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17 Lectura Llenadla de besos Josep Vallverdú Informaciones previas Este relato es de un autor contemporáneo que reconstruyó el ambiente y el pensamiento oriental y trasladó su historia a los tiempos de esplendor de Bagdad, aquellas épocas tan sugestivamente retratadas en los cuentos de Las mil y una noches. Para que se formen una idea de por qué el asombro de los mercaderes sirios ante el forastero que se presenta con unas bolsitas tan modestas, es preciso que visualicen cómo era el zoco de Bagdad: “…hay que imaginar la Bagdad de los Califas: los zocos laberínticos, con sus callejuelas de siempre. La calle de los anticuarios, la de los tapiceros y la de los orfebres, donde se amontonaban las gemas y el oro de Oriente. Las mujeres del pueblo, embozadas en sus largos mantos, portaban canastillas de mercaderías y avanzaban raspando las babuchas contra el empedrado 106

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Page 1: Lectura Llenadla de besos - magisterjurismexico · 17 Lectura Llenadla de besos Josep Vallverdú Informaciones previas Este relato es de un autor contemporáneo que reconstruyó el

17Lectura

Llenadlade besos

Josep Vallverdú

Informaciones previas Este relato es de un autor contemporáneo que reconstruyó el ambiente y el pensamiento oriental y trasladó su historia a los tiempos de esplendor de Bagdad, aquellas épocas tan sugestivamente retratadas en los cuentos de Las mil y una noches. Para que se formen una idea de por qué el asombro de los mercaderes sirios ante el forastero que se presenta con unas bolsitas tan modestas, es preciso que visualicen cómo era el zoco de Bagdad: “…hay que imaginar la Bagdad de los Califas: los zocos laberínticos, con sus callejuelas de siempre. La calle de los anticuarios, la de los tapiceros y la de los orfebres, donde se amontonaban las gemas y el oro de Oriente. Las mujeres del pueblo, embozadas en sus largos mantos, portaban canastillas de mercaderías y avanzaban raspando las babuchas contra el empedrado

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y, como el calor ha sido siempre abrumador en Mesopotamia, al mediodía toda la ciudad debe haber estado humeando al sol y exhalando el olor de la comida que se cocinaba en los bazares… Y si se sale de nuevo a las calurosas calles se encuentran mercaderes, atletas, pregoneros, sabios y derviches peregrinos cuyas voces, miradas y pasiones turbulentas se convierten en asuntos de los relatos orientales”.

El forastero llegó al zoco de Damasco cuando los comerciantes habían colocado sus mercancías en las puertas del bazar y en las calles inmediatas. No usaba ningún tipo de cabalgadura ni carruaje sino que iba a pie, y en un sencillo hatillo hecho con una alfombra, colocado debajo del brazo, llevaba todo su equipaje. —¡Mirad a aquel hombre! ¡No parece que venga a vender nada! —comentaban los hombres del lugar. —Puede ser un pedigüeño —comentó un hombre rico, dispuesto a dar la espalda a cualquier mendigo. —O un mago, ¡quién sabe! —dijo un anciano que toda la vida había deseado ver un prodigio con los ojos que Alá le había dado. —¡Puede ser tantas cosas un forastero...! —les recordó el carnicero, que en aquel momento entraba en el zoco precedido por dos esclavos que acarreaban sendas piezas de ganado. Los hombres que habían comentado la llegada del forastero le replicaron: —Tantas cosas como la carne que tú nos vendes, carnicero del diablo, desollador de gatos, que endosas más huesos en una comida que omóplatos usó el Profeta para escribir Suras. —Callad, lenguas de víbora —decía riéndose el carnicero, mientras se alejaba. La animación del zoco aumentaba; cada vez había más esteras extendidas por el suelo, los ayudantes de los comerciantes del bazar colgaban las lámparas y los aguamaniles de cobre en la puerta, los plateros extendían sobre tupida tela de lana las filigranas de sus buriles y esmaltes, y los cesteros —en un ángulo del callejón— mostraban piezas finísimas hechas con juncos.

El forastero, contra lo que algunos de los observadores habían supuesto, había acudido para vender. Se sentó en el suelo, dejó el hatillo a sus pies y sacó de él una estera cuadrada. Después, lentamente, fue colocando unas bolsitas de cuero. Solamente unas bolsitas de cuero. —¿Qué querrá hacer? —se preguntaban los ociosos espectadores. —¿Lo venderá? —Vamos, me consume la impaciencia. ¿Y a ti? —También. Lo que es yo, tengo un come-come irresistible por saber de qué se trata. Con mucha dificultad se abrieron paso entre el torrente de personas que circulaban por las callejas que confluían al zoco. Llegaron ante la presencia del forastero. Éste seguía colocando bolsitas de cuero sobre la estera. Eran todas iguales, pequeñas, con un cordón también de cuero que las ataba por el cuello, hechas con piel de cabra. —Buenos días —saludaron los hombres al llegar. —Que Alá os guarde —contestó el vendedor sin levantar los ojos. —Tienes muchas bolsitas. ¿Crees que cabrán todas encima de esta estera? —Sí. Y además espero y confío en que me las irán comprando. Así contestó el vendedor. Luego levantó la vista hacia sus interlocutores. —¿Queréis una? Y tomando una bolsita la sostuvo en el aire. Los hombres le miraron atentamente. Que venía de lejos saltaba a la vista, tanto por la forma de vestir como por la calidad de sus vestidos, y además usaba polainas. Con todo, había que hacer la pregunta obligada, que todos guardaban dentro de sí. Fue el más anciano quien le interrogó: —Forastero, por la larga vida que todos te deseamos, dinos, ¿para qué sirven y qué contienen esas bolsitas? —Es muy sencillo, venerable señor, de momento no contienen nada, pero tanto por su forma como por su tamaño resultan excelentes para guardar granos de incienso o barritas de sándalo con que se suele alimentar el pebetero del diván y perfumar

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de esta manera la casa. La prosperidad sin un buen perfume es casi incomprensible. Los hombres se rieron. El forastero los miró sorprendido: —¿No lo creéis? —Claro —dijo un hombre de nariz colorada—. Claro que lo creemos. Pero también los granos de incienso y las barritas de sándalo pueden colocarse encima de unas conchas de mar o en cajitas de jade y de marfil, como lo hacemos nosotros. —¡Claro! —exclamaron otros interlocutores—. Cómo se te ocurre, en una ciudad rica y llena de joyas como es Damasco, venir a vender pobres bolsitas de cuero en las que, para mayor desdicha, no cabrían más de media docena de dinars. —Señores, por la caridad que nos debemos todos según los principios del Libro Santo y de la doctrina, decidme, ¿pensáis que no venderé ninguna de las bolsitas que traigo? Solamente sé fabricar esto, es trabajo de mis pobres manos y no tengo otro medio de subsistencia que el que me proporciona el viajar por los zocos con esta mercancía. —Hombre, alguna venderás, una o dos; pero créenos, en esta ciudad se necesitan mercancías más lujosas, objetos más exóticos, productos raros y ofertas maravillosas. Así es Damasco. El forastero miró con tristeza las bolsitas y agachó la cabeza. Los hombres continuaron su recorrido por el mercado. Al cabo de dos horas, el forastero había vendido una bolsita. La había vendido a una mujer que iba con su marido. —Así, si vas a la guerra o de viaje, querido —le dijo ella—, antes de partir podrás dejar un beso dentro de la bolsita. Yo lo guardaré para mí. Será como tener tu aliento. No vendió ni una más durante la mañana. Ya estaba muy alto el sol, cerca del cenit, cuando el forastero meditó, sin saber muy bien por qué, las palabras de la mujer: “Será como tener tu aliento”.

A pesar de que los mercaderes colocados en las calles habían asegurado los extremos de sus mantas y alfombras con piedras y ladrillos por temor al viento, aquel día no lo hacían. Por el contrario, el sol quemaba, hacía un calor intenso. El vendedor de bolsitas abrió una y la olió. Después, con sorna se la acercó al oído. Finalmente, la dejó con las otras. Vio aparecer por el otro extremo de la plaza a los hombres que unas horas antes le habían interrogado. Los ociosos compradores se detuvieron ante el vendedor. —Has vendido lo que creíamos, ¿no? —le preguntaron. El vendedor afirmó con la cabeza. —He vendido una nada más. ¿Y sabéis para qué? Para guardar besos. —¿Besos? —dijeron—. ¡No digas tonterías! —¡No todo el mundo querrá guardar besos en ellas! —comentó uno. —Yo no tengo besos para guardar —se guaseó otro—. —¿Tú tienes besos para meter en la bolsita? —preguntó otro compañero, quien se cubrió la cara con un pañuelo en actitud de novia vergonzosa. —Pues, he vendido una a una mujer que iba con su marido. —Has tenido suerte. Nosotros pensábamos que no venderías ninguna, ya ves. Tienes suerte. Y todos se rieron. Precedido de los hombres que le rendían escolta se acercó un ricachón. El grupo de ociosos se retiró. —¿Cuál es tu mercancía? —preguntó con las manos sobre su voluminoso vientre—. ¿Para qué sirven? ¿Para guardar granos de incienso? ¿Barritas de sándalo, a lo mejor? —inquirió el distinguido señor. Los ociosos estaban boquiabiertos. ¿Cómo el rico señor que iba precedido de dos hombretones había adivinado el destino de las bolsitas?

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Quedaron sorprendidos cuando el vendedor contestó: —Gran señor, son para guardar besos. El gran señor se rió con ganas. Incluso se apoyó en el hombro de un espectador para reír con más fuerza. Luego tosió y los ociosos, que también se rieron al ver que el ricachón se reía, tosieron también. —Pues bien... bien —dijo el hombre rico recuperando sus fuerzas—. Me gusta el destino que das a las bolsitas. —¿Ves estas monedas de plata? Enseñó un montón de monedas brillantes, preciosas. —Claro que las veo, gran señor. Brillan en tus manos como estrellas en un cielo de agosto. —Son tuyas. Y dame... espera, que he de contarlas... dame quince bolsitas a cambio de la plata. Quince, sí. Una para cada una de las mujeres que tengo en palacio. Menuda gracia les va a hacer llenar de besos las bolsitas. ¡Luego abriremos bolsa por bolsa para ver de cuál sale el beso más fuerte, largo y sonoro! Y se rió de nuevo mientras el vendedor entregaba quince bolsitas a uno de los hombretones que acompañaban al gran señor. Cuando éste se marchó, los comerciantes ociosos estrecharon su cerco en torno al vendedor forastero. —Haznos caso —le dijeron—. Levanta el puesto y vete de Damasco. Una broma puede pasar, pero

no arriesgues tu suerte. Eso de los besos no puede dar buen resultado. ¿No ves que los besos no pueden guardarse? Cuando tus clientes, al abrir las bolsitas vean que están vacías, vendrán a hacerte añicos con bastones y alfanjes. —¿Por qué debo obedecerlos? —les dijo el forastero—. Yo vendo honestamente mi mercancía, no engaño a nadie. Si no me las compran para incienso y sándalo me las comprarán para meter besos. —Sí, pero cuando abran las bolsitas... —Olvidad lo de “cuando las abran”. Yo se las vendo para meter besos. Lo que ocurra después a mí no me importa nada. Y los ociosos mirones observaron que el forastero decía siempre lo mismo a los compradores que se acercaron: —Sirven para guardar besos. Así vendió toda su mercancía. Cuando salía de Damasco, un emisario del emir se le acercó para decirle que él, el emir, lo esperaba antes de la próxima luna con bolsitas. De regreso a su pueblo para fabricar nuevas bolsitas, el modesto vendedor se decía a sí mismo: —La mercancía más deseada es la que ofrece fantasía, poesía. Valen más estas bolsas con un solo beso que llenas de monedas de oro.Todas las mañanas, los mirones ociosos tenían miedo de volver a quedarse con un palmo de narices.

Josep Vallverdú, “Llenadla de besos”, (versión sintética), en Hernández Hernández, H. Fierabrás 1. Antología literaria juvenil, España, Anaya, 1996, pp. 69-73.

Es un narrador, dramaturgo, lingüista, traductor y ensayista de reconocida trayectoria en la literatura infantil en lengua catalana. Su producción, bastante extensa, se caracteriza por los temas fantásticos y los ambientes exóticos, sin abandonar el lado social y cotidiano de la literatura. Ha publicado El vendedor de peces, La caravana invisible, Inventores fantasmas, la colección de cuentos El alcalde chatarra, y Manos de bronce, entre otros.

(1923- ) • EspañaJosep Vallverdú

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A continuación se les ofrece el significado de algunas palabras que aparecen en el cuento que acaban de leer. Escriban cuál es el vocablo a que se refiere cada una de las definiciones. Elijan entre: zoco, hatillo, suras, pedigüeño, prodigio, desollador, sendos, esteras, proporcionas, ociosos.

En Marruecos, mercado.

Ropa y otros objetos que alguien tiene para el uso preciso y ordinario.

Tejidos grueso de esparto, juncos, palma, etc., que sirve para cubrir el suelo de las habitaciones y para otros usos.

Que está sin trabajo o sin hacer algo.

Cada una de las lecciones o capítulos en que se divide el Corán.

Endosas.

Que pide con frecuencia e importunidad.

Quitar la piel del cuerpo o de alguno de sus miembros.

Hecho de origen divino. Maravilla.

Uno o una para cada cual de dos o más personas o cosas.

Las siguientes palabras aparecen en el cuento “Llenadla de besos”:

Llenen el crucigrama, escribiendo cada vocablo en el lugar correspondiente.

polainas sándalo pebetero jade dinarexótico cenit guaseó sorna alfanje

Lo que dicenlas palabras

qué¿opinas

¿Ytú,

¿De quése trató?

Y tú,¿qué opinas?

Y tú,¿qué opinas?

¿De quése trató?

Jueguen, escriban, hablen, escuchen...

Jueguen, escriban, hablen, escuchen...

Lo que dicenlas palabras

escriban, hablen, escuchen...Jueguen,

1.

2.

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Tono burlón con que se dice algo.

Especie de media calza, hecha regularmente de paño

o cuero, que cubre la pierna hasta la rodilla y a veces

se abotona o abrocha por la parte de afuera.

Recipiente para quemar perfumes y especialmente

el que tiene cubierta agujereada.

Extraño, extravagante.

Piedra muy dura, blanquecina o verdosa con manchas

rojizas o moradas, que suele hallarse entre las rocas

estratificadas cristalinas.

Planta herbácea olorosa, originaria de Persia.

Moneda árabe de oro, que se acuñó desde fines del siglo

VII, y cuyo peso era de poco más de cuatro gramos.

Intersección de la vertical de un lugar con la esfera celeste,

por encima de la cabeza del observador.

Burló, rió.

Especie de sable, corto y corvo, con filo solamente

por un lado, y por los dos en la punta.

2. 3.

4.

5. 6. 7.

10. 9.

8.

1.

Una vez leído el texto, contesten las siguientes preguntas.

Por su asunto, ¿qué clase de cuento es éste? ¿Qué les hace sentir? ¿Qué adjetivos le aplicarían?

¿De quése trató?

1.

2.

3.

6.7.

8.

9.10.4.

5.

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En el Medio Oriente el zoco es el mercado. Describan el de Damasco de acuerdo con lo que les relata el cuento, qué se vendía, quiénes eran los que estaban allí, la clase de personas que conversan con el forastero.

Analicen la personalidad del ricachón. ¿Por qué compró las bolsitas? ¿Qué sucederá después de entregarlas a sus quince mujeres?

¿Qué reflexiones, comentarios y juicios pueden hacer respecto al relato?

¿Realmente este cuento tiene un desenlace? ¿Cuál es? ¿Cuál le pondrían?

Selecciona la respuesta que vaya más de acuerdo con el mensaje del contenido de los textos ofrecidos. Comenta tus respuestas dentro del equipo. No existe una respuesta única, ni es necesario unificarla.

La gente de una ciudad opulenta como Damasco no está acostumbrada a comprar objetos modestos.

Eres un comerciante que no sabe el tipo de productos que se pueden vender en una ciudad como Damasco.

Nunca podrás vender una mercancía tan pequeña en la que ni siquiera cabe suficiente dinero.

La esencia del ser amado, depositado en objetos simbólicos, se conserva indefinidamente.

La ausencia puede ser compensada con la presencia de objetos simbólicos.

Pequeñas cosas pueden encerrar grandes recuerdos.

En esta ciudad se necesitan mercancías más lujosas, objetos más exóticos, productos raros y ofertas maravillosas. Así es Damasco.

Había vendido una bolsita a una mujer que iba con su marido. —Así, si vas a la guerra o de viaje, querido, antes de partir podrías dejar un beso dentro de la bolsita. Yo lo guardaré para mí. Será como tener tu aliento.

Lo que dicenlas palabras

qué¿opinas

¿Ytú,

¿De quése trató?

Y tú,¿qué opinas?

Y tú,¿qué opinas?

¿De quése trató?

Jueguen, escriban, hablen, escuchen...

Jueguen, escriban, hablen, escuchen...

Lo que dicenlas palabras

escriban, hablen, escuchen...Jueguen,

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Este cuento tiene varios personajes, algunos aparecen como de paso, intervienen poco. Algunos otros son los que sostienen la trama. Todo esto permite que realicen una escenificación con su contenido. Para ello:

Se vende una ilusión, si al abrir las bolsitas, los compradores la pierden, no es problema del vendedor.

El vendedor deja de ser responsable de lo que se meta o no dentro de las bolsitas y el tiempo que eso permanezca allí.

El momento más lleno de ilusión es aquel en el que se deposita la fantasía del beso.

Lo que sostiene al hombre es algo inmaterial, son las ilusiones.

Los momentos más gratos de la vida son aquellos que se tiñen de poesía.

El oro pierde frente a la ilusión que despierta un beso.

Olvidad de “cuando las abran”. Yo se las vendo para meter besos. Lo que ocurra después a mí no me importa nada.

La mercancía más deseada es la que ofrece fantasía, poesía. Valen más estas bolsas con un solo beso que llenas de monedas de oro.

1 Relean el relato e identifiquen los grandes momentos de la narración, esto es, van a segmentarla en escenas. Recuerden que cada escena es la acción realizada por un mismo número de personajes en un lugar. Cuando se cambia de espacio o aparecen personajes nuevos se pasa a otra escena.2 La primera actividad será, en trabajo de todo el grupo, señalar el número de escenas y en ellas el lugar en que se desarrollan y los personajes que intervienen. Por ejemplo, al inicio está el mercader forastero y se escuchan las voces de seis personajes que comentan intrigados quién puede ser ese vendedor que ha llegado sin carruaje y sin cabalgadura.3 Para darle ambiente y coherencia a la escenificación, y que las escenas no aparezcan desvinculadas, utilicen un narrador que sirva de lazo de unión entre todos esos momentos por los que atraviesa el relato.4 Una vez determinadas las escenas y señalado el número de personajes que intervendrán en cada una, hagan la distribución entre los distintos equipos. No memoricen los parlamentos, sino que háganlo de manera fluida, espontánea, natural. Es posible que el mercader forastero esté representado por el mismo estudiante a todo lo largo de la escenificación o bien que cambie en cada escena.5 Es un cuento que se presta para que participe todo el grupo. Cada equipo ensayará por separado, pero al mismo tiempo, de modo que se convierta en una actividad de aula.

Jueguen, escriban, hablen, escuchen...

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