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Letras para la esperanza

© Servicio de Salud Biobío

Primera edición, enero 2020

Edición general y dirección de arte: Cristián Fuica Carrasco.

Diseño y diagramación: Mauricio Alvarado Rebolledo.

Ilustración de la portada: Obra del artista Mario Sánchez Rodríguez.

Todos los derechos reservados.

Queda prohibida la reproducción total o parcial

de la obra mediante cualquier sistema de

recuperación de información, sea mecánico,

electrónico, magnético, reprográfico o cualquier otro,

sin la autorización escrita del autor.

Camino del Ciego Proyectos

Condell 542 Los Ángeles de Chile.

www.caminodelciego.cl

Impreso en Dimacofi, Santiago de Chile.

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Letras para La

esperanza

Escritos sobre la experienciadel Cáncer

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Editorial

Si hay algo que nos enseña el cáncer, es que nadie puede sen-tirse ajeno. Ya sea un familiar, un amigo o uno mismo, todos pueden o podemos ser afectados por esta enfermedad. Por eso uno de nuestros objetivos como red asistencial es trans-mitirle a las personas que el cáncer es una realidad cercana, de la que debemos cuidarnos en conjunto; llevando estilos de vida saludables; previniendo activamente, realizándonos los exámenes como el PAP, las mamografías, el de próstata; practicando actividad física; cuidando del medio ambiente; protegiendo nuestra salud mental; en fin, desarrollando es-tas y otras actividades que son parte del manejo que debe-mos tener para cuidarnos a nosotros y a los demás.Como Servicio de Salud Biobío, nos sentimos orgullosos del aumento que hemos hecho de las prestaciones que en-tregamos a nuestros usuarios y usuarias en materia de cán-cer. Actualmente realizamos todas las terapias de quimiote-rapia en el Hospital de Los Ángeles, evitando los traslados a los pacientes a Concepción; también hemos aumentado nuestra dotación de médicos, profesionales y técnicos espe-cializados para entregar la mejor atención. Esperamos en un mediano plazo concretar en el mediano plazo 2 grandes proyectos: Un Hospital con especialidades oncológicas, el que va incluir un servicio clínico de radio-terapia, con lo que estaremos en condiciones de realizar la mayoría de las prestaciones asociadas al tratamiento del cáncer en la provincia de Biobío.Pero si hay algo de lo que nos sentimos orgullosos -y que no lo decimos nosotros, sino las personas que conocen nuestra unidad de oncología- es del cariño y el afecto desplegado

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por quienes atienden a nuestros usuarios y usuarias, quizás sean estas actitudes, los insumos fundamentales para tener éxito en los tratamientos contra el cáncer.Por eso es que nos hemos esforzado una vez más en produ-cir este libro, porque sentimos que a través de sus historias, aportamos en hacer visibles esos hermosos testimonios de solidaridad y amor que surgen cuando las personas enfren-tan esta enfermedad, creemos que rescatar estas historias, forma parte del necesario proceso terapéutico, tanto para nuestros usuarios, como para quienes los atienden y de esta forma en conjunto seguir mejorando las expectativas y ca-lidad de vida de todos quienes puedan verse afectados por esta enfermedad.

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El difunto t Amanda Aedo Tapia

Hola yo soy Amanda, tengo 10 años y esta es mi experiencia frente al cáncer. Mi experiencia comienza cuando yo todavía no existía, hace más o menos 25 años. Mi abuelo o el “Tata”, como yo le digo, conoció a mi abuela (la Tita). Estuvieron juntos y tu-vieron una hija (mi mamá). Pero cuando su hija tenía tan solo 9 años, su padre murió. Tras llanto, tristeza y mucho dolor, su hija creció, estudió y al tiempo conoció a un joven, ellos se querían mucho y tuvieron una hija (yo).Pero la joven junto a su hija, extrañaba mucho a su ya di-funto padre. Su hija creció y se preguntó por qué su abuelo no estaba, entonces le dijo a su abuela que le contara. Ella, con dolor en sus ojos, le contó todo lo de su difunto abuelo y el cáncer que lo mató, pero ese día también le dijo otra cosa: que siempre que lo recordaran con amor, él siempre estaría con ellas.Pasaron los años, la pequeña niña creció, tuvo alegrías, tris-tezas y otra experiencia dolorosa relacionada con su tía y el cáncer, pero esa ya es otra historia. La niña siguió creciendo junto a su amada madre, pero siempre se quedó con la idea “cómo habrá sido mi abuelo”. Hoy en día la niña tiene 10 años, está en 5 básico, es buena alumna y lo más importante, cuenta con el amor de su fami-lia, su madre, su padre, su abuela, su tía y de alguna forma su abuelo.Hoy me pregunto ¿cómo habrá sido?, ¿me habría querido?, ¿cuánto habríamos reído? Y lo más importante: ¿cuánto nos

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amaríamos? Pero eso nunca lo sabré, lo que sí sé es que si lo amo siempre me querrá y cuidará desde el cielo.

RECUERDA: Si lees esto y tienes un problema así, no te desesperes, porque si esa persona vive seguirá su feliz vida con normalidad y si no lo logra al menos ya no seguirá su-friendo.

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la paciEntE oncológica Ana Contreras Quilodrán

El cáncer tocó a mi puerta hace ya tres años, sorprendiendo dolorosamente mi condición de madre y abuela. Tenía 62 años.Había viajado con mi hija a Viña del Mar, de pronto en el bus, un intenso dolor de abdomen, que no cedió con ningún analgésico y me alertó.Llegando a Los Ángeles, consulté a un médico de inmedia-to, pensando que podría ser un colon irritable, pero la Dra. Vera me dijo que era ginecológico y había que tomar una ecografía urgente.El resultado fue demoledor para mí, tenía un inmenso tu-mor en el ovario izquierdo que me hacía parecer una em-barazada de 8 meses. Crecía rápido y había que operar de urgencia.Ese día lo pasé entero deambulando por las calles que al-guna vez me vieron riendo feliz con mi jumper de colegio, con amigos o algún compañero de curso. Esta ciudad que fue testigo de mis primeras penas, alegrías, de mis primeros amores, ahora me parecía tan triste, tan fría.Después de un matrimonio fallido, mis hijos fueron mi con-suelo y las risas y travesuras de mis nietos me hacían ver que la vida era hermosa y que nada podría empañar esta dicha.Como paramédico, asistía a muchos pacientes con cáncer, consolé a muchas familias desesperadas, dando esperanzas, a veces falsas, pero el cáncer no estaba en mis más remotos planes, no a mí.Cuando me confirmaron el diagnóstico, pensé irme lejos

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y ocultarlo, inventar un viaje y no provocar este dolor a mis hijos. Miles de sensaciones se agolparon en mi cabeza: culpa, pena, rabia. Pero la Dra. me obligó a contarle a mis hijos.Programaron mi operación para un 3 de agosto de 2016. “Laparotomía exploratoria”. El tumor era demasiado grande y había que operar rápido, solo Dios sabía mi destino. El cáncer estaba en grado 1 y me indicaron 4 quimioterapias, me entregué a ese maravilloso equipo de oncólogos con fe ciega.Médicos, enfermeras, paramédicos y demás profesionales, me hicieron sentir que estaba en la mejor clínica, atendida de la mejor manera, caras amables y amorosas; manos segu-ras y sabias me dieron fuerzas para aceptar, incluso la caída de mi pelo.Después de tres años sigo siendo una “Paciente Oncológi-ca”, con controles cada seis meses y con la fe y confianza que Dios todo lo puede.Cuando comencé a escribir, mi hijo menor me dijo: Mamá, cuente su historia de esperanzas a mucha gente que, como usted, esté en una situación parecida a la que usted vivió.Este mensaje debe llegar a personas que creen que no hay esperanzas y solo sufrimiento, a muchos corazones ator-mentados por un diagnóstico fatídico, como me sucedió a mí.Alguna vez me vi sin ganas de luchar, pero la vida es eso: lucha, sacrificio, ganas de vivir.Yo sobrevivo al cáncer, agradecida de Dios y a la ayuda que recibí de ese maravilloso equipo de profesionales, de todo el personal del Hospital de Los Ángeles. A todos ellos, este homenaje.

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carta al más allá Ana Contreras

Y el olvido llegó. La tristeza se fue como había llegado aquel día, cuando decidiste abrir tus alas y emprender el vuelo hacia el infinito.Mucho te lloré y lamenté tu muerte, sintiéndome culpable por mi falta de empatía para ayudarte a sobrellevar ese cán-cer prostático, que te habían diagnosticado unos años atrás en uno de tus viajes a Temuco.Sé que me quisiste como yo a ti, a pesar de tu carácter tosco y taciturno, eras un maravilloso hombre, un solitario que un día, con mi aprobación, llegó a compartir mi casa, in-tegrándote a nuestro diario vivir, casándote con mi madre, viuda hacía ya muchos años.Aunque te veías buen hombre, tu llegada causó estragos en la familia, quienes no se conformaron nunca que nos roba-ras la atención de mi vieja.Siempre sentí compasión por ti, por tu mirada triste y me-lancólica, entonces traté de ser tu aliada y entenderte.Querías estar solo y te molestaba el ruido de los niños, al igual que la compañía, pero a la hora de comer, alababas mi buena mano y te relamías los bigotes como un gato satisfe-cho.Solías contar historias y fábulas de Iquique, donde viviste muchos años y conservabas hermosos recuerdos que com-partías conmigo y te hacían brillar tus pequeños ojos al re-cordar.No tenías vicios, solo tus mañas y eran muchas. Aunque ahora que lo pienso, eran más tus cualidades las que descu-

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bro ahora que ya te has ido para no volver.No puedes saber cuánto te he extrañado y cuánto lloré tu muerte.Adiós querido viejo. Dios quiera que donde estés, seas feliz y tus ojos brillen eternamente, como cuando me visitabas en Temuco y te veía bajar del bus, cargado de maletas y una inmensa radio. Cuando te ibas, no habían pasado dos días y ya querías regresar.Así pasaste el tiempo que tenías con nosotros, viajando, porque no te hallabas en ninguna parte… Buscando el pa-raíso, que solo la muerte pudo ofrecerte.

Te recordaré siempre.

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Miro tus ojos moribundos y angustiados y sé que tu dolor es mucho y no comprendes, yo ruego latísimo que te alivie y calme tu dolor. Aprieto tu joven y pálida mano y acaricio tu rostro febril y congestionado, es la muerte que te acecha y tú rechazas en tu inconsciencia.Un tumor cerebral se hundió en una noche eterna. Te veo muy mal, tus ojos miran, pero están vacíos, sé que pronto morirás y me estremezco de impotencia. Solo soy tu enfer-mera y estoy aquí, esperando tu partida para cerrar tus ojos, me siento cansada y triste, comienza a amanecer y a mi lado tu agonía. No debo llorar, mi paciente muere y yo odio la muerte. Despierta moribundo, no te vayas así sin volver de tu agonía, quiero que sientas mi mano cálida apretando tu fría mano, quiero que alcances a conversar con Dios para que te espere.

Ana Contreras.

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soy paciEntE dE cáncEr dE mama Ana Maria Muñoz Osses

Soy Ana María, hoy tengo 71 años y hace dos años me con-vertí en paciente de cáncer de mamas. Así en una frase, como que el mundo se te da vuelta al revés, quizás no trau-mático, pero fuerte, ya había recibido diagnóstico de sorde-ra, sin operación, una presbicia que a la postre, me impedi-ría la audición, por lo tanto, había que seguir con la frente en alto, dando gracias por lo avanzado de la medicina, que tiene tratamiento aún en casos extremos como iniciales.Subía las escaleras de la casa de mis padres, ya fallecidos, en Villarrica y en el escalón número once de doce, perdí el equilibrio y al caer me pegué aparatosamente en el muslo derecho y en la mama del mismo lado. Después de sobarme un poco y ante la inflamación de mi muslo, no le di “en ese momento” importancia a mi mama. Después de unos días y como los hematomas ya tenían el color arcoíris, es decir, etapa de morado, fui al Cesfam 21 de Mayo, me enviaron a matrona, quien me derivó inmediatamente a hacerme una mamografía. ¡Horror!... El examen, que tanto tememos las mujeres. Mi hijo envió pasajes de Santiago y mi nuera me acompañó, terminado el examen el médico llama a mi nuera y le emite el diagnóstico de cáncer en mi mama, yo en las nubes, parecía que no era de mí de quien hablaban. Trámites rápidos entre los hermanos y de vuelta a Los Án-geles, donde vivo ahora, exámenes varios para operación a la brevedad.Nunca había tenido ni sabido de exámenes como biopsia, cintigrama, corazón, escáner de pulmón, etc, etc, además

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de sangre y otros que ya no me acuerdo. Todo listo y me en-cuentro en una sala, donde me colocan mariposas y agujas de todo tipo, a mí, una cobarde declarada, grito y pataleo, pero me dejo hacer… qué cobardía más rara. Cinco de la tarde y mis tres queridos y adorados hijos, conmigo al lado de la camilla, hasta donde pudieron estar cerca de la sala de operaciones. Ingreso al quirófano, me explican, me toman la mano y mi médico, el querido doctor Beltrán, dándo-me ánimo y levantándome el pulgar, un señor al que solo veo los ojos, me toma la mano, después supe que era el anestesista… y despierto en la sala de recuperación, con un cuarto de mama menos y dos tubos que la drenan. Quince días con curaciones día por medio, puntual ahí y solita, las matronas y las TENS un amor, vieron mis lágrimas y mi so-ledad y me tocaban el hombro, en mudo acompañamiento.Dos cicatrices en mi mama y el antebrazo dormido, ya no tenía el ganglio centinela ni seis ganglios más que me fueron extirpados, un mundo nuevo, palabras nuevas: deberá ir a radioterapia a Concepción, primero sesiones con kinesiólo-ga para recuperar la movilidad de mi brazo derecho… hago todo lo que me dicen, muchas veces con lágrimas, pero sigo adelante.Primera sesión en Concepción, Sanatario Alemán, segun-do subterráneo, bajo como en cámara lenta, qué será, con quién me encontraré, miles de interrogantes en mi men-te. Bajando ya, se me acercan unas personas, algunas damas con pañuelos en sus cabezas, producto de la quimioterapia, varones, mujeres, jóvenes y todos con una sonrisa, como si fuéramos a compartir un té. Soy todo ojos… me llaman, es mi turno, ingreso en un pasillo, una sala, me marcan con tinta de tatuajes, aún las tengo; y a mis cinco minutos de ra-

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dioterapia: “desvístase de la cintura hacia arriba… acuéstese aquí”, una máquina enorme giratoria. Cierro fuertemente mis ojos y me encomiendo a Dios, así, durante quince días, una vez a la semana atendida con el radiólogo-oncólogo para ver si se advertía mejora… iba todo okey… hasta el momento nada doloroso… me desesperaba subir al sépti-mo piso en ascensor, felizmente siempre había alguien que me acompañaba, pero en todo ese proceso de viajes a Con-cepción todos los días, sola, sí sola, absolutamente solita en todo eso. Mis hijos en Santiago y Los Ángeles, todos traba-jando, pero siempre he sido optimista y se puede, aunque se llore calladita en la soledad de tu habitación. Sin embargo, palpé en carne propia la solidaridad, amistad y alegría de quienes vivieron conmigo mi historia y yo la de ellos.Así han pasado dos años de ese Julio de 2017, en que me operaron de cáncer a mi mama derecha, un tumor encapsu-lado, los expertos saben qué es eso, y que afloró debido al golpe, en mi caída de la escalera. Exámenes cada mes, eco mamaria, mamografía, todo bien, después cada tres meses, ahora cada un año, me tocaría de nuevo en abril de 2020. Junto a ello un medicamento Tamoxifeno, una pastilla que deberé tomar durante diez años a mediodía, con comida en mi estómago, porque es fuerte; efectos secundarios, perio-dos de caída de cabello y quiebre de uñas, pero animosa, feliz de que los avances de la medicina, los amorosos cuida-dos de los involucrados en el hospital: médicos, especialis-tas, enfermeras, kinesiólogos, matronas, TENS, y muchos otros, hayan estado ahí conmigo y con cientos de pacientes de cáncer, ayudándolos a tener esperanza, etc.Y aquí estoy, contando a otros mi experiencia de este ene-migo silencioso, indoloro que entró en mi vida sin pedirme

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permiso, y que esa caída de escalera permitió que aflora-ra cuando aún era tiempo… quizás por mi edad no voy a terminar mi tamoxifeno para diez años, pero doy gracias a Dios por mis queridos hijos, nueras, nietos y nietas, her-manas, primas y amigos, que solo me sonríen, pero que hi-cieron sentir ser querida, sobre todo, mi Gonzalo, Pedrito y Jaime, por sentir su amor hacia mí, su “viejurris”, como cariñosamente me llaman.Gracias Dios, porque si no me hubiese caído de esa escale-ra… otra habría sido mi historia.

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la única naranja

No quedaban naranjas en el árbol, por lo que tomé un lápiz y empecé a dibujar, pero el árbol no respondía y mientras que mi lápiz lo intentaba, pensaba que lo mejor era despe-dirme y decidirme a talar. Todo se secaba a su ritmo y no había ningún fruto que se quisiera asomar. Un naranjo sin naranjas. ¿Qué sentido te-nía intentar?, pero ahí estaba mi árbol, cada día más desna-ranjado, cada día más seco y yo más triste. Solo quería que diera una naranja, con una sola bastaría.Un día, para mi gran sorpresa, apareció una naranja, y yo, con toda emoción le pregunté: ¿Qué estás haciendo aquí?, a lo que ella respondió: Solo soy una naranja, pero ¿qué soy yo para ti?- ¿Esperanza? -Le pregunté.- El problema es que lloras por tu árbol, pero en el fondo no crees en él.- Pero no ves que mi árbol está enfermo y no quiere crecer. No hay nada que lo sane, ¡no hay cura para él!- Él es su propia cura, ¿cómo no lo puedes entender?- Si él es su propia cura, ¿por qué no hay más naranjas y por qué no quiere crecer?- Yo no soy la última naranja que queda, solo soy la única que quieres ver.

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¡cosas buEnas pasan En otoño! Bernelys Salas Farías Médico Anestesiólogo

Caían las hojas; eran amarillas, café, ocre… mi cielo era gris cuando sentí la helada brisa en la cara; así recuerdo mi primer día de trabajo en Chile, sí, soy inmigrante, nunca había vivido el otoño. Al principio no entendí, ¿por qué de-bía estar en ese lugar?, el otoño estaba afuera y dentro de mí... Como médico anestesiólogo, el objetivo era otro, ha-bía estudiado para hacerlo mejor, para curar… para sumar; mis pacientes no debían sentir dolor, era poco lo que podía hablar con ellos. Pero ahora era diferente.Todo era nuevo, no sabía si podía hacerlo, pero ya lo estaba haciendo. Llego el viernes, recibimos la llamada de la hija de doña Juana, fuimos a visitarla. Una casa humilde, de ma-dera, allí estaba Juanita, con cáncer gástrico, tendida en una cama en el living, agonizaba… una mascarilla para oxígeno cubría parte de su cara; alrededor estaba su esposo, hija, nieto y más lejos un perrito. Recibió los cuidados de enfer-mería… ¿Qué más podía hacer yo? No lo sé, no recuerdo si hice algo. Al despedirme sí supe qué hacer: abracé a su hija, quien había estado en todo este proceso, siempre dis-puesta, atenta, amando a su madre. Durante el abrazo, mi boca no emitió sonido, pero con él dije todo… De regreso a la Unidad de Cuidados Paliativos y a Alivio del Dolor del CADVRR, nuevamente sonó el teléfono: “¡mi mamita mu-rió tranquila!, gracias por la visita domiciliaria”.A partir de ese momento todo se transformó, no importaba si afuera era invierno, en mi pensamiento y corazón había

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una eterna primavera/verano. Estaba en el lugar correcto; correcto para mí y para doña María, que con Síndrome Mielodisplásico, tenía sangrados frecuentes, cepillar sus dientes era un reto diario, llegando a anemias severas, decaimiento, sumergida en una profunda tristeza; además, su esposo había fallecido por cáncer hace un mes. Era de Huépil y estaba preocupada, porque quizás no llegaría a tiempo a la misa de su esposo. Sus valores estaban tan bajos que había que transfundir, como todas la semanas. A pesar de que ya tenía un tratamiento estableci-do… por qué no intentar una nueva evaluación… todos podíamos ganar. Y así fue, los hematólogos solicitaron un medicamento a través de compra especial, las transfusiones cada vez eran más distantes y su paso por el hospital, más corto. Durante meses logré ver su sonrisa y eso alegraba más mi día, ella cada vez más autovalente, capaz, segura, viva y feliz, ya podía hacer sus ricas tortillas de rescoldo… todo había mejorado; ¿por cuánto tiempo?, quién sabe… estar vivo es un regalo diario.Han pasado 2 años, tengo muy buenos recuerdos, otros no tanto. Vivencias inmejorables con mi equipo de trabajo, que se convirtió en una bonita familia. Hoy, llegan a mi pensa-miento cientos de historias y nombres de pacientes y fami-liares maravillosos, que estuvieron poco tiempo en mi ca-mino, de ellos aprendí el verdadero significado del cáncer: “El cáncer no es una sentencia de muerte. Es una sentencia de vida que te empuja a vivir” –Marcia Smith-; y no solo al paciente que tiene cáncer, sino que enciende el motor de los que están próximos a él. No sé cuándo retorne a Venezuela, no sé si regresaré a Ve-nezuela, pero agradezco a Dios por la migración, por esta

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experiencia, por mis pacientes, este tiempo ha sido lo me-jor de mi vida profesional, valoro más de dónde vengo y doy gracias por donde estoy.

P.S.: Hoy en día, otoño es mi estación favorita.

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cáncEr, una historia dE vida y EspEranza

Dafne Jaña S.

Mamá, vamos a Emergencias, es mucha tu fiebre (año 2012). Una vez en urgencias, la Dra. Dice: Sra. tengo que dejarla hospitalizada, porque sus pulmones están con mu-cho líquido.Nooo, no puedo, mi padre está muy enfermo, tengo que cuidarlo. Si no la hospitalizo ahora, en una semana puede morir…. Y así comenzó todo.Primero, averiguar por qué mis pulmones tenían líquido y llamando uno y otro doctor, hasta que llamaron al ginecó-logo y ahí estaba mi más grande y peor pesadilla. TUMOR OVÁRICO METASTÁSICO PULMONES, HÍGADO. ETC.Después de muchos exámenes, el Dr. Vera decide hablar conmigo y mi hermana y con nervios me dice que me mo-riré, pero igual quería intentar la operación. Bien doctor, opéreme, ¡QUÉ NO PIENSO MORIRME!El director y jefe de ginecología no daban su firma ya que moriría igual y sería pérdida de recursos. Mi hermana Lily peleó, peleó y peleó con ellos, hasta que por cansancio le firmaron la autorización y fui operada en octubre de 2012 por primera vez. Histerectomía total.Lamentablemente el Dr. que me operó dijo que las mem-branas también estaban infectadas y que aunque hiciéramos quimioterapia no habían muchas esperanzas. Bueno, salí del hospital el 30 de octubre y el 09 de noviembre, fallece mi adorado padre, mi amigo, mi todo, (muchísima pena).

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A la semana siguiente, caigo de emergencia nuevamente al hospital, donde me hacen un escáner y había más tumores.Comencé prontamente quimioterapia en Concepción, don-de con la gracia de Dios, dio completo resultado; imposible de creer, decía el Dr. Vera.Eso me tuvo bien hasta el 2015, que el índice de rutina del cáncer (Ca 125) había subido. Escaner y tres tumores más. Nuevamente operada y quimioterapia. Una vez más se iban los tumores, pero aparecían y me operaban y nuevamente quimioterapia (2016/ 2017).Siempre con mi fe, en que si ya me habían mandado a morir y Dios determinó otra cosa, seguiría así. Con toda la fuerza.En todos estos años de lucha, Dios mandó mi ángel de la guarda. Mi hermana Lily; quien buscaba horas y horas de información de esta enfermedad y su cura. Me llevaba a zumba, porque el ejercicio mantiene el cuerpo oxigenado; alimentos, que alcalinizaban mi cuerpo. Investigaba cada componente de las frutas, carnes, verduras, cada alimento. Estaba día y noche conmigo en el hospital. Horas intermi-nables. Jamás dejaba que decayera. (Mi ángel).

Después de la última operación el 2017, la quimioterapia no dio resultado con un tumor que no pudieron sacar por completo y el Dr. decidió probar otro químico y luego otro… y el 16 de septiembre del 2018, me sentí muy muy mal y mi hermana me lleva una vez más a emergencias. Y me dicen que firme la autorización de operación, porque en 2 horas moriría.Dios mío, operación extraña donde vi a mi papi una vez más conmigo en la sala de operaciones y a mi hijo, hermanas, sobrinos, todos en la sala de espera. Incluso vi a la doctora y

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al doctor que estaban operándome. Demoré muchísimo en despertar. Una vez en mi sala, me sentí muy débil y extraña. Mi familia turnándose para no dejarme sola ni un segundo, porque les dijeron que el tumor se necrosó y se reventó dentro de mí y era demasiada la infección y no podría resis-tir más de 3 días. Pasaron días tormentosos y llegué a casa, se supone a estar con mi familia para morir a su lado.Esta operación me dejó una fístula recto vaginal muy dolo-rosa, además de sangrado constante.Para sanar la fístula decidieron realizar una colostomía, en febrero de 2019. Otro gran paso, con muchos miedos.Nuevamente comencé quimioterapia, que tampoco dio re-sultado, hasta ahora a lo que probaremos otros químicos.También nuevamente mi hermana, buscando sanarme, se encontró con una publicación de la Dra. Marina Lorenz de Enríquez, quien sanó a varias mujeres de cáncer uterino con hierbas medicinales: llantén, matico y manzanilla. Lo hacemos cada semana.Debo reconocer que ha sido el año más duro de este proce-so, más bajos que altos. Mi ánimo y fe se han visto quebran-tados con los dolores y miedos. Seguiré en mi lucha, por los míos, hasta mi último suspiro...

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milagrito… Eduardo García Muñoz.

Cuando recibí la llamada no entendía muy bien que podía estar ocurriendo. Una embarazada cursando el segundo tri-mestre, con problemas digestivos no es algo extraño. Pero ella tenía algo que no encajaba en un cuadro digestivo fun-cional. Decidimos dejarla hospitalizada y observar su evolu-ción con tratamiento médico.Durante la tarde todo se fue complicando, más dolor y pro-gresión de su deterioro general. Teníamos que actuar y confirmar el diagnóstico, si debía-mos operar teníamos qué saber con certeza que ocurría. Un scanner de abdomen era imprescindible para tomar una decisión así, pero las dudas y miedos del potencial daño de la radiación al feto congeló a todo el mundo, nadie quería asumir esos riesgos potenciales y la orden del equipo no se ejecutó.Esa noche tuvo que ser evaluada por el equipo de urgencia, quienes decidieron intervenir y explorar en pabellón de ur-gencia.Recibí esa llamada desde quirófano, informándome el hallazgo sorpresa de un tumor obstructivo del colon (algo muy poco frecuente un personas jóvenes y menos aún du-rante un embarazo). La recomendación fue resolver solo la urgencia, exteriorizando un segmento de intestino para descomprimir y no tocar el tumor (debíamos realizar una cirugía oncológica diferida para conseguir las mejores con-diciones maternas posibles para tener una chance de resul-tados a futuro).

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La recuperación dentro de las primeras horas fue especta-cular, una mujer con una fortaleza increíble… su primera pregunta, al despertar de esa anestesia, fue sobre su hija en camino.Habíamos sorteado la primera etapa, pero ahora venía lo más importante: programar una estrategia oncológica que considerara la vida de la madre y su bebé.Todos nos volcamos a estudiar y revisar casos de expertos en todos los artículos científicos disponibles, que no eran muchos.Esa noche fui a conversar con Johana, una mujer valiente madre de tres hijos y con las cosas muy claras… “Doctor haga lo mejor que pueda por las dos”.La estrategia fue completar el estudio de diseminación me-diante un scanner (la literatura científica disponible descar-taba un riesgo significativo para el bebé), cirugía oncológica del tumor y según sus resultados definir qué pasos seguir. En mis años de experiencia nunca había pasado por una si-tuación así, pero sentí que tantos años de estudio y entrena-miento me daban la tranquilidad de asumir un desafío así.Una cirugía en este contexto nos pondría a prueba a todo el equipo, desde el anestesista hasta el equipo de asistencia técnica en pabellón.Comenzó muy temprano en la mañana, al verla dormida con su abdomen con un notorio embarazo nos causó una gran impresión a todos, quienes íbamos a participar en la cirugía.La primera parte en acceder a la cavidad peritoneal a través de la pared abdominal fue en silencio, solo el monitor de anestesia marcaba un ritmo cansino que inundaba todo.El útero ya ocupaba parte importante del abdomen y com-

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primía parte del colon, donde se encontraba el tumor.Para acceder a él y resecarlo desde su raíz, tuve que des-plazar el útero con el dorso de mi mano derecha… lo que sentí durante los minutos que duró esa maniobra en la ci-rugía debe ser una de las cosas más sobrecogedoras que he vivido… el bebé in útero empezó a moverse y dar peque-ños golpecitos en mi mano, haciéndome sentir su presen-cia en cada momento… sentía que estaba dándome ánimo, haciéndome notar que estaban las dos en mis manos (una sensación indescriptible, que me acompañará por siempre). Finalmente pudimos completar la disección de la manera más oncológica posible y Johana sale de pabellón a la unidad de cuidados intermedios. Esas horas en adelante serían cruciales por el riesgo de des-encadenar el trabajo de parto (con 22 semanas sería prácti-camente inviable). Fue una noche tensa para todos.Al llegar en la mañana me entero que Johana había teni-do signos sugerentes de pérdida de su embarazo (sangrado genital importante), pero afortunadamente la ecografía gi-necológica descartó el parto prematuro, visualizando a un feto vital y muy activo.Los días que siguieron de recuperación fueron más tranqui-los, Johana se recuperó muy rápido y todos los controles de la bebé iban bien, el alta llegó pronto y la ansiedad de esperar la biopsia definitiva nos invadió las siguientes tres semanas.Hubo ganglios comprometidos, se debía hacer tratamiento complementario con quimioterapia… pero y ¿el embara-zo... quimioterapia en el embarazo?El equipo se volcó a estudiar la mejor estrategia posible, considerando los riesgos y beneficios para ambas… algunas

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publicaciones con muy pocos casos evidenciaban cierta se-guridad para el bebé y buenos resultados oncológicos para la madre.El comité optó por la estrategia de quimioterapia durante el segundo trimestre del embarazo, pasadas las 32 semanas realizar maduración fetal e inducción del parto. Luego con-tinuar y completar el esquema de quimioterapia posterior al parto.El tratamiento se realizó sin inconvenientes. La quimio fue muy bien tolerada. El parto programado fue maravilloso, la pequeña nació sin ningún problema y la recuperación de Johana fue como siempre muy rápida.El programa oncológico se completó de acuerdo a lo pro-gramado. El seguimiento de Johana durante los siguientes meses fue satisfactorio, reintegrándose a su vida cotidiana. Pasado el segundo año se detectó compromiso hepático metastásico. Fue referida al equipo especializado de cirugía Hepato-Bi-liar de Concepción, donde fue intervenida resecando com-pletamente el segmento hepático invadido por tumor, evo-lucionando con su habitual recuperación satisfactoria.Desde que nuestros caminos se cruzaron han pasado más de tres años, Johana sigue viviendo una vida normal, mante-niendo sus controles y con una pequeña que crece hermosa y sana, día a día… Bautizada cariñosamente por el médico tratante de su madre como Milagrito…

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rEspiramos Ingrid Henríquez.

Junto con mi esposo Juan Pablo Martínez, somos un matri-monio feliz y tenemos 2 hijos maravillosos. Camila, de 10 años y Matías, de 2 años.Estábamos en nuestro cuarto mes de embarazo de Matías, cuando mi esposo en 2017 fue operado de un bocio en el cuello, eso fue lo que siempre se nos informó, fue a su con-trol post operatorio, solo porque yo me quedé en casa ya que me habían enviado reposo absoluto por mi embarazo y el médico en la consulta le dice que debe hacerse un tra-tamiento con yodo. Él dijo ¡ok!, pero no sé preguntó, por qué ni para qué, hasta que venía en camino y se orilló en la camioneta y vio el resultado de su biopsia, ahí decía clarito: cáncer de tiroides papilar y folicular. Se dirigió a casa y me dice: “mi amor, estoy mal, tengo cán-cer, no sé qué vamos a hacer”. Le vino todo encima: preo-cupaciones por los hijos, por las deudas que son muchas y entró en un estado de depresión y sufrimiento. Y ahí estaba yo, sanando su dolor y preocupación, me hice cargo de muchas cosas: organicé rifas, bingos y ventas de completos, entre otras cosas, donde vi muchas muestras de cariño y otras no, donde fuimos humillados y práctica-mente crucificados por estar pidiendo ayuda. Teniendo casa y vehículo. Pero en fin es ahí donde una tiene que estar siempre fuerte.Y en este proceso pudimos comprender que el amor y apo-yo es fundamental para sobrellevar esta enfermedad. Cada día me levanto diciéndole a mi esposo “estamos vivos, respi-

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ramos, eso es lo importante lo demás se verá en el camino”. Hoy, en la actualidad, ha sido operado nuevamente por una recaída en sus ganglios. Y ahí estamos, nuevamente más uni-dos que nunca y luchando día a día, con optimismo y disfru-tando cada gota de agua, cada brisa de aire. Y por sobre todo nuestro tiempo juntos. Se viene una nueva terapia de yodo, donde tendrá que estar aislado para ese proceso es muy difícil, se angustia le dan crisis de pánico y nos extraña mucho y es ahí, donde como familia le damos ánimo y tratamos de fortalecerlo para lo que vendrá. Les escribo a todas esas personas que acompañan a sus en-fermos y les agradezco, porque hay que tener amor en sus corazones para estar siempre bien y darles fuerzas cuando a veces nos duele todo el cuerpo, producto del stress y can-sancio. Mucha luz y amor para tod@s l@s cuidadores.

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triada Jacqueline Antonieta Lobos Urra

Compartiré tres historias, de la primera de las cuales no fui testigo en absoluto, de la segunda fui testigo parcial, y de la tercera… bueno… soy testigo de primera fila. Triada, primera parte.Corría el año 1979, yo tenía tres años y mi bisabuela mater-na fallecía de cáncer de estómago.Tengo pocos recuerdos de ella. Recuerdo su silueta frágil, delgada, no muy alta, siempre trabajando en las labores de casa.Siempre se rehusó a que alguien más que no fuera ella lava-ra, planchara y guardara la ropa de mi abuelo, su único hijo, el padre de mi madre. (Y no le importaba lavar a mano la enorme ropa que usaba este maravilloso hombre, tan alto y robusto).Nunca se quejó, nunca se quedó en cama, nunca evidenció malestar alguno, hasta que fue demasiado tarde.Cuando el médico la revisó, usando los métodos clínicos de la época, dijo que nada había qué hacer, excepto esperar el inexorable final.Mi madre, que en ese entonces ni soñaba con que sería pa-ramédica toda su vida, carecía de los conocimientos clínicos para ayudar a su querida abuelita a sobrellevar este, tanto físico como emocional, doloroso proceso. Y este hecho, la marcó muchísimo.¿Cómo lo supe?, porque ella misma me dijo, con los ojos vi-driosos por la emoción, “cómo me hubiese gustado en esos momentos haber sabido lo que ahora sé, para haber podido

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aliviar en algo su dolor”.Claro… el concepto de “Cuidados Paliativos” no era cono-cido en aquellos años pretéritos.Tríada, segunda parteCuesta dar un principio y desarrollo a esta segunda parte, pero trataré de hacerlo.Mi progenitor masculino, mi padre, con quien nunca he vi-vido ni compartido más que unos contados momentos, no todos agradables, siempre ha querido llamar la atención y siempre ha dicho que tiene cáncer: el primero que recuerdo es de una pierna. Si eso hubiera sido real, debería estar en el Libro de Re-cords Guinness, por la gran cantidad de años de sobrevida con un cáncer terminal, según su relato.El segundo, y último del cual supe, ya que pudo haber otros más, fue cáncer a la próstata.Creo que él olvidó, que tanto mi madre como yo, trabaja-mos en salud y no es tan fácil engañarnos.El pseudo cáncer no era otra cosa que hiperplasia de la prós-tata, debido a lo cual le extirparon un adenoma, benigno por cierto, el cual fue operado exitosamente y sin secuelas.Mi abuelo materno, mi papito Aníbal, aquel hombre alto y robusto que ya mencioné, pasó por lo mismo hace muchos años atrás, así que conozco de primera mano en qué consis-te una cirugía de próstata.Por qué menciono estos hechos. Es simple: la gente que no lo ha vivido, que no lo ha sufrido, no sabe ni remotamente, no tiene la más mínima idea de lo que significa para una persona y su entorno, lidiar con un potencial diagnóstico de muerte. Y no cualquier muerte, sino una dolorosa, lenta y devastadora, tanto en lo físico, emocional y muchas veces

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también material.Es lamentable que se juegue con algo tan serio solo para llamar la atención. Quiero creer que se trata de un caso puntual y aislado.Y quiero creerlo, porque quiero tener fe en que en este mundo hay más personas buenas y sinceras, que seres egoís-tas y manipuladores.Triada, tercera parteEsta parte, es con mucho, la más difícil de todas.La relación que tengo con mis padres es extraña.Soy fruto de un matrimonio divorciado, que prácticamente terminó antes de empezar.La separación se produjo a mis ocho meses de gestación. Es por ello que nunca viví con mi padre.A mis diez años de vida, mi madre se marchó, buscando su felicidad. A veces es difícil y también doloroso, darse cuenta que muchas veces un hijo no es suficiente para llenar la vida de un padre o, en este caso, la de una madre.Aquí cobra aún mayor relevancia mi papito Aníbal, que siempre estuvo ahí conmigo. Mi padre y mi madre conteni-dos en una sola maravillosa persona.Pasaron los años, y a mis veintes, ella regresó.No fue fácil.Las costumbres, la forma de ser, el carácter, entre otras co-sas, muchas veces hicieron la convivencia casi insoportable.Pero, mi mamita Eva, mi abuela, la esposa de mi papito Aní-bal, siempre me decía: “es mejor arriar que llevar la carga”. Y así fui, dándome cuenta que el rencor, la rabia y resenti-miento solo me dañaban a mí.Todo eso es como un veneno que uno mismo se bebe, espe-rando que quien resulte envenenado sea alguien más. Así de

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absurdo es el rencor.La vida transcurrió con tranquilidad, hasta que mi papito se fue. Se hizo invisible a mis ojos, pero jamás a mi corazón. Él me prometió que a dónde sea que yo vaya, el irá conmigo y sé que así ha sido y así será por siempre.Mi madre y yo hemos continuado solas desde ese entonces.Nos cuidamos y nos acompañamos mutuamente.Todo iba rutinaria y relativamente bien hasta que, producto de una mala reacción a un medicamento, le practicaron una serie de exámenes y estudios que arrojaron un resultado muy inquietante: lesiones quísticas en el páncreas, compa-tibles con neoplasia mucinosa papilar intraductal (NMPI).Esto, como es entendible, generó mucha preocupación que se vio incrementada por la absurda e incomprensible bu-rocracia de la cual tiene que encargarse el paciente: que el formulario no es el indicado, que el médico que pidió el examen no es “quien” para pedirlo, que faltan sopotocientos mil detalles que impiden acceder al examen.Como pacientes, confiamos en que la documentación que se nos entrega es la justa y precisa para continuar con nues-tra atención, pero luego nos enteramos o que de plano no sirve, o que faltan más documentos que el médico debió entregarnos.Y de todo eso debe hacerse cargo el paciente.Se entiende que hay protocolos y procedimientos que de-ben ser seguidos, observados y respetados. De lo contrario todo sería desorden y caos. Lo que no se entiende, es que al paciente no se le proporcione lo que es necesario para continuar con su atención y producto de esto se le cierren las puertas por un tema de burocracia.Y repito: de todo eso debe hacerse cargo el paciente. El

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paciente verá cómo consigue el resto del papeleo, tratando de ubicar a un médico que tal vez, por diversos motivos, no está trabajando en esos momentos.Pero, felizmente, gracias a muchos angelitos terrenales que siempre han estado cerca, pudimos sortear los escollos.Hasta este momento no sabemos si esos quistes son benig-nos o, Dios no lo quiera, malignos.Seguimos a la espera de un nuevo estudio que responderá esa interrogante.Si he de mostrar sin pudor ni reserva mi sentir, confieso que he llorado. He sentido esa opresión en el pecho y también he sentido insectos feos, dando vueltas en mi panza.Mi madre es la única familia que me queda. Por esas cosas de la vida, aun no me he conseguido una familia propia, que tal vez esté por ahí esperando por mí. Confieso que he sufrido y sufro por esa espada de Damo-cles, que cuelga sobre la cabeza de mi madre y que también amenaza con destruirme a mí.Solo queda tener fe en que todo saldrá bien, que ella se irá solo cuando corresponda y no antes. Que se irá en calma y sin dolor. Sin dejar pendientes y en paz con ella misma. Sin lamentarse por el pasado y disfrutando con todo el aquí y el ahora.Y termino este relato, que hago con el corazón en la mano, con una frase que le dije a mi madre, en el contexto de este diagnóstico y con la cual sin querer la hice llorar: “no pue-des abandonarme por segunda vez”.

Los Ángeles, septiembre 09 de 2019.

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El milagro Dr. Luis Correa Devia

Hay veces en que la medicina y la fe no se contraponen sino que se dan la mano como buenos amigos y miran juntos ha-cia el horizonte. El crear la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital de Los Ángeles, fue en respuesta al dolor de tantos pacientes que eran diagnosticados como terminales y quedaban desamparados, puesto que el rol que asume el médico es el de curar y frente a estos pacientes, se siente descorazonado, sin tener claro cómo actuar, es allí donde conceptos como la fe, la esperanza y la caridad cobran senti-do, disciplinas que no se enseñan en las aulas universitarias, sino que la vida misma asume el rol pedagógico de educar al ser humano que llevamos dentro. Recuerdo a don Pedro, el día que se presentó en mi consul-ta del hospital, rodeado de su familia, demacrado y con la ictericia, opacando sus ojos. Los informes de su operación y biopsia eran categóricos: cáncer de páncreas terminal, con una expectativa de vida no superior a seis meses. Nos sentamos a conversar sobre su vida, enterándome que era de Yumbel Estación, un pueblito cercano a Los Ángeles. Pequeño agricultor, vivía de una pensión exigua y de lo que su tierra le prodigaba. Me contó que llevaba años sintiéndo-se mal, pero se trataba con yerbas que le producían un alivio pasajero, sin embargo cuando por fin consultó, ya su piel y escleras eran de un maligno color verde amarillento, los exámenes a los que fue sometido, hicieron sospechar un tu-mor maligno y fue realizada una cirugía exploratoria de su abdomen, con las conclusiones que constaban en la hoja de

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interconsulta escrita por su cirujano, como certificando su sentencia de muerte; estaba agradecido de los médicos que habían intentado operarlo, pero sabía que no podían hacer nada más, cuando su cirujano habló con él y su familia, ya sabía que su destino estaba marcado. Mientras conversábamos, me llamó la atención su tranqui-lidad y serena sabiduría de un campesino que había luchado en su vida, curtido por el sufrimiento y las alegrías de un hombre de campo. No tenía grandes dolores, pero sí una desnutrición que avanzaba galopante por su cuerpo. Sonrió agradecido, al despedirse esa mañana con sus medicamen-tos y consejos, en especial la de la dieta de patas de pollo, que nuestra enfermera le indicó para recuperar fuerzas. Fueron pasando las semanas y los meses, acudía a sus con-troles regularmente sin perderse ninguno, su ánimo no de-caía, parecía a ojos vista haber engordado y su piel se fue aclarando. Quise repetir los exámenes de control y asom-brosamente pude constatar que se normalizaban cada vez más. Pedí revisar las biopsias tomadas en la operación, pero allí estaban amenazantes las células cancerosas que habían sellado su destino. Algo pasaba… pedí al equipo de Cuida-dos Paliativos del Hospital de Yumbel que lo visitaran y me confirmaron que cumplía con su tratamiento religiosamen-te y que contaba con un sólido apoyo familiar.

Por esa época, asistimos a un Congreso de Cuidados Pa-liativos nacional, e intercambiamos impresiones con otros equipos del país. Todos tenían algún caso similar y cuando lo planteamos en la mesa redonda al experto español que nos visitaba, este nos explicó que siempre existen casos de remisión espontánea de algunos cánceres, sin explicación

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médica alguna, por lo que algunos hablaban directamente de milagros.En los siguientes controles, don Pedro mostraba cada vez más una recuperación admirable, requiriendo menos medi-camentos y alimentándose en forma casi normal. Pasaron los fatídicos seis meses en forma inadvertida, cuando se lo comenté solo sonrió y me dijo que los plazos de los hom-bres son solo cifras, pero que la fecha de su muerte solo la sabía Dios.Finalmente, le di de alta al año de su ingreso completamen-te recuperado, sin indicios de su enfermedad, con indica-ciones de control en su hospital.Un par de años después pasé en auto rumbo a Concepción, por el camino interior de Yumbel Estación y lo vi caminan-do lentamente, apoyado en su bastón de madera en medio de la alameda que lleva al pueblo. Paré a saludarlo y emo-cionado le pregunté por su salud, él me sonrió agradecido y mirándome me dijo que había sanado, porque Dios así lo había querido, en su forma sencilla de ver la vida me ex-plicó que para él fue más fácil, porque al tener el santo tan cerca pudo escuchar su ruego para mostrar a todos que los milagros sí existen.

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Esa palabra Anónimo

Mamá dijo que la abuelita nos iba dejar, tenía cáncer.A mi corta edad, no lograba entender nada. Por qué esa palabra causaba tanta tristeza, tanto dolor; por qué hacía que las personas se desesperaran, se angustiaran y sintieran tanto miedo y buscaran con tanta desesperación respuestas a esas preguntas: ¿por qué a nosotros?, ¿por qué a ella?, ¿qué vamos hacer? ¡No entendía nada!Los días empezaron a transcurrir y esa palabra se fue trans-formando en algo diferente, ya no buscaban respuestas, el miedo, el dolor, la tristeza se habían convertido en entrega, en compañía, en abrazos, en besos; ahora esa palabra sonaba diferente, había amor al pronunciarla. ¡No entendía nada! Esa palabra seguía sorprendiéndome, las personas que es-taban a mi alrededor ya no eran las mismas, estaban como transparentes, sin corazas, sus ojos tenían un brillo que daba tranquilidad, ¡parecía que todo iba estar bien!Pero una tarde, esa palabra, sin dar ninguna explicación… me arrebató a mi abuelita…. ¡tenía cáncer, decían los gran-des! El tiempo ha pasado y todavía no logro entender esa pala-bra, ¡causa tanto dolor!, pero al mismo tiempo es capaz de sembrar y heredar tanto amor.

¡Abuelita nos dejó el día de San Valentín!

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cronología dE un cambio dE vida Nancy Magdalena Suárez Saldía

Regresaba de un viaje a Lima, era el retorno de mis vaca-ciones de verano. Había ido a reencontrarme con una chica que había conocido en París. Me dirigí al consultorio para agendar hora con la matrona, quien me derivó a realizar el examen de mamas, también llamada mamografía. Recuer-do el día en el que fui citada para ese examen, que para mí no tenía complejidad. Había escuchado de otras mujeres que la mamografía era muy dolorosa. La tecnóloga dijo en esa ocasión que había algo anormal en la mama derecha y que debía tomar por segunda vez el examen. Nada hacía presagiar que posteriormente empezaría la ruta del cáncer: cáncer de mama derecha. Impensado, mientras recorría las calles de Lima, junto a mi amiga y su hija.Marzo, abril, mayo y junio enfrentada a un cambio de ruti-na ingresaba al mundo hospitalario. De principio un mundo desconocido. UPM, GES, radiología, oncología, kinesiolo-gía, recaudación, farmacia. Ahí estaba, tímida al principio, y la verdad es que no lo soy tanto. Aprendí que UPM es la sigla de Unidad de patología mamaria, GES garantías explícitas de salud. Me empecé a relacionar con las chicas de la unidad, que vestían de diferentes colores, color rojo de las matronas, celeste de las técnicas, lila de las nutricionistas; verde de las personas que se llaman orientadores. También aparecieron nombres de personas en esta ruta de la enfermedad: Loreto y Daniela, matronas de UPM; Alicia, la kinesióloga, el doc-tor cirujano, de su nombre no me acuerdo, solo de su apelli-do, Sandoval, y el doctor Boris Duque, radiólogo.

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Mes de Julio, 7. Ahí estaba en la sala, preparada para ser intervenida, mi primera vez en una sala de hospital. La sala del dolor. El dolor que había en mi ser y el dolor que tenían mis compañeras de sala.Me llevaron a la sala de operación; minutos más tarde des-pertaba con el ruido de las máquinas, el dato del tiempo en que estuve ahí, no lo tengo. De regreso a la sala con un nuevo cambio físico. Había sido operada de una enfermedad que nunca hubiese imaginado tener CANCER MAMARIO.Venía otro proceso, el de la recuperación. Lo realizado fue una mastectomía parcial con eliminación de pezón. Un nue-vo aprendizaje. Había dos opciones: una mastectomía total y otra parcial. La mía fue parcial. No estaba en mi lenguaje esta palabra. El dolor te enseña.Hubo un cambio de vida para mí; de la sala de clase, pasé a recorrer los pasillos hospitalarios. De la convivencia con estudiantes y colegas a la convivencia con personas con la carga de una enfermedad.La recuperación después de la operación es física y emocio-nal. La física evolucionó bien y la emocional con apoyo de mi compañero de vida, mis padres, hermanas, hermanos, sobrinas, sobrino nieto, amigos y colegas cercanos la logré sobrellevar. No estuve ni estoy sola en esta ruta. Importan-te contar con una red de apoyo. Hay momentos en que tu sensibilidad es extrema.Pasaban los días, ya no me sentía tan ajena a la ruta que de-bía hacer en el hospital. Las buenas atenciones de las chicas de la unidad hacían más llevadera la vida. Se aprendieron mi nombre. Un detalle importante. Trato personalizado. ¡Y son tantas las pacientes! Me pasa en mi trabajo, si me aprendo el nombre de un alumno quiere decir que es único

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dentro del universo de estudiantes de una sala de clases. Todas las personas que pasaron a formar parte de tu cambio de vida, han aportado con un granito de arena para que la enfermedad la puedas sobrellevar.Mes de septiembre fue el inicio de la terapia con la señorita Alicia, la kinesióloga. Otra unidad en la que pasé a ser pa-ciente frecuente. Más personas llegaban a mi vida ella y las señoritas que están en esa unidad, en recepción. No me que-daba más que asumir lo que debía: la terapia de recuperación en ese gimnasio. Hubo días que fueron difíciles, porque es doloroso cargar con este diagnóstico de cáncer. La kine, con su carisma, hizo grato ese paso por esa unidad. Fueron varias terapias del postoperatorio. Cada sesión fue vivida en forma diferente. La enfermedad te hace más sensible.Mes de diciembre a enfrentarse con otro tratamiento para dar la lucha a la enfermedad. Fui enviada a las sesiones de radioterapia en Concepción. Para mí fue una especie de re-ality; la casa hogar. Llegué a ese lugar también con aroma a dolor. 19 sesiones fueron las asignadas para mí. No fuí “eliminada” por convivencia. Procuré ser bien portada para hacer grata la estadía. No, me declaro bien portada. Hubo desayunos, almuerzos y onces en la grata compañía de mis compañeros. Nuestro día comenzaba temprano. Posterior al desayuno teníamos que partir rumbo a la sesión diaria de radioterapia. Un trayecto para mí conocido, ya que Concep-ción es mi ciudad natal. Para mis compañeros, don Solercio, señora Carmen y Angie una ciudad desconocida. Al hogar que te cobija llegan muchas personas desde localidades le-janas. Me convertí durante unos días en la guía de turismo de mis compañeros del hogar. Me gustó mi “pega”. Sentí que fui un aporte. Teníamos que distraernos y que grato fue

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contemplar el lindo paisaje de mi ex universidad.Nuevas personas en esta estadía de sanación: señora Flor, señora María, señora Marta, Angie, don Solercio, sra. Ani-ta, Valentina. Nuestra convivencia fue grata. Por momentos pudimos olvidar que estábamos allí por una terapia de cán-cer. Se terminaba el año 2018. La primera semana de enero me despedía de las chicas de la casa hogar. Quedaron allá los que debían seguir en tratamiento. Mis 19 sesiones habían finalizado. Regresaba a casa. Se sumaron amistades en este paso por el hogar de la CONAC. Angie, de Coihueco; Flor, de Los Angeles. Enero, febrero, mis meses de vacaciones. En febrero se cumplía un año de mi visita a Lima. Ahora, con otra historia de vida.Marzo 2019, regreso a la rutina de trabajo. Los meses pasa-ron y había que retomar lo que había quedado en pausa. El reencuentro con mis estudiantes y colegas. Debo confesar que el regreso fue muy grato, retomé mis actividades con entusiasmo. Los meses anteriores se habían convertido en una experiencia de vida.Sigo caminando por los pasillos del hospital, ahora ya me resulta más amigable. Un año y meses desde la primera vez que tuve que llegar al hospital. No debo olvidar retirar mi medicamento mensual para el cáncer. Me sería cómodo que me dieran este medicamento por dos meses. Así disminuiría un poco la carga emocional de la ida al hospital. Procuro practicar el don de la paciencia, cada vez que acudo a buscar el medicamento que deberá acompañarme por 10 años. Hay otras enfermedades que también requieren de atención.Mi experiencia de vida quisiera compartirla con todas aque-llas mujeres que serán diagnosticadas con esta enfermedad en los años venideros.

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juliana

Hola, soy Juliana, tengo 14 años y vivo en Santa Bárbara y ahora tengo cáncer. ¿Pero saben cómo empezó esto? No, verdad? Entonces se los contaré.Bueno, como ya dije, vivo en Santa Barbara, siempre he sido de ahí y me encanta, aunque nací en Los Ángeles, en la Clí-nica Los Andes. Mi mamá era de Concepción y mi papá de Santa Bárbara, aquí fue donde se conocieron, tengo un her-mano. Bueno, la verdad una pesadilla, pero igual lo quiero, ya, pero vamos a lo que nos incumbe. Desde hace ya dos años que me detectaron cáncer al estó-mago grado cuatro, pero ya no me sorprende, porque el cáncer se llevó a mi tata y a la mayoría de mi familia y ahora me voy a morir yo. Sé que mis papás sufren, porque dicen que no he vivido todo lo que tendría que vivir y todo eso, odio que lloren, siento que es culpa mía y al salir, “siempre” me miran con cara de pena, todos, y es lo peor, antes yo creía que ir al colegio era lo peor, pero en serio, que te miren con pena es mucho peor. Ya llevo muchas quimios y ya no tengo pelo y créanme, me puedo esconder detrás de un árbol, pues estoy muy flaca, ya no puedo comer nada, pero nada. Me atiende el doctor Moraga y me cae mal, porque no me deja comer. Hace una semana que estoy en la clínica, me duele mucho mi guatita y creo que aquí voy a morir, mi tumor ya está muy esparcido y no pueden hacer nada. Mañana ya es Navidad. y ya tengo a mis padres aquí sufrien-do por cada operación que me hacen, ahora no puedo ha-

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blar dicen que es para que no me llene de “aire”, estoy vien-do Jessie, una serie de Disney, que la verdad es muy buena.¡Qué genial, hoy ya es navidad!, pero para mí, es un día más aquí, porque no me puedo parar, ya que estoy conectada aun con suero, no puedo comer y mis padres no tienen re-galos. El doctor dijo que hay una posibilidad de que me recupere y que pueda vivir un poco más y que con bastantes restriccio-nes para comer, pero ¿y a qué?, he pensado en poder viajar por Nueva York o por Malibú; quizás ir de vacaciones con mi familia a nuevas playas. ¡Estamos muy felices! Mañana en la mañana me dan el alta y podré volver a mi casa. 2 semanas después…Ya llevo dos semanas en mi casa, ¡he estado con mi perri-ta!, y he dormido bien. ¿Qué creen? Me creció un poco el cabello y no solo he estado acostada, sino que también he usado ropa, llevo dos días yendo a clases y estoy muy feliz por eso, ya ni siquiera tomo tantos medicamentos, yo creo que eso de que me iba a morir se retrasó un tiempo. Mis padres compraron un viaje para a Hawai, nos vamos en un mes y estaremos dos semanas allá y ayer se me declaró el chico que me gusta. En serio, mi nueva oportunidad de vida lleva un muy buen rumbo. Esta semana me voy de viaje, estoy tan feliz, he tenido un par de dolores, yo creo que no son importantes, porque ya me recuperé.No es un buen día, al parecer los pequeños dolores que sen-tía, sí importan.

(Este diario fue encontrado por los padres de Juliana el 16 de octubre del año 2019, en la clinica donde lamentablemente falleció).

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mis trEs historias dE cáncErStephanie Muñoz Gacitúa

Qué difícil es escribir sobre el cáncer, ya que es una palabra que te mata desde el momento en que la escuchas. Y mata tanto a tu familia como a tus seres queridos. El cáncer mar-ca tu vida de una forma tan grande, que nadie se repone realmente, aunque seas uno de los que sobrevive a la lucha siempre quedará en tu mente su fantasma.Soy una sobreviviente. No tengo cáncer, por el momento, pero he perdido a muchos familiares por este motivo y sé que por mi cuerpo corre esta maldita enfermedad, esperan-do ese impulso que le dará vida y le permitirá quedarse con la mía. Soy como una bomba de tiempo, por eso les digo que soy una sobreviviente.Es tan difícil escribir sobre esto, han pasado 15 años y me duele como si hubiese sido ayer. Mi tío, uno de los mejores hombres que conozco, con luces y sombras como todo ser humano, ¿quién no?, pero maravilloso. Llenó mí vida de en-señanzas, las que me siguen hasta el día de hoy. Creo que el dolor más grande fue perderlo sin poder decirle cuánto lo amé y que fue un padre, un amigo y un guía. Incluso al escribir estas líneas mis ojos se llenan de lágrimas y algunas corren por mis mejillas, porque es imposible ha-blar de él sin emocionarme al recordar su hermosa sonrisa o lo divertido que era. Ese amor por los demás lo convirtió en bombero de la 1° Compañía, porque tenía un gran amor por la vida, pero sobre todo por vivirla a su manera, así es que puedo decir que vivió y murió como él decidió y son pocas las personas que pueden decir eso.

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Recuerdo el día que, estando en el baño, salió muy pálido y con un mechón de cabello en su mano. Lo estira hacia mi mamá y le dice: “Nana, se me está cayendo”, después de eso salió sin decirle nada a nadie y cuando regreso estaba pela-dito, había ido a la peluquería para que lo raparan porque él no iba a pasar por ese proceso de ver como su pelo caía sin poder hacer nada al respecto. Se dice mucho sobre el olvido, pero lo que más me marcó fue saber que lo primero que uno olvida de una persona es la voz, yo aún puedo recordar el sonido de su voz. ¿Qué significa eso, que no estoy preparada para olvidarlo?... ¿Lo haré algún día?El cáncer de pulmón fue el que le quitó la vida, debo decir que luchó por 3 años. La primera vez que le diagnosticaron el cáncer, él dijo: “Esto no me va a matar” y así fue. Luego de la quimioterapia estuvo 6 meses en remisión, porque el cáncer se había ido, estaba sano, bueno eso fue lo que el on-cólogo le dijo, incluso le comentó que parecía un milagro. Después de 6 meses el cáncer volvió y él dijo: “pude una vez, podré otra”. Y así fue, lamentablemente, pasó lo mismo que la vez anterior y cuando le volvió por tercera vez dijo: “ya no puedo más”. Pasó por quimioterapia una tercera vez, pero su cuerpo y su mente estaban tan débiles, que sim-plemente permitió que el cáncer ganara la batalla. Llegó su final el 24 de noviembre del 2003, un día antes de mi cumpleaños y para mí este fue su último gesto para lograr que jamás me olvidara de él, pero no fue el primero, ya que el día que le diagnosticaron el cáncer fue mi licenciatura de octavo básico. La vida se empecinó en que no me olvidara de él.Mi abuela materna murió demasiado joven, de un cáncer

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“al interior”, así fue como me lo explicó mi mamá, cuando le pregunté porque no conocía a mi abuela, dónde estaba y esas típicas preguntas que hace una pequeña cuando no en-tiende algo. En mi mente siempre tuve la duda de cuál era ese cáncer, ya que en el interior hay muchos lugares donde uno puede tener cáncer, unos años después supe a qué se refería: cáncer de útero, esa fue la sentencia de muerte para esta mujer que se fue de este mundo sin saber que padecía este mal, ya que no fue diagnosticada y simplemente la luz de sus ojos se escapó. Jamás la conocí, de hecho, solo he visto una foto de ella donde sale con mi madre el día de su licenciatura. Ella murió 7 años antes de que yo naciera, por tal motivo no puedo hablar mucho sobre ella, bueno en realidad podría, pero solo sería la imagen y los recuerdos de otras personas que tuvieron la dicha de conocerla y consi-dero que eso no es justo, ya que uno debe hablar de lo que conoce, entiende y siente.Se fue de este mundo, dejando a 9 hijos vivos, pero tuvo 11, dos murieron a los pocos meses de nacidos, eso sin duda debió ser un gran dolor para ella, pero eran otros tiempos y la gente lo expresaba de maneras distintas. El menor de sus hijos falleció también de cáncer y es el protagonista de las líneas pasadas.La de mi abuela paterna es la mejor historia de cáncer que puedo contar, ya que sobrevivió a la lucha y lo mejor de todo es que este maldito jamás volvió. Murió hace unos años, debido a enfermedades causadas por la vejez.Mi abuela, toda su vida, fue una mujer luchadora, sacó sola a sus 3 hijos adelante, sin la ayuda de nadie, ya que que-dó viuda siendo muy joven. Por tal motivo debió salir de su casa y buscar trabajo y lo encontró en la feria. Tenía su

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puesto, debía levantarse en la madrugada para ir a comprar sus productos a la Vega Monumental, para luego ir a armar su puesto en los lugares designados día a día. Sin duda pasó frío, se resfrió, pero igual debía ir, porque si ella no trabaja-ba sus hijos no comían. Pasaron los años, los hijos crecieron y se fueron de la casa, pero ella siguió trabajando, porque debía mantenerse y lamentablemente era la única vida que conocía.Ella sufrió de cáncer al estómago y luego de una dolorosa quimioterapia y una operación donde le quitaron parte del mismo, logró salir de esta enfermedad. Se le dio una segunda oportunidad, le dieron vida, años, esto le permitió ver a sus nietos titulados, casados, con la vida más o menos resuelta, conocer a sus bisnietos y sin duda fueron estos una de las alegrías más grandes que pudo vivir. De hecho, antes de que el Alzheimer le quitara sus recuerdos, ella dijo que lo mejor que le pasó en la vida fue tener la oportunidad de conocer a nuestros hijos.Mientas escribía estos relatos me fue imposible no pensar de manera distinta sobre el cáncer. No ha cambiado mi mentalidad, sigo odiando el solo hecho de escuchar esa pa-labra, pero si uno analiza esos casos donde tenemos un final feliz te das cuenta que luego de la gran lucha que el enfer-mo de cáncer debe dar, y créanme es una gran lucha, lo vi en dos casos uno donde salió todo mal y el otro que te llena de esperanza, en que es una lucha que se puede dar, la re-compensa es tener una nueva vida, la denominada segunda oportunidad, pero qué significa eso realmente, ya que no va a cambiar nada en tu vida, probablemente seguirás viviendo en la misma casa, tendrás los mismos problemas, a lo mejor todo seguirá como antes, pero el que cambió fue el sobre-

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viviente. Cambió la mente, la percepción de la vida y ese cambio es real y solo se consigue cuando la vida se encarga de entregarte lecciones como esta.El cáncer te da y te quita y lamentablemente no depende de uno el resultado final, pero si está en tus manos escoger qué harás con tu nueva vida ya que para ti el cielo es el límite. Si pudiste con el cáncer, puedes con lo que la vida te ponga adelante.

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El cáncEr mE afErró a diosSusana Sáez

Paciente AUGE

Mi nombre es Susana Sáez, tengo 44 años, soy madre de 3 hijos, estoy casada, vivo en un sector rural de la ciudad de Los Ángeles y nunca le tuve miedo al cáncer.Todo comenzó en el año 2014. Tenía síntomas extraños, los cuales comenzaron con molestias abdominales y un dolor de recto, acompañado de una muy mala digestión. A veces intentaba remediar estos males con alguna agüita de hierba o tomaba chía con limón, lo cual me ayudaba un poco, pero no me daba buenos resultados. Hoy puedo decir que esa forma era como mi cuerpo estaba reaccionando al cáncer. En aquel momento, Dios me había bendecido con un buen trabajo, el cual yo amaba, por lo que me entregué comple-tamente a él, por lo que no tomaba en cuenta mi salud que cada vez se iba deteriorando más y más. No quería ser un problema en mi lugar de trabajo, por lo que no le prestaba importancia a los dolores y comencé a auto medicarme. Sin embargo, hubo un momento en el que ya no pude más.Así pasaron los años, la enfermedad siguió avanzando y los dolores eran aún más insoportables. El punto crítico suce-dió en febrero del año 2017, cuando bajé más de 20 kilos, porque mi estómago no aceptaba ningún tipo de alimento, ni siquiera un vaso con agua, ya no podía comer.En mi trabajo tenía turnos de lunes a viernes, los sábados aprovechaba de pasar tiempo con mi hijo menor e intentá-bamos salir y hacer actividades, como una forma de recrea-ción. El 17 de junio del 2017 no fue la excepción, a pesar de

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mis malestares decidí salir con él, pero al avanzar el día, no aguanté más; mi cara era como la de un esqueleto, mi piel comenzó a cambiar de color y los dolores eran demasiado intensos. Por esto, le pedí a mi hijo que me acompañara al hospital. En el recinto me examinaron, me hicieron exámenes de ru-tina, me inyectaron medicamentos a la vena, hasta que me derivaron a cirugía. El doctor me pidió que me recostara en la camilla y comencé a explicarle mis síntomas, entonces comenzó a examinarme el estómago y me explicó que ha-bía algo raro. En ese momento me dijo que debía hacerme un scanner con contraste. Cuando las imágenes llegaron, me llamó al box y me explicó que había una gran masa en el colon, asegurando que era maligno y que comprometía toda la zona del recto. Entonces me dijo: “Susana, la cosa está complicada. Si no te internas inmediatamente, más de 3 meses de vida no te quedan”.Entonces, le pedí a mi hijo que llamara a su padre para que nos fuera a buscar, ya que no quedaban buses a esa hora para irnos a casa. Para contextualizar, diré que la relación matri-monial estaba muy deteriorada, incluso pensaba en que yo quería irme de su lado y separarme. Todo esto sucedió por-que me aferré demasiado al trabajo y descuidé a mi familia.El doctor solicitó hablar con mi esposo y le dio mi diagnós-tico: “Cáncer de colon rectal”, le explicó que si no me in-ternaba, no me quedaba mucho tiempo de vida. Al escuchar eso, mi esposo reaccionó muy mal y yo le dije: “Tranquilo, Dios es grande. Yo tengo un Dios muy grande y poderoso, yo sé que él va a hacer algo conmigo”.En ese momento, pensé en mis hijos y le pedí al doctor que dejara que me internara el lunes para poder explicarle la

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situación a mis hijos. El especialista me hizo entender que era arriesgado y que lo comprometía, pero finalmente ce-dió, con la condición de que el día lunes debía internarme a primera hora, sin falta. Al salir del hospital, le conté a mi hijo menor y luego a mi empleador. Ellos no podían creer lo que estaba sucediendo. Hice una reunión con mis hijos y les expliqué lo que esta-ba pasando, ahí fue cuando Dios me fortaleció y los pude consolar. Pude explicarles que su mamita no se iba a morir, que Dios me daría vida, que tuvieran fe, porque tenemos un Dios poderoso que todo lo puede. Estaba contenta, yo tenía claro que no moriría, que en esta pelea estaba acompañada por Dios que es victorioso y serían como las vacaciones que de hace tiempo no tenía.El día lunes me interné y me tuvieron en el pasillo, ya que el hospital estaba lleno. Esta situación fue muy incómoda, ya que no tenía privacidad y debía usar los baños públicos. Me hicieron transfusiones de sangre varias veces, pues tenía anemia. Al desocuparse una cama, me subieron a una sala y el día 22 de junio, el proctólogo me hizo una colostomía. Aquel fue un equipo maravilloso, no cabe duda que Dios puso sus manos sobre ellos. Allí fue cuando mi calidad de vida comenzó a cambiar. Estuve hospitalizada 42 días más, donde el equipo que me trató fue excelente, creo que Dios me hizo querida por todos y aún estoy agradecida. Me dieron el alta y me derivaron al oncólogo, quien me dijo: “Está complicada la cosa, tienes metástasis”. Luego de exámenes y resonancias me volvió a decir:“El cáncer está en el colon y en el recto. Tiene metástasis en el peritoneo, el hígado y los pulmones. Tu diagnóstico es cáncer en etapa 4. No creo que podamos hacer mucho. Con

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quimioterapias pueden ser 6 meses de vida”.Yo le dije: “No importa doctor, démosle con todo. La última palabra la tiene Dios”. Me dijo que existe un medicamento que se llama Avastin, es un remedio nuevo y ataca solamente las células cancerí-genas, pero es caro. Pude costearme solo una dosis, a través de rifas y distintos eventos. Luego comenzó el proceso de quimioterapias, el cual fue muy duro. En octubre una hermana llamada Maryory, que trabaja en las Hermanas Verde Esperanza, nos invitó a mi esposo y a mí a asistir a una vigilia de adoración, en Nacimiento. Ella me dijo que en ese lugar se hacían milagros. Mi situación era crítica, me estaba muriendo. Mi cuerpo estaba demasiado delgado, sangraba por el recto, boca y nariz, me sentía muy débil, por lo que tuve que irme tumbada en la parte de atrás del auto. Para la gloria de Dios, comenzó una obra maravi-llosa en mi vida y me dijo a través de su Espíritu Santo que él iba a empezar a sorprender a la ciencia médica y los exá-menes comenzarían a mejorar. Así fue y hasta el momento todo ha salido bien, hoy en día cuento con el apoyo de mi esposo, tanto de su familia como la mía. Mi esposo fue una pieza clave en todo esto.De toda esta situación, el cáncer me acarreó algo maravi-lloso. Principalmente, porque sacó lo mejor de mí, siento que pasé de ser una persona muerta a tener un alma viva, que renací en un nuevo ser. Me convertí en alguien humilde de corazón y sin rencores, creo que fue muy necesario todo esto. Ahora está todo bien en mi familia, mis hijos están con-gregando a Dios y jamás callaré lo que Dios hizo en mi vida.Recuerdo cuando estuve hospitalizada, que mi esposo le rogaba a Dios que me diera otra oportunidad de vida. Él

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quería demostrar que me amaba y le pedía que me deja-ra con vida, porque no sabía qué iba a hacer sin mí, no se sentía capaz de sostener a sus hijos y le suplicó tanto a Dios que Él escuchó sus plegarias. Mis hijos prometieron cosas y Dios les dio su oportunidad. Él nos unió como matrimo-nio, como una familia maravillosa, disfrutamos de la vida y no nos proyectamos, porque cada día tiene su propio afán. A mis 44 años puedo decir que Dios venció y le ganó al cáncer. Me encuentro hospitalizada en una etapa final, me operaron el 23 de octubre del 2019 y la operación fue un éxito. El equipo médico me sorprendió maravillosamente, y estoy escribiendo este relato para decirle a los demás que no le teman al cáncer, es una lucha, pero también es una victoria que se gana de rodillas con la fe y la convicción de lo que no se ve y la certeza de lo que se espera. Todos sabemos que existe un Dios, que nadie ha visto, pero que todos lo sentimos en nuestros corazones. Es a Él a quien le encomendamos nuestros corazones porque si Él vive, vi-vimos todos. Realmente espero que este testimonio de vida les sirva mucho y cuando estén pasando por este proceso, por lo difícil que sea, aunque los diagnósticos sean los más desalentadores, siempre se debe confiar en Cristo, porque Él es el soberano y el dueño de nuestras vidas.

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mi historia con El cáncEr dE mamasM.Viviana Avaria Romero,

sobreviviente de cáncer de mama.Octubre de 2019.

Soy Viviana Avaria Romero, actualmente tengo 56 años, vivo en Viña del Mar. Siempre he sido una mujer ordenada con mi vida, me realizaba mis exámenes médicos anualmente, pero todo comenzó cuando tuve el deseo de realizarme una mastopexia (levantamiento de mama).En febrero del 2009 me hice mi mamografía anual, los re-sultados salieron bien y en noviembre de ese mismo año fui al cirujano plástico para hacerme el levantamiento. El ciru-jano pide nuevos exámenes de mamografía, en los cuales me encuentran una masa tumoral, luego me hicieron una biopsia, los resultados estuvieron el 26 de diciembre: Dig, Ca de mama derecha en etapa 3. A los 46 años de edad, cuando estaba cursando el segundo año de kinesiología.En enero del 2010 me operaron, una mastectomía parcial de mama derecha. El médico oncólogo me dice que mi cán-cer es de mal pronóstico, que seré sometida a quimioterapia y a radiación. Me implantaron el catéter, luego comencé con las quimioterapias, fueron una cada 21 días, durante 8 meses. Las quimioterapias no eran para nada amigables, eran devastadoras, nauseas, vómitos, mucositis bajas de de-fensas y mucho dolor físico; el cabello se me cayó en la pri-mera quimioterapia, estaba en la ducha, cuando vi pelo en mis hombros, me salí de la ducha y me miré en el espejo, vi mi cabeza con muchos pelones. ¡Uf!, impactante imagen, así que fui a una peluquería y le pedí a la chica que me rapa-

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ra, mi imagen cambió y me acepté, luego perdí los bellos, perdí mis cejas, estaba literalmente nenuca.Los malestares de la quimioterapia duraban 6 dolorosos días. Era una batalla de dolor sin piedad a mi cuerpo, co-mencé a engordar por los corticoides. Estaba sola, sin apoyo emocional sin contención, eran días devastadores.Decidí continuar con mis estudios universitarios para man-tener mi cerebro ocupado tener una meta que alcanzar un propósito de vida, disminuí la carga académica, fue difícil, porque las quimios me dejaban muy agotada física y men-talmenteTerminé el primer ciclo de 8 quimioterapias, estaba feliz, me estaba preparando para descansar de todo este proceso y nuevamente un golpe a mi vida: descubro a mi esposo en una nueva infidelidad. No tenía fuerzas para pelear esta ba-talla. Antes del diagnóstico, la relación no iba bien debido a las infidelidades y al maltrato físico y falta de comunicación por ausencias por trabajo.Me armé de valor y le pedí que se fuera, se marchó de la casa y las cosas se pusieron peor, el macho herido me casti-gó económicamente. Luego me avisan que debo continuar con un nuevo ciclo de quimio, mi sistema nervioso no daba más, eran muchos eventos en mi vida.Estas nuevas quimios del protocolo alto fueron peores. Los productos químicos utilizados atacaron las papilas gustativas y olfativas; huesos, desde la punta de mis dedos de los pies hasta el último folículo piloso de mi cabeza. Decidí renun-ciar a esta quimioterapia, los efectos secundarios me esta-ban matando de dolor incapacitándome y afectando negati-vamente en mis actividades de la vida diaria.La gente siempre dice que las cosas malas no vienen solas y

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así fue, tal cual, me avisan que mi hermana se está murien-do. Pedí permiso a la oncóloga para viajar a España, nece-sitaba acompañar a mi única hermana en la última etapa de su vida. Congelé mi carrera y fui a Europa, fue triste verla tan frágil y deteriorada, ella falleció, la traje a Chile en una ánfora.Después me contacté con mi oncóloga y me dijo que co-menzaría un nuevo ciclo de quimioterapias, más amigable la famosa Herceptin, así que la recibí una vez por semana por 12 meses, retomé mis estudios a paso lento.Me dieron el alta de las quimioterapias, me estaba prepa-rando para descansar de todo este proceso de quimios cuan-do llegó la carta de divorcio. Comencé con la terapia de radiación, 36 en total, finalmente me dieron el alta.Fui a tribunales y así se puso término a 30 años de matrimo-nio. Con una mano adelante y la otra atrás me sobrepuse. Pensé, si el cáncer no me mató, el divorcio menos lo haría, así que continué mi vida. Todo término, se fue el cáncer y se fue el marido, quedé sola con una pensión mínima por dos años y sin beneficios de salud. Me armé de valor, busqué trabajo y, digna como la gallina desplumada, me propuse terminar mi carrera en el 2016. Egresé y me titulé de ki-nesióloga. Ahora doy charlas en la prevención del cáncer de mamas.Hoy trabajo como kinesióloga en cuidados paliativos y remo por la vida, así es, remo por la vida, pertenezco al grupo de mujeres que vencimos el cáncer, el grupo Forlale-senos Chile.Doy Gracias a Dios, porque Él me sostuvo en los momentos de dolor, de dificultad y desamparo, hoy vivo por su miseri-cordia. Tengo 6 años de alta.

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Indice

Editorial 5El Difunto T 9La Paciente Oncológica 11Carta Al Más Allá 13Soy Paciente De Cáncer De Mama 16La Única Naranja 20¡Cosas Buenas Pasan En Otoño! 21Cáncer, Una Historia De Vida Y Esperanza 24Milagrito… 27Respiramos 31Triada 33El Milagro 38Esa Palabra 41Cronología De Un Cambio De Vida 42Juliana 46Mis Tres Historias De Cáncer 48El Cáncer Me Aferró A Dios 53Mi Historia Con El Cáncer De Mamas 58

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