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José María Iraburu 1 na los escritos que se leen. En esta pri- mera parte uso el término en la pri- mera acepción. Y mis consideraciones no tratan principalmente de la lectu- ra del estudioso, orientada a la inves- tigación o la docencia. Describo más bien, haciendo una antología de tex- tos, las notas que deben caracterizar la lectura religiosa del pueblo cristiano, y que vienen a ser aquéllas que los maestros espirituales antiguos o mo- dernos han atribuído a la lectio divina monástica, o a lo que, a partir del Re- nacimiento, vendría a llamarse lectu- ra espiritual (1). Lectura asidua Si por la palabra humana el hombre transmite a otros su espíritu, así el Pa- dre celestial ha querido comunicar a los hombres su Espíritu divino por medio de su Palabra encarnada, Jesu- cristo. Por eso leer la Biblia y los de- más libros santos es uno de los rasgos Si la dietética corporal suscita, con toda razón, tantos estudios y escritos, la dietética espiritual, es decir, la ali- mentación de la mente y del corazón por las lecturas, debe ser considerada con atención aún mayor. En este sentido, la historia de las lecturas y libros cris- tianos, el análisis de su situación ac- tual, así como la consideración de su futuro previsible y deseable, constitu- ye un tema muy importante, que me- recería estudios más profundos. Aquí, sin embargo, me limitaré a presentar, divididas en tres partes, unos pocos datos y reflexiones, – so- bre las lecturas cristianas; – sobre los libros cristianos, y – sobre el maña- na de unas y de otros. 1. LECTURAS CRISTIANAS Lectura es palabra que unas veces significa la acción de leer, y otras desig- Lecturas y libros cristianos * * Adaptación de la lección inaugural dada por el autor en Burgos, 1988, en la Facultad de Teología. José María Iraburu Lecturas y libros cristianos Fundación Gratis Date Pamplona 1997

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José María Iraburu 1

na los escritos que se leen. En esta pri-mera parte uso el término en la pri-mera acepción. Y mis consideracionesno tratan principalmente de la lectu-ra del estudioso, orientada a la inves-tigación o la docencia. Describo másbien, haciendo una antología de tex-tos, las notas que deben caracterizar lalectura religiosa del pueblo cristiano, yque vienen a ser aquéllas que losmaestros espirituales antiguos o mo-dernos han atribuído a la lectio divinamonástica, o a lo que, a partir del Re-nacimiento, vendría a llamarse lectu-ra espiritual (1).

Lectura asiduaSi por la palabra humana el hombre

transmite a otros su espíritu, así el Pa-dre celestial ha querido comunicar alos hombres su Espíritu divino pormedio de su Palabra encarnada, Jesu-cristo. Por eso leer la Biblia y los de-más libros santos es uno de los rasgos

Si la dietética corporal suscita, contoda razón, tantos estudios y escritos,la dietética espiritual, es decir, la ali-mentación de la mente y del corazón porlas lecturas, debe ser considerada conatención aún mayor. En este sentido,la historia de las lecturas y libros cris-tianos, el análisis de su situación ac-tual, así como la consideración de sufuturo previsible y deseable, constitu-ye un tema muy importante, que me-recería estudios más profundos.

Aquí, sin embargo, me limitaré apresentar, divididas en tres partes,unos pocos datos y reflexiones, 1º– so-bre las lecturas cristianas; 2º– sobre loslibros cristianos, y 3º– sobre el maña-na de unas y de otros.

1. LECTURAS CRISTIANAS

Lectura es palabra que unas vecessignifica la acción de leer, y otras desig-

Lecturasy libros cristianos *

* Adaptación de la lección inauguraldada por el autor en Burgos, 1988, en laFacultad de Teología.

José María IraburuLecturas y libros cristianosFundación Gratis DatePamplona 1997

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fundamentales de la vida espiritualcristiana. El creyente, si quiere serlo deverdad, ha de alimentar su fe con laPalabra divina. El orden, claramenteestablecido por el Apóstol, es éste: «eljusto vive de la fe» (Rm 1,17); ahorabien, «la fe es por la predicación, y lapredicación por la palabra de Cristo»(10,17).

Judíos y cristianos han sabido siem-pre que el hombre «vive de toda pa-labra que sale de la boca de Dios» (Dt8,3; Mt 4,4). El creyente, privado de laPalabra divina vivificante, va murien-do, como una planta sin agua. Así es,y se comprende bien que así sea. Yaque el cristiano ha de vivir como un«extranjero» entre los pensamientos ycaminos del mundo (+1Pe 2,11) –queson para él engañosos y sofocantes–necesita absolutamente formar sumente y estimular su corazón leyen-do o escuchando asiduamente «lospensamientos y caminos» del Padreenseñados por Jesucristo (+Is 55,8). Ypalabra de Cristo es no solo la Escri-tura sagrada, sino, en un sentido másamplio, todos los buenos libros cris-tianos. De este modo, en la lectura es-piritual el cristiano recibe lo que con-tinuamente pide en el Padre nuestro,«el pan de cada día».

Que la Iglesia ha conocido siempreesta necesidad y ha proveído a ella lovemos en la lectura continua de la Es-critura y de los Padres, que se practi-ca secularmente en las Horas litúrgi-cas y en la Misa. Es así como la Iglesiaprocura que sus hijos crezcan sanos yfuertes, alimentados por la Palabra di-vina, que es pan de vida. Por lo quese refiere a la lectura cristiana priva-da, ésta en la antigüedad se practicasobre todo en los ámbitos monásticos,

y sólo se generaliza entre los buenoslaicos cuando la alfabetización es másfrecuente y los libros, gracias a la im-prenta, se hacen más asequibles. Es asícómo, a partir del Renacimiento, laexhortación a la lectura espiritual cris-tiana es un tema habitual entre los au-tores (2).

Los monjes comprendieron esto muypronto, de modo que lectura, oración y tra-bajo fueron desde el comienzo las coorde-nadas fundamentales de la vida monástica.San Pacomio (+346) quiere que sus monjesvivan en la rumia permanente de las pala-bras de vida eterna; y por eso prescribe:«Todos en el monasterio aprenderán a leery a saber de memoria algo de las Escritu-ras: al menos el Nuevo Testamento y el Sal-terio» (Preceptos 140). De San Jerónimo(+420) se decía: «Siempre leyendo, dedica-do a los libros, no descansa ni de día ni denoche» (Sulpicio Severo, Diálogos I, 9).

San Benito (+547), fiel a esta primera tra-dición monástica, establece en sus monas-terios ratos amplios de lectura cada día, ymás el domingo (Regla 48 y 73). El monjebenedictino da, pues, la figura sapiencial deun lector asiduo, siempre a la escucha dela Palabra divina. Guiller-mo de SanTeodorico (+1148) dirá de San Bernardo(+1153) que se ocupaba «incesantemente enorar, leer o meditar» (Vita Bernardi 4,24).

Pero no sólo los monjes han de leer, sinotambién los laicos. A ellos les dice San JuanCrisóstomo (+407): «Vosotros pensáis que lalectura de las divinas Escrituras es única-mente asunto de monjes, cuando la verdades que vosotros tenéis mucha más ne-cesidad que ellos de hacerla» (Hom. inMatth. 2,5). En sentido semejante se expre-san San Jerónimo, San Gregorio Magno(+604: Ep. 4,31; 11,78), San Cesáreo de Arlés(+542: Sermón 6,2; 8,1). Y en tiempos en quelos libros eran pocos y caros, el obispo SanEpifanio (+403) afirma que «la compra delibros cristianos es necesaria para quienestienen dinero» (Apophteg-mata 8).

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Libros buenosEn el comienzo de la Iglesia, en me-

dio de muchos errores y herejías, losfieles cristianos pudieron permaneceren la verdad evangélica porque «per-severaban en escuchar la enseñanza delos apóstoles» (Hch 2,42). Y así ha sidosiempre. Ellos, los apóstoles, recibie-ron de Cristo el encargo de «predicar»(Mc 3,14; Hch 6,4), y por eso ellos, ysus sucesores, los obispos, tienen sinduda, como dice el Vaticano II, la pri-macía docente en el pueblo cristiano(LG 25, CD 12, PO). En este sentido, alescoger las lecturas, deben ser elegi-dos aquellos libros que comunican ladoctrina apostólica, esto es, la fe de laIglesia, y los libros que disienten deésta deben ser rechazados, aunque pa-recieran estar escritos por ángeles (Gál1,8-9).

En la antigüedad, la lectura de loscristianos se centró siempre en la sa-grada Escritura, de modo que lectio di-vina era expresión sinónima de sacrapagina. Pero ya desde antiguo fue pocoa poco incluyendo también vidas desantos, pasiones de los mártires, co-mentarios a la Biblia, Reglas de vidareligiosa, y, en general, escritos espiri-tuales de los santos Padres. Así secomprueba, por ejemplo, en la Reglade San Benito (cp. 73).

En todo caso, los maestros espiri-tuales antiguos o modernos han reco-mendado siempre la lectura de librosbuenos, santificantes, es decir, recibi-dos por la fe de la Iglesia, capaces deiluminar la mente y de mover el co-razón, aptos para corregir las costum-bres y acrecentar el deseo de la per-fección evangélica. Han aconsejado,pues, como dice Jean-Pierre de Caus-sade S.J. (+1751), «no leer sino libros

escogidos, sólidos y llenos de piedad»(Lettre 31), y dejar a un lado, comoquería San Pablo, las «novedades» va-nas y las «charlatanerías irreverentes»(2Tim 4,3; 1Tim 6,20).

Ciertamente los santos eligieron sus lec-turas según estos criterios. En 1526, cuan-do San Ignacio de Loyola (+1556) estudia-ba en Alcalá, en un tiempo en que el mun-do europeo de las ideas cristianas estaba enplena ebullición, y era notable la tendenciarenacentista a la amplitud de lecturas y aestar al día en todo, le aconsejaron varios,y su propio confesor Miona, que leyera elEnchiridion militis christiani de Erasmo. PeroSan Ignacio contestaba que él no lo queríaleer, «porque oía a algu-nos predicadores ypersonas de autoridad reprender ya enton-ces a este autor; y respondía a los que se lorecomendaban, que algunos libros habría, decuyos autores nadie dijese mal, y que ésosquería leer» (Luis González de Cámara:MHSI 56, Fontes Narrativi I, 595).

Incluso entre los libros que enseñanverdades, los cristianos deben elegirsobre todo los más necesarios para suvida espiritual. Y es que, en palabrasde San Bernardo, «aunque toda cien-cia fundada en la verdad sea buena,dada la brevedad del tiempo, hemosde darnos a obrar nuestra salvacióncon temor y temblor, y, por tanto y so-bre todo, hemos de procurar aprenderlo que más rectamente conduce a lasalvación» (Serm. sobre Cantares 36,2).

Santa Teresa de Jesús (+1582) confie-sa que siempre ha preferido leer elEvangelio, que no otros «libros muybien concertados. En especial, si noera el autor muy muy aprobado, no lohabía gana de leer» (Camino Esc. 35,4).Ella solía recomendar los autores quemás le habían aprovechado: Jerónimo,Gregorio Magno, Agustín, Osuna,Bernardino de Laredo. Y muchosmaestros de la vida espiritual han

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aconsejado igualmente la lectura deciertos autores concretos (3).

Humberto de Romans (+1277), por ejem-plo, al proponer una serie de libros reco-mendables a los novicios, aconseja: «Al co-mienzo, que lean libros útiles y claros, másbien que los difíciles y oscuros, y ante todoaquéllos que son más capaces de iluminar-les, encenderles y afirmarles» (De officiisordinis, c. 5, n. 18, Roma 1888, t.2, p.230).Una de las funciones importantes de la di-rección espiritual, concretamente, ha sidosiempre la orientación de las lecturas. Si nose guiara a los niños cuando comen, se ali-mentarían mal, a base de pasteles y cara-melos.

No por vana curiosidadLos autores espirituales han recor-

dado con insistencia aquello de SanPablo, «la ciencia hincha, sólo la cari-dad edifica» (1Cor 8,1). Cierto que lasalvación es en primer lugar un cono-cimiento, una gnosis salvífica, una fe.Pero esa fe no salva si no lleva al amoroperante (Sant 2,14-26; Ef 4,15). Y endefinitiva, como dice Santo Tomás, «esmás valioso amar a Dios que conocer-le» (STh I,82, 3 in c). Por eso hay queleer sobre todo aquello que más acre-ciente el amor al Señor y a los hom-bres.

Éste es, como he dicho, un convenci-miento muchas veces inculcado por los es-pirituales. San Jerónimo dice que hay que«leer no como tarea, sino para alegrar e ins-truir el alma» (Ep. ad Demetriadem 130). YSan Bernardo quiere que se lea «a fin deaprender con más ardor lo que más viva-mente puede movernos al amor; para noaprender por vanagloria, o por curiosidad,o por algo semejante, sino sólo para tu pro-pia edificación o la del prójimo. Porque hayquienes quieren saber con el único fin desaber, y esto es torpe curiosidad» (Serm.Cantares 36,3).

Pocas cosas pueden vaciar tanto lalectura cristiana de su virtualidad san-tificante como esa vana curiosidad, queSanto Tomás estudia atentamente enla Summa (II-II, 167: cf. 35, 4 ad 3m) (4).Más aún; en el polo opuesto de la cu-riosidad, que es una ávida forma de ri-queza, está la pobreza de ciencia, que esuna forma especial de la pobrezaevangélica. Es una vocación particu-lar, sin duda, pero que a veces proce-de de Dios. Así, por ejemplo, SanFrancisco de Asís (+1226) dispone ensu Regla: «Los que no saben letras queno cuiden de aprenderlas, mas mirenque sobre todas las cosas deben desearel espíritu del Señor y su santa opera-ción» (II, cp.X). Y es que él considera-ba que «son tantos los que por propiavoluntad procuran adquirir ciencia,que pueden llamarse bienaventuradoslos que por amor de Dios se hacen ig-norantes» (Espejo de perfecc. IV). (5).

Lectura y oraciónSon dos formas semejantes de escu-

char a Dios, y se ayudan mutuamen-te. Así el concilio Vaticano II enseñaque «a la lectura de la sagrada Escri-tura debe acompañar la oración, paraque se realice el diálogo de Dios conel hombre, pues “a Dios hablamoscuando oramos, a Dios escuchamoscuando leemos sus palabras”» (DV 25)(6).

Ya la tradición judía entiende la lec-tura de los libros santos como una ora-ción, es decir, como una audición delas palabras y mandatos del Señor. Yasí lo entiende también la tradicióncristiana: leer los libros cristianos esescuchar a Cristo, Palabra de Dios, que«nos habla desde el cielo» (Heb 12,25;cf. Lc 10,16). Para San Jerónimo, la lec-

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tura sagrada es un modo de «tenderlas velas» al soplo del Espíritu Santo(In Ez. lib. 12; +San Basilio, +379, Ep.class. I, 2, 4) .

Incluso los métodos propuestos paraorar y para leer han sido muchas vecessemejantes. Así, por ejemplo, el modoclásico propuesto por Hugo de SanVíctor (+1141): «Al comienzo, la lectu-ra suministra materia para conocer laverdad, la meditación capta, la ora-ción eleva, la acción ordena, la con-templación exulta» (Eruditiodidascalica V, 9; cf. De meditandi artifi-cio). De este modo clásico, con la ayu-da de un libro, hizo oración Santa Te-resa de Jesús durante dieciocho años(Vida 4,9).

El P. Alonso Rodríguez S.J. (+1616) expli-ca bien el método: «Se ha de notar que paraque esta lección sea provechosa, no ha deser apresurada ni corrida, como quien leehistoria, sino muy sosegada y atenta... Y esbueno, cuando hallamos algún paso devo-to, detenernos en él un poco más y hacerallí una como estación, pensando lo que seha leído, procurando de mover y aficionarla voluntad, al modo que lo hacemos en la[oración de] meditación, aunque en la me-ditación se hace eso más despacio, dete-niéndonos más en las cosas y rumiándolasy digiriéndolas más; pero también se debehacer esto en su modo en la lección espiri-tual. Y así lo aconsejan los Santos [cita a SanBernardo, San Efrén, San Juan Crisóstomoy San Agustín], y dicen que la lección es-piritual ha de ser como el beber de la galli-na, que bebe un poco y luego levanta la ca-beza, y torna a beber otro poco y torna alevantar la cabeza» (Ejercicio de perfecc.I,5,28).

No muchos librosEn la lectura cristiana se ha de prefe-

rir la calidad a la cantidad, y la profun-didad a la extensión. Los maestros an-

tiguos, al tratar de la asimilación ver-dadera de las lecturas, empleaban tér-minos como ruminatio, o bienmasticatio: una buena digestión exigeuna masticación cuidadosa de lo inge-rido. La lectura extensiva, apresurada,superficial, más perjudica que ayuda,pues envanece sin aprovechar. «No elmucho saber harta y satisface al alma,decía San Ignacio de Loyola, sino elsentir y gustar de las cosas interna-mente» (Ejercicios 2). Y San Juan de laCruz (+1591), ante la tentación de unacierta gula espiritual, advertía lo mis-mo: «Muchos no se acaban de hartarde oir consejos y aprender preceptosespirituales y tener y leer muchos li-bros que traten de eso, y se les va másen esto el tiempo que en obrar la mor-tificación y perfección de la pobrezainterior de espíritu que deben» (1 No-che 3,1).

Puede haber en esto, como señalabaJuan Gerson, algo insano, como «unestómago asqueado, al que le gustacomer de muchas cosas y digerirpoco» (De libris legendis a monacho). YSan Francisco de Sales aconsejaba:«Leed poco cada vez, pero con aten-ción y devoción» (Oeuvres 21,142).

De hecho, San Ignacio de Loyola, ate-niéndose a su propia enseñanza, que no eraa su vez sino la manifestación de suexperiencia personal, leía no muchos libros,y en su habitación solía tener sólo dos, quesiempre releía sin cansarse, el Nuevo Tes-tamento y la Imitación de Cristo (L.González de Cámara: ob. cit. 584 Y 659). SanFrancisco de Sales se atenía siempre al Com-bate espiritual de Lorenzo Scupli (+1610):«Es mi libro preferido, y lo llevo en mi bol-sillo hace lo menos dieciocho años, sin quenunca lo haya releído sin provecho»(Oeuvres 13, 304). Más recientemente, San-ta Teresa del Niño Jesús (+1897) procedíade modo semejante. De ella se cuenta que,

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«ya carmelita, un día que pasaba por delan-te de una biblioteca, dijo sonriendo a suhermana Celina: ¡Qué triste me sentiría sihubiese leído todos esos libros! Hubieraperdido un tiempo precioso que he em-pleado simplemente en amar a Dios» (Pro-ceso apostólico 930). Y Charles de Foucauld(+1916) declaraba: «Desde hace diez años,puede decirse que no he leído más que doslibros: Santa Teresa y San Juan Crisóstomo.El segundo apenas lo he comenzado; el pri-mero lo he leído y releído diez veces» (Lett.à l’Abbé Huvelin 8-III-1898).

Y adviértase que muchos de los san-tos que nos dan estas enseñanzas yejemplos no son anacoretas alejadosdel mundo y sin influjo visible sobreél. San Bernardo, San Francisco deAsís, San Ignacio de Loyola o SanFrancisco de Sales, por ejemplo, consus lecturas elegidas e intensas, fueronlos hombres más influyentes de sutiempo, y en medio de las mayoresturbulencias ideológicas, ellos supie-ron marcar al pueblo cristiano, con se-guridad y valentía, el norte evan-gélico.

6. Lectura y conversiónHay que leer, sencillamente, para

convertirse y practicar lo leído. Dice elapóstol Santiago: «Recibid con docili-dad la Palabra que, plantada en voso-tros, puede salvar vuestras almas.Hacéos realizadores de la Palabra, y nosólo oyentes, engañándoos a vosotrosmismos» (1,21-22). Atención a esto: ladoctrina espiritual cristiana no se en-tiende siquiera –por ejemplo, en lo re-ferente a la pobreza– sino en la medi-da en que esa verdad se va viviendo enla vida personal. Por eso, sigue elapóstol, «si alguno se contenta con oirla Palabra sin ponerla por obra, ése separece al que contempla su imagen en

un espejo; se contempla, pero, en yén-dose, se olvida de cómo es. En cambioel que considera atentamente la Leyperfecta de la libertad y se mantienefirme, no como oyente olvidadizosino como realizador de ella, ése, prac-ticándola, será feliz» (1,23-25).

San Benito elogiaba la fuerza santifican-te de la lectura bien hecha: «Para el que co-rre hacia la perfección de la vida, están lasdoctrinas de los santos Padres, cuya obser-vancia lleva al hombre a la cumbre de laperfección. Porque ¿qué página o senten-cia de autoridad divina del Antiguo o delNuevo Testamento no es rectísima normade vida humana? ¿O qué libro de los san-tos Padres católicos no nos exhorta con in-sistencia a que corramos por el camino de-recho hacia nuestro Creador? Y también lasColaciones de los Padres, sus Instituciones yVidas, como asimismo la Regla de nuestroPadre San Basilio ¿qué otra cosa son sinoinstrumentos de virtudes (instrumentavirtutum) para monjes obedientes y de vidasanta? Para nosotros, en cambio, tibios, re-lajados y negligentes, son motivo de son-rojo y confusión» (Regla 73, 2-7). En efec-to, los libros santos, leídos en serio, denun-cian con elocuencia la mediocridad o mal-dad de nuestras vidas, estimulándonos congran fuerza hacia la perfección.

En fin, podemos aceptar sin reser-vas la definición que Diego Alvarezde Paz S.J. (+1620) da de la lecturacristiana: «La lectio consiste en medi-tar las Escrituras sagradas o los textosde los santos, no sólo para saber, sinopara aprovechar espiritualmente y,conociendo así la voluntad de Dios,realizarla en la actividad» (De vitaspirit. et ejus partibus, lib. II, p.4, c.31).

Situación actualLa situación actual de la lectura

cristiana habrá de ser analizada, portanto, considerando en qué medida

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cumple estas seis notas que configu-ran su perfección. Pues bien, mirandosólo el campo de Occidente, puedenarriesgarse con prudencia las siguien-tes apreciaciones.

1.– Hoy se hace poca lectura espiri-tual. La alimentación espiritual de tex-tos cristianos suele ser insuficiente. Yesto es bastante grave, pues hoy, másque nunca, el influjo del mundo sobrelas personas es muy intenso, a travésde los medios de comunicación social.

2.– El alimento que en las lecturascristianas se recibe no siempre es bue-no, pues en las publicaciones católicasse viene mezclando, también más quenunca, la cizaña con el trigo. Por otraparte, hoy la lectura cristiana rarasveces suele ser asesorada, y al no ha-ber apenas libros de uso común, es de-cir, de lectura tradicional entre los fie-les, fácilmente la lectura se sujeta a lamoda, al capricho personal o a la ofer-ta circunstancial de editoriales y li-brerías.

3.– Ha crecido en la lectura la cu-riosidad, y ha disminuído la devoción.

4.– Por eso mismo se han distancia-do lectura y oración.

5.– Se lee poco, pero además la aten-ción de los lectores tiende a dispersar-se entre muchas obras: «non multum,sed multa».

6.– Todo esto lleva a un modo de lec-tura poco comprometido, en el que loslibros cristianos no se toman tantocomo instrumenta virtutum, es decir,como reglas de vida y herramientasde transformación personal, sino másbien como estímulos superficiales,unos más entre tantos otros.

Ya se ve con todo esto que la situa-ción de la lectura está íntimamente li-

gada al estado actual de los libros cris-tianos. Pasemos, pues, a estudiar elpasado y el presente de éstos.

2. LIBROS CRISTIANOS

Hace unos cinco mil años que la hu-manidad conoce el arte de escribir. Yen cuanto el hombre tuvo acceso a lasescrituras, quiso Dios hacer unas Es-crituras sagradas, para transmitirle porellas la Revelación. Leyes y profecías,evangelios y cartas apostólicas encar-naron al Logos divino en páginas quepueden comunicar la vida eterna. Ha-gamos, pues, una brevísima historiadel libro cristiano.

En la antigüedadLos antiguos autores cristianos no se

sienten, por supuesto, propietarios desus escritos, los difunden gratuita-mente, y no prohiben su reproduc-ción, sino que la recomiendan. La re-producción de los libros es por enton-ces muy costosa, y los copistas nor-malmente no transmiten sino lasobras más valiosas. De hecho, apenasha llegado a nosotros alguna obra cris-tiana antigua que no sea de calidadexcelente y de ortodoxia perfecta. Yesto no se debe sólo a una darwinistaselección natural de los libros, ejerci-tada por los copistas y sus patronos,sino también a la arraigada costumbreantigua de destruir las obras portado-ras del error. En los Hechos de losApóstoles (19,19) se recoge ya el casode una gran quema de libros portado-res de error y superstición.

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Los catálogos de las bibliotecas an-tiguas, medievales y renacentistas, asícomo las listas de libros recomenda-dos, a las que ya aludí, nos hacen verque la lectura cristiana solía dedicar-se a pocos libros, excelentes en calidad.Algunas obras, quizá, de astrólogos ehistoriadores, naturalistas o filósofos,carecían de la calidad deseable, por ig-norancias de época. Pero al menos enlas obras referentes a la fe, la estimade la Tradición era tan grande quemuy difícilmente perduraba en las bi-bliotecas un libro contrario a «la doc-trina de los Padres y concilios». Porotra parte, el alto precio y la mismarareza de los libros religiosos contri-buían a conferirles un cierto caráctersagrado. Señalemos también que enaquellos tiempos las obras excelentesse mantenían vigentes durante mu-chos siglos, y se copiaban y transmi-tían una y otra vez.

En toda época, sin embargo, hubo li-bros malos. Éstos, ciertamente, eran re-tirados cuando se hacía manifiesta suheterodoxia; pero la Iglesia, a causadel todavía escaso desarrollo doctri-nal, y sobre todo a causa de las malascomunicaciones de la época, tardaba aveces bastante en hacer los discerni-mientos de la ortodoxia. De maneraque, más o menos, todas las generacio-nes cristianas conocieron en el campode los libros el trigo y la cizaña mezcla-dos.

Siglo XVI,imprenta y protestantismo

El protestantismo y la imprenta,junto con otras condiciones históricas,van a ocasionar en el libro cristianocambios muy profundos. De una par-te, los libros se van a multiplicar rá-

pidamente, y de otra, el libre examensubjetivista va a erosionar notable-mente el aprecio por la Tradición ecle-sial y por el Magisterio apostólico, co-locando a los teólogos por encima delos pastores en la determinación y pre-dicación de la fe cristiana.

En el mismo campo católico, vemoscon alarma que a partir del XVI nopocas veces la mediocridad cuantita-tiva va prevaleciendo sobre la exce-lencia cualitativa, y que cualquierDespertador de conciencias dormidas, ocosa semejante, alcanza a veces mayordifusión que las obras de un San Juande la Cruz. Cuando exploramos las bi-bliotecas importantes de estos siglos,en conventos o universidades, nosquedamos abrumados al ver la canti-dad de piadosa morralla allí acumula-da desde la invención de la imprenta.Encontramos también en ellas, sinduda, las obras excelentes, pero estánsemiocultas en la abundancia de lavulgaridad. Se hace patente ya uncambio muy marcado con respecto alas bibliotecas antiguas. Ahora la can-tidad predomina sobre la calidad. La ca-lidad está perdida entre la cantidad.

Siglo XX,enorme multiplicación de libros

En el siglo actual se produce unaverdadera explosión en la cantidad delos libros publicados. He aquí algunosdatos.

Antes del año 1500, Europa producíaunos 1.000 títulos al año. Era necesario unsiglo para formar una biblioteca de 100.000obras. A partir de esos años, la publicaciónde libros y folletos va a experimentar unaumento uniformemente acelerado. En1950, Europa producía unos 120.000 títulospor año; en diez meses, pues, se formaba

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entonces la biblioteca que antes tardaba unsiglo en hacerse. En 1960, esa tarea se cum-plía en siete meses y medio. Por fin, a me-diados de los años sesenta, la producciónmundial de libros era de unos 1.000 títulosdiarios (Alvin Toffler, El shock del futuro,Plaza-Janés 1972, 44-45). Y adviértase queEspaña, con más de 40.000 títulos anuales,ocupa uno de los primeros puestos en laproducción editorial del mundo.

Esta explosión cuantitativa, por su-puesto, se ha dado también en los li-bros cristianos. Y sin duda, en buenaparte, este enorme crecimiento depublicaciones cristianas es una reali-dad que un periodista calificaría deimparable, un marxista de irreversible,y un cristiano de providencial. La ex-pansión literaria que consideramos es,pues, en cierto sentido, necesaria, ylleva en sí todas las posibilidades ma-ravillosas y todos los peligros abis-males propios del enriquecimiento.En la búsqueda de la verdad, la posi-bilidad de reducir a unas pocas obraselegidas el campo de lecturas y medi-taciones, quedó ya atrás, fuera de al-gunas vocaciones especiales, comoquedó atrás el coche de caballos o lavida quieta de un Kant, que en todasu vida no sale de la provincia bálticade Könisberg.

Causas de la multiplicaciónExaminemos, en referencia concre-

ta al libro católico, aquellas causas dela multiplicación acelerada de las pu-blicaciones. Señalaré sobre todo cau-sas morales, que, por ser morales, esdecir, por proceder de convicciones ydecisiones más o menos libres, son encierta medida modificables:

–Ha crecido muchísimo el número deescritores. Mirando hacia atrás, y con-siderando el número de autores ecle-

siásticos en una nación, vemos quecuando el número de sacerdotes eradoble, la cantidad de las publicacionesera la mitad o un tercio. Hoy se escri-be mucho más que antes, y en esto hainfluído la elevación del nivel mediocultural, el perfeccionamiento de lasartes gráficas, y quizá la disminuciónde la humildad. Antiguamente, en losprimeros siglos, aunque en muchasIglesias locales tendrían catequesis oreglamentos escritos, sólamente lasCatequesis de Jerusalén, la Dídaque o laTraditio apostolica eran copiadas y pa-saban a la historia literaria cristiana. Omás tarde, sólo el Catecismo Romano,y unos pocos más, tendrían edicionesdurante siglos. Actualmente hay, encambio, un sinnúmero de Catecismosen todas las lenguas, publicados pordecenas y decenas de países, profeso-res, institutos o equipos parroquiales.

–En general, los autores antiguos pu-blicaban menos obras, más largamenteelaboradas. Hoy son numerosos los es-critores que tienen muchas obras. Ennuestro tiempo, los grandes autoresde pocos libros, como Xavier Zubiri oHenri de Lubac, son excepción; la ma-yoría no se contenta con menos detreinta o setenta obras, no todas, cier-tamente, de la misma calidad.

–Un cierto democratismo equívoco,bastante generalizado, ha llevado apensar en nuestro tiempo que cuantosmás sean los que hablen, mayores seránlas probabilidades de llegar al conoci-miento de la verdad.

–Es preciso señalar también ennuestro presente un acentuado afán denovedades, que aunque siempre ha sidouna tentación (1Tim 6,2; 2Tim 4,3), hoyse ve agudizado por un verdaderoculto a la modernidad y por otros con-

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dicionamientos que hemos de analizaren seguida. El hodiernis-mo, nuestromal de siècle actual (7), puede ser ilus-trado con esta anécdota: En 1976, dan-do yo unos ejercicios espirituales aunos religiosos, el encargado de labiblioteca me contó que un novicio,ayudándole a ordenarla, le había di-cho con toda ingenuidad y convic-ción: «¿Por qué no retiramos todos loslibros anteriores al Vaticano II?»...

–La mayoría de las grandes Editorialesreligiosas ha ido derivando en los últimosdecenios hacia planteamientos de empre-sas comerciales, con todos los inconve-nientes y ventajas que esto implica. Yal parecer estiman que los títulos nue-vos se venden mejor, de manera quelos catálogos se llenan abrumadora-mente de novedades editoriales, cons-tantemente renovadas. El fenómenoes tan acusado que nos recuerda alque se ha producido, en forma aúnmás grave, en las Editoriales discográ-ficas de música moderna. En éstas lamultiplicación de nuevas grabacionesse hace frenética, exigida por la pre-sión de una turba de compositores,letristas, cantantes y conjuntos, reque-rida por un público insaciable, adictoya, como a una droga, a la novedad, yprecisada por la misma economía in-terna de las Casas, que de otro modono podrían sobrevivir.

Esta tendencia hacia la multiplicidadmorbosa, a la que Juan Pablo II aludeal tratar del superdesarrollo en la encí-clica Sollicitudo rei socialis (28-29), pa-rece ser algo congénito de aquellas so-ciedades en las que la desbordantecreatividad de la iniciativa privada yla impulsividad del afán de lucro noacaban de estar encauzadas al serviciodel bien común. En esas sociedades nohabrá, por ejemplo, quinientas medi-

cinas específicas, sino cinco mil, o me-jor, diez mil. Bastaría sin duda conmuchas menos, y podrían ser así másbaratas, pero el proceso parece difícil-mente controlable. Si el gran Plotino,el enamorado del Uno, visitara el ac-tual Occidente, moriría al instante, as-fixiado por la angustia de la multipli-cidad.

Todo esto que analizamos ha sido muydistinto en la Iglesia que ha vivido oprimi-da por los regímenes comunistas. El Orientecristiano, por una parte, ha sido siempremás tradicional en sus lecturas cristianas.Pero, por otra parte, a ello se unió que elpoder civil puso mil trabas a la actividadeditorial religiosa. Ello ha traído consigo,juntamente, no pocas deficiencias, perotambién una frecuente victoria de la cali-dad sobre la cantidad. Por esto, y por lapersecución, esos cristianos suelen versehoy menos afectados por la gran confusiónmental que afecta al Occidente cristiano,sobre todo en los países muy ricos. Tambiénnuestro análisis necesitaría matizacionesimportantes por lo que se refiere a la Amé-rica católica de habla hispana, en donde laactividad editorial es reducida, y escaso elpoder adquisitivo.

Efectos de la multiplicación–Las Editoriales y Librerías católicas

ofrecen hoy a los lectores en el Occi-dente opulento una maravillosa varie-dad de obras antiguas o modernas, aprecios mucho más baratos que hacesiglos. Nunca tantos y tan variados li-bros estaban al alcance de los lectorescristianos. Sobre cualquier tema, y alnivel expositivo que se prefiera, esposible hallar varias obras para elegir.

–El predominio de las novedades, alen-tado conjuntamente por autores, Edi-toriales y Librerías, va formando unamuralla que pocos cristianos logranatravesar, y que a muchos les impide

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llegar a los mejores libros cristianos,antiguos o modernos. No sólamentelos libros mejores antiguos, los que lla-mamos clásicos, van quedando relega-dos a los eruditos, sino que tambiénlos libros modernos excelentes son en-terrados bajo la avalancha de unas no-vedades más recientes todavía, mu-chas veces de menor valor. Si busca-mos, por ejemplo, entre las decenas decatecismos que hoy nos ofrecen, unoexcelente que, larga y preciosa-men-te elaborado, se publicó hace diezaños, tendremos escasas probabilida-des de encontrarlo. Estará agotado, nohabrá interesado reeditarlo.

–La promoción permanente de lanovedad trae consigo fácilmente unadevaluación de lo antiguo, es decir, de laTradición, e incluso, como he señalado,de lo moderno no último, aunque seaexcelente.

–Según esto, el predominio cuanti-tativo de la novedad viene a ser equi-valente muchas veces al predominio dela mediocridad sobre la excelencia.

–Podrá decirse que «siempre ha sidoasí», y que las mejores obras han sidosiempre leídas por unos pocos, mien-tras que la mayoría leía otros escritosde divulgación, más adecuados a susposibilidades. Pero eso es verdad sólohasta cierto punto. Ya hemos vistoque las bibliotecas antiguas, en com-paración a las actuales, tenían pocoslibros y muy buenos. En todo caso, hayotro aspecto que conviene señalar: elabuso de la televisión y de otros me-dios de comunicación, la devaluaciónde la contemplación en favor de la ac-ción –o mejor, de la eficacia inmedia-ta–, la aversión igualitaria a lo excelen-te, en fin, el imperio cuantitativo de lamediocridad, al que ya hemos aludi-

do, han ido produciendo en los cris-tianos una mayor inapetencia por los li-bros mejores. Y esto no sólo porque loslectores se ven distraídos por otros re-clamos novedosos de menor calidad,sino también porque, habiéndose afi-cionado en Egipto al gusto de «pepi-nos y melones, puerros, cebollas yajos», no les sabe ya a nada el maná delas obras excelentes que Dios les ofre-ce en el desierto: «Ahora, protestan, senos quita el apetito de no ver más quemaná» (+Núm 11,4-6).

La poca ortodoxiaEsto nos lleva a otra cuestión muy

delicada. Se trata de saber si las Edito-riales y Librerías católicas han de estaral servicio exclusivo de la ortodoxia, o sideben difundir también obras hetero-doxas, más o menos alejadas de la fe,de la disciplina y de la moral de laIglesia.

Hay a veces fidelidad a la verdad deCristo. Son las Editoriales y Libreríasque consideran los libros como pre-ciosos alimentos y medicinas del pue-blo cristiano, que exigen garantías so-bre la ortodoxia de sus publicaciones,pues saben que está en juego la saluddel Cuerpo místico del Señor. Así pro-ceden en el mundo profano los Labo-ratorios, que antes de lanzar a la ven-ta una medicina, comprueban cuida-dosamente –cumpliendo, por lo de-más, unos controles que la misma leyimpone– que está exenta de toda no-cividad. Saben bien que cuando difun-den una medicina que produce malosefectos secundarios, malformacionesen la prole, o incluso muertes, la au-toridad civil se apresurará a prohibirel fármaco en cuestión, sancionará alLaboratorio y le exigirá que compen-

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se a las víctimas por los daños causa-dos. Existen actualmente grandes Edi-toriales y Librerías católicas que pro-ceden con este absoluto cuidado, loque comercial y moralmente les exi-ge con frecuencia actitudes poco me-nos que heroicas. Desde aquí les sa-ludamos con admiración y agradeci-miento.

Pero es mucho más frecuente la infide-lidad. Debemos confesar que en unabuena parte de las grandes Editorialesy Librerías católicas, este cuidado,desde hace unos decenios, va resultan-do muy dudoso. Incluso algunas hanpromovido eficazmente a escritores queen materias graves disienten abierta-mente de la doctrina apostólica de laIglesia, y que, por lo demás, ni en lainvestigación ni en la síntesis ofrecencontribuciones valiosas ni originales,fuera de la originalidad de decir en elcampo católico lo que en el protes-tante o en el agnóstico se había dichoya hace bastantes años. Esto en los úl-timos años se ha producido en tantasocasiones que ya no choca, no causaescándalo.

Y no es fácil entender, dicho sea de paso,la actividad de algunos autores católicosque colaboran con dichas Editoriales ofre-ciéndoles sus obras. Si los falsos profetas nopudieran mezclarse con los verdaderos, alrechazar éstos que se disimularan entreellos, perderían en gran medida su oscuroascendiente sobre el pueblo cristiano.

El Indice de libros prohibidosEn unos pocos decenios parece ha-

ber cambiado bastante en Occidente lasensibilidad hacia la ortodoxia y hacialo que la hiere. Un texto de Arturo deIorio, publicado en 1951, puede ilus-trarnos la afirmación anterior. Diceasí: «Los fieles deben abstenerse de

leer no sólo los libros proscritos porley o decreto, sino todo escrito que lesexponga al peligro de perder la fe y dedepravar las costumbres. Es ésta unaobligación moral, impuesta por la leynatural, que no admite exención nidispensa. La gravedad de esta obliga-ción es proporcional al peligro a quese expone el alma. Ahora bien, comolos simples fieles raramente estarán ensituación de apreciar el peligro en quese van a encontrar, es natural que laIglesia, con oportunos avisos y prohi-biciones, les mantenga alejados de laslecturas malas» (Indice dei libri prohi-biti, en Enciclopedia Cattolica, Città delVaticano 1951). Un texto como éste,que hace medio siglo era lo normal,ahora resulta apenas imaginable. Sinembargo, dice la verdad.

Recordemos, pues, saliéndonos unmomento de nuestro tiempo, la histo-ria de la censura de los libros en la Igle-sia, aunque los límites del presente es-tudio apenas permitan entrar en ma-yores detalles.

Los Hechos de los Apóstoles (19,19), comohe recordado antes, ya da cuenta de unagran quema de libros. Y la Iglesia, en efec-to, se vio desde antiguo en la necesidad decondenar algunos libros –uno, p. ej., deArrio en el concilio de Nicea (325)–. El pri-mer Indice de libros prohibidos nace con elpapa Gelasio (486). Pío IV, a petición delconcilio de Trento, publica un Indice (1564),y S. Pío V instituye la Sagrada Con-gregación del Indice de libros prohibidos(1571). Las últimas ediciones del Indice sonde 1930, 1938, 1940 y 1948. Por esos años laavalancha de libros va siendo tal que des-borda las posibilidades de un Indice, y yasólo se producen repro-baciones públicasde ciertas obras particularmente nocivas.

El Código de Derecho Canónico de 1918 es-tima «obligación de todos los fieles, denun-ciar a los Ordinarios del lugar o a la Sede

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Apostólica los libros que estimen pernicio-sos» (c. 1397,1; +1395-1405). El concilio Va-ticano II no trató de estos temas, pero enla atmósfera espiritual por élprovidencialmente creada, se suprimió elIndice (14-VI-1966). Más tarde, en 1983, elCódigo de Derecho Canónico renovadoafirma como principio: «Para preservar laintegridad de las verdades de fe y costum-bres, los pastores de la Iglesia tienen el de-ber y el derecho de velar para que ni los es-critos ni la utilización de los medios de co-municación social dañen la fe y las costum-bres de los fieles cristianos; asimismo, deexigir que los fieles sometan a su juicio losescritos que vayan a publicar y tengan re-lación con la fe y costumbres; y también lade reprobar los escritos nocivos para la rec-titud de la fe o para las buenas costumbres»(c. 823,1). En concreto, se reserva la censu-ra previa, es decir, la exigencia de aproba-ción eclesiástica, a las ediciones de la Biblia,de textos litúrgicos, de oraciones o catecis-mos (cc. 825-827), así como de libros de tex-to empleados en la enseñanza de las cien-cias eclesiásticas (c. 827,2). Y se «recomien-da» que esta clase de libros, aunque no seanempleados como textos, se sometan al jui-cio del Ordinario (c. 827,3).

Misión editorial de los países ricosAsí las cosas, hay tres comprobacio-

nes que parecen ciertas.–Primera: En la historia de la Iglesia

nunca ha habido un Corpus doctrinaltan luminoso y amplio como el quehoy tenemos, formado sobre todo des-de León XIII, hasta Juan Pablo II, pa-sando por el concilio Vaticano II.

–Segunda: Las Editoriales que difun-den la mayor parte con mucho decuanto hoy se publica en la Iglesia –di-rectamente o por las traducciones quepromueven o autorizan– se hallan si-tuadas, con otros centros de investiga-ción y enseñanza, en estos países ricosde Occidente.

En la I Conferencia Iberoamericana delLibro (Granada, 1992), por ejemplo, se in-forma que de los 300.000 títulos accesiblesal lector hispanoamericano 200.000 estáneditados en España. Y esta alta proporción,dos tercios, es aún bastante mayor en cuan-to a los libros religiosos católicos. Por eso,la escritora mexicana Carmen Boullosa, enla exposición Liber'94, afirma que «la úni-ca forma que tiene un autor [hispanoame-ricano] para cruzar los límites de su país espublicar en España, para que desde ella loslibros se distribuyan al Nuevo Mundo».Esto se ha cumplido, por ejemplo, con losautores hispanoamericanos de la teología dela liberación, que han hallado en algunaseditoriales españolas un apoyo decisivo.

–Tercera: Dentro de la Iglesia actual,es en Occidente, y precisamente en lospaíses más ricos de Europa y Améri-ca del Norte, donde el secularismo yla descristianización han tenido máscrecimiento, y donde los brotes de so-berbia ante el Magisterio apostólicohan surgido con mayor frecuencia einsolencia.

Las tres afirmaciones precedentes,combinadas entre sí, dan no poco quepensar. Recuerdan aquel pasaje delEvangelio: 1.–«Señor, ¿no has sembra-do buena semilla en tu campo?». 2.–«¿De dónde viene, pues, que haya ci-zaña?». 3.– «Él contestó: algún enemi-go ha hecho esto» (Mt 13,27-28).

Las Editoriales católicas de Occidentehan recibido de Dios una misión provi-dencial altísima. Unas sirven fielmen-te al ministerio, difundiendo la luz deCristo hasta los últimos lugares de laIglesia. Otras hay, es indudable, queno están a la altura de su responsa-bilidad, quizá excesiva.

Estas Editoriales están situadas enunos pueblos, los más ricos de la tie-rra, que Juan Pablo II ha denunciadovarias veces con palabras muy fuertes:

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«No es posible cerrar los ojos ante laoleada de materialismo, hedonismo,ateísmo teórico y práctico, que desdelos países occidentales se ha volcadosobre el resto del mundo» (21-III-1981). También en los últimos años al-gunos Obispos de Iglesias locales po-bres han denunciado el escándaloque, en algunas materias de ideas ycostumbres, vienen recibiendo desdeel Occidente descristianizado y rico,de donde, por otra parte, han recibi-do y reciben tanto bien.

Responsabilidad excesivaQuizá, efectivamente, como he indi-

cado, se trate en estas Editoriales deuna responsabilidad excesiva –es decir,objetivamente no proporcionada– a lacondición de quienes las dirigen, porbuena voluntad que en ello pongan.En este sentido, no deja de resultarextraño que la misión canónica sea hoynecesaria para enseñar en una Facul-tad de la Iglesia o en un pequeño Se-minario, o incluso para presidir unaparroquia de doscientos habitantes, yno sea en cambio precisa para dirigiruna gran Editorial cristiana cuyas pu-blicaciones influyen en millones depersonas. También conviene señalaren esto que una Editorial no es sólo undirector, sino un grupo de asesores yde colaboradores, un consejo deadministración y unos accionistas,quizá una familia religiosa o un cen-tro académico, etc., de modo que mé-ritos o culpas en la gestión se diluyenfrecuentemente en una amalgama depersonas y entidades.

Libros cristianos y dineroConsideremos, en fin, el aspecto eco-

nómico de los libros católicos, atendien-

do esta vez sobre todo a España y a lospaíses Iberoamericanos. Las diversasConfesiones protestantes, motivadaspor su tradicional devoción a la Pala-bra divina, y al tener una clientela defieles bastante reducida, han plan-teado con frecuencia su actividad edi-torial popular formando importantesFundaciones y Sociedades Bíblicas, quepublican normalmente pocos títulos,en tiradas largas, y a unos precios su-mamente baratos.

En el campo católico, por el contrario,una buena parte de las Editoriales han idoderivando hacia planteamientos de em-presas comerciales, incluso entre aqué-llas que se iniciaron con un gran idea-lismo apostólico. Quizá se hayan vis-to obligadas a ello por una serie defactores que no han sabido o podidoo querido –según los casos– dominar:

–Tienden a no publicar aquellasobras excelentes de las que se prevéuna venta insegura o simplementelenta.

–Editan muchos títulos nuevos,pues se venden mejor, y los autorespresionan para ello. Ahora bien, estoencarece mucho el precio del libro: lastiradas son necesariamente cortas, au-mentan los gastos de almacenamien-to y administración, y se hace precisocubrir las pérdidas de títulos fracasa-dos.

–Emplean con frecuencia formatoscaros y atrayentes.

–Se ven necesitados de grandes apa-ratos de gestión y administración, ynecesitan invertir grandes sumas enpublicidad.

–A todo lo cual se añade que del pre-cio de venta al público de un libro, ge-neralmente, un 10 % lo retiene el au-

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tor, un 25 % la Librería, y un 40 o un50 % la Distribuidora. En estas condi-ciones, y teniendo en cuenta los fac-tores enumerados, se comprende quela Editorial ha de poner al libro unprecio muy alto, no ya a veces paraganar, sino para sobrevivir.

–El resultado es un libro católicomuy caro. En el que el costo de im-prenta se ha multiplicado por tres,por cinco o por diez.

En diciembre de 1992, la revista españo-la Vida Nueva, en el informe «Libro religio-so. Las novedades del segundo semestre»,daba referencia de 199 libros, señalando susprecios. Allí puede apreciarse que en el li-bro cristiano de divulgación el precio me-dio es de 6,30 pesetas por página (0,043 $U.S.A.). Un libro, pues, de 200 páginas cos-tará normalmente unas 1250 pesetas (8,5 $U.S.A.). Carísimo.

Parece, pues, claro que el sistemamás frecuente de publicaciones católicasresulta hoy inconveniente, al menos enlas publicaciones destinadas al pueblo.No sirve satisfactoriamente a la difu-sión de la Palabra divina entre loshombres. Podrá subsistir, deberá per-durar acerca de cierto tipo de publi-caciones, pero para cubrir las necesi-dades comunes y fundamentales delos fieles está lejos de ser el más ade-cuado.

Aunque todo esto que afirmo es evi-dente –cualquiera se da cuenta deello–, casi nunca, por razones obvias,se dice por escrito. Debe, pues, serafirmado y repetido ya por escrito.

HispanoaméricaPodrá decirse, y es verdad, que el

precio del libro religioso no constitu-ye mayor problema en los países ricos,en Alemania, en Francia, incluso en

España. Pero precisamente la IglesiaCatólica va decreciendo en los paísesricos, y va creciendo en los pobres –cosa, por lo demás, bastante previsi-ble–. Pensemos concretamente en His-panoamérica, donde el alto precio delos libros cristianos es un problemagrave. Si los libros de las Editorialescatólicas españolas son aquí bastantecaros, allí resultan inevitablementemucho más caros –menor poder ad-quisitivo, gastos de envío e importa-ción, aduanas, cambios desfavorablesde la moneda–, y últimamente, con lascrisis económicas y la deuda exterior,van siendo prácticamente inasequi-bles. Copio algunos testimonios epis-tolares.

De Argentina (VIII-1989) me escribe unprofesor amigo: «Ediciones protestantes dela Palabra de Dios, en Sociedades Bíblicas.Precios de venta al público: Los cuatroEvangelios, 0’75 $ USA; los salmos, 0,75;Nuevo Testamento, 1,80; Biblia completaencuadernada, 4,50. La edición más econó-mica de la Biblia hecha por católicos tienecomo precio de venta al público 18,20 $, osea es cuatro veces más cara». Esta realidad,tantas veces comprobada, apenas es justifi-cable.

Carta desde Chile (III-I988): «Bien sabeslo carísimos que son los libros aquí y lobajísimo que está el peso. Un libro de 2.000pesetas allá, aquí son 5.000 pesos o más: eltercio del sueldo mensual de muchos obre-ros en Chile». En las bibliotecas católicas deIberoamérica, públicas o privadas, la mayorparte de los libros procede de España. Has-ta hace unos años, las Editoriales católicasespañolas más importantes vendían la mi-tad de su producción en España, la otramitad en América. Actualmente se ha ve-nido abajo en gran parte ese mercadoamericano: no están en condiciones decomprar libros españoles, sobre todo por ladevaluación de sus monedas.

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Esto crea en América Hispana unasituación difícil, pues los libros –al me-nos las colecciones más valiosas– nopueden por ahora ser allí producidos,normalmente, ni tampoco pueden serimportados de España en condicionestolerables. La salida, de momento, sue-le ser con frecuencia la fotocopiadoray las ediciones «pirata».

En México (VIII-1987) me contaban queun libro religioso español de 178 págs., queallí se vendía por 12.500 pesos, «pirateado»al offset, en la misma forma de encuader-nación, para un movimiento apostólico,costaba 2.300 pesos.

Carta desde Argentina (IV-1988): «Prác-ticamente lo que aquí corre es la fotocopiade libros». Carta desde México (111-1988)de un profesor extranjero: «Cuando fuipara N., noté con mucha sorpresa los pre-cios de los libros. Tuve que acercarme a lacajera para quitar mi incredulidad, pregun-tándole si fueran precios o números de se-rie o de códigos de biblioteca o qué... Y esincreíble la cantidad de literatura protes-tante que llega por aquí, todo gratis o muybarato... En mis clases de Sagrada Escritu-ra, hago fotocopias de libros de texto. Porejemplo, un libro de 50.000 pesos [impor-tado de España] lo puedo ofrecer así a unos20.000 pesos».

¡Se prohibe la reproducción!Entre tanto, la mayor parte de las

Editoriales religiosas inscriben en susproducciones avisos sobrecogedores:Prohibida la reproducción total o parcialde esta obra, el almacenamiento en sis-tema informático y la transmisión encualquier forma o medio: electrónico,mecánico, por fotocopia, por registro opor otros métodos, sin el permiso previoy por escrito de los titulares del Copyrig-ht.

Ahora bien ¿habrá que considerarsiempre como injustificable la repro-

ducción de libros no autorizada? ¿Noestaría tal acción, dentro de muchoslugares de América, por ejemplo, den-tro de la figura jurídica del hurto famé-lico? Si algunas Editoriales católicascomprueban que en muchos paísesresulta mucho más barato reproducirsus libros a fotocopia que comprarlos,estimo que tendrán que replantear susmodos de producción y venta, buscan-do otros más adecuados a las necesi-dades del pueblo cristiano.

3. FUTURO DE LAS LECTURASY DE LOS LIBROS CRISTIANOS

Ministerio pastoral del libroEntre lectores y libros hay una relación

profunda, y una mutua causalidadconstante. A la demanda de los lecto-res corresponden las Editoriales con laoferta de ciertos libros, y la oferta in-sistente de ciertos libros provoca enlos lectores una demanda de los mis-mos. Se ponen de moda ciertos temas,se multiplican las publicaciones sobreellos, se llega a un punto de satura-ción, se dejan caer en el olvido, surgenotras cuestiones...

En este juego complejo y delicado,en el que se entrecruzan miles decausalidades y condicionamientos,creo que los lectores, frente a las Edi-toriales, tienen un papel más bien pa-sivo, en tanto que a éstas les corres-ponde una función más bien activa.

Dicho en otras palabras: Hay en ladirección de las Editoriales, en su rela-ción con el pueblo cristiano, un ministe-rio pastoral de suma importancia y tras-

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cendencia, de modo que en su ejerciciopuede hacerse mucho mal o muchobien. Quienes dirigen una Editorial ca-tólica deben proponerse en primerísi-mo lugar el bien espiritual del pueblocristiano, deben estar atentos a ilumi-nar las oscuridades, clarificar las du-das, potenciar los valores existentes,suscitar los convencimientos evangé-licos que se van olvidando, asegurarfidelidades que se van relajando, ani-mar entusiasmos donde se va impo-niendo el desaliento. Ministerio pas-toral tan excelente ha de contar, sinduda, con grupos de asesoramiento,pero en las orientaciones más decisi-vas debe seguir con suma atenciónaquéllas que vienen dadas día a díapor el Papa y los Obispos. Ellos son,como pastores puestos por el Espíri-tu Santo, quienes de verdad deben re-gir y conducir al pueblo cristiano, conla fiel colaboración de las Editorialesy de tantos otros movimientos e ins-tituciones.

Cambios próximos notablesEs previsible que en el campo editorial

católico se van a producir cambios muynotables, y a plazo más bien corto. Ladescristianización de ciertas nacionesricas acabará minando la prosperidadde sus antiguas Editoriales católicas,al reducirse en ellas el número de au-tores y de lectores. De modo inverso,irán potenciándose y floreciendo Edito-riales en los países pobres, allí donde elcristianismo es una fuerza ascenden-te. El mundo de las ediciones católicas–libros, revistas, folletos– no seguirácasi exclusivamente en manos de lainiciativa privada, sino que la autori-dad apostólica de la Iglesia asumirá másdirectamente el ministerio pastoral dellibro cristiano, de tan decisiva impor-

tancia, sin que suprima, desde luego,las Editoriales privadas. La SagradaCongregación para la Doctrina de laFe, los obispos, las conferenciasepiscopales, etc., irán recobrando cadavez más la dirección efectiva de laspublicaciones católicas, especialmen-te de las populares. Por otra parte, elcelo apostólico, en iniciativas priva-das, hará surgir Editoriales gratuitas,en forma de fundaciones o sociedadesbenéficas.

Pero también el progreso técnico trae-rá pronto innovaciones que modificaránnotablemente los libros, las revistas, lasbibliotecas. Para ciertos usos, un orde-nador personal podrá suministrarcuantiosa información, a través deunos discos sumamente baratos o deredes potentísimas interconectadas.Terminales situadas en Obispados ocentros religiosos darán acceso en suspantallas al cúmulo de libros y revis-tas reunidos en grandes Bibliotecascentrales. El régimen actual de biblio-tecas públicas o privadas, tan volumi-nosas y costosas, será pronto vistocomo vemos hoy las antiguas biblio-tecas asirias de ladrillos cocidos. De lasEditoriales actuales, unas morirán,otras seguirán viviendo con notablesmodificaciones estructurales. Y sinduda Dios suscitará nuevos plantea-mientos tanto para la produccióncomo para la distribución de los escri-tos cristianos. Nuevas formas de edi-ción y de difusión se pondrán así alservicio del pueblo creyente.

Pues bien, hoy podemos atrevernosa intuir las notas fundamentales que de-ben configurar el mundo de las publica-ciones católicas, que son éstas: verdadortodoxa, tradición, pobreza evangé-lica y gratuidad.

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OrtodoxiaLos libros benditos de la ortodoxia

eclesial, escritos por autores antiguoso modernos, transmiten a los fieles lafe de la Iglesia, el agua viva que manadel lado derecho del Templo (Ez 47,1-12; Is 55,1; 58,11; Zac 13,1), el agua yla sangre que brotan del costado he-rido del Crucificado (Jn 19,34; 4,14;7,37-39; Ex 17,5-6; 1Cor 10,4). Los libroscristianos de la ortodoxia, de modosemejante a la Biblia, fueron conside-rados antiguamente, sobre todo en elOriente cristiano, como sagradas escri-turas o divinas escrituras.

Y es que también ellos son palabrasde Cristo (Lc 10,16), y por tanto tam-bién ellos «son espíritu y son vida» (Jn6,63). Todos los libros cristianos han detener en la Biblia su principio y mo-delo permanente, y todos deben imi-tar de ella su fuerza doxológica ysoteriológica, su potencia para susci-tar la glorificación de Dios y la santi-ficación de los hombres, pues, comosabemos, «toda Escritura es divina-mente inspirada y útil para enseñar,para argüir, para corregir, para educaren la justicia, a fin de que el hombrede Dios sea perfecto y consumado entoda obra buena» (2 Tim 3, 16-17). Losescritos cristianos, sobre todo los des-tinados al pueblo, han de acentuar sucalidad ortodoxa y salvífica, pues vie-nen a ser como sacramentos, signos dela fe, gracias visibles que ocasionanotras gracias invisibles.

«Es grande –dice un antiguo texto ruso–la utilidad de las instrucciones que los li-bros nos procuran. Los libros nos mandany enseñan el camino de la penitencia; porlas palabras de los libros alcanzamos la sa-biduría y la templanza. Los libros son losríos que riegan la tierra toda; son las fuen-tes de la sabiduría; los libros son un abis-

mo sin fondo; nos consuelan en la tristezay representan el freno de la templanza»(Crónica de Nestorio, que cuenta la historiade este príncipe ruso durante 1037: TomásSpidlik, Los grandes místicos rusos, Madrid,Ciudad Nueva 1986,187).

Las publicaciones académicas debenconsiderar, entre otras, las cuestionesdisputadas; pero las grandes Editoria-les católicas populares han de ofrecerhabitualmente el alimento de la fe,pues «el justo vive de la fe» (Rm 1,17;Gál 3,11; Hab 10, 38), vive «de toda pa-labra salida de la boca de Dios» (Mt4,4). No vive de hipótesis teológicascontrovertidas, que quizá un día seanrecibidas –o no– en la fe de la Iglesia.Las Editoriales católicas deben comu-nicar a los fieles, poniendo en ello susmejores recursos, la fe de la Iglesia, laque enseñan el Papa, los obispos yaquellos escritores que realmente me-recen el nombre de católicos, es decir,aquéllos que, como cualquier cristia-no, y en mayor grado todavía, «perse-veran en escuchar la enseñanza de losapóstoles» (Hch 2,42), y ponen suciencia y su prestigio al servicio –fundamentación, defensa, acrecenta-miento, aplicación y difusión– delMagisterio apostólico.

Por el contrario, «los que se ponenen abierta oposición a la ley de Dios,auténticamente enseñada por la Igle-sia», no deben hallar tribuna y altavozen las Editoriales que pretendan lle-var dignamente el nombre de católi-cas; en efecto, «se han oído y se siguenoyendo voces que ponen en duda lamisma verdad de la enseñanza de laIglesia», y a veces en cuestiones muygraves (Juan Pablo II, 5-VI-1987; +Co-misión Teológica Internacional, Ma-gisterio y teología, Madrid, CETE 1983,119-147).

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Por otra parte, y ésta es tambiéncuestión de mucha importancia, la di-fusión de los mismos textos del Magis-terio eclesial habría de mejorarse en ca-lidad, precio y distribución. Las traduc-ciones del Magisterio apostólico hoy pa-decen excesivas deficiencias. LaDidascalia apostolorum merece ennuestro tiempo unas versiones másfieles y cuidadas. También se echan enfalta grandes colecciones de Documen-tos Pontificios, en ediciones populares,como las que se hicieron en Madrid yBuenos Aires hace bastantes años.Para el cristiano común de lengua his-pana no es fácil hoy tener acceso apreciosos documentos (MysticiCorporis Christi, Mediator Dei, Fideidonum, Humanae vitae, etc.), que con-servan todo su valor, y que publicadoshace tiempo en folletos, ya no suelenreeditarse.

TradiciónLas Editoriales deben favorecer que el

cristiano «saque de su tesoro lo nuevo ylo viejo» (Mt 13,52). Los escritoscristianos de los últimos diez o vein-te años, o los de hoy mismo, los rabio-samente actuales, son apenas un ins-tante en los veinte siglos de literaturacristiana teológica y espiritual. Si loslectores son inducidos a encerrarse enlos libros actuales, quedan encarcela-dos en el presente, incurren en unprovincianismo histórico sofocante, yse ven condicionados a privarse de losmuchos genios religiosos que el Espí-ritu Santo ha suscitado a lo largo delos siglos. La lectura hace posible unaadmirable comunicación con los hom-bres de nuestro tiempo, pero ha deabrirnos también la mente a la aven-tura espiritual del hombre en la histo-ria, en otras culturas, en otros siglos.

Y cuando se trata de la lectura cristia-na, ella ha de sumergirnos en la comu-nión de los santos y de los sabios cris-tianos de todo tiempo, enrai-zándonos así en la mejor Tradiciónviva de la Iglesia. Qué empobreci-miento indecible sufren los que se li-mitan a las novedades editoriales pre-sentes. Y cuánto bien haríamos a ve-ces los autores actuales callando, y de-jando oir las voces de los hermanosmayores que nos han precedido –hacesiglos o hace veinte años–, más aún,ofreciendo esas voces, debidamenteactualizadas –cuando fuere preciso–, alos lectores de hoy.

Antes he aludido a la actividad edi-torial de ciertas Casas discográficasque producen más y más discos demúsica moderna. (Tantas cancioneslanzan, que en bodas o excursiones,hoy se cantan a coro canciones verda-deramente antiguas, pues las nuevas,tan aprisa se renuevan, que no llegana ser aprendidas, ni se hacen tra-dicionales). Pues bien, las Emisorascomerciales apenas radian sino estetipo de música, día a día renovada.Otra es la orientación de aquella Ra-dio no comercial que diariamente emi-te música excelente de los mejorescompositores antiguos o modernos.

Me refiero a Radio Nacional de España,Radio-2. En ella se oyen habitualmente mú-sicas excelentes de siglos diversos: músicasde pueblos antiguos, gregoriano,Monteverdi, Vivaldi, Bach, Haendel,Haydn, Mozart, Beethoven, Brahms,Wagner, Chaikowsky, Ravel, Verdi,Bruckner, Strawinsky, Bartok, Mahler, Fa-lla, Dvorak, con otros muchos actuales. Losbuenos aficionados a la música, adictos aesta emisora, libres de toda chrono-lâtrieesthétique, gozan con la mejor música detodos los tiempos conocidos.

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Pues bien, de modo semejante, laoferta global de las Editoriales católi-cas debe estimular a los lectores cris-tianos a sacar siempre del tesoro de laIglesia «lo nuevo y lo viejo», ayudán-doles así a superar la tentación ate-niense. En efecto, «todos los atenien-ses y los forasteros allí domiciliados nose ocupaban en otra cosa que en de-cir y oir novedades» (Hch 17,21).

Hay, sin duda, un progreso en la teo-logía, hay una evolución homogéneadel dogma, pues el Espíritu Santo nos«guía hacia la verdad completa» (Jn16,13). Pero hay en los escritos religio-sos de los genios, de los santos, unaexperiencia personal de Cristo y unosvalores espirituales, y aun estéticos,en su expresión, que les mantienensiempre actuales, de modo que acer-ca de ellos apenas cabe hablar de «pro-greso».

Y sigo con la analogía del arte, cediendola palabra a André Gide: En arte, «la pala-bra “progreso” pierde todo su sentido, y,como escribía no hace mucho Ingres, no sepuede oir con sangre fría y leer que “la ge-neración actual goza, viendo los enormesprogresos que la pintura ha hecho desde elRenacimiento hasta nuestros días”» (Los lí-mites del arte, en Pretextos: Obras, Plaza-Janés 1968, 630-631). Lo mismo decíaPicasso en la revista italiana EPOCA (24-X-1971): «frecuentemente oigo pronunciar lapalabra evolución. Me piden que expliquecómo evoluciona mi pintura. Para mí, el arteno es ni pasado ni futuro. Si una obra dearte no puede vivir siempre en el presen-te, no debe ser tomada en consideración.El arte de los griegos, de los egipcios, de losgrandes pintores, que vivieron en otrostiempos, no es arte del pasado. Quizá esarte más vivo hoy de lo que fue jamás».

PobrezaConviene que Cristo se encarne en los

libros con pobreza, que es su modo. Las

Editoriales comerciales profanas, almenos en los países ricos, tienden acrear un tipo de libro de formato atra-yente: cubierta a todo color, papelbueno, poco texto en cada página, ymuchas páginas; todo lo cual, al hacertiradas grandes, no sale ex-cesivamente caro. Ahora bien, cuandolas Editoriales católicas se sientenobligadas a hacer los mismos plantea-mientos, pero con tiradas mucho me-nores, dan lugar entonces a librosmuy caros. Reconozcamos honrada-mente que la clientela de los libros re-ligiosos es bastante reducida, y que,por tanto, para que no resulten muycaros, es preciso hacerlos en formatosmodestos. Hoy los medios técnicospermiten producir a costos bastantebajos libros dignos y resistentes.

Y no se diga que los libros cristianosdeben competir con los profanos«usando sus propias armas». Esteprincipio, aunque se repita de cuandoen cuando, no es cristiano, y no debeser aplicado ni a la producción de li-bros ni a nada. El Verbo divino pudoencarnarse en prestigio, poder y tí-tulos académicos, o en la forma queestimara más conveniente para salvara los hombres, manifestándoles queDios es amor. Y eligió encarnarse enpobreza. Por tanto, cuando las Edito-riales encarnan al Logos divino en li-bros humanos, háganlo en austeridady pobreza, que es su modo. Y véndan-los luego muy baratos, de modo quenadie deje de adquirirlos por su altoprecio.

En fin, es preciso reconocer en estepunto que del Evangelio de Cristo unode los aspectos menos recibidos, in-cluso entre los cristianos más fieles, esel Evangelio de la pobreza. Y si ésta,más o menos, es apreciada en algunos

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temas –casa, vestido, etc.–, apenas loes en lo que se refiere a los libros cris-tianos. Es cierto que la especialsacralidad de la Biblia, de los libroslirtúr-gicos o de otros textos, puedeaconsejar en ellos una cierta riquezade formato. Pero, en general, es sinduda conveniente que la hermosa dig-nidad de la pobreza evangélica brilleen los formatos de las publicacionescatólicas.

GratuidadLa difusión de la Palabra divina con-

viene hacerla gratuitamente, entendien-do por tal el apartamiento del fin lu-crativo. Todo parece indicar que lasnotas tercera y cuarta, pobreza y gra-tuidad, facilitan mucho la consecu-ción de la primera: ortodoxia. Si enbastantes Editoriales católicas entra elinterés económico, cuando son tiem-pos en que heterodoxia y disidenciaestán de moda, habrá que temer pru-dentemente por la veracidad. La ten-tación es grande, y aunque no pocosse libran de caer en ella, habrá que re-cordar que la mejor manera de vencerciertas tentaciones es suprimirlas.

Las Editoriales católicas que, entreotros fines más altos, persiguen el finlucrativo, son perfectamente lícitas, y,al menos en las actuales circunstan-cias, son necesarias y providenciales.Pero cada vez se ve más claro que tam-bién son necesarias las Fundaciones oEditoriales gratuitas, cuyo único fin seacomunicar al pueblo cristiano el alimen-to espiritual de cada día, y que no ten-gan quizá en sus catálogos muchos tí-tulos, pero que, en formatos modestos,hagan tiradas largas y consigan pre-cios escandalosamente baratos. Quizá,incluso, traiga esto, por la ley de la

competencia, algún reflejo benéfico enel precio de los libros de las mismasEditoriales comerciales.

Y conviene que la gratuidad comiencepor los mismos autores. Tampoco hayen esto por qué acomodarse mecáni-camente a los usos civiles. Los dere-chos de autor, en sí legítimos, en mu-chos casos pueden y deben ser renun-ciados, pues la mayor parte de los es-critores ya tienen solucionada su situa-ción económica por otros medios.Otra cosa es que los autores sean com-pensados por los gastos que la elabo-ración de sus obras haya ocasionado.

Del mismo modo, también convie-ne que las Editoriales católicas de paísesricos cedan sus derechos cuando se tratade traducir sus libros en países pobres,sin fin lucrativo.

Que un autor católico del Occidente rico,apoyado en una potente Editorial, cobrecon ésta sus aranceles propios por autori-zar que su obra llegue a los católicos de lospaíses pobres es algo que sólo como excep-ción podrá ser conveniente, pero en la ma-yoría de los casos no lo es. Después de todo,durante muchos siglos los grandes autorescristianos no cobraron derechos de autor.Volvamos, pues, en cuanto sea posible, a esabuena práctica, que con ella, no sólo baja-rá un diez por ciento el precio de los libros,sino que también cabe la esperanza de que,sin este estímulo económico, se publiquenmenos títulos.

Ya se ve que veracidad ortodoxa, po-breza, gratuidad, eliminación de títulossupérfluos, cultivo de obras de autores noactuales, tiradas más largas, precios másbajos, todo está muy relacionado entresí, y unos factores hacen posibles a losotros. Por el contrario, también pare-cen relacionarse entre sí veracidaddudosa, intereses de autores y Edito-riales, títulos innumerables, abandono

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de las obras tradicionales, tiradas cor-tas y precios altos.

Nuestra prevención hacia la excesivamultiplicación de libros no se refiere, porsupuesto, a las obras de investigación cien-tífica. Éstas no aumentan la confusión, sinoel conocimiento. Cuantas más, mejor. Son«las otras» las que nos hacen recordar elantiguo principio «entia non suntmultiplicanda sine necessitate». No se nosoculta, sin embargo, que en la limitación dela multiplicidad es necesaria una gran cau-tela. El hombre ha de ser a imagen de Dios,y Dios hizo en la creación una indecible va-riedad de criaturas, una multiplicidad quese diría innecesaria, excesiva, y que es ma-nifestación comunicativa de su infinitud. Yquedó satisfecho de cuanto hizo.

El ideal hacia el que hay que tenderes que Cristo-Palabra se comunique alos fieles como Cristo-Pan en la euca-ristía, gratuitamente. Que quien no lea,como quien no comulga, sea sólo por-que no quiere hacerlo.

No se trata de que los libros sean re-galados sin más, sino de que sean ven-didos a precios mínimos. Pero tampo-co hay que desechar la práctica en elapostolado del libro regalado.

No podemos creer en eso de que «lo quese recibe gratis, no se aprecia». Cristo diceotra cosa: «Gratis lo recibisteis, dadlo gra-tis (gratis date)» (Mt 10,8). En efecto, el Pa-dre nos dio gratis a su Hijo, y éste nos re-galó su evangelio, su gracia y su amor. Porlo demás, pensar que si los fieles «pagaran»por comulgar, por recibir la confirmación,o por ser perdonados de sus pecados, apre-

ciarían así más el valor de los sacramentos,valga el ejemplo, resulta al menos pintores-co. Los aranceles están bien suprimidos.

El mundo católico de habla hispanaCuando se preparaba el V Centena-

rio de la evangelización de América,Juan Pablo II decía que «allí se inicióuna gran comunidad histórica entrenaciones de profunda afinidad huma-na y espiritual, cuyos hijos rezan aDios en español, y en esa lengua hanexpresado en gran parte su propia cul-tura» (Zaragoza, aerop. 10-X-1984). Yseñalaba el hecho formidable: ¡«Casi lamitad de todos los católicos están enAmérica latina»! (Sto. Domingo 12-X-1984)...

Efectivamente, todo hace esperarque, en unos años más y con el favorde Dios, una mitad de la Iglesia Católi-ca hable, rece, lea en español. Pues bien,esta realidad eclesial asombrosa, mis-teriosamente dispuesta por Dios en suprovidencia, suscita en las Editorialescatólicas y en los autores de lenguacastellana, de España y de América,unas posibilidades inmensas y unas res-ponsabilidades no menores, a las quesólo podremos ser fieles si, con la gra-cia de Cristo, seguimos el ejemplo deaquellos misioneros que, con tantoamor hacia aquellos pueblos, les lleva-ron, en pobreza y gratuidad, la fe or-todoxa de la Iglesia Católica.

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1.– La expresión «lectura espiritual» segeneralizó hacia el 1600 por influjo de au-tores jesuitas, como Baltasar Alvarez(+1580) y Bartolomeo Ricci (+1613). Cf. S.Castro Sánchez, D. de Pablo Maroto, T.Egido López, A. M. García Ordás, A. Gue-rra, Lectura cristiana y vida espiritual, «Re-vista de espiritualidad» 31 (1972) 267-354; J.Rousse, H. J. Sieben, A. Boland, Lectio di-vina et lecture spirituelle, Dictionnaire despiritualité, París IX (1975) 470-510.

2.– Alonso Rodríguez (+1616), Ejercicio deperfección y virtudes cristianas, I,5,28: Ma-drid, Testimonio 1985, 374-383; GiulioNegrone (+ 1625), Tractatus ascetici, IV y V,Milán 1621, 1-253; Juan José Surin (+1665),Guide spirituelle, 4.a p., cp. 3: coll. Christus12, 1963; Nicolás Jamin (+1782), Traité de lalecture chrétienne París 1774; Francisco Na-val (+1930), Curso de teología ascética y mís-tica, 1914, I,3,5; Réginald Garrigou-Lagrange, Les trois âges de la vie intérieur,I,16: París, Cerf 1951, 337-349; AdolpheTanquerey, Compendio de teología ascética ymística, Desclée and Cia. 1930, nn. 573-583;Gustave Thils, Santidad cristiana,Salamanca, Sígueme 19685, 547-553; Anto-nio Royo Marín, Teología de la perfección cris-tiana, BAC 114 (19685) nn. 655-658; A.Gazzera - A. Leonelli, La via della perfe-zione, Fossano, Ed. Esperienze s/f. (1968?)154-156; Albino del Bambino Gesù (Rober-to Moretti), Compendio di teologia spirituale,Marietti 1966, 375-377).

3.– Hallamos catálogos de lecturas reco-mendadas en la Disciplina Farfensis, II, 51,que refleja la observancia de Cluny en el s.XI: ML 150, 12841285C. Ver también GérardGroote (+ 1384), uno de los fundadores dela Devotio moderna, en Conclusa etproposita: DSp (1957) 741; Jean Gerson (+1384), en De libris legendis a monacho, y en

De considerationibus quas debet habereprinceps; Dionisio Cartujano (+ 1471) en Delaude et commendatione vitae solitariae, art.30, siguiendo a Gerson; García Jiménez deCisneros (+ 1510) Obras completas,Montserrat 1965, 519-523, 637-642; GiulioNegrone (+ 1625), Tractatus ascetici, en Delectione sacra super mensam clericorum etreligiosorum, y en De lectione privatalibrorum spiritualium a christianis cupidis per-fectionis, et in primis a religiosis usitanda,Milán 1621), procurando así ayudar sobretodo a los principiantes.

4. También señala este vicio San Francis-co de Sales (+1622): «Querer leer por curio-sidad, dice, es señal de que todavía tene-mos el espíritu un poco ligero» (Oeuvrescomplètes, Annecy 1892-1932, t.6, 292). YPierre-Joseph de Clorivière (+1820): «Espreciso leer con sencillez y en espíritu deoración, y no por una búsqueda curiosa»(Prière et oraison, coll. Christus 7, 1961, p.153: cf. etiam cp. 10, sobre todo págs. 114-115. También, Tomás de Kempis (+1471),Imitación de Cristo, cp. 5).

5.– Sobre la pobreza de ciencia, cf. J. M.Iraburu, Pobreza y pastoral, Estella, VerboDivino 19682, 265-276.

6.– La cita es de S. Ambrosio (+ 397, Deofficiis ministrorum, I, 20, 88: ML 16,50. Fra-ses análogas hallamos en S. Cipriano(+258): «Permanece en la oración y la lec-tura; así hablas con Dios, y Dios está con-tigo»; Ep. ad Donatum I, 15: ML 4, 226a. Yen S. Jerónimo: «Orando, hablas al Espo-so; leyendo, él te habla»; Ep. ad Eustochium22, 25: ML 22, 411).

7.– Cf. Jacques Maritain, La chronolâtrieépistémologique, en Le Paysan de la Garonne,París, Desclée de B. 1966, 25-28.

Notas

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Lecturas y libros cristianos24

Indice

1

Lecturas cristianasLectura asidua, 1. Libros buenos, 3. No

por vana curiosidad, 4. Lectura y oración,4. No muchos libros, 5. Lectura y conver-sión, 6. Situación actual, 6.

2

Libros cristianosEn la antigüedad, 7. Siglo XVI, im-

prenta y protestantismo, 8. Siglo XX,enorme multiplicación de libros, 8. Cau-sas de la multiplicación, 9. Efectos de lamultiplicación, 10. La poca ortodoxia, 11.El Indice de libros prohibidos, 12. Misióneditorial de los países ricos, 13. Respon-sabilidad excesiva, 14. Libros cristianos ydinero, 14. Hispanoamérica, 15. ¡Se pro-hibe la reproducción!, 16.

3

Futuro de las lecturasy de los libros cristianos

Ministerio pastoral del libro, 16. Cam-bios próximos notables, 17. Ortodoxia, 18.Tradición, 19. Pobreza, 20. Gratuidad, 21.El mundo católico de habla hispana, 22.

Notas, 23

Indice, 24