. Únicamente una or-ganización consciente de la producción social, en la que la pro-ducción y la distribución obedezcan a un plan, puede elevar so-cialmente a los hombres sobre el resto del mundo animal, delmismo modo que la producción en general les elevó como espe-cie. El desarrollo histórico hace esta organización más necesaria ymás posible cada día. A partir de ella se datará la nueva época his-tórica en que los propios hombres, y con ellos todos los camposde su actividad, especialmente las ciencias naturales, alcanzaránéxitos que eclipsarán todo lo conseguido hasta entonces.

Pero “todo lo que nace merece perecer”17. Quizá pasen antesmillones de años, nazcan y bajen a la tumba centenares de miles degeneraciones, pero se acerca inexorablemente el tiempo en que elcalor decreciente del Sol no podrá ya derretir el hielo procedente

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de los polos; la humanidad, más y más hacinada en torno al ecua-dor, no encontrará ni siquiera allí el calor necesario para la vida;irá desapareciendo paulatinamente toda huella de vida orgánica,y la Tierra, muerta, convertida en una esfera fría, como la Luna,girará en las tinieblas más profundas, siguiendo órbitas más ymás reducidas en torno al Sol, también muerto, sobre el que al fi-nal terminará por caer. Unos planetas correrán esa suerte antes yotros después que la Tierra; y en lugar del luminoso y cálido sis-tema solar, con la armónica disposición de sus componentes, que-dará tan sólo una esfera fría y muerta, que aún seguirá su solita-rio camino por el espacio cósmico. El mismo destino que aguar-da a nuestro sistema solar espera antes o después a todos losdemás sistemas de nuestra isla cósmica, incluso a aquellos cuyaluz jamás alcanzará la Tierra mientras quede un ser humano ca-paz de percibirla.

Pero, ¿qué ocurrirá cuando nuestro sistema solar haya termi-nado su existencia, cuando haya sufrido la suerte de todo lo fini-to, la muerte? ¿Continuará el cadáver del Sol rodando eternamen-te por el espacio infinito y todas las fuerzas de la naturaleza, antesinfinitamente diferenciadas, se convertirán en una única forma demovimiento, en la atracción? “¿O —como se pregunta Secchi (pág.810)— hay en la naturaleza fuerzas capaces de hacer que el siste-ma muerto vuelva a su estado original de nebulosa incandescen-te, capaces de despertarlo a una nueva vida? No lo sabemos”.

Sin duda, no lo sabemos en el sentido que sabemos que 2 x 2 = 4o que la atracción de la materia aumenta y disminuye en razóndel cuadrado de la distancia. Pero en las ciencias naturales teóri-cas —que en lo posible unen su concepción de la naturaleza en untodo armónico y sin las cuales en nuestros días no puede hacernada el empírico más limitado— tenemos que operar a menudocon magnitudes imperfectamente conocidas; y la coherencia lógi-ca del pensamiento ha tenido que suplir, en todos los tiempos, lainsuficiencia de nuestros conocimientos. Las ciencias naturalescontemporáneas se han visto obligadas a tomar de la filosofía elprincipio de la indestructibilidad del movimiento; sin este princi-pio, las ciencias naturales ya no pueden existir. Pero el movi-miento de la materia no es únicamente tosco movimiento mecá-nico, mero cambio de lugar; es calor y luz, tensión eléctrica ymagnética, combinación química y disociación, vida y, finalmente,

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18. Posibilidad, potencial.19. Realidad, acto.20. Angelo Secchi (1818-78): Sacerdote y astrónomo italiano que estudió la compo-

sición del Sol.21. Literalmente, “cabeza muerta”; en sentido figurado, restos mortales, desechos

sobrantes de la calcinación, una reacción química, etc. Aquí hace referencia alSol apagado con los planetas muertos caídos sobre él.

conciencia. Decir que la materia, durante toda su existencia ilimi-tada en el tiempo, solamente una vez —y por un período infinita-mente corto en comparación con su eternidad— ha podido dife-renciar su movimiento y, con ello, desplegar toda la riqueza delmismo, y que antes y después de ello se ha visto limitada eterna-mente a simples cambios de lugar, decir esto equivale a afirmarque la materia es perecedera y el movimiento, pasajero. La indes-tructibilidad del movimiento debe ser comprendida no sólo en elsentido cuantitativo, sino también en el cualitativo. La materiacuyo mero cambio mecánico de lugar incluye la posibilidad detransformación, si se dan condiciones favorables, en calor, electri-cidad, acción química, vida, pero que es incapaz de producir esascondiciones por sí misma, esa materia ha sufrido determinado perjui-cio en su movimiento. El movimiento que ha perdido la capacidadde verse transformado en las distintas formas que le son propias,si bien posee aún dúnamis18, no tiene ya energeia19, y por ello se ha-lla parcialmente destruido. Pero ambas cosas son inconcebibles.

En todo caso, es indudable que hubo un tiempo en que la ma-teria de nuestra isla cósmica convertía en calor una cantidad tanenorme de movimiento —hasta hoy no sabemos de qué género—,que de él pudieron desarrollarse los sistemas solares pertenecien-tes (según Mädler) por lo menos a veinte millones de estrellas ycuya extinción gradual es igualmente indudable. ¿Cómo se ope-ró esta transformación? Sabemos tan poco como sabe el padreSecchi20 sobre si el futuro caput mortuum21 de nuestro sistema so-lar se convertirá de nuevo, alguna vez, en materia prima paranuevos sistemas solares. Pero aquí nos vemos obligados a recu-rrir a la ayuda del creador o a concluir que la materia prima in-candescente que dio origen a los sistemas solares de nuestra islacósmica se produjo de forma natural, por transformaciones delmovimiento inherentes por naturaleza a la materia en movimientoy cuyas condiciones deben, por consiguiente, ser reproducidas

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por la materia, aunque sea después de millones y millones deaños, más o menos accidentalmente, pero con la necesidad que estambién inherente a la casualidad.

Cada vez se admite más la posibilidad de semejante transfor-mación. Se llega a la convicción de que el destino final de loscuerpos celestes es caer unos sobre otros, e incluso se calcula lacantidad de calor que debe desarrollarse en tales colisiones. Laaparición repentina de nuevas estrellas y el no menos repentinoaumento del brillo de estrellas hace mucho conocidas —de lo cualnos informa la astronomía— pueden fácilmente explicarse por se-mejantes colisiones. Además, debe tenerse en cuenta que no sólonuestros planetas giran alrededor del Sol y que no sólo nuestroSol se mueve dentro de nuestra isla cósmica, sino que ésta semueve en el espacio cósmico en equilibrio temporal relativo conlas otras islas cósmicas, pues incluso el equilibrio relativo de loscuerpos que flotan libremente puede existir únicamente allí don-de el movimiento está recíprocamente condicionado; además, al-gunos admiten que la temperatura en el espacio cósmico no es lamisma en todas partes. Finalmente, sabemos que, a excepción deuna porción infinitesimal, el calor de los innumerables soles denuestra isla cósmica se desvanece en el espacio cósmico sin elevarsu temperatura aunque sólo sea en una millonésima de gradocentígrado. ¿Qué ocurre con toda esa ingente cantidad de calor?¿Se pierde para siempre en su intento de calentar el espacio cós-mico, cesa de existir prácticamente y continúa existiendo sólo te-óricamente en el hecho de que el espacio cósmico se ha calentadoen una fracción infinitesimal de grado? Esta suposición niega laindestructibilidad del movimiento; admite la posibilidad de que,por la caída sucesiva de los cuerpos celestes unos sobre otros,todo el movimiento mecánico existente se convertirá en calorirradiado al espacio cósmico, merced a lo cual, a despecho detoda la “indestructibilidad de la fuerza”, cesaría en general todomovimiento. (Por cierto, aquí se ve lo poco acertada de la expre-sión “indestructibilidad de la fuerza”, en lugar de “indestructibi-lidad del movimiento”). Llegamos así a la conclusión de que elcalor irradiado al espacio cósmico debe, de un modo u otro —lle-gará un tiempo en que las ciencias naturales se impongan la ta-rea de averiguarlo—, convertirse en otra forma de movimientoen que tenga la posibilidad de volver a concentrarse y funcionar

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22. “La multiplicidad de los mundos en el espacio infinito lleva a la concepción deuna sucesión de mundos en el tiempo infinito” (J.W. Draper, History of the Inte-llectual Development of Europe, t. II, p. 325).

activamente. Con ello desaparece el principal obstáculo que hoyexiste para el reconocimiento de la reconversión de los soles ex-tintos en nebulosas incandescentes.

Además, la sucesión eternamente reiterada de los mundos enel tiempo infinito es únicamente un complemento lógico a la coe-xistencia de innumerables mundos en el espacio infinito. Este esun principio cuya necesidad indiscutible se ha visto forzado a re-conocer incluso el cerebro antiteórico del yanqui Draper22.

Este es el ciclo eterno en que se mueve la materia, un ciclo queúnicamente cierra su trayectoria en períodos para los que nuestroaño terrestre no puede servir de unidad de medida, un ciclo en elcual el tiempo de máximo desarrollo, el tiempo de la vida orgáni-ca e, incluso, el tiempo de la vida de los seres conscientes de símismos y de la naturaleza es tan parcamente medido como el es-pacio en que la vida y la autoconciencia existen; un ciclo en el quecada forma finita de existencia de la materia —lo mismo si es unsol que una nebulosa, un individuo animal o una especie de ani-males, la combinación o la disociación química— es igualmentepasajera y en el que no hay nada eterno de no ser la materia eneterno movimiento y transformación, y las leyes según las cualesse mueve y se transforma. Pero por más frecuente e inexorable-mente que este ciclo se opere en el tiempo y en el espacio, por másmillones de soles y tierras que nazcan y mueran, por más que pue-dan tardar en crearse en un sistema solar e incluso en un solo pla-neta las condiciones para la vida orgánica, por más innumerablesque sean los seres orgánicos que deban surgir y perecer antes deque se desarrollen animales con un cerebro capaz de pensar y queencuentren por un breve plazo condiciones favorables para suvida, para ser luego también aniquilados sin piedad, tenemos lacerteza de que la materia será eternamente la misma en todas sustransformaciones, de que ninguno de sus atributos puede jamásperderse y que por ello, con la misma necesidad férrea con que hade exterminar en la Tierra su creación superior, la mente pensan-te, ha de volver a crearla en algún otro sitio y en otro tiempo.

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23. Este trabajo fue inicialmente pensado como introducción a un trabajo más ex-tenso denominado Tres formas fundamentales de esclavitud. Pero, como el proyec-to no avanzaba, Engels le dio el título por el que ahora es conocido. Engels ex-plica el papel decisivo del trabajo, de la producción de instrumentos, en la for-mación del tipo físico del hombre y de la sociedad humana, mostrando que, apartir de un antepasado parecido al mono y a través de un largo proceso evo-lutivo, se desarrolló un ser cualitativamente distinto, el ser humano. Probable-mente fue escrito en junio de 1876. Se publicó por primera vez en la revista DieNeue Zeit, nº 44, 1895-96.

24. Cuando Engels escribió este trabajo, el científico británico Philip Lutley Sclaterplanteó la teoría de que desde Madagascar hasta Indonesia había existido uncontinente que se había sumergido bajo el mar.

25. Véase Charles Darwin, El origen del hombre y de la selección con relación alsexo.

EL PAPEL DEL TRABAJOEN LA TRANSFORMACIÓNDEL MONO EN HOMBRE23

El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas eneconomía política. Y en efecto, lo es, junto con la naturaleza, queprovee los materiales que el trabajo convierte en riqueza. Pero eltrabajo es muchísimo más, es la condición básica y fundamentalde toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto pun-to, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre.

Hace muchos centenares de miles de años, en una época, toda-vía no establecida definitivamente, de la era del desarrollo de laTierra que los geólogos denominan terciaria, probablemente a fi-nales de la misma, vivía en algún lugar de la zona tropical —qui-zás en un extenso continente hoy desaparecido en las profundi-dades del océano Índico24— una raza de monos antropomorfosextraordinariamente desarrollada. Darwin nos ha dado una des-cripción aproximada de estos antepasados nuestros: estaban to-talmente cubiertos de pelo, tenían barba, orejas puntiagudas, vi-vían en los árboles y formaban manadas25.

Es de suponer que, como consecuencia directa de su género devida, por el que las manos, al trepar, tenían que desempeñar funcio-nes distintas a las de los pies, estos monos se fueron acostumbrando

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a prescindir de ellas al caminar por el suelo y empezaron a adop-tar más y más una posición erecta. Fue el paso decisivo para la trans-formación del mono en hombre.

Todos los monos antropomorfos que existen en la actualidadpueden permanecer en posición erecta y caminar apoyándose úni-camente en sus pies; pero lo hacen sólo en caso de extrema necesi-dad y, además, con suma torpeza. Caminan habitualmente en acti-tud semierecta, y su marcha incluye el uso de las manos. La mayo-ría de estos monos apoyan en el suelo los nudillos y, encogiendolas piernas, hacen avanzar el cuerpo por entre sus largos brazos,como un cojo que camina con muletas. En general, aún hoy pode-mos observar entre los monos todas las formas de transición entrela marcha cuadrúpeda y la marcha bípeda. Pero para ninguno deellos esta última ha pasado de ser un recurso circunstancial.

Y puesto que, para nuestros peludos antepasados, la posiciónerecta había de ser primero una norma y luego una necesidad, deaquí se desprende que por aquel entonces las manos tenían queejecutar funciones cada vez más variadas. Incluso entre los mo-nos existe ya cierta división de funciones entre pies y manos.Como hemos señalado más arriba, al trepar las manos son usadasde distinta manera que los pies. Las manos sirven fundamental-mente para recoger y sostener los alimentos, como hacen algunosmamíferos inferiores con sus patas delanteras. Ciertos monos seayudan de las manos para construir nidos en los árboles; y algu-nos, como el chimpancé, llegan a construir tejadillos entre las ra-mas, para protegerse de las inclemencias meteorológicas. Lamano les sirve para empuñar garrotes con los que se defiendende sus enemigos, o para bombardear a éstos con frutos y piedras.Cuando se encuentran en cautividad, realizan con las manos di-versas operaciones sencillas que copian de los humanos. Peroaquí es precisamente donde se ve la gran distancia que separa lamano primitiva de los monos, incluso la de los antropoides supe-riores, de la mano del hombre, perfeccionada por el trabajo du-rante cientos de miles de años. El número y la disposición gene-ral de los huesos y los músculos son los mismos en el mono y enel hombre, pero la mano del salvaje más primitivo es capaz deejecutar centenares de operaciones que no pueden ser realizadaspor la mano de ningún mono. Ni una sola mano simiesca ha cons-truido jamás un cuchillo de piedra, por tosco que fuese.

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Las funciones para las que nuestros antepasados fueron adap-tando poco a poco sus manos durante los muchos miles de añosde transición del mono al hombre sólo pudieron ser, en un prin-cipio, funciones sumamente sencillas. Los salvajes más primiti-vos, incluso aquellos en los que puede presumirse el retorno a unestado más próximo a la animalidad, con una degeneración físicasimultánea, son muy superiores a aquellos seres del período tran-sitorio. Antes de que el primer trozo de sílex hubiese sido conver-tido en cuchillo por la mano humana, debió de pasar un períodode tiempo tan largo que, en comparación con él, el período de his-toria conocida por nosotros resulta insignificante. Pero se habíadado ya el paso decisivo: la mano era libre y ahora podía adquirircada vez más destreza y habilidad; y ésta mayor flexibilidad ad-quirida se transmitía por herencia y aumentaba de generación engeneración.

Vemos, pues, que la mano no es sólo el órgano del trabajo;también es producto de él. La mano humana ha alcanzado ese gradode perfección que la ha hecho capaz de dar vida, como por arte demagia, a los cuadros de Rafael, a las estatuas de Thorwaldsen y ala música de Paganini únicamente por el trabajo, por la adapta-ción a nuevas y nuevas funciones, por la transmisión hereditariadel perfeccionamiento especial así adquirido por los músculos,los ligamentos y, en un período más largo, también por los hue-sos, y por la aplicación siempre renovada de estas habilidades he-redadas a funciones nuevas y cada vez más complejas.

Pero la mano no era algo con existencia propia e indepen-diente, sino únicamente un miembro de un organismo entero ysumamente complejo. Y lo que beneficiaba a la mano beneficia-ba también a todo el cuerpo al que servía; y lo beneficiaba endos aspectos.

Primeramente, en virtud de la ley que Darwin llamó de la co-rrelación del crecimiento. Según esta ley, ciertas formas de lasdistintas partes de los seres orgánicos siempre están ligadas a de-terminadas formas de otras partes que aparentemente no tienenninguna relación con las primeras. Así, todos los animales queposeen glóbulos rojos sin núcleo y cuyo occipital está articuladocon la primera vértebra por medio de dos cóndilos poseen, sin ex-cepción, glándulas mamarias para la alimentación de sus crías.También, la pezuña hendida de ciertos mamíferos va ligada, por

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regla general, a un estómago con varios compartimentos adapta-do a la rumia. Las modificaciones experimentadas por ciertas for-mas provocan cambios en la forma de otras partes del organismo,sin que estemos en condiciones de explicar tal conexión. Los ga-tos totalmente blancos y de ojos azules son siempre o casi siem-pre sordos. El perfeccionamiento gradual de la mano del hombrey la adaptación concomitante de los pies a la marcha en posiciónerecta repercutieron indudablemente, en virtud de dicha correla-ción, sobre otras partes del organismo. Sin embargo, esta accióntodavía está tan poco estudiada que no podemos más que seña-larla en términos generales.

Mucho más importante es la influencia directa —y demostra-ble— del desarrollo de la mano sobre el resto del organismo.Como ya hemos dicho, nuestros antepasados simiescos eran ani-males que vivían en manadas; evidentemente, no es posible bus-car el origen del hombre, el más social de los animales, en unosantepasados inmediatos que no fuesen gregarios. Con cada nue-vo progreso, el dominio sobre la naturaleza, que había comenza-do por el desarrollo de la mano con el trabajo, iba ampliando loshorizontes del hombre, haciéndole descubrir constantemente enlos objetos nuevas propiedades hasta entonces desconocidas. Porotra parte, el desarrollo del trabajo, al multiplicar los casos deayuda mutua y de actividad conjunta, y al mostrar así las venta-jas de esta actividad conjunta para cada individuo, tenía que con-tribuir forzosamente a agrupar todavía más a los miembros de lasociedad. En resumen, los hombres en formación llegaron a unpunto en que tuvieron necesidad de decirse algo los unos a los otros.La necesidad creó el órgano: la laringe poco desarrollada delmono se fue transformando, lenta pero firmemente, mediantemodulaciones que a su vez producían modulaciones más perfec-tas, mientras los órganos de la boca aprendían poco a poco a pro-nunciar un sonido articulado tras otro.

La comparación con los animales nos muestra que esta expli-cación del origen del lenguaje a partir del trabajo y con el trabajoes la única acertada. Lo poco que los animales, incluso los másdesarrollados, tienen que comunicarse entre sí puede ser transmi-tido sin el concurso de la palabra articulada. Ningún animal enestado salvaje se siente perjudicado por su incapacidad de hablaro de comprender el lenguaje humano. Pero la situación cambia

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26. Actualmente se considera que el ave que mejor imita la voz humana es el minádel Himalaya, de la familia de los estorninos. (Nota del Traductor.)

por completo cuando el animal ha sido domesticado por el hom-bre. El contacto con el hombre ha desarrollado en el perro y en elcaballo un oído tan sensible al lenguaje articulado, que puedenllegar a comprender, dentro del rango de sus representaciones,cualquier idioma. Además, pueden llegar a adquirir sentimientosantes desconocidos por ellos, como son el apego al hombre, lagratitud, etc. Quien conozca bien a estos animales, difícilmentepodrá escapar a la convicción de que, en muchos casos, esta in-capacidad de hablar es experimentada ahora por ellos como undefecto. Desgraciadamente, este defecto no tiene remedio, puessus órganos vocales están demasiado especializados en una de-terminada dirección. Sin embargo, cuando existe un órganoapropiado, esta incapacidad puede ser superada dentro de cier-tos límites. Los órganos bucales de las aves son radicalmente dis-tintos a los del hombre, pero sin embargo las aves son los únicosanimales que pueden aprender a hablar; y el ave de voz más re-pulsiva, el loro, es la que mejor habla26. Y no importa que se nosobjete diciéndonos que el loro no entiende lo que dice. Claro estáque por el solo gusto de hablar y por sociabilidad con los hom-bres el loro puede estar repitiendo horas y horas todo su voca-bulario. Pero, dentro del rango de sus representaciones, tam-bién puede llegar a comprender lo que dice. Enseñad a un loroa decir palabrotas, de modo que llegue a tener una idea de susignificación (una de las distracciones favoritas de los marinerosque regresan de las zonas tropicales), y veréis muy pronto queen cuanto lo irritáis hace uso de esas palabrotas con la mismacorrección que cualquier verdulera de Berlín. Y lo mismo ocurrecon la petición de golosinas.

Primero el trabajo, y después y con él la palabra articulada,fueron los dos principales estímulos bajo cuya influencia el ce-rebro del mono se fue transformando gradualmente en cerebrohumano, que, a pesar de toda su similitud, lo supera considera-blemente en tamaño y perfección. Y a medida que se desarrolla-ba el cerebro, se desarrollaban también sus instrumentos másinmediatos: los órganos de los sentidos. De igual manera que eldesarrollo gradual del lenguaje va necesariamente acompañado

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27. Sir William Thomson, autoridad de primer orden en la materia, calculó que handebido de transcurrir algo más de cien millones de años desde el momento enque la Tierra se enfrió lo suficiente para que en ella pudieran vivir las plantas ylos animales. (Nota de Engels.)

del correspondiente perfeccionamiento del órgano del oído, asítambién el desarrollo general del cerebro va ligado al perfeccio-namiento de todos los órganos sensoriales. La vista del águila tie-ne mucho más alcance que la del hombre, pero el ojo humanopercibe en las cosas muchos más detalles que el ojo del águila. Elperro tiene un olfato mucho más fino que el hombre, pero no pue-de captar ni la centésima parte de los olores que sirven a éste designos para diferenciar cosas distintas. Y el sentido del tacto, queel mono posee a duras penas en la forma más tosca y primitiva,se ha ido desarrollando únicamente con el desarrollo de la propiamano del hombre, a través del trabajo.

El desarrollo del cerebro y de los sentidos a su servicio, la cre-ciente claridad de conciencia, la capacidad de abstracción y dediscernimiento cada vez mayores, influyeron a su vez sobre eltrabajo y la palabra, estimulando más y más su desarrollo. Cuan-do el hombre se separa definitivamente del mono, este desarrollono cesa ni mucho menos, sino que continúa, en distinto grado yen distintas direcciones entre los distintos pueblos y en las dife-rentes épocas, interrumpido incluso a veces por regresiones decarácter local o temporal, pero avanzando en su conjunto a gran-des pasos, considerablemente impulsado y, a la vez, orientado enun sentido más preciso por un nuevo elemento surgido con laaparición del hombre totalmente formado: la sociedad.

Seguramente tuvieron que pasar cientos de miles de años —queen la historia de la Tierra tienen menos importancia que un se-gundo en la vida de un hombre27— antes de que la sociedad hu-mana surgiese de aquellas manadas de monos que trepaban porlos árboles. Pero, al fin y al cabo, surgió. ¿Y qué es lo que volve-mos a encontrar como signo distintivo entre la manada de monosy la sociedad humana? Otra vez el trabajo. La manada de monosse contentaba con devorar los alimentos de un área determinadapor las condiciones geográficas o la resistencia de las manadasvecinas. Se trasladaba de un lugar a otro y entablaba luchas conotras manadas para conquistar nuevas zonas de alimentación;

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pero era incapaz de extraer de dichas zonas más de lo que la na-turaleza buenamente le ofrecía, si exceptuamos la acción incons-ciente de la manada, al abonar el suelo con sus excrementos.Cuando todas las zonas capaces de proporcionar alimento fue-ron ocupadas, el crecimiento de la población simiesca se tornóimposible; en el mejor de los casos, el número de animales podíamantenerse al mismo nivel. Pero todos los animales son unosgrandes despilfarradores de alimentos; además, con frecuenciadestruyen el germen de la nueva generación de reservas alimen-ticias. A diferencia del cazador, el lobo no respeta la cabra mon-tesa que habría de proporcionarle cabritos al año siguiente; lascabras de Grecia, que devoran los jóvenes arbustos antes de quepuedan desarrollarse, han dejado desnudas todas las montañasdel país. Esta “explotación rapaz” llevada a cabo por los anima-les desempeña un gran papel en la transformación gradual de lasespecies, al obligarlas a adaptarse a unos alimentos que no sonlos habituales para ellas, con lo que cambia la composición quí-mica de su sangre y se modifica poco a poco toda la constituciónfísica del animal; las especies que no se adaptan desaparecen. Nocabe duda de que esta explotación rapaz contribuyó en alto gra-do a la humanización de nuestros antepasados, pues amplió elnúmero de plantas y las partes de éstas utilizadas en la alimenta-ción por aquella raza de monos que superaba con ventaja a todaslas demás en inteligencia y capacidad de adaptación. En una pa-labra, la alimentación, cada vez más variada, aportaba al organis-mo nuevas y nuevas sustancias, con lo que se crearon las condi-ciones químicas para la transformación de esos monos en sereshumanos.

Pero todo esto no era trabajo en el verdadero sentido de la pa-labra. El trabajo comienza con la elaboración de instrumentos. ¿Ycuáles son los instrumentos más antiguos, a juzgar por los restosque nos han llegado del hombre prehistórico, por el género devida de los pueblos más antiguos que registra la historia, asícomo por el de los salvajes actuales más primitivos? Son instru-mentos de caza y de pesca; los primeros, utilizados tambiéncomo armas. Pero la caza y la pesca suponen el tránsito de la ali-mentación exclusivamente vegetal a la alimentación mixta, loque significa un nuevo paso de suma importancia en la transfor-mación del mono en hombre. El consumo de carne proporcionó al

MC PEPE
Nota adhesiva

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organismo, en forma casi acabada, los ingredientes más esencia-les para su metabolismo. Con ello acortó el proceso de digestióny otros procesos de la vida vegetativa del organismo (es decir, losprocesos análogos a los de la vida vegetal), ganando así tiempo,materiales y estímulos para que pudiera manifestarse activamen-te la vida propiamente animal. Y cuanto más se alejaba el hom-bre en formación del reino vegetal, más se elevaba sobre los ani-males. De la misma manera que el habituarse a la alimentaciónmixta convirtió al gato y al perro salvajes en servidores del hom-bre, así también el habituarse a combinar la carne con la dieta ve-getal contribuyó poderosamente a dar fuerza física e indepen-dencia al hombre en formación. Pero donde más se manifestó lainfluencia de la dieta carnívora fue en el cerebro, que recibió asíen mucha mayor cantidad que antes las sustancias necesariaspara su nutrición y desarrollo, con lo que su perfeccionamientofue haciéndose mayor y más rápido de generación en generación.Debemos reconocer —y perdonen los señores vegetarianos—que el hombre ha llegado a ser hombre con el consumo de carne;y el hecho de que, en una u otra época de la historia de todos lospueblos conocidos, el empleo de la carne en la alimentación hayallevado al canibalismo (todavía en el siglo X, los antepasados delos berlineses, los velátabos o wilzos, solían devorar a sus proge-nitores) es una cuestión que no tiene hoy para nosotros la menorimportancia.

El consumo de carne en la alimentación significó dos nuevosavances de importancia decisiva: el uso del fuego y la domestica-ción de animales. El primero redujo aún más el proceso digesti-vo, ya que permitía llevar a la boca comida, como si dijéramos,medio digerida; el segundo multiplicó las reservas de carne, puesahora había una nueva fuente, además de la caza, para obtenerlamás regularmente. La domesticación de animales también pro-porcionó, con la leche y sus derivados, un nuevo alimento, que encuanto a composición era por lo menos del mismo valor que lacarne. Así pues, estos dos avances se convirtieron directamentepara el hombre en nuevos medios de emancipación. No podemosdetenernos aquí a examinar en detalle sus consecuencias indirec-tas, a pesar de toda la importancia que hayan podido tener parael desarrollo del hombre y de la sociedad, pues tal examen nosapartaría demasiado de nuestro tema.

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El hombre, que había aprendido a comer todo lo comestible,aprendió también, de la misma manera, a vivir en cualquier cli-ma. Se extendió por toda la superficie habitable de la Tierra, sien-do el único animal capaz de hacerlo por propia iniciativa. Los de-más animales que se han adaptado a todos los climas —los ani-males domésticos y los insectos parásitos— no lo lograron por sísolos, sino únicamente siguiendo al hombre. Y el paso del climauniformemente cálido de la patria original a zonas más frías don-de el año se dividía en verano e invierno creó nuevas necesida-des, al obligar al hombre a buscar cobijo y a cubrir su cuerpo paraprotegerse del frío y la humedad. Así surgieron nuevas esferas detrabajo y, con ellas, nuevas actividades que fueron apartando másy más al hombre de los animales.

Gracias a la cooperación de la mano, los órganos del lenguajey el cerebro, no sólo en cada individuo, sino también en la socie-dad, los hombres fueron aprendiendo a ejecutar operaciones cadavez más complejas, a plantearse y a alcanzar objetivos cada vezmás elevados. El trabajo se diversificaba y perfeccionaba de gene-ración en generación, extendiéndose cada vez a nuevas activida-des. A la caza y a la ganadería vino a sumarse la agricultura, ymás tarde el hilado y el tejido, la metalurgia, la alfarería y la na-vegación. Junto al comercio y los oficios, aparecieron finalmentelas artes y las ciencias. De las tribus salieron las naciones y los Es-tados. Se desarrollaron el derecho y la política, y con ellos el re-flejo fantástico de las cosas humanas en la mente del hombre: lareligión. Frente a todas estas creaciones, que se manifestaban enprimer término como productos del cerebro y parecían dominarlas sociedades humanas, las producciones más modestas, frutodel trabajo de la mano, quedaron relegadas a un segundo plano,tanto más cuanto que, en una fase muy temprana del desarrollode la sociedad (por ejemplo, ya en la familia primitiva), la cabezaque planeaba el trabajo era ya capaz de obligar a manos ajenas arealizar el trabajo proyectado por ella. El rápido progreso de la ci-vilización fue atribuido exclusivamente a la cabeza, al desarrolloy la actividad del cerebro. Los hombres se acostumbraron a expli-car sus actos por sus pensamientos, en lugar de buscar la explica-ción en sus necesidades (reflejadas, naturalmente, en la cabezahumana, que así cobra conciencia de ellas). Así fue cómo, con eltranscurso del tiempo, surgió esa concepción idealista del mundo

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que ha dominado el cerebro de los hombres, sobre todo desde ladesaparición del mundo antiguo, y que todavía lo sigue domi-nando hasta el punto de que incluso los naturalistas de la escue-la darwiniana más allegados al materialismo son todavía incapa-ces de formarse una idea clara acerca del origen del hombre, puesesa misma influencia idealista les impide ver el papel desempe-ñado por el trabajo.

Los animales, como ya hemos indicado de pasada, tambiénmodifican con su actividad la naturaleza exterior, aunque no enel mismo grado que el hombre; y estas modificaciones provoca-das por ellos en el medio ambiente repercuten, como hemos vis-to, en sus causantes, modificándolos a su vez. En la naturalezanada ocurre de forma aislada. Cada fenómeno afecta a otro y es,a su vez, influenciado por éste; y es generalmente el olvido deeste movimiento y de esta interacción universal lo que impide anuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más simples.Ya hemos visto cómo las cabras han impedido la repoblación delos bosques griegos; en Santa Elena, las cabras y los cerdos des-embarcados por los primeros navegantes llegados a la isla arrasa-ron casi por completo la vegetación autóctona, con lo que prepa-raron el suelo para que pudieran multiplicarse las plantas lleva-das más tarde por otros navegantes y colonizadores. Pero lainfluencia duradera de los animales sobre la naturaleza que losrodea es completamente involuntaria y constituye, por lo que alos animales se refiere, un hecho accidental. Pero cuanto más sealejan los hombres de los animales, más adquiere su influenciasobre la naturaleza el carácter de una acción intencional y plane-ada cuyo fin es lograr objetivos previstos de antemano. Los ani-males destrozan la vegetación del lugar sin darse cuenta de loque hacen. Los hombres, en cambio, cuando destruyen la vegeta-ción lo hacen con el fin de utilizar la superficie que quede librepara sembrar cereales, plantar árboles o cultivar la vid, conscien-tes de que la cosecha que obtengan superará varias veces lo sem-brado por ellos. El hombre traslada de un país a otro plantas úti-les y animales domésticos, modificando así la flora y la fauna decontinentes enteros. Más aún; las plantas y los animales, cultiva-das aquéllas y criados éstos en condiciones artificiales, sufren ta-les modificaciones bajo la influencia de la mano del hombre quese vuelven irreconocibles. Hasta el presente, todavía no han sido

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hallados los antepasados silvestres de nuestros cultivos cerealis-tas, ni ha sido resuelta la cuestión de saber qué animal dio origena nuestros perros actuales, tan distintos unos de otros, o a las ac-tuales razas de caballos, también tan numerosas.

Por lo demás, no hace falta decir que no tenemos la intenciónde negar a los animales la facultad de actuar de un modo plani-ficado. Por el contrario, la acción planificada existe embrionaria-mente dondequiera que el protoplasma —la albúmina viva—exista y reaccione, es decir, realice determinados movimientos,aunque sean los más simples, en respuesta a determinados estí-mulos del exterior. Esta reacción se produce, no digamos ya enla célula nerviosa, sino incluso cuando aún no hay célula de nin-guna clase. También, hasta cierto punto, parece haber algo deplanificación en el acto mediante el cual las plantas insectívorasse apoderan de su presa, aunque se realice de un modo total-mente inconsciente. La facultad de realizar actos conscientes ypremeditados se desarrolla en los animales en correspondenciacon el desarrollo del sistema nervioso, y en los mamíferos alcan-za ya un nivel bastante elevado. Durante la caza inglesa del zorropuede observarse siempre la infalibilidad con que el zorro utilizasu perfecto conocimiento del lugar para ocultarse de sus perse-guidores, y lo bien que conoce y sabe aprovechar todas las venta-jas del terreno para despistarlos. Entre nuestros animales domés-ticos, que han llegado a un grado más alto de desarrollo graciasa su convivencia con el hombre, pueden observarse a diario ac-tos de astucia, equiparables a los de los niños, pues lo mismoque el desarrollo del embrión humano en el seno materno esuna repetición abreviada de toda la historia del desarrollo físicoseguido a través de millones de años por nuestros antepasadosdel reino animal, a partir del gusano, así también el desarrollomental del niño representa una repetición, todavía más abrevia-da, del desarrollo intelectual de esos mismos antepasados, entodo caso de los menos remotos. Pero ni un solo acto planificadode ningún animal ha podido imprimir en la naturaleza el sello desu voluntad. Sólo el hombre ha podido hacerlo.

Resumiendo: los animales únicamente usan la naturaleza ex-terior, modificándola por el mero hecho de su presencia en ella.En cambio, el hombre modifica la naturaleza y la obliga así aservirle, la domina. Y ésta es, en última instancia, la diferencia

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* Ennoblecimiento. (Nota de Engels.)28. Enfermedad que suele acompañar a la tuberculosis.

esencial que existe entre el hombre y los demás animales, diferen-cia que, una vez más, viene a ser efecto del trabajo*.

Sin embargo, no nos dejemos llevar por el entusiasmo antenuestras victorias sobre la naturaleza. Después de cada una deesas victorias, la naturaleza se venga. Bien es verdad que las pri-meras consecuencias de esas victorias son las previstas por nos-otros, pero en segundo y en tercer lugar aparecen unas consecuen-cias muy distintas, totalmente imprevistas y que, a menudo, anu-lan las primeras. Los hombres que en Mesopotamia, Grecia, AsiaMenor y otras regiones talaban los bosques para obtener tierra delabor, ni siquiera podían imaginarse que, al eliminar con los bos-ques los centros de acumulación y reserva de humedad, estabansentando las bases de la actual aridez de esas tierras. Cuando lositalianos de los Alpes talaron en las laderas meridionales los bos-ques de pinos, conservados con tanto celo en las laderas septen-trionales, no tenían ni idea de que con ello destruían las raíces dela industria lechera en su región; y mucho menos podían preverque estaban dejando sin agua sus fuentes de montaña la mayorparte del año y permitiendo que durante la estación de las lluviasvertieran todavía con más furia sus torrentes sobre la planicie. Losque difundieron el cultivo de la patata en Europa no sabían quecon este tubérculo farináceo difundían a la vez la escrófula28. Así,a cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobrela naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistadorsobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien si-tuado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne,nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza,nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ellaconsiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces deconocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente.

De hecho, cada día aprendemos a comprender mejor las leyesde la naturaleza y a conocer tanto los efectos inmediatos como lasconsecuencias remotas de nuestra intromisión en el curso naturalde su desarrollo. Sobre todo después de los grandes progresos lo-grados en este siglo por las ciencias naturales, nos hallamos encondiciones de prever y, por tanto, de controlar cada vez mejor

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las más remotas consecuencias naturales de al menos nuestras ac-tividades productivas más corrientes. Y cuanto más sea esto unarealidad, más sentirán y comprenderán los hombres su unidadcon la naturaleza, y más inconcebible será esa idea absurda y an-tinatural de la antítesis entre el espíritu y la materia, el hombre yla naturaleza, el alma y el cuerpo, idea que empieza a difundirsepor Europa a raíz de la decadencia de la antigüedad clásica y queadquiere su máxima elaboración en el cristianismo.

Pero si han sido precisos miles de años para que el hombreaprendiera en cierto grado a prever las remotas consecuencias so-bre la naturaleza de sus actos productivos, mucho más le costóaprender a calcular las remotas consecuencias sobre la sociedadde esos mismos actos. Ya hemos hablado más arriba de la patatay de sus consecuencias en cuanto a la difusión de la escrófula,pero ¿qué importancia puede tener la escrófula comparada conlos efectos que sobre las condiciones de vida de las masas popu-lares de países enteros ha tenido la reducción de la dieta de lostrabajadores a simples patatas, con el hambre que se extendió en1847 por Irlanda a consecuencia de una enfermedad de este tu-bérculo, y que llevó a la tumba a un millón de irlandeses que sealimentaban exclusivamente o casi exclusivamente de patatas yobligó a emigrar al otro lado del océano a otros dos millones?Cuando los árabes aprendieron a destilar el alcohol, ni siquiera seles ocurrió pensar que habían creado una de las armas principa-les con que habría de ser exterminada la población indígena delcontinente americano, aún desconocido en aquel entonces. Ycuando Colón descubrió más tarde América, no sabía que a la vezdaba nueva vida a la esclavitud, desaparecida desde hacía muchotiempo en Europa, y sentaba las bases de la trata de negros. Loshombres que en los siglos XVII y XVIII trabajaron para crear lamáquina de vapor no sospechaban que estaban creando un ins-trumento que habría de subvertir, más que ningún otro, las con-diciones sociales en todo el mundo, y que, sobre todo en Europa,al concentrar la riqueza en manos de una minoría y al privar detoda propiedad a la inmensa mayoría de la población, habría de,primero, darle a la burguesía el dominio social y político y, des-pués, provocar la lucha de clases entre la burguesía y el proleta-riado, lucha que sólo puede terminar con el derrocamiento de laburguesía y la abolición de todos los antagonismos de clase. Pero

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también aquí, aprovechando una experiencia larga y a vecescruel, confrontando y analizando los materiales proporcionadospor la historia, vamos aprendiendo poco a poco a conocer las con-secuencias sociales indirectas y más remotas de nuestros actos enla producción, lo que nos permite extender también a estas con-secuencias nuestro dominio y nuestro control.

Sin embargo, para llevar a cabo este control se requiere algomás que el simple conocimiento. Hace falta una revolución quetransforme por completo el modo de producción existente hastala actualidad y, con él, el orden social vigente.

Todos los modos de producción que han existido hasta el pre-sente sólo buscaban el efecto útil del trabajo en su forma más di-recta e inmediata. No hacían el menor caso de las consecuenciasremotas, que sólo aparecen más tarde y cuyo efecto se manifiestaúnicamente gracias a un proceso de repetición y acumulacióngradual. La primitiva propiedad comunal de la tierra correspon-día, por un lado, a un estadio de desarrollo de los seres humanosen que el horizonte de éstos quedaba limitado, por lo general, alas cosas más inmediatas, y presuponía, por otro lado, cierto ex-cedente de tierras libres que daba algún margen para neutralizarlos posibles resultados adversos de esta economía primitiva. Alagotarse el excedente de tierras libres, comenzó la decadencia dela propiedad comunal. Todas las formas más elevadas de produc-ción que vinieron después condujeron a la división de la pobla-ción en clases diferentes y, por tanto, al antagonismo entre las cla-ses dominantes y las clases oprimidas. En consecuencia, los inte-reses de las clases dominantes se convirtieron en el elementopropulsor de la producción, dado que ésta ya no se limitaba amantener mal que bien la mísera existencia de los oprimidos.Donde esto halla su expresión más acabada es en el modo de pro-ducción capitalista que prevalece hoy en la Europa occidental.Los capitalistas individuales, que dominan la producción y el in-tercambio, sólo pueden ocuparse de la utilidad más inmediata desus actos. Más aún; incluso esta misma utilidad —por cuanto setrata de la utilidad de la mercancía producida o intercambiada—pasa por completo a segundo plano, apareciendo como único in-centivo la ganancia obtenida en la venta.

* * * * *

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29. Referencia a la crisis económica mundial de 1873. En Alemania, una gran banca-rrota en mayo fue el preludio de una crisis que duraría hasta el final de la década.

* Aquí se interrumpe el manuscrito. (N. de la Ed.)

La ciencia social de la burguesía, la economía política clásica, sólose ocupa preferentemente de aquellas consecuencias sociales queconstituyen el objetivo inmediato de los actos realizados por loshombres en la producción y el intercambio. Esto corresponde ple-namente al régimen social cuya expresión teórica es esa ciencia.Dado que los capitalistas aislados producen o intercambian conel único fin de obtener beneficios inmediatos, sólo deben ser teni-dos en cuenta, primeramente, los resultados más próximos y másinmediatos. Cuando un industrial o un comerciante venden lamercancía producida o comprada por él y obtiene la ganancia ha-bitual, se da por satisfecho y no le interesa absolutamente nada loque pueda ocurrir después con esa mercancía y su comprador.Igual ocurre con las consecuencias naturales de esas mismas ac-ciones. Cuando en Cuba los plantadores españoles quemaban losbosques de las laderas de las montañas para obtener con la ceni-za un abono que sólo les alcanzaba para fertilizar una generaciónde cafetos de alto rendimiento, ¡poco les importaba que, privadade la protección de los árboles, las lluvias torrenciales del trópicobarriesen la capa vegetal del suelo y dejasen la roca al desnudo!En el actual modo de producción, y tanto en lo que respecta a lasconsecuencias naturales como a las consecuencias sociales de losactos humanos, lo que interesa preferentemente son sólo los pri-meros resultados, los más palpables. Y luego hasta se manifiestaextrañeza de que las consecuencias remotas de las acciones quepersiguen ese fin resulten ser muy distintas y, en la mayoría delos casos, hasta diametralmente opuestas; de que la armonía en-tre la oferta y la demanda se convierta en su contrario, como noslo demuestra el curso de cada uno de esos ciclos industriales dediez años, y como han podido convencerse de ello los que con elcrac han vivido en Alemania un pequeño preludio29; de que lapropiedad privada basada en el trabajo de uno mismo se convier-ta necesariamente, al desarrollarse, en la desposesión de los tra-bajadores de toda propiedad, mientras toda la riqueza se concen-tra más y más en manos de los que no trabajan; de que…*

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30. Wilhelm Liebknecht, fundador, junto con August Bebel, del SPD alemán. Suhijo Karl fue un dirigente del ala marxista del partido que se destacó en la lu-cha contra la I Guerra Mundial y fundó el Partido Comunista Alemán el 1 deenero de 1919. Catorce días más tarde, él y Rosa Luxemburgo fueron fusiladospor orden de un ministro socialdemócrata.

31. Vorwärts (Adelante): Órgano de expresión de la socialdemocracia. Del 3 de ene-ro de 1877 al 7 de julio de 1878 publicó la obra de Engels Anti-Dühring.

Viejo prólogo para el ‘Anti-Dühring’SOBRE LA DIALÉCTICA

El presente trabajo no es, ni mucho menos, fruto de ningún “im-pulso interior”. Lejos de esto, mi amigo Liebknecht30 puede ates-tiguar cuánto esfuerzo le costó convencerme de la necesidad deanalizar críticamente la novísima teoría socialista del señor Düh-ring. Una vez resuelto a ello, no tenía más remedio que investigaresta teoría, que se presenta a sí misma como el último fruto prác-tico de un nuevo sistema filosófico, analizando por consiguiente,en relación con este sistema, el sistema mismo. Me vi, pues, obli-gado a seguir al señor Dühring por esos anchos campos en quetrata de todas las cosas posibles y de unas cuantas más. Y así sur-gieron una serie de artículos que vieron la luz en el Vorwärts31 deLeipzig desde comienzos del año 1877 y que se recogen, ordena-dos, en este volumen.

Dos circunstancias deben excusar el que la crítica de un siste-ma, tan insignificante pese a toda su jactancia, adopte unas pro-porciones tan grandes, impuestas por el tema. Por un lado, estacrítica me brindaba la ocasión para desarrollar de un modo posi-tivo, en los más diversos campos de la ciencia, mis ideas acercade las cuestiones en litigio que encierran hoy un interés general,científico o práctico. Y aunque esta obra no persigue, ni muchomenos, el designio de oponer un nuevo sistema al sistema del se-ñor Dühring, confío en que la conexión interna entre las ideas ex-puestas por mí, a pesar de la diversidad de las materias tratadas,no escapará a la percepción del lector.

Y por otra parte, el señor Dühring, como “creador de siste-ma”, no es un fenómeno aislado en la Alemania actual. Desde

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32. El 10 de mayo de 1876 se inauguró en Filadelfia (EEUU) la sexta exposición in-dustrial mundial. La exposición evidenció que la industria alemana iba muy a lazaga de la de otros países y que se regía por el principio de “barato y podrido”.

hace algún tiempo, brotan por docenas, como las setas despuésde la lluvia, de la noche a la mañana, los sistemas filosóficos,principalmente los sistemas de filosofía de la naturaleza, por nohablar de los innumerables nuevos sistemas de política, econo-mía política, etc. Al igual que el Estado moderno supone a todociudadano capaz de juzgar todos los problemas acerca de los cua-les se le pide el voto, o la economía política supone que todo con-sumidor conoce al dedillo las mercancías que necesita para susustento, la ciencia también parece asumir este postulado. Todoel mundo puede escribir de todo, y en esto consiste precisamentela “libertad de la ciencia”, en escribir con especial desembarazode cosas que no se han estudiado, haciéndolo pasar como el úni-co método rigurosamente científico. El señor Dühring es uno delos tipos más representativos de esa ruidosa pseudociencia quepor todas partes se coloca hoy en Alemania, a fuerza de codazos,en primera fila y que atruena el espacio con sus estruendoso y su-blime absurdo. Sublime absurdo en poesía, en filosofía, en econo-mía política, en historia; sublime absurdo en la cátedra y en la tri-buna; sublime absurdo por todas partes; sublime absurdo que searroga una gran superioridad y profundidad de pensamiento, adiferencia del simple, trivial y vulgar absurdo de otros pueblos;sublime absurdo, el producto más característico y abundante dela industria intelectual alemana, barato pero malo, como los de-más artículos alemanes, sólo que, desgraciadamente, no fue exhi-bido con ellos en Filadelfia32. Hasta el socialismo alemán, sobretodo desde que el señor Dühring dio ejemplo, ha hecho última-mente grandes progresos en este arte del sublime absurdo; el que,en la práctica, el movimiento socialdemócrata se deje influir tanpoco por el confusionismo de ese sublime absurdo es una pruebamás de la maravillosa y sana naturaleza de nuestra clase obrera,en un país en el que, a excepción de las ciencias naturales, en laactualidad todo parece estar enfermo.

Cuando Nägeli, en el discurso pronunciado en el congreso denaturalistas de Munich, afirmó que el conocimiento humano jamássería omnisciente, ignoraba evidentemente los logros del señor

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33. Engels alude a las intervenciones de Nägeli y Wirchow en el Congreso de Na-turalistas y Médicos Alemanes de septiembre de 1877 y a las declaraciones deWirchow en el libro Die Freibeit der Wissenschaft im modernen Staat (La libertadde la ciencia en el Estado moderno), Berlín, 1877.

* La parte del manuscrito de este Viejo prólogo que va desde el comienzo hasta aquíestá tachada por Engels, por haber sido ya utilizada en el prólogo a la primeraedición del Anti-Dühring.

Dühring. Estos logros me han obligado a mí a seguir a su autorpor una serie de campos en los que, a lo sumo, sólo he podidomoverme en calidad de aficionado. Esto se refiere principalmen-te a las distintas ramas de las ciencias naturales, donde hasta hoysolía considerarse como pecado de arrogancia el que un “profa-no” osase entrometerse con su opinión. Sin embargo, me ha ani-mado en cierto modo el juicio enunciado, también en Munich,por el señor Wirchow33, al que nos referimos más detenidamenteen otro lugar, de que, fuera del campo de su propia especialidad,todo naturalista es sólo semidocto, es decir, un profano. Y asícomo tal o cual especialista de vez en cuando se permite, y no tie-ne más remedio que permitirse, pisar un terreno colindante conel suyo, cuyos especialistas le perdonan sus torpezas de expre-sión y sus pequeñas inexactitudes, yo me he tomado también lalibertad de citar una serie de fenómenos y leyes naturales comoejemplos demostrativos de mis ideas teóricas generales, y confíoen que podré contar con la misma indulgencia*. Los resultadosde las modernas ciencias naturales se imponen, a todo el que seocupe en cuestiones teóricas, con la misma fuerza irresistible conque los naturalistas de hoy se ven arrastrados, quieran o no, a de-ducciones teóricas generales. Y aquí se establece una cierta com-pensación. Pues si los teóricos son semidoctos en el campo de lasciencias naturales, por su parte, los naturalistas actuales no lo sonmenos en el terreno teórico, en el terreno de lo que hasta aquí havenido calificándose como filosofía.

La investigación empírica de la naturaleza ha acumulado unamasa tan enorme de material positivo de conocimiento, que la ne-cesidad de ordenarlo sistemáticamente y por su conexión internaen cada campo de investigación es algo sencillamente imperativo.Y no menos imperativa es la necesidad de establecer la debida co-nexión entre los distintos campos del conocimiento. Sin embargo,con esto las ciencias naturales entran en el campo teórico, donde

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fallan los métodos empíricos y donde sólo el pensamiento teóri-co puede prestar un servicio. Pero el pensamiento teórico sólo esun don natural en lo que a la capacidad se refiere. Esta capacidadha de ser cultivada y desarrollada, y hasta hoy no existe más re-medio para su cultivo y desarrollo que el estudio de la filosofíaanterior.

El pensamiento teórico de toda época, incluyendo, por tanto,el de la nuestra, es un producto histórico que en períodos distin-tos reviste formas muy distintas y asume, en consecuencia, uncontenido muy distinto. Por consiguiente, y como todas las cien-cias, la ciencia del pensamiento es una ciencia histórica, la cienciadel desarrollo histórico del pensamiento humano. Y esto tienetambién su importancia en lo que afecta a la aplicación prácticadel pensamiento a los campos empíricos. Porque, primeramente,la teoría de las leyes del pensamiento no es, ni mucho menos, una“verdad eterna” establecida de una vez para siempre, como seimagina el espíritu del filisteo en cuanto oye la palabra “lógica”.La misma lógica formal sigue siendo objeto de enconados deba-tes desde Aristóteles hasta nuestros días. Y por lo que a la dialéc-tica se refiere, hasta hoy sólo ha sido investigada detenidamentepor dos pensadores: Aristóteles y Hegel. Y precisamente la dia-léctica es la forma más importante de pensamiento para las mo-dernas ciencias naturales, ya que es la única que nos brinda laanalogía y, por tanto, el método para explicar los procesos dedesarrollo en la naturaleza, las concatenaciones en sus rasgos ge-nerales y el tránsito de un terreno de investigación a otro.

En segundo lugar, el conocimiento del desarrollo históricodel pensamiento humano, de las concepciones que en las diferen-tes épocas se han manifestado acerca de las concatenaciones ge-nerales del mundo exterior, es también una necesidad para lasciencias naturales teóricas porque nos brinda la medida paraapreciar las teorías formuladas por éstas. Pero a este respecto senos revela con harta frecuencia y con colores muy vivos el insu-ficiente conocimiento de la historia de la filosofía. En muchasocasiones vemos, sostenidas por los naturalistas teorizantes ycomo si se tratase de los más modernos conocimientos, que has-ta se ponen de moda durante algún tiempo, tesis que la filosofíaplanteó hace varios siglos y que a menudo han sido ya filosófica-mente refutadas. Indudablemente, es un gran triunfo de la teoría

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34. Siglo XVII. 35. Referencia a la fallida revolución alemana de marzo de 1848.

mecánica del calor haber apoyado con nuevos testimonios y he-cho pasar de nuevo a primer plano la tesis de la conservación dela energía, pero ¿acaso esta tesis hubiera podido proclamarsecomo algo tan absolutamente nuevo si los señores físicos se hu-bieran acordado de que ya fue formulada, en su tiempo34, porDescartes? Desde que la física y la química vuelven a operar casiexclusivamente con moléculas y átomos, necesariamente ha teni-do que aparecer de nuevo en primer plano la filosofía atomísticade la antigua Grecia. Pero, ¡qué superficialmente aparece tratada,incluso por los mejores de aquéllos! Así, por ejemplo, Kekulé (Fi-nes y adquisiciones de la química) afirma que procede de Demócri-to, no de Leucipo, y sostiene que Dalton fue el primero que admi-tió la existencia de átomos elementales cualitativamente distin-tos, a los que por primera vez asignó distintos pesos que loscaracterizan, cuando en Diógenes Laercio (X, §§ 43-44 y 61) pue-de leerse que ya Epicuro atribuía a los átomos diferencias no sólode magnitud y de forma, sino también de peso, es decir, que cono-cía ya, a su modo, el peso y el volumen atómicos.

El año 1848, que en Alemania no puso remate a nada35, sóloimpulsó allí un viraje radical en el campo de la filosofía. Al lan-zarse al terreno práctico, dando comienzo, por un lado, a la granindustria y la estafa y, por otro, al enorme auge adquirido desdeentonces por las ciencias naturales, iniciado por predicadoreserrantes y caricaturescos como Vogt, Büchner, etc., la nación rene-gó categóricamente de la vieja filosofía clásica alemana, extravia-da en las arenas del viejo hegelianismo berlinés. El viejo hegelia-nismo berlinés se lo tenía bien merecido. Pero una nación quequiera mantenerse a la altura de la ciencia no puede prescindirdel pensamiento teórico. Con el hegelianismo, también se arrojópor la borda la dialéctica —precisamente en el momento en que elcarácter dialéctico de los fenómenos naturales se estaba impo-niendo con una fuerza irresistible, en que, por tanto, sólo la dia-léctica de las ciencias naturales podía ayudar a escalar la monta-ña teórica—, para volver a echarse desamparadamente en brazosde la vieja metafísica. Desde entonces tuvieron gran difusión entreel público, por un lado, las vacuas reflexiones de Schopenhauer,

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36. Según la mitología griega, Procusto obligaba a los viajeros a acostarse en unade sus dos camas: a los altos, en la cama corta, y a los bajos, en la larga. A losprimeros les cortaba lo que sobresalía y a los segundos los estiraba hasta que al-canzaban la longitud del lecho.

* Expresión tomada del prólogo del ciclo poético de Heine La nueva primavera.

cortadas a la medida del filisteo, y más tarde hasta las de un Hart-mann y, por otro lado, el materialismo vulgar de predicadoreserrantes, de un Vogt y de un Büchner. En las universidades se ha-cían la competencia las más diversas especies del eclecticismo,que sólo coincidían en ser todas una mezcolanza de restos de vie-jas filosofías y en ser todas igual de metafísicas. De los escombrosde la filosofía clásica sólo se salvó un cierto neokantismo, cuya úl-tima palabra era la cosa en sí eternamente incognoscible; es decir,precisamente la parte de Kant que menos merecía conservarse. Elresultado final de todo esto fue la confusión y algarabía que hoyreinan en el campo del pensamiento teórico.

Apenas se puede echar un vistazo a un libro teórico de cien-cias naturales sin tener la impresión de que los propios naturalis-tas se dan cuenta de cómo están dominados por esa algarabía yconfusión, y de cómo la llamada filosofía actual no puede ofrecer-les absolutamente ninguna salida. Y, en efecto, no hay otra salidani más posibilidad de llegar a ver claro en estos campos, que, deuna u otra forma, retornar desde el pensamiento metafísico alpensamiento dialéctico.

Este retorno puede operarse por distintos caminos. Puede impo-nerse de un modo natural, por la fuerza coactiva de los propios des-cubrimientos de las ciencias naturales, que no quieren seguir deján-dose torturar en el viejo lecho metafísico de Procusto36. Pero éste se-ría un proceso lento y penoso, en el que habría que vencer toda unainfinidad de rozamientos superfluos. En gran parte, este procesoestá ya en marcha, sobre todo en la biología. Pero podría acortarsenotablemente si los naturalistas teóricos se decidieran a prestar ma-yor atención a la filosofía dialéctica, en las formas que la historia nosla brinda. Entre estas formas hay singularmente dos que podríanser muy fructíferas para las modernas ciencias naturales.

La primera es la filosofía griega. Aquí, el pensamiento dia-léctico aparece todavía con una sencillez natural, sin que le es-torben aún los cautivantes obstáculos* que se oponía a sí misma la

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37. Francis Bacon (1561-1626): Filósofo y político inglés.

metafísica de los siglos XVII y XVIII (Bacon y Locke en Inglaterra;Wolff en Alemania) y con los que se obstruía el camino que habíade llevarla de la comprensión de los detalles a la comprensión delconjunto, a concebir las concatenaciones generales. En los grie-gos, precisamente por no haber avanzado todavía hasta la desin-tegración y el análisis de la naturaleza, ésta se enfoca todavíacomo un todo, en sus rasgos generales. La conexión general delos fenómenos naturales no se comprueba en detalle, sino que esel resultado de la contemplación inmediata. Aquí es donde estri-ba la insuficiencia de la filosofía griega, que hizo que más tardehubiese de ceder el paso a otras concepciones. Pero también esaquí donde radica su superioridad respecto a todos sus posterio-res adversarios metafísicos. Si la metafísica tenía razón contra losgriegos en el detalle, en cambio, éstos tenían razón contra la me-tafísica en el conjunto. He aquí una de las razones de que, en filo-sofía, como en muchos otros terrenos, con harta frecuencia nosveamos obligados a volver los ojos hacia las hazañas de aquel pe-queño pueblo, cuyo talento, dotes y actividad universales le ase-guraron tal lugar en la historia del desarrollo de la humanidadcomo ningún otro pueblo puede reivindicar. Pero todavía hayotra razón, y es que las múltiples facetas de la filosofía griega yacontienen en germen, en estado latente, casi todas las concepcio-nes posteriores. Por eso también las ciencias naturales teóricas es-tán obligadas, si quieren trazar la historia de la génesis de sus ac-tuales principios generales, a retrotraerse a los griegos. Y este en-foque va abriéndose camino cada vez más resueltamente. Cadavez hay menos naturalistas que, a la par que operan con aspectosde la filosofía griega —por ejemplo, con el atomismo— como sifuesen verdades eternas, miran a los griegos por encima del hom-bro, con un desprecio baconiano37, porque éstos no conocían nin-guna ciencia natural empírica. Lo único que hay que desear esque este enfoque llegue a convertirse en un conocimiento real dela filosofía griega.

La segunda forma de la dialéctica, la que más cerca está de losnaturalistas alemanes, es la filosofía clásica alemana, desde Kanthasta Hegel. Aquí, ya se ha conseguido algo desde que, además delya mencionado neokantismo, vuelve a estar de moda el recurrir a

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38. El baile de San Vito es una enfermedad compulsiva.

Kant. Desde que se ha descubierto que Kant es el autor de dos hi-pótesis geniales sin las que las modernas ciencias naturales teóri-cas no podrían dar un paso (la teoría de los orígenes del sistemasolar, que antes se atribuía a Laplace, y la teoría de la retardaciónde la rotación de la tierra a causa de las mareas), este filósofo vol-vió a conquistar merecidos honores entre los naturalistas. Peroquerer estudiar la dialéctica en Kant sería un trabajo estérilmentepenoso y poco fructífero, dado que las obras de Hegel nos ofre-cen un amplio compendio de dialéctica, aunque desarrollado apartir de un punto de arranque absolutamente falso.

Hoy, cuando, por un lado, la reacción contra la “filosofía de lanaturaleza”, justificada en gran parte por ese falso punto de parti-da y por el imponente enlodamiento del hegelianismo berlinés, seha expandido a sus anchas y ha degenerado en simples injurias, ycuando, por otro lado, las ciencias naturales han sido tan notoria-mente traicionadas en sus necesidades teóricas por la metafísicaecléctica al uso, creemos que ya podrá volver a pronunciarse antelos naturalistas el nombre de Hegel, sin provocar con ello ese bai-le de San Vito en que el señor Dühring es tan divertido maestro38.

Ante todo, conviene puntualizar que no tratamos, ni muchomenos, de defender el punto de vista del que parte Hegel, segúnel cual el espíritu, el pensamiento, la idea, es lo originario y elmundo real es sólo una copia de la idea. Este punto de vista fueabandonado ya por Feuerbach. Hoy, todos estamos de acuerdoen que toda ciencia, sea natural o histórica, tiene que partir de loshechos dados, y por tanto, en el caso de las ciencias naturales, delas diversas formas objetivas y dinámicas de la materia; en que,por consiguiente, en las ciencias naturales teóricas las concatena-ciones no deben construirse e imponerse a los hechos, sino descu-brirse en éstos y, una vez descubiertas, demostrarse por vía expe-rimental, hasta donde sea posible.

Tampoco puede hablarse de mantener en pie el contenidodogmático del sistema de Hegel, tal y como han venido predican-do los hegelianos berlineses, viejos y jóvenes. Con el punto departida idealista también se viene abajo el sistema construido so-bre él y, por tanto, la filosofía hegeliana de la naturaleza. Recuér-dese que la polémica de los naturalistas contra Hegel, en la medi-

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39. Marx, ‘Palabras finales a la segunda edición alemana del primer tomo de El capital’.40. Referencia a los libros Teoría analítica del calor y Reflexiones sobre la potencia mo-

triz del fuego y sobre las máquinas capaces de desarrollar esta potencia, el primero es-crito por Joseph B. Fourier y el segundo, por Sadi Carnot. La función C que En-gels menciona a continuación figura en una nota del libro de Carnot.

da en que supieron comprenderle acertadamente, sólo versabasobre estos dos puntos: el punto de partida idealista y la cons-trucción arbitraria de un sistema contrario a los hechos.

Descontando todo esto, queda todavía la dialéctica hegeliana.Frente a los “gruñones, petulantes y mediocres epígonos que hoysientan cátedra en la Alemania culta”, corresponde a Marx el mé-rito de haber sido el primero en poner nuevamente de relieve elolvidado método dialéctico, su entronque con la dialéctica hege-liana y las diferencias que lo separan de ésta, y en paralelo haberaplicado en su El capital este método a los hechos de una cienciaempírica, la economía política. Y lo ha hecho con tanto éxito, quehasta en Alemania la nueva escuela económica sólo acierta a re-montarse por encima del vulgar librecambismo copiando a Marx(no pocas veces falsamente) so pretexto de criticarlo.

En la dialéctica hegeliana reina la misma inversión de todas lasinterconexiones reales que en todas las demás ramificaciones de susistema. Pero, como dice Marx: “El hecho de que la dialéctica sufraen manos de Hegel una alteración no obsta para que este filósofofuese el primero que supo exponer de un modo amplio y conscien-te sus formas generales de movimiento. Lo que ocurre es que en élla dialéctica aparece cabeza abajo. No hay más que invertirla, y en-seguida se descubre bajo la corteza mística la semilla racional”39.

Pero en las propias ciencias naturales nos encontramos no po-cas veces con teorías en que las relaciones reales aparecen coloca-das patas arriba, en que las imágenes reflejadas se toman por la for-ma original, y es, por tanto, necesario invertirlas. Con frecuencia,estas teorías son entronizadas durante largo tiempo. Así aconteció,por ejemplo, con el calor, en el que durante casi dos siglos enterosse vio una misteriosa materia especial, y no una forma dinámica dela materia corriente; sólo la teoría mecánica del calor vino a colocarlas cosas en su sitio. No obstante, la física, dominada por la teoríadel calórico, descubrió una serie de leyes importantísimas del ca-lor, y abrió, gracias sobre todo a Fourier y a Sadi Carnot40, el cauce

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41. La función C de Carnot fue literalmente transformada en la inversa: 1/C = tem-peratura absoluta. Sin esta inversión, nada se puede hacer con ella.

42. Según los criterios dominantes en la química del siglo XVIII, el proceso de com-bustión estaba condicionado por la existencia en los cuerpos de una sustanciaespecial, el flogisto, que se segregaba de ellos durante la combustión. El granquímico francés Lavoisier demostró la inconsistencia de esta teoría y explicó elproceso como una reacción de combinación de un cuerpo combustible con eloxígeno.

para una concepción exacta, concepción que no tuvo más que in-vertir y traducir a su lenguaje las leyes descubiertas por su pre-decesora41. Y lo mismo ocurrió en la química, donde la teoría delflogisto42 suministró, sólo después de cien años de trabajo expe-rimental, los datos que ayudaron a Lavoisier a descubrir en eloxígeno obtenido por Priestley el verdadero polo contrario delimaginario flogisto, con lo cual echó por tierra toda la teoría flo-gística. Pero con ello no se cancelaron, ni mucho menos, los re-sultados experimentales de la flogística. Nada de eso. Lo únicoque se hizo fue invertir sus fórmulas, traduciéndolas del lengua-je flogístico a la terminología moderna de la química y conser-vando así su validez.

Pues bien, la relación que guarda la teoría del calórico con lateoría mecánica del calor, o la teoría del flogisto con la de Lavoi-sier, es la misma que guarda la dialéctica hegeliana con la dialéc-tica racional.

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Anti-Dühring (Primera parte)FILOSOFÍA

DIVISIÓN. APRIORISMO

La filosofía es, según el señor Dühring, el desarrollo de la formasuprema de la consciencia del mundo y de la vida, y comprendeen un amplio sentido los principios de todo saber y todo querer.Siempre que se trata de cualquier serie de conocimientos o móvi-les, o de cualquier grupo de formas de existencia propuesto a laconsciencia humana, los principios de esas formaciones tienenque ser un objeto de la filosofía. Estos principios son los elemen-tos sencillos, o hasta el momento supuestos como simples, a par-tir de los cuales puede componerse el múltiple saber y querer. Laconstitución general de las cosas puede reconducirse a formas yelementos fundamentales como la constitución química de loscuerpos. Estos elementos últimos o principios, una vez adquiri-dos, no valen sólo para lo inmediatamente conocido y accesible,sino también para el mundo que nos es desconocido e inaccesible.Los principios filosóficos constituyen, pues, el complemento úl-timo que necesitan las ciencias para convertirse en un sistemaunitario de explicación de la naturaleza y de la vida humana.Aparte de las formas fundamentales de toda existencia, la filoso-fía no tiene más que dos objetos propios de investigación, a saber,la naturaleza y el mundo humano. De ello resultan sin la menorviolencia, para la ordenación de nuestra materia, tres grupos, asaber, la esquemática universal general, la doctrina de los prin-cipios naturales y, finalmente, la del hombre. En esta sucesiónestá además contenido un orden lógico interno, pues los princi-pios formales que valen de todo ser van los primeros, y los terre-nos materiales en los que hay que aplicarlos siguen luego en lagradación de su jerarquía.

Hasta aquí el señor Dühring, y casi literalmente.Se trata, pues para él de principios formales derivados del pensa-

miento, no del mundo externo, y que hay que aplicar a la naturaleza

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y al reino del hombre, es decir, según los cuales tienen que regir-se la naturaleza y el hombre. Pero ¿de dónde recibe el pensamien-to esos principios? ¿De sí mismo? No, pues el propio señor Düh-ring dice: el terreno puramente ideal se limita a esquemas lógicosy a configuraciones matemáticas (y esto último es además falso,como veremos). Los esquemas lógicos no pueden referirse sino aformas de pensamiento; pero aquí no se trata sino de las formas delser, del mundo externo, y el pensamiento no puede jamás obtenere inferir esas formas de sí mismo, sino sólo del mundo externo.Con lo que se invierte enteramente la situación: los principios noson el punto de partida de la investigación, sino su resultado fi-nal, y no se aplican a la naturaleza y a la historia humana, sinoque se abstraen de ellas; no es la naturaleza ni el reino del hom-bre los que se rigen según los principios, sino que éstos son co-rrectos en la medida en que concuerdan con la naturaleza y conla historia. Esta es la única concepción materialista del asunto, yla opuesta concepción del señor Dühring es idealista, inviertecompletamente la situación y construye artificialmente el mundoreal partiendo del pensamiento, de ciertos esquematismos, es-quemas o categorías que existen en algún lugar antes que el mun-do y desde la eternidad. Igual que... un Hegel.

Efectivamente. Pongamos la Enciclopedia de Hegel, con todassus febriles fantasías, junto a las definitivas verdades de últimainstancia del señor Dühring. Con el señor Dühring tenemos, pri-mero, la esquemática universal general, que en Hegel se llamaLógica. Luego tenemos en uno y otro la aplicación de esos esque-mas, o categorías lógicas, a la naturaleza: esto es la Filosofía dela Naturaleza; y finalmente tenemos su aplicación al reino delhombre, que es lo que Hegel llama Filosofía del Espíritu. El “or-den lógico interno” de la sucesión temática de Dühring nos lle-va, pues, “sin la menor violencia”, a la Enciclopedia de Hegel, dela que está tomado con una fidelidad que conmoverá hasta laslágrimas al judío eterno de la escuela hegeliana, el profesor Mi-chelet de Berlín.

Todo esto pasa cuando se toma tranquilamente y con un cri-terio absolutamente naturalista la “consciencia”, “el pensamien-to”, como algo dado y contrapuesto desde el principio al ser, ala naturaleza. Porque entonces hay que asombrarse por fuerzade que consciencia y naturaleza, pensamiento y ser, leyes del

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pensamiento y leyes de la naturaleza coincidan hasta tal pun-to. Mas si se sigue preguntando qué son el pensamiento y laconsciencia y de dónde vienen, se halla que son productos delcerebro humano, y que el hombre mismo es un producto de lanaturaleza, que se ha desarrollado junto con su medio; con loque se entiende sin más que los productos del cerebro humano,que son en última instancia precisamente productos de la natu-raleza, no contradigan, sino que correspondan el resto de la co-nexión natural.

Pero el señor Dühring no puede permitirse este sencillo trata-miento del problema. No sólo piensa en nombre de la humanidad—lo cual sería ya por sí mismo una cosa muy bonita—, sino, ade-más, en nombre del ser consciente y pensante de todos los cuer-pos cósmicos.

Sería, efectivamente, “una humillación de las formaciones bási-cas de la consciencia y del saber el limitar, o simplemente poneren entredicho, su validez soberana y su pretensión de verdad ab-soluta mediante el epíteto humana”.

Así, pues, para que nadie dé en la sospecha de que en algúnotro cuerpo celeste dos por dos son cinco, el señor Dühring se veimposibilitado de llamar humano al pensamiento, y tiene así quesepararlo del único fundamento real que nos importa, a saber, elhombre y la naturaleza; con eso cae torpemente y sin salvación enuna ideología que le obliga a aparecer como epígono del “epígo-no” Hegel. Por lo demás, tendremos ocasión de saludar al señorDühring varias veces en otros planetas.

Es obviamente imposible fundar sobre una tal base ideológicaninguna doctrina materialista. Más tarde veremos que el señorDühring se ve más de una vez obligado a atribuir a la naturalezaacciones conscientes, esto es, a hacer de ella lo que en alemán sellama Dios.

Pero nuestro filósofo de la realidad tenía además otros moti-vos para trasladar el fundamento de toda realidad desde el mun-do real hasta el mundo del pensamiento. La ciencia de ese esque-matismo universal general, de esos principios formales del ser, esprecisamente el fundamento de la filosofía del señor Dühring.Cuando queremos inferir el tal esquematismo universal no de lacabeza, sino sólo mediante la cabeza, partiendo del mundo real,

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y los principios del ser partiendo de lo que es, no necesitamos fi-losofía alguna, sino conocimientos positivos del mundo y de loque en él ocurre; y lo que entonces resulta no es tampoco una fi-losofía, sino ciencia positiva. Pero entonces el libro del señorDühring sería trabajos de amor perdidos.

Además: si deja de ser necesaria cualquier filosofía, tambiéndejará de serlo cualquier sistema, aunque sea un sistema naturalde filosofía. La comprensión de que la totalidad de los procesosnaturales se encuentran en una conexión sistemática, mueve a laciencia a mostrar esa conexión sistemática en todas partes, en eldetalle igual que en el conjunto. Pero la correspondiente exposi-ción científica completa de esa conexión, la composición de unareproducción mental exacta del sistema del mundo en que vivi-mos, nos es imposible y sería imposible para todos los tiempos.Si en algún momento de la evolución de la humanidad se com-pusiera un tal sistema definitivo y concluso de las conexionesdel mundo físico, espiritual e histórico, quedaría con ello cerra-do el reino del conocimiento humano, y quedaría también corta-da la posterior evolución histórica a partir del momento en quela sociedad se encontrara instituida de acuerdo con aquel siste-ma: todo lo cual es un absurdo y un puro contrasentido. Loshombres se encuentran, pues, situados ante una contradicción:reconocer, por una parte, el sistema del mundo de un modocompleto en su conexión de conjunto, y, por otra parte, no poderresolver jamás completamente esa tarea, tanto por su propia na-turaleza humana cuanto por la naturaleza del sistema del mun-do. Pero esa contradicción no sólo arraiga en la naturaleza de losdos factores —mundo y hombre—, sino que es además la palan-ca capital de todo el progreso intelectual, y se resuelve diariamen-te y constantemente en la evolución progresiva infinita de la hu-manidad, del mismo modo que, por ejemplo, determinados ejer-cicios matemáticos se resuelven en una sucesión infinita o en unafracción continua. De hecho, toda reproducción mental del siste-ma del mundo queda limitada objetivamente por la situación his-tórica, y subjetivamente por la constitución física y espiritual desu autor. Pero el señor Dühring declara desde el primer momen-to que su concepción excluye toda veleidad de concepción delmundo subjetivamente limitada. Hemos visto antes que el señorDühring es ubicuo y se encuentra en todos los cuerpos celestes.

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He aquí ahora que es también omnisciente. El señor Dühring haresuelto las últimas tareas de la ciencia y cerrado finalmente a caly canto el futuro de todas las ciencias.

El señor Dühring piensa poder sacarse ya lista de la cabeza laentera matemática pura, de un modo apriorístico, es decir, sinutilizar las experiencias que nos ofrece el mundo exterior, exacta-mente igual que las conformaciones básicas del ser.

En la matemática pura, el entendimiento tiene que ocuparse “desus propias libres creaciones e imaginaciones”; los conceptos denúmero y figura son “su objeto suficiente, producible por él mis-mo”, y con ello tiene la matemática “una validez independientede la experiencia particular y del real contenido del mundo”.

Claro que la matemática pura tiene una validez independien-te de la experiencia particular de cada individuo; pero lo mismopuede decirse de todos los hechos establecidos por todas las cien-cias, y hasta de todos los hechos en general. Los polos magnéti-cos, la composición del agua por el oxígeno y el hidrógeno, el he-cho de que Hegel ha muerto y el señor Dühring está vivo, son vá-lidos independientemente de mi experiencia o de la de otraspersonas, y hasta independientemente de la experiencia del señorDühring en cuanto que éste se duerma con el sueño del justo.Pero lo que no es verdad es que en la matemática pura el enten-dimiento se ocupe exclusivamente de sus propias creaciones eimaginaciones. Los conceptos de número y figura no han sido to-mados sino del mundo real. Los diez dedos con los cuales loshombres han aprendido a contar, a realizar la primera operaciónaritmética, no son ni mucho menos una libre creación del enten-dimiento. Para contar hacen falta no sólo objetos contables, sinotambién la capacidad de prescindir, al considerar esos objetos, detodas sus demás cualidades que no sean el número, y esta capa-cidad es resultado de una larga evolución histórica y de experien-cia. También el concepto de figura, igual que el de número, estátomado exclusivamente del mundo externo, y no ha nacido en lacabeza, del pensamiento puro. Tenía que haber cosas que tuvie-ran figura y cuyas figuras fueran comparadas, antes de que se pu-diera llegar al concepto de figura. La matemática pura tiene comoobjeto las formas especiales y las relaciones cuantitativas delmundo real, es decir, una materia muy real. El hecho de que esa

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materia aparece en la matemática de un modo sumamente abs-tracto no puede ocultar sino superficialmente su origen en elmundo externo. Para poder estudiar esas formas y relaciones entoda su pureza hay, empero, que separarlas totalmente de su con-tenido, poner éste aparte como indiferente; así se consiguen lospuntos sin dimensiones, las líneas sin grosor ni anchura, las a y by las x e y, las constantes y las variables, y se llega al final, efecti-vamente, a las propias y libres creaciones e imaginaciones del en-tendimiento, a saber, a las magnitudes imaginarias. Tampoco laaparente derivación de las magnitudes matemáticas, unas deotras, prueba su origen apriorístico, sino sólo su conexión racio-nal. Antes de que se llegara a la idea de derivar la forma de un ci-lindro de la revolución de un rectángulo alrededor de uno de suslados ha habido que estudiar gran número de rectángulos y cilin-dros reales, aunque de forma muy imperfecta. Como todas lasdemás ciencias, la matemática ha nacido de las necesidades de loshombres: de la medición de tierras y capacidades de los recipien-tes, de la medición del tiempo y de la mecánica. Pero, como en to-dos los ámbitos del pensamiento, al llegar a cierto nivel de evolu-ción se separan del mundo real las leyes abstraídas del mismo, sele contraponen como algo independiente, como leyes llegadas deafuera y según las cuales tiene que disponerse el mundo. Así haocurrido en la sociedad y en el Estado, y así precisamente se apli-ca luego al mundo la matemática pura, aunque ha sido tomadasencillamente de ese mundo y no representa más que una partede las formas de conexión del mismo, única razón por la cual esaplicable.

Pero el señor Dühring, lo mismo que se imagina deducir delos axiomas matemáticos, los cuales

no pueden tener ni necesitan fundamentación, ni siquiera segúnla representación lógica pura,

toda la matemática pura sin ningún añadido empírico y lue-go poder aplicarla al mundo, así también se imagina que pue-de engendrar por de pronto en su cabeza las configuracionesbásicas del ser, los elementos simples de todo saber, los axio-mas de la filosofía, deducir luego de ellos la filosofía entera, oesquematismo universal, y conceder finalmente por supremodecreto esa constitución a la naturaleza y al mundo humano.

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43. Ministro prusiano, uno de los principales promotores de la Carta constitucionalreaccionaria otorgada por el rey de Prusia al mismo tiempo que disolvía laAsamblea Nacional. La nación prusiana recibió dócilmente ambas cosas. A estoalude Engels.

Pero, desgraciadamente, la naturaleza no es en absoluto, y elmundo humano lo es en escasísima medida, como los prusianosde Manteuffel de 185043.

Los axiomas matemáticos son expresión de los rudimentarioscontenidos de pensamiento que la matemática tiene que pedir ala lógica. Esos contenidos pueden reducirse a dos:

1. El todo es mayor que cada una de sus partes. Esta proposi-ción es una mera tautología, pues la representación “parte”, con-cebida cuantitativamente, se refiere ya desde su origen de unmodo determinado a la representación “todo”, a saber, de talmodo que “parte” significa sin más que el “todo” cuantitativoconsta de varias “partes” cuantitativas. Los llamados axiomas nohacen más que formular eso explícitamente, con lo que no avan-zamos ningún paso. Y hasta es posible probar en cierto sentidoesa tautología diciendo: un todo es aquello que consta de variaspartes; una parte es aquella entidad que, con otras, constituye untodo; consecuentemente, la parte es menor que el todo; la vacie-dad de la repetición subraya, aun entonces, la vaciedad del con-tenido.

2. Si dos magnitudes son iguales a una tercera, son iguales en-tre sí. Este enunciado, como mostró ya Hegel, es una inferenciagarantizada por la lógica, es decir, un enunciado demostrado,aunque fuera de la matemática pura. Los demás axiomas sobre laigualdad y la desigualdad son meras ampliaciones lógicas de esainferencia.

Estos enunciados tan pobres de contenido no tienen por símismos ningún atractivo ni en la matemática ni en ningún otrocampo. Para poder avanzar tenemos que añadirles contenidos re-ales, relaciones y formas espaciales tomadas de cuerpos reales.Las representaciones de líneas, superficies, ángulos, polígonos,cubos, esferas, etc., proceden todas de la realidad, y hace faltauna buena porción de ingenua ideología para creer la exposiciónde los matemáticos, según la cual la primera línea ha surgido porel movimiento de un punto en el espacio, la primera superficie

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por el movimiento de una línea, el primer cuerpo por el movi-miento de una superficie, etc. Ya el lenguaje mismo se sublevacontra ese uso. Una figura matemática de tres dimensiones se lla-ma cuerpo, corpus solidum, en latín, es decir, cuerpo tangible: sunombre mismo no procede de la libre imaginación del entendi-miento, sino de la sólida realidad.

Pero ¿por qué perder tanto tiempo en esto? Luego de habercantado con entusiasmo en las páginas 42 y 43 de su obra la inde-pendencia de la matemática pura respecto del mundo de la expe-riencia, de su apriorismo, su dedicación a las libres creaciones eimaginaciones del entendimiento, el señor Dühring dice en la pá-gina 63:

“A menudo se pasa por alto, en efecto, que esos elementos mate-máticos [“número, magnitud, tiempo, espacio y movimiento ge-ométrico”] no son ideales más que por su forma... mientras quelas magnitudes absolutas son algo plenamente empírico, cual-quiera que sea el género a que pertenecen”..., pero “los esquemasmatemáticos son susceptibles de una caracterización aislada dela experiencia y, sin embargo, suficiente”.

Lo cual, ciertamente, es en mayor o menor medida verdad detoda abstracción, pero no prueba en absoluto que la abstracciónno proceda de la realidad. En el esquematismo universal la mate-mática pura nace del pensamiento puro; en la filosofía de la natu-raleza es en cambio algo plenamente empírico, tomado del mun-do externo y luego aislado de él. ¿En qué vamos a quedar?

ESQUEMATISMO UNIVERSAL

El ser que todo lo abarca es único. No tiene, en su autosuficien-cia, nada junto a sí ni por encima de sí. Añadirle un segundoser sería convertirle en lo que no es, a saber, en una parte oconstituyente de un todo más amplio. Al entender como marconuestro pensamiento unitario, nada que tenga que insertarseen esa unidad de pensamiento puede conservar en sí una du-plicidad. Ni tampoco puede sustraerse nada a esa unidad depensamiento... La esencia de todo pensamiento consiste en launificación de elementos de la consciencia en una unidad... El

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pensamiento es el punto de unidad y reunión del que ha nacidoel indivisible concepto del mundo y por el cual se conoce el uni-verso, como ya indica su nombre, como algo en lo cual todo seune en una unidad.

Así el señor Dühring. El método es matemático:

Toda cuestión debe decidirse a base de simples configuracionesbásicas y axiomáticamente, como si se tratara de sencillos... prin-cipios de la matemática.

Este método se usa por de pronto aquí.“El ser que todo lo abarca es único”. Si tautología significa la

simple repetición en el predicado de lo que ya está dicho en elsujeto, y si eso constituye un axioma, entonces tenemos un axio-ma de lo más puro. En el sujeto nos dice el señor Dühring que elser lo abarca todo, y en el predicado afirma impertérrito que nohay nada fuera del ser. ¡Qué colosal “pensamiento creador desistema”!

Es efectivamente creador de sistema. En menos de seis líneasde su texto, el señor Dühring ha transformado la unicidad del ser,por medio de nuestro unitario pensamiento, en la unidad del ser.Como la esencia de todo pensamiento consiste en la reunión enuna unidad, el ser, en cuanto pensado, es pensado unitariamen-te, el concepto del mundo es indivisible; y como el ser pensado,el concepto del mundo, es indivisible, también es el mundo real,el ser real, una unidad indivisible. Y, por tanto,

deja de haber lugar para las trascendencias en cuanto que el es-píritu ha aprendido a concebir el ser en su homogénea univer-salidad.

He aquí una rápida campaña ante la cual palidecen completa-mente Austerlitz y Jena, Koniggratz y Sedán. En unas pocas fra-ses que apenas llenan una página, una vez movilizado el primeraxioma, hemos suprimido, eliminado y aniquilado todas las tras-cendencias, Dios, las cohortes celestiales, el cielo, el infierno y elpurgatorio junto con la inmortalidad del alma.

¿Cómo pasamos de la unicidad del ser a su unidad? Repre-sentándonoslo, simplemente. En cuanto extendemos en tornosuyo, como marco, nuestro unitario pensamiento, el ser único se

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convierte en el pensamiento en un ser unitario, en una unidad depensamiento, pues la esencia de todo pensamiento consiste en launificación de elementos de la consciencia de una unidad.

Este último enunciado es sencillamente falso. En primer lu-gar, el pensamiento consiste tanto en la separación de objetos deconsciencia en sus elementos cuanto en la unificación de ele-mentos correspondientes en una unidad. No hay síntesis sinanálisis. En segundo lugar, el pensamiento, si no quiere incurriren arbitrariedades, no puede reunir en una unidad sino aquelloselementos de la consciencia en los cuales —o en cuyos prototi-pos reales— existía ya previamente dicha unidad. Si reúno los ce-pillos de los zapatos bajo la unidad “mamíferos”, no por elloconseguiré que tengan glándulas mamarias. Lo que había queprobar era precisamente la unidad del ser desde el punto de vis-ta de la justificación de su concepción como unidad, y cuando elseñor Dühring nos asegura que él piensa el ser unitariamente, yno como duplicidad, no pasa de declararnos su nada decisivaopinión.

El curso de su pensamiento, si es que interesa exponerlo en supureza, es como sigue: empiezo con el ser. Por tanto, estoy pen-sando el ser. El pensamiento del ser es unitario. Pero el pensa-miento y el ser tienen que concordar, se corresponden, se “cu-bren”. Por tanto, el ser es unitario también en la realidad. Así,pues, no hay “trascendencias”. Pero si el señor Dühring se hubie-ra expresado así de abiertamente, en vez de declamarnos tan dra-máticamente las anteriores frases de oráculo, la ideología habríasido inmediatamente visible. Pretender probar por la identidaddel ser y el pensamiento la realidad de cualquier resultado delpensamiento fue precisamente la más insensata y febril fantasía...de un Hegel.

Pero aunque su argumentación fuera correcta, el señor Dühringno habría aún conquistado con ella a los espiritualistas ni unapulgada de terreno. Pues los espiritualistas pueden contestarlecontundentemente: también para nosotros es el mundo simple;la escisión en inmanencia y trascendencia existe sólo desde nues-tro punto de vista específico, terrenal y manchado por el pecadooriginal; pero en sí mismo, es decir, en Dios, todo el ser es algoúnico. Y los espiritualistas acompañarán al señor Dühring poresos cuerpos celestes a los que es tan aficionado, y le enseñarán

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uno o varios en los que no reine el pecado original, ni por tantoexista contraposición entre inmanencia y trascendencia, con loque la unidad del mundo será un artículo de fe.

Lo más gracioso de todo este asunto es que el señor Dühringutiliza la demostración ontológica de la existencia de Dios paraprobar la inexistencia de Dios a partir del concepto del ser. El ar-gumento ontológico es del siguiente tenor: al pensar a Dios leconcebimos como suma de todas las perfecciones. Pero en lasuma esencial de todas las perfecciones está ante todo la existen-cia, pues un ser inexistente es necesariamente imperfecto. Portanto, tenemos que incluir la existencia entre las perfecciones deDios. Por tanto, Dios tiene que existir. Exactamente igual razonael señor Dühring: al pensar el ser lo pensamos como un concepto.Lo comprendido en un concepto es unitario. El ser no correspon-dería, pues, a su concepto si no fuera unitario. Por tanto, tieneque ser unitario. Luego no hay Dios, etc.

Cuando hablamos del ser y meramente del ser, la unidad nopuede consistir más que en lo siguiente: que todos los objetos deque se trate son, existen. En la unidad de ese ser están reunidos,y en ninguna otra, y la común afirmación de que todos ellos sonno sólo no puede atribuirles ninguna otra propiedad, común o nocomún, sino que incluso excluye por de pronto de la considera-ción toda otra propiedad. Pues en cuanto que nos apartemos,aunque sólo sea un milímetro, del hecho sencillo y básico de queel ser compete en común a todas esas cosas, en ese mismo mo-mento empiezan las diferencias entre esas cosas a presentarseante nuestra mirada; y el que esas diferencias consistan, por ejem-plo, en que las unas son blancas y las otras negras, las unas ani-madas y las otras inanimadas, las unas acaso inmanentes y lasotras trascendentes, no es nada que podamos decidir en base alhecho de que a todas ellas se atribuye uniformemente la meraexistencia.

La unidad del mundo no estriba en su ser, aunque su ser es unpresupuesto de su unidad, ya que tiene que ser antes de poder seruno. Pues el ser es una cuestión abierta a partir del límite en el quese interrumpe nuestro horizonte. La real unidad del mundo estri-ba en su materialidad, y ésta no queda probada por unas pocasfrases de prestidigitador, sino por un largo y laborioso desarrollode la filosofía y de la ciencia de la naturaleza.

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Sigamos con el texto. El ser del que nos habla el señor Dühringno es

aquel ser puro idéntico a sí mismo, carente de toda determinaciónparticular y que no representa en realidad sino una contrafiguradel pensamiento de la nada o de la ausencia de pensamiento.

Mas veremos muy pronto que el mundo del señor Dühringarranca de un ser carente de toda interna diferenciación, de todomovimiento y transformación, y es, por tanto, de hecho una meracontrafigura de la nada mental, es decir, una nada real. A partirde ese ser-nada se desarrolla el actual estado diferenciado delmundo, el cual es cambiante y presenta una evolución, un deve-nir; y sólo después de haber comprendido esto llegamos a “man-tener idéntico a sí mismo el concepto del ser universal”, inclusoen esa misma transformación eterna.

Tenemos, pues, ahora el concepto del ser a un nivel superioren el cual incluye a la vez la fijeza y la modificación, el ser y el de-venir. Llegados a este punto hallamos que

género y especie, y lo universal y lo particular en general, son losmedios de distinción más simples, sin los cuales no puede conce-birse la constitución de las cosas.

Mas esos conceptos son los medios de distinción de la cuali-dad; y luego de estudiar ésta seguimos adelante:

frente a los géneros se encuentra el concepto de magnitud, comoel concepto de aquella homogeneidad en la que no tienen ya lu-gar diferencias específicas;

es decir, pasamos de la cualidad a la cantidad, la cual es siem-pre mensurable.

Comparemos ahora esa “rigurosa distinción de los esquemasgenerales de acción” y de su “punto de vista realmente crítico”con las crudezas, groserías y febriles fantasías de un Hegel. Des-cubrimos enseguida que la Lógica de Hegel empieza con el ser,como el señor Dühring; que el ser se presenta luego como lanada, como el señor Dühring; que se pasa de ese ser-nada al de-venir, cuyo resultado es la existencia, es decir, una forma del sersuperior y más plena, exactamente igual que en el señor Düh-ring. La existencia lleva a la cualidad, y la cualidad a la cantidad,

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exactamente igual que el camino del señor Dühring. Y para queno falte ninguna pieza esencial, el señor Dühring nos cuenta enotra ocasión:

Del reino de la insensibilidad sólo se pasa al de la sensibilidad, apesar de toda la paulatina continuidad cuantitativa, medianteun salto cualitativo del que... podemos afirmar que se diferenciainfinitamente de la mera gradación de una y la misma propiedad.

Esto es simple y totalmente la línea nodal hegeliana de las re-laciones cuantitativas, en la que aumentos o disminuciones mera-mente cuantitativos provocan en determinados puntos nodalesun salto cualitativo; como ocurre, por ejemplo, con el agua que secalienta o enfría, en cuyo caso los puntos nodales son el punto deebullición y el de congelación, en los que tiene lugar el salto cua-litativo, en condiciones de presión normal, hacia un nuevo esta-do de agregación, es decir, en los que tiene lugar el paso de lacantidad a la cualidad.

Nuestro estudio ha intentado también alcanzar las raíces, y haencontrado como raíces de los radicales esquemas básicos deDühring nada menos que las “febriles fantasías” de un Hegel, lascategorías de la Lógica de Hegel (Parte I, Doctrina del ser), y en su“sucesión” más ortodoxamente paleo- hegeliana, y sin apenas in-tentar encubrir el plagio.

Pero no contento con sustraer a su predecesor más intensa-mente calumniado toda su esquemática del ser, el señor Dühring,después de tomar incluso el ejemplo recién recordado de la trans-formación brusca de la cantidad en cualidad, tiene la sangre fríade decir de Marx:

¡Qué infinitamente cómica es la apelación [de Marx] a la confu-sa y nebulosa imagen hegeliana de que la cantidad se transformaen cualidad!

Confusa y nebulosa imagen... ¿Quién se transforma aquí, se-ñor Dühring, y quién resulta cómico?

Todas esas lindezas están muy lejos de haber sido “decididasaxiomáticamente” según lo prescrito, sino que han sido tomadassencillamente de fuera, es decir, de la Lógica de Hegel. Y ello detal modo que en todo el capítulo no hay ni rastro de conexióninterna, salvo en la medida en que la toma de Hegel, y que el

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conjunto del desarrollo culmina en una fantasmagoría huera so-bre el espacio y el tiempo, la fijeza y la transformación.

Hegel pasa del ser a la esencia, a la dialéctica. En ese puntotrata de las determinaciones de la reflexión, de sus internas con-traposiciones y contradicciones, como, por ejemplo, lo positivo y lonegativo; pasa luego a la causalidad, o relación de causa y efecto,y termina con la necesidad. Lo mismo hace el señor Dühring. Loque Hegel llama doctrina de la esencia se encuentra traducidopor el señor Dühring como propiedades lógicas del ser. Estasconsisten ante todo en el “antagonismo de las fuerzas”, en contra-posiciones. En cambio, el señor Dühring niega radicalmente lacontradicción; más tarde volveremos a tocar este tema. Luegopasa a la causalidad y de ésta a la necesidad. Cuando, pues, el señorDühring dice de sí mismo

Nosotros, que no filosofamos “desde una jaula”,

debe querer decir que está filosofando en una jaula, a saber, lajaula del esquematismo de las categorías de Hegel.

FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA. TIEMPO Y ESPACIO

Llegamos ahora a la filosofía de la naturaleza. También aquí estáel señor Dühring cargado de motivos para sentirse descontentode sus predecesores.

La Filosofía de la Naturaleza “cayó tan bajo que dio en una pseu-dopoesía pornográfica grosera y basada en la ignorancia”, hasta“caer en manos de los prostituidos filosofastros del tipo de Sche-lling, individuos que manipulaban con el sacerdocio de lo absolu-to para engañar al público”. El cansancio nos ha salvado de esas“figuras deformes”, pero sólo para dejar el campo libre a la “au-sencia de actitudes”; “y por lo que hace al gran público, es sabidoque para él la retirada de un gran charlatán no es a menudo sinoocasión para que un sucesor menor, pero más experimentado, re-pita los trucos del anterior bajo otro rótulo”. Los científicos de lanaturaleza, por su parte, tienen poca “afición a realizar excursio-nes por el reino de las ideas comprehensivas del universo”, y poreso cometen “erradas precipitaciones” en el terreno teorético.

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Hay que salvarse urgentemente, y por suerte está aquí dis-puesto el señor Dühring.

Para estimar rectamente las siguientes revelaciones acerca deldespliegue del mundo en el tiempo y de su limitación en el espa-cio tenemos que apelar de nuevo a algunos pasos del “esquema-tismo universal”.

Se atribuye al ser la infinitud, también de acuerdo con Hegel(Enciclopedia, 93) —y precisamente la que Hegel llama mala infini-tud— y entonces se investiga dicha infinitud.

“La forma más precisa de una infinitud pensable sin contradic-ción es la ilimitada acumulación de los números en la serie nu-mérica... Del mismo modo que siempre podemos añadir a cual-quier número otra unidad, sin agotar nunca la posibilidad de se-guir contando, así se añade a cada estado del ser otro estadiomás, y la infinitud consiste en la ilimitada producción de esos es-tados. Esta infinitud exactamente pensada no tiene, por eso mis-mo, más que una única forma fundamental y una única direc-ción. Pues aunque para nuestro pensamiento es indiferente pro-yectar una dirección contrapuesta, de acumulación de losestados, la infinitud que progresa hacia atrás no es más que unaprecipitada construcción de la representación. Pues como en larealidad habría que recorrerla en esa dirección invertida, tendríasiempre a la espalda, en cualquiera de sus estados, una serie nu-mérica infinita. Pero con esto se cometería la inadmisible contra-dicción de una serie numérica infinita enumerada, y así resultaabsurdo admitir una segunda dirección de la infinitud”.

La primera consecuencia inferida de esta concepción de la in-finitud es que el encadenamiento de causas y efectos en el mun-do tiene que haber tenido algún comienzo:

Un número infinito de causas que se suponen ya seriadas es im-pensable por el hecho de que presupone como contada la infini-tud numérica.

Con eso queda probada una causa primera. La segunda consecuencia es

“la ley de la cantidad discreta determinada: la acumulación de loidéntico de cualquier género real de entidades independientes no

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puede pensarse más que como formación de un número determi-nado”. No sólo el número de cuerpos celestes existentes tienenque ser en cada momento determinado, sino que tiene que serloincluso el número total de las partes mínimas individuales de lamateria que existen en el mundo. Esta última necesidad es el ver-dadero motivo por el cual no puede pensarse composición algu-na sin átomos. Todo estado de división real tiene siempre una de-terminación finita, y tiene que tenerla para que no se produzcala contradicción de la infinitud contada. No sólo tiene que ser,por la misma razón, el número actual de revoluciones de la Tie-rra alrededor del Sol un número determinado, aunque descono-cido, sino que todos los procesos naturales tienen que haber teni-do algún principio, y toda diferenciación y todas las multiplici-dades de la naturaleza que se siguen en el tiempo tienen quearraigar en un estado idéntico consigo mismo. Este sí que puedehaber existido sin contradicción desde la eternidad, pero tambiénesta representación debería excluirse si el tiempo mismo consta-ra de partes reales, si no fuera más bien simplemente dividido ar-bitrariamente por nuestro entendimiento con la posición ideal delas posibilidades. Asunto propio es el contenido real y diversifi-cado del tiempo; este real relleno del tiempo con hechos de diver-sa especie, así como las formas de existencia de este ámbito, per-tenecen precisamente, a causa de su diversidad, a lo enumerable.Imaginemos un estado o situación sin transformaciones y que noofrezca en su auto identidad ninguna diferencia de sucesión: en-tonces el especial concepto de tiempo se convierte en la idea ge-neral del ser. Y no se puede imaginar en qué consistiría la acu-mulación de una duración vacía”.

El propio señor Dühring, cuya exposición hemos reproducidohasta aquí, se siente muy edificado por la importancia de estedescubrimiento. Por de pronto se limita a esperar que “por lo me-nos no será considerado como una verdad de poca monta”; peroluego dice:

Recuérdese el modo sumamente sencillo con el cual hemos lleva-do los conceptos de infinitud y su crítica hasta un alcance hastaahora desconocido... los elementos de la concepción universal delespacio y del tiempo, tan sencillamente construidos por nuestrapresente agudización y profundización.

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Hemos, pues, llevado esos conceptos hasta ese alcance. Y connueva profundización y agudización. ¿Quién somos ese nosotrosy cuándo es ese hasta ahora? ¿Quién profundiza y agudiza?

Tesis. El mundo tuvo un comienzo en el tiempo y está tambiénlimitado en cuanto al espacio. —Prueba: supóngase que elmundo no tiene un comienzo temporal, de tal modo que hastacualquier punto dado del tiempo ha transcurrido una eterni-dad y, por tanto, ha discurrido en el mundo una serie infinitade estados sucesivos de las cosas. Ahora bien: la infinitud deuna sucesión consiste precisamente en que nunca puede con-sumarse por síntesis sucesivas. Por tanto, una sucesión uni-versal infinita y al mismo tiempo ya transcurrida es imposible,lo que quiere decir que el comienzo del mundo es condición ne-cesaria de su existencia, que es lo primero que había que de-mostrar. —Por lo que hace a lo segundo, supóngase también,por de pronto, lo contrario: entonces el mundo será un todo in-finito dado de cosas que existen simultáneamente. Ahora bien:no podemos pensar la magnitud de un quantum que no estédado dentro de ciertos límites de toda percepción si no es me-diante la síntesis de las partes, ni la totalidad de dicho quantumsi no es por la síntesis realizada o por repetido añadido de launidad a sí misma. Por tanto, para pensar como un todo elmundo que ocupa todos los espacios habría que considerar rea-lizadas las síntesis sucesivas de las partes de un mundo infini-to, lo que quiere decir que habría que considerar transcurridoun tiempo infinito en la enumeración de todas las cosas coexis-tentes, lo cual es imposible. Por tanto, un agregado infinito decosas reales no puede considerarse como un todo dado, ni, con-siguientemente, como dado simultáneamente. Luego un mun-do no es infinito desde el punto de vista de la extensión en el es-pacio, sino que está contenido en sus límites; y esto era lo se-gundo que había que probar.

Esas frases están literalmente copiadas de un libro muy cono-cido que apareció por vez primera en 1781 y se titula Crítica de larazón pura, de Immanuel Kant, en el que todo el mundo puede le-erlas, en la primera parte, segunda sección, segundo libro, segun-do apartado, segundo epígrafe: “Primera antinomia de la razónpura”. Al señor Dühring no pertenece en esto más gloria que la

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de haber pegado a una idea expuesta por Kant el nombre de ley dela cantidad discreta determinada, así como el haber descubiertoque hubo un tiempo en el que no había tiempo, aunque sí habíaun mundo. Para todo lo demás, es decir, para todo lo que tienesentido en la exposición del señor Dühring, “nosotros” somosImmanuel Kant, y el “ahora” tiene cincuenta años. Es, desde lue-go, “sumamente sencillo”. Y es también notable el “alcance hastaahora desconocido”.

Pero ocurre que Kant no formula en absoluto esos enunciadoscomo resueltos por su demostración. Antes al contrario: en la pá-gina contrapuesta a ésa afirma y prueba lo contrario, a saber: queel mundo no tiene ningún comienzo en el tiempo ni fin en el es-pacio; y en esto ve precisamente la antinomia, la irresoluble con-tradicción de que lo uno es tan demostrable como lo otro. Gentesde menor calibre habrían quedado tal vez meditabundas al verque “un Kant” halló aquí una dificultad irresoluble. No es ése elcaso de nuestro audaz creador de “resultados y concepciones ra-dicalmente propios”: él escribe impertérrito la parte de la antino-mia kantiana que le sirve y tira el resto.

La cosa misma se resuelve con sencillez. Eternidad en el tiem-po, infinitud en el espacio consisten por de pronto, y según elsimple sentido de las palabras, en no tener por ningún lado un fi-nal, ni hacia adelante ni hacia atrás, ni hacia arriba ni hacia abajo,ni hacia la derecha ni hacia la izquierda. Esta infinitud es comple-tamente diversa de la de una sucesión infinita, pues ésta empiezasiempre con un uno, con un primer miembro. La inaplicabilidadde esa idea de sucesión a nuestro objeto se aprecia enseguida quela aplicamos al espacio. La sucesión infinita traducida a términosespaciales es la de una línea trazada hasta el infinito en determi-nada dirección y desde un punto determinado. Pero ¿queda coneso expresada ni lejanamente la infinitud del espacio? Al contra-rio: hacen falta seis líneas trazadas a partir de ese punto en tresdirecciones contrapuestas dos a dos para concebir las dimensio-nes del espacio, con lo que tenemos seis de esas dimensiones.Kant vio esto tan claramente que no proyectó directamente suserie numérica sobre la espacialidad del mundo, sino indirecta-mente y por un rodeo. El señor Dühring, en cambio, nos obligaprimero a aceptar seis dimensiones espaciales, y luego no en-cuentra palabras bastantes para expresar su indignación contra

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44. Es una alusión a los trabajos de Gauss sobre geometría no euclidiana y espaciospluridimensionales.

el misticismo matemático de Gauss, que no quiso contentarsecon las tres dimensiones corrientes del espacio44.

Aplicada al tiempo, la línea infinita por ambas partes, la su-cesión de unidades, tiene cierto sentido figurativo. Pero cuandonos imaginamos el tiempo como una línea contada a partir deluno o trazada a partir de un punto determinado, estamos dicien-do ya que el tiempo tiene un comienzo: estamos presuponiendolo que debemos probar. Damos a la infinitud del tiempo un ca-rácter unilateral y a medias; pero una infinitud unilateral y par-tida es ya una contradicción en sí, lo contrario, precisamente, deuna “infinitud pensada sin contradicción”. No podemos superaresa contradicción sino admitiendo que el uno con el que empe-zamos a contar la sucesión, el punto a partir del cual medimos lalínea, son, respectivamente, un uno arbitrario de la sucesión y unpunto arbitrario de la línea, siendo la línea o la sucesión indife-rentes a la decisión que tomemos respecto a la fijación de losmismos.

Pero ¿qué hay de la contradicción de las “sucesiones numéri-cas infinitas y sin embargo contadas”? Podremos estudiarla me-jor en cuanto que el señor Dühring nos exhiba la habilidad decontarlas. En cuanto que haya conseguido contar de –∞ (menosinfinito) hasta cero podrá volver a adoctrinarnos. Está claro que,empiece a contar por donde empiece, dejará a sus espaldas unasucesión infinita, y, con ella, la tarea que tiene que resolver. Queinvierta su propia sucesión infinita 1+2+3+4... e intente contardesde el final infinito hasta el uno; se trata obviamente del inten-to de un hombre que no ve de qué se trata. Aún más. Cuando elseñor Dühring afirma que la serie infinita del tiempo transcurri-do está contada, afirma con eso que el tiempo tiene un comienzo,pues en otro caso no podría empezar siquiera a “contar”. Por tan-to, está siempre dando como presupuesto lo que tiene que pro-bar. La idea de la sucesión infinita y sin embargo enumerada, o,dicho de otro modo, la ley dühringiana universal de la cantidaddiscreta determinada, es, pues, una contradictio in adjecto, contie-ne una contradicción en sí misma, y más precisamente una con-tradicción absurda.

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Está claro que la infinitud que tiene un final, pero no tiene uncomienzo, no es ni más ni menos infinita que la que tiene un co-mienzo y no tiene un final. La más modesta comprensión dialéc-tica habría debido decir al señor Dühring que el comienzo y el fi-nal van necesariamente juntos como el Polo Norte y el Polo Sur,y que cuando se prescinde del final el comienzo se convierte enfinal, es decir, en un final de la sucesión, y a la inversa. Toda esailusión sería imposible sin la costumbre matemática de operarcon sucesiones infinitas. Como en la matemática hay que partirde lo determinado y finito para llegar a lo indeterminado y des-provisto de final, todas las sucesiones matemáticas, positivas onegativas, tienen que empezar con un uno para poder calcularcon ellas. Pero la necesidad ideal del matemático está muy lejosde ser una ley necesaria y constrictiva del mundo real.

Por lo demás, el señor Dühring no conseguirá jamás pensarsin contradicciones la infinitud real. La infinitud es una contra-dicción y está llena de contradicciones. Ya es una contradicción elque una infinitud tenga que estar compuesta de honradas finitu-des, y, sin embargo, tal es el caso. La limitación del mundo mate-rial lleva a no menos contradicciones que su ilimitación, y todointento de eliminar esas contradicciones lleva, como hemos visto,a nuevas y peores contradicciones. Precisamente porque la infini-tud es una contradicción, es infinita, un proceso que se desarrollasin fin en el espacio y en el tiempo. La superación de la contradic-ción sería el final de la infinitud. Esto lo vio perfectamente Hegel,y por eso trató con el desprecio merecido a los caballeros que sededican a fantasear sobre esa contradicción.

Pero sigamos. Así, pues, el tiempo ha tenido un comienzo. Y¿qué había antes de ese comienzo? El mundo en un estado idén-tico a sí mismo e inmutable. Y como en ese estado no se siguentransformaciones, el especial concepto de tiempo se transformaen la idea más general del ser. Ante todo, lo que importa en estacuestión no es en absoluto cuáles son los conceptos que se trans-forman en la cabeza del señor Dühring. No se trata del concepto detiempo, sino del tiempo real, del que el señor Dühring no conse-guirá liberarse a tan bajo precio. En segundo lugar, por muchoque se transforme el concepto de tiempo en la idea más generaldel ser, eso no nos hará adelantar nada. Pues las formas funda-mentales de todo ser son el espacio y el tiempo, y un ser situado

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fuera del tiempo es un absurdo tan descomunal como un ser fue-ra del espacio. El “ser atemporalmente sido” de Hegel y el “serinmemorial” neoschellingiano son incluso nociones racionales,comparados con este ser fuera del tiempo. Por eso el señor Düh-ring procede, en efecto, muy cautelosamente: se trata realmentede un tiempo, pero de un tiempo al que en el fondo no debe lla-marse tal, pues naturalmente que el tiempo en sí no consta departes reales, sino que es nuestro entendimiento el que le dividearbitrariamente; sólo un conjunto de cosas distintas que ocupenel tiempo pertenece a lo enumerable, y no se sabe qué puede sig-nificar la acumulación de una duración vacía. No es aquí del todoindiferente, en efecto, lo que puede significar esa acumulación; loque se pregunta es si el mundo en el estado presupuesto por elseñor Dühring dura, recorre un lapso de tiempo. Sabemos hacemucho tiempo que no puede obtenerse ningún resultado midien-do una duración sin contenido, como tampoco se conseguiránada haciendo mediciones sin finalidad y sin objetivo en un es-pacio vacío; precisamente por eso, por esa ociosidad del procedi-miento, Hegel llamaba mala a esa infinitud. Según el señor Düh-ring, el tiempo existe exclusivamente por la transformación, no latransformación en y por el tiempo. Y precisamente porque eltiempo es diverso e independiente de la transformación es posi-ble medirle con ayuda de la transformación, pues en el medir esnecesario siempre algo diverso de lo que hay que medir. Y eltiempo en el que no se produce ninguna transformación percep-tible está muy lejos de no ser ningún tiempo; es más bien el tiem-po puro, sin afectar por nada ajeno, es decir, el tiempo verdadero,el tiempo como tal. De hecho, cuando queremos concebir el con-cepto de tiempo en toda su pureza, aislado de toda mezcla ajenay heterogénea, nos vemos obligados a poner entre paréntesis to-dos los diversos acontecimientos que se producen simultánea ysucesivamente en el tiempo, para imaginarnos así un tiempo enel que no pasa nada. Con esto no dejamos disolverse el conceptode tiempo en la idea general del ser, sino que llegamos finalmen-te al concepto puro de tiempo.

Pero todas esas contradicciones e imposibilidades no son sinojuegos de niños al lado de la confusión en que se sume el señorDühring con su estado inicial e inmutable del mundo. Si el mun-do estuvo una vez en un estadio en el cual no se producía en él

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absolutamente ninguna transformación, ¿cómo ha podido pasarde ese estado al de las transformaciones? Lo absolutamente in-alterado, y aún más si se encuentra desde toda la eternidad enese estado, no puede en modo alguno salir de él por sí mismopara pasar al del movimiento y la alteración. Por tanto, tieneque haber venido de afuera, de fuera del mundo, un primer im-pulso que le pusiera en movimiento. Pero “primer impulso” es,como se sabe, otro nombre de Dios. El Dios y el Más Allá que elseñor Dühring pretendía haber eliminado tan lindamente en suesquematismo universal vuelven a introducirse aquí por obrasuya, agudizados y profundizados, y en la misma filosofía de lanaturaleza.

Sigamos. El señor Dühring dice:

Cuando la magnitud afecta a un elemento fijo del ser permanecesin alterar en su determinación. Esto sale... de la materia y de lafuerza mecánica.

La primera proposición, dicho sea de paso, ofrece un delicio-so ejemplo de la grandilocuencia axiomático-tautológica del se-ñor Dühring: cuando la magnitud no cambia, se mantiene inmu-tada. En sustancia, la cantidad de fuerza mecánica presente unavez en el mundo sigue siendo eternamente la misma. Prescinda-mos por de pronto de que, en la medida en que es correcta, estaafirmación ha sido ya sabida y dicha por Descartes en filosofíahace casi trescientos años, y de que en la ciencia de la naturalezala doctrina de la conservación de la fuerza florece desde haceveinte años; y prescindamos también del hecho de que al limitar-la a la fuerza mecánica el señor Dühring no mejora esa doctrina enabsoluto. Pero ¿dónde se encontraba la fuerza mecánica en laépoca del estado sin alteración? El señor Dühring se niega tenaz-mente a darnos respuesta a esta pregunta.

¿Dónde, señor Dühring, estaba entonces la fuerza mecánicaeternamente idéntica a sí misma? ¿Y a qué se dedicaba? Respuesta:

El estado originario del universo, o, por caracterizarlo más precisa-mente, de un ser de la materia desprovisto de alteración y sin ningunaacumulación temporal de alteraciones, es una cuestión que sólo puederechazar aquel entendimiento que vea en la amputación de su propiafuerza genesíaca el colmo de la sabiduría.

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O sea: o aceptáis sin discusión mi estado originario inalteradoo yo, el genesíaco Eugen Dühring, os declaro eunucos espiritua-les. Es posible que esta perspectiva asuste a alguien. Pero nos-otros, que hemos visto ya algunos ejemplos de la capacidad gene-síaca del señor Dühring, podemos permitirnos pasar por alto elelegante insulto, al menos por ahora, y volver a preguntar: pero,señor Dühring, por favor, ¿qué hay de lo que preguntábamos so-bre la fuerza mecánica?

El señor Dühring se turba entonces:

De hecho, balbucea, “la identidad absoluta de aquel inicial esta-do-límite no ofrece por sí misma ningún principio de transición.Pero recordemos que la misma situación se presenta incluso conel menor nuevo miembro de la cadena de la existencia que ya co-nocemos. Así, pues, el que pretenda suscitar dificultades en estepunto capital hará mejor en proponerlas en ocasiones menos apa-rentes. Además, la posibilidad de inserción de estados interme-dios progresivos y graduados queda abierta, y con ella el puentede la continuidad, para proceder hacia atrás hasta la consunciónde la interacción. Cierto que desde un punto de vista estricta-mente conceptual esa continuidad no llega a superar el pensa-miento principal, pero ella es para nosotros la forma básica detoda legalidad y de toda otra transición conocida, de tal modo quetenemos cierto derecho a utilizarla como mediación también en-tre aquel equilibrio primero y su perturbación. Pero si pensára-mos el equilibrio por así decirlo [!] inerte según los criterios yconceptos que hoy se admiten, sin especial rigor [!], en nuestraactual mecánica, sería ciertamente imposible indicar cómo ha po-dido llegar la materia al juego de las alteraciones”. Además de lamecánica de las masas hay, según el señor Dühring, una trans-formación del movimiento de masas en el movimiento de partí-culas mínimas, pero “no disponemos hoy de ningún principiogeneral” acerca de cómo se produce esa transformación, “y poreso no puede asombrarnos el que estos procesos discurran hastacierto punto en la oscuridad”.

Eso es todo lo que tiene que decirnos el señor Dühring. Y efec-tivamente tendríamos que ver el colmo de la sabiduría, no ya enla autoamputación de la fuerza genesíaca, sino en la ciega fe delcarbonero, para contentarnos con esas tristes escapadas y vacías

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frases. El señor Dühring confiesa que, por sí misma, la absolutaidentidad no puede llegar a la alteración. No hay en esa identidadningún medio por el cual el equilibrio absoluto pueda pasar al mo-vimiento ¿Qué hay entonces? Tres insanas formas de palabrería.

Primera: que no es menos difícil mostrar la transición desde elmenor miembro de la conocida cadena de la existencia hasta el si-guiente. El señor Dühring parece tomar a sus lectores por niñosde pecho. La indicación argumentada de las particulares transi-ciones y conexiones de los mínimos miembros de la cadena de laexistencia es precisamente el contenido de la ciencia de la natura-leza, y cuando en el cumplimiento de esa tarea hay algo que nosale, nadie, ni el señor Dühring, piensa en explicar el movimien-to partiendo de la nada, sino siempre por la comunicación, trans-formación o continuación de un movimiento anterior. De lo quese trata, y según confesión de parte, es de hacer surgir el movi-miento de la ausencia de movimiento, es decir, de nada.

Segunda: el “puente de la continuidad”. Este puente, como esnatural, no nos ayuda, desde un punto de vista puramente con-ceptual, a superar las dificultades, pero tenemos cierto derecho autilizarlo como mediación entre la ausencia de movimiento y elmovimiento. Desgraciadamente, la continuidad de la ausencia demovimiento consiste en no moverse; por tanto, sigue siendo másmisterioso que nunca el modo como puede producirse así el mo-vimiento. Y por más que el señor Dühring divida su transición dela nada de movimiento al movimiento universal en partículas pe-queñísimas, y por más que le atribuya una duración larguísima,no habremos progresado ni una diezmilésima de milímetro. Sinacto de creación no podemos pasar de nada a algo, aunque el algosea tan pequeño como un infinitésimo matemático. El puente dela continuidad no es, pues, ni siquiera un pons asinorum, sino quesólo es transitable para el señor Dühring.

Tercera: mientras siga vigente la actual mecánica, que es, se-gún el señor Dühring, una de las palancas más esenciales para laeducación del pensamiento, es imposible indicar cómo se pasa dela ausencia de movimiento al movimiento. Pero la teoría mecáni-ca del calor nos muestra que el movimiento de las masas se trans-forma en ciertas circunstancias en movimiento molecular (aun-que también aquí el movimiento procede de otro movimiento, ja-más de la ausencia de movimiento), y esto, indica tímidamente el

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señor Dühring, podría ofrecer tal vez un puente entre lo riguro-samente estático (en equilibrio) y lo dinámico (en movimiento).Pero esos procesos tienen lugar “en la oscuridad”. Y en la oscuri-dad nos deja plantados el señor Dühring.

A este punto hemos llegado con toda la profundización y laagudización: nos hemos hundido cada vez más profundamenteen un absurdo cada vez agudizado, para aterrizar finalmentedonde por fuerza teníamos que hacerlo, “en la oscuridad”. Esto,empero, inquieta poco al señor Dühring. Ya en la página siguien-te tiene la tranquilidad de afirmar que ha

podido dotar al concepto de la fijeza idéntica a sí misma, de unmodo inmediato, con un contenido real tomado del comporta-miento de la materia y de las fuerzas mecánicas.

Este es el hombre que llama “charlatanes” a otros.Por suerte, en toda esta inerme confusión y extravío “en la os-

curidad” nos queda un consuelo que es realmente como para le-vantar los ánimos.

La matemática de los habitantes de otros cuerpos celestes no pue-de basarse en axiomas diversos de los nuestros.

FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA.COSMOGONÍA, FÍSICA, QUÍMICA

Prosiguiendo en el examen de la obra, llegamos a las teorías so-bre el modo como se ha originado el mundo actual.

Un estado universal de dispersión de la materia ha sido ya, se-gún nuestro autor, la idea inicial de los filósofos jónicos, pero, es-pecialmente desde Kant, la suposición de una nebulosa primitivaha desempeñado un nuevo papel, posibilitando la gravitación y lairradiación de calor, la formación paulatina de los cuerpos celes-tes sólidos particulares. La contemporánea teoría mecánica del ca-lor permite formular de un modo mucho más preciso las inferen-cias referentes a los anteriores estados del universo. Pese a todoesto, “el estado gaseoso de dispersión no puede constituir unpunto de partida de serias deducciones más que en el caso de quese consiga caracterizar más precisamente el sistema mecánico

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dado en él. En otro caso no sólo queda muy nebulosa en la prác-tica la idea, sino que la nebulosa originaria se va haciendo real-mente, en el curso de las deducciones, cada vez más densa e im-penetrable...; por de pronto se queda todo en una idea vaga, in-forme e indeterminable”, y así tenemos “con ese universogaseoso una concepción realmente muy nebulosa”.

La teoría kantiana del origen de todos los cuerpos celestes ac-tuales a partir de masas nebulosos en rotación ha sido el mayorprogreso conseguido por la astronomía desde Copérnico. Por vezprimera se osó atentar contra la idea de que la naturaleza no tie-ne historia alguna en el tiempo. Hasta entonces los cuerpos celes-tes se habían considerado fijos desde el primer momento en órbi-tas y estados siempre idénticos; y aunque los seres vivos se extin-guieran en los cuerpos celestes particulares, los géneros y lasespecies se consideraban también inmutables. Sin duda la natura-leza se encontraba, de un modo obvio, en constante movimiento,pero ese movimiento parecía la repetición incesante de los mis-mos procesos. Kant abrió la primera brecha en esa representación,tan conforme con el modo metafísico de pensar, y lo hizo demodo tan científico que la mayoría de los argumentos utilizadospor él siguen siendo hoy válidos. Cierto que la teoría kantiana si-gue siendo hoy día, hablando con rigor, una hipótesis. Pero tam-poco el sistema copernicano es más que eso hoy día, y tras laprueba espectroscópica de la existencia de tales masas incandes-centes de gases en el espacio, prueba que destruye toda resisten-cia, la oposición científica a la teoría de Kant se ha sumido en elsilencio. Tampoco el señor Dühring consigue llevar a cabo suconstrucción del mundo sin un tal estadio nebular, pero se vengade ello exigiendo que se le muestre el sistema mecánico existenteen dicho estado de nebulosa, y cubriendo entonces de despectivosadjetivos la hipótesis de la nebulosa por el hecho de que es impo-sible indicarle dicho sistema mecánico. La ciencia contemporáneano puede, en efecto, caracterizar ese sistema de un modo que sa-tisfaga al señor Dühring. Del mismo modo se encuentra imposi-bilitada de dar respuesta a muchas otras preguntas. Por ejemplo,a la pregunta: ¿por qué no tienen cola los sapos?, tiene que limi-tarse por ahora a contestar: porque la han perdido. Pero si anteesto decidiéramos indignarnos y decir que todo esto se mantieneen la vaguedad y lo informe de una idea de pérdida no precisable

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ulteriormente y una concepción sumamente nebulosa, una talaplicación de la moral a la ciencia de la naturaleza no nos haríaavanzar en absoluto. En todo caso es posible formular esas expre-siones poco amables de enfado, y precisamente no suelen aplicar-se a nada y en ningún campo. ¿Quién impide al señor Dühringmismo descubrir el sistema mecánico de la nebulosa originaria?

Por suerte descubrimos ahora que la masa nebular kantiana

está muy lejos de coincidir con un estado plenamente idéntico delmedio cósmico o, dicho de otro modo, con el estado idéntico a símismo de la materia.

Esto es una verdadera suerte para Kant, el cual pudo conten-tarse con la posibilidad de retroceder desde los cuerpos celestesactuales hasta la esfera nebular, sin soñar siquiera en un estadode la materia simpre idéntico consigo mismo. Sea dicho de paso,el que en la actual ciencia de la naturaleza la esfera nebular deKant se designe como nebulosa originaria debe entenderse, comoes obvio, de un modo meramente relativo. Se trata de una nieblaoriginaria, por una parte, como origen de los cuerpos celestes hoyexistentes y, por otra parte, como la forma más antigua de la ma-teria a la que hoy podemos retrotraernos. Lo cual no excluye enmodo alguno, sino que condiciona más bien la posibilidad de quela materia haya atravesado antes de la nebulosa originaria una se-rie infinita de otras formas diversas.

El señor Dühring se da cuenta de que en este punto puede ju-gar con cierta ventaja. En el lugar en que nosotros tenemos quedetenernos, con la ciencia, junto a la nebulosa por ahora origina-ria, él puede seguir mucho más allá, con la ayuda de su ciencia dela ciencia, hasta aquel

estado del medio cósmico que no puede concebirse ni como pura-mente estático en el actual sentido de la representación ni comodinámico

—es decir, que no puede concebirse de ninguna manera—.

“La unidad de materia y fuerza mecánica a la que llamamos me-dio cósmico es, por así decirlo, una fórmula lógico-real, que sirvepara indicar el estado, idéntico consigo mismo, de la materia comopresupuesto de todos los estadios de desarrollo mensurables”.

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Está claro que aún nos falta mucho para liberarnos del estadooriginario e idéntico a sí mismo de la materia. Aquí se le llamaunidad de materia y fuerza mecánica, lo cual es una fórmula ló-gico-real, etc. Así, pues, en cuanto termine la unidad de materiay fuerza mecánica empezará el movimiento.

La forma lógico-real no es más que un tímido intento de apro-vechar las categorías hegelianas del en sí y el para sí para la filoso-fía de la realidad. En la primera reside, para Hegel, la identidadprimitiva de las contradicciones ocultas y rudimentarias encerra-das en una cosa, en un fenómeno o en un concepto; en la segun-da, esos elementos ocultos empiezan ya a diferenciarse y separar-se y comienza el litigio. Tenemos, pues, que representarnos el in-móvil estado originario como unidad de materia y fuerzamecánica, y la transición al movimiento como separación y con-traposición de una y otra. Lo que con ello hemos ganado no es laprueba de la realidad de aquel estado originario fantástico, sino,simplemente, la posibilidad de concebirlo bajo la categoría hege-liana del en sí, así como la de concebir su no menos fantástico fi-nal bajo la categoría del para sí. ¡Socórrenos, Hegel!

La materia, dice el señor Dühring, es la portadora de todo loreal, por lo cual no puede haber fuerza mecánica alguna fuera dela materia. La fuerza mecánica es un estado de la materia. Ahorabien: en el estado originario, en el que nada sucede, la materia ysu estado, la fuerza mecánica, eran una sola cosa. Luego, cuandoempezó a ocurrir algo, el estado en cuestión tiene evidentementeque haberse diferenciado de la materia. Y con estas místicas fra-ses tenemos que contentarnos, junto con la garantía de que el es-tado idéntico a sí mismo no era estático ni dinámico, no se encon-traba en equilibrio ni en movimiento. Seguimos sin saber dóndeestaba la fuerza mecánica en aquel estado, ni cómo vamos a pa-sar de la absoluta inmovilidad al movimiento sin un primer im-pulso externo, es decir, sin Dios.

Los materialistas anteriores al señor Dühring hablaban demateria y movimiento. Él reduce el movimiento a la fuerza me-cánica, como supuesta forma fundamental del mismo, y se im-posibilita con eso el entendimiento de la real conexión entre ma-teria y movimiento, la cual, por lo demás, también fue oscurapara todos los materialistas anteriores. Y, sin embargo, la cosa essuficientemente clara. El movimiento es el modo de existencia de la

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materia. Jamás y en ningún lugar ha habido materia sin movi-miento, ni puede haberla. Movimiento en el espacio cósmico, mo-vimiento mecánico de masas menores en cada cuerpo celeste, vi-braciones moleculares como calor, o como corriente eléctrica omagnética, descomposición y composición químicas, vida orgá-nica: todo átomo de materia del mundo y en cada momento dadose encuentra en una u otra de esas formas de movimiento, o envarias a la vez. Todo reposo, todo equilibrio es exclusivamenterelativo, y no tiene sentido más que respecto de tal o cual formadeterminada de movimiento. Por ejemplo: un cuerpo puede en-contrarse en la Tierra en equilibrio mecánico, puede estar mecá-nicamente en reposo; pero esto no impide que participe del mo-vimiento de la Tierra y del de todo el sistema solar, del mismomodo que tampoco impide a sus mínimas partículas físicas reali-zar las vibraciones condicionadas por su temperatura, ni a susátomos atravesar un proceso químico. La materia sin movimien-to es tan impensable como el movimiento sin la materia. El movi-miento es, por tanto, tan increable y tan indestructible como lamateria misma; lo cual ha sido formulado por la antigua filosofía(Descartes) diciendo que la cantidad de movimiento presente enel mundo es constante. El movimiento no puede pues, crearse,sino sólo transformarse y transportarse. Cuando el movimientopasa de un cuerpo a otro, puede sin duda considerársele en lamedida en que se transfiere, en que es activo, como la causa delmovimiento, y como pasivo cuando es el objeto transferido. Lla-mamos fuerza a ese movimiento activo y manifestación de fuerza alpasivo. Con lo que queda claro como el agua que la fuerza es tan-ta cuanta su manifestación, pues en ambos casos lo que tiene lu-gar es el mismo movimiento.

Por todo ello, un estado inmóvil de la materia resulta ser unade las representaciones más vacías y desdibujadas, una pura“fantasía febril”. Para llegar a ella hay que representarse el equi-librio mecánico relativo en el que puede encontrarse un cuerpoen esta Tierra como un reposo absoluto, para generalizarlo luegoal conjunto del universo. Esto queda sin duda facilitado por la re-ducción del movimiento universal a mera fuerza mecánica. Y en-tonces esa limitación del movimiento a mera fuerza mecánicaofrece además la ventaja de poder representarse una fuerza comoalgo en reposo, atado, es decir, ineficiente por el momento. Pues

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si la transmisión del movimiento es, como ocurre muy a menudo,un proceso un tanto complicado con diversos eslabones interme-dios, puede entonces diferirse la transmisión real a un momentocualquiera, abandonando simplemente el último eslabón de la ca-dena. Así ocurre, por ejemplo, cuando se carga una escopeta yuno se reserva el momento en el cual, oprimiendo el gatillo, va atener lugar la descarga, es decir, la transmisión del movimientoliberado por la combustión de la pólvora. Así puede uno imagi-narse que mientras ha durado el estado inmóvil e idéntico consi-go mismo la materia estaba cargada de fuerza, y esto es lo que pa-rece entender el señor Dühring —si realmente entiende algo—por unidad de materia y fuerza mecánica. Esta idea es absurda,porque generaliza en términos absolutos al universo un estadoque es por su naturaleza relativo, y al cual, por tanto, no puedeestar sometido en un momento dado más que una parte de la ma-teria. Pero, aun prescindiendo de esto, sigue en pie la dificultad:primero, ¿cómo llegó el mundo a estar cargado de fuerza, siendoasí que hoy día las escopetas no se cargan por sí mismas?, y se-gundo: ¿de quién es el dedo que luego apretó el gatillo? Hagamoslo que hagamos, bajo la dirección del señor Dühring llegamossiempre al Dedo de Dios.

Nuestro filósofo de la realidad pasa de la astronomía a la me-cánica y la física, y se lamenta de que, una generación después desu descubrimiento, la teoría mecánica del calor no haya hechoningún progreso esencial y se encuentre en la situación a la quepoco a poco la llevó Robert Mayer. Aparte de eso, el asunto mis-mo le parece aún bastante oscuro:

tenemos “que recordar insistentemente que junto con los estadosde movimiento de la materia están también dados estados estáti-cos, y que estos últimos no pueden medirse por el trabajo mecáni-co...; si antes hemos caracterizado a la naturaleza como una grantrabajadora y ahora tomamos con rigor esa expresión, tenemosque añadir que los estados idénticos consigo mismos y en reposono representan ningún trabajo mecánico. Volvemos, pues, a echarde menos el puente de lo estático a lo dinámico, y si el llamado ca-lor latente ha seguido siendo hasta ahora para la teoría una pie-dra de escándalo, tenemos que reconocer también aquí una imper-fección innegable, sobre todo en las aplicaciones al cosmos”.

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Todo este discurso de oráculo se reduce de nuevo a una ex-presión de mala consciencia, la cual se da perfectamente cuentade que ha entrado insalvablemente en un callejón sin salida consu producción del movimiento a partir de la inmovilidad absolu-ta, pero se avergüenza al mismo tiempo de tener que apelar a suúnico salvador posible, esto es, al Creador del Cielo y de la Tie-rra. Si el puente entre lo estático y lo dinámico, entre el equilibrioy el movimiento, no puede encontrarse ni en la mecánica, inclui-da la del calor, ¿cómo puede obligarse al señor Dühring a encon-trar el puente entre su estado inmóvil y el movimiento? Con estaargumentación se considera nuestro autor felizmente a salvo deesa obligación.

En la mecánica común, el puente entre lo estático y lo dinámi-co es, simplemente, el impulso externo. Si se sube una piedra deun quintal de peso a una altura de diez metros y se suspende li-bremente allí, de tal modo que quede colgada en un estado idén-tico consigo mismo y en reposo, habrá que llamar a un público deniños de pecho para poder afirmar sin protestas que la situaciónactual de ese cuerpo no representa ningún trabajo mecánico, oque su distancia respecto de su anterior posición no puede medir-se con el trabajo mecánico. Todo transeúnte que contemple suobra hará fácilmente comprender al señor Dühring que la piedrano ha llegado por sí misma a sujetarse allá arriba en la soga, ycualquier manual de mecánica puede enseñarle que si deja caer ala piedra esta va a suministrar al caer tanto trabajo mecánicocuanto fue necesario para subirla a aquella altura de diez metros.Hasta el simplicísimo hecho de que la piedra está colgada allíarriba representa trabajo mecánico, pues si se la deja allí el tiem-po suficiente, la soga acabará por romperse en cuanto que, a con-secuencia de la corrosión química, deje de ser capaz de soportarla piedra. Ahora bien: todos los procesos mecánicos pueden redu-cirse a tales configuraciones básicas, por usar el léxico del señorDühring, y aún está por nacer el ingeniero incapaz de encontrarun puente entre lo estático y lo dinámico si dispone de suficienteimpulso externo.

Sin duda es hueso duro de roer y píldora verdaderamenteamarga para nuestro metafísico el que el movimiento deba encon-trar criterio y medida en su contrario, en el reposo. Se trata de unaflagrante contradicción, y toda contradicción es, según el señor

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Dühring, un contrasentido. Pese a lo cual es un hecho que la pie-dra colgada representa una determinada cantidad de trabajo me-cánico, utilizable de cualquier modo y precisamente mensurablede varias maneras —por ejemplo, por caída directa, por caída enel plano inclinado, por rotación de un torno—, igual que la esco-peta cargada. Para la concepción dialéctica, el hecho de que elmovimiento se exprese en su contrario, el reposo, no ofrece abso-lutamente ninguna dificultad. Toda la contraposición es para ella,como hemos visto, meramente relativa; no hay reposo absoluto niequilibrio incondicionado. El movimiento individual tiende alequilibrio, y el movimiento total suprime de nuevo el equilibrio.Reposo y equilibrio son, cuando se presentan, resultados de unmovimiento limitado, y está claro que ese movimiento es mensu-rable por su resultado, expresable en él, y reproducible de nuevoa partir de él de una forma u otra. Pero el señor Dühring no sepermite la tranquilidad de contentarse con tan sencilla exposiciónde la cosa. Como buen metafísico, empieza por abrir entre el mo-vimiento y el equilibrio un amplio abismo inexistente en la reali-dad, y luego se asombra de no poder encontrar ningún puenteque supere ese abismo de fabricación propia. Igual daría quemontara en su metafísico Rocinante y se dedicara a perseguir la“cosa en sí” kantiana, pues eso es precisamente lo que se ocultatras este puente inhallable.

Pero ¿qué hay de la teoría mecánica del calor y del calor la-tente o ligado que sigue siendo para esa teoría una “piedra de es-cándalo”?

Cuando se transforma una libra de hielo a la temperatura delpunto de congelación y a presión normal, mediante el calor, enuna libra de agua a la misma temperatura, desaparece una canti-dad de calor que sería suficiente para llevar esa misma libra deagua desde 0º a 79,4º centígrados, o para aumentar en un gradola temperatura de 79,4 libras de agua. Si se calienta esa libra deagua hasta los 100º y se la transforma en vapor a 100º, desapare-ce, si se prosigue hasta convertir totalmente el agua en vapor,una cantidad de calor siete veces mayor aproximadamente, sufi-ciente para aumentar en un grado la temperatura de 537,2 librasde agua. Se llama latente a ese calor desaparecido. Si por enfria-miento vuelve a transformarse el vapor en agua y el agua en hie-lo, la misma cantidad de calor antes latente se hace libre, es decir,

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45. Las cifras dadas por la ciencia de la época y recogidas por Engels en este ejem-plo son algo inferiores a las hoy admitidas.

perceptible y mensurable como calor. Esta liberación de calor alcondensarse vapor y congelarse agua es la causa de que el vapor,aunque se enfríe hasta los 100º, no se transforme en agua sinopaulatinamente, y de que una masa de agua a la temperatura delpunto de congelación no se transforme en hielo sino muy lenta-mente. Estos son los hechos45. La cuestión es: ¿qué es del calormientras se encuentra latente?

La teoría mecánica del calor, según la cual el calor consiste enuna vibración de las partículas físicas activas mínimas de los cuer-pos (moléculas), mayor o menor según la temperatura y el estadode agregación, en una vibración, pues, que, en ciertas circunstan-cias, puede transformarse en cualquier otra forma de movimien-to, explica el hecho declarando que el calor desaparecido ha rea-lizado un trabajo, ha sido transformado en trabajo. Al fundirse elhielo se suprime la estrecha y firme conexión de las moléculas en-tre ellas, y se transforma en una laxa acumulación; al evaporarseel agua en el punto de ebullición se produce un estado en el cuallas moléculas particulares dejan de ejercer influencias percepti-bles unas en otras, y hasta se dispersan en todas direcciones bajola influencia del calor. Está claro que las moléculas de un cuerpoen estado gaseoso están dotadas de una energía mucho mayorque la que tuvieran en el estado líquido, y en el líquido mayor queen el sólido. El calor latente no ha desaparecido, por tanto, sinoque se ha transformado sencillamente y ha tomado la forma de lafuerza de tensión molecular. En cuanto cese la condición por lacual las moléculas pueden presentar esa libertad absoluta o rela-tiva las unas respecto de las otras, en cuanto que —en nuestroejemplo— la temperatura descienda por debajo de los 100º y 0º,respectivamente, dicha fuerza entrará en acción y las moléculas seacercarán con la misma fuerza con la que fueron antes separadas;y dicha fuerza desaparecerá, pero sólo para volver a aparecercomo calor, y precisamente como la misma cantidad de calor queantes era latente. Esta explicación es, naturalmente, una hipótesis,como toda la teoría mecánica del calor, puesto que nadie ha vistohasta ahora una molécula, por no hablar ya de una molécula envibración. Sin duda estará, por tanto, llena de defectos, como toda

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esta joven teoría; pero puede al menos explicar el proceso sin caeren ningún momento en pugna con la indestructibilidad e increa-bilidad del movimiento, y hasta es capaz de dar exacta cuenta dela conservación del calor en el marco de su transformación. El ca-lor latente o ligado no es, pues, ninguna piedra de escándalo parala teoría mecánica del calor. Antes al contrario, esta teoría aportapor vez primera una explicación racional del hecho, y el único es-cándalo posible consiste en que los físicos siguen llamando “liga-do”, con una expresión anticuada e inadecuada, al calor transfor-mado en otra forma de energía molecular.

Así, pues, los estados idénticos consigo mismos, las situacio-nes en reposo de los estados físicos de agregación sólido, líquidoy gaseoso, representan efectivamente trabajo mecánico, en cuan-to el trabajo mecánico es medida del calor. Tanto la sólida corte-za terrestre cuanto el agua del océano representan en su actual es-tado de agregación una cantidad perfectamente determinada decalor liberado, el cual corresponde obviamente a una cantidad nomenos determinada de fuerza mecánica. En el paso de la esferagaseosa de la que ha surgido la Tierra al estado líquido y luego alestado en gran parte sólido, se ha irradiado un determinado quan-tum de energía molecular en el espacio, en forma de calor.

No existe, pues, la dificultad de la cual tan misteriosamente vamurmurando el señor Dühring, y en las mismísimas aplicacionescósmicas podemos sin duda tropezar con defectos y lagunas, im-putables a nuestros imperfectos medios de conocimiento, pero enningún lugar con obstáculos teóricamente insuperables. El puen-te entre lo estático y lo dinámico es también aquí el impulso ex-terno: el enfriamiento o el calentamiento, provocados por otroscuerpos y que obran sobre el objeto que se encontraba en equili-brio. Cuanto más profundamente penetramos en esta filosofíadühringiana de la naturaleza, tanto más imposibles resultan to-dos los intentos de explicar el movimiento por la inmovilidad ode encontrar el puente por el cual lo puramente estático y en re-poso pueda llegar, sin más motor que sí mismo, a lo dinámico, almovimiento.

A partir de este momento podemos vernos felizmente libresdel estado originario idéntico consigo mismo, aunque no seamás que por algún tiempo. Pues el señor Dühring pasa a la quí-mica y aprovecha la ocasión para revelarnos las tres leyes de

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inmovilidad de la naturaleza, descubiertas hasta ahora por la fi-losofía de la realidad. A saber:

1ª: la persistencia cuantitativa de la materia general; 2ª: la de loselementos simples (químicos); 3ª: la de la fuerza mecánica; lastres son inmutables.

Así, pues, el único resultado positivo que es capaz de ofrecer-nos el señor Dühring como fruto de su filosofía natural del mun-do inorgánico es la increabilidad y la indestructibilidad de la ma-teria, así como las de sus elementos simples —en la medida enque los tenga— y las del movimiento, o sea tres hechos de anti-guo conocidos y que él formula muy imperfectamente. Son todasellas cosas sabidas desde antiguo. Pero lo que no sabíamos es quese tratara de “leyes de la inmovilidad” y, como tales, de “propie-dades esquemáticas del sistema de las cosas”. Es el mismo trata-miento al que antes vimos sometido a Kant: el señor Dühring seapodera de cualquier venerable lugar común por todos sabido, lepega una etiqueta dühringiana y llama al resultado

concepciones y resultados radicalmente propios... pensamientoscreadores de sistema... ciencia radical.

Pero no hay que desesperarse por ello ni mucho menos. Cua-lesquiera que puedan ser los defectos de la ciencia radicalísima yde la mejor organización social, hay algo que el señor Dühringpuede afirmar con la mayor resolución:

El oro existente en el universo tiene que haber sido siempre lamisma cantidad, y no puede ni aumentar ni disminuir, del mis-mo modo que no puede hacerlo la materia general.

Desgraciadamente, el señor Dühring no nos dice qué pode-mos comprar con ese “oro existente”.

FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA.EL MUNDO ORGÁNICO

Una escala única y unitaria de conexiones se extiende desde lamecánica de la presión y el choque hasta el enlace de las percep-ciones y los pensamientos.

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Con esta tajante afirmación se ahorra el señor Dühring el te-ner que decir algo más acerca del origen de la vida, aunque deun pensador que ha seguido la evolución del mundo hasta el es-tado idéntico consigo mismo, y que tan familiarmente se encuen-tra en los demás cuerpos celestes, podía esperarse sin duda quesupiera sustanciosos detalles también sobre este punto. Por lodemás, aquella afirmación es sólo a medias correcta, mientras nose complete con la línea nodal hegeliana, ya citada, de relacionescuantitativas. La transición de una forma de movimiento a otra,por muy gradualmente que se desarrolle, es siempre un salto,una inflexión decisiva. Tal es el caso de la transición entre la me-cánica de los cuerpos celestes y la de las masas menores situadasen uno de ellos; también la transición de la mecánica de las ma-sas a la mecánica de las moléculas, la cual incluye los movimien-tos que estudiamos en lo que suele llamarse propiamente física:calor, luz, electricidad, magnetismo; así también tiene lugar latransición entre la física de las moléculas y la de los átomos —laquímica—, con un salto decisivo; y aún más visiblemente es ésteel caso en la transición de la acción química común al mundo fí-sico-químico de la albúmina, al que llamamos vida. Dentro de laesfera de la vida los saltos se hacen cada vez más escasos e im-perceptibles. Otra vez es Hegel el que tiene que corregir al señorDühring.

El concepto de fin suministra al señor Dühring la transiciónconceptual al mundo orgánico. También esto está tomado de He-gel, el cual pasa en la Lógica —en la doctrina del concepto— delmundo físico-químico a la vida con la ayuda de la teleología odoctrina de los fines. Miremos adonde miremos, en la obra delseñor Dühring tropezamos siempre con algún “crudo” pensa-miento hegeliano, presentado tranquilamente por nuestro autorcomo ciencia propia y radical. Nos llevaría demasiado lejos el es-tudiar aquí hasta qué punto está justificado y es oportuno aplicaral mundo orgánico las ideas de fin y medio. En todo caso, hastala aplicación del “fin interno” hegeliano —es decir, un fin que noprocede de un tercero intencionalmente activo, la sabiduría de laProvidencia por ejemplo, sino que se encuentra en la necesidadde la cosa misma— da constantemente lugar, en gentes que noestán suficientemente educadas desde el punto de vista filosófi-co, a una subrepticia e inconsciente introducción de la acción

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conscientemente intencional. El mismo señor Dühring, que tandesmesuradamente se indigna ante la menor manifestación “es-piritista” de otras personas, nos asegura

con resolución que las sensaciones instintivas han sido creadasprincipalmente por la satisfacción que comporta su juego.

Y nos cuenta que la pobre naturaleza

tiene que mantener constantemente en orden el mundo de los ob-jetos, y aún tiene aparte de ése otros asuntos que resolver “loscuales exigen a la naturaleza más sutileza que la que comúnmen-te se le reconoce”. Pero la naturaleza no sólo sabe por qué ha cre-ado esto y aquello, no sólo tiene que realizar servicios de domés-tica, y no sólo tiene sutileza, lo cual es ya gran cosa incluso en elpensamiento subjetivo consciente, sino que, además, tiene unavoluntad: pues el añadido a los instintos, un añadido que consis-te en que, de paso, satisfacen reales condiciones naturales, comola alimentación, la reproducción, etc., “no puede considerarsecomo hechos directamente queridos, sino sólo como indirecta-mente queridos”.

Con esto hemos llegado a una naturaleza que piensa y obraconscientemente, es decir, que hemos llegado al “puente” que va,no ciertamente de lo estático a lo dinámico, pero sí al menos delpanteísmo al deísmo. ¿O es tal vez que ha tentado también al se-ñor Dühring el hacer un poco de semipoesía “filosófico-natural”?

Imposible. Todo lo que nuestro filósofo de la realidad sabe de-cirnos acerca de la naturaleza orgánica se reduce a la lucha con-tra la semipoesía filosófico-natural, contra “la charlatanería consus superficialidades frívolas y sus mistificaciones sedicentemen-te científicas”, contra los “rasgos de mala poesía” del darwinismo.

Lo que ante todo reprocha a Darwin es el haber trasladado ala ciencia de la naturaleza la teoría maltusiana de la población, elestar preso en la mentalidad del criador de animales, el hacer se-mipoesía acientífica con la lucha por la existencia y el haber cons-truido con el darwinismo, si se exceptúa lo que ha tomado de La-marck, una pieza de brutalidad dirigida contra la humanidad.

Darwin concibió en sus viajes científicos la opinión de que lasespecies de las plantas y los animales no son fijas, sino que se trans-forman. Para seguir trabajando esa idea en su patria no encontró

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mejor campo de estudio que el cultivo de las plantas y la ganade-ría o cría de animales. Inglaterra es precisamente el país clásicode estas actividades; los logros de otros países —de Alemania,por ejemplo— no pueden dar ni de lejos la medida de lo conse-guido en Inglaterra en este campo. Además, los éxitos más sobre-salientes corresponden a los últimos cien años, de tal modo quela comprobación de los hechos resultaba poco difícil. Darwin ha-lló, pues, que este tipo de cultivo y cría había producido en ani-males y plantas de la misma especie diferencias mayores que lasque se encuentran entre especies generalmente reconocidas comodiversas. La variabilidad de las especies quedaba, pues, probadahasta cierto punto, y, por otra parte, quedaba fundamentada laposibilidad de que organismos que poseen diversos caracteres es-pecíficos tengan antepasados comunes. Darwin se preguntó en-tonces si no existen en la naturaleza causas que —sin la intenciónconsciente del criador o cultivador— tengan que producir a lalarga en los organismos vivos alteraciones análogas a las que pro-duce la cría artificial. Halló esas causas en la desproporción entreel gigantesco número de gérmenes creados por la naturaleza y elescaso número de los organismos que realmente llegan a la ma-durez. Y como todo germen tiende a desarrollarse, surge necesa-riamente una lucha por la existencia, que se manifiesta no sólocomo directo combate físico o aniquilación y consumo, sino tam-bién, por ejemplo, como lucha por el espacio y por la luz, hasta enlas plantas mismas. Y es obvio que en esta lucha tienen las mejo-res perspectivas de llegar a madurez y de reproducirse aquellosindividuos que poseen propiedades individuales ventajosas parala lucha por la existencia, por modestas que ellas sean. Estas ca-racterísticas individuales favorables tienen, pues, la tendencia atransmitirse por herencia, y cuando se presentan en varios indi-viduos de la misma especie tienden además a incrementarse, porherencia acumulada, en la dirección inicialmente tomada, mien-tras que los individuos que no poseen esas peculiaridades su-cumben más fácilmente en la lucha por la existencia y desapare-cen paulatinamente. De este modo se transforma una especie porselección natural, por supervivencia de los individuos más aptos.

El señor Dühring dice contra esa teoría de Darwin que el ori-gen de la idea de lucha por la existencia se encuentra, como elpropio Darwin confiesa, en una generalización de los puntos de

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vista del economista y teórico de la población Malthus, y que, porlo tanto, está manchada por todos los defectos propios de las sa-cerdotales concepciones maltusianas sobre la acumulación de lapoblación. Ahora bien: la realidad es que a Darwin no le pasa si-quiera por la mente decir que el origen de la idea de lucha por laexistencia se encuentra en Malthus. Lo único que afirma es que suteoría de la lucha por la existencia es la teoría de Malthus aplica-da a todo el mundo animal y vegetal. Por grande que sea la tor-peza de Darwin al aceptar en su ingenuidad la doctrina de Mal-thus tan irreflexivamente, todo el mundo puede apreciar de unsolo vistazo que no hacen falta las lentes de Malthus para perci-bir en la naturaleza la lucha por la existencia, la contradicción en-tre el innumerable masa de gérmenes que produce pródigamen-te la naturaleza y el escaso número de los que consiguen llegar ala madurez; contradicción que se resuelve efectivamente en granparte mediante la lucha por la existencia, a veces sumamentecruel. Y del mismo modo que la ley del salario sigue en pie mu-cho tiempo después de que se arrumbaran las argumentacionesmaltusianas en que la basó Ricardo, así también puede tener lu-gar la lucha por la existencia en la naturaleza sin necesidad de in-terpretación maltusiana. Por lo demás, también los organismosde la naturaleza tienen sus leyes de población, prácticamente sinestudiar en absoluto, pero cuyo descubrimiento será de impor-tancia decisiva para la teoría de la evolución de las especies. ¿Yquién ha dado el impulso decisivo en esa dirección? Darwin pre-cisamente.

El señor Dühring se guarda muy bien de tocar este aspectopositivo de la cuestión. En vez de eso sigue atacando exclusiva-mente a la lucha por la existencia. Imposible hablar, dice, de lu-cha por la existencia entre plantas inconscientes y pacíficos her-bívoros:

en un sentido exacto y determinado, la lucha por la existenciaestá ciertamente representada en el seno de la brutalidad, en lamedida en que la alimentación tiene lugar mediante la rapiñacarnicera.

Y luego de haber reducido el concepto de lucha por la exis-tencia a esos estrechos límites, el señor Dühring puede dar librecurso a su plena indignación por la brutalidad de ese concepto

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limitado por él mismo a la brutalidad. Pero esta ética indignaciónno puede dirigirse sino contra el mismo señor Dühring, que es elúnico autor de la lucha por la existencia en esta limitación y, portanto, también el único responsable de la misma. No es, pues,Darwin

el que busca las leyes y el entendimiento de toda acción naturalen el dominio de las bestias,

pues Darwin ha incluido precisamente en la lucha toda la na-turaleza orgánica, sino que el autor de ese entuerto es un fantás-tico ogro fabricado por el mismo señor Dühring. El nombre “lu-cha por la existencia” puede por lo demás abandonarse sin perjui-cio en honor de la cólera sublimemente ética del señor Dühring.Toda pradera, todo campo de trigo y todo bosque puede probar-le que la cosa misma existe también entre las plantas, y lo que im-porta no es el nombre, ni si la cosa debe llamarse “lucha por laexistencia” o “escasez de condiciones de existencia y efectos me-cánicos”; de lo que se trata es de saber cómo obra en la conserva-ción o la alteración de las especies ese hecho. Sobre este punto seaferra el señor Dühring a un tenaz silencio idéntico consigo mis-mo. La cosa, pues, se queda por ahora en la selección natural.

Pero el darwinismo “produce de la nada sus transformaciones ydiferencias”.

Es verdad que al tratar de la selección natural Darwin pres-cinde de las causas que han producido las alteraciones en los in-dividuos particulares, y trata por de pronto del modo como esasdesviaciones individuales se convierten progresivamente en ca-racterísticas de una raza, variedad o especie. Para Darwin se tra-ta por de pronto no tanto de descubrir las causas —que hastaahora son en parte desconocidas del todo, y en parte sólo puedenindicarse muy genéricamente— cuanto de establecer una formaracional según la cual se consolidan sus efectos, cobran impor-tancia duradera. El hecho de que Darwin haya atribuido a sudescubrimiento un ámbito de eficacia excesivo, que le haya con-vertido en palanca única de la alteración de las especies y de quehaya descuidado las causas de las repetidas alteraciones indivi-duales para atender sólo a la forma de su generalización, todoeso es un defecto que comparte con la mayoría de las personas

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que han conseguido un progreso real. Además: si fuera verdadque Darwin produce a partir de la nada las alteraciones de los in-dividuos, y que se limita a aplicar la “sabiduría del ganadero y elcultivador”, entonces el criador mismo debería producir tambiénde la nada sus transformaciones de las formas animales y vegeta-les, las cuales no son nada meramente imaginado, sino algo muyreal. Y el que ha dado el impulso para estudiar por qué se produ-cen propiamente esas transformaciones y diferencias es, repita-mos, Darwin.

Recientemente, y sobre todo por obra de Haeckel, se ha am-pliado la idea de selección natural y se ha concebido la transfor-mación como resultado de la interacción de adaptación y heren-cia, siendo la adaptación el aspecto activo del proceso y la he-rencia el aspecto conservador. Tampoco esto le gusta al señorDühring.

Una verdadera adaptación a las condiciones de la vida tal comola naturaleza las ofrece o las sustrae es algo que presupone im-pulsos y actividades determinadas por representaciones. En otrocaso la adaptación es mera apariencia, y la causalidad que en ellaactúa no está por encima de los bajos niveles de lo físico, lo quí-mico y la fisiología vegetal.

También aquí es el nombre lo que irrita al señor Dühring.Pero llame al hecho como más le guste, la cuestión es si por esosprocesos se producen modificaciones en las especies de los orga-nismos. Y el señor Dühring se abstiene también aquí de dar unarespuesta.

Si una planta toma en su crecimiento el camino por el cual reci-be la mayor cantidad de luz, este efecto del estímulo no es másque una combinación de fuerzas físicas y actividades químicas, ysi se insiste en hablar a propósito de ello de adaptación no en sen-tido metafórico, sino propio, esto tiene que introducir en los con-ceptos una confusión espiritista.

Tan riguroso es con los demás este hombre que sabe precisa-mente por qué finalidad hace la naturaleza esto o aquello, el hom-bre que habla de la sutileza de la naturaleza y hasta de su volun-tad. Hay efectivamente confusión espiritista, pero ¿en quién? ¿EnHaeckel o en el señor Dühring?

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Y no sólo hay confusión espiritista, sino también confusión ló-gica. Hemos visto que el señor Dühring insiste enérgicamente endar vara alta al concepto de finalidad en la naturaleza:

La relación entre medio y fin no presupone en absoluto una in-tención consciente.

Mas ¿qué es la adaptación sin intención consciente, sin media-ción de representaciones, contra la que tanto se indigna, sino pre-cisamente una acción teleológica inconsciente? Ni la rana de zar-zal ni los insectos que se alimentan de hojas tienen color verdeporque se lo hayan apropiado intencionalmente o según ciertasrepresentaciones; lo mismo vale del color amarillo arenoso de losanimales del desierto, y del color predominantemente blanco delos animales terrestres del Polo; antes al contrario, esos colores nopueden explicarse más que por fuerzas físicas y acciones quími-cas. Pero es innegable que con esos colores dichos animales resul-tan adaptados al medio en el que viven, porque resultan menos vi-sibles para sus enemigos. Del mismo modo, los órganos con queciertas plantas apresan y devoran a los insectos que se posan enellas están adaptados a esa actividad, y hasta teleológicamenteadaptados. Si el señor Dühring insiste en que la adaptación tieneque ser producida por representaciones, lo que hace es decir conotras palabras que la actividad dirigida a un fin tiene que respon-der, por fuerza, mediante representaciones, ser consciente e inten-cionada. Con lo que nos encontramos de nuevo, como es corrien-te en la filosofía de la realidad, con el Creador finalista, con Dios.

En otro tiempo se llamaba deísmo a tal salida, y no se la tenía enmucho aprecio —dice el señor Dühring—; ahora, en cambio, pa-rece que se haya retrocedido también desde este punto de vista.

De la adaptación pasamos a la herencia. También en esto seencuentra el darwinismo, según el señor Dühring, en un callejónsin salida. Todo el mundo orgánico, afirma Darwin según el se-ñor Dühring, procede de un protoser, es, por así decirlo, la polla-da de un ser único. La coordinación independiente de productosnaturales análogos o la mediación en la descendencia son, segúnDarwin, inexistentes, y, por tanto, sus concepciones retrospecti-vas tienen que cortarse enseguida que se le rompa el hilo de la re-producción, del tipo que sea.

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46. En la amplia hipótesis del científico y (sobre todo) filósofo de la naturalezaErnst Haeckel (1834-1919), las móneras eran las formas de vida más simples, in-termedias entre la naturaleza inorgánica y la orgánica. El adjetivo arquígonaquiere decir primera en la génesis. Protistos eran para Haeckel seres vivos primi-genios no clasificables ni como vegetales ni como animales. Todos esos concep-tos de Haeckel han sido abandonados hace ya tiempo.

La afirmación de que Darwin deriva todos los organismos deun solo ser originario es, por expresarnos cortésmente, una “pro-pia y libre creación e imaginación” del señor Dühring. Darwindice explícitamente en la penúltima página de Origin of Species,sexta edición, que ve

a todos los seres no como creaciones particulares, sino como des-cendencia, en línea recta, de unos pocos seres.

Y Haeckel va aún bastante más allá y supone

un árbol completamente independiente para el reino vegetal, un se-gundo para el reino animal y, entre ambos, “una serie de troncosindependientes de protistos, cada uno de los cuales se ha desarro-llado en completa independencia a partir de una forma propia ar-quígona de mónera”46 (Historia de la Creación, pág. 397).

El señor Dühring se ha inventado ese ser originario para desa-creditarle poniéndole en paralelo con el judío originario, Adán.En lo cual tiene además el señor Dühring la desgracia de ignorarque los descubrimientos de Smith sobre los asirios han identifica-do al judío originario como semita originario, y que toda la histo-ria bíblica de la Creación y del Diluvio es una pieza del ciclo reli-gioso legendario arcaico y pagano común a los judíos, los babilo-nios, los caldeos y los asirios.

Sin duda es duro e irrefutable el reproche hecho por el señorDühring a Darwin de que su estudio termina en cuanto que se lecorta el hilo de la descendencia. Desgraciadamente, ese reprocheafecta a toda nuestra ciencia de la naturaleza. En cuanto se le cor-ta el hilo de la descendencia tiene que terminar. Hasta ahora, enefecto, no ha conseguido producir seres orgánicos sino por des-cendencia; ni siquiera ha podido producir sencillo protoplasma uotras proteínas a partir de los elementos químicos. Por eso nopuede decirnos sólidamente hasta ahora sobre el origen de lavida sino que tiene que haberse producido por vía química. Pero

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tal vez sea la filosofía de la realidad capaz de ayudarnos en estepunto, puesto que ella dispone de productos de la naturaleza co-ordinados y que no están mediados por descendencia unos deotros. ¿Cómo han podido surgir dichas producciones? ¿Por gene-ración espontánea? Pero hasta el momento ni los más audaces re-presentantes de la generación espontánea se han atrevido a en-gendrar de este modo más que bacterias, gérmenes de hongos yotros organismos muy bajos, no insectos, peces, pájaros ni mamí-feros. Si, pues, estos productos de la naturaleza —orgánicos, queson los únicos que nos interesan aquí— son coordinados y no es-tán relacionados por la descendencia, entonces ellos mismos oaquel de sus antepasados que se encuentra en el lugar en que “secorta el hilo de la descendencia” tiene que haber aparecido en elmundo por un particular acto de creación. Ya estamos, pues, otravez con el Creador y con lo que se llama deísmo.

El señor Dühring condena, además, como una gran superfi-cialidad de Darwin el haber hecho

del mero acto de la composición sexual de las cualidades el prin-cipio fundamental del origen de dichas cualidades.

Esto es de nuevo una libre creación e imaginación de nuestroradical filósofo. Darwin explica, por el contrario, muy claramenteque la expresión “selección natural” incluye sólo la conservación delas variaciones, no su producción (pág. 63). Esta nueva atribucióna Darwin de cosas que él no ha dicho es empero muy útil para lle-varnos a la siguiente muestra de profundidad dühringiana:

Si se hubiera buscado en el esquematismo interno de la genera-ción algún principio de la transformación independiente, estaidea habría sido perfectamente racional; pues es una idea naturalla de reunir el principio de la génesis general con el de la repro-ducción sexual en una unidad, y el contemplar la generación es-pontánea, desde un punto de vista superior, no como contraposi-ción absoluta a la reproducción, sino como una producción.

Y el hombre que es capaz de redactar ese galimatías se permi-te reprochar a Hegel su “jerga”.

Pero dejemos ya las molestas y contradictorias quejas y mur-muraciones con las que el señor Dühring descarga su enfado por elcolosal avance que la ciencia natural debe al impulso de la teoría

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darwinista. Ni Darwin ni los científicos que le siguen se proponenempequeñecer en lo más mínimo los méritos de Lamarck; ellosson, por el contrario, los que han resucitado su pensamiento. Perono debemos olvidar que en tiempos de Lamarck la ciencia no dis-ponía aún, ni mucho menos, de material suficiente para poder darrespuesta a la cuestión del origen de las especies, si no era me-diante una anticipación por así decirlo profética. Aparte del enor-me material que se ha acumulado luego en la botánica y la zoolo-gía descriptivas y anatómicas, han surgido desde los tiempos deLamarck dos nuevas ciencias cuya importancia es aquí decisiva:el estudio del desarrollo de los gérmenes animales y vegetales(embriología) y el estudio de los restos orgánicos conservados enlas diversas capas de la superficie terrestre (paleontología). Hay,en efecto, una característica coincidencia entre la evolución gra-dual de los embriones hasta el estado de organismo maduro y lasucesión de las plantas y animales que han aparecido sucesiva-mente en la historia de la Tierra. Esta coincidencia es precisamen-te lo que ha dado a la teoría de la evolución su fundamento mássólido. Pero la teoría de la evolución es aún demasiado joven, porlo que es seguro que el ulterior desarrollo de la investigación mo-dificará muy sustancialmente también las concepciones estricta-mente darwinistas del proceso de la evolución de las especies.

¿Qué puede positivamente decirnos la filosofía de la realidadsobre la evolución de la vida orgánica?

“La... variabilidad de las especies es un supuesto aceptable”.Pero al lado de eso hay que afirmar “la coordinación indepen-diente de producciones de la naturaleza del mismo nivel, sin re-laciones de descendencia”.

Esto parece querer decir que las producciones de la naturale-za que no son del mismo nivel, es decir, las especies en transfor-mación, proceden unas de otras, mientras que las del mismo ni-vel no proceden unas de otras. Pero tampoco es exactamente esto,pues también en especies heterogéneas

es la mediación por descendencia, al contrario, un acto naturalmuy secundario.

Hay, pues, descendencia, pero “de segunda clase”. Alegrémo-nos de que la descendencia, a pesar de lo mucho malo y oscuro

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que ha dicho el señor Dühring sobre ella, consiga finalmente per-miso para entrar por la puerta trasera. Lo mismo ocurre con la se-lección natural, pues después de toda aquella indignación moralsobre la lucha por la existencia por medio de la cual se realiza laselección natural, leemos de repente:

El fundamento más profundo de la constitución de las formacio-nes debe, pues, buscarse en las condiciones de vida y las relacio-nes cósmicas, mientras que la selección natural subrayada porDarwin no puede tener sino una importancia secundaria.

Tenemos, pues, selección natural, aunque de segunda clasetambién; y con la selección natural tenemos la lucha por la exis-tencia, y con ella también la acumulación clérico-maltusiana dela población. Y esto es todo; para cualquier otra cosa el señorDühring nos remite a Lamarck.

Por último, nos pone en guardia contra el abuso de las pala-bras “metamorfosis” y “evolución”. Dice que metamorfosis es unconcepto poco claro y que el concepto de evolución no es admisi-ble sino en la medida en que pueden probarse realmente leyes dela evolución. En vez de una y otra debemos decir “composición”,con lo que todo queda arreglado. Nos encontramos con la histo-ria de siempre: las cosas se quedan como estaban, y el señor Düh-ring se queda plenamente sastisfecho con que cambiemos el nom-bre. Cuando hablamos de la evolución del polluelo en el huevoestamos creando confusión porque no podemos indicar sino muydeficientemente las leyes de ese desarrollo. Si en cambio habla-mos de su composición, queda todo claro: el polluelo se compo-ne estupendamente y debemos felicitar al señor Dühring por serno sólo digno de situarse con noble autoestimación al lado del au-tor de El anillo del nibelungo, sino también porque puede hacerloen calidad de compositor del futuro.

FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA.EL MUNDO ORGÁNICO (FINAL)

Considérese... todo el conocimiento positivo incluido en nuestrasección filosófico-natural, con objeto de precisar todos sus presu-puestos científicos. Subyacen a esa sección, por de pronto, todos

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los logros esenciales de la matemática, y luego las tesis capitalesdel saber exacto de la mecánica, la física, la química, así como,en general, los resultados científico-naturales de la fisiología, lazoología y análogos campos de la investigación.

Tan segura y resueltamente se expresa el señor Dühring acer-ca de la erudición matemática y científico-natural del señor Düh-ring. La verdad es que contemplando la flaca sección en cuestión,y aún menos sus pobres resultados, no se ve la radicalidad de co-nocimiento positivo que la subyace. En todo caso, para asimilar-se el oráculo dühringiano sobre física y química basta con saberen física la ecuación que expresa el equivalente mecánico del ca-lor, y, en química, que todos los cuerpos se dividen en elementosy combinaciones de elementos. Y el que además de eso, comohace el señor Dühring en su página 131, decida hablar de “áto-mos en gravitación”, no probará sino que está “en la oscuridad”por lo que hace a la diferencia entre átomo y molécula. Como essabido, los átomos no existen para la gravitación, ni para ningu-na otra forma de movimiento mecánica o física, sino sólo para laacción química. Y si se lee el capítulo sobre la naturaleza orgáni-ca, es imposible evitar, ante la vacía cháchara contradictoria y sinsentido en el punto decisivo, la impresión de que el señor Düh-ring está hablando de cosas de las que sabe asombrosamentepoco. Esta impresión se convierte en certeza cuando se llega a supropuesta de eliminar en la ciencia del ser orgánico (biología) lapalabra “evolución” para usar “composición”. La persona capazde proponer una cosa así prueba que no tiene la menor idea de laformación de los cuerpos orgánicos.

Todos los cuerpos orgánicos, con excepción de los que ocupanel más bajo nivel, constan de células, pequeños masas albuminoi-des que no pueden verse sino con muchos aumentos y que pose-en en el interior un núcleo. Por regla general, la célula desarrollatambién una membrana externa, y el contenido es más o menosfluido. Los cuerpos celulados más sencillos constan de una célu-la; la gran mayoría de los seres orgánicos es pluricelular, constade un complejo coherente de muchas células que en los organis-mos inferiores son aún iguales, mientras que en los superiores co-bran formas, agrupaciones y actividades cada vez más diferencia-das. En el cuerpo humano, por ejemplo, los huesos, los músculos,

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los nervios, los tendones, los ligamentos, los cartílagos, la piel, enuna palabra, todos los tejidos, se componen de células o procedende ellas. Pero desde la ameba, que es un pequeño conglomeradode albúmina, generalmente sin membrana y con un núcleo en elinterior, hasta el hombre, y desde la más pequeña desmidiáceaunicelular hasta la planta más desarrollada, es común a todos elmodo como se reproducen las células: por división. El núcleo dela célula se estrecha primero por el centro; la faja estrecha que se-para las dos partes del núcleo se va acusando cada vez más; al fi-nal se separan aquellas dos partes y constituyen dos núcleos. Elmismo proceso tiene lugar en la célula, y cada uno de los nuevosnúcleos se convierte en centro de una acumulación de materia ce-lular aún unida con la otra por una zona cada vez más estrecha,hasta que al final las dos se separan y siguen viviendo como cé-lulas independientes. Mediante esta repetida división celular sedesarrolla progresivamente el animal a partir del germen delhuevo y una vez ocurrida la fecundación; del mismo modo tienelugar en el animal adulto la sustitución de los tejidos agotados.Una persona que pretenda llamar a ese proceso una composicióny que declare “pura imaginación” la designación del mismocomo desarrollo o evolución no puede saber nada de todo esto,por difícil que resulte imaginar hoy un ignorante así, pues el pro-ceso lo es exclusivamente de desarrollo, y en su decurso no se com-pone absolutamente nada.

Más adelante tendremos aún algo que decir acerca de lo queel señor Dühring entiende en general por vida. Particularmentepiensa en lo siguiente:

También el mundo inorgánico es un sistema de mociones que seactúan a sí mismas; pero sólo puede hablarse estricta y rigurosa-mente de vida propiamente dicha en el momento en que empiezala propia articulación y la mediación de la circulación de las sus-tancias por canales especiales a partir de un punto interno y se-gún un esquema germinal comunicable a una formación menor.

Esta proposición es en sentido riguroso y estricto un sistemade mociones que se actúan a sí mismas (cualesquiera que seanesas mociones) en el absurdo, incluso prescindiendo de la gra-mática insalvablemente confusa. Si la vida empieza realmentedonde empieza la verdadera articulación, ya podemos dar por

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muerto a todo el reino haeckeliano de los protistos y seguramen-te a muchas cosas más, según como se entienda el concepto de ar-ticulación. Si la vida empieza en el lugar en que esa articulaciónes transmisible por un esquema germinal, entonces no vive nin-gún organismo inferior, incluidos todos los unicelulares. Y si lacaracterística de la vida es la mediación de la circulación de lassustancias por canales especiales, entonces tenemos que tachar dela lista de los seres vivos, además de a los anteriores, a toda la cla-se de los celentéreos, con la excepción, en todo caso, de las medu-sas, o sea todos los pólipos y demás zoófitos. Mas si lo esencial dela caracterización de la vida es que esa circulación de las sustan-cias por canales especiales tenga lugar a partir de un punto inter-no, entonces hay que declarar muertos a todos los animales queno tienen corazón o que tienen varios. Entre ellos se cuentan, ade-más de todos los citados, todos los gusanos, las estrellas de mar ylos rotíferos (Annuloida y Annulosa de la clasificación de Hux-ley), una parte de los crustáceos (cangrejos) y hasta un vertebra-do, el Amphioxus. A los que hay que añadir, naturalmente, todaslas plantas.

Así, pues, al decidirse a caracterizar la vida propiamente di-cha en sentido riguroso y estricto, el señor Dühring da cuatro ca-racterísticas contradictorias de la vida, una de las cuales condenaa la muerte eterna no sólo al reino vegetal entero, sino también amedio reino animal. En verdad que nadie podrá quejarse de quenos haya engañado al prometemos “resultados y concepcionesradicalmente propios”.

En otro lugar leemos:

También en la naturaleza subyace a todas las organizaciones,desde la más baja hasta la más alta, un tipo simple, y este tipo“puede encontrarse ya en la más modesta moción de la plantamás imperfecta, pleno y completo en su ser general”.

También esta afirmación es plena y completamente absurda.El tipo más sencillo que puede encontrarse en toda la naturalezaorgánica es la célula, y sin duda subyace a las organizaciones su-periores. Pero en cambio se encuentran entre los organismos in-feriores muchos que están por debajo de la célula: la protoame-ba, un simple grumo de proteína sin diferenciación, toda una se-rie de otras móneras y todas las sifonadas. La única vinculación

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47. Esta discusión de Engels se basa en una especulación de Haeckel abandonadapor la ciencia.

de todos estos seres con los organismos superiores consiste enque su componente esencial es la albúmina y que, consiguiente-mente, realizan las funciones propias de ésta, es decir, que viveny mueren47.

Nos cuenta también el señor Dühring:

Fisiológicamente la sensación depende de la existencia de un apa-rato nervioso, por sencillo que sea. Por eso es característico de to-das las formaciones animales el ser capaces de sensación, es de-cir, de una concepción subjetiva consciente de su estado. El lími-te preciso entre la planta y el animal se encuentra en el lugar enque se realiza el salto a la sensación. Este límite es imposible deborrar por las conocidas formaciones de transición pues precisa-mente estas formaciones externamente indeterminadas o indeter-minables hacen de esa frontera una necesidad lógica.

Y luego:

En cambio, las plantas carecen totalmente y para siempre delmás pálido rastro de sensación, y carecen también de toda dispo-sición para la misma.

Empecemos por recordar que en la Filosofía de la naturaleza(página 351, añadido), Hegel dice que

la sensación es la diferencia específica, lo que caracteriza de unmodo absoluto al animal.

He aquí de nuevo una “grosera crudeza” de Hegel que, me-diante la anexión por el señor Dühring, asciende al estamento no-ble de una verdad definitiva de última instancia.

En segundo lugar: aquí notamos por vez primera que se ha-bla de formaciones de transición externamente indeterminadas oindeterminables (¡hermoso galimatías!) entre la planta y el ani-mal. Que existan esas formas intermedias, que haya organismosde los que no podemos decir si son plantas o animales, que nopodamos, pues, trazar de un modo rotundo la frontera entre laplanta y el animal, eso es precisamente para el señor Dühring loque suministra la necesidad lógica de establecer una característica

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48. Es un lapsus por fisiológicamente.

diferencial de la que en el mismo momento confiesa que no esconcluyente. Pero no es necesario que retrocedamos hasta el am-biguo terreno entre las plantas y los animales: ¿realmente no pre-sentan el más pálido rasgo de sensibilidad ni tienen disposiciónalguna para ella las plantas sensitivas que pliegan las hojas al me-nor contacto, o cierran las flores, o las plantas insectívoras? Ni elseñor Dühring puede afirmar esto sin “acientífica semipoesía”.

En tercer lugar: también es una libre creación e imaginacióndel señor Dühring su afirmación de que la receptividad está psi-cológicamente48 vinculada con la existencia de un aparato nervio-so, por simple que sea. Ni los animales inferiores ni los zoófitos,por lo menos en su gran mayoría, presentan rastro de aparatonervioso. Sólo a partir de los gusanos se encuentra regularmenteun tal aparato, y el señor Dühring es el primero en afirmar queaquellos animales no tienen sensibilidad porque no tienen ner-vios. La sensibilidad no está necesariamente vinculada a nervios,aunque sí a ciertos cuerpos proteicos que hasta el momento no hasido posible precisar.

Por lo demás, los conocimientos biológicos del señor Dühringquedan suficientemente caracterizados por la cuestión que seatreve a suscitar, dirigiéndola a Darwin:

¿Es que el animal se ha desarrollado a partir de la planta?

Una pregunta así no puede proceder más que de alguien queno sepa nada ni de animales ni de plantas.

Por lo que hace a la vida en general, el señor Dühring se limi-ta a decirnos:

El metabolismo, que tiene lugar por medio de una esquematiza-ción de conformación plástica [¿qué querrá decir esto?], es siem-pre una característica denotativa del proceso vital propiamentedicho.

Esto es todo lo que se nos dice sobre la vida, y tenemos quequedarnos hundidos hasta las rodillas en el absurdo galimatíasde la “esquematización de conformación plástica” de la jergadühringiana. Si queremos saber lo que es la vida, no tendremosmás remedio que buscar por nuestra cuenta.

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Desde hace ya treinta años los especialistas de la química fisio-lógica y de la fisiología química han dicho innumerables veces queel metabolismo orgánico es el fenómeno más general y caracterís-tico de la vida; lo único que hace el señor Dühring es traducir esoa su elegante y claro lenguaje. Pero definir la vida como metabo-lismo orgánico equivale a definir la vida diciendo que es la vida,pues metabolismo orgánico, o metabolismo con esquematizaciónplásticamente formadora, es una expresión que requiere a su vezaclaración por la vida misma, aclaración, esto es, mediante la dife-rencia entre lo orgánico y lo inorgánico, entre lo vivo y lo no vivo.Con esta explicación no adelantamos, pues, ni un paso.

El intercambio químico tiene también lugar sin vida. Hay todauna serie de procesos en la química que, si llega suficiente sumi-nistro de materias primas, reproducen constantemente sus pro-pias condiciones, y de tal modo que un determinado cuerpo apa-rece como portador del proceso. Así ocurre en la fabricación deácido sulfúrico por combustión de azufre. Se produce en este pro-ceso dióxido de azufre, SO2, y al añadir vapor de agua y ácido ní-trico el dióxido de azufre toma hidrógeno y oxígeno y se convier-te en ácido sulfúrico, SO4H2. El ácido nítrico pierde oxígeno y dapor reducción óxido de nitrógeno; este óxido de nitrógeno tomaen seguida oxígeno del aire y se transforma en óxidos superioresdel nitrógeno, pero sólo para volver a ceder en seguida ese oxíge-no al dióxido de azufre y repetir de nuevo el proceso, de modoque teóricamente una ínfima cantidad de ácido nítrico bastaríapara transformar en ácido sulfúrico una cantidad ilimitada dedióxido de azufre, oxígeno y agua. El intercambio químico tienetambién lugar cuando sustancias líquidas atraviesan membranasorgánicas muertas, y hasta membranas inorgánicas, como ocurrecon las células artificiales de Traube. Queda, pues, claro que elmetabolismo, el intercambio químico, no nos hace avanzar en ab-soluto, pues el intercambio químico específico que debe explicarla vida necesita en realidad ser explicado por la vida. Tenemos,pues, que proceder de otro modo.

La vida es el modo de existencia de los cuerpos albuminoideos, y esemodo de existencia consiste esencialmente en la constante autorenovación de los elementos químicos de esos cuerpos.

Cuerpos albuminoideos se entiende aquí en el sentido de la quí-mica moderna, la cual reúne con esa expresión a todos los cuerpos

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compuestos análogamente a la albúmina común o clara del hue-vo; esos cuerpos se llaman también sustancias proteínicas. Elprimer nombre es muy poco apropiado, porque la albúmina delhuevo desempeña, entre todas las sustancias emparentadas conella, el papel más muerto y pasivo, pues no es más que sustan-cia alimenticia, junto a la yema del huevo, para el germen endesarrollo. Pero mientras se sepa tan poco sobre la composiciónquímica de los cuerpos albuminoideos, el nombre es de todosmodos mejor que los demás, porque es más general.

Cuando encontramos vida la hallamos siempre vinculada aun cuerpo albuminoideo, y siempre que encontramos un cuerpoalbuminoideo que no esté ya en descomposición, hallamos tam-bién sin excepción fenómenos vitales. Sin duda para producir es-peciales diferenciaciones de esos fenómenos vitales es necesariala presencia de otras combinaciones químicas en un cuerpo vivo;pero no son imprescindibles para la mera vida, salvo en la medi-da en que, habiendo sido absorbidas como alimento, se transfor-man en albúmina. Los seres vivos de nivel más bajo que conoce-mos no son sino simples grumitos de albúmina, y presentan yatodos los fenómenos esenciales de la vida.

Mas ¿en qué consisten esos fenómenos vitales siempre presen-tes en igual medida y en todos los seres vivos? Ante todo, en queel cuerpo albuminoideo toma de su medio otras sustancias ade-cuadas y se las asimila, mientras que otras partes viejas del cuer-po se descomponen y se disimilan. Otros cuerpos no vivos setransforman también, se descomponen o se combinan en el cursode las cosas naturales, pero con ello dejan de ser lo que eran. Laroca disgregada por los agentes atmosféricos no es ya una roca; elmetal oxidado pasa a ser un óxido. En cambio, lo que en los cuer-pos inertes es causa de la desaparición es para la albúmina condi-ción básica de la existencia. A partir del momento en que se inte-rrumpe en el cuerpo albuminoideo esa constante reposición delos elementos, esa permanente alternancia de alimentación y eli-minación, deja de ser el propio cuerpo albuminoideo, se descom-pone, es decir, muere. La vida, el modo de existencia de un cuer-po albuminoideo, consiste, pues, ante todo en que en cada instan-te es él mismo y otro; y esto no a consecuencia de un proceso alque esté sometido desde fuera, como puede ser el caso también encuerpos inertes. La vida, por el contrario, el intercambio químico

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que tiene lugar por la alimentación y la eliminación, es un proce-so que se autorrealiza y es inherente, innato, a su portador, la al-búmina, hasta el punto de que ésta no puede existir sin él. Y deesto se sigue que si alguna vez la química consigue producir arti-ficialmente albúmina, esta albúmina mostrará necesariamente fe-nómenos vitales, por débiles que ellos sean. Quedará, naturalmen-te, la cuestión de si la química será también capaz de descubrir si-multáneamente la alimentación adecuada para esa albúmina.

Todos los demás factores simples de la vida se derivan enton-ces de ese intercambio químico mediado por la alimentación y laeliminación, como función esencial de la albúmina, y de su pro-pia plasticidad: la excitabilidad, que se encuentra ya incluida enla interacción entre la albúmina y su alimento; la contractilidad,que se manifiesta ya a un nivel muy bajo en la toma del alimen-to; la posibilidad de crecimiento, que incluye ya en el nivel másbajo la reproducción por división; el movimiento interno, sin elcual no son posibles ni la toma ni la asimilación del alimento.

Nuestra definición de la vida es, naturalmente, muy insufi-ciente, pues lejos de incluir todas las manifestaciones de la vidatiene que limitarse a las más generales y sencillas. Todas las de-finiciones son de escaso valor científico. Para saber de un modoverdaderamente completo qué es la vida, tendríamos que reco-rrer todas sus formas de manifestación, desde la más baja hastala más alta. Pero, desde un punto de vista operativo, esas defini-ciones son muy cómodas y a veces imprescindibles; tampocopueden perjudicar mientras no se olviden sus inevitables defi-ciencias.

Pero volvamos al señor Dühring. Aunque le vaya un tantomal en el ámbito de la biología terrena, sabe consolarse refugián-dose en su cielo estrellado.

No ya la especial constitución de un órgano sensible, sino todo elmundo objetivo está orientado a la producción de placer y dolor.Por esta razón admitimos que la contraposición de placer y do-lor, y precisamente en la forma que conocemos, es universal y tie-ne que estar representada en los diversos mundos del todo porsentimientos esencialmente análogos... Esta coincidencia signifi-ca no poco, pues es la clave del universo de las sensaciones... Porella el mundo cósmico subjetivo no nos es mucho más ajeno que

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49. ¡Vamos, hombre! En francés en el original.

el objetivo. La constitución de ambos reinos debe concebirse se-gún un tipo concordante, y con esto tenemos los fundamentos deuna doctrina de la consciencia que tiene un alcance mayor que elmeramente terrestre.

¿Qué suponen unos pocos errores veniales en la ciencia terres-tre de la naturaleza para aquel que tiene en el bolsillo la clave deluniverso de las sensaciones? Allons donc!49.

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COLECCIÓN CLÁSICOS DEL MARXISMO1. El manifiesto comunista C. Marx y F. Engels2. El Estado y la revolución V.I. Lenin3. Las Tesis de Abril V.I. Lenin4. La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en... V.I. Lenin5. Acerca de los sindicatos León Trotsky6. Reforma o revolución R. Luxemburgo7. Huelga de masas, partido y sindicato R. Luxemburgo8. Qué es el marxismo / Su moral y la nuestra L. Trotsky9. Salario, precio y ganancia / Trabajo asalariado... C. Marx10. El 18 Brumario de Luis Bonaparte C. Marx11. La guerra civil en Francia C. Marx12. Crítica del programa de Gotha / Erfurt C. Marx / F. Engels13. Problemas de la vida cotidiana L. Trotsky14. El manifest comunista (català) C. Marx / F. Engels15. Anarquismo y comunismo E. Preobrazhenski16. La crisis de la socialdemocracia R. Luxemburgo17. Contribución al problema de la vivienda F. Engels18. L. Feuerbach y el fin de la filosofía... C. Marx / F. Engels

· La revolución permanente L. Trotsky· La revolución traicionada L. Trotsky· La lucha contra el fascismo L. Trotsky· 1905 L. Trotsky· Terrorismo y comunismo L. Trotsky· La revolución española (1930-39) - Selecc. de escritos L. Trotsky

COLECCIÓN CRÍTICA MARXISTA· Razón y revolución.

Filosofía marxista y ciencia moderna A. Woods / T. Grant· Rusia, de la revolución a la contrarrevolución Ted Grant· Lenin y Trotsky, qué defendieron realmente T. Grant / A. Woods· Bolchevismo, el camino a la revolución Alan Woods· La revolución bolivariana. Un análisis marxista Alan Woods· Euskal Herria y el socialismo.

Marxismo y cuestión nacional Alan Woods y Eloy Val· Apuntes revolucionarios.

Cuba, Venezuela y el socialismo internacional Celia Hart

COLECCIÓN MEMORIA O B R E R A· Rebelión obrera en Tejas y Ladrillos José Martín· 3 de marzo. Una lucha inacabada Arturo Val del Olmo