letra 279, 22 de julio de 2012
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JJoosséé AAuurreelliioo PPaazz
“Edificar y equipar a la comunidad local para la diaconía, tiene que ser una actividad
profundamente profética”, expresa la
declaración final del Seminario que, sobre el tema, acaba de concluir hoy, en el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, organizado por el Consejo Mundial de Iglesias.
“La diaconía profética viene a ser, entonces, una de sensibilidad, abierta, capaz de captar la fuerza de la palabra. También es una diaconía rechazada, como lo fueron Jeremías, Isaías y el propio Jesús. Hace diagnóstico del tiempo y, a base de ello, juzga lo que pasará. De igual manera, la comunidad diaconal profética está llamada a resistir en situaciones de profunda injusticia y profunda asimetría. Amós es un buen ejemplo de ello.
Se trata de una resistencia frente al fatalismo, una manera de capacitarnos en la espera, la espera utópica, escatológica, el saber ‘aguantar’, porque vendrían días mejores. Por otro lado, la diaconía profética enseña a la congregación a saber deconstruir las ideologías falsas”.
Expresa el texto y hace un análisis que implica una caracterización coyuntural de la región mesoamericana y caribeña, el testimonio y las acciones diaconales de las iglesias, la formación teológica y ecuménica, una exégesis y una reflexión teológica en el empoderamiento para ejercer la diaconía, a través de una planificación estratégica y de sustentabilidad que haga énfasis en los fundamentos bíblicos.
De esa manera, el texto desemboca en cinco desafíos y recomendaciones que piden continuar el énfasis en la diaconía como
contenido esencial de la misión de la Iglesia; promoverla como clave de interpretación en la lectura bíblica comunitaria; colegiar las diferentes experiencias formativas de la región con el objetivo de hacer un diseño curricular para la formación diaconal; la autogestión de esa labor y la estimulación en la formación de redes, entre las diferentes iglesias e instituciones que trabajen en ese sentido para el intercambio de experiencias, además de contar con el apoyo a la formación y sustentabilidad de los proyectos, trabajando con diversos organismos e iniciativas ecuménicas afines como AIPRAL, CANAAC, CLAI, CCC y los Foros de Alianza ACT, entre otros.
En las palabras finales del doctor Carlos Emilio Ham, coordinador de este Seminario de Empoderamiento para la Diaconía en América Central y el Caribe hispano, a cargo del Consejo Mundial de Iglesias (CMI), dijo que lo que era sólo un sueño de trabajo se convirtió en una verdadera manera de compartir insumos y experiencias, gracias al apoyo financiero de la Obra Misionera Evangélica de Alemania (EMW) y la Fundación Karibu, de Noruega, y el inestimable aporte del biblista holandés Hans de Wit, de la Universidad Libre de Ámsterdam, como facilitador al proceso de reflexiones bíblico-teológicas, y de Humberto Shikiya, director ejecutivo del Centro Regional Ecuménico de Asesoría y Servicio (CREAS) […]
“Los resultados han sobrepasado todas las expectativas por cuanto la calidad de profesores y ponentes se complementó, de manera muy positiva, con los aportes de los grupos de participantes que, desde diversos países y contextos, trajeron sus experiencias y las compartieron, de manera que se ha creado todo un tejido de historias de vida en alcanzar estrategias comunes de cómo caminar, juntos y juntas, hacia el empoderamiento de las iglesias una paz con justicia”, comentó Ham. […]
LLAA PPOOSSIIBBIILLIIDDAADD DDEELL RREEIINNOO DDEE DDIIOOSS EENN CCRRIISSTTOO CCOOMMOO PPRREESSEENNCCIIAA IINNMMEEDDIIAATTAA EENN LLAA HHIISSTTOORRIIAA
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El ya del reino de Dios es posible porque se ha
concretado en la historia el hecho más
significativo de la revelación, es decir, la
introducción del Hijo al mundo. Su
encarnación es la máxima prueba de que ese
reino ha llegado y se ha hecho parte de
nuestra historia humana. En ese
acontecimiento el Hijo ha pasado a ser el nexo
entre la realidad inefable de lo divino y
nuestras imposibilidades; entre lo infinito y lo que está sujeto a las limitaciones de
la existencia en el tiempo y el espacio; se hace historia para que sea en nosotros
la posibilidad concreta, cercana, inmediata y eficaz de la salvación de Dios. Para el
mismo Jesús el reino debía ser una realidad inmediata en el presente, que se
pudiera disfrutar ya, de modo que en su predicación la idea de su implantación aquí
no era extraña. Con ello se deja ver que jamás el reino de Dios tuvo en Jesús la idea
de mera esperanza futura, como si fuese algo que el ser humano llegaría a disfrutar
sólo para la consumación de los tiempos. Al contrario, todos sus gestos y
enseñanzas eran animados por la clara intención de hacer que los hombres
tomaran consciencia de que estaban, ya, frente al reino de Dios. Sus hechos de
sanidad fueron un claro anuncio de la presencia del reino de Dios en la tierra: “Mas
si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha
llegado a vosotros” (Lc. 11.20) Esto porque el reino de Dios, para Jesús, no podía
centrarse en simples discursos, ajenos y distantes a la realidad de quienes en
verdad necesitaran respuestas concretas a sus carencias humanas; como lo diría
san Pablo: “El reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1 Co. 4.20)
Jesús sana, hace milagros y realiza cientos de gestos que se transforman en
signos de la llegada del reino de Dios en la tierra, precisamente, para dar la nota
positiva a un mundo carente de esperanzas concretas. Pero no se concentra en
sanar o hacer milagros solamente. Es más, todo hace concluir que si esos milagros,
o señales como los presenta Juan, se están dando, es porque antes se ha
manifestado, ya, un hecho superior, es decir, el mensaje bienaventurado de Jesús
que salva. Él anunció la llegada del reino de Dios: “Se ha acercado a vosotros el
reino de Dios” (Lc. 10,9); invitó a los hombres a participar de éste, convirtiéndose en
sus ciudadanos: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia…” (Mt. 6,33);
y enseñó a orar por la aproximación del reino en el Padrenuestro, con la
expresión: “Venga tu reino” (Mt. 6,10; Lc. 11,2). Respecto a esto último, referido a la
oración que Jesús enseñó a sus discípulos, donde se pide la venida de la basileia tou
theou, se encuentra una idea interesante en el planteamiento de Joachim Jeremias. Él
comenta que el “Santificado sea tu nombre. Venga tu reino” del Padrenuestro,
guarda un estrecho parecido con una antigua oración del culto de las sinagogas, y que
para Jesús no debió ser desconocida. Era la oración del Qaddish, que decía
así: Ensalzado y santificado sea tu gran nombre en el mundo, que él por su voluntad
creó. Haga prevalecer su reino en nuestras vidas y en los días y en la vida de toda la
casa de Israel, presurosamente y en breve. Y a esto decid: Amén.
Jeremias da cuenta de una diferencia sustancial entre esta oración judía, y el
padrenuestro de Jesús; de manera que mientras el Qaddish es la oración de una
comunidad, que inserta en un mundo de tinieblas suplica porque el cumplimiento del
reino llegue pronto, en el Padrenuestro, aunque la comunidad dice lo mismo, sabe
que el reino ya ha irrumpido con la presencia encarnada de Cristo. Él es, entonces, la
más grande demostración de la presencia de dicho reino de Dios. Al respecto,
Schelkle observa que por lo mismo Cristo, en tanto es el reino de Dios mismo, se
transforma, así, en la presencia actual del reino de Dios.
Por otra parte, A. Schweitzer resalta que el mensaje del reino de Dios fue
radicalizado por Jesús hacia una posición más cercana a las realidades terrenas.[10] Si
bien es cierto que la esperanza del fin del mundo, con su consiguiente transfiguración
a través de la expectativa de un reino divino, es propia de la concepción judía, Jesús
vino a darle un nuevo acento al proporcionarle facticidad inmediata, es decir, al
anunciar la urgencia de experimentar la presencia del reino de Dios aquí y ahora,
como una realidad absolutamente positiva. En esa dirección se tuvo que concentrar el
esfuerzo por no caer en el ánimo pesimista que embargaba a las religiones greco-
orientales, ya que mientras éstas luchaban por rescatar o libertar lo espiritual del
mundo de la materia, no llegando a importar sustantivamente el destino del mundo
concreto, en el cristianismo, a pesar de mantener una mirada también un tanto
pesimista, se espera la transfiguración del mundo, apoyado en el deseo amoroso de
Dios por hacer que el hombre tome razón de su trascendencia en este mundo, y, en
él, llegar a ser alegres instrumentos del amor divino, tarea que implica un primer paso
a la bienaventuranza que se les deparará en el mundo perfecto del reino de Dios.
Es claro que el mensaje del reino de Dios comenzó con Jesús, dándole un fuerte
realce intrahistórico, es decir, un mensaje que participa de la dinámica de la historia.
Pero lo anterior no anulaba el hecho de que el reino, con ello, no dejaba de tener una
connotación trans-histórica, es a saber, una respuesta a las ambigüedades de dicha
dinámica de la historia, aportándole el valor, que representa para dicho reino de Dios,
la vida eterna. Y es aquí donde se juega el justo equilibrio del reino de Dios; se llegan a
conjugar la inmanencia y la trascendencia del reino.
No se puede desconocer que Jesús, en tanto cabeza del reino de Dios, está
situado en la historia, y, junto con ello asume nuestras limitaciones, para
transformarlas en esperanzas concretas. No en vano ese aspecto fue determinante en
el siglo veinte para el surgimiento de las teologías de la esperanza y de la liberación.
Todo lo relativo a Jesús ocurre en el marco de la historia. Se hace carne; convive entre
nosotros (Jn. 1,14); muere y resucita, precisamente en la historia. Todo el misterio de
la gracia de la salvación ocurre en el tiempo y espacio históricos; Dios nos salva, en
Cristo, en la historia, el lugar que nos es más propio y en el cual nos sabemos
instalados. Y si bien es cierto el acontecimiento de Jesús se realiza en la historia, ello
no dificulta el hecho de ver en Jesús el reflejo de la esperanza supra-terrena. En
efecto, Jesús pertenece a la historia, pero también la trasciende, dando a entender
que el reino no ha perdido su carácter futuro. El mismo Jesús indicó que llegará el
momento en que los hombres vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, “…y
se sentarán a la mesa en el reino de Dios” (Lc.13,29); del mismo modo, cuando
aparezcan las señales en el cielo, se sabrá que “…está cerca el reino de Dios” (Lc.
21.31), y, asimismo, los propios hijos de ese reino deben orar porque su venida sea
pronta, por medio del ya conocido “…Venga tu reino” , e incluso, hasta el ladrón en la
cruz le pide a Jesús: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”, a lo cual Jesús le
respondió: “…hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23,42s).
Es imposible, entonces, no reconocer ambos estadios del reino de Dios. Ambos
son reales, a la vez que están fuertemente relacionados entre sí; no se puede pensar
en uno sin el otro, porque en definitiva son lo mismo, solamente que en diferentes
ámbitos de realidad: terreno y espiritual; presente y futuro; ya, pero todavía no. Se
iluminan y necesitan entre sí para lograr la comprensión de la trascendencia del reino.
Nuestra salvación ha ocurrido aquí porque Jesús se hizo carne, acercando el reino de
Dios a nuestro ser en el tiempo; pero también es una salvación que se
consumará plenamente al fin de la historia solamente. Por lo mismo todo fiel
cristiano es capaz de soportar las ambigüedades de la historia, muchas veces
traducida en groseras injusticias, incomprensión, rechazo, crítica y hasta persecución,
con la sincera expectativa de que la esperanza escatológica pronto se vuelva realidad,
para ser redimidos de este eón, entendido como un reino gobernado por las tinieblas.
Por eso el mundo, con sus ambigüedades y todo, sigue teniendo coherencia para el
cristiano en tanto le inspire a esperar algo mejor: “Pues tengo por cierto que las
aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en
nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8,18). Ruiz de la Peña advierte que si el futuro no
tuviera relación con lo presente, luego tal futuro sería el sinsentido para nosotros hoy.
Para él, debe darse, entre presente y futuro, una suerte
de “continuidad” y “novedad.” Y aquí nos lo jugamos todo; o seguimos el reino de
Dios a contar de nuestra realidad inmediata y terrena, y comenzamos a vivir las
anticipaciones de éste, o lo rechazamos para finalmente darnos cuenta que lo hemos
perdido todo; como dijo E. Schillebeeckx: “La salvación aparece, en primer lugar, en
la realidad secular de la historia”, a lo que agrega: “…aquí, la salvación se consigue en
primera instancia…o bien se rehúye con el consiguiente desastre.”