libro como el hilo sin perlas

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Alicia Jiménez de Sánchez

Como el hilo sin perlasViaje al universo poético de Enriqueta Arvelo Larriva

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Colección Delta - No. 87© Fundación para la Cultura y las Artes, 2011

Como el hilo sin perlas Viaje al universo poético de Enriqueta Arvelo Larriva© AliciA Jiménez de Sánchez

Imagen de portadaTítulo: Sin título Autor: Benito Mieses Técnica: Mixta sobre tela Año: 2007

Al cuidado de: Héctor A. González V.Diseño y concepto gráfico general: DAViD J. ArneAuD G.

Hecho el Depósito de LeyDepósito Legal: N° lf23420118003235ISBN: 978-980-253-506-4

FUNDARTE. Av. Lecuna. Edif. Tajamar. PHZona Postal 1010, Distrito Capital, Caracas-VenezuelaTelfax: (58-212) 5778343 - 5710320Gerencia de Publicaciones y Ediciones

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Como el hilo sin perlasViaje al universo poético de Enriqueta Arvelo Larriva

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VEREDICTO II PREMIO NACIONAL DE LITERATURA STEFANIA MOSCA, MENCIÓN ENSAYO. ALCALDÍA DE

CARACAS. FUNDARTE

Nosotros, Gladys Emilia Guevara, Cósimo Mandrillo y Ronny Velásquez, portadores de la C.I. V-6.461.643, V-7.972.293 y V-10.796.084, respectivamente, nombrados como miembros del Jurado para el II Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca, 2011, Mención Ensayo, por la Directiva del Programa Cultural de la Alcaldía de Caracas, Fundarte, declaramos que hemos leído las 24 obras que fueron recibidas para tales efectos y hemos llegado al veredicto siguiente:

Otorgar el Premio a la obra literaria, Mención Ensayo, titulada:

Las ciudades interiores y los espacios de la melancolía en Teresa de la Parra. Presentada con el seudónimo de Fuerasca 917. En virtud de que el autor revela un excelente dominio del estilo discursivo ensayístico y una perspectiva original y novedosa de la obra de la escritora venezolana Teresa de la Parra. Una vez abierta la plica se revela que el autor es Fernando Guzmán Toro, titular de la C.I. V-5.789.362.

Una mención especial a la obra:

Como el hilo sin perlas. Viaje al universo poético de Enriqueta Arvelo Larriva. Presentada con el seudónimo de La desheredada. Por ser un extraordinario y exhaustivo trabajo de investigación sobre la vida y obra de Enriqueta Arvelo Larriva, lo que la hace merecedora de una mención especial para su necesaria publicación y difusión. Una vez abierta la plica corresponde a la autora Alicia Jiménez de Sánchez, titular de la C.I. V-1.223.247.

En Caracas a los 18 días del mes de julio de 2011.

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Reconocimiento

La investigación que se hizo para este libro no sólo fue hecha por mí. En buena parte fue realizada por la periodista Mariela Díaz Romero, quien merece por tanto un reconocimiento especial de mi parte. Hubo, al comienzo, un proyecto de escribir un libro a cuatro manos, pero en el transcurso de la investigación nos convencimos de las dificultades de ese proyecto y preferimos cada una escribir lo suyo. Mariela tiene menos prisa, porque cuenta con la juventud, que yo no tengo, pero sé que, en algún momento de los próximos años, ella también nos entregará un retrato, que ejecutado con los mismos datos, saldrá de otra cámara fotográfica o de otra intuición de mujer escritora, de los aconteceres de Enriqueta Arvelo Larriva.

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1. Barinitas de Enriqueta

Barinitas siempre fue para mí, flores y jardines. Oí su nombre por primera vez a los ocho años, porque de allí recibió mi madre una estaca de Príncipe Negro. Era una hermosa variedad de rosa, color rojo oscuro, que una vez sembrada descollaba como planta exótica en nuestro modesto jardín llanero de Obispos, donde sólo había plebeyas variedades de flores —cayenas, capachos, trinitarias— resistentes al calor, y este rosal aristocrático vino a reinar en nuestro patio, quedándose en mi memoria como sinónimo de Barinitas. Muchos años después, conocí la poesía de Enriqueta Arvelo Larriva y fue entonces cuando ese lugar cobró otra dimensión en mi pensamiento: se convirtió en «Barinitas de Enriqueta».

En ese pueblo del hoy estado Barinas1, en 1886, cuando contaba con unos 1000 habitantes, nació un alma singular: la poeta Enriqueta Arvelo Larriva. Por aquellos días, el poblado gozaba de un clima frío2 —en contraste con la calurosa capital del Estado— y de un paisaje muy grato, que aún conserva, por ser la unión de llano y montaña. Era el sitio donde los barineses enfermos —los tísicos, los palúdicos, los anémicos— se iban a sosegar sus males, esperando que un mejor clima contribuyera a una mejoría de su salud, y un paisaje más grato se les metiera por las rendijas del alma y aliviara su melancolía, como llamaban entonces a la depresión. No sé si daba resultados, pero era

1 El hoy Estado Barinas, por intervalos llevó el nombre de Estado Zamora, pero para 1886, año del nacimiento de Enriqueta Arvelo, el territorio de Barinas, junto con Cojedes y Portuguesa, formaban parte del Estado Sur de Occidente.

2 En un cuestionario que responde el cura párroco de Barinitas, a petición de la Diócesis de Mérida en 1909, señala que el pueblo tenía un clima «templado»; es decir, frío, aun cuando en la actualidad, según el geógrafo Luis Aranguibel, en su libro Geohistoria del Municipio Bolívar, la temperatura media es de 25,3 grados centígrados.

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la única alternativa, en una época sin antibióticos para combatir las enfermedades infecciosas, ni fármacos antidepresivos que hoy son la panacea para los males del espíritu. Ya en los días de la Guerra de Independencia, Barinitas era sitio para temperar, pues se cuenta que Bolívar envió allí con ese fin a sus tropas diezmadas por el paludismo.

Con aquella grata temperatura y la humedad, que era —y sigue siendo— factor determinante de su clima, porque en ese pueblo «cuando no llueve es porque las nubes se entretienen conversando» —como dice el poeta Alexi Gómez, y lo confirma el geógrafo Aranguibel3—, las mujeres podían disfrutar de un hermoso jardín todo el año. En aquella sociedad, típicamente machista, la jardinería era oficio femenino y la contemplación de sus resultados sólo ellas podían permitírselo. Todavía a mediados del siglo XX eran famosos los jardines de Barinitas y los habitantes de Barinas solían ir a buscar flores a ese pueblo vecino, cuando se requerían para un evento social. Ya en los años sesenta, pude conocer la colección de orquídeas de Miguel Ángel Rubio y quedar atónita ante el colorido y la fragancia de aquel espectáculo floral y, en los setenta, la del médico alemán Dr. Sauerteig (ya avanzado el siglo XX, los hombres empezaron también a ocuparse de la jardinería). Doña Teresa Valero me refirió cuán hermoso patio tenía la casa de los Arvelo Larriva, donde se destacaban las hortensias, inflorescencias azules y rosadas que se dan en tierras frías, colores que irradia la poesía de Enriqueta, según dice Orlando Araujo. Doña Teresa recuerda por allá en el año veinte, siendo ella una niña, sus frecuentes visitas a esa casa por encargo de su abuela Pilar Valero, a preguntar cómo había amanecido la niña Aura —la menor de las hermanas— y cómo seguía Don Alfredo, el padre.

Enriqueta Arvelo Larriva nació el 22 de marzo de 1886 en Barinitas, un pequeño pueblo que fue prosperando a medida que ella crecía, como permiten deducirlo los resultados de los censos. De acuerdo con el de 1881, había 943 habitantes en el poblado; para 1891, eran 1178; y en 1926, ya aparecen 3541; mientras que Barinas, la capital del Estado, pasa de 3324 pobladores en 1881, a

3 Luis Aranguibel. (2000). Geohistoria del Municipio Bolívar. Barinas: Cámara Munici-pal del Municipio Bolívar, s.p.i., pp. 47-49

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1744 en 1926. Según refiere Virgilio Tosta4: «Mientras la muy noble y muy leal Ciudad de Barinas se precipitaba en la más espantosa miseria, Barinitas adelantaba a todas luces. Mientras la desolación causada por el paludismo reducía a Barinas a una especie de infeliz aldea, con 800 habitantes, que la gente contemplaba con profunda tristeza, en cambio Barinitas se tornaba en un sitio alegre y hospitalario…» La prosperidad económica se refleja en los datos de producción agropecuaria de esos años y hasta en el hecho de que era la única población del Estado Barinas, en los comienzos del siglo XX, donde se consumía una res diaria.

En ese pueblo donde «cae blandamente la montaña y son alcanzados sus valles por la sabana que parece estirarse hasta unirse a ellos», según la descripción de Enriqueta; en esta aldea de gente laboriosa, hubo preocupación por el cultivo de las manifestaciones del espíritu y de la cultura desde comienzos del siglo XX. En 1903, llegó la primera imprenta traída por el sacerdote Felipe Santiago Vidal, y empieza a editarse el primer periódico impreso, El Bien, aunque ya antes el joven Alfredo Arvelo Larriva (hermano de Enriqueta) redactaba uno, elaborado a mano, que llamó Savia Nueva. En enero de 1907, empezó a salir el periódico Distrito Bolívar, dirigido por una dama, Elena Conde. Ya se veía que las mujeres eran factor del progreso espiritual en Barinitas, y en primera línea estaban las de la familia Arvelo. Eran motivo de singular interés las veladas artísticas que organizaba Doña Victoria Arvelo de Arvelo, y evidente la preocupación intelectual de las señoritas Arvelo Larriva —Mercedes, Enriqueta, Lourdes y Aura— quienes, según Virgilio Tosta, «estaban pendientes de la llegada de El Cojo Ilustrado, cuyas páginas eran leídas y asimiladas por ellas; y divulgaban entre las personas del pueblo las producciones de aquella excelente revista».

De ese entusiasmo por leer y divulgar todo lo que llegara a sus ma-nos, nos cuenta Enriqueta, en sus artículos de prensa. Hay, además, otra constancia escrita de su afán en este sentido y del interés por la lectura de muchos otros vecinos de Barinitas, la carta que ella escribiera a Don Tulio Febres Cordero, en septiembre de 1918, en la cual dice:

4 Virgilio Tosta. (1977). Ciudades, villas y pueblos barineses. Caracas: Editorial Sucre.

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Recibir su folleto sobre las Misiones y darme a leerlo fue todo uno. Muy interesante la parte seria y muy interesante la partecita del humour. En esta última, celebré con preferencia la original previsión del sujeto que tenía una novia de repuesto. ¡Qué bueno!

Yo leía el folleto a algunos amigos anoche, los cuales pregonarían la novedad y hoy me lo han mandado a pedir como de treinta casas. Ya ve, pues, el suceso que ha tenido aquí su relato de las Misiones.

También cuenta en entrevista del periodista Lorenzo Tiempo5: «Concurrían a mi casa de Barinitas las gentes notables del lugar. Te-níamos lecturas, charlas. La familia Arvelo ha sido muy lectora. Desde pequeña he leído mucho…» Allí revela el interés no sólo de ella sino de su entorno —familia, amigos— por la lectura; y esta lleva, automática-mente, a involucrarse en todo el hecho cultural y literario.

Por mucho tiempo me pregunté —e imagino que muchos otros lectores de la poesía de Enriqueta también lo han hecho—: ¿Cómo fue posible que en este pequeño pueblo, con vías de comunicación muy precarias, con tan sólo una modesta escuela primaria, haya surgido una poeta de su estatura intelectual? Pues bien, hay que entenderlo desde su entorno familiar y desde la circunstancias del lugar en aquella época. Un pueblo donde treinta familias solicitan con afán que se les preste un folleto con alguna novedad literaria tiene que ser excepcional, donde las cosas del intelecto son vitales para la supervivencia, donde no les bastaba comerse una res diaria para saciar su estómago, les era preciso acudir a la lectura como fuente para colmar las necesidades de su espíritu. ¿Y cuáles podían ser las consecuencias de esta actitud? Que los hijos de ese pueblo, los muchachos formados en esas familias, resultasen con vocación literaria. Es posible que algunos no pasaran de escribir una crónica o algún poemita rimado para un compromiso social, pero a otros como los hermanos Arvelo Larriva —Alfredo y Enriqueta— la poesía de las veladas que organizaba la prima Victoria o de los

5 Lorenzo Tiempo. (1949, 13 de agosto). «La vida y las obras / Enriqueta Arvelo Larri-va». El Nacional. Papel Literario.

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pocos libros que estaban a su alcance, les entró por los oídos y por los ojos, llegó a sus neuronas y abrió las compuertas de sus espíritus para convertirlos en poetas de canto hondo y verbo rutilante.

La familia Arvelo era visitada por hombres de letras venidos de otras regiones, como el poeta Lazo Martí —cuando La Libertadora, señala Mercedes, hermana de Enriqueta, entrometiéndose en la entrevista de Lorenzo Tiempo—. En los primeros días de 1903, cuando el país estaba convulsionado por la Revolución Libertadora, estuvo Lazo en la región6, y debió ser en esa oportunidad su visita a los Arvelo. Enriqueta le profesó profunda admiración a este poeta llanero, hecho que confiesa en El Nacional, en 19557, donde al referirse a la poesía de Lazo Martí, expresa: «había llenado desbordantemente mi espíritu de llanera en adolescencia». Ante esta confesión imaginamos su embeleso al recibir en su casa al poeta guariqueño. La primera publicación que conocemos de algo de su autoría es una breve nota en La Religión de Caracas, dirigida al poeta Lazo, quien estaba enfermo en La Guaira.

También el sabio Lisandro Alvarado visita a las hermanas Ar-velo Larriva en Barinitas8 («salimos a su encuentro tres jovenci-tas», refiere Enriqueta en El Nacional9). Don Lisandro llegó pre-guntando por la familia del poeta —de quien era amigo y visitaba en la cárcel— sabiendo que en esa casa encontraría intereses co-munes a los suyos: la educación, la cultura, la poesía y todos los asuntos que contribuyeran a elevar el espíritu y a hacer progresar el país. Enriqueta era una joven aún no iniciada en el oficio litera-rio, pero —como ella misma cuenta— oía al sabio con curiosidad gozosa «espoleando mi comprensión ante esa sabiduría de tantas facetas…» y Don Lisandro, cuando ella le manifiesta su pesar por

6 El 17 de enero de 1903, Lazo Martí estaba en la región. Dirige, desde Libertad de Barinas, una carta al General Parra Pacheco. En El Fauno Cautivo se ubica esta visita a fines de 1902 o comienzos de 1903.

7 Enriqueta Arvelo Larriva. (1955, 17 de marzo). «Párrafos sobre “La sombra del avión”». El Nacional. Papel Literario.

8 Lisandro Alvarado. (1958). Obras Completas. Vol. VII. Caracas: Ediciones del Minis-terio de Educación. p.189. Don Lisandro ubica la visita en 1909.

9 Enriqueta Arvelo Larriva. (1958, 20 de febrero). «Evocación de Don Lisandro Alvara-do y mención de un estudio». El Nacional. Papel Literario.

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no hallar a Barinitas en la historia, con hechos resaltantes, respon-de, en frase premonitoria: «Yo diré: Barinitas de Enriqueta».

Si bien el entorno familiar y social de Enriqueta fue prepon-derante para que surgiera su vocación literaria, si el paisaje de su pueblo contribuyó a su inspiración, Barinitas no sólo fue eso para Enriqueta. Es preciso que conozcamos un poco su historia para en-tenderlo mejor.

Barinitas comienza a llevar oficialmente ese nombre en 1759, aunque la existencia de un asentamiento humano en la Mesa de Moromoy se remonta a muchos años atrás. Sus orígenes comienzan cuando el Capitán Juan Pacheco Maldonado, Gobernador de la Provincia de La Grita y Mérida, en 1628, decidiera la mudanza de la Ciudad de Barinas, desde la terraza de Altamira a ese pedazo de tierra que es la Mesa de Moromoy y que hoy conocemos como Barinitas.

Los barineses que abandonaron Altamira porque era un sitio enclavado entre montañas, con pocas tierras disponibles para la agricultura y la ganadería, que no les permitía un buen desarrollo económico, tampoco se sintieron a gusto en la Mesa de Moromoy. Esta era una meseta «fértil y sustanciosa», donde el cacao ofrecía frutos todo el año, donde llegó a darse un excelente café y cuyo clima permitía el cultivo de «legumbres de tierra fría», como las que se daban en los páramos, pero algunos de sus pobladores no se conformaban con la poca ganadería que podían mantener en los «ricos y saludables pastos» de la sabana —no muy extensa— de La Cochinilla y se asomaron hasta San Antonio de los Cerritos, lugar con vastas praderas y buen forraje, donde podían criar grandes rebaños de ganado y concluyeron en que ese era el sitio ideal para asentarse e incrementar sus riquezas. Fueron justamente los «más pudientes» quienes presionaron la mudanza, fue el apetito por la riqueza factor determinante para sacar a la ciudad de Barinas de aquel amable lugar. Pero en Moromoy, que dejó de llamarse Barinas para convertirse primero en «Barinas la vieja» o «Antigua Barinas» y luego en Barinitas, se quedaron los vecinos pobres, a quienes no les atraía la probable mayor riqueza del nuevo destino, mas sí aprendieron a apreciar el clima y la belleza de su hábitat primigenio. Podemos deducir que la característica personal de aquellos antiguos

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habitantes que se negaron a la mudanza y refundaron el poblado fue el amor por lo bello y lo grato, particularidad transmitida, como herencia genética o cultural, a los nacidos un siglo después, entre quienes se encontraba Enriqueta.

Las ideas que se han propagado en los últimos años, acerca de la manera como fluye la energía en algunos escenarios naturales y de cómo modela la conducta y las actitudes de los seres humanos, parece haberse hecho realidad en esa Barinitas de las primeras décadas del siglo XX. Los nuevos profetas hablan de «sitios de poder», donde la energía fluye de una manera mágica, especial, con una calidad de alta pureza. Tales sitios suelen ser de gran belleza natural. La presencia del agua contribuye a su atractivo y puede servir de vehículo para la difusión de la energía; además, en esos lugares, la conciencia se expande y se llega a una gran lucidez. Esa Mesa de Moromoy, provista de agua por todas partes (el río Santo Domingo la bordea por su lado norte; la quebrada Parángula, por el sur; las quebradas San Pedro y Parangulita la atraviesan, y el agua del cielo la abastece permanentemente), con sus fértiles tierras donde el humus se convertía en flores, en legumbres de tierra fría y buenos pastos, en verdes centelleantes y en los demás matices de la paleta de un magistral pintor; la neblina que bajaba de las montañas andinas formaba un lente opalescente que tornaba más sutil y graciosa la visión de esos colores. Allí, donde confluyen montaña y llano —una que obliga a mirar el cielo y el otro que delinea su horizonte infinito—, bien pudo haber estado uno de esos «sitios de poder».

Y además se observa en aquellos habitantes de Barinitas, en los albores del siglo XX, una gran lucidez que convierte a un muchacho adolescente —Alfredo Arvelo Larriva— en periodista autodidacta, que usa como herramienta lápices de colores para hacer llegar sus ideas a sus coterráneos, y quien a muy corta edad es ya un poeta genial; y a una mujer sin ningún estudio formal, sin salir de aquel pueblo minúsculo, la transforma en la primera gran poeta venezolana que descubre, a solas, las nuevas formas de la poesía y las usa para crear una lírica profunda, enigmática, y tanto o más genial que la de su hermano. Ciertamente, si existen tales «sitios de poder», Barinitas —la Mesa de Moromoy— fue uno de ellos y tal vez lo siga siendo hoy.

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Todo el paisaje de Barinitas penetró el espíritu de Enriqueta, todo el viento de Barinitas le habló a Enriqueta, toda la energía de la Mesa de Moromoy hizo volar a Enriqueta por entre los árboles, le hizo remover las aguas del Santo Domingo, la introdujo entre las arenas de la playa del río y la lanzó sobre los alambres, para hacerlos vibrar y convertirlos en cuerdas de un instrumento polifónico cuya música luego se plasma en su poesía, cuando nos dice:

He ido hoy en el viento.Estremecí los árboles.Hice pliegues en el río.Alboroté la arena.Entré por las más finas rendijasY soné largamente en los alambres.10

Yo solo quiero aplaudir, como aplaudía aquel que la veía pasar: «pálida, por la orilla del viento»11.

10 Enriqueta Arvelo Larriva. (1939). «Toda la mañana ha hablado el viento». En Voz Ais-lada. Caracas: Cuadernos Literarios de la Asociación de Escritores Venezolanos, Nº 17, Editorial Élite.

11 Ibíd.

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2. Las bonitas son tus hermanas

Enriqueta fue una mujer fea, no cabe duda. Las pocas fotografías que existen de ella así lo muestran, los testimonios de quienes la conocieron lo confirman. Luis Beltrán Guerrero12 y José Antonio Angulo13 la llaman «feúcha», Rafael Pineda14 «sin pizca de buena-moza» y Pedro Francisco Lizardo lo confirma: «era fea por fuera». Y así lo ratifica ella misma, cuando refiere la graciosa y acertada ocurrencia de su abuela materna, Florinda La Riva: «tienes que ha-certe interesante porque las bonitas son tus hermanas». Sin embar-go, quienes la han amado —de cerca, en el recuerdo o a través de su poesía— la ven hermosa. La poeta Ana Enriqueta Terán la conoció en Caracas, cuando su tocaya tenía más de sesenta años y, a pesar de la edad, Ana Enriqueta encontró en ella rasgos agraciados. Men-ciona su cabellera rojiza, sus ojos grandes, almendrados y de mirar profundo. Y dice, empeñada a toda costa en mejorar su físico: «Si viviera hoy, habría bastado con una sencilla operación de cirugía plástica, para arreglar su barbilla que era lo que afeaba su rostro». Su sobrina-nieta Marianela Angulo también recuerda lo bonito de su pelo rojizo y de cómo lo cuidaba para mantenerlo en forma. El poeta bariniteño Luis Alberto Angulo, su rendido admirador, dice haberla visto alguna vez, de niño. Recuerda sus bonitas piernas y que no le pareció fea. Creo que en él pesa más la admiración por su obra que su apariencia.

12 Luis Beltrán Guerrero. (1964). Candideces. 3a serie. Caracas: Editorial Arte. pp. 146-148.13 José Antonio Angulo. (1986, 11 de enero). «Gloriosa Centenaria». Barinas: La Prensa. p.4.14 Rafael Pineda. (1980, 20 de enero). «Un fijo encendimiento». El Nacional. p. A-4.

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Quienes la conocieron antes de los cincuenta años, también coinciden en afirmar que era «alta y elegante». En el lenguaje coloquial de los barineses, cuando llaman a una dama «elegante», no se refieren a su formar de vestir, sino a su estatura y a su porte recto, derecho. Enriqueta fue alta y erguida, aunque en su vejez —como ocurre a muchas personas con la edad—, luciera encorvada, jorobada. A comienzos del siglo XX, hubo en Barinitas un poeta popular —Luis Ramón López— escritor de «postales» (versos para las muchachas del pueblo, elogiando su belleza o sus virtudes). Dedica una a Enriqueta Arvelo: «muchacha veintiañera/ con aire de palmera/ y frente pensadora». En lo físico, señalaba sólo su esbeltez, pero ya se apreciaban sus dotes intelectuales.

Los hombres suelen ser muy crueles con las feas. Conozco el sufrimiento de mujeres con pocos atractivos físicos cuando sienten la mirada burlona de los varones posada sobre ellas, sólo para reírse. En ocasiones, llega a sus oídos el comentario procaz que complementa la tortura de esa actitud masculina. Aún ahora, después de cincuenta años de su muerte y más de cien de su nacimiento, cuando le he contado a un hombre que conoce su retrato, la historia de su noviazgo, en seguida ripostó: «¡Qué hombre de mal gusto!» La tortura de oír comentarios como éste debió sufrirla Enriqueta muchas veces.

Pues bien, esta mujer fea siguió el consejo de su abuela y cultivó su espíritu y su intelecto para hacerse «interesante». Leyó todo lo que pudo llegar a sus manos, oyó con devoción, «con curiosidad gozosa», «espoleando su comprensión», a los doctos (o facultos, como dicen los llaneros), trató de «designorantarse» —según sus propias palabras— aprovechando sobre todo la aguda inteligencia de su hermano. Y al menos hubo un hombre en Barinitas cautivado por la grandeza de esa alma singular. Al menos hubo un corazón masculino en ese pueblo, a comienzos del siglo XX, que se aceleró al verla o al oír su voz y supo apreciar la belleza interior, encerrada en aquel exterior de apariencia ingrata. Ese hombre se enamoró de Enriqueta y llegó a ser su novio. Se llamó Martín Matos Arvelo y era su primo. Había nacido también en Barinitas el 24 de diciembre de 1876, era, por tanto, diez años mayor que ella. Nada raro en

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aquellos días cuando los hombres se ennoviaban más bien tarde (cuando ya podían atender la responsabilidad de un hogar), y las mujeres más temprano, pues desde muy corta edad conocían los oficios domésticos, condición indispensable, y la única exigida en ese entonces, para que una mujer se casara.

Hay dudas sobre la fecha en que ocurrió este noviazgo. Según Carmen Mannarino15, fue en 1905, pero otros lo ubican más tempra-no. En El Fauno Cautivo16, el autor cuenta que Matos Arvelo se mar-chó de Barinitas junto con su primo Alfredo Arvelo Larriva y otros parientes, en 1901. En una libreta de anotaciones que llevaba Alfredo durante su permanencia en el Amazonas, menciona que Martín estu-vo en Cucuy (Amazonas), del 29 de agosto al 29 de septiembre de 1902. No especifica si salieron juntos del pueblo ni tampoco cuenta si regresó con él. En su libro Vida Indiana, Martín señala sus andanzas por Río Negro: «desde hace 15 años». El libro fue publicado en 1912, luego, según sus palabras, transitó por esas tierras desde 1897.

No hay constancia de qué lapsos pasó en su terruño durante aquel tiempo. Tengo mis propias deducciones. Creo razonable que haya vuelto en algún momento, después del viaje que hiciera con sus tíos y su primo Alfredo; que por 1905 estuviera en Barinitas, y que haya sido precisamente en ese año, como dice Carmen Mannarino, el noviazgo con Enriqueta —cuando la prometida tenía diecinueve años—. Me suena creíble ese momento para su compromiso matrimonial. Hay algo más; Enriqueta dice, en carta a Julián Padrón, que «la primera pena» de su vida fue la prisión de su hermano17, ocurrida en abril de 1905. Luego, el rompimiento amoroso con Martín debió acaecer después de ese acontecimiento. De no ser así, no señalaría como «la primera pena» la prisión de Alfredo. Pero, independientemente de la fecha, el novio se fue a Río Negro después de estar comprometido con Enriqueta, y no volvió. Eso cuentan los conocedores de la historia.

15 Carmen Mannarino. (1987). Ficha bio-hemerobibliográfica. En: Enriqueta Arvelo Larri-va. Prosa. Tomo II. Barinas: Fundación Cultural Barinas. p. 261.

16 Luis Alejandro Angulo Arvelo. (1985). El Fauno Cautivo. Caracas: Monte Ávila Edito-res C.A. p. 35.

17 Enriqueta Arvelo Larriva. (1987) Prosa. Tomo II. Barinas: Fundación Cultural Barinas. p. 180.

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Hay un poema donde ella relata, sin duda, la partida de Martín, escrito, como toda su poesía, muchos años después. Dice:

Jugaba a estar tristehoy, porque te ibas.Y sobre mi juegovertías tu risa.

Jugaba a estar tristey en tanto reías.Gracioso era el juego,vibrante la risa.

Fui novia románticafui la sensitiva.Celebrabas franco,con pródiga risa.

De pronto… la angustiade la despedidadesbarató el juegoy cayó en la risa. Un anochecerpara tantos días…Murió el juego dulcey murió la risa.18

Ahondemos un poco en la personalidad de Matos Arvelo. Lo que conocemos de él proviene de la investigación que ha hecho Alexi Gómez. Éste nos refiere: «…su formación intelectual la recibió en su Barinitas natal, seguramente bajo los preceptos tutelares con que se forjara la intelectualidad de Enriqueta y Alfredo Arvelo Larriva y, de alguna otra manera, también Alberto Arvelo Torrealba (…) Son,

18 Enriqueta Arvelo Larriva. (1941). «Jugaba a estar triste». En: El Cristal Nervioso. Cara-cas: Publicaciones de la Asociación Cultural Interamericana, Tip. La Nación.

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en definitiva, cuatro discursos, cada uno con su estilo propio, voces particulares en nuestro contexto literario, venidos de una misma esencia y una formación signada por un hondo sentido de la poesía y del lenguaje, con una sólida contextura cultural…»19 Era pues, en cuanto a formación, un hombre con muchas coincidencias con Enriqueta, luego no resulta extraño que esas afinidades de espíritu y de vocación hayan hecho aparecer el amor. Y esta vocación literaria de Martín no fue sólo una cuestión de circunstancias, por contagio de sus amistades y de su familia y en el ambiente propicio de Barinitas. Alejado de todos, en su estadía en el Amazonas, no se dedicó únicamente a la explotación del balatá, sino que aprovechó sus largas noches solitarias, en medio de la selva amazónica, a orillas del Río Negro, para escribir poesía («…¡Ah, selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina!»20) y transcribir los resultados de las investigaciones etnográficas que hiciera sobre los pueblos indígenas de aquella región, a la par de desarrollar su negocio en aquellos ignotos territorios.

Una personalidad un tanto contradictoria la de Matos Arvelo: el poeta que se inspira en el exótico paisaje del Amazonas para entonar su canción y el audaz y codicioso aventurero que afronta los peligros de la selva en busca de lo que a comienzos del siglo XX era una suerte de «oro negro»: el caucho natural, material bien cotizado y muy solicitado, indispensable para las ruedas de los automóviles y para muchos otros usos industriales y domésticos. Un personaje interesante era Martín, sin duda alguna. Ese fue el hombre de quien se enamoró Enriqueta.

Era de esperarse que Enriqueta y Martín llevaran sus amores hasta el casamiento en la iglesia del pueblo, hasta la misa de velaciones —al día siguiente del matrimonio— condición indispensable para que el novio pudiera llevarse a su mujer. Porque en los pueblos de Venezuela, a comienzos del siglo XX, cuando un hombre y una muchacha iniciaban un noviazgo era para matrimonio. Martín se

19 Alexi Gómez. «Martín Matos Arvelo, Poeta y Etnógrafo». Barinas: Revista Parángula, UNELLEZ.

20 Martín Matos Arvelo. «Prosa Poética». En: Alexi Gomez. «Martín Matos Arvelo, Poeta y Etnógrafo». Barinas: Revista Parángula, UNELLEZ.

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marchó definitivamente al Amazonas, según mis deducciones, cuando ella tenía diecinueve años. Sin embargo, el compromiso era muy formal, con casa dispuesta para habitar después del matrimonio; entonces, es lógico pensar que la novia estuviera preparando su ajuar, como era habitual en las muchachas comprometidas.

A Enriqueta, desde los comienzos de su vida, le tocaron situa-ciones muy penosas, de mucho dolor, de mucho sufrimiento. A los siete años, pierde a su madre (aunque ella no lo considerara su «pri-mera pena», porque a los siete años no hay conciencia del duelo). A los diecinueve, ocurre la prisión de su hermano Alfredo y, posterior-mente, la abandona su novio, con quien ya estaba comprometida, con la futura morada matrimonial ya dispuesta, con el ajuar hecho o al menos a medio hacer. En la separación del novio, primero sería la nostalgia de la ausencia («el guayabo», como decimos en Venezue-la), pero habría el consuelo de alguna comunicación epistolar que le permitiría —aunque con mucho retardo dadas las distancias y las difíciles vías de comunicación—, tener noticias y deleitarse con la buena prosa de su amado y con algún poema de esos inspirados por la selva amazónica a Martín.

Luego ocurre la ruptura definitiva. No sabemos el momento ni la forma de anunciarla, pero en aquella época de gente muy responsa-ble, y habiendo de por medio el parentesco, debió existir alguna última carta donde Martín le participara el fin del noviazgo. Cruel y laceran-te es el abandono. La pena inicial es tan aguda y persistente como la penetración de una espada infinita que va arrasando con órganos, teji-dos, humores, agudizando el dolor en forma exponencial hasta llegar al desmoronamiento total, haciendo los días y las noches interminables; soñando, en los pocos momentos de letargo, que todo ha sido un error, una confusión, y despertando para corroborar que el hecho es irreversi-ble. Por toda esa tortura debió pasar Enriqueta y, sin duda, es la mayor desgracia para una mujer: que el amado la deje plantada sin motivo aparente. Si eso hubiese ocurrido antes de aquel 5 de abril de 1905, cuando ocurrió la tragedia de su hermano, Enriqueta, persona muy sincera, jamás hubiera señalado este último hecho como su «primera gran pena». Su poesía, escrita años después, sirvió de catarsis, abrió las compuertas para dejar salir las aguas bramantes de aquella pena repre-

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sada durante tanto tiempo. Como se dice popularmente, Martin la dejó «con los crespos hechos». Cuentan que esa expresión la utilizó Alfredo (poeta y humorista), en un soneto, para reclamarle a su primo el plantón que le dio a su hermana. Enriqueta quedó abandonada en aquel pueblo, en medio de sus hermanas, muchachas bonitas, fácilmente cortejables. Pero ella, la poco agraciada, ¿qué esperanzas podría tener de volver a conseguir novio? Y si alguien se le acercara, estaría a la defensiva para no volver a sufrir otra frustración.

Dice nuestro poeta Andrés Eloy Blanco, en su «Elegía a las Mujeres Feas»: «el dilema es indócil/ el hombre o el convento…» Estas fueron las dos únicas opciones para muchas chicas venezolanas de comienzos de siglo XX, pero hubo algunas que consiguieron otra salida. Francia Natera atribuía el éxito de su carrera de periodista al hecho de nacer fea, en Upata, un pueblo de mujeres bonitas. A Enriqueta, la muchacha fea de la Familia Arvelo Larriva, abandonada por el único novio que tuvo, le tocó refugiarse en la literatura, actividad propicia en su entor-no, primero en la prosa y más tarde en la poesía. Ya bien adentrada en la escritura poética —entre 1935 y 1939—, treinta años después de su fracaso amoroso, le dio las gracias a Martín por su abandono:

Gracias a los que se fueron por la vereda oscuramoliendo las hojas tostadas.A los que me dijeron: espéranos bajo ese árbol.

Gracias a los que se fueron a buscar fuego para sus cigarrillosy me dejaron solaenredada en los soles pequeños de una sombra olorosa.Gracias a los que se fueron a buscar agua para mi sedy me dejaron ahíbebiéndome el agua esencial de un mundo estremecido.Gracias a los que me dejaron oyendo un canto enselvadoy viendo soñolienta los troncos bordados de lanas marchitas.

Ahora voy indemne entre las gentes.21

21 Enriqueta Arvelo Larriva. (1939). «Emoción y ventaja de la probada profundidad». En: Voz Aislada. Caracas: Cuadernos Literarios de la Asociación de Escritores Venezolanos, Nº 17, Editorial Élite.

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El poema está en plural, luego su queja abarca a más de uno. Po-dríamos incluir a su hermano Alfredo, quien de alguna manera también «fue a buscar agua para su sed»; pero, ¿quién la dejó oyendo «un canto enselvado», escuchado con devoción desde una carta proveniente del Amazonas? («… ¡Ah, selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina!»), o «viendo soñolienta los troncos bordados de lanas marchitas», enjugando sus lágrimas en las bordadas sábanas de su ajuar matrimonial. Me adhiero al agradecimiento, manifestado en el poema, y les doy las gracias a quienes la abandonaron, pero por sobre todos a Martín Matos Arvelo, quien no la hizo madre, ni habitó con ella la casa dispuesta en Barinitas, quien no durmió con ella en las sábanas con troncos bordados, ni le permitió cocinar para él. Gracias a ese abando-no, que le impidió dedicarse a atender hijos y marido y a ejercer tareas domésticas, Enriqueta pudo «labrarse a sí misma/ todas las mañanas», hasta llegar a ser la extraordinaria poeta que fue.

Hay otro poema de Enriqueta que parece ser la respuesta a la última carta de Matos Arvelo. Justamente se llama «Respuesta»22 y fue escrito cuarenta años después de la ruptura con Martín y dice:

Quiero saber hombre lejano que me llevastepor una ribera muy tuya para mí desconocidasi en un paso de insomniotus pájaros briosos y relucientescomo hoja soterradacomo liana sin anillo,como brisa curiosacastigada en cárcel vaporosa y oscura.

Si me aspiraste en el último humo de la tardeo si pasé despertándote por tu más raro amanecer.

22 Enriqueta Arvelo Larriva. (1957). «Respuesta». En: Mandato del canto. Caracas: Cua-dernos Literarios de la Asociación de Escritores Venezolanos. Tip. La Nación.

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Dime si le nací a tu sentir en nube de promesao en volcán impaciente y a punto,o sobre hierbas ya pardas.Dime si me tomaste como canción de sueñoo como lengua de fuego en extravío dichoso,o si sólo amaste en mí una arena apagada.

Quiero saber si tu pulso de fiebreimaginó el candente lejos de mi sangreo si fui la mancha casta de tu medianoche. En el poemario El Cristal Nervioso —escrito entre 1922 y

1930—, hay un grupo de quince poemas de amor, unidos bajo el titulo «Presencia-Ausencia» que, como su nombre lo sugiere, cantan al amor con el amado presente y en su ausencia. Indudablemente allí nos está relatando su experiencia amorosa con Martín, cuando él estuvo a su lado y cuando se marchó. Enriqueta ya nos lo ha dicho: «No hago un poema que no esté henchido de la realidad que me rodea. No construyo en abstracto»23. Lo que apuntala mis aseveraciones. Leamos algunos de esos poemas:

«Gozo de salvarte»24

Han venido tus ojos con la nueva mirada.Una mirada humilde, de curiosas espigas.Las clavas en mis dedos,Que tejen sin azoro, matinales estambres.

Tu mirada está límpida, sin ímpetus.La subes a mi frente para ver si tras ellava el plan de mi tejido

Estreno profundidad sin lastre.Voy sólo con mi ritmo y mi estambre y mi aguja.

23 Lorenzo Tiempo. (1949, 13 de noviembre). «La vida y las obras/ Enriqueta Arvelo Larri-va», En: El Nacional. Papel Literario.

24 Enriqueta Arvelo Larriva. (1941). El Cristal Nervioso. Caracas: Publicaciones de la Aso-ciación Cultural Interamericana, Tip. La Nación..

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Y me apoyo en el aire.

Y llueve.Una llovizna tímida que no humedece nada,que cae sin repique, sin frescor, sin cimbreos.Una inútil llovizna en el tiempo colmado.Mi mirada se hace esclava de las gotasy la tuya se fuga de mis dedosque paran su labor.

En el minuto simple se embravece tu pulso…

Y atropelladamente con los claros estambres,yo tejo tus abismos:el cielo, precipicios y mil mares…

«El camino sin muerte»25

Vienes por el camino que yo abrí en lo vago.Camino alongado y sin paradas, pero lindo de veras,rico de reflejos de astros dulces,de frescura de piso,y de un silencio vivo mejor que los rumores.

Vienes y yo te espero.Yo te llamé sin voces y emprendiste la marcha.Te llamé porque un día me gustó hondo tu mirada.

Andan con voluntad y sin prisa tus pasos;ni yo te ahínco a andar ni tú rompes tu ritmo.No calculas el tiempo de llegar a mi espera,pero andas el camino sabiendo cómo es míoy ennobleces la marcha cortando mi perfume.

Me conmueve el anhelo cálido de que lleguesy me voy retirando suave para esperarte…

25 Ibíd.

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«Ausencia»26

En la gran bruma de la partidaempiezo a ver tu sombra, ausencia.Y quisiera verla toda y precisa:Corta o prolongada o eterna.

¿Dónde estará el otro polo de esta sombra?¿Cerca y será como una gracia la tregua?

Ausencia: ¿Te salpicará de vidael viaje efectivo del recuerdo?

¿La visión de futura alegríaveré bosquejarse en tu negrura?

Sólo sé que, interminable o breve,reteñida de sombra o partida de esperanza,cruzada de mensajes o muda,llevarás el aroma del adiós suave y graveque supo clarear en la bruma.

Martín se casó en Ciudad Bolívar, en 1909, con una joven de familia honorable —Elena Isidra Arreaza Matute—, con un rostro hermoso, que lo cautivó y le hizo faltar a la palabra empeñada a Enriqueta y a su tío Alfredo. Continuó escribiendo, publicó dos libros de poesía: Musa autónoma y Canto a Río Negro y dos trabajos sobre su investigación etnográfica: Algo sobre etnografía del Territorio Amazonas (1908) y Vida Indiana (1912). Fue cónsul de Venezuela en Cúcuta y luego adversó al régimen de Juan Vicente Gómez, debiendo exiliarse en esa ciudad, donde murió, en 1933, cuando Enriqueta escribía sus mejores poemas.

Cuenta Enriqueta que cuando murió su hermano, en el exilio, un viejo de su pueblo le dijo al padre: «se acabó el destierro de su hijo».

26 Ibíd.

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Y ella concluye: «En efecto, la muerte los trae»27. ¿También traería a Martín a su lado? Ya no habría quien se lo disputara, ya podría permanecer en su recuerdo, sin distancias, sin interferencias, sólo para ser su compañera de sueños y emociones de juventud, sin que ocurriera un enlace definitivo donde la cotidianidad apagara todos los fuegos y quemara todas las ilusiones, sin que compartiesen una vida doméstica donde se descubren las malformaciones del espíritu y las metamorfosis de la conducta, destructoras del amor. Por aquellos días de su muerte (¿sería al recibir la noticia?), ella escribió:

«Balada de lo que no se quiere creer»28

Pasó un jinete del viento,y lo interrogó mi afán,Me respondió:Es verdad.

Llegó una carta de solpara mi loco esperar.Leí en la cálida hoja:Es verdad. Un pájaro se detuvoa cantar.Insistí ansiosa y me dijo:Es verdad.

Se abrió una hendija de lunaY me puse a otear.Lo vi caído, cubiertopor el sudario lunar.

Me volví pronta a mi almay aspiré mi fiel dudar.

27 Enriqueta Arvelo Larriva. (1958, 06 de febrero). «Página emocionada para Andrés Eloy Blanco». En: El Nacional. p. 4.

28 Enriqueta Arvelo Larriva. (1987). «Producción dispersa e inédita (1930-1937)». En: Obra Poética. Tomo I. Barinas: Fundación Cultural Barinas. p. 386.

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Por momentos nos preguntamos: ¿Fue Matos Arvelo el único hombre que amó Enriqueta? No sería raro, era típico de las mujeres de su época y de su entorno quedarse aferradas a un amor para toda la vida, idealizar a un hombre, disculpar su traición y seguir amándolo. Es el caso de otra dama de Barinitas, Rosa María Rubio, amiga de Enriqueta y novia de su hermano Alfredo. Éste se olvidó de ella, amó a muchas mujeres, se casó con otra, y Rosa María, mujer muy bonita (en una «postal», el poeta López dice: «ninguna flor rivaliza en belleza, sencillez y candor con Rosa María Rubio»), y con muchos pretendientes, continuó atada a su recuerdo hasta la muerte. Disculpaba la traición de Alfredo, aseverando que el matrimonio fue por agradecimiento, porque el padre de la esposa le ayudó a salir de la cárcel. No sé si Enriqueta, como Rosa María, justificó de alguna forma el abandono, pero afirman, quienes la conocieron, que lo vivió —al igual que su amiga— como una viudez.

Cuando intenté hablar con Néstor Tablante Garrido (intelectual bariniteño que conoció a Enriqueta desde niño), indagando sobre la vida de nuestra poeta, su respuesta fue: «Si quiere saber algo de su vida, búsquelo en su poesía». Seguí el consejo de Tablante, leí toda su obra poética, buscando pistas sobre su vida amorosa. La mayoría de sus poemas de amor, como esos quince que ya mencioné de El Cristal Nervioso, parecen referirse a su noviazgo con Matos Arvelo. Pero encontré uno que me dejó desconcertada, no tiene fecha y aparece en la Producción dispersa e inédita que recopilara Carmen Mannarino. Lo copio:

«El símbolo»

En la dominical propicia nochede manto azul que abril bordó en luceros,por la avenida donde son floreroslas quintas de solaz, vamos en coche.

(¡Oh Caracas nocturna, y tu derrochede gracia y risa y dulces desafueros,que olvidas como a nobles y pecheros,irgue tu Ávila fiel mudo reproche!)

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—¡Amor!— me dices con jovial ternuray al besarme tu linda boca impuratu boca sabe a menta y a mentiras.

El tedio puso en mí su torva calma.Le sugieres un símbolo a mi almay pienso en la ciudad cuando suspiras.29

La primera vez que Enriqueta visitó Caracas fue en 1930, tenía cuarenta y cuatro años y dice Carmen Manarino que «recibe homena-jes y demostraciones variadas de admiración y aprecio»30 ¿Entre es-tas demostraciones de admiración estaría la relatada en este poema? Aparentemente, a Enriqueta no le pareció sincero, porque su boca le supo «a menta y a mentiras». ¿Quién fue el atrevido galán? No lo sabemos, no hay nadie vivo que pueda aclararnos este episodio.

No se supo de ningún otro lance amoroso en su vida y tampoco de otros pretendientes, lo que no imposibilita su ocurrencia. Ella fue siempre una mujer muy discreta y fuera del soneto anteriormente transcrito no hay testimonios de hechos similares. Pero no es descartable que, a pesar de carecer de un físico atrayente, una mujer con sobrados atractivos espirituales e intelectuales despertara el amor de un hombre sensible. Entre aquellos bariniteños contemporáneos suyos, pudo haber algún admirador que por diferencia de edad o de estatura intelectual no manifestara su amor. Por ejemplo, uno que como ella amara las plantas y tuviera inquietudes políticas similares a las suyas (propuso y logró su inclusión en las planchas a la Asamblea Constituyente, al Senado de la República y a la Legislatura de Barinas), nunca se casó y guardó por años —es hasta cómico el detalle— una radiografía de sus molares, es posible que la amara sin confesárselo nunca, o que no fuera correspondido. Nunca lo menciona ella en sus textos y la familia del personaje masculino lo niega; cree que sus preferencias sentimentales fueron por Lourdes (la hermana menor), pero hay un testigo cercano que

29 Ibíd., p. 482.30 Enriqueta Arvelo Larriva. Prosa. Tomo II. Barinas: Fundación Cultural Barinas. Ficha

bio-hemero-bibliográfica, p. 262..

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observaba y piensa que hubo allí un callado amor. Dijo no tener certeza, pero sí una bien fundada sospecha.

Tampoco sería raro que entre sus múltiples corresponsales —poetas, escritores— alguno se enamorara de aquella mujer de sensibilidad tan elevada, de tantos recursos retóricos, de tan amplia cultura. Como aquel profesor Sánchez Trincado de quien cuenta: «No estaba yo en Caracas cuando él me visitara en la ciudad… No estaba él en la escuela de El Mácaro ni en el Hotel Jardín cuando yo le solicitaba en Maracay». Como en un cuento de Kafka, cuando el uno venía, el otro iba, sin llegar nunca a encontrarse. Ella misma se pregunta, en «Hoja de Elegía»31: «¿Por qué misteriosa razón fue Sánchez Trincado tan pródigamente amable con la mujer que escribía poemas en Venezuela…?» y luego cuenta cómo él «se fue a Barinitas, mi silvestre pueblo nativo, en cartas frecuentes y movidas de anhelo…» ¿Podría relacionarse esa «misteriosa razón» con los latidos del corazón estimulados por la comunicación epistolar?

¿Y qué decir de quienes se han enamorado de Enriqueta después de muerta? No se trata de necrofilia, ni nada que se le parezca. Es un sentimiento muy extraño, pero muy espiritual, muy metido en los reconditeces del alma. No sé si esto ha ocurrido con otro poeta, mas no conozco otro caso. Enriqueta tiene un séquito de admiradores post mortem —entre quienes me cuento—, que crece con el tiempo. Pasa algo muy singular con quienes llegan a conocer su poesía y abrevan en su fuente. Primero es el deslumbrarse por la manantía mágica de su escritura, luego el tratar de averiguar algo sobre su vida y el no poder explicarse cómo llegó a esas alturas de la poesía y preguntarse por qué su primo y su hermano son tan conocidos y ella no tanto. Y así se nos va metiendo esta mujer poeta en nuestra psiquis y en nuestra vida: empieza su poesía a volvérsenos indispensable, y su espíritu, de una manera misteriosa, se apodera del nuestro y hay un sentimiento hacia ella parecido al enamoramiento. Es algo así como

31 Enriqueta Arvelo Larriva. (1950, 26 de marzo). «Hoja de Elegía». En: El Nacional. Papel Literario. p. 16.

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el Síndrome de Stendhal32 de los italianos, un deslumbramiento, un estado de éxtasis. A muchos les ha ocurrido y puedo describirlo al detalle porque lo he sentido. Desde Juan Calzadilla, quien pudo haberla conocido porque vivieron en la misma ciudad, al menos una década, y ella escribió sobre su poesía, pero el día dispuesto para visitarla recibió la noticia de su muerte; pasando por Carmen Mannarino, Alexi Gómez, Luis Alberto Angulo, Leonardo Ruiz Tirado, Rafael Arráiz Lucca, Sonia González, Luis Alberto Crespo, Mariela Díaz Romero, Bettina Pacheco, Ydbelty Lugo y otros muchos más. En menor o mayor grado, cada una de estas personas ha sido tocada por el encanto de Enriqueta y le ha reservado un lugar muy especial en su corazón. Unos se han dedicado a estudiar su obra y a difundirla, otros sólo a leerla y a disfrutarla; y algunos, como a Mariela Díaz Romero y a mí, nos ha dado por investigar y escribir sobre su vida.

No puedo terminar este capítulo sin mostrarles un poema de Enriqueta, francamente erótico, y del que no he podido conocer la realidad que lo inspiró.

«Río»33

Rama viril de una empinada agua,potente y libre en el descenso firme,te palpo suave y siéntome en tu sangre.Los dos hervimos en la calma tibia.

Adhiérome a tus pulsos caminantes.Vuélvome hondura, remolinos, curvas,

32 Se llama Síndrome de Stendhal (también denominado Síndrome de Florencia) a un con-junto de signos y síntomas —elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión e incluso aluci-naciones— que experimentan los que contemplan obras de arte, especialmente cuando éstas son particularmente bellas o están expuestas en grandes cantidades en un mismo lugar. El escritor francés Stendhal sufrió y describió tal síndrome, durante su visita a Florencia (Italia), y por eso lleva su nombre.

33 Enriqueta Arvelo Larriva. (1957). Mandato del Canto. Caracas: Cuadernos Literarios de la Asociación de Escritores Venezolanos, Tip, La Nación.

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la espuma de tus noches destrenzadas,el golpe bramador de tu carrera.Me enrumbo por tu curso y me lastimocon las ceñosas piedras de tu origen.Sufro el miedo y la saña de los peces.Y al turbulento amor de tu contactolloro la humilde sed de tus orillas. Me conduces mordida al manso pozode rota flor y desterrada estrella.Río mío, creador de mi aventura:ennoblecerme hundida en tus pecados.

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3. Genealogía, andanzas e intimidades de los Arvelo Larriva

En el prólogo que escribe Enriqueta para la Antología de Alfredo Arvelo Larriva, publicada en 1949, menciona como progenitores de su hermano y, por lo tanto suyos, a «Alfredo Arvelo y Mercedes La Riva (…) personas estas pertenecientes a distinguidas familias de la región»34. Los dos apellidos del padre fueron Arvelo Rendón. Fue una familia muy numerosa, de veinticinco hermanos y, en efecto, muy distinguida: con dinero, buena posición social y vocación por las letras; pues no sólo Alfredo y Enriqueta la tuvieron, sino también otros de sus consanguíneos. De los descendientes de los Arvelo Rendón, una figura esclarecida en el firmamento de la poesía venezolana es Alberto Arvelo Torrealba, poeta y ensayista, más conocido en Venezuela —sobre todo en el llano— que sus primos Arvelo Larriva y muy amigo de ellos, aunque de menor edad. Otro personaje, casi desconocido, pero con una obra significativa, también hijo de un Arvelo Rendón, fue el primo y novio de Enriqueta, Martín Matos Arvelo.

Entre otros descendientes de esta familia que incursionaron en las letras, se puede mencionar a Victoria Arvelo de Arvelo, de quien se cuenta organizaba unas veladas artísticas muy recordadas y se ocupó de la escritura literaria, pero su obra no trascendió. Lourdes Arvelo Larriva y Rafael Arvelo Torrealba escribían versos y participaban junto con Enriqueta, Alberto —y algunas veces Alfredo, durante su permanencia en Barinitas, entre 1924 y 1927—

34 Enriqueta Arvelo Larriva. (1949). «Alfredo Arvelo Larriva – Noticia de su vida y de su obra». Prólogo en: Sones y canciones y otros poemas. Caracas: Ediciones del Ministe-rio de Educación.

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en tertulias literarias «muy animadas y a veces candentes»35 que se celebraban en casa de Don Alfredo. En el entorno familiar cercano, aunque no de su misma sangre, está la madre de Alberto Arvelo Torrealba, Doña Atilia Torrealba de Arvelo, tía política de Enriqueta, quien fue poetisa de renombre en Barinas. Y entre los ascendientes, se recuerda como escritor a Rafael Arvelo, humorista de la época de Guzmán Blanco. Como se ve, una familia con vocación literaria, cuestión que ya nos había hecho saber Luis Alejandro Arvelo Angulo: «por los Arvelo y por los La Riva fluían la vena poética y la vocación literaria»36.

En cuanto a los La Riva, este apellido es originario del Estado Trujillo, de donde era nativa la Señora Florinda La Riva, la «inteligente abuela materna»37 de Enriqueta, quien le dijera la famosa frase: «tienes que hacerte interesante…». Buscando en esta familia el interés por las letras que le atribuye el pariente bariniteño, hemos encontrado algunos con habilidades en tal sentido. La familia La Riva Vale, de Valera, se destacó por su interés por la cultura y el arte escritural. Muestra de ello es la acogida que le dieron, en su confinamiento en esa ciudad, en 1932, al poeta Andrés Eloy Blanco, a quien hemos visto en una fotografía con Pedro, Rosita y María La Riva Vale. Pedro fue diplomático, Doctor en Derecho y escritor de tratados sobre esa materia; Rosita escribía versos y su hijo, Hugo Valecillos La Riva, también los escribe y se autodenomina poeta ingenuo. Otro de los hermanos La Riva Vale, Alberto, fue cronista de Valera por muchos años, y asentó sus crónicas de esa ciudad en el libro Anales de Valera. Y entre los La Riva La Riva, nativos de Barinitas, oímos decir que Aracelis también ejerció el oficio de poeta. José La Riva Contreras, portugueseño, pero descendiente del mismo tronco de los La Riva trujillanos, se ha destacado como poeta y compositor, y Edecio La Riva Araujo, líder socialcristiano merideño, descendiente de trujillanos, publicó varios libros sobre temas políticos, con buen estilo y fino humor. Aunque no encontramos destacadas figuras de la literatura, sí podemos decir que también por el lado de los La

35 Luis Alejandro Angulo Arvelo. (1985). El Fauno Cautivo. Caracas: Monte Ávila Edito-Caracas: Monte Ávila Edito-res C.A. p. 272.

36 Ibíd., p.1937 Ibíd., p.22

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Riva había y hay interés por la cultura y la escritura literaria. Doble herencia genética, para Enriqueta.

Volviendo a Doña Florinda La Riva, sabemos que llegó a Barinitas desde Las Mesitas, población del Estado Trujillo, limítrofe con el Municipio Bolívar del Estado Barinas, de donde bajaron muchos de sus pobladores, desde tierras muy altas, pasando por Calderas y Altamira, hasta llegar a Barinitas y a otros pueblos del Estado. Entre ellos, la abuela materna de Enriqueta. Alexi Gomez señala38: «quizás de ella aprendió la nieta un gusto literario que luego cultivó y alimentó fecundamente para convertirse en una poetisa con cantos de voz profunda», y que «Doña Florinda La Riva bajó de Las Mesitas y trajo su ánimo y la risa corta de la mujer andina, los fustanes largos y la camándula para la misa del Padre Finol». Conversando con Alexi, nos ha confesado que estas cosas, atribuidas por él a la abuela Florinda, fueron un tanto especulativas… licencias de poeta.

No se sabe quién fue el abuelo materno de Enriqueta, quién fue el padre de Mercedes La Riva (usaba sólo el apellido materno, era hija natural, como se decía en aquellos tiempos), pero hay un comentario, sotto voce, que llegó a mis oídos: en Barinitas, se rumoraba que Doña Mercedes fue hija del Sacerdote Agustín Finol, quien fuera párroco de esa localidad por cerca de cincuenta años. En los pueblos, suele saberse quién es el procreador de los «hijos ilegítimos», casi nadie logra ocultar esa paternidad; sólo permanece en secreto cuando se trata de un clérigo o de un hombre casado y de familia prestigiosa. Luego no sería raro que el Padre Finol fuera abuelo de Enriqueta y ella recibiera también su herencia biológica, lo que aumenta sus genes «con vocación literaria». Estos curas de antaño solían ser hombres cultos, hombres de letras, con conocimientos humanísticos y muchas veces inclinados a la escritura. Enriqueta refiere que Alfredo, en su adolescencia, leía «con ayuda de la biblioteca de un sacerdote»39, que debió ser Agustín Finol. Dicho sacerdote fue el padrino de bautizo de Don Alfredo y murió

38 Alexi Gómez. (1988, 27 de marzo). Barinas: El Espacio.39 Enriqueta Arvelo Larriva. (1949). «Alfredo Arvelo Larriva – Noticia de su vida y de su

obra». Prólogo en: Sones y canciones y otros poemas. Caracas: Ediciones del Ministerio de Educación.

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en casa de éste. De todos modos, quiero ser enfática en señalar que no hay nada confirmado a este respecto; es sólo un rumor.

Doña Mercedes La Riva de Arvelo muere en 1893, cuando Enri-queta apenas tiene siete años y sus hermanos: Alfredo, diez; Merce-des, ocho; Lourdes, tres; y Aura, recién nacida, pues a consecuencias del parto murió la madre. Don Alfredo no volvió a casarse y el tutelaje de la familia quedó a cargo del padre y de la abuela materna. Habita-ban la casa que ellos llamaban «de la iglesia» (casa grande, con techo de tejas, calle por medio con la iglesia, diagonal a la plaza). Aún se conserva en pie y actualmente tiene una placa donde se recuerda que allí nacieron los poetas Alfredo y Enriqueta Arvelo Larriva y donde aparecen los primeros versos del poema «Casa de mi Infancia»40, de autoría de nuestra poeta, y que a continuación transcribo:

Casa ancha, alta, pura,antigua propiedad de vellones y piedra, quiero que te amen mis amigos.

Yo andaba por ti como por una ciudad extrañay conocía todos tus llanos y tus quiebras,toda tu luz, todo tu aire, todas tus penumbras.Conocía los detalles de tu cielo y tus muros,me asomaba a todas tus ventanas, un instante,a ver nada, a gozar la existencia de ventanasy a entreabrir los labios contra el viento.

En tu patio, espacio doméstico y pradera,guiaba mi vida por los tonos de las malvarrosas;con tierna saña pisaba las mimosas por dormirlasy apretaba la cápsula de los caracuchos para admirar su humano fruncimiento;mojaba el pie cálido en el arandel de la astromeliadonde recortaban su exilada sed los guiriríesy veía con unción la cola cerrada de los pavorreales.…

40 Enriqueta Arvelo Larriva. (1963). Poemas Perseverantes. Caracas. Ediciones de la Pre-sidencia de la República..

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En esta casa, transcurrió la infancia de Enriqueta. Infancia feliz, a pesar de la prematura muerte de la madre, según ella misma confiesa: «Evoco mi natural alegría infantil, mi iluminada locura de alegría, mi forjado circundante panorama sin nubes (aunque por justas razones estas debieron existir)»41… Era feliz porque esa era su naturaleza, aunque como a las niñas de su época, en un pequeño pueblo del llano no tuviera «escuela regular», ni fuera nunca «a jugar en ronda normalizada a una plaza», ni llevara «los lindos perifollos que lucieron las niñas decentes de la capital» y le tocara ser una muchachita «que casi actuaba como la gente ya hecha, por la sencilla razón de no existir en su medio lo que pudiera llamarse organizado mundo de niños»42 con libertad para enterarse de «mucho de lo que hacían los adultos, deseosa de aprender lo que no se le enseñaba», encantada con quienes «introducían novedades, resaltando desenfadada y vivaracha aun en medio de la más cerrada carencia de ilustración, amiga de andar por el campo curioseando en la naturaleza y en el vivir de los campesinos. Y todo ello sin perder su limpia manera infantil, conservando su frescura, sin desdeñar sus juegos, retozando a veces desaforadamente, dando de comer a pajaritos libres, regando las plantas pobres no regadas por la gente grande y hasta pasando a grito por el catecismo y las tablas»43. Así describe ella la infancia de las niñas decentes de su pueblo, que fue la suya.

Y en el mismo texto cuenta otros detalles específicos de su in-fancia, de niña-adulta: «Yo fui una chiquilla que sabía, a conciencia, por qué nos era favorable que se tirara por el fondo, de mi casa a la casa de al lado, habitada por familia amiga, de distinta idea política a la nuestra, los sacos de café y de sal y los paquetes de papelón y de alpargatas… Y por qué, en otras ocasiones, estaba escondido en la despensa un político perseguido y yo debía guardar el secreto, o por qué entraban sigilosamente al cuarto del señor que siempre estaba enfermo, uno a uno, los hombres que iban a firmar un pliego, que, en el mejor caballo de la casa, llevarían por la noche a la capital del Estado. Yo, con mis ocho años escasos, fui una niña decente que

41 Enriqueta Arvelo Larriva. (1960, 06 de junio). «Niños diferentes». En: El Nacional. p.4.42 Enriqueta Arvelo Larriva. (1951, 12 de agosto). «Al margen de una generalización».

En: El Nacional. Papel Literario. p.23.43 Ibíd.

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colaboraba en estas actividades, por lo menos llevando recados o dando avisos oportunos».44

Fue poco prolífica —en lo humano, no en lo literario— esta fa-milia. De los Arvelo Larriva sólo tuvieron descendencia Alfredo y Lourdes. Ésta, menor que Enriqueta, se casó con Alejandro Angulo Castellanos, con quien procreó un solo hijo, el médico Luis Alejandro Angulo Arvelo (biógrafo de su tío Alfredo, cuyo libro, El Fauno Cau-tivo, a menudo citamos). Alfredo no tuvo hijos con su esposa, pero su sobrino menciona una hija ilegítima a quien llama Amor, y en Bari-nas se cuenta de otra que no llevó el apellido Arvelo, sino el de quien luego fue cónyuge de su madre. Enriqueta, como ya hemos dicho, nunca se casó y sus hermanas Mercedes y Aura, tampoco lo hicieron.

Don Alfredo Arvelo Rendón «era hombre entre los de excelente situación en Barinitas. Poseía tres buenas casas, un negocio mercantil, Arvelo y Sanguinetti (…) una hacienda o vega en los alrededores de Barinitas, y un fundo pecuario, Guamito, cerca de Barinas…»45, pero ya a comienzos de siglo, según cuenta Enriqueta: «la guerra civil, o mejor, los gobiernos, acabaron con los recursos de papá y la larga persecución a Alfredo nos ató para todo»46. Don Alfredo, de hombre «pudiente» pasó a ser modesto funcionario público, pues debió emplearse como Administrador de la Oficina de Correos y su hija Mercedes, la mayor de las hembras, trabajó junto a él, como Fiscal de Estampillas. Debió vender la «casa de la iglesia», donde nacieron sus hijos y murió su mujer (la hermosa y amplia casa de techo de tejas, como pocas había en Barinitas), y mudarse, con sus hijas —porque ya Alfredo no estaba con ellos— a una casa en la calle Real (hoy calle Bolívar), donde habitaron entre 1915 y 1919. En 1919, se ubicaron en otra residencia, en la misma manzana, con frente hacia la paralela a la calle Real —hoy Carrera 7—, en el cruce con la Calle 7. Esta era, en parte, de zinc (al frente) y en parte, de palma (la cocina), muy diferente a la «de la iglesia» y en ello se nota el empobrecimiento de la familia. En esta casa murió

44 Ibíd.45 Luis Alejandro Angulo Arvelo. (1985). El Fauno Cautivo. Caracas: Monte Ávila Edito-Caracas: Monte Ávila Edito-

res C.A. p. 24.46 Enriqueta Arvelo Larriva. (1939, 21 de julio). «Carta a Julián Padrón».

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Aura, la hermana menor (en 1922) y Don Alfredo (en 1941) y, en ella, escribió Enriqueta la mayor parte de su obra.

La de los Arvelo-Larriva fue una familia atípica, donde la ausencia de la madre fue sustituida, a medida que crecieron, por las hijas. Mercedes administraba la casa y dirigía las tareas domésticas, ejecutadas por varias mujeres que se criaron en el grupo familiar, como parte de él. Era costumbre en los hogares de clase media y alta de Venezuela, hasta bien entrado el siglo XX, recibir a niñas pobres, por lo general de familias campesinas, desde muy pequeñas, darles alguna educación y asignarles los oficios del hogar. Así hubo varias muchachas en la casa de los Arvelo Larriva, algunas permanecieron con ellos hasta la muerte, como fue el caso de Francisca Segura, quien llegó, a fines del siglo XIX, de ocho años y murió con la familia, en Caracas, cumplidos los noventa. Francisca fue entregada a Enriqueta; es decir, estaba bajo su tutoría directa, se quisieron mucho y Enriqueta murió a su lado. Francisca guardó todo tipo de recuerdos de su mentora. Entre ellos, una carta que le enviara la escritora, desde Valera, donde había ido a temperar. Está fechada el 4 de octubre de 1922, el día de San Francisco, y le manifiesta: «Deseo que tengas las más agradables impresiones hoy y espero me contarás cómo lo has pasado. Mucho siento que pases tu santo sin mí». Era una relación de afecto, no de ama a sirvienta.

Enriqueta estuvo muy especialmente encargada de la crianza de su hermanita Aura y de atender al padre. Aura es la hija que naciera al morir la madre. Aquella fue una enferma desde los cuatro años y murió a los veintiocho. Enriqueta la menciona en muchos de sus escritos, le dedica poemas y, en ocasión de su muerte, escribe una página en prosa, muy sentida, que fue publicada en el semanario Patria y Unión de Barinas, el 28 de mayo de 192147. Allí cuenta todo el doloroso proceso de la enfermedad de Aura. A los cuatro años, aparece la epilepsia, «terrible mal» la llama. Y es, en efecto, un terrible mal que, con las frecuentes convulsiones, va acabando con las neuronas del enfermo, llegando a producir, en la mayoría

47 Luis Alejandro Angulo Arvelo menciona en El Fauno Cautivo esta página y dice que apareció en el diario Panorama, de Maracaibo. Es probable que haya aparecido en am-bos periódicos.

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de los casos no tratados o que no responden al tratamiento, cierto retardo mental. Más adelante, ya en edad adulta, es atacada por «otro viejo mal, también sombrío, también sin remedio», dice Enriqueta. Se trataba de la tuberculosis pulmonar que, en 1921, antes del descubrimiento de la estreptomicina, era mortal. Y muere Aura, en brazos de Enriqueta, un mediodía dominical. El texto ya mencionado tiene una dedicatoria: «Para ti, que no estuviste en el hogar cuando la Muerte llamó en él». Iba dirigida a Alfredo, preso político, a quien, por esa circunstancia, no debía mencionarse en forma pública.

En el mismo artículo de Patria y Unión, Enriqueta refiere que no pudo llorar a Aura porque «La vida del padre peligraba y el deber se impuso, imperioso…». Tenía que volver a su otra obligación… la cual no cesaría hasta veinte años después, cuando muere el padre, en 1941. Enriqueta sentía adoración por su progenitor y estuvo siempre atenta a él. Su padre también la amó mucho, pero nunca como al hijo. Enriqueta cuenta, en carta a Julián Padrón, en 1939: «Ahora protejo, en unión de mis hermanas, los ochenta años de papá, quien se quedó sin su hijo, sin su esperanza». No era raro en los padres de entonces tener esperanzas sólo en los hijos varones, que conservarían el apellido y como hombres, podrían destacarse en alguna actividad que le diera renombre a ese apelativo. Y más tratándose de Alfredo, quien desde niño demostró una clara inteligencia, un temperamento audaz, emprendedor y un genio poético admirable. Él era la única esperanza del padre. De sus hijas mujeres sólo esperaría que lo acompañaran hasta su muerte y que le dieran algún nieto, aunque no llevara el Arvelo como primer apellido. Y de Enriqueta, ni siquiera esto último.

También hay una velada queja de Enriqueta hacia el padre cuando manifiesta en la entrevista que le hace Lorenzo Tiempo: «Salvo unos cursos que seguí en una escuela privada no tuve ni la oportunidad de asistir, como mi hermano, a la Escuela de Barinas…» Para el padre fue importante que el hijo estudiara, pero ¿a qué padre en la Barinitas de comienzos del siglo XX se le podría ocurrir mandar una hija a estudiar a otra ciudad? Era el medio, fueron las circunstancias y en nada ese hecho disminuyó el amor que Enriqueta sintió por Don

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Alfredo ni el dolor que le causó su muerte. Este dolor se pone de manifiesto en los poemas que escribiera cuando él muere, publicados un año después, en 1942, en un opúsculo, bajo el titulo Poemas de una Pena. En la ofrenda o nota de presentación, le dice al padre: «¡Sigues haciéndome áspera falta, padre! Aún palpo el duro vacío al ir hacia ti cuando me desbarata un desaliento o me anima una impresión gentil». Son cinco los poemas que escribe en aquella ocasión. Leamos uno:

«Altura amarga»48

He subido al dolor y hoy estoy en la meta, en la amargura. Al otro lado ondea la bajada llamante: mis ansias la desdeñan. Parada en el remate vivo el dolor perfecto: mi mármol, conmovido, sin esquivez se afirma, la sombra me reviste como caído manto, oigo el silencio entero como partido grito, la soledad se anexa a mi carne de alma.

¡Oh el gozo que me da este saberme grande! El dolor sin medida acampó sin ceñirse y no busco aliviar la entraña estremecida.

Que otros bajen —si suben a este vértice hondo- por lo ondeante y blando, como niños, como el agua despierta. Yo estaré en lo más alto, detenida en lo amargo, pálida pero firme, sin mirar hacia el tiempo. Y vosotros —¡oh míos; oh leales; oh fieles—, los que hallasteis mis manos, por corrientes caminos, llenas de rosas frescas, amadme así: herida y levantada.

48 Enriqueta Arvelo Larriva. (1942, 22 de julio) Poemas de una pena. Opúsculo. Caracas.

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La vida familiar en Barinitas era muy monótona, sin mayores acontecimientos, como no fueran las penas por la ausencia, las prisiones, el exilio y, por último, la muerte del hermano; las alegrías por los regresos de Alfredo: en 1903, después de haber estado por dos años en el Amazonas, en la región de Río Negro y, entre 1922 y 1927, una vez liberado de la prisión, cuando visitó varias veces la casa paterna. A pesar de las penas, no era una familia triste, se las arreglaban para tener pequeños entretenimientos.

Era frecuente la celebración de veladas que habían aprendido a organizar con la prima Victoria, mayor que ellas. A las de Victoria asistían, y en algunas ocasiones les tocaría actuar. Pero Enriqueta también tenía su propio elenco en casa, donde realizaba de joven sus escenificaciones a menor escala, sólo para los familiares y amigas cercanas, con poca asistencia de varones, y donde las actrices eran sus hermanas menores, Francisca Segura y algunas amigas de la familia. Ya en su edad madura, y en declinación de Doña Victoria de Arvelo —o ausente de Barinitas— fue Enriqueta quien se hizo cargo de aquellas otras veladas para todo público y pagadas, para financiar alguna obra de interés social, como las que se hicieron en pro de la construcción de la Avenida que bordeaba la barranca del Río Santo Domingo, la cual, en efecto, se construyó con los fondos recaudados.

Fue una de las tareas habituales de Enriqueta —y muy disfrutada— la atención del jardín y de los pájaros. Dulce María Rubio, una bariniteña, cuya madre, Elena Arvelo de Rubio, era prima de las Arvelo Larriva y las visitaba con frecuencia, en compañía de su hija de corta edad, recuerda con claridad la variedad de plantas bien cuidadas («sobre todo helechos y flores», me dijo) y de los turpiales, habitantes permanentes de aquella casa, atendidos amorosamente por Enriqueta. En muchos de sus poemas, la poeta Arvelo nos da cuenta de esa afición. En uno de los dedicados a su padre, en el primer aniversario de su muerte —«Y ahora estoy aquí»— nos habla de sus pájaros y de sus plantas, que cuidaba bajo la mirada amorosa del padre:

Ahora estoy aquí, donde tú me acogíasávido de mostrarme los detalles risueños;

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donde aguijoneabas con optimista frasemis turpiales en trino,…Ahora estoy aquí —junto a sensibles plantasque yo cuidaba intensa y tú elogiabas largo—…

La ocupación —¿o entretenimiento?— de su preferencia fue la lectura y la escritura. «A escondidas leía lo prohibido y delante de todos lo permitido»49. Desde comienzos de siglo, comenzó a escribir, primero en prosa, y a partir de 1920, se dedica de lleno a la poesía. Esta tarea era respetada por su familia.

También hubo otros quehaceres ocasionales: «No obstante mi falta de vocación para Benefactora Pública concreta, he tenido aquí en mi pueblo que ser de todo, en veces: Sanidad, Asistencia Social, Consultor Jurídico, Secretaria de Analfabetas pobres, etc., etc.».50 Aunque no fueron éstas sus actividades predilectas, porque no fue una monja laica como algunos nos quieren hacer creer, sí tuvo siempre presente la solidaridad, el sentido social, el amor por el ser humano, independientemente de su condición social.

Entre Alfredo y Enriqueta hubo una relación muy especial. Alfredo no sólo fue el hermano mayor, sino su mentor, su guía, su ejemplo a seguir y quien le proporcionara «su primera pena», cuando en 1905 es llevado a prisión, después de un lance personal donde mata a un hombre. Enriqueta y Alfredo se quisieron con afecto de hermanos, pero de hermanos con semejanzas de genio e ingenio, de coincidencias en las inquietudes políticas y de afinidad en la vocación poética. Alfredo le cuenta al poeta Udón Pérez de cómo son sus hermanas, de cuánto las quiere y esto lo relata el poeta Udón en unos sonetos. «En la triste penumbra», dedicado: «A Enriqueta Arvelo Larriva» dice:

En la triste penumbra de la horacrepuscular, me cuenta de su infancia,

49 Lorenzo Tiempo. (1949, 13 de agosto). «La vida y las obras/ Enriqueta Arvelo Larriva», En: El Nacional. Papel Literario.

50 Enriqueta Arvelo Larriva. (1939, 21 de julio). «Carta a Julián Padrón».

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de su amor, de su vida —amarga ahoray henchida ayer de mieles y fragancias-

De tu ingenio después, de la exquisita ternura de tus cartas, que en su cuitaél como un vino de salud escancia.51

Es una lástima que las muchas cartas que ella escribiera a su hermano hayan desaparecido. También es testimonio de la tierna y amorosa relación existente entre ellos, el poema que le diera como regalo Alfredo, junto con una moneda de oro, en ocasión de su onomástico:

Un bolívar de oro del menudo tesorodel hermano poeta(nucleín de cometacon su cola de versos),hoy le dice a Enriquetaque los Hados adversosaún adversos le sona este rudo varónde pasión,de prisión,de leal corazón.Pues de no ser así,le daría un rubídigno de una princesa,una clara turquesa;una linda esmeraldadel color de la faldade un cerro labrantío.Y aun así tal regalode rico y de poeta,por ser para Enriqueta

51 Luis Alejandro Angulo Arvelo. (1985). El Fauno Cautivo. Caracas: Monte Ávila Edito-Caracas: Monte Ávila Edito-res C.A. p. 131

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resultaría malo;pues lo digno de ellafuera darle una estrella!52

De parte de Enriqueta, también hay poemas que muestran como era esa relación:

Mi infancia se adormía frente a los arreboles,los gonzalitos y las buenas-tardese iba despierta entre aros y trapecios.Fresco, precoz te alzabas a mi lado,bucare impúber en función de sombra.¡Oh sombra tierna, flor de lo asombroso!

Dominabas resortes en nuestra casa-mundoy eras mi jefe, mi ágil camarada,mi cicerone, mi juglar, mi abuelo.Te cubría la frente de preguntas,por aprender los árboles, los ríos,los astros y los seres y el misterio.Mirabas un instante el aire limpioy dabas a mi vida las respuestas.

…/

Me ibas sembrando lo recién sembradoen tu mente, y la mía te ganabaen sembrador, mi sembrador ganoso.Con palabra sencilla extraordinariame enseñaste la patria; sus verdades,sus símbolos, su médula, sus huellas.Llevo a tu encuentro claridades róseasy la penca más dulce de una palma,Yéndome hasta mi infancia te recibo.53

52 Ibíd. p. 256.53 Enriqueta Arvelo Larriva. (1949, 22 de octubre). «Yéndome hasta la infancia». En: Poe-

mas de una pena. Opúsculo. Caracas.

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En ellos, se evidencia lo que ya señalamos anteriormente. Enri-queta lo veía como su protector, él ejercía una marcada influencia sobre ella; hecho que sin embargo no la hizo escribir como Alfredo. Cuentan que en algún primer poema, se notaba una marcada seme-janza con la poesía de su hermano y, al mostrárselo a él, éste le ri-postó: «No escribas como yo, escribe como tú…» y esto bastó para que lograra zafarse de esa amarradura y desarrollar su propia voz.

Con las hermanas, la relación fue siempre muy cordial y amorosa. Cuando publica su primer libro, Voz Aislada, le pide a Julián Padrón el favor de dedicarlo: «A mis hermanas, fieles compañeras de mi vida». Lourdes, la única que se casara, mientras vivió en Barinitas, tuvo casa aparte con su marido y con su hijo, pero muy cerca de la casa paterna. Enriqueta fue nombrada madrina de su sobrino, Luis Alejandro, y este vino a ser como un hijo para ella. Cuando se gradúa de médico, en 1941, Enriqueta lamenta no escribir un poema, como lo habría hecho su hermano, pero le escribe una carta: «Y aquí estoy sin un verso, con sólo este desnudo pedazo de prosa…» Y más adelante manifiesta las emociones que su sobrino, amado como un hijo, le hiciera sentir: «¡La de oír tu primer llanto; la de ver abrirse vitalmente tu inteligencia; la de enfrentar el primer rasgo de tu carácter. Cuántas! Tantas… tu vida está escrita en mí como lo está en tu madre…» Fue un niño con tres madres —Mercedes, Enriqueta, Lourdes—; ellas lo cuidaron y protegieron hasta adulto como si fuera un niño. Cuentan en Barinitas que, cuando ya graduado de médico ejercía su profesión en el pueblo, le hacían ponerse hasta bufanda cuando salía de noche a ver un paciente.

En 1942, el Dr. Angulo Arvelo se lleva a sus padres a Caracas y Enriqueta empieza a viajar con frecuencia a la capital, a pasar temporadas en casa de Lourdes, hasta 1945, cuando, definitivamente se va a vivir con ella. Mercedes continuó en la casa de Barinitas y Enriqueta venía de vez en cuando, sobre todo para participar en la política regional, como candidata (1946-1947) o ejerciendo la diputación en la Asamblea Legislativa del Estado Barinas (1948). A finales de 1948, cierran la casa y se residencian definitivamente en Caracas. Había una muy buena relación entre ellas. Oigámoslo con sus propias palabras: «Todos los días vivo en mi hogar intensamente.

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Mi gente es inteligente, comprensiva y comunicativa y el comento de todo es animado»54. Y también lo confirma su sobrina-nieta Marianela Angulo, hija de Luis Alejandro, nacida en Barinitas, a quien se trajeron a Caracas y la criaron desde los cinco años.

Marianela tenía dieciséis años cuando murió su tía y guarda muchos recuerdos de ella. Refiere cómo el humor siempre estaba presente en esa familia y de la afición de su tía por el béisbol. Alejandro Angulo, el esposo de Lourdes, era partidario del Caracas, y Enriqueta y sus hermanas, del Magallanes. Cuando perdía el Caracas, le hacían en cartón nueve “arepas” que le colocaban en la puerta del dormitorio para hacerle una chanza. Y en carnavales, la tía Enriqueta elaboraba disfraces para que Marianela y otras muchachas de la casa se disfrazaran.

En casa de los Angulo Arvelo en Caracas, vivía mucha gente: los dueños de casa (Alejandro Angulo y Lourdes Arvelo Larriva), Mercedes y Enriqueta, Marianela Angulo, Francisca Segura quien vivió con ellos desde los ocho años y Eva Serrano, quien fuera el aya de Luis Alejandro y alguna otra muchacha que traían de Barinitas para atender tareas domésticas, pues ya Francisca y Eva eran personas mayores y tratadas como familia. También recibían a amigos y parientes de Barinitas los cuales venían a Caracas a realizar gestiones, a consultas médicas o a pasar alguna temporada.

Al parecer vivieron en tres casas, no tengo noticia de donde que-daba la primera. Carmen Mannarino nos muestra55 una fotografía de la segunda —la de balcón, dice— ubicada en El Conde (Este 10 N° 26, hoy Avenida Lecuna) y otra foto de la tercera y última, construi-da especialmente para ellos, en Altamira (Avenida 10), donde vivie-ron desde 1952 (allí murió Enriqueta). En ocasión de la mudanza a esta casa, Enriqueta escribe56: «Al influjo de viejas casas y honda

54 Lorenzo Tiempo. (1949, 13 de agosto). «La vida y las obras / Enriqueta Arvelo Larriva». En: El Nacional. Papel Literario.

55 En el Apéndice Gráfico del libro de Prosa, Tomo II, de Enriqueta Arvelo Larriva, prepa-rado por Carmen Mannarino y editado por la Fundación Cultural Barinas, aparece una fotografía de la segunda casa habitada por Enriqueta y su familia, en El Conde, y de la tercera y última en Altamira.

56 Enriqueta Arvelo Larriva. (1952, 15 de septiembre). «Líneas fáciles en una casa nueva». En: El Nacional. Papel Literario. p.3.

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saboreadora de ellas, no pensaba que iba a glosar, a gozoso énfasis, el influjo de una casa nueva… Hallaba mis sueños, los firmes, diría los altos y justos, los susceptibles de abonamiento y aclaradoras po-das... La sobria casa nueva me reverdece tierra, me empuja alegre, me embruja deliciosa. Mas, ya nunca, ni en el saboreo de la más grata impresión, me veré libre de la angustia de anhelar el ancho bien… Es un deber que va cosido a la conciencia ansiar compartir el soplo simple… No pueden ser olvidados los ranchos miserables».

Era muy frecuente en casa de los Angulo Arvelo en Caracas, la presencia de Guido Arvelo, un ahijado de Enriqueta e hijo de su primo Felipe Arvelo. Guido, quien tenía veintidós años cuando la familia se mudó a Caracas, y treinta y nueve cuando murió su madrina, es uno de los pocos testigos vivos y lúcidos, capaz de recordar muchos hechos de la vida de nuestra poeta. Cuenta Guido que él no estaba en Caracas el día de su muerte; se había ido unos días antes a Barinitas, pero sí pasó varias temporadas en la capital, con las hermanas Arvelo Larriva. Recuerda que Enriqueta tenía una habitación especialmente dispuesta para escribir y en ella se encerraba durante horas a ejercer su oficio. Pero cuando no estaba escribiendo compartía con la familia, leía la prensa, oía la radio o veía la televisión, cuando esta comenzó. Comentaba del acontecer político, cultural y científico del país y del mundo, o se entretenía con los partidos de béisbol. Siempre estaba actualizada, al día en todo.

En la familia no aceptaban supersticiones ni remedios caseros o bebedizos para curar cualquier enfermedad o malestar; todo debía hacerse conforme a lo que dijeran la ciencia y los médicos. A este respecto tenía la primera palabra el sobrino médico, Luis Alejandro, quien atendía personalmente algunas dolencias de sus tías y su madre o las acompañaba a consultas con especialistas.

Enriqueta nunca hablaba de lo que estaba escribiendo. Sus familiares podían leer sus artículos en la prensa y la respetaban como escritora en prosa, pero no pensaban que fuera una gran poeta. Los apreciados como tales en la familia fueron Alfredo, Alberto y hasta Doña Atilia, la madre de Alberto, quien era considerada una buena poetisa, pero la escritura lírica de Enriqueta no les gustaba, no la entendían, no tenían la menor idea del valor de su poesía.

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Cuenta el escritor Fernando Vallejo, que la madre del poeta colombiano José Asunción Silva decía, en una entrevista en 1919: «Siempre recuerdo la fecha de la muerte de José; siempre en este día hay admiradores de mi hijo que vienen a visitarme. ¡Es un cariño especial el que tienen a la memoria de José! No me lo explico: ha habido tantas gentes de talento a quienes se tienen olvidadas…»57. Ella no se lo explicaba, porque no se había enterado aún, a veintitrés años de su muerte, del valor como poeta de su hijo: «el más grande poeta colombiano de todos los tiempos» —Vallejo, dixit—. Con la familia de Enriqueta Arvelo Larriva, parece haber ocurrido lo mismo. Su sobrino, Luis Alejandro, a quien Enriqueta quería como a un hijo, vivió la maravillosa experiencia de crecer amado y mimado por una gran poeta, mas para él solo fue una tía solterona que escribía versos. Esos versos nunca le gustaron, nunca les halló gracia. El poeta, el buen escritor de poesía fue su tío Alfredo, y por eso le mereció una gruesa biografía. Él no llegó a enterarse de que la poesía de Enriqueta no tenía nada que envidiar a la de su hermano.

El sobrino, las hermanas y el resto de la familia, la quisieron mucho, hasta la veneraron. Admiraron sus muchas virtudes, incluso pensaron que su prosa era respetable, pero nunca entendieron aquello de que fuera una gran poeta. En 1967, a petición del historiador Virgilio Tosta, el Dr. Angulo Arvelo, escribe una breve biografía —cuatro páginas— de su tía. Al comentar en ese texto una de sus obras —Poemas de una pena—, sólo destaca: «el prólogo es una muestra de su magnífica prosa».

Sabemos además, de buena fuente, que en una fiesta familiar donde asistió un poeta admirador de la poesía de Enriqueta, cuando éste quiso leer poemas de ella, no se lo permitieron. Le dijeron que cómo se le ocurría, allí no iba a leer aquello, el poeta de la familia era Alfredo.

Me resulta muy doloroso, e imagino que para ella lo sería aún más, el haberme dado cuenta que ni siquiera su hermano Alfredo —a pesar de todo el cariño que le tuvo— apreció la poesía de Enriqueta. Sé de una persona de Barinitas que habló con Alfredo

57 Fernando Vallejo. (2002). Almas en pena, chapolas negras. Una biografía de José Asun-ción Silva. Bogotá: Distribuidora y editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. p.11.

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en aquellos años —entre el 22 y el 27— cuando volvió en varias ocasiones a su pueblo. Esta persona le preguntó por la poesía de su hermana y él respondió, en un tono displicente: «Ah, sí… las cosas de Enriqueta…» como dando a entender su poca importancia. Esto podría tomarse como un chisme, pero, además, lo dicho se confirma en El Fauno Cautivo. Leamos lo que textualmente dice ese libro:

En esta época el poeta ya expresaba su deseo de que Enriqueta publicara «su libro», su primer libro, que él quería que fuese dedicado a Gabriela Mistral. Se interesó tanto en ello que él mismo quiso escribir y en efecto escribió en brevísimo poema la dedicatoria, la «ofrenda», como se decía entonces, pero el proyecto no se realizó, y esa dedicatoria permaneció inédita más de veinte años hasta que fue incluida en la antología de Arvelo Larriva compilada precisamente por su hermana, publicada en 1949… En la página 170 de esta antología puede vérsela bajo el titulo «Dedicatoria de un libro» y comienza diciendo:

Echo este libro al suelo, en el caminopor donde pasa Gabriela Mistral…

Al ver este título algunos lectores pueden preguntarse de qué libro se trataba. Ahora ya tienen la respuesta.

No apareció esta dedicatoria en el primer libro de Enriqueta, Voz aislada (que tampoco salió dedicado a Gabriela Mistral), quizá por la delicadeza de no asumir como propios esos versos, que justicieramente ella volvió a su hermano cuando él retornaba en cenizas a la patria.

Es claro que para esta dedicatoria el poeta hubo de abandonar su propio estilo y escribir como lo hacía su hermana, al menos en la forma, con versos más sueltos o flexibles y una rima ya liberada de la coyunda de la consonancia, combinando versos asonantes y versos libres o blancos.58

58 Luis Alejandro Angulo Arvelo. (1985). El Fauno Cautivo. Caracas: Monte Ávila Edito-res C.A. pp. 259-260.

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Esos son los hechos: Alfredo Arvelo Larriva escribió un poema para que su hermana lo incluyera como «ofrenda» o presentación de un libro, como si hubiera sido escrito por ella (incluso imita su estilo). Si lo hizo porque no la consideraba capaz de hacerlo bien, hacía falta una muleta, una ayudita, para que el libro quedara presentable. Dice Luis Alejandro que Enriqueta nunca utilizó este poema como suyo, «por delicadeza». Creo que fue más bien orgullo, amor propio, porque le parecería una falta de respeto —aunque nunca lo dijo— la propuesta de su hermano. Por el gran amor que le profesaba se quedó callada.

Enriqueta fue una mujer de familia. La suya le dio mucho, intelectual y espiritualmente, pero también le exigió muchos sacrificios. Ella los aceptó y los asumió sin rencores. Les perdonó que no apreciaran su poesía. Mujer sabia, lúcida, presentía que la posteridad le daría la razón al empeñarse en escribir y en hacerlo de aquella forma. Y se la dio.

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4. El ejercicio ciudadano

Uno va de sorpresa en sorpresa con Enriqueta. Algunos han hablado de ella como una mujer callada. Elisa Lerner la imagina en Barinitas como la muchacha de un drama de García Lorca «que no habla nunca»59. Mas no era callada Enriqueta, ella misma ha dicho que si algo había tenido era «voz». Aunque al decirlo se refiriera a su «voz poética», no solo tuvo voz para la poesía, habló muchas veces —cada vez que fue necesario— sobre todo cuando se trataba de defender lo justo y de solicitar reivindicaciones para su pueblo. ¿Y acaso no debería ser esa la conducta permanente de un político? Con tal actitud, Enriqueta se con-vierte en esta categoría de ciudadano. Sabemos de su voz en procura de tales reivindicaciones cuando habla con el Ministro de Educación, Dr. Alberto Smith, para solicitar un Colegio para su pueblo (infructuo-samente pedido por los bariniteños). La voz de Enriqueta —vehemen-te y decidida— logra conseguirlo. Por aquellos años en Venezuela, se llamaba Colegio a un instituto de educación secundaria, sólo algunas capitales de Estado lo tenían. Ella lo logró para Barinitas. Otro hecho de esta naturaleza es contado por Elisa Lerner: Enriqueta estaba alegre porque el Presidente Rómulo Betancourt le había prometido el asfalta-do de un camino vecinal para su terruño. Ella debió haberse dirigido al Presidente en forma convincente, para lograr tal promesa.

Si queremos conocer el pensamiento político de Enriqueta, basta leer las doce cartas que escribiera a Francisco Betancourt Sosa, entre 1936 y 194560. Más adelante, ya en plena democracia,

59 Elisa Lerner. (1979). Yo amo a Columbo o la pasión dispersa. Caracas: Monte Ávila Edit. C.A. pp. 259-261.

60 Enriqueta Arvelo Larriva. (1987) Prosa. Tomo II. Barinas: Fundación Cultural Barinas. pp. 163-175, 191 y 194-195.

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deja oír también sus opiniones sobre política en los artículos que publicara en El Nacional. Indudablemente, Enriqueta fue una mujer de izquierda, defensora de los débiles, de los desposeídos, amante de la justicia, de la democracia, de la libertad y estas ideas le fueron inculcadas desde la niñez, cuando en la despensa de su casa estaba escondido un político perseguido y ella, con «ocho años escasos», colaboraba en actividades subversivas, «llevando recados o dando avisos oportunos». No menos avanzada en sus concepciones se nos muestra cuando acepta la idea de su hermano de cambiar su apellido materno La Riva, que sonaba aristocrático por un Larriva, con una imagen visual o una lectura que lucía democrática, igualitaria.

En muchos de sus poemas muestra su admiración por los hom-bres de izquierda; aquellos que en diferentes latitudes del planeta luchaban por el derrocamiento de las dictaduras, por la justicia so-cial, por la liberación de los pueblos. El poema «Alza la piedra»61, que transcribimos a continuación, es una muestra de ello.

Rubén Darío,un instante alza tu piedray di un verso tuyoa Augusto Sandino.

Dale un verso tuyopara que si lo caza un explosivoadelantado y bárbaro,caiga aspirando tu canto.Caiga aspirando tu laurel fragante,Rubén eterno, por ti mismo dado…

Tú, universal sonoro diosoculto en Nicaragua, bebedor florido:¡alza tu piedra, dale un verso tuyoy déjale seguir embriagadode su espeso y añejo patriotismo!

61 Enriqueta Arvelo Larriva. (1987). «Producción dispersa e inédita (1930-1937)». En: Obra Poética. Tomo I. Barinas: Fundación Cultural Barinas. p. 358

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Quizá lo bebió en tu grito de alerta,Rubén Darío…

Llegó incluso Enriqueta a participar, de alguna forma, en la lucha armada durante la dictadura de Juan Vicente Gómez. Ella confiesa en entrevista que le hacen en 194962: «Como a mi hermano me entusiasmó un tiempo la revolución armada. Le presté mi colaboración. Cumplí con eficacia encargos que me encomendaran. Después rectifiqué, y cuando llegó el ejercicio de la Democracia, después de la muerte del Dictador, actué en él con voluntad». Muestra además con esta declaración que fue mujer fuerte y valiente. No es de extrañar. Las mujeres barinesas han mostrado su fortaleza y su coraje en otras ocasiones. Así dejaron constancia en manifiesto63 dirigido al gobierno el 18 de octubre de 1811, en los albores de la guerra de independencia, cuando al ser enviada toda la fuerza que había de guarnición en Barinas, para atender un evento de emergencia en San Fernando de Apure, la ciudad queda desasistida y las féminas declaran en su escrito a la Junta de Gobierno: «Nosotras, revestidas de un carácter firme y apartando a un lado la flaqueza que se nos atribuye, conocemos en el día los peligros a que está expuesto el país, él nos llama a su socorro… Más adelante agregan: El sexo femenino, Señor, no teme los horrores de la guerra; el estallido del cañón no hará más que alentarle; su fuego encenderá el deseo de libertad…» y concluyen solicitando que se les aliste para suplir a los militares que tuvieron que irse a San Fernando, pues no omitirían sacrificios para contribuir a la seguridad y defensa de Barinas. Mujeres corajudas las barinesas, y Enriqueta da muestras de haberlo sido también. Este episodio lo exalta ella en un poema:

62 Lorenzo Tiempo. (1949, 13 de agosto). «La vida y las obras / Enriqueta Arvelo Larriva». El Nacional. Papel Literario.

63 Vinicio Romero Martínez. (1987). «Agenda Histórica y Turística del Estado Barinas». Caracas: Italgráfica C.A.

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«En Barinas»64

Me dio la historia esta frase:inmensa,profunda,brava:«En Barinaslas mujeres pedían combate».

Cruzo ahora ante la plaza.Todo es calma,calma,calma…En cielo manso de llanollama la dulce añoranza.

La calle quietaempuja, madre, los ánimosa desenterrar lo suave…Mas va conmigo, en la hondura,alborotando la tarde,el recio y claro reflejo:«En Barinaslas mujeres pedían combate»

La correspondencia con Betancourt Sosa en 1936 (diez cartas), fue en un momento de efervescencia política. Recién salido el país de la dictadura gomecista, gobernaba a Venezuela el General Eleazar López Contreras, y Betancourt Sosa fungía de Secretario Privado del Presidente del Estado Barinas. En ese año, comenzaron a organizar-se los partidos políticos modernos, y eran una novedad las ideas de izquierda que atraían sobre todo a los jóvenes, pero Enriqueta, una mujer de Barinitas, ya de cincuenta años aplaude y se solidariza con todas estas manifestaciones, con júbilo, con entusiasmo, como una estudiante adolescente. Congratula a Betancourt Sosa (aunque parece

64 Enriqueta Arvelo Larriva. (1987). «Producción dispersa e inédita (1930-1937)». En: Obra Poética. Tomo I. Barinas: Fundación Cultural Barinas. p. 398.

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que se congratulara a sí misma) porque el Congreso «ha decidido dar-le paso al voto. O comenta que Jóvito estuvo emocionado, vibrantísi-mo», la noche anterior. Las sesiones del Congreso eran transmitidas por radio y aquella mujer, en vez de entretenerse arrullando a algún niño o dedicada al rezo del rosario —como haría cualquier otra de sus coterráneas cincuentonas— estaba, pegado el oído a una radio de galena, emocionándose con los discursos de Jóvito Villalba.

Betancourt Sosa sufrió cárcel en la dictadura de Juan Vicente Gómez, pues parecía tener un espíritu democrático y de interés por las reivindicaciones del pueblo, según refiere Enriqueta en sus cartas. En 1936, cuando surge el movimiento político ORVE, del que formaba parte la mayoría de los hombres de izquierda de aquel momento en el país, Betancourt Sosa se unió a este grupo político y lo promovía en sus frecuentes viajes a Barinitas. Enriqueta estaba plenamente enterada de los movimientos de los orvistas de su pueblo y del papel que jugaba allí su amigo Betancourt, pero no se comprometía con ellos, tal vez los encontraba timoratos, poco convincentes o ignorantes, al punto de acusarlos de «limbismo», un neologismo inventado por ella, con ese sentido del humor tan característico de su personalidad.

En carta del 11 de junio de 1936, Enriqueta le dice a Betancourt S.: «En días pasados me dijeron que usted estaba en las derechas y ahora lo creo tácitamente, aunque entonces lo dudé». El silencio de su amigo, ante los momentos críticos que vivía el país —«la manifestación del pueblo de Caracas, el paro de ayer, la manifestación de Maracaibo y la prisión de muchos ciudadanos de izquierda»— se lo hace creer. Y concluye esa carta emplazándolo: «Esperamos diga algo que nos deje convencidos de que todavía tiene vivo y movido el espíritu democrático».

El 8 de julio, en otra carta, Enriqueta manifiesta curiosidad por conocer la «actuación del batallador Betancourt Sosa» con motivo de los sucesos de esos días y le pide: «Mándeme todos los boletines de izquierda que salgan en esa Capital en estos días y anote para mí toda la pimienta que sea derrochada en las barras de izquierda durante las sesiones». Estas solicitudes parecen las de una estudiante que no pudo estar presente en los debates políticos

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de sus compañeros. Un espíritu juvenil interesado, con pasión en la política, en las nuevas ideas, en las «izquierdas», que bien podrían escandalizar a una solterona con medio siglo encima, en la Venezuela de la primera mitad del siglo XX, pero le resultaban fácilmente digeribles y las incorporaba sin remilgos a su acervo ideológico esta mujer excepcional.

El 12 de julio le reprocha su «limbismo» por no saber del «mitin monstruo del Nuevo Circo», único, «por la enorme concurrencia y muy lucido por ser de noche». Ella, muy enterada, le menciona los oradores y otros detalles del mitin y del momento político de aquel entonces en Caracas. Remata deseando que esa «derechura» no se le entre hasta la médula. Rómulo Gallegos acababa de decir: «la única esperanza de la Patria está en la juventud» y ella cree que «hay mucho muchacho anciano».

El 18 de agosto le informa: «la guerra en España sigue fiera y además, se aviva cada día más el peligro internacional que ella entraña… Pasará mucho tiempo sin que los triunfadores, unos u otros, puedan construir nada sobre tan patricida destrucción». No podía estar ausente de su pensamiento la escena política internacional, sus simpatías estaban con los republicanos, así lo manifestó, pero presentía un final nefasto para todos.

En ocasiones, no le convencían ciertas actitudes y decisiones de su amigo Betancourt. Se le propuso la diputación a la Asamblea Legislativa del Estado Barinas y le había consultado a Enriqueta la conveniencia de aceptar. En carta del 3 de septiembre, ella le responde: «naturalmente no será muy agradable formar en estas Legislaturas que todavía, y no obstante el “confiscamiento”, tenemos que llamar gomecistas, pero creo que el que se sienta con la resolución de soportar este malestar de no ser nombrado por las colectividades, a fin de poder, desde adentro, hacer algo por el bien de los pueblos, puede tranquilamente aceptar tal designación». Sin embargo, le previene: «usted estará muy solo, habrá allí escasez de gente renovadora y el viejo sistema va a ser difícil sacárselo hasta a los hombres honrados».

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En esa misma carta de septiembre 3 de 1936, Enriqueta habla de la difícil situación de Madrid, aunque las noticias favorecían a los rebeldes. Guardaba la ilusión de que tales noticias podían seguirse confirmando. Veía con interés y preocupación la guerra de España.

La última carta a Panchito (así llamaba mucha gente en Barinas a Betancourt Sosa, pero no Enriqueta), en 1936 —del 4 de octubre—, responde a una suya donde se despedía de la familia Arvelo y de Ba-rinitas. Él se marchaba de Barinas después de fracasar en su paso por la Legislatura, en su intento de hacer allí algo de provecho para el Es-tado. Enriqueta le dice: «No se imagina lo que he lamentado que us-ted se esperanzara tanto, pues así, naturalmente, me mortificó más el fracaso. Me queda la satisfacción que yo no contribuí a ese excesivo entusiasmo suyo. Ahora yo pienso que no todo fue un fracaso…Ten-ga usted la convicción de que eso que no pudo ser nada, fue algo…»

Pero no fue esta la última carta que Enriqueta escribiera a Panchito Betancourt, hay dos más: una de septiembre 4 de 1940, donde le reprocha: «¿Por qué tanto silencio? No pienso que él obedezca a olvido, pues te tengo por uno de los barineses que está vivo respecto a su tierra…» y remata la frase con una de sus salidas humorísticas: «aunque no esté coleando». Allí le pregunta sobre sus propósitos, sus planes y le solicita «animadores mensajes», pues la situación en Barinas la ve «peor que nunca».

La última, del 11 de febrero de 1945, está fechada en El Conde; es decir, fue escrita en Caracas, pues Enriqueta ya estaba residenciada en la Capital. Era Presidente de la República el General Isaías Medina Angarita y fue designado Betancourt Sosa como Presidente del Estado Barinas. El consecuente amigo de Enriqueta no vaciló en ofrecerle la Secretaría Privada a su «amiga veraz e inmortal» (como la llamara cuarenta años después en un artículo de prensa65) y ella le escribe para explicarle el porqué de su rechazo. Allí le reafirma su aprecio y le recuerda cómo en otro tiempo habían trazado proyectos «de manera íntima y cálida, en pro de un progreso equilibrado y positivo» para el Estado Barinas.

65 Francisco Betancourt Sosa. (1985, 15 de febrero). «Enriqueta Arvelo Larriva/ Amiga Veraz e Inmortal». San Cristóbal: La Nación.

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Le señala varias razones que tiene para rechazar el cargo: ella no le daría mayor rendimiento, como sí lo haría una «persona técnicamente preparada para el caso, pues carecía de práctica en el desempeño de funciones análogas, sin dotes para hablar en público ni afición en ese sentido y muy lejos de lucir la ventaja de ser una mecanógrafa». Agrega, además, no tener «hábito de realizar trabajo continuado, así sea el más corriente». También da como una última razón —aunque dice no estar segura de que constituya un inconveniente— el hecho de no militar en partido político alguno. ¿Era sincera Enriqueta al darle estas razones a su amigo Betancourt? Eran justificaciones valederas y ella nunca incurría en falsedades, aunque, según mi parecer, no dio otras más veraces para no herir los sentimientos de su amigo. Aunque el gobierno de Medina Angarita era democrático, aún mostraba en sus ejecutorias rezagos del gomecismo. No existía en ese momento el voto femenino, aunque ese mismo año —en mayo— fue aprobado por ley, y mucho menos el voto universal. Creo que Enriqueta, una mujer de izquierda, no se hubiera sentido a gusto en un cargo público de aquel gobierno.

Enriqueta adujo entre sus razones para rechazar la postulación a Secretaria Privada, su dificultad para hablar en público; sin embargo, tal dificultad no fue óbice para que aceptara postulaciones a cargos de elección popular —una vez caído el gobierno de Medina— y actuara en campañas electorales. Todavía hay testigos (Fernando Márquez, Horacio Ocando) que recuerdan el mitin de Don Rómulo Gallegos en la plaza Bolívar de Barinitas, en 1947, cuando era candidato presidencial. Se hospedó Don Rómulo en esa ocasión en casa de las Arvelo Larriva y a las cuatro de la tarde se efectuó la concentración política en la Plaza Bolivar. En la tribuna, junto a Don Rómulo, estaba Enriqueta y fue oradora. No podía dejar de serlo, era candidata a diputada principal a la Asamblea Legislativa del Estado y suplente al Senado de la República. Deja constancia de este mitin en un poema sobre el proceso de armar la tarima para dicha reunión y la emoción que siente de hablar a la gente humilde.

Pedía yo los tablonesal semblante ceñoso

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del que no quería darlos,del que odiaba los mítines

Los pedíacon broquel de sonrisa.Los hacía llevar a la plaza,subía a ellos. Y hablaba.

¡Cómo sentía intenso un fuego sanoen la lengua, en la garganta!Corrían por pista de miradasmi potro y mis ardillas.Gentes humildes aparaban mi voz.66…

En la misma entrevista que antes mencionamos, en 1949, nos cuenta de este ejercicio: «He luchado con entusiasmo en comicios. Desde que actué en ellos ya no les tengo lástima a los luchadores democráticos porque en la lucha se goza quizás más que en el triunfo. Me los imaginaba antes como sacrificados, como mártires. Ahora comprendo que se vibra en esas hazañas aunque quedemos roncos y flacos. No he tenido afición a cargo público. Sin tomar mi parecer me han incluido en planchas electorales. Hice la campaña más por los demás integrantes que por mí y fui a las cámaras legislativas de mi Estado nativo con la satisfacción que me daba que alguna mujer concurriera y por dar ejemplo a las mujeres jóvenes que ya empiezan allí a despertar». Si quedaba ronca después de una campaña electoral —como aquí cuenta— debió ser porque hablaba mucho y, en efecto, así lo hizo en el mitin de Barinitas. También nos revela en esta respuesta su feminismo, la importancia que le atribuía a la actuación de las mujeres en política y a postularse a cargos de elección popular.

También había sido candidata a la Asamblea Constituyente en 1946, mas no asistió porque sólo fue suplente y no hubo ausencias del principal. Sí participó durante diez meses (de febrero

66 Enriqueta Arvelo Larriva. (1987). «Punto de sosiego». En: Obra Poética. Tomo I. Bari-nas: Fundación Cultural Barinas. p. 464.

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a noviembre de 1948) con su presencia, con su palabra y con su voto en la Legislatura de Barinas. No existen actas de las sesiones en el archivo del Estado Barinas, las leyes aprobadas que aparecen en Gaceta sólo la firman el Presidente y la Secretaria, todos los diputados que participaron en aquella instancia legislativa están muertos. No hay, pues, testimonios que permitan dar un informe fidedigno de su actuación, pero imagino a la única mujer diputada de aquella Asamblea: aguerrida, combatiente, aprobando sólo lo que contribuyera a «un progreso equilibrado y positivo para el Estado Barinas», aunque proviniera de la bancada opositora.

Betancourt Sosa, en su artículo en el diario La Nación de San Cristóbal, se desborda en alabanzas a Enriqueta, usando toda suer-te de calificativos elogiosos para ella y para su hermano Alfredo, quien le enseñara —según Betancourt— «el alto y claro concepto de patria». Los criminólogos misóginos, cuando ocurre un crimen —asumiendo que detrás de cada homicidio hay un personaje feme-nino como causa—, dicen que hay que buscar a la mujer (cherchez le femme), pero hay otra categoría de misóginos o machistas que, cuando una mujer sobresale, siempre quieren buscar la causa en un hombre que está detrás o al lado de ella. La mayoría de aquellos hombres contemporáneos de Enriqueta eran de tal categoría. No eran capaces de darle méritos propios a una mujer; por mucho que la apreciaran, siempre había un hombre a quien darle mayores cré-ditos. Enriqueta sí pudo recibir algunas enseñanzas de su hermano, pero se separó de él cuando Alfredo contaba dieciocho años y ella apenas quince, así que no sólo en poesía como alguna vez confesara le tocó «labrarse sola», también el «alto y claro concepto de patria» lo aprendió sola, de sus lecturas y de sus razonamientos ante la ob-servancia de la historia del país, no sólo la anterior a su nacimiento, sino la de sus días, oyendo la radio, durante las pocas horas con energía eléctrica (a partir de 1936, cuando llegó la primera planta eléctrica a su pueblo) o leyendo con voracidad los periódicos que, con quince días de atraso, llegaban a Barinitas.

A raíz del ofrecimiento del cargo de Secretaria Privada y del subsiguiente rechazo de Enriqueta, el historiador y periodista

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Rondón Márquez, escribe al respecto en la prensa nacional67. Celebra el acierto del entonces Presidente de Barinas de escoger a Enriqueta como su secretaria privada y acota: «Nadie desconoce lo que significa Enriqueta Arvelo Larriva en las letras nacionales, pero quienes no hayan tenido la fortuna de tratarla creerán que es sólo una poetisa soñadora y romántica. Es esto y mucho más: es mujer de criterio muy sensato, aquilatado por una sólida cultura y de carácter muy equilibrado y enérgico». Juicio muy acertado el de este periodista.

El ejercicio de la Presidencia del Estado Barinas de Betancourt terminó con el derrocamiento del Presidente Medina Angarita, el 18 de octubre de 1945 —la llamada Revolución de octubre— y, por supuesto, de todo su tren de gobierno. Pero tres años después, en 1948, es el gobierno democrático de Rómulo Gallegos el que es derrocado por un golpe militar, el 21 de noviembre de 1948. En esa fecha, termina también el ejercicio de la diputación de Enriqueta, pues todas las instituciones democráticas desaparecen. Y ¡Oh, sorpresa! vuelve Don Panchito Betancourt —ya no era Panchito a secas, ya era «Don»— a gobernar el Estado Barinas. Esta vez el cargo no es de Presidente, ahora se denomina Gobernador, a partir de la Constitución del 47. A Enriqueta, no le debe haber simpatizado que su amigo aceptara tal designación de un gobierno dictatorial. Después de aquel hecho, Enriqueta vivió catorce años más, pero entre los dos personajes no hubo más cartas.

Con la caída del gobierno de Gallegos, Enriqueta regresa a Caracas y se dedica a la actividad literaria. Escribe en El Nacional, casi siempre sobre libros. Había censura y no se podía escribir de temas relacionados con oposición al régimen, al punto que un artículo suyo en el momento de la muerte del poeta Andrés Eloy Blanco, sólo puede ser publicado en febrero de 1958, una vez caída la dictadura militar.

Cuando de nuevo se instaura la democracia, a partir del 23 de enero de 1958, Enriqueta intercala sus artículos sobre literatura en El Nacional, con otros en que emite opiniones políticas. Ya es una

67 R. A. Rondón Márquez. (1945, 16 de febrero). «Un simpático nombramiento frustrado/ Algunas variaciones sobre política feminista». En: El Universal.

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mujer de más de 70 años, ya no tiene edad para participar en política activa, pero sus opiniones en esta materia las expresa con firmeza en su columna de El Nacional, siempre a favor de la democracia y de la justicia, y mucho se empeña en abogar por la unidad de los partidos y grupos democráticos para evitar caer de nuevo en una dictadura. También se pronuncia en contra de las intentonas de golpe, del atentado contra el Presidente Rómulo Betancourt, de los actos de terrorismo que cometen grupos que se oponen al gobierno, y condena con vehemencia al dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, autor intelectual del atentado a Betancourt. En junio de 1962 (seis meses antes de su muerte), escribe con el espíritu lacerado, sobre aquella sublevación que se llamó El Porteñazo, ocurrida en Puerto Cabello. Allí manifiesta: «¿Nunca se podrá actuar en nuestras contiendas políticas en el amplio y limpio plano cívico, sin dejarnos llevar de impulsos locos y delincuentes? Y ¿Cuánto horrorizarán a todos lo suficiente esas muertes en serie para que la lucha tome el camino de los equilibrados métodos y sea librada la carne del espíritu de esas heridas agudas y sin nombre?».68 En muchas ocasiones sus artículos están llenos de verdadera angustia por la situación del país. Le dolía Venezuela y no vacilaba en utilizar su pluma para manifestarlo. No fue errado el juicio de Don Pancho: «tenía un alto y claro concepto de patria».

Tampoco estuvo ausente de su columna en El Nacional la preocupación por los problemas de su región natal, Barinas, y de su pueblo, Barinitas; con relativa frecuencia se refería a ellos. Y su último artículo, publicado dos días después de su muerte, fue sobre el bicentenario de Barinas, escrito que le habían pedido sus coterráneos y que apareció con esta nota de la redacción: «Al reverso de la hoja donde enhebró la crónica, los signos entintados resumantes de amor para su pueblo, estampados por Enriqueta Arvelo Larriva en vísperas de su partir definitivo. Cercana la rendición física, se esforzó en cumplir el pedimento terruñero y bosquejó para El Nacional estos breves rasgos de su provincia y de sus gentes. El mensajero postal hizo la entrega del escrito el mismo día de la muerte de la escritora barinesa».

68 Enriqueta Arvelo Larriva. (1962, 08 de junio). «Los Muertos». En: El Nacional. p. 4

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Hay un hecho que afectó mucho a Enriqueta: el incendio de su casa. Dice Carmen Mannarino que, el 19 de abril de 1946: «Fue que-mada la casa de la familia en Barinitas, al parecer por motivo de pa-siones políticas»69. Sin embargo, quienes recuerdan el incendio afir-man que se produjo accidentalmente, porque una chispa del fogón de leña de la cocina llegó al techo de palma y produjo el fuego. La casa no estaba sola; aunque a partir de 1945, Enriqueta pasaba la mayor parte del tiempo en Caracas, Mercedes aún vivía en Barinitas. Y es muy probable que también estuviera en aquella fecha la poetisa, por estar participando en la campaña electoral para la Constituyente.

Cuesta creer que en esa época, en aquel pueblo, hubiera alguien tan criminal que le prendiera fuego a una casa con personas adentro. Sabemos que eran días de mucha efervescencia, recién caído el go-bierno de Medina había en la escena política grupos muy antagónicos. En los pueblos pequeños, la diatriba política se veía incrementada por los pequeños rencores e intrigas propias de esos lugares («pueblo chi-quito, infierno grande», dice el refrán) y Barinitas no tenía por qué ser la excepción. Las Arvelo Larriva eran gente de izquierda y simpati-zaban con el entonces muy izquierdista partido Acción Democrática y, en esos días, Enriqueta era candidata, como diputado suplente, a la Asamblea Constituyente que se reunió en Caracas entre 1946 y 1947. No sería raro que, al producirse el incendio, se acusara a militantes de los partidos opositores a Acción Democrática de haberlo provocado. Se cuenta que allí eran frecuentes este tipo de siniestros, pues había muchas casas con techo de palma, incluida esta —parte en zinc y par-te en palma— y fue la cocina, con cubierta de palma, la única afecta-da. Debió correr algún rumor de que el incendio fue intencional; tal rumor le llegó a la familia Arvelo y así lo asumieron. Para Enriqueta, debió ser muy doloroso pensar que alguien en su pueblo les tuviera tanto odio como para querer quemar su casa. No hay un texto donde ella hable en particular del hecho, no obstante hay un poema que parece motivado por él, tanto por la fecha como por su contenido. Es muy conocido, se llama «El odio»70 y dice:

69 Carmen Mannarino. (1987). Ficha bio-hemerobibliográfica. En: Enriqueta Arvelo Larri-va. Prosa. Tomo II. Barinas: Fundación Cultural Barinas. p. 265.

70 Enriqueta Arvelo Larriva, Enriqueta. (1963). Poemas Perseverantes. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República.

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No quiero mirar hacia ese sitio;ahí está el odio. Tiene los ojos curtidosde mal fuego.Lo esquivo.No quiero saber siquieracómo hace sus incendios.No quiero ver su factoría.Le rehúyo abiertamente. Y yo no soy su blanco.

Esta es la gracia insuperable del poeta. Todo, hasta el daño de que es objeto, puede convertirlo en verbo luminoso.

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5. Con la gasa del afecto

Enriqueta podría llenar su casa de Barinitas con los amigos que hizo a lo largo de su camino de poeta y mujer excepcional. La casa, el jardín, la Plaza Bolívar y la calle y aún habría que albergar algunos en la Iglesia del pueblo. Desde muy temprana edad comenzó por ser amiga de su hermano Alfredo, de sus hermanas, de sus primos y primas y de muchos otros jóvenes de su familia y de su entorno social; algunos, como ella, con inquietudes intelectuales, otros sólo por la cercanía familiar y también muchas personas de un estrato económico y social diferente del suyo, incluso de quienes fueran sus criadas, como Francisca Segura, quien la acompañó hasta su muerte.

Vamos a hacer un recuento de esos amigos y la mejor forma de conseguir no sólo sus nombres sino conocer cómo fueron esas relaciones de amistad es leyendo sus escritos: artículos de prensa, poemas y cartas.

El más antiguo de sus artículos de prensa que conocemos es de 1917, se llama «Apunte de temporada»71 y está dedicado a su prima y ami-ga Victoria Arvelo de Arvelo. En 1918, escribe una nota elegíaca para su amiga Isabel Segunda López de Heredia, muerta antes de cumplir veinticinco años, a quien llama «amiga ida» y menciona sus cualidades como persona y su «fácil talento poético». Ya notamos que sus amigos destacan por su afición al quehacer literario y empezaron a irse pronto.

Otro entrañable amigo, a quien nunca conoció personalmente, y el cual es señalado por nosotros, en otro capítulo, con un interés por Enriqueta más allá de la amistad, muere en 1950 y es sujeto de otra

71 Enriqueta Arvelo Larriva. (1917, 15 de octubre). «Apunte de Temporada». Caracas: Revis-ta Atenas. p.9.

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elegía, donde se refiere a «esa amistad sin mentira y sin cortes que me enlazó con el escritor español José Luis Sánchez Trincado. Vino él a mí y se quedó en mi acogedora compañía y cultivó mi cordial captación de su generoso acercamiento».72

Muchos, como Sánchez Trincado, fueron sus amigos epistolares y nunca llegó a verlos o a oír su voz. Incluso algunos, habitantes de otras latitudes, escritores ya consagrados a quienes ella se atrevió a escribir y cautivó con su fina prosa, le respondieron y mantuvieron una larga correspondencia y una muy cercana amistad. Su sobrino re-fiere: «Mantenía correspondencia con intelectuales extranjeros, entre ellos Gabriela Mistral y Juana de Ibarborou»73. No pudimos confirmar que existiera correspondencia con Gabriela. No aparece ninguna car-ta, ni referencia alguna de la bariniteña en los archivos de la poetisa chilena. Enriqueta tampoco lo manifiesta por escrito. Publica, sí, una nota elegíaca para Gabriela, donde ensalza sus cualidades humanas e intelectuales, pero no habla de amistad o correspondencia personal.

De la amistad con Juana, sí hay constancia. En una de sus car-tas a Julián Padrón,74 dice: «La Ibarborou me escribe: “cuando el cartero me da en el porche tu carta, la llevo apretada, hasta el cuar-tito donde escribo mis versos”». Los archivos de Juana, donde está su correspondencia, reposan en la biblioteca de la Universidad de Stanford, en California, EE.UU., en su índice aparece entre sus corresponsales prominentes: Enriqueta Arvelo Larriva. En una mi-nuciosa búsqueda en esos archivos, no se pudo conseguir ninguna carta de ella para Juana, pero sí un poema que Enriqueta le enviara, desde Barinitas, en 1948, y hasta que lo encontramos en Stanford, permaneció inédito75. Transcribo dos de sus estrofas:

72 Enriqueta Arvelo Larriva. (1950, 26 de marzo). Hoja de Elegía. En: El Nacional. Papel Literario. p. 21.

73 Luis Alejandro Angulo Arvelo. (1987) «Biografía de Enriqueta Arvelo Larriva». En: Prosa, Tomo II. Barinas: Fundación Cultural Barinas.

74 Enriqueta Arvelo Larriva. (1939, 25 de diciembre). «Carta a Julián Padrón».75 La investigación en la correspondencia de Juana de Ibarborou en la Biblioteca de la Univer-

sidad de Stanford, California, EE.UU., la realizó, por mi encargo y bajo mi asesoría, la buena amiga Esperanza Sanz, de nacionalidad española, quien para ese entonces residía en Califor-nia. Esperanza fue la persona que revisó los archivos de Juana y no encontró cartas de Enri-queta Arvelo Larriva, pero si el poema inédito referido. Suministré copia de este poema a Luis Alberto Angulo quien lo publicó en la Revista Zona Tórrida de la Universidad de Carabobo.

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Perdona que yo llegue sin seda en las pisadas.Perdona que no gima, Juana sin compañero;que mi caballo olvide la gualdrapa del lutoy a tu clima me lleve su galope sin freno.

Millonaria de instantes, no te vayas de prisa.El gamo perseguido correrá por tu aroma.Yo tengo un solo instante para todo el ponientey con él lo decoro hasta volverlo aurora.

La carta de respuesta a estos versos la envía Juana desde Montevideo el 4 de septiembre de 194876 y dice: «Aurora, querida amiga: ¡Qué hermoso encuentro, a través de este poema magnífico que usted me envía, como un brazado de las famosas orquídeas de Venezuela! En cuanto llegó Ana Enriqueta Terán, de Agregada Cultural de ese país, mi primer afán fue preguntarle por usted… Su poema, grande en la poesía lo es también en mi alma que ha pasado por muchas tempestades. Aquí se leyó hace pocas noches, en un grupo de gente de letras y gustó muchísimo. Gracias, my darling, reciba un gran abrazo de su/ Juana de Ibarborou».

Se conserva una carta anterior de Juana, que dice: «Hermanita Enriqueta: He sentido tu abrazo fraterno en tu verso y aquí, yo también llego a tu lado, a devolvértelo conmovida, con emoción pobre de palabras, pues mi emoción es siempre silenciosa, hermanita Enriqueta. Ya ves como, entre las dos, vencemos la larguísima serpentina del mar y el ancho cinturón de la tierra. Un momento de ternura me transporta a tu Venezuela; esa Venezuela muy querida y admirada, donde tengo tantos amigos inolvidables. Ya me tienes, pues, a tu vera. Mímame un poco. No me dejes volver olvidada a mi tierra menuda y solar; escríbeme, quiéreme y cree que yo he de quererte también. Y deja un minuto mis dos brazos alrededor de tu cuello./ Juana/ Montevideo, agosto de 1925»77.

76 Juana Ibarborou. (1948, 04 de septiembre). «Carta a Enriqueta Arvelo Larriva». Reposa en los archivos de Carmen Mannarino.

77 Juana Ibarborou. (1925, agosto) «Carta a Enriqueta Arvelo Larriva». Reposa en los ar-chivos de Carmen Mannarino.

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Como se aprecia, hubo una larga y tierna amistad entre estas dos mujeres de sensibilidad singular. Es una lástima la desaparición de las cartas de Enriqueta, pero sí hay otro poema a Juana —debió recibirlo ella en su oportunidad— que aparece en la Poesía dispersa e inédita, sin fecha, recopilada por Carmen Mannarino, y bien pudo ser la respuesta a la carta anterior, porque comienza: «Desde Montevideo/ ciñes tu abrazo ideal/ a mi cuello»78, en clara referencia a la última oración de la carta de Juana.

Con el poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade hubo amistad epistolar aunque también se conocieron personalmente, cuando fue diplomático de su país en Caracas. En un viaje que hizo a Venezuela, en noviembre de 1944, Enriqueta no pudo verlo por estar quebrantada de salud, pero le escribe una carta donde le da la bienvenida, le pregunta si recibió su poemario Voz aislada y le envía, dedicados, dos de sus más recientes poemas. Uno lo titula «Canto para un regreso» y posteriormente es incluido, con modificaciones, en el poemario Mandato del canto, con el nombre Llano. El otro, que permanece inédito, lo titula «Estoy sintiendo ahora…» Agradezco que Carrera Andrade haya sido un hombre ordenado y que apreciara la calidad de la escritura de Enriqueta y por tanto haya conservado hasta su muerte la carta y los poemas, que posteriormente sus herederos entregaron, junto con toda su correspondencia, a la Biblioteca de la Universidad Stony Brook, de Nueva York. Gracias a ello, pude conocer ese poema inédito que ahora quiero compartir con mis lectores y así lo sacamos de su «ineditud». Permítaseme el vocablo, también «inédito», como le hemos permitido «designorantarme» y otros semejantes a Enriqueta.

«Estoy sintiendo ahora…»

Estoy sintiendo ahora el corazón del mundo.Me rechaza y me atrae con su febril caprichoy su correr de potro se recuesta en mis nervios.

78 Enriqueta Arvelo Larriva. (1987) Obra Poética. Tomo II. Barinas: Fundación Cultural Barinas, 1987. p.478.

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Estoy sintiendo ahora el corazón del mundo.Potente y esforzado me angustia y me levanta.Y he de llenar cumplida la misión que él me siembra;aventurar las manos con decidido impulsopara buscar la flor en el pozo de espinaso la luz armoniosa entre furiosas llamas.

Antes anduve sola, o con mirada suaveprendida en mi ternura como porfiada estrella.Mi pulso lleva hoy la fuerza de mil pulsos:Estoy sintiendo ahora el corazón del mundo.

Desde una loma pura me persiguen ovejas,nevada disciplina que no gasta pastores.Luceros me saludan desde un cielo de puerto.El canto de unos pájaros me estampa la llanura.Pero no tengo el alma para los simples trances.No buscaré, oh destino, salvarme de ser dócil.Pobrecillo inconsciente será quien vaya a salvo.

Estoy sintiendo ahora el corazón del mundo.¡Oh signo, oh emoción, oh facultad preciosa!Vibrar a tono, hermanos, con el terrible instante,hasta en las cercanías de mi corriente sueño.

Otra amistad comenzada en forma epistolar y consolidada más adelante, con presencia física, fue la de Andrés Eloy Blanco. Ella escribe al poeta otra página elegíaca, que sólo puede publicar tres años después de su muerte, porque la dictadura de aquellos días, no lo permitió en su momento. Nos cuenta allí: «el modo escondido y peligroso de enviarme a mi Barinitas, desde el Timotes de su temporada de salud en incomunicada prisión, líneas de amistad afectuosa y de cálido compañerismo. “Somos ahora casi vecinos”, escribíame entonces con una amargura que se palpaba vencida por la gracia fresca de su fina ternura. En la misma página, recuerda: su manera de saludarme en la apretada salida de un teatro o en análoga emergente ocasión, con esa cariñosa rapidez que no le turbaba la

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calma, con esa habilidad espiritual suya para llenar segundos con una frase original, henchida y amable, que en mí dejaba el regusto de una entrevista cordial y detenida»79. También le envía Andrés Eloy, como amigo consecuente, un telegrama, en ocasión de la repatriación de los restos de Alfredo: «Estoy con Ud. recordando al hermano de Ud. y poeta excelso de todos. Su amigo/ Andrés Eloy Blanco»80.

La amistad epistolar más conocida y publicitada fue la del escritor Julián Padrón, gracias a una carta que aparece como prólogo de su libro Voz Aislada. La carta está fechada en Barinitas, en julio de 1939, y ha sido citada por muchos, comentada por algunos e incluso exhaustivamente analizada en un trabajo de la psicóloga y escritora Juliana Boerners. Padrón era entonces Presidente de la Asociación Venezolana de Escritores y le solicita algunos datos biográficos, para incluirlos en la nota de presentación del libro que sería publicado por la Asociación. Ella los transcribe en la célebre carta, que al final, pese a sus protestas, es incluida a manera de prólogo en el poemario. Son varias las cartas de Enriqueta a Padrón, de junio a septiembre de 1939, donde el tema fundamental era la publicación del libro y los detalles de su contenido y forma, no obstante a través de estas cartas se inicia una cálida amistad.

A Padrón sí pudo conocerlo personalmente, cuando Enriqueta se muda a Caracas, aunque fue una amistad iniciada en la comunicación escrita. Julián muere joven, en 1954, y no pueden faltar en esta ocasión, como lo hace con todos sus amigos, las palabras de despedida en su columna de El Nacional: «Sabía Julián Padrón darse con gentil y verdadera fraternidad. Tengo cordial prueba de ello. Fueron sus cartas, en una etapa de mi lento tiempo de vivir en pueblo, un acontecer bueno y risueño para mi ritmo cotidiano. Trataba de hacerme reunir poemas míos que debía enviarle a fin de que la Asociación de Escritores Venezolanos editase con ellos uno de sus cuadernos… Sirvióse de esa oportunidad para dejarme un recuerdo de comprensiva bondad, de generoso compañerismo, de

79 Enqiueta Arvelo Larriva. (1958, 06 de febrero). «Página emocionada para Andrés Eloy Blanco». El Nacional. p.4.

80 Luis Alejandro Angulo Arvelo. (1985). El Fauno Cautivo. Caracas: Monte Ávila Edito-Caracas: Monte Ávila Edito-res C.A. p. 393.

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estimulante encuentro. Un recuerdo que en esta hora de su partida se renueva para brindarme aún una íntima satisfacción. Emoción ésta que quizás sea la mejor ofrenda que pueda dedicar al compañero que hoy se marcha a la muerte. / Celebraba jovialmente Julián que yo le llamara “Jefe Civil de los cuadernos”. Entiendo que nada de “Jefe Civil” había en Julián Padrón. Y ya que, sin rozar el ocaso, se fue a buscar su paz definitiva, anhelo con fervor que la goce en ambiente claro y armonioso, privilegio que su espíritu merece».

Francisco Betancourt Sosa81, barinés de Ciudad de Nutrias, hombre inquieto y con ideales políticos afines a los de Enriqueta, tuvo ocasión de conocerla personalmente, pero hubo además una correspondencia cruzada en 1936, cuando él vivía en Barinas, la capital del Estado y ella en su pueblo de Barinitas. La ausencia de teléfonos permitió un intercambio epistolar muy interesante (que ya hemos comentado en otro capítulo) donde, además de las noticias políticas del día a día, se notaba el afecto y las emociones e ideales compartidos. Betancourt Sosa explica, en carta a Carmen Mannarino, las razones de esa amistad: «Vale la pena tomar en cuenta que esa estrecha amistad en constante contacto —sobre todo epistolar— que mantuvimos los dos, se debió, de mi parte, particularmente, al alto valor intelectual que ella atesoraba, y del lado de ella, principalmente, por lo que yo exponía, en ese entonces: una víctima de la barbarie gomecista, unido a una absoluta inquietud por la suerte del país, y también, por mi resuelta actitud de seguir luchando a favor de la extirpación radical del régimen implantado por el déspota…»82

Un merideño que vino a residenciarse en Barinitas fue el médico Eloy María Quintero. Se hizo muy amigo de Enriqueta y de su familia, y le regaló el libro Diccionario para pensar (años después llegó a manos de Carmen Mannarino). Quintero, como otros amigos de Enriqueta, también murió joven, pero además de una forma trágica. Era Jefe Civil de Barinitas y en un lance, del cual hay

81 Se le ubica en la «Generación del 28», por su participación en la sublevación del 7-4-1928, en contra del régimen gomecista. Como consecuencia, estuvo preso en La Rotunda.

82 Francisco Betancourt Sosa. (1987) «Carta a Carmen Mannarino, octubre de 1985». En: Prosa de Enriqueta Arvelo Larriva. Barinas: Fundación Cultural Barinas. pp. 255-256.

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varias versiones, en cumplimiento de sus funciones, murió víctima de numerosas puñaladas y algunos disparos mortales.

De los primos de Enriqueta, el más amigo fue el poeta Alberto Arvelo Torrealba. «Era enviado desde muy niño y con cierta frecuencia a pasar temporadas en Barinitas, a casa del tío Alfredo, y particularmente a “temperar” de sus calenturas palúdicas, al cuidado de sus primas las Arvelo Larriva, bastante mayores que él. De allí, nació otro vínculo de fraternal afecto»83. De aquella época, data su amistad con Enriqueta. Ella solía relacionarse muy bien con niños y jóvenes y su primo no fue la excepción. La vocación literaria de Alberto, estimulada por su madre Doña Atilia, crece con mayor vigor al rescoldo de sus primos Enriqueta y Alfredo. En 1924 —de 19 años— fue a Barinitas a despedirse de ellos porque se marchaba a Caracas a continuar estudios. Para esa época, ya escribía sus primeros versos. En adelante, los visitaría en todas las vacaciones de fin de curso y de fin de año, «para platicar en función literaria con mi tía Enriqueta; pero fueron muy celebradas esas contadas ocasiones en que los tres poetas, vinculados por la sangre y por el arte, se constituyeran en núcleo de ese íntimo e inolvidable parnaso familiar»84 (cuenta Luis Alejandro). Enriqueta afirma que Alberto no sólo fue su amigo, sino su compañero de aventuras. Ana Enriqueta Terán —amiga del poeta— también confirma la camaradería existente entre ellos. Alberto fue la única persona de su familia que entendió y apreció su poesía. Él se muestra en toda su fuerza poética y le rinde sentido y merecido homenaje con estos versos:

¿Quién apaga las selvas prendidas? ¿Quién apaga candelas solitarias en la pulpa del verso?85

83 Luis Alejandro Angulo Arvelo. (1985). El Fauno Cautivo. Caracas: Monte Ávila Edito-res C.A. p. 159.

84 Ibíd., p. 272.85 Alberto Arvelo Torrealba. (1999). Obra Poética. Caracas: Monte Ávila Editores. p.226.

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Sigamos conociendo los jóvenes amigos de Enriqueta. En Barinitas, fue su amigo, desde niño, Néstor Tablante Garrido. Lo vio crecer, lo sintió inquieto, inteligente, interesado por las letras y la poesía, y lo animó a estudiar, a prepararse y a escribir. En ocasión del regreso al pueblo en unas vacaciones escolares, visita a Enriqueta. Después, ella cuenta esa visita y la honda impresión que recibe al darse cuenta de que ya no era un niño, en el poema «Saludo»:

Hoy volviste estudiante, y te he guardadouna cesta de frutas.¿Sabes? De aquellas frutas que a distanciaTe hacían nacer suspiros.

Ya miraste el jardíncon tu ágil mirada revisante.Y ya estás preguntando:¿quién te trajo este lirio? ¿qué edad tiene esta palma?Y ya fuiste conmigo hasta la jaulay entablaste fiel diálogo de silbo.

Yo miro la varita que llevas en la mano,a la entrada del pueblo la cortaste.Así lo hacías antes.No te han vuelto reseco y estiradola ciudad y los libros y la ausencia.

Mas sufro por aquel que se ha quedado.Por quien le daba vueltaa un caliente pastel con su mordisco,llevando hasta la tarde la revuelta del pelo amanecida.Por quien en su partida miró al perro.

¡Sabe Dios en qué examen, en qué noche, en qué violento cruce,en qué solo momento, quedó el niño!

El estudiante este muchacho fresco;de varita cortada a la entrada del pueblo,

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que a silbo se ha entendido con el pájaroy repasó el jardín en un segundo,este muchacho que parece el mismo,nos ha traído al hombre.

Y yo saludo al hombremas me duele que el niño sea un perfume.

¿Qué podía haber en esta mujer para que un niño o un adolescente pudiera interesarse en su amistad? Habría que preguntárselo a Néstor Tablante, pero ya no quiere hablar con nadie. Recorre las calles de Barinitas, como un fantasma, cambiándose de acera cuando ve acercarse a algún conocido, tal vez persiguiendo al fantasma risueño de Enriqueta, que también recorre esas calles buscando a las mimosas para dormirlas, apretando la cápsula de los caracuchos en los jardincitos desprevenidos o apoderándose de una ventana desprovista de mujer, o en las primeras horas de la noche, recogiendo cocuyos para meterlos en un frasco y alumbrar las desoladas calles de su pueblo. Tablante cultivó con dedicación y esmero su afecto y oyó sus consejos, pero envejeció entre libros de poesía, sin lograr escribir el poema que soñó a la vera de Enriqueta.

Otro jovencito amigo fue Alfredo Silva Estrada, su vecino en Caracas y sobrino de su amiga, la poetisa Luisa del Valle Silva. Él mismo nos cuenta de su amistad con Enriqueta:

Y junto a ella (se refiere a su tía Luisa) también tenía a Enriqueta Arvelo Larriva, quien fue gran amiga mía. A menudo, cuando tenía entre 14 y 15 años de edad, la visitaba y, con el desparpajo que nos confiere la juventud, le llevaba a Enriqueta mis poemas iniciales. Ella fue siempre muy exigente conmigo, para nada complaciente, me criticaba con dulzura aunque aparentemente era una persona recia. Desde un comienzo yo me sentí muy orgulloso de esa amistad.

Mucho tiempo después, un día, poco antes de morir, leyó mi poemario Del traspaso y con mucha discreción me dijo: «Alfredo, he estado leyendo tus poemas y te podría decir que, sin salirte de la poesía, estás realizando una obra que bien podría

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calificarse de científica... sigue adelante, sin hacer mucho caso de lo que digamos los demás». Entonces eso me halagó, porque dicho por ella tenía una connotación completamente nueva para mí. Después concluyó con algo que me alegró mucho y que conservo intacto en mi memoria: «Sin tener ninguna influencia mía, yo siento que andas por un cauce que tiene algo que ver conmigo», me dijo86.

Este testimonio de Silva Estrada sí nos da una idea de por qué los jóvenes se acercaban a Enriqueta, cuando tenían inquietudes literarias. Porque sabía guiarlos en esa búsqueda de la verdad poética; leía con paciencia sus textos y se los corregía con sinceridad, sin complacencias, pero con dulzura. Y era capaz de acercarse a sus espíritus para conducirlos, como Beatriz a Dante, hacia ese paraíso, hacia esa tierra prometida, y a veces sólo desde lejos atisbada, que es la poesía.

Otro entrañable amigo, desaparecido antes que ella, fue Antonio Arráiz. En el artículo escrito para El Nacional en ocasión de su muerte, nos cuenta cómo lo conoció y cómo fue su amistad con él: «No conocía personalmente a Antonio Arráiz cuando un día en mi vida de Barinitas… recibí un mensaje suyo, grato, colmador, y vivamente estimulante. Me invitaba a formar con los fundadores de un diario que, en el decir lúcido y profético de suyo, tenía que ser “un gran diario”. Aquello fue para mí la revelación de un generoso espíritu…/Más tarde, en ocasión del conocimiento personal, yo habría podido afirmar que había encontrado un amigo nada común, un amigo a mi satisfacción: comprensivo, sencillo, parco de efusión, pero del más fino fondo de sinceridad. Y Antonio Arráiz, sin despliegue de gestos, me dio en toda ocasión pruebas de que no me había equivocado al medir su elevada condición de amigo»87

Hubo varias mujeres poetas venezolanas amigas de Enriqueta. La amistad se iniciaba epistolarmente, pero a muchas de ellas pudo conocerlas cuando se mudó a Caracas. Podemos mencionar como

86 Chefi Borzacchini. (2005). Acercamientos a Alfredo Silva Estrada. Caracas: Grupo Edi-torial Eclepsidra, Colección Catedral Solar / Testimonios.

87 Enriqueta Arvelo Larriva. (1962, 29 de septiembre). «Por la muerte de Antonio Arráiz». En: El Nacional. p.4.

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una de las más queridas, de las más recordadas con nostalgia por Enriqueta, a Luisa del Valle Silva (la tía del poeta Silva Estrada). En ocasión de su muerte, en 1962 (el mismo año en que muere Enriqueta, pero unos meses antes), escribe en El Nacional la infaltable página elegíaca.

Por Luisa Ester Larrazábal, a quien llama «Poetisa ida en el comienzo», llora su muerte en un poema:

Lloro con pena de maticesel naufragio de seguras y embrionarias músicas.Quien hubiera podido ganar un alto árbolen recorridas zonas superpuestas,solo recoge hoy, viajando por truncadoras aguas,nuestras flores con mieles.Lloro.

Hay muchas otras amigas poetisas o escritoras. Para las que comenzaban siempre había una palabra de aliento, de apoyo, de solidaridad en esa vocación redentora. Mencionemos algunas: Ida Gramcko, Pálmenes Yarza, Reyna Rivas, Beatriz Mendoza Sagarzasu. Reyna conserva una cartica suya. Me la leyó, pero no quiso prestármela, porque considera que el texto no tiene mayor importancia y no debe publicarse. En ella, agradece un libro que Reyna le enviara. Logré memorizar del texto una imagen que me gustó: «Esperemos que la lluvia caiga y traiga nombres». Beatriz Mendoza no la conoció personalmente, pero sí tuvieron correspondencia y aún conserva una de las cartas de Enriqueta. Las otras poetisas aquí nombradas ya están muertas.

Con los hombres de letras venezolanos (poetas primordialmente, pero además novelistas y ensayistas) de su tiempo, hubo amistad. A algunos los conoció a través de su hermano, otros se acercaron a ella sin intermediarios. Podemos mencionar a Aquiles Nazoa, a Pedro Sotillo, a José Rafael Pocaterra, a Héctor Cuenca, a José Ramón Medina, a Jorge Schmidke, a Rafael Pineda y a su coterráneo el poeta Rafael Ángel Insausti. Para casi todos ellos, hay algún poema. Para José Rafael Pocaterra, se conserva también una carta que le

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remitiera junto con los cascabeles de un crótalo, de quien asegura que contaba diez abriles. Y se preguntaba: «¿por qué no han de tener abriles los crótalos?»

Entre otros amigos fuera del ámbito de los escritores, pero personas destacadas en alguna rama del saber, podemos nombrar a Alberto Smith, Ministro de Educación durante el gobierno de Isaías Medina Angarita, quien le ayudara a conseguir un Colegio para Barinitas, y el médico barinés, de destacada trayectoria a nivel nacional, Rafael Medina Jiménez.

Fue amiga de muchos políticos democráticos, entre ellos, el escritor y Presidente de la República, Don Rómulo Gallegos, con quien compartiera afinidades ideológicas y a quien alojara en su casa cuando él visitó a Barinitas, durante su campaña electoral, en 1947. Otro político destacado muy cercano en su amistad fue Alberto Ravell. Escribe, con prosa dolorosa, en ocasión de su muerte y después de su sepelio, para referirse a las muchas virtudes de su amigo y cuenta una anécdota que refleja el grado de amistad que les unía: «Recuerdo una vez que tocó en mi casa del Conde, antes de las cinco de la mañana, porque iba a llevarme unas flores. Y no deslució. No resultó arbitrario, intempestivo, por no regirse conforme al horario. Su gracia ingénita arreglaba las cosas…»88 También la gracia ingénita de Enriqueta le permitía recibir, sin reparos, a un amigo a tan tempranas horas y, a pesar de contar más de sesenta años, tener amigos que le llevaran flores.

Recordemos también a las amigas y amigos de Barinitas. La familia Rubio, gente de su muy cercano afecto, comenzando por Rosa María, quien fuera novia de Alfredo, y Miguel Ángel, quien compartió con ella inquietudes políticas. Los descendientes de esta familia que aún viven y pude contactar, como Dalia Rubio, Enriqueta Moreno, Violeta Mendoza, recuerdan su presencia en la casa familiar al visitar a Barinitas (ya residenciada en Caracas) y cómo llegaba saludando con voz muy alta y conversando animadamente con todos. También, de igual forma la recuerda Vilma Ocando en las visitas a su abuela, Doña Toribia Nevado de Angulo. Cuenta Vilma

88 Enriqueta Arvelo Larriva. (1960. 12 de agosto). «Hoja con dos temas». En: El Nacional.

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la costumbre que existía en esa época: cuando regresaba alguna persona amiga al pueblo, después de una ausencia prolongada, se le enviaba una tarjeta de bienvenida; luego ocurrían las visitas. Enriqueta llegaba diciendo: No espero por tarjetas, vengo cuanto antes a darle un abrazo a mi amiga Toribia. La lista de amigos y amigas de Barinitas era interminable, para todos había una atención y un servicio. Hasta los más pequeños acudían a ella en busca de ayuda para una tarea escolar, como lo hizo Arcángel Rubio, cuando le tocó representar a Bolivia en un acto cultural. Enriqueta le escribió unos versitos que Arcángel, hoy a sus ochenta años, recuerda muy vagamente. Nos recitó: «Yo soy Bolivia/ tu hija dilecta/ que hoy te ofrezco flores/ en símbolo de amor…» Dice que el poema era más largo, pero su memoria le falla. Arcángel resiente de aquel hecho no haber quedado muy bien parado, ante sus compañeros… Sonaba muy femenino. Pero en todo caso, no fue culpa de Enriqueta que le fuera asignado el papel a un varón.

No esperaré a que la lluvia que azota a este pueblo de Barinas (desde donde escribo mientras oigo llover) con gran energía —como para lavarle sus pecados de olvido a una de sus hijas más preclaras—, traiga más nombres. Faltan muchos por nombrar, pero dejémoslo hasta aquí. Leamos, antes de pasar a otro capítulo, un poema para uno más de sus amigos poetas a quien hasta ahora no había recordado, el uruguayo Gastón Figueira.

«Alma discreta»89

A Gastón Figueira

En el día yo tengoLa mirada en la tierra.En el día escondo mi quejaen el hueco de un árbol,en la obscura maleza.

Nunca se ha alzado

89 Enriqueta Arvelo Larriva. (1987). «Producción dispersa e inédita (años 1930-1937)». Obra Poética. Tomo II. Barinas: Fundación Cultural Barinas. p. 353.

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mi voz, alta ni queda,al cielo en esta frase:¡Oh, sol, palpa mi pena!

Mas después que la tardecierra leve la puerta, cuando se da la nochea marcarse de estrellas,subo en voz y mirada.y es mi ascensión serena… ¡Oh los nocturnos astrosque no queman ni ciegansoles dulces que oyéndoseturbados parpadean!

Sólo dará consueloel suave que comprenda…

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6. La gracia y encanto de una desheredada

Se ha falseado la personalidad de Enriqueta. Algunos han pretendido mostrarla como una especie de monja laica que pasó su vida encerrada en Barinitas, como en un convento de clausura, dedicada a labores sociales y refugiándose en la poesía para poder soportar la soledad y el sacrificio de vivir en aquel pueblo. Se ha dicho que era jorobada, encorvada, en un afán de ocultarse, no obstante hay testimonios de que fue una mujer erguida —ya lo hemos contado— y fue en la vejez, como ocurre a muchas personas, que su cuerpo se encorvó.

Mucho se dice de su soledad, no pocos le endilgan el califica-tivo de solitaria. Y esta condición la ven como un karma, que por razones inexplicables, además de injustas y dolorosas, le tocó. Si bien es cierto que pasó la mayor parte de su vida en un pueblo de provincia, aislada —como ella misma dice—, alejada de los centros de la intelectualidad —«no sé de Ateneos, no sé de Recitales»90— y no se casó, ni tuvo hijos, eso no significa ausencia de afectos o que no viviera rodeada de personas que la amaran y con quienes había una comunicación permanente. También tuvo muchos amigos, como lo reseñamos en otro capítulo. En la entrevista de Lorenzo Tiempo, dice: «No soy una abstraída ni mucho menos. Todos los días vivo en mi hogar intensamente. Mi gente es inteligente, comprensiva y comunicativa y el comento de todo es animado. Tengo además las amistades viejas y nuevas, y a estas les doy una buena parte de mi humorismo. Gustan celebrarlo. Ha sido costumbre entre nosotros la chanza, la buena risa». Con estas palabras, ella misma se retrata como persona no solitaria o «abstraída». Y más adelante, ante la insistencia del periodista, que replanteaba el tema, responde: «La soledad no fas-

90 Enriqueta Arvelo Larriva. (1939, 21 de julio). «Carta a Julián Padrón».

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tidia. Mi soledad desde luego, es maravillosa. Un amplio subterráneo lleno de estalactitas y estalagmitas como quien dice —“y Enriqueta se sonríe burlona”, dice el periodista—, por el que no ando perdida. Además me gustan muchas cosas que no son soledad. Los periódicos, el béisbol, la política de todas partes. Y sobre todo la gente de mi pueblo que siempre está en mi vida».

La soledad de los poetas es condición sine qua non para ejercer este oficio. Es alejarse de todo y de todos para abordar las cosas profundas, para permitir que las musas penetren, revoloteen, jue-guen entre los circuitos cerebrales hasta derramarse en metáforas, en versos, en hermosas imágenes. Es la apertura del espíritu hacia lo indecible e inesperado. Es quedarse «íngrimo», con la lámpara encendida, a la espera del milagro.

No puede haber poeta sin soledad interior. Y lo más prodigioso que le puede ocurrir a un ser humano es poder tener esa condición, saber disfrutarla y volverla productiva. Ya lo decía Rilke: «Solo esto: soledad, gran soledad interior. Entrar en sí y no encontrarse con nadie durante horas y horas, eso es lo que debe lograrse»91. Cuando Enriqueta daba las gracias a quienes «la dejaron sola» era porque sabía que esa ausencia de afectos alienantes le permitió conquistar la libertad espiritual y construir, sin interferencias, su soledad interior, por eso «ahora voy indemne entre las gentes», concluye en su poema «Emoción y ventaja de la probada profundidad».

Fernando Paz Castillo también nos habla de la soledad de Enriqueta: «Soledad de alma y de pupilas acostumbradas a mirar el horizonte. Compañía de vientos, hojas, cantos y ríos profundos…»92

Busco claves en su poesía, busco poemas donde hable de su soledad y encuentro éstos:

91 Antonio Pau. (2007) Vida de Rainer Maria Rilke/ La belleza y el espanto. Madrid: Edi-torial Trotta.

92 Fernando Paz Castillo. (1962, 01 de diciembre). «A propósito de Enriqueta Arvelo Larri-va». En: El Nacional. p.4.

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«Una soledad»93

Quizás un olor de hondo bosque,venido en la tarde,duerme y ronda en esta sombra.Mi medianoche acoge una ausente soledad;duele que alguien se vaya de su mundo.¿Habré de consolarte?¿Aventaré cenizas para lograr centrar un fuego?Exáltase mi solo combustible.

Mi llama sobria andará por gramíneas,bañará toda la nocturna pradera.Mi soledad renunciará a sus reciales esta nochey estudiará la frente deslazada.

¿Podrá un hombre refugiado en lo solohallar una paz dulce?

«Recepción de las palabras pobladoras»94

Pueblo mi soledad con tus palabras.Palabras que no salieron de ti por darme rosado regocijo.Palabras lanzadas para aligerar su vuelo subterráneo.

Palabras represadas que se asilaron en mí, acertando.Soplo de guardado huracán,admitido en alambres, en ramajes, en banderas.

Hoy bulle mi soledad.Me rodean y acompañan tus palabras.Tus palabras,

93 Enriqueta Arvelo Larriva. (1963). Poemas Perseverantes. Caracas: Ediciones de la Pre-sidencia de la República.

94 Enriqueta Arvelo Larriva. (1939). «Toda la mañana ha hablado el viento». En: Voz Ais-lada. Caracas: Cuadernos Literarios de la Asociación de Escritores Venezolanos, Nº 17, Editorial Élite.

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hachones desnudos, crines soleadas y a escape,puros y fogosos fragmentos de lo inesperado que aguardé.

Soledad mía, con sed, con ánimo, indisciplinada.Soledad que no se puebla con delicias.Soledad codiciosa que hoy se pueblacon una latiente muchedumbre de angustia.

También se ha hablado de su mutismo, de su aversión a la con-versación. No tengo dudas de que es falso. Es un asunto que he in-vestigado suficientemente, porque hubo quienes se empeñaron en ha-cérmelo creer. Indagué con quienes estuvieron en sus cercanías y no la recuerdan callada. Le gustaba hablar y así lo confirman quienes la vieron actuar en su entorno familiar y social. En sus cartas, fue por de-más locuaz, aunque esto no nos permite asegurar que lo fuera también personalmente. Hay personas muy expresivas por escrito, pero muy tímidas —y por lo tanto calladas— cuando están frente a otros. No era el caso de ella. Le escribe a Julián Padrón: «Vea lo que es no estarnos viendo las caras…» como queriendo decir: en persona puedo ser más expresiva, más convincente, más clara, no me quedo callada.

Dice Pálmenes Yarza: «He encontrado en ella una gran agilidad mental en la conversación: una franca disposición a expresar sus ideas y sentimientos con adecuada mesura, sin falsas modestias ni tampoco exageraciones ególatras, como ocurre con ciertos escritores. Conversación chispeante e inteligente, y algo como reticente sospecha de no ser cabalmente comprendida por su interlocutor. Quizás es precavida reserva frente al hecho de un conocimiento nuevo, que en el llanero es una pauta de comportamiento; pero esta reticente reserva se rompe para dar paso a una cordial expansión, después de haber entrado en el ambiente psíquico de otra persona»95. Tal vez esta «precavida reserva» que menciona Yarza, fue mal entendida por quienes la conocieron superficialmente y por eso la describen como callada.

95 Pálmenes Yarza. (1951). «Enriqueta Arvelo Larriva. Trayectoria de esta notable poetisa venezolana. Sus luchas y trabajos». Caracas: El Heraldo.

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Se tiende a pensar que, por haber pasado por muchas penas, por muchos dolores, fue una mujer depresiva, triste, dada a la melancolía (como suelen serlo muchos poetas); no obstante ella misma se encar-ga de negarlo: «Soy espontáneamente feliz: me molesta tener que es-tar triste cuando no puedo hacer otra cosa que estarlo. Reacciona mi alma de toda pena, con valentía, sin cooperación, y el más pequeño bien es una fuente de gozo»96. Y en la entrevista de Lorenzo Tiempo: «… nunca me ha gustado ser mujer triste… La sabana me ha encan-tado siempre y no me pone triste. No tengo vocación de dolorosa». Y ante el acoso del periodista que le señala: «Se habla mucho de la melancolía del paisaje llanero, de la nostalgia de las sabanas, del fon-do de tristeza mora del llanero. —Yo no me siento triste, se lo repito. Mi casa era alegre. Mi vida ha sido alegre… Mi vida ha discurrido sin tristezas, sin complejos…»

Algo más nos acota Enriqueta97: «Ha dicho Miguel Otero Silva: “A mi juicio el ingrediente fundamental de la felicidad es la alegría. No creo en la felicidad de los tristes, ni de los adustos, ni de los so-lemnes”. Comparto ampliamente esta opinión. Y he procedido en consecuencia. He conservado mi apego a la alegría. Mi buen humor me ha traído a veces derivaciones desagradables de alguna suscepti-bilidad e incomprensión…»

Esa mujer ni triste ni callada, quien de su soledad había hecho una fuente de gozo, era además impulsiva, vehemente, firme, e incluso terca. Le expresa a Julián Padrón: «… tengo fama de impulsiva (aun-que no he hecho en la vida sino reprimir mis impulsos). Creo que ello se deba a mi temperamento excesivamente nervioso. En cuanto a mi mejor virtud, creo que ella sea la firmeza. Aunque la llevo como mu-jer, tengo firmeza de hombre».98 Y en otra carta al mismo destinatario, agrega: «Dice Julián Morales que yo soy la mujer más terca que él ha conocido…»99

96 Enriqueta Arvelo Larriva. (1939, 21 de julio). «Carta a Julián Padrón».97 ___________________. (1960, 06 de junio). «Niños diferentes». El Nacional. p.4.98 ___________________. (1939, 21 de julio). «Carta a Julián Padrón».99 ___________________. (1939, 27 de septiembre). «Carta a Julián Padrón».

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Cuando nos referimos a su vehemencia no es sólo por su impulsividad sino también porque era apasionada e impetuosa. Mujer de carácter, mujer de lucha, hasta en la contienda armada, en época de Gómez colaboró —aunque después rectificó— según le dice a Lorenzo Tiempo. Refiriéndose a sus habilidades de amazona: «Corcoveo, galope y trote y hasta salto. En el que no montaban las mujeres, en ese montaba yo…» Por supuesto que la época y las circunstancias no le permitieron desarrollar estos rasgos de su carácter. No era una guerrillera ni nada parecido, sus habilidades como jinete sólo eran utilizadas en los paseos en las fincas aledañas del padre u otros familiares. Y a pesar de su impetuosidad, se confiesa una mujer de paz: «Crecida entre guerras,… soñaba y amaba la paz desde mi infancia. Y así me apasionase un tanto, momentáneamente, en el hervor de las contiendas, por un matiz beligerante, siempre me asía al pensamiento de una íntima y general armonía… Y mi sensibilidad no puede aceptar que haya seres humanos a quienes les alegre el ánimo de una conflagración más…»100

Lo de su nerviosismo e inquietud es recordado por quienes la conocieron —la describen «temblorosa»— y ella lo señala como una de las características relevantes de su personalidad: «Quedé plenamente convencida que mi temperamental inquietud es la parte más importante de mi vitalidad, quizás la de mayor calidad e integridad humanas».101 Y en el mismo texto reclama: «Que no se me haga prohibición de mi preocupación e impaciencia».

A pesar de que anhelaba viajar, recorrer el mundo, conocer otros paisajes y otras gentes, nunca pudo hacerlo. Las limitaciones de las mujeres en aquella época, la falta de recursos económicos, el padre y la hermana enferma a quienes debía cuidar, no le permitían alejarse mucho del pueblo y de la familia. Salvo alguna visita a Barinas, o al cercano pueblo de Altamira, no sale fuera del terruño hasta 1922, cuando atravesando los Andes, a lomo de bestias, por trochas y caminos de recua, llega hasta Valera a temperar, como

100 Enriqueta Arvelo Larriva. (1962, 19 de noviembre). «Renglones de Paz». En: El Nacio-nal. p.4.

101 Enriqueta Arvelo Larriva. (1960, 04 de noviembre). «El deber de no marginarnos». En: El Nacional. p.4.

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decían en ese entonces. En 1930 (a los 44 años), conoce a Caracas. De su frustrado anhelo de conocer otras tierras, le cuenta a su sobrina nieta, Marianela Angulo. Le recomendaba casarse e irse a vivir lejos, para ella tener el pretexto y la oportunidad de viajar a visitarla. Era soñadora, como todo poeta y este afán de conocer otros lugares, fue uno de sus sueños, nunca realizado.

Sí, era soñadora, pero solía ocultar sus sueños y hasta negarlos. Uno de ellos fue publicar su poesía y ser conocida como poeta. Ella lo niega: «Quizás mucho de mi falta de logros se deba a que, como ya le dije, no despunto por la ambición literaria. Mis versos que se han publicado en diarios y revistas han ido allí casi siempre previa petición de redactores»102. No fue del todo sincera en esta afirmación. No andaba a la caza de honores y renombre, aunque sí quería que su poesía se conociera, pues desde que empieza a escribir, sus textos aparecen en periódicos y revistas. Ya para ese momento de la carta a Padrón, era conocida y sus poemas solicitados por los redactores de estas publicaciones, mas no debió ser así desde el principio. Tuvo ella primero que valerse de amigos que los hacían publicar, y no encuentro nada denigrante en eso. Muestra de ello, la carta que le envió al escritor ecuatoriano Jorge Carrera Andrade103, donde le dice: «Hoy me permito con motivo de su venida a Venezuela, dedicar a usted dos poemas de los últimos que he escrito; me sería agradable que estos se publicaran en Ecuador, país de usted y de mi cariño».

Julián Padrón le solicita, en 1939, un conjunto de poemas para ser publicados en los Cuadernos de la Asociación Venezolana de Escritores que salen de la imprenta bajo el nombre de Voz Aislada, con su consentimiento y su ayuda. Ella estaba consciente de la calidad de su escritura poética y por eso tenía todo el derecho a darla a conocer, aunque no quería decirlo abiertamente, por no parecer petulante. Hay como una dicotomía en su conducta a este respecto y Juliana Boersner nos lo hace ver, en su análisis de la carta a Julián Padrón: «Evidentemente se pone de manifiesto un conflicto entre el aislamiento y el logro: no quiere aparecer ante los demás

102 Enriqueta Arvelo Larriva. (1939, 21 de julio). «Carta a Julián Padrón».103 ___________________. (1944, noviembre). «Carta a Jorge Carrera Andrade» (origina-

les en Biblioteca de Stony Brook University, Nueva York).

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como habiendo logrado éxito alguno y, sin embargo paralelamente está muy segura de la importancia que tienen sus palabras».104

Así mismo, fue su decisión el enviar sus versos a concursos, como lo hizo en 1941 al Concurso Femenino promovido por la Asociación Cultural Interamericana, donde es premiado su libro El Cristal Nervioso. No es el caso de esos poetas o escritores verdaderamente carentes de toda ambición literaria, o con una baja autoestima que les empuja a ocultar su obra. Todo artista, todo creador, cuando se detiene a admirar su obra y está consciente de sus bondades, tiene no sólo el derecho sino el deber de mostrarla. No es censurable que Enriqueta se esforzara en realizar ese sueño. En su vida hubo muchos sueños frustrados: no pudo realizarse en el amor de un hombre y formar una familia, no pudo viajar y conocer otros países, no pudo tener una educación formal, no consiguió que su familia apreciara su poesía, no obstante pudo ver, desde un pequeño pueblo de provincia, su obra de poeta premiada, publicada y reconocida. Y esto nos da una idea de su carácter, de su firmeza, de su tenacidad, de su voluntad.

En cierta ocasión se atribuyó la ingenuidad como una de las características de su personalidad: «En veces pienso que —aunque no lo parezca— soy persona de gran ingenuidad»105. Me resulta irónica tal afirmación, pues en realidad era todo lo contrario, de gran agudeza mental, muy perspicaz. Creo que lo dice para mostrar su solidaridad con el diario El Nacional, donde escribió desde su fundación hasta su muerte. Lo declara irónicamente, para luego manifestar su convicción de que era un gran periódico del que todos los venezolanos debían sentirse orgullosos. De esta manera muestra su repudio a una campaña que se orquestaba en aquellos momentos contra este medio. Así apoyaba a sus directivos y redactores —sus amigos— y dejaba sentado su rechazo a la distorsión de la verdad. Era su franca manera de no quedarse callada ante la difamación.

104 Juliana Boersner. (2000). «La constitución del yo en la escritura epistolar de Enriqueta Arvelo Larriva». Conferencia en Miami, del 16 al 18 de marzo.

105 Enriqueta Arvelo Larriva. (1961, 28 de junio). «Breves frases sobre un diario». En: El Nacional. p.4.

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Es costumbre de algunas personas el buscar parecidos, en aquellos a quienes desean enaltecer, con figuras ya consagradas en el arte, la ciencia, la heroicidad o la santidad y, por supuesto, muertas. Tratándose de escritores, hay que compararlos con quienes se destacaron en las letras y así ocurrió con Enriqueta. Carmen Mannarino la identifica con la poetisa norteamericana Emily Dickinson: «Como otra Emily Dickinson, en Enriqueta Arvelo Larriva el encierro se niega a quedar atrapado en palabra de corto aliento y se despliega. Ambas apresan la existencia y el mundo en la breve duración de los sonidos y las palabras… ambas tocan una atmósfera de misticismo. Misticismo no religioso, pues en Emily el sentimiento religioso se mezcla y está en pugna con una inclinación escéptica y de duda. En Enriqueta, hay un desapego hacia la fe sin discusión. Su idea del hombre no tiene explicación religiosa. Flota en la duda, el escepticismo. En el buceo de conciencia e inconsciencia, Dios es fuerza suprema, punto de apoyo, raíz profunda, no único depositario del humano destino»106.

Carmen, al hacer esta comparación y este análisis, se mete en aguas profundas. Penetra en el alma de estas poetas. Quiero hacer el intento de ubicarme a la orilla de sus espíritus —léase psiquis, si el lector lo prefiere— para entender eso que Mannarino llama «misticismo» y lo considera «no religioso». Si asumimos como «religiosidad» la primera acepción de tal palabra en los diccionarios («cuidado y rigurosidad en el cumplimiento de las obligaciones religiosas»), estas dos mujeres no pueden ser catalogadas como «religiosas». Si bien ambas cumplieron con algunas prácticas obligatorias dentro de su círculo familiar y social, nunca fueron atrapadas por ese cerco. Luego, tiene razón Carmen, no fueron religiosas. Lo de místicas, podríamos cuestionarlo si nos remitimos a la acepción ortodoxa del término, pero entendemos que quiso significar una espiritualidad de orden superior, una búsqueda espiritual más allá de lo ordinario.

El alma debe irse «quitando quereres», dice San Juan de la Cruz. Esta es una exigencia para los místicos. A Enriqueta, la vida

106 Carmen Mannarino.(1987). «Voz labrada en soledad». Prólogo en: Enriqueta Arvelo La-rriva. Obra Poética, Tomo II. Barinas: Fundación Cultural Barinas.

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le quitó los quereres y esto la liberó, le permitió romper ataduras, deslastrarse; preparó su espíritu para iniciar la búsqueda, para acceder a esa espiritualidad de orden superior.

La irrupción de la energía espiritual dentro del campo de la conciencia humana ha tenido, tradicionalmente, un desenlace en tres vertientes posibles: la locura, la iluminación religiosa y la poesía. Hubo, indudablemente, una irrupción de esa energía en Enriqueta, que ella recibió por la vertiente de la poesía y la convirtió en poeta. No buscó o no llegó a la iluminación religiosa y, por tener un espíritu fuerte —una psiquis bien organizada—, no desembocó en la locura. Por ser poeta, también recibe algo de la mesa del místico y es posible que en algunos poemas suyos se haya colado Dios, porque ¿quién podría impedírselo?

Emily, también atrapada en la vertiente de la poesía, pudo estar más cerca de la energía suprema —por momentos parecía andar en la búsqueda de Dios—mas su psiquis débilmente organizada, no soporta la irrupción de la energía y deviene en neurótica. Se aparta de todo y de todos, para sobrellevar las tormentas de su espíritu y solo se comunica por la vía epistolar. Enriqueta también usa, a menudo, la epístola para comunicarse con el mundo, pero no como consecuencia de una obsesión de origen neurótico, sino porque las personas con quienes valía la pena compartir sus inquietudes estaban a muchos kilómetros de distancia.

Cuando leí por primera vez la comparación que hace Carmen Mannarino de Enriqueta con la poetisa de Amherst, me impresionó profundamente. Conocí a Emily mucho antes que a la poeta de Barinitas, y desde que empecé a leerla se convirtió en mi escritora preferida. Al conocer a Enriqueta y deslumbrarme con su poesía y enterarme del paralelismo que encontraba Carmen entre una y otra, comencé a fantasear. Vine a pensar que tal vez se cumplían en ellas las creencias de algunas religiones orientales sobre la reencarnación y Enriqueta bien podía ser una Emily reencarnada, pues la bariniteña nació el mismo año en que murió la de Amherst, en 1886. Pero, ¡Oh, decepción! La primera nació en marzo y la segunda murió en junio. Y si bien existen algunas coincidencias en la vida de ambas y ciertas semejanzas en su poesía, también

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hay diferencias bien marcadas. Ambas vivieron y escribieron desde pequeños pueblos, aisladas, alejadas de todo. Pero la Dickinson se encerró literalmente, por lo que ya hemos llamado una suerte de neurosis, de trastorno obsesivo-compulsivo. La Arvelo se vio sometida al aislamiento por las circunstancias, aunque esto no devino en ninguna alteración de su psiquis, y cuando pudo hacerlo (ya tarde, cercana a los 60 años), se residenció en la capital y tuvo contacto personal con mucha gente del quehacer literario. Emily nunca quiso publicar y sólo fue conocida su poesía muchos años después de su muerte. Caso contrario el de Enriqueta, ella sí vio publicada buena parte de su obra.

Otro que analiza la personalidad de Enriqueta comparándola con un personaje es Francisco Tamayo. La elegida ahora es Teresa de Ávila: poetisa, escritora y santa. Tamayo encuentra a la Arvelo, «con el mismo temple anímico de la gran señora hispana: austera, aquilatada, heroína del hogar, sostén de los principios y recia muestra de la estirpe (…) Ambas tuvieron espíritu fuerte, seguro, como abroquelado contra las flaquezas del ánimo. Ambas lucharon y vencieron, crearon y trascendieron, cada una en la esfera correspondiente. Enriqueta es severa integérrima consigo y con el verbo, pero no es metafísica como la santa de Ávila». Aquí nos confirma Tamayo lo que antes afirmábamos de la personalidad de Enriqueta, de la firmeza de su carácter, de su entereza, de su voluntad, de su espíritu de lucha.

No es metafísica Enriqueta, afirma Tamayo, y con esto nos da a entender lo mismo que nos dice Carmen Mannarino, cuando habla de «su desapego hacia la fe». Ella aunque vivió en Barinitas y fue criada en los preceptos católicos de su familia, la influencia de su hermano y las numerosas y variadas lecturas («a escondidas leía lo prohibido», nos confiesa) la llevarían a pensar que no podía conformarse con esa religiosidad pacata e hipócrita, predicada por el cura del pueblo en la misa del domingo, de asistencia obligatoria, y donde algunas veces se entretendría contando las baldosas del piso (como confiesa Santa Teresa que alguna vez lo hizo) o pensando en la palabra adecuada para el poema que rondaba en su mente.

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José Napoleón Oropeza parece no estar de acuerdo con las afirmaciones de Tamayo y de Mannarino, porque compara a Enriqueta con San Juan de la Cruz. Oropeza dice: «Pocos poetas venezolanos han alcanzado, a plenitud, las condiciones o metas señaladas por San Juan de la Cruz. Entre ellos, ocupa un lugar de importancia, sin haberlo querido nunca, sin haberlo aspirado jamás, Enriqueta Arvelo Larriva, quien escogió por rama un pueblecito llanero, Barinitas, en su deseo de buscar a Dios, de perseguir la luz que aprovechó en su interior…» Por lo que dice, parece encontrar a nuestra poeta en una altura mística similar a la de San Juan de la Cruz, cosa que no intentó ni pretendió nunca Enriqueta, pues no fue jamás su empeño seguir el camino de los místicos. Hubo una exploración de un lenguaje poético, de una música propia, desarrollada en un plano espiritual elevado, que Oropeza parece haber confundido con la búsqueda religiosa.

Hay un grupo de poemas en su libro El Cristal Nervioso, que llama «Casi Oraciones». Analicemos tres de ellos:

«Sería la advenediza»

Señor, no me des ya la dicha.No sabría manejarlay con ella iría cohibidacomo una nueva rica.

Déjame ir tranquila,Sin las cosas fútiles para otros,Que fueran tempestades en mi vida.

No me des nada…Pero déjame intuirlo todo.Deja sin aherrojar mi sentir,deja que lo glose mi voz.No me hagas nueva rica de la ventura.Sería la advenediza sin elegancia.Ya no sé aprender nadaY no quiero perderMi gracia y aplomo de desheredada.

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¿Es esta la oración de una mística a su Dios? Me parece más bien la declaración de principios de una mujer excepcional, valiente, llena de entereza, que asume el dolor, la pena, las vicisitudes del existir, como parte esencial e inmodificable de su personalidad. Esta es su gracia y nos aclara que no «la quiere perder».

«El cerrado ruego»

Llevo dentro de mi alma, señor, una oración,plegaria que voy a estrenar.Al decirla se aromará el ambientePorque es una rosa que abrirá.

Mas no sé si libertarla ante el solo cuando las estrellas me animan.Si la dejo escapar lenta y sonanteO si en susurro la echaré a volar.

Y no sé si al oírla has de verme ceñudoo con clara sonrisa de calma.¡Quién sabe si tu sentir humanoCon un riego de lágrimas mojará mis palabras!

¡Oh, el capullo de ruego!Apretado y crecido,Se impacienta en anhelo de subirse a mis labiosy abrir todos sus pétalos.

¿Y esta plegaria que «aromará el ambiente»? Es una oración ligera, suave, para un Dios simpático, a veces ceñudo (¿la figura idealizada de su propio padre?), a quien se le alisa el ceño con las hermosas imágenes de este poema, rematado con una estrofa sutilmente erótica. Dice Leonardo Ruiz107: «estos poemas aluden justo a la espera, al llamado con un sentido casi místico, donde hasta el sutil erotismo recibe tal tratamiento…»

107 Leonardo Ruiz Tirado. (2007). Leer Llano. Caracas: Fundación Editorial El perro y la rana.

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«Si la extingues»

No pido que la llama que tú encendiste fúlgidadentro del alma míase haga fuego perennecomo tedioso fuegoque las vestales cuidan.

Mas, oye: si la extingues un díabarre toda mi almacon impetuosa brisa.

No quiero ver alzarsedonde se alzaba altivami llama luminosa, ondeante,el montón de cenizas.

Amasaste mi ánimo con alegres harinas;si le apagas su fuego,déjalo despejado,sin el estorbo triste.

En este poema, siento que Enriqueta se refiere a la fe. Utiliza la imagen del fuego que el cristianismo identifica con el Espíritu Santo (la energía pura, Jesús bautiza con fuego). Se siente tocada por esa llama, pero teme a su permanencia (¿Le asusta la iluminación religiosa o una vida, monótona, de fe?) Mas si la pierde, no quiere recordarlo, no quiere tormentas en su espíritu, prefiere quedarse con un total «desapego hacia la fe», con el ánimo «despejado, sin el estorbo triste».

Encontramos toda una pléyade de amigos y conocidos que nos describen con mayor o menor acierto la personalidad de Enriqueta. La mayoría coincide en hacer énfasis en la fortaleza de su espíritu, en la fuerza del carácter. Oigámosles:

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Fernando Paz Castillo108: «Muy fuerte y muy sensible». Luis Beltrán Guerrero109: «un espíritu fuerte que se albergó en un cuerpo de mujer». Luis Alejandro Arvelo Angulo110: «fortaleza del espíritu… cualidad que poseía y aconsejaba: “lo más necesario para la existencia es el valor” nos dijo cierta vez. Es necesario destacar esa fortaleza, ese valor, como su rasgo sobresaliente». J.L. Sánchez Trincado111: «auténtica mujer fuerte para quien las palabras sacrificio, libertad, padre, patria, hermano, tienen un significado grave y profundo». Pedro Francisco Lizardo112: «Era de esas mujeres completas, toda voluntad y coraje, para quienes la vida es ejercicio de plenitud en su más alta definición existencial». Alí Lameda113: «Admiramos en esa mujer dulce, férrea y de tan alto valor lírico, a una personalidad extraordinaria». R.A. Rondón Márquez114: «es mujer de criterio muy sensato, aquilatado por una sólida cultura, y de carácter muy equilibrado y enérgico…» Orlando Araujo115: «alta, orgullosa, tímida, frágil y fuerte al mismo tiempo…»

Su sobrino, Luis Alejandro, ya citado en el párrafo anterior, también señala otros rasgos: «sobriedad, estoicismo, sencillez, idealismo, emotividad; timidez, quizá; acaso fatalismo». Y remata, aunando lo dicho antes con otras de las características ahora

108 Fernando Paz Castillo. (1963). «La poesía de Enriqueta Arvelo Larriva». Introducción en: Enriqueta Arvelo Larriva. Poemas Perseverantes. Caracas. Ediciones de la Presiden-cia de la República. pp. 7-13.

109 Luis Beltrán Guerrero. (1964).«Enriqueta Arvelo Larriva». En: Candideces, tercera se-rie. Caracas: Edit. Arte. pp. 146-148.

110 Luis Alejandro Angulo Arvelo. (1987) «Biografía de Enriqueta Arvelo Larriva». En Pro-sa, Tomo II. Barinas: Fundación Cultural Barinas. pp. 201-207.

111 J. L. Sánchez Trincado. (1944). «Compromiso y deber de un estilo. (Enriqueta Arvelo Larriva: Voz aislada)». En Siete poetas venezolanos. Caracas: Asociación de Escritores Venezolanos. (Cuadernos Literarios, 47). pp. 15-21.

112 Pedro Francisco Lizardo. (1980, 02 de junio). «Se llama Enriqueta Arvelo Larriva». En: El Nacional. p.4.

113 Alí Lameda. (1978). «Dos figuras estelares de la Nación Venezolana: Alfredo Arvelo Larriva y Eriqueta Arvelo Larriva». En: Homenaje a la ciudad de Barinitas, en los 350 años de su fundación. Caracas: Edic. Centauro. pp. 19-39.

114 R. A. Rondón Márquez. (1945, 18 de febrero). «Un simpático nombramiento frustrado». En: El Universal.

115 Orlando Araujo. (1980). «Una poesía con dolor de ausencia». En: Barinas son los ríos, el tabaco y el viento. Mérida: Universidad de Los Andes. (Colección Viaje al amanecer). pp. 77-82.

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señaladas: «Bajo su endeble y frágil apariencia —tímida y taciturna, temblorosa a menudo, de vacilantes y tardos movimientos— existía sin embargo en ella el caudaloso potencial emotivo que podía encenderla en pasión para la polémica airada, para la discusión o la defensa de ideas y de ideales». De su timidez, parece no estar muy seguro su sobrino (dice ¿quizá?). No creo que haya sido realmente tímida, tal vez fue tomada como tal por esa «su precavida reserva ante un conocimiento nuevo», lo cual observara Pálmenes Yarza.

Era muy sincera, así lo cuentan quienes la conocieron y se puede deducir de sus escritos. Al comentar los libros de otros autores, con toda franqueza, pero con delicadeza, les señala sus yerros, o sus debilidades como escritores o poetas. En una carta a Beatriz Mendoza Sagarzasu,116 le dice: «Ya sabes que en sinceridad no soy la 39 en tu lista» y después de reclamarle su «flojera», en un verso en el que pudo haber sido más poeta, concluye: «Espero me encuentres tan cordial en la aprobación como en el reparo». Nunca mentía, aunque sí se permitió una pequeña «mentira blanca»: rebajarse unos añitos en su edad. Coquetería de mujer, perdonable.

¿Qué podemos decir, en resumen, de su personalidad? Una mujer que era al mismo tiempo fuerte y frágil; dulce y férrea; valiente, luchadora y aguerrida, pero amante de la paz; soñadora, pero sensata; conversadora y sociable, con gran sentido del humor, pero en ocasiones callada y tímida; solitaria, pero rodeada de afectos y con numerosos amigos; con una elevada espiritualidad, pero no religiosa; azotada por la adversidad, pero alegre e incluso feliz. ¿Una personalidad contradictoria o como dijera Pedro F. Lizardo una mujer para quien «la vida fue ejercicio de plenitud»?

Hay algo en lo que todos coinciden: fue una mujer sencilla, siempre y en todas las circunstancias, sin complicaciones, sin poses. Además, amante de las cosas simples. Concluyamos este capítulo oyendo un poema, donde ella reclama para sí, justamente eso: la sencillez.

116 Enriqueta Arvelo Larriva. (1948, 01 de diiembre). «Carta a Beatriz Mendoza Sagarzasu».

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«Llegas»117

Llegas. Tus ojos vienen firmes.Gallardos, con las armas de los internos fuegos.Yo quiero ser sencilla como el hilo sin perlas,ágil como en la copa es la gota del borde.

Yo quiero ser sencilla, pero tú me complicasalzándome a una estrella trémula e invisible.Yo quiero ser sencilla. Y me colmo de quiebras,y soy un laberinto y mi clave se pierde.

Quiero el ritmo sereno y mi inquietud florece.Y la flor indecisa, con hojas asustadas,desploma tu firmeza.

Y descanso en la fuga de tus ojos vencidos.Y soy ligera y simple, como el hilo sin perlas;ágil como la gota del borde.

117 Enriqueta Arvelo Larriva. (1941). El Cristal Nervioso. Caracas: Publicaciones de la Aso-ciación Cultural Interamericana. Tip. La Nación.

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7. La voz aislada que trasciende

No soy crítico literario, ni experta en poesía, ni tengo un título que me califique para analizar la obra de Enriqueta. Desde mi visión de simple lectora y admiradora de su poesía, perspectiva completamente subjetiva y empírica, voy a hablar sobre su creación literaria. Les referiré también cómo, cuándo y dónde escribió. Además, citaré y comentaré los juicios de algunos expertos sobre su obra poética.

Enriqueta solía encerrarse en una habitación y permanecer por horas elaborando sus escritos («escribir, escribir siempre, escribir toda la vida»), sin comentar con nadie el tema que estaba trabajando. Escribía y corregía, una y otra vez. Los poemas conocidos en su versión original, tienen diferencias notables con la versión definitiva que fuera publicada.

Ya hemos hecho referencia en otro capítulo, al hecho de que reflejaba sus vivencias en su poesía («no construyo en abstracto») y, basándonos en esta afirmación, hemos sacado conclusiones de sus textos poéticos, buscando en ellos el relato de hechos ocurridos. Esto podría tomarse como una mera especulación; no obstante, lo hemos verificado, comparando lo dicho por testigos con lo que dicen sus versos. Por ejemplo, el mitin de Barinitas en 1947, en el poema «Un Punto de Sosiego»; el paseo al fundo Corozal de la familia Parra descrito en el «Romance de llano y de domingo», dedicado a la Sra. Alba de Parra; el poema «Saludo», donde cuenta una visita a su casa del joven Néstor Tablante Garrido.

De su historia como escritora, ella misma relata: «Preso mi hermano, empecé muy jovencita a escribir páginas en prosa, casi todos en torno a esa pena, la primera de mi vida, y, en el año 22,

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me parece, rompí a escribir versos que llevaban bastante música vieja, pero en los que asomaban ciertos giros emancipados, pues abandonaba la música cercada, en cuanto no se me brindaba capaz para lastrarse con todo mi pensamiento. Cada día me fui desentendiendo más de los viejos ritos (cosa que deploraron altamente mis animadores de entonces) y el año 30 —como usted anota certero en su carta anterior— ya escribía sólo por mi cuenta»118.

Ya lo ha dicho, empezó a escribir en prosa desde comienzos del siglo XX (muy jovencita), y poesía de calidad desde 1922, año inicial de los poemas contenidos en su libro El Cristal Nervioso. De antes del 22, Carmen Mannarino recopiló cinco poemas (uno de 1912 y otros de 1921), pero aún de Música vieja, como ella llamara a aquellos donde se queda en las formas clásicas (rima, métrica) y en un lenguaje convencional. La mayor parte de su obra, lo mejor de su poesía, lo escribe en Barinitas, en la última casa donde vivieron los Arvelo Larriva desde 1919 hasta 1948.

Conocemos sus Crónicas, Artículos y Ensayos —incluidos por Carmen Mannarino en el tomo de Prosa de sus Obras Completas— que fueron publicados en diferentes periódicos y revistas, desde 1917 hasta 1962 (año de su muerte). En sus primeros textos, construye una prosa poética, preciosista —su «prosa lírica, sus primeras espigas», Enriqueta dixit—; aunque a partir de un momento, que coincide con sus comienzos en El Nacional, hay una mayor fluidez en el lenguaje y ya no se preocupa por poetizar en la prosa. Aborda temas de actualidad, con un estilo desenfadado, audaz y con pinceladas de humor que torna su escritura más ligera, más simpática, más atractiva para cualquier tipo de lector y aunque no son textos poéticos, surgen, en ocasiones, algunas imágenes mucho más originales que las de su etapa anterior.

En El Nacional, comienza a escribir desde su fundación, en 1943, por invitación de Antonio Arráiz. Al principio fueron crónicas, firmadas con el seudónimo «Santica Luzardo», y más adelante, artículos sobre temas de actualidad en la página 4 del diario (a partir de 1958, ya en democracia, aborda con frecuencia el

118 Enriqueta Arvelo Larriva. (1939, 21 de julio). «Carta a Julián Padrón».

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tema político), y otros sobre libros y poesía en El Papel Literario, suplemento cultural de ese periódico. En sus últimos años, debido a su enfermedad, interrumpía por breves lapsos su columna, aunque incluso el último día de su vida envió un artículo que fue recibido al día siguiente, junto con la noticia de su muerte. Los otros periódicos de Caracas que publicaron sus escritos fueron El Universal, El País, Unidad Nacional; y del interior, los periódicos El Reconstructor, Patria y Unión, Nuevos Rumbos y las revistas Élite, Alma Latina, Revista Nacional de Cultura, Maracapana. De los nombrados, hay constancia; además, también hay noticia de que otros periódicos y revistas, de varias ciudades del país, publicaron sus textos, tanto prosa como poesía.

Por otra parte, conocemos tres cuentos recopilados por Carmen Mannarino en el libro de Prosa: Pinceles de Odio, publicado por la Revista Nacional de Cultura en 1940, «Pajita», en El Papel Literario, en 1943 y «Un paseo», en El Nacional, en 1945. Son cuentos bien narrados, en un estilo costumbrista; pero éste no era ese su fuerte —y ella misma se daría cuenta, cuando no siguió escribiéndolos—, no agregan nada novedoso u original a la literatura de este género.

Otros trabajos en prosa son la nota biográfica para el libro Sones y Canciones y Otros Poemas de Alfredo Arvelo Larriva, que se publicara en 1949, y la ofrenda (especie de prólogo) para el libro suyo Poemas de una pena, que según su sobrino es «una muestra de su magnífica prosa».

Lo que más escribió durante toda su vida fueron cartas, y comenzó muy temprano a hacerlo, mucho antes que sus primeros textos publicados. Su primer y principal corresponsal fue su hermano Alfredo, que sepamos. A lo mejor escribió alguna para el novio, Martín Matos Arvelo, pero de eso no hay testimonios. Desde que Alfredo fue encarcelado en Ciudad Bolívar y en las otras prisiones en donde estuvo y luego en el exilio, Enriqueta, permanentemente, se comunicaba por escrito con él. Por desgracia, todas las cartas que hubo entre ellos se perdieron. Sería muy interesante poder observar la evolución de su escritura, desde que, aún adolescente, empezó a cartearse con Alfredo hasta la muerte de éste en 1934.

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Y no sólo las cartas a Alfredo se perdieron, la inmensa mayoría de las misivas escritas por Enriqueta no se han encontrado. Hago un inventario de las que conozco.

Las recopiladas por Carmen Mannarino y publicadas en el libro Prosa editado por la Fundación Cultural Barinas, son:

A Francisca Segura (una carta en 1922).

A Francisco Betancourt Sosa (nueve cartas en 1936, una en 1940, una en 1945).

A los redactores de Maracapana (una carta en 1937).

A Julián Padrón (seis cartas en 1939).

A Luis Alejandro Angulo Arvelo (una carta en 1941).

A José Rafael Pocaterra (una carta)119.

En la Biblioteca Tulio Febres Cordero, de Mérida: dos cartas a Don Tulio, fechadas en 1918 y 1919.

En el archivo personal de Beatriz Mendoza de Pastori: una carta de fecha primero de diciembre de 1948

En el archivo personal de la poeta Reyna Rivas: una carta

En la biblioteca de la Universidad Stony Brook de Nueva York: una carta a Jorge Carrera Andrade, de 1944.

Todo hace un total de veinticuatro cartas, cantidad insignificante, pues escribió centenares de ellas. Otras personas debieron conocer algunas más, bien porque fueron sus destinatarios o porque de alguna forma llegaron a sus manos. Mariano Picón Salas, dice: «lo mejor de la obra de Enriqueta duerme en la esencia intimista de su epistolario». La misma Enriqueta cuenta: «tengo recogidas mejores opiniones sobre mis cartas que sobre mis versos. Recuerdo

119 Dice Carmen Mannarino que esta carta es de 1945, pero Luis Alejandro Angulo Arvelo la cita en El Fauno Cautivo como escrita en 1922. El poema a Pocaterra que Carmen menciona, anexo a la carta, sí es de 1945. En los archivos de Pocaterra, deben haber aparecido juntas las dos cosas y de ahí la confusión.

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cariñosamente la de Ismael Urdaneta: “Enriqueta, tu camino es el Epistolario”». Si bien es cierto que sus cartas están muy bien escritas —hay en ellas la «esencia intimista» señalada por Picón Salas; su sentido del humor y su ironía son más explícitos que en sus artículos de prensa u otros textos en prosa y se luce en la invención de nuevos vocablos—, no puedo aceptar que sus cartas sean lo mejor de su obra, ni su camino el epistolario. Enriqueta fue fundamentalmente poeta y es en su poesía donde encontramos lo mejor de su creación. Sospecho que, por alguna razón que no alcanzo a comprender, a estos señores no les gustaba la poesía de Enriqueta.

Vayamos a su poesía que, a mi juicio, es lo más interesante de su escritura literaria. También poesía escribió mucha, aunque no toda la conocemos, porque buena parte se perdió o fue destruida por ella misma. Enriqueta nos revela cómo fue ese proceso de destrucción: «Recuerdo cómo Ida Gramcko se asombró, se alteró de modo visible —puedo muy bien decir que su espíritu se angustió— cuando yo le he contado cómo he dado plazo periódicamente a fracciones de mi guardada escritura inédita para destruirlas y cómo he cumplido el exterminador propósito al vencerse el fijado lapso»120.

Pero, afortunadamente, quedó una cantidad de poesía significati-va que fue publicada en varios libros. En vida suya, se editaron: Voz Aislada (1939) —poemas de 1930 a 1939— que fue el primer poe-mario publicado en los Cuadernos de la Asociación Venezolana de Escritores; El Cristal Nervioso (1941), agrupa el período 1922-1930; es decir, sus primeros poemas (con este libro gana, en junio de 1941, el concurso femenino promovido por la Asociación Cultural Intera-mericana); Poemas de una pena (1942), opúsculo que contiene poe-mas elegíacos por la muerte de su padre; Canto de Recuento (1949), elegía a su hermano (opúsculo); Mandato del Canto (1957), poemas de 1944 a 1946, por el cual recibe, en 1959, el Premio Municipal de Poesía del Distrito Federal, correspondiente al año 1957.

Después de su muerte, se publicaron Poemas Perseverantes (1963), integrado por poesías de varias épocas, en edición ordenada por la Presidencia de la República; Antología Poética (1976), selec-

120 Enriqueta Arvelo Larriva. (1961, 29 de junio). «Hoja contra el escribir perdido». En: El Nacional. p.4.

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ción y prefacio de Alfredo Silva Estrada; Poesías (1976), selección y prefacio de Reynaldo Pérez So; Poesías (1979), selección, pró-logo y notas de Carmen Mannarino. Para celebrar el centenario de su nacimiento, la Fundación Cultural Barinas, publicó toda la obra conocida hasta ese momento, la cual incluye un volumen de poesía, donde aparecen sus libros publicados y la poesía dispersa e inédita, escrita desde 1912 hasta 1961 y un volumen de prosa. La recopi-lación y preparación de este material fue hecho por Carmen Man-narino, quien se ha convertido en apóstol de la obra de Enriqueta, contribuyendo de manera definitiva a su difusión. En la actualidad, hay en preparación dos antologías: una del poeta barinés Leonardo Ruiz Tirado y otra del bariniteño Luis Alberto Angulo. En la entre-vista, muchas veces citada, de Lorenzo Tiempo, ella habla de dos libros inéditos: Palmos de Vía y Mandato del Canto. El último fue publicado en 1957; del primero se conocen algunos poemas que re-copilara Carmen Mannarino, pero el resto, según Carmen, se debió haber quemado en el incendio de la casa de los Arvelo en Barinitas. Esta hipótesis no nos convence, puesto que la entrevista donde ella menciona los poemarios es de 1949 y el incendio ocurrió en 1946 ¿O tal vez, los destruyó? No lo sabemos.

Como resultado de nuestra investigación para este libro, conse-guimos dos poemas inéditos, que ya hemos reproducido en páginas anteriores. Uno en la correspondencia de la poetisa uruguaya, Juana de Ibarborou, en la Biblioteca de la Universidad de Stanford, Cali-fornia, y otra en la correspondencia del ecuatoriano Jorge Carrera Andrade, en la Biblioteca de la Universidad Stony Brook de Nueva York, ambos en Estados Unidos. En esta última había otro poema, aunque ya publicado, con otro título y algunas modificaciones.

A los poetas se les ubica en escuelas, en generaciones, pero a Enriqueta ha resultado difícil otorgarle un sitio en alguna categoría En una antología —La Generación poética del 18— que publicara Neptalí Noguera Mora, incluye a Enriqueta. Aunque para 1918, ya era una mujer madura biológicamente, no tenía obra poética escrita aún. Ella misma se encarga de aclarar, que su inclusión fue desacertada: «el poema seleccionado pertenece a la producción del año 30 en adelante, hora en que mi poesía —con todos sus defectos— era ya

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susceptible de ser juzgada a fondo, clasificada y ubicada… como persona, soy relativamente más vieja que como poetisa. Comencé tarde a cultivar de modo estable la poesía. Se me preguntará a cuál generación poética pienso que pertenezco —¡ay, Dios mío!— tendré que contestar sincera: creo que a ninguna, exactamente…Y no es que me guste ir sola por la literatura venezolana, sino que así lo arregló el destino. Para figurar con unos, muy nueva, casi inexistente. Para contarme entre los otros, muy antigua»121.

Respecto a su ubicación en escuelas, nos dice Leonardo Ruiz Ti-rado122: «la obra, pese a muchos intentos por ubicarla en escuelas y tendencias, resulta, casi en su totalidad, ubicua, renuente a clasifi-caciones precisas y refractaria a la uniformización, porque en ella, no obstante su paradójica rebeldía, ciertos momentos, y en especial algunos textos muy importantes que se hallan fuera de los libros, po-drían caracterizarse por alguno que otro procedimiento afín a las téc-nicas modernistas o, más allá, vanguardistas… la obra de Enriqueta inaugura en Venezuela una forma sui géneris de abordar lo poético». Alfredo Silva Estrada coincide con Ruiz Tirado: «Vano sería todo empeño de ubicar a Enriqueta en relación a corrientes y escuelas o por oposición a afinidades con sus compañeros de generación»123.

Bettina Pacheco, por el contrario, afirma: «…Encontramos en su poesía rasgos estilísticos y temáticos comunes a los poetas del 18: la búsqueda de un mensaje de autenticidad venezolana, ruptura con el Modernismo, algunos elementos neorrománticos como la humanización del paisaje y el gusto por los contrastes; la mesura y el respeto de ciertos elementos formales, sobre todo en sus dos primeros poemarios; la alusión a los caminos, leitmotiv del 18; la influencia de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, así como la preocupación por la situación social que se vive para aquella época caracterizada por las convulsiones políticas provocadas por los caudillos de turno. Junto a todo esto es posible apreciar también

121 Enriqueta Arvelo Larriva. (1956, 19 de enero). «Líneas quietas para un tema pequeño». En: El Nacional. p.3.

122 Leonardo Ruiz Tirado. (2007). Leer Llano. Caracas: Fundación Editorial El perro y la rana.

123 Alfredo Silva Estada. (1976). «Liminar sin reglamento para escuchar una voz». Prefacio de Antología Poética de Enriqueta Arvelo Larriva. Caracas: Monte Ávila Editores.

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la presencia de imágenes vanguardistas propias de la obra de los poetas de la generación del 28»124.

Alexis Márquez Rodríguez125 aborda, desde otra perspectiva, el tema de las influencias y las tendencias en la poesía de Enriqueta y nos explica que «Los críticos han coincidido en señalar que la poesía de Enriqueta no debe nada, al menos en lo esencial visible, a la de su hermano» y que ella en un poema que escribiera en homenaje a Alfredo, así lo confiesa:

Y en el reflejo de gayola cieganació mi canto libre hasta del tuyo…

Continúa Márquez Rodriguez explicando que esto nos lleva a suponer una «absoluta autonomía poética de Enriqueta, respecto de su hermano… en términos de diferencias estilísticas y temáticas entre ambas poesías». Pero también rememora la influencia ejercida por Alfredo, durante su infancia y adolescencia, en la formación de la personalidad de su hermana y sobre el desarrollo de un gusto literario. Por lo tanto, afirma: «aquella lejana influencia de él sobre ella tal vez se diluyó en el tiempo, imperceptible a primera vista, pero susceptible de ser descubierta, mediante una indagación crítica cuidadosa y metódicamente adecuada».

Encuentra, además, Alexis Márquez, que en la poesía de Enrique-ta Arvelo hay «importantes rezagos del Modernismo y del Vanguar-dismo, ambos estilos característicos de la poesía de su hermano. De la Vanguardia le viene, su predilección casi excluyente por el verso libre. Del modernismo podríamos señalar una huella bien visible en la abundancia de la retórica modernista, que si bien no adoptan la misma intensidad ni la misma apariencia de los que con asiduidad utilizó Alfredo, parece ineludible suponer que le vienen de éste. Las aliteraciones, por ejemplo, son muy frecuentes en la poesía de Enri-

124 Bettina Pacheco. (2006). Enriqueta Arvelo Larriva (1886-1962). Táchira: Biblioteca de Autores Venezolanos, Universidad de Los Andes.

125 Alexis Márquez Rodríguez. (1986, 23 de marzo). «Cien años del nacimiento de Enrique-ta Arvelo Larriva».En: El Nacional.

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queta». Márquez concluye afirmando que «sólo persigue el propósito de señalar lo tal vez equivocado de creer que la poesía de Enriqueta Arvelo nada debe a la de su hermano». Carmen Mannarino coincide con Alexis Márquez: «Venía del Modernismo y la Vanguardia, in-fluencias que por Alfredo llegaron con naturalidad a su formación intelectual»126. Nos resulta extraño que estos dos personajes —Alexis y Carmen— señalen el Vanguardismo como característico de la poe-sía de Alfredo, a quien siempre hemos conocido por su estilo y por la época en que escribió, como un modernista. Quiero significar que si hay influencias o «rezagos» del vanguardismo en su poesía, no sería porque le llegaran a través de su hermano.

La misma Enriqueta habla también de sus influencias. En una entrevista concedida al periodista Julio Barroeta Lara127, en ocasión de haber ganado el Premio Municipal de Poesía, en Caracas, manifiesta no seguir ninguna escuela o tendencia, y agrega: «He escrito ligado a lo humano y a la naturaleza sin importarme que sean o no pulidos mis versos. No podría precisar cuáles han sido las influencias que otros poetas han ejercido en mí. De joven seguí apasionadamente la obra de Juan Ramón Jiménez; de los contemporáneos puedo decir que son varios los que me agradan». Más adelante, en la misma entrevista menciona a Pablo Neruda y a César Vallejo, como poetas de su agrado y cuya obra conoce a profundidad.

Hay otros poetas, escritores, intelectuales, críticos que han estudiado con detenimiento la obra de Enriqueta, pero ninguno —fuera de los ya citados— la ubica en alguna escuela o tendencia. Podemos mencionar a Fernando Paz Castillo, Rafael Pineda, José Ramón Medina, José Napoleón Oropeza, Orlando Araujo, Luis Beltrán Guerrero, Francisco Tamayo, Alfredo Silva Estrada, mencionando sólo a aquellos más conocidos y cuyos trabajos completos hemos leído. Sin embargo, quiero detenerme únicamente

126 Carmen Mannarino. (1987). «Voz labrada en soledad». En: Enriqueta Arvelo Larriva. Prólogo Obra Poética de Enriqueta Arvelo Larriva, Tomo I. Barinas: Fundación Cultural Barinas. p. 29.

127 Julio Barroeta Lara. (1959, 20de enero). «Enriqueta Arvelo Larriva ganó el Premio Mu-nicipal de Poesía 1957». En: El Nacional. p.11. (Aunque el premio correspondió a 1957, fue otorgado en 1959, debito a los acontecimientos políticos del año anterior).

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en aquellos juicios sobre su obra, que analizan su condición de poeta desde una perspectiva existencial.

«Yo no soy poetisa sino carpintero, ay Rafael, pero qué duras son las maderas», le cuenta a Rafael Pineda. Este la describe como tres mujeres en una: «Mujer arcana. Lúcida como pocas. Sin pizca de buenamoza». La última se asomó al espejo y «el azogue implacable cortó la palabra de la mujer, para restituírsela luego con la “acabada piedra” de la poesía… La segunda mujer, ya vestida con el paño más áspero que le ha cosido la soledad, retiene “todo su aplomo de desheredada”… el hilo más fino de todos, el de la conciencia (mujer lúcida), guiará a la poetisa al borde supremo del abismo, ahora cubierto en todo lo que escribe, página tras página, insomne, negada a todo deliquio, a ratos implacable consigo misma como lo fue el espejo con ella, y siempre dotada de una voluntad cósmica… Tres mujeres llaneras, la arcana, la lúcida y la sin pizca de buenamoza, que por obra de la poesía alcanzan lo que ella llama “un fijo encendimiento”»128.

Volvamos a las opiniones de Carmen Mannarino, la gran difusora de su obra. Conozcamos lo que ella descubrió de esta poeta y cómo reseña su escritura desde sus circunstancias geográficas, familiares y existenciales: «La obra poética de Enriqueta Arvelo Larriva es la síntesis de una entrega. Buscar la propia voz en secreta labranza y permanecer a la espera de su maduración hasta que connotaciones y cadencias respondieran a la proposición de palabra divergente, fue el derrotero de una vida pobre en aconteceres gratificantes, sorprendente en la penetración de la existencia humana, en la decisión de ruptura de cánones establecidos y celebrados en su entorno. Si sus primeras páginas, en prosa o en verso, fueron de circunstanciales complacencias para el aniversario, la fiesta patronal, la visita ilustre, la muerte del amigo, poco a poco se fue estableciendo en ella un paralelismo de búsqueda de un decir inédito para una libre concepción de la esencia del hombre. Nada sencillo el camino para quien pertenecía a una familia de escritores… Extraña reciedumbre anímica la de esa señorita de ilustre familia enclavada en el piedemonte barinés, a quien una insoslayable necesidad de expresar lo recóndito, lo genérico,

128 Rafael Pineda. (1980, 20 de enero). «Un fijo encendimiento».En: El Nacional. p. A-4.

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atada a su naturaleza inmediata, la hizo superar dificultades, sublimar carencias, en el logro de un verso hondo, acendrado, vigoroso»129.

Alfredo Silva Estrada fue, además de un consecuente amigo, un estudioso de su obra. Dice, en conversación con Salvador Tenreiro: «Enriqueta Arvelo Larriva tenía una voz singular, que ella sintió «aislada», pero que fue una voz que se abrió, y de la cual, felizmente, nos hemos nutrido muchos poetas de generaciones posteriores… Encuentro que el fenómeno Enriqueta Arvelo, quizá no haya sido valorizado a la misma altura (que Ramos Sucre), a pesar de la intensidad de su voz. Enriqueta interiorizó desde un comienzo sus pocas lecturas de poesía contemporánea y dio una voz muy personal, muy singular, quizás más singular que la de Ramos Sucre. Quizás porque ella tuvo que suplir con intuición la ausencia de una sólida formación intelectual, al decir esto no estoy defendiendo ninguna ingenuidad, ningún primitivismo. Su situación existencial la llevó al nivel de una contemporaneidad poética que no estaba al alcance de su mano, como sí estuvo en el caso de Ramos Sucre. En este sentido Enriqueta tiene un valor innegable. Posiblemente su obra poética no tenga la perfección formal, en su totalidad como la tiene la obra de Ramos Sucre, pero sí una osadía formal, ligada a una interioridad. Yo no creo que una valga más que el otro. Ambos son imprescindibles en nuestra poesía»130.

Orlando Araujo131 ve a la poeta como producto del paisaje, de la desbordante naturaleza y de los colores de su Barinitas natal. «Azul y rosado son los colores de la poesía de Enriqueta Arvelo Larriva. Azul matinal de campánula y rocío, azul y rosado de las mañanas entre Altamira y Barinitas, azul del río, de mediodía y rosado de poniente en las tardes llaneras de Barinas». Según Orlando, Diana Zuloaga investigó este asunto de colores entre poetas y le dijo: «Enriqueta es azul sobre todo lo demás…»

129 Carmen Mannarino. (1987). «Voz labrada en soledad». Prólogo en: Enriqueta Arvelo Larri-va. Obra Poética. En: Tomo I. Barinas: Fundación Cultural Barinas. p. 19.

130 Salvador Tenreiro. (1991, mayo). «Conversación con Alfredo Silva Estrada, Revista Imagen». Caracas: CONAC, N° 100-77. p. 5.

131 Orlando Araujo. (1980). «Una poesía con dolor de ausencia». En: Barinas son los ríos, el tabaco y el viento, Mérida, Universidad de Los Andes. p.77-82

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Me entusiasmó esto de los colores en la poesía de Enriqueta e interrogué a otros poetas que conocen y admiran su poesía. Uno me dijo: «partiendo de dos premisas: su metáfora esencial “el cristal nervioso” y el abastecimiento de una fronda abundosa, arropante y casi de obligada referencialidad, presente de manera ineludible en el poema, pero transmutada a las sustancias de lo humano, podría decir que la de Enriqueta es una plurivocidad cromática, un iridiscente caleidoscopio que ilumina los parajes del alma. Puesto que el agua refleja como cristal y descompone lo lumínico hacia un arcoiris y la fronda estampa toda esa policromía presente en la floresta de su piedemonte, donde ella escribió y construyó casi todo su discurso poético». Y Luis Alberto Angulo identifica su poesía: «Con el rojo de su caballo de fuego. Con el rojo que “quiere gustar el sabor bullente /de esa eterna sangre” de Bolívar y “Anhela probar el gusto de su corazón”».

Mariela Díaz Romero dice: «Con el color ocre, porque para mí Enriqueta Arvelo Larriva representa de alguna forma el misterio de la madurez, y ello para mí se encarna en la imagen del atardecer, del sol que en algún momento se va ocultando, pero sin perder su fuerza, sin dejar de deleitarme. Además, al evocar su poesía encuentro en ella imágenes que me llevan siempre a la reflexión, que disparan mi pensamiento, que me conducen a la doble acción de sentir y pensar, de pensar e imaginar, de imaginar y rememorar, de rememorar y descubrir. Todo ello lo relaciono con la calma, con cierta placidez que sólo se consigue en el color ocre del día que empieza a relajarse, que va dejando espacio a los espectros y a los misterios de la noche, pero a los que aún no recibe del todo, a los que abrirá la puerta lentamente. Esta poesía por esto es, sobre todo para mí, ocre; ocre atardecer, ocre brillante de fin de tarde, en un jardín donde las plantas reposan y esperan el asiento de la nocturnidad».

¿Y cuál es mi propia percepción? Para mí el color de la poesía de Enriqueta es el blanco, síntesis de todos los colores. Blanco de las espumas del Santo Domingo, blanco de las nubes del cielo de su pueblo cuando no llovía, blanco de la neblina que bajaba de los páramos andinos y era personaje habitual de las mañanas de la Barinitas de Enriqueta, blanco de los jazmines de su jardín, blanco

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del vestido de novia que no llegó a usar, blanco que se vuelve transparente en el agua —presencia constante en su poesía— y toma ribetes de azul cuando refleja el cielo y tonos verdes cuando los árboles crecen a la orilla de los ríos. Así veo yo su poesía.

Pero olvidémonos de críticos y analistas y entremos por esos caminos luminosos por donde Enriqueta nos conduce y vayamos a su lado estremeciendo «los árboles», alborotando «la arena», haciendo «pliegues en el río» y sonando «largamente en los alambres». Sentémonos a la orilla de un río parlero de montaña a leer su poesía, ahuequemos las manos para llenarlas con esa «agua viva» de sus poemas, que nos pertenece, porque ella lo dijo: «es para vosotros, los que vais sedientos de un cristal nervioso». Disfrutemos el agua que circula por entre sus versos y aprovechémosla en todas sus formas, en el «saboreado río, de pozos frente a cielo de árboles», en los «caños quietos y solos, populosos por los cruzados vuelos», en «quebradas cuyo rezo remeda su voz, en macizos aguaceros gustados en el patio», en «cristales de vertiente que revelan el ritmo de la roca. ¡Cuánto te he amado, agua!»

«Un olor de hondo bosque, venido en la tarde, duerme y ronda en esta sombra» y de allí emanas tú Enriqueta, cada día más viva, cada día más lúcida, cada día más presente, llevando «las voces de todo lo callado». Con esa tu «palabra con sabor a bosque procreante y puro, con negativos de luceros y mensaje de sol por descifrarse. Por ella vamos vivos entre cardones y barrancos y dunas y espesuras y desiertos. Por ella somos ágiles aunque el clavo practique; por ella duerme y vela la visión que vislumbra un espacio, y hay un reloj de arena con hora en horizonte y hacemos, sin arado, una arada furtiva».

Vamos «contigo y hacia ti por el camino fresco, para que tu voz que vivió en llanura, herrada de soles, insomne de luna, se ponga de pie en un mundo sin nadie». De tu mano, hemos recorrido todos los senderos de tu poesía, celebramos el amor presente y lloramos ausencias con tus poemas del capítulo «Presencia-Ausencia» de Voz Aislada. En El Cristal Nervioso, con tus «Casi oraciones» estrenamos plegarias para un Dios que sabe oír a los poetas y a las mujeres desdichadas. Leyendo la «Emoción y Ventaja de la probada profundidad» damos gracias a los que te dejaron sola,

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porque te permitieron venir a nuestro encuentro. Tus versos son cartilla y abecedario para entender la «Verdadera Libertad». Con ellos aprendimos a amar tus montañas, tu llano, tus ríos, tus árboles, tus plantas, tus flores, tus pájaros. Con los Poemas de una pena, revivimos la nuestra por la muerte del padre, «que nos desbasta los follajes del ánimo».

Y así podemos seguir poetizando ad infinitum, enlazando sus versos con nuestras palabras, rememorando su vida y creando paralelismos con la nuestra, sembrando «en aire y río las filas oscilantes en un puño de tierra, serena por las lucientes franjas, en la noche, estremecida, llena de repiques pasados, de sus guardados duendes…»

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8. El ocaso

Enriqueta fue una mujer de buena salud. A pesar de haber atendido personalmente y muy de cerca a su hermanita Aura, cuando esta padeció la tuberculosis —enfermedad infecto-contagiosa—, ella no contrajo el mal. El clima fresco de Barinitas, favorecedor para la salud y adecuado para el cultivo de hortalizas (alimento indispensable para una dieta sana); la altitud, impedimento para la supervivencia de los mosquitos anófeles, transmisores del paludismo; la existencia de abundantes manantiales provenientes de las montañas andinas con agua potable, sin necesidad de tratamiento alguno, eran factores que permitían a los bariniteños crecer saludables.

Se acostumbraba en aquellos tiempos, cuando las personas sufrían una enfermedad, enviarlas a temperar a otra ciudad, a otro ambiente, a otro clima. Los barineses de tierra llana solían temperar en Barinitas, y por el contrario, los bariniteños iban a otros sitios. Sólo se sabe de una ocasión en que Enriqueta se alejara de Barinitas con estos fines, cuando en 1922 viaja a Valera. Desde esta ciudad trujillana, le escribe a Francisca Segura y le cuenta: «Yo no volví a sentir nada en el estómago y ya como otra vez todo. Lo que sí tuve fue catarro, pero un catarro que no fue nada en comparación de una gripe muy fuerte que le ha dado aquí a todo el mundo»132. Luego su enfermedad era estomacal, probablemente una gastritis, cuyo origen suele ser muchas veces psicosomático. No sería raro en Enriqueta, con un temperamento nervioso, como ella misma cuenta y como ratifica su sobrino y las personas que la conocieron. A comienzos del año anterior, había muerto Aura, y a finales del mismo, había

132 Enriqueta Arvelo Larriva. (1987). «Carta a Francisca Segura». Prosa. Tomo II. Barinas: Fundación Cultural Barinas.

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salido Alfredo de la cárcel. Emociones encontradas, sufrimiento y alegrías, secreciones violentas de los ácidos gástricos pudieron haber causado la erosión de su estómago; es decir, la gastritis. En estas circunstancias, el distraerse, el cambiar de ambiente, podría aliviar su mal y, en efecto, lo hizo, como le cuenta a Francisca.

En 1937, Mercedes —la hermana— en un descuido suyo, le nota una protuberancia en el seno, que Enriqueta mantenía oculta, por pudor, o por no preocupar a la familia. Es llevada a Caracas, donde se le opera y diagnostica cáncer de seno. En una época en que no había ningún tipo de tratamiento para el carcinoma mamario, la paciente era desahuciada y después de la operación, con el cuerpo mutilado, sólo cabía esperar la muerte. Nos preguntamos: ¿Qué ocurrió? ¿Por qué no murió de cáncer? Se podría pensar en un milagro, porque la poeta enferma acudió a la Basílica de la Virgen de Coromoto a solicitarlo. Probablemente, de paso por Guanare, en su viaje a Caracas a verse con los médicos. Así lo cuenta en un poema (ofrece dar gracias al retorno). Lo copiamos:

«Ofrenda»133

A Nuestra Señora de Coromoto en Guanare

En el alma suena el ruego y se refleja en los ojos… paso pidiéndole gracia, daré gracias al retorno, ya que bendices la fe con el milagro armonioso, con el milagro certero que se pide con los ojos cuando los ojos denuncian lo profundo y fervoroso, cuando en los ojos se copia la viva angustia del fondo. Voy pasando y pido gracia

133 Enriqueta Arvelo Larriva. (1987). «Poesía dispersa e inédita (años 1930-1937)». Obra Poética. Tomo II. Barinas: Fundación Cultural Barinas. p.399.

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ante tu imagen de hinojos. ¡Entrevista de un minuto! El ruego suena en lo hondo Y se marca la esperanza en el ánimo brumoso.

No creo en la posibilidad del milagro; éstos ocurren en las per-sonas de una gran fe y devoción religiosa, y Enriqueta, a pesar del fervoroso poema a la Virgen de Coromoto, no tuvo esas característi-cas. La familia nunca vio el hecho de su curación como algo sobre-natural. Sin embargo, se curó milagrosa o inexplicablemente. No se reprodujo el tumor, no hubo metástasis; la única consecuencia fue un queloide en la herida del cual fue operada posteriormente, con feliz resultado.

He buscado respuestas en la ciencia, he hablado con médicos especialistas y ven como única posibilidad la ausencia del carcinoma. Pudo tratarse de un tumor benigno, que por las deficiencias de las técnicas histológicas de la época fue mal diagnosticado. Sin embargo, algunas corrientes de la medicina actual —la Psiconeuroinmunología (PNI)— no dudan en afirmar que una persona de temperamento optimista, con una personalidad resiliente, es capaz de lograr una transformación positiva de la adversidad. Puede conseguir una reacción de su sistema inmunológico ante los ataques de los elementos desencadenantes de la enfermedad y sobreponerse a ella, ser curado, sin la utilización de recursos médicos, porque hay una interacción entre la mente y la capacidad de respuesta inmune del cuerpo. Creemos más en una explicación como ésta. Una persona depresiva, blandengue, con sólo conocer este diagnóstico hubiese muerto, si no del cáncer, sí por las consecuencias de su estado de ánimo, que podrían producir un infarto, una úlcera de estómago o cualquier otra enfermedad de consecuencias fatales. Una vez más nos muestra esta mujer su fortaleza, su temple de acero, su espíritu que describiera Francisco Tamayo «como abroquelado contra las flaquezas del ánimo». Pero además su optimismo, su deseo de vivir.

Durante los siguientes veintidós años no hay noticias de enfer-medad alguna, fueron años de gran producción literaria. Para 1959,

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cuando recibe el Premio Municipal de Poesía, «su salud ya estaba seriamente quebrantada. Frecuentes crisis hipertensivas matizan de angustia aquellos días. Su corazón era entonces casi constantemen-te arrítmico»134.

En artículo de noviembre de 1960, Enriqueta nos habla de un tratamiento recibido, que debió estar dirigido a controlar su hipertensión (suele exacerbarse en los temperamentos nerviosos): «Recientemente los médicos hubieron de prescribirme una cura de absoluto reposo. Tras polemizar un tanto con mis amables amigos los médicos me sometí dócilmente a sus prescripciones. Según ellos el tratamiento me hizo la mar de bien. Así será. Pero he de declarar que jamás me sentí tan poquita cosa, tan liquidada de corporales energías, como cuando observaba el mencionado régimen. Ansío vehementemente no tener que sobrellevar una nueva restricción de mi inquietud sico-física; que no se me haga, por ejemplo, prohibición de mi preocupación e impaciencia, porque ellas son señales fieles de que aún no arrastro conmigo una ruina, de que todavía me rijo por una llena y viva esperanza de derramado bien»135.

Continuamos citando ahora al Dr. Angulo Arvelo136: «A mediados de 1961, sufrió un infarto cardíaco, por fortuna casi indoloro». Luego nos refiere que en 1962, a los 76 años «los quebrantos hacíanse más frecuentes» y muere el 10 de diciembre de ese año. Nos describe sus últimos minutos: «Ese día se había quejado de un dolor de espalda, suerte de lumbago. Auscultación y tensión eran normales. Al llegar la noche, como sentía frío, no salió de su cuarto a ver la comedia televisada y quiso que Lourdes fuera a contársela; después de lo cual, acostada aunque todavía vestida, púsose a rezar. A eso de las 9, “ya recé el rosario” comentó, y disponíase a dormir. Eva —su ahijada, quien fuera el aya de su sobrino— la acompañaba y conversaba con ella. Hubo de incorporarse y permaneció un momento sentada en la cama. “Me ha dado un mareíto…” se le oyó

134 Luis Alejandro Angulo Arvelo. (1987) «Biografía de Enriqueta Arvelo Larriva». En Pro-sa, Tomo II. Barinas: Fundación Cultural Barinas.

135 Enriqueta Arvelo Larriva. (1960, 04 de noviembre). «El deber de no marginarnos». En: El Nacional. p.4.

136 Luis Alejandro Angulo Arvelo. (1987) «Biografía de Enriqueta Arvelo Larriva». En Pro-sa, Tomo II. Barinas: Fundación Cultural Barinas.

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decir. Serían sus últimas palabras. Se desplomó hacia atrás, y quedó de nuevo acostada, ahora sin vida. ¿Infarto o síncope cardíacos, o hemorragia cerebral fulminante? ¡Afortunada manera de morir, sin sufrimiento y sin conciencia de muerte!»

A mis lectores puede desconcertarles que a pesar de mi señalamiento, en varias oportunidades, de la irreligiosidad de Enriqueta, al final les cuento, por boca de su sobrino, el acto realizado durante los últimos minutos de su vida: rezar el rosario. Parece un contrasentido o un juicio errado de mi parte, pero no es tal. Enriqueta, como todas las mujeres de su familia, de su pueblo y de su época, cumplía con los deberes religiosos formales, como ir a misa los domingos, comulgar por Pascua Florida o rezar el rosario cuando la tradición lo prescribiera o la ocasión lo ameritara, aunque creo que estos deberes los cumplía sin mucha devoción. Pero a ella, como a la mayoría de esas mujeres, a pesar de su inteligencia superior y de sus dotes intelectuales, a medida que fue envejeciendo se le hicieron necesarios, y hasta indispensables, esos rituales religiosos. La proximidad de la muerte hace dudar de sus convicciones agnósticas hasta a los ateos más acérrimos. Ella, que nunca fue atea, más bien confesó haber sido tocada por esa llama de la fe; al acercarse el viaje final, como cualquier mortal bariniteño, buscó en estas prácticas la inmortalidad, sin imaginarse que ya la había alcanzado con su poesía.

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9. Ventana para el verbo

Hay una imagen permanente entre quienes degustan la poesía de Enriqueta en Barinas y sus alrededores. Se trata de «Enriqueta en la ventana». El pintor que dibujó su figura idealizada en un cuadro —aunque no con la maestría deseada por sus admiradores—, para adornar las paredes del Ateneo de Barinitas, bautizado con su nombre, la retrató asomada a uno de esos grandes tragaluces de nuestras casas coloniales. Un poeta barinés repite la imagen y le canta en ese recuadro arquitectónico. El Dr. Luis Rivas la recuerda —cuando él, alumno del Colegio Federal de Barinitas, en 1937, abordaba la adolescencia— asomada a una de esas aberturas y se conduele de cómo no supo, en aquel entonces, cuando la tuvo tan cerca, que se encontraba asomado a la ventana de la gran poesía, sin saberlo, sin siquiera sospecharlo, y resiente no haberse arrimado a ese candil, a esa lumbrera, para oír algo de aquel verbo resplandeciente y archivar en su mente, con sus recuerdos del primer año de bachillerato, algoritmos más interesantes que los aprendidos en las primeras nociones del álgebra.

Enriqueta habla en su poema «Casa de mi infancia», de las ventanas de su primera casa: «me asomaba a todas tus ventanas, un instante, / a ver nada, a gozar la existencia de ventanas/ y a entreabrir los labios contra el viento». Ella misma nos está confesando cómo gozaba la existencia de tales aberturas en su morada, no porque le permitieran ver nada, sino porque le permitían «intuirlo todo», recibir la plenitud de la luz, la suave caricia del viento en sus labios. Y a través de esas ventanas, de esos vanos, de esos trozos del cielo de Barinitas desde allí contemplados, percibió, casi inconscientemente, olores, colores, luminosidades, claroscuros, que luego aparecieron magistralmente verbalizados, en su poesía.

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El mirar, el atisbar desde adentro, es una imagen recurrente en ella. El título inicialmente propuesto para su primer libro publicado fue Hendijas. Hendija, esa palabra que algunos lingüistas infieren como aféresis de «rendija», es una forma mucho más hermosa de llamar a esas aberturas angostas desde donde podemos ver sin que nos vean. El gusto por tal palabra, nos permite entender cómo Enriqueta utiliza las grandes ventanas de las casas de su Barinitas, no para ser vista, si no para asomarse a contemplar lo que otros no ven. Para hacer poesía, aunque muchas veces no la escribiera u otras la vertiera en caracteres gráficos para después de un plazo, por ella establecido, cual juez inapelable y verdugo inclemente, destruirla porque no le complacía el resultado. Y seguir atisbando al duende poético, desde su hendija, hasta lograr atraparlo. A veces, era sólo la lluvia, ese llover recurrente de Barinitas lo único divisado. En ocasiones, las gotas venían en diagonal, empujadas por el viento a acariciar sus labios. Viento y agua, los únicos que por muchos años tocaron esos labios de novia abandonada. Viento y agua cuyas caricias no comprometían, pero sí producían sensaciones que abrían el espíritu y la mente a la creación poética.

Así veo a Enriqueta en la ventana, así la imagino cumpliendo su labor poética, asumiendo, con su «aplomo de desheredada», su destino creador. Y así he querido recrearla en este libro.

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Índice

1. Barinitas de Enriqueta …………………………………………11

2. Las bonitas son tus hermanas …………………………………19

3. Genealogía, andanzas e intimidades de los Arvelo Larriva ………37

4. El ejercicio ciudadano ……………………………………………57

5. La gasa del afecto ………………………………………………71

6. La gracia y encanto de una desheredada ………………………87

7. La voz aislada que trasciende ……………………………………105

8. El ocaso ……………………………………………………………119

9. Ventana para el verbo ……………………………………………125

Bibliografía …………………………………………………………127

Hemerografía ………………………………………………………129

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Este libro se terminó de imprimir en los talleres litográficos del

Instituto Municipal de Publicacionesdurante el mes de octubre de 2011

1000 ejemplaresCaracas-Venezuela

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