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1 EL DESARROLLISMO EN AMÉRICA LATINA Rubén Laufer febrero 2007 1.- El desarrollismo es una teoría económica surgida en América Latina a fines de la década de 1940 y principios de la de 1950. Su antecedente inmediato fue la llamada “teoría del desarrollo” o “teoría del crecimiento”, que se planteó en Estados Unidos y en Europa al término de la segunda Guerra Mundial saliendo al cruce de las luchas de liberación nacional y del reclamo de las nuevas naciones que emergían a la vida independiente en la posguerra por un orden internacional justo. Las burguesías imperialistas se preocuparon entonces por explicar y justificar las disparidades en el grado de “desarrollo” entre los países “centrales” y “periféricos”, buscando convencer a las nuevas naciones de que tenían las mismas posibilidades de progreso y bienestar que las grandes potencias, para lo cual sólo era preciso implementar políticas adecuadas, sin necesidad de cambios estructurales profundos. Desde los centros intelectuales de las grandes potencias se difundió un concepto de desarrollo económico basado en el desdoblamiento de las actividades productivas en tres sectores: primario (actividades agropecuarias y mineras), secundario (industria) y terciario (servicios). La “teoría del desarrollo” considera al proceso de desarrollo industrial de los países capitalistas avanzados un camino general y típico (por eso la denominación de “industrializados”), y sostiene que la posición económica internacional de esas potencias es el estadio superior de una línea recta evolutiva, un esquema lineal que iría del subdesarrollo al desarrollo: de lo “atrasado” a lo “avanzado”, de la economía primaria y no-industrializada a la economía industrial. La Comisión Económica para América Latina (Cepal) fue el centro de divulgación y de adaptación al contexto latinoamericano de las ideas “desarrollistas”, cuyos principales exponentes serían el argentino Raúl Prebisch, el brasileño Celso Furtado, el chileno Aníbal Pinto, el mexicano Víctor Urquidi y, algo más tarde, los también argentinos Rogelio Frigerio y Aldo Ferrer. Sus elaboraciones constituyeron la base programática en que se fundó la acción de varios presidentes latinoamericanos, principalmente

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Laufer, Rubén - El desarrollismo en América Latina

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EL DESARROLLISMO EN AMÉRICA LATINA

Rubén Lauferfebrero 2007

1.-El desarrollismo es una teoría económica surgida en América Latina a fines de la década de 1940

y principios de la de 1950. Su antecedente inmediato fue la llamada “teoría del desarrollo” o “teoría del crecimiento”, que se planteó en Estados Unidos y en Europa al término de la segunda Guerra Mundial saliendo al cruce de las luchas de liberación nacional y del reclamo de las nuevas naciones que emergían a la vida independiente en la posguerra por un orden internacional justo.

Las burguesías imperialistas se preocuparon entonces por explicar y justificar las disparidades en el grado de “desarrollo” entre los países “centrales” y “periféricos”, buscando convencer a las nuevas naciones de que tenían las mismas posibilidades de progreso y bienestar que las grandes potencias, para lo cual sólo era preciso implementar políticas adecuadas, sin necesidad de cambios estructurales profundos. Desde los centros intelectuales de las grandes potencias se difundió un concepto de desarrollo económico basado en el desdoblamiento de las actividades productivas en tres sectores: primario (actividades agropecuarias y mineras), secundario (industria) y terciario (servicios). La “teoría del desarrollo” considera al proceso de desarrollo industrial de los países capitalistas avanzados un camino general y típico (por eso la denominación de “industrializados”), y sostiene que la posición económica internacional de esas potencias es el estadio superior de una línea recta evolutiva, un esquema lineal que iría del subdesarrollo al desarrollo: de lo “atrasado” a lo “avanzado”, de la economía primaria y no-industrializada a la economía industrial.

La Comisión Económica para América Latina (Cepal) fue el centro de divulgación y de adaptación al contexto latinoamericano de las ideas “desarrollistas”, cuyos principales exponentes serían el argentino Raúl Prebisch, el brasileño Celso Furtado, el chileno Aníbal Pinto, el mexicano Víctor Urquidi y, algo más tarde, los también argentinos Rogelio Frigerio y Aldo Ferrer. Sus elaboraciones constituyeron la base programática en que se fundó la acción de varios presidentes latinoamericanos, principalmente Juscelino Kubitschek en Brasil (1956-61) y Arturo Frondizi en la Argentina (1958-62).

La Cepal creyó hallar la causa fundamental del subdesarrollo y el atraso de América Latina en “deterioro de los términos del intercambio” (DTI), es decir en las condiciones cada vez más desfavorables que regían el comercio internacional en perjuicio de los países productores de bienes primarios (países “periféricos”, en la denominación popularizada por Prebisch) frente a los países industrializados (“centrales”). Así, el subdesarrollo del “tercer mundo” se debería a que en éste sigue predominando la producción agraria sobre la industrial predominio de hecho considerado natural, y no a las relaciones de producción imperantes en ellos y a la dominación colonial o imperialista.

En su concepción lineal del “desarrollo”, los países subdesarrollados podían “alcanzar” a los desarrollados y poner fin al atraso y la dependencia a través de medidas correctivas aplicadas al comercio mundial que contrarrestaran el deterioro de los términos de intercambio, y mediante la implementación interna de una adecuada política económica que promoviera la “modernización” del aparato productivo, entendida como desarrollo industrial orientado ya no a la producción de bienes de consumo característica de la anterior oleada industrializadora de las décadas de 1930 y 1940 (industria “liviana”) sino a la de bienes de capital, insumos intermedios y bienes finales complejos (industria “pesada”). Ambas condiciones eran los requerimientos esenciales para iniciar un desarrollo autosustentado, constituyendo el llamado “despegue” (el “take off” de W. W. Rostow).

Las economías nacionales son clasificadas según se hallen en uno u otro grado de la escala evolutiva (industrializados – no industrializados), y estos grados son definidos mediante indicadores cuantitativos: producto bruto interno, balanza comercial, balance de pagos, ingreso per cápita, índices de alfabetización y escolaridad, etc. concebidos como indicativos de la estructura económico-social

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del país dado [Marini]. La industrialización transformaría por sí misma tanto las relaciones sociales internas como las relaciones económicas internacionales, sentando las bases de la autonomía nacional. Y esto sin cambios sustanciales en la naturaleza de las sociedades latinoamericanas, sino apenas “convenciendo” a las clases tradicionales dominantes en la región los terratenientes y los consorcios extranjeros y sus intermediarios locales de la necesidad de “modernizar” las estructuras productivas vigentes.

Esta concepción del desarrollo reivindicaba en forma crítica el “modelo” de industrialización sustitutiva de importaciones que había tenido lugar en diversos países en el período de entreguerras. La ISI espontánea de los años '20 y '30 en América Latina y la promovida luego desde el Estado por el varguismo y el peronismo era cuestionada por insuficiente, y no por su carácter dependiente y limitado por la dominación imperialista externa e interna. Se dejaba de lado la división del mundo entre países imperialistas y países oprimidos y dependientes (como era el caso de los latinoamericanos), y que en éstos la sustitución de importaciones tiene un contenido completamente distinto que en los países que en la segunda mitad del siglo XIX eran ya potencias imperialistas emergentes (EEUU, Alemania, Francia), y que fueron proteccionistas y “sustituyeron” importaciones por producción interna sobre la base de y para cimentar una base industrial propia e independiente.

Dada la insuficiencia de los recursos provenientes de las exportaciones primarias como consecuencia de la estrechez del mercado interno y del deterioro de los términos del intercambio, los países subdesarrollados necesitan recurrir masivamente al aporte extranjero en inversiones, préstamos, etc. capaces de sustentar la instalación de industrias básicas (energía, siderurgia, transporte). Éste es uno de los pilares fundamentales de la “teoría del desarrollo” y de la doctrina desarrollista. De allí las expectativas suscitadas en las burguesías nacionales latinoamericanas por la Alianza para el Progreso (APEP) proclamada en 1961 por el presidente estadounidense John F. Kennedy, un programa de “reformismo preventivo” con respaldo financiero norteamericano inspirado en el temor de Washington a la difusión de la Revolución Cubana.

2.-La Cepal criticó la teoría clásica (liberal) del comercio internacional, basada en el principio de

las “ventajas comparativas”, según el cual cada país debe especializarse en las producciones para las que tiene mejores condiciones naturales. Esa crítica confirió a la Cepal cierto aura de “heterodoxia”. La tendencia al deterioro de los términos de intercambio (DTI) en perjuicio de los países exportadores de productos primarios indicaban genera transferencias de valor de los “periféricos” a los “centrales”: los primeros son sometidos a una sangría constante de riqueza en favor de los segundos, es decir se descapitalizan. El esquema países centrales-países periféricos (Prebisch), al reducir las relaciones económicas entre los países desarrollados y los subdesarrollados a una “asimetría” en términos básicamente comerciales, salía al cruce de la teoría leninista del imperialismo1.

Otro elemento clave del pensamiento cepaliano fue la necesidad de un rol activo del Estado en el proceso de industrialización. A partir de una concepción del Estado como una institución situada por encima de la sociedad, independiente y ajena a las clases que ejercen el poder económico y político

1 Según la teoría marxista del imperialismo planteada por Lenin, las relaciones de dominación y opresión nacional que desde fines del siglo XIX imponen las potencias imperialistas a los países coloniales, semicoloniales y dependientes se explican por la etapa monopólica en que ha ingresado el capitalismo mundial, la imperiosa necesidad del capital monopolista de hallar nuevos mercados de venta, de obtención de materias primas y de inversión, y su inexorable compulsión al reparto económico de los mercados mundiales entre las grandes corporaciones monopólicas y a la adquisición política de “esferas de influencia” y de posiciones estratégicas por vía pacífica o armada entre las grandes potencias imperialistas. Ello torna inevitable la guerra interimperialista por el reparto y la hegemonía mundial. Pero al mismo tiempo, la división del mundo entre un puñado de potencias imperialistas y una mayoría de países y pueblos oprimidos genera la posibilidad de alianza entre el proletariado mundial y la lucha nacional y democrática de los países coloniales y dependientes, y la rivalidad interimperialista crea la brecha que hace posible el triunfo de la revolución en un país relativamente atrasado (el “eslabón débil”) en base a la alianza obrero-campesina como fue el caso de Rusia, y posibilita su preservación y su avance hacia el socialismo debido a las violentas contradicciones entre las grandes potencias.

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(es decir a las clases dominantes), el instrumento fundamental para la modernización-industrialización era una política económica estatal que fijara prioridades respecto a los sectores a desarrollar y que apoyara la inversión nacional y extranjera con una serie de estímulos (protección arancelaria, exenciones impositivas, créditos); una política orientada a la sustitución de importaciones, pero ya no de productos de consumo sino de bienes de capital, intermedios y finales complejos (lo que sería conocido como ISI “difícil”). Tal industrialización no sólo sería decisiva para la superación del subdesarrollo, sino una palanca suficiente para garantizar la corrección de los desequilibrios y desigualdades sociales.

3.-En la Argentina, la corriente de pensamiento desarrollista se constituyó a mediados de la década

de 1950 alrededor del candidato de la UCR Intransigente Arturo Frondizi y con el aporte de figuras empresariales e intelectuales provenientes de la izquierda de los años ’30 (Rogelio Frigerio), del socialismo (Marcos Merchensky), del Partido Comunista (Juan José Real), de Forja (Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz), del peronismo (Isidro Odena y Ramón Prieto), del nacionalismo católico (Oscar Camilión), y otras vertientes.

A través de la revista teórico-política Qué, dirigida por Frigerio, el grupo caracterizaba a la economía argentina como subdesarrollada y desintegrada. El logro de un desarrollo pleno e integrado requería dos condiciones:

1) Avanzar aceleradamente en la ISI, esto es, en la producción local de bienes industriales básicos cuya importación se había incrementado durante el proceso de industrialización anterior, y

2) La atracción de capitales extranjeros en grado aún mayor que en las etapas iniciales de la industrialización.

La apertura total al capital extranjero se justificó estableciendo una distinción teórica entre “nacionalismo de fines” y “nacionalismo de medios”, y sosteniendo sobre esta base la utilidad del capital extranjero, orientado por el Estado a las áreas prioritarias para alcanzar se decía el autoabastecimiento en bienes imprescindibles y el desarrollo autónomo [Rapoport]. Con esta concepción proclamaron Frondizi y Frigerio las llamadas “batallas” del petróleo y del acero, abriendo el cauce al ingreso masivo de capitales estadounidenses y europeos directamente o a través de empresas intermediarias, y al crecimiento de grupos económicos locales testaferros o intermediarios de capitales ligados a la Unión Soviética, todo lo cual cambió notoriamente la faz económica de la Argentina proveniente del peronismo.

4.-El desarrollismo criticaba las estructuras económicas de la región, especializadas en

producciones primarias para el mercado externo, como responsables tanto del atraso técnico de las fuerzas productivas en el campo, como de la dependencia que impedía el pleno desarrollo del capitalismo latinoamericano. Por eso el desarrollismo suele ser asociado a algún tipo de transformaciones en la estructura económico-social. Sin embargo sus voceros nunca plantearon verdaderos cambios de esas estructuras.

Algunos de los intelectuales de esa corriente (como Aldo Ferrer) limitaban su definición de la estructura económica a la participación en el PBI de cada uno de los sectores económicos (primario, secundario y terciario), y por consiguiente a sus proporciones numéricas. Siguiendo ese postulado, bastaría lograr modificaciones en esos indicadores para que se verificara un cambio “estructural”. Esta visión insiste en la necesidad de medidas tendientes a la redistribución del ingreso, sin hacer nunca referencia a las relaciones de propiedad sobre los medios de producción fundamentales de las que las relaciones de distribución son expresión o reflejo (fundamentalmente de la propiedad sobre la tierra, las grandes empresas industriales, la banca y el comercio exterior).

Otros (Rogelio Frigerio, Aníbal Pinto y la mayoría de los representantes del desarrollismo latinoamericano), reducían su concepción de “estructura” a las inequidades del comercio

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internacional (Frigerio definía a la economía argentina como “agro-importadora”), y hallaban la raíz de aquellos males en el deterioro de los términos del intercambio. Al igual que la corriente anterior, no interpretan el atraso y la dependencia como resultado de las relaciones de producción imperantes (incluida en ellas la dominación imperialista), sino de una ley “natural” que privilegia la producción industrial frente a la agraria. En nombre de preservar la escala de la “gran producción agropecuaria”, devienen defensores de las relaciones de producción actualmente vigentes en el agro, así como de su expresión jurídica: la propiedad latifundista, a la que sólo sería necesario “modernizar” incorporándole capital y tecnología [Frigerio], sin tener en cuenta que esa estructura ha sido históricamente en la Argentina y en toda América Latina uno de los principales obstáculos al desarrollo industrial.

En la estrategia desarrollista, la obtención de bienes de capital reposa esencialmente en la importación, conformando un modo de reproducción industrial intrínsecamente dependiente del exterior. Ello suponía el crecimiento constante de la capacidad para importar y, por ende, una masa creciente de divisas. Pero ¿de dónde provienen esas divisas? En primer lugar de las exportaciones de bienes primarios tradicionales, con lo que, para la obtención de las divisas necesarias a la adquisición de los bienes intermedios y de capital que su expansión demandaba, de hecho reforzaba la dependencia del desarrollo industrial respecto de las exportaciones primarias de “el campo” (en realidad respecto de los terratenientes y monopolios exportadores); con el agravante de ser ese tipo de bienes afectado por la tendencia al deterioro de los términos de intercambio.

Sin embargo, la inversión extranjera contribuiría a agravar, más que a solucionar, el estrangulamiento externo que el desarrollismo denunciaba como propio de la matriz primario-importadora. La radicación masiva de empresas extranjeras en industrias básicas tuvo como consecuencia, en los hechos, un mayor volumen de importaciones: en la Argentina se aumentó significtivamente la producción local de petróleo y de acero, llegando en el primer caso prácticamente al “autoabastecimiento”; pero los sofisticados equipos y maquinarias necesarios en volumen creciente para esas producciones seguían siendo importados; y así, el acelerado crecimiento industrial redundó en una también acelerada salida de capitales en pago de esas importaciones. La fuente principal de recursos propios para pagarlas seguía proviniendo de las exportaciones primarias, y ello en un contexto, además, agravado en el plano del comercio internacional por el deterioro de los términos de intercambio reforzaba el poderío económico, social y político del latifundio ―y con él la persistencia de relaciones precapitalistas atrasadas en el campo―, y perpetuaba el recurrente "péndulo" industrializar-desindustrializar, las dos vías a que las clases dominantes argentinas han recurrido alternativamente ―dentro de los marcos de la dependencia― para "resolver" el estrangulamiento externo, sin hacer más que reproducirlo y agravarlo.

La radicación masiva de empresas extranjeras en la economía local determinó también una mayor salida de capitales en concepto de remesas de ganancias especialmente por las condiciones de privilegio concedidas a dichas compañías para “atraer” su radicación y, por eso mismo, un mayor peso político interno de los intereses imperialistas. El efecto fue, necesariamente, menos ahorro interno y mayor vulnerabilidad externa.

5.-Es por todo esto que el proyecto desarrollista ha podido ser caracterizado como de

“industrialización dependiente” [Ciafardini]. Esta política se demostró incapaz de resolver un camino de desarrollo verdaderamente independiente e integrado, aunque haya entrañado buenos negocios para los grupos económicos que fueron partícipes del proceso como beneficiarios de las concesiones y privilegios otorgados por las leyes desarrollistas. En la práctica el arribo de inversiones extranjeras y la creación de nuevas ramas industriales se llevó a cabo en condiciones de monopolio de mercados, con franquicias fiscales y comerciales, y por lo tanto con su rentabilidad garantizada por el Estado; en suma, con las mismas modalidades que las caracterizaron durante toda la historia del país, ya que tales privilegios y concesiones económicas y políticas constituyen las condiciones “normales” mediante las cuales los grandes grupos monopolistas realizan ganancias extraordinarias, que no podrían obtener en sus países de origen y por las que se avienen a radicarse en

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países signados por mercados internos reducidos y por su recurrente inestabilidad política, como los de América Latina y los del tercer mundo en general [Ciafardini].

Y al igual que otros del tercer mundo, los países latinoamericanos experimentaron, a raíz de las políticas desarrollistas, un tipo de crisis propio de la industrialización dependiente, conocido como “stop & go”. Para detener el creciente déficit de la balanza de pagos los gobiernos deben “enfriar” la economía (“stop”), postergando los niveles salariales para achicar la demanda y frenando el proceso industrializador para que la disminución de las importaciones y el mantenimiento o aumento de las exportaciones (siempre primarias) generen nuevamente el saldo comercial positivo que permita reanudar la importación de los equipos y maquinarias imprescindibles (“go”). Pero ello refuerza la gravitación económica y política de la estructura agraria tradicional basada en el latifundio, y la dependencia del aporte incesante de capitales externos.

Al mismo tiempo, el freno a la actividad industrial tiene como correlato necesario la desocupación y con ella el empeoramiento aún mayor de las condiciones salariales, por lo que suscitan la lucha de la clase obrera en defensa del salario y de las fuentes de trabajo, y por consiguiente tales políticas sólo pueden imponerse mediante la represión (en la Argentina: Plan Conintes Conmoción Interna del Estado; represión militar a la toma por los obreros del frigorífico Lisandro de la Torre; militarización de los trabajadores ferroviarios). A su vez, la reducción del empleo y de la masa salarial restringe el mercado interno y limita la inversión, generando también en este plano efectos contrarios a los que teóricamente se pretende alcanzar. Finalmente, la preservación de la estructura latifundista y el mantenimiento de la orientación tradicional de la producción agraria hacia el mercado externo hace que la oferta alimentaria interna sea insuficiente frente al acelerado crecimiento urbano consecuencia del proceso de industrialización, impulsando los precios agrícolas hacia arriba y desatando la inflación, y tras ella la lucha por la recuperación salarial.

Por todo esto la década de los ’50 se caracterizó en toda América Latina por una marcada agudización de las luchas sociales, con una clase obrera fortalecida en número y organización, un renovado ascenso del movimiento campesino, y una masa de estudiantes, profesionales y capas medias urbanas asalariadas sensibilizadas a los reclamos sociales y a las experiencias revolucionarias y reformistas en las que se manifestaba en América Latina y en el mundo la lucha nacional y social de los pueblos oprimidos por el imperialismo (Revolución China de 1949; Revolución Boliviana de 1952; rebelión en Guatemala contra la intervención norteamericana en 1954; gobiernos nacionalistas y reformistas de Perón y Vargas en Argentina y Brasil; rebelión contra la dictadura de Pérez Jiménez en Venezuela, 1958).

El desarrollismo latinoamericano fue en definitiva, en los años ’50 y ’60, la doctrina económica de ciertos sectores de las burguesías intermediarias es decir de aquéllos asociados en forma subordinada a una u otra potencia imperialista; no de las burguesías nacionales en las que predominan sus contradicciones con la dominación imperialista, contradicciones que se expresan en el plano político, si bien su propaganda ideológica generó en amplios sectores de burguesía nacional ilusiones sobre la contribución del capital extranjero a un “despegue” que, según creían sus voceros, les permitiría ampliar su participación en el poder económico y político.

BIBLIOGRAFÍA

• Ciafardini, Horacio: “La Argentina en el mercado mundial contemporáneo”. En Crisis, inflación y desindustrialización en la Argentina dependiente. Ed. Ágora, Bs. As., 1984.

• Frigerio, Rogelio: “La reforma agraria”. Diario Clarín, 14 de enero de 1962.• Frigerio, Rogelio: Las condiciones de la victoria. Bs. As., 1959.• Gastiazoro, Eugenio: “’Desarrollismo’ y transformaciones estructurales”. En Proceso al

desarrollismo, AA.VV., Bs. As., 1974.• Marini, Ruy Mauro: “La crisis del desarrollismo”. En Escritos, UNAM, 1994.• Rapoport, Mario: Historia económica, política y social de la Argentina, 1880-2003. Bs. As., 2005.• Real, Juan José: 30 años de historia argentina. Bs. As., 1962.

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* * * * *

FUENTES

Deterioro de los términos del intercambioDe Chile, un caso de desarrollo frustrado. Aníbal Pinto. Sgo. de Chile, 1959.

“Como se sabe, la ‘gran depresión’ [de la década de 1930] golpeó a la economía chilena con violencia excepcional... Sus exportaciones se redujeron a la mitad de su volumen y a la cuarta parte de su valor; las importaciones disminuyeron un 80 por ciento...

...Un empeoramiento agudo de los términos de intercambio...

...El hecho de tener que cambiar una parte relativamente mayor de exportaciones por un relativamente menor volumen de importaciones implicó esa enorme sangría para la economía nacional. Fueron, en suma, ingresos que se escaparon de la riqueza o la producción creadas para equiparar el encarecimiento de los bienes y servicios extranjeros que se requerían.

...El intercambio exterior dejó de jugar el papel dinámico que desempeñó en el lapso 1830-60 o durante el auge del salitre.

Los recursos productivos que en otras circunstancias habrían encontrado ocupación remunerativa en el sector ligado directa o indirectamente a la exportación no pudieron

ser absorbidos por esas faenas, debido a la flojedad de la demanda internacional y a la evolución desventajosa de los precios...

...Otra consecuencia sobresaliente de la depresión del comercio exterior: la contracción de la capacidad para comprar bienes y servicios extranjeros...

Por último, no debe olvidarse la vinculación entre la deterioración del comercio exterior y una de las variables claves para el crecimiento económico: el monto y composición de las inversiones.

Los países subdesarrollados por lo general no fabrican los medios de producción que requiere su desarrollo. Deben adquirirlos en las naciones industrializadas en la medida que lo permiten sus disponibilidades de moneda extranjera. Asimismo, cuando otros rubros de su importación son extraordinariamente rígidos y de difícil reducción (alimentos, combustibles, algunas materias primas), cuando escasean sus recursos de divisas habitualmente se ven obligados a restringir otros ítems, entre ellos el de los bienes de capital...

* * *

El papel del capital extranjeroDe Las condiciones de la victoria. Rogelio Frigerio. Bs. As., 1959.

“...La acción de los capitales nacionales y extranjeros, en igualdad de condiciones, constituirá uno de los elementos vitales de la recuperación argentina.

[...Se debe] distinguir entre el inversor que vino a nuestro país en el pasado para explotar nuestro comercio exportador de materias primas, y el inversor a quien la política actual crea condiciones para que venga a cooperar en la expansión interna de nuestra producción, vinculada a los objetivos claramente establecidos de nuestra política económica nacional.

No es el carácter foráneo del capital el que lo hace negativo. El capital extranjero es

negativo cuando promueve relaciones de producción que inhiben los mecanismos de autonomía económica y estimula los que determinan la supeditación a los factores externos.

Por un lado están los capitales foráneos que se incorporan en el país con el objeto de obtener el dominio o control sobre fuentes de materias primas destinadas a abastecer los grandes centros fabriles del exterior Tienden por ello a crear, en los países a donde llegan, estructuras adecuadas al papel de proveedores de materias primas a cambio de la importación de artículos manufacturados. No cabe duda que inicialmente favorecen la promoción económica, pero a la

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postre estancan el proceso en una etapa de producción primaria...

Por otro lado encontramos los capitales que se incorporan en función de las necesidades del mercado interno, generalmente para reemplazar con la producción local el artículo importado. En esta forma, suplen la incapacidad financiera del país para obtener un desarrollo económico acorde con los modernos adelantos técnicos... Son capitales que modifican la estructura

colonial de una economía; la integran y fortifican...Al falso planteo anti-imperialista formulado con motivo de los contratos petrolíferos, se puede replicar que ante la disyuntiva de seguir comprando petróleo al extranjero o llamar al capital extranjero para que colaborara en la extracción de nuestro propio petróleo, la elección era indudable. Lo primero significaba perpetuar el sometimiento colonial; lo segundo, echar las bases del desarrollo independiente de nuestra economía”.

* * *

La situación latinoamericana y la Alianza para el ProgresoCarta del presidente argentino Arturo Frondizi al presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy (03-04-1961)

“El anuncio de la Alianza para el Progreso abre una nueva perspectiva histórica a la tarea común de las repúblicas americanas...

...Los pueblos latinoamericanos estamos afectados por un grave factor perturbador, que obstaculiza nuestro progreso, hace difícil a los gobernantes satisfacer las aspiraciones cada vez más vigorosas de los pueblos y, en tales condiciones, amenaza nuestra estabilidad social frente a la acción deletérea de la demagogia y la prédica disolvente: ese factor negativo, como bien lo ha percibido V. Excelencia, es el subdesarrollo.

...El círculo vicioso de la pobreza y el subdesarrollo requiere soluciones vigorosas. En las condiciones actuales del mundo, tanto políticas como económicas, ningún pueblo subdesarrollado puede concretar esas

soluciones, dentro de un régimen democrático, sin la cooperación de los países desarrollados...

Como V. Excelencia lo ha señalado, se trata de promover en esta década un esfuerzo decisivo que encamine a los pueblos americanos a un rápido desarrollo económico, que permita elevar sus niveles de vida y superar las tensiones sociales que ellos determinan.

...Es necesario concentrar el impulso inicial en el establecimiento y expansión estratégica de las industrias y servicios básicos que permitirán, a su vez, acelerar la industrialización, tecnificar la agricultura y, de este modo, elevar rápidamente la productividad de nuestras economías...

En esta marcha, al avanzar hacia la conquista de nuestro futuro, se alejarán de América las sombras de todo intento de perturbación exterior...”.

* * *

El problema agrarioDe “La reforma agraria”. Rogelio Frigerio. Diario Clarín, 14 de enero de 1962.

“La crisis agropecuaria argentina, como la crisis industrial, tienen el mismo origen y exigen idénticas soluciones: no tenemos una estructura industrial básica energía, siderurgia, comunicaciones capaz de alimentar la industria liviana y el campo con materias primas, máquinas-herramientas, maquinaria agrícola, energía barata y caminos y transportes adecuados. No tenemos capitales

nacionales suficientes para financiar las inversiones en esos sectores básicos...

La solución para la industria y el agro es una sola: desarrollo económico, esto es, capitales, tecnología, industria pesada... Así incrementaremos la producción, única meta de cualquier sistema económico. Mayor producción significa más trabajo y mejores salarios, ocupación plena, elevación del nivel de vida, es decir solución del problema social... El nivel de

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vida de la población rural no mejora ni cuando se divide la tierra ni cuando se convierte en propietarios a los arrendatarios. Mejora cuando la tierra se explota como una fábrica, con capitales suficientes, con dimensiones económicas y con organización empresaria, no importa quién sea el propietario del fundo...

Hay que industrializar en el país los productos del agro, tanto de la agricultura

como de la ganadería. Cuando se levante en nuestro campo, al lado de la copa del ombú o de la mata hirsuta del jarillal, la planta industrial agropecuaria, habremos hecho la verdadera ‘reforma agraria’... habremos resuelto de verdad, y no con esquemas anacrónicos, el problema social del campesino”.

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