lechner - de la revolución a la democracia

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    democracia

    De la revolucin a la democracia*

    Norbert Lechner

    1. Un cambio de perspectiva

    En los aos 60 el tema central del debate poltico intelectual enAmrica del Sur es la revolucin. La situacin de la regin, carac-terizada por un estancamiento econmico en el marco de unaestructura social tradicional y, por otra parte, por una creciente movili-zacin popular, es interpretada como un estado prerrevolucionario. Con-trastando los cambios rpidos y radicales de la Revolucin Cubana conlos obstculos que encuentra la modernizacin desarrollista, se constatala inviabilidad del modelo capitalista de desarrollo en Amrica Latina y,en consecuencia, la necesidad histrica de una ruptura revoluciona-ria. Esta perspectiva adquiere tal fuerza que incluso un partido de centrocomo la democracia cristiana propone una revolucin en libertad enChile. La revolucin aparece no slo como una estrategia necesaria fren-te a un dramtico desarrollo del subdesarrollo,1 sino tambin comouna respuesta respaldada por la teora social.2 El debate intelectual giraen torno a las situaciones de dependencia, sea en una interpretacinhistrico-estructural del imperialismo y de las constelaciones sociopol-ticas en los diversos pases,3 sea en una versin ms doctrinaria queplantea socialismo o fascismo4 como la alternativa de las sociedadeslatinoamericanas.

    Si la revolucin es el eje articulador de la discusin latinoamerica-na en la dcada del 60, en los 80 el tema central es la democracia. Al igualque en el periodo anterior, la movilizacin poltica se nutre fuertemente

    * Este es un captulo del libro Los patios interiores de la democracia. Subjetividad ypoltica. FLACSO, 1988.

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    del debate intelectual. Su inicio al nivel regional data de la conferen-cia sobre las condiciones sociales de la democracia que organiz elConsejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) en 1978 en Cos-ta Rica. Esta fue la ltima intervencin de Gino Germani y la primerasalida internacional de Ral Alfonsn.5 Desde entonces toda la atencinse centra en los procesos de transicin que de manera gradual (Brasil,Uruguay), acelerada (Argentina) o estancada (Chile) conducen a la ins-tauracin de instituciones democrticas, relegando los obstculos de laconsolidacin democrtica (Per, Bolivia) a un segundo plano. Tras laexperiencia autoritaria, la democracia aparece ms como esperanza quecomo problema. Cabe entonces preguntarse si los actuales vientos dedemocratizacin son climas coyunturales o si inician una transforma-cin social.

    Antes de resear el desarrollo del debate intelectual de los ltimosaos, quiero destacar las dificultades del intento. Independientementedel inevitable sesgo personal y nacional del autor, resulta difcil recons-truir un debate latinoamericano. Se trata, por un lado, de la heterogenei-dad estructural o, por as decir, del carcter su gneris de la regin, querequiere y a la vez refuta los conceptos elaborados en las sociedadescapitalistas desarrolladas. Junto con las dificultades estructurales paraconceptualizar, hay dificultades histricas para generalizar; un mismofenmeno (como por ejemplo la democratizacin) tiene diferente signifi-cado en Venezuela, Per o Uruguay. Tanto la diversidad e inestabilidadde los procesos sociales como las distintas experiencias histricas reper-cuten sobre la produccin intelectual, que tiende a ser dispersa y voltil.Y si adems consideramos la ausencia de revistas de teora social decirculacin regional,6 resulta sorprendente que pueda hablarse de unadiscusin latinoamericana como lo es, en efecto por su incidencia aunen otros pases el debate que se desarrolla en Brasil y el Cono Sur sobrelos procesos de democratizacin?

    2. La experiencia de nuevo autoritarismo

    La perspectiva de la democracia nace de la experiencia autoritaria en losaos 70. A partir del golpe militar de 1973 en Chile, los anteriores golpesde Brasil (1964), Per (1968) y los posteriores en Uruguay (1973) y Ar-gentina (1976) adquieren una significacin comn. Sin ignorar los ras-gos especficos en cada pas, particularmente en Per bajo Velasco

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    Alvarado,8 el nuevo autoritarismo se constituye como una experienciacompartida: experiencia de una violencia sistemtica, de un ordenprogramticamente autoritario y excluyente.

    El objetivo de los golpes no es tanto el derrocamiento de determina-do gobierno como la fundacin de un nuevo orden. Se busca imponeruna nueva normatividad y normalidad mediante procedimientos pro-pios a una lgica de la guerra: la aniquilacin del adversario y laabolicin de las diferencias. De ah un primer rasgo de la discusin inte-lectual pos-73: la denuncia del autoritarismo en nombre de los derechos huma-nos. Los intelectuales no luchan en defensa de un proyecto, sino por elderecho a la vida de todos. Y es en torno a los derechos humanos que seorganiza una solidaridad internacional, proyectando a los intelectualesms all de sus fronteras.

    La crtica intelectual ya no invoca el futuro (la revolucin) contra elpasado (el subdesarrollo). Por el contrario, asume la defensa de una tra-dicin en contra de la ruptura violenta. Junto a la crtica se inicia unaautocrtica al anterior protagonismo revolucionario (del cual Rgis Debrayfue la encarnacin ms conocida). Tiene lugar una ntida ruptura con laestrategia guerrillera.9

    La gran enseanza de los golpes militares es que el socialismo nopuede (no debe) ser un golpe.10

    Pero la principal preocupacin del debate intelectual de esos aoses el anlisis de los orgenes y la naturaleza del nuevo rgimen autoritario. Muytemprano queda claro que no se trata de un fascismo,11 nocin relegadaal trabajo partidista de agitacin. A partir del texto seminal de GuillermoO'Donnell sobre el Estado Burocrtico Autoritario,12 el Estado deviene eleje aglutinador de la investigacin social en toda la regin. Tanto laRevista Mexicana de Sociologa13 como algunas antologas14 ofrecen unpanorama de la extensa produccin, varias de excelente nivel.

    Por qu se interrumpe, por 1981, el estudio del Estado? No existeun balance crtico del debate, lo cual ilustra la escasa autorreflexin delos intelectuales y, por ende, las dificultades a conformar una tradicinintelectual. Posiblemente la discusin sobre el Estado se agote en tantoconlleva (al igual que anteriormente los estudios sobre la dependencia)un factor de moda; el Estado Burocrtico Autoritario es una nove-dad de la cual hay que dar cuenta. Una vez que aparece consolidado yadquiriendo duracin, se busca fuera de l la innovacin, o sea, la trans-formacin del estado de cosas existentes. Ello nos sugiere una razn msprofunda para el sbito desplazamiento del debate: la crtica al Estado

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    Autoritario desemboca en la crtica a la concepcin estatista de la polti-ca, vigente hasta entonces. En efecto, la preocupacin por el desarrollosola ir a la par con el nfasis en el Estado como el principal agente deldesarrollo; frente a la insuficiencia o franca falsedad de la democraciaburguesa se atribua al Estado la responsabilidad por solucionar losproblemas sociales. Particularmente en las izquierdas predominaba laidea hegeliana del avance del Estado como despliegue de la libertad:ampliando la intervencin estatal, la gente se emancipara de las condi-ciones de miseria en que se encontraba alienada. Este imaginario colec-tivo se ve cuestionado por la omnipotencia y omnipresencia de ladictadura militar. En Amrica Latina es el Estado Autoritario (y no unEstado de Bienestar keynesiano) el Leviatn frente al cual se invoca elfortalecimiento de la Sociedad Civil. De este modo, precisamente el desa-rrollo del Estado (autoritario) obliga a repensar las formas de hacer pol-tica.

    En parte, la reflexin sobre el autoritarismo prosigue en los estu-dios sobre el pensamiento neoliberal. Al respecto cabe destacar un ele-mento importante. A pesar de la fuerte influencia del neoliberalismo yneoconservadurismo en los gobiernos autoritarios, sobre todo a travsde su modelo econmico, no se trata de un pensamiento latinoameri-cano propio. Son traducciones de Hayek, Huntington o de la escuela delpublic choice. Ello remite a un fenmeno ms general: no obstante elpeso de las derechas tradicionales o neocapitalistas en el desa-rrollo social y poltico de la regin, no existe una intelectualidad de dere-chas. Hay figuras aisladas, pero aun ellas no presentan un pensamientopoltico fuerte, en polmica con el cual las izquierdas puedan elaborarsus propias posiciones. (Pensemos en la polmica de Gramsci con Croceo de Habermas con Luhmann). No pudiendo enfrentarse a una interpre-tacin liberal-conservadora de la realidad latinoamericana, laintelectualidad de izquierdas tiende a elaborar su crtica a travs de ladiscusin europea o norteamericana, lo cual puede distorsionar sus es-fuerzos por teorizar la prctica social en Amrica Latina. Pero, ante todo,oscurece la lucha por definir la significacin de la democracia.

    3. El nuevo ambiente intelectual

    Es conocida la violencia institucionalizada que destruy la vida uni-versitaria y reprimi la actividad cultural. Muchos intelectuales tuvie-

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    ron que refugiarse en el exilio, otros pudieron quedarse en sus pasescreando centros informales de trabajo. Una y otra solucin de sobre-vivencia modificaron la produccin intelectual. Resaltar cuatro as-pectos que inciden en la revalorizacin de la democracia.

    1) El golpe significa una dramtica alteracin de la vida cotidiana.Aunque poco visible, este hecho tiene gran impacto en la tradicin msbien elitista y libresca de la intelectualidad. Para muchos intelectuales laprdida de la seguridad material y la erosin de los criterios de normali-dad provocan una situacin de incertidumbre (cognitiva y emocional)que favorecen no slo una revisin biogrfica, sino igualmente la per-cepcin de problemas habitualmente no considerados como, por ejem-plo, la misma vida cotidiana. Pero adems la incertidumbre tiene otraconsecuencia que me parece muy importante: fomenta una apreciacindiferente de los procedimientos democrtico-formales. Muchos intelec-tuales haban vivido la democracia burguesa como una ilusin o ma-nipulacin, incapaz de asumir los imperativos del desarrollo; ladictadura les ensea el carcter poltico de las cuestiones supuestamen-te tcnicas.

    Si no hay una verdad establecida o hbitos reconocidos por to-dos, entonces se hace indispensable instaurar reglas de juego que per-mitan defender los intereses vitales y negociar un acuerdo sobre lasopiniones en pugna. La revalorizacin de la antes criticada democra-cia formal se inicia, pues, a partir de la propia experiencia personalms que de una reflexin terica. Y no obstante el carcter primordial-mente defensivo, esta experiencia probablemente repercuta sobre el arrai-go afectivo que tenga la democratizacin en las izquierdas.

    2) El exilio, pero tambin el trabajo en los centros privados naciona-les conllevan una circulacin internacional de los intelectuales antes des-conocida. Santiago de Chile hasta 1973 y posteriormente Ciudad deMxico se transforman en centros de un debate latinoamericano. No setrata solamente de una latinoamericanizacin obligada por el exilio.A mediados de los 70 comienzan a multiplicarse los seminarios regiona-les y, a iniciativa de CLACSO, grupos de trabajo regionales, configurn-dose una especie de universidad itinerante que reemplaza los claustrosvigilados. Esta transnacionalizacin disminuye el provincialismo (fre-cuentemente complementado por un europesmo acrtico) y facilita larenovacin de un pensamiento poltico relativamente autnomo de lasestructuras partidistas en cada pas. Adquiriendo mayor autonoma res-pecto a las organizaciones polticas, la discusin intelectual (sobre todo

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    en las izquierdas) logra desarrollar un enfoque ms universalista (me-nos instrumental) de la poltica.

    3) Otro aspecto particularmente relevante para los intelectuales deizquierda fue la apertura intelectual. Los golpes militares desmistificanla fe revolucionaria y hacen estallar un marxismo dogmatizado (recur-dese la influencia de Althusser y Poulantzas en los 60). De un modocruel y muchas veces traumtico acontece una crisis de paradigma,con un efecto benfico empero: la ampliacin del horizonte cultural y laconfrontacin con obras antes desdeadas o ignoradas. Es significativoque una editorial socialista traduzca los escritos polticos de Weber yCarl Schmitt. La recepcin masiva de Gramsci a mediados de los 70, deFoucault posteriormente y el actual inters por Habermas sealan algu-nas de las principales lecturas. Frecuentemente se trata de lecturas demoda, sin provocar una apropiacin crtica de los enfoques. Hoy pre-valece cierto eclecticismo en que pueden mezclarse elementos de MarxWeber, Agnes Heller y Norberto Bobbio. As y todo, me parece ser unfenmeno saludable en la medida en que significa el abandono de laexgesis o la aplicacin de una teora preconstituida y se busca darcuenta de determinada realidad social.

    En este contexto habra que situar el papel del marxismo. Aunqueinfluyera en el pensamiento econmico (estructuralismo) y sociolgi-co (dependencia), nunca alcanz a tener arraigo masivo en la regin.En pases con una estructura predominantemente agraria, marcada porel mundo de la hacienda, una larga historia de caudillismo y golpes deEstado y la experiencia siempre actualizada del imperialismo hace mssentido el enfoque leninista. Bien visto, sin embargo, se trata de un senti-do todava tradicional en tanto remite a una verdad oculta que una revo-lucin podra develar y realizar. Hoy la compleja diferenciacin socialen Amrica del Sur ya no permite concebir la lucha por la libertad y laigualdad en trminos esencialistas. Desde luego, se sigue editando elmanual de Marta Harnecker,15 pero, en general, el uso de Marx ha perdi-do su connotacin cuasirreligiosa. En el caso de Amrica del Sur (a dife-rencia de Mxico y Amrica Central) quizs sea ms correcto hablar deun posmarxismo, al menos en el debate intelectual. Las crticas de Laclauy Nun16 contra el reduccionismo o los anlisis histricos sobre el deno-minado desencuentro entre Amrica Latina y Marx17 y los avatares deun marxismo latinoamericano18 son una especie de ajuste de cuentascon los marxismos y simultneamente intentos de actualizar esa tra-dicin como punto de partida para pensar la transformacin democrtica

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    de la sociedad. Hasta ahora estos esfuerzos de renovacin han quedadoreducidos al mbito intelectual, encontrando poco eco en los partidos deizquierda.

    4) Un cuarto punto a destacar es la creciente profesionalizacin aca-dmica de los intelectuales, sea mediante la ampliacin y moderniza-cin de la universidad (Brasil), sea justamente a la inversa, por sudesplazamiento a un mercado informal (centros privados) sumamentecompetitivo. Ambas situaciones aceleran los procesos de especializa-cin, borrndose la imagen tradicional del intelectual como creador ytransmisor del sentido de la vida social. Vuelve a primar el crtico porsobre el profeta y la vocacin poltica ya no se apoya en un compromisode militancia partidista.

    Para resumir el cambio del ambiente intelectual quiero enfatizar lanueva densidad del debate, basada en un mayor contacto intrarregional(especialmente en el Cono Sur), una mayor disciplina acadmica y unamayor responsabilidad poltica. A pesar del carcter muchas veces err-tico de la investigacin, el conocimiento de las distintas realidades na-cionales es hoy mucho ms profundo y extendido. Aunque sueneparadojal, aun bajo circunstancias tan adversas como las chilenas, lasCiencias Sociales han tenido su mayor desarrollo en la ltima dcada,tanto por la diversidad temtica y riqueza del anlisis como en trminosde productividad.19

    4. Pensar la alternativa

    Alrededor de 1980 y especialmente a partir de la crisis econmicaagudizada en 1982, la atencin se desplaza del autoritarismo hacia lademocratizacin. En el debate sobre la alternativa democrtica sobresa-len dos pasos que preparan una renovacin del pensamiento polticolatinoamericano.

    Por una parte, una revalorizacin de la poltica. La izquierda, en-frentada a la Doctrina de la Seguridad Nacional20 y la ofensiva deneoliberales y neoconservadores,21 descubre que la poltica no tiene unasignificacin nica y unvoca. Un eje fundamental de la lucha poltica esprecisamente la lucha por definir qu significa hacer poltica.22 A travsde la crtica a la doctrina militar y al pensamiento neoliberal, el debateintelectual elabora una resignificacin de la poltica, de la cual mencio-nar tres caractersticas.

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    1) La contraposicin de una lgica poltica a la lgica de laguerra. En toda sociedad de clases las relaciones sociales son conflicti-vas; los conflictos devienen guerra cuando la vida de un sujeto surazn de ser depende de la muerte del otro. Interpretando las divisio-nes sociales como antagonismos excluyentes (socialismo o fascismo, li-bertad o comunismo), las relaciones quedan reducidas a un slo lmiteclasificatorio: amigo o enemigo. La lgica de la poltica no apunta alaniquilamiento del adversario, sino, por el contrario, al reconocimientorecproco de los sujetos entre s.

    2) No se puede concebir una poltica democrtica a partir de laUnidad Nacional o alguna identidad presocial, sino a partir de lasdiferencias. Se trata, en palabras de Hannah Arendt, de la condicinhumana de la pluralidad; la pluralidad es especficamente la condicinde toda vida poltica 23 Este punto, al igual que el anterior, conlleva unaautocrtica del planteo tradicional de la izquierda: la lucha de clases nopuede ser concebida ni como una guerra a vida o muerte ni como unalucha entre sujetos preconstituidos. Slo abandonando la idea de unapredeterminacin econmica de las posiciones poltico-ideolgicas sehace posible pensar lo poltico.24 Y uno de los rasgos especficos de laconstruccin de un orden democrtico es justamente la produccin deuna pluralidad de sujetos.

    3) Una revisin autocrtica de la izquierda se desprende tambin deuna tercera objecin a las concepciones autoritario-neoliberales: la sig-nificacin instrumentalista de la poltica. Tanto la tradicin marxistacomo la doctrina militar y el pensamiento neoliberal comparten (consignos diferentes) un mismo esquema interpretativo: el presente comouna transicin hacia la realizacin de una utopa. Que el futuro seaimaginado como mercado o como sociedad sin clases, se trata de unorden pospoltico. Y al concebir la abolicin de la poltica como unameta factible, la accin poltica presente tiene un carcter exclusivamen-te instrumental. Para superar este enfoque se ha propuesto una recon-ceptualizacin de la utopa como una imagen de plenitud imposible,pero indispensable para descubrir lo posible.25

    Por otra parte, tiene lugar una revalorizacin de la sociedad civil. Enalgunos pases, como por ejemplo Brasil, ello es el reflejo de un drsticoy exitoso proceso de modernizacin.26 En otros pases como Bolivia yPer, pero tambin en sociedades relativamente desarrolladas como Ar-gentina, Chile y Uruguay, se trata, por el contrario, de una profundapreocupacin por el grave deterioro de las condiciones de vida. En am-

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    bos casos el inters por la sociedad civil tiene una clara connotacinpoltica: las condiciones sociales de la democracia. De este modo se lograpolitizar la preferencia de las fundaciones extranjeras por anlisisempricos (demografa, necesidades bsicas, situacin de la mujer y lajuventud) sin caer en intervenciones inaceptables como el famoso PlanCamelot de la CIA en los 60. Trtese de temas clsicos de la sociologalatinoamericana (estructura social, desarrollo agrario, sindicalismo) otemas nuevos (movimientos sociales y regionales, violencia urbana, cul-tura popular), los enfoques suelen enfatizar los aspectos polticos habi-tualmente no considerados del proceso social. Al respecto nada es msrelevante que el esfuerzo de algunos de los principales centros de inves-tigacin sociolgica por publicar revistas sociopolticas para un pblicoamplio: por ejemplo, en Lima Qu Hacer y Socialismo y Participacin porparte de DESCO y CEDEP, respectivamente; en Sao Paulo Novos Estudos yLua Nova por CEBRAP y CEDEP; en Buenos Aires Punto de Vista y La CiudadFutura por el Club Socialista. Este intento por socializar el debate intelec-tual no deja de ser precario (un mercado restringido por la misma crisiseconmica); sin embargo, demuestra el inters de los intelectuales porarraigar la democratizacin en los problemas concretos de la gente co-mn. La preocupacin por la reconstruccin del tejido social respondedesde luego a la herencia de unas dictaduras devastadoras, pero a la vezest influida por los planteamientos neoliberales. Al recoger las objecio-nes antiestatistas se prepara la superacin de la tradicin borbnica (ynapolenica) del Estado que prevaleca en la regin, aunque muchasveces el precio de un liberalismo ingenuo. Considerando las fuertes ra-ces del autoritarismo y del estatismo en las sociedades latinoamerica-nas, probablemente sea una reaccin inevitable para poder abordar lacuestin del Estado en una perspectiva democrtica.

    5. El debate terico sobre la democracia

    Conviene distinguir entre procesos de transicin y procesos de consoli-dacin democrtica, pues se enfrentan a distintas prioridades de proble-mas. En el primer caso (Chile) la discusin sobre la democracia tiende aser ms paradigmtica, buscando determinar y legitimar un orden alter-nativo al orden autoritario. La dificultad de la reflexin terica reside enel hecho de que no tiene lugar una ruptura radical e integral entre dicta-duras y democracia, sino situaciones de encuentro.27 Una vez instau-

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    rada una institucionalidad democrtica, la atencin se vuelca hacia pro-blemas concretos, estructurndose el debate en torno a temticas secto-riales (inflacin y desempleo, marginalidad urbana, reestructuracin dela universidad, etc.).

    Restringindome a la revisin terica de la cuestin de la democra-cia por parte de la izquierda, destacar, aparte de los puntos menciona-dos en el prrafo anterior, el pacto sobre las reglas de juego.

    El grueso del debate poltico intelectual puede ser situado dentro dela temtica neocontractualista. En sociedades convulsionadas, cuyahistoria poltica se caracteriza por situaciones de empate catastrfico yvetos recprocos (Argentina, Bolivia), por una fuerte polarizacin ideol-gica (Chile, Per) o bien por mecanismos tradicionales de dominacin(Brasil, Colombia, Ecuador), la idea del pacto y las estrategias deconcertacin significan importantes innovaciones. Ellas responden tras la experiencia de desorden bajo los gobiernos autoritarios a unaaspiracin generalizada por una institucionalidad estable y participativa.Recordemos el plebiscito de 1980 en Uruguay, las movilizacionesmultitudinarias en 1983 en Argentina y de 1984 en Brasil. Apoyada ental respaldo masivo, la nocin de pacto expresa la bsqueda de un acuer-do complejo y confuso en que se sobreponen la restauracin de reglasde juego fundamentales, la negacin de un itinerario y un temario mni-mos para la transicin as como el establecimiento de mecanismos deconcertacin socioeconmica.

    Aunque analticamente podamos distinguir entre pacto constitu-cional (y el respectivo debate sobre la vigencia de una especie de contra-to social hoy en da), un pacto poltico para la transicin (como lasMultipartidarias en Argentina y Uruguay o la Alianza Democrtica enBrasil) y un pacto social strictu sensu (acuerdo patronal-sindical-estatal),de hecho los tres niveles se entrelazan necesariamente en las situacionesde transicin.

    Otra dificultad que enfrenta el debate sobre el pacto radica en latensin entre la reconstruccin del sistema poltico y las exigencias degobernabilidad. El ejemplo de Alfonsn ilustra dramticamente cmo elpropsito de concertar un sistema poltico se ve interferido e incluso con-tradicho por la urgencia de gobernar. El tema de la decisin poltica nosremite a un problema clsico de la teora democrtica: la relacin entrepluralidad y voluntad colectiva. Desde este punto de vista, la situacinlatinoamericana resalta algunas cuestiones de la democracia con unafuerza mayor que el debate europeo.28

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    En Amrica Latina la actual revalorizacin de los procedimientos einstituciones formales de la democracia no puede apoyarse en hbitosestablecidos y en normas reconocidas por todos. No se trata de restaurarnormas regulativas, sino de crear aqullas constitutivas de la actividadpoltica: la transicin exige la elaboracin de una nueva gramtica.29

    Es decir, el inicio del juego democrtico y el acuerdo sobre las reglas dejuego son dos caras (simultneas) de un mismo proceso.

    De ah se desprenden tres tipos de problemas. Un primer eje de ladiscusin se refiere a la articulacin entre formas institucionales y conte-nido poltico o, empleando una expresin de Angel Flisfisch, entre pactoy proyecto. Frente a la gravedad de la crisis econmica (desocupacin,inflacin, deuda externa) la izquierda tiende a otorgar prioridad al dise-o de un proyecto de desarrollo, capaz de satisfacer lo ms amplia yrpidamente posible las reivindicaciones sociales. Presumir que las ne-cesidades bsicas son datos objetivos que puedan ser resueltos me-diante soluciones tcnicas significa, sin embargo, repetir el enfoquetecnocrtico de los gobiernos militares. Hay que enfocar la resolucin dela crisis como una decisin poltica. Y ello supone mecanismos institu-cionales para la elaboracin de opciones y toma de decisiones. Vale de-cir: no hay proyecto sin pacto. La resolucin de la crisis econmica y laconstruccin del sistema democrtico han de ser abordados como proce-sos simultneos.

    En segundo lugar, cabe preguntarse por la fuerza vinculante de losprocedimientos formales. La validez de un contrato remite a una nor-matividad externa a l. Y no existe en estos pases la norma fundamentalo un consenso social bsico sobre el cual fundar un reconocimiento delos procedimientos institucionales por parte de todos. Por consiguiente,hay que elaborar, junto con las reglas de juego, aquel fundamento nor-mativo por medio del cual stas adquieren sentido.

    Formulado en otras palabras: no existiendo un acuerdo comn so-bre la significacin de una poltica democrtica, no existe un horizontede posibilidades que compartido por todos encauce el clculo estrat-gico de cada participante. Hay que redefinir lo posible, no como perspec-tiva unilateral de cada actor, sino como obra colectiva 30 Es por medio detal marco colectivo de posibilidades que una sociedad delimita qu es-trategias son racionales y qu decisiones son legtimas.

    Ahora bien, cmo instituir lo colectivo en sociedades que se carac-terizan por una profunda heterogeneidad estructural? Ello nos remite aun tercer problema. No se puede concebir el acuerdo sobre las reglas de

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    juego como un pacto entre sujetos constituidos ex ante. A diferencia deEuropa, donde los procesos polticos se encuentran mucho ms institu-cionalizados, en Amrica Latina es ms visible la permanente descom-posicin y recomposicin de las identidades polticas. Tambin aquopera la inercia histrica, pero precisamente en las situaciones de crisisaflora plenamente la productividad de la poltica en tanto constitucinde sujetos colectivos. El pacto no sera algo exterior y posterior a lossujetos, sino la institucionalidad por medio de la cual y junto con la cualse constituyen las identidades colectivas. Por consiguiente, me pareceinadecuada la idea liberal de la democracia como mercado poltico.Tampoco se trata de restringirla a las corporaciones existentes. Un rasgosobresaliente de los procesos de transicin democrtica pareciera serjustamente ste: el orden y los sujetos se forman conjuntamente en unmismo movimiento.31

    Por lo mismo, son evidentes las dificultades de una democratiza-cin en Amrica Latina: es posible aquel reconocimiento recproco atravs del cual se constituyen las identidades polticas bajo condicionesde fuerte desigualdad social? En las sociedades latinoamericanas, parti-cularmente en las andinas, las diferencias sociales (econmicas, cultu-rales, tnicas o regionales) se cristalizan en relaciones de desigualdad oni siquiera se integran, quedando una yuxtaposicin de islas en unarchipilago. En ambos casos no se trata de una diferencia constitutiva dela pluralidad. Por consiguiente, los conflictos suelen acercarse ms arelaciones de guerra que de distincin competitiva. Sigue pendiente lacuestin nacional32 y, ms concretamente, la delimitacin de un espa-cio poltico.33 En estas situaciones, qu vigencia puede tener la idea deuna comunidad de hombres libres e iguales como representacin de locolectivo? A travs de qu instancia pueden estas sociedades reconocer-se y afirmarse a s mismas en tanto colectividad? La instancia clsica esla forma de Estado. Pero sta se encuentra cuestionada por el desmorona-miento del Estado Autoritario. Y, por otra parte, no contamos con unareconceptualizacin del Estado en tanto Estado Democrtico. Esta meparece ser la laguna principal en el debate sobre la democratizacin.

    Los problemas esbozados podran ser resumidos en una temticaque de modo an larvada aglutina la discusin actual: la seculariza-cin de la poltica. En una regin tan impregnada por la Iglesia Catlica yla religiosidad popular no es fcil renunciar a la pretensin de querersalvar el alma mediante la poltica. Ello explica muchos rasgos de la

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    prctica poltica en Amrica Latina. Ahora bien, tampoco hay que caeren el extremo opuesto: una especie de hipersecularizacin que identificala racionalidad con la racionalidad formal. Lo que pareciera exigir unaconcepcin secularizada es renunciar a la utopa como objetivo factible,sin por ello abandonar la utopa como el referente por medio del cualconcebimos lo real y determinamos lo posible. Queda as planteada unatarea central de la democratizacin: un cambio de la cultura poltica. Susposibilidades y tendencias estn condicionadas por los criterios de nor-malidad y naturalidad que desarrolla la gente comn en su vida cotidia-na. Sern las experiencias concretas de violencia y miedo, de miseria ysolidaridad, que hacen el sentido de la democratizacin y del socialis-mo.

    6. El debate socialista

    En fin, qu se hizo de la idea motriz de la revolucin: el socialismo?Tambin en Amrica del Sur las izquierdas sufren una crisis de proyecto.Qu transformaciones propugnan? Cul es el orden posible y desea-do? No parece exagerado hablar de una crisis de identidad. Qu significasocialismo hoy en da en estas sociedades? La idea de una sociedad socia-lista pareciera haber perdido actualidad. En algunos pases la referenciaal socialismo aparece como un sueo nostlgico o simplemente demode.En otros pases, donde tuvo mayor arraigo histrico, se vacan los refe-rentes tradicionales dando lugar a un fraccionamiento organizativo. Eneste contexto de disgregacin, pensando a partir de la derrota, es en buenaparte mrito de intelectuales de izquierda haber planteado la democra-cia como la tarea central de la sociedad. La construccin del orden sociales concebida como transformacin democrtica de la sociedad.

    El vuelco de la discusin intelectual hacia la cuestin democrticasignifica una importante innovacin en unas izquierdas tradicional-mente ms interesadas en los cambios socioeconmicos.34 Se inicia unproceso de renovacin, cuyos resultados empero todava no son previsi-bles. Por su mismo carcter intelectual, ms dado a la crtica y la dudaque a las consignas, el debate ha logrado cuestionar a las afirmacionesconsagradas, pero sin elaborar una nueva concepcin. Cmo se articu-lan democracia y socialismo? Dos ejemplos ilustran la difcil trayectoriade una discusin a mitad de camino entre la ortodoxia y la renovacin.Un caso significativo es el lugar privilegiado que ocupa tradicionalmen-

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    te la lucha de clases. Criticando las connotaciones de la interpretacinleninista (antagonismo irreconciliable, la clase obrera como sujetopreconstituido, el partido como vanguardia, la guerra revolucionaria), elpensamiento renovador abandona el concepto de lucha de clases, sinprecisar un enfoque alternativo. Pero adems, primordialmente preocu-pado por la concertacin de un orden viable y estable, tiende a soslayarel conflicto mismo. El nfasis en el compromiso acertado a la luz de laexperiencia histrica corre el peligro de impulsar una neutraliza-cin despolitizadora de los conflictos sociales, forjando una visin ar-moniosa y, por tanto, equivocada de la democracia.

    Un segundo ejemplo es la propia nocin de socialismo. Este es in-vocado principalmente por los sectores ortodoxos, que lo siguen plan-teando como una necesidad histrica, consecuencia de la crisis y elderrumbe del capitalismo. Las corrientes renovadoras, en cambio, privi-legian la democracia poltica, sin mostrar similar creatividad para re-pensar el socialismo. A lo ms se anuncia una perspectiva: el socialismocomo profundizacin de la democracia? Esta perspectiva elimina lasconnotaciones teleolgicas y objetivistas del enfoque ortodoxo, pero plan-tea otra interrogante: cmo compatibilizar la prioridad otorgada a losprocedimientos formales con la defensa de determinados contenidos,histricamente referidos a la superacin de la explotacin econmica yla desigualdad social? Al respecto se nota la ausencia de estudios deta-llados sobre el estado actual del capitalismo en Amrica Latina (de unacrtica de la economa poltica). Ello podra explicar, al menos en par-te, el desconcierto de los grupos socialistas ante constricciones aparente-mente inexorables (hay una poltica socialista de austeridad econmicaen el marco de una democracia?). Se trata, en el fondo, de redefinir elreferente social para una mayora socialista o, dicho en otros trminos,de repensar un proyecto de transformacin social con el cual se puedanidentificar las amplias mayoras. En este campo los avances son mni-mos y ni siquiera en pases con una fuerte presencia de la izquierda(Per, Chile) puede hablarse sinceramente de un proyecto socialista.

    Cabe presumir que de la misma democratizacin vuelva a surgir eltema del socialismo. Su actualidad empero ya no radicara en la creacinrevolucionaria de un hombre nuevo (Che Guevara), sino en la dinmi-ca de un proceso de subjetivacin, siempre tensionado entre la utopa deuna subjetividad plena y las posibilidades de la reforma institucional.

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    democracia

    Notas

    1 Frank, Andre Gunder: Capitalism and Underdevelopment in Latin America, MonthlyReview Press, 1967.

    2 Cardoso, F. H. y F. Weffor (eds.): Amrica Latina: ensayos de interpretacin sociolgico-poltica, Santiago, 1970.

    3 Cardoso, F. H. y Enzo Faletto: Dependencia y desarrollo en Amrica Latina, Mxico,1969 (1a. ed.).

    4 Dos Santos, Theotonio: Socialismo o fascismo, dilema latinoamericano, Santiago, 1969.

    5 Los materiales fueron publicados en Crtica & Utopa, nms. 1, 2, y 4.

    6 Con la excepcin parcial de la Revista Mexicana de Sociologa, Crtica & Utopa y dePensamiento Iberoamericano.

    7 Limito mis reflexiones al mbito sudamericano; para dar cuenta del debate intelec-tual en Mxico, Amrica Central y el Caribe habra que incluir otros considerandos.

    8 Pease, Henry: El ocaso del poder oligrquico, Lima, 1977.

    9 Petkoff, Teodoro: Proceso a la izquierda, Barcelona, 1976.

    10 Weffort, Francisco: Por qu democracia? Sao Paulo, 1984.

    11 Born, Atilio: El fascismo como categora histrica, En torno al problema de lasdictaduras en Amrica Latina, Revista Mexicana de Sociologa, 1977/2.

    12 O'Donnell, Guillermo: Reflexiones sobre las tendencias de cambio en el Estado Burocrti-co-Autoritario, Documento CEDES, Buenos Aires, 1976. (Tambin en Revista Mexica-na de Sociologa, 1977/1.)

    13 Revista Mexicana de Sociologa, 1977/1 y 2; 1978/3 y 4.

    14 Malloy, James (ed.): Authoritarianism and corporatism in Latin American, PittsburgUniversity, 1976; Collier, David (ed.): The New Authoritarism in Latin America, Prince-ton University, 1979; Lechner, Norbert (ed.): Estado y poltica en Amrica Latina, Mxi-co, 1981 (1a. ed.).

    15 Harnecker, Marta: Los conceptos fundamentales del materialismo histrico, Mxico,1968 (la. ed.).

    16 Laclau, Ernesto: Poltica e ideologa en la teora marxista, Madrid, 1978 (la. ed.); Nun,Jos: El otro reduccionismo, en Zona Abierta 28, Madrid, 1983.

    17 Aric, Jos: Marx y Amrica Latina, Lima, 1980.

    18 Aric, Jos (ed.): Maritegui y los orgenes del marxismo latinoamericano, Mxico,1978; Portantiero, Juan Carlos: Socialismo y poltica en Amrica Latina, en Lechner

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    Norbert Lechner

    (ed.): Qu significa hacer poltica? Lima, 1982. Moulian, Toms. Democracia y Socialis-mo en Chile, FLACSO, 1983 y la revista Socialismo y Participacin.

    19 Portes, Alejandro: From Dependency to Redemocratization. New Themes inLatin American Sociology, en Contemporary Sociology, sept. 1984.

    20 Arriagada, Genaro y M. A. Carretn: Doctrina de Seguridad Nacional y rgimenmilitar, en Estudios Sociales Centroamericanos 20 y 21, Costa Rica, 1978.

    21 Revista Mexicana de Sociologa, nmero especial, 1981.

    22 Lechner, Norbert (ed.): Qu significa hacer poltica? DESCO, Lima, 1982.

    23 Arendt, Hannah: La condicin humana, Barcelona, 1978.

    24 Laclau, Ernesto: Poltica e ideologa en la teora marxista, Madrid, 1978 (1a. ed.).

    25 Hinkelammert, Franz: Crtica de la razn utpica, Costa Rica, 1984.

    26 Almeyda, Maria Herminia y B. Sorj: Sociedade e poltica no Brasil post-64, SaoPaulo, 1983 (1a. ed.).

    27 Delich, Francisco: Teora y prctica poltica en situaciones de dictadura, enCrtica & Utopa 8, Buenos Aires, 1982.

    28 Bobbio, Norberto y otros: Crisis della democrazia e neo contrattualismo, Roma, 1984;Bobbio, Norberto: Il Futuro del la democrazia, Torino, 1985; Veca, Salvatore: Identite azione collectiva, en Materiali Filosofici, 1981/6.

    29 De Ipola, Emilio y J. C. Portantiero: Crisis social y pacto democrtico, en Puntode vista 21, Buenos Aires, 1984.

    30 Flisfisch, Angel: Hacia un realismo poltico distinto, Documento FLACSO, Santiago,1984; Landi, Oscar: El discurso sobre lo posible, Estudios CEDES, Buenos Aires, 1985.(Ambos artculos se encuentran ahora en N. Lechner, comp.: Qu es el realismo enpoltica? Buenos Aires, 1987).

    31 Andrade, Rgis: Sociedad, poltica, sujeto-variaciones sobre un viejo tema, enCrtica & Utopa 8, Buenos Aires, 1982; Landi, Oscar: Crisis y lenguajes polticos,Estudios CEDES, Buenos Aires, 1982.

    32 Cotler, Julio: Clases, Estado y nacin en el Per, Lima, 1978.

    33 Caldern, Fernando: La poltica en las calles, Cochabamba, 1982.

    34 Dos revistas han dedicado recientemente un nmero especial a las izquierdas y eldebate socialista en la regin: Amrique Latine No. 21 (Pars, 1985) y Plural, nm. 3(Rotterdam, 1984).

    35 Moulian, Toms: Democracia y socialismo en Chile, FLACSO, Santiago: Weffort, Fran-cisco: Por qu democracia? Sao Paulo, 1984.