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Instituto Universitario Internacional de Toluca
Doctorado en Educación
Tecnología de la Información y la Comunicación
Docente: Dr. Octavio Islas Carmona
Trabajo Final:
El devenir de una vida profesional
Por:
Laura Peña Moreno
Toluca, Méx., 18 de octubre de 2014
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El devenir de una vida profesional
Realizar un análisis sobre mi vida profesional, implica necesariamente realizar un ejercicio
introspectivo a fin de identificar el proceso que me ha constituido como el profesional que
ahora soy. Dicho ejercicio, está relacionado con reconocer los elementos que han
conformado dicha historia de vida y que necesariamente involucran aspectos personales,
familiares y sociales que han sido no sólo testigos, sino determinantes en la evolución de mi
ser y el ser profesional.
Al reconocer mi vida profesional como un proceso en constante evolución, no puedo pasar
desapercibidos los hechos que la han conformado, en este sentido, el presente escrito,
pretende hacer visibles las circunstancias que me han conformado profesionalmente, en una
lógica de explicación diacrónica.
La vida de un profesional, inicia en el momento en que también le es dada la vida y
empieza a constituirse a través de las experiencias de aprendizaje que la vida misma le
ofrece, al tener contacto con el mundo y con quienes le rodean. En este sentido, debo
reconocer el seno familiar que le dio vida a mi formación inicial. Nací el 30 de abril de
1978, en el seno de una familia de clase media baja de fines de los años 70´s , con las altas y
bajas que ello significa. Padres con nivel básico de escolarización y un matrimonio muy
precipitado y joven, entre 17 y 19 años de edad.
Con base en lo anterior, podemos suponer que aunque es bien cierto que nadie nos enseña a
ser padres, pues los míos no contaban con la madurez física y emocional para educar, no
criar, a cinco hijas. Entonces es entendible que pasé la mayor parte de mi niñez y juventud
envuelta en los problemas de la inmadurez de un matrimonio joven y pasando mucho
tiempo frente a un televisor que sintonizaba la programación de televisa, pues era difícil el
acceso a una televisora de paga. Los libros no eran parte de los artículos de primera
necesidad en casa, así que los conocí con mi acceso a la escolaridad.
Ingresé a los cuatro años de edad al Jardín de Niños Anexo a la Normal de Santiago
Tianguistenco, tengo muchos recuerdos de mis primeros encuentros con la formación
formal: amigos, travesuras, juegos, risas, etc., sin embargo, atesoro el recuerdo de ver a la
escuela como un espacio magno, enorme, impresionante y muy superior, en todos los
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sentidos, a lo que vivía en la familia. Entonces pienso que en ese momento la escuela
empezó a cobrar un significado muy especial en mí, un entorno agradable, lindo por sus
detalles decorativos, un jardín enorme con juegos y muchos niños con quienes divertirse,
pero sobre todo, esas mujeres, muy especiales, impecables en su forma de ser…las
maestras. Tengo pocos recuerdos sobre la interacción con ellas, pero si tengo fija la idea de
verlas con admiración. También, tengo fijo el recuerdo de un gusto por realizar mis tareas
escolares, el trabajo en las libretas, las planas, las letras, sentía mucha seguridad al
realizarlas pues sabía que las hacia bien, no recuerdo porque me esmeraba tanto,
seguramente buscaba el reconocimiento de mi maestra, de nombre Yolanda, por cierto.
Muy importante en esta etapa, es que empecé a decir “cuando sea grande voy a ser
maestra” y entonces muchas tardes de juego, desde el preescolar hasta ya avanzada la
primaria, las dedicaba a enseñar a mi hermana menor todo lo que aprendía en la escuela. La
sentaba en un tabique, frente a un cartón y con mis gises le enseñaba las figuras
geométricas, las letras, el espacio, en fin, todo lo que yo aprendía. Por supuesto la ponía a
hacer planas, le calificaba con un color rojo (ya proyecté la pedagogía de aquel tiempo), le
leía los libros de texto, marchábamos, cantábamos y en fin, trataba de ser una maestra
“perfecta”, como la mía. Por supuesto esta idea se metería en mi cabeza, desde entonces,
hasta logarlo.
En este contexto, llegué a la escuela primaria, también Anexa a la Normal de Santiago
Tianguistenco, no recuerdo haber sentido miedo, al contrario, la escuela era un espacio de
mi agrado, así que llegué el primer día, acompañada de mi mamá (como siempre, hasta el
día que salí de la Normal), recuerdo que me dejó en un aula pequeña, en la que impartía
clases la profesora Lidia, me senté, no recuerdo si nos presentamos o no, pero tengo claro el
momento en que nos entregó el examen diagnóstico para responderlo, lo observé y no sé si
entendía o no lo que estaba escrito, pero comencé a responderlo, en algún momento la
profesora observó que no escribía convencionalmente y me interrogó, entonces aclaramos
que yo iba para el primer grado y ésa era el aula de segundo. Recuerdo mi actitud ante la
situación y no pienso en miedo ni en vergüenza, sino en una gran disposición a las tareas
escolares que ya se había definido desde mis primeros años de vida académica.
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Así transcurrieron mis primeros meses en la primaria, aprendí a leer en el primer grado sin
mayor problema, sobre todo para mi mamá, en ese primer grado empecé a ganar el
reconocimiento de mi familia, por ser una niña “aplicada”, máxime que mi hermana mayor
había reprobado ese mismo año el segundo grado por no saber leer. El desarrollo de ciertas
habilidades, una gran disposición a las tareas escolares y el reconocimiento social que
sentía, fueron elementos importantes para que en lo sucesivo me posicionara en los mejores
promedios de mi grupo, nunca el añorado primer lugar, pero siempre entre los tres
primeros.
En esta etapa de mi vida académica (la primaria), recuerdo haber realizado mi primer texto
importante, un ensayo para el concurso que se llamaba más o menos “Así es mi Estado”, el
trabajo consistía en elaborar un ensayo sobre el Estado de México, en el tercer grado de
primaria, por supuesto yo quería ganar, así que asumí el reto. Obviamente en casa, mi
mamá siempre estaba muy pendiente de que hiciera la tarea, pero nos apoyaba poco, por los
quehaceres de la casa y porque tenía muchas debilidades académicas, desconocía muchos
temas y éste no era la excepción. Mi padre, algunas veces me ayudaba con un diccionario
Larousse, que fue mi gran herramienta para la búsqueda de información en aquél tiempo.
Entonces yo muy presta, atenta a las recomendaciones que el coordinador de la primaria
nos había hecho, emprendí la tarea, analicé o resumí, no sé bien, todo el libro de texto del
Estado de México de tercer grado, cuando entregué el trabajo, por supuesto que gané a
nivel escuela, después no supe que pasó con el texto, seguramente no superé las demás
etapas, por las deficiencias del mismo, sin embargo acontecimientos como éstos marcaron
mi vida académica y me motivaron a seguir mejorando mis tareas escolares.
Recuerdo muy bien también, ver tenido “muy buenos maestros”, aprendí mucho con ellos,
desarrollaron en mí habilidades para el aprendizaje autónomo y muy buenas actitudes para
el estudio. Tengo muy presente al profesor de tercer grado, muy enérgico, pero un docente
preocupado por desarrollar el pensamiento matemático de sus alumnos. En cuarto grado, la
maestra Maribel, comprometida al propósito de desarrollar el gusto por la lectura, sobre
todo de literatura universal y en sexto un profesor muy comprometido con generar un
ambiente de aprendizaje agradable y muy académico. Así que considero que tuve una
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buena formación en la educación primaria, al menos en el ámbito académico. Por supuesto,
también egresé de la primaria con la firme convicción de ser maestra.
Entre bajas en el ámbito familiar y altas en el ámbito escolar, ingresé a la escuela
secundaria, también Anexa a la Normal de Santiago Tianguistenco, con algunas
dificultades para afrontar los retos del nivel, ello con relación a un espacio familiar
adecuado para el aprendizaje, con poco acceso a material bibliográfico y a espacios
culturales y académicos ajenos a la escuela, pero con muchas ganas de conservar “mi status
académico”. Ingresé a la secundaria en el año 1990, cuando estaba operando el pilotaje para
la reforma a plan y programas de estudio 1993, tengo una sensación de que las reformas
que me han tocado vivir han sido decisivas en mi vida profesional, por ejemplo ésta.
Como grupo piloto, recuerdo que cursábamos asignaturas “nuevas”, en tanto diferentes a
las de la primaria: literatura, aritmética, biología, etc. Mis profesores, en su mayoría,
docentes muy comprometidos con los alumnos y el logro de los objetivos del curso, yo
sabía sacar provecho muy bien de ello, así que era muy atenta a las tareas escolares, a las
exposiciones e indicaciones de mis docentes. Aprovechaba muy bien también mis libros de
texto, para resolver mis conflictos y dudas en algunos temas, de manera general considero
que era una alumna muy autónoma en el aprendizaje y muy disciplinada, dedicaba mucho
tiempo al estudio, en casa. Como resultado de ello, lo recuerdo con mucha satisfacción,
obtuve los mejores resultados en el primer grado de secundaria, promedio de 10 en casi
todas las evaluaciones. Sé que dichos resultados son muy relativos, porque no es lo mismo
un diez en una escuela que en otra o con un profesor u otro, pero pienso que fue una etapa
decisiva para la identificación de mis propios procesos y estrategias de aprendizaje.
El segundo grado lo inicié con decepción, ya que el programa de estudios del año anterior
no se concretizó y sufrió un cambio la currícula y la organización del tiempo escolar. Sin
embargo seguí en la “lucha”, conservando a casi todos los docentes del ciclo escolar
pasado, viviendo nuevas experiencias de aprendizaje, afrontando los retos de mis docentes
y resistiendo las altas y bajas de la adolescencia, que también hicieron sus estragos en mí.
Terminé el grado y el siguiente con un buen promedio, con buenas estrategias de
aprendizaje y con la convicción de entrar a la preparatoria Anexa a la Normal de Santiago
Tianguistenco para cursar el bachillerato pedagógico y convertirme en maestra. Recuerdo
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que ya desde entonces nuestra función no era muy bien vista socialmente y mis papás
trataban de contradecirme para estudiar otra carrera, decían que tenía cabeza para algo
mejor, un médico, químico o algo así (como si nuestra profesión no requiriera una
formación rigurosa). Sin embargo, decidí hacer examen para entrar a la preparatoria oficial,
lo pasé y en ese momento determiné la meta: concluir la normal.
Quise hacer un recuento de mi historia académica en nivel básico, porque creo que fue la
etapa que configuró mi historia profesional, definitivamente, fue en el periodo en que
desarrollé mi potencial académico; en el que me configuré como estudiante, con los
conocimientos y habilidades necesarios para continuar en los otros niveles; y sobre todo,
fue la etapa en la que decidí ser maestra, quizá no sabía que significaría personal y
profesionalmente serlo, sin embargo, decidí afrontar los retos. Lo que siguió después, fue el
comienzo de mi formación inicial, en un contexto social de “pueblo”, en una institución en
la que había cursado desde el preescolar hasta la secundaria, a veinte minutos de mi casa
caminando; con el camino muy andado, pues los docentes de prepa ya me conocían, quizá
me esperaban, porque mi hermana mayor estudiaba en la misma prepa y porque realmente
tampoco había muchas opciones, la otra prepa del pueblo era particular y la familia
tampoco contaba con los recursos para enviarme a ella.
Inicié entonces mi formación inicial como docente, al ingresar a la preparatoria, ya que era
una anexa a la Normal y estaba perfilada para ello, cursé el bachillerato pedagógico, estuve
en el club de banda de guerra, de mecanografía y por supuesto en la escolta. El primer y
segundo grado de la preparatoria cursé un tronco común; viví experiencias gratas, conocí
muy buenos docentes y excelentes compañeros. Recuerdo especialmente las clases de
matemáticas, mis favoritas, aunque con el docente de primer semestre Wenceslao, viví y
aprendí, las prácticas más tradicionalistas: exponer sin importar si aprenden, evaluar para
reprobar, el alumno como recipiente, el docente como el poseedor del conocimiento; a
pesar de ello, también recuerdo otras experiencias gratas, con el docente de física, una
excelente persona y mejor docente; con él aprendí que a los alumnos se les debe escuchar y
respetar. Una experiencia muy desagradable la viví al reprobar educación física, porque no
sabía jugar voleibol, sin embargo me gustaba el atletismo y lo hacía bien, pero el semestre
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era de voleibol y estaba reprobada, increíble, pero cierto, el único “cinco” en toda mi
trayectoria escolar.
Pienso que cada uno de los docentes que han sido parte de nuestra vida académica nos
forman y configuran como docentes, definitivamente, esta debió ser la etapa en la que
aprendí las prácticas más erradas. Después de los dos primeros años de tronco común,
ingresé al bachillerato pedagógico, formalmente me iniciaba a formar como docente.
Recuerdo una de las materias que llevaba, algo así como didáctica o práctica educativa,
parte del programa incluía la realización de prácticas a una escuela, entonces recuerdo que
me tocó practicar en una escuela de Xalatlaco, en un grupo de primer grado. El primer
acercamiento con el grupo, fue una visita de observación y solicitar mi “tema” para trabajar
con los niños. Me tocó la letra “ll”, entonces regresé a la Normal a compartir con el titular
de la materia y a preguntarle cómo enseñaba la letra, él me dijo que tenía que trabajar el
sonido de la sierra que hace lllllllllllllllll. Entonces seguí su instrucción y me dispuse a
hacer mi material: sierritas para los niños y un cartel.
Esta fue mi primera experiencia de trabajo con un grupo de primer grado de primaria y
ahora que lo pienso bien me doy cuenta que no era muy reflexiva, que siempre daba la
confianza a mis docentes y hacía lo que me decían o lo que leía en los libros. Claro que fui
a trabajar con la lllllllllllll y los niños no me entendieron, creo que la maestra quería
quitarme de enfrente, porque estaba confundiendo a sus niños. Pienso que con este primer
encuentro empecé a formarme un concepto muy reducido de la pedagogía, la didáctica y la
práctica del docente: párate enfrente, haz los sonidos de las letras y los niños aprenden a
leer. ¡Muy absurdo! Pero fue difícil superar el estrago, pues no encontraba respuestas a mis
dudas, leí historia de México, de la pedología, psicología, pero no encontraba la orientación
correcta.
Terminé la preparatoria y a pesar del mal sabor, ya estaba en el camino, así que presenté mi
examen de admisión a la Normal de Santiago Tianguistenco, cuatro años más y sería una
maestra. Era una alumna “reconocida” con una muy buena trayectoria como estudiante, así
que sentía una gran responsabilidad de cubrir las expectativas de mi familia y docentes.
Inicié el primer semestre con un problema familiar, por fin el matrimonio de mis padres
llegaba a su fin, después de veinte años de penurias. Aunque fue lo mejor, el hecho no dejó
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de afectarme emocionalmente, ahora mi mamá era responsable económica y moralmente de
cinco hijas, por tanto, como una de las hermanas mayores también crecieron mis
responsabilidades, lo cual perturbó mi rendimiento y aunque algunos podrían decir sólo fue
en una décimas, para mí era fatal.
En mi formación como normalista, recuerdo a muchos docentes diciendo o leyendo cómo
debe ser un buen docente, pero a muy pocos los vi desempeñarse de dicha manera. En la
escuela Normal aprendí que los maestros son seres humanos, con sus vicios y virtudes,
también reafirmé que hay docentes muy responsables y comprometidos, que se preocupan
por formar a los alumnos, especialmente recuerdo a mi maestra de Métodos de
Investigación, Maru, una persona muy exigente consigo misma y con sus alumnos, con ella
aprendí a leer, a hacer ensayos, hacer fichas, pero sobre todo, aprendí a comprometerme
con la función del docente y asumir la responsabilidad que ello implica. En el camino inicié
la clase de didáctica, la Mtra. Norma era la titular, una experiencia muy distinta a la
preparatoria, la maestra nos formó para ir a realizar las prácticas, nos enseñó a planear las
clases y nos orientó sobre como relacionarnos con los niños. Maru y Norma, eran como el
prototipo de maestra ideal que yo quería ser, porque además de ser mujeres jóvenes, muy
trabajadoras y responsables, tenían maestría.
Sin embargo, durante los cuatro años de Normal siempre estuvo presente una gran
preocupación ¿qué haría cuando tuviera mi grupo? Trabajé prácticas los cuatro años, sin
embargo, la mayoría no fueron experiencias muy gratas, el material no me resultaba, los
alumnos no se interesaban mucho, no aprendían muy bien el tema, y entonces, no me sentía
muy segura de poder con la responsabilidad. El último año fue crucial en mi formación,
tuve mi primer acercamiento con el Plan y Programas de Estudio 1993, que se trabajaba en
primaria en aquél tiempo, aprendí a planear clases con él, sin embargo no logré entender
sus principios con claridad. También tuve un curso de PRONALEES, impartido por Lolita,
una excelente docente, especialista en primer grado, quien me dio luz para el trabajo con
lectoescritura. Finalmente, inicié el trabajo de mi tesis, con una gran compilación de textos
de Piaget, me interesaba trabajar sobre procesos de aprendizaje.
En julio de 2000, terminé la escuela Normal, con algunas décimas menos de las esperadas y
un segundo lugar de generación con 9.3 de promedio, ahora sólo era cuestión de esperar la
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entrega de los nombramientos. Como era de esperarse, yo quería que me tocara trabajar en
una escuela muy cercana a la Normal, quizá un pueblo vecino, porque siempre los mejores
promedios se quedaban cerca, además yo no conocía más allá de mi municipio, porque en
él estudié toda mi vida y salía muy poco, sólo esporádicamente de vacaciones. Finalmente,
mi expectativa era trabajar en una escuela de mi pueblo y quedarme ahí los treinta años de
servicio, con mi formación inicial, que aunque sabía no era perfecta, me daría un título y
podría trabajar.
El día llegó, no recuerdo la fecha pero fue uno de los días más decepcionantes de mi vida,
estábamos todos los normalistas sentados, en un auditorio, esperando los nombramientos.
Mi compañera Maira, quien había sido el primer lugar de la generación, recibió su
nombramiento “Escuela Primaria Anexa a la Normal de Santiago Tianguistenco”, esa era la
escuela que yo debí haber tenido, hubiese sido el inicio de una vida profesional de sueño,
trabajar en la primaria de mi pueblo, en la que yo estudié, en aquel tiempo esa era mi
expectativa, debo reconocerlo. Sin embargo, llegó mi turno “Escuela Primaria Estado de
México”, Montón Cuarteles Huixquilucan, no podía creerlo, era el lugar más lejano del
mundo para mí, cómo llegaría hasta ahí, pensaba que era lo peor que podía pasar, lloré
amargamente por días y decidí que no iría a trabajar, renunciaría, mejor trabajaría en una
escuela particular de mi pueblo.
Debía iniciar a trabajar el 15 de septiembre del año 2000, había decidido no ir. Un domingo
antes, me llamó por teléfono el Profr. Ariel, mi docente de Didáctica, al cual recuerdo con
mucho cariño, respeto y admiración, para decirme que su hermano trabajaba en la escuela
en donde me había tocado y que los docentes de la escuela viajaban en grupos, que podía
irme con ellos, pasarían por mí cerca de mi casa, me llevarían y regresaría con ellos. No
estaba muy convencida pero me dio pena decir que no, así que acepté y al día siguiente
estaba de camino a la escuela, con algunos de mis compañeros. Recuerdo muy bien que el
Profr. Celso y su esposa pasaron por mí, después se unió al grupo Laura, en Xalatlaco
pasamos por Boni y finalmente en la Marquesa por Sergio. Los maestros se conocían desde
hace tiempo, la mayoría estaba en la escuela desde que egresó, había maestros de entre 10 y
dos años de servicio, se llevaban muy bien y generalmente, durante el camino charlaban
sobre temas de interés social, político o educativo.
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El primer día no fuimos a la escuela, nos reunimos en la escuela “Miguel Hidalgo”, en
donde estaba la supervisión, para los Talleres Generales. Cuando llegué a la escuela me
presenté con el supervisor de zona, el Profr. Lorenzo, una gran persona, me recibió y
presentó con mi directora Bety y con el grupo colegiado de segundo grado, porque sería el
grado que me asignarían. Ya en los talleres, me sentía muy segura, había sido una buena
alumna, me atrevía a participar y me integré fácilmente al equipo de trabajo de segundo
grado de la zona. Parece que no sería tan difícil, tenía respuestas teóricas a muchas
preguntas.
Llegó el día de iniciar mi trabajo como docente, llegué a la escuela, con muchos miedos,
pero con una gran seguridad en mi misma, sabía que podría con el reto. Llegaron los niños,
empezó la ceremonia, se ubicaron por grupos y la directora presentó a los docentes y claro
a mí que era la nueva. Terminada la ceremonia, nos reunimos por grado, ya se habían
asignado a los alumnos a los grupos y también las aulas, por supuesto para la nueva eran el
aula menos acondicionada y el grupo más difícil, el escogido. Sin embargo, no había
problema, yo sabría como superarlo.
El grupo de segundo grado, grupo “b”, tenía más de 40 niños. Como toda maestra
organizada, me dispuse a tener mis documentos administrativos al día y hacer junta con los
papás, para solicitar los útiles lo antes posible e iniciar a trabajar. En aquellos días mi
concepto de educación se reducía a orden y control, por ende lo prioritario era la forma, no
el fondo. Tuve mi primera reunión con los padres, no recuerdo haber estado muy nerviosa,
creo que sentía mucha seguridad en lo que hacía. Pasé días difíciles con el grupo, la
mayoría ya sabía leer y escribir, pero tenían problemas de conducta muy severos, varios
eran muy agresivos, otros muy introvertidos o extrovertidos algunos, sin embargo nunca me
pesó, siempre busqué la forma de trabajar con ellos, aunque quizá no era la mejor, pero mis
concepciones hasta ahí llegaban y determinaban mi actuar. Pronto gané la confianza de los
padres, compañeros docentes y directora, de ella tuve mucho apoyo durante este primer año
de servicio; mi responsabilidad con los niños y disposición al trabajo favoreció mi
integración a la comunidad escolar.
Aprendí de mis compañeros docentes, recuerdo a Eleazar, el hermano de mi profesor de
didáctica, “el mejor docente de la escuela”, yo debía ser como él, entonces comencé a
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observarlo y a recuperar sus mejores prácticas: disciplina, orden, control, manejo de grupo,
de padres, aunque sólo veía la forma, nunca pude ver desde dentro la esencia de su práctica.
También empecé a aprender lo que no se debe hacer, observaba en algunos compañeros
falta de responsabilidad, conductas para mí inapropiadas y traté de no caer en ellas. Ahora
lo pienso y creo que en este primer año aprendí de pedagogía y didáctica, más de lo que
aprendí en cuatro años de Normal, la responsabilidad de estar frente a un grupo te obliga a
prepararte y tomar decisiones.
Además del trabajo en la escuela, ese año estuve trabajando con mi tesis, para titularme, la
experiencia no fue muy grata, todavía no entiendo que pasó, pero creo que nuevamente una
Reforma fue decisiva. Recientemente había entrado la Reforma a las Normales y ahora
debíamos titularnos con los criterios señalados para los estudiantes de dicho programa. Mi
formación fue distinta, yo esperaba hacer una tesis teórica, no sabía entonces bien cómo,
pero seguía al pie de la letra las indicaciones de mi tutora. Un día fui a la Normal, los
responsables de titulación habían cambiado y mi trabajo ya no servía debía iniciar de cero.
Empecé a trabajar, no entendía bien la propuesta, parece que debía ser un ensayo de mi
práctica, comencé el trabajo y ya muy avanzado, volvieron a cambiar a los responsables de
titulación y nuevamente a hacer ajustes, por si no fuera poco, un día llego a la Normal y
nuevamente cambios de personal, pero ahora, el Profr. Vicente me dijo, ya no la voy a
revisar, revisa bien tú y la próxima semana me expones el trabajo, te titulas con lo que
tienes porque si la leo, volveré a hacer cambios. Expuse el trabajo, le convenció, la leyó y
parece que era el trabajo esperado. Se programó la fecha de titulación, se presentó el trabajo
y el resultado fue una Mención Honorífica.
Estaba muy satisfecha del trabajo realizado, ya titulada y con el resultado obtenido, me
sentí más segura en mi práctica, inicié mi segundo año de servicio con “prestigio” en la
escuela, en un grupo de primer grado. Me nombraron responsable del colegio de primer
grado de zona, porque trabajaba con PRONALEES. La etapa no fue sencilla, conducía un
grupo de docentes con una vasta experiencia en primer grado, yo tenía la teoría, pero ellos
la experiencia; recuerdo especialmente a una docente que literalmente me torcía la boca y
se salía toda la sesión. Por el contrario, en el trabajo en grupo, este segundo año me
configuró como docente, ya no era la nueva, sino la profesora de primer grado. Mis
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estrategias de trabajo eran el orden, control, disciplina, involucrar a los padres, todo aquello
que de forma se veía bien, pero además ahora la esencia de mi práctica era importante,
pronto identifiqué estrategias de aprendizaje y los resultados en el grupo eran los esperados.
Además, de la adquisición de la lectoescritura, había desarrollado en los niños actitudes
como responsabilidad y autonomía. Los padres estaban muy satisfechos con el trabajo
realizado y yo me sentía consolidada como docente.
Creo que entonces mis conceptos de educación, aprendizaje, docente, alumno, escuela, etc.,
se habían ampliado, ya no se reducían a la forma, a la teoría, ahora los elementos teóricos y
prácticos configuraban mi práctica, en estos primeros años había aprendido mucho sobre
estrategias de aprendizaje, sin embargo, pronto vino un reto mayor, cuarto grado de
primaria.
El tercer año de servicio, me asignaron cuarto grado, ahora el reto era el dominio de los
conocimientos disciplinares, aparte de las labores cotidianas de planear, evaluar y preparar
materiales, ahora debía estudiar los contenidos y además buscar las estrategias para que los
niños aprendieran, creo que siempre que exista un compromiso con los alumnos, el docente
es capaz de superar los retos; pronto me apropié de estrategias adecuadas, mi práctica se fue
consolidando y nuevamente superé el reto satisfactoriamente. Poco a poco fui
involucrándome más en las tareas docentes, a estas alturas ya sentía que dominaba todas las
tareas: enseñar, poner bailes, organizar ceremonias, realizar documentación, etc.
Lo primeros cinco años de servicio los recuerdo con agrado, con muchas experiencias de
aprendizaje y satisfacción, sin embargo, también hubo ratos amargos, sobre todo ante la
impotencia de no poder apoyar a niños con problemas de aprendizaje, niños con problemas
familiares, niños que debían repetir el grado, porque no sabían leer y escribir y era
imposible pasarlos, sentía que debía aprender a dar solución a dichos problemas y
necesitaba apoyo.
Entonces me decidí a buscar formación continua, sabía que la formación inicial no era
suficiente, comencé a visitar el centro de maestros de Santiago Tianguistenco, era un poco
difícil porque ahora era casada y tenía un hijo de meses de nacido, además vivía en
Huixquilucan y el Centro no estaba cerca. Comencé a formarme para participar en el
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Programa de Carrera Magisterial, me incorporé pronto al nivel A. Al final del quinto año de
servicio, realicé una permuta y me cambié de escuela.
La Escuela Primaria “Emiliano Zapata”, se encuentra en una colonia cercana a la
Marquesa, en el Centro de Huixquilucan. Es una comunidad urbana, pero, en aquel tiempo
con los rasgos de una vida de pueblo pacífico, con valores y principios humanos. Cuando
llegué a la escuela, me di cuenta que el ambiente escolar era totalmente distinto a lo que
conocía, todo me parecía (por ser distinto) mal, no lo entendía y entonces yo estaba en la
“Emiliano Zapata” imponiendo la organización de la “Estado de México”, no comprendía
la nueva cultura escolar, así que impuse mis valores y costumbres, al menos en mi aula. Me
integré como docente de cuarto grado, como era mi costumbre, los primeros días una
reunión con padres de familia, poner orden y comenzar con el trabajo. Recuerdo que en la
reunión varios padres de familia se acercaron a mí para justificar el bajo rendimiento de sus
hijos con determinados trastornos, para mí eso era nuevo, en la antigua escuela no tenía
USAER y entonces los problemas de aprendizaje los trataba yo con mis escasos
conocimientos sobre la educación especial. Sin embargo, en la nueva escuela si se contaba
con el servicio.
Recuerdo que no di mucha importancia a los comentarios de los padres, por mi experiencia,
estaba convencida que sabía resolver la mayoría de los problemas y que esta vez no sería la
excepción, sin embargo, al empezar a conocer a los niños me di cuenta que efectivamente
algo distinto pasaba en la escuela, era una cultura muy distinta a la urbano marginada de la
anterior escuela, los padres, los niños y los docentes actuaban de manera muy diferente, el
ambiente para el trabajo era más favorable y entonces me dispuse a aprovechar el entorno.
Pronto me gané la confianza de los padres, siempre mi compromiso con el trabajo fue mi
carta de presentación, emprendimos varias acciones importantes para la escuela: integramos
la biblioteca escolar con apoyo de los padres, el trabajo del grupo se proyectó en varios
eventos y ceremonias cívicas. Una de las dificultades que enfrenté en la escuela fue la
política de trabajo, “en equipo”, la escuela se organizaba por grado para realizar las
actividades, algo que no era familiar para mí, siempre trabajaba en solitario con mi grupo
de padres y alumnos, pronto debí aprender a trabajar de manera distinta y definitivamente
se enriqueció la función. Durante cuatro años de trabajo en la escuela tuve más altas que
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bajas, mi función como docente se había consolidado ya a los nueve años de servicio,
cuando sentía que ya lo sabía todo, porque tenía experiencia en grupo y además me
capacitaba constantemente en cursos, lo inimaginable pasó.
Recuerdo que me encontraba en una capacitación para conductores del Curso Básico 2009,
entonces el Profr. Rogelio, coordinador del Centro de Maestros de Tianguistenco, se acercó
a mí, me comentó que necesitaba cuatro propuestas para nuevas plazas que se asignarían al
Centro, entonces me invitó a participar, aclarando que era un trabajo de medio tiempo y que
por ser cambio de función perdería el incentivo económico de carrera magisterial. Con la
ilusión de ocupar una nueva función y sin importante perder el incentivo económico, le
entregué mi currículum y esperé la respuesta.
Pasaron algunos días y ya durante los cursos básicos, el Prof. Rogelio pasó por mí grupo y
me comentó que ya había entrado la propuesta y que él me estaba recomendando
ampliamente por mi trayectoria académica. Empezaba a desesperarme y pensar que nada
sucedería cuando un día me llamaron para presentarme en la Subdirección Regional de
Metepec, con mis papeles. Ir a la Subdirección Regional era algo muy importante, debía
causar muy buena impresión pues me atenderían las autoridades a nivel regional. Fui a una
cita con las Profras. Graciela, Aida y Rosario, recuerdo que cuando las vi y las escuché
hablar, de inmediato me di cuenta que eran personas muy preparadas con amplia trayectoria
y qué podía decirles, me temblaban los labios para responder sus preguntas.
Inexplicablemente, las plazas de Centro de Maestros habían sido designadas para la
Dirección General y ahora me invitaban a ser parte del Equipo Académico Regional (EAR).
Trabajar en el EAR, ha sido una de las experiencias más impactantes en mi vida
profesional, no sólo porque no fui bien recibida, sino también por el reto que representa ser
una asesor académico a nivel regional. Cuando lo identifiqué y decidí asumirlo, di un giro
de 360° no sólo en mi vida profesional, sino personal. El reto de ser un auxiliar técnico
regional implicó para mí una mayor preparación, estudiar una maestría y ahora el
doctorado; también ha implicado horas de desvelo, de fines de semana, preparándome para
trabajar un curso, para realizar una visita de seguimiento y acompañamiento a las escuelas,
para orientar a los docentes sobre las mejores formas de resolver los problemas cotidianos
del aula.
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A partir de estos grandes saltos en mi vida profesional, reconozco, que nunca fui la mejor
alumna, porque un 10 no garantiza que seas una persona crítica, analítica y reflexiva, pero
tampoco fui la mejor docente, porque obvié muchos aspectos sustantivos del quehacer
docente, sin embargo, reconozco en mí siempre un fuerte compromiso por realizar mi
trabajo lo mejor posible y creo que eso es lo que me ha permitido contribuir socialmente
desde mi ámbito de competencia. Después de 14 años de servicio, veo en mí un docente en
formación, con una gran convicción de “ser maestra”, añoro estar en un aula, frente a un
grupo de niños o adultos, orientando un proceso de aprendizaje, compartiendo a través de
mi práctica lo mejor de mí: el respeto y compromiso que siento hacia la función docente.
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