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AL MARGEN DE LA HISTORIA

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AL MARGEN DE LA HISTORIA

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AL MARGENDE LA

HISTORIA

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Paco Moncayo GallegosAlcalde Metropolitano de QuitoPresidente del Directorio del Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural de Quito

Carlos Pallares SevillaDirector Ejecutivo del Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural de Quito

FONSAL, 2003Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural de QuitoVenezuela 914 y Chile / Telfs.: (593-2) 2584-961 / 2584-962E-mail: [email protected]

Al MARGEN DE LA HISTORIA, Leyendas de pícaros, frailes y caballeros.Colección Biblioteca Básica de Quito I.

Primera Edición:Imprenta Nacional, enero de 1924.

ISBN-9978-43-089-X

Estudio Introductorio: Fernando Jurado NoboaCuidado de la Edición: Alfonso Ortíz CrespoLevantamiento de Textos: María Luisa Velasco

Edición y Diseño: TRAMADirección de Arte: Rómulo Moya Peralta/ TRAMADiagramación: Meliza Martínez Sarango/ TRAMAPreprensa e Impresión: TRAMADirección: Eloy Alfaro N34-85 / Telfs.: (593-2) 2246-315 / 2246-317

www.trama.com.ec

Impreso en Quito-Ecuador, 3000 ejemplares, junio del 2003

Textos originales a partir de la edición de 1924 de Imprenta Nacional. Con autorización de sus herederos.

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AL MARGENDE LA

HISTORIA

LEYENDAS DE PICAROS, FRAILES Y CABALLEROS

Por Don

Cristóbal de Gangotena y Jijón

QUITO - 2003

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Presentación

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Al cumplir Quito sus 25 años como Patrimonio de la Humanidad, gracias al recono-cimiento de la UNESCO, en 1978, de las excepcionales características de su ubica-ción geográfica, de su rico patrimonio arquitectónico y de su extenso legado artísti-

co, especialmente en los campos de la escultura y pintura, la Municipalidad puede mostrarimportantes avances en el rescate de sus bienes culturales para ponerlos al servicio de lasgeneraciones actuales y futuras, constituyéndolos en el soporte fundamental de la identidady autoestima del pueblo quiteño.

La ciudad antigua, considerada un bien cultural excepcional en el mundo porque eso significala designación como patrimonio constituye, sin duda, el más preciado tesoro histórico de nues-tro país, en el campo artístico y cultural. Ese tesoro se encontraba en acelerado proceso de de-terioro por la despreocupación y descuido, tanto del poder público, cuanto de la propia socie-dad quiteña; pero, en la actualidad, gracias a un trabajo sostenido de la Municipalidad, muestraotra vez, en todo su esplendor, los encantos y atractivos que parecían destinados a perderse.

Pero no se trata de solamente rescatar los hermosos edificios coloniales y republicanos, o laspreciosas esculturas y pinturas, sino también la rica y variada producción literaria que recogede distintos modos y con diferentes estilos, la esencia misma de nuestro devenir como pueblo.Por esta razón, hemos decidido publicar una Biblioteca Básica de lo escrito sobre Quito, des-tinada a poner al alcance de la población, tanto de la ciudad como del resto del país. Aque-llas obras literarias, que se refieran a nuestra historia, costumbres, tradiciones, geografía; en fin,a todo lo que nos permita reconocernos, identificarnos y poner fundamentos a la construcciónde un presente y futuro de grandeza y prosperidad.

Para hacer realidad estas aspiraciones de quienes amamos a Quito, se ha escogido, y creo quecon el mayor acierto, iniciar con la publicación de la obra de Cristóbal de Gangotena y Jijón:“Al Margen de la Historia”, que recoge, según el propio autor, “leyendas de pícaros, frailes y ca-balleros” de antaño. Cuentos tradicionales de nuestra ciudad y país, que el escritor pensó co-rrectamente nos agradarían: “porque te gustarán las cosas que son tuyas”. Leer esta obra tan bienescrita, que recoge narraciones con siglos de antigüedad, nos ayudará a entender el carácter denuestra comunidad, nuestra cultura y valores; nuestras grandes virtudes y no pocos defectos.

Espero que la reedición de “Al Margen de la Historia” sirva especialmente a maestros yalumnos de escuelas, colegios y universidades, para que las actuales y próximas generacio-nes puedan, a la vez que disfrutan de una amena lectura, descubrir desde la leyenda y laanécdota las raíces de nuestra cultura. Esta publicación contribuirá, sin duda, al fortaleci-miento de nuestra identidad y nos recordará que cada generación tiene el deber de preser-var, valorar y enriquecer el patrimonio de su cultura.

San Francisco de Quito, julio del 2003

Gral. Paco Moncayo GallegosALCALDE METROPOLITANO DE QUITO

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Poco antes de cumplir sus 40 años de edad, don Cristóbal de Gangotenadejó la parte más seria de la historia académica, para entregar a la colec-tividad un formato muy interesante de sus Leyendas de Pícaros, Frailes y

Caballeros, como él mismo las llamó. Y digo muy interesantes, porque se apar-tó de la línea plena de la oralidad fantasmal en cuanto a tradiciones y relatos,para extraerlos de los auténticos procesos y juicios coloniales que él pudo ver-los con sus propios ojos en los inmensos depósitos de la Biblioteca Nacional,entidad en la que él fue su Director durante varios años. Siendo pues un aven-tajado discípulo de Ricardo Palma, le tocó en el Ecuador, junto con José GabrielPino Roca y con Modesto Chávez Franco «guayaquileños los dos» iniciar la se-rie del tradicionalismo documentado.

Don Cristóbal fue un personaje enormemente popular y original: unía en suinterior los rechazos de varias personalidades disímiles, podría decirse que lapropia manera de firmar su nombre con los pomposos “de” e “y” ya pasadosde moda en un siglo entero, le deban la categoría de un erudito nacido afue-ra de tiempo. Esta visión ponía su complemento en su labor de apasionadocoleccionista de cuanto cachivache caía en su poder. Pero por otro lado era

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Introducción a la biografía deGangotena

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un hombre generoso con sus datos, simpático como el que más, gran conver-sador y tertuliero, empujador de cuanto proyecto noble se le ponía por delan-te, reconocer de méritos ajenos y aparte de ello, amante de las buenas cosas,de la buena mesa, del pecado y otras yerbas de lo cotidianamente quiteño.

No era un chulla plenamente quiteño quizás, pero si era un quiteño enorme-mente típico, con todas las gracias y defectos de la gente profundamente enrai-zada en la ciudad. Quizás por eso, este su mejor libro titulado AL MARGENDE LA HISTORIA, revela la más profunda visión de sí mismo: modesto, porqueno era en lo absoluto marginal a la historia, pero él si era marginal a una socie-dad que se las pasaba de gazmoña. Con los cronicones de pícaros, de seguroque identificaba una parte de su alma bohemia, en esa parte picarona hechapor supuesto de astucia y de travesura, no en otras adjetivaciones que da la ri-queza de la lengua castellana. Quiso un día ser fraile franciscano y vivió muypegado a esa Orden y fue por supuesto también un caballero marginal, sin ca-ballo y con alcurnia, desinteresado y respetable y por sobre todo “caballero an-dante” que anduvo por el mundo quiteño buscando aventuras, sea en la letragótica o miniada, en el madero corroído, en el árbol genealógico desgajado oen los brazos de alguna mozuela cercana a su casona de la Plaza Victoria, queun día habrá que reconstruirla como testimonio de una vida cívicamente y bo-hémicamente quiteñísimas.

Quito, abril 9 de 2003

Fernando Jurado NoboaDirector de Publicaciones de laAcademia Nacional de Historia

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LOS AÑOS FORMATIVOS: 1884-1907

Cristóbal Gangotena nace en Quito en la casa esquinera de los Jijón enSan Francisco, el 1 de mayo de 1884, y es bautizado en el Sagrario conlos nombres de Cristóbal Mauricio2.

Infancia privilegiada la suya, crece en un medio urbano y rural absolutamentefeudal, en épocas de cosechas son los paseos y las estancias en Capiola, Zuleta,Cotogchoa o Pantaví en Imbabura o en la misma provincia de Pichincha, en SanAntonio de Pasochoa, San Nicolás de Chillo, Santa Ana de Pasochoa, SantoCristo o Pacaipamba3. En todas estas haciendas él se nutre de una inmensa di-ferencia social entre patronos, mayordomos y sirvientes indígenas, su espíritu seimpregna del método señorial, basado en las comodidades urbanas y en la gran

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Cristóbal de Gangotena EstudioBiocrítico1

Fernando Jurado Noboa

1 Publicado originalmente en el número 47 de la colección de Estudios Históricos-Genealógicos2 Arch. Sagrario, Baut. 1884, Quito3 Carlos Marchán: Estructura agraria en la Sierra Centro-Norte, Tomos 1 y 2

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tenencia de la tierra; empieza a interesarse únicamente por lo que es igual a suestructura, de allí que en su obra posterior estarán totalmente ausentes la clasemedia y los indígenas.

Su ambiente familiar es más bien escaso, viven en la misma casa sus tres her-manos, sus padres, la abuela Rosa Larrea y los primos Jijón Ascázubi, conquienes se cría, pues desde 1880 son huérfanos de Cristóbal Jijón Larrea,quien anteriormente había ya estado separado de su esposa María Ascázubi4.Con quien mayor afinidad tiene es con su prima Dolores Jijón Ascázubi, sucontemporánea.

En sus recuerdos infantiles, están demasiado borrosas las sombras del tío Fran-cisco Jijón, muerto prematuramente en 1886 y del abuelo materno (el dueño decasa) Manuel Jijón Carrión, que murió en julio de 1887, como uno de los ma-yores latifundistas de la sierra, pues llegó a poseer 33 haciendas, tanto en Im-babura como en Pichincha5. Varias temporadas de su infancia y adolescenciatranscurren en las propiedades de sus primos los Jijón Ascázubi: Capiola, Cua-lavi, Jatunyacu, La Compañía, Pantaví, Pucará, San Vicente, El Galpón, Guay-tacama o Pucará de Tungurahua, pues que debido a que los Ascázubi venían delos Matéu, su radio de propiedad geográfica avanzaba hasta Tungurahua6. Enlas tertulias aprendió de su abuela, datos del bisabuelo Modesto Larrea Carrióny de su madre, los primeros esbozos de genealogía. Como el padre de Cristó-bal era uno de los últimos hijos de sus padres, los tíos paternos eran ya ancia-nos a fines de siglo, de tal manera, que gran parte de ellos murieron entre 1889y 19017. En 1890 murió también a los 22 años, su hermano mayor, Víctor Gan-gotena.

Uno de los sucesos que más le impactó en su infancia, fue el suicidio en 1897de su tío carnal Federico Gangotena, a los 57 años. Era un solterón, poseíacuatro haciendas en Carchi e Imbabura y su sitio predilecto era Zuleta, en Ca-yambe. Padecía de epilepsia y sus familiares lograron enviarlo a Francia, dedonde regresó al parecer curado hacia 1895. Un buen día, le repitió el ataque

4 Inf. de D. S. María Gangotena de Mancheno, 19825 Carlos Marchán: Id. 1 y 2.6 Isaías Toro: Más Próceres de la Independencia, ver Matheu7 Arch. Sagrario, Quito, Defunc. 1889-1901.

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en Zuleta y se ahorcó, decepcionado de que no estaba curado8. Los medrososvecinos, se negaban a comprar la hacienda, hasta que en 1906, José María -Lasso, la adquirió.

Luego de terminar sus estudios primarios, ingresó en 1896 al colegio San Gabriel,en plena era liberal, donde estuvo solo poco tiempo, pues luego sus familiares de-terminaron pasarlo al Seminario Menor, con el propósito de que se haga sacerdo-te9. Mas aquí, en 1898, le cogió la crisis de la adolescencia y determinó dejar elplantel, donde había aprendido un buen latín. Entonces viajó a Francia, ingresan-do al colegio de San Alberto el Grande de Arcueil en París, donde se bachille-ró en 1903, pasando enseguida a la Facultad de Letras de la Universidad deParis, carrera que la cortó a menos de la mitad del camino.

Volvió a Quito hacia 1905 y tras siete años de ausencia, su padre había muer-to el 7 de enero de este año10, y sin duda vino por asuntos de testamentaría. En1902 había muerto la abuela Rosa Larrea de Jijón, dejando a su hija Dolores elcoche y la casa de San Francisco11 y ya en Quito, Cristóbal se enteró de los gra-vísimos problemas que había tenido su padre a principios de 1904, cuando eldramaturgo Francisco Aguirre Guarderas, había amenazado sacar al público lacomedia “Receta para heredar” en donde se satirizaba en forma burlesca y des-comedida contra don Víctor, sacándose a luz un severo problema familiar. Lue-go de unos bastonazos en Quito, entre los protagonistas12, Aguirre fue atacadoy quedó maltrecho durante un año, hasta su muerte en febrero de 1905, justa-mente un mes después del deceso de don Víctor, de cuya agonía Aguirre, seenteró en su lecho del dolor. Para Cristóbal le quedó entonces claro, que pro-blemas aparentemente secretos estaban expuestos a la vindicta pública y a lasátira, de la agresiva sociedad de su tiempo. Sin duda las tertulias olvidadasde la infancia, unidas a este hecho doloroso, empezaron a definir al futuro ge-nealogista de élite.

El mismo año de 1905 sucede un hecho de enorme interés: llegan a Quito des-de Lima sus tíos lejanos, los jóvenes Noboa Caamaño, Ernesto es apenas un

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8 Inf. Galo Plaza, Quito 1984.9 Carlos M. Larrea: Discurso, Boletín A. N. H., Quito, 195610 Arch. Sagrario, defunciones 1905.11 Fernando Jurado: Los Larrea, Quito 1986.12 El Comercio, Quito, 9 de septiembre 1984, 2.

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adolescente de 16 años, que viene a cursar 4to. curso del colegio en el San Ga-briel, pero tiene ya fama de una gran inteligencia y de un gran estro poético; laeducación recibida en Lima, había sido mucho mejor que la quiteña, por lo quedecide cortar sus estudios y dedicarse a la poesía, y más tarde a la gran bohe-mia modernista, contando desde 1907 con la amistad de Arturo Borja. Gango-tena fue uno de sus mejores amigos y luego su cirineo, no obstante que jamásparticipó de aquellos episodios literarios ni bohemios. El mismo año 1905 murióPedro Noboa Carbo, padre de aquellos.

En 1906 viaja a Lima, allí conoce en el Club de la Unión al viejo General Igna-cio de Veintimilla, quien llegaba a la tarde y se retiraba todos los días a las cua-tro de la madrugada en compañía del General Cannevaro13. Allí conoció a unanciano de 73 años, don Ricardo Palma, Director de la Biblioteca Nacional deLima y erudito autor desde 1872 de las “Tradiciones Peruanas”, obra que la ad-quirió Gangotena y que le impresionó de manera muy grata, no obstante lasacerbas críticas de Manuel González Prada14.

LA INFLUENCIA DE GONZALEZ SUAREZ: 1907-1913

De regreso a Quito, empieza en 1907 a frecuentar las tertulias semanalesde Monseñor González Suárez en el propio palacio arzobispal; con sugenio clarividente González Suárez había reunido a su rededor a ocho

jóvenes aficionados a la historia y empezó a prepararlos tanto en criterio, comoen técnica de investigación; el más joven, era un adolescente de apenas 17años, Jacinto Jijón, no obstante el más brillante del grupo. De aquí nació paraGangotena su amistad imperecedera con Juan León Mera Iturralde y con LuisFelipe Borja, ambos le pasaban con algunos años (Mera con diez años y Borjacon seis). Mera residiría varias veces en casa de don Cristóbal, dedicados losdos a miniar pergaminos o a labores de mano15.

Por entonces había total despreocupación por los documentos históricos, tan-to que aún en 1934, los libros de cabildos de Quito estaban arrumados en los

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13 Luis Robalino: Borrero y Veintimilla, I14 Rodolfo Pérez: Diccionario Biográfico, V. 20815 Id. a la 3. Inf. de Eugenia Tinajero de Sevilla: 1982-84.

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servicios higiénicos municipales, con un inconfundible olor a amoníaco. Deallí que González Suárez aconsejó a sus discípulos, que cuando vieran un do-cumento importante se lo apropiaran, pues era una manera de salvarlo. Larrea,Jijón, Gangotena, Flores Caamaño y Celiano Monge, se tomaron tan en serio es-te consejo, que formaron sus propios archivos personales16.

En julio de 1909, el Arzobispo y los brillantes jóvenes formalizaron sus conver-saciones, fundaron la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos,convertida luego en 1920 en la actual Academia Nacional de Historia. Que-riendo sin duda el sabio, asentar el prestigio de la institución, no publicó hastasu muerte en 1917 ningún órgano de la nueva entidad. El 3 de octubre de1899, el Arzobispo le encargó conseguir documentos sobre la Independencia.El mismo año y seguramente debido a que era primo segundo del político Car-los Freile Zaldumbide, consiguió el cargo de Secretario del Senado, Cámara quefuncionaba en el mismo palacio de gobierno; cada año asistían al congreso, 30senadores, dos por cada provincia. Gangotena se notaba ya como eminente-mente conservador, aunque moderado en su forma, de allí que en 1910 se opu-so a las reformas liberales y a la ley de divorcio; apostando con el cuencanoFrancisco Tálbot, a que Alfaro no las aprobaría y cuando don Eloy, aprobó lasreformas, Cristóbal se desalentó17.

A mediados de 1910, el joven Cristóbal Gangotena Jijón, aparece como direc-tor de la revista “La Ilustración Ecuatoriana”, publicación que la había iniciadoCeliano Monge el 20 de febrero de 1909, bajo la administración de RobertoCruz. Solamente dos números dirigió Gangotena, el 23, que apareció el 1 dejunio de 1910 y el 24, que lo hizo el 25 de ese mismo mes y año. En estosnúmeros la administración la hacia la Librería de Roberto Cruz. Luego deGangotena, la dirección fue a manos de Nicolás Jiménez y la administración, alos talleres gráficos de José Domingo Laso.

Pero la vinculación de Cristóbal de Gangotena con la Ilustración Ecuatorianavenía de antes. En el número 11 aparecido el 10 de agosto 1909, centenariodel primer Grito de la Independencia, publicó su primera leyenda: “Sacrilegio”,dedicada a Celiano Monge. En el siguiente número (12, 1o de septiembre de

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16 Inf. de Jorge Salvador Lara17 Eugenio de Janón: El Viejo Luchador, II.

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1909) publicó “El Cucurucho de San Agustín”, en el 13 (18 septiembre 1909),“Ir por lana...”, en el 14 (9 de octubre de 1909) salió “Un Hidalgo a CartaCabal”, dedicado a José María Fernández Salvador, en el 15 (20 de noviembrede 1909) “los Artículos de la Fe”, dedicado a Juan León Mera I. y por último,en el número 17 (15 de enero de 1910) publicó “El Descabezado deRiobamba”. Estas leyendas, ligeramente modificadas, con otras 21 las reuniráluego en “Al Margen de la Historia”.

En 1911 seguía de Secretario del Senado y en este año se dio un hecho de enor-me importancia: su amigo el poeta Noboa (el Zambo Noboa como le decíansus amigos por su rubia y rizada cabellera) había enfermado de sífilis, contagia-do en una de sus aventuras nocturnas. Gangotena consiguió que le atendierael afamado médico francés Demarquet, que pensaba radicarse en Quito y al pa-recer la terapia con arsenicales sufrió efecto y el poeta sanó. Mas, lamentable-mente el estado de postración en que quedó, hizo que le recetaran morfina, conlo cual se hizo adicto, encontrando él y Borja un maravilloso paraíso artificialpor medio de la droga18. En el fondo, la curación del francés fue solo ilusoria.A fines de 1911 y sin duda por influencia de su primo el Presidente del Senado,Carlos Freile, don Cristóbal, se convierte en tenaz enemigo de don Eloy Alfaro;llega a tanto su odio que Gangotena encabeza la lista de enero de 1912, pidien-do que los prisioneros sean traídos a Quito, para su condigno castigo19. Juntocon Gangotena, firman entre otros, sus amigos Alfredo Flores, Luis Felipe Borjahijo y su primo Modesto Larrea.

Gangotena no se imaginó que la carta, más otros caracteres, se convertirían endinamita. El 28 de enero de 1912 los seis generales fueron vilmente arrastra-dos en Quito, en un movimiento dirigido por los mismos liberales derechiza-dos, según el propio General Julio Andrade20. A las doce de este día, don Cris-tóbal estaba en su automóvil por la calle Rocafuerte, tomó allí noticias de losMinistros Rendón y Díaz; a las doce y cuarto, cuando Gangotena se hallaba ensu casa con sus amigos, Alberto y Carlos Mena Caamaño, sonó la noticia quebajaban los cadáveres arrastrados, según él mismo lo declara; hizo subir a sucasa a un empleado de la Eléctrica y por medio de la escalera, treparon poruna tapia al techo y vieron desde la esquina posterior de la casa, el macabro

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18 Raúl Andrade: Gobelinos de Niebla, 63. Francisco Guarderas: Arturo Borja, Rev. América 10519 Arch. de Oswaldo Albornoz Peralta, Quito.20 Raúl Andrade: Biografía de Julio Andrade, 1962.

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espectáculo21. Escribiría a poco “mil años viviré, que no olvidaré nunca lo quehe visto”. A las cuatro y media, aún muy horrorizado, fue al Ejido a ver lascuatro piras formadas. El 29 a las tres y media de la tarde y con Emilio Gar-cía Silva, subió al Penal a recoger más datos históricos.

Un año más tarde, en enero de 1913, cuando su amigo Juan León Mera, deci-dió entrar de franciscano, decepcionado por la boda de Aurelia Cárdenas Gan-gotena, resolvió acompañarlo y ambos estuvieron un tiempo de prenovicios.Pero como salían las noches de farra y con hábito, ambos decidieron dejar elconvento. No obstante, de aquella temporada quedó un gran conocimientotanto del archivo franciscano, con su célebre libro de genealogías, cuanto delas numerosas obras de arte que guarda el convento.

SEGUNDA ESTADIA EN EUROPA: 1913-1919

El segundo gobierno de Plaza, con cuya línea política se había identificadoGangotena, lo nombró en 1913 Cónsul en Valencia, España. El 28 de ju-nio de este año, don Cristóbal había pedido dispensa de parentesco para

casarse con Rosa Victoria Noboa Caamaño22, una bella mujer guayaquileña deapenas 22 años y hermana del poeta; la boda se celebró cuatro mesesdespués, el 8 de octubre en el Sagrario, quizás tal manera, obedecía a la for-malidad externa del enlace. No tuvieron sucesión. Doña Rosa era personasimpática, pero muy encerrada en si mismo y con poco sentido social. La co-hesión fue solamente externa o social23. A principios de 1914 fundó en Qui-to la revista quincenal “Apolo”24.

Viajó entonces en 1914 con su flamante mujer a España; en Madrid un día cual-quiera asistió a un besamanos de Alfonso XIII, el joven monarca de 28 años,que había subido al trono en 1902. Luego de terminar y como no tenía nadaque hacer, se volvió a colocar en la cola, para repetir el besamanos, volvió a re-petir el asunto como siete veces; al fin, a la octava, el rey le detuvo al jovenecuatoriano y le dijo:

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21 Revista Cultura 2: Sucesos recientes que pueden interesar al porvenir por Cristóbal de Gangotena.22 Arch. Curia, Quito, dispensas 1913.23 Id. a la 3.24 Eugenio de Janón: Id, II.

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“Oiga señor, a usted le he conocido en alguna parte”.“Quizás” respondió don Cristóbal, pero ya no le quedaron ganas de vol-ver a besar la mano del Monarca25.

En Europa le sorprendió la primera Guerra Mundial, sin embargo en Valenciapudo tomar contacto con el Palacio Ducal de Gandía y se gestó allí su interésprimario en los Borja del Ecuador, a los que dedicaría uno de sus mejores libros.En Madrid visitó algunas veces la sección manuscritos de la Biblioteca Nacio-nal, consultando entre otros, el Libro Becerro General de Linajes de España y elLibro de los Blasones, de Jorge de Montemayor; obtuvo certificación de blaso-nes de su propio apellido, del Rey de Armas, Julián de Rújula. En viaje turísti-co al norte de la Península, estuvo en Berriz y en el Baztán, cunas de sus ape-llidos paternos26. Visitó también el Archivo Histórico Nacional en la sección deÓrdenes Nobiliares, según consta en su estudio sobre Gómez de la Torre. Pa-ra entonces la genealogía y la heráldica le habían calado muy hondo.

¿Qué motivaciones invisibles y visibles, le habían hecho genealogista? Creemosque varias:

En el orden genético, su tío segundo el Coronel Teodoro Gómez de la Torre, ha-bía sido un genealogista especial del siglo XIX; solía tener delegados en todaslas capitales de provincia, que le tenían con noticias frescas de todos los peca-dos sociales. Había desde luego en él, un innegable afán enfermizo; otros an-tepasados, el Oidor Juan Dionisio de Larrea y su hijo Francisco Javier, habíandejado varias obras manuscritas sobre la materia en el siglo XVIII. De seguroque estaban los originales en casa de los Gangotena.

En el orden formativo, contribuyeron a ella, las pláticas de su abuela Rosa La-rrea y de su madre doña Dolores Jijón. En la parte ideológica hemos ya mani-festado sus experiencias de corte feudal.

En otro orden había una especie de fantasma familiar en su genealogía paterna,aún sonaba en Quito la gran resistencia que hizo su tatarabuelo Joaquín Tina-jero Larrea al enlace de su hija Manuela, en 179227; los asuntos graves de “Re-ceta para heredar” ocurridos en 1904, aumentaron sin duda el afán.

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25 Inf. de Francisco Darquea Moreno, Quito 1989.26 Gangotena, Rev. Ceruga 6, Quito 1985.27 Arch. Sagrario, Quito, 1914, Def. y Matrim.

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Mientras tanto en Quito, noviembre de 1914, fue un mes trágico para su fami-lia: el día 1º murió su madre y como estaba ya planeada la boda de su herma-na Lucila con Heliodoro Dávalos Donoso, riobambeño, ésta quedó en cele-brarse el día once; lastimosamente en este preciso día ardió en llamas la casafamiliar de San Francisco, incluidos muebles, enseres y cortinajes. Se salva-ron apenas dos elementos decorativos. La boda debió celebrarse en medio deldolor, pero terminó el nuevo matrimonio, la misma noche, en que el señorDávalos se regresó a Riobamba28.

Como la vida en España, debido a la guerra, se puso difícil, buscó en Quitoquien le ayudara a recibir sus herencias, en 1915 ante el notario segundo otor-gó escritura cancelando un préstamo que le había hecho Alejandro Cevallos. Yen 1916, su primo Jacinto Jijón le dio 9.425 sucres, por un exceso de herenciaque Jijón se había tomado de los abuelos Jijón-Larrea en varias haciendas deImbabura29.

La Academia Española de la Historia le nombró Miembro Correspondiente30.

El gobierno de Baquerizo Moreno le nombró en 1916, Cónsul en El Havre, don-de permaneció hasta 1918; en este último año estuvo en París y visitó entoncesla famosa sastrería de Debacker en el número 36-bis de la calle de la Opera,donde el mariscal de Mac-Mahon se había hecho su célebre casaca. Treintaaños después, refiere así el encuentro, a su amigo Luis Robalino Dávila:

“Allá por el año de 1918 estaba yo en París y con objeto de hacerme un buensobretodo, fui a dar a esa casa que no había conocido. La famosa sastrería ocu-paba todo el primer piso del inmueble. Al tratar conmigo se me preguntó dedónde era. Sabiendo que del Ecuador, el sastre me dijo: Venga Ud. a ver loque conservamos de su país. Y me llevó ante un cuadro, en el que se veía undibujo, como se hacen en los figurines: la famosa casaca. La inscripción reza-ba si es que no me equivoco así:

“Casaca militar bordada de oro, ejecutada para SE el señor Capitán General Ig-nacio de Veintimilla, Presidente de la República del Ecuador”.

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28 Ver nota anterior e Inf. de Blanca Castillo.29 ANH, Quito, Not. 2a. 1915-16.30 Ver La Casa de Borja.

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“Vio el sastre mi interés y ponderaba la magnífica casaca: Es la obra maestrade la casa, estamos orgullosos de ella y por eso conservamos este modelo”31.Más tarde don Cristóbal tuvo la faja-cinturón de este uniforme, tejida de oro yseda roja, con borlas en los cabos.

Gangotena y su mujer llegaron a París como a casa propia, en la de su tía Vic-toria Caamaño de Díaz Erazo, esposa del pastuso Felipe Díaz, uno de los ma-yores potentados del París de entonces. Díaz había sido administrador de adua-nas en Guayaquil en tiempos de su cuñado el Presidente Caamaño32 y había lo-grado generar una gran fortuna; vivía en París en la 10 rue Bassano y murió en191633. Don Cristóbal logró convencer a doña Victoria, ya viuda de Díaz, sehiciera cargo de los pasajes y curación de su sobrino el poeta Noboa, aqueja-do desde 1911 de una grave adicción.

A mediados de 1919 los cónyuges regresaron a Quito, dos años antes habíamuerto el sabio González Suárez; Gangotena guardó en su museo dos retratosmuy antiguos del sabio, uno de ellos obra de Joaquín Pinto.

AUGE DE LOS ESTUDIOS GENEALÓGICOS, CRISIS CON ALFREDOFLORES: 1919-1926

Alfredo Flores Caamaño, pariente de Gangotena y primo hermano de suesposa, había nacido en Guayaquil (1879), era un excelente investiga-dor, de los primeros que en Quito investigó en notarías y en archivos

parroquiales, habiendo otros investigadores saqueado sus datos, sin siquieranombrarlo34. Padecía sin embargo de un severo trastorno conductual, (hemofí-lico) con relaciones interpersonales muy deficientes. Habiendo sino uno de losfundadores de la Academia, nunca llegó a publicar trabajo alguno en el boletín;desde 1904 a 1919 había editado diez trabajos históricos por su cuenta, dostemporadas había vivido en España y otra en los EE. UU.; refutó a Destruge y aRoberto Andrade, sin mayor éxito35.

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31 Luis Robalino: Id. I.32 Jorge Vivanco: Reportaje a Pedro Concha, VISTAZO, 13, Junio 1958.33 Sergio E. Ortiz: Felipe Díaz Erazo, Bogotá 1970.34 Por ejemplo el P. José María Vargas en sus biografías de Samaniego y Rodríguez.35 Carlos M. Larrea: In Memorian, Alfredo Flores, Boletín ANH, Quito, enero-junio 1970.

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Desde 1913 al 18, Flores estuvo en completo silencio editorial, parece quepreparaba varios trabajos genealógicos. Cuando Gangotena llegó en 1919,preparó con la ayuda de Flores, varios trabajos: Salinas, Ascázubi, Caamaño,Gangotena, Posse y Zaldumbide, muy escuetos. Seguramente, Flores pretendíaque Gangotena le hiciera constar como co-autor y allí saltó la chispa.

En 1919 don Cristóbal en el tomo III de la Sociedad de Estudios Históricos Ame-ricanos, publicó siete trabajos, dos de ellos eran las genealogías de los Salinasy los Montúfar; la primera en homenaje a su prima Lola Jijón de Gangotena; yla segunda en homenaje a su amigo Alfonso Barba Aguirre. En el primer artí-culo (sobre Salinas) se había documentado en el archivo del Sagrario, desde1713 a 1809 y una partida de 1741 creyó ser la del prócer, ignorando que esteen realidad había sido bautizado en Sangolquí. No se sabe por qué no utilizólos documentos de familia que tenían los Bonifaz Jijón, sus parientes, o quizásno lo supo36.

En el trabajo de los Montúfar hay varios errores y se ve que ignoraba por com-pleto la descendencia de la rama de Joaquín Montúfar en España. Se ignorasi los expedientes de los Montúfar Frasso y Montúfar Larrea los consultó enMadrid o si los vio en Quito, en casa de Alfonso Barba. Para este trabajo, re-visó partidas entre 1730 y 1782, aunque no completa la serie.

En este tomo III, aparte los dos artículos aludidos, Gangotena publicó dos do-cumentos inéditos y un comentario bibliográfico: se había iniciado así el ge-nealogista, el bibliófilo y el archivista público y privado.

El mismo año de 1919, el Presidente de la Corte Suprema de Justicia le pidióque arreglara el archivo de la Corte, que contenía los protocolos de las seis an-tiguas notarias de Quito, presentando Gangotena un informe escrito37. En estetrabajo estuvo de julio a diciembre de 1919 y formó 36 secciones.

La chispa con Flores saltó en 1920: sabedor de que don Cristóbal tenía listo pa-ra la imprenta el artículo sobre los Caamaño, Flores, a base de una copia, lopúblico por su cuenta y bajo su nombre. Conocemos y poseemos un raroejemplar, gracias al bibliófilo don Pedro Santamaría. La amistad quedó rota,

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36 Banco Central: Fondo Bonifaz.37 Ver Boletín de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos, 1919-20.

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posteriormente se descubrió una venta de documentos que el señor Flores ha-bía hecho al gobierno peruano y la Academia de Historia se vio obligada a ex-pulsarlo de su seno, no obstante ser cuñado de Jacinto Jijón, quien costeaba ellujoso boletín de la institución. La esposa de Jijón, le obligó a su vez a su es-poso, en 1925, a separarse de la institución, que pasó a publicar un modestoboletín externo, pero con buen contenido científico38.

Flores publicó aún en Quito y en Lima numerosos trabajos más, dejó Quito pa-ra siempre en los años 50 y murió en Lima en abril de 1970, dejando sus po-cos bienes para el hospital San Juan de Dios.

El mismo año 1919, Gangotena envió a Ernesto Noboa a que se curara en Pa-rís, al parecer este logró un buen resultado; estuvo luego en España, pasó agra-dables momentos con los poetas de Madrid, recayó, visitó varias veces la cos-ta del Cantábrico, algunos meses pasó en Santillana del Mar, cuidado por unaalegre enfermera, que ya ningún sentimiento pudo despertar en el vate, pueséste se hallaba sumido en un profundo dolor psíquico. Reaccionado, regresóen 1921 y al pasar por La Habana, gracias a dos adictos ecuatorianos, volvió arecaer39.

La crisis con el pariente de Flores, originó un prolífico año 20, fue el año quemas trabajos publicó en toda su vida (once), de ellos tres fueron genealogías:los Matéu, los Fernández Salvador y los Gómez de la Torre. Para el segundocontó con la ayuda de los Fernández Salvador del Campo, dueños de proban-zas de familia muy valiosas y para el tercero, Carlos Freile Larrea, su pariente,le prestó los papeles de los Gómez de la Torre, que guardaba el Coronel Teo-doro. Muchos años después, se descubrieron en estos últimos papeles, dos par-tidas falsificadas40.

En el estudio sobre los Matéu, Gangotena utilizó los expedientes nobiliarios dela familia y las partidas del Sagrario entre 1703 y 1710. En el caso de los Fer-nández-Salvador, varias ramas de esta familia guardaban parentesco con él, porel matrimonio de tías abuelas, Gangotena Tinajero, con dos miembros de aque-lla familia.

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38 Inf. Dr. Jorge Salvador Lara y D. Pedro Santamaría.39 Raúl Andrade y Francisco Guarderas: Id, Id.40 Clemente Pino: Apuntes genealógicos sobre los apellidos Pino e Icaza, Madrid, 1960.

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En 1919 había colaborado también con la Revista de la Asociación Católica dela Juventud Ecuatoriana. Como en 1920, fue elegido Director de la BibliotecaNacional publicó en el boletín de esta institución, tres artículos históricos: so-bre los primeros bibliotecarios, sobre don Antonio de Villavicencio y la tradi-ción sobre el Tedeum del Obispo Santander. Al mismo tiempo, empezó a en-viar unos formularios impresos y muy elegantes a las familias de Quito, en loscuales les pedía que los fueran llenando con datos. Pudimos ver algunos deestos en el archivo de su amigo Carlos Manuel Larrea.

En 1921 se dio un distanciamiento con su cuñado Ernesto Noboa, recientementellegado de Europa, pero gracias a Julio Moncayo se convino en un avenimiento;entonces Gangotena se dedicó a recoger las poesías originales, a ordenarlas y porfin incentivó a que Noboa las publicara en 1922 en la imprenta de la Universi-dad. Así pudo salir al público, su único y bello libro: “Romanza de las Horas”.

En este mismo año de 1921 fue electo Secretario de la Academia de Historia yel Secretario de la Corte Suprema se quejó a la Academia de que Gangotena ha-bía abandonado su trabajo de arreglo del archivo de la Corte. Este manifestóque había laborado más de un año, sin cobrar un centavo, que estaba a disgus-to con dos ayudantes que le habían puesto y que sus labores en la biblioteca leimpedían mantener la ocupación de la Corte.

En 1921 publicó apenas tres trabajos, uno en el boletín de la Academia y dosen el de la Biblioteca. En la Academia vio la luz su estudio sobre los Villarro-cha; para este revisó partidas entre 1704 y 1847 y tuvo a la vista los papelesde familia de los Escudero-Eguiguren a quienes les correspondía el mayoraz-go. En la biblioteca a través de su boletín y durante cuatro años, aparecieronsus valiosas notas sobre los abogados recibidos ante nuestra Audiencia.

En 1922 fue un año grato, en él aparecieron al público cinco trabajos suyos,entre ellos su primer libro: “Monografía de la Provincia de Pichincha”, por lasfiestas centenarias y en el boletín de su biblioteca aparecieron, “Orígenes dela Marquesa de Solanda” y “Los amores de Sucre”, uno de sus más simpáticostrabajos. A su vez desde 1923 hasta 1924 y en cuatro tomos del boletín de laAcademia salieron sus Notas Históricas.

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Mientras tanto, según puede coligarse de la lectura de sus trabajos, tenía obrasde Flores de Ocariz, las de Luis de Salazar y Castro, de Juan Carlos de Guerra,etc., y se había revisado parcialmente el archivo parroquial de Santa Bárbara.

En la revista “El Ejército Nacional” número 3, páginas 140-144 apareció tam-bién en este año su primer trabajo: “Los preliminares de Pichincha, la batallade Tapi, 21 de abril de 1822”, reproducido muchos años más tarde por JorgeGarcés en la revista Museo Histórico.

1923 fue uno de sus años espectaculares, de nuevo estuvieron algún tiempo enel convento e iglesia de San Francisco, con su íntimo amigo, Juan León Mera yallí hicieron la travesura de depositar en tubos un manuscrito con datos de laeconomía de ese tiempo y conteniendo vaticinios para el futuro. En 1988, 65años después, lo descubrió la historiadora Soledad Castro Ponce.

El año 23, salieron al público nada menos que doce publicaciones, de estas ochoaparecieron en el tomo V de la Academia de Historia: citamos la genealogía delos Guarderas dedicada a su amigo Pancho Guarderas, en esta de alguna maneravencía el prejuicio contra Francisco Aguirre Guarderas, el tenaz enemigo de su pa-dre; revisó partidas en el Sagrario de 1782 a 1800, a parte de papeles de familia.

Las primeras Notas Históricas aparecidas en este boletín, nos hablan de su me-ticulosidad y curiosidad:

Fundación de LatacungaPatronos de la ciudad de QuitoEl estandarte realAlférez real (en el cual aclara que la concesión del título a los Carrera, na-da tuvo que ver con la revolución de las alcabalas, según hizo constar elP. Velasco en su Historia).Medias annatasEquivalencia de las monedas antiguasPrimeros Tesoreros de Zamora de los alcaldesMédicosUna calle de Quito

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Las niguasMonedas antiguas del Ecuador en 1858Baeza y ArchidonaUn curioso soneto del siglo XVII (encontrado por él en Madrid)

Entre sus notas bibliográficas publicó una acerba crítica contra el cuencano Oc-tavio Cordero Palacios, autor de la vida de Abdón Calderón. Allí decía: “no estarea agradable la de criticar... entonces, es mejor callar?, así más fácil, peromenos útil”. Relata además aquí, que en 1921 fue miembro de la comisión quebuscó en la cripta de El Tejar, los restos de Calderón, pero que un Canónigo loshabía trasigado totalmente y era entonces la cripta un sumando desarreglado deosamentas; recogía además la seria tradición de que Calderón había muerto enuna casa del barrio de La Chilena.

En otras notas bibliográficas que publicó en el tomo VI de la Academia, atacóal Dr. Reimburg, que había publicado en Francia un tratado sobre GastronomíaEcuatoriana (sabiendo a través de esta nota que don Cristóbal sabía mucho decocina vernácula y que no quería mucho a la cocina francesa ni a los france-ses) y otro en contra del falso erudito Vasco Segundo Ispizúa.

En el tomo VII, num. 18 de la Academia, aparecieron sus nuevas notas sobre:

Quien mató al depositario Bellido? (lo fue Juan Velásquez Dávila)Casa de Niños ExpósitosEl mal de siete díasUna bandera patriota de 1816Un nuevo honorUna curiosa condecoraciónLa guardia del Libertador, año de 1822Escuelas públicas de Quito en 1825

En el boletín 19 publicó un artículo sobre los Ascázubi, dedicado a su amigo donGabriel García del Alcázar; las fuentes bibliográficas de este trabajo fueron másnumerosas: el juicio original de hidalguía del fundador del linaje; las seccionesmilitar y abogados del Archivo de la Corte Suprema; el Archivo del Sagrario; los

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libros de la Tesorería de Quito y legajos de los estantes 126 y 127 del Archivode Indias de Sevilla, sin saber nosotros si él mismo investigó personalmente enaquella ciudad o por qué vía los obtuvo.

Varias personas le ayudaban y le corregían, en lo referente a las últimas gene-raciones que aparecían en sus genealogías, una de ellas era su vecina, doña Ro-sa Elena Villacís Chiriboga de Barba, muy hipercrítica para el menor desliz delautor41. El mismo año 23, editó un folleto de 108 páginas acerca de “Documen-tos referentes a la batalla de Ibarra”.

1924 fue un año tan prolífico como el anterior, editó otros diez trabajos, tres deellos libros, el primero “Al margen de la historia, leyendas de pícaros, frailes ycaballeros”, su obra más popular, en poco más de 300 páginas en su primeraedición, era producto de su mayor parte de la lectura de varios juicios colonia-les tomados del archivo de la Corte Suprema42. Enseguida salió otro volumino-so libro en 269 páginas: “Documentos sobre la familia Icaza”, haciendo refe-rencia a que había sido una de las cuatro familias, que al finalizar el régimencolonial, había sido señalada para un título nobiliario, lo mismo había pasadocon los Guarderas de Quito; así pues, se veía su disposición a estudiar a la an-tigua nobleza titulada. Luego apareció el tercer libro del año “Ensayo de unaiconografía del Gran Mariscal de Ayacucho y algunas reliquias suyas y del Li-bertador que se conservan en Quito” en 86 páginas de lujo. Datan de este mis-mo año 24, sus extensas genealogías sobre los Icaza, los Arteta y los Carrión;por la primera se conoce que había estudiado la obra de Zazo “Biblioteca deCasas Nobles de España”, así como muchos papeles de familia, seguramenteproporcionados por el Ministro Octavio Icaza y por los Ycaza Gómez.

En las diez genealogías publicadas hasta entonces, había tratado de linajes noascendientes del autor, pero en Arteta se dio la excepción, pues eran progeni-tores de él y de su esposa; se valió del expediente de Pedro Arteta Larrabeytiay de informes seguramente de Nicolás Arteta García; con alguna prevención,hizo constar que doña Rosario Arteta de Álvarez, había tenido un solo hijo ensu primer enlace.

Las notas históricas del boletín 21-23, trataron acerca de:

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41 Testimonio de su nieto el testigo presencial, Antonio Álvarez Barba.42 Ver nota en la página 69 del citado boletín.

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Honras de Felipe IIJura de Felipe IIICondenas pronunciadas por el Gral. Toribio Montes contra algunos patriotas en 1812Los indios Cayapas.Oidores de la Real Audiencia de Quito de 1691 a 1779Cómo era la Sala de la Real Audiencia de QuitoLa cárcel de Corte en 1779La cárcel de Santa Marta en 1779.Fiscales de la Real Audiencia de Quito de 1691 a 1779

Este año y al comentar en el mismo boletín del primer tomo de la “BibliotecaHistórico Genealógica Asturiana” escribió lo que define su ideología: “La no-bleza española, alma de la resistencia nacional, que al cabo de 7 siglos de ru-do batallar, arrojó a los moros al África” (boletines 21-23. página 288) Comose sabe, es falso que los moros fueron arrojados, pues en su mayor parte siguie-ron viviendo en la Península.

En los boletines 24-26 de la Academia, realizaron un trabajo conjunto con To-bar Donoso, éste publicó una biografía del Obispo Carrión, mientras Gango-tena, publicó la genealogía de este apellido, que también eran sus ascendien-tes. No cabe duda que le otorgaron ayuda, Luis Stacey Guzmán, el eximiogenealogista lojano, Canónigo Fernando Lequerica y el Dr. Rafael RiofríoEguiguren.

Don Cristóbal tenía en su poder una extensa probanza de los Carrión, en laque, como es lógico, habían varios errores, por ejemplo, allí se dice que eltronco español de la familia, se casó en Cuenca con una señora Alarcón, hijade españoles, cuando en realidad se casó en Zaruma y no era hija de chapeto-nes, lo que pasaba es que Zaruma al ser lugar de mineros, se consideraba co-mo dato un tanto lesivo. Hizo constar que había consultado la obra “Las Mi-siones de los jesuitas en el Marañón Español” por el Padre Chantre; proporcio-na el dato utilísimo que Gonzalo Farfán de los Godos, sevillano, estuvo en Ca-jamarca en la prisión de Atahualpa (ver nota 4 en la pag. 167 de la genealo-gía). En las páginas 177 y 178 de este mismo trabajo, se nota un tratamiento

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diferenciado entre “don” y “señor”, para señalizar matrimonios con nobles ocon personas de “media escalera” como se decía entonces. ¡Prejuicios!

Recibió también ayuda de la familia Mancheno-Ribadeneyra, que guardabapapeles de familia43. Bruscamente en 1925, se dio un gran bajón, la razón eraobvia; a principios de este año, Jacinto Jijón se separó para siempre de la Aca-demia y la institución perdió el gran apoyo que tenía, en muchísimos órdenes;Jijón en los boletines había publicado 19 trabajos de primer orden en sieteaños; el mismo año, Gangotena siguió en la dirección de la Biblioteca Nacio-nal, donde aún aparece en 1927.

Gangotena se sintió aliado con su primo y en el boletín de este año nada sa-lió de su cosecha, mas en el boletín de la biblioteca apareció su bibliografíasobre el periodismo en el Ecuador y en la Gaceta Municipal en cinco páginas“El Testamento de Sucre” personaje de su predilección.

En 1926 siguió alejado de la academia, editó en el boletín del Hospital SanJuan de Dios, un artículo en 17 páginas sobre esta institución; en enero pronun-ció un discurso al inaugurarse las obras de reparación de El Belén, discurso quelo editó el mismo año en 13 páginas.

Había que curar en cierto modo la herida honda de su primo Jacinto: fue asícomo este año empezó a trabajar sobre los Jijón y le dirigió cartas a BenjamínPinto Guzmán, en Otavalo, en pos de datos sobre esta familia en este lugar; apoco, le pidió que sacara testamentos y partidas en Quito y Otavalo, pues Ja-cinto pensaba de nuevo pedir dos títulos nobiliarios, que le habían sido nega-dos en 1915

44 45. El mismo año 26 y muy generosamente editó de su peculio un

libro al gran poeta Jorge Carrera Andrade46.

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43 Inf. de las hermanas Mancheno-Ribadeneyra, Quito 1986, sus cuadernos genealógicos le fuerondados en préstamo al Dr. Alfonso Anda Aguirre, quien los guarda en su poder.44 J. Alejandro Guzmán: Títulos nobiliarios en el Ecuador, Madrid 1957.45 Arch. del P. Jorge Villalba, Quito.46 Rodolfo Pérez: Diccionario Biográfico del Ecuador, ver biografía de Jorge Carrera Andrade.

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EL PERÍODO DE LATENCIA: 1927-1939

Apenas siete trabajos publicó don Cristóbal en estos largos años, induda-blemente no era simple coincidencia. El 27 seguía en la Biblioteca Na-cional y era cónsul de Panamá en Quito.

En 1927 y en el boletín de la Biblioteca Nacional editó la traducción de PaúlRivet de su artículo “Coutumes funeraries jeux indieus”47. A fines de este año,murió luego de largos años de agonía su cuñado el poeta Ernesto Noboa. En1929 murió su cuñada y prima Dolores Jijón, volcando Cristóbal sus efectos ensu sobrina Inés de 15 años, su preferida. En todos estos años, cayó también ba-jo el peso de la burocracia institucional, pues que empleado en la Cancillería,fue sucesivamente: Historiador de la Cancillería, Director de Límites, Subsecre-tario de Relaciones Exteriores, más tarde Encargado de Negocios en Bogotá,siendo nombrado correspondiente de la Academia Colombiana de Historia;luego pasó como Ministro en Guatemala, Embajador en Misión especial en laRepública Dominicana. Al mismo tiempo, varias instituciones lo llamaron a suseno: fue nombrado correspondiente de las academias de Panamá, Venezuela yArgentina, miembro del Instituto de Historia del Perú, del Centro de Investigacio-nes Genealógicas de Perú, de la Sociedad Geográfica de Lima, de la SociedadGeográfica de Lisboa, de la Academia de Historia de Chile y del Centro Chilenode Investigaciones Genealógicas48.

Después de estos años de silencio y de enojo, al conmemorarse en 1930 elcentenario de la República, don Cristóbal dejó los afectos a un lado y se rein-corporó a la Academia, publicando seis trabajos; en la revista El Ejército Na-cional salieron sus artículos “Bolívar y Olmedo en Quito” (número 13) y otrosobre “Notas históricas, un patriota desconocido” (número 14), en la que se re-fiere al indígena Lucas Tipán, única vez que topó esta clase de temas. Publi-có en diario El Comercio sus “Églogas Virgilianas”, traducción de diez églogasde Virgilio en prosa; y en el tomo XI de la Academia salieron dos trabajos: unagenealogía sobre los Malo y una nota histórica acerca de una medalla regala-da por su amigo Carlos Manuel Larrea. Durante diez años y hasta 1940 dejóde colaborar en el boletín, ¿por qué?.

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47 Id, ver biografía de Paul Rivet.48 Cegan: El Libro de la Ciudad de San Francisco de Quito hasta 1951.

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Para los Malo, le ayudó desde Cuenca, Federico Malo, pero don Cristóbal se ol-vidó de hacer constar la rama Toral-Malo, por lo que don Daniel Toral en susMemorias publicadas en 1987, reclama tal hecho, indudablemente con todajusticia.

El mismo año de 1930 se dio un hecho singular, su primo hermano, AlejandroGangotena Carbo, publicó en Guayaquil la genealogía de los Santiesteban, as-cendientes de ambos primos. Sin duda tal hecho en algo le animó y en 1931(en que murió su suegra) se dedicó a recoger datos para su obra destinada a losBorja. Habían dos antecedentes, su estancia en Valencia en 1914 y la publica-ción en 1924 del expediente del Dr. Borja Larráspuru en el Archivo de Indiasen 1757 y que parece lo guardaban sus herederos en Quito.

Cincuenta páginas dedicó al desarrollo de la parte europea, tratando por pri-mera vez y abiertamente las numerosas ilegitimidades del linaje, había leídoa Gregorovius, a Víctor Hugo y sobre todo a Fernández de Bethencourt en su“Historia Genealógica y Heráldica de la Monarquía Española”. Dato de ex-tremo interés es el que lo refiere en la página 46, de que monedas, reliquiasy la venera de Santiago, que pertenecieron a San Francisco de Borja, se conser-varon en Quito hasta 1786.

Don Cristóbal pretendió haber sido el primero en descubrir que la sangre deSan Francisco había venido a América, pero no es así, pues ya Flores de Oca-riz en 1674 habla de la familia del nieto del Santo en Bogotá; en Quito, y en elarchivo de la familia Lasso pudo ver impreso el juicio colonial de 1755 por laposesión del Ducado de Gandía, en el cual participó la rama quiteña. Consul-tó también las partidas del Sagrario entre 1719 y 1810.

Varias personas le ayudaron en este trabajo: Leocadia Freile Donoso, PacíficoChiriboga Gangotena, Luis F. Borja hijo, Lola Lasso de Uribe, Rosa Borja deYcaza, los Borja Larrea de Ambato, Carlos Manuel Larrea (sobre los Lizarzabu-ru), Diego Salvador González, Alfonso Barba Aguirre, Rosa Villacís de Barba.Cometió el error de incluir a todos los Arteta en este libro, cuando en realidadvienen de Leonor Calisto Muñoz y no Calisto Borja.

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Fue indudablemente su mejor libro genealógico: un joven de 16 años, EnriquePonce Carbo le ayudó mucho en la rama Borja Yerovi, en uno de cuyos oríge-nes, no había unión eclesiástica; don Cristóbal decía que eso no tenía impor-tancia, que lo único que había faltado era la bendición del cura y que los haríaconstar. Al final no lo hizo, causando gran malestar a esa rama. El tiraje de 313ejemplares se hizo entre junio y julio de 1932.

Publicó también con el libro, la famosa bula de los Borja, que el Papa Clementeles había otorgado en 1530, por ella los Borja estaban perdonados de poner, “ma-nos violentas” a sacerdotes, de homicidio intencionado o casual, de adulterio, in-cesto, fornicación, sacrilegio, “por graves que sean”. Un torpe descendiente lle-gó a agredir físicamente a un clérigo cuencano, basado en esta horripilante bula.

El mismo mes que salió su libro sobre los Borja, se cruzó algunas cartas polé-micas con Carlos Emilio Grijalva, quien había encontrado que don José de Gri-jalva no se había suicidado, conforme sentaba Gangotena en “Al margen de lahistoria”. Don Cristóbal le contestó que así lo había leído en el proceso, perola verdad es que dice otra cosa49.

Mantenía por esos años, una sabrosa tertulia en casa de doña Leocadia Freile enla calle Mejía, entre Benalcázar y Cuenca, donde eran contertulios fijos tambiénLuis F. Borja hijo y Diego Salvador González; allí, asistió algunas ocasiones, JorgeSalvador Lara, muy niño, nieto de este último, quien se ha servido darnos el dato.

Este año 33, reeditó en Guayaquil en el Boletín del Centro de InvestigacionesHistóricas, la genealogía de los Caamaño, que le fuera pirateada en 1920. Por1934 le hizo un bellísimo óleo el pintor cuencano Crespo Ordóñez.

Del 33 al 37, fueron sus años más improductivos; en 1935 le llamó de nuevo a laCancillería su amigo el General Chiriboga50. Por entonces viajó a Ambato, puesquería ver la partida de su bisabuelo Gangotena, le asustó la espantosa letra delclérigo Pedro Naranjo, que en una hoja sentaba 20 partidas en garabatos indes-cifrables51. Se vino decepcionado, sin ver los libros y conoció a Isaías Toro, aquien le había animado desde el boletín de la Biblioteca Nacional en los años 20.

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49 Arch. del Dr. Guillermo Grijalva, Quito: genealogía de los Grijalva.50 Boletín de la Academia de Historia, 1956, primer semestre, sección correspondencia.51 Inf. de Isaías Toro, Ambato.

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Por entonces vivía en el piso bajo de la casa familiar en San Francisco, los 50años le habían cogido flaco y moreno, daba la impresión que ponía distanciacon la gente, pero en el fondo era muy tratable y agradable52. Visitaba muchoa su prima hermana Joaquina Gangotena de Barba, su vecina de al lado,exactamente de su misma edad, cuya admiración hacia el primo era inmen-sa. Algún día la sorprendió el historiador con gran acopio de papeles viejos,en mitad del patio y dispuesta a quemarlos: ¡eran los papeles de los Condesde Selva Florida!, lo salvó estupefacto y se quedó con ellos53.

Integraba también la Junta de Defensa Artística54 y en 1935 participó en la reu-nión en la Recoleta de San Diego, en defensa del arte quiteño, le acompañabanel Dr. Ponce Enrique, el pintor José Enrique Guerrero y el P. Vargas55.

Data también de esta temporada una sabrosa anécdota; don Cristóbal tenía unautomóvil, que lo manejaba muy mal; tanto que un día lo llamó por teléfonouna de sus primas y le preguntó si iba a salir en coche. Sorprendido, él le in-quirió el motivo de la pregunta y la prima le replicó: “Es que tengo necesidadde salir a la calle y esta semana no he comulgado”56.

En 1936 el poeta Crespo Toral publicó en el boletín de la Academia un elogio-so comentario al libro de los Borja. Los comentarios de Crespo, rebasan el lí-mite de lo increíble, en su concepción feudal y arcaica del mundo.

Por entonces empieza a cartearse con Robles Chambers y es Gangotena quienle enseña a no poner don y doña antes de los nombres, pues eso le ha traídomuchos problemas, Robles acepta de fondo el consejo pero a Gangotena de na-da le sirve. Aún hoy sobreviven los resentimientos.

En 1937 publicó un folleto de 66 páginas (con su biografía de prefacio, hechapor Hugo Román) acerca de varios documentos de nobleza de la familia de Pe-dro Vicente Maldonado. Este mismo año, recibió la visita de un joven guaya-quileño de 25 años, que desde hacia tres años, estaba muy interesado en sugenealogía personal: era Clemente Pino Ycaza; don Cristóbal con generosidad

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52 Inf. de Da. Esperanza Mateus de Peña, Guayaquil, 1989.53 Inf. de Pedro Robles, Guayaquil, 1969.54 Cegan: id.55 Arch. de Ximena Escudero de Terán, Quito.56 Abel Alvear: Anecdotario quiteño, Quito 1978.

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le prestó durante un mes la copia que tenía de los papeles de los Bustamante,Mazo y Sierra, así como la obra inédita de Juan Dionisio de Larrea, que el jo-ven se los copió57.

En 1939 siente reanimarse; ha terminado la reconstrucción de su quinta en laplazoleta de La Victoria, cuyos vecinos le vieron algún tiempo con su larga ca-pa española controlando su finalización. La quinta, al estilo colonial, con jar-dín delantero, ha quedado bellísima; en sus puertas tiene varios escudos herál-dicos y a ella dedicará todas las tardes, pues tiene allí su biblioteca; lee ademásen este año, la mejor obra genealógica publicada hasta entonces en el país, lade Pedro Robles Chambers y le escribe:

“Hasta ahora yo fui el mejor, ahora Ud. me ha superado”58

El 39 también se reconcilia con la Academia, pues es electo Subdirector de lamisma. Su latencia tan larga ha terminado. Pero si los frutos intelectuales hansido escasos, en otras áreas ha conseguido otras cosas: le gusta divertirse, tie-ne en Quito arrendadas unas seis habitaciones, primorosamente decoradas conmuebles antiguos y libros viejos, allí pasa saltatoriamente de tarde en tarde ycon buenas compañías59, por otra parte su archivo se ha enriquecido notable-mente, ha logrado adquirir por varias vías documentos sobre Atahualpa, sobrePizarro, sobre Pedro de Puelles y reposan ya en su casa, varios protocolos delos más antiguos de Quito. (Ver ANEXO)

EL ÚLTIMO EMPUJE: 1940-1954

La amistad que iniciaba con el joven de 27 años, Pedro Robles le hizo sen-tir un gran empuje. Muy poco después, el Coronel Salvador de Moya, des-de el Brasil le incitaría a fundar un Instituto Genealógico en Quito, que ha-

biéndolo podido hacer, Gangotena se resistió durante 14 años. En efecto, aquívivían varios y buenos aficionados a la genealogía como Luis Stacey, NicolásBarba, Jorge Pareja, Alberto Gortayre, Pacífico Chiriboga, Carlos Manuel Larrea,

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57 Inf. de Clemente Pino Ycaza, Guayaquil.58 Rodolfo Pérez: id. ver biografía de Pedro Robles.59 Inf. del testigo presencial y amigo de Gangotena, Hugo Moncayo.

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César Villavicencio Enríquez y José Alejandro Guzmán, no obstante, don Cris-tóbal prefirió sentirse un rey solitario.

Inclusive a nivel nacional, la genealogía tenía ya sus cultores, incitados indirec-tamente y sin duda por los trabajos de don Cristóbal. Con varios sus relacionesno eran buenas, por ejemplo con Carlos Emilio Grijalva (que en Tulcán habíapublicado en 1937 su revolucionario y descarnado libro sobre los Del Hierro)y con Cristóbal Tobar Subía, quien le tenía ojeriza, pues no hizo constar a su ra-ma en la Casa de Borja, por el consabido prejuicio linajista. En Riobamba exis-tían cuatro aficionados liderados por su ex cuñado Heliodoro Dávalos y por lotanto la relación era también especial (los otros eran Leonardo Dávalos, JoséMaría Román Freile y Carlos Freile); sin embargo se hubiera podido contar enprovincias con el Canónigo Navas, con Benjamín Pinto, con Isaías Toro, conMárquez y con Albornoz en Cuenca y ni se diga con el grupo de Guayaquil.

En 1940 fue jefe de Registro Civil de Quito, el 31 de marzo de este año, un díaantes de que se casara una de sus sobrinas con el joven Camilo Ponce, recibióla visita de Pedro Robles, desde Guayaquil, donde Robles y sus amigos lo ha-cían pasear en automóvil, gozaban con la conversación del quiteño y le inci-taban a poner fechas en las genealogías, a lo que don Cristóbal decía que lasfechas “no sirven para nada”60. Cuando en esta década, sus viejos pecados lehicieron contraer una dolencia orgánica crónica, era Robles quien le conseguíalos medicamentos en Guayaquil.

A pesar de lo larga que fue la correspondencia Gangotena-Robles, los resulta-dos científicos fueron pobres; conocemos que Gangotena le envió la probanzadel Dr. Sáenz de Viteri Torres, algunos datos sobre los Aguirre, los Caamaño, losRibadeneira; las cartas se contraían a eso y poco más. Alguna vez le envió da-tos sobre el Condado de Selva Florida, cuyos documentos originales los teníadon Cristóbal.

Tres cortos trabajos publicó en 1940 en el boletín de la Academia: dos notasbibliográficas y el discurso en la inhumación de Celiano Monge; en una de susnotas colocaba a Robles, con justicia entre las mayores autoridades del conti-nente en genealogía.

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60 Inf. de Pedro Robles.

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En 1941 aparecieron en el boletín de la Academia, su extenso estudio sobre losJijón y varias notas bibliográficas. En el primero de estos trabajos aparecen al-gunos aspectos biográficos, merced a consultas a Destruge, Francisco Campos,González Suárez, etc. y dos aspectos más: la identificación por primera vez, decuatro líneas ilegítimas ya ecuatorianas (sin duda influenciado por el trabajo deCarlos Emilio Grijalva) y un evidente conflicto con la rama Jijón-Gómez de laTorre, en cuyo caso, señala la mitad de los hijos existentes, lo cual era muy co-nocido por él. Como la madre de este hogar, era persona muy ducha en genea-logía, quizás ello originó un conflicto de competición.

Pasó entonces a ser Jefe de Protocolo en la Cancillería, nombrado por Arroyodel Río; a pesar de conocer perfectamente el manejo del protocolo, se gastabasus bromas pesadas con las señoras, haciéndolas tomas asiento junto a caballe-ros “especiales”. Para esa época tenía en su casa, en su biblioteca, una secciónque él la había bautizado como el Disparatorio, con hojas sueltas mordaces, li-teratura pornográfica y las obras completas de Eduardo Cevallos García61.

Muy suelto de huesos, solía concurrir a las matinés de los domingos en el tea-tro Bolívar, con capa y en compañía de unas damas diminutas, con quienes lesseparaba una enorme diferencia cultural, lo que hacía que sus conocidos, eva-dieran el saludarlo, entre risas y nervios. Hacia 1942 pagó de su peculio, la res-tauración de la capillita anexa al monasterio de la Concepción62.

En 1943 y en el boletín 62 de la Academia, editó dos trabajos más: una genea-logía de los Bustamante y un documento; la primera lo dedicó a José RafaelBustamante y corrigió al Pbro. Mateo Escagedo, en vista de las probanzas de fa-milia que guardaban los Bustamante Donoso y cuyas copias tenía.

En 1944 se le nombró miembro correspondiente de la recién creada Casa de laCultura; este año y el siguiente murieron sus dos únicos hermanos, Enrique yLucila; murió también por entonces su hijo preferido Jaime Gangotena, al ini-ciar la adolescencia, el retrato guardó en sitio especial hasta su final63. En car-tas a Pedro Robles, le habló del inmenso dolor por la muerte de Jaime. Este año44, contribuyó también con varios datos sobre los García Moreno, los Klinger,

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61 Inf. de Jaime Dousdebés, Quito 1989.62 Inf. de Jorge Salvador Lara, Quito 1989.63 Inf. de doña María Gangotena de Mancheno.

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los Pallares y los Ascázubi, proporcionándolos a Luis Robalino Dávila, quienpreparaba su biografía de García Moreno64.

Nuevo silencio editorial tuvieron los años 44 y 45. Los dolores morales habíanemblanquecido totalmente su pelo y creado por encima de su nariz, un clarísi-mo signo de melancolía, según se ve claramente en sus fotografías de esa épo-ca. Solía levantarse tarde, tomaba un baño diario y cerca del mediodía salía ala Plaza Mayor a tomar noticias frescas; luego del almuerzo, reposaba un pocoy hacia las cinco iba a su quinta de La Victoria, donde vivía su cuñado PedroNoboa y dos empleadas. Allí estaba su espléndida biblioteca en tres salas, quedaban al jardín delantero de la quinta. Un día casi desfallece, cuando al entrarpor la puerta principal encontró a una vendedora de mote, que expendía el ali-mento en hojas arrancadas de sus libros genealógicos. ¿Qué había pasado?,pues con la cocinera Estévez dolida de que su amo, no le aumentaba el sueldo,se dedicó a vender libros de genealogía al peso, en la tienda de al frente, de allíhojas “poco servibles” pasaban a la señora del mote. Estuvo entonces 15 díasenfermo65. El jardinero tenía muy bien conservado el jardín. En unas piezas ba-jas, hacia San Diego, vivía su hijo Jorge.

Por los años 45, recibió la grata visita del joven licenciado cuencano MiguelDíaz Cueva, muy entusiasta ya en asuntos históricos y bibliográficos: su parien-te Herminia Cueva Guerrero, antigua secretaria de Gangotena en la BibliotecaNacional logró el contacto.

Al joven Díaz le impresionaron vivamente el museo y la biblioteca que tenía enSan Francisco; en el museo lucían los puños ensangrentados de la camisa deGarcía Moreno, con varias autenticaciones; igualmente constaban allí los im-pertinentes de la esposa de Flores, que eran unos lentes cambiantes para detec-tar movimientos de las personas66. Allí estaban en el orden pictórico, obras tanexcelentes como “El Velorio” de Joaquín Pinto y los múltiples cuadros de ante-pasados, y de personajes célebres, siendo de destacar el del General Barriga, eldel General Matéu, el del Dr. Manuel Espinoza, el del primer Conde de Casa Ji-jón, el del Presidente de Charcas Ignacio Flores, el del bisabuelo Modesto La-rrea y de su madre Rosa Carrión, etc.

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64 Luis Robalino: García Moreno, 194965 Inf. del Dr. Aníbal Torres Carrión, actor de lo relatado.66 Inf. del Dr. Miguel Díaz Cueva, Quito 1989.

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En los años 40 hizo también varios trabajos para los franciscanos, como restau-ración de marcos antiguos, reto que de varios cuadros, imitaba perfectamente ycopiaba cuadros coloniales, a tal punto, que no se sabía cuál era el original. Lasmañanas pasaba en San Francisco pintando escudos nobiliarios, trabajando enasuntos de carpintería, cortando vidrios o haciendo espejos67.

Fruto de estas continuas visitas a San Francisco, fue la lectura detenida de losmanuscritos genealógicos, de Juan Mena Ribadeneyra, aunque estamos segurosque don Cristóbal desconoció esta autoría (descubierta por nosotros en enerode 1982) y la obtención en préstamo de varios legajos del archivo franciscano,que no alcanzaron a ser devueltos a sus dueños68.

En los boletines de 1946 publicó tres estudios: notas bibliográficas, notas his-tóricas y los testamentos de los padres de Espejo. Al comentar la “Historia defamilias cubanas”, reconoce que las genealogías no pueden reducirse a simpleenumeración y elogia el trabajo de Santa Cruz y Mallén. Este año proporcionóa su amigo el Dr. Augusto Egas, varios datos sobre la familia Moreno de Quito,con motivo del matrimonio de su hija69.

En 1947 trabó amistad con el historiador venezolano Ángel Grisanti, a quien pro-porcionó varios datos sobre las Carcelén y sobre Modesto Larrea Carrión, bisa-buelo de Gangotena70. En el boletín 69 editó en cinco páginas “Quito en 1825”.

1948 fue un año activo, quizás el último de su vida: envió varios datos a Ro-balino Dávila sobre la familia de Veintemilla y su vida en Europa y Lima (le dioequivocadamente el nombre de la esposa del Presidente, cuando en realidadera su madrastra); publicó en doce páginas, y en el boletín 71, su “Contribuciónal estudio de la imprenta en América”; con Larrea y con Varro, editaron el dic-tamen sobre el escudo de armas de Ibarra y él sólo, otro dictamen en torno aun concurso biográfico sobre Pedro Vicente Maldonado. Data de este año elmatrimonio de su sobrino Enrique. De enero a julio del 48 prestó al dominicoMartín Anda Aguirre, estudiante de paleografía entonces, varios legajos: el deSolanda (700 folios), el de Carrión (300 folios) y dos sobre los Condes de SelvaFlorida. Anda ha publicado tres libros en base a estos legajos.

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67 Id. a la 60.68 Inf. del P. Agustín Moreno Proaño.69 Inf. del Sr. Jorge Moreno Egas, Quito 1966.70 Ángel Grisanti: Vida matrimonial del Gral. Sucre y la Marquesa de Solanda, Caracas 1955.

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Nuevamente pasó inactivo los años 49 y 50, atosigado por nuevos pesares, sinembargo en 1949 hizo el escudo heráldico para el primer Obispo de Ambato,el franciscano Bernardino Echeverría, con el lema de “Paz y Bien”71; entre 1949y 1954 solía ir al mediodía a la Plaza Grande y reunirse a hablar de política ygenealogía con Luis Stacey, José Joaquín Riofrío Mosquera y Alfonso Barba. Al-gunas tardes asistía a casa de Stacey, a comentar datos enviados por Pedro Ro-bles y otros menesteres.

Nunca dejaron de apasionarle las antigüedades, por eso su amistad con JorgeArteaga Molina, cuando en 1949 éste estuvo de novio con Blanca Toral Vega;fue Gangotena quien alborozado en las primeras horas de la mañana fue a lahabitación de Jorge a despertarlo pues quería hacerle conocer que la novia eratambién Arteaga y por lo tanto parientes....72

En 1951 publicó un artículo sobre los Lasso de la Vega, habiendo recibido ayu-da de doña Lola Lasso de Uribe; los 67 años no estaban en vano, algunos lap-sus, como hacer casar a una señorita con dos primos al mismo tiempo, demos-traban su senectud y daban pesadillas a los interesados.

El mismo año 51 se interesó vivamente en los Ponce, debido a su sobrino polí-tico, el Dr. Ponce Enríquez; toda la descendencia del prócer Miguel Ponce deLeón, incluidas las fechas se lo proporcionó el joven clérigo Alfredo Ponce Ri-badeneira. Pero don Cristóbal buscaba al antepasado chapetón. Un buen díapensó, que el prócer no podía ser hijo sino del escribano canario de sus apelli-dos que vivió en Quito a fines de la Colonia y de cuya hija Clara, tenía variosdatos proporcionados por Hipatia Cárdenas de Bustamante. Gangotena amarróla fanesca y así la publicó en 1952. Lástima, que el prócer Miguel nacía cuan-do su padre tenía sólo cinco años de edad73. ¿Era otro índice de que su vitali-dad se venía en marcha acelerada hacia abajo?

En 1952 los guayaquileños crearon el Instituto Genealógico de Guayaquil. Enel mismo año tomó contacto con el periodista riobambeño Gerardo Chiribo-ga, muy interesado en su apellido; don Cristóbal había dejado su antigua ge-nerosidad, pues Gerardo en sus papeles se queja de la poca ayuda que le dio

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71 Inf. de Marcia de Valdivieso, Quito 1988-89.72 Inf. de Jorge Arteaga Molina, Guayaquil 1973, Cuenca, 1983.73 Arch. del P. Alfredo Ponce Ribadeneira, Quito.

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Gangotena74. Para entonces, las vocaciones de Chiriboga y de Luis GerardoGallegos (de 57 y 47 años respectivamente) empezaban a cobrar vigencia. Elapellido Chiriboga fue uno de los que mayores problemas le dio, pues no al-canzó a conocer detalles del origen y la trascendencia de la vieja rama riobam-beña, sino solo de la quiteña.

En 1953 ayudado por Luis Robalino, Julio Tobar y Roberto Páez, a más quepor los manuscritos de Juan Mera, publicó los Donoso; sin embargo, eliminóconscientemente toda la sucesión del prócer Javier Donoso Chiriboga, con elobjeto de que no figurara su antipático cuñado Heliodoro Dávalos. Publicadoen el boletín, las protestas no se hicieron esperar. El señor José Freile, de Rio-bamba, descendiente de Javier, tuvo oportunidad de tratarlo en el duelo de suhermana Lola de Román y le propuso enviarle las rectificaciones correspon-dientes. No todas las utilizó Gangotena, pero sacó una separata con una pági-na más en el mismo año de 1953.

En el mismo año, prestó a Wilfrido Loor, el retrato más viejo de García Moreno,una bellísima joya de 1849, que Loor la sacó en el primer tomo de las Cartas deGarcía Moreno, (Quito, 1954).

En este año pidió en préstamo al párroco del Sagrario, el primer tomo de bau-tismos para estudiarlo. A la muerte de Gangotena, el párroco se puso en sus-tos, pues allí estaba el bautismo de Mariana de Jesús. Ventajosamente pudo serrecuperado.

En 1953 le diagnosticaron los médicos gangrena en un miembro inferior por ci-garrillo. En la Clínica Pichincha hubo de amputársele una pierna; con heroicaresignación pasó varios meses recluido en su dolor físico, varias veces dijo a susíntimos que aquellos dolores se los tenía merecidos por todos sus pecados. Mu-rió en la Clínica el 18 de enero de 1954 a los 70 años exactos.

El día 19 se lo sepultó en el Mausoleo de don José Carrión Jijón en San Die-go, muy cerca de su cuñado Ernesto, a su suegra y a su padre don Víctor Gan-gotena75. El municipio, presidido por Luis Román Pérez, sacó un acuerdo ensu homenaje y comisionó a Carlos Manuel Larrea, el que lo despidiera en el

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74 Arch. de Alfonso Castro, Quito, genealogía de los Chiriboga.75 Id. a la 60.

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Cementerio. Isaac Barrera lo despidió en nombre de las Academias de Historiay de la Lengua, habló al público del segundo tomo de Leyendas, que don Cris-tóbal había anunciado a sus amigos y dijo que “la historia no solamente social,sino del pensamiento, se podrá componer con la colaboración genealógica”76.

El boletín 83 de la Academia publicó un documento de 1798 sobre aranceles,que quedó en el escritorio de Gangotena, sin las notas que él hubiera deseadoponer. La genealogía de los Guerrero que la había ofrecido al público desde1932, era una de sus obsesiones, la había ofrecido publicar pronto a FranciscoLasso Guerrero, tío de su yerno el ingeniero Julio Mancheno Lasso. Sus origi-nales fueron tomados por su amigo Alberto Gortayre, quien con pocos adita-mentos lo publicó en el boletín 86 de la Academia.

El boletín 91 de 1958 editó un artículo suyo sobre “La descendencia de Ata-hualpa” con novedosos datos sobre la madre del Inca.

Los bibliógrafos han recogido 79 fichas publicadas por este autor, 26 acerca decomentarios bibliográficos, 20 sobre genealogías y el resto sobre documentos ytradiciones, 24 de ellas sobre documentaciones. Quizás ese orden define suspreferencias: primero el bibliógrafo, segundo el documentólogo y archivista ytercero, el genealogista. Sus genealogías fueron demasiadas breves, escuetas,prejuiciosas, serias, no pudo unir a la enumeración genealógica, la biografía(que tanto elogió en Gustavo Arboleda), la nota breve de sus mismos impulsosy el sabor anecdótico, identificado en sus Leyendas, pero quizás separadamen-te nos dio, a los genealogistas sociales del futuro, una pauta tenue, para un me-jor devenir.

Quito, abril 22-23 de 1989.

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76 Boletín de la Academia de Historia, Quito, 1956, primer semestre.* Foto: De izquierda a derecha: Carlos Manuel Larrea, Cristóbal de Gangotena y Jijón y Juan LeónMera Iturralde. Foto de Jacinto Jijón y Caamaño hacia 1920. Fondo fotográfico del Banco Central del Ecuador.

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NÓMINA DE LOS LIBROS DE PROTOCOLOS DE QUITO, QUEPASARON A PODER DE DON JACINTO JIJÓN Y DE DON CRISTÓBAL DE GANGOTENA

ESCRIBANO AÑOS DEPOSITARIOAlonso Dorado de Vergara 1594-99 Jacinto JijónFrancisco García Durán 1595-98 Jacinto JijónDiego Pareja 1601Payo Trigo 1603-4José Madrigal 1603-5Diego Suárez de Figueroa 1605-16Jerónimo de Heredia 1617-19Juan García Rubio 1623-24Diego Rodríguez de Ocampo 1624-32Juan del Castillo 1626-28Luis López de Solís 1635Juan de Peralta 1641-83Mateo Delgado 1640-44Baltasar de Montesdeoca 1643-52Francisco de Atiencia 1654-56Francisco Hernández 1654-62Juan Martínez de Miranda 1662-65Andrés Muñoz de la Concha 1673-90Nicolás de la Muela 1669-71Francisco Gómez de Acevedo 1671-1683Diego Castillo de la Concha 1675-79Antonio López de Urquía 1716-22Manuel Cabezas Almendáriz 1783-91José Cevallos Velasco 1792-96Fernando Romero 1821-29Ramón Batallas 1808-15 y 1812-21Diego Arboleda 1810-19José Antonio Arboleda 1838-39 y 1820-21Antonio Llerena 1813-20José María Tejada 1833-38Pedro Robles 1596-99Juan Briones 1600 -9

Anexo

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Domingo Muñoz 1609-16Jerónimo Pérez Castro 1615-17Esteban Hidalgo 1810-12Francisco Rivadeneira 1821-29Mariano Sosa 1829-36Mariano Santacruz 1836-48 y 1821Jácome Freile 1562-67 Jacinto JijónMariano Navarrete 1581-87Francisco Martínez 1592Diego Núñez 1697Gregorio López 1704Juan de Arboleda 1680Diego Melian de Betancourt 1684Melchor del Mármol 1702-3Fermín Tobar de Alvarado 1703Francisco Gómez Jurado 1703Juan López de Salazar 1721-23Pedro Mariano Jurado 1776Francisco Matute 1820Manuel Calisto Muñoz 1820Mariano Salazar 1866Gaspar de Aguilar siglo XVI Jacinto JijónLuis de Cabrera siglo XVI Jacinto Jijón

NOTAS

En el Catálogo del Fondo Jijón Caamaño, tomo I, página IV, consta que en esefondo hay 17 volúmenes de notarías y se identifican los que hemos expuesto,que son apenas 5. De los otros 64 volúmenes, 12 deben estar en el Fondo Jijóny los 52 restantes en poder de los herederos de Gangotena.

Esta lista la hemos compulsado, del análisis de la Gaceta Judicial número 32 deenero 18 de 1908 (archivo de Jaime Dousdebés) en que los seis notarios deQuito, declararon sus fondos, con la Guía del Archivo Nacional, publicada porAlfredo Costales en 1981, páginas 61-77.

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STA COLECCIÓN de leyen-das de pícaros, frailes ycaballeros de antaño, que teofrezco, lector, no tiene otrapretensión que la de diver-tirte un rato. Son cuentos

tradicionales de tu tierra.Están escritos al margen de lahistoria; para formarlos, he

recogido, como pobre, aquellas migajasque, desechadas por los historiadoresgraves, mesurados y sesudos, caen de su

EAl Lector

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mesa solemne. Me atrevo a creer que severá logrado mi deseo de agradarte, porquete gustarán las cosas que son tuyas. Noencontrarás aquí altisonante estilo; ellenguaje no está erizado de términos cien-tíficos: para imprimir el libro no necesité dealfabetos extraños. Busco la amenidad, ytrato sólo de “minucias de varia, leve yentretenida erudición”.

Al pensar en la suerte que los libros sabiostienen, en la de aquellos de los que muchoshablan con encomio superlativo sinhaberse atrevido a abrirlos, y en la quequisiera que tenga este mío, me consuela elespañolísimo Marcial:

Illa, tamen, laudant omnes, mirantur, adorant,

Confiteor: laudant illa, isla legunt.

Y si, lector, fueres tan severo, tan gravey solemne como aquellos avinagradospersonajes cuyas migajas aquí he recogido,

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si temes que algún ligero verdor te ofenda,recuerda al mismo epigramático latino:

Epigrammata illis scribuntur qui solentspectare Floralia.

Non intret et Cato theatrum nostrum,aut, si intraverit, spectet.

Puedo asegurarte además, lector, que no hecopiado a nadie: en esto no me he conformadocon la moda del día. El libro, por ser mío, nocarece de defectos, pero con Alfred de Mussette digo:

Que I´on fasse, aprés tout, un enfantblond ou brun,

Pulmonique ou bossu, borgne ou paralitique,C´est dejá trés joli quand on en a fait un.

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El Cucurucho de San Agustín

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IVIA, allá por los años de1650, en esta Muy NobleCiudad de Quito, y en la calleque hoy llama el pueblo ElCucurucho, en las solariegascasas de su morada, un nobleespañol, don Lorenzo de

Moncada, natural de Madrid, y casadoen Quito con una señora tan linajuda

como él, doña María de Peñaflor y Velasco.

De este matrimonio, quinta esencia de la créme,como se dice, nació doña María de Moncada y

El Cucurucho de San Agustín

V

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Peñaflor, una de esas trigueñas que quitan elresuello y que van derramando sal por dondepasan.

Tenía don Lorenzo como administrador o ma-yordomo de sus cuantiosos bienes a un tal donJerónimo de Esparza y García, hijodalgoespañol, que, habiéndose metido en negociosinfructuosos, había quedado como el santopadre Job, tan pelado, que no le quedaban sinomanos para rascarse el escozor de haber perdidosu hacienda. Don Lorenzo de Moncada, hombrecaballeroso, había recogido a su paisano donJerónimo, en la seguridad, que entonces setenía, de que un hijodalgo había de hacer lascosas, por mal que las hiciera, mejor que unpechero. Así también, el pobre hombre, que notenía sino su ejecutoria, no se moriría de ham-bre con su hijo don Pedro, y la madre de éste,doña Josefa Piñera, con quien años atrás yhaciendo una mesalianza, se había casado donJerónimo.

El administrador y su familia estaban siempreen casa de don Lorenzo y sucedió... ¡pues,

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hombre! ¡sucedió lo que era de cajón...! Quedoña Magdalena, con sus fogosos quince añosle cobró afecto a don Pedro, real mozo de vein-titrés, a quien le iba la gorguera a las maravillasy cuyos nacientes y atusados bigotes tenían nosé qué de conquistador... Don Pedro no fue tam-poco insensible a las fechas de Cupido, y menosque doña Magdalena era necesario para que élse enamorara de ella perdidamente. Ya he dichoque Magdalena era lo que se llama una chica derechupete y de no hay más allá.

Se vieron, se hablaron, se entendieron, y enfin, se amaron con ese vehemente amor propiode la edad que ambos tenían.

Por algo se dirá que en donde hay fuego hayhumo: algún tufillo sospechoso habría hus-meado doña María de Peñaflor, pues a poco sedio cuenta de lo que pasaba en su hija. Alpunto, la buena señora, participó el descubri-miento a su esposo, quien no pudo menos queindignarse al saber que el hijo de su favorecidopretendiese a Magdalena. Resolvióse a hablara la niña, y al punto hizo comparecer a ésta

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ante el terrible tribunal compuesto por él ydoña María.

La autoridad de un padre de familia, en aquelladichosa época, era, para un hijo, así como laautoridad de Dios, y sus palabras una sentenciasin apelación. Hechas estas consideraciones, yapuede el lector juzgar lo temblorosa que se pre-sentaría la pobre doña Magdalena ante su señory padre. El rubor que cubría sus mejillas, biendaba a entender que ella sospechaba la causa delpaternal llamamiento.

Don Lorenzo increpó duramente a su hija detener lo que él llamaba sentimientos tan bajos,y declaróla que al punto echaría a la calle a donJerónimo, ya que su hijo había tenido la osadíade poner en ella los ojos. Nada valieron lasnegociaciones, las lágrimas y las súplicas dedoña Magdalena para ablandar a su padre, y,no teniendo otra cosa que hacer, otro recurso,retiróse la niña a su aposento, a llorar, únicoconsuelo que las mujeres tienen.

Don Lorenzo, que era hombre expeditivo, enseguida hizo saber su resolución a don

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Jerónimo de Esparza, quien, renegado de suhijo, hubo de dejar su oficio.

Doña Magdalena siguió llorando y consumién-dose, sin salir sino a misa, con su madre, a lapróxima iglesia de los frailes agustinos, modes-ta, pero ricamente vestida, cual convenía a surango y calidad, con su faldellín redondo depaño, lleno de cintas, su mantón ricamentebordado, cuyo color armonizaba con el delfaldellín, y sus zapatitos, también de paño,pero negros, rebajados sobre la media blancade seda.

Privados de verse como antes, a todas horas,en casa de don Lorenzo, doña Magdalena ydon Pedro se veían furtivamente en la iglesia:ella, arrodillada en su estrado bajo cubierto derica alfombra fabricada en Latacunga, quetras ella traía una negra esclava, y él apoya-do en una de las pilastras que sostienen labóveda del templo. Alguna vez que doñaMagdalena iba sin su madre, don Pedro laesperaba en la puerta y la ofrecía agua ben-dita a la salida...

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Estos amores, no podían durar así. Sobre todoharía la vista gorda don Lorenzo, menos sobrela falta absoluta de fortuna de don Pedro: ésteasí lo comprendía y por ello se devanaba lossesos buscando un medio de adquirir riquezaspara llegar a la meta de sus aspiraciones.

En aquel heroico tiempo en que con tantas ytan famosas hazañas se ilustraban nuestrosmayores, se organizaba la expedición de donMartín de la Riva y Agüero a las provincias deOriente. Nuestro don Pedro, deseoso de ganarnombre y fortuna, se alistó bajo las banderasde este capitán, y, tras una misiva de despedi-da a su adorada doña Magdalena, partió paralas desconocidas tierras que baña el Marañón,lleno de ilusiones con las protestas de fidelidadde su amante.

Como es sabido, la expedición tuvo un fin de-sastroso, y muy pronto se supo en Quito suentera destrucción. Corrió la voz de la muertede varios individuos que la compusieran: entrelos muertos se contaba a don Pedro de Es-parza.

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doña Magdalena lloró desconsolada por sucuasi novio, pero -¡qué quieren ustedes!- laslágrimas se agotan al fin y al cabo, y, cuando setiene quince años, no se puede vivir llorando…

En esto, llegó de España un hijodalgo,segundón de solar conocido, gallardísimomozo, y que, a falta de hacienda cuantiosa,traía muchas esperanzas de adquirirla, ya quevenía recomendado con mucha particularidadal Virrey y a la Audiencia. Era el tal hidalgo elseñor don Mateo de León y Moncada, que, porsu madre, tenía deudo con el padre de doñaMagdalena, don Lorenzo.

Guapo, como era, rumboso y galante, reciente-mente salido de la Villa y Corte, no pudo menosde gustar a don Lorenzo para yerno, de maneraque su propuesta de matrimonio con doñaMagdalena fue aceptada por los padres de ellacon sumo agrado.

Aquí es necesario que recordemos, lectoramigo, una vez más, lo que era la autoridadpaterna en aquellos patriarcales tiempos. A doña

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Magdalena le impusieron el novio, y ella tuvoque aceptarlo, aunque tuviera muy viva lamemoria de don Pedro. Ella, para decir verdad,lo aceptó sólo porque sabía la muerte de suamante, que de saberlo vivo, preferiría meterseen un convento, ¡ya lo creo!

Se fijó el día del matrimonio para un sábado 27de marzo de 1655, por la noche.

Encontrábase la víspera doña Magdalenaocupada en arreglar su equipo, cuando unaesclava suya le entregó una esquela. Abrióla laniña, y no se desvaneció porque entonces nose usaban los vapores, pues, de estar, comoahora, a la moda, no dejaría de hacerlo, ya que,para ello, en verdad, había razón muy sobrada.La esquela decía así:

Señora de mi dueña: Sé que mañana os ca-sáis con un guapo mozo que os vale. Me creí-ais muerto, y aún vivo para adoraros.¿Consentiréis en que os vea esta noche envuestra reja? Os besa los pies. -DON PEDRODE ESPARZA.

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No hay para qué ponderar lo que sentiría doñaMagdalena a la lectura de esta carta: un rayoque a sus pies cayera no le causara mayorespanto. Vivía su don Pedro, a quien tantohabía querido, ¡y mañana iba a ser de otro!¿Qué hacer en trance tan difícil? ¿Cómo romperel compromiso? ¡Qué escándalo se formaría…!Y luego... su padre, su honor... Decididamente,no era posible... ¡Había que someterse al desti-no…! Eso le imponía el deber, el honor... Lafe que debía guardar al que mañana sería suesposo le prohibía ver a don Pedro en la reja…

Con el alma destrozada, tomó la pluma de ave,y contestó así:

Mañana, como sabéis, me caso: no mepertenezco ya, don Pedro. Vos mismo lo ha-béis querido así, ya que me habéis dejadocreeros muerto. Mi honor me prohíbehablaros. Olvidadme. Adiós. -MAGDLENA.

Esta carta, cuyas palabras querían mostrarindiferencia, llegó a las manos de don Pedro,empapada en las lágrimas de la niña.

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Por fin amaneció Dios el día en que habían dejuntarse los destinos de doña Magdalena deMoncada y de don Mateo de León, día aciagopara la novia, cuyo amor para el antiguoamante había renacido más vivaz al saberlo eneste pícaro mundo.

Era costumbre de nuestros abuelos el que, laniña que se casaba, el día de su matrimonio,repartiera por su propia mano limosnas a lospobres que se presentaran en su casa. Esteacto de caridad se hacía con el objeto de impe-trar del Cielo la felicidad para el nuevo hogar.

A casa tan rica, tan linajuda y de tantas campa-nillas como la de don Lorenzo de Moncada, nohubo, como es de suponer, pobre que no acu-diera: fue todo el día una procesión de mancos,ciegos y tullidos: allí se vio cuanta miseria noslegó nuestro padre Adán. No hay para qué decirque los vergonzantes, como ahora los llamamos,y que entonces eran conocidos con el nombre decucuruchos, por su vestido talar y la ampliacapucha que les cubría el rostro, no faltaron ala cita.

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La novia a todos y cada uno de los que se pre-sentaban entregaba un patacón, pidiendo aDios que le hiciera olvidar a ese don Pedro quele bailaba en el alma...

Ya entrada la tarde, presentóse un cucurucho, altiempo en que doña Magdalena se preparaba asu tocado. No quiso la niña dejar al pobre sinsu limosna y, abandonando su espejo, bajó adar la última caridad del día, y... ¡cosacuriosa!... el cucurucho tenía la misma estatu-ra de don Pedro de Esparza... sí, su mismocuerpo... pero... ¡ilusión debía de ser…! DoñaMagdalena, sacando de su escarcela una mo-neda, se acercó al mendigo, alargó su mano, elcucurucho avanzó, y, febrilmente, sacando unpuñal de entre los pliegues de su hábito, loclavó en el pecho de la novia... Esta da ungrito, y cae muerta... El asesino huye a lacalle... Los criados se precipitan al auxilio desu ama, otros van en busca del asesino, pero novan lejos: casi al frente de la puerta de la casa,apoyado al muro del convento de San Agustín,ven a don Pedro de Esparza, con el hábito decucurucho, la capilla tirada a la espalda y el

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puñal en la mano... La guardia acude a losgritos de “¡favor al Rey!” y don Pedro es con-ducido a la cárcel de corte.

Tal es la leyenda que el pueblo quiteño ha con-servado, llamando a la cuarta cuadra de laCarrera Flores El Cucurucho de San Agustín.

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Simplicidad evangélica

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OR muerte del presidenteNarváez y por suspensión en eloficio de Oidor de su Chancilleríade Quito, del licenciado Aun-cibay, tan célebre en nuestra his-toria, gobernaba la Audiencia ellicenciado don Pedro Venegas del

Cañaveral, hombre ya entrado en

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Simplicidad evangélica

Bienaventurados los pobres deespíritu, porque de ellos será elReino de Dios.

P

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años y dominado completamente por doñaMagdalena de Anaya, su legítima costilla.

En este tiempo de vacancia de la Presidencia deQuito, conocieron nuestros abuelos la ver-güenza de verse gobernados por el marimachoterrible de doña Magdalena, quien no contentacon influir en el ánimo del chocho de su ma-rido, hasta tomaba parte en las deliberacionesdel Tribunal.

La provincia de Popayán dependía entonces,como se sabe, del gobierno de Quito, y, porconsecuencia, los derechos del Real Patronatoen los asuntos eclesiásticos de aquella diócesiscompetían al Presidente de la Real Audienciaque en Quito residía.

Corría el año de gracia de 1582, y era Obispode Popayán el señor don fray Agustín de laCoruña, religioso que había sido de la orden delGran Padre de la Iglesia, cuyo nombre llevaba.

El carácter del Ilmo. señor Coruña era muycomplejo: mezcla de preclaras virtudes cristianas

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y de puerilidades ridículas, en quien, como él,había alcanzado tan alta dignidad. Rígido yhasta terco en el cumplimiento de sus deberes,en los medios que usaba para poner en prácticalas virtudes que le adornaban, no sabía discernirlo risible de lo verdaderamente meritorio.

La índole preponderante del licenciado Caña-veral no podría menos que encontrar en elObispo de Popayán un escollo en que estrellarse:pronto llegó la ocasión en que Presidente yPrelado tuvieron que habérselas el uno con elotro.

Provisto de Cédula Real, vino a Popayán ciertoclérigo a quien Su Majestad, como Patrono delas Iglesias de Indias, hacía merced de la dig-nidad de Chantre de esa Catedral. Al recibo delregio documento, don fray Agustín de laCoruña se propuso obedecerlo, pero, antes, habíade ser examinado el candidato, según lo dispuestopor cánones y concilios.

Infatuado el clérigo, no obstante la supina igno-rancia de que adolecía, se presentó al examen:

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sus conocimientos en sacra teología, encánones, patrología, rúbricas y demás cienciasde que todo eclesiástico debe de tener siquierarudimentos, resultaron nulos a la prueba, desuerte que el tribunal, compuesto del Obispo ydos capitulares, no pudo menos que reprobarlo.

Aquí fueron los aprietos del Obispo y las furiasdel clérigo: el señor Coruña en buena con-ciencia, no podía investir del elevado cargo deChantre de su Catedral a un clérigo más igno-rante que un lego, y, por otra parte, el rescriptodel Real Patrono le mandaba darle posesión dela Silla. El clérigo, aunque convencido de sucrasa ignorancia, no quería perder la prebenda,resguardados, como creía, sus derechos por laReal Cédula de merced.

El señor Coruña, hombre recto, que ante todoquería estar en paz con su conciencia, optó pornegar la investidura, y el clérigo, furioso, sevino para Quito, a intentar recurso de fuerzacontra el Prelado. La Cédula Real quedaba obe-decida y no ejecutada: era lo que nuestrosabuelos llamaron una hostia sin consagrar.

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El licenciado Cañaveral, y sobre todo su esposadoña Magdalena, no podían menos que apro-vechar la oportunidad de hacer sentir su autori-dad en trance tan brillante.

El muerto se hace pesado cuando tiene quien locargue. Humillar al Obispo, imponiéndole darcumplimiento a la Cédula Real era un bocadodemasiado sabroso para doña Magdalena deAnaya. Así, la Audiencia de Quito despachóprimera, segunda y tercera cartas Reales alObispo mandándole ejecutar la real voluntad.

El Obispo, representaba a la Audiencia lasrazones que le asistían para oponerse, pero,ante el capricho de don Pedro del Cañaveral,ninguna razón tenía valimiento y, por el con-trario, cada argumento del Prelado no servíasino para irritar más al voluntarioso viejo. Alver la resistencia del señor Coruña, elPresidente decretó que el enérgico Obispo fueradesterrado de las Indias y remitido a Españabajo partida de registro.

Para dar cumplimiento fiel a este decreto, laaudiencia despachó de Quito a Popayán al

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capitán don Juan López de Galarza, AlguacilMayor, con doce hombres de armas y unescribano que notificara al Prelado remiso lasentencia del Tribunal. El documento estabasolemnemente redactado en nombre de SuMajestad, con todos los títulos de sus Reinos ySeñoríos, lo que hacía de tales escritos algo tanlargo como la letanía de los santos.

Llegó el capitán Galarza a Popayán e hízosepúblico que al otro día había de notificar, contoda solemnidad, al señor Coruña, la realProvisión emanada del Tribunal que repre-sentaba en estas partes a la Real Persona.

El bueno del Obispo, con una candorosidadadmirable, creyó conjurado todo peligrometiéndose en su Catedral desde el alba del díaseñalado para la notificación, convencido deque, refugiado en la casa de Dios, no había deatreverse López de Galarza a llevar a términosu desacatada misión. Mas el señor Coruña nocontaba con el Alguacil Mayor venía con la lec-ción bien aprendida y con que era hombre queno le tenía miedo ni al lucero matutino.

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Para colmo de precauciones, Su Ilustrísimahabía revestido los hábitos pontificales, yesperaba a los sayones con mitra en la cabeza,casulla de rico brocado, empuñado el pastoralcayado... Sentado en su silla, bajo el purpura-do dosel, aguardaba hierático.

Así lo encontró el capitán Galarza, quien, nodando con el Prelado en su Palacio, se trasla-dó a la Catedral, resuelto a ejecutar sucomisión.

Llegaron al Obispo, escribano, capitán y solda-dos, y el primero leyó al señor Coruña la ordende la Audiencia que, en nombre de don Felipe,por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de León,de Aragón, etc., le ordenaba darse preso.Atento oyó el Prelado la lectura del documento,y, cuando hubo acabado la lectura el notario,-Dadme acá, dijo, esa orden de nuestro Rey,para obedecerla.- Y tomando la Carta Pro-visión, después de examinarla detenidamente.- ¡Ah! dijo. – ¡No es del Rey, que es del li-cenciado Cañaveral! Y se desató en protestas.-¿Cómo se entiende, señor capitán? ¿Así se

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guarda la inmunidad eclesiástica? ¿Así serespeta el asilo de los templos? ¡Sois excomul-gado si intentáis cumplir tal iniquidad!

Galarza, por toda respuesta, hizo seña a sussoldados que se acercasen al Prelado. Este pa-rodiando a Cristo nuestro bien, cuando en elHuerto de los Olivos vinieron a prenderle.-¿Quem quaeritis? preguntó: ¿A quiénbuscáis?

- Ni vuestra señoría es Cristo, ni nosotrosfariseos,-le respondió un soldado de apellidoJiménez, que tendría sus barnices de bachiller,echando el guante al Obispo, que se resiste,grita, patalea, se contorsiona, viniendo al fin alsuelo en medio de su resistencia, y, en tan malapostura, que, rodando la mitra y el báculopastoral, las ropas pontificales se van, con lasotana, a la cabeza de su ilustrísima y dejan demanifiesto la penitencia y mortificación cris-tiana del señor Coruña, tan evangélicamentepobre, que no llevaba ni siquiera calzoncillos...Bajo la sotana, el santo Obispo estaba encueros...

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A la vista de espectáculo tan cómico, los solda-dos, con la risa, soltaron al acontecido buenseñor. Cuando éste pudo desembarazarse delas vestiduras que le tapaban el rostro y loahogaban, se dio cuenta de lo ridículo de susituación.

Siempre candoroso, creyó salvarla con laamonestación que hizo Cristo a San Pedro en elTabor, y: ¡Visionem quem vidistis nemini di-xeritis! - ¡La visión que habéis visto, no ladiréis a nadie! dijo... Y aprovechando que sol-dados, capitán y escribano estaban para nadacon la risa que los ahogaba, volvió a arre-llanarse en su sitial, calándose de nuevo lamitra en la cabeza.

Repuesto un tanto de su risa, Galarza quisoponer fin al sainete. Era el señor Coruña unviejecito bajito y muy enjuto de carnes, elcapitán hombre robusto y fornido; así, elAlguacil Mayor cargó fácilmente al Obispo, consilla y todo, y como a una pluma, lo sacó fuerade la iglesia.

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En la puerta del templo dejó su mitra y suspontificales vestidos el Ilmo. Coruña, y ya nohizo más resistencia, dejándose pacíficamenteconducir en unas angarillas hasta Quito.

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Un hidalgo a carta cabal

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ESCENDIENTES de antiguo yconocido solar, sito en Villos-lada, cerca de Soria, en Castillala Vieja, vinieron a Quito, porlos años de 1770, dos her-manos, cargados con las eje-cutorias de su añejo abolengo

y con las recomendaciones dirigidas alas autoridades locales, y en las que se

hacía mérito de sus prendas propias y de lasheredadas de sus abuelos.

Eran estos dos nobles hijosdalgo castellanos donAndrés Fernández Salvador, doctor in utroque

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Un hidalgo a carta cabal

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jure por la Universidad de Salamanca, y su her-mano don Juan.

Radicáronse en Quito los dos, y pronto alcan-zaron puestos de mucho honor en la olvidadacolonia, sobre todo don Andrés, quien a suesclarecida nobleza, unía los méritos de esostiempos, una inteligencia despejada y unabrillante palabra, circunstancias que le hicieronadmirar en los estrados de la Chancillería Real.

En el año de 1792, había alcanzado donAndrés uno de los ejemplos concejiles de máshonor: era Fiel Ejecutor del Cabildo de Quito,oficio que hoy no tenemos, y que, como sunombre lo indica, consistía en interponer suautoridad para hacer que las leyes tuvieranperfecto cumplimiento en la Ciudad y sus cincoleguas. ¡Cuánta falta nos hace hoy un FielEjecutor! Hay tantas leyes que son ahora... ¡lacarabina de Ambrosio!

El año ya citado, un tal Gregorio Díaz habíacometido en Cotocollao un asesinato horrible,con circunstancias que, para un hombre de

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honor, atenuaban el delito: había lavado en lasangre del seductor la honra mancillada de suhermana... La Ley es rígida: quien quita lavida a otro, debe morir a manos del verdugo.Gregorio Díaz fue condenado a la horca.

El reo fue, en consecuencia, puesto en capillaen una mazmorra de la cárcel pública, en don-de, en su calidad de plebeyo, se hallaba detenido.

En ese tiempo ocupaba la cárcel el local quehoy ocupan las caballerizas de gobierno, en lacalle Angosta.

Función era del Fiel Ejecutor hacer una últimavisita a los sentenciados a muerte, en la nocheque precedía a su ejecución. En esta macábricaentrevista el alto funcionario preguntaba al reosi tenía alguna gracia que pedir, y, si esta eracompatible con las leyes, desde luego este últimoconsuelo le era concedido.

El 27 de octubre, entre eso de las nueve de lanoche, salió, pues, Su Señoría de su casa, sitaen la plaza de San Francisco, casa que es la

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misma que ahora está marcada con el N° 37 dela carrera Pichincha. Con lento y mesuradopaso se dirigió don Andrés a la cárcel pública,para visitar por última vez a Gregorio Díaz, quea la mañana siguiente, debía ser ajusticiado enla Plaza Mayor.

Entró el fiel ejecutor, y un corchete, con unmortecino farolillo en la mano, lo condujo a lamazmorra en donde, auxiliado por un fraile quecabeceaba, sufría ya una lenta agonía el pobrepreso.

Al ver al magistrado, se incorporó el reo. DonAndrés Fernández Salvador le manifestó elobjeto de su postrimera visita, y preguntólecuál era la gracia que solicitaba.

Señor, le dijo el sentenciado, quisiera hablarcon vueseñoria a solas. Mande que se retire elreligioso.

Mandó el Fiel Ejecutor al fraile que los dejarasolos, y -Ahora bien, dijo, ¿qué es lo que quierehermano?

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Solos ya, el reo dejó estallar su dolor, y de susojos, hasta entonces secos, alocados por la ideafija de la muerte inevitable, rodaron las lá-grimas a torrentes.

-¡Señor! dijo- ¡Señor! vueseñoría me perdone:lloro como un niño, después de haber matado aun hombre; pero vueseñoría sabe que mi crimentiene su explicación: talvez vueseñoría, en micaso, hubiera hecho otro tanto… ¡Tengo mujer ehijos, Señor! Tengo siete hijos, todos pequeñitos;van a quedar mañana sin padre que los prote-ja... ¡Señor! No tengo nada que dejarles: nadamás que un nombre de asesino, un nombre deajusticiado... ¡La infamia, en fin, por única he-rencia! Quiero, señor, bendecirlos antes demorir, verlos, abrazarlos, decirles un adiós úl-timo... Y el pobre reo se ahogaba en su llanto.

Don Andrés sentíase conmovido hasta el fondomás íntimo de su alma y, volteándose para,talvez, ocultar una lágrima importuna.

- Y bien, dijo, ¿qué es lo que queréis?- Señor, dijo el reo, ¡tened misericordia de mí!

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Dadme cuatro horas para ir a abrazar a mifamilia, y os juro por lo más sagrado, os jurosobre la cabeza de esos siete angelitos quemañana no tendrán padre, que, al expirar elplazo, estaré de vuelta.

El hombre hablaba con acento tan conmovedor,había tal sinceridad en sus palabras, estaba tanemocionado el magistrado por sus desgarra-dores sollozos, que,-Anda, le dijo, ¡vete...!, y élmismo le sacó hasta la puerta.

El reo se echó de hinojos ante el caballero, yabrazando sus rodillas, bendiciéndole milveces, besó sus manos y emprendió luego sucarrera, y, antes de que don Andrés refle-xionara, ya había el preso doblado la esquina.

Produjo tan honda impresión en el ánimo deldoctor Fernández Salvador lo que acababa depasar que, de pronto, no se dio cuenta de lasterribles consecuencias que podía tener su ge-nerosidad. Poco a poco, como de un sueño, fuevolviendo a la realidad, y, al comprender lapeligrosa situación en que le había colocado su

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piedad, al pensar en que talvez su honor esta-ba perdido para siempre, su agitación nerviosasubía de punto, se volvía loco.

Inhábil para cualquier descanso, comenzó apasear febrilmente de San Francisco a laesquina que entonces se llamaba de Corte.

Las horas de espera fueron para el caritativo FielEjecutor siglos de infierno... ¿Volvería el reo?¿Y si no volvía?... Pero, ¡mucha sinceridad habíaen sus palabras! Si, pero... ¡una vez afuera...!

El plazo terminaba a las dos de la madrugada:por fin sonaron lentas, sordas, dos cam-panadas que cayeron desde la torre de lasCasas Reales sobre la cabeza del Fiel Ejecutorcomo dos martillazos... El reo no volvía, y eltiempo parecía, esta vez, que aceleraba sucarrera... Sonaron las dos y media, y la espe-ranza de que el condenado volviera ibaacabándose en el ánimo de don Andrés, que,cada vez más nervioso, se paseaba a largostrancos. En fin se decidió a bajar hacia la PlazaMayor, siguiendo las Casas Reales.

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Absorto en la enorme responsabilidad quesobre él pesaba, iba caminando, ya sin espe-ranza alguna, cuando a la altura de la puertalateral de la Audiencia, oyó, en medio de lanoche, una respiración anhelante, fatigosa, yprecipitados pasos que venían hacia donde élestaba... Paróse, y el hombre que corría tropezócon él, y cayó desplomado a sus pies.

¡Perdón, Señor, dijo, perdóneme vueseñoría!Comprendo las horas horribles que ha debidopasar: son las tres de la mañana: vueseñoría hadebido pensar que yo no volvería más: ha debidosufrir horriblemente una hora de espantoso tor-mento; ¡perdóneme, Señor! La despedida ha sidomuy tierna. Mis hijitos me tenían abrazado, mimujer me aconsejaba huir... Aquí estoy ya, señor,bendiciendo vuestra piedad. Estoy listo paramorir: no me importa ya la muerte.

Pasmado, absorto, le oía el Fiel Ejecutor: nopodía comprender que en un criminal hubieratanta caballerosidad. El también estabareconocido: el reo había vuelto... Y ahora,sereno, pensando en todas las consecuenciasque podrían sobrevenirle.

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-Vete, le dijo, vete, y ¡no te dejes coger...! Yocargo con toda la responsabilidad...

Y lentamente se dirigió a su casa.

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Al día siguiente se presentó el doctor donAndrés Fernández Salvador en la Sala delCrimen de la Audiencia Real y se denunció a símismo. El alegato que presentó en su descargofue una brillante pieza de elocuencia.

En caso tan raro, los Oidores no supieron quépartido tomar. Apresar al Fiel Ejecutor, hombretan noble en la reducida colonia, además de noconducir a nada, sería hacer un escándalo...

Reunido el Real Acuerdo, fue de parecer que sedebía diferir la causa al Consejo de Indias ytratar, mientras viniera la resolución de SuMajestad, de echar tierra al asunto...

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Así se hizo, y, en el primer galeón que partiópara el Istmo, salió la causa con dirección aEspaña, acompañada del alegato del doctorAndrés Fernández Salvador.

Ocho meses pasaron antes de que el asunto seresolviera: por fin llegó el cajón de España, queasí se llamaba entonces el correo, y en él la re-solución del Rey.

Condenábase a don Andrés FernándezSalvador a la pérdida de su oficio de FielEjecutor de Quito, para que su acción, irregularante la Ley, tuviera una sanción, pero, almismo tiempo, Su Majestad le enviaba RealTítulo de Regidor Perpetuo del Cabildo.

En cuanto al reo Gregorio Díaz, se le declarabaabsuelto de culpa y pena. Si esto no es noblezae hidalguía, ¡que venga Cristo y lo diga!

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Sacrilegio

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UE el miércoles 20 de enero de1649 un día de consternaciónpara la entonces tan católica ciu-dad de Quito: un sacrílego robose había perpetrado en la iglesiadel monasterio de las monjasclarisas o -mejor dicho- en la

sala que les servía de iglesia pro-visional, mientras la definitiva se acababa.

Manos criminales se habían llevado eltabernáculo con los vasos sagrados y el

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Sacrilegio

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Sacramento adentro. El descubrimiento de tanhorrible crimen sumió en la desesperación a laspobres enclaustradas: se dio inmediato aviso alObispo doctor Ugarte y Saravia, las campanastocaron a rebato, y en breve, la población ín-tegra de la muy noble ciudad se transportó aSanta Clara.

En medio de la consternación general se to-maron averiguaciones, se recorrieron losalrededores, y al fin, en la que desde entoncestomó el nombre de quebrada de Jerusalén, seencontró el sagrario, junto con muchas formasde las que el copón contenía. Un enjambre desolícitas hormigas rebullía en rededor del Pande los Ángeles, que yacía en medio deinmundicias...

Las formas fueron recogidas con cuidado yentre un pueblo que daba alaridos, conducidascon gran pompa a Santa Clara, en donde, enuna misa solemne que se celebró, se consu-mieron todas. Sin embargo faltaban algunas,faltaban, además, los copones que las contu-vieran...

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El Obispo fulminó excomunión mayor contralos sacrílegos y contra sus encubridores, si enel perentorio término de tres días no aparecíanlos vasos robados.

El vecindario de Quito vistió de luto, las cam-panas y los órganos de las iglesias de la ciudadenmudecieron, la fúnebre ceremonia de lanzarla excomunión se repetía todos los días. ElObispo de Quito había dado, para ello, la fór-mula teatral en el edicto que sobre el sucesopublicó: los curas y capellanes, al tiempo delofertorio de la misa, debían salir delante delpresbiterio, con cruz alta cubierta de velonegro, y anatematizar a los sacrílegos, cantandolas proféticas maldiciones que David lanzó contraJudas en el salmo Deus, laudem meam netacueris, y luego, en voz alta, exclamar laespeluznante maldición ritual: “Maldito sea elpan, vino, carne y sal, pescado y otras cosasque comieron y bebieron; sus obras seanhechas en pecado mortal y el diablo, padre detodo mal, sea a su diestra; cuando fueren ajuicio, siempre sean vencidos; sus mujeres viu-das y sus hijos huérfanos, anden mendigando

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de puerta en puerta y no hallen quien les so-corra; la maldición de Dios y la de los biena-venturados apóstoles San Pedro y San Pablovengan sobre ellos, la de Sodoma y Gomorra,en que llovió fuego del cielo y las abrasó, y lasde Datán y Abirón que, por sus pecados, lostragó vivos la tierra…”

Después, apagando una candela ardiente en elagua, el sacerdote decía: “!Así mueran susalmas en los infiernos como esta candela en elagua!”... Y los circundantes, aterrados, respon-dían: ¡Amén, amén...!

...Un escalofrío de espanto corría en la multitud...

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Después de tres meses de luto, un buen día deabril apareció el copón: encontrósele tirado enla puerta de San Francisco... Pero ¿losladrones? ¡Ni pelo de ellos!

En Santa Clara, las monjas que, encerradas,poco o nada podían hacer para descubrir a los

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autores del crimen, mientras la audiencia ydemás autoridades lo pesquisaban, habíanadoptado, en su candor angelical, un arbitrio:como podían cantar los cantos del Señor, ¿porqué no averiguar por su medio por los sacrí-legos ladrones? Así pues, en el mismo tono enque canta la Letanía de los Santos, todo eltiempo, en todas las funciones de su iglesia,diéronse a cantar con sus vocecillas gangosas:-¿Quién se robó los copones?

Pero si las gestiones de los magistrados eranhasta entonces inútiles, los cantos de las mon-jas no lo eran menos. Las investigaciones delos Oidores, aún a la larga, y a pesar de su jergacurialesca, no debían ser tan empalagosascomo ese sempiterno ¿Quién se robó loscopones? Repetido mil veces en el mismo toni-to gangoso...

Había un sacristán en Santa Clara, un pobremestizo, de esos que por toda renta tienen loscabos de las velas que los devotos ponen a lossantos, de aquellos de quienes está escrito queposeerán el reino de los cielos, porque son

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pobres de espítiru... A este infeliz, en medio desu simpleza, llegó a cargarle el cantito de lasmonjas, a él, ¡que lo estaba oyendo a todashoras!

Un día en que ayudaba, vestido de la raídasotana, a una de las muchas ceremonias queen la iglesia de las monjas se celebraban,entonaron éstas, como siempre, su eterno¿Quién se robó los copones…?

No pudo más el sacristán: perdió los estribos,y loco, sin saber lo que se hacía, subió al altary, cuando resonó la última nota gangosa delsiempre invariable ¿Quién se robó loscopones?, volvióse y, como un sacerdote quedijera Dominus vobiscum, abriendo los brazos,en el mismo tono que las monjas, les respondióal eterno estribillo... ¡¡LOS LADRONES!!...

Y, ¿los ladrones? ¿Parecieron al fin? Sí: loscogieron en Conocoto, los trajeron a Quito, losahorcaron y ¿qué más? Pues, nada, simple-mente, los descuartizaron.

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¿Terror...? ¿Esperanza...?

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RA el año de 1851 y el señordon Diego Noboa y Arteta,Presidente de la República de-rrocado por su compadre Ur-vina, bogaba ya en un buqueque, salido de Guayaquil conderrotero al norte, hacia Cen-

tro América, gracias a los tem-porales y a la habilidad de los pilo-

tos, fue a anclar por fin en Paita.

Urvina proclamado Jefe Supremo de esta asen-dereada República, por una de las innumerables

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¿Terror...? ¿Esperanza...?

E

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revoluciones de cuartel que la han afligido,estaba próximo a entrar en Quito.

El escuadrón Taura, compuesto casi en su tota-lidad de terribles negros montubios, era la fuerzamás terrible con que Urvina había contado paraadueñarse del poder.

Los Tauras, en el viaje del nuevo gobernante ala capital, venían sembrando por doquiera eldesconcierto y la desolación: no había abusoque no cometieran esos forajidos, cuya fama,aún peor que sus hechos, los había precedido asu entrada en Quito, en donde a cada vecino nole llegaba la camisa al cuerpo al pensar en loshorrores que iban seguramente a cometer esosdesalmados en la ciudad indefensa.

La alarma crecía por momentos a medida queUrvina y sus Tauras se acercaban a Quito... Yase daba como un hecho que el Jefe Supremoconcedería a sus terribles soldados unas cuantashoras de saqueo en premio de sus buenosservicios... ¡Y cómo no había de ser cierto!Si Urvina era un liberalote que -¡Jesús! se

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persignaban al nombrarle las beatas de Quito,quienes, dicho sea de paso, eran más nu-merosas, si es posible, en aquellos tiempos, queahora.

Por supuesto que, con esos temores, no hubotítere con faldas y que contara con valimientoen los conventos de monjas, que no se refugia-ra en alguna de las casas de las vírgenes delSeñor. Los monasterios estaban que no cabíande gente, y las monjas en ellos, atareadísimasen atender a las asiladas, casi todas señoras delas altas clases sociales.

Ellas, a pesar de estar encerradas y bien prote-gidas por las terribles censuras eclesiásticas,que prohíben la entrada de pantalones a laclausura monacal, no se creían aún bastanteseguras: ¡Urvina era tan liberalote! ¿y susTauras? ¡San José bendito! ¡Esos eran unosbárbaros que no le tenían miedo ni a Dios ni alDiablo…!

Y allí eran los rezos, y las rogativas y el estarsecon el alma en un hilo...

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Al fin, Urvina llegaba a Quito, y en efecto, losterribles Tauras venían a la cabeza del ejército.El miedo crece por instantes: en todas partes secuchichea los horrores que cada uno prevé,dándolos ya por ciertos y el terror llega a sucolmo con la presencia de esos negrazosapenas entrevistos por el ojo de las cerraduras.Porque huelga el decirlo, no hubo puerta queno se cerrara y atrancara con cuanto cada cualencontró a mano.

Si el terror se había apoderado en Quito detodas cuantas se visten por la cabeza y sedesvisten por los pies,-y aún de muchos queusan pantalones ¡cuánto más no sería de lascastas y timoratas esposas del Señor! En aque-llas pobres cabecitas en que se alojan tan té-tricas pinturas de Satanás, las ideas que evoca-ba la expectativa en que todo el mundo estaba,debían concordar con las terribles pinturas queles hacía el padre capellán cuando del infiernolas hablaba. Si para las beatas de Quito Urvinay sus Tauras eran un aborto del infierno, Atilay los hunos, para las monjas debían ser lapropia legión que San Miguel venciera al gritode ¡Quién cómo Dios!

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El convento de Santa Catalina, uno de los quemás asiladas albergara, contaba entre susreligiosas monjas que habían abrazado la vidaclaustral desde su infancia, y que, en esto másfelices que nosotros, poco o nada sabían deeste perro mundo en que vivimos.

La curiosidad es el flaco de las mujeres: estaverdad es ya consagrada. En estas pobresmonjitas, reclusas toda su vida, la expectativade los horrores que iban a pasar engendrabaideas para ellas extrañas: ¡el saqueo! ¡Terriblepalabra, evocadora de cosas tan estupendas,tremendas, vedadas, pecaminosas…!

Y cuenta mi cuento, lector, que había en SantaCatalina una monjita joven a quien tentó eldiablo, que se dejó llevar con delectación mo-rosa, a pensar en el saqueo, a representarsecon mucha viveza que los terribles Taurasrompían las puertas que, el día de su profesión,se habían cerrado tras ella para siempre... Y latentación, dice el cuento, que fue terrible, y que lamonjita llegó, por instigación de Satanás, a casi,casi desear que viniera algún acontecimiento

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raro a romper la monotonía de la vida delclaustro.

Urvina entraba ya en Quito... Los Taurasasomaron al fin. Por la Recoleta, iban entran-do a la desbandada, en grupos terroríficos, yatravesaban la ciudad silenciosa como unsepulcro, de sur a norte, por las diferentescalles, para reunirse en Ejido.

Pasan unos por Santa Catalina, enormes,musculados, fornidos. La calle escueta resue-na con los pasos de los soldados que se ale-jan... Luego viene otro, que se ha atrasadodel grupo...

Al pasar por frente a la iglesia, oye una vozque le interpela, ansiosa, angustiada, con mo-dulaciones de esperanza, de miedo, deilusión:

¡Señor soldadito, señor soldadito! ¿A qué horaprincipia el... saqueo…?

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Era la monjita de mi cuento que así interrogabaal fornido Taura, desde la torre de SantaCatalina.

Y ese día pasó como tantos otros en aquellavida monótona... Aquel día no hubo saqueo...

Y ¿qué fue de la monjita?

Pues, que arrepentida, y renunciando a lailusión de saber lo que era aquello del saqueo,hizo penitencia, Flevit amare, como San Pedro,y siguió su vida, monótona y siempre igual,

Un Cielo gris,Un horizonte oscuro,Y andar, andar...

procurando desechar, desde entonces, todatentación de infidelidad contra el divino esposo.

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Más pobre que Cristo

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EGÍA los destinos de las IndiasOccidentales la Católica y RealMajestad de don Felipe II, yen su Real Nombre go-bernaba la Real Audienciade Quito el Excmo. señor doc-tor don Miguel Barros de

Sanmillán.

Eran esos lejanos tiempos de aquellos en queaún se creía en España que no había más queliar el petate y venirse a América para que, en

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Más pobre que Cristo

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llegando, la Madre Gallega, vulgo fortuna, lehubiera de salir al encuentro a cualquier pela-gatos que tuviera el suficiente valor paraemprender una navegación de dos o tresmeses, y una tan generosa constitución que,por ella, llegara a estas benditas tierras con loshígados sanos. El oro americano había sidotan ponderado en la Madre Patria, que muchoscreían que era tal su abundancia en este suelo,que no había más que bajarse para cogerlo, yasí los más atrevidos se aventuraban a pasar elgran charco en las cáscaras de nuez queentonces se llamaron carabelas, confiados entan halagadoras esperanzas.

Que los tiempos del reinado del demasiadocatólico monarca don Felipe II no debían de serde una alegría loca en España, bien claroparece, si tomamos en cuenta la austeridad, lacrueldad misma del devoto Rey. Todo, bajo sucetro, tomó un aspecto rígido, tétrico, monacal:los trajes eran negros, el arte severo y los pla-ceres reales edificar monasterios, erigir regiospanteones. La Inquisición, ese tribunal espan-toso, que floreció entonces como en ninguno

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otro período de la historia, arrancó a España laalegría de vivir. Prisiones misteriosas, críme-nes, más adivinados que sabidos, amores crue-les del Rey con la Princesa Eboli, a la que en unacceso de rabia arrancó un ojo..., guerrasdesastrosas que asolaban el país en que secebaba el hambre, la misteriosa muerte delPríncipe heredero, circunstancias eran quehicieron ciertamente de esta época tiempo pocomenos que invivible en la Península.

Considerado todo esto, y teniendo como reali-dades se daban en España sobre la riqueza deAmérica, sobraba gente que se echara al mar.

La desgracia era que, llegados a estas tierras,no encontraban que los indios fueran dorados,sino haraposos; que también en América habíaInquisición, y que aquí, como en todas partes,regía la maldición de Dios al primer hombre:comerás el pan con el sudor de tu frente.

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Mal avenido con la suerte y llevando la mismavida que el Buscón de Quevedo, comiendo eldía que no almorzaba, y durmiendo para entre-tener la pena de no haber cenado, vivía entoncesen Sevilla, Pedro de Alderete. Cansado de nollevar encima sino un medio jubón, del que unamala capa cubría apenas las injuriosas ras-gaduras, cansado de haber recorrido cuantooficio creó el ingenio humano para sacarle alprójimo unos cuartos de la faltriquera, sin quesus heroicos esfuerzos bastaran para lograreste honrado fin, Pedro de Alderete se resolvióa venirse a Indias, y, con el encapillado, seembarcó en Sanlucar en el primer galeón quetopó en el puerto.

Mal que bien, después de fatigosa navegación,dio con su humanidad en Portovelo, y tras milpenalidades, se vino de allí al Perú, rico de ilusio-nes que al pobre se le iban desvaneciendo encuanto recorría la tierra que, a su salida de España,había creído empedrada de tejuelos de oro.

Siempre a la caza de un peso, llegó Pedro deAlderete, peregrinando por los ásperos caminos

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de la Sierra, al Reino de Quito, término ambi-cionado de su viaje. Pero ¡quiá! los pesos y lostejuelos ¡eran aquí más raros que el ave Fénix!

Así llegó al pueblo de San Luis, cerca deRiobamba, miserable aldea perdida en mitad dela planicie andina. -Era la Semana Santa, y elcura, un buen viejo, se preparaba a celebrar,con toda la pompa posible en esos trigos, losdivinos misterios de nuestra redención. A lacasa parroquial fue a golpear el pobre Alderetey el cura, ejerciendo las obras de misericordia,dio posada al cansado peregrino.

-¡Padre, ya no puedo más! principió el infelizcuando hubo consolado su estómago con elbuen puchero parroquial.-Y allí fue la confesiónde sus miserias, de sus fatigas, de sus esperan-zas fallidas. -Déme vuesa paternidad un consejo:¿Qué haré para no morirme de hambre en estatierra extraña, en donde creí toparme, a lomejor, con la fortuna?

-¡Ay hijo! ¡Todos creemos en España lo mismo!Los tesoros, si los hubo en América, se evaporaron

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como un sueño: aquí no hay oro, sino miseriay trabajo; no hay abundancia, sino cortedad entodo. ¡Tarde hemos llegado, hermano!... Pero,¿queréis ganar unos veinte patacones?

-¿Veinte patacones, decís, padre? ¡Uno quisierayo, con la bendición de Dios! ¿En dónde estáese tesoro escondido? ¿Qué debo hacer paraadueñármele?

-Aquí mismo lo tendréis, don Pedro, pero…Porque, habéis de saber que el negocio tiene unpero...

-Así tuviere tantos peros y manzanos, cuantosen Galicia dan la sidra. Hombre soy, padre,capaz de las mayores empresas.

-Pues ello es que tenéis que dejaros crucificar.

-¡Ay padre!, ¡que me parecéis Judas! Y decidme,¿esa crucifixión será de veras, como la denuestro Salvador? Porque si es así, ¿para quénecesitaré los patacones sino para que loscobréis vos por mi sepultura?

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El buen clérigo, que ciertamente, en algo queríafavorecer al español, le explicó entonces cómolos indios, para rememorar la pasión del Señor,solían figurar, en los días santos, las escenas denuestra Redención, y cómo, el Viernes Santo,en San Luis, a falta de una imagen del crucifi-cado, colocaban a un hombre de carne y huesoen la cruz durante el sermón de las Tres Horas;díjole, además, que ese año les faltaba un hom-bre a propósito para que figurara a Cristo, y queese hombre podía ser él, Alderete.

Tres horas de crucifixión, por veinte pesos,mal pagado era: Dios Nuestro Señor sacómayor provecho, pues que nos ganó a todospara el Cielo. Pero, como la diferencia entreCristo y Alderete es bastante perceptible, elpobre se convino en el negocio, en que, al finy al cabo, no arriesgaba sino un poco de can-sancio.

Llegó el Viernes Santo, y Alderete, que era bienparecido, blanco y rubio, hizo muy buen papelen su Cruz.

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¿Para qué hablar de los infinitos calambres queal pobre le atacaron en el árbol de nuestrasalud? Tres horas de inmovilidad en una posi-ción forzada, ¡son un martirio! El pseudo Cristorenegaba de su suerte y puede decirse que dabaa todos los diablos al buen Cura que hacíaaspavientos y ponderaba, desde el púlpito, laPasión del Salvador del Mundo, que, ante sussufrimientos, le parecía una friolera. Las sietepalabras se le antojaban al infeliz Alderete unmar de palabras, todo el diccionario, y, cuando,por fin, el Cura acabó de pronunciarlas, contoda su alma agradeció a Dios.

Ya la gente salía y la iglesia se vaciaba.

Una vieja quedó, la última, y llorosa, supli-cante, antes de salir, se arrodilló ante el crucifi-jo viviente, y

-¡Dios mío! ¡Por tu pasión santísima, por tuafrentosa muerte, salvadme! Sacadme de estapobreza que me oprime: dadme unos trescien-tos pesos!...

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Con esto no pudo más el pobre Alderete, yperdiendo ya la paciencia ante pretensión seme-jante,

-¡Trescientos pesos! gritó furioso. ¡Pedirmetrescientos pesos, a mí, que estoy crucificadopor veinte! Lárguese, hermana, antes que yola acogote...

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A Juan León Mera,afectuosamente

Los artículos de la fe

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OBERNABA la Diócesis deQuito el ilustrísimo doctordon José Pérez Calama, y suinaudita facilidad para pro-nunciar autos condenato-rios y lanzar excomuniones,tenía, como vulgarmente se

dice, metidos en un zapato a losclérigos del Obispado.

Con todos los disolutos había podido la severi-dad del Prelado: sólo uno le traía a mal andar.Este hombre irreductible se llamaba el doctor

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Los artículos de la fe

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don José Albuja. Su afición a la guitarra hacíaque murieran, casi al tiempo en que nacían conlas amonestaciones del Obispo, sus propósitosde nunca jamás volver a ofender a Dios...

Era el doctor Albuja un buen mozo de una vez:nada le faltaba para ser un temible seductor:su donaire, su figura, su voz de barítono, quecuando cantaba uno de esos tonitos sentimen-tales de la tierra, que saben retorcer el alma, searmonizaba tan bien con las notas que élmismo arrancaba de la vihuela, eran otros tan-tos alicientes que adornaban su persona.

Tal era el simpático clérigo que contaba porcientos las confesadas guapas y al que todo elmundo acudía a oír cuando cantaba en el corode la Catedral alguna misa de fiesta gorda.

A cada escándalo que cometía el doctor Albuja,al Obispo le salían canas verdes, como sidijéramos. Lo encerraba, ya en San Francisco,ya en el tétrico convento de San Diego, y cadavez salía el doctor Albuja arrepentido, lloroso,compungido, pero, como ya dije ¡ay!, sus

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buenos propósitos se evaporaban apenas veíauna guitarra o pasaba cerca de él el frú-frú deunas faldas... ¡Era su fatalidad!.

El señor Calama ya había perdido su latín, queno era poco, con el clérigo: ya las tunas y gatu-perios del doctor Albuja se contaban por lasestrellas del cielo.

Llegó la cuaresma, y el santo sacerdote andabade lo más divertido y el Obispo cada vez máspreocupado.

Grande fue la sorpresa de Su Ilustrísima al verentrar un buen día en su despacho, compungi-do y humillado, a su rompe-cabezas, el doctorAlbuja, que, sobre poco más o menos, le dijo:

Ilustrísimo señor, perdone Vuestra Señoría queose presentársele este pecador empedernido.Reconozco mis faltas, y estoy listo a repararlas.Soy indigno de todo perdón, pero la bondad deDios es grande: El me llama, Ilustrísimo Señor:oigo su voz que clama, como amoroso pastor porla oveja descarriada. Vengo a Vuestra Señoría

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para que me ayude a salvar mi alma de lasgarras de Satanás. Ilustrísimo Señor: quieroentrar a los ejercicios de San Ignacio que se danen este tiempo en la santa casa de la reco-lección de la Merced: estoy seguro de que lagracia de Dios me ha tocado, y que saldré deesos ejercicios convertido...

El bueno del Obispo, lleno de santo júbilo diocrédito a las palabras del clérigo, y le facilitóinmediatamente la entrada al Tejar.

El doctor Albuja dio en aquellos ejercicios ejem-plo de verdadero arrepentimiento: de sus ojosvertían tan abundantes las lágrimas, que sehubiera dicho que quería lavar en ellas su almarenegrida por el pecado: salió del Tejar en lasmejores disposiciones para llevar una vidaejemplar.

En efecto, así sucedió: el doctor Albuja fue unmodelo de virtud.

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Paseábase un día el Ilustrísimo Calama por laLoma Grande, rodeado de sus familiares y conel aparato que, entonces, gastaba todo Obispo,cuando se le acercó un hombre, y

-Señor ilustrísimo, le dijo, allí está el doctorAlbuja dando un escándalo. Es una lástima vercómo los sacerdotes de Dios andan así perdidosen francachelas...

-¡Miente, hermano!-le interrumpió el Obispoindignado. -¡Eso es imposible! El doctor Albujalleva ahora una vida ejemplar. No lo puedocreer sin verlo...

-Pues si vuestra señoría quiere, vamos, quecerca está.

-Vamos,-dijo el Prelado- Y, siguiendo al denun-ciante, se dirigió con su séquito a la MamaCuchara.

En una casita de la plazoleta se oía el rasgar deuna guitarra que, de estar allí San Pascual, deseguro se ponía a bailar aunque fuera en lacorona del Obispo...

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Entró éste, y parándose en la puerta de unaposento que daba al zaguán, vio al doctorAlbuja que, pañuelo en mano, estaba bailando,con una guapísima chola, una de esas “¡alza,que te han visto!” que quitan el hipo.

La música, a la vista del Obispo, paró en mediode un compás: el doctor Albuja se quedó in-móvil, en la postura en que el Prelado lesorprendiera. Este, furioso, le increpaba:

-¡Pero, doctor Albuja! ¡Esto es para nuncaacabar! ¡Esto es la vida perdurable...!

Y él, mohíno y cabizbajo, le contesta:

-¡No señor, esto es... la resurrección de lacarne...!

¡Era su fatalidad!

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Para Dn. José ModestoLarrea y Jijón, mi primo.

Nobleza de abolengo, nobleza de alma

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A atrevida y heroica tentativaque los quiteños habían hechoen 1809 para sacudir el yugoespañol, había acabado trá-gicamente: la flor de la libertadhabía durado lo que sus her-manas las rosas, hasta dejar

caer sus últimos pétalos a orillasdel Guáitara... De los próceres que

escaparan a las matanzas del dos de agosto de1810, unos andaban prófugos por los montes,inseguros hasta en sus últimos y más secretos

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Nobleza de abolengo, nobleza de alma

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escondites; otros, acogidos al indulto real, vivíanen las ciudades una vida llena de zozobras bajoel ojo escudriñador de las autoridades españo-las. Corría el año de 1813, época en que todaesperanza de ver resurgir, en este Reino deQuito, la causa de la patria, parecía muy incier-ta y lejana: la catástrofe de don Carlos Mon-túfar en Ibarra, había dejado sumida en hondaconsternación a toda alma patriota.

Achacoso, más que por su edad, por dolenciasy desengaños, vivía en sus históricas casas deSanta Bárbara, el Marqués de San José, donManuel de Larrea y Jijón, Diputado que habíasido de la extinguida Junta Suprema del AñoHeroico.

Sin esperar ya sino muy remotamente quevolvieran a lucir para la patria días esplen-dentes, la vida del Marqués, atacado entoncesde parálisis, se consumía entre los cuidados desu cuantiosísima fortuna y aquellos querequería la exquisita educación que se habíapropuesto dar al único hijo que la Marquesa,doña Rosa Carrión y Velasco, le había dado.

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Era una noche de octubre del año mencionado:la lluvia caía abundante, y las aguas corríantorrentosas por las acequias que toda calle deQuito tenía, en esa época, destapadas, en suparte media.

El rudimentario alumbrado de velas de sebo,acababa de expirar en alguno que otro farolillo:las nueve de la noche sonaban en las torres delos conventos, y los vecinos, después de toma-do el clásico chocolate, a esas horas, paranosotros tempraneras y para ellos avanzadas,reposaban tranquilos entre las sábanas. Dichoesto, ya se comprende que las calles de Quitoestaban desiertas...

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Consuelo era, y muy grande, para el Marquésde San José la lectura: hombre de ingenio vivo,y que había alcanzado a acopiar los másconocimientos que en su época se podía en laatrasada colonia, el trato con don Juan de DiosMorales, con Humboldt, con Espejo, que había

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sido su médico, le habían dado el gusto deinstruirse: la cultura francesa principiaba a ha-cerse sentir en América y las obras deD´Alambert, por ejemplo, eran la últimanovedad en las colonias.

Absorto se encontraba el Marqués, con un libroabierto sobre las rodillas y sentado en un gransillón de vaqueta. Sólo el ruido de la lluvia seoía y el rodar del agua en las acequias de lacalle. -Ajeno a toda preocupación, de pronto noprestó interés a algún ruido que le pareció oíren la vecina pieza, que era el salón de la casa.Era este salón, por su suntuosidad, afamado enQuito: el cielo estaba sostenido por dos órdenesde columnas; rica alfombra latacungueñacubría el piso, soberbios damascos de Aranjuezformaban amplios cortinajes en los anchosventanales. Aquel salón que había visto desfi-lar a los más encumbrados y tiesos personajesdel reino, era en aquel momento teatro de esce-na muy diversa: una de sus ventanas, abierta,por la que penetraba el aire húmedo y frío de laoscura noche, daba también paso a varios per-sonajes embozados en aquellas capas de varias

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esclavinas adornadas, que llamaban entoncesde barragán, de grueso y pesado paño veinti-doceno de Segovia, impermeable a la lluvia.

La escasa luz que, de la pieza en que elMarqués leía penetraba en el salón, dejaba verque los embozados traían, además, las carastapadas con antifaz que les ocultaba las faccio-nes.

Sigilosamente, a paso de lobo, uno a uno, en-traban por la ventana: quien, oculto en el salónestuviera, habría contado cinco... Así avanza-ban esas sombras.

Ibant obscure soli sub nocte per umbras.

Pero, la humana extirpe está sujeta a flaquezasincontenibles: la lluvia, el frío, habían, sinduda, acatarrado a uno de los enmascarados,que no pudo retener un estornudo. ¡Fatalidad!Pensaron que estuvieron descubiertos, ysuspensos, esperaron un tanto. Nada, sinembargo, sintieron que les confirmara en sustemores: sólo notaron que la luz de la vecina

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pieza se había apagado y, como nada oyeran,creyeron que, o el aire que por la abierta ven-tana entraba, la había matado, o que el Mar-qués ya en el lecho, se disponía a dormir. Así,sosegados, volvieron a su interrumpida tareade avanzar hacia un gran arcón que en uno delos ángulos del aposento había, mueble en quese guardaban los caudales de la casa.

El señor de San José, mientras tanto, habíadejado su libro y apagado la vela. Apoyado enel par de bastones de que hacía tiempo seservía para ayudar a sus achacosas piernas, sedirigió con el mayor sigilo al salón. Llegó a lapuerta de su alcoba, que con la gran piezacomunicaba, y pudo ver aquellos negros bultosque se deslizaban silenciosamente en la noche.

Mil terrores, mil presentimientos funestosestallaron en la mente del anciano indefenso: asu imaginación exaltada se le presentaronpavorosas ideas de persecución, de asesinato, yllegó, en su agitación febril, creyendo fuerangenízaros del gobierno español, que contra supersona venían, a no poder reprimir un grito,

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que, seguramente, para los embozados, debióalcanzar la magnitud que tendrá, en el valle deJosafat, aquella famosa trompeta que ha dedespertar a los muertos.

Al grito del Marqués, sus criados acudieron conpresteza, penetrando atropelladamente en elsalón. Los fieles servidores, creyendo a su amoen peligro, habían volado en su socorro, yentraban con luces en la estancia.

Don Manuel de Larrea había avanzado hastauna de las columnas del salón, en la que seapoyaba para no caer. Al entrar los criados, losladrones, que no otra cosa eran aquellosenmascarados, trataron de huir precipitada-mente por la ventana: unos llegaron a hacerlo:de cinco que eran, cuatro se pusieron en salvo.

En medio de la confusión general, un fornidonegro, esclavo del Marqués, llegó a apercollaral único que no había podido salvarse: ladróny esclavo luchaban furiosamente, el primeropor desasirse de los robustos brazos que leoprimían, el otro, por no soltar su presa. Aquel

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movimiento desordenado de lucha los habíaacercado a la columna en que el Marqués esta-ba apoyado: éste pudo entonces ver la escenaque el espesor de la columna le ocultaba.

Ahí, a su lado, el grupo del esclavo y delladrón, jadeaba, se retorcía… Fijos, atónitoslos ojos, el Marqués miraba la escena, sin podermoverse, pues había dejado caer sus bastones:los otros criados hablaban todos a la vez, iban,venían en revuelta confusión. Y el grupo seguíaluchando. De repente, en un movimiento bruscode la lucha, se arrancó el cordoncillo que teníasujeto el negro antifaz sobre la cara del ladrón, ysus facciones quedaron al descubierto.

Como si de pronto el achacoso Marqués hubie-ra recobrado el perfecto uso de sus entorpecidosmiembros, dio un salto, y agarrándose a loscombatientes para no caer, con la mano que lequedaba libre, tomó rápidamente el antifaz,que de una oreja del ladrón pendía, y se lo apli-có al rostro. -¡Tápate, por Dios!, le dijo: ¡que note conozcan! Luego, dirigiéndose al negro que,absorto, se limitaba a tener sujeto al ladrón:

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-¡Suelta, Mateo! -¡Y salid todos vosotros!¡Pronto, fuera!.

Sin entender orden tan extraña, se retirarontodos: don Manuel de Larrea había reconocidoen el ladrón a un amigo suyo...

Cuando se quedaron solos, cabizbajo el embo-zado, hizo ademán de hablar... El Marqués deSan José no le dejó hacerlo, y mansamente,

-Retírate por donde entraste, dijo: nadie sabránada... Yo procuraré olvidar esta noche.

Al otro día, el ladrón veía entrar por el anchoportalón de su casa un criado del Marqués deSan José, que al entregarle un taleguito, leentregó también esta carta:

Amigo mío y dueño de mi afecto:

El portador, mi criado Mateo, te entregará lascien onzas de que me hablaste anteriormente:puedes guardarlas hasta cuando te plazca.

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Dios te gde. ms. as.

El Marqués de San José

Son 100 onz.

Así, el noble anciano hizo tres caridades: per-donar las injurias, salvar el honor y remediar lanecesidad de un infeliz.

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El descabezado de Riobamba

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AL MARGEN DE LA HISTORIA

N los años fatídicos de 1814o 1815, como lo sabe un niñode teta, los patriotas andabana salto de mata.

Riobamba, en aquella época,era, por las noches, lo que

eran todas las villas y lugares de poraquí: una boca de lobo de mala

conciencia.

Sonaba la media noche, hora en que brujas yalmas en pena salen a hacer de las suyas por

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El descabezado de Riobamba

E

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esos trigos, cuando se oyó el galope de uncaballo. Como en aquel tiempo cada hijo devecino dormía con un solo ojo, en expectativade las nuevas de la guerra, los riobambeñosecháronse a medio vestir a las ventanas,creyendo sería algún posta que traía noticias alCorregidor, mas quedáronse clavados de terroren el sitio: ¡el asunto no era para menos! Loque veían no era cosa de este mundo: era sinduda el alma condenada de algún insurgente...

Sobre un caballo negro iba jinete un hombresin cabeza: cubríale el cuerpo un poncho negrocomo el caballo, y llevaba calzón negro...

El Descabezado fue al día siguiente el temaobligado de la conversación de los riobambeñosque, al encontrarse en la calle, se preguntaban:¿Sabe Ud. la novedad don Fulano? -¡Puesanoche por poco me quedo muerto! ¡Figúreseque vi al Descabezado!... -Para mi santiguadaque debe ser el alma de alguna mala pécora queanda recogiendo sus pasos de pícaro en latierra...

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El Descabezado hizo su primera aparición unsábado: el sábado siguiente la cosa volvióse arepetir y así todos los sábados. A los riobam-beños ya no les llegaba la camisa al cuerpopensando que, pues el Descabezado venía delcampo y se volvía al campo después de unlargo paseo por la ciudad, algún maleficio debíaestar tramando en ella. Cada títere con cal-zones o con faldas creía tener la espada deDamocles suspendida sobre la coronilla.

Dejemos por un rato a los turulatos vecinos deRiobamba, y nosotros, que no le tenemosmiedo, sigamos al pavoroso fantasma.

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Desde que Juvenal, en la antigüedad clásica, dijo:

“Nulla fere causa est in qua non femina litem moverit”,

se sabe que, en todo misterio, hay faldas de pormedio.

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Si recordamos que

En vano más de una vezSe sigue al crimen la huellaPor no preguntar al juez¿Quién es ella?,

y, aprovechando la lección que encierran estosversitos de Bretón de los Herreros, nos pregun-tamos ¿quién es ella?, pronto daremos, a lasafueras de la ciudad, con una casita, y en ella,con una hija de Eva, de esas del chupe, de esasa quienes provoca decirlas con Espronceda:

Tienen un boquitrisTan chiquitirris,Que me lo comeribaCon tomatirris.

¡Y hasta sin salsa era de comerse ésta!

Si nos quedamos en el umbral de la casita unsábado a la hora en que, al oír el galope delinfernal caballo negro, se les paran los pelos alos timoratos vecinos, veremos penetrar alfatídico animal en el patio de la casita y apearse elDescabezado tranquilamente de su cabalgadura.

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Quítase el poncho negro y el misterio se aclara.Vemos que el Descabezado tiene cabeza, unacabeza que lleva un sombrero de fieltro duro,de esos que usan los indios, con las alas bajasy sobre las que reposaba el poncho. En la es-calera está la mocita que, como ya he dicho, esun manojito de claveles.

Dejándolos de hablar en parábolas, narremos lahistoria con sus pelos y señales:

Cura era del pueblo de San Luis, contiguo aRiobamba el doctor... ¿Quieren Uds. que lollamemos Pedrosa? Pues bien, el doctor Pe-drosa, hombre de muy buenas prendas, deci-dor y galante si los hay, distinguido por sucalidad, y que de clérigo no tenía más que lasotana.

¿En dónde conoció el doctor Pedrosa a Mari-quita Fuentes? No tenemos para qué averi-guarlo, ni viene a cuento. Bástenos saber queel doctor de la Pedrosa supo engatusar tan biena la muchacha, que en breve la chica capituló,la fortaleza se rindió y.... ¡voló la paila!

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El cura, que no era bobo, se puso a excogitar elmedio mejor de ver a su dulcinea sin escándalo,y ninguno halló más apropiado que el de fingirseaparición de la otra vida. Montaba, pues, en supueblo, en el caballo negro y se cortaba lacabeza en el camino, poniéndose el ponchoencima del sombrero. En esta figura daba unascuantas vueltas por las calles de Riobamba,asustando a la gente, a la que más gana le veníade atrancar la puerta y meterse en el últimorincón que de seguirlo, y luego, pacíficamente,como hemos visto entraba libre de inquietudesen el Sancta Sanctorum de sus delicias.

Lo mismo hacía para volverse a su presbiterioy... ¡hasta más ver!

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Entre tanto el Descabezado seguía siendo elcoco de los riobambeños. No había quien seatreviese a poner la nariz fuera de la casa lossábados por la noche, aunque se le estuvieramuriendo la suegra.

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Más, el diablo que siempre paga mal a sus devo-tos, les metió en la mollera a dos mozos alegres,de esos que son capaces de hacerle una voladahasta el Santo Padre de Roma, el cerciorarse de siera aquel Descabezado de éste o del otro barrio.

Vivían nuestros calaveras frente a frente, y,para lograr su intento, decidieron templar unacuerda de una ventana a la otra, a través de lacalle. Las casas de Riobamba, que en su ma-yoría eran bajas, les ofrecían grandes facili-dades para la ejecución del proyecto.Instaláronse, pues, un buen sábado por lanoche, cada uno en su ventana y cada unocon una punta del cabestro. Sonaron las docey apareció el Descabezado jinete en su fogosocaballo negro, que venía a galope. Los mozosarmándose de valor, templaron la cuerda yrematándola en las rejas de la ventana, espe-raron el desenlace: de ser el Descabezadoánima solamente, el cabestro había de pasarlea través del bulto.

Llegó el fantasma y, notando que había gente,picó al caballo que apretó a correr.

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Mas el cabestro estaba templado, y dándole aljinete en el pecho, con el ímpetu que iba el ani-mal, tiró rodando al suelo al Descabezado. Ahífueron las risas de los mocitos y el echarse a lacalle, provistos de velas a reconocer al fantasma.

Allí encontraron al infeliz ahogándose en el pon-cho, y lleno de contusiones. Lograron los mozosquitarle la indumentaria y ayudarle a levantarse.Su risa creció de punto al reconocer al cura deSan Luis, y al ver los apuros del atortolado cléri-go que no acertaba a dar explicación al suceso.

A la mañana siguiente era voz pública enRiobamba que no volvería a aparecer elDescabezado, mientras que cada cual contaba,en secreto, naturalmente, a sus amigos, que elfantasma era de carne y hueso y el mismísimodoctor de la Pedrosa, cura del asiento de SanLuis. Dicen que desde entonces los riobam-beños son muy valientes para eso de apari-ciones y almas en pena, y que no creen en esascosas si no están bien comprobadas.

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Piedra con palo

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MEDIADOS del siglo XVIII, laciudad de Cuenca, ahora tanpulcra y simpática, era, en lomaterial, un horror: sus calleseran unos verdaderos mulada-res, en donde los vecinos arro-jaban desde sus casas toda

clase de inmundicias: ni unasola calle era empedrada, y nume-rosas piaras de cerdos se paseaban

por aquellos albañales, intransitables por el polvoen verano, y en donde, en invierno, perecían

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Piedra con palo

A

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ahogadas en el fango hasta las caballerías...Nuestros abuelos, consecuentes con el antiguorefrán de que hay que barrer para afuera, así lohacían, pero se contentaban con dejar la basuraen el portón.

Cuenca, hasta 1771, había sido un simplecorregimiento: en esa fecha fue eregida enGobernación, siendo su primer gobernador donFrancisco Antonio Fernández, a quien sucedióel tan célebre don José Antonio Vallejo y Tacón.

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Era el tal, un español de abolengo, nacido enCartagena de Levante, de padres muy califica-dos. Desde su mocedad se había dedicado a lamarina, en las galeras reales, en las que habíaseguido la carrera con lucimiento, ganando susgrados uno a uno, como antaño se estilaba.¡Lo que va de tiempo en tiempo!

Habituado a la dura disciplina del mar y a la ri-gurosa limpieza de a bordo, quedóse horrorizado

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Vallejo al ver el aspecto que presentaba la ciu-dad que venía a gobernar, y desde que se po-sesionó de su destino de gobernador de Cuencay su distrito, en diciembre de 1776, se propusogobernar más con la escoba que con la vara dejusticia.

Alguien dijo que muchas veces hay que hacerel bien a palos, y a fe que el tal parece que havivido entre nosotros, en donde se evidencia eltal proverbio.

En su afán de mejorar el aseo de la ciudad,encontró el nuevo gobernador obstáculos que,para carácter menos enérgico, hubieran sidoinsuperables: tuvo que luchar contra viento ymarea, para lograr su intento, pues que se lan-zaron contra él frailes y beatas, gentes quevivían en olor de santidad, como si dijéramos...¡Con razón me digo yo, que el olor de santidadnada tiene que ver con el de un perfume deLenthéric!

En su entusiasmo civilizador, Vallejo creó uncuerpo de milicianos como no se había visto

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hasta entonces en Cuenca, perfectamente uni-formados, a la moda de los cadetes de España,limpios, disciplinados...

Y, los frailes franciscanos tuviéronlo tan a mal,que un Jueves Santo, extremando el desacato asu señoría el gobernador, en el Monumento,vistieron a Judas con el uniforme de los mili-cianos. Los agustinos predicaban horrorescontra Vallejo, con alusiones mal veladas,hasta tal punto, que uno de ellos tuvo que salirdesterrado de Cuenca.

Con todo esto, las relaciones entre las dospotestades, civil y eclesiásticas, estaban de lomás tirantes: los empleados civiles y losseñores de la curia eclesiástica andaban comoperros y gatos: su excelencia el gobernador ySu Ilustrísima el Obispo no se podían ver ni enpintura.

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La diócesis de Cuenca fue establecida porCarlos III en 1779, desmembrando el territorio

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del inmenso obispado de Quito, del que eraObispo el ilustrísimo señor don Blas Sobrino yMinayo, hombre de admirables virtudes, quetuvo la inocente manía de legarnos sus retratospor docenas, y cuyo ánimo bondadoso se echóa perder con el tal desmembramiento.

Fue el primer Obispo de Cuenca el ilustrísimoSr. José Carrión y Marfil, natural de Esteponaen el Reino de Málaga, y primo hermano delPresidente Don Juan José de Villalengua yMarfil, que, en esa época, gobernaba laAudiencia de Quito.

El señor Carrión y Marfil, que vino a Américaen compañía del Arzobispo Virrey de Bogotá,don Antonio Caballero y Góngora, debía a tanalta protección sus rápidos ascensos: enBogotá se encontraba como Obispo auxiliar,cuando fue promovido al obispado de Cuenca,del que tomó posesión en 1785.

Una vez en su Obispado, el señor Carrión llegóa encarnar en su persona lo que podemos lla-mar la oposición al Gobierno. -Oficios van,

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notas vuelven entre prelado y Gobernador: eluno reclama que los clérigos y los frailes semoderen en sus predicaciones, el otro contestahaciendo valer las inmunidades eclesiásticas ;el Gobernador sostiene el Real Patronato, y elObispo la dignidad de la Iglesia, y en tan ar-dientes polémicas, los ánimos se van agriandocada vez más...

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Era en Jueves Santo del año de 1786, primeraño en que se habían de celebrar en Cuenca losoficios pontificales de la Semana Santa. Laconcurrencia a las sagradas ceremonias eraenorme, por lo grande de los misterios que seconmemoraban en aquel santo día, y por lanovedad de ver pontificar al Obispo.

Y por supuesto, que allí estaba, en su escaño dehonor, y como representante de la autoridaddel Regio Patrono, el gobernador. El Muy Ilus-tre Cabildo y Regimiento de la ciudad, asistíaen corporación a las sacras ceremonias, senta-dos sus miembros al lado de la epístola, como

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el gobernador lo estaba al lado del evangelio,cerca del altar en que el señor Carrión y Marfil,asistido de sus canónigos, oficiaba.

A cada Dominus vobiscum, el prelado y el go-bernador se mostraban casi los dientes...

Llegó por fin el momento de la comunión ge-neral. Al gobernador, como representante de lapersona del monarca, le tocaba comulgarprimero.

Con las manos sobre el pecho, en actitud re-verente y devota se acerca Vallejo a recibir demanos del Obispo la Sagrada Forma.

“Ecce agnus Dei, ecce qui tollit peccatamundi” pronuncia vuelto al pueblo el Obispo:todos rezan, se golpean los pechos, pidiendo alAltísimo que les quite los últimos tufillos delpecado que no hubiera hecho desaparecer elsacramento de la penitencia...

El Gobernador, a los pies del Obispo espera.-Corpus Domini nostri Jesu Christi, dice éste, y

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Vallejo abre la boca, cierra los ojos contrito pararecibir el Cuerpo de Dios. -Mas, ¡oh poder delodio, oh poder de la venganza! No recibe laSagrada Forma, sino un terrible puñetazo, quele incrusta en los labios la esposa del Obispo, yque, de poco, le vuela los dientes. El SeñorCarrión, no le deja tiempo para la protesta, sinoque le tapa la boca - es el caso de decirlo -conla santidad misma del Sagrado Sacramento, - yal tiempo que el golpe en los labios, Vallejosiente que sobre su lengua se ha posado lamajestad de Dios…

Así se encontraron, piedra con palo...

El gobernador desterraba frailes irreverentes, elObispo irreverente, aporreaba al gobernador.

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Yo fumo y tú... escupes

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O me averigüen Uds. el añoen que pasaba lo que voy acontarles: ello es, que eranlos tiempos de Maricastaña,época tan poblada de histo-rias fabulosas, abracada-brantes, que debía de ser un

puro portento.

Y no es que yo no sepa en qué tiempo, en quéaño, en qué fecha sucedía el verídico casoasunto de esta tradición; ¡no señor, que sí losé, y es que no quiero decirlo! Diré tan sólo,

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Yo fumo y tú... escupes

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porque esto es necesario a mi cuento, que enQuito había un Presidente con peluca empolva-da, casaca bordada, espadín al cinto y calzóncorto; diré, además, que las señoras vestíanfaldellín, que los franciscanos andaban calza-dos y vestidos de azul, que había muchosmenos militares y muchos más frailes queahora: he dicho que blasón de la católicaEspaña nos tenía en tutela.

Pues, señor, el caso es que, a despecho de lasleyes y pragmáticas reales que prohibían a losque no fueran españoles que vinieran a estosdominios de Su Majestad, no sé cómo así, vinoa dar en este olvidado rincón del mundo, unfrancés que, probablemente, creyó que la fortu-na en estos reinos no se le mostraría arisca.

La absoluta escasez de médicos y lo rudimen-tario de los conocimientos que entonces seexigía en un galeno, hicieron que el francés demi cuento, al que llamaremos Jean Montblanc,se decidiera a ganarse la vida, mientras encon-trar medios más expeditivos, sangrando al pró-jimo en una pulmonía o aplicándole una de las

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tantísimas y tan bárbaras recetas de que sequeja Diego de Torres Villarroel, en su “Vida”,libro tan bien escrito como chusco.

Instrumento de la Divina Providencia, matandoa unos, aliviando a otros, se ganaba honrada-mente la vida en Quito el buen francés, al que,ya todos llamaban el doctor de Monteblanco.

En una cosa solamente ponían sus reparosnuestros buenos abuelos: al doctor de Mon-teblanco no se le veía en ninguna de las innu-merables fiestas de iglesia que entonces eran elpan nuestro de cada día... Esto, y la idea deque todo gabacho tenía que ser hereje, no deja-ba de preocupar a las personas graves, y aún alComisario del Santo Oficio que, en cumplimien-to de su deber, tenía que meter por todas parteslas narices en busca de la herética parvedadpara, por medio de las suaves amonestacionesdel tormento y la hoguera, conducir las ovejasdescarriadas al aprisco.

Sin embargo de estas suspicacias, como el doc-tor era tan caritativo, y como sus servicios eran

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tan necesarios en la población, los más pensa-ban que, si no se le veía en las iglesias, eranque oía la misa de alba, y que sus enfermos nole dejaban tiempo para mayores devociones.¡Al fin y al cabo, se decían, también orar esejercer las obras de misericordia! ¡Buen cris-tiano será cuando visita a los enfermos! Y conesto nadie molestaba a Montblanc, que seguía,como todo médico, despachando tranquila-mente gente para el otro barrio.

No hay deuda que no se pague, ni amor que notenga fin: también al pobre Monteblanco lellegó el turno de liar el petate, y la caritativacomadre que cuidaba de su casa, creyó de sudeber ayudarlo, en lo posible, a preparar elequipaje y, sin consultar al galeno enfermo,fuese derecho a Santo Domingo en demanda deun fraile que curara el alma del que tantos cuer-pos había curado.

Monteblanco, que estaba a las puertas de lamuerte, gracias a un batatazo que se habíadado en una de las quebradas de Quito, unanoche que había sido llamado a la cabecera de

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un enfermo, como del oficio que era, se guardóbien de llamar a un colega para que lo atendiese,convencido de que lo despacharía más pronto.Conservaba toda su lucidez y, habituado a verla muerte tantas veces muy de cerca, consi-derándose perdido, esperaba a la Pelada serenoy tranquilo, pues sus convicciones de perfectomaterialista así se lo permitían, ya que, segúnellas, después de su muerte, volvía su cuerpo algran todo del universo, de donde procedían losátomos que lo había formado.

Lleno de santo celo se presentó el dominico encasa del doctor francés, para oír la confesión delmoribundo, al que se apresuró a reconfortar conlos consuelos que nos da la religión para tan apu-rado trance. Montblanc oía, oía atento al parecer,al robusto fraile, que al fin y a la postre le dice:

-Doctor, mejor que nadie sabéis vos que ladolencia que Dios se ha servido enviaros, esgrave, y que, por tanto, os habéis de prepararpara comparecer ante su Divina Majestad.Confesad vuestras culpas, para que el señor osreciba en su seno.

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-Padre, responde el moribundo, os he oídohablar con mucha elocuencia: no he hechodaño a nadie, podéis estar seguro de ello. Biensé que con mis medicamentos y mis drogas hedespachado a más de uno, pero, ¿qué médicono hace lo propio? En cuanto a confesaros loque vos creéis mis pecados, no lo haré, re-verendo padre: ¡no me lo exijáis!

Una víbora que hubiera picado al buen reli-gioso le hubiera hecho menos efecto, le hubieracausado menos horror.

-¿Cómo se entiende? dice: -¿No creéis, pues enDios, en ese Dios que os sacó de la nada, en eseDios que os redimió muriendo por vos en igno-minioso patíbulo, en ese Dios que os ha guiadoa través de vuestra vida?

-No, reverendo padre.

-¡Así, pues, sois hereje! ¡Qué digo! ¡Sois algopeor! ¡Sois ateo!

-Sí, reverendo padre.

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-¡Virgen Santísima! ¡Santo Domingo me valga!¡Ilumínale, angélico doctor! Pero infeliz, ¿enqué creéis? ¿No tenéis religión alguna?

-No, reverendo padre, no la tengo, y os ruegome dejéis morir tranquilo.

-¡Pero si os iréis al infierno! ¡Si una legión dediablos circunda en este momento vuestrolecho! ¡Fugite partes adversae! ¡Mors impio-rum pessima! Os esperan tormentos eternos,infinitos; os vaís a sumir en el fuego eterno: ibierit fletus et stridor dentium…

Y el fraile ponía en su acento, en sus gestos,todo el ardor que le prestaba la ardiente fe quequería inculcar al enfermo que, filósofo resig-nado, le oía, le oía... Y allí se alternaban loslatinajos bíblicos con los argumentos teoló-gicos, las súplicas con las amenazas, las terri-bles pinturas del infierno con las plácidasdescripciones del cielo...

Y la función duraba y duraba, y el enfermo nocedía... Exorcismos, latinajos, silogismos, todo

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fue en vano... Exasperado, el fraile, salió, yMontblanc respiró al fin.

Mas, el tesón del buen fraile, no queda allí: vaa su convento, y con licencia del padre provin-cial, a quien pone al tanto del horrible caso quele preocupa, hace trasportar a casa del ateo unaimagen de Cristo Crucificado, del tamaño natu-ral, que en el convento se veneraba.

Llegado a casa de Montblanc con la sagradaescultura, la hace colocar en frente de la camadel enfermo que, desde su lecho, puede con-templar la imagen sangrienta del Redentor delMundo.

Atónito miraba Montblanc estos preparativosescénicos, sin darse cuenta de lo que el fraile sepropondría.

Cae éste de rodillas ante el Cristo y, primero ensilencio, luego en alta voz, ora ferviente por laconversión de esa alma que pretende arrancarde entre las garras del Satanás. -¡Señor! excla-ma, ¡Señor! iluminad a mí tu pobre siervo, e

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iluminad a éste. ¡Illuminare his qui in umbramortis sedent! ¡Prestadme el don de tuSabiduría infinita para hacerle ver su error, yablandadle el sentimiento para que comprendatu verdad! ¡Docebo iniquos vias tuas et impiiad te convertentur!

Y tomando de la mano del lego que le acom-paña la cera de bien morir encendida, se poneen pie, reconfortado por la oración, y de nuevoprincipia la lucha, una lucha encarnizada con elpobre Montblanc, tan empeñado en irse a hacercompañía a sus enfermos en el infierno.

-Hermano,-dice lleno de santa unción el pobrefraile, que, al ver que la vida se le va acabandocon la paciencia al enfermo, se apresura enagotar los últimos recursos para salvar el almadel médico. -¡Hermano, oídme, os lo suplico!¡Ved esta sagrada imagen de vuestro Salvador,que por redimiros murió en una afrentosa cruz!¡En ella está por vuestros pecados! ¡Mirad esadivina cabeza, coronada de punzantes espinas:vos le pusisteis esa corona dolorosa convuestros malos pensamientos! ¡Ved esa boca

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contrahecha por el dolor, ese sacratísimo rostrogolpeado y macilento: vuestras malas pala-bras, vuestras miradas maliciosas han contra-hecho esa boca santísima, han golpeado esosojos castísimos! ¡Ved esas manos traspasadaspor crudelísimos clavos: vos las habéis clava-do en el madero con vuestras malas obras...!¡Ved ese costado abierto, por cuya llagasacratísima se adivina el corazón que tanto osamó: vos habéis herido ese santo pecho convuestros malos deseos....!

Y el buen fraile accionaba, se multiplicaba,yendo y viniendo, con la cera en la mano, de lacama del enfermo a la imagen veneranda.

-¡Hermano, vos habéis cubierto de llagas esecuerpo perfectísimo: ved esos ojos que, a pesarde todo, os miran con misericordia...! Y acer-caba la cera al rostro del Señor, para queMontblanc pudiera ver mejor el rictus dolorosodel Cristo. En su entusiasmo por ganar unalma para el cielo, el fraile olvidaba que no hayque jugar con fuego. La cera pasó tan cerca dela imagen, que se encendió la peluca delCristo... Y el fraile seguía.

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¡Vos habéis clavado esos pies divinos...!

-Ahora, quémelo vuestra paternidad, y dirá queyo lo he hecho,- dice Montblanc... Apague,padre; apague... y ¡vámonos!,- fueron las úl-timas palabras del médico francés, que así sefue a hacer compañía a sus enfermos.

Convencido de la inutilidad de los remediospara el cuerpo, el pobre no tuvo fe en los delalma...

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Quien quiere celeste que le cueste

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N todo tiempo ha costadomucho el vestir con elegan-cia, o, como se dice ahora, elser “chic”. Y no digo estosolamente por lo que atañe alas hijas de Eva, que siemprehan gustado de lazos y ter-

ciopelos, sino aún por lo quenos toca a nosotros los del sexo

feo, que somos de natural más modestos, por lomenos en eso del vestido.

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Quien quiere celeste que le cueste

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Cuenta Ricardo Palma, en una de sus preciosastradiciones, que, habiendo el Muy IlustreCabildo, Justicia y Regimiento de la ciudad delos Reyes del Perú, impuesto un arancel a lossastres de esa Corte, un individuo de eserespetable gremio, tuvo la pechuga de quejarseal Magnífico Señor Gobernador don FranciscoPizarro de la modicidad de la tarifa, pidiendoque la modificara, si no quería que tan útilesartesanos se vieran obligados a dedicarse amás lucrativo oficio que el de la aguja y lastijeras. El Señor Gobernador, que sabía mucho,se dignó oírle con paciencia, y al despedirse, leaconsejó que “del paño sacara la hechura”, yse alejó, siguiendo su paseo. Quedóse muypensativo el sastre y después echó a correrdetrás del Marqués y, alcanzándole, le pregun-tó si aquello era un chiste de su Señoría o unconsejo, a lo que le contestó el gobernador:“Consejo, Maestro, consejo”-y siguió andando.-Volvióse el sastre y no es necesario decir queaprovechó del consejo de don Francisco e hizopartícipes de tan buen enseñamiento a suscolegas.

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Corría el año de gracia de 1540.

En esta, por entonces simple villa de SanFrancisco de Quito, población recientementefundada en tierra nuevamente conquistada, nofaltaban elegantes que querían vestir a la modade Castilla, aunque para satisfacer su presuncióntuvieran que gastar en ello todas las riquezasque habían adquirido en la conquista.

Los señores sastres, que han sido siemprecareros, pedían en aquel entonces preciosjudaicos por la hechura de unas malas calzas ode un jubón que nada tenían de elegancia delos cortados en Valladolid o en Sevilla. Digoque aquellos vestidos eran mal hechos, ya quelos operarios, sastres de ocasión y soldados deoficio, debían ser más hábiles en el manejo dela lanza y la rodela, que en el de las tijeras y laaguja.

Si a la carestía de las hechuras se añaden losprecios exorbitantes que tenían por entonceslas telas en la naciente colonia, resulta que lossastres se volvían unos Cresos o los vecinos de

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la villa tenían que andar desnudos, cosa muycontraria al ornato público y al servicio de suMajestad.

Alarmado, pues, justamente el Muy IlustreCabildo por una situación tan tirante, resolvióexpedir una tarifa para que a ella se sujetaranlos sastres y para que, así, todo el mundopudiera vestirse con decencia.

El 27 de septiembre de 1540 entraron en suCabildo los muy nobles señores capitán donPedro de Puelles, Teniente de Gobernador, Alon-so Hernández, Hernando de Gamarra y PedroMartín Montanero, regidores, y tras larga dis-cusión, expidieron la siguiente tarifa, para queningún sastre “fuera osado cobrar más deella” bajo pena de veinte pesos de multa:

Por hechura de capa de cualquier paño o decolor, dos pesos............................................. 2 ps.Por una chamarrita de paño llano, dos pesos.. 2 ps.Por una capa guarnecida con pasamanos o ribetones o faxas, tres pesos.......................... 3 ps.Por una capa de paño y sayo de cualquier color, guarnecida, tres pesos.................................... 3 ps.Por un xubón de raso o terciopelo, dos pesos.. 2 ps.Por un xubón de lienzo, un peso.................... 1 ps.

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Por una chamarra de terciopelo o raso singuarnición, dos pesos y medio...................... 2 ps. 4 ts.Por una chamarra de terciopelo o raso conguarnición, quatro pesos.............................. 4 ps.Por un borriquete de paño, dos pesos........... 2 ps.Por una gorra de terciopelo, un peso............ 1 ps.Por un bonete o caperuza, quatro tomines.... ps. 4 ts.Por echar unas soleras a unas calzas, tres tomines....................................................... ps. 3 ts.Por un borriquete de Medriñaque, un peso y quatro tomines............................................ 1 ps. 4 ts.Por una saya de mujer de qualquier paño o seda guarnecida, tres pesos.......................... 3 ps.

y llana dos pesos…………….................. 2 ps.y si llevare mucha obra, quatro pesos.... 4 ps.

Por unas calzas llanas con sus faxas, dos pesos 2 ps.Y si llevare más obra, tres pesos de oro......... 3 ps.

No hay para qué decir que con aquellos preciosy sin temer aumento, ya que cualquier hijo devecino podía denunciarlo, los conquistadorespudieron en adelante llevar calzas, no ya consoletas, sino nuevas, y jubones muy de relum-brón. No está dicho, sin embargo, que losvestidos bajaran de precio, pues los sastresquiteños han de haber también aprovechadodel consejo de don Francisco Pizarro...

Si esos precios les parecían justos a los noblescabildantes de aquella época, ¿qué dirían ahora

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sus mercedes viendo lo que cuesta vestir regu-larmente? ¿Se figuran Uds. al capitán Pedro dePuelles entrando a tomarse medidas para unvestido en una de nuestras sastrerías de la highlife? ¡Vaya que multaba con el doble de lapena al osado que le presentara la cuenta!

¡Y decir que se acabó aquel paternal Cabildo,que cuidaba de sus administrados como dehijos!

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El Te Deum del Señor Santander

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EALISTAS y patriotas esta-ban en grande expectación.Los antiguos tiempos toca-ban a su fin, y los nombresde Bolívar y de sus capi-tanes, eran repetidos delhondo valle a la enriscada

cumbre. Exhausta bajo el peso de sugloria secular, nuestra madre

España dejaba caer su vencedora espada...

A la sombra del más grande de sus hijos,Colombia, heredera del heroísmo castellano,

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El Te Deum del Señor Santander

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alzábase gallarda, lozana y fuerte en su esplén-dida juventud y, mientras el sol que alumbró eltrono de los Felipes se hundía en un esplen-dente ocaso, teñido en la sangre de mil héroes,el Sol americano, el padre Sol del incásicoimperio, renacía lento, ascendía seguro al cenit,después de una noche de tres siglos... Era elaño de 1822 y las brisas de mayo principiabana orear los ubérrimos campos quiteños, saciosya de prolongado invierno.

Gobernaba, en lo militar y político, el pequeñoterritorio que aún conservaban las armas espa-ñolas bajo el cetro de S. M. don Fernando VII,el Mariscal de Campo don Melchor Aymerich,y, en lo espiritual, regía la Diócesis de Quito elIlmo. Señor don Leonardo Santander y Villavi-cencio.

Hombres fueron estos dos de gran valor, ycuyos caracteres jamás se plegaron ante losgolpes de la fortuna; duro, empecinado el gene-ral ceutí, el Obispo andaluz era vivo y enérgico,pero, como hijo de su tierra, fosfórico e intran-sigente. Si el militar era -claro está- realista, el

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eclesiástico lo era más que su católica Majestadmisma. Y al decirlo así, no exagero, y casi nohablo en metáfora. Para probarlo, diré aquí,muy de paso, quien era el dignísimo Obispo deeste obispado.

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Fue el señor don Leonardo Santander yVillavicencio natural de la ciudad de Sevilla, encuya diócesis se ordenó. Hijo de padres ilustrespor su abolengo, no tardó en alcanzar unaprebenda en la catedral hispalense. InvadidaEspaña por las huestes napoleónicas, en con-secuencia de una de las más negras traicionesque registra la Historia, tales muestras de adhe-sión dio a la dinastía borbónica el futuro Obispode Quito, que, procesado por el gobierno intru-so de Pepe Botellas y condenado a muerte, fueuno de los pocos a quienes el EmperadorNapoleón no quiso conceder perdón. Prófugode Madrid, se puso en salvo en la capital anda-luza, en donde residió algún tiempo, pasandoluego a México, a Yucatán, provisto de unasilla en el coro de aquella Catedral.

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Restablecido en el trono de sus mayores el ReyDeseado, el señor Santander perteneció al par-tido absolutista que triunfó al fin sobre elelemento liberal de España, gracias al inicuoperjurio del Monarca menos caballero que tuvonuestra Madre Patria.

Derogada la constitución de la monarquía algrito de vivan las caenas, que lanzaba un pue-blo ignaro y fanático de bravos y chulos, impe-rante el absolutismo, el señor Santander hubode obtener del Rey perjuro, a quien tanto sir-viera, una recompensa: ésta fue el Obispado deQuito, prebenda de las más opíparas de Indias.

Aquí, como en España, puso su persona y sudignidad al servicio del Rey, hasta que, agriadosu ánimo al ver establecerse en su Obispado,muy a pesar suyo, un nuevo orden de cosas, yno queriendo jurar sin restricciones la constitu-ción republicana de Colombia, fue expulsado deQuito por el General Sucre en 1822. Traslada-do al Obispado de Jaca, en Aragón, murió allíen 1828.

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A fines de la segunda semana del ya citadomes de mayo de 1822, los quiteños, dije, esta-ban inquietos, nerviosos, desasosegados: lasnoticias de la guerra llovían a granel y cadacual, según sus tendencias, ya se alegraban, yase entristecía, bulliciosamente si era godo, bajocapa, si era patriota, según eran las esperanzasdel triunfo de las causas del Rey o de la Patria.

El señor Santander era hombre que tenía fe enlos refranes. Fiado en la filosofía popular, esta-ba convencido de que quien no espera vencerestá vencido y que, si el proverbio dice, a Diosrogando y con el mazo dando, es porqueambas cosas son necesarias: rogar a Dios ygolpear recio.

Dejando al Capitán General Aymerich hacer suoficio en lo de los golpes, se aprestó su ilus-trísima a hacer el suyo en lo de rogar a Dios,pues ya habían pasado los tiempos de los obis-pos belicosos que solían vestir los arreos mi-litares sobre los hábitos, como lo hiciera elsanto Arzobispo Turpin al lado del EmperadorCarlomagno. La miseria de los tiempos no le

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permitía a su señoría otras armas que su santocelo por el servicio de ambas majestades y quería,siquiera con su palabra, levantar los ánimos, yaharto flacos, de los fieles servidores del Rey.

Así, cuando las tropas de Sucre se acercaban alos gloriosos campos de Pichincha, su señoría,sintiendo la inminencia de una acción decisiva,subió, en su Catedral de Quito, a la cátedrasagrada. Ya se había susurrado en la ciudad elgran sermón con que el Prelado debía exhortara sus descarriadas ovejas, y, el día fijado, en eltemplo no cabía la inmensa muchedumbre,agitada de encontrados sentimientos de temory de esperanza.

Paseó por el enorme concurso la enérgica mira-da de sus negros ojos, tosió fuerte, como es derito, y dio principio a su arenga con estas pa-labras de los libros santos:

«Hi in curribus et hi in equis: nos autem inmonine Dei nostri.Ellos confían en sus carros, ellos confían en suscaballos: nosotros en el nombre del Señor dios

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nuestro. -Son palabras del Espíritu Santo en elSalmo XIX, versículo 8°-Excelentísimo señor, fieles, tropas del Rey,amados hijos:Así exclamaba el Rey profeta viéndose estre-chado por los filisteos que, en huestes innume-rables, amenazaban acabar con el pueblo deDios y derrocar su templo. Así clama, con vozque ha traspuesto los siglos, su esperanza en elDios de las batallas...» Y por ahí siguió su ilus-trísima exaltando el valor de los defensores delRey.

El señor Santander era un pico de oro: puso enjuego todos los resortes de su elocuencia parainflamar los corazones y, como cada cual creeque tiene a Dios consigo, «Dios está connosotros», exclamó. «Dejadlos a ellos que con-fíen en sus fuerzas militares, en sus carros ycaballos: triunfaremos de los insurgentes,porque Dios está con nosotros: el triunfo seránuestro, porque nuestra confianza está en elSeñor, ante quien cayeron las fortísimas mura-llas de Jericó: Hi in curribus et hi in equis: nosautem in nomine Dei nostri. -Y yo, vuestro

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pastor, os prometo el triunfo. El salmista osdice que triunfaréis, en su canto cuadragésimotercero: In te inimicos nostros ventilabimuscornu, et in nomine tuo spernemus insur-gentes in nobis: Por ti haremos huir a nuestrosenemigos, y en tu nombre despreciaremos aquienes contra nosotros se levantaron. Losinsurgentes, capitaneados por el rebelde Sucrese acercan a esta ciudad: los sorprenderemos yaplastaremos la hidra de la insurrección…»

«Y, para concluir, os digo que, durante la cruen-ta lucha, vuestro pastor estará orando porvosotros, como Moisés, cuando los israelitasluchaban con los hijos del desierto. En mioración diré con el Rey Profeta: Domine,salvum fac Regen, et exaudi nos in die quainvocaverimus te; y no os faltará la ayuda delCielo: vuestro será el campo y de Dios la glo-ria. Después de la refriega, aquí habréis devenir a agradecer al altísimo: bajo estas bó-vedas os esperaré para cantar el solemne TeDeum con que habremos de solemnizar la vic-toria que, una vez más, será del Rey y de susfieles servidores»

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Y tras estas palabras de fuego, se bajó suseñoría del púlpito. El órgano atronó las navesdel templo, y se disolvió el concurso, siempreagitado de variados sentimientos...

Y pasaron los días... Sucre avanzaba hacia elnorte y, siguiendo las instrucciones de Bolívar,rehusaba presentar combate. El GeneralAymerich, que en Quito tenía alguna fuerza,formó el designio de oponerse al paso delejército independiente y, al efecto, ocupó lasalturas de Pichincha.

Viéndose el héroe cumanés forzado a combatir,lo hizo tan bien con sus bravos, el 24 de mayo,como todos sabemos, dando, con su famosavictoria, definitiva libertad a la antiguaPresidencia de Quito.

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Desde muy por la mañana del referido día 24,su Señoría Ilustrísima y Reverendísima del

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señor Santander, cierto del auxilio divino, fuesea su Catedral y, seguro del triunfo de las armasdel Rey, dióse prisa a revestir suntuosamentehábitos pontificales. Abrumado bajo el peso demagnífica capa de brocado de oro, calada larecamada mitra y empuñado el báculo pastoral,sentóse bajo el purpurado dosel a esperar quelos héroes que derramaban allá arriba, en lasfaldas del Pichincha, su sangre fidelísima enservicio del Rey, vinieran, terminada la titánicalucha, a agradecer a Dios la victoria que, sinduda, habría de ser de la causa de la Religión ydel Trono.

Todo estaba listo; los cirios se consumían y elazulado humo del incienso subía lentamente,perfumando la atmósfera del templo, cuya pazy silencio era turbada tan sólo por alguna queotra tos impaciente y por el ruido apagado delos disparos de la batalla que lejos se libraba...Las horas pasaban, y la lucha continuaba. Laciudad parecía desierta...

De pronto los disparos cesan, y un clamorprimero corto, luego mayor, se levanta, viene

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del barrio de la Cantera hacia el centro de lapoblación y va creciendo por momentos...

Su Ilustrísima no duda que son los suyos, losfieles vasallos, los que vuelven envueltos enun arrebol de gloria: se inquieta en su sillón,se mueve nervioso, y ordena que el capellán seapronte, que el organista esté listo: los fuellesdel órgano se hinchan, y todo está preparadopara entonar el canto de victoria, cuando...alguien entra con precipitados pasos por lapuerta excusada de la Catedral, que comunicacon las casas del cabildo.

Es el doctor Juan José Díaz, un cleriguillo joven,familiar y sobrino de su lustrísima. Atraviesa elcoro, y acercándose al trono del Prelado, le hablaen voz queda. Altéranse las facciones delObispo, toda la sangre de su cuerpo obeso pareceafluirle al rostro que después invade increíblepalidez, haciendo más visible el brillo de sus de-sorbitados y negros ojos... Luego, un movimien-to de despecho. Yérguese de pié, dirige una mira-da como de reproche al altar, baja de tono, y váseseguido de sus fámulos, hacia las sacristías...

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El clamor crece en calles y plazas, y, a la noti-cia del triunfo de Colombia, ya de nadie igno-rado, se echan a vuelo las campanas de todaslas iglesias, menos las de la Catedral... que nolo hicieron sino después.

Su señoría tan sabio en refranes y dichos po-pulares, se olvidó de la copilla que dice:

Vinieron los sarracenosY nos molieron a palos;Que Dios protege a los malosCuando son más que los buenos...

Se olvidó o no la supo, el santo varón, por loque de volteriano tiene la cuarteta.

No tengo para qué contar lo que es sabido portodos: la capitulación del ejército español, nomenos heroico que el patriota. Sucre suporendirle el homenaje debido a su valor en aqueldocumento que ambas partes suscribieron, aldía siguiente de la batalla, para gloria de vence-dores y vencidos.

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No habiendo querido jurar llana y prontamentela Patria el señor Santander, el Cabildo Catedral,a cuya cabeza se encontraba uno de los clé-rigos patriotas de verdad, el Deán don CalixtoMiranda, declaró de hecho vacante la SillaEpiscopal, y el Obispo, desde su palacio, hubode oír, seguramente furioso, las cien cam-panadas rituales, lo que para él debió ser lomismo que oír doblar en el propio entierro.Poco tiempo después, el señor Santander salíaexpulsado del territorio de Colombia.

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Si los tiempos habían cambiado, la manera defestejar el triunfo seguía siendo la misma, y elTe Deum que se le quedó en la garganta alseñor Santander, vino a cantarlo días después,el Deán Miranda, Gobernador del Obispado.

¡Y vaya un Te Deum que cantaron los clérigospatriotas! Allí estuvo el ídolo del pueblo, Ge-neral don Antonio José de Sucre, rodeado desus valerosos, aguerridos y jóvenes oficiales, a

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quienes no se hartaban de mirar -cuasi, cuasicomo los chiquillos a una golosina- las bellasquiteñas, que se habían echado el resto...

Pero el clavo de la fiesta fue el sermón. De lamisma cátedra sagrada, que antes había vibradocon la palabra del exaltado Obispo, se elevabanno menos ardientes frases, pronunciadas por eldoctor Florencio Espinosa, cura de Puembo,patriota de armas tomar.

¡Y con qué fruición subió al púlpito el buen cura!¡Él, que había sido encarcelado, enjuiciado, sus-penso por patriota, por el mismo Obispo San-tander, cuando aún estaba verde aquello de laindependencia, en 1820! Y siempre por la ver-dad de los refranes, por aquello de que “Unclavo saca otro clavo,” en un sermón había dedarle un rasguñito al Obispo. -Y no apoyabamucho por respeto a la sagrada dignidad delPrelado y porque el triunfo vuelve a los hom-bres generosos.

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Era el doctor Florencio Espinosa, criollo, un ar-diente patriota que siempre estuvo en relacióncon los corifeos de la revolución quiteña. En1820 fue denunciado al Capitán General Ay-merich un fragmento de carta dirigida a donJoaquín Sánchez de Orellana, que principiabaasí: «Señor Coronel Don Joaquín S. de O.«So-mos once.- Muy estimado Señor y dueño, enlas críticas circunstancias del día, no hay otroarbitrio que la soga al cuello o bala al pecho:morir con honor, no nos dejemos dominarmás: basta, basta... La sal se puede sacar porEsmeraldas, pues...» Y aquí estaba roto.

Este escrito estaba mutilado, hallado en lacalle, fue, como he dicho, denunciado, y gra-cias al ilustrísimo Santander, se dio con elautor, que hubo de sufrir mil persecuciones...¡Figúrese el lector con qué brío subiría al púl-pito de la Catedral el tan castigado clérigo!

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Ya se dijo cuáles palabras de las SantasEscrituras sirvieron de epígrafe para el sermón

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del Obispo de Quito, días antes de que triunfaraen Pichincha el General Sucre. Ese discursohizo bulla en la ciudad, ya por las circunstan-cias en que fue pronunciado, ya también por lapechuga con que el digno Prelado ofreciera,para que le saliera luego huero el ofrecimiento,en nombre de Dios, el triunfo a los godos. Enmedio de la alegría general, no dejaban loschuscos, que nunca faltan, de comentar lamesaventura de su ilustrísima, con la sal quesiempre abundó en nuestra tierra. El sermónestaba pues, fresco, en la memoria de los quite-ños, cuando el doctor Espinosa subió al púlpito,y, también después de toser, en observancia deloable y antigua práctica, dijo:

«Ipsi infirmati sunt et ceciderunt: nos autemsurreximus et erecti sumus».

«Ellos se debilitaron y cayeron: nosotros noslevantamos y estamos en pié. Son palabras delEspíritu Santo en el Salmo XIX, versículo 9°...»

Al oír tal cita, por poco pierden su serenidad losreverendos Canónigos en el Coro, y aún hay

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quien dice que la compostura del Señor Deánno llegó a tanto que no le temblaran las dos otres papadas con que se adornaba el cuello desu reverencia... El señor Santander, había citadoel Salmo XIX, versículo 8°, y el travieso clérigo,citaba el mismo Salmo, en el versículo si-guiente... Tan cierto es que

En este mundo traidorNada es verdad ni mentira:Todo es según el colorDel cristal con que se mira....

¡Hasta la palabra de Dios! ¡Tan malos somoslos hombres para interpretarla a nuestro an-tojo....!

El General Sucre salió encantado del sermón,del Te Deum, de la concurrencia y de la Mar-quesita de Solanda.

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El mayor monstruo, los celos

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LARA y evidente muestra desaber en donde le apretaba elzapato dio don Pedro Calde-rón de la Barca, al intitular,como este articulejo, una delas joyas con que su esclare-cido ingenio enriqueció el

teatro español.

Para un celoso, cualquier indicio constituyeprueba plena, y ya no se para en pelos en esode lanzarse a hacer cualquiera barbaridad con

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El mayor monstruo, los celos

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tal de castigar a quienes él supone le adornaronla cabeza con una cornamenta que, aunquesupuesta, no le pesa menos que lo que máspesa a cualquier mortal que no sea el Santo Job:un matrimonio mal avenido, sobrado de hijos yfalto de cum quibus.

Para sacar airoso en su aserto al padre delteatro español, y a mí, su humilde servidor,basta y sobre el caso que voy a narrar, dándolopor verídico, fundado en la autoridad de donJuan Flórez y Ocáriz, quien, en letras de molde,lo estampa en el Libro Segundo de sus «Ge-nealogías del Nuevo Reino de Granada», obradedicada al Obispo de Popayán y más tardeArzobispo y Virrey de Lima, don Melchor deLiñan y Cisneros.

Hasta aquí el prólogo, y allá va el cuento.

En la ciudad de Tocayma, del Nuevo Reino deGranada, fundada por Hernán Venegas Carrilloen abril de 1544, vivían, allá por los años de1578, don Juan Díaz Xaramillo y doñaFrancisca Ortiz de Carvajal, su mujer, quienes,

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entre la multitud de hijos con que Dios habíabendecido su matrimonio, tenían a doña LuisaXaramillo de Carvajal, guapa chica de quinceabriles, a la verdad muy floridos.

La hermosura de la niña, que era mucha, y sufortuna, que era más, hacían de ella lo quehemos venido en llamar un bocadito de carde-nal, pero no de un cardenal cualquiera, sino deCardenal Arzobispo o Primado...

Por esa época vino al Nuevo Reino de Granadaun linajudo caballero, joven y apuesto, enbusca de gloria y de una sonrisa de la fortuna.Como esta dama, a fuer de mujer

...No puede ser unaNi ser estable ni quedaEn una cosa,

el hidalgo lió el petate y se vino a Indias,creyendo que la que tan rechechera se lemostrara en su solariega casona de Medina delCampo, por ser tan voluble, no le negaría susfavores en América.

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Don García Pérez de Vargas Machuca, que talera el nombre de nuestro hidalgo, era de rancioabolengo, de gran talante y se las entendía amaravilla en eso de llevar los gregüescos. Erajoven, lo he dicho: apenas contaba veinticincoaños, cuando recaló en Tocayma, cargado desus añejos pergaminos, lo que en aquellosfelices tiempos significaba mucho, y recomen-dado por su distinguido porte, lo que, ahoracomo entonces, vale más, sobre todo cuando setrata de embobalicar a las hijas de Eva.

Adornado de prendas tan notorias el simpáticodon García, no tardó en establecerse entre él yla linda doña Luisa el siguiente dialoguito cita-do por el maestro Ricardo Palma:

-¿Hay quién nos escuche? – Nó-¿Quieres que te diga? – Dí-¿Tienes un amante? - ¡Yó!-¿Quieres que lo sea? – Sí.

Y como los padres de ella no vieran de mal ojoel partido, luego el Cura bendijo la unión conbendición que, como dijo el otro, más pareció

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picardía que Sacramento, porque pronto seconvenció la pobre doña Luisa de que su caramitad era peor que el Moro de Venecia, quehasta al aire le tenía sus reparos.

La vida de doña Luisa se volvió desde aquelpunto un verdadero infierno: a la noble y ho-nesta dama no le quedaba más que sufrir y llo-rar su desgracia, descansando tan sólo cuandosu marido tenía que ausentarse a cuidar de lasencomiendas con que la piedad del Rey habíapagado los servicios de sus antepasados.

De esta ocupación volvía, hacia la villa deTocayma, el señor Pérez de Vargas Machuca,un martes, ocho de abril de 1587, cuando, enel camino, se encontró con un mudo. Ansiosoel hidalgo por saber las nuevas que en laciudad hubiera, las preguntó por señas almudo, quien, queriéndose hacer entender de lamejor manera, poniéndose las manos en lacabeza, con los dos dedos medios extendidoshacia delante, quiso significarle al caballero queen la ciudad se lidiaban, en ese momento,toros.

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No esperó más don García, que aplicándolo aofensa que su mujer le hiciera, sentía ya que elchambergo no le asentaba en la cabeza. Loco,rasgando a su caballo, voló hacia la ciudad conel ánimo de vengar la afrenta y lavar sumancillado honor en la sangre de la que él sefiguraba esposa adúltera.

Hallábase doña Luisa muy tranquila en su casade Tocayma, ocupada en los menesteresdomésticos y muy ajena de lo que iba a pasar,cuando, entrando al arranque su marido, ciegode cólera y, sin darle tiempo a la pobre mujerpara nada, arremete con ella a estocadas hastadejarla inerte...

A los gritos de la infeliz, a los gritos de laservidumbre, acuden los vecinos, acude el Al-calde, don Diego de Fuenmayor, y se apoderandel furioso para conducirlo a la cárcel.

Ya en ella, don García de Vargas Machucacomprendió el horrible desafuero que acababade cometer y se sintió perdido. Para salvarserecurrió a un expediente ingenioso: se fingió

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loco, pero todo fue en vano: el proceso siguióy, expediente y procesado fueron remitidos a laAudiencia de Santafé, cuyos Ministros senten-ciaron a don García a la última pena.

La sentencia se cumplió. Por privilegio de hi-dalguía el reo no fue ahorcado, sino degolladoen la plaza de Bogotá, el 29 de agosto de 1587,a los cinco meses escasos de cometido sucrimen.

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Cosas de Su Ilustrísima

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NA de las figuras más curiosas yoriginales de la época colonial esciertamente la del ilustrísimoseñor don José Pérez Calama,Obispo de esta muy leal ciudadde San Francisco de Quito.

El historiador no acierta a calificar aeste complejo personaje, que nunca

llegó a avenirse con sus diocesanos y a quiensus diocesanos no pudieron jamás comprender,hasta que aburrido su Ilustrísima, se salió un

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Cosas de Su Ilustrísima

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buen día de Quito, sin quererse llevar de la,para él, inhospitalaria ciudad, ni siquiera elpolvo que se le hubiera pegado en los zapatos.

Y no vayan Uds. a creer que en esto de no que-rer llevarse de nosotros ni siquiera el recuerdo deun polvillo de tierra sea invención mía o queacaso yo hable, al afirmarlo así, en metáfora.¡No señor! que esta es la pura verdad. Cuando elseñor Pérez Calama dejó para siempre la ciudadde Quito, quiso poner en práctica la advertenciaque Cristo nuestra luz hiciera a sus apóstoles,cuando les dijo que, al salir de una ciudad endonde no hubiera sido bien recibida la divinasimiente, sacudieran de sus sandalias el polvo dela población rebelde a la palabra evangélica.

El despechado Obispo salió pues, a pié del pala-cio, y así caminó hasta la Recoleta, en donde,sacándose los zapatos a vista del Cabildo ecle-siástico que hasta allí lo acompañara, lossacudió meticulosamente, se los volvió acalzar, subió luego a la mula que debía con-ducirle a Guayaquil, y haciendo cruces semarchó sin regresar a ver...

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Las pastorales del señor Calama son documen-tos sumamente curiosos: en ellas el bueno delObispo se ocupa sobre todo del mejoramientomaterial de la ciudad de Quito, a la que nos daa conocer como el pueblo más sucio de la tie-rra: parece que su ilustrísima se indignaba porel uso de ciertos recipientes que se guardabanen las casas de Quito con demasiado celo, ycuyo perfume no permitía que en esta ciudad serespirara la pura brisa de las pampas...

Todo lo de su Obispado le chocó sobre maneraal señor Calama: los clérigos eran a cual peor:insubordinados, tunantes y de una ignoranciacrasa; los mandatarios hostilizaban siempre alObispo con cuestiones insufribles de Patronato;el Cabildo Civil le daba en cada solemnidad undolor de cabeza con sus eternas querellas deetiqueta, y el pueblo, con su desaseo, le deses-peraba. -Nuestro paisano el Obispo Villarroel,que luego fue Arzobispo de Charcas, decíahablando de él mismo, cuando fue fraile:«Entré al convento, pero el convento no entróen mi». Así mismo el señor Calama entró enQuito, pero Quito nunca entró en él.

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Basta de preámbulos, y vamos al cuento.

Si el señor Pérez Calama era un hombre es-tudioso y muy amante del bien público, comoalgún defecto había de tener, amén de su ta-lento algo escaso, tenía una facilidad inauditapara conferir las órdenes sagradas a cualquierpelagatos que las solicitara, por poco quepudiera declinar musa y santiguarse en latín.

Era familiar del Obispo un cleriguito joven,quiteño de esos de mucha sal, de los que, cuan-do quieren soltar la sin hueso, le dicen lo quese les viene a la boca al mismísimo gallo de laPasión.

Nuestra madre la Iglesia celebraba la fiesta delglorioso patriarca señor San José, santo patronodel ilustrísimo Obispo de Quito, y al tiempo quelos visitantes, llovían en el palacio los regalos asu ilustrísima, que teniendo la manía de noadmitir nada para su persona, los iba enviandoal hospital con el mismo portador, para lospobres enfermos. Quien enviaba a su ilustrí-sima unas libras de sabroso chocolate; quien

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unos suculentos quesos; el de más allá unexquisito potaje. Los más pudientes, sabedoresde que el regalo había de ir al hospital, le en-viaban productos más sólidos de sus fincas,como granos, que serían de mayor utilidad alos enfermos.

El familiar del Obispo, mientras el Preladorecibía a sus visitantes, iba desde el corredoralto, despachando los regalos al hospital ycontestando, en nombre de su ilustrísima, elatento recado con que cada ofrenda veníaacompañada.

El Presidente de la Real Audiencia había tam-bién venido en persona a cumplimentar a suseñoría, mostrándose, en esta ocasión, aunquetan sólo de dientes para afuera, muy obse-quioso y cortés. Ya se despedía su excelenciade su ilustrísima, y el Obispo salía a acompañaral Magistrado hasta la escalera. Los señores Oi-dores, que al Presidente habían acompañadoen su visita, se despedían igualmente y todosaquellos personajes salían juntos. El grupo seencontraba en las galerías del palacio al tiempo

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en que entraban al patio cuatro humildes borri-cos cargados con diversas sabrosas cucheríasque algún hacendado enviaba de regalo alseñor Calama. Ver a los borricos el cleriguitofamiliar y ponerse a dar voces todo fue uno:

-¡Longo, longo, gritaba, saca esos burros deaquí! ¡Por Dios, hijo, date prisa, fuera conellos! ¡No los ordene su ilustrísima...!

La burla del irreverente cleriguillo no podía sermás cruel: al pobre señor Calama le salíancanas verdes al verse criticado así ante los másencumbrados personajes de la ciudad, queapenas podían contener la risa con el donairedel familiar y con la consecuente turbación delpobre Obispo.

¿Qué hizo el Prelado con el insolente familiar?-Lo rajaría a palos, dirán Uds.

Pues no, señor: el Obispo tuvo la heroicidad deperdonar al atrevido, pero no perdonó al golosoel haber metido la mano en un plato de arroz

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con leche que ciertas monjitas habían manda-do a su Ilustrísima: en esto de los regalos erainflexible.

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Ir por lana...

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SO de ser Alcalde Ordinario deQuito, en los tiempos del Rey,tenía sus bemoles! ¡Y cuántosdisgustos se atraía su mercedcon los gatuperios que pescabaen sus rondas! Dígalo, si no,el caso auténtico que, gracias a

mi manía de revolver papelesviejos, he encontrado escrito en

caracteres ya casi borrados por el tiempo.

Recién llegado de Guayaquil, en donde porvarias quejas que de él tenía, le había tenido

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Ir por lana

E

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confinado el Virrey de Santafé, formaba, el añode 1760, parte de la Audiencia y ChancilleríaReal de Quito, el señor doctor Manuel de laVega y Bárcena, viejo verde y muy aficionadoa faldas.

Sabido es que la sociedad colonial, que muypoco tenía de qué hablar, no parpadeaba en esode observar los actos y hasta los gestos de losseñores de la Audiencia. El enamoradizo y ga-lante doctor Vega era, pues, como es de suponer,asunto obligado de los picarescos comentarios denuestros abuelos, quienes, entre polvo y polvo derapé, celebraban las buenas fortunas del Oidor.

En el ya citado año de 1760 era AlcaldeOrdinario de esta muy noble y muy leal ciudad,el señor Coronel de los Reales Ejércitos, donPedro Buendía y Dávila, Caballero de la OrdenMilitar de Santiago, y hombre que no se anda-ba con remilgos en eso de hacer cumplir lasordenanzas.

Quito, en el pacífico siglo XVIII era, por lasnoches, oscuro y tétrico como un túnel, o como

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una conciencia criminal, que es lo mismo: ape-nas algún farolillo, en que agonizaba unallorosa vela de sebo, se mecía ante una de lasimágenes religiosas que hasta nuestros días haconservado la piedad del pueblo... Todo lo de-más era oscuridad y sombras.

Dadas las nueve de la noche, se tocaba en lastorres de la ciudad la queda y, ¡cada mochueloa su olivo! Hora era de recogerse cada uno asu casa a paladear el riquísimo chocolate, enjícara de plata, espeso a punto de que la cu-charilla se parara en medio del líquido (si talapelativo puede dársele) y de meterse luego ala cama, después de rezado el clásico rosario.

A esa hora salía la ronda, grupo de corchetesque recorría la ciudad para cuidar del buenorden. La tal ronda era la enemiga jurada delos serenateros, guitarreros, galanes de noche ydemás gente alegre que nunca faltó en Quito.

La ronda se componía de algunos soldados delPresidio Urbano, capitaneados por un Teniente,al que se adjuntaban el Alcalde Ordinario de la

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ciudad y el Escribano de Cabildo, cuando setenía viento de algún pecado público.

Eran las once de la noche del 18 de febrero delya dos veces mencionado año, cuando, de lascasas de Cabildo, salió su merced don PedroBuendía acompañado del Escribano don Maria-no Suárez, precedidos los dos por los corchetes,de los cuales uno llevaba el indispensable faro-lillo de la ronda, cuya luz les evitaría romperseel bautismo en las pésimas calles de la ciudad.

Iba don Pedro Buendía hirviendo en santo celopor el buen servicio de Ambas Majestades, a pillar

«allí en su mismo nidosolitario y querido»

a dos tortolitos enamorados que se habíanolvidado de la bendición in facie ecclesiae... Elnido estaba allá por el barrio que entonces sellamaba El Beaterio Viejo caminito de San Juan.

Cautelosamente marchaban Alcalde y Escriba-no, cuidando de no meterse de lleno en loscharcos de la calle, cuando, llegados a la esquina

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que entonces llamaban “de corte” es decir,ahora, la intersección de las calles de Mejía yPichincha, divisaron dos bultos que sigilosa-mente se escurrían en las sombras. El Alcal-de, queriendo reconocer quiénes eran, lesmanda hacer alto a nombre del Rey, pero ellos,¡cá! ¡como si les hubieran mandado que co-rriesen! ¡Patitas para qué os quise! Espolea-ron a la cabalgadura de nuestro padre SanFrancisco, y a poco se perdieron tras una es-quina. Lánzase en seguimiento de los prófu-gos un corchete y un negro esclavo del buendon Pedro como galgos tras un par de liebres,pero, al ir a echarles el guante, los fugitivos seescurren dentro de una casita, y los persegui-dores reciben un puertazo en las narices, que,a pesar de ser la noche sin estrellas, les hizover todas las constelaciones juntas.

El señor Alcalde y el Escribano habían tambiénpicado la carrera y llegan en esos momentosjadeantes. A don Pedro Buendía se le salía elcorazón por la boca, según lo cansado quevenía su merced, que ya entrado en años y unpoco obeso, no estaba para esas carreras.

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Cobrado el aliento, el Alcalde mandó golpear lapuerta por la que habían desaparecido los mis-teriosos bultos negros. Golpes y más golpesquedan sin efecto: sólo el eco respondía al lla-mamiento. Al fin, oye don Pedro que andabanallá adentro, y dando voces, manda que seabra a la autoridad. Acércanse los pasos a lapuerta, y se oye al fin, una voz que dice:

-Señor don Pedro, no se empeñe vuestramerced en querer que se le abra: mi amo eldoctor Vega me ha mandado trancar la puerta.

El Alcalde reconoció al que así hablaba, y dijo:Abre, tunante, ¿no eres Domingo? Abre, queen buenas te encontrarás allá dentro: ¡qué hade estar aquí tu amo a estas horas! ¡Abre, quequiero entrar!

-¡Señor don Pedro, Domingo soy! Crea vuestramerced que mi amo está aquí y que me hadicho que no abra.

-¡Abre, pillo, que quiero ver con quién estás!Quieres ampararte con el nombre de tu amo.Abre o echo la puerta abajo.

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-Pues, derríbela vuestra merced, que allá voy aavisarlo a mi amo.

Y se alejó Domingo hacia adentro. El Alcalde,mientras tanto, redoblaba los golpes, convenci-do que estaba de que el negro Domingo era elque se hallaba en alguna buena francachelaallá adentro, y su amo muy lejos de allí.

Al fin, volvió el negro, y dijo al Alcalde que suamo le pedía que entrara solo, y diciendo esto,abrió la puerta con sigilo, como puerta de con-vento de enclaustradas.

Don Pedro Buendía entró solo, mandando a susacompañantes se retiraran al medio de la calle.No bien entrado, se oyeron dentro de la casitagritos desaforados: los insultos llovían sobre lacabeza de su merced el señor Alcalde. Todoslos de la ronda reconocieron la voz chillona deldoctor Vega, unida a una voz femenina: todostambién habían reconocido la casita: vivía enella la entonces famosa Justa Alabarina, buenamoza, si las hay, y amiga de hacer favores...

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Poco después los corchetes y el Escribano vie-ron salir a don Pedro Buendía muy acalorado,con el tricornio fuera de su sitio y al parecermuy escamado. -No tenemos nada que haceraquí, señores, dijo su merced, y, mohino y ca-bizbajo, fué a colocarse al lado del Escribano.

Pocas ganas le quedaron al Alcalde para seguiren sus investigaciones: gato escaldado huyedel agua fría. -Don Mariano, dijo al Escribano,ya se hace tarde, volvámonos a casa. Y empren-dieron su marcha hacia el centro de la ciudad,lentamente, como había venido.

-¿Ha reconocido, usiría, don Mariano, al quehablaba adentro, cuando yo entré en la casa?Dijo el Alcalde.

-¿No era el señor doctor Vega, señor?respondió el Escribano.

-El mismo era, téngalo asegurado don Maria-no. Me ha recibido como puede imaginar...Estaba en buena compañía y no le gustó queviniéramos a turbarle el gusto. Dígame donMariano, ¿sabe usiría quien es ella?

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-Señor don Pedro se que es una tal JustaAlabarina la que vive en esa casa: sería ella,sin duda.

-Pues anótelo usiría, don Mariano, anótelobien, que bien puede ser que algún día ten-gamos necesidad los dos de un testimonio.

Pasó algún tiempo, y el doctor Vega seguíaactuando como Oidor en la Audiencia. DonPedro Buendía tenía en ese tribunal algunoslitigios, y siempre que el doctor Vega conocía deellos, su voto era contrario a las pretensionesdel Alcalde. El Oidor no perdonaba a don Pe-dro Buendía el haber turbado sus amorososcoloquios: tan cierto es que el hilo se arrancapor lo más fino.

Estas sentencias inicuas, al fin y al cabo deci-dieron al Alcalde a descubrir el pastel haciendouna alcaldada. Llamó al Escribano don Ma-riano Suárez y le ordenó presentar al Presidentede la Audiencia, don José Diguja, una petición,

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en que constaban los gatuperios del Oidor, paraque le libertara de la jurisdicción del vengativodoctor Vega -que nunca creyó que don PedroBuendía cantara tan de plano y llano, que consus pelos y señales, ha venido hasta nosotrosla historia de sus amoríos con la célebre JustaAlabarina.

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¿Para la horca...? ¡Ni con grillos de plata…!

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ALA enfermedad con los ce-los, ¡vive Dios! Y si son ma-los para el que lo siente, sonplusquam pésimos paraquien ha de sufrir las maníasy aberraciones del celoso. Siéste es capaz de las mayores

locuras impulsado por su pasión,quien tiene que sufrir al celoso, pue-

de llegar, a veces, aburrido y desesperado, a co-meter los peores desatinos con tal de verse li-bre de quien le tortura.

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¿Para la horca...? ¡Ni con grillos de plata…!

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De estas verdades como puños se desprende lasana enseñanza de doméstico buen gobiernode que las mujeres no deben molestar a suscostillas con escenas de celos, que acaban pordesesperarlos. Y para probar que no andodescaminado al aconsejar la prudencia a todamujer a quien le haya cabido en suerte unmarido alegrón y tunante, contaré una verídicahistoria extraída del proceso original, constantede tres voluminosos legajos existentes en unode nuestros archivos.

Era, en la Villa de San Miguel de Ibarra, Alcaldeprovincial por Su Majestad, en el año de 1758,don José de Grijalva y Recalde, hombre tanamigo de faldas que, habiéndole la muerte pri-vado de su primera mujer, antes del año deluto, volvió a completarse, contrayendo nuevasnupcias con doña María Freire y Lasteros.

Era su merced del Señor Alcalde hombre yaentrado en años y muy considerado en la Villay su jurisdicción, tanto por su hidalgo abo-lengo, como por su fortuna y el empleo quecondecoraba su persona.

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Ocupado en su oficio, el Alcalde tenía querecorrer los pueblos vecinos de Ibarra, y quisosu buena o mala suerte, que un buen día, visi-tando el pueblo de Urcuquí, topara su mercedcon una hermana del Cura de la parroquia,chica que, según parece, era guapísima: lavara de justicia le tembló a don José de Grijalvaen las manos, y ante ese estuche de monerías,el buen señor sintió que en tan linda hembra ha-bía encontrado lo que inútilmente había buscadoJuan Ponce de León: la fuente de salud, que deviejos volvía mozos a los que en sus aguas sebañaban.

Llamábase la chica Pepita Osejo, una morenade esas que en tentación vio San Antonio en eldesierto: nadie como ella lucía mejor susquince abriles, arrebujada en lindo pañolón deburato; nunca menudo zapatito de paño calzómás diminuto pié, ni sonrisa más graciosaabrió sobre perlas más purpúreos labios degranada. -Y ¡Dios santo! qué mujer bailando unSan Juanito, una alza, o cantando, al son dearmoniosa vihuela, una de esas coplas que alamanecer parece que retuercen el alma…! Su

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merced perdió el seso: don José de Grijalva noera al fin y al cabo, San Antonio Abad, sino, loque tú, lector, y yo: un vulgar pecador.

Desde aquel fatal encontrón, al Alcalde deIbarra no le faltó pretexto para volver aUrcuquí, y naturalmente, ¿en dónde iba aapearse, sino en la casa parroquial? -Y como deUrcuquí a Ibarra alguna tierra hay que andar,tenía Grijalva que pernoctar en el pueblo, y

Tantas idas y venidas,Tantas vueltas y revueltas

no fueron inútiles como en la fábula de la ardi-lla. Tanto fue el cántaro al agua... que loscelos de la mujer del Alcalde, que comenzabana despertar, llegaron a ser fundados.

Doña María Freire vivía en la hacienda de SanJosé, entre Urcuquí e Ibarra, y cada vez que sumarido se ausentaba, a la infeliz, sabedora delas trapisondas de su señor esposo, con él se leiba el alma atormentada.

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Cuando don José de Grijalva volvía, después dedos o tres días que en el lecho conyugal nohabía reposado su humanidad pecadora, loscelos de la alcaldesa se desbordaban enreproches, en quejas, en lloriqueos.

Áspero de genio, Grijalva contestaba a su mujeren tono desabrido y displicente, y cada nuevadiscusión se hacía más agria, cada explicaciónmás difícil, hasta llegar los esposos a tenerseun odio mutuo; ella viendo su dignidad rebaja-da y pisoteada, pues ya los amores de su mari-do con Pepita Osejo eran la fábula de todoIbarra, y él cada vez más irritado con su mujerque no perdía ocasión de echarle en cara sufalta. Incitado por el amor de la linda mocita deUrcuquí, por un lado, y obseso con las eternasreconvenciones de su legítima costilla, llegóGrijalva al paroxismo de la irritabilidad.

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Era un domingo del mes de junio de 1768:todo el mundo en la hacienda de San José se

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preparaba a oír la misa que, en el oratorio de lacasa, iba a celebrar un clérigo venido al efectode Ibarra. Ya la infortunada doña María,desconsolada por una nueva ausencia de sumarido y señor se disponía a llevar a los piesdel Dios que dijo: “Venid a mí los que lloráis”la amargura en que su alma rebosaba, cuandollegó, acompañado de algunos amigo de laVilla, el marido infiel.

Acostumbrada en sus últimos tiempos al agrioy displicente trato del esposo, creyó doña Maríaque, al fin y al cabo, Dios había tocado elcorazón del adúltero, al notar que éste estaballeno de atenciones, fino y amable con sumujer, como si con su amabilidad de ahoraquisiera hacerse perdonar sus pasados yerros.Así, como la misa esperaba, todos pasaron aloratorio, y la antes abatida mujer, no lágrimasde dolor sino de acción de gracias derramóabundantes durante el santo e incruento sacri-ficio.

Acabada la sagrada ceremonia, la alcaldesa,consolada y afanosa, se ocupaba en atender

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debidamente a sus huéspedes. Vino el almuer-zo, y todo fue alegría: en aquella casa, al pare-cer, todos estaban en un corazón.

El día entero se pasó en paseos y en agradablecharla, hasta que, después de haber comidoopíparamente, a las seis de la tarde, los amigosdel alcalde se despedían de sus anfitriones.

Y, lector, aquí viene la gorda. -Como dice el pro-verbio, la ropa sucia se lava en casa y cariñosy pleitos de casados, a puertas cerradas. DoñaMaría, cuando marido y mujer se quedaron so-los, quiso saber si su esposo había renunciadoa sus devaneos: a la pobre le quedaba, a pe-sar de la amabilidad del alcalde, su comezon-cilla de que en aquello pudiera haber gato en-cerrado. Retirados en su aposento, princi-pió,-¡mala tentación de Satanás!, -la insistenteindagatoria. Pronto el marido infiel daba seña-les de agitación: a las preguntas de su mujerno sabía cómo explicarse, pero, al mismo tiem-po, dejando sus maneras bruscas de antaño,daba evasivas y respuestas que su partenariasabía falsas, comprendía descabelladas...

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-Déjate, hija al fin, de escenas infundadas decelos que me cansan, dijo el marido. -No hable-mos más de ello, ¿quieres? -Y lo más natural-mente del mundo:

-Mi amigo don Pedro Cienfuegos me ha remiti-do de Quito una botija de un vino que me diceexcelente. ¿Quieres probarlo?

Y diciendo así, sacó de un armario una dama-juana y dos vasos: algo se tardó en servirlos, y

-Bebe, que parece bueno, dijo, tendiendo el unoa su mujer, y llevándose el otro a los labios.Apurados que fueron,

-A fe mía, que el vino es de lo mejor.

-Beberás otro vaso, ¿verdad?

Sin quererlo contrariar, la mujer no hizoresistencia y volvió a beber...

Un sueño extraño se apoderaba de ella, los pár-pados pesados se le cerraban...

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-¡Bravo es el vinillo, José! exclamó doña María.-Se me ha subido a la cabeza más pronto quede razón...

Y como con los humos del licor la prudencia sele fuera a los talones, volvió a su tema:

-En Urcuquí habrás estado estos días, ¿verdad?

Don José Grijalva ya no respondía: sólo mira-ba atento a su mujer, que pugnaba por vencerel sueño, sentada en un sofá de vaqueta. -Yella seguía, ya como delirante.

Sí: allí, en ese maldito pueblo, en diversiones,en jaranas... El cura es un sinvergüenza... Elescándalo no puede ser mayor... La Pepita...una barragana...

Hasta que al fin, se quedó dormida.

Don José de Grijalva, mientras tanto, dabamuestras de grande agitación: se paseaba porla pieza, a grandes trancos, como fiera enjaula... La hora era ya avanzada y la mujer

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seguía sumida en pesado sueño... Luego, dioseñales de querer sacudir su letargo: de nuevovolvían a surgir de sus labios frases entrecor-tadas: el nombre de la Pepita se repetía sincesar, y al oírlo, crecía de punto la exasperaciónde Grijalva, hasta que al fin, en un acceso derabia, se resolvió a ejecutar con sus manos loque, al parecer, no quería ejecutar el venenoque había hecho beber a su mujer: al ver quelos polvos de opio que había mezclado en elvino de su esposa no obraban su efecto, ciego,empuñándola por la garganta, la estranguló...

Cuando la pobre doña María, con la fazcongestionada, quedó inerte, el asesino, al con-templar su obra, se horrorizó de su crimen: sehizo cargo de que una muerte por estrangulacióndeja huellas imborrables, tembló de la justicia yse dispuso a huir...

Sigilosamente, salió del aposento, se dirigió a lacaballeriza, tomó un caballo, y con éste, elprimer camino que se le puso delante...

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Grande fue la consternación de esclavos y cria-dos, al día siguiente, al encontrar muerta a suseñora. Inmediatamente dieron aviso a losparientes de doña María, y la justicia se consti-tuyó en la hacienda de San José. Lo que es alalcalde provincial, ya le podían echar un par degalgos: estaba lejos...

El proceso se instruyó y se siguió durante largotiempo. Ya se había perdido esperanza de en-contrar al reo, a pesar de los deprecatoriosdespachados por la Audiencia de Quito a todoslos corregidores del reino: don José de Grijalvaparecía haberse hecho humo.

Pasado un año largo, el Presidente de Quito,don José García de León y Pizarro tuvo denun-cio de que el ex Alcalde arrastraba su míserahumanidad por las haciendas del Chota. Coneste aviso, Su Señoría despachó una escoltapara prender al criminal.

Como el que siembra vientos cosecha tempes-tades, y Grijalva había sido arbitrario y tercocuando tenía en sus manos la vara de justicia,

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no faltó quien lo entregara a los alguaciles de laAudiencia.

Conducido a Ibarra, el ex Alcalde fue notificadopor su sucesor de lo que se había actuado en elproceso criminal que por muerte de doña Maríase le seguía: el preso debía ir a Quito para laconclusión de los autos y oír la sentencia quedictara la Real Audiencia.

Hasta aquí, Grijalva abatido, había guardadosilencio, pero cuando se le intimó que para con-ducirle a la capital habían de calzarle un buenpar de grillos de hierro,

-Vuesa merced, señor alcalde, ¿cree tratar con-migo como con cualquier pelafustanes? -Ha desaber que, por privilegio real, de que mis abue-los siempre gozaron, no han de tocar miscarnes esas vulgares prisiones. Por delitos co-mo el mío, que no niego, a los de mi sangre nose les puede poner sino grillos de plata: tengode ello testimonio suficiente en una Real Cédulaque se encontrará entre mis papeles.

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-¡Cascarones! se dijo, sin duda, el Alcalde.-¡Privilegios para los pícaros! En fin, quevenga la Real Cédula, y si está en forma, seobedecerá a la voluntad real.

Y como Grijalva tenía hijos de su primer matri-monio, fue exhibido el añejo pergamino, que lajusticia de Ibarra hubo de obedecer...

Naturalmente no hubo listo un par de grillos deplata: no todos los asesinos y pícaros gozabande tamaños privilegios: se mandaron fabricar acosta del reo, y una vez que los hubo calzado,el criminal emprendió su viaje a Quito, enmedio de una escolta.

Los grillos, no digo de plata, de oro o sedadeben embarazar bastante el paso... La co-mitiva llegó lentamente al puente de Guay-llabamba. Era invierno y el río arrastraba -crecidas aguas. Pasando iban el puente lossoldados: el reo iba adelante, cuando al lle-gar al medio,

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-¡Nobleza obliga! gritó: ¿Para la horca? ¡Nicon grillos de plata…! Y se tiró de cabeza a lasencañonadas y profundas aguas, sin que lossoldados pudieran impedirlo.

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La Virgen de la Empanada

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ON sobra de razón podemos,como dijo un chispeante cro-nista quiteño, considerarnosel pueblo más feliz de la tierra,pues que hasta el Cielo tuvo

siempre con nosotros deferen-cias que otros pueblos no han

logrado.

Y si esto es así en la friolera de los cien añosque llevamos, apenas, de vida independiente,¡Qué no diremos si pasamos la vista por elperíodo colonial!

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La Virgen de la Empanada

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¡Esos sí que eran tiempos maravillosos! ¡Quede apariciones, qué de prodigios, qué de cosasestupendas! La Virgen, los santos, las ánimasbenditas, eran tan familiares entonces enQuito, que se los encontraba al voltear de unaesquina, que se presentaban en una reuniónagradable de familia, en fin, en cualquier parte.Evidentemente, en tiempos del Rey, hasta loshabitantes del otro mundo eran más socialesque en la época menguada que alcanzamos.

Y para probar, amigo, que Dios no abandonabaa los suyos, como lo hacían el Rey y su Consejode Indias con la mísera colonia,-¡alguien habíade acordarse de nosotros!-, voy a contarte laverídica historia que verás, si no te aburre elrecuerdo de cosas viejas.

Era Oidor de la Audiencia de Quito en 1701,don Cristóbal de Cevallos, natural de la ciudadde La Plata, en el Alto Perú, señor más preocu-pado de misticismo que del despacho diario dela Real Chancillería.

En todas y en las más vulgares ocasiones de lavida creía el buen togado ver manifestaciones

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de lo sobrenatural. Su Divina Majestad notenía, en criterio del Oidor, otra cosa que hacerque preocuparse de su persona: los santos delas láminas hablaban, las esculturas se ani-maban, y los más vulgares trastos del hogarservían de peana a las apariciones que a diariole ocurrían.

Era el 15 de junio del año mencionado, fechaen que Nuestra Santa Madre la Iglesia celebrala fiesta de San Cristóbal gigante y mártir, que,por lo que cuenta su vida, debió ser de muchasfuerzas y de caletre escaso...

Nuestros abuelos sabían festejarse: en día desanto, nada de golosinas, de copita de vinobautizado al visitante: entonces todo era mássólido, más suculento. Así, el doctor Cevalloscelebraba su día de días con un almuerzo de losque se pegan al riñón, de esos que dejan alindividuo sumido en la placidez propia de unestómago agradecido.

Las diez de la mañana eran cuando se sentaronante amplia mesa el Oidor y sus invitados: la

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rica vajilla de plata lucía su esplendidez, y enella se ofrecían los suculentos manjares, deaspecto más eficaz que el mejor de los mo-dernos aperitivos con que ahora solemosintoxicarnos. Tras el sabroso puchero indispen-sable, tras el arroz a la valenciana, tras lasdiversas carnes adobadas con primor, circula-ban ampliamente las copas de los generososvinos de España, y la alegría, el donaire de loshuéspedes crecían con las libaciones

-¡Bonum vinum laetificat cor hominis, señordon Cristóbal! -Exclamaba uno de los comen-sales, gordo prior de un convento.

-¡En verdad que no lo bebí mejor en mi vida!decía un Regidor del Cabildo.

-¡A vuestra salud, y que sea por muchos años!apuntaba un pretendiente...

En esto vinieron las empanadas, tan famosassiempre en Quito, potaje suculento que hoy,para verlo en el plato, hemos de calzar lentes,pero que, en la época a que me refiero, alcan-zaban proporciones homéricas.

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Al verlas venir, un profesor de San Luis, que selas daba de erudito, citó la “Cena jocosa” deBartolomé del Alcázar:

¡Qué oronda viene y qué bella!¡Qué través y enjundia tiene!Paréceme, Inés, que vienePara que demos en ella.

En aquel tiempo las empanadas de morocho,por ser tan grandes, no se servían en plato,sino en una hoja de papel redonda, asentadaen una torta de pan.

Unos tienen el vino alegre, otros lo tienen tris-te; a cada uno le da por su tema, ya es sabido.

El doctor Cevallos se aprestaba a meterse entrepecho y espalda la reverenda empanada quetenía delante, cuando al llevársela a la boca, ladejó de pronto caer lleno de asombro.

-¡Madre mía! ¡Virgen Santísima! decía fijos losojos en el papel sobre el que había reposado laempanada. -¡Milagro, señores, milagro, portento!

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Y cogiendo religiosamente la hoja de papel enque la empanada había dejado la mancha de lamanteca en que había sido frita,

-¿No veis, decía, la imagen de la Madre deDios?

Todos los comensales se precipitan, las sillas devaqueta hacen estruendo al voltearse, los invi-tados se apiñan al rededor del Magistrado, ytodos reconocen en el papel grasiento la ima-gen de la Reina del Cielo.

¡Milagro!, gritan todos al unísono. -Unos caende rodillas, otros dan voces que se oyen desdela calle, y la multitud, al ruido, invade la casadel Oidor que, tembloroso, emocionado, subidoen una silla, exhibe en alto el papel manchadode manteca, en el que todos ven ya a “LaVirgen de la Empanada”

Los frailes que habían asistido al interrumpidoalmuerzo se adueñan del papel mantecoso, yla procesión se ordena y la milagrosa imagenes transportada al oratorio de la casa, para

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exponerla, en medio de luces y de flores, a laveneración de los fieles.

El ruido del milagro con que había sido favo-recido el doctor Cevallos se esparció como unreguero de pólvora por la feliz ciudad de Quito,y no hubo quien dejara de ir a admirar el por-tento: la casa del Oidor estuvo más concurridaque iglesia en día de jubileo.

El Obispo don Diego Ladrón de Guevara fueinformado del prodigio, pero, hombre de mayorseso que el doctor Cevallos, se guardó bien depronunciarse a favor de la ridícula manía delmagistrado. Y, cuando hubo adquirido la con-vicción de que don Cristóbal había dado riendasuelta a su tema de lo sobrenatural, trató portodos los medios, de cortar el escándalo, másno fue el remedio aplicado tan pronto que notomara la superstición grandes proporciones.

Entre las exhortaciones del Obispo y las ci-taciones del Comisario del Santo Oficio, sepasaron tres días, que fueron otros tantos defiestas celebradas en honor de Nuestra Señora

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de la Empanada, con misas solemnes y sermonesgongorinos en honor de la milagrosa aparición.

Por fin el Comisario del Santo Oficio, en nom-bre del terrible Tribunal de la Fe, obtuvo laentrega del papelito... y el señor Ladrón deGuevara, verdadero iconoclasta, con escándalopúblico, quemó a Nuestra Señora de la Empa-nada, y nos quitó, así, una gloria nacional,privando a tortilleras, tamaleras, buñoleras,etc., de la patrona que netamente les corres-pondía. Es fama que desde esta profanación,se han vuelto indigestas las empanadas demorocho.

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El ermitaño de Riobamba

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A hoy floreciente capital de laprovincia del Chimborazo era,en el año del Señor de 1570,un poblacho miserable queapenas contaba con unos po-cos vecinos españoles, quemás vivían en sus fundosenormes, atendiendo a las pin-

gües encomiendas de indios conque el Rey Nuestro Señor les había agraciado. Es-to, para decir a ustedes que si bien a los encomen-deros se les contaba como a vecinos del pueblo de

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El ermitaño de Riobamba

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San Pedro y San Pablo de Riobamba, apenasestaban en la aldehuela el domingo, en que allíles juntaba la cristiana obligación de oír misa.

Era uno de aquellos días de precepto del año yacitado, y el pueblo de Riobamba estaba lleno degente que, en la feria que cada domingo se ce-lebraba en la apenas trazada plaza, se afanabaen proveerse de lo necesario para la semanasiguiente, cuando, de pronto, el alegre vocearde las mercaderías, el ir y venir de compradoresy vendedores cesó para cambiarse en un sologrito de terror y espanto de la multitud allíreunida: los españoles invocan a Dios y a lossantos, los indios dan alaridos. -¿Qué pasa?Gruesas gotas de sangre caen del cielo que seha encapotado de súbito, y la tierra va enchar-cándose en el rojizo líquido.

El fenómeno, afortunadamente, dura poco,-apenas un cuarto de hora,- y la calma vuelvea la atmósfera, pero no al ánimo de los rio-bambeños, que quedan aterrorizados consemejantes prodigio, con aquella tan espantosaseñal del cielo, en la que cada uno cree des-cubrir el anuncio de las peores calamidades.

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Así, con el alma en un hilo vivieron los habi-tantes del poblacho por algún tiempo, perocomo los previstos males no llegaban arealizarse, poco a poco todo el mundo vino aolvidarse de la lluvia de sangre, y aún huboquien quisiera dar una explicación natural delfenómeno, diciendo que talvez habían sidoaves de rapiña que pasaron, con sus presas,por los aires.

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El pueblo de Guamote es más antiguo queRiobamba. En 1570, era ya una importanteparcialidad de indios, y un camino muy practica-ble lo unía a la incipiente villa de los españoles.

Por la época a que vengo haciendo relación,apareció entre Guamote y Riobamba un hom-bre de lo más extraño y de quien nadie pudonunca saber, no digo la procedencia, que nisiquiera el nombre.

Por su aspecto, manifestaba llevar vividos suscincuenta años: cenceño, alto y recio, de negros,

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vivos y penetrantes ojos, parecía ser oriundo delas desoladas llanuras de Castilla, pero nadie,vuelvo a repetirlo, sabía su origen, y, como notenía amigos, los curiosos no contaban siquieracon la indiscreción para averiguarlo.

Al verlo andar de pueblo en pueblo, de Ceca enMeca, creyérase que fuera el mismo judíoerrante, condenado a movimiento perpetuohasta la consumación de los siglos, mas estasuposición hubo de desecharse al constatar queel extraño peregrino se fabricaba una choza ala vera del camino de Guamote a Riobamba.

Allí vivió, concluida que fue su vivienda,encerrado y sin salir sino para buscarse el ali-mento, que de puerta en puerta mendigaba.

Y lo extraño era que, en aquellos tiempos de fe,no pidiera la limosna en nombre de Dios, ni porlas purísimas entrañas de la que tuvo la dichade engendrar al Hijo del Eterno Padre.

En lugar de la sacramental fórmula de “Unalimosna por amor de Dios”, el que ya la gente

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reputaba por un santo ermitaño, decía:-¿Habrá,por desgracia, un pan? ¿Habrá, por ventura,un real?- al llegar a la puerta de algún en-comendero, en donde, aunque inquietara untanto aquel singular requerimiento a la caridadcristiana, no dejaba de recoger algo el mendigo,cuya manera de pedir era generalmente atri-buida a tanta humildad y reverencia de lascosas santas, que el pobre se creía indigno denombrar a Dios.

Además de la caridad pública, el solitario con-taba con la granjería de un caballo morcillo deque era poseedor. Era el tal animalejo tan sin-gular como su dueño: al verlo, nadie diera porél un peso: flaco, macilento, desmedrado yviejo, era fiel trasunto de Rocinante, pero enponiéndose a andar, el Pegaso de la fábula sequedaba chico. -El Padre Calancha, historiadora quien llegaron frescas estas noticias, ponderala velocidad del cuadrúpedo de mala muerte deque me voy ocupando: él nos informa que eratanta, que apenas subido en él un jinete, esta-ba ya al fin de la jornada... ¿No es esto unamaravilla? Y como el solitario tenía fama de

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santo, la virtud del caballo era atribuida a lasantidad del amo.

Viajar en un caballo tan rápido, y ejercer almismo tiempo la caridad cristiana, socorriendoal solitario con el alquiler de la bestia, eraejecutar de una vía dos mandados, era hacerdos jornadas a la vez: una en la tierra, y otraque le acercase a uno la gloria, que a todos mislectores deseo. Así pues, los pesos de a ochono le faltaban al santo solitario, ya que estabacon frecuencia alquilado su rocín.

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Riobamba celebraba la fiesta de sus santospatronos: era el 29 de junio, día en que laIglesia Universal conmemora el martirio de losdos santos apóstoles San Pedro y San Pablo.Corría el año 1751.

Ya la modesta iglesia del pueblo estaba que nocabía de gente, y el cura había salido a decir lasolemne misa cantada: ya las señoras que,para la circunstancia, se habían echado el resto,

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principiaban a hacerse en la cara esa musarañaque el sexo débil tiene la debilidad de creer queconstituye el por la señal, los caballeros habíanhincado reverentes la rodilla, y la música habíapreludiado sus acordes, cuando, abriéndosepaso entre la devota multitud, llegó hasta elaltar mayor el ermitaño. Se arrodilló, humildeal parecer, en las gradas del presbiterio, yrecogido, inmóvil como un iluminado, se pusoa orar, edificando a la concurrencia con sucompostura.

Todo pasó sin novedad, y nada anunciaba quehubiera una, hasta el solemne momento de laconsagración, en que el pan, entra las manosdel sacerdote, se transformaba en el Cuerpo deDios.

Apenas el campanillazo del acólito hubo anun-ciado al pueblo que el milagro de la tran-substanciación estaba consumado, cuando elsolitario se levantó bruscamente y arremetiófurioso contra el sacerdote que en aquelmomento alzaba la sagrada forma. Turbadocon lance tan brusco, el cura, no acierta a

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defender el Pan de los Ángeles que tiene en susmanos, y el sacrílego, al quitárselo, lodespedaza entre las suyas, y, sacando un puñalde entre las ropas, quiere victimar al clérigo.

Menos que este horrible crimen era necesariopara que en la iglesia se armara el gran tole.Las señoras chillan, y les da pataleta, loscaballeros desenvainan sus espadas y se lan-zan sobre el sacrílego, quien, viéndose acosadoal tiempo por multitud de estocadas, se bate enretirada del presbiterio.

Ya en la nave, llega a apoderarse de una silla, ysirviéndose de ella como de rodela, intentataparse de los golpes que de todas partes leasestan, hasta que un magistral garrotazo lequita el sentido y, ya desarmado, acaba de morirde mil pinchazos que cada cual le propina.

Y lo admirable es que, cosido a estocadas, ¡porninguna de sus heridas deja escapar una gotade sangre! ¡Dios no quiso, según lo afirma elpadre Calancha, que la sangre del impío man-chara su santo templo!

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El cadáver del sacrílego fue luego arrastradohasta fuera de la iglesia y, apenas habíatraspuesto su carroña el umbral, la sangre salióa borbotones de las heridas de que estabaacribillado.

Habiéndose dado cuenta de tan extraño suce-so al Presidente de Quito, don Lope Diez deArmendáriz, su señoría mandó que el cadáverfuera quemado y las cenizas sopladas alviento. -Así se ejecutó puntualmente, ins-truyéndose en seguida el proceso respectivo,por el Comisario del Santo Oficio, a quientocaba el conocimiento de la causa. El quehabía guardado tan bien el incógnito en vida,siguió guardándolo después de muerto, desuerte que jamás se supo nada de él.

El famoso caballo morcillo desapareció con sudueño: sin duda era el diablo que acompañabaal solitario bajo forma de rocín, porque es famaque, en ciertas noches, se ve en las llanuras deRiobamba una sombra parecida a un rapi-dísimo caballo, que huye con un extrañojinete...

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¿Y a qué viene contarnos lo de la lluvia de san-gre? -dirán los lectores.

Pues, sencillamente, a que, después de con-sumado el horrendo sacrilegio, cada vecino deRiobamba dio por cierto que aquel fenómenohabía sido profecía muy clara de lo que enbreve debía suceder.

Informado el Rey del sacrilegio de Riobamba,dio a la ya para entonces villa un escudo dearmas en que figura un cáliz con una hostia, ydebajo, una cabeza sangrienta atravesada deespadas.

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Prestigio de los calzones

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EL arte de los hermanosMontgolfiére, Quito, en laépoca de este relato, no habíapresenciado aún ningunamuestra: y apenas si se sabíaaquí la existencia de los globosaerostáticos por haberlos vistopintados en algún diccionario

enciclopédico, o, a modo de ilus-tración, en algún tratado elemental de física.

Llegó un buen día, de tierras de la NuevaGranada, el sujeto que había de mostrarnos

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Prestigio de los calzones

D

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cómo se navega por el éter. En profusión depapeles, que repartió por las calles de lapoblación, anunciaba que un domingo próximodaría pruebas de su habilidad.

Juan José Flores, que así, como el Padre de laPatria, se llamaba el aeronauta, interesó gran-demente la curiosidad proverbial de los quite-ños, que, el día señalado para la ascensión, sereunieron en inmensa multitud en el Ejido. Erael mes de agosto, mes ventoso, si es que todosno lo son en esta tierra de pulmonías.

El globo debía partir a las diez de la mañana.El aeronauta no se cansaba, entre tanto, derecoger las pesetas que los curiosos de ver yconocer el globo, habían de aflojar antes deacercarse al artefacto, ya colgado de una poten-cia de madera en medio del llano.

Poco a poco, mediante una fogata encendidabajo el aparato, fue hinchándose éste, y termi-nada la operación de llenarlo de gas, subióFlores a la canastilla, y libre el globo, a lasacramental palabra de ¡suelten! Se elevó en el

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cielo diáfano, y los espectadores rompieron enestrepitosos aplausos.

Animado el títere por la ovación, quiso darpruebas de su temeraria habilidad y, descol-gando un trapecio en el vacío, se puso a hacersobre él mil peligrosas cabriolas.

Los vítores de entusiasmo público continuabana rabiar, pero el vocerío de la multitud ibahaciéndose, para el aplaudido, menos grato: elviento arreciaba, y, soplando de norte a sur,arrastraba al globo sobre la ciudad.

Apreciando el peligro, Flores se decidió adescender. Abrió, pues, las válvulas, y comen-zó a bajar, pero siempre arrastrado por el vien-to insistente. Estaba ya sobre Quito, y, en suapurado trance, rogaba a todos los santos quele hicieran caer en sitio de donde saliera con loshuesos sanos.

Sus plegarias fueron oídas, sin duda, pues vinoa caer en lugar sagrado, dentro de los murosdel monasterio de la Concepción, quebrantando

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así, puede decirse que con la ayuda del cielo, lamonacal clausura de nuestro más antiguo con-vento de monjas.

Grande fue el susto de las timoratas siervas delSeñor al ver caer aquello en el convento.Sospechando alguna treta de Satanás, la madreabadesa encerró a su grey en la sala de comu-nidad, pero como era preciso saber lo que eraeso que del cielo había caído, para tomar lasprovidencias del caso, venciendo los escrúpu-los y remilgos monacales,

Madre Santa Apolonia, dijo la superiora, a unamonjita de cara fresca y juvenil, que mal seavenía con las tocas. -Vaya a ver V. R. qué esaquello que nos ha caído aquí...

En fuerza de la santa obediencia, salió la mon-jita de la sala, pero…, la cosa debía ser difícil deexaminar, porque la madre Santa Apoloniatardaba mucho...

Al fin, después de media hora larga, volvió a lasala la madre Santa Apolonia, conduciendo aFlores por delante.

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Al ver que de un hombre de carne y hueso setrataba, rodeóse la comunidad del aeronauta, yallí, monjas, legas y sirvientas, acosaron, altiempo, con mil preguntas, al aventurero atur-dido.

-¿Y cómo ha caído Ud. aquí? ¿Cómo subió Ud.por los aires? ¿Cómo es el globo? ¿Quién esUd.? ¿De dónde viene? A Flores no le dejabantiempo de contestar.

En la monótona vida de un convento que es

Hoy como ayer,Mañana como hoy,Y siempre igual...

suceso tan raro como un hombre llovido delcielo, no podía menos que alegrar un tanticoaquellas existencias cansadas.

Las monjitas se esmeraron en agasajar a suceleste visitante antes de ponerlo de patitas enla calle: el aeronauta pudo decirse lo que elhéroe de Cervantes:

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Nunca se vio LanzaroteDe damas tan bien servido,Cual se viera Don QuijoteCuando de su aldea vino...

Como querían que Flores les explicara con tododetalle su ascensión, les narrara sus celestesaventuras, para ponerlo parlero, allí vinieronlos exquisitos bizcochuelos, la copita de vinode misa, el refresco de agua de pítima, que sabea gloria, y las mil sabrosas golosinas quesaben, como nadie, hacer las religiosas. Elaeronauta comió de todo, bebió su refresco y suvino y habló mucho de aventuras ciertas einventadas. Las castas esposas de Cristo leoían con la boca abierta y, cuando hubo aca-bado el narrador, sintió cada una de aquellascándidas almas lo que un niño cuando con-cluye un cuento de hadas...

Siendo ya tarde, quiso retirarse el aeronautallevándose su globo que, tendido en medio delpatio, semejaba un gran zurrón vacío. Con laayuda de los indios que trabajaban en la huerta

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del convento, Flores y su artefacto, pronto sevieron fuera de la clausura.

Pasaron los tiempos, y las monjitas no olvida-ban a su intempestivo visitante, antes bien,faltas de otro tema de conversación, seguíanhablando de él y comentando sus aventuras:en los anales de la comunidad, Flores habíahecho época.

Y la vida monacal seguía siempre su monótonocurso, siempre gris...

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Celebrábase en una de nuestras parroquiassuburbanas la fiesta de uno de los infinitossantos a quienes festejan los priostes concohetes, camaretas, voladores y demás artifi-cios pirotécnicos. Desde que el aeronauta JuanJosé Flores hiciera su ascensión memorable enQuito, el uso de los globos de papel se habíageneralizado en tales fiestas. No tengo quedecir que en esta no faltaron.

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Las monjitas de la Concepción se hallaban en larecreación nocturna, en la sala de comunidad,cuando, corriendo, entra una lega y

-¡Madres! ¡Madres! grita desde la puerta.-¡Unglobo!

¡Palabra mágica! Todas las religiosas se ponende pié, y se precipitan a la puerta, pero una, lamás joven y bonita, la madre Santa Apolonia,con cara de mortal angustia, en que se trasluceuna esperanza, pregunta anhelante:

-Ese globo... ¿es con hombre?

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Para Augusto Egas, mi buen amigo

Una cosa es con violín...

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UNCA, en tierras de Américase juntó mayor suma de poderen manos de un solo hombre,como en las del licenciado donJuan de Mañozca, inquisidorapostólico contra la heréticapravedad y apostasía y visita-

dor de la Real Audiencia de Quito.

Los poderes discrecionales del Libertador, lasomnipotentes facultades de los innumerables

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Una cosa es con violín...Sic transit gloria mundi

N

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jefes supremos que ha tenido esta república ensu agitada vida política, son pamplinas y sus-piros de monja al lado de los que tenía su reve-rencia. Para ponderar cuál fuera la autoridadde Mañozca en Quito, por los años de 1624 ysiguientes, diré tan sólo que era mayor que lade su Católica Majestad don Felipe IV, Rey deEspaña y de sus Indias.

-¿Cómo? -se me dirá- ¿Mañozca mandaba enQuito más que el Rey? ¿Pues, qué autoridadpodía haber superior a la Real Voluntad?

-¿Y la Inquisición?

Al santo tribunal de la cruz verde, ni el Reymismo le alzaba la voz, que si lo hace, tan útilinstitución lo excomulga, ¡y a ver si habíaquién le obedeciera!

Era don Juan de Mañozca hombre de aquellosque ni mandados hacer para inquisidor apos-tólico, y tal empleo gozaba en el tribunal deLima, cuando, con plenos poderes reales, setrasladó a Quito para investigar la conducta de

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los magistrados, someterlos a juicio y castigar-los, según resultaran probados los cargos quese les hiciera. Presidente, ministros de la RealAudiencia, oficiales reales, corregidores, todala inmensa máquina de la administración colo-nial quedaba, por voluntad del Rey, sujeta a sujurisdicción. A estos poderes reales, tan am-plios, tan enormes, se juntaba en Mañozca laterrible autoridad que le competía en su ca-rácter de primer inquisidor del Santo Oficio deLima. Así, ante su merced tenía que doblegarla cabeza toda la gente de sotana y de cogulla,ya que el fuero eclesiástico para el santo tri-bunal, era letra muerta. Unidos pues, en sumano los poderes real e inquisitorial, puededecirse con verdad que el licenciado don Juande Mañozca mandaba en Quito más que elRey.

¡Y vaya que lo hizo sentir su reverencia! Comoque a magistrados, clérigos y frailes los tuvometidos en un zapato, enjuiciando a unos,desterrando a otros, y aún llegando a abofetear,suadente diabolo sin duda, a uno que otrofraile criollo.

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Antes de entrar en el relato del asunto, quequiero narrar, presentaré a su reverencia delseñor inquisidor.

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Don Juan de Mañozca y Zamora nació por elaño de 1576 en la ciudad de Marquina, delseñorío de Vizcaya, de padres muy calificados:don Domingo Zamora y Doña CatalinaMañozca. Muy joven pasó a Indias, a Méjico,en donde creció en casa de un tío suyo, donPedro de Mañozca, que era secretario del SantoOficio de la Nueva España. A las veras del tío,sin duda, le hubo de tomar gusto al oficio.

Talludito ya, en edad de cursar las aulas uni-versitarias, volvió a España. Ingresó colegialen el Mayor de San Bartolomé de Salamanca,en 1607, y llegó a obtener en la célebre univer-sidad salmantina los grados de Bachiller inutroque jure y de licenciado en cánones. Optópor la carrera eclesiástica, y criado entre inqui-sidores, pronto obtuvo del Rey Felipe III nom-bramiento de primer inquisidor del tribunal quese le encargaba fundar en Cartagena de Indias.

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En esa época, la América Meridional, contabacon un solo tribunal del Santo Oficio, residenteen Lima, y cuya jurisdicción enorme entorpecíala tramitación regular de los negocios, habien-do de trasladarse a su sede los testigos desderemotísimas distancias.

Felipe III dividió aquel inmenso territorio en dospartes, mandando fundar el tribunal deCartagena. Al de Lima quedaban sujetos losreinos del Perú, Chile y territorios del Plata,junto con las provincias del Paraguay y AltoPerú, y el de Cartagena debía conocer de losnegocios ocurrentes en el Nuevo Reino deGranada, Tierra Firme, Islas de Barlovento yCapitanía General de Venezuela.

Mañozca fue nombrado inquisidor de Car-tagena, en compañía del licenciado Mateo deSalcedo. -Salidos de Cádiz los inquisidores enjunio de 1610, llegaban a su destino en se-tiembre del mismo año, y promulgaban, conmuchísimo aparato, el Edicto de la Fé, eldomingo 26 de dicho mes y año, quedando asíestablecida la Inquisición en el Nuevo Reino.

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Hallábase en este empleo y presidía el tribunalcuando fue nombrado, en 1624, primer inquisi-dor del Santo Oficio de Lima. Al propio tiemporecibía las cédulas reales que le encargaban vi-sitar la Real Audiencia de Quito y residenciar asus ministros.

Mañozca se embarcó inmediatamente conrumbo a Lima, a donde llegó tras penoso via-je hecho en parte por tierra, pues tan combati-do había sido en el mar, que no llegó al Callao,sino que desembarcó en Paita. En Lima se de-tuvo sólo el tiempo preciso para tomar pose-sión de su cargo e indisponerse con su colegaGaitán, que hasta entonces había presidido eltribunal como inquisidor más antiguo.

Salió de Los Reyes por agosto de 1624 y en-tró en Quito en 28 de octubre del mismo año.Presidía entonces la Real Audiencia el doctorAntonio de Morga, personaje muy discutido ysobre cuyo gobierno el Supremo Consejo delas Indias había recibido infinitas quejas.

Gran expectación había en Quito a la llegabade Mañozca, cuyos poderes omnímodos de

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visitador y juez de residencia, unidos a los for-midables de inquisidor, dejaban sospechar queprocedería con gran rigor.

El Licenciado era, más que serio, adusto; másque severo, atrabiliario, terco y orgulloso. Ensu físico era alto, fornido y de fisonomía quebien puede decirse tétrica y avinagrada: la ca-beza abultada y calva hacía aparecer más gran-de la frente; sus ojos, algo claros y estirados untanto, se guarecían bajo espesísimas cejas queaumentaban la expresión ceñuda del rostro.En la nariz grande y bien hecha, cabalgabanunos quevedos enormes; usaba, a la moda dela época, y a pesar de ser eclesiástico, bigote yperilla.

Pronto salieron de duda los quiteños sobre elcarácter de tan tétrico personaje: desde que pu-blicó el Auto de Residencia, el 2 de setiembrede 1624, hasta que fue destituido, en setiem-bre de 1627, todas las medidas que adoptarael visitador se resintieron de arbitrariedad, or-gulloso despotismo y hasta de inhumanacrueldad...

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Destituido Mañozca, volvió a su puesto deinquisidor de Lima, en donde permaneció hasta1636, año en que fue ascendido a Consejero dela Suprema, empleo en que sirvió hasta 1642,pasando, entonces, a ser Presidente de laCancillería de Granada.

En 1643 fue presentado por el Rey Felipe IV,para el Arzobispado de México. Partió paraNueva España y recibió la consagración epis-copal de manos del venerable Juan de Palafox,Obispo de la Puebla de los Ángeles, en 1645.

Al licenciado Arzobispo le reprocha la historiala destrucción de innumerables monumentosarqueológicos aztecas que hizo derribar porperseguir la idolatría. En cambio México ledebe la conclusión de su Catedral Metropoli-tana.

Don Juan de Mañozca y Zamora murió en1653, a la edad de 76 años.

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Presentado el personal, vamos al cuento.

A todo quidam le tenía su reverencia el señorlicenciado metido el resuello dentro del cuerpo.El Presidente estaba desterrado de Quito, elfiscal de la Audiencia encarcelado, los oidoresandaban dispersos, el Obispo, para no ver lacara de suegra que Mañozca le ponía, andabapor esos pueblos de Dios practicando una visitainterminable, y los frailes, cuyas rivalidadesfomentaba el visitador, se arrancaban el cer-quillo entre españoles y criollos.

Estos últimos, los criollos, eran los que lle-vaban la peor parte: no había pleito en quetuvieran la razón, pues, en criterio del visitador,un mestizo nunca podía tenerla.

Los dominicos de Quito, que a la llegada deMañozca estaban gobernados pacíficamente porun provincial criollo, fray Sebastián Rosero, queen uno de los Capítulos, por milagro celebradocon calma, había obtenido 25 votos, siendofavorecido con sólo 14 su contrincante frayGaspar Martínez, español, vieron encenderse,

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luego de la llegada del visitador, la guerra intes-tina con todos sus horrores. Antojósele al can-didato derrotado, fray Gaspar Martínez, ocuparel puesto de provincial, y trató de lograrlo conel apoyo de Mañozca. Este, dando efecto re-troactivo a una patente del Maestro General dela orden dominicana, que mandaba se guarda-ra la ley de la alternativa en las elecciones deprelados de la provincia de Quito, declaró nulala prelacía del padre Rosero, y con sus omní-modos poderes de visitador e inquisidor, sentóal padre Martínez en el provincialato.

Grandes alborotos suscitó esta arbitraria medi-da: los frailes negaron la obediencia al intruso,Mañozca lo sostuvo y, pasando sobre toda con-sideración de derecho, ya no respetó ningúnfuero.

Exasperados los frailes, y divididos en dos ban-dos, los disidentes huían del convento, y losotros, los que estaban en el candelero, pug-naban por reducirlos a la clausura: fraile huboque, huido de Santo Domingo, se pasó a viviren Santa Catalina...

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De allí lo sacaron otros frailes, después dereducirlo a la impotencia, a pesar de desespe-rada lucha que, espada en mano, había hechoel prófugo, que era español. Ya lo conducían alconvento, cuando los criados de Mañozca,cayendo sobre el grupo, libertaron al preso, yarrearon con todos a casa del reverendísimoinquisidor. Furioso éste, llegó a acogotar a unfraile criollo, de los apresadores del español, asacudirlo por la capilla del hábito y a maltratara otro.

-Que se excomulga vuestra reverencia...! gritóel fraile maltratado.

-¿Excomulgarme yo, pegando a un mestizo?fue la respuesta de Mañozca.

-Pero Señor, la Bula de la Cena...

-¡Qué Bula de la Cena, ni qué Bula de la comi-da! Yo soy un rayo; caigo de repente: nadie seescapa de mis manos: a los que yo persigo, dedentro de la tierra los he de sacar para casti-garlos...!

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Lanzado en la pendiente, ya el inquisidor autó-crata no tuvo, límites para sus excesos. -Losfrailes lo excomulgaron a él y a sus criados; éldesterró y encarceló a los frailes. Los agustinosentraron en la colada, tomando partido por losfrailes criollos: fue una guerra terrible, y nadiese atrevía a protestar: era tan formidable la au-toridad del Santo Oficio.

Al fin, desesperados los frailes, prepararon ba-jo capa y con mucho sigilo un memorial biendocumentado sobre la tiranía del visitadorMañozca, y lo enviaron al Consejo de Indias,que libró a Quito de la pesadilla que había du-rado casi cuatro años. -Su Majestad mandabasuspender inmediatamente la visita y que lascosas quedaran como antes de que el licencia-do Mañozca viniera por estos trigos.

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Tan grande fue la alegría de los atortoladosvecinos y el júbilo tan inmenso entre la gentede cogulla, que nadie quería dar fe a la gratanoticia de la cesación del flagelo que para Quito

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había sido la autoridad del visitador. Post nu-bila Phoebus, o lo que es lo mismo:

Tras la tormentaSe aspira blanda brisa....

Se publicó por bando la Cédula Real y todosrespiraron satisfechos...

En la noche de aquella aurora de paz, los frailesde Santo Domingo, acompañados de algunosagustinos dieron al licenciado Mañozca, unadonosa serenata de despedida.

El inquisidor, que ya estaba entre las sábanas,se despertó al son de roncos instrumentos quetañían bajo sus ventanas: era una de aquellasmarchas fúnebres que se tocan al acompañar aun muerto a su última morada. Concluida estaobertura por la orquesta, resonó la callada no-che con el solemne canto llano de un responsoejecutado a muchas voces. Los latines del li-túrgico canto se habían apropiado al visitadordestituido... En lugar de pedir al cielo quecerrara las puertas del infierno al alma de

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Mañozca, como hace Nuestra Santa Madre laIglesia por los fieles que en su seno tienen ladicha de morir, los frailes pedían que se abrie-ran de par en par al Licenciado.... Los domini-cos cantaban:

-A porta inferi.

Y respondían los agustinos:

-Nunquam eruas, Domine, animan Joannis...!

Su señoría reverendísima se retorcía en sulecho, como los reos de la Santa Inquisición, enel potro de tortura, exclamando:

-¡Así han padecido los santos...!

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¡Toma por patriota!

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IENTRAS el futuro Mariscalde Ayacucho operaba por elsur, el Libertador librabala batalla de Bomboná, quelos realistas llamaron laderrota de Cariaco. La gloriafue, esta vez más, de Colom-

bia y de Bolívar. Huyeron des-pués de tenaz resistencia lasdeshechas y aguerridas huestes

del bravísimo coronel Basilio García a encerrar-se en Pasto la empecinada, dejando el campo

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¡Toma por patriota!

M

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cubierto de cadáveres, y la hacienda de Cariacobebió ampliamente la sangre mezclada depatriotas y realistas.

La victoria no fue barata para Colombia: en lalucha desesperada, Bolívar tuvo que lamentarpérdidas considerables.

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Frescas brisas oreaban las colinas de Bombonáal otro día del combate: los soldados heroicosde Bolívar volvían apenas a restituirse a sucampamento después de haber perseguido ensu fuga al enemigo. El Sol, levantándoseradioso, dejaba ver al Libertador, que en lamañana recorría a caballo el campo de batalla,el estrago causado por el combate en los cul-tivos ubérrimos: campos de desolación eranaquellos que, dos días antes estaban vestidosde todas las promesas de Ceres.

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Tímida, suave, lentamente, caballero en trota-dor caballejo, descubrió de pronto Bolívar a unhombre que hacia él avanzaba, embozado ensu gran poncho. El Libertador hizo alto paraesperar al civil que hacia él venía. Acercóseeste, y lleno de cortesía saludó al general victo-rioso.

¿Quién es Ud? -preguntó el Libertador.-

-Soy el propietario de esta hacienda en que V.E. ha alcanzado una victoria más, excelentí-simo señor - dijo el recién llegado -Me llamoJuan Muñoz de Ayala, para servir a V. E. y a laPatria.

Desfrunció el ceño el Libertador que, descon-fiado de los pastusos más realistas que el Rey,creía habérselas con un godo, y, agradeciendola cortesía del saludo, siguió andando al ladodel propietario de Bomboná, y departiendo conél amablemente.

Don Juan Muñoz de Ayala era un verdaderopatriota, un lunar -o por mejor decir- una

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estrella entre sus compatriotas. Invitó al héroea la casa de su hacienda, y, para honrarla contal hospitalidad, la echó por la ventana. Todolo que tenía le dio al Libertador y a sus ham-brientas tropas: bien poco era, pero, quien da loque tiene, no debe más. -Y sobre todo, ¡fuetanta la buena voluntad!

Bolívar trató a su huésped con toda distinción:de él recibió todo lo que pudo darle decomestibles para la tropa: «pan regalado, yrecién beneficiado para él y sus oficiales», -¡yhasta aguardiente para los soldados! -Y paracolmo, tres cargas de ponchos para abrigo a lospatriotas en aquellos andurriales.

El general republicano fue agasajado tantocomo la tierra de sí dar podía en la casa deCariaco. -Los oficiales realistas, días antes, nohabían recibido un jarro de agua...

Bolívar, al despedirse de Muñoz, no quiso sermenos generoso: deseoso de pagar al pro-pietario de Bomboná los daños y perjuicios queen sus cultivos había recibido, ordenó al

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tesorero de la expedición abonara a don JuanMuñoz de Ayala 2000 pesos en concepto deindemnización, suma que le fue entregada enaquellas onzas peluconas de que apenas perdu-ra la memoria en estos tiempos de níquel…

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Hasta aquí, todo había ido bien para el patriotadon Juan Muñoz que, inconsciente del peligro,y talvez envanecido con el trato honrosísimoque del Libertador había recibido, tuvo laimprudencia de entrar en Pasto, aquel baluartede la Monarquía...

Iba a partir con sus hermanos, copropietariosde Bomboná, las peluconas de Bolívar...

Dos meses después de la Victoria de Bomboná,se veía don Juan Muñoz de Ayala, el 7 de mayo,apresado en la cárcel de corte de la fidelísimaciudad de San Juan de Pasto. - El coronel Ramón

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Medina, capitán primer ayudante del batallónInvencible de Pasto, había ordenado encau-sarlo por el crimen de haber atendido al «Pre-sidente intruso de Colombia Simón Bolívar» ensu hacienda de Cariaco al otro día de la acciónque tan funesta fue a la causa del Rey...

Nueve testigos, de los corridos realistas deBomboná, declararon en el proceso. - A donJuan Muñoz de Ayala se le tomó confesión, y,aunque quiso paliar su responsabilidad, fuedeclarado reo de traición al Rey...

A los realistas les dolía tanto la diferencia detrato en la hacienda de Cariaco...! Y luego,estaban vencidos, las noticias de la guerra sureran tan fatales para ellos...!

Y don Juan Muñoz de Ayala no fue fusilado,porque Sucre venció en Pichincha el 24 demayo de aquel año y, en las capitulaciones del25, firmadas por Aymerich y el futuro Mariscalde Ayacucho, estaba incluido el territorio de lafidelísima Pasto.

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Viva la gallina con su pepita

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L convento de Agustinos deQuito fue el cuarto de frailesque se fundó en la ciudad, endonde ya, por aquella época,principiaban a levantarse lassuntuosas fábricas de SanFrancisco, La Merced y Santo

Domingo.

Gracias a la real munificencia y a la caridad delos vecinos, a mediados del siglo XVII, el con-vento que ahora conocemos estaba ya en pié,si no alhajado y decorado enteramente, y los

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Viva la gallina con su pepita

E

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agustinos de Quito, que primero dependierondel provincial de Lima, se habían erigido enprovincia aparte.

Mayor estimación de la grande que ya gozabaen el pueblo religioso la orden del gran padre dela Iglesia, que, en sus comienzos aquí, habíacontado entre sus hijos varones eminentes envirtud, vino a darle la milagrosa llegada alconvento de Quito del Señor de la BuenaEsperanza.

Un buen día vieron los quiteños atravesar lascalles de la ciudad a una mula torda que, car-gada de un gran cajón, se dirigió, sin queningún arriero la guiara, a San Agustín.

Llegada al pretil de la iglesia, en que se abría lapuerta de la santa casa, la mula, al pareceragobiada con su carga, allí se echó. Como em-barazara la entrada, el lego portero y los fá-mulos del convento trataron de levantarla, mástodos sus esfuerzos fueron vanos. Vanasfueron también las tentativas de los pasantesque se juntaron para ayudar al lego y a algunos

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religiosos: la mula era insensible a los golpesque le daban.

Desembarazándola de su carga, y, apenas librede ella, se levantó el animal y echó a corrercalle abajo sin que nadie pudiera seguirla...

Allí quedara en el pretil el gran cajón, si carita-tivamente no lo entraran en la portería del con-vento para que pudiera encontrarlo en buenascondiciones quien lo reclamara.

Avisados de la novedad provincial y prior, juz-garon que sería bueno abrir el misterioso bultopara saber su contenido: de esta manera,talvez, se averiguaría el dueño.

Grande fue el asombro de los religiosos al verlo que la mula les había traído: el cajón con-tenía una hermosísima imagen de Cristo, detamaño casi natural, sentado en una silla y enla actitud dolorosa del redentor del mundocuando fue expuesto a la burla de los judíos, alas voces del pregonero que decía desde el pre-torio de Pilatos: ¡Ecce homo!

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Entusiasmados con suceso tan extraño, losfrailes daban voces, y a ellas acudían los veci-nos. La nueva de la milagrosa llegada del Se-ñor se esparció volando por la ciudad y prontose vio llena de gente la portería del convento.

Los circunstantes, para tributar la debidaveneración al Señor, pedían que la imagenfuera llevada a la iglesia, y así lo deciden losreligiosos, felices de adornar su templo conjoya tan preciada, que sin duda, Dios mismo lesenviaba de manera tan fuera de lo común.

Pero otro prodigio les esperaba: era tal el peso dela sagrada escultura, que las fuerzas unidas detodos los frailes del convento, de los circunstan-tes todos, no fueron poderosas para levantarla.

En esto se vio, dice la tradición, la voluntadque demostraba el Señor de quedarse allí adonde se había hecho conducir. Ante el prodi-gio, resolvióse que la escultura quedara allí, ydesde entonces en Quito, se le llamó EL SEÑORDE LA PORTERÍA.

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AL MARGEN DE LA HISTORIA

Ya en otras de estas leyendas,- «Ir por lana» -con-té los gatuperios del viejo verde del doctorVega, oidor de la Real Audiencia que, por sumajestad, residía en esta Muy Noble y MuyLeal ciudad de San Francisco de Quito.

Pero no dije que uno de los corchetes que a sumerced el alcalde don Pedro Buendía acom-pañaban en la ronda que perseguía el pecadopúblico, al recibir el portazo que ciertos bultosle dieran, al escurrirse en una casita del barriodel Beaterio, quedara herido en un ojo.Llamábase el tal corchete con el vulgarísimonombre de Juan Pérez.

Cuantos remedios le aplicaron físicos, curan-deros y comadres resultaron vanos. Médicohubo, de los poseedores de secretos, que alexperimentar uno en el infeliz, le hubo de hacerrecordar el viejo refrán: Dios me libre de físicoexperimentador y de asno bramador... La heri-da se infectó, y Juan Pérez perdió su ojo.

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Desesperado de hallar remedio en la medicinaterrestre, puso su esperanza en Dios, fuente detodo bien, y en su Hijo divino, que, con unpoco de lodo amasado con saliva, habíadevuelto la vista al ciego de nacimiento.

Venerábase, como ya dije, entonces, en laportería del convento de San Agustín de Quito,como hoy en su iglesia, al Señor de la BuenaEsperanza. Ante la portentosa imagen ardíanconstantemente dos lámparas, por medio decuyo aceite había obrado Dios grandes prodi-gios en todas las dolencias de este miserablebarro en que encerró su soplo divino, cuandohizo al hombre.

En su miseria y desolación Juan Pérez ocurrió ala piedad del Cristo que dijo: venid a mí los quelloráis, que os consolaré; los que estáis car-gados, que yo os aliviaré.

Deshecho en lágrimas ante la imagen hierática,trasunto de todos los dolores humanos queNuestro Salvador tomó sobre sí, el corchete cla-mábale ferviente, a la par que se frotaba losojos con el bálsamo de salud.

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Los días se le pasaban al pobre Juan Pérez enoración fervorosa en la portería de SanAgustín, mas Dios, sin duda, quería probar a susiervo, porque su ojo enfermo cada día se irri-taba más y más, y aún el otro, el sano, prin-cipiaba a inflamársele...

Lleno de fe, sin embargo, continuaba sus cla-mores y plegarias y continuaba las uncionesdel aceite milagroso.

Y llegó día en que tal fue la prueba a queNuestro Señor sujetó la paciencia del devoto,que el ojo que había estado sano, se puso enestado tal de irritación, sin duda por las que-mantes lágrimas derramadas, que Juan Pérezya no pudo ver la faz dolorosa y hermosísimade la imagen del Señor.

En este punto y en trance tal, el desoladocorchete comprendió que había tentado a Dios,pidiéndole un milagro, en su criterio utilísimopara él, pero inútil, talvez, en los inescrutablesdesignios de la divina sabiduría.

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Arrepentido de su temeridad, ya no se untómás el aceite milagroso, y, reprimiendo laslágrimas que le irritarían más los ojos, cesó dellorar, y más,

A grandes voces decía:¡Señor, a quien me consagro!¡Ya no quiero más milagro¡Si no el que yo me traía!

Habiendo, en su profunda humildad, reconocidoque no se debe tentar a Dios pidiéndole cosasextraordinarias, y cesado en la aplicación delprodigioso bálsamo, la irritación del ojo quehabía sido sano cesó, y Juan Pérez pudo volver acontemplar siquiera de lado, la imagen del Señor. Y

Contento de hallar su ojo,Se volvió sin más antojoDe milagro....

Como en toda tierra de cristianos se cuecenhabas, esto mismo cuenta Montalbán del Cristode Zalamea, en «No hay vida como la honra»

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Los amores de Sucre

Al Excmo. Señor DoctorDon José Luis Tamayo,

Presidente de la Repúblicarespetuosamente

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OVEN de 26 años, en quien,a pesar de su juventud,“habían madurado los donesdel espíritu”, y que tenía,“con la actividad del joven, lareserva y discreción del hom-bre experimentado”, endure-

cido en los combates, adornadocon mil exquisitas prendas decarácter y de pulidísima edu-

cación social, condecorado con un nombre ya

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Los amores de Sucre

J

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glorioso, llegó Sucre a Guayaquil, en mayo de1821, encargado por el Padre de Colombia, dedar cima a la libertad del sur.

En Guayaquil el joven y glorioso Generalcumanés fue recibido con todas las manifesta-ciones de entusiasmo que un pueblo patriota escapaz de ofrendar a quien viene a consolidar sulibertad y a darla a sus hermanos. A Quito, laprimera que había levantado el estandarte delos libres en 1809, le cupo en suerte ser la úl-tima en conseguir su libertad. Quito es el alphay omega del movimiento emancipador de Co-lombia la Grande.

Entre los festejos con que Guayaquil celebró lallegada del futuro Mariscal de Ayacucho a susplayas, se contó como principalísimo, el baileque organizó en su honor el General Villamil.

La belleza proverbial de las mujeres porteñasdebía hacer brillantísima aquella reunión, a laque hubo de concurrir lo más selecto de la ciu-dad. Los jóvenes y flamantes oficiales octubri-nos, los elegantes currutacos, estaban llenos

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AL MARGEN DE LA HISTORIA

de entusiasmo con la esperanza de la fiesta: yalas niñas más elegantes, las más lindas, lasmás distinguidas, habían dado su asentimientode asistir a la velada, con sus respectivas yrespetables mamás. - Pero faltaba una familia,que entre sus miembros contaba a la perla máspreciosa del Guayas, a la más linda muchacha,fresco pimpollito de diez y seis abriles. Lafamilia distinguidísima de Gainza, fiel a su ran-cio abolengo peninsular, lo era hasta entoncesa la causa del Rey, y, por tanto, no asistiría alproyectado baile.

Lamentábanse los organizadores de la fiesta deque tan brillante concurso les faltara; y alguien,talvez un oficial colombiano que lo oyó, fue yse lo dijo al futuro Mariscal de Ayacucho.

El General quiso ganar a la causa de Colombiauna bella mujer. Tomó consigo a dos de susapuestos edecanes y, vestidos todos de gala, sepresentaron en casa de las señoras de Gainza.Después de los saludos y cortesías de estilo, eljoven General expuso a la señora de la casa elobjeto de su visita: no podía permitir dijo, que

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la velada que se preparaba estuviera privada dela más linda muchacha del puerto y pedía elhonor de bailar la primera contradanza conPepita Gainza. A petición tan galantementeexpresada, la madre de Pepita no tuvo mediode eludir la invitación, y prometió concurrir consu hija a la velada.

Ya los salones en donde la fiesta se celebraba,estaban llenos de invitados. Rutilantes de luzy adornados con profusión de flores, los frescosy vaporosos vestidos de colores claros con quese ataviaban las bellezas guayaquileñas, con-trastando con los brillantes uniformes de losnuevos militares y con los más severos de losveteranos de la expedición colombiana, dabana la reunión aspecto encantador y animadí-simo, cuando se presentaron las invitadas per-sonales del General Sucre: venía Pepita Gainzamás linda que nunca, y a recibirla se adelantóel General.

Vestía éste de gran uniforme y en el pechoostentaba el sinnúmero de medallas que habíaganado con sus heroicos hechos.

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AL MARGEN DE LA HISTORIA

Bailando con Pepita una de aquellas pausadasy ceremoniosas contradanzas de la época, enuna de las complicadas vueltas del baile, lascondecoraciones del General enredáronsecasualmente en los encajes que adornaban elcorpiño de su linda pareja. Sucre, siempregalante, desprendió la aguja que sujetaba a supecho las medallas y dejándolas colgadas delcorpiño de Pepita: -Señorita, la dijo, este inci-dente quiere decir que mis glorias lapertenecen. -Pronta, viva, Pepita, sin turbarse,le replicó: -General, me haré digna de ellas.

No pasó desapercibida la galantería del jovenguerrero, y la concurrencia la aplaudiócalurosamente. Prendadísimo quedó el GeneralSucre de la sin par y despejada Pepita, a quien,en recuerdo de la hermosa velada, dejó suscondecoraciones. El joven héroe pensó, sedice, hacerla su esposa.

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De realistas que, hasta tratar al simpático ycaballeroso Sucre, habían sido algunas familias

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guayaquileñas, y entre ellas la de Gainza, sevolvieron ardientes patriotas, como lo demues-tra la carta que más abajo copio.

El Coronel Nicolás López había sido el ídolo dela ciudad de Guayaquil, antes de su negraacción de Babahoyo: hombre de exquisita edu-cación, muy apuesto y decidor, había sabidocaptarse gran aprecio entre las damas porteñas,quienes, al enterarse de su inicua traición a lacausa de la libertad, y en respuesta a las expli-caciones capciosas que de su conducta diera ala sociedad guayaquileña, le dirigieron estacarta, que publicó “El Patriota de Guayaquil”:entre las firmantes están, como puede verse,las Gainzas.

«Traidor! ¿Aún te atreves a pronunciar losnombres de la inocencia y del pudor, despuésde haber profanado este suelo con tus críme-nes? ¡Cobarde! ¿Las pequeñas fatigas de unamarcha corta te atreves a poner en considera-ción de un sexo que las conoce y las despre-cia? ¡Hombre detestable! Tu lenguaje esigual a tus intenciones, y el desorden de tus

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AL MARGEN DE LA HISTORIA

palabras igual a la desorganización de tualma corrompida. Huya para siempre de ellasla victoria, que sería el triunfo de los vicios; y,antes de experimentar este día de horror, pere-ciendo el último de sus defensores, las damas aquienes hablas, incendiando con sus manos estahermosa ciudad, sepultarán su honor y su decoroen las cenizas de Guayaquil. -Agosto 28 de 1821.-Rocafuertes. -Tolas. -Garaicoas. -Llagunos.-Lavayen. -Rocas. -Cambas. -Calderones. -Días.-Gorrocháteguis. -Luzcandos. -Plazas. -Campos.-Merinos. -Aguirres. -Casilaris. -Haros. -Morales.-Gainzas. -Roldanes. -Carbos. -Urvinas. -Ji-ménez. -Elizaldes. -Ycazas”.

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Los intereses de la guerra arrancaron pronto aljoven General de los encantos de sus incipientesamores con Pepita Gainza. Seguramente la fres-ca sonrisa de tan linda muchacha fue un leniti-vo del abatimiento que al guerrero hubo desobrevenirle cuando, después de su derrota deHuachi, volvió a Guayaquil. Y talvez el encan-to de aquella mujer le infundió luego nuevos y

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mayores bríos para reemprender la campaña yobtener mayores glorias que ofrendarla.

Mas el refrán dice, y es lo cierto: «Matrimonioy mortaja, del Cielo bajan». Este comenzadoidilio entre un General de 26 años y una can-dorosa niña de 16 no debía tener el términofeliz que ambos soñaron en una perfumada yexquisita noche tropical...

Victorioso en Pichincha el 24 de mayo de1822, al día siguiente, a las 3 de la tarde,entraba el General Sucre en la ciudad de Quito.Aquella misma tarde, recibía la visita del viejoMarqués de Villarrocha y de Solanda, antiguoadalid de nuestras libertades, que venía a feli-citarle por el esplendoroso triunfo.

A la mañana siguiente volvió el Marqués y,queriendo dar al héroe una prueba de su altoaprecio, invitóle amable a que se dignara visi-tar su casa para presentarle a su familia. Acep-tó el General, fijando el domingo siguiente pa-ra cumplir la grata obligación. En esta visitaque, por ser la primera, fue corta, conoció el

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AL MARGEN DE LA HISTORIA

General Sucre a la Marquesa y sus tres hijas:doña Mariana, doña María y doña Josefa Car-celén y Larrea.

Gratamente impresionado quedó Sucre de labelleza de la primogénita, doña Mariana, acen-tuándose más y más cada día esta impresióngrata con el trato de la heredera del mayorazgode Solanda.

Poco tiempo después marchaba el GeneralSucre a someter a los rebeldes y empecinadospastusos. Vencidos éstos, volvió a Quito, dedonde en breve hubo de partir al Perú paracoronar su gloria en Ayacucho, saludando elprimero la libertad del continente.

El prestigio, la gloria, las excepcionales cuali-dades del primer teniente de Bolívar, lo llevarona constituir en el Alto Perú la República deBolivia, a regirla y gobernarla.

La Marquesa de Solanda tuvo, según tradiciónlegada por O´Conor, otro pretendiente: el apuestoCoronel irlandés Arturo Sandes. Cuéntase que

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cierta noche de 1824, en una posada de Hua-machuco, Sandes y O´Conor bebían, añorandolas brumas de Albión, unas copas de ron deJamaica, cuando entró el General Sucre, paraanunciarles que estaba pronto a partir paraQuito un expreso, y decirles que, si algunacarta tenían que enviar, aprovecharan delcorreo.

Como se mentara a Quito, y no dejara Sucre deapoyar un tanto el tono, contestándole Sandesno tener carta que enviar, vino, entre camaradas,la franca explicación: dos valerosos jefes preten-dían a una misma mujer: ¿Quién se la llevaría?

Habiendo hecho donación entera de su sangrea la causa de la libertad, no podían derramarlapor otra. Así, decidieron, dice O´Conor, confiara la suerte su destino. O´Conor propuso echaral aire un peso y escogió él mismo cara para elGeneral Sucre y sello para el Coronel irlandés:la suerte favoreció al General.

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AL MARGEN DE LA HISTORIA

El Marqués de Solanda había muerto en Quitoel 8 de agosto de 1823. Sucre, resuelto acasarse con la marquesita heredera, escribió aPepita Gaiza su resolución... La noble niña, aquien, sin duda, el desengaño arrancó amargaslágrimas, fue lo suficientemente noble para daruna sublime prueba de su abnegación: con-testó a Sucre que remitía a la marquesita deSolanda las medallas que había guardadodesde la noche del baile...

Libre ya de su compromiso, Sucre envió desdela ciudad de La Paz los poderes suficientes a sugran amigo quiteño el Coronel don VicenteAguirre y Mendoza, para que, en su nombre,contrajese el matrimonio pactado con doñaMariana Carcelén y Larrea.

Recibido este documento, el Coronel Aguirre seapresuró en dar los pasos conducentes a la ce-lebración de la boda. Evacuadas las diligenciasde la información de soltería en que fueron tes-tigos el General de Brigada don Tomás deHéres, el Coronel don Carlos Eloy Demarquet,Edecán de Su Excelencia el Libertador, y el

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Coronel Cervellón Urbina, Cirujano Mayor delEjército, la boda se celebró en Quito el 20 deabril de 1828, cuando había apenas 48 horasque el Gran Mariscal de Ayacucho fuera heridoen Chuquisaca, a consecuencia de la conjuraque, en aquella ciudad, estalló el 18 de abril alamanecer. Fueron padrinos de la boda dosgrandes amigos del General Sucre y de Bolívar,los Marqueses de San José, don Manuel deLarrea y Jijón y doña Rosa Carrión y Velasco.

Sucre vivió con su esposa apenas once meses:habiendo llegado a Quito el 30 de setiembre de1828, partió para la campaña de Tarqui a finesde enero siguiente; volvió a reunirse con laMarquesa a mediados de 1829, y estuvo conella hasta diciembre, en que se separó paraasistir a las sesiones del Congreso Admirable.A su vuelta, fue vilmente asesinado en lasmontañas de Berruecos.

Único fruto de su matrimonio, fue Teresa, naci-da el 10 de julio de 1829 y fallecida el 15 denoviembre de 1831.

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Joven y cargado de gloria, natural era que elamor le sonriera a su paso. Fruto de fugacesdevaneos durante su estadía en Guayaquil, fueuna niña cuya suerte no me ha sido posibleaveriguar. Sé sólo que existió, por la siguientecarta, dirigida desde Bolivia, por el GeneralSucre, al amigo de sus confianzas en Quito, elCoronel don Vicente Aguirre. Dice así: «Octubre11.- Mi querido Coronel Aguirre: en una car-tica que le escribí de Oruro, dije a Ud. que enGuayaquil tengo una niñita, que sea o no mía,su madre lo decía así, y he llegado a creerlo. Sumadre, Tomasa Bravo, ha muerto, según mehan escrito de Guayaquil, y la chiquita, (que sellama Simona) no sé quién la tenga, y es mideber y mi deseo recogerla.

“Abuso de la amistad de Ud. para rogarle queme haga llevar esta niñita a Quito y la pongaen una casa en que la críen y la eduquen conmucha delicadeza y decencia, la enseñen cuan-to se puede a una niña, y en fin, me la hagatratar tan bien como espero de Ud. Todo gasto

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lo pagará Ud. de mi cuenta. La chiquita tendrácerca de cuatro años, y creo que podrá darlerazón de ella Angelita Elizalde.

Suplico a Ud. que llene este encargo y que dis-pense mis impertinencias.

Suyo,

J. Sucre

Y en el sobrescrito. Señor Coronel Aguirre. -Pri-vada. -S. M.

¿Qué fue de Simona Sucre? ¿Quién fue TomasaBravo? Son dos problemas difíciles deaveriguar después de un siglo. -Talvez existendescendientes del Gran Mariscal...

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A victoria alcanzada por elmejor teniente de Bolívar,el 24 de mayo de 1822, enlas faldas del Pichincha,completó espléndidamentela libertad de Colombia laGrande.

Pasto la empecinada, inexpug-nable reducto de la monarquía, hasta

entonces asediada por el Libertador en persona,hubo de rendir su guarnición de bravos manda-dos por el impertérrito Coronel don Basilio

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El paso del Rubicón

L

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García, en fuerza de las Capitulaciones fir-madas entre el Mariscal de Campo don MelchorAymerich y el joven General Sucre.

De Pasto, ya sometida, vino el Libertador aQuito, ciudad en que hizo su entrada sobre uncarro triunfal adornado con las banderastomadas al enemigo en los últimos decisivoscombates. Bolívar, al recibir, aquel memorable16 de junio de 1822, las ovaciones entusiastasde un pueblo delirante, dejaba enredarse sucorazón en los mágicos hilos de luz de dos ojosnegros que le miraban desde un balcón de laPlaza Mayor de Quito: Manuelita Sáenz deThorne, vestida de blanco, con la cucarda tri-color de Colombia al pecho, arrojaba flores alTriunfador...

Cuatro meses escasos pasaron en una aparentetranquilidad los indomables pastusos: en octu-bre volvieron a insurreccionarse, y el vencedorde Pichincha hubo de ir en persona a dominar-los por la fuerza, lo que logró en noviembre,venciendo una tenaz y desesperada resistencia.

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Mas, si la ciudad estaba sojuzgada, no por ellodejaba de haber una rebelión latente. Inquietoel Libertador por aquel estado de inseguridad, setrasladó a Pasto, y, como las medidas suaves,que al principio adoptara, de nada sirvieran pa-ra reducir a los rebeldes, Bolívar los trató conenergía, con crudeza, y hasta con crueldad.

Un apaciguamiento, más bien un letargo,sobrevino entonces en Pasto, y el Libertadorpudo volver a Quito, dejando por ComandanteGeneral de la Provincia de los Pastos al CoronelJuan José Flores.

Pronto tuvo éste que apelar a las armas. Losprimeros movimientos fueron sofocados, yFlores tomó terribles represalias de los faccio-sos. El fuego de la rebelión, con esto, se en-cendió más, hasta que se produjo, en junio de1823, el formidable levantamiento del intré-pido indio Agualongo, que, venciendo y des-baratando a la guarnición colombiana deFlores, puso a la República en grandes aprietos.

Apenas advertido del suceso Bolívar, que enaquellos momentos tomaba algún reposo en la

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hacienda de su amigo el Coronel Garaycoa, enBabahoyo, desplegó su maravillosa actividadpara conjurar el peligro. La importancia que elLibertador daba a esta campaña, que podía serfatal para Colombia desguarnecida de susinvencibles tropas, enviadas en socorro delPerú, se trasluce en estas frases, escritas por él,desde Quito, el 5 de julio de 1823, al GeneralSantander: “Estoy empleando hasta los muer-tos en defensa de este Departamento...” “Yopienso defender este país hasta con las uñas...”

Quito, la siempre heroica ciudad, madre y cunade la Patria, ardió en ira contra los rebeldes quequisieron sujetarla de nuevo a las cadenas quesacudiera la primera en la América española.

Bolívar, en inflamada proclama, que es un do-cumento de honor para Quito, reconoce el va-lor de sus hijos, y su amor nunca desmentidopor la Libertad. «¡Quiteños! -les dice el 28 dejunio de 1823 -Vosotros habéis olvidado vues-tro rango, vuestro reposo, vuestra dicha y aúnvuestra vida por volar a las armas... Vuestrospróceres han dado un ejemplo inimitable;

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vuestros antiguos nobles fueron los primerosen entrar en filas. El más rico ciudadano deColombia, anciano y enfermo, ha tomado unfusil...: como el antiguo Marqués de San José,todos habéis llenado este sublime deber».

Agualongo, vencedor de Flores en Pasto, ocu-paba ya a Ibarra que, desguarnecida, no habíapodido oponerle resistencia.

El Libertador sale al fin de Quito. Este genioportentoso, el único hombre que, según el decirde uno de sus biógrafos, “sabía crear de lanada”, había podido en pocos días, organizaruna fuerza de 1.500 hombres, los más de ellosreclutas, pero cuyo entusiasmo por la santacausa de la libertad que iban a defender, suplíaen valor la instrucción militar que les faltaba.

El 17 de julio Agualongo es sorprendido enIbarra por Bolívar, que, como una águila, caesobre él. Lucha tenaz y desesperada; el valores igual de parte y parte, el campo de batallaqueda sembrado de cadáveres, pero tambiénqueda en poder de Colombia. Los facciosos,

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desbaratados, apelan a la fuga, mas lacaballería colombiana que los persigue, no lespermite ir lejos: van cayendo en su carrerahacia el norte, y contados son los que logranatravesar el encañonado Guáitara.

Conseguida la victoria, y encargado el GeneralSalom de sujetar durísimamente a la ciudadrebelde, llamado por mayores atenciones, elLibertador vuelve a Quito.

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En su regreso, el Padre de la Patria, al paso porlos pueblos, era recibido con delirantes aclama-ciones de los habitantes agradecidos haciaaquel que había alejado de sus hogares loshorrores de la guerra.

Cada aldea se disputaba el honor de aclamar aBolívar, y cada una hubiérase sentido feliz deque el Libertador se detuviera en ella, mas elGeneral glorioso no podía hacerlo y viajaba,como siempre, rapidísimamente, acompañadode pocos oficiales.

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Así, al tercer día de su salida de Ibarra, y en lamañana, debía entrar en Quito.

Su Excelencia, apenas había desayunado algu-na cosilla en Guayllabamba, en donde tambiénhabía sido saludado por una diputación de loshabitantes notables de la aldea.

Venía ya cerca de Quito la comisión, y era yabien entrado el día. El pueblo de Cotocollao noquiso quedarse chico en eso de felicitar al triun-fador, y así había acordado enviar al caminopor donde el Libertador debía pasar haciaQuito, una comisión compuesta de algunosnotables, que le llevaran al General el saludodel pueblo.

Montados en sus caballejos, los notables cha-gras esperaban la llegada del héroe. Uno deellos estaba encargado de llevar la voz por lacomunidad y para ello, en largas vigilias, ha-bíase metido en el caletre el discurso que, parala circunstancia, le compusiera el cura del lu-gar: creía saberlo de memoria y se había ensa-yado a decirlo de corrido, pero, al ver aparecer

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allá lejos la comitiva del Libertador, le asaltabanciertos temores de no salir bien en su discurso.

Formados los notables a un lado del camino, enbuen orden, esperaban la llegada de Bolívar. ElLibertador y su comitiva, al ver al grupo, quesombrero en mano, esperaba, hicieron alto, yun estruendoso viva lanzado por uno de losdiputados, fue respondido por los demás: elprograma acordado en Cotocollao principiaba acumplirse.

El segundo y más importante número era eldiscurso. Salió de las filas el orador unos cuan-tos pasos y, poniéndose ante el General, prin-cipió, turbadísimo y emocionado:

-Excelentísimo Señor: Cuando César pasó elRubicón... Cuando César pasó el Rubicón...Cuando César pasó el Rubicón...

Y al pobre chagra se le fue el santo al cielo: supobre caletre no recordaba más...

Bolívar, entre irónico y escamado, le miraba, yaquella mirada anonadada, en cada segundo

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que iba pasando, al pobre chagra, que sudabapor todos los poros del cuerpo. -Y en medio desu angustia, esperando sin esperanza que seacordaría al fin, seguía como un chico deescuela:

-Cuando César pasó el Rubicón...

Cuando hubo dicho, colorado como un tomate,y lleno de confusión, por centésima vez:

-Cuando César pasó el Rubicón..., el Libertadorespoleó a su caballo, diciendo:-

¡Ya había almorzado, hombre!

Y la comitiva arrancó para Quito, y el notable deCotocollao, quedóse anonadado y temblando.

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Presentación ....................................................Introducción a la biografía de Gangotena .......Cristóbal de Gangotena Estudio Biocrítico ......

Al Lector ..........................................................El Cucurucho de San Agustín ...........................Simplicidad evangélica ....................................Un hidalgo a carta cabal ..................................Sacrilegio .........................................................¿Terror...? ¿Esperanza...? ..................................Más pobre que Cristo .......................................Los artículos de la fe ........................................Nobleza de abolengo, nobleza de alma ..........El descabezado de Riobamba ..........................Piedra con palo ................................................Yo fumo y tú... escupes ....................................Quien quiere celeste que le cueste ..................El Te Deum del señor Santander ......................El mayor monstruo, los celos ...........................Cosas de Su Ilustrísima ....................................Ir por lana... ....................................................¿Para la horca...? ¡Ni con grillos de plata…! ........La Virgen de la Empanada ...............................El ermitaño de Riobamba .................................Prestigio de los calzones ..................................Una cosa es con violín... ................................¡Toma por patriota! ..........................................Viva la gallina con su pepita ............................Los amores de Sucre ........................................El paso del Rubicón .........................................

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Indice

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Finito libro,

sit laus

et gloria

Patriae

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Acabáronse de imprimir estas

LEYENDAS

DE PÍCAROS, FRAILES Y CABALLEROS

En la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de

San Francisco de Quito, a treinta

días del mes de junio Fiesta de

San Marcial, año del Na-

cimiento de Nuestro

Señor, de dos

mil tres

años

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