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Revista de los estudiantes de la UACM. Diseño: Ismael Villafranco Tinoco

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Letras Universitarias. Número 5, junio de 2008. Revista cuatrimestral de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Domicilio: Coordinación de Servicios Estudiantiles, Ángel Urraza No. 1137. Col. Del Valle. C. P. 03100. Del. Benito Juárez. México D.F. Teléfono: 5559 4773. Talleres de impresión de la UACM. San Lorenzo 290. Col. Del Valle. C.P. 03100 México D.F. Registros en trámite.

Los textos y las ilustraciones publicadas en esta revista son responsabilidad de los autores y no buscan herir la sensibilidad del lector. Letras Universitarias es un espacio para la libre expresión de los estudiantes de la UACM.

Envía tus aportaciones con los siguientes datos: nombre completo, licenciatura, plantel y correo electrónico. Puedes entregarlas en Espacio Estudiantil de tu plantel en sobre cerrado o enviarlas al correo electrónico: [email protected]

Directorio

Sacramento OrdazArte y Patrimonio Cultural

San Lorenzo Tezonco

Ficha técnica de formación de textosTitulos y cuerpo: ITC Officina (Erik Spiekermann, 1990)

Mtra. María Rodríguez Salazar Coordinadora de Servicios Estudiantiles

María Dolores López Ontiveros Responsable del área de Desarrollo de la Comunidad Estudiantil

Benito López Martínez Responsable del área de Diseño

Ismael Villafranco Tinoco Diseño y formación

Graciela Crotte FrancoAsesor académico. Coordinación de Servicios Estudiantiles

Oswaldo Lara OrozcoAsesor académico. Espacio Estudiantil. Plantel Centro Histórico

Enrique CerónArte y Patrimonio Cultural. SLT

Marco Antonio Hérnandez Miranda Historia y Sociedad Contemporánea. SLT

Mauricio Adrián Gómez Hernández Ciencia Política y Administración Urbana. SLT

Norberto Hernández López Arte y Patrimonio Cultural. SLT

Óscar García Mejía Filosofía e Historia de las Ideas. SLT

Sacramento Ordaz Arte y Patrimonio Cultural. SLT

Sergio Navarrete Creación Literaria. SLT

Revista de los estudiantes de la UACMJunio 2008. No. 5

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Un paisaje bello se disfruta, y más cuando se goza de libertad, el paisaje lo podemos imaginar de mil maneras: “donde pueden crecer arbustos de cristal, que se nutren de una fina lluvia de esmeraldas derretidas”. El sentimiento de la libertad es único, y al estar cautivo, se acrecienta la añoranza por disfrutar de al menos un pequeño pai-saje en donde tal vez pudiera Alfa recrearse SI LA LIBERTAD TUVIERA ALAS, y mientras Laura espera la llegada del mes de agosto, Jairo Israel expone un PAISAJE para viajar libremente.

Las historias La búsqueda de la fama, de la obra cumbre, o la menos de la obra que nos dé para comer, acaso, un mendrugo de pan; es el cotidiano vivir del incipiente escritor o del que sueña serlo: son muchos los lugares por donde transita, lugares sórdidos y lúgubres, que van desde la mendicidad a los estados de demencia; de las prostitutas, al tabaco y al alcohol; de un fracaso a otro, de la ilusión por ganarse un premio, un reconocimiento, y no obstante, al tener que enfrentar-se al último desengaño, la esperanza renace y al final no todo está perdido, porque TODO LLEGA A SU TIEMPO, de César Rivera.

Ante la injusticia, la falta de razón, las arbitrariedades y la misoginia, Óscar Isidro Bruno expresa un deseo, anhelo compartido que enuncia que la amistad no solamente puede darse con el trato diario, que la amistad y la solidaridad pueden sentirse aun en la dis - tancia. El caso de EUFROSINA CRUZ, hace patente esto, el deseo por conocerla, por mostrarle nuestro desacuerdo con aquella acción concreta y sus implicaciones, quisiéramos decirle que nos enorgu-llecería ser sus amigos, y mostrarle nuestro enojo por la usurpación sufrida, y también, nuestra admiración por haber tenido la valentía de transformar su destino, un destino que por tradición le hubiera correspondido sobrellevar.

El finalEn el tintero resta por descubrir por qué PAPÁ SE FUE AL NORTE SIN DECIR ADIOS, de Guadalupe Jiménez. Despejar la duda existencial en SER O NO SER, de Aquino Martínez. Y adentrarnos en la sordidez de la guerra, que Yuritzi Esquivel recrea en HAY MÁS TIEMPO QUE VIDA en donde, estamos seguros, la realidad supera a la imaginación. Y fi-nalmente conoceremos lo que opinó en entrevista con Adriana Pérez, la notable astrónoma mexicana Julieta Fierro sobre las posibilidades que la UACM tiene para apoyar la enseñanza y despertar la pasión por el conocimiento científico.

Una vez más, invitamos a la comunidad estudiantil para que mande sus aportaciones a nuestro correo electrónico:[email protected]

En nuestra vida cotidiana oímos y usamos muchas expresiones colo-quiales, si pudiéramos reproducir una de ellas para describir lo hasta ahora logrado, diríamos que pian pianito hemos llegado al número 5 de nuestra revista, y esto, gracias al concurso de todos.

Los pensamientosEn este número presentamos una serie de pensamientos que envió el compañero Heybar Picazo Castillo de la carrera de Historia y Socie-dad Contemporánea, del Plantel San Lorenzo Tezonco. Son reflexiones ilustradas por Norbert, y aparecen diseminadas al principio, al final o al margen de algunos textos. Esperamos que sean de su agrado.

Los sentimientosLa eterna lucha de los contrarios se manifiesta en todos los mo-mentos de nuestra vida y análogamente nos encontramos con esta dicotomía en la palabra escrita; los contrastes se manifiestan en cada ser, en cada individuo cuando expresa su sentir: a veces siento…; a veces no…; no siento nada o siento todo: “cuando veo a través de tu mirada la piedra en que se ha convertido tu alma”: FEELINGS de Jenny Rubí. Un mismo ser que desprecia un amor y que con su indife-rencia provoca dolor, como en el caso anterior; bien puede sublimar a otro amor en la figura de la mujer: “eres la mujer del amor, nutriente del alma, generosa en la soledad”: LA MUJER DEL AMOR de Felipe Hernández. Habría que preguntarse si el que desprecia no es también despreciado. Cuántas veces no deseamos que la tinta que recorre el papel cuando escribimos nuestros sentires, termine en las pági-nas blandas del cuerpo amado: MI TINTA de Víctor Galván. Cuando amamos, cuando tenemos la perspectiva de un amor podemos gritar: “Quisiera sentir ese sollozo, perfumado con el nombre de la mujer amada”; sin embargo, cuando perdemos un amor, el sentimiento de abandono nos invade y éste se muestra con mayor agudeza cuando en los ojos ya no hay más lágrimas, y el camino del amor queda vacío: SIN LÁGRIMAS de Carmen Evelin Jarquín.

El abandono, la recriminación del ser amado, hecha justa o injustamente, aguantarlo, soportar injurias; provoca el grito de auxilio que se pierde en la nada. Así se pasa por la fase del agota-miento hasta llegar, por fin, al descanso. Y al otro día, la solicitud del perdón, ¿perdonas?, sabes muy bien que si lo haces entras en el ciclo del nunca acabar. Su autora nos deja con la duda: El CICLO de Alma Donaji. El sentimiento de culpa es un mal que aqueja a todos, algunas veces provoca dolor, otras veces nos señala, nos acusa, pero no podemos evitar lanzar un grito desgarrador: ¿Es culpable mi vivir? ¿Qué tan culpables somos?; leamos con atención lo que escribe Miguel Ángel Vargas en CONFINADO.

Letras Universitarias. Número 5, junio de 2008. Revista cuatrimestral de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Domicilio: Coordinación de Servicios Estudiantiles, Ángel Urraza No. 1137. Col. Del Valle. C. P. 03100. Del. Benito Juárez. México D.F. Teléfono: 5559 4773. Talleres de impresión de la UACM. San Lorenzo 290. Col. Del Valle. C.P. 03100 México D.F. Registros en trámite.

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Marco Antonio Hérnandez Miranda Historia y Sociedad Contemporánea. SLT

Mauricio Adrián Gómez Hernández Ciencia Política y Administración Urbana. SLT

Norberto Hernández López Arte y Patrimonio Cultural. SLT

Óscar García Mejía Filosofía e Historia de las Ideas. SLT

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Sergio Navarrete Creación Literaria. SLT

Revista de los estudiantes de la UACMJunio 2008. No. 5

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Nor

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ERES la mujer de la brisa,rocío fresco del alba,del crepúsculo; luz del día,luz de noche pura.

Eres la mujer del amornutriente del almagenerosa en la soledad,en el silencio; la elevación pura.

Eres la mujer del conocimiento,noción elemental de la sabiduríaeterna prudencia y verbo divinoque en la vida depura.

Felipe Leobardo Hernández ReséndizCreación LiterariaCentro Escolar Pedro López

El movim

iento es el equilibrio del universo. Heybar P

icazo castillo/N

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Jenny Rubí Padilla SotoComunicación y Cultura

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la agónica nostalgiadel aroma que me has negado.Me ahogo...y ya no veo,cerraste tus ojos y negándome la luz,a andar en tinieblas me enseñaste.Y ya no oigo...pues mis lamentos quejumbrosos con su clamor mis tímpanos hirieron.Y ya no gusto...Más, la agria pena que la mente olvida y el corazón vehemente rememora.Y ya no palpo...pues mi propia piel es la que desgarro,sangrante, en las gélidas noches.Y ya no respiro...por la asfixiante espera de aquelloque jamás concretará su existencia.Es que nada puedes esperar ya, que mi ser sienta.Es que de mí:¿qué más podría alguien esperar?

ALZO MIS OJOS hacia la oscuridady escruto en tu mirada clarala pétrea esencia de tu alma,nocturna ausencia de la nadaque me condena...Escucho en silencio eternolas efímeras palabras jamás dichase hirientespunza en mis oídos la falta de tu voz,hasta sangrar...Extendidas mis pálidas manos,anhelantes del calor de tu piel,sienten como hiela otra vez tu sermis putrefactos nervios.Ya no siento ...ansia amarga habrá de serla de mis labios secos,que privados ya para siempre de tu dulce y medicinal veneno,te reclaman...Llena mis pulmones doloridospor la creencia de tu aliento,

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QUIERO acabar mi tintaen las páginas blandasde tu cuerpo...y leer y releertecada noche cuandola letra hecha verso,arribe a nuestro lecho.

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Víctor Edgardo Galván VargasFacultad de Filosofía y Letras, unam(invitado)

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SENTADO FRENTE A LA OLIVETTI sigo escribiendo la histo-ria, aquella que quise terminar, y que por culpa de mi es-tupidez para escribir, dejé inconclusa; tal vez porque nunca he podido dejar atrás la mediocridad. La única ocasión que publiqué algo fue en el concurso de la revista Punto de partida. Estúpido fue pensar que ganaría el primer lugar.

La mediocridad no me lo permitió. Sí, eso fue lo que pasó; al no creer que podía superar a los demás, sólo con-seguí quedar marcado con un tercer lugar, que nunca fui a recoger. Para qué quiero un borlote de libros. No es fácil aceptar que mi cuento no superó los estándares que pe-dían. Si sólo hubieran leído la historia con calma, habrían sido capaces de comprender la necesidad de salir adelante, con el talento que alguna vez robé.

Me comprometí a ya no hacerlo más, desde que me cacharon los de lite en la prepa, durante el concurso de Día de muertos. Hubiera sido original como Benjamín, él sólo buscó algo con qué concentrarse y ¡pas!, le salió a la primera. Esos vagos recuerdos acaban por destruirme.

Saco la botella de brandy que tengo guardada en el escritorio. En el vaso de cristal que uso se refleja un ros-tro. Con un gesto de incomodidad lo aviento y se estrella en la pared manchando el cuadro pirata de Van Gogh que

compré en un bazar. Intento ir a limpiarlo. Lo dejó así. Enciendo un cigarro. Con un bocanada de humo de por me-dio, apenas y puedo observar la mosca que intenta posarse en el manchón de alcohol que dejé hace un minuto.

La observo volar. En mi mente se desata la burda idea de que ella es mejor que yo, porque no tiene de qué preocuparse. Sólo volar, posarse donde sea, hasta en un esquirol de mierda, sin que nadie le diga nada. A veces quisiera ser una mosca. Es lo único que alcanzo a pensar, mientras una idea vaga se introduce en mi mente y la pongo por escrito.

He dejado de escribir. Están tocando a la puerta, tal vez sea el idiota de Rodolfo que ha venido a molestar. Para mi sorpresa es Chinaski que ha venido a invitarme unos tragos y una que otra de sus mujeres. Lo rechazo porque no me interesa andar de parranda hoy.

Me grita que soy un hijo de perra y que me partirá en dos. Siempre lo dice, pero la verdad es que se doblega cuando le digo que me he echado a una de sus “mujerci-tas”. Da la media vuelta y se va. No sin antes darme un golpe en la cara. Sólo consigue sacarme sangre de la nariz. Lo maldigo y le grito en su cara que siga escribiendo sus poemitas a ver quien se los vuelve a revisar, porque yo, ya

César Eduardo Rivera ZaragozaComunicación y CulturaSan Lorenzo Tezonco

Cada quien es esclavo de su propia realidad.H

eybar Picazo c

astillo

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estoy cansado de sus sandeces. Cierro la puerta. En verdad recapacito lo que digo, cuando me limpio la nariz. Viejo indecente, hijo de perra. Soy su admirador número uno, ¿quién lo diría?, editor y admirador en un solo ser. Vaya conflicto.

La mosca deja de rondar el sitio alcoholizado, las ideas que tenía parecen irse con el insecto. Dejo la Olivetti en el escritorio. Salgo a tomar un poco de aire fresco.

Cierro la puerta del departamen-to, la señora López me da las buenas tardes. Enmudezco cuando la veo. No resisto observar el pronunciado escote que trae. Me ha contado que trabaja de secretaria en una oficina de gobier-no. En otras ocasiones le he abierto la puerta del edificio. Por ejemplo, cuando viene demasiado ebria como para sacar las llaves y abrir por su cuenta. A veces, me dice que tiene reuniones extraoficiales con su jefe. La ignoro mientras le abro la puerta. Una sonrisa fingida es lo único que obtiene cuando la invito a pasar.

Camino por la calle y entro al Oxxo. Pido una botella de Bacardí. En-ciendo un cigarro, ignorando el letrero de No fumar. El encargado me mira con resentimiento. No me interesa. La nicotina ya forma parte de mi cuerpo, es ella quien manda en este momento. Además, el humo del cigarro calma mis nervios. Después de tres asaltos seguidos, no soporto salir a la calle.

De regreso a casa, la idea anterior regresa a mi mente, como si alguien estuviera dictándome. Tomo el ticket que me dieron y comienzo a escribir sobre él lo que sigue de la historia.

Chinaski patea la puerta, riendo a carcajadas. Dos risas levemente femeninas hacen que me desconcentre de lo que pensaba gritarle. Ambas traen consigo una botella de William Lawsons. Cada uno de ellos toma una silla. Me acerco al oído de Chinaski reclamándole: por qué no me avisó que iba a venir; siquiera para limpiar un poco. Me recrimina lo que le había dicho en la tarde. Le doy un abrazo. No hay problema, la noche es joven.

Guardo el ticket en la bolsa del pantalón, asustado, porque un au-tomovilista me pita mentándome la madre. Un gargajo invade mi gargan-ta. Se lo escupo en la carrocería roja recién pulida, pues al momento en que lo lanzo se puede reflejar el cora-je con que lo hago. El rechinar de las llantas del carro hace que me eche a correr a la avenida. La última vez que enfrenté un altercado así me quedó un ojo cerrado.

Saco las llaves del pantalón, abro la puerta. Estela me da las buenas noches. Encojo los hombros. Una voz chillona sale de mi interior contestan-do el saludo. Ella me da un abrazo y me dice al oído que me desea. No le creo. Cuando volteo a verla, escucho su risita malévola.

Entro al departamento. La man-cha sigue ahí, la mosca ha decidido defecar el sitio. Los pequeños puntos negros en la pared dan evidencia de que ha marcado su lugar.

La hoja que dejé en la Olivetti ha sufrido una ofensa por parte del ser ojón. Sus caquitas han dejado huella en el papel. Saco la hoja sucia con el último párrafo de la historia. Inserto una nueva. Al verla en blanco, un destello en mi mente me indica que es hora de continuar escribiendo.

Hey, Chinaski, convídame un poco de esa mierda. No creo que seas el único que quiere escapar de las imperfecciones de este mundo. Tomo la botella entre mis manos. Le doy un trago largo, queriendo quemar mi garganta de una vez por todas.

Las mujeres, con movimientos torpes, dan indicio de que quieren pasar a un mejor lugar. No le niego la posibilidad a una de ellas. La llevo a la cocina para consumirnos en una misma carne putrefacta. Los gemidos de la mujer estorban el sueño de los tórtolos que decidieron quedarse en la sala a procrear gérmenes.

La historia toma buen camino. Es lo único bueno que ha salido desde la vez del concurso. Tal vez sea hora de incluirme en otro. Uno en donde pue - da ganar algo. Sin embargo, el solo hecho de pensar que no puedo ganar- me nada ha roto todos mis ideales desde que comencé a sentirme escri-

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Algunos individuos son como una manzana transgénica, bien formada por afuera pero por dentro son secas y vacías porque han perdido su propia forma de ser naturales.Heybar Picazo castillo

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tor. Seguir pensando así me ha orilla-do a aislarme de casi toda la gente, no quiero saber más. Prefiero seguir encerrado en mi mundo, en donde me siento superior, en donde me siento libre de hacer lo que quiera y decir lo que pueda. Es ahí donde me libero de todos. El cuento me pide un cierre. Aún dudo cómo terminarlo.

El despertador suena. Es hora de salir y enfrentar mi destino. Cierro la puerta, la señora López me da los buenos días, no puedo evitar ver que salió a tirar la basura. Trae puesta una bata que deja ver sus atributos, la lengua se me traba al darle los buenos días. Me retiro de aquel lugar, aún con su imagen.

Entro al café internet que está de-bajo del edificio donde vivo. Elvia me saluda. Se me queda viendo de arriba a abajo como queriéndome devorar con la mirada. Ella tiene una belleza incómoda, sus lentes de fondo de bo-tella no le ayudan en nada al conjun-to de su físico regordete. Le solicito una máquina y rozándome la mano me indica que tome la uno. Me siento, pero no puedo negar que la mirada de aquella mujer me desagrada.

Me meto a la página de Palabras Malditas e ingreso la clave. Algu-nos de mis cuentos favoritos los he leído ahí. Una convocatoria hace que mis labios articulen una sonrisa, al momento en que leo el premio que otorgan. De repente la historia que

empecé a escribir resurge en mi mente dándome pauta para seguir escribiendo:

Hey, Chinaski, levántate ya, hijo de perra, holgazán, hay que limpiar el tiradero. Las chicas que estaban anoche se fueron temprano. Al parecer ya están entrenadas para huir cuando de quehacer se trata. Propongo festejar de nuevo el éxito obtenido con tu nuevo libro Chinaski, hay que brindar por el éxito. Ajá, responde.

Busco algo de alimento. Después de años de experien-cia alcohólica, las resacas no me hacen nada. En la estufa aún hay un poco de frijoles con ajo que dejó la mujer que me acompañó anteayer.

Chinaski recoge su chaqueta. Sale por la puerta como rata que sospecha que el barco se va a hundir.

Mando a imprimir el archivo ya escrito para traspasarlo a la Olivetti, nunca he comprendido la necesidad de ocupar un medio electrónico para escribir, prefiero lo antiguo puesto que va con mi personalidad. Elvia me da la hoja impresa. Al momento de pagarle, me toma de la mano y me acerca hacia ella. Por un instante pude oler su fétido aliento a hamburguesa, mientras que el mío de alcohol hace que se aleje de mi rostro, me da un beso en la mano y me dice que no es nada, mientras introduce una notita amorosa en la bolsa de mi camisa.

Salgo de ahí, no sin antes escuchar el suspiro que hizo voltear al cliente que estaba a mi lado. No leo la nota, me encamino hacia el Oxxo, no resisto más estar sin un trago. El dependiente de la tienda sigue mirándome de mala for-ma. Le pido que llame al encargado del lugar. Con un gesto de fastidio me dice que es él, le pido su nombre pero se niega a dármelo. Un tipo gordo y calvo sale de un pequeño cuarto. Me pregunta cuál es el problema y le indico que el chico me trata muy mal desde el otro día. Comienza a regañarlo frente a mí; yo sólo le pido que me dé el nombre del chavo; “Jorge Méndez”, me dice el calvo. Lo apunto en la notita de amor que traigo en la bolsa. Pago y me salgo del lugar. Enciendo un cigarro.

Lo único propio que tenemos en la vida son nuestros pensamientos. Heybar Picazo castillo/NorbertLetras universitarias •

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Me siento en una banca del parque, dejo que el humo del cigarro siga su curso, un perro se acerca a mi lado. Lo pateo, odio a este tipo de animales desde la vez que me mordieron en casa de una tía. Destapo la botella que compré y le doy un buen trago. Un policía me dice que no puedo hacer eso en la vía pública. Lo ignoro. En el momento en que saca su radio para llamar una patrulla me echo a correr. Agitado por la carrera me quedo sentado en las escaleras del edificio pensando en lo que pasó. Saco la nota amorosa y comienzo a escribir lo que resta de la historia.

Chinaski regresa porque ha olvidado su billetera, o al menos eso cree. Pasa. Se sienta en una silla y le convido un trago de la botella que traigo en la mano. “¡Méndigo bastardo, traga solo!”, grita por toda la habitación. Ríe como loco. Se agacha debajo del sillón donde estuvo con su amor. Encuentra su billetera. Nunca se sabe con las mu-jeres galantes, dice mientras cuenta su dinero. Ya no me la hacen. Pide la botella. Le da un sorbo grande.

Me invita a las carreras de caballos. Da otro trago. Le respondo que sí. Antes tienes que comprar otra botella, hijo de perra. Además te toca invitar a las mujeres. Me río y respondo que sí. Mi mente se pone a pensar que es un viejo indecente. No importa. Por cierto, cómo vas con tu nuevo libro, aquel de Relatos de... Se limita a responder con un ajá.

Por fin he terminado, doy un suspiro por haberlo hecho tan pronto, nunca imaginé acabar en unas cuantas horas, mis demás obras inconclusas han de estar nadando con algún trozo de mierda en el alcantarillado. La mosca que ronda la habitación ha decidido posarse en el techo del departamento, al parecer también ese es su territorio; de igual manera, está marcado. Le hace compañía otra mosca que también ha probado suerte con el manchón de alcohol.

Al ver la obra terminada decido ir al internet de nuevo, aunque me desagrade ver a Elvia. Entro al sitio, no la veo

a ella sino a su prima; la conozco porque hay una foto suya pegada en el monitor de Elvia. La veo de frente y me pongo nervioso; le pido ayuda para transcribir mi texto del papel a la computadora y poder enviarlo al concurso. Con toda la paciencia del mundo me dice que sí. Se para de donde está y se dirige a la computa-dora. La veo por detrás. Sus promi-nentes atributos me dejan perplejo; al sentir mi obscena mirada me invita a sentarme con un gesto amable.

Al terminar de escribir intenta mandar mi cuento al concurso, me pregunta el título de dicha obra y le digo que se llama El Revisor por la tra-ma que trae; intento contarle la histo-ria, pero entra el chico del minisuper, que se me queda viendo con coraje.

La prima de Elvia me deja con la computadora y se va a atender al muchacho. La veo enojado por última vez, y envío mi texto. Le pregunto de mala gana cuánto es. Le pago y salgo de ahí, no sin antes mirarle los senos. De nueva cuenta me lanza su amenaza visual. La ignoro. Enciendo un cigarro mientras voy en dirección al parque.

Las ganas de orinar hacen que me pare de manera inesperada de la cama, aventando todas las cobijas al suelo. Voy corriendo hacia el baño. Un chis-guete muy fuerte hace eco dentro del departamento. Maldigo el momento en que una mancha amarilla hace gala de presencia en la orilla de la taza. La

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limpio con un trozo de papel higiénico, pero se humedece en conjunto con mi mano.

Entro a la regadera para limpiar mi honor. Salgo de ahí y, mientras me visto, de reojo miro en el calendario el día veinte de mayo, marcado con un círculo rojo; a un lado del círculo está la inscripción Resultados del Concurso. Me visto rápido y me perfumo como si fuera a ver a una edecán de esas que hay en el Aurrerá. Salgo del edificio y corro hacia el local del internet.

Para mi sorpresa, Elvia está junto con su prima, tal vez viboreando acerca de las clientas que llegan al local. Estoy tan emocionado que no le pido ayuda a ninguna de las dos tipas. Entro a la página de internet y miro los resultados: 1er lugar El revisor de Orlando Quintana; no lo pude creer cuando lo vi en el monitor. Por primera vez había ganado algo en toda mi vida, aparte de las infracciones, los constantes aco-sos de Elvia y las mentiras de Estela.

Me emociono tanto que abrazo a Elvia y le planto un beso en la boca adornada por un barro; a su prima la abrazo con tal fuerza que puedo sentir cómo su implante de seno se apretuja entre mi pecho y el de ella. No siento la cacheta-da que me da, salgo gritando por la calle: “¡Vida, me pelas los huevos!”, tan fuerte que varios señores voltean a verme de manera extraña. Por fin voy a poder comprar el traje de diseñador que quiero, pagar el teléfono, cenar decentemente en un restaurante caro...

Luego de pensar en qué voy a gastar el dinero, salgo a comprar una botella de brandy a una vinatería y la abro en ese mismo instante. Le doy un trago tan fuerte que casi me ahogo, me voy corriendo a mi apartamento. La mosca que estaba en el techo, vio su perdición en un trozo de pizza hawaiana de hace tres días, su compañera hace lo mismo en un trozo de piña. Me siento en el sillón a terminar la botella...

Cuando despierto, mi pantalón tiene una gran mancha amarilla, la cual confundo con el alcohol de hace unas horas. Me meto a bañar de nuevo y decido ir a confirmar la entrega del premio a las computadoras. Elvia y su prima me ven de manera extraña. Entro otra vez a la página. Me doy cuenta de que he sido timado; mi nombre desapareció del primer lugar para pasar al tercero; la decisión del jurado me hace

perder toda la esperanza que tenía fundada. El nombre que veo en aquel monitor me deja congelado: Jorge Méndez, Cómo está tu corazón; aquel desgraciado me ha arrebatado el gran premio. Mis sueños se fueron por la taza del baño. No me queda otra opción más que irme a casa.

Entrando al edifico, la señora López me deja impresionado. En esta ocasión su escote iba más allá de mis pensamientos. Me saluda como de costumbre, pero su aliento la delata. Un carro afuera del edifico toca el claxon con desesperación. Mientras, la señora me da una tarjetita con su número de celular y la hora en que regresará para que le abra. Sólo una sonrisa se dibuja en mi rostro, aunque no es suficiente como para alegrarme. Estela va saliendo del elevador; con un gesto la hago desistir de acercarse.

Abro la puerta del departamento. De la mesa tomo la botella de brandy, le doy un sorbo tan grande que hace que me ahogue. Azoto la botella en la mesa. La mosca queda impresa en el trozo de papel donde está mi obra maestra. Del coraje acumulado rompo todas las hojas que componían dicho texto. Sigo tomando lo que resta del líquido; hace que se me olviden los crueles recuerdos que se mofan de mí.

Me paro del sillón al escuchar los fuertes toquidos que dan en el timbre del departamento; los ignoro porque hay pequeños monstruos que a veces me juegan bromas. Al oír tal insistencia, bajo a abrir. Es la señora López; me saluda con las buenas noches. Su aliento etílico no me molesta, puesto que el mío es peor. Le abro como siempre. De pronto recuerdo la nota que me dio en la tarde. Me planta un beso que me deja atónito. Le digo que se calme. No hace caso. Sigue enredándose con mi lengua. No sé ni cómo subimos a mi cuarto.

Cuando se quita el vestido que trae, me sorprende tanto que suelto un “¡señora López!”. Ella muy pícara me sonríe, pero a la vez hace que se me erice la piel. Me dice que no la llame más “señora López” que se oye muy mal, me hace saber que se llama Magali; ese es su nombre. Al mismo tiempo, dice que ha estado observándome desde hace tiempo, pero que yo nunca le hago caso. Le digo que se olvide de todo...

Enciendo un cigarro cuando todo acaba. Me paro de la cama y me asomo por entre las cortinas. Sólo un pensamiento invade mi mente. Todo llega a su tiempo.

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TANTO, tanto daño causé, tanto acoso sentí. Tanta miseria pedí. ¿Cuánto dolor pretendí?

¿Es culpable mi vivir?

Quién levantó su mano, quién se escondió por mí. Quién abusó de mí, quién me mandó callar. Quién oscureció mi alma, quién se oculto en la sombra. Quién, quién me dejará morir.

¡Todos somos culpables! ¡Justicia por este infierno!

¡Denme libertad! ¡Quiero vivir!

Miguel Angel Vargas RezaComunicación y Cultura San Lorenzo Tezonco

Carmen Evelin Jarquín LópezCiencia Política y Administración UrbanaSan Lorenzo Tezonco

Mientras exista el pensamiento existirá Dios. Heybar Picazo castillo

EN MIS OJOS no hay lágrimas para ti, las devoró mi alma para hacerlo en secreto, se las llevó el viento para mezclarlas en la profundidad del mar,se las llevó el que ya no tiene vida, el que no respira, el que no sueña, el que no espera. Las han llevado para alumbrar un camino, que a la vista parece vacío.

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Editorial TEOYEESTE LIBRO lleva un pedazo de mi vida, un mar de llanto y mi alma entera, porque en ella va no sólo el dolor desga-rrador de perder la esperanza de estar en un lugar lleno de destrucción y de sólo pensar que existen muertos que nadie llora, a los que nadie recuerda, a las víctimas ino-centes de guerras y del terrorismo, que lo que afecta a un solo ser humano impacta a toda la humanidad, aque-llos que un día cerraron los ojos y no despertaron más.

ILa Hora Inesperada

Era el año 2010, me encontraba en mi oficina arreglando documentación pendiente; y como todas las mañanas co-rriendo de un lado a otro para obtener la mejor nota para el canal XJD, en donde me encontraba trabajando como reportera desde hacia ya seis años.

Mi jefa, una señora un tanto exigente, siempre pre-ocupada por ser la mejor, y mi gran compañera de oficina, Isis, siempre trabajadora.

Cómo olvidar ese 5 de agosto, estaba desayunando un café, cuando de repente tocaron a la puerta de la oficina, era mi jefa, quien primero me dio los buenos días y des-pués me comunicó que tenía que cubrir la nota de la gue-rra de los palestinos e israelitas, que sólo me daba tiempo para hacer mi maleta, pues mi vuelo salía a las 3 p.m., que

Yuritzi Esquivel RodríguezComunicación y CulturaCentro Histórico

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en el aeropuerto me esperaría el más famoso camarógrafo, Javier del Castillo Bedolla. Salí de aquel edificio de cinco pisos, tomé un taxi rumbo a casa. Cuando llegué de inmedia-to hice mi maleta, y alcancé a despedirme de mis papás y de mis cuatro hermanos. Por fin llegué al aeropuerto, a la entrada estaba el reportero Javier, sólo nos dijimos “hola”, pero en nuestros semblantes los dos teníamos temor de ir a cubrir esa terrible guerra.

Subimos en aquel avión, que tal vez no nos traería a casa y que a lo mejor la muerte se acercaría a nosotros. Después empezamos a platicar de cómo este viaje nos cambiaría la vida, de que nunca antes nos habíamos en-frentando a una guerra ni habíamos sido parte de ella, de cómo tuvimos que dejar todo, nuestras familias y amigos, y que a lo mejor estábamos dejando todo por nada.

Cuando íbamos a medio camino, Javier ya se encontra-ba dormido y yo no podía contener el llanto pensando que tal vez mi vida terminaría en esa guerra, después me dije: pero ser reportera era tu gran sueño, entonces ¿por qué ahora quería regresar? Limpié mis lágrimas y contemplé el bello panorama que la naturaleza nos regalaba.

Llegó el momento de bajar del avión y enfrentarnos a lo que es realmente la vida; las piernas nos temblaban, al llegar a Palestina se percibía un olor a muerte y destruc-ción y que nada podría parar aquel monstruo, la guerra.

Salimos de aquel aeropuerto y al ir caminando rumbo a la casa donde nos hospedaríamos todos los reporteros y camarógrafos se escuchó un tremendo estallido; sólo al-canzamos a correr y a cubrirnos. Al voltear, un carro había volado en pedacitos; el miedo se apoderó de nosotros.

Era el miedo de estar en un lugar donde los caminos están solitarios y las casas son ruinas. Donde caminas pegado a la pared escuchando tiros por doquier, mientras suenan tus pasos sobre los cristales rotos.

En el lugar donde no ves a nadie, pero sabes que te están mirando, donde no ves los fusiles pero los fusiles sí te ven a ti; era la cuidad del terror.

Entramos a las recámaras, dejamos las maletas y fue cuando conocimos a todos los compañeros; venían de dife-rentes partes del mundo: Estados Unidos, Canadá, Inglate-rra, Francia, en fin; y claro, también unos compañeros de la Cuidad de México, de diferentes canales y periódicos.

Nos tocó compartir la misma recámara con dos compa-ñeros del canal CNN; al parecer todo iba bien, pero al salir todos los días de aquella casa, nos dábamos un abrazo muy fuerte ya que no sabíamos qué podía suceder o si regresaríamos con vida.

Era ya 13 de agosto, ya habían pasado ocho días desde que salimos de México, fueron los días más tristes y an-gustiosos que Javier y yo habíamos pasado; ya en la casa empezaban a faltar la comida y la ropa limpia.

Nuestros compañeros del canal CNN ya habían muerto; fueron a cubrir como siempre la nota del día, cuando de repente una bomba explotó a un lado de ellos, desde aquel día no hubo ninguna noticia. Era difícil hacer amigos, ya que en la mañana platicábamos con alguien y al caer la noche nos enterábamos que habían muerto. Era terrible ver, cómo poco a poco cada reportero y camarógrafo iba muriendo. La casa donde estábamos se iba quedando sola; y en nuestras caras la soledad era cada vez más notable.

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IILlanto Silencioso

Cuando daban las siete de la mañana Javier y yo salíamos a grabar, cada una de las casas y las calles destrui-das. Nuestro trabajo ya no era sólo grabar, sino volvernos médicos, o bien, rescatistas. Cómo olvidar cuando estábamos caminando junto a una casa derrumbada y escuchamos gritos, Javier soltó la cámara y corrió hacia aquellos escombros, la sorpresa fue que al llegar se encontró a una niña como de nueve años llorando y gri-tando; tenía una pierna atorada, una columna le había caído encima.

Javier trataba de levantar la co-lumna, pero aquel pedazo de concreto estaba cortando su débil pierna. Ya no había mucho por hacer, empezaba la agonía, la carita de la niña tomaba un color pálido y a la vez morado. El frío y la soledad, cubrían la trágica escena.

Javier tomó su manita y la apretó; empezó a platicar con ella y a decirle que todo pasaría, y que ya no llorara. Fue entonces cuando su mano perdió fuerza y sus ojitos se cerraron; Javier le dio un beso y no contuvo las lá-grimas, se sentó a su lado y siguió llorando.

Yo miraba aquella escena tan horrible: veía cómo gente inocente moría por causas que no le correspon-dían. Cómo existe gente sin senti-mientos que sólo vive para destruir.

Pero qué importaba lo que yo pensara en esos momentos, la realidad era esa, gente muerta y una cuidad en ruinas.

Pasaron unos 20 minutos, Javier se puso de pie, tomó la cámara y me dijo que continuáramos con nuestro trabajo. Yo no sabía qué hacer, si platicar con él o seguir callada; realmente en esos momentos tenía ganas de estar en casa tomando café; la situación era más trágica, sólo tenía ganas de llorar; segura-mente Javier se sentía igual que yo.

Seguimos caminando, el escenario era devastador, en el suelo había pedazos de cuerpos, manos, piernas, dedos, en fin, era algo fatal. El olor a gente muerta era cada vez más fuerte, llegaba el momento en que teníamos que tener la boca y la nariz tapadas; Palestina estaba irreconocible.

Cayó la noche, Javier y yo regresamos a aquel lugar donde había un poco de paz; la recámara donde nos manteníamos seguros por algunas horas. Recuerdo que me acosté y mis cobijas no lograban mantenerme caliente; una bomba ha-bía explotado en el edificio de enfrente y había roto los vidrios de mi ventana. Javier puso un pedazo de sabana, pero eso no impedía que el frío penetrara.

Al estar recostada pensé que era mejor sentir el cuerpo congelado que sen-tir frío en el corazón, por estar tan solos comprendiendo que había más tiempo que vida; tiempo en el que no puedes hacer nada por la gente inocente.

No supe cuándo me quedé dormida, pero al abrir los ojos, Javier ya estaba listo para un día trágico, como todos los anteriores.

IIIHeridas Profundas

Salimos de aquel refugio y después de haber caminado por más de una hora, un grupo de personas se acercaron a nosotros y nos pidieron que los ayudáramos a levantar los cuerpos sin vida, para ponerlos donde sus familiares pudieran reconocerlos y darles una sepultura digna; aquellos que no fueran identificados irían a una fosa.

Javier y yo no dudamos en ayudar, nos subimos a la camioneta donde llevaban los cuerpos y empezamos un camino sin rumbo. Comenzamos en una iglesia donde la gente corría para cubrirse, pero como los israelitas se dieron cuenta, lo primero que hicieron fue destruirla y dejarla en ruinas. Nos dividimos en dos grupos; Javier y yo nos separamos.

Mi grupo era de cuatro personas, empezamos a recoger a los niños, mientras tanto, Javier recogía a los ancianos. Después me dirigí a un cuarto que pensé era donde guardaban todo lo de la limpieza, mi sorpresa fue encontrar a una

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familia, todos abrazados; la sangre brotaba de sus cuerpos ya que las balas los habían traspasado.

Separé a esa familia y fui tomando a cada uno de los pequeños para llevarlos con suma tristeza hasta la camio-neta. Mi blusa estaba llena de sangre, pero eso era lo de menos.

Y así seguimos levantando los cuerpos; después de muchas horas en las que tratábamos de recoger los cuerpos menos destrozados, nos dirigimos a un campo, donde pusimos a todas las personas, o bien, las partes de las personas.

En los pueblos se había avisado que podían recoger a sus familiares: Javier y yo comenzamos a grabar todo lo que acontecía en esos momentos, pero hubo algo que me dejó impactada; una mujer que aparentaba unos 30 años, corría desesperada, no paraba de llorar y gritaba el nombre de su hijo, llegó al campo donde se encontraban los cadáveres de varios niños, comenzó a buscar a su pequeño entre los cuerpos sangrientos y ya irreconocibles; por fin encontró a su niño, sin brazos y sin una pierna.

Sus gritos eran desgarradores, se encontraba en el suelo arañando la tierra y mirando al cielo reclamando por su niño. La gente trataba de consolarla pero nada podría tranquilizarla, sólo regresarle a su niño le traería la paz que necesitaba, pero eso era imposible. La guerra sólo dejaba cicatrices en las personas que lograban vivir, el recuerdo de sus seres queridos les amargaba su estancia en cualquier lugar. Ver a alguien que amas ya sin vida, era la mayor tristeza en Palestina. Después de haber ayudado a todas las familias a trasladar a sus seres queridos, Javier y yo nos dirigimos a nuestro hogar, pero al llegar sólo encontramos escombros, ya no existía aquel refugio, ni siquiera nuestros compañeros, ya todos estaban muertos. Tan sólo miraba ruinas y charcos de sangre, Javier me abrazó con fuerza y me dijo que no me preocupara, que todo estaría bien; yo sólo bajé la mirada.

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Tomamos lo poco que nos quedaba y caminamos sin rumbo y sin ganas de estar en esa terrible guerra. El camino era interminable; el cansancio, el hambre y el sueño, se hacían nues-tros fieles compañeros. Poco después llegamos a un puente semidestruido, y debajo de él pasaba un pequeño riachuelo, nos sentamos en una piedra y nos lavamos la cara y las manos, es-tábamos sucios de polvo y sangre. Nos quedaba poca ropa limpia; en aquel puente ya se empezaba a percibir el olor a muerte.

IVEl Último Suspiro

De repente se escucharon balazos y varias bombas explotaron muy cerca de nosotros. Palestina se había levan-tado en armas en contra de los israe-litas; Javier y yo nos encontrábamos en medio del campo de batalla. Llegó un momento en el que nos quedamos sordos con tantos estallidos. En mi mente pasaba toda mi vida, los mo-mentos más lindos que había vivido, y lo que más me dolía era pensar en que tal vez no volvería a ver a mi familia; Javier me abrazaba muy fuerte, con los ojos cerrados.

Pero al voltear a ver un poco lo que sucedía, frente a mí estaba un israelita apuntando con una metralleta justo en mi cabeza, no supe qué ha-cer, pero lo que sí supe era que todo terminaría en esos momentos. Javier

se quedó inmóvil, tratamos de respirar el último suspiro de vida.

Al fin la paz llegó, un palestino le disparó al asesino y lo mató. Nos gritó que corriéramos lo más rápido posible pues los israelitas estaban a punto de volar en pedazos aquel puente. Sin dudar un momento corrimos, pero el campo era inmenso, y más inmensas eran nuestras ganas de salir vivos de ahí. Pero aún no terminaba el terror cuando nos empezaron a disparar sin piedad, yo no sabía de donde salían tantas balas.

De repente una bala le dio a Javier en una pierna y comenzó a bajar la velocidad, cuando me di cuenta corrí hacia él y sujetándolo de una mano seguimos corriendo, él me decía que lo dejara en el campo y que me salva-ra, yo le dije que no lo haría ya que si los dos habíamos llegado juntos, regresaríamos juntos a casa. Seguimos corriendo, las balas pasaban muy cerca de nosotros, sólo le pedía a Dios que nos salváramos. Javier estaba débil y yo fatigada de tanto correr.

Pero Dios escuchó mis plegarias, frente a nosotros pasó una camioneta, por un momento pensamos que los israelitas nos secuestrarían, pero eran tres palestinos que inmediatamente

nos dijeron que nos subiéramos para ponernos a salvo.

Javier fue el primero en subir, y al estar casi a salvo una bala rozó mi brazo y empecé a sangrar, al ver que estaba herida, uno de los palestinos me dio un pedazo de tela, con ella amarré mi brazo muy fuerte para que el sangrado se detuviera.

Después de haber pasado un largo camino lleno de escombros, vidrios rotos, cuerpos destrozados y charcos de sangre, llegamos a un refugio. En aquel lugar ya nos esperaba un heli-cóptero que nos acercaría a casa.

Subimos al helicóptero, Javier cojeaba y yo venía con el brazo vendado, nos tranquilizamos. Desde el aire podíamos ver la cuidad convertida en un desierto, la tristeza seguía en nuestros rostros, y lo único que nos mantenía en pie era saber que estába-mos aún con vida.

Al mirar aquella cuidad destruida, pensé: ya todo pasó, sólo quedaban vestigios de la cruenta lucha encarni-zada, no más.

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Ariana Abril Pérez CanalesComunicación y Cultura

Iztapalapa

LA RECONOCIDA DIVULGADORA DE LA CIENCIA Julieta Fierro Gossman, doctora e investigadora de la UNAM, concedió una entrevista en su domicilio. Durante la charla, amena y cordial, tocamos diversos temas entre los que destaca la situación que en nuestro país guarda en la actualidad la enseñanza y el aprendizaje de la ciencia.

“Una de las ventajas del sistema escolarizado en las universidades es que al menos el estudiante se entera de lo que debió de haber aprendido en el bachillerato, es decir, es consciente de su propia ignorancia”, dijo la astrónoma Julieta Fierro, y explicó que una de las ventajas del bachillerato es que “en cada plantel educativo del nivel medio superior hay por lo menos un buen maestro, que des-empeña óptimamente su labor educativa, logrando despertar el interés de los jóvenes por la ciencia, de manera que la atención del estudiante depende, en primera instancia, del maestro”.

El problema está en cómo se enseñaRespecto a su punto de vista sobre la preparación de los docentes, respondió textualmente: “No es que los profeso-res estén bien preparados o no, el punto es cómo enseñan ciencia”. Ante este problema, propuso que se trabaje en conjunto con los profesores para instruirlos en cómo ense-ñar ciencia, impartir cursos sobre actualización magisterial en las escuelas, con ayuda de especialistas para que éstos detecten qué problemas hay en la enseñanza de la ciencia y se queden ahí hasta que se resuelva el problema”.

En su opinión, si se les quitara la carga burocrática a los maestros, éstos se desgastarían menos y trabajarían más en la educación de los estudiantes.

No es que los profesoresestén bien preparados o no,

el punto es cómo enseñan ciencia“ “El arma más letal que ha desarrollado el hombre es el pensamiento. Heybar Picazo castillo

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Manifestó la necesidad de crear un proyecto amplio de divulgación cientí-fica, no sólo para los estudiantes sino para la población mexicana en general “porque los adultos aprendemos de manera informal, o sea, ya no vamos a la escuela; por desgracia”, entonces los artículos periodísticos, el internet, las revistas de ciencia y los programas científicos televisivos, son al parecer, los únicos medios de información disponibles para los adultos.

Alternativas de soluciónJulieta Fierro expresó sus ideas sobre posibles soluciones para incidir en el aprendizaje de la ciencia: “hacer un pacto entre los sistemas educativos pre-escolar, primaria, secundaria, para que en conjunto con el sistema educativo de los niveles medio superior y superior, se rediseñe un programa de ciencia porque como no se comunican los del sistema educativo obligatorio con los del otro sistema, existen serias deficiencias en la educación.

Bastaría, aseguró, con 12 años de educación obligatoria para que los estudiantes aprendieran aspectos generales de ciencia; es decir, propone que la ciencia se enseñe desde preescolar para que así los futuros universitarios tengan más herramientas de conocimiento científico para su óptimo desempe-ño académico y no les cause mayor esfuerzo aprender ciencia más compleja, porque ya saben lo básico”.

Hay que hacer para aprenderUn ejercicio de divulgación no es de aprendizaje: “ojalá los estudiantes fueran una hora a la sala de astronomía de Universum y saliera de ahí un astrónomo, pero eso no es así porque la única manera de aprehnder es retomando. Es decir, si se va al Universum (Museo de las ciencias de la UNAM) y además se compra un libro de astronomía y se lee, y aparte se platica con alguien lo leído cuando haces tuyo el lenguaje de la ciencia, entonces sí aprendiste”.

Mencionó, que los que cree que sí aprehnden del museo, son los docentes, ya que el Universum puede ser un gran apoyo para dar sus clases, “porque cuando tú enseñas también aprendes, así el profesor mejora sus conocimientos, y en consecuencia, da una clase más interesante, aun sin el museo, sobre todo si además va a la biblioteca del Universum o compra un libro al respecto”.

Los estudiantes de comunicación no saben cienciaCon esta afirmación de la Dra. Fierro, se pone de manifiesto que en las carreras de comunicación no hay clases de ciencia “y eso es terrible porque te invitan a

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la tele y siempre te preguntan qué es un eclipse, y hay mucho más de astrono-mía que una sombra, fenómenos mucho más padres”. Penosamente, con base en estas observaciones, tendríamos que recenocer que los jóvenes que estudiamos comunicación no sabemos ciencia, y por lo tanto, en el momento de hacerle una entrevista a un científico, no sabemos qué preguntar por desconocimiento del contexto científico. Externó la necesidad de dar a los estudiantes de comu-nicación un plan de estudios que incluya ciencia básica, para que los futuros comunicólogos tengamos mejores herramientas al momento de enfrentarnos al ámbito laboral y así cumplir con una labor social, que en su opinión es “llevar el conocimiento a la gente para que ésta pueda resolver sus problemas de la vida, estando mejor informada”.

La UACM, proyecto innovador e incluyenteRespecto al proyecto de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, Julieta Fierro opinó que es espléndido porque las materias son pertinentes. Le pareció excelente que haya maestros que den clase, y aparte, un grupo de per-sonas ajenas que certifiquen los estudios, “es lo que yo hago, las evaluaciones las hacen mis asistentes, esto garantiza un ambiente más cordial en al aula”.

Considera que esta universidad puede demostrar que las personas sí pue-den aprender, mientras se pueda y se quiera, que lo único que necesitan son oportunidades, que la UACM necesita una buena administración de los recursos que el estado le otorga, para crear mejores laboratorios que realmente generen nuevos conocimientos, “a los que nos importa la educación siempre vamos a decir que no es suficiente dinero el que nos da el gobierno”. Agregó que a la universidad le hace falta infraestructura para hacer mejores cosas, pero que el proyecto en general es “innovador e incluyente”.

Estudiantes de la UACM, desinteresados en ciencia¿Y cuál es su opinión acerca de nuestro interés por la ciencia? “No sé que con-testarte, yo he ido y veo que algunas personas que asisten a mis conferencias se aburren o se duermen. Y quizá una de las posibles causas de esto, sea que la universidad los exhorta a asistir a las ponencias y hay personas que no están estudiando ciencia o que no les apasiona verdaderamente. Entiendo que no hay manera de que se les impida el paso a las conferencias porque el sistema de la Universidad es así”. Por último, aquí tenemos un reto; interesarnos por la ciencia, e invitar a nuestros docentes a despertar en nosotros la pasión por el conocimiento.

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Aguantascallasoyessoportas lloras en silencio.Un grito de auxilio nace en tu pecho y muere antes de llegar a tu boca.Por tu mente la idea de huir retumba en tu cabeza.Tu boca está seca tratas de dormir y lo logras estás cansadatus ojos hinchadosy estas sensaciones no son nuevas.Ya lo había hechovolviste a caer en el pozo. Al otro día despiertas y él trata de que olvides. ¿Todo pasó? ¿Perdonas?

Alma Donaji Bravo VásquezArte y Patrimonio CulturalCuautepec

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Letras universitarias •Tu piel es como una carretera que llega a todos lados. Heybar Picazo castillo/Norbert

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Guadalupe Jimena Jiménez MedinaComunicación y Cultura

San Lorenzo Tezonco

ESE DÍA salí de la casa como a las 6 de la mañana. Me acerqué a des-pedirme de mis papás. Mi padre, al darle un beso, me abrazó y me dijo: “cuídate mucho y échale ganas a la escuela”. Sus bigotes cosquilleaban mi mejilla, yo sólo lo abracé y me mar ché, ya se me hacía tarde. En ese momento no sabía que mi padre se iba a marchar al norte y que no lo volvería a ver hasta después de siete años.

Al regresar de la secundaria, noté a mi madre un poco distante. Horas antes había recibido una llamada del aeropuerto de la Ciudad de México. Era mi padre que llamó para des-pedirse, pues se sumaría a los 29 millones de mexicanos migrantes que en la actualidad trabajan en Estados Unidos. De ahí en adelante la vida de mi familia no sería la misma, daría un giro de ciento ochenta grados.

Soy Guadalupe, la hija menor de tres hermanos; Ángel y Luis. Mi mamá se llama Isabel y mi papá se llama Fermín. Yo estoy cursando el tercer año de secundaria y en unos meses cumpliré quince años.

Hija, tú dime dónde quieres que –sea tu fiesta, escoge el salón y ya hay que comenzar a planear todo para que no nos agarren las carreras- me dijo mí papá, cuando faltaban unos meses para mi fiesta de XV años.No, papá, no te preocupes yo –quiero algo muy sencillo, sólo la familia más cercana y unos cuantos amigos- le respondí.Cómo crees, tú no te veas limi- –tada, eres mi única hija y quiero que todo se haga muy elegante– insistió.Papi, yo solamente quiero que –tú estés conmigo y que toda mi familia me acompañe a dar gracias a Dios.

Recuerdo que después de esa plática, la mirada triste de papá, sus manos cruzadas, su mente perdida en el espacio y sus ojos cristalinos, re-flejaban la triste pero cruda realidad; que no tenían el dinero para una fies-ta como él y mi madre la deseaban.

Con el paso de los días, la presión se hacía más presente y las discusio-

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nes de mis padres se oían por toda la casa. Más de una vez escuché a mi padre decir: “Yo quiero irme al norte para poder ganar unos cuantos dólares y hacerle sus XV años a mi hija, pues el sueldo que tengo no alcanza para nada”.

Mi padre, un señor de 47 años, trabajó de repartidor en un camión de Pascual por más de dieciséis años. Hace un par de años fue despedido a causa de una lesión en su rodilla derecha que no le permitía desempe-ñarse al máximo y que lentamente lo dañaba más. Al encontrarse desem-pleado durante varios meses, decidió aceptar el trabajo que un arquitecto le ofrecía en el que no se desgasta-ría mucho, pero papá cayó en una depresión que lo orillaba a descuidar mucho su persona y que le aniquilaba sus esperanzas y deseos de seguir viviendo.

Me imagino que estas cosas fueron las que lo llevaron a tomar la decisión de separarse de nosotros para ir a trabajar a Estados Unidos.

Yo sólo sabía que en sus planes –estaba el irse a Estados Unidos. Manteníamos largas charlas sobre la poca entrada de dinero que teníamos, ya que económi-camente atravesábamos momen-tos difíciles– recuerda mi madre al preguntarle si ella sabía que mi padre se quería ir al Norte.

Sí, él se marchó sin despedirse de nosotros, no permitió que compar-tiéramos ese momento con él. Se fue sin que nosotros nos enteráramos, no sé por qué, no me extraña, él siempre fue así, me decía que no le lloráramos, que esperáramos a que se muriera para hacer eso. Siempre se ha caracterizado por ser una persona fuerte, sonriente y muy sociable.

Hora de partirEstaba sentada en la sala de mi casa con un llanto que no lograba dete-nerse por nada del mundo, mi tía Ana me abrazaba muy fuerte y me decía que no podía creerlo. Yo me aferraba a ella y deseaba que eso no estuviera ocurriendo, sonaba el teléfono y yo esperaba levantar la bocina y escuchar la voz de mi papito diciéndome que en cualquier momento llegaría y que dejara de llorar. En ese momento yo sólo quería verlo y abrazarlo muy fuerte.

El hecho de pensar que él podía llegar a ser uno más de los 2 mil 200 mexicanos que han muerto en la zona fronteriza en los últimos ocho años, me aterrorizaba. Lo que más me dolía era saber que él se marchaba solo, que no estaba muy bien de sus rodillas. Por mi mente navegaban miles de cosas que le podían suceder en el camino. Florencia Addiechi en su libro Fronteras reales de la globali-zación, comenta que existen “muertos

por deshidratación e insolación, por hipotermia, por inanición o asfixia, ahogados en el río Bravo/río Grande o en el canal All Americano, accidenta-dos mientras eran perseguidos a altas velocidades; e incluso no faltan los cadáveres abandonados que algunos migrantes relatan haber visto durante su travesía y la misma Patrulla Fronte-riza asegura que existen”.

Esto, que no está muy alejado de la realidad y que se vive a través de las noticias televisivas, era lo que atacaba a mi mente en toda esa semana que, por cierto, se me hizo eterna.

Uno de esos días, mi madre reci-bió una llamada de larga distancia, era mi primo Pablo. Él ya tenía dos años viviendo en Estados Unidos, se comunicó con nosotros para decirnos que mi papá se encontraba bien, que había tenido algunos problemas con el pollero que quedó en llevárselo y que él arreglaría las cosas para que mi papá llegara sin ningún problema, pero que necesitaba 10 mil pesos para que la persona que lo tenía lo pudiera entregar con él. Mi madre le dijo que le prestara el dinero y que luego se lo pagarían.

Mamá no pudo contener el llanto y sólo dijo: “cuídalo, Dios mío, guíalo en su camino y protégelo donde quiera que ande”. Mis hermanos y yo la abra-zamos tratando de darnos ánimos los unos a los otros, diciéndonos que ya

El bien y el mal se m

ezclan para confundir a los humanos y cada quien sabe qué es bueno y qué es m

alo, aunque para otra persona represente lo contrario. H

eybar Picazo c

astillo/Norbert

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todo estaba bien y que lo difícil ya ha-bía pasado, sin darnos cuenta que para nosotros lo difícil apenas comenzaba.

Sonó el teléfono:

Bueno- dijo mi madre al tomar –el auricular.Bueno, con la señora de la casa- –se escuchó al otro lado de la línea telefónica.Sí, de parte de quién…Gordo, –gordo eres tú, ¿dónde estás?, ¿con quién estás?, ¿te en-cuentras bien?- oí a mi madre emocionada.Sí, tranquila, ya todo está bien, –ya estoy con tu sobrino- le dijo mi papá.

Esa llamada fue muy corta, solamente habló con mi madre unos minutos y se despidió dejando saludos para todos.

Al cabo de unos meses, pude ha-blar con mi papá por teléfono, ya más tranquilo me contó por todo lo que pasó y sin duda alguna no me equivo-caba, el tiempo que transcurrió antes de que él llegara al otro lado, los días en los que no tenía que comer, las noches en las que él no podía dormir, yo los sufrí con él, mis ojos cansados de desahogarse sentían un gran alivio al escuchar su voz y mi corazón latía más rápido que de costumbre.

“Yo sólo quería que esos momen-tos pasaran rapidísimo, te juro que si

yo hubiera visto a alguien de mi fami-lia en el aeropuerto, en ese momento, me regresaba y no pude despedirme de nadie porque me iba a doler mucho. De Hidalgo hacia la Ciudad de México nos dieron el número de vuelo, nos mandaron por parejas y nos des-cribieron a la persona que nos daría el boleto. El avión nos llevó a Tijuana y cuando llegamos nos identificamos con un sobrenombre, nos recogió un pollero que nos llevó a un lugar cono-cido como El cuervo”, me contó papá por teléfono.

Oye pa’, ¿tenías qué comer? –“Sólo nos dieron unos sándwi-ches, pero en el camino se echa-ron a perder con el calor, pero cada que llegábamos a un hotel nos daban golosinas, gansitos y coca. En un Jeep nos recogie-ron, pero a mitad del desierto se le ponchó una llanta y de ahí tuvimos que caminar hasta llegar al río; niños, mujeres y hombres, incluso una señora con un bebé en brazos”.Papá, ¿entonces te tocó atravesar –por el río?- “Así es, nos dijeron que nos desvistiéramos, que no lleváramos botas y que pusiéra-mos toda la ropa en una bolsa, solamente una llanta fue la que nos ayudó a pasar al otro lado. El agua estaba helada, sentía que me clavaban pequeñas espinitas

en todo mi cuerpo, al salir nos vestimos lo más rápido posi-ble; de repente, que llegan tres camionetas de migración, más de sesenta fueron regresados”.

La ausenciaMi padre, al irse al país vecino del norte, dejó vacante el puesto de “jefe de familia”, con una carga de respon-sabilidades y con el apoyo económico de sus hijos, Ángel y Luis, mi madre enfrentó esa responsabilidad.

La psicóloga Elizabeth Pineda Gutiérrez, de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, afirma que: “más del 60% de las familias mexica-nas llegan a crecer y a salir adelante sin la ayuda de la figura paterna. En este juego de roles la madre es la que llega a asumir la responsabilidad”. Para mí, esto estaba más que claro. En ausencia de mi padre, mamá fue la que nos sacó adelante, la que con sus consejos y con su saber nos enseñó a crecer y a mantenernos unidos.

Mientras mi madre y mis herma-nos trabajaban y se encargaban de la casa, yo estudiaba el bachillerato. Fue una época dura en la que mi padre abandonó a mi madre para ir por dóla-res. Los tres hijos atravesábamos por una etapa difícil, la juventud.

Mis XV años fueron el año en que mi papá se marchó. El día de mi cumpleaños me habló tempranito por teléfono, en ese momento, en la calle,

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se escuchaba el mariachi ento-nando las maña-nitas, y del otro lado del teléfono una voz que me decía: “Hola hija, feliz cumplea-ños”. Ese día y en la fiesta recordé tanto a papá que creí que mis ojos se reventarían de tanto llorar. La fiesta fue un éxito, bueno, eso es lo que cuen-tan, ya que yo estuve ahí pero no la viví.

Era cuestión de que obser-váramos lo que estaba sucedien-do con nuestras vidas. Mientras Ángel se refugia-ba en el alcohol, Luis, con su escudo de bailes y parrandas, se olvidaba de todo, yo me aferraba a un ambiente don-de sólo existían amigos y escue-la; y mi mamá,

encerrada en casa con su soledad. Así fue que vivimos los primeros dos años sin papá. Recuerdo como mis herma-nos en sus borracheras, llenaban a mi madre de reproches por la ausencia de mi papá. Aquí fue cuando conocí el alcohol, sentía que con tomar, escuchar canciones y estar con mis amigos, olvidaría que papá no estaba con nosotros.

Mientras todos caíamos en un profundo hueco negro, la familia de mi mamá nos señaló y optamos por alejarnos de ella. Me cuenta mi madre que un día en su desesperación, le dijo a su hermano Pablo que le echara la mano con sus hijos, que si los llegaba a ver en malos pasos que hablara con ellos, pero mi tío sólo respondió que él ya tenía bastante con sus responsabilidades, que ella no debió dejar ir a mi papá.

Al cabo de un tiempo, mi padre, en una de sus llamadas, nos comentó que en unos días lo iban a operar. Un carro lo arrolló en su bicicleta y le había lastimado nuevamente su rodi-lla. Después de recibir esta noticia, mis hermanos decidieron que uno de los dos se tenía que ir con él y, según ellos, todo se decidió en un volado. Mi hermano Luis, muy decidido, se fue. Él no sufrió tanto al cruzar la frontera. Allí aprovechó su libertad para darse a la juerga.

Si mi madre se deprimía por no tener a su marido, ahora sin su hijo

sería peor. Recuerdo que después de tres años fuera de casa, lo deportaron y se tardó alrededor de veinte días en llegar. En esos días mi madre se deprimió tanto que pensamos que moriría: gripe, tos y altas temperaturas la retuvieron en cama hasta quince días. Recuerdo que en sus delirios preguntaba por su hijo y pedía verlo. Cuando llegó mi hermano, mi madre no estaba en casa y al llegar ella, casi se desmaya de la impresión. Sus ojitos se iluminaron, sus brazos no le eran suficientes para abrazarlo y las ben-diciones salían de su boca como rayos de Sol.

Las cosas poco a poco se fueron acomodando y con el paso de los días aprendíamos a ver hacia delante y a remediar los errores cometidos.

El contactoAproximadamente, cada quince o veinte días recibíamos una llamada de Estados Unidos. Mi padre nunca se olvidó de nosotros, o nosotros tampoco permitimos que él se olvidara. Según el Consejo Nacional de Población (CONA-PO), “18.2 millones de mexicanos nacieron ya en territorio estadounidense”, al ver estas cifras y después de que cada año papá nos decía: ya pronto me regresaré, no podía dejar de imaginarme la vida sin él.

El teléfono, en esos siete años, se volvió una herra-mienta vital. Recuerdo que una Navidad en casa de mis abuelos mi padre llamó para felicitarnos, pusieron el alta-voz y todos escuchamos las palabras que le decía a cada uno de nosotros. Con llanto en los ojos y con una alegría inmensa, la familia deseaba que él estuviera presente.

Cada evento que teníamos lo grabábamos en video, con el fin de que algún día él pudiera verlo. Y aunque era un poco caro el correo, le mandábamos cartas, fotografías y una que otra postal del país para que viera los cambios.

En una ocasión, uno de sus sobrinos regresó de Estados Unidos y con él nos mandó varios obsequios, pero sólo llegaron unos cuantos ya que la camioneta en la que venía se desbarrancó y se perdieron muchas cosas. A pesar del

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27la familia, se puede llegar a generar un choque de expectativas”.

Teníamos tantos planes para cuan-do él llegara, que no nos permitían ver las consecuencias que esto traería. Yo le pedía a mi Dios que lo trajera con bien. Después de una semana no sabíamos lo que pasaba. Él quedo de llamarnos y decirnos a que hora lo tendríamos que recoger.

Mamá en su preocupación a todo mundo le gritaba, en algunos momen-tos imaginaba que se asomaría a la ventana y ahí lo encontraría. Lo que son las cosas, primero pides tu deseo y ya que se te cumple, ¡oh sorpresa!, no era lo que esperabas.

Mi hermano Luis, cuando regresó de los Estados Unidos, nos comentó

que papá tenía muchas cosas y que la verdad él mismo no sabía cómo se iba a traer tanta carga. Si mi padre sufrió para pasar al otro lado, de regreso sería igual.

Llegó a Méxi-co un día entre semana, en casa sólo estaba mi mamá y mi tía Ale, que cuenta como llegó mi papá: “me asomé por casualidad a la calle, de repente vi un trailer blanco que venía dando la vuelta, en la parte alta traía ondeando la ban-dera de México y del lado contrario la de E.U. Del lado de la puerta del chofer, en la parte de afuera venía mi cuñado”.

Yo me encon-traba trabajando y estudiando en la UACM, mis

tiempo y la distancia, nunca perdimos contacto y siempre los recuerdos nos mantenían unidos. Mi padre me contaba que cuando veía una película, fotos o cartas, sentía que estábamos ahí con él, que le daba mucha nostalgia estar lejos de la gente que lo quería. Recordaba, con lágrimas en los ojos, que al escuchar el Himno Nacional sus pensa-mientos llegaban hasta los paisajes de México.

La llegadaDespués de esperar durante siete largos años, mi padre nos llamó para decirnos que ahora sí ya se iba a regresar. Mi madre se mostró preocupada, mis hermanos contentos y yo estaba que no me la creía. Mi padre, que se fue cuando yo era una niña, regresaría a casa a quedarse con nosotros, para siempre. La psicóloga Elizabeth Pineda comenta que: “El regreso de un familiar implica una nueva estructura y una nueva organización, la persona llega a ser acomoda-da en el círculo familiar, pero con una visión y posición diferente. En la búsqueda del homeostasis (equilibrio) de

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hermanos trabajando en la oficina de Pioneer. Mi madre, ya más tranquila y sin presión alguna. Así es como tratába-mos de sobrellevar nuestras vidas.

Cuando salí de trabajar, recibí la llamada de mi mamá, diciéndome que mi padre ya había llegado y que me apura-ra. Al llegar me encontré con un trailer estacionado afuera de mi casa, qué sorpresa me llevé al ver que estaban descargando y metiendo las cosas a mi casa.

De entre la gente vi salir a mi papá, y cuando nuestras miradas se encontraron yo no sabía ni qué hacer, me arrojé a sus brazos, pero ya no era lo mismo, él ya no tenía las mismas fuerzas de hace siete años, y yo tampoco era la niña que sin esfuerzo alguno él levantaba. Con una sonrisa acompañada de un puñado de lágrimas le dije: “te extrañé mucho papá, ya no veía la hora en que te aparecieras”.

Todo el día nos pasamos abriendo maletas, revisan-do cajas y viendo todo lo que trajo. Desde un sacudidor, plumas o cubiertos, hasta una camioneta Nissan, una Ford y mil cosas más.

El presentePapá, ya tiene más de dos años viviendo con nosotros. Y claro que no ha sido nada fácil, pero para mí es mejor que tenerlo lejos. Hemos tratado de entendernos, pero una de las cosas que no le agrada es el ritmo de vida que actualmente tenemos. Me cuenta que en Estados Unidos la mayor parte del tiempo se la pasaba trabajando y tratando de mantener dos trabajos, en sus ratos libres cocinaba y visitaba uno que otro lugar, dándose tiempo de comunicar-se con la familia.

Siempre que algún familiar nos invita a una fiesta o a una reunión, mi papá no quiere ir, nos cuesta mucho con-vencerlo para que nos acompañe, pone de pretexto que no tiene dinero, que está cansado, o nos sale con su discurso que ya hasta me lo aprendí: “hablar de México, es hablar de fiestas, es en lo único que piensan, divertirse y gastar

hasta lo que no tienen. Pónganse a recoger su casa, a ha - cer cualquier detallito que haga falta”; es su forma de responder a las invitaciones.

Cuando mi madre le prepara algo para comer, él siempre encuentra algún defecto, que si eso no se guisa así, que está muy simple, que él no lo prepara así o que si no sabe que le diga para que él cocine. Pareciera que la hora de la comida es el momento indicado para discutir. Desde que llegó mi papá nada ha sido igual. Mamá se mostró con-tenta en el momento en que lo vio llegar. Para ella, haber estado separados fue algo muy duro de superar.

La tarea difícil para ellos es mantenerse juntos como lo que son: marido y mujer. El año pasado cumplieron 25 años de casados, tratamos de que esa celebración los juntara nuevamente, en especial fue para que hubiera una reconciliación. La psicóloga Pineda Gutiérrez dice que “después de un periodo de ausencia de la figura paterna en la familia, a llega a perder su lugar de ‘jefe de familia’, y muchas veces es retomado por la madre. Al regreso se da una lucha por la posición de poder, entre ambos”. Mamá ya no mira con el mismo amor de antes a papá, y él se mues-tra indiferente ante los enojos y celos de mi madre.

Papá siempre había sido detallista, tanto con la familia como con mamá, ahora que regresó creo que ya se le olvi-dó, ya no le trae flores a mamá, ya no regala chocolates, frutas, ni ningún otro detalle.

El viaje que realizó mi papá hace más de diez años, nos dejó marcados para siempre, sus ojos se ponen cristalinos cada que recuerda su paso por el país vecino del norte. A pesar de que a mamá y a papá, después de todo lo que han vivido, se les ha borrado la sonrisa de sus lindas caras y sus miradas ya no mantienen el brillo de la esperanza, día con día tratamos de mantenernos juntos, para salir adelante; y en especial ellos luchan contra esos obstáculos que se les interponen en el camino para darle un ejemplo a sus tres hijos: Ángel, Luis y yo.

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29NO SABÍA que hacer y decidí leer, tomé de mi biblioteca personal un libro de cuentos que había comenzado en la secundaria, pero que jamás terminé. Le retiré el polvo que lo cubría y lo aventé a la cama. Del centro del libro se asomó la foto de mi mejor amigo, o eso había pensado en aquel tiempo. Al ver aquella imagen, mi vida regresó del letargo que mi corazón tenía y que no era perceptible hasta ese momento.

Me recosté en la cama con la foto en el pecho y recor-dé la mañana en que lo conocí. Ese amanecer, mi madre me alistaba para el primer día de clases en la secundaria. Como usualmente en mi familia se acostumbra, mis padres me llevaron a la escuela que quedaba a diez minutos de mi casa. Al llegar, mi madre me acompañó hasta la puerta y me despidió con un beso, de reojo vi las caras burlonas de muchos estudiantes; hasta ese momento no pasó nada. Entré y me asignaron el salón. Yo solía o suelo ser un poco extraño, pues ¡qué fastidio parecerse a todos! o hacer todo

lo que los demás quieren ver, para ser aceptado. No me gusta ser bufón de nadie, aunque siempre he corrido con la mala suerte de ser el puerquito de los que molestan; de los gandallas. Ese día entré al salón, me senté hasta el fondo en una banca y decidí no hablar con nadie, no quería tener contacto con nadie, algo imposible el primer día de clases, pues todos se presentan ante el resto: “cómo te llamas, cuántos años tienes”, y así varias preguntas que no tienen importancia ni relevancia, pero no podemos hacer nada, pues el que manda es el maestro y con él no se puede discutir. Al término de aquel interrogatorio me dispuse a escuchar a los profesores durante las primeras clases, luego salimos al receso.

Con el sonido de la chicharra que anunciaba la hora del descanso, hordas de estudiantes bajaban corriendo por las escaleras para dirigirse a la tiendita de la escuela. Yo sim-plemente bajé y me senté a comer la torta que mi madre ha-bía preparado con tanto esmero esa mañana, hasta que un

ANDRÉS AQUINO MARTÍNEZCiencia Política y Administración Urbana

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balonazo se estrelló en mi cabeza, tal fue el impacto que mi torta salió vo-lando a metros de distancia; exagero, sólo se me cayó. Durante los siguientes segundos lo único que pasó por mi mente fue, aquí van de nuevo los hos-tigadores, que sobran en las escuelas y que mi sangre o mi olor los atraen. No sé pero tengo una suerte con ellos que si esa suerte la tuviera para todo ya sería millonario, pero pasó todo lo contrario, escuché un “perdón”, a lo lejos. Asentí con la mano.

Debido a aquel perdón estaba dis-puesto a patearles el balón de regreso y evitarles la fatiga de que vinieran por él, pero cuando pensaba hacerlo Santiago estaba ya frente a mí. Me dio la mano y me reiteró la disculpa que yo acepté, también me invitó a jugar con ellos, gustosamente dije sí, aunque no tenía la menor idea de cómo jugar al futbol. Bastaron cinco minutos de pelotazos para que sonara la chicharra, la amé en ese momento. Subimos al salón y ahora las clases ya me parecían aburridas, pues tenía un nuevo amigo, bueno el único.

Salimos de clases y nos fuimos a nuestras casas, pasamos el mercado, las canchas de futbol y de básquet y por último el parque en donde decidi-mos quedarnos un rato. Estaba lleno de árboles como un bosque y había un árbol en especial, diferente a todos, era enorme, más bien ancho y con un tronco corto, sus ramas eran enormes

situadas de forma vertical y hori-zontal. Era como una casa del árbol, creada por él mismo como si incitara a que lo treparan y lo habitaran, un oasis en un desierto, pues era inevita-ble no acercarse a él, así era ese árbol que convertimos en nuestro escon-dite, en nuestro remanso, en nuestra segunda casa, nuestra casa propia.

Después de ese descubrimiento nos fuimos a nuestras casas. Santiago vivía en la misma colonia y a dos calles de mi casa, pero nunca lo había visto. Llegué a mi casa y mi mamá me recibió en la puerta con un beso, le informé que había hecho un nuevo amigo.

Me fui a mi recámara y estuve pensando en él. Al paso de varios mi-nutos recordé que tenía que comprar unas monografías, salí disparado a la papelería y ahí estaba otra vez él, claro no precisamente comprando el material para la tarea, sino en las maquinitas. Me invitó a jugar y acep-té, me mataron a los dos segundos, no sabía jugarlas, me despedí y me fui a casa. Así transcurrió todo el año, nos hicimos los mejores amigos: éramos como hermanos, íbamos a todas partes juntos, visitaba mi casa y yo la suya, a veces hasta nos dormíamos en la casa de él o en la mía. Sabía lo que le gus-taba y lo que no, lo que sabía hacer y lo que no, éramos como uno a la vez o como las palmas de nuestras manos invertidas, él tenía las mías y yo las suyas. Sabíamos todo acerca del otro.

Terminó el año escolar, era sábado y no sabía qué hacer, así que decidí ir a buscar a Santiago. Aquel sábado, el primero de las vacaciones fui a su casa, pero nadie me abrió la puerta, sólo escuché gritos y cosas volan-do, bueno, me imagino que volando porque escuchaba cómo se rompían al contacto con algo más duro. Quizás con el suelo o con las paredes, no sé. No quise insistir más y regresé a casa. Inmediatamente corrí al teléfono y marqué el número de Santiago: un so-nido, dos y al tercero contestó; sabía que era él pues antes de contestar siempre dejaba sonar tres veces el teléfono, él sabía que era yo.

¿Qué pasó? Pensé que no esta- –bas en tu casa, ¿por qué no me abriste?Sí, me di cuenta de que viniste, –te vi desde mi ventana.¿Entonces? –No puedo hablar mucho, nos –vemos en el árbol en cinco minutos ¿va?¡Ok¡ –

Salí corriendo y llegué en dos

segundos al árbol, lo esperé quince minutos y por fin llegó.

¿Qué pasó en tu casa? –Mis papás se están peleando, y –como te diste cuenta mi papá golpeó a mi mamá.

Yo sé reconocer lo blanco de lo negro, lo rojo de lo amarillo y así hasta diferenciar los colores, pero al parecer la raza humana ha creado desigualdad a partir de estas diferencias, se han olvidado que somos una sola especie y para poder sobrevivir necesitamos estar juntos. Heybar Picazo castillo

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No sabía que decir, pues en mi casa nunca se habían peleado. Le di la mano y un abrazo y él respondió con un beso, beso que yo correspondí. En ese momento lo abracé con más fuerza, pero me aventó de inmediato: ¡yo no soy maricón!, me gritó. Bajó del árbol y se fue. No sabía que hacer, ni que sentir, y me fui a mi casa. Lamentablemen-te no lo volví a ver en esas vacaciones, pues al siguiente día salimos a casa de una tía y ahí pasé el resto de las vacaciones. Intenté llamar-le, pero nunca contestó.

Fueron las vacaciones más largas, pero cuando acabaron llegamos a casa

y lo primero que encontré fue una carta que habían deslizado por debajo de la puerta, estaba dirigida a mí. La tomé y corrí a mi habitación. No sabía de quién era. La abrí y descubrí la caligrafía de Santiago.

Querido Luis: No sé por qué hice lo que hice, lo que tú ya sabes. No lo escribo para que tu mamá, si es que llega a leer la carta antes que tú, no sepa de que hablo y no te regañe. Espero que por lo ocurrido no pienses mal de mí, ¿sabes?, yo no soy raro, ni nada de eso, simplemente me nació hacerlo, pero no soy raro. Siento mucho no poder despedirme de ti cara a cara, porque desafortunadamente ya no nos vol-veremos a ver, pues me voy de aquí. Me voy a vivir con una tía lejana que no conozco y mucho menos sé donde vive. Te preguntarás por qué, pues por el problema de aquella vez, de cuando se pelearon mis papás y decidieron que no querían hacerse más daño y se están divorciando. Bueno, no tengo nada más que comentarte. Por último, perdona el incidente y olvídalo que yo lo voy a hacer. Cuídate mucho y estamos en contacto. En cuanto sepa el número de mi tía, te marco y te lo doy.

Adiós.

Con ese adiós creí que se acababa mi vida, en ese momento percibí una

¿Bueno? –¡Hola! Soy Ximena. –Hola, ¿qué paso? –Me invitó Fernanda a la fiesta de su novio. –¿Y quién es Fernanda? –Una prima. –Ok. ¿Cuándo es la fiesta? –Hoy a las siete, en la casa de su novio. –Bueno, entonces paso por ti, ¡me imagino que tienes –la dirección!

soledad que jamás había sentido, me jalaba los cabellos, el silencio me ensordecía y odiaba escuchar el tic-tac del reloj. Lloraba hacia mis adentros, porque nadie podía ente-rarse de lo que me pasaba. Pensé que mi vida ya no impor-taba, tenía miedo porque ya no volvería a verlo jamás, ni en la escuela, ni en el árbol y tampoco en las maquinitas. Esa noche deseé no despertar, pero no ocurrió. Mi madre me levantó temprano para alistarme.

Las vacaciones terminaron y regresé a la escuela, cursé el segundo y el tercer año, después entré a la preparatoria y acabo de iniciar el primer año en la universidad. Han pasado cinco años y aquello está totalmente superado, o eso pensaba hasta hoy que veo su foto y me doy cuenta de que mis sentimientos no han cambiado (ring, ring, ring).

Yo sé reconocer lo blanco de lo negro, lo rojo de lo amarillo y así hasta diferenciar los colores, pero al parecer la raza humana ha creado desigualdad a partir de estas diferencias, se han olvidado que somos una sola especie y para poder sobrevivir necesitamos estar juntos. Heybar Picazo castillo

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¡Claro! –Paso a las seis, ¡ok! –¡Ok! –

Me fijo en el reloj y son las cinco, me alisto y le pido a mi papá el auto, sin reparo me lo presta. Me dirijo a la casa de Ximena, toco y su hermano me abre la puerta.

¡Hola, Pato! –Dice que la esperes que no tarda. –

Me regreso al carro e impaciente-mente la espero fumando, por fin sale y nos vamos a la fiesta. Comienza a dirigirme y damos puras vueltas en calles equivocadas. Después de una hora llegamos, entramos y no vemos a la tal Fernanda, sólo a un montón de fresas insoportables bailando, fuman-do, tomando y uno que otro fajando. Después de varios tequilas o shots, Xi-mena me invita a bailar y acepto, no termina la canción cuando por detrás, Fernanda la prima desconocida, llama a Ximena para presentarle a su novio.

Xime, ven te quiero presentar a –mi galán. Bueno, Fer, primero te presento –al mío, Fernanda él es Luis, Luis ella es Fernanda.¡Hola!, mucho gusto. –Ven, amor, quita esa cara de abu- –rrido nos va a presentar a su novio.¿Quién es, Fer? –

Aquel, el de blanco, ese que está –de espaldas con aquellos chavos. Vamos, Luis. –No tengo ganas. –Vamos, chiquito. –Bueno. –

Caminamos hacia aquel lugar, yo más a fuerza que con ganas, pero no dejaba a mi novia.

Santi, te quiero presentar a mi –prima y a su novio.

Después de aquellas palabras el mentado Santi volteó y fue inevitable que no nos reconociéramos. Los dos nos abrazamos.

¿Se conocen?, preguntó Fernanda. –Somos como hermanos, contestó –Santiago.Bueno Santiago, ella es mi prima –Ximena, novia de Luis.Hola, Xime… –

Después de las absurdas presen-taciones comencé a cuestionarlo: ¿Dónde se había metido?, ¿Qué había hecho?, y me contestó:

Pues como te dije me fui a vivir –con una tía, pero después mi mamá compró esta casa y nos vinimos a vivir aquí.¿Por qué nunca me llamaste? –No hablemos del pasado. –

¿Tú qué has hecho? –Pues nada. Sigo igual, estudiando. –

Al término de aquella conversa-ción, me invitó a conocer su casa, no le di importancia a aquello hasta que llegamos a su habitación, entra-mos y fue inevitable. Cerró la puerta y nuestras respiraciones comenzaron a acelerarse. Sin perder tiempo nos abrazamos y comenzamos a besarnos, identificando con nuestras manos cada centímetro de nuestro rostro. Las caricias comenzaron a ser jalones, nos desvestimos y quedamos totalmente desnudos, uno frente al otro. Induda-blemente nuestra anatomía era pareci-da, no nos importó, nuestros cuerpos comenzaron a transpirar y se convir-tieron en un mar de sal. Desahogamos toda la pasión que nos habíamos nega-do cinco años atrás. Nos amamos como dos bestias que se necesitan pero se repelen, que se aman y se odian, que no pueden vivir la una sin la otra. Después de la erupción de nuestros cuerpos, todo terminó. Comenzamos a vestirnos, pues el tiempo había pasado y ya eran las dos de la madrugada, nuestras novias nos esperaban.

Antes de salir me besó y me dijo:

¡No vuelvas a buscarme, maldito –maricón enfermo!

Me escupió y corrió a los brazos de su novia.

El pensamiento puede mover al cuerpo a cualquier lugar. Heybar Picazo castillo

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llo Jairo Israel Moreno García

Creación LiterariaSan Lorenzo Tezonco

Para Jesica y Sebastián

En el camino trazado con tizapor la mano de un doncel crecen arbustos de cristalnutridos por fina lluviade esmeraldas derretidas.

Un animal con tres patasolisquea una solitaria rosa; todo parece resignarse del colorque se les escurre por los costados.A lo lejos una casa que inclina el viento.

El límite de esta tierraentre las espontáneas nubesdonde laten silenciosas las rubicundas estrellas.

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Hay que hacer un arte agitador, para mover los corazones de la humanidad. Heybar Picazo castillo/Norbert

Me quiero imaginar que Eufrosina Cruz es mi amiga, muy mi amiga. Lo cual no supone, como en cualquier amistad que se respete, que estamos de acuerdo en todo, que vivamos igual o que siquiera conversemos en el mismo lugar y con la misma gente.

Pero lo real es que no es mi amiga y ni siquiera tengo el gusto de conocerla en persona, sólo he sabido de ella por las noticias. Pero digo que me quiero imaginar, porque lo que a ella le está aconteciendo de alguna manera nos está pasando a todos los mexicanos. Nada más que a veces no nos queremos dar cuenta.

Todo parece indicar que la indígena chontal, Eufrosina Cruz ganó las elec-ciones en Quiegolani, Oaxaca, pero con trampas y a la voz del “aquí las mujeres no existen” (ver las diferentes notas de la prensa en esos días) le arrebataron el triunfo, lo cual no resulta nada anormal en este país de fraudes y gobiernos espurios.

El asunto es que el día 8 de marzo fue el día internacional de la mujer, y entonces vale la pena meditar más con calma qué significan estos hechos. Por-que una cosa es segura, esto ya no puede seguir así por mucho tiempo.

Eufrosina Cruz Mendoza, tiene el título de contadora pública, y el pasado 4 de noviembre del 2007 participó en la asamblea popular de Santa María Quie-golani como candidata a la presidencia municipal, pero cuando sus oponentes

“¿Pobrecilla?- le pregunta la voz invicta de otra condiscípula.Pobrecillas de nosotras. Ella tuvo todos los novios que quiso, bailó todo lo que se le apeteció, con quien se le apeteció.Dio que hablar, dio en qué pensar...”Ángeles Mastreta: Un mundo Iluminado, Cal y Arena, 1998

hombres se dieron cuenta que iba ganando, se le notificó al amparo de la ley local, que no podía participar en la elección “por ser mujer” (La Jornada, 19 de enero de 2008).

El asunto no está exclusivamente –como muchos tramposamente lo quieren ver– en la cuestión de los “usos y costumbres” de los pueblos in-dios de Oaxaca, puesto que el asunto del machismo es algo que atraviesa las relaciones y las conductas de todos los millones de mexicanos que somos.

La cuestión es que en lo cotidiano se repiten situaciones similares en diferentes regiones del país. En el ho-gar, en el trabajo, en la educación, en diferentes espacios y ambientes. Pero afortunadamente, y como nos lo decía ya hace años Rosario Castellanos en

Oscar Isidro BrunoFES Acatlán, UNAM-Sociología

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su libro Mujer que sabe latín…, pese a todos los intentos del machismo, pese a todas sus tácticas y estrategias, las mujeres persisten en la defensa de sus convicciones, de su sistema de valores, en la búsqueda de su imagen auténtica.

Traigo a colación lo anterior porque mi ami-ga Eufrosina es mujer, es indígena, es joven, piensa y es sensible a los problemas de su comunidad, características que la hacen vul-nerable en nuestro país, y eso nos compete a todos, es responsabilidad de todos.

Característico del machismo es su mitificación negadora de la mujer, de la negación de la alteridad. En esas condi-ciones, ni la mujer ni el hombre pueden reconocer la “dignidad” del otro ser diferente, de la mujer; la alteridad se torna imposible.

Esta mitificación se puede percibir claramente, ya desde las teogonías primitivas, pero igual se puede percibir en la actua-lidad en las leyes, códigos y reglamentos de las pequeñas y grandes instituciones del país que hacen que el problema de Eufrosina se repita a diario con distintos colores, acen-tos y circunstancias.

Actos propiciatorios y violencia, actitud contra-dictoria en el comporta-miento masculino; una súplica por la explo-sión del potencial de la mujer y al mismo tiempo amenaza a

esa actitud de vida. Apoyo y opresión. Por ejem-plo, con el robo de una elección.

Lo que a muchos nos parece admirable en Eufrosina, y en tantas y tantas mujeres, es su capacidad de sobreponerse a la adversidad.

Por eso es que Eufrosina cuando las distin-tas instancias ante las que apeló le negaron la justicia, lloró; no de dolor, sino de coraje. Pero por eso mismo se negó al silencio y al olvido.

La juventud se lleva en el alma y no en la edad, tiene que ver con la capacidad de negarse a ser cómplice de las injus-ticias del pasado (y del presente). La sensación que nos debe dejar el conocer del caso de Eufrosina es la de insatis-facción, de descontento, ya que aún hay muchas alambradas que derribar para hacer de este mundo algo me-jor, empezando por nuestro país.

Creo que en estos días, todos y quizá en particular los hom-bres, debemos imaginarnos que somos amigos, hermanos, hijos… de Eufrosina. Y no olvidar sus luchas.

Finalmente, ahora me imagino que soy muy amigo de Eufrosina, y de Carmen Aristegui, al igual que de Rosario Ibarra, y… por siempre de Rosario Castellanos, Digna Ochoa, Ramo-na, y todas ellas que somos nosotras y nosotros.

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Aarón Colín AbundezArte y Patrimonio CulturalCuautepec

ESTABA AHÍ SENTADO, sus ojos com- pletamente abiertos, su mente disper-sa; podía haber estado así por veinte segundos, diez minutos, dos días, su vida entera. Su mirada permanecía fija en algo más allá del cristal fragmentado, pero no podía absorber realmente las implicaciones de lo que veía. El parabrisas era ahora un árbol sin color, sin hojas, sin vida: cientos de ramificaciones que no llevaban a algún lado, perdidas en su sombra,en su propio camino. No podía entender el tumulto ni al hombre que le habla-ba insistentemente y le decía palabras planas sin significado. Estaba ahí sentado, sus ojos completamente abiertos, su mente dispersa, inten-tando reconfigurar la conmoción de lo que acababa de suceder. No podía decir dónde estaba o qué era lo que estaba haciendo ahí, no podía decir qué era lo que veía, no podía recordar el nombre de alguno de sus amigos, no podía recordar el nombre de la mujer por la que se sentía atraído, no podía decir si siquiera había alguna, no podía decir qué jugada del destino lo había puesto en este lugar. Vio su

mano izquierda moverse, y estaba, ya sea intentando liberarse del peso de su cuerpo o, por el contrario, inten-tando ajustarse a él; la vio moverse, clamando por su vida y entonces se dio cuenta de que no podía sentir su mano. Decidió dejarla hacer lo que quisiera, o que no hiciera nada en absoluto, sintió algo en la parte posterior de su cabeza, la idea de una jaqueca, y entonces empezó a recordar.

El desayunador, repleto de periódi-cos sin nada nuevo en ellos, la misma historia, el mismo evento repitiéndose día a día: un hombre hallado muerto y el hombre que asesinó a alguien; el conductor ebrio que no pudo o no quiso detenerse y que perdió el con-trol; la misma historia de un político que no ha entendido de qué trata la política, tenía la impresión de que era una historia diferente porque los nombres en ellas eran diferentes, pero no era así. Un libro desgastado y mal escrito con una sola idea avanzan-do en círculos, pensaba. El café sin leche, eso recordaba, mucha azúcar. Recordó haberse visto a sí mismo aco-modarse en el asiento, preparándose para llegar tarde de nuevo, al trabajo. Eran las 8:30, la mañana era fría. La lluvia empezaría a caer en cualquier mo mento. De la bolsa de su pantalón sacó su celular y comenzó a presionar el teclado por presionar el teclado, sin ningún objetivo en mente, decidió

dejarlo y se concentró en el periódico. Dejó el celular en el desayunador, sobre la sección de negocios, un poco para prevenir que se moviera y otro pa- ra olvidar que esa sección existía y que fue hecha para que la gente la leyera. Puso su mano derecha en su barbilla y comenzó a rascarse, leyó la reseña de una película y pensó que le gustaría ir a verla, para comparar lo que el crítico escribió con lo que él pensaba. Perdía el tiempo esperando observar algún movimiento en aquella ventana en particular. Quince minutos después nada ocurrió y se levantó, caminó hacía su cuarto, se vio en el espejo, ajustó su corbata y se puso la chamarra. Notó que miraba profunda-mente, pero sin sentido, sus propios ojos y se preguntó si había algún significado oculto detrás de esto. Salió del cuarto, de la sala, miró los muebles, un atisbo a su vida y a su gusto y a lo que sea que esto signi-fique, y finalmente salió del aparta-mento, y luego del edificio, levantó la mirada hacia el edificio de enfrente, al tercer piso, a la segunda ventana, pero no estaba ahí. Caminó por donde siempre, hacia el lugar donde traba-jaba.

Un rostro. Es lo único que distin-gues y reconoces como algo familiar, cotidiano. Algo para observar, lo miras detenidamente: miras los ojos y encuentras un lenguaje que olvidaste cómo hablar y cómo escuchar; miras

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las pecas en él e intentas buscar un patrón que reconozcas; observas los labios y te das cuenta que te hablan a ti, las palabras y los sonidos completamente perdidos. Él no sabía qué le decía esta cara y tampoco sabía de dónde venía, vio los labios moverse y escuchó un zumbido flotando en el aire, pero no pudo distinguir qué decía. Intentó mirar hacia otro lado pero no pudo mover la cabeza, se quedó en la misma posición e intentó pensar si debiera haber dolor en su rostro. Alguien intentó quitar el parabrisas y pensó debe hacer frío afuera. Sintió un movimiento en el coche y se dio cuenta que dejó escapar un quejido, ante lo que aquella persona que quitaba el parabrisas, se detuvo. El rostro reapareció de nuevo y pareció decir algo pero él no entendió, recordó al gato de Cheshire, sólo que esta cara decía palabras, mientras el gato sólo sonreía, prefería tener una cara que le sonriera a una con labios y palabras sin sonido. Cerró los ojos, espe-rando que al abrirlos se encontrara en otro lugar o fuera alguien completamente diferente. Todo se oscureció y la idea

del dolor de cabeza empezó a tomar forma. Abrió los ojos, sonrió, el recuerdo de un gato con rayas, vio el parabrisas, siguió una de las líneas, la perdió cuando ésta se encontró en el camino a otra. ¿Qué camino seguir?

Ya en el camino, en un punto, pensó si sería buena idea dar la vuelta, entrar al edificio, subir las escaleras, tocar la puerta y decir hola.

Vio una luz roja y escuchó ese sonido, el sonido de la sirena aullando. Dijo: un coche chocó contra el mío, es por eso que estoy aquí, sentado, ¿debería escuchar a la sirena cantar, ahora que naufragué? Se dio cuenta que discutían si debie-ran sacarlo del auto antes o después de levantarlo.

Todo debió empezar así: él parado en una esquina cualquiera, esperando, como lo ha hecho desde que era niño, girando su cabeza de vez en cuando hacia el semáforo, esperando a que éste cambie a verde. Si esto fuera una película, esta imagen sería usada como la introducción a su personaje mientras los créditos irían apareciendo en la pantalla. Se ajustaría la corbata negra con líneas moradas; una de esas corbatas que apenas son reconocibles si no es porque el que la trae puesta la ajusta cada vez que tiene la oportunidad, sólo para que sea reconocida. Esto no estaría incluido en la película porque sería una toma sin sentido, pero, ¿no es lo que hacemos todos?, tomas sin sentido en una película imaginaria.

¿Pero el cuello?, alguien dijo.Ahora recordó, este es el momento que inconscientemente esperó toda su vida, el momento en el que se ajustó

la corbata y se puso la chamarra esta mañana frente al espejo, en que de la nada un auto se acerca directamente al suyo… vio un aliento antes del sonido del metal chocando, la cara del otro conductor, una mezcla de ira, incertidum-bre, arrepentimiento y expectación. Pudo, pero tal vez no lo hizo, haber visto a la mujer contra el parabrisas. De pronto recordó al gato, la manera en que respiraba, cómo luchaba por un poco de aire, la manera en que lo veía a él. ¿Era éste el momento de sacar conclusiones? ¿Era realmente una metáfora de algo?

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Era un hombre sin miedo, decidido a correr la voz sin importar qué, sin importar las consecuencias. Se encon-traba comprimido, mal acomodado, como los demás, entre cuerpos anónimos en este vagón del metro, estaba gri-tando, papeles en mano, palabras explotando de su boca a medio camino entre rencor y compasión. Era un hombre limpio, rasurado, con una chamarra recién lavada al con-trario de tu desaliñado fanático, hablaba coherentemente, midiendo sus palabras con la punta de sus labios. No había rastro de duda en sus palabras, rastro… ¿me están poniendo atención, o están escuchando siquiera? Su voz parecía venir de otro mundo: resonaba a través del vidrio, del metal, del plástico, a través de la gente, aún cuando aquí las palabras se pierden entre ellas, se tragan unas a otras, se pierden entre la multitud, perdidas por su propia naturaleza. Cada vez que abría su boca movía la cabeza de un lado a otro, haciendo llegar sus palabras a todos lados, ¿hacía lo mismo en el trabajo?, pensó. Le gustaba su determinación, su falta de miedo, la manera en que expresaba lo que creía la verdad absoluta. Debía existir, definitivamente, un toque de locura, de demencia en él. No encuentras usualmente a este tipo de gente, no aquí en la hora pico. Recordó todo esto. No recordaba a dónde se dirigía o por qué escuchaba a este hombre. Volteó al otro lado del vagón, la puerta se abrió y la multitud sacó al hombre. Minutos después lo olvidó.

Estoy ajustando la posición de tu cuello, dijo el para-médico, sintió cómo le temblaban las manos y le vio su-dor sobre el rostro. Te pondremos sobre la camilla para que no te muevas y te rompas algo, vio la pared cambiar de rojo a blanco a rojo de nuevo. Ahora la levantaremos para poder llevarte y meterte a la ambulancia, se dio cuenta que el paramédico decía estas cosas para sí mismo, para estar seguro de no haber olvidado lo que aprendió los úl-timos tres meses. El paramédico dijo ¿cuál es tu nombre?, puso cara de no me molestes con preguntas tontas, el paramédico preguntó de nuevo ¿cuál es tu nombre?, idea

verdosa, contestó y sonrió. Ambos paramédicos levantaron la vista y se miraron uno al otro, alarmados. Hijo, ¿cuál es tu nombre?, ¿recuerdas tu nombre? o ¿tu edad? o ¿dónde vives?, ¿a quién tenemos que llamar en estos casos? Él res pondió, un millón de veces, cientos de ellas desde niño, un millón de veces he imaginado esto, un choque de autos, un accidente de metal destrozado, sin voces, sin sonidos, donde lo que importa es tu pasado. Cada vez que manejo lo imagino. Acelero después del alto y ocurre, otro auto que no se detiene y se estrella contra el mío, como carneros, peleando por el control, dependiendo de mi estado de áni-mo son crueles o cómicos, o son una farsa de un accidente. A veces choco contra el muro de contención: mi error, no puedo controlar el volante, o no mido mi espacio. A veces es contra otro coche, pero puede ser contra un camión o un tráiler, y también depende de si hay alguien conmigo y de cómo me siento hacia esa persona. He imaginado miles de accidentes, pero, ¿acaso no lo hacemos todos? ¿Por lásti-ma, por reconocimiento, por decir lo ves?, no puedes seguir sin mí, aún cuando no hay nadie. ¿No lo hacen ustedes? ¿No se imaginan en su funeral, sus amigos, su familia, los fantasmas de un mundo que daban por perdido? ¿No los imaginan?, consolándose unos a otros, abrazándose, ha-blando el lenguaje de un ser querido muerto. Porque yo lo hago, insistentemente, y esta vez ocurrió, lo imaginé y al dar la vuelta en la glorieta ahí estaba el coche, estuvo toda mi vida, esperando a que saliera para golpearme. Lo siguiente que sé es que el coche está de lado y todo mi cuerpo está sobre mi brazo izquierdo, es el poder que tienen mis pensamientos, me siento mareado ahora, dejaré de ha-blar, no dejaré que lo haga de nuevo. Ambos paramédicos se miraron como diciendo, será mejor que nos apuremos, el más joven repitió, y cómo te llamas.

Observó el coche delante de él, cómo aceleró y la ma-nera extraña en que se movió. Se detuvo y miró debajo del carro, algo que parecía una bolsa, pero que si lo veías dete-nidamente te dabas cuenta que era algo completamente

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diferente y no una bolsa, era un gato negro, el coche de adelante lo había arrollado y pensó: ¿qué raro que atrope-llen a un gato? Se arrastraba, intentando llegar a un lugar más seguro; sangre saliendo de su nariz, aullidos y chi llido. Una mirada desesperada, como si salvar su vida depen-diera totalmente de llegar a ese lugar que sus ojos veían: completamente fuera de este lugar, de este tiempo, de este mundo, de este universo. Abrió la puerta y salió del carro, agarró al gato y lo abrazó para protegerlo, lo hizo sin dete-nerse a pensar en qué o cómo, y una vez den tro del coche se dio cuenta que estaba ahí sentado, sus ojos completa-mente abiertos, con un gato que agonizaba; una presencia desvaneciéndose en sus brazos. Giró la llave del coche dos veces, y a la segunda se dio cuenta que el coche encendió a la primera y que no lo había notado por el sonido que el gato hacía con su garganta. Avanzó, aceleró un poco, luego otro tanto y de repente se detuvo. ¿Ahora qué?, pensó: tengo un gato que cada vez que respira gorgotea sentado sobre mí y no tengo idea de qué hacer con él o dónde ponerlo, o dónde llevarlo. Intentó acariciarlo pero su cuerpo estaba totalmente destrozado, sin forma: la nariz sangrando, la cabeza moviéndose. El gato hizo el so-nido y observó un punto antes de la ventana, en el asiento vacío. Él no era supersticioso, pero dijo en voz alta, ¿a quién ves?, y sonrío. El gato lo miró, intentando decir algo, o él no estaba preparado para entender y entonces hizo ese sonido y jaló aire y se detuvo a la mitad del dolor. Su man-díbula quedó colgando y sus ojos muertos quedaron fijos en un lugar fuera de este mundo. Lo miró y no supo qué hacer con él, regresa a casa, dijo en voz alta, aunque ya no había nadie a quién hablarle. Una vez ahí, tuvo que hacer más esfuerzo para abrir las puertas, para caminar sin tamba-learse y para subir las escaleras con un gato muerto en sus manos. Abrió la puerta y se dio cuenta que no sabía dónde poner al gato, mientras buscaba una caja para meterlo.

Observó el horror en el rostro del paramédico cuando éste vio su pierna, y entonces, él mismo intentó verla,

para saber si seguía ahí y en qué estado. Decidió mejor no hacerlo. Miró a uno de sus costados y al principio no la reconoció fuera del contexto de su ventana, sentada en la mesa, comiendo o leyendo o discutiendo por teléfono, él en el edificio de enfrente.

Aquella noche, cualquiera que haya sido, abrió la caja después de la cena y uno a uno le quitó todos los dientes al gato.

Se veía más real, un poco más pálida y más alta, más humana de lo que él la había pensado, sabía que era ella y que lo vio y lo reconoció, y vio que se acercó un poco: salí de mi casa, al cine, buscaba algo de cenar, pensando en que debería estar contigo, y estás aquí. El paramédico levantó la cabeza y dijo ¿qué?, ella puso una cara como diciendo siempre he estado.

No podía ver bien, no sabía si era ella, pero le gustaba pensar que así era, que estaría ahí, después de todo.

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Javier Toskani visitó el museo de historia natural, ubicado cerca del metro Chapultepec en la Ciudad de México, ahí se encuentra el brazo de un antiguo guerrero maya, que fue descubierto recientemente en una zona boscosa de Yucatán. Este brazo se colocó en un lugar con especial blindaje, por ser una pieza nueva e importante de este estado enigmático.

El señor Toskani decidió visitar aquella lejanía el 28 de febrero del 2007. Emprendió un viaje que le deparaba gra-tas sorpresas, partió desde muy temprano y al llegar se ins-taló en la habitación número catorce de un pequeño hotel llamado El huipil. Tan pronto desempacó, se bañó y durmió en la cómoda cama de su habitación. Toskani viajó solo, no tenía a quién llevar consigo, no tenía familia, jamás supo de sus padres, tampoco si tenía hermanos. Javier Toskani era huérfano y fue adoptado, pero sus padres adoptivos fa-llecieron en 1992. Nunca se casó porque jamás le apeteció la vida marital, sólo se dedicó a su trabajo de teólogo.

Al primer destello del Sol, Toskani partió hacia la zona selvática, aquella que le provocaba una exagerada ansie-dad que no lograba entender. Cuando Toskani se encontró en el sitio exacto, al comenzar a adentrarse, una capa oscura le impidió ver el camino. Toskani sintió un sudor en la frente que descendía hasta las yemas de sus dedos como una ráfaga que le cortaba el aire en suspiros apagados y erizantes. Sólo un punto de luz podía vislumbrar en algún fondo de esta selva que electrizaba su piel con un temor sin fundamento.

Sin embargo, continuó caminando pausadamente hasta que sus zapatos golpearon una figura muy sólida, de la que

emanaba una pequeña luz, se inclinó para ver de qué se trataba, arrancó con sus manos alguna maleza que cubría aquel objeto sin color, de una dureza concretizada. Se percató que aquello tenía una inscripción con letras color bronce que decía: “Javier Toskani”. Aquella leyenda conte-nía algo más, entonces volvió a mirar, era la numeración de una fecha que estaba incompleta; no tenía el día, ni el último número del año, sólo el mes de marzo del dos mil…

-¿Pero del dos mil qué…?- se preguntó Toskani. Era una situación que no podía entender, parecía estar en un sueño de horror que lo enloquecía, todo parecía descon-certante. Continuó su camino para tratar de salir de aquel sitio tétrico y hechizado. Encontró la luz justo donde había un sembradío de henequén, lo miró fijamente pues nunca había visto algo así.

Aquella siembra, estaba en la cumbre de una montaña. Toskani estaba perplejo y decidió descender. Mientras ba-jaba resbaló con una raíz que se encarnaba desde la tierra, pero éste reaccionó veloz, sujetándose de unas piedras que profundizaban el lugar; al descender tomó las debidas precauciones. En el trayecto se hallaban frutos raros que parecían apetitosos, Toskani se acercó hacia ellos, pues colgaban pendulantes de unos matorrales, comió de ellos sin importarle si eran venenosos, pues se moría de hambre. Guardó las semillas en la bolsa se su saco para sembrarlos al regresar a su casa.

Al llegar a la planicie, alguien de apariencia amigable pasó por el lugar y lo saludó. Él correspondió al saludo y se acercó al hombre desconocido que resultó llamarse Pedro y era muy sociable. Pedro se ofreció a acercarlo a donde Toskani pudiera regresar sin problemas. A pesar de que Pedro no hablaba mucho, estableció una buena co-municación con Toskani, quien aparentaba estar a gusto, pero aún con cierto nerviosismo que decidió dejar a un lado. La ropa de Pedro era sencilla, propia de un cam-pesino cultivador de henequén. Al llegar a la desviación que formaba una “y”, Pedro le indicó que él se iría por

Marisol Bautista RoblesCreación Literaria

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la derecha y que Toskani debería ir por la izquierda para reconocer desde ahí el pueblo de San Sebastián Grecol, donde hallaría con mayor facilidad la ubicación del hotel en el que se hospedaba. Toskani le dio las gracias y se despidió de Pedro.

En el pueblo de San Sebastián Grecol, Javier Toskani se dirigió a un puesto de periódicos donde hacían publicidad a una noticia que le pareció sorprendente. El vocero decía: “¡Extra, extra!, se encontró cerca del pueblo a un cosecha-dor plomeado, ¡extra, extra!, se llamaba Pedro Ramírez”. Toskani no podía creer que el personaje de la noticia era el mismo hombre con quien había hecho plática, y del que se había despedido hacía media hora. Pagó por el periódico y prosiguió su camino de regreso al hotel.

Por qué sin calor? Mientras iba por las calles, Toskani miraba fijamente la noticia que lo mantenía impactado. Al

abrazar el diario que contenía la nota, enmudeció al recor-dar que traía ocultas entre sus ropas, algunas semillas de los frutos que saboreó tanto. Recordó que no le preguntó a Pedro si eran inofensivos. Sus pensamientos se cruzaban al recordar la imagen de Pedro Ramírez, él que parecía no deberle nada a nadie, ni ser de aquellos tipos conflictivos e iracundos.

En ese momento, un auto se dirigió con gran velocidad hacia Toskani. El brillo de los faros del auto, de color opa-co, lo cegaron sin permitirle evadirlo. Se escuchó el impac-to del choque contra su cuerpo. Fue entonces cuando…

Su libro blanco había llegado al final. Aquel golpe mortífero, trajo espontánea la recapitulación de su vida, la miraba en pedazos, pero la imagen de la placa de color bronce, ahora era visible: “Javier Toskani, dos de marzo del dos mil siete”.

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El que sólo se preocupa por aprender para él está

en un error, todos tenémos que darnos cuenta que

los mejores aprenden para transmitirle a los demás y no para que sus conocimientos

se los lleve a la tumba. Heybar Picazo castillo

Si un ave fueraaquí ya no estuviera.

Volar quisieraal nido donde esperauna parte de mi ser.

Estudiando espero la libertad que quiero,

tras los cristalesde estos ventanales.

Mientras parto…mis horas yo comparto

en mil actividadesde un diario acontecer.

Ya empezó enerodebo prepararme,

pues será en agostomi hora de viajar.

AlfaCentro Escolar Rosario Ibarra de Piedra

A Laura

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Letras Universitarias. Número 5, junio de 2008. Revista cuatrimestral de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Domicilio: Coordinación de Servicios Estudiantiles, Ángel Urraza No. 1137. Col. Del Valle. C. P. 03100. Del. Benito Juárez. México D.F. Teléfono: 5559 4773. Talleres de impresión de la UACM. San Lorenzo 290. Col. Del Valle. C.P. 03100 México D.F. Registros en trámite.

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Revista de los estudiantes de la UACMJunio 2008. No. 5

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