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La presente ponencia se inscribe dentro del campo del estudio de la sociología de laeducación y la sociología de los intelectuales. Tiene como objeto de estudio el procesode socialización de un grupo intelectual de elite. Para su abordaje se ha seleccionadoreconstruir un período de la historia cultural argentina que se extiende durante elproceso de organización del Estado nacional.TRANSCRIPT
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Título: Legado, transmisión y ruptura en el proceso de socialización de la elite
intelectual. La conformación de un grupo generacional: Ernesto Quesada, Juan
Agustín García y Antonio Dellepiane
Nombre y Apellido: Jacqueline M. Rajmanovich Lic. en Sociología (UBA) Maestranda en Educación (UNSAM) Docente de Pedagogía de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) Email: [email protected]
Resumen
La presente ponencia se inscribe dentro del campo del estudio de la sociología de la
educación y la sociología de los intelectuales. Tiene como objeto de estudio el proceso
de socialización de un grupo intelectual de elite. Para su abordaje se ha seleccionado
reconstruir un período de la historia cultural argentina que se extiende durante el
proceso de organización del Estado nacional.
Introducción
La presente ponencia es resultado de una reciente aproximación al estudio del proceso
de transmisión inter-generacional de la cultura y la socialización de las elites. Por ello
mismo, este trabajo debe ser considerado como un borrador, en el cual se esbozan
algunas primeras preguntas que tienen como objeto introducirse en el debate sobre los
orígenes del sistema educativo argentina, interrogantes que serán respondidos en el
largo plazo.
El ámbito académico e intelectual de fines del siglo XIX fue escenario de una amplia y
prolífica producción de ideas y debates, las que giraron en torno a la transmisión de la
cultura. Un grupo de intelectuales, egresados de Colegio Nacional de Buenos Aires, se
destacó por llevar adelante un conjunto de innovaciones en la enseñanza universitaria.
Ernesto Quesada, Juan Agustín García y Antonio Dellepiane, cada uno con su
trayectoria académica particular, compartieron una preocupación en común: la
formación universitaria.
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El trabajo está organizado en cuatro partes. En la primera, se presenta el debate entre
Sarmiento y Alberdi al respecto de la modernización de la sociedad argentina. En la
segunda y tercera, se desarrolla, a partir de la hipótesis de Tedesco, la orientación que
adopta la transmisión de la cultura en los Colegios Nacionales durante el período de
consolidación del Estado liberal-conservador. Por último, se presentan algunas
innovaciones que introdujeron en la enseñanza universitaria.
El legado de dos generaciones
Ernesto Quesada, Juan Agustín García y Antonio Dellepiane nacieron alrededor de
1860, en la Ciudad de Buenos Aires. Los primeros años de su infancia transcurrieron en
un país que, al igual que ellos, se estaba gestando. El proceso de unidad nacional, cuya
inviabilidad había caracterizado con todo su pavor al período anterior, se conquistó tras
la última de una tríada de batallas (Caseros 1852, Cepeda 1859 y Pavón 1861). Para
cuando Mitre, el Brigadier vencedor, fue electo primer presidente nacional en 1862,
Quesada tenía cuatro años, García tan solo seis meses y Dellepiane aún no había nacido.
Sus padres, para aquel entonces, ya eran distinguidas personalidades del entorno
político e intelectual porteño. El de Quesada, Vicente, se desempeñó como diplomático
(Pereyra, 2000), primero, y luego como Director de la Biblioteca Pública de Buenos
Aires (Duve, 2002). García padre fue juez, político y orador destacado. Desempeño el
cargo de diputado, presidente del Club del Progreso, Ministro de Hacienda, primer
presidente del Banco Hipotecario Nacional. Y además, como si esto fuera poco, en su
curriculum figuraba que había sido socio del Gral. Mitre (Cuttolo, 1971: III, 218-220 en
Pereyra, 2000: 66). Del padre de Dellepiane poca información se ha podido obtener. El
únicos registro que se han encontrado es la Solicitud de licencia para matrimonio
presentada en Pilar, Paraguay, en 1856. Allí se indica que es “natural” de Génova
(Laguardia de Llamosas y Arrúa Ávalos, 2010).
Todos ellos, habían nacido aproximadamente tres décadas atrás, durante el período
rosista. Los años de su infancia habían transcurrido, a diferencia de la de sus hijos, en
una Buenos Aires atravesada por los sentimientos encontrados del régimen rosista,
Estos niños –integrantes de la elite porteña ilustrada- aprenderían a leer y a escribir al
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calor de los ideales románticos de una nueva generación de jóvenes, cuyas ideas
expresarían un nuevo espíritu de época.
Esta nueva generación de jóvenes, nacidos durante los años de la independencia
nacional, se consideraban “hijos” de la Revolución de Mayo y mantenían ciertas
diferencias y continuidades respecto de la generación independista. En líneas generales,
este movimiento intelectual creado por Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi,
Domingo F. Sarmiento y Juan María Gutiérrez, entre otras destacadas personalidades -
como Bartolomé Mitre, Miguel Cané (padre), entre otros –, producirían desde el exilio
fecundas obras de un importante realismo político y social.
Según Soler (1968), la “dictadura rosista” determinó, en gran medida, el pasaje de un
pensamiento filosófico-político a otro histórico y social, pues, esta generación de
jóvenes buscó explicar el “caudillismo”, lo cual propició la necesidad de desarrollar un
conjunto de fórmulas sociológicas que se orientasen al estudio de la realidad social
argentina. Así, podría llegar a comprenderse, siguiendo las ideas de Soler, que estos
jóvenes intelectuales de la generación romántica representasen para el pensamiento
sociológico argentino de fines del siglo XIX y comienzo del XX, el origen de la
tradición positivista. (148).
Las ideas formuladas por estos intelectuales buscaban superar la escisión política y
cultural que por entonces dividía a la sociedad argentina. La referencia a las ideas
románticas tenían como propósito la construcción de una identidad nacional, la cual
pudiese conducir a un proceso de organización nacional que superase las
segmentaciones político-partidarias. El debate giró en torno a los medios mas eficaces
para la modernización de la sociedad argentina (Tedesco, 2009).
Tras el triunfo de Rosas, el plan educativo científico-utilitario que el gobierno de
Rivadavia venia institucionalizando quedó paralizado y sería el movimiento intelectual
del ´37 el que desde el exilio vería en la educación solo un agente fundamental para el
cambio social y el “progreso” en general, sino, un medio apto para la construcción de la
subjetividad “moderna” que transformaría las disposiciones del habitante nativo en un
moderno ciudadano (Tedesco, 2009).
Sin embargo, no todos compartían este “optimismo pedagógico”. Para Alberdi, el papel
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de la educación no representaba el medio más eficaz para la transformación y desarrollo
de la sociedad, porque consideraba que “los establecimientos de educación formal
‘…son por sí solos, pobrísimos medios de adelanto sin las grandes empresas de
producción, hijas de las grandes porciones de hombres’” (cit. en Tedesco, 2009: 26).
Alberdi tenía una visión más amplia de la educación o del medio mediante el cual
alcanzar dicha modernización. “La educación no es la instrucción” (1852:91). Para él, la
educación estaba mas cerca de la idea de socialización que de la enseñanza formal.
Apuntaba a los hábitos, a las costumbres que otorga la práctica, y no meramente al
entendimiento abstracto. Citaba a Rousseau porque creía en la “educación de las cosas”
(op.cit.), particularmente en los “pueblos nacientes” mas que en los “pueblos
desenvueltos”.
En Sarmiento, en cambio, la educación tenía una doble función: por un lado, la de
“promover el aumento de la producción a través de la preparación del personal
capacitado y, por el otro, brindar la estabilidad política necesaria para que las funciones
de producción se realicen normalmente” (cit. en Tedesco, cfr.: 28). Para la primera
función, Sarmiento estimuló la enseñanza de la agronomía y la minería, advirtiendo la
incapacidad y falta de tradición industrial de la población. Y para la segunda, la
socialización de las nuevas generaciones dentro de los valores dominantes para
resolver, así, el problema de las luchas internas y la tendencia del gaucho nativo a la
disolución social (op.cit: 31).
Sobre la transmisión de la cultura en el proceso de organización del Estado nacional:
Función social, formación pedagógica y orientación intelectual
Son varios los autores que abonan la hipótesis formulada por Juan Carlos Tedesco en
los años ´70 sobre el rol político que cumplió la educación en la consolidación del
Estado liberal-conservador (Puiggrós, 1990; Dussel, 1997; Tedesco, 2009; Herrero,
2010). En parte, el autor explica que dicha orientación fue producto de las distorsiones
que el programa de recuperación nacional, elaborado por los intelectuales proscriptos
durante el rosismo, sufrió con su aplicación. Argumenta que la educación no se la pudo
desarrollar con el criterio pragmático que había tenido en el período anterior, sino que la
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misma asumió las características propias de la enseñanza tradicional: el enciclopedismo
con predominio de las materias humanísticas.
Según esta hipótesis, la función política de la educación se fundamentaría por el hecho
de haber cumplidos dos papeles: lograr una estabilidad política interna, especialmente,
por su capacidad moralizadora diluyendo así los posibles focos de resistencia, y, por el
de formar un tipo de hombre apto para cumplir un rol político, excluyendo la formación
para las actividades productivas. (Tedesco, cfr.: 63).
Esta interpretación sobre los orígenes del sistema educativo argentino, de un fuerte
componente político, ha tenido serias consecuencias para el estudio ulterior del campo
intelectual argentino y para el estudio de la enseñanza media y superior durante el
período de referencia. La función política, según la cual explicaría la formación de las
elites, en tanto futuras clases dirigentes, homogeneiza a un sector social y con ello
dificulta la visibilidad de rasgos y particularidades de otros grupos sociales que
integrarían dicho sector social, tal el caso, por ejemplo, del grupo de intelectuales
docentes universitarios que innovaron en la defensa y desarrollo de la sociología
científica.
Pero además, y más importante aún, esta determinación de lo político sobre lo
educativo, no responde, ni ha podido explicar -dejando así una cierta zona gris de
incongruencia teórica-, cómo ha sido posible, entonces, la formación de un grupo de
intelectuales cuya orientación cognitiva fue el positivismo y el pensamiento científico?
Si la educación durante este período tuvo una orientación tradicional, con un fuerte
contenido humanístico, cómo se explica, entonces, la formación de dos generaciones de
intelectuales –la del ´80 y ´90 - cuya orientación cognitiva fue el positivismo y el
desarrollo de una práctica científica? ¿Cómo explicar el desempeño científico-
académico de un grupo de intelectuales volcados hacia el desarrollo de la ciencia
moderna cuando los mismos, según Tedesco, recibieron durante sus años de instrucción
una formación humanística?
Durante el peronismo y a raíz de la intervención en el espacio universitario, se polarizó,
dentro campo intelectual, el debate “positivismo-antipositivismo”. Durante aquellos
años, tuvieron lugar una serie de trabajos que se orientaron por indagar la recepción y
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apropiación del pensamiento positivista en Argentina (Soler, 1968). Otros, en cambio,
se ocuparon de desnaturalizar y develar el “fraude del antipositivismo”, el cual no era
otro que el pensamiento idealista disfrazado (Perelstein, 1952). Estos trabajos buscaron
rescatar el pensamiento científico de bases materiales, el que injustamente se encontraba
mezclado dentro de la categoría “positivista”. Así, denunciaron que detrás de la falsa
dicotomía “positivismo-antipositivismo”, existía, en verdad, una lucha entre el
idealismo y el materialismo (Perelstein, cfr.)
Este llamando de atención ha posibilitado realizar, a partir de los datos presentados por
Tedesco (cfr), otra interpretación sobre la orientación que adoptó el curriculum en el
periodo de referencia. Tedesco introduce un cuadro (cfr: p.68) en el cual describe las
horas dedicadas en los planes de los Colegios Naciones a cada tipo de materias entre los
años 1870 y 1893. En el año 1870, el 37% de las horas pertenecían a materias
humanísticas, mientras que el 29,5% a científicas, el 24% a idiomas y el 9% materias
prácticas. En 1874, las materias científicas habían superado por 0,9% a las
humanísticas. De 29,5% pasaron a 34,2%. En el año 1876, las materias científicas
vuelven a crecer a pesar de haber sido superadas por las humanísticas (36% y 40%).
A diferencia de su interpretación, los datos muestran que no hubo retroceso en la
cantidad de horas dedicas a la enseñanza de materias científicas, sino en las
idiomáticas y en las prácticas (De 24% pasan a 18% y de 9% a 6%). La eliminación del
Latín de los primeros años explicaría en parte la disminución de los idiomas y de
retroceso del carácter humanístico del plan de estudios. En 1879, fecha en la cual se
reforma el plan de estudios bajo el ministerio de Lastra, la enseñanza de las materias
científicas alcanzó su mayor porcentaje, representaron el 38%, mientras que la
humanísticas el 39%, los idiomas el 18% y las prácticas el 5%. A partir de esta fecha el
porcentaje de horas dedicadas a la enseñanza científica disminuirá a su porcentaje
inicial (29%) pero volverá alcanzar el 34%) en 1893. La formación enciclopédico-
humanista durante el período de estudio parece no haber sido tal, como su autor así lo
sostiene.
Según Legarralde (1999), esta hipótesis ha “condicionado fuertemente el desarrollo del
modelo pedagógico de los colegios nacionales” (38), especialmente, cuando expresa
que la función política fue la de “formar un tipo de hombre apto para cumplir papeles
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políticos”. Legarralde cuestiona que este argumento no analiza los conflictos entre las
distintas fracciones de las clases dirigentes, especialmente entre Mitre y Sarmiento. Uno
de los factores de conflictividad mas importante fue el que se refiere a la tensión entre
Buenos Aires, el Litoral y la Provincias del interior, conflicto que atraviesa las
presidencias de Mitre, Sarmiento y Avellaneda.
Complementado la posición de Legarralde, existen otros trabajos (Rodríguez, 1990) que
estudian durante el mismo período la educación de la población adulta. Así, a partir de
1869, a pedido del rector del Colegio Nacional de Salta se crean Cursos Libres para
obreros dictados en su mayoría en horario nocturno.
“En el mismo año abren sus cursos los Colegios de Concepción del Uruguay,
Mendoza y Bs. As. Al año siguiente hacen lo propio los de Santiago del Estero y
Corrientes. Esa modalidad recibió el impulso financiero con ley del 22 de setiembre
de 1870” (p. 180).
A partir de la discusión parlamentaria de 1873 se duplica la cantidad de dinero destinada
a las escuelas nocturnas para cada Colegio Nacional. “Esta moción fue aprobada, lo que
dio impulso a la creación de los cursos nocturnos, de modo que en 1875 todos los
Colegios Nacionales tenía una escuela nocturna de artesanos” (op.cit.) En el CNBA se
dictaban “geometría, mecánica, química aplicada a las artes y a la industria, geografía.
Luego se agregaron física aplicada y fotografía. También se dictaba un curso de
instrucción cívica a cargo de Juan M. Estrada” (Rodríguez, cfr: p.181). Luego, en 1877,
un año antes de que el internado sea suprimido, se crea un curso público de matemáticas
industriales para obreros.
De lo expuesto, se deduce que el debate en torno a la función política de la educación
durante los años del proceso de organización del Estado nacional debe ponerse en
entredicho, pues en él aún predomina, de modo casi indiscutible, una interpretación que,
como sostiene Legarralde, reduce la especificidad de la autonomía del discurso
pedagógico, por un lado, y, por otro, homogeneiza a un sector social. Si bien, han
existido posteriores producciones que estudian fracciones del sector de la elite
conservadora, como la reformista liberal (Zimmerman, 1999), la misma debe ser
analizada a la luz del proceso de socialización educativa.
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La formación en el Colegio Nacional de Buenos Aires (1863-1879)
El CNBA se creó por decreto el 14 de marzo de 1863 sobre las bases del viejo Colegio
Seminario y de Ciencias Morales, a poco menos de un año de asumir Bartolomé Mitre
la primera presidencia nacional. El CNBA estaba ubicado a la vuelta de lo que hoy se
conoce como la Manzana de la Luces, sobre la calle Bolívar, entre el actual CNBA y la
Iglesia San Ignacio. En el decreto fundacional, se expresó que el CNBA se establecería
como una casa de educación científica y preparatoria en la cual regiría un plan de
estudios compuesto por tres áreas: Letras y Humanidades, Ciencias Morales y Ciencias
Física y Exactas. La enseñanza, durante este período duró 5 años, siendo sus
certificados oficialmente válidos.
Como rector continuó en su cargo, el sacerdote y político, José Eusebio Agüero, quién
fallecería un año después. En su lugar asume el entonces director de estudios, el
renombrado, Amadeo Jacques, pero quien durará solo un año en su cargo pues fallecerá
en 1865. Su cargo y obra será continuada por su amigo y colega, Alfredo Cosson,
docente del CNBA hasta 1876, año en el que se aleja por problemas de salud y asume
en 1876, José Manuel Estrada, hasta el año 1884, cuando tras adoptar posturas
contrarias a la reciente Ley 1420 de educación laica y gratuita, es destituido de su cargo
durante el gobierno de Roca. En su lugar, asumirá el cargo de rector, Amancio Alcorta,
hasta el año 1890 (Sanguinetti, 2006).
A pesar de la corta duración en su cargo como rector y director de estudios, Amadeo
Jacques jugó un importante rol en la fundación de un modelo pedagógico que asumió la
forma particular en el CNBA (Legarralde, 1999). Algunos trabajos parecen sugerir que
el pensamiento de Jacques pudo haber configurado un cierto dispositivo educativo para
la formación de las elites bajo el nombre de “Colegios Nacionales” (Puiggrós, 1990;
Dussel, 1997; Legarralde, op. cit). Otros en cambio, destacan su aporte en la
conformación de pensamiento positivista argentino desde su vertiente filosófica (Soler,
1968).
Su Memoria sobre el sentido común influirá, aparentemente, en el diseño futuro de los
planes de estudios que regirán en todos los Colegios Nacionales del país. En él,
expresaba, a grandes rasgos, la importancia del despliegue de las habilidades cognitivas
de sus alumnos, para lo cual era necesario una formación amplia y no especializada,
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más aún considerando si la misión educativa hacía a una nación civilizada. Para ello, era
necesario, una “enseñanza general que cultive todo el entendimiento” (Jacques, op. cit:
p. 18), pues entender era casi tanto mas importante que saber, si se considera a la
enseñanza como la formación de destrezas y habilidades cognitivas lo suficientemente
versátiles y dúctiles para contrarrestar la escasa división social del trabajo y
especialización del conocimiento que por aquel entonces caracterizaba la fisonomía da
la estructura social argentina. Al respecto Jacques decía: “Donde hay diez tareas y un
solo hombre, es preciso que cada uno sepa doblarse a todo, y prestarse, si lo exigen las
circunstancias, a papeles múltiples y variados” (Jacques, 1903 en Dussel, cfr: 22). Por
esto mismo, tiene sentido que abogase por una enseñanza lo suficientemente general,
que forme tanto para la universidad, el comercio como para el ejercicio de oficios
(Legaralde, cfr: 39). Por último, dentro de su modelo, le otorga al lugar del profesor un
papel central, en especial a la selección del material bibliográfico que considere acorde
y necesario para la enseñanza de los contenidos.
Tras una sucesión de cuestionamientos, el plan de estudios de 1863 fue reformado en
1870 bajo el ministerio de Avellaneda durante el gobierno de Sarmiento. Avellaneda
tenía una concepción de la enseñanza diferente de la de Mitre. Para aquel, los Colegios
Nacionales tenían una misión más amplia que la de formar solo futuros universitarios, la
de “formar hombres aptos para las distintas profesiones que requieren una instrucción
general, y no concretarse, como es la tendencia a los estudios preparatorios para las
carreras universitarias” (en MIP, 1903:135). Avellaneda parecía modificar el rol de la
enseñanza preparatoria por otra que articule con el nivel educativo precedente, pues la
“notoria deficiencia de la instrucción primaria en las provincias”(op.cit. 136) amenaza
el proyecto de nación.
Otra innovación que Avellaneda introduce con la reforma del plan de 1870 fue la
extensión del Plan de Estudios de 5 a 6 años de duración, reclamo que venía siendo
formulado por los rectores. La extensión supuso, a su vez, la formulación de cuatro
modalidades de cursada dentro del plan de estudios. La primera era la preparación para
el ingreso a la universidad cuya duración era de 6 años. Una segunda, era para aquellos
que expresaban querer seguir una profesión de Agronomía; aquí la duración sería de 4
años, modificándose el cursado de asignaturas. La tercera, era los que querían hacer
carrera en el comercio, la duración de 3 años. Y, por último, existía también la
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posibilidad de cursar estudios libremente, según el interés del alumno de acuerdo a su
tutor, padre o encargado. Con esta diversificación en los modos de cursada, Avellaneda
sentó las bases pedagógicas e institucionales para lo que hoy se conoce como enseñanza
secundaria. Buscaba ampliar modalidad de la enseñanza preparatoria, pues, consideraba
que, “si se perpetúa contribuirá poderosamente a constituir clases sociales, dejando con
la ilustración de los unos y la ignorancia del mayor número, ahondando el abismo que
separa las condiciones y los rangos” (op.cit.).
Para cuando Quesada, García y Dellepiane se formaron en el CNBA, rigió un nuevo
Plan, primero el de 1874, luego el de 1876, y por último, su reforma en 1879. El
primero por Sarmiento, el segundo y su reforma, por Avellaneda. Al retornar de su viaje
de estudios en Alemania, Quesada ingresa al CNBA alrededor de 1875 aún bajo el
rectorado de Cosson. Si bien el plan de 1874 presentó diferencias respecto del de 1876,
y el de 1879, con los cuales tanto García como Dellepiane se formaron, mayor fue la
distancia que presentó dicho Plan (1874) respecto del que rigió en los comienzos del
CNBA (1863), y mediante el cual toda una generación anterior se formó. Tal fue el
caso, por ejemplo, de Miguel Cané (h) egresado del CNBA en 1868, quien sería el
futuro decano de la flamante FFyL (1896) y detractor de la enseñanza científica de la
sociología. En su obra Juvenilia se puede acceder a la ilustración que hace de sus años
de internado en el CNBA.
A grandes rasgos, los cambios introducidos entre el plan de 1874 y 1876 y su posterior
reforma de 1879 fueron, por un lado, en cuanto a la distribución del tiempo, la división
del curso anual en dos términos (conocido como cuatrimestre), modificación que buscó
mejorar el rendimiento de los alumnos al ser examinados en dos instancias (junio y
diciembre), primero, y, segundo, la ampliación y distribución para su gradualidad. Por
otro lado, el curriculum sufrió importantes modificaciones. Las materias humanísticas,
siguiendo el término de Tedesco, se vieron incrementadas, pero no así todas en su
conjunto, puesto que el Latín, por ejemplo, se vio reducido en el plan de 1874, aunque
ya para la reforma de 1879 se incrementó nuevamente. Las materias “históricas” fueron
las mas beneficiadas dentro de la categoría “humanísticas”. Sin embargo, las
“científicas” también se vieron beneficiadas, especialmente, en el plan de 1876, y, más
aún, en el de 1879. Dentro de este grupo se le suman, a las ya convencionales
(matemáticas, ciencias naturales), física y química en 4to y 5to Año.
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Ruptura como apropiación: la innovación en la enseñanza universitaria
En El problema de las generaciones, Mannheim (1928) analiza sociológicamente los
elementos que intervienen en la conformación de las generaciones. Para ello, diferencia
la “posición generacional”, la “conexión generacional” de la “unidad generacional”. La
posición generacional se diferencia de la conexión generacional por la simple
inscripción en un ámbito histórico-social, mientras que la conexión generacional se
destaca por una cierta “participación en el destino común de la unidad histórica-
social”(p.221). Sin embargo, la “unidad generacional es una adhesión mucho más
concreta que la que establece la mera conexión generacional. La propia juventud que se
orienta por la misma problemática histórica-actual, vive en una «conexión
generacional»; dentro de cada conexión generacional, aquellos grupos que siempre
emplean esas vivencias de modos diversos constituyen, en cada caso, distintas
«unidades generacionales» en el ámbito de una misma conexión generacional” (p. 223).
Quesada, García y Dellepiane no solo pertenecieron a la misma generación por haber
nacido en la misma década, ni por haber egresado del mismo colegio, ni incluso por
haberse desempeñado como Profesores en el CNBA, mucho menos por haber estudiado
la misma carrera en la UBA. La “unidad generacional” que los vincula es la
preocupación pedagógica que manifestaron, cada uno a su manera, en sus lecciones,
escritos y programas sobre la enseñanza media y universitaria. Quizás, parte de esta
preocupación pueda tener cierto arraigo en la formación que el CNBA les brindó. No es
casual que tres de sus egresados se hayan iniciado tempranamente en la enseñanza
secundaria. Quesada, García y Dellepiane, iniciaron su carrera docente como profesores
del CNBA. Quesada comenzó enseñando en 1881 Lenguas extranjeras y Estética,
cuando tenia tan solo veintitrés años, García enseñó Geografía argentina hasta cuando
fue nombrado Inspector General de Colegios Nacionales y Escuelas Normales (Pereyra,
2000) y Dellepiane enseñó Literatura argentina y española en el CNBA y Derecho
comercial en la Escuela nacional de Comercio (Torre Revello, 1941).
En 1903, Dellepiane y García fueron convocados por el MIP para diseñar cada uno un
programa que integrara el Plan de Estudios y Programas para los Colegios Nacionales.
Dellepiane cuestioana en la fundamentación al programa de Historia universal antigua,
materia del primer año del ciclo de instrucción general, la necesidad de modificar el
método memorístico, para lo cual era necesario supeditar la importancia del manual
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como libro de texto. En su lugar proponía un método “activo” mediante el cual el
alumno dejase de ser un “ente pasivo” y se convirtiese en un “sujeto activo, que observa,
compara, que raciocina (…) descubriendo por sí mismo las verdades de la ciencia (…)”. (p.62).
Para ello, era necesario dotar a los institutos educativos de gabinetes semejantes a los de
física ó química. Algunos de los materiales que debían integrarlo eran mapas, atlas,
láminas, murales arqueológicos, cuadros, grabados, retratos históricos, etc. La idea era
que estos materiales “didácticos” constituyesen el punto de partida de las lecciones para
provocar la observación de los objetos y despertar así el interés científico de los
alumnos. El libro de texto solo debía ser un elemento auxiliar, pues, la “metodología
moderna” de la enseñanza de la historia, para Dellepiane, tenía como objeto la
“formación de cerebros que piensen y razonen por sí, y no de cerebros-fonógrafos”
(p.63).
A diferencia de Dellepiane, García se encargó de diseñar el programa de Derecho usual,
dictada en el séptimo año del plan de estudios, perteneciente al segundo ciclo de
instrucción. En él, expresaba que la enseñanza de Derecho usual en los cursos
secundarios solo debía “enseñar las nociones de Derecho indispensables para la práctica
de la vida” (p. 106). El programa estaba compuesto, prácticamente, por tres bloques. En
el primero se enseñaba, brevemente, las nociones de los derechos privados y la idea de
responsabilidad civil. En el segundo, el Estado argentino y su constitución. Y en el
último, la idea del Derecho, el cual García consideraba la parte mas interesante del
curso y la mas educativa.
Al incorporarse Dellepiane en 1897 como profesor suplente de Filosofía del derecho en
la Facultad de Derechos y Ciencias Sociales (FDCS), un año antes de ingresar como
catedrático del curso de Historia de la civilización en la FFyL y como profesor de la
primera cátedra de sociología en 1899, describía las dificultades para la introducir el
método histórico en la enseñanza del hecho jurídico y social:
“Llevado, en 1897, al ejercicio de la cátedra de filosofía del derecho, creíme
obligado a poner en plena luz la importancia capital del método histórico o
genético – comparativo- muy resistido y hasta ridiculizado entre nosotros – para la
exacta comprensión de los hechos jurídicos y sociales. Mi lección inaugural de ese
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curso, publicada en la revista, La Biblioteca, puso fin a los ataques irónicos de que
se hacía blanco a las investigaciones etnográficas, consagrando la bondad y la
eficacia del nuevo método en los estudios jurídicos y sociológicos” (Dellepiane,
1918, p. 6 y 7 en Torre Revello, cfr: 4).
También e preocupaba la calidad educativa y la formación docente pues veía a la
flamante FFyL, creada en 1896, como un magisterio de profesores secundarios. En el
escrito de 1898 Dellepiane, Carta abierta al doctor Miguel Cané (Dellepiane, 1906),
quien sería futuro decano de dicha facultad y contendiente sobre las innovaciones
sociológicas de Quesada, expresaba allí su preocupación por el posible cierre de la
reciente inaugurada FFyL y argumentaba que el fin de dicha facultad era la formación
de profesores secundarios que enseñasen las materias que no podían ser enseñados por
otros. Se preguntaba: “¿Dónde adquirirán la alta cultura científica, los conocimientos
indispensables para enseñar con provecho, los profesores de ciertas materias, las más
importantes, precisamente, para el hombre de estado, el de salón, el periodista, el
funcionario público, y el mismo industrial o comerciante, como son la geografía, la
historia, las bellas letras, la filosofía, las humanidades (…)?” (op. cit. p. 12).
Por el mismo período, García también inicia su carrera como profesor universitario. Tal
como comenta Pereyra (cfr.),en 1891 comenzó a enseñar Psicología en el Instituto Libre
de la Universidad. Dos años más tarde, fue designado profesor suplente en dos materias
de la Facultad de Derecho: Introducción a las Ciencias Jurídicas y Sociales, y Derecho
Público Eclesiástico. En 1896, al ser designado titular de Introducción al Derecho
comienza el período crítico de su producción sociológica. En la lección de Apertura
expresaba que “el fin de los estudios superiores no es solo formar prácticos
profesionales, sino adquirir una buena disciplina de la inteligencia, es decir, ejercitarse
en el arte de estudiar, alcanzar la flexibilidad de espíritu necesaria para abordar con
éxito los complicados problemas sociales (…)”(García, 1896: 161).
Para García el estudio de los problemas sociales requería de un conjunto de cualidades y
destrezas especiales, entre las que se encontraban la observación, el equilibrio mental.
Entendía que cada fenómeno social estaba compuesto de “innumerables hilos”, lo que
implicaba el aprendizaje de ciertas habilidades que permitiesen la detección y análisis
de cada uno. Por ello, esta actividad no podía darse en “el silencio del gabinete”. García
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criticaba fuertemente aquellas disciplinas que buscaban “en el aire alguna entidad
metafísica, de la que se deducen fácilmente todas las conclusiones que se quiere, sin
fijarse que la vida no se amolda a las fantasías de nuestro espíritu (…)” (op.cit: 162).
Quesada, por su parte, reingresa al ámbito universitario tras su experiencia en el campo
de la diplomacia. Vuelve al mundo de la enseñanza en 1905, tras las huelgas de
docentes y estudiantes en la universidad porteña por el reclamo de la inclusión de la
enseñanza de la sociología en el plan de estudios y la adopción del modelo
humboldtiano en la organización de la universidad. Por esa fecha, Quesada es nombrado
titular de la cátedra de sociología en la FFyL y en la clase inaugural del curso responde
a las críticas realizadas por Cané a la sociología en su discurso saliente como decano.
Un año después, propone realizar modificación a la materia y busca reorganizarla.
Divide el curso en clases teóricas durante la semana y un seminario de trabajos
prácticos los sábados por la tarde, los cuales se desarrollaban en su domicilio particular,
al que acudía un grupo reducido de estudiantes. Pero además, propuso que el programa
anual de la materia se estructurase sobre la base de una introducción histórica general y
un repaso de las principales teorías sociológicas. El trabajo del seminario consistiría en
la lectura y discusión de la bibliografía seleccionada y la escritura de una monografía
final. (Pereyra, 2008).
Conclusiones A lo largo del presente trabajo se ha intentado exponer algunas primeras
aproximaciones a cuestiones que seguramente intentarán ser respondidas en el media y
largo plazo. La transmisión de un legado cultural y la ruptura generacional como
apropiación por un grupo de intelectuales parece haberse plasmado en la innovación de
la enseñanza universitaria. Estos elementos, entre otros, son los que permiten examinar
y cuestionar el reduccionismo político que aún sigue predominando en el debate
educativo argentino, el cual le asigna a la educación un papel reproductor del interés de
clase, propio de los enfoques de lo años setentas, subsumiendo con ella la génesis del
pensamiento sociológico y la autonomía científico-académica, cuyo mayor signo de
expresión fue la reforma universitaria del 1918.
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