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EARTH'S EARLIEST AGES LAS PRIMERAS ERAS DE LA TIERRA G. H. PEMBER Traducido por RMC

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Page 1: LAS PRIMERAS ERAS DE LA TIERRA...capaz de atraer a los hombres de sí mismos, hicieron a los moradores de la tierra tan egoístas y deshonestos que el mundo se llenó de lascivia,

EARTH'S EARLIEST AGES

LAS PRIMERAS ERAS

DE LA TIERRA

G. H. PEMBER

Traducido por RMC

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Las primeras eras de la Tierra

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Nota del Traductor: La presente traducción es para uso exclusivamente

personal y en ningún momento para fines comerciales. Ha sido realizada directamente del original inglés

Earth´s Earliest ages (Edición 1884) Esta traducción contiene los capítulos del 1 al 10.

Les agradeceríamos hicieran un uso responsable de ella. R. Martínez C.

www. laiglesiaenmalaga.es

Versión 1.0

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G. H. Pember

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Capítulo X

“Como en los días de Noé”

Retrospectiva

Así pues, nos hemos esforzado por rastrear el flujo de la historia desde su

origen hasta la gran catástrofe que arrasó con la corrupción y la violencia de

la tierra. Hemos visto su claro manantial proveniente del trono del Dios

Eterno, y luego lo hemos perdido de vista mientras se abría camino a través

de vastas regiones que no pueden ser pisoteadas por el pie mortal. Una o dos

veces hemos escalado un collado accesible, y desde la lejanía mirado con

nuestros ojos tensos algo que brillaba en los rayos de la Palabra de Dios, y

que supuestamente eran las aguas del río que buscábamos; pero no pudimos

obtener cierto conocimiento del misterioso arroyo, hasta que vimos su

torrente turbio y espumoso emergiendo como temible catarata de entre las

oscuras montañas que ocultaban su curso anterior.

Lo hemos seguido hasta una tierra de deleite, en la que gradualmente se

calmó y se iluminó de nuevo, mientras que sus orillas rebosaban de todo lo

que es hermoso y encantador: lo hemos trazado a medida que pasaba los

límites de ese alegre reino, y nos apresuramos a través de tramos secos y

estériles, con un volumen y una rapidez cada vez mayores, hasta que al final

sus agitadas aguas fueron violentamente engullidas en el gran océano del

diluvio.

La advertencia de Cristo. ¿Se aplica a nuestros tiempos?

No debemos, sin embargo, descartar la historia de perdición que acabamos

de considerar sin algunas reflexiones sobre la solemne advertencia que el

Salvador sacó de ella. “Mas como en los días de Noé, así será la venida del

Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban

comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que

Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó

a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre” (Mt. 24:37-39).

Así, las escenas finales de esta era presente serán una reproducción de los

días de Noé: la misma intensa mundanalidad; y al final, la incapacidad

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positiva de ocuparse en las cosas de Dios, que fue mostrada por los

antediluvianos, también será característica de nuestro mundo cuando Cristo

comience los juicios que rápidamente culminarán en la gloria de Su

aparición.

Parece justo, pues, inferir que esta segunda manifestación del espíritu que

actuó en ellos y que fue desobediente antes del diluvio, será efectuada por

una conjunción de causas semejantes a la que la produjo anteriormente. Y

por lo tanto, como ya hemos señalado, se convierte en un asunto de la mayor

importancia práctica comprender esas causas: porque cuando se descubre

que están afectando simultáneamente a las masas de la población mundial,

el hecho da una fuerte presunción de que vamos a la deriva rápidamente hacia

la gran consumación de la maldad; y que la gloria vengadora del Señor está

a punto de ser revelada, para que toda carne la vea.

Para nosotros, por lo tanto, la gran pregunta es: ¿operan ahora estas

influencias fatales? ¿Son universalmente más características de esta época

que de cualquier otra? Una consideración madura ha impulsado a muchos a

dar una respuesta afirmativa. Veamos si los hechos nos justifican para

mantener el mismo punto de vista. Es imposible exagerar nuestro interés en

la investigación. Si los tiempos presentes ya comienzan a tomar la fisonomía

de los de Noé, estos envían un grito penetrante de advertencia,

amonestándonos a estar en pie con nuestros lomos ceñidos y nuestras

lámparas encendidas, esperando la llamada del Señor. Porque Él sacará a Su

iglesia, como sacó a Enoc, antes de que la maldad del hombre llegue a su

punto más bajo. Él quitará lo que Él mismo ha llamado la sal de la tierra, y

entonces la corrupción de toda carne avanzará sin control, y el mundo

madurará rápidamente para su perdición.

Las siete causas de la corrupción antediluviana.

¿Están todas operando?

Las siete grandes causas de la apostasía antediluviana ya han sido notadas, y

pueden resumirse de la siguiente manera:

I. La tendencia a adorar a Dios como Elohim, es decir, meramente

como el Creador y Benefactor, y no como Jehová el Dios del

pacto de misericordia, tratando con transgresores que han sido

designados para la destrucción, sin encontrar un rescate por ellos.

II. Una preeminencia indebida del sexo femenino, y un desprecio

por la ley original del matrimonio.

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III. Un rápido progreso en las artes mecánicas, y la consecuente

invención de muchos dispositivos con los que mitigar las

dificultades de la maldición, y hacer la vida más fácil e

indulgente. También la habilidad en las bellas artes, que cautivó

las mentes de los hombres, y ayudó a inducir un completo olvido

de Dios.

IV. La alianza entre la iglesia nominal y el mundo, que rápidamente

resultó en una amalgama completa.

V. Un gran aumento de la población.

VI. El rechazo de la predicación de Enoc, cuyas advertencias se

convirtieron así en un sabor de muerte para el mundo, y

endurecieron a los hombres más allá de la recuperación.

VII. La aparición en la tierra de seres del Principado del Aire, y sus

relaciones ilícitas con la raza humana.

Estas causas concurrieron a envolver el mundo en una niebla sensual en

la que ningún rayo de verdad podía penetrar. Trajeron el olvido total de Dios

y el desprecio de Su voluntad; y así, al quitar el gran Centro que es el único

capaz de atraer a los hombres de sí mismos, hicieron a los moradores de la

tierra tan egoístas y deshonestos que el mundo se llenó de lascivia, injusticia,

opresión y derramamiento de sangre. Por lo tanto, nos queda por considerar

si ahora están actuando sobre la sociedad influencias similares.

La primera causa puede ser detectada en la propagación universal del

Deísmo

Ciertamente no podemos dejar de confesar que la primera causa mencionada

es una característica eminente de nuestro tiempo. Porque en todas las iglesias

profesantes de la cristiandad, así como entre los judíos, mahometanos y

paganos, hay innumerables y siempre crecientes multitudes que van por el

camino de Caín (Judas 11), reconociendo al Ser Supremo, pero no

reconociendo Su santidad, y su propia depravación, negando así toda

necesidad de un Mediador entre Dios y el hombre. Muchos de ellos están

dispuestos a considerar a Cristo como alguien grande, y hablan de Su sabia

filosofía y Su vida ejemplar; pero no lo confiesan como el Hijo Unigénito

del Padre, ni sienten la necesidad de Su expiación. Por consiguiente,

rechazan Su Revelación, al menos como una autoridad absoluta, confiando

más bien en las tinieblas que hay en ellos, a las que llaman luz; y, cerrando

así los ojos a las verdaderas relaciones del hombre con su Creador, forman

sus propias concepciones tanto de la Deidad como de sí mismos. Esto implica

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nada menos que reivindicar por su parte la suprema sabiduría y autoridad: es

moldear un ídolo de su propia imaginación ante el cual postrarse y adorar.

Tampoco es de extrañar que conduzca a una deificación virtual de los

hombres de intelecto trascendente o de gran renombre. ¿Quién no ha

detectado la acción de esta levadura en su propio círculo? ¿Quién no ha

observado este “puro teísmo”, como se le llama, saliendo a la superficie en

todas las sectas de la cristiandad?

Segunda causa. Cambio en la relación de los sexos y violación de la ley del

matrimonio

De las escasas indicaciones que se nos han dado, se deduce, con razón, que

la segunda causa también está en marcha en este momento: porque el sexo

femenino ha comenzado ciertamente una migración hacia una nueva esfera

y una posición más prominente. Y la relajación con respecto al vínculo

matrimonial, que desde hace mucho tiempo existió en el continente (en

Europa), se extiende ahora también en Inglaterra, como podemos ver en los

registros de nuestros tribunales de divorcio recientemente establecidos. Es

más, hay quienes, en vez de temer separar lo que Dios ha unido, afirman

abiertamente que el matrimonio debe ser un contrato, no para toda la vida,

sino sólo por el tiempo que les sea agradable a las partes contratantes.

Al final de la dispensación anterior, este mismo pecado era frecuente

entre los fariseos, quienes sostenían que el divorcio era admisible sin

importar el motivo; incluso, como dice sin vergüenza el rabino Akibah1: “Si

un hombre ve a una mujer más hermosa que su propia esposa”. De ahí la

continua mención del adulterio por parte del Señor en sus denuncias a los

fariseos: por el matrimonio después del divorcio que ellos legalizaron. Algo

que Él declaró ser un delito. En el maravilloso sermón contenido en los

capítulos 15, 16 y 17 de Lucas, Jesús presenta el divorcio con una abrupta y

sorprendente brusquedad, como un pecado evidente e innegable, que

condenaría a Sus oyentes por haber demostrado ser tan desobedientes a la

ley y a los profetas como lo eran al Evangelio (Lucas 16:18). Conocemos el

castigo que rápidamente les alcanzó por esta y muchas otras transgresiones.

En pocos años sus deseos se apagaron a costa de su sangre: las hermosas

murallas y las calles de su ciudad fueron arrasadas; su bello templo en el que

confiaban pereció entre las llamas, y sobre sus ruinas se elevó insultante el

santuario idólatra de Júpiter.

1 N. del T. Akiva ben Iosef (c. 50–c. 135) Fue una gran autoridad en materia de tradición

Judía, y uno de los esenciales contribuyentes a la Mishná y los Midrashim Halájicos. Es

nombrado en el Talmud como “Cabeza de todos los sabios”.

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La tercera causa. Ciencia, arte y lujo

De la tercera causa, la difusión de la ciencia, el arte y el lujo, no es necesario

hablar; pues nadie negará que ésta es una gran característica de nuestros días:

el hecho es un tema común de jactancia. ¡Ay, cuántos ejemplos tenemos de

la arrogancia autodeificadora que frecuentemente surge de un poco de

conocimiento de las leyes de la naturaleza, o de un marcado éxito en aquellas

ciencias y filosofías artísticas que son el deleite de intelectos cultivados y

refinados!2¡Con qué confianza, también, y con qué despreocupación se

asientan los hombres en medio de las comodidades e indulgencias de esta

época lujosa! Viendo el bien sólo en la vida presente, ¡cuán poco piensan en

Dios, cuán sordos son a cualquier mención del mundo venidero! ¡Cuán

incrédulos son, aunque sus bocas no estén llenas de burlas, al oír tan solo un

susurro de esa tempestad de la furia de Dios que pronto estallará sobre el

mundo apático, y apartará a las multitudes de todo lo que aman, hacia las

mazmorras de Su ira!

“Porque día de Jehová de los ejércitos vendrá sobre todo soberbio y

altivo, sobre todo enaltecido, y será abatido; sobre todos los cedros del

Líbano altos y erguidos, y sobre todas las encinas de Basán; sobre todos los

montes altos, y sobre todos los collados elevados; sobre toda torre alta, y

sobre todo muro fuerte; sobre todas las naves de Tarsis, y sobre todas las

pinturas preciadas. La altivez del hombre será abatida, y la soberbia de los

hombres será humillada; y solo Jehová será exaltado en aquel día” (Is. 2:12-

17)

“Temblad, oh indolentes; turbaos, oh confiadas; despojaos, desnudaos,

ceñid los lomos con cilicio” (Is. 32:11). “Y enviaré fuego sobre Magog, y

sobre los que moran con seguridad en las costas; y sabrán que yo soy

Jehová” (Ez. 39:6).

La cuarta causa. La confraternización de la iglesia nominal y el mundo

Para reproducir la cuarta causa el Príncipe de este Mundo ha estado luchando

durante mucho tiempo, y ciertamente ahora parece estar cerca de su victoria.

Es el resultado natural del primer error, la negación de nuestra posición como

pecadores ante Dios, condenados a la destrucción salvo que se encuentre un

rescate. Si la iglesia renuncia a esa verdad, ¿qué es lo que le impedirá vivir

en perfecta concordia con el mundo? Si la enseñanza práctica de la religión

2 Que no se suponga que estas observaciones se dirigen absolutamente en contra de la

búsqueda de la ciencia y el arte. Sólo pretenden referirse al espíritu insubordinado y ateo

que parece, con mucha frecuencia, surgir de él.

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es que Dios está bastante satisfecho con nuestra conducta, pero poco con

nuestros pecados, y que aprecia altamente nuestras obras de virtud, aunque

el orgullo sea su principal resorte, y mira con placer los hechos audaces y las

manifestaciones intelectuales, ¿por qué tal teología debería chocar con los

anhelos de los hombres caídos? ¿Cómo pueden odiar a una deidad tan

parecida a ellos mismos?

¿Y no hemos estado describiendo el credo de un gran número de personas

en la iglesia profesante? ¿Acaso los muros de la ciudad de Dios no están así

siendo derribados continuamente ante nuestros ojos, para que el extraño

pueda entrar a voluntad? En efecto, los hombres frecuentan sus iglesias y

capillas en multitudes: despiertan un sentimiento, que llaman religioso, por

los grandes edificios, por sus decoradas ventanas, por sus espléndidos

ornamentos, por las hermosas ceremonias, por la bella música, por los

discursos sentimentales o intelectuales y por las fuertes convicciones

sectarias o políticas. Pero al mismo tiempo que se visten con apariencia de

devoción en su adoración, pierden por completo esta distinción exterior en

el mundo, y desconciertan a aquellos que honestamente preguntan qué han

de hacer para ser salvos, sumergiéndose en todos los goces, frivolidades,

búsquedas y negocios de esta vida, como si fueran a permanecer entre ellos

para siempre. Actúan como si Dios hubiera prometido que no iban a ser

sacados apresuradamente del mundo como lo son tantos de sus semejantes,

en vez de estar alerta y tener una amplia inclinación al arrepentimiento (Juan

6:44). Parecen estar seguros de que nunca serán inesperadamente

sorprendidos por la terrible frase: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu

alma” (Lucas 12:20); ni se horrorizarán repentinamente por el sonido de la

trompeta del arcángel y el trueno de la voz de Dios. Admiten que es racional

buscar el contentamiento y el placer en una existencia de terrible brevedad,

la cual sólo se les concedió para la decisión de una estupenda pregunta: si

esta existencia será seguida por la vida eterna, o por la vergüenza y el

desprecio eterno. Los poderes del Mundo Venidero han perdido su influencia

sobre ellos, y son como los demás hombres. Por eso, muchos puntos de fe

han sido abandonados, se han permitido las diversiones, y los vicios

perdonados, de tal manera que es casi imposible distinguirlos de los que no

profesan la fe a menos que manifiesten su creencia. Algunos parecerían tener

la doctrina de los antiguos gnósticos que, negando la resurrección, afirmaban

que, al ser salvos sus espíritus, eran libres de hacer lo que quisieran con el

cuerpo, ya que después de la muerte ya no se preocuparían ni de él ni de sus

obras. Y aunque muchos están dispuestos a confesar que el cristiano debe

tomar su cruz, sin embargo, están completamente convencidos de que en

estos tiempos modernos el celo infatigable de Cristo y sus apóstoles estaría

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fuera de lugar, y que de ninguna manera pueden encontrar una cruz que

llevar. Sin embargo, si Dios en Su enojo los hiere con enfermedad, duelo,

desilusión o pérdida, hablan de sus pruebas, y se consuelan a sí mismos con

el pensamiento de que están imitando al Señor soportando problemas que no

pueden evitar de ninguna manera.

¡Oh, que aquellos que están así cegados por Satanás recapaciten mientras

aún hay tiempo; que mediten ferviente y en oración las palabras del Señor

Jesús, y las interpreten por medio de Su santísima vida! Entonces verán la

inconsistencia de su posición, y sentirán que han estado cumpliendo al pie

de la letra la profecía de los últimos tiempos, que los hombres tendrían una

forma de piedad, pero negarían su poder (2 Tim. 3:5). Porque el mundo

permitirá la mera declaración de cualquier doctrina, siempre y cuando no se

intente ponerla en práctica. Sólo cuando la fe comienza a producir obras, el

cristiano se enfrenta a un antagonismo amargo; cuando siente que debe

redimir el tiempo porque los días son malos; cuando, consciente de una

dispensación que se le ha confiado, se ve obligado a predicar la Palabra a

tiempo y fuera de tiempo, a hablar como un moribundo a los moribundos;

cuando ya no puede participar en alegrías frívolas ni en placeres que matan

el tiempo, sabiendo que tales cosas no son más que una cortina pintada usada

por el malvado diablo para esconder de los hombres el borde de la muerte

sobre el que caminan, hasta que llegue el momento de arrancarla y arrojarla

por el precipicio.

Si alguno es así de sincero, no tendrá ninguna dificultad con respecto a la

línea de separación; encontrará rápidamente la cruz que tiene que llevar;

sentirá que, como su Maestro, no es de este mundo, y de hecho tendrá

tribulación en él. Pero ten buen ánimo, porque Él está cerca, y grande será el

gozo por Su venida.

Tampoco son menos deplorables las concesiones de la iglesia nominal en

cuanto a la doctrina referente a la conducta. Hemos visto anteriormente que

los hombres eran propensos a suavizar y corromper aquellas partes de la

Palabra de Dios que se oponen a sus propios pensamientos y aspiraciones.

Del mismo modo, ahora prevalece una idea extraña e impía, la de destruir los

últimos vestigios de la autoridad bíblica y barrer todas las barreras que

quedan para hacer la paz entre la iglesia profesante y el mundo. Esta es una

rápida y creciente objeción a lo que es llamado dogma. Ahora bien, si la

objeción se aplicara sólo a la aseveración por parte de los hombres de sus

propias opiniones, el sentimiento sería sano: pero al indagar descubrimos que

“dogma” es utilizado prácticamente como un término convencional para las

revelaciones y mandamientos del Dios Altísimo. Entonces, cómo es que

muchos que profesan creer en la Biblia, en vez de fortalecer “las otras cosas

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que están para morir” (Ap. 3:2), nunca se cansan de amonestarnos para que

seamos caritativos con aquellos que rechazan toda doctrina vital de las

Escrituras, e incluso niegan al Señor que los compró. Se nos dice que, en

tanto que los hombres sean “honestos”, al final, todo les irá bien; que no

debemos ser estrecho de miras (intolerantes); que hay otras entradas al redil

además de la puerta (Juan 10:7); que no son necesariamente ladrones y

salteadores los que suben por el muro; sino que puede ser espíritus más

valientes y varoniles que sus semejantes.

Es fácil ver que por tal línea de razonamiento se extirpa todo el poder de

las Escrituras. En vez de ser reconocida como la Palabra viva de Aquel que

juzgará a los vivos y a los muertos por las cosas que están escritas en ella, es

considerada meramente como un volumen (libro) ordinario de consejo al

hombre, quien, al asumir el derecho de aceptarlos o rechazarlos a voluntad,

arrogantemente coloca la corona de la Deidad sobre su propia cabeza. Y así

se destruye el gran medio que Dios ha destinado para separar a Su iglesia del

mundo: se apaga la luz que revela el continuo peligro y el temible final del

camino ancho, y los hombres siguen sin hacer caso, entretenidos con las

menudencias del momento, hasta caer de cabeza en las fauces de la fosa.

La quinta causa. Aumento de la población mundial

Sobre la quinta causa no hay necesidad de extenderse. Porque, sin

molestarnos por mirar las listas del censo, casi todos los ingleses podrían

hablar del rápido crecimiento de su propio vecindario. El mundo nunca antes

había visto una acumulación de vida humana tan vasta como la que ahora

exhibe nuestra metrópoli. Y, al mismo tiempo, multitudes de emigrantes

abandonan el país llenando los lugares solitarios de la tierra. Y las

estadísticas muestran que la población de casi todas las partes del mundo

también está aumentando.

Pero, además de esto, hay un fenómeno de sombrío presagio. Porque,

mientras se multiplican, los hombres también comienzan a mostrar agitación

por la moderación; y, puesto que aprenden a actuar juntos, y parecen estar

cada vez más exaltados con la confianza en su poder imaginario,

probablemente pronto pasarán a cometer audaces actos impíos. Grandes

organizaciones, que ya no están confinadas a las fronteras de un único

pueblo, predicen una segunda rebelión de Babel. El tiempo de la agitación

de todas las naciones se acerca, y los corazones de muchos ya desfallecen de

miedo, preocupados por las cosas que están viniendo sobre la tierra. Espero

que los creyentes consideren sus caminos: porque el Señor descenderá pronto

para ver lo que están haciendo los hijos de los hombres.

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La sexta causa. El aumento de la insensibilidad del mundo como

consecuencia del rechazo del testimonio de Enoc

Cada vez que la Palabra de Dios es predicada fielmente, no puede volver a

Él vacía; sino que logrará lo que a Él le agrada, y prosperará en aquello para

lo que fue envida (Is. 55:11). Debe producir algún efecto en todos los que la

oyen. Separa el trigo de la paja; y acerca a los hombres a Dios, o los vuelve

más insensibles que antes, y los prepara para un juicio rápido. “Porque para

Dios –dice Pablo- somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los

que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos

olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2 Co.

2:15, 16).

Así que los potentes llamados de Enoc, sus fuertes llamadas al

arrepentimiento y las amenazas de juicio venidero, puesto que fueron

despreciados por el mundo, debieron haber endurecido poderosamente los

corazones de los hombres, e hicieron que el Espíritu de Dios dejara de

esforzarse con ellos. Muy probablemente muchos, al principio, fueron

impresionados y alarmados; pero después de un tiempo, cuando veían el día

siguiente sin ninguna señal de la venganza predicha, perdieron el miedo:

volvieron a sus pecados favoritos, como el perro a su vómito; ya no podían

ser despertados como antes; comenzaron a burlarse y a burlarse de las más

solemnes advertencias: el demonio, que había sido expulsado por un breve

espacio, regresó con otros siete más malvados que él, de modo que su último

estado fue peor que el primero (Lc. 11:24-26).

En este caso la historia también parece estar repitiéndose. Durante unos

cincuenta años Dios ha provisto una corriente ininterrumpida de testimonio

evangélico que ha ido aumentando gradualmente en poder; y ahora suena la

proclamación del Evangelio como el mundo nunca antes la había escuchado,

tal vez, desde los días de los apóstoles. El Espíritu ha descendido sobre la

iglesia con el vigor de Pentecostés; los avivamientos, las misiones en el país

y en el extranjero, y los esfuerzos de muchas personas, han provocado la

conversión de miles. Los que son realmente de Cristo parecen ser urgidos

vigorosamente por el sentido de sus responsabilidades: salen a las calles y a

los senderos, a las carreteras y a los vallados, constriñendo a los hombres a

entrar: el salón de las bodas se está llenado rápidamente de convidados.

Y en medio de las llamadas al arrepentimiento y de las ofrendas de gracia,

en medio de las exhortaciones recíprocas a caminar como hijos de la luz,

resuena cada vez más fuerte el clamor solemne: “¡Aquí viene el esposo; salid

a recibirle!” (Mt. 25:6); mientras que el testimonio de los fieles al mundo

asume su última forma: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su

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juicio ha llegado” (Ap. 14:7). Las indicaciones de esta nueva época se han

ido haciendo cada vez más evidentes durante algunos años, y muchos

documentos y periódicos se han dedicado a la reactivación de la verdad

largamente descuidada, tan prominentemente expuesta por nuestro Señor y

Sus apóstoles. Se han escrito cientos de libros y folletos sobre el mismo tema;

de manera que la mayoría de los predicadores de los últimos avivamientos,

y un número cada vez mayor de otros testigos, lo han promulgado a tal punto

que ahora sería difícil encontrar un cristiano moderadamente inteligente que

ignorase esta gran esperanza, aunque no la acepte como propia.

Hay también un cambio significativo que pasa por alto este testimonio,

haciéndolo mucho más consistente y poderoso. Porque aunque ha

transcurrido poco tiempo desde el desacuerdo casi proverbial de los

escritores proféticos, el gran cuerpo (conjunto) de ellos comienza ahora a

mostrar una armonía maravillosa en todos los puntos principales, y a

proclamar que el evento solemne que todos deberían estar esperando es el

mandamiento que convocará a la iglesia a la presencia de su Señor. Podemos,

por lo tanto, encontrar una analogía notable entre la predicación del pueblo

de Dios en el tiempo presente y la profecía de Enoc antes de los días de Noé.

Pero las masas del mundo rechazan de nuevo las llamadas más urgentes

de Dios y, como consecuencia natural, Su Espíritu deja de contender con

ellas. La infidelidad y la superstición comienzan a eclipsar incluso a los

países más favorecidos de la cristiandad. En nuestra propia tierra, cuán

grande fue el entusiasmo causado hace unos veinte años por la publicación

del libro “Ensayos y Reseñas”3. Pero ese libro, aunque aclamado con tanto

deleite por aquellos que no estaban dispuestos a someterse a la Divina

revelación, ahora ha sido barrido de la memoria por un torrente de literatura

más audaz e infiel que desde entonces ha salido a la prensa. ¡Qué pocos de

nuestros periódicos, revistas y publicaciones han escapado al contagio!

¡Cuán grande es la multitud de secularistas (laicistas) que se propagan en

nuestro país, desde el atrevido blasfemo que injuria groseramente la Palabra

de Dios, y niega Su existencia o lo acusa de injusticia, hasta el refinado y

sutil pensador que no desmaya hasta hacer que la luz inefable de su Creador

palidezca ante la lámpara parpadeante del intelecto humano! Sin embargo,

es innecesario extenderse sobre un asunto tan obvio, o perder el tiempo

probando la propagación simultánea del Ritualismo y el Papado, que ahora

3 N. del T. Essays and Reviews, editado por John William Parker, publicado en marzo de

1860, es un volumen de amplia difusión de siete ensayos sobre el cristianismo. Los temas

abarcaron investigaciones bíblicas de críticos alemanes, la evidencia del cristianismo, el

pensamiento religioso en Inglaterra y la cosmología del Génesis. Fue un libro popular en

el siglo XIX que tuvo mucho impacto.

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es tan evidente incluso para el observador más descuidado; mientras que con

respecto a la pujanza de la brujería hablaremos más adelante.

Siendo así, ¿no tenemos, entonces, razones para inferir, tanto de estas

apostasías, de la apariencia general de nuestros días, como de los tiempos

peligrosos del fin descritos por Pablo (2 Tim. 3:1-9), que la cristiandad, como

castigo inevitable del rechazo general del Evangelio, está siendo cegada

judicialmente y endurecida irremediablemente?

La séptima causa. Relaciones sexuales ilegales con los habitantes del aire

La séptima y más temible característica de los días de Noé era la aparición

ilícita entre los hombres de seres de otra esfera. Esto, muchos responderán

rápidamente, es ciertamente un acontecimiento que todavía no ha

sobrecogido a nuestra época, por muy extrañas que puedan ser nuestras

experiencias; todavía tenemos que esperar algo antes de que se complete ese

círculo fatal de influencias que arruinó el viejo mundo. Pero una

comparación diligente de la Escritura con las cosas que suceden ahora entre

nosotros nos dará una impresión muy diferente, e inducirá a una fuerte

convicción de que los puestos avanzados de este último enemigo terrible ya

han cruzado nuestras fronteras. Porque ya no es posible negar el carácter

sobrenatural de la apostasía llamada Espiritualismo, que se está extendiendo

por el mundo con una rapidez inigualable, y que atrae a sus partidarios, y los

retiene mediante continuas exhibiciones de lo milagroso. Es vano hablar de

ese poder como de un mero malabarismo que ha convencido a algunos de la

élite del mundo literario, y que ha atrapado en sus mallas a muchos

científicos, que en un principio tan sólo se preocupaban por investigar con

fines de refutación. Nada puede ser más peligroso que la incredulidad

absoluta; porque los totalmente incrédulos, cuando de repente se enfrentan a

lo sobrenatural, son los más propensos a someterse por completo a los

sacerdotes de la nueva maravilla. Es mejor preguntar en oración si estas cosas

son posibles, y si es así, bajo qué luz nos enseña la Biblia a considerarlas.

Así estaremos armados contra todas las artimañas del Diablo.

No obstante, la exposición de la naturaleza e historia del Espiritualismo,

mostrando su aparente identidad con el pecado antediluviano, es un asunto

serio, de suficiente extensión, como para iniciarlo al final de este capítulo4.

4 N. del T. Estos temas son abordados en la segunda parte del libro (los capítulos XI al

XVI). La primera parte del libro ha tratado de “Las primeras eras de la Tierra”; la

segunda, de “su conexión con el Espiritualismo y la Teosofía moderna”.