lectura de verano

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1 Lectura de Verano

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Flora Otoñalis. Revista cultural de lecturas variopintas con leve tendencia estacional.

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Lectura de Verano

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Flora otoñalis

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Lectura de Verano

¿Qué tenemos?

ÍndiceColaboradores galácticosEditorialBrendaMartínMereJuan IgnacioAlitaDiegoMarieCeciCeciLisandroVirginiaAnaWilsonSeelvanaFin

¿en qué página?

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20232731

3437404368737982

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Flora otoñalis

Gabriela IssaHace mucho mucho estudió diseño gráfico en la UBA.Después se dedicó a sus hijos, libros y árboles.Ahora tiene un blog que le da alegrías y una tienda que le da sorpresas.Le gusta ver las cosas con ojos niños.Realizó la tapa de esta edición con flores y elementos de la naturaleza.

Sofía MartinaNació en Buenos Aires, Argentina, en la década del 80. Es ilustradora y diseñadora grá-fica recibida en la UBA. Amante del arte y la tipografía, se especializa en diseño editorial. Trabaja en Diario Z y la revista Caras y Caretas y en su tiempo libre hace “Salchichón con Salmón” con su amigo Pedro. Tiene una perra que se llama Muzzarella. Ilustró todddddddas las caras de los participantes de ésta edición.

Lucila RolónQuería ser astronauta pero trabaja de periodista. Cree que la pasión por escribir es un martirio milagroso peor que enamorarse. Atajó estos textos poderosos que llegaron a la casilla de Seel ¡y qué bien la pasó!

www.about.me/lupittar

www.pinterest.com/sofimartina

www.corazonxsur.blogspot.com.ar

[en twitter es @lupittar]

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Editorial -a modo de-

Llevo una semana bicicleteando esta editorial¡Ni que fuera gran cosa!

Cuando iba por la mitad, una señora en el banco me interrumpió haciendo una serie de preguntas

sobre los turnos, los boxes, las cajas y me hizo perder. Disipé el microenojo dibujando tres gatos y cuando quise retomar, releí, taché todo y volví a

empezar.

Gracias señora, mire si habrá sido mala la anterior que esta termina acá.

PD: la revista viene linda, tiene textos de las tonali-dades más variadas y unas fotos tan exóticas como

cotidianas.Bienvenido, lector.

Seelvana Baylac

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www.iluminadastres.com.ar

Brenda FontánCoordina la sección de fotografía de una revista.Estudió periodismo, teatro, dramaturgia.Hizo y vivió de hacer y vender ropa muchos años hasta queentró en el mundo gráfico.Le encanta hacer manualidades (bordar, coser, tejer, armar, bla ble bli) y se dedica a iluminar.

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Me tomó tan por sorpresa como el anterior.No porque no fuera buscado, sino por la velocidad del asunto.Y como tardo bastante más que la mediaen procesar ciertas cosasrecién ahora puedo contarlo, o escribirlo.Dos meses de embarazo. De encontronazos. De felicidad y miedo.

De náuseas, mareos, demandas y low batt.Tengo la misma sensación de haber despegadoque el embarazo pasado.Un vuelo de 9 meses (en realidad son diez) donde el aterrizaje es un nacimiento, un renacer para mí (¿otra vez?), un parto, un recibir y dar,un nuevo mundo.Allá vamos.

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Punteo

ESCENA UNOEstoy parada con la chiqui en brazos en la esquina de su jardín recién salidita.Se nos acerca un hombre con una bebita también a upa y me pregunta:

- ¿También va a los pollitos? (dice señalando a Jani)- Noooo (le digo casi horrorizada), va a los Monitos- Ahhh, claro (contesta desganado y se va caminando)

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TE CANTO UN TEMA(nota de audio por whatsapp con mi voz)

-Amiga necesito que me ayudes.A Jana le enseñaron una canción en el jardín y no tengo idea cómo es la melodía y me pide que se la cante.Creo que una vez te la escuché.Es la de los ratoncitos. Avisame. Beso a las dos.

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DE VEZ EN CUANDO No pasa siempre, pero a veces se cansa de dormir sus once o doce o trece horas y le pinta un madrugón reee tempra-nero (cuando digo ree te tiro unas cinco y media o seis y media) y con la charla a flor de piel empieza a preguntar

- Mami... ¿y Clau ? (su seño)- ¿Y Juli? (su amiga/vecina)- ¿Y Oli? (su osa)- ¿Y la luna onde ta? (poesía, lo sé)

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MELODÍA (nota de audio de whatsapp en respuesta a la mía)

-Que temón amiga. Cuchá, es así:Cinco ratoncitos salen de la cueva mueven el hocico juegan a la rueda. Cuatro ratoncitos salen de la cueva mueven el hocico juegan a la rueda. Tres ra...

Lo más lindo es que lo cantó hasta el final, hasta que que-dó un ratoncito solo, y me imagine a Sofi escuchando a su mamá. Mientras cantaba y nosotras escuchábamos, Jani empezó a gritarle al teléfono “Tiiiiiiaaaaa”.

-----------

INFLACIÓNTengo más cansancio que hace un año (o un mes) , el cuá-druple más o menos.Tengo el doscientos por ciento más de dolor de articulacio-nes (que ni yoga ni meditación pueden sanar, por ahora).A favor tengo que subió muchísimo mi paciencia. El cien por cien, mínimo.

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Y UN DÍA LLORÓy estuvo molesta todo el día

si, fue así. y qué día.punto. (punto)Sin remate, ni conclusionesNada se une. Todo es diferente.No sé si tiene línea o curva.Pero más o menos es así.

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www.procesodip.com

Martín PatoLe gusta descubrir el vínculo entre las cosas que aparente-mente no se relacionan.Trabaja en desarrollos estratégicos para Vorterix. Es con-sultor psicológico. Co-creador del proceso DIP (Desarrollo Integral de la Personalidad). También es uno de los funda-dores de la Asociación Integral Argentina que promueve actividades basadas en el modelo integral desarrollado por Ken Wilber.

No escribe muy seguido este tipo de cosas -como la que vas a leer- y él cree que se nota.

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Un día voy a surfear

Es de noche, mejor dicho, se está haciendo de noche. El sol ya se ocultó completamente pero aún hay algo de claridad. Estoy sentado en la playa, solo, enroscado y emocional-mente perturbado. Sensación que se me escapa, se me deshace cuando la trato de entender. Es como si fuera una especie de amenaza latente, un dolor o un enojo difícil de aprehender. Respiro profundo, observo a mi alrededor, pienso que es-toy en México hace una semana y la vengo pasando bien. ¿Porque hoy me siento así? Enseguida esta sensación de enajenamiento cobró presencia, se corporizó y se sentó a mi lado, entre la arena blanca y las palmeras, para que la pueda percibir con mayor claridad. Rápidamente me doy cuenta de qué se trata, aunque reconozco que imaginé, en alguna presunción optimista, que me iba a dejar descansar en las vacaciones. Se ve que no. Acá está, buscando drama, creando drama. Así que otra vez nos volvimos a encontrar, de viaje. Inevitablemente comenzamos un ida y vuelta ago-tador.Creo que ambos somos un poco diferentes cuando salimos de la rutina. El diálogo asiduo, casi constante, que tenemos se vuelve mucho más polar. Por momentos se disuelve, se funde de manera amigable con las experiencias que deci-do vivir o, simplemente, se reduce a su mínima expresión cuando la hago consciente. Ahí conecto con la mejor parte de este mundo, cuando me entrego plenamente al mo-mento y todo fluye de maravillas. Del otro lado nos encon-tramos como enemigos insoportables.“Acá te encuentro otra vez, intentando luchar para desha-

certe de mí”, ¿cuándo vas a entender que estoy haciendo mi trabajo? Estoy aquí para que algo peor no suceda”, me dice sin reparos. No es una locura este diálogo.Sé que me conoce, sabe qué hacer para impedirme disfru-tar, para conectarme con mis más desagradables facetas y hundirme en mis miserias. La convivencia se hace muy dura y aun más cuando estamos con otras personas. Lo peor de todo es que la conozco mucho o, al menos, eso creo; sé las cosas que va a hacer, puedo anticipar sus movimientos.“Ya deberías saber que mi influencia en tu comportamiento y sensaciones tiene como objetivo evitar que te encuentres con ese goce intolerable, con tus más atroces pensamien-tos. Me necesitás, transformo esa energía en un mal me-nor.” Impresionante. Sabe que decir, es como si tuviéramos que buscar la forma de ponernos de acuerdo, de entre-mezclarnos.Puedo decir que cada vez la veo más y la observo cam-biar de recursos para encontrar su lugar en esta polaridad negativa y putrefacta en la que -lo pude comprobar- le encanta moverse y que nos movamos. La domino intelec-tualmente, la percibo, conozco sus gustos, pero igualmente logra torturarme. Pero. “Tu miedo es mi llamador, la señal de alerta que me despier-ta y me pone en escena. Te estoy defendiendo de algo peor ¿qué es lo que no entendes?”. ¡Qué tramposa!, pienso vio-lentamente, su campo de acción trasciende cuerpo y alma. Los recursos que yo pueda desarrollar no son suficientes para encontrar un equilibrio. Sé que no va a desaparecer nunca de mi vida pero anhelo un equilibrio. Mi compromiso de ser cada vez más consciente de ella e integrarla a mí

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ayuda mucho a nuestra convivencia, lo sé, de ahí mi fuerza y entrega a ese proceso. Pero encuentro mis limitaciones muy rápido... Y no me la hace fácil. Es grande y poderosa, más de lo que puedo ver con cierto grado de agudeza. A veces la subestimo y logra hacer estragos conmigo.“Sólo tomo un poco de tu energía y tu plenitud desde un lu-gar inconsciente de tu mente, y sé que esto puede parecer algo tramposo, pero funciona a tu favor. Pero tengo mala prensa, desde que se inventó la psicología intentan desac-tivarme sin demasiado éxito.” Por momentos la escucho y rebalsa de sentido, la siento cerca, ya no tan amenazante. Mi malestar baja y la luna brilla sobre el océano Pacífico conteniéndome amorosamente.Pero me sigo preguntando, ¿por qué potencia las versiones menos sanas en todos los niveles de mi existencia? Me doy cuenta que cuando siento miedo e intento no escucharla, es uno de los momentos donde cobra más fuerza y se vuel-ve el eje central de todo lo que hago. El miedo es su alimen-to, lo tengo clarísimo, pero también es mi señal de alerta para llevar conciencia a la real magnitud de las amenazas.“Soy consciente de que a veces mi accionar genera excesos,

pero eso es responsabilidad de cada individuo y su poder personal. Hay veces en las que se entregan totalmente a que les domine sus vidas por completo. Eso me alimenta, me da energía, pero no es mi verdadera misión. Lo más gracioso, por estos tiempos, es la gran cantidad de nuevas terapias y métodos que intentan eliminarme o negarme, y lo que logran es abrirme nuevos caminos por los que me muevo mucho más cómoda. Gracias.” Le presto atención y me queda claro que necesito sumergirme en mis inco-modidades, a todo nivel, para trascenderlas de forma cons-ciente, desde el amor. Por eso acá estoy, abrazándola con estas palabras, acercándome, confiando en mí, para que la tendencia amorosa y evolutiva monopolice mis días en esta vida que, inevitablemente, vamos a transitar juntos. “Por eso mismo allá voy, en tu vida y en la de tantos. Como sombra, como lado oscuro o como te guste llamarme, ju-gando este juego cósmico desde tierras inconscientes, pero siendo una pieza clave. Te guste o no, te atravieso por el centro mismo de tu ser y de tu corazón. ¿Y quién está dis-puesto a destruir un sólo fragmento de su propio corazón?”

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www.elbonsaidelaventana.blogspot.com

Mere EchagüeTiene 28 años que no se le notan ni un poquito. Atiende un kiosco y se miró tres videos de entrevistas al Coco Basile cuando terminó de escribir este texto.

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1440 chances de dormir

Todo azul, negro.Y amarillo, a veces.A veces, gris.A veces no me quiero despertara veces no me quiero dormir.Alguien apaga las lucesy no hay más oscuridad.Ya es mañana.

Despertate.No.Que se despierten los que someten a su cuerpo a un sueño con forma de reloj.Que las mañanas están hechas para ellos.Que se despierten los que tienen ganas.A mí no me jodas.

Calor. Porque acá, al mediodía, hace calor.Olor. Porque acá, al mediodía, huele a almuerzo.Migas. Porque acá, al mediodía, la parte de abajo de la mesa se llena de migas de pan, porque acá, al mediodía, se come pan antes de la comida y se toma soda con terma y hielo, o solo soda, que siempre hay, porque el mediodía es el mo-mento en que llega el sodero y se lleva los desvencijados sifones vacíos y deja a cambio relucientes sifones listos para salpicar con el primer chorro, que nunca es despacito aun-que lo aprietes despacito. Y el primer trago de soda, que te hace salir un poquito de gas por la nariz y te hace picar un

poquito también, pero también es lindo. Hasta que no estén todos presentes, el mediodía no llega.

Hay sábanas. Hay calor o frío. No importa. Hay vos. Hay humo y hay dormir o no dormir. Hay, a veces, tereré. Hay café, sino. Hay ese aire raro de siesta. Silencioso. Quieto. No hables. El secreto es cerrar los ojos.

Una tarde ventosa y lluviosa se le dio vuelta su paraguas favorito. Una tarde salió de su casa sin encendedor.Una tarde se puso la bombacha más incómoda que tenía, y se preguntó durante el resto del día por qué la seguía te-niendo. Una tarde en el bondi un chabón le tosió en la cara.Una tarde alguien que le cae mal dijo que la tarde es el me-jor momento del día. Ella decidió nombrarlo el peor mo-mento del día.Después, se olvidó.

Sería ideal que empiece a soñar antes de acostarme a dor-mir. Estaría bueno que siempre esté al lado mío tu espaldita para rascarte hasta quedarme dormida y que te quedes dormido.Que la noche dure más, que cada tanto, en alguno de los 1440 minutos que llenan un día, se dé ese momento extra-ño en el que todo comienza a oscurecer, las luces de la ciu-dad se encienden y las caras se van apagando en un paisaje se va quedando así. Todo azul, negro. Hasta que todo vuelva

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a empezar.

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www.facebook.com/nacho.pereyra1

Juan Ignacio PereyraEstudió periodismo en TEA, dejó para irse a Mallorca, volvió un año después para recibirse. Desde 2001 trabaja como periodista: diario (Río Negro), agencia de noticias (DPA), re-vistas (Brando, Noticias, Hombre, Convivimos). Fue a cubrir la muerte de Chávez, Caracas era un hervidero y empezó a escribir textos por fuera del periodismo, como este cuento (se publican los viernes en Río Negro).

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Jardinero

Empezaba el otoño. Coincidieron en ajustar los gastos de la pareja. Ella le confesó que lo admiraba por animarse a dar el salto y se ofreció a ser el soporte económico hasta que el nuevo plan diera sus frutos. Él llamó por teléfono a su tío -lo llamaba tres o cuatro veces al año- para contarle que, después de una década, había dejado el trabajo como administrativo en la oficina.

-¿Tío, puedo ser tu ayudante?-¿Qué?-Sí, quiero ser jardinero, como vos.-Pero si no sabés distinguir una planta de lechuga de un yuyo.-Por eso, quiero aprender. Vos tenés mucha experiencia.

Discutieron hasta que lo convenció de que juntos tendrían más clientes. Cuatro manos pueden más que dos, vas a ver, le aseguró. A la mañana siguiente empezaron con los primeros jardines. El tío le explicó cuestiones centrales del oficio: La poda es muy importante para los árboles. Con-viene hacerla entre otoño e invierno. Y ojo, nunca hay que exagerar la cantidad que se corta.

Con el paso de las semanas fue incorporando más concep-tos. Cada atardecer llegaba cansado a su casa. De tanto en tanto sufría algún dolor de cintura pero no le preocupaba. -Vas a ver que pronto ya no me van a doler ni las manos. Es costumbre. Igual, esta nueva vida no la cambio por nada, eh,

le dijo a su mujer tras la cena. Ella, que le estaba masajean-do la espalda, le respondió: -A lo que yo no me quiero acostumbrar es a comer fideos todas las noches.

Empezaba la primavera. Él creía que ya había aprendido suficiente. Llamó a su tío para agradecerle todo lo que le había enseñado y para decirle que quería ganar más.

-Pero no te puedo pagar más.-Por eso, pensé en trabajar por mi cuenta.-¡¿Cómo?!

El tío le recriminó que lo dejaba sin ayudante, lo insultó, lo acusó de traidor y le cortó. Él no le dio importancia a esos gritos. Sentía que podía dar un paso más y conseguir sus propios clientes porque ya hacía varias semanas que aten-día unos pocos jardines a escondidas. Sin embargo, cuando se independizó, el trabajo se empezó a estancar. Se sentía rechazado y le parecía extraño.

-Tal vez deberías llamar a tu tío o pensar en volver a la ofi-cina, ¿no?-Nunca más me atendió el teléfono...-Yo soy la que un día no te va a abrir más la puerta de casa, eh.-Teneme paciencia, un poco más. Si en un mes no consigo cinco jardines, busco otro trabajo.

Esa tarde se cruzó por la calle con una antigua clienta, una

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de las primeras que conoció. La señora le preguntó si se-guía trabajando porque su tío ya no iba: “Tengo el parque hecho un desastre, no puedo seguir así”, le dijo. Aunque sorprendido, él no quiso preguntar mucho porque necesi-taba el trabajo: “Mañana a las nueve estoy en su casa”, se comprometió. La señora asintió moviendo la cabeza mien-tras que en el rostro se le dibujaba una mueca, que él inter-pretó como un gesto de desconfianza.Cuando llegó a la casa de la señora se encontró con el enor-me parque muy abandonado, el pasto crecido hasta las ro-dillas y los cercos perimetrales deformados. Trabajó hasta el atardecer y antes de irse le explicó a la señora cómo po-día solucionar las plagas de los rosales. Ella le preguntó si no podía volver otro día y hacerlo él. A las tres semanas, el jardín lucía impecable. La señora le propuso que fuera dos veces por semana para mantenerlo y le contó que le había dado su teléfono a un vecino, que también necesitaba un jardinero.

Cuando promediaba el verano, el jardinero y su mujer salían a cenar cada viernes. Ya ni hablaban de la posibilidad de que él volviera a la oficina. Para entonces también había cons-truido una relación de confianza con la señora del parque enorme, que una tarde lo invitó a tomar una cerveza. Él se

animó y le preguntó qué había pasado con su tío, por qué no iba más.

-Dejó de trabajar como jardinero a inicios de la primavera.-¿Por qué? No sabía nada... -Dijo que estaba cansado y que ya no tenía fuerzas para seguir.

Él le contó que habían dejado de hablar porque él se había independizado con la idea de ganar más. Le comentó que fueron semanas difíciles porque le costaba conseguir nue-vos clientes.

-Ahora que te conozco, me doy cuenta de que te debería haber contratado antes.-¿Y por qué no lo hizo?-Era difícil.-¿Qué cosa?-Tu socio...-Sí, mi tío era difícil.-No, no.-¿Qué? No entiendo.-Me dijo que lo traicionaste, que le afanaste los clientes....-No, bueno... No fue así...-Y que le robaste las herramientas.

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www.facebook.com/FaunaMisionera

Alita MuñozNació en Posadas, Misiones, donde se crió entre abuelos narradores de historias, padres con mucho tiempo fuera de casa y un barrio rodeado de monte donde pasó sus horas jugando a hacer películas.De grande sigue jugando a que saca fotos, escribe, hace vi-deos y en sus ratos libres trata de ver el mundo desde los ojos de Paz.

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La magia de estar embarazada y otros cuentos

Lo primero que hice apenas vi las dos rayitas magenta del Evatest fue reírme. Era, por lo menos, el test número 20 que me hacía en mi vida, y nunca me había dado positivo, jamás. Pensé que era una especie de broma macabra, un error de la Matrix, un chiste de un empleado de la fábrica que ponía un stick trucho de Evatest cada 10.000. Pero no, estaba embarazada.Absolutamente embarazada. Y de una persona que hacía sólo cuatro meses era mi novio, y sólo una semana que vivía oficialmente conmigo. Después de ese test todo lo demás vino en escala ascendente. Que qué hacemos, que no estoy preparado, que no me va a dar la cabeza para superar el trauma de un aborto, que todavía no vivimos nuestro amor, que la casa, que el dinero, que el amor, ¿dónde va a quedar el amor? Fue la noche más larga de mi vida. Al otro día en-caré a mi jefe. Tengo algo que decirte, empecé, dos rayitas, le dije. Sinceramente, esperaba que me echaran o que me ayudaran a buscar otro trabajo, pero sucedió todo lo con-trario. Me apoyaron, festejaron y me impulsaron a tomar la decisión de seguir adelante con el embarazo. Volví a casa con cara de va a estar todo bien y fue el mantra que me repetí durante los nueve meses siguientes.El embarazo es la cosa más alejada del momento de amor y conexión íntima que nos venden las películas de Jolibud. Los primeros tres meses fueron el horror, vomitaba todo el tiempo, no podía comer nada y hasta dejé de tomar Coca Cola. Para que se entienda la magnitud de esto último, soy de las personas que no disfrutan de una comida si no se

acompañan con coca, el agua me da arcadas. Vomitaba hasta seis veces por día, al punto de ir a pelearme con me-dio sanatorio para que me vea un médico y me recete algo urgente. Es increíble cómo la gente naturaliza los síntomas del embarazo, de hecho, no me querían atender porque si estás embarazada vas a vomitar. La cura fue tan efectiva como su nombre, me dieron un antiespasmódico llamado Novomit . Simplemente, genial.Mi cuerpo -que ya no me pertenecía- fue evidenciando de a poco que un ser se estaba gestando dentro. Subí de peso muy lentamente hasta llegar a la curva de los cinco me-ses. De repente, piernas, culo, tetas y panza empezaron a expandirse a un ritmo demencial. Me descubrí a mi misma pensando cómo harían las células para reproducirse a un ritmo frenético para crear toda la piel necesaria que contu-viera mi cuerpo, se sentía como si fuera un globo al que le ponés una manguera y lo llenás con agua. Pero no era un globo, era mi ex- panza chata y marcada con abdominales.La comida pasó a ser mi mejor amiga. Atravesé etapas bien marcadas. Primero fue chipa. Me desvivía por conseguir ese salado manjar sabor queso que nos regaló la tierra pa-raguaya. Llegué a caminar bajo la lluvia, muerta de frío y sin paraguas sólo por alcanzar mi meta: comer tanta chipa como sea posible sin explotar. Después vinieron los dulces. Facturas, galletitas y hasta porciones de torta descansaban alegremente sobre la mesa de mi escritorio, en el estudio. Porque mi meta era seguir trabajando hasta que la nena se cayera por entre mis piernas. De hecho, viajé con panza de siete meses para la producción de Iguazú en Concierto, a pesar de que la doctora ya me había anunciado que era

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momento de empezar a quedarme quieta.Pero fue Twitter el capítulo indispensable durante todo el embarazo. Conocí a otras embarazadas y los avatares más irónicos y punzantes se volvían tiernos y maternales conmigo. Recibí consejos de muchas mamás twitteras, me quejé a cada paso y me contuvieron siempre con 140 carac-teres de experiencia. De a poco, mi timeline se transformó en la esquinita donde nos juntábamos a tomar el té y char-lar sobre lo jodido de ser madre.Cuando llegó el momento de parir quise darles el minuto a minuto a todos mis followers, como agradecimiento por el acompañamiento que me hicieron durante los nueve me-ses más largos de mi vida. Casi muero del dolor, le repetía a #novio que no lo lograría, que ojalá me muera para dejar de sufrir. Intenté parirla naturalmente, pero después de casi un día de contracciones fui a cesárea. El post operatorio fue peor que todo el embarazo, no me podía mover y lloraba para caminar. Empezar a dar de mamar fue otro reto. Se me agrietaron las tetas (si, esas cosas pasan) y cada ma-mada se sentía como millones de alfileres clavados en el pezón.Lloré mucho. Twitteé. Lloré. Twitteé mucho. Y esa red social me sirvió para hacer catarsis y darme cuenta de que todas fueron madres primerizas, todas sufrieron y sobre todo, to-das lo superaron.Paz está por cumplir tres meses. Cuando apareció en nues-tras vidas se sintió muy extraño, era raro tener un ser que dependiera de mí para su supervivencia. Era obvio que me caía bien porque era mi hija, pero no sentía un cariño de-mencial hacia su persona, después de todo, recién nos co-

nocíamos. Hace poco empezó a balbucear, se ríe mientras nos mira a los ojos y hasta nos agarra bien fuerte de los dedos cuando puede. El cariño se hizo más grande, y sigue creciendo día a día. Las prioridades cambian, los sonidos y los olores también. El tiempo se estira como chicle para jugar un ratito más, o pasa volando, según cómo lo mires. Es una experiencia rara, particular, pero no sé si hermosa. Aún me queda una vida por descubrir esto de ser mamá. De lo único que estoy segura es de la necesidad de recordar lo mal que lo pasé, lo mucho que sufrí, para que no caer en la tentación de tener otro. Por suerte tengo mis twitts, fotos y hasta videos para recordarme que NO debo volver a quedar embarazada. Y si alguna vez muero de ganas de criar algo desde chiquito, me compraré un cactus.

Recién empieza el otoño. Escribo el final de este texto asombradísima ante la capacidad del ser humano para olvi-dar y dejar atrás el sufrimiento. Hoy la veo a Paz, corriendo como una más de la manada de gatos que tenemos y no puedo creer lo mucho que la parí durante el primer tiem-po. Es preciso aclarar que, en el proceso de crecimiento, me acompañó (y me sigue acompañando) Diego, su papá, mi amigo, compañero de aventuras y guía de Paz, quien se hizo cargo de estar solo, todas las tardes, junto con ella, desde que tenía pocos meses de vida. Ver crecer a tu hijo es increíble, emocionante y fugaz. Esta tarde, mientras la bañaba, caí en la cuenta de que tiene las manos más grandes, parece una pavada, pero los dedos le crecieron de un día a otro. Todo pasa a una velocidad sor-prendente. Siento que el tiempo se me escapa, que la plata

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Flora otoñalis

nunca alcanza, que me pierdo lo importante por no llegar nunca a fin de mes. Pero, al mismo tiempo, soy feliz de que esté rodeada de gente que la ama y de nadie más. Feliz de que pueda jugar hasta cansarse, de que cuente números, diga los colores o invente juegos interminables. Paz, tan enorme y tan pequeña; más pequeños somos nosotros, que volvimos a descubrir el mundo a través de su mirada. Nos obliga a buscar la Luna cada noche, a soltar el celular para cantar una canción, a levantarnos de nuestra como-didad e ir de su mano a ver qué están haciendo ‘los bebés’ (los gatitos bebés). Como todos, pasamos muchas situaciones tristes, enfer-medades comunes, que nos desarmaban como trapitos al verla llorar, sin poder hacer nada más que esperar que baje la fiebre o se destranque su nariz. Tantas veces la dejamos llorar pensando que hacía rabietas, hasta que entendimos que sufía un estrés real y necesitaba otro tipo de conten-ción. Fuimos y vamos aprendiendo cada día, escuchando opiniones, leyendo y hasta buscando estudios que confir-men o no nuestras teorías. Nos dejamos un poco de lado a nosotros mismos y decidimos volvernos a encontrar. La pusimos por sobre todo, y la bajamos a nuestro nivel para que se sienta tan valiosa como quienes la cuidan. Busca-mos la armonía más real, que es la que normalmente duele un poquito más, pero la que llena el corazón y aliviana la

conciencia de verdad.A los tíos virtuales siempre los mantengo al tanto de los lo-gros y fracasos. Cada tanto trato de editar un video con los clips que suelo grabar sobre su crecimiento, que también es una forma de poner en un frasquito un poquito de esen-cia de bebé Paz, para cuando la necesite. El amor que vuel-ve de los comentarios y la preocupación genuina de gente que jamás nos conoció en la vida real es inimaginable. Los tíos de twitter me reclaman cuando pasan días sin noticias, se toman el tiempo de recomendar remedios, tratamien-tos o hasta tips de crianza según lo que ande pasando. Hay una camada nueva de padres y madres con Twitter, que nos mantenemos al tanto y compartimos vivencias, porque eso también es acompañarnos. Es hermoso y se siente real, hay gente que nunca me vio y está mucho más al tanto de la crianza de Paz que personas de mi propia familia, y eso está bien, así como está. Nunca me imaginé la vida con un hijo y ahora que Paz existe no me imagino una vida sin ella. Es mágica, indescriptible, inabarcable y es toda suya. Ella eligió venir, yo no me animé a que no lo haga y ahora está acá, reclamando su espacio, su oxígeno, su sol, su alimento, su agua y su propia expe-riencia. Tiene casi tres años y sí, yo también soy una madre babosa. En cuanto a tener más hijos, bueno, ahora tengo un patio enorme y no saben la cantidad de cactus que entran.

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Diego FloresNació en Trelew y se crió en Berazategui. Luego mudóse a Capital Federal y allí sus domicilios se bifurcan.No publicó libros. No ganó ningún premio, pero salió cam-peón en el escueto concurso de Pequeños poetas del co-nurbano, hasta que le fue retirado el premio luego de que el jurado verificara que los poemas presentados eran fieles copias del repertorio de Mayakovski.

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Cada martes el mismo ritual. Me subo al auto, opaco el día con las gafas, pongo aleatoriamente algún tema de Sinatra o de Elvis y emprendo tranquilamente la marcha. Apenas llego a mi destino, asomo el auto y dejo que el motor ron-ronee unos segundos antes del bocinazo. Estimo que vos estás ahí esperando y que esperás la bocina como para seguir un juego tácito. Entonces subís con la mirada seria y al frente, mientras me saludas con un seco hola. Es una indiferencia lúdica y programada, como si fuera un perfecto simulacro, un acto mecánico y rutinario que debemos cum-plir. Pero vos notarás ya que mis ojos explotan de alegría, es imposible retener la expresión de la mirada. Y mi jubilo es ese: tenerte sentada nuevamente a mi lado para hacernos esa escapada matutina, en el horario más muerto del cine, más muerto y desolado todavía para ese cine que elegimos perdido en Avellaneda, donde todavía van algunos viejitos que le esquivan al bingo, señoras que no deben aguantar un segundo más de su existencia o algunos de esos ateos y desbancados que, a falta de Dios y de iglesia, van a confe-sarse al cine, a través de otras voces y otros cuerpos. Pero a mí de esto no me importa nada porque ya estás en el auto y yo canturreo algo y te veo arreglarte en el espejo, seria. Una mujer hermosa. Y te miro y me importa un pito el resto del universo. Vos, tu silencio y el espejo en el que te re-flejás, sólo eso me basta. Vos viéndote a vos y yo mirándote, es una repetición absoluta que se proyecta hacia al infinito en mi cabeza. Ahora el mundo es otra cosa, algo que no me interesa. Pero sé que tanta mirada, encima manejando, te molesta. Entonces enciendo un cigarrillo, la nicotina te aleja, como siempre, fruncís la nariz y tu ojitos se pierden en con-

fines hacia donde yo iría gustoso para encontrarlos. Pero entedeme, todavía me sigo poniendo nervioso. Lo apago a la mitad, en una negociación íntima de la que nunca te en-terás. Pero es por vos, siempre es por vos. Porque te quiero acá de vuelta, aunque sea callada y embravecida. Legamos al cine. Apuro los rituales burocráticos. Las puertas se abren y mi corazón grita. Entramos de la mano. Vos siempre fuiste esquiva con estos cariños pero la insistencia te hizo ceder poco a poco. Nos sentamos juntos. Nuestro pequeño secre-to comienza. De golpe la película arranca y vos te metes en cualquier trama, picas enseguida. Inocente. Yo no sé ni qué vamos a ver, si sólo te miro a vos. Hay luz proyectán-dose en tus dos ojos de luna y entiendo que el espectáculo está ahí. Te murmuro algo al oído y te alejás, pero apenas, como dejándome lugar para entrar. Distraídamente rozo tu cuello, apoyo levemente mis labios mientras vos seguís seria mirando para adelante. Noto cómo te tragás la saliva. Temblás, apenas, sólo yo puedo percibirlo. Acto que me su-giere ir un poco más allá, entonces ya no hay sugerencias, sacó lentamente mi lengua que en tintineos secos y lentos van sintiendo tu piel. Te tensás, la segunda señal que me exime. Paso mis manos por tus rodillas subiendo la tensión, presionando mis dedos parte de tu pollera, yendo pausada-mente de las rodillas a los muslos, ida y vuelta. Poco a poco te voy subendo la pollera, tu respiración se acelera cada vez más. Corro tiernamente lo que me separa de nuestro pla-cer total. Mientras te beso y te busco mis dedos llegan casi al lugar pleno. Estoy entrando levemente. La excitación me extravía. Y ya no puedo parar. Aunque vos marques todavía una distancia, aunque se te caigan algunas lágrimas. Aun-

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que me digas y me supliques no papá, otra vez no por favor. Pero yo ya no puedo parar.

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mariieraymond.tumblr.com

Marie RaymondMarie de María, no de Mariela. Cuando no escribe, saca fo-tos; cuando no saca fotos, escribe.

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¿Google va a poder decirme si me extrañás?

no me molesta dejarte y terminar nuestra relación porque podemos seguir en contacto sin siquiera tener que hablarnos

no me molesta dejarte porque no creo que cambies la url de tu perfil de Facebook ni tu mail presentable ese que es [email protected] y no sería difícil reencontrarte en Twitter aunque cambiaras el user darte follow en agosto de dos mil veintisieteesperar tu follow back y mandarte un dm de feliz cumpleañosme puedo llegar a morir si antes de esa fecha Twitter anun-cia que ya no existe delete, pérdida, adiós al archivo

te imagino en Instagramcon más de cinco mil fotos subidas y editadastaggeadas con #vscocam #iphone17s #argentinapodría googlear tu nombre y saber a qué lugares viajaste dónde trabajás estado civil si tenés hijos o te compraste un robot si todavía ves canales de co-

media y dibujitos si te dejaste la barba o te quedaste pelado

cualquier noche de los próximos añosdespués de prepararme un caféenvuelta en una frazada en el sillón de un monoambientede andá a saber qué parte del mundo,

yo podría googlear tu nombre y tomar café llorando

desde que me hiciste dejar de fumar y tomar mercami vicio es saber que podría saber de vos en todo momentodesde cualquier punto del planeta

¿Google va a poder decirme si me extrañás?

no me molesta terminar nuestra relación porque siempre voy a poder bajar una appdarte followgooglear tu nombre send message(sin título)Yo te quiero escuchar, quiero mandarte links. Quiero tener tu cara entre las manos, moverla despacio para verla pri-mero de un perfil y después del otro, aprenderla de memo-ria. Quiero que cierres los ojos. No te quiero extrañar más.

Tengo fotos de vos dormido, tan sereno, blanco y negro.

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Tengo fotos tuyas durmiendo. No entiendo cómo es posible conservar una imagen de esas.

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www.elotro-elmismo.blogspot.com.ar

Ceci AlemanoSos lo que amás, se repite cuando no encuentra el camino. Ama encontrar la belleza en cada ser. A su hijo Tomás, que le mostró la incondicionalidad del amor. Escribir –siempre, siempre. Y a la música infinitamente.

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Movida de estrellas

Yo me recuesto y ella, en el finalViene a dormirme movida de estrellas

Casi no sé hilvanar palabras sin música. La noche del 17 de junio de 2007 P agarraba mi guitarra y me tocaba esta canción. Fueron los acordes que antecedieron a nuestro primer beso y a nuestra historia de amor. Ni él ni yo podíamos saber qué nos esperaba. Menos imaginábamos que siete años después otro ser en el mundo llevaría su apellido que se llamaría Tomás que estaría cumpliendo un año y medio de vida.

Tampoco sabíamos sospechábamos que íbamos a bifurcar caminos.

¿Cómo podríamos haberlo sabido? Y si lo hubiéramos si-quiera intuido ¿igual le habríamos dado lugar a ese besoa esa madrugada y a todo lo que les siguió?

En horas como ésta, cuando pasado y presente son uno, cierro los ojos y me encuentro con

una noche estrellada a mitad de camino hacia la cima del Champaquí, año 1997. Los abro y veo a Spinetta vivo, tocando Té para tres y Bajan, con Cerati. Los cierro y estoy con Pen la Trastienda, disfrutamos de la existencia del Flaco. Los vuelvo a abrir y veo a mi hijo dormir a mi lado. Los cierro y estoy en un colectivo, por avenida De los Incas, escuchando por primera vez Todas las hojas son del viento, mientras me pregunto a qué disco pertenecerá esa canción tan bella. Los cierro y recuerdo su mensaje de texto: “Ya se está volviendo canción”, la tarde en que Spinetta se fue.

Entonces recuerdo que hace apenas dos horas le canté a mi hijo entera esa canción

Sigo recordando y ahora atardece en el Club Ciudad, des-cubro a Cerati como si hubiera nacido ayer. Suena su disco Boca-nada, mientras con P tomamos nuestros primeros Cuba Libres. Y abro los ojos y Spinetta sigue vivo frente a mí. Rezo con vos, canta con Charly.

Mi cabeza va más atrás, a los años donde no le perdía pisada a Charly, en un mundo donde no había marido ni hijo

sólo apuntes de facultad, mis cigarrillos Camel, las noches en el Roxy.

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Pero entonces estoy metida en un taxi, año 2005, camino a una nota con Gustavo. Cantamos todas las de Artaud y después camino por Belgrano, con Cantata de Puentes Amarillos en mis oídos

Me pregunto en cuál de esas casas habrá crecido el Flaco. Y sobre esta hamaca que va hacia, adelante y hacia atrás, ahora me vengo más acá, al último domingo, cuando llené la compactera con Artaud, Pescado 2, Elija y Gane, A 18 minu-tos del Sol y Pelusón of Milk, y tomé mates con mi pequeño a upa.

De golpe, los primeros acordes de Durazno sangrando salen de la pantalla y me llevan allá donde empezó todo, con P. disculpándose por su “versión apocalíptica” sin adivinar que mientras lo oía me estaba enamorando.Entonces, yo que nunca supe escribir sin música, leí una frase de Zitarrosa que decía

En toda canción hay huellas de un disfrute que existióNo: en noches como ésta ya no importan los cuándo, los cómo, ni los por qués. Porque es cuando sabés que todas las canciones que sonaron alguna vez y que te resonaron, difícilmente puedan perder el lugar que encontraron den-tro.

Entonces lo que fue es. Lo que hoy es tiene huellas de lo que fue y todo lo que es ya está dejando de serpara ser de un modo distinto.

Como la Luna que hoy brilla porque el Sol la ilumina ycomo el sol que nos siguealumbrando a través de esaLuna

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www.elordeninvisible.blogspot.com.ar

Cecilia Martinez RuppelEs docente de Escritura y Periodismo en YoNoFui, asocia-ción que da cursos de artes y oficios a mujeres privadas de libertad o que pasaron por esa experiencia. Publicó los re-latos de (des)amor “Pensé que te gustaba” (2007, Infamia Trascendental), el poemario “La reacción opuesta” (2009, Nulú Bonsai) y fanzines como “Muerte chiquita”, “La hoja en blanco tiene tu cara” y “Un fanzine de autoayuda” (los dos últimos junto a Juan Bauer). También dibuja y transita los caminos de la meditación y el autoconocimiento.

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Asunto:

Chicas, me pasó algo muy raro recién. Bah, hace un rato, una hora más o menos. Salí del taller tipo dos de la tarde, con Lore, ¿se acuerdan de ella? algunas la conocieron en los festivales o en la presentación de la revista. En fin. Íbamos caminando tranqui, por Bonpland hacia el sur y de repente, un hombre grande y grandote tirado en la calle nos llamó la atención. A esta altura todo el tiempo caminamos y hay hombres tirados en la calle, también mujeres, pero no im-porta demasiado. Quizás éste nos llamó la atención porque estaba tirado pero en la calle, es decir no en la vereda sino abajo del cordón, entre dos autos, aunque debo decir que los he visto también en espacios más extraños. Ahí estaba, acostado sobre su espalda, todo ensangrentado. La cara, en especial la zona de la nariz. El pecho, la remera azul teñida de manchones escarlatas. Los brazos. Nos frenamos en seco. Lore atinó a preguntarle si precisaba ayuda, si quería que llamáramos a una ambulancia, pero eso último lo sobresaltó. Nada de médicos ni de policía, nada de extraños (suficiente con nosotras). Sólo quería le-vantarse, con todo lo que implica ponerse de pie en la vida.Parecía estar ahí hacía mucho tiempo, tan enorme, tan difícil de no ver, como un elefante en medio de la ciudad. Pero era muy pesado, nuestros esfuerzos no podían más que fracasar. Pasó un hombre y le pedimos ayuda, intentó, ¿intentó? lo miró, amagó, dijo no puedo, chau y siguió su ca-mino. Que no pudo, es verdad, cada uno hace lo que puede. Estábamos en cero otra vez. Teníamos que levantarlo con fuerza –la nuestra-, así que Lore lo agarró del brazo dere-

cho y yo le extendí una mano, la izquierda. El hombre hizo lo mismo y ahí la vi, la palma llena de sangre, en parte fresca y en parte seca, un guante rojo furioso y agujereado seña-lando mi cuerpo. Todo habrá sucedido en unos segundos; sin embargo, en mí, una eternidad de sensaciones y pen-samientos se apuraron a desfilar. Sentí miedo e impresión, adrenalina y asco, fraternidad y tristeza, amor y emoción. Incluso escuché la voz de mi viejo advirtiéndome que no cometiera la acción con semejante inconsciencia. Pero era consciencia. Con seguridad atiné a darle el apretón de ma-nos y el tiempo se detuvo en un pacto silencioso y trascen-dental. Nos fuimos separando porque mi fuerza es suave y en ese proceso sentí algo pegajoso y algo seco en mí, algo líquido y algo áspero que había salido de sus venas y ahora se deslizaba entre las líneas que marcan mi destino.Testigos de esa escena fueron dos mujeres de unos cua-renta años que parecían hermanas, iban con bicicletas pero caminando, pasaron dando vuelta la cabeza tanto como les permitía el cuello para ver la situación la mayor cantidad de tiempo posible. Evidentemente algo las hizo retroceder, porque se acercaron a preguntarnos si precisábamos ayu-da. Ya no sé si entre tres o cuatro, pero logramos alzarlo. Nervioso, él repitió que no llamáramos a nadie, sólo quería recuperar su mochila. Estaba tirada ahí a unos metros aun-que en realidad no estaba tirada, sino apoyada sobre una caja de luz, detalle que llamó mi atención. El otro día el Indio me preguntó: ¿No te alcanza con saber que algo existe? Le molesta que pregunte todo el tiempo todo sobre todo, que mi curiosidad nunca tenga límites, pero esta vez no. Algo en el hombre me impuso un respe-

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to sobrenatural que me impidió preguntarle qué le había pasado, si le habían robado o intentado robar; si se había peleado con alguien, si le habían tendido una trampa, nada pude preguntarle. Lore dijo que cree que es un trapito, que ya lo vio otras veces por ahí cuidando coches. Ella actuó con sabiduría, me pareció, y como maneja bien los códigos de la calle sólo me salió seguirla sin pasarme de la raya. El hombre se alejó a los tumbos. Me animo a decir que, además de los golpes evidentes, tenía algún problema en las piernas porque estaban muy hinchadas. Las cuatro mu-jeres nos fuimos caminando por Bonpland y en la esqui-na me despedí de las desconocidas y de Lore, que cruzó la avenida. Como una zombie, en estado de shock, agarré Córdoba y entonces lo noté: el corazón me latía a mil. Me paré en la mitad de la vereda interrumpiendo el paso sin querer, me miré la palma de la mano izquierda como si qui-siera adivinar mi futuro y la vi toda llena de sangre seca. Salí del medio del camino hasta quedar al lado de un árbol, saqué de mi cartera una botellita de agua y pañuelos des-cartables y me lavé como pude, con una culpa extraña por deshacerme de esa parte del otro. Mientras esperaba el 151 tenía ganas de contarle lo que había pasado a la gente que estaba en la misma parada y después a la que viajaba en el colectivo también. No lo hice. Me vine a casa en silencio, con mi sensación extraña a cuestas hasta que llegué, prendí la compu y me puse a escribirles este mail. Se ve que quedé angustiada, porque ahora mientras tipeo lloro como una nena. Perdón, necesitaba contárselo a alguien.

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Lisandro VarelaEs de Pinamar, le pagaban a la revista Gente para perder por poco con Punta. Lo conoció a Kissinger, su héroe. Tiene un hijo muy lindo, le miente que es un ninja.

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Chica Aloof

Creo que si te mandan un mensaje de texto y vos estás arriba de un avión por ahí no te llega. El avión está quieto en la pista, no resisto mandarle un mensaje idiota, así que, me encomiendo a que alguna antena guarde su respuesta hasta que mi teléfono funcione. Si en Pajas Blancas no hay noticias suyas, no voy a saber si atribuirle el silencio a las telecomunicaciones subdesarrolladas o a que Chica Aloof me da poca bola tirando a casi nada.

La chica del asiento de al lado me habla. Hasta recién leía uno de Harry Potter, se llama Nair, tiene 16, es modelo en una peluquería y va a Córdoba a ver al papá. También va a conocer a un hermano, pero para ella no es hermano por-que no lo conoce. Enseguida lo vas a querer, le digo.

Nair vive en el barrio FONAVI, y cree que es un nombre, no una sigla que la gente tiende a disimular. Me recomienda cortarme en su peluquería. Tengo que tomar el 57 hasta Pi-lar, bajar en la puerta de un country y caminar diez minutos. Mientras aterrizamos Nair dice que mi corte está bien, pero me recomienda unos claritos.

La habitación del Sheraton muestra en wide screen un ba-rrio gris y todo igual, de Córdoba. Después se ve El Suquia, que ahora es un hilito de agua, menos que el nombre.

Eduardo, de room service, arrastra la voz dormida. Tarda en entender que quiero la hamburguesa sin pan. En la tele de

Buenos Aires presenta las noticias una chica con la que ca-sualmente dormí en Cordoba hace mucho, y ahora somos amigos. Ahora, en la tele, la veo entrando en las grandes ligas, a punto de llegar a los noticieros de las ocho de la no-che, donde te ven las madres de Argentina.

Chica Aloof contesta el mensaje, le contesto, cuenta algo, tengo la sensación térmica de que un poco le gusto pero, también, de que me lo estoy imaginando.

Me tengo que reunir con los clientes en tres horas pero no duermo. Me mato a pajas pero no duermo. Me doy el baño con espumas pero no duermo. Me mato a pajas adentro del baño con espumas pero no duermo. A las ocho de la mañana estoy en la oficina de una fábri-ca que está en crisis. Un obrero, en la planta, en el interior, resbaló y se murió, salió en diario. Los de la fábrica están preocupados y por eso contrataron a mi jefe, Shafte the boss, que ni en pedo viaja a Córdoba y por eso me mandó a mí.

El director me mira con ojitos de loco, explica lo que pasó. Como estamos en la de hacernos amigos -volvernos un escuadrón contra los que defienden al muerto- decimos muchas palabrotas. Yo llego a decir “cajeta.”

Al director le fue bien en la vida. De chico era chatarrero, ahora es socio en una empresa grande. Hay otros tres, de lo más preocupados; agarran el diario del pueblo y lo vuelven

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a leer. En un momento que relajamos, el director tira una de sus frases hits: “Uno siempre se casa con la menos puta del barrio”, dice y nos reímos metiendo la risa para adentro, para ser más animales.

Yo lamento la muerte del operario. Lamento con corrección política: a nadie le importa la muerte de un desconocido. Y si la fábrica tiene un problema grande, tampoco me impor-ta tanto. Quiero estar en Buenos Aires, que esto haya salido más o menos bien. Oler a Chica Aloof; como que la cosa es medio el olor que ella tiene. Laburo buscando el argumen-to de la fábrica socialmente responsable, hago preguntas obvias, alguna de fantasía para hacerme el inquisitivo, veo cuánto se puede forzar una frase, hacer ambigua otra. Escribo un comunicado, lo aprueban. El socio disminuido mental de Shafte le mete unos cambios desde Buenos Ai-res. Los diarios van a publicar el comunicado. Fin del tema; me quiero volver, quiero ir a ver a Chica Aloof y hacer pe-ronismo con el señor que cuida la puerta del edificio al que Chica Aloof saluda apenas. Ahora que lo pienso, Chica Aloof piensa que coge con un muchacho peronista. Soy todo lo peronista que esa chica puede meter en el cuarto sin que se le transforme en pieza.Ahora es el otro día y la cosa salió bien. En los diarios fue culpa del muerto. Un esquema clásico, eficiente, que asco todo, de Chica Aloof no news.

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Virginia UcarGeóloga de profesión, logró fusionar detrás de su afición a la fotografía todas aquellas experiencias que la definen mucho más allá que su profesión. Viajera incansable y lec-tora compulsiva, desde hace algunos meses relata foto-gráficamente en su blog PlanperPHecto, instantes, viajes, estilos de vida, lugares para conocer y no olvidar.

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”Y si en vez de planear tanto, voláramos un poco más alto?” - Mafalda

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Ana Victoria CataniaNació en marzo del 80 y desde que tiene memoria siempre le fascinaron e inquietaron las palabras. Estudió filosofía, pero como Wes Anderson, que también pasó por esta ca-rrera, siempre quiso escribir historias. Su idea de felicidad es una ventana frente al mar, un escri-torio con su computadora, cuadernos y lápices, y su gato a los pies de una cama. No puede empezar el día sin tostadas y café con leche. Ni terminarlo sin haber leído las páginas de un libro.

www.lamecanografa.tumblr.com

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Bolero de negro

Dicen que te casás. Con ella. Que lo harán en diciembre: una boda de verano, iglesia y salón. Y yo pensaba que eras la clase de hombre que rechaza las invitaciones de casamien-to de sus amigos, que jamás bailaría un vals, intercambiaría anillos de compromiso, juraría amor eterno. Pero una vez más parece que me equivoqué. Con vos estuve equivocada de principio a fin. La última vez que nos vimos cantabas en ese bar de ca-lle Viamonte. Yo me senté sola, a un costado de la barra. Ella tomaba fotos con su cámara profesional. Se la veía ágil, graciosa, así en cuclillas. Apuesto a que el vestido blanco le sentará perfecto. Ella es del tipo de mujer que nació para entrar en un traje de novia y lucir como ninguna la coro-nita de flores naturales y el velo transparente. ¿Llevará un ramo de orquídeas o de crisantemos? Mi madre dice que las orquídeas amarillas son las mejores flores para una boda.Esa noche te vi besarla; tus manos bordearon su nuca. Fue como si me hubieran dado un sopapo. Me acurruqué dentro del abrigo y cuando fue oportuno arremetí hacia el baño. Con el saco puesto me bajé los pantalones, me incliné sobre el inodoro e hice pis. Traté de contener las lágrimas, algo imposible durante esa faena. Luego esquivé el espe-jo y salí disparada de ahí. Caminé directo hacia la puerta, abriéndome paso entre la gente que saltaba con la banda principal, una de rock. Afuera estabas vos, apoyado contra una de las columnas. Fumabas lento, trazando círculos blancos en el aire. Me pa-reció que tu cara se iluminó al verme. Y tus labios se es-

tiraron a más no poder: cuánta provocación hubo en ese gesto. Dijiste gracias por estar hoy. Lo hiciste con una voz demasiado solemne, artificial. Ese impostado gracias por venir que repetirás con los ciento y pico de invitados el día de tu boda. Me pareciste increíblemente lejano. Un punto pequeño, distante, pasajero. Alguien al otro lado del río. Te pregunté qué hacías fumando. ¿No era que lo habías dejado hacía siglos? Dijiste que era el cigarrillo del debut, que antes de salir te habían invitado un whisky, que es bueno para la garganta. Yo crucé las manos en el pecho sin cruzarlas.Te pregunté por el cover, que lo tenía de algún lado. Temp-tation, dijiste. New Order. Y pensé qué oportuno. Me pre-guntaste cómo estaba, qué era de mi vida, esas formali-dades terribles. Fui monosilábica; para adentro repetía te quiero. Vos no hablaste de ella. Fuiste superficial, astuto: perdón, me esperan adentro. Y frenaste un taxi sin que yo te lo pidiera. Tenés un viaje largo hasta tu casa. Sí, igual voy para otro lado. Se me hace tarde, mentí. Debería haber ba-jado la ventanilla antes de que el auto se pusiera en marcha y decirte algo; si hubiera sabido que iba a ser la última vez que nos veríamos... ¿Pero decirte qué? Por el espejo retrovi-sor te vi machacar la colilla contra la pared y abrir la puerta del bar. Y ahora te casás. Si me lo hubieran contado hace tres años me habría reído como loca. ¿No eras, acaso, el amante es-quivo, encantador, como una serpiente; el tipo imposible de aferrar; el espíritu libre, desapegado? Cuando nos co-nocimos te dije que lo nuestro iba a quedar en el orden de lo platónico. Vos sonreíste en silencio. Un silencio perfecto. Me tomaste del brazo y caminamos por Rodríguez Peña,

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cuando estés conduciéndola a la pista y anuncien por mi-crófono su primer baile como marido y mujer. Recordaré cómo esa noche de primavera fueron nuestros cuerpos los que bailaron un vals entre el pasto alto. Me pregunto, ¿dónde habrás hecho el amor con ella por primera vez? ¿Contra la pared de tu cocina? ¿En el sillón de su casa? ¿En la habitación de un hotel? ¿Cuán atrevido fuiste? ¿Cuánto te entregaste?Pero no es mi intención arruinar el día más feliz de tu vida. Vestida de negro esperaré a que mi amante toque la puerta. Serán los golpes de la salvación. Él es un tipo hábil, gene-roso, práctico; de manos anchas y ásperas. No lo escucho hablar ni él a mí. Pero no hay problema con eso. No nos reclamamos, no esperamos nada del otro. Te sorprendería saber que recorro mis treinta y pico así de audaz y ligera. Pero unas horas antes de que mi amante llegue, romperé tus cuatro, cinco cartas. Debería haberlo hecho hace tiem-po, lo sé. Esa noche finalmente lo haré. En partes que no se puedan volver a juntar. Entre ellas, la última que me escribiste. La de principios o finales del verano pasado. Me contabas que R había muer-to. Tuvimos que dejarlo ir, decías. Era la primera vez que te escuchaba hablar en plural. Vos y ella simulando un todo va a estar bien, hay que hacerlo por el bien del animal, ya vivió una vida larga y hermosa. La primera noche que dormí en tu cama, R saltó entre mis piernas y dibujó círculos en el colchón, hipnotizándome. Cuánto de vos había en él. O de él en vos. Me sentí vibrando cerca de su corazón salvaje. Entonces, esa noche de verano, romperé tus cartas reco-nociendo la tentación de arrojarme al tacho de basura se-

empujados por una brisa de comienzos de otoño. Fue una noche hermosa. Cenamos a la luz de una vela, tomamos vino y compartimos el postre. Nos hicimos confesiones y nos regalamos cosas. En ningún momento dijimos cuánto nos gustábamos. Hacía frío y caían gotas como pequeñas descargas eléctricas la noche que nos besamos. Me miraste a los ojos; mi cara tembló. Tus labios buscaron los míos. No volví a verte en semanas. Fue un invierno cruel ese.Nunca te conté de aquel día en el cumpleaños de N. Vos no habías ido. Ella fue sola. En esa ocasión la aceché como una pantera. Estudié sus detalles, sus gestos, sus movimientos, el peso de sus palabras. Me mantuve apoyada contra la pa-red, siendo y no siendo yo. Rogué que exhibiera alguna de-bilidad, algún signo vulgar, de un momento a otro. Pero no. Y ahora me dicen que te casás. Con ella, que irá de blanco. Yo, por mi parte, ese sábado de diciembre, vestiré de negro.Buscaré en mi placar el vestidito sin mangas que usé para mi graduación y para el entierro de mi padre. Compraré una botella de Chianti, me recostaré en la cama, debajo del ventilador de techo, y brindaré por ustedes dos, los recién casados. ¡Salud! Pondré alguna de las canciones que nos grabamos, las que solíamos escuchar a oscuras. Como esa vez, en el campo: las puertas de tu coche abiertas, el esté-reo encendido. Vos hundiste tu nariz en mi pelo y respiraste profundamente. Te abriste la camisa, yo me quité las botas, bajé el cierre de tu pantalón, me desabrochaste el corpiño. Con una mano me tomaste del cuello; con la otra separaste mis piernas, con dulzura y con violencia. Después caímos en un sueño liviano; cuando cerré los ojos sonaba Leonard Cohen, Take this Waltz. Prometo que la volveré a escuchar

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nietos. Ella se acomodará contra vos ⎯su cuerpo nació para caber perfectamente entre tus brazos⎯ se inclinarán sobre la mesa y… ¡Whisky! Cuando yo esté retrocediendo y él avanzando, cuando hayamos aprendido de memoria la gimnasia de nuestros cuerpos, ustedes serán testigos del final de fiesta. Dirán que todo ha salido mejor de lo que imaginaron. Que los invitados comieron y bebieron como en el último de sus días. Que el champagne estuvo exquisito, con la temperatura justa. Que la créme brulée no fue lo suficientemente espesa. Que la música sonó fantástica. Coincidirán que la torta con sus iniciales gemelas fue algo sumamente original. Que el de ustedes será un matrimonio original, no como el de sus pa-dres o el de sus compañeros de trabajo. Que serán únicos en su especie. Y sabrán que se están engañando el uno al otro al decirlo.Mientras tanto, el eco de un grito rebotará entre las pare-des de mi habitación. Me observaré en el espejo: las mejillas afiebradas, los hombros transpirados, el pelo pegado a la nuca, los labios hinchados. Mis piernas se colocarán entre las de él, las de mi amante. Nuestros sexos descansarán uno sobre el otro. El vestido negro, arrugado, sobre la al-fombra, se reirá de mí. Él encenderá dos cigarrillos y yo fu-maré por primera vez en quince años: aturdida, subyugada. Luego me pondré de costado, dándole la espalda, para que me acaricie como a una niña o a un cachorro. Cuando mi amante se haya quedado dormido abriré la ventana y saldré al balcón. Desnuda. Las calles de la ciu-dad estarán vacías para mí. Dejaré que el viento húmedo de la mañana me golpee, que el rocío me bautice. Me apo-

gundos después. Buscaré recuperar un pedacito de papel, algo mínimo, donde se lea tu letra imprenta, infantil y fría. Después de haber bebido lo suficiente, de haberme vacia-do, abriré la puerta de mi casa y lo recibiré a él, a mi amante. De jean y camisa a cuadros, lucirá como un cowboy de La Paternal. Me tomará por sorpresa y me pondrá contra la pared. De espaldas. Cuando él agarre mi cadera por detrás, y esté bajando el cierre de mi vestido negro con una lentitud que quema, vos estarás esperándola en el altar. Se mirarán a los ojos e intercambiarán votos de amor. En la salud y en la enfer-medad, hasta que la muerte los separe. Amén. Recibirán la bendición de Dios, como ella quiso. La que alguna vez fue una niña católica, la niña santa. Cuando mi vestido esté ca-yendo sobre la alfombra, ustedes saldrán de la iglesia bajo una lluvia de pétalos de rosas o de granos de arroz. Los novios saludarán en el atrio. Cuando él me esté llevando con los ojos tapados a la cama, ustedes entrarán al salón con una canción que esté de moda. Qué vivan los novios: los invitados exclamarán en un coro desparejo; algunos ya habrán bebido de más. Al igual que yo, que borracha, y con una urgencia que lastima, tomaré a mi amante del cuello. Él buscará besarme o morderme. Y yo jugaré a resistirme. Vos, mientras tanto, pasarás tu brazo alrededor de su cin-tura y mirarás hacia abajo, hacia ella, tu flamante esposa. Cuando estén cortando la torta de bodas les tomarán fotos donde lucirán erguidos y elegantes, e impostarán la sonri-sa ⎯dos muñecos de celuloide⎯ sabiendo que esa imagen quedará grabada para la posteridad. Que su álbum de bo-das, de papel encerado, será un tesoro para sus hijos y sus

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yaré contra la baranda, cerraré los ojos, y los veré a ambos entrando en la habitación nupcial, tambaleándose, riendo. Hasta a mí se me dibujará una sonrisa. Vos amagarás con tomarla en brazos, como en una película de Hollywood. Re-cordaré, como si me quitaran un cuchillo de la garganta, esa otra vez que lo hiciste; recordaré esa madrugada cuando cruzaste la avenida conmigo en brazos. Habíamos tomado demasiados gin tonics en un pub de microcentro y yo no quería caminar. Entonces me alzaste, con una fuerza de la que no te creía capaz. Esta vez, sin embargo, en tu noche de bodas, atravesarás el umbral cargando el peso de golondrina de tu mujer; la llevarás con suavidad, como se llevan las cosas frágiles. La llamarás por el nombre, de un modo en el que nunca me hablaste ni me hablarás. Un relámpago atravesará el cie-lo: parece que va a haber tormenta pero, milagrosamente, todo quedará en paz. Vos, mientras tanto, con la punta del pie, cerrarás la puerta detrás tuyo. Y yo, yo cantaré a Leo-nard Cohen en silencio.

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Martín WilsonEs ex publicista y actualmente trabaja como guionista y productor de contenidos para televisión. Dedica su tiempo libre a la filatelia, al fútbol y interpretación de textos sáns-critos. Nació en 1975 en la franja norte del conurbano bo-naerense. Es autor de “Qué paja ir al centro”, “El que no salta es un inglés” y algunos poemas.

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The Panamericana Highway

Siguiendo la calle Balbastro podía ver el mundo, mi mundo. En esa era geológica de mi vida aprendí lo que era una calle sin salida. Una loma de burro era algo moderno.Si voy para atrás, a cuando más o menos empezó todo, veo a color, pero a kodak color. Hay algo de blanco y negro y el pase abrupto a Kodacolor vr 100. Me acuerdo del correca-minos, La isla de Gilligan, Baretta, los sábados de super ac-ción, a Perez Loizeau, División Miami, Phill Collins. Si hacías silencio podía escuchar nuestro mar: la panamericana, the panamerican highway. Había algo de colono en el hecho de vivir en Don Torcuato. Eran tierras nuevas, había que habitarlas. No estaba muy poblado en esa época, mil nueve setentas. Casas de fin de semana de personas que veías poco, y las casitas que siem-pre rodean una estación de tren. Cuando se sentía algo ex-traño, visitantes, un auto desconocido estacionado, mi papá salía y disparaba unos tiros al aire con su carabina calibre 22 y los perros ladraban. De todos lados los perros ladraban. Y se llamaban entre vecinos para ver si todo estaba bien. Y nos volvíamos a dormir.Cada visita que nos hacían a Torcuato era un evento. Ami-gos, familiares, los recibíamos en la tranquera, y con mis hermanos corríamos hacia nuestra esquina de La Habana y Balbastro, que venía de la 202 que, a su vez, venía de la au-topista. Eso era el campo y todavía había tranqueras. Podías vivir en una casa chica pero -seguro- tenías tranquera. A veces, mi hermano y yo corríamos hasta Balbastro, la calle, también de tierra, que venía de la ruta 202; y esperábamos

o despedíamos a los visitantes desde ahí. Mi abuelo veníaa en colectivo, en el 203, desde Olivos. No le gustaba mane-jar; un accidente lo retiró del volante. Tomaba el colectivo en la avenida Maipú, una hora y veinte de viaje, y caminaba desde la ruta 202 hasta La Habana, calle sin salida. 2029, el número. Siempre traía caramelos y nos fabricaba gomeras y cosas así. Era bueno con la madera. Haciendo honor a su pasado aussie, una vez nos talló un bumerang que todavía guardo. El bumerang nunca volvía pero impresionaba sólo mirarlo. Me acuerdo parte del número de teléfono, me quedó el 748 –característica de Don Torcuato, sin el cuatro antes. A4D4, la vida antes y después del cuatro antepuesto. Al fondo de La Habana sin salida había un portón enorme de hierro enre-jado. Era la casa de “el amarillo”. Así le decía mi papá, porque el dueño tenía un Volvo amarillo. Pero nunca había nadie en esa casa. Había un flaco, viejito, un casero que aparecía muy poco. Era una quinta de fin de semana. El hombre ese era alguien groso de la época, con un puesto importante en SEGBA. Pero en ese tiempo la casa parecía más grande de lo que realmente era. No saber bien qué había del otro lado era lo que le agregaba espacio en nuestro imaginario a los chicos, que nos colgábamos del portón para espiar al casero que se hacía el loco para asustarnos: “Dicen que tiene una casita sobre el árbol del fondo”; “Dicen que tiene un puma enjaulado, una pileta con cataratas”; “Dicen que tiene un frutillas gigantes…” y esas cosas.Estaba el tren también. Pero a mí no me dejaban andar en tren, decían que era peligroso. Sólo lo tomé una vez, para ir a ver ET a la capital, con la madre de un vecino que no

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manejaba. Antes se podía viajar, me decía Chela, la señora que me cuidaba los sábados, cuando mis viejos iban al cine o a comer con amigos. “En la época de los militares se podía viajar tranquilo”, decía Chela. Era el de la línea Belgrano del ferrocarril. Estación Saldías, Estación Scalabrini Ortiz, Esta-ción Aristóbulo del Valle, Estación Padilla, Estación Florida, Estación Munro, Estación Carapachay, Estación Villa Ade-lina, Estación Boulogne Sur Mer Estación Vice Almirante Montes Estación Don Torcuato. Y la línea seguía... Estación Adolfo Sourdeaux, Estación Villa de Mayo y por eso tantos aviones que atravesaron los cielos de nuestra casa y una vez hasta vimos tanques pasando por la 202, Estación Los Polvorines, Estación Ingeniero Pablo Nogues (ahí está ente-rrado un hermano mío, en el cementerio de Pablo Nogués), Estación Grand Bourg, Estación Tierras Altas, Estación Tor-tuguitas, Estación M. Alberti, Estación Del Viso, y Estación Villa Rosa. Este trayecto no lo conocía yo. Acá nadie paseaba los perros. Se paseaban solos. Los pe-rros, o tenían jardines o tenían calle (de tierra y pasto al cos-tado). Tenían agujero en el alambrado por donde escaparse. Había un chico, Matías, a veces era bueno y otras muy malo. Me decía Machel. Sus viejos no lo dejaban salir mucho de su casa entonces se vivía escapando. Nunca saludaba sus pa-pás. Tenían cara de secretos. Vivían en una casa con un jar-dín muy grande, poco cuidado. La pileta estaba vacía todo el año. Me acuerdo del árbol de moras, al lado de la pileta. Y qué rico era treparse al árbol y poder comerse todas las moras que uno quisiera. Yo volví a casa todo manchado de moras, el pantalón y las suelas y manchaba la alfombra de mi casa con mora y las manchas no salían. Matías tenía un

perro policía. Perro policía, le decíamos al ovejero alemán o al pastor alemán. Y yo no sabía si “perro policía” era por bueno o por malo. A esa edad no elegís ser ladrón para ju-gar… Terminó siendo muy malo este. Por un agujero en el cerco salió una vez y se encontró con mi perro, Ulises (un perro que se parecía a border collie pero de casualidad, no era de raza), y lo destrozó. Esa imagen se me editó en la cabeza. El perro de Matías le mordió el cuello a Ulises y lo sacudió por el aire como un muñeco de peluche. Lo revoleó con la mandíbula cerrada, trabada. Yo estaba sólo y tiré pie-dras, le pegué con un palo, hasta que un vecino los separó a baldazos de agua.Y Ulises murió unas semanas después. Los cincuentaitan-tos puntos de sutura que le hicieron en el cuello no ayuda-ron. Se fué apagando de a poco, en la cocina, en un rincón que le habíamos armado con un colchoncito y una mantas al lado del Eskabe. Era un perro como yo.Mi mejor amigo venía seguido. Venía desde Belgrano y su mamá lo dejaba todo el fin de semana. Mi mamá la conoció a ella cuando vivía en Londres y después nosotros coinci-dimos en el colegio. Eduardo parecía californiano. tenía el pelo rubio y largo, y parecía parafinado. Hablaba poco y nunca se quejaba de nada. ¿Qué hacemos? ¿Qué tenés ga-nas de hacer? Jugábamos mucho a los penales, 10 y 10, y si él traía el skate íbamos hasta el aeropuerto aviación Tor-cuato, donde había calles lisas. Para ser grandote era muy habilidoso. Hacía la ollie y el kickflip como nadie (tampoco había mucha competencia), y en los penales te la ponía al ángulo. Eduardo tenía la tortuga gigante del Imperio contra-ataca de las Guerras de las Galaxias. Veinte años después, el

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gigante (porque creció hasta ser gigante) iba a ser uno de los mejores pilares de rubgy del país y a veces pateaba a los palos. Eddie, mi mamá le decía así, venía a Torcuato desde el viernes, después del colegio, por la tarde, y se quedaba has-ta el domingo. A veces, mi mamá quedaba con la suya en Márquez y Panamericana, para acortar distancias y, a veces, frente al hipódromo donde, para matar el tiempo, juntaba boletos de colectivo buscando los capicúa. Era un problema la distancia hasta Don Torcuato. Ahora todo es tan cerca. Cuando mi mamá hacía reuniones de Tupperware tenía muy poca convocatoria, sólo un par de señoras de la zona. Sus amigas del centro le fallaban siempre.Otro vecino tenía una casa rarísima. Su techo nacía casi en la superficie, en la tierra y se iba de punta para arriba, a dos aguas. Tenía algo de casita de muñecas o de casita de mon-taña, de Heidi. Era igual a Kojak y siempre sonreía. Tenía un Dogo y mi mamá siempre me decía cuidado con el Dogo cuidado con el Dogo. Son perros peligrosos. Y daba miedo el Dogo. Era blanco, grandote y tenía cara de malo y ladra-ba horrible. Y Kojak se reía cuando ladraba el Dogo y corría alrededor de la casita con techo puntiagudo a dos aguas, a la vista de todos porque su cerco era sólo un alambrado nuevo, no tenía plantas ni arbustos. A veces, mi viejo lo iba a ver por algún tema, como los pozos en la calle Balbastro, o algún otro tema vecinal como podía ser el alumbrado o el quilombo que armaban las patotas de borrachos que venían de los bailes de los corsos del carnaval. Pasaban en pedo y tiraban piedras a las casas, a los perros, o a los autos que pasaban. Todos cuidaban mucho sus autos. Mi papá, que era asegurador, siempre estaba asegurándole la casa o

la vida a alguien. Y cuando hablaban con mi viejo del tiem-po, de los postes de luz que iban a poner y de los pozos, Kojak siempre sonreía y decía muy seguido: Si Dios quiere. Parecía un comediante de la tele pero decía Gracias a Dios y Si Dios quiere.Estaban los de al lado, los König. Alemanes. Aunque de alemán llevaban el apellido nomás pero así eran la cosas. Estaba el gallego, el ruso, el japonés, el tano, nosotros éra-mos los ingleses; Wilson es de orígen escocés pero éramos los ingleses; y los König eran los alemanes. Las hijas eran preciosas. Erica e Ingrid. Fue por ellas que aprendí a decir “e“ cuando viene una “i” para no repetir la “i”. Ingrid y Erica o Erica e Ingrid calentaban a todos. Me acuerdo que a veces jugando me hacían cosquillas y yo me calentaba y quería más. Pero no entendía nada de sexo yo. La primera vez que escuché Escalera al cielo (así le decía ella, no decía Stairway to Heaven) de Led Zepelin fue Erica. Ella me dijo escucha-te esto, y me puso unos auriculares grandes acolchonados que me aislaron del mundo.Mi papá lo conocía bien a su papá, Federico. El viejo andaba en el tema de los seguros, igual que el mío. Otro con casa rara. Muy grande, ocupaba un cuarto de manzana, las man-zanas de Torcuato eran mucho más grandes. Y siempre es-taba muy bronceado. Pelo canoso y su piel bien quemada. En verano se echaba en una resposera al sol al lado de su pileta siempre vacía, en slip. Eso no era común, lo del slip. Con mi hermano nos trepábamos en silencio a la pared y lo mirábamos. Y nos reíamos de su slip azul francia, del slip, no del color. El alemán se mató de un día para otro. Se pegó un tiro en su estudio, donde se decía, tenía una cama solar.

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Me acuerdo de Greta, su mujer, llamando a mi viejo por el tema del seguro de vida y diciendo: ¡Mirá lo que me hizo! ¿Vos podés creer lo que me hizo?!

Un año fui a ver Titanes en el Ring en el Club Caza y Pesca, a diez cuadras por Balbastro. Estaba un poco grande para eso pero como por el barrio nunca pasaba nadie me dio por ir. Ver a la momia... la momia blanca y la momia negra, el an-droide, Mr. Moto, Rubén Peuccelle, el ancho y Martín, Martín Karadajian, el máximo Titán en el ring era de alguna mane-ra un acontecimiento histórico. Era eso o ver Calabromas.Por la tarde, los fines de semana, a la hora de la siesta, pa-saba la camioneta con los parlantes al palo anunciando el evento, algún show, una oferta, o un circo que estaba de paso. Megáfonos gigantes, naranjas. Eran los propaladores. Los mismos que vendían A Raúl Alfonsín y a Luder y a Her-minio Iglesias en el 83.También estaba el mito del “Fantasma de la Vieja Amarga” y amarga se confundía con Marga y le decían también el fantasma de Marga. Decían que si te la cruzabas tenías que darle chocolates o caramelos sino desaparecías esa misma noche. Me acuerdo de la casa de la vieja, chiquita, de campo, venida abajo, con las persianas rotas, manchas de hume-dad, en el techo tejas partidas. El frente lleno de gatos y ella aparecía muy poco. Son muchos los recuerdos de Torcuato. Había más tiempo muerto ahí en esa era geológica mía. Te llamaban y estabas o no estabas y te avisaban después o nadie nunca contes-taba. Uno sólo era el dueño de la pelota, o dos como mucho. No había tanto para hacer. Había fútbol con los chicos de

por ahí. El ring raje se armaba también pero la cuadras eran más largas para escaparte. Se armaban bandas de distintas edades. Estaba Lucas, Enrique, Damián que eran los hijos de la profesora particular de francés en la calle Ecuador. Y estaba Camilo, Camilo Waserman, que me llevaba dos años. En verano Camilo se subía al techo y se tiraba a la pileta o a un árbol. Estaba loco. También nadábamos abajo del agua. Y yo aguantaba bastante. Y estaba Marina, la de rulos, de enfrente. Qué lindo pelo que tenía, largo y muy enrulado. Era medio vizca y usaba anteojos y tenía los labios gordos. A sus espaldas le decíamos “chupa-chupa-chupapija”, por los labios. Crueles, la infancia te da inmunidad y esa impunidad. Pienso que tal vez por culpa nuestra nunca se la chupó a nadie. Años más tarde me la crucé en la calle Reconquista por el centro saliendo de La Cigale. Iba con otra chica. Ella iba rapada, la otra iba rubia, parecía gringa. Iban de la mano, las dos tan lindas. Los papás de Corchito, pusieron el primer video club donde tuve mi primer trabajo y ví mi primer porno. Estaba Diego, amigo de mi hermano , que jugaba muy bien al tenis pero nunca llegó. Los padres le habían puesto todas las fichas (llegó a hacer dupla con Lucas Arnold), Y también estaba Nando que decían que andaba en la joda. De Nando fue la primera vez que oí hablar de droga. Yo no sabía qué signi-ficaba drogarse. Era el grandote, el que nos cuidaba. En su cuarto tenía mancuernas y una barra y posters de Rocky, de Conan el bárbaro y Kiss.Para el lado del aeropuerto, a unas quince cuadras, había un templo Umbanda donde decían que se disfrazaban de blanco, mataban gallinas y se pintaban la cara con sangre

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en nombre de alguien. Y por eso Kiss me daba miedo. En-rique una vez me mostró la tapa del disco y no quise saber nada.La primera vez que ví un tipo en pedo fue a la salida de una disco/bar, cerca de la Pana, por donde íbamos a buscar cajitas de cigarrillos. Surmenage, se llamaba el local. Era de día y el tipo salía tambaleando, desorientado, y Camilo fue el que me dijo que eso lo hacía el alcohol, que te quitaba el control de vos mismo. Esa imagen me siguió un tiempo, el tipo tambaleándose, se me borró por muchos años y des-pués se me volvió a pegar: el tipo perdido en pedo en la puerta del Surmenage.Una vez por año, justo en la esquina de mi calle con Bal-bastro, se hacía un fogón gigante. Se quemaban cosas, todo lo que estaba en desuso. Madera, troncos, colchones viejos, sillas rotas, cosas sin arreglo, cartón, basura, y has-ta se armaba un muñeco grande para la ocasión, como un espantapájaros. Se hacía un domingo por año. Nos quedá-bamos hasta tarde, dándole de comer al fuego. Me acuerdo del fuego monumental y de los vecinos reunidos, las caras iluminadas y los más chicos jugando, la excitación, corrien-do con palos y ramas alrededor y las chispas. El fuego nos hacía olvidar de todo.Volvía en auto, hace unos meses, solo, de Pilar, de un ca-samiento de esos que se hacen de día. Tomé la bajada de Torcuato, que da a la 202, y ví el cartel de Surmenage y el primer borracho, seguí unas cuadras y vi una Shell con autoservicio, la vieja parrilla Los Pinos, El Antiguo Donato, otro restaurante, el Quiosco Gargamel donde compraba pe-

tardos y figuritas del mundial 86, caramelos fizz, la banana dolca era cara como el tofi, ví las tita y las rodhesias, vi un Mc Donald´s que antes no estaba y llegué a Balbastro y vi el Club Caza Y Pesca, y tomé Balbastro y vi a Kojak, a Erica e Ingrid, a Federico König, los aviones que iban y venían de campo de Mayo, al Dogo, los colmillos de la rabia del pastor alemán, la sangre seca de Ulises en la manta que lo cubría, las tardes de tele, las nuevas tabletas fuyivape para los mosquitos, la tele nueva a color en el cuarto de mis viejos, mis catorce años ahí; y ví las zanjas con renacuajos, en los árboles se colgaban los bicho canasto, las gatas peludas se arrastraban, mi mamá y las mejores milanesas del mundo, mi hermano haciendo un arco con maderas que encontró en el galpón. Vi la tranquera recién pintada de blanco, La Habana 2029 calle sin salida, el 748 sin anteponer el 4, el 203, el 745, los pozos vacíos sin cascotes, vi el carnaval, el corso, a las patotas en pedo tirando piedras, la casa de la foniatra que me ayudó a ganarme la “errre”. Y llegué a la calle La Habana y ahí estaba mi amigo clavando la Azteca trucha en un ángulo, los rulos de la vecina de labios gran-des, el loco de la moto y lo vi a mi viejo en la cocina en año nuevo cambiando el calendario. Siempre ponía el nuevo de su compañía de seguros. Clavo y martillo, y sobre la puerta empezaba el año.En la calle Chile, atrás de la que fue mi calle, a espaldas de lo que había sido mi casa pinché una rueda y fue una paja tener que cambiarla. Pero me tomé el tiempo. A veces me parece que está todo en el fondo. Todo lo que hacemos y queremos a veces está atrás también, en la infancia.

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Seelvana BaylacDibujo mucho y hablo dormida.

www.seelvana.com.ar

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No hice salvavidas esta vuelta, pero traje un wallpaper para pasar el invierno like a champ.

Lo bajás de este link: www.pinterest.com/pin/4996249564264999/

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fin

Si te morís de ganas de participar de alguna futura e in-sospechada edición de Lectura de Verano, mandame un email con tu textito o fotos o pieza de arrrrrrrte + retrato

+ mini bio!

[email protected]