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Por Bill Zehme* Un fantasma llamado Warren Beatty EL HOMBRE QUE AMA PROFUNDAMENTE SEXO… Y A LAS AL MUJERES

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Por Bill Zehme*

Un fantasma llamado Warren Beatty

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31 de mayo de 1990.

Es un fantasma. Es un ectoplasma humano. Está ahí y luego ya no está, y entonces ya no estás se-guro de que haya estado nunca. Ha tenido rela-ciones sexuales con todo el mundo o al menos lo ha intentado. Ha tenido relaciones sexuales con alguien que conoces o con alguien que conoce a alguien que tú conoces o con alguien a quien te gustaría conocer, o al menos lo ha intentado. Es famoso por el sexo, es famoso por haber teni-do relaciones con las famosas, es famoso. Casi siempre hace buenas películas cuando hace pe-lículas, lo que no ocurre casi nunca. Ha estado liado con la mayoría de sus protagonistas feme-ninas. Mantiene amistad con todas las mujeres y con muchos políticos y les susurra consejos por teléfono en plena noche. O quizá no habla nunca con nadie, excepto con quienes lo conocen bien, si es que hay alguien que lo conozca. Es un enig-ma inexorable. Elusivo porque sí, lo que lo hace deseable aunque nadie puede comprender del todo por qué. Es mucho más listo de lo que uno piensa, aunque sólo sea porque piensa demasia-do sobre ser listo. No admite nada de todo esto. No admite casi nada. Niega poco. Y así va cre-ciendo su leyenda.

Oyes historias sobre Warren Beatty. En cuan-to él aparece, aparecen. Lo que oyes son chismes carnales, posiblemente adornados, ciertamente superfluos. Warren Beatty, te dicen, es amable y respetuoso y nunca insistente, pero no le im-portaría tener sexo ahora mismo, justo en este mismo microsegundo. Ama profundamente a las mujeres. Las mujeres me lo dicen sin que se los pregunte, y los hombres lo corroboran. Cuando Warren conoce a una mujer, le dice [confundido]: “Es usted la mujer más hermosa que he conocido que no sea actriz o modelo”.

Un famoso director recuerda haber mante-nido una conversación durante la cual Warren “¡le metía mano a una mujer! A ella no parecía importarle y él actuaba como si fuese lo más na-tural del mundo”. Otra escena: Warren llama a una actriz una noche de sábado, muy tarde. Su marido contesta el teléfono. Ella coge el teléfono y Warren la invita a subir a su casa para que lea el papel de una película que es sabido que ya ha sido adjudicado. Ella se niega pero de todas for-mas apunta su número de teléfono. Junto al nú-mero, el marido advierte que ella ha escrito equi-vocadamente “Warren Beauty” (Warren Bello). Muchas agendas telefónicas deben de haber co-nocido ese error.

Madonna tiene su número. Lo tiene como muchas otras pueden no tenerlo. Él le dijo a al-guien, el año pasado en un almuerzo:

–A veces me miro al espejo y me digo: ¡Estoy con Madonna!

Con el amor renace, vuelve a convertirse en personaje público. Porque sólo vemos a Warren cuando ama profundamente (sólo oímos hablar de él cuando va buscando algo). Desde los se-senta y en adelante, lo vimos con más claridad (pero nunca demasiado bien) con Joan Collins, Natalie Wood, Leslie Caron, Michelle Phillips, Julie Christie, Diane Keaton e Isabelle Adjani. Madonna es más famosa que cualquiera de ellas; es más famosa que él; es más famosa que nadie, más o menos. Al amarlo lo hace más famoso de lo que era. El suyo es una especie de amor vampí- rico: ella necesita su credibilidad, él su juventud. Él tiene 53 y ella 31 y ambos son leyendas; la de ella es más alta, la de él más larga. Funciona.

Warren Beatty está paranoico. Es un dios de Hollywood ensimismado, que calla y se imagi-na a sí mismo invisible. Temeroso de ser incom-prendido, no dice nada y es incomprendido. Le gusta que sea así; a diferencia, digamos, del si-lencio de Brando, el silencio de Beatty es llamati-vo. Travieso y suave, llama a los periodistas para informarles, con todas sus letras y con un humor juguetón, que no coopera con los medios. Antes preferiría comer gusanos. En una docena de años no ha dicho nada. Tal vez un par de nimiedades para promocionar Ishtar. Tal vez un débil apoyo de tanto a su compinche: el infiel candidato pre-sidencial Gary Hart. Fue Warren quien lo instó a regresar a las elecciones, después de lo de Donna Rice. Por lo demás, Warren ha guardado silencio, se ha evaporado del todo. Si Rojos obtuvo escasos beneficios, dicen, fue porque Warren no conce-dió entrevistas. Si falla Dick Tracy, su nueva película, puede que su carrera también lo haga. Adoptar una postura tiene sus inconvenientes.

De modo que ha hablado y hablado. Lo he es-cuchado hablar durante días. Lo he escuchado escucharse a sí mismo al hablar. Lo he sondeado y bombardeado y lo he escuchado un poco más. Durante días. Habla despacio, temerosa y cau-tamente, editando cada sílaba, cortando todo detalle personal y toda agudeza espontánea, apartándose de la opinión, la introspección y la humanidad. Es evasivo ante todo. Sus pausas son elefantinas. Durante sus pausas se podrían montar musicales de Broadway. Se las trabaja. Al final, se queda en blanco. En Dick Tracy lucha contra un misterioso adversario llamado The Blank (El Blanco). En la vida real, él es El Blanco que lucha contra sí mismo. Es una lucha fasci-nante a la que da gusto asistir.

Entrevistar a Warren es querer matarlo.

Es también encariñarse con él. Seduce a cual-quier cosa que no sea mineral. Es imposible pero encantador. Jack Nicholson, vecino suyo en el vecindario de Mulholland Drive, le dice El Profesional. Se refiere a que Warren sabe lo

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que se hace: me invitan un viernes por la no-che a verlo actuar. (¡Ver actuar a Beatty! ¿No es como ver pintar a Picasso, bailar a Astaire o ba-tear a DiMaggio?). Sorpresa, hay músicos; está supervisando la música de Dick Tracy sobre un viejo escenario de orquesta de la MGM en Culver City.

–Te dije que no nos viésemos aquí –me dice Warren la primera vez que nos reunimos (una estrategia de apertura). Aparece desaliñado, sin arreglar, un muchacho envejecido que apenas envejece, con los faldones de la camisa por fuera y modales suaves. Es a la vez bueno y malo y ha-ría lo que fuese por dar esa impresión. Alborota –se agita, más bien–, ansioso por conseguirme una silla, por conseguirme líquidos y sólidos, por conseguirme.

Una semana después, la noche de su 55 ani-versario, comienzan los interrogatorios. Con ganas de celebrarlo, pide unas hamburguesas y pollo a El Pollo Loco (“¡Al cuerno los gastos!”). Le cuesta mucho evitar la conversación. Para la primera sesión nos escondemos en un estudio de mezcla de sonido de Hollywood, donde está tra-bajando en Tracy. Las siguientes conversaciones tienen lugar en su casa, ese apacible santuario en su Olimpo privado, y por teléfono, su instru-mento predilecto. Como a menudo lo que no dice es más revelador que lo que dice, esta entrevista contiene frecuentes pausas (las que hace Warren) para que puedan advertirse el detalle necesario, el comentario y los impulsos homicidas.

–Tú y Madonna… ¿la verdad?–El arte es la verdad.–¿Eso es todo? ¿Nada más?–(Sonríe) A mí me vale.–Describe qué cualidades tiene para que le

asignes el papel de la seductora y sexy Breathless Mahoney en Dick Tracy. ¿Da la talla?

–Madonna es (pausa de 21 segundos) si-multáneamente conmovedora y más divertida que un montón de monos. Es divertida, y es (11 segundos) genial en tantos campos y tiene una energía como intérprete.

–¿Te refieres a energía sexual?–(Pausa de 47 segundos) Hum... lo tiene todo.–¿Crees que tu recelo a conceder entrevistas

ha hinchado tu mito?–No puedo aceptar tu aduladora premisa. Ha-

cerlo sería poco atractivo o egoísta. Es difícil ter-giversar a alguien que no dice nada. Sobre mí se ha dicho de todo. Pero hay cantidad de cosas que yo no he dicho. Yo no hablo de cosas privadas.

–No hablas de nada. ¿Cuál es el rumor más ridículo sobre ti que has escuchado?

–Una pregunta muy hábil porque si repito aquí un rumor ridículo eso le da 50 por ciento de credibilidad al rumor, sea cual sea éste. (Re-flexiona; pausa de 57 segundos). Si te digo que vi un artículo que decía que yo en realidad nací en Plutón, 50 por ciento de la gente dirá: “¿Y no será verdad?”. Lanzar un rumor es un pecado, ¿sa-

bes? Advertirás que he escogido uno realmente absurdo. He tenido que pensar un momento.

–Pues la verdad, podría ser cierto.–(Sonríe) Sabes que no nací en Plutón. Me

habrían prestado mucha más atención que la que me prestan.

Warren, como descubrí más tarde, tiene el hábito de hablar extraoficialmente, y cuando lo hace es casi una persona. En esas ocasiones uno percibe más claramente su carácter juguetón. A veces la frontera se borra. Llegados a un punto en el que no hablamos de manera oficiosa pero tampoco oficial, sólo estamos dando un paseo por ahí, él sugiere que le bajemos los pantalones a su adorable y joven publicista. Cree que eso suavizaría la tensión. Es también durante esos torrentes de charla oficiosa cuando revela el tér-mino con el que define los artículos difamatorios escritos sobre su persona: “de jode y mama”. Me pregunta si sé de alguno de esos artículos que se estén escribiendo ahora. La perspectiva parece no disgustarle ni agradarle. Se resigna a su repu-tación. Nunca ha puesto una demanda por libe-lo, y, además, piensa que no debería haber leyes sobre el libelo:

–Como el público es vagamente consciente de que se puede ir al juzgado, se figuran que lo que se ha publicado sobre ti debe ser verdad.

Por ejemplo, hay un elegante catálogo inglés de compañeros de cama famosos titulado Quién ha tenido a quién, cuya larga sección dedicada a Beatty se anuncia de este modo: APRIÉTENSE LOS CINTURONES Y AGÁRRENSE EL SOM-BRERO... ¡ÉSTE ES EL MÁS GRANDE DE TO-DOS! Entre las supuestas conquistas de la lista: Britt Ekland, Goldie Hawn, Kate Jackson, Brigitte Bardot, Diana Ross, Liv Ullmann, Candice Ber-gen y Carly Simon (Diane Sawyer es una omisión destacable). También se cita en el libro a su her-mana, la actriz reencarnada Shirley Mac-Laine, que dice que le gustaría interpretar una escena de amor con Warren. “Así –declara– me entera-ría debido a qué es todo ese chismorreo”.

–¿Crees que eres excéntrico?–Cualquiera que se convierta en estrella de

cine a los 22 será un excéntrico. Es una situación excéntrica. Te hace rico y famoso de una manera desproporcionada a lo que te habías imaginado. Es toda una confitería.

–Haces películas despacio. Hablas despacio. ¿Qué haces deprisa?

–Prevaricar (Nota: definido en el diccionario Webster’s como “evitar la verdad… mentir”).

–¿Qué más?–Puedo marcar un número de teléfono más

deprisa que nadie. (Lo demuestra: su mano cae sobre un panel de botones, sus dedos interpretan

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una sinfonía instantánea, me pasa el auricular, una operadora responde en el hotel Beverly Wil-shire, donde tiene una suite desde hace años. Tiempo de marcado: exactamente un segundo). ¿Quieres que vuelva a hacerlo? (Marca de nuevo, pavoneándose) Eso ha sido rápido, ¿no?

–Ha sido impresionante.–Gracias.–¿Conduces deprisa?–Estoy tratando de conducir a una veloci-

dad razonable. El otro día mientras conducía por Mulholland pensaba en lo serenamente que lo estaba haciendo. Entonces aparecieron por la curva dos coches, uno junto al otro, y es una calle de dos carriles. A mi derecha había un barranco, una caída en picada. Delante me esperaba un choque frontal. No tuve tiempo de asustarme. Era el momento de darse cuenta de que había que tomar una decisión muy importante. Así que traté de pensar qué hacer. Por fortuna el tipo de la izquierda aminoró y el coche que lo adelantaba se desvió y pegó (contra mi coche) justo detrás de mi cabeza… Eso me puso en un estado de alegría desaforado. Salí de mi coche y el muchacho que había chocado conmigo saltó de su coche y em-pezó a reprenderse a sí mismo. Lo abracé y le dije: “No te preocupes, nadie resultó herido”. Enton-ces se acercaron los de los demás coches y eran todos de Italia y Suiza. Todos tenían teléfonos celulares y, cuando me vieron, llamaron a sus madres a Suiza o a donde fuera. Así que me pasa-ron por teléfono con aquellas adorables mujeres, que eran admiradoras mías. Y yo allí, haciendo llamadas trasatlánticas… ¿Cómo me metí en aquello?

Si hay una moraleja, es ésta. Warren Beatty no sólo sabe cómo burlar a la muerte, sino que después se pone a hablar por teléfono con muje-res suizas. El teléfono, por supuesto, es el segun-do apéndice más legendario de Warren. Rara vez le falta el teléfono. Se dice que haría y recibiría llamadas aunque se volviese loco de atar. En su mente se arremolinan los números de teléfono, memorizados durante una eternidad. Por teléfo-no su voz es un ronroneo melifluo, instantánea-mente conspirador. Al oído está como en su casa. Ha estado ahí dentro durante sus mejores años. En Pascua le llamo y le pregunto, entre otras co-sas, si ha ido a buscar huevos.

–Sólo los he colocado –responde, un tanto misterioso.

Consultemos el archivo de Warren… he aquí algunos de los temas de los que Warren no habla: sobre sí mismo (en términos emocionales). Sobre dónde guarda su Oscar (Mejor Director por Ro-jos). Sobre cómo conseguir una cita con una ac-triz. Sobre lo más divertido que se puede hacer con la ropa puesta. Conceptos erróneos sobre él (“No puedo hablar sobre la concepción del pú-blico sobre mí. No tengo ni idea de cómo enfocar

eso”). La ironía de que produjese The Pick–up Ar-tist (la espantosa película de Robert Downey Jr.). Chistes sobre Warren Beatty. Cumplidos sobre atracciones por relaciones de cualquier clase con otros seres humanos. Por ejemplo, sobre la paternidad (¿le gustaría haberla llevado a cabo?, ¿querría tener niños?), dice: “Hum, para hablar de este tema tendría que indicar a otras perso-nas que he conocido y que quizá no querrían que hablase de ellas”. Sobre qué ve cuando se mira al espejo: “¿Por qué no te pones un poco más duro, en lugar de preguntarme estos rollos tan indefi-nidos que realmente no pueden contestarse? No voy a ponerme a divagar, y menos en temas que se le plantean al entrevistado para que alardee de un alto grado de narcisismo”.

Por cierto, fue deseo de Warren que hicié-semos esta entrevista en formato de pregunta–respuesta. Pensó que lo protegería de la tergi-versación. “Ponerse duro” implica para Warren hacerle preguntas, siempre que sea posible, que puedan ser contestadas con un sí o un no. “Si no resulta entretenido –dice–, luego podemos ha-cer algunas más”.

–Robert Towne, con quien escribiste Sham-poo, dice que “eres un hombre a quien avergüen-za profundamente actuar”. ¿Es cierto?

–(Perplejo) ¿Eso ha dicho de mí? Me aver-güenza mucho actuar mal.

–¿Puedes, a estás alturas, actuar en películas de otros directores?

–Oh, claro, preferiría ser dirigido por otro. Actuar y al mismo tiempo dirigir es casi imposi-ble. Simulamos hacerlo. Pero, de hecho, cuando actúas estás totalmente fuera de control. Con-trolas que estás descentrado, pero te descon-trolas. Y cuando diriges deberías controlarlo todo. Así, descontrolas controlándolo todo. Pero manteniendo el control. Y si tratas de perder el control y de alguna manera controlar el estar fuera de control pero descontrolado y, al mismo tiempo, controlas pero en el fondo estás fuera de control sobre mantener el control pero aun así mantienes el control, te vuelves loco (sonríe es-túpidamente).

–Bien, pues. Hablemos de política. Tú empu-jaste a tu amigo Gary Hart de nuevo a la campaña presidencial después de que la dejase por su lío con Donna Rice. ¿Por qué? ¿Cómo esperabas que respondiese el público?

–(Pausa de 26 segundos) Me pareció que no debía tirar la toalla. Me irrita mucho la gente que se muestra tan puntillosa con los candidatos políticos. Gary Hart es un hombre sensible, con un alto grado de amor y preocupación por su fa-milia. No quiso verlos sometidos a más humilla-ciones de aquel tipo, y eso (27 segundos) fue un acontecimiento trágico para el país. No sólo fue una cosa terrible que le ocurriese a él, sino que se privó al país de su principal candidato a presi-dente en un momento en el que urgía esa clase de

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pensamiento. Y me pareció que si él y su familia podían aguantar un poco más, lo correcto era volver a la campaña.

–Tú eras un miembro clave de su grupo de consejeros. ¿Qué hacías exactamente para él? He oído decir que le escribías discursos.

–Bueno, he aquí la forma en que participo en la política: respeto la política. Y respeto la inti-midad de los políticos con los que me relaciono. No soy un bocazas.

–¿Es cierto que Ronald Reagan te dijo que le gustaría que Rojos tuviese un final más feliz, después de que le enseñaste la película en la Casa Blanca?

–(Atónito) ¿De dónde has sacado eso? No quisiera… hum, bueno, ya sabes que tiene mu-cho sentido del humor. Es un tipo gracioso (pau-sa de 21 segundos). Creo que tengo un montón de sentimientos acerca de Reagan que no voy a exteriorizar. Es un actor y un hombre muy, muy agradable. Pero imagino que tú sabes que no soy un conservador republicano.

Ciertamente, Reagan habría preferido un fi-nal feliz. Warren cuenta muchas cosas pintores-cas sobre Reagan, y me prohíbe publicarlas. La que más me gusta es la del ex presidente dándole una conferencia sobre las vetas de la carne, pero no puedo revelar nada más. No obstante, Warren sigue hablando profundamente de política hasta que los párpados se te calcifican y caen a plomo.

Mucho de ello lo dirá para la grabación y con gran perspicacia y sorna. En realidad le gustaría hablar sólo de eso. Pero Warren es, con todo el merecido respeto, un actor; y un actor que opina y diserta sobre política es un poco como un aris-tócrata que predica el dogma budista. Noble, es cierto, pero ¿a quién le importa?

En cambio, describiré su casa: es desolada y bauhausiana, amplia y toda blanca, sin cuadros en las paredes de las habitaciones principales, sólo un montón de ventanas que atisban la de-presión de Los Ángeles. Los suelos son de roble encerado, lo que da su eco al santuario. Sobre las mesas, grandes ramos de flores y pilas de libros sobre comunismo y álbumes de cómics. Muy pulcro: el papel higiénico siempre está bien en-rollado. Un piano (sabe tocar bastante decente-mente) en la sala de estar. Invisible, más allá de un largo pasillo, está el dormitorio, adonde se re-tira frecuentemente para hacer largas llamadas. Permanece casi siempre en una habitación acris-talada electrónicamente, justo al otro lado de la piscina, donde el sol cae con fuerza. Allí compa-rece cada 15 minutos un joven inglés con recados telefónicos. Las comidas, de presentación impe-cable, las sirve la joven a quien paga por prepa-rarlas. A veces, Warren entra a grandes zancadas en la cocina, en busca de natillas. Un día, un ac-tor amigo de Warren, Marshall Bell, emerge del

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gimnasio que hay en el piso de abajo, y se inicia una cháchara ligeramente lasciva. Sólo entonces uno tiene la irrefutable impresión de que éste es, en efecto, el hogar del genuino Warren Beatty.

–¿Qué edad te echas?–Once.–¿Has sufrido ya alguna crisis de madurez?–Muchas, estoy seguro. Comenzaron cuan-

do tenía 18 años. Al final descubrí que el secreto para superarlas es no verlas como crisis. Pero su-pongo que la verdadera respuesta a tu pregunta es: no sé de qué estás hablando.

–¿Qué es lo más importante que hay que sa-ber de las mujeres?

–(Pausa de 21 segundos) Que son muy distin-tas de los hombres.

–¿Qué quieres decir?–Eso serían ocho páginas.–Ocho páginas. ¿Qué quieres decir?–(Pausa de 14 segundos) Bueno, tengo la

suerte de haberme criado en un ambiente en el que me enseñaron a tratar a las mujeres con el mismo respeto que a los hombres. No hago di-ferencia. A veces la gente no se trata a sí misma con mucha seriedad, pero puede que eso ocurra con más frecuencia cuando eso de la atracción sexual enseña la patita y todos nos ponemos un poco frívolos.

–Describe qué es para ti el amor.–Dar a los demás.–El amor romántico.–Define el amor romántico.–Cuando estás enamorado.–Bueno, en cuanto utilizas la palabra “ro-

mántico” empieza a asomar por la esquina la pa-labra “ficción”, o la palabra “mentira cochina” empieza a acechar en las sombras. Pero si dices “amor sexual”, que pienso que no es ni mentira cochina ni ficticio, eso ya es otro cantar. Pero pienso que incluso en eso hay una cierta canti-dad de entrega a los demás.

–¿Cómo sabes que estás enamorado? ¿Qué excita tu amor?

–No sé si tú te lo habrás creído alguna vez. Si eres listo, no te lo habrás creído. Claro, uno siem-pre trata de creérselo. Pero si eres listo, sabes que no se puede. Tengo en gran estima mi estupidez en este campo. No tengo manera alguna de defi-nir hasta qué punto (21 segundos) me ha afectado la pasión por la lealtad.

–¿Te han roto el corazón?–Claro.–¿Cuántas veces?–(Ríe profusamente; pausa de 17 segundos)

Estoy seguro de haber alcanzado mi cuota. No soy libre de hablar de mi cuota. Pero tú tendrías que definir “romper” y “corazón”.

–¿Cómo lo remedias? Da un consejo.–¿Para el mal de amor? No hay manera. Na-

die va más allá. Excepto al Gran Más Allá, y con eso no hay nada que hacer. Si de verdad amas a alguien (17 segundos) y están sanos y felices…

tienes que ser capaz de vivir con ello.–¿Siempre eres tan filosófico?–(24 segundos) Casi siempre.–Una pregunta de música. Como dice la le-

yenda: “Eres tan vanidoso…”. ¿Creíste que la canción iba sobre ti?

–(Ríe; pausa de 15 segundos) ¿Quién escribió eso?

¡Ataque de helicópteros! Justo sobre la ha-bitación acristalada de Warren, en el momento en que él trata de evitar el tema del pop furioso de Carly Simon, un helicóptero nos bombardea. “¡La prensa!”, anuncia Warren, a la vez aterrado y exaltado. Ese es un juego que ya ha jugado an-tes. Corre a ponerse a cubierto, escondiéndose en el salón.

–Veamos si están haciendo fotos –grita por encima del rugido del motor, y se mueve intré-pidamente de ventana en ventana, con la mirada alzada hacia el cielo. El asistente británico sube corriendo desde su oficina y se pone a observar con nosotros.

–No creo que sea la prensa– dice al cabo de un rato al asistente.

Warren no está seguro pero dice:–No veo a un tipo colgando del helicóptero

con una cámara. Normalmente, esa es la prueba.–No –dice el inglés–, debe de ser otra cosa.Ambos parecen un poco decepcionados. Lle-

gan a la conclusión de que es un vehículo de la policía. Tal vez para animarse, Warren interpre-ta para mí a Walter Lippmann, el gran periodista de política, cuando el propio Warren intentó en-trevistarle (mientras hacía la investigación para Rojos). Warren se inclina hacia adelante y acerca mucho su cara a la mía.

–Hazme una pregunta –dice.–¿Sabes cocinar? –le pregunto.Sencillamente me dedica una sonrisa de re-

proche. Y me mira a los ojos. Y sigue sonrien-do. Y no dice nada. Es la sutil manera que tiene Warren de decir que conoce la sensación.

La conoce.

* periodista oriundo de Chicago, en donde nació en 1958, bill Zehme se ha distin-

guido por elaborar sutiles y cautivadores perfiles de algunos de los más prominentes personajes de la cultura popular de Estados unidos. Colaborador de Esquire, Play Boy, Rolling Stone y Vanity Fair, es autor de una muy celebrada biografía de frank sinatra y de perfiles de tom hanks, Jerry seinfeld, liberace, Eddie murphy y Woody allen, entre otros. Este texto apareció originalmente en la revista Rolling Stone y, luego, en el libro Intimate Strangers.