las nuevas tendencias de la economÍa polÍtica y del...

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N.° 76 E. LAVELEYE. LA ECONOMÍA POÍ.ITICA Y EL SOCIALISMO. 215 ritu calmoso de un hombre del Norte. Es inútil citar sus cuadros uno por uno, todos son un prodigio. Otro pintor pequeño, de la escuela de Rubens, es Francisco Fvanck; en España tiene una nombradla que no merece, pues aunque le adornen buenas cualidades de ejecución, muy comunes entre los flamencos, es tan excesivamente amanerado, que cansa y disgusta. Seis cuadros suyos figuran en el Museo, y bastan para comprobar este aserto. Otra serie de artistas se dedicaron á representar escenas de familia, cacerías, etc., en tamaño peque- ño; la mayor parte holandeses; unos, discípulos ó imitadores de Rembrandt, y otros, que forman es- cuela particular; son numerosos y muy notables, pero desgraciadamente no tenemos obras suyas, ó por lo menos de la mayor parle. Aunque hay algu- nos cuadros de Adrián Van Ostade, no son suficien- tes; una gallina muerta (1441), que se supone de Metsú, es como si no hubiese nada de este autor. Nombres como los de Asselyn, Terburg, Kalf, Karel du Jardin, Mieris, Stcen, Netscher, Lairesse, Oou y otros muchos, son muy interesantes, para no tener que lamentar la gran dificultad que habrá siempre para poderlos ver figurar en el Museo. Del mismo Rembrandt no hay más que un cuadro, que aunque muy bueno, no basta para representar á tan grande y tan original maestro. De Pablo Po- ter, el pintor de animales, no hay nada tampoco. Afortunadamente de Felipe Wouvermans tenemos diez preciosos cuadritos. También se encuentran algunas perspectivas de Peter Neefs, paisajes de Momper y de Both, uno ó dos de Ruysdael, y exce- lentes floreros del Jesuíta Gerardo Zejers. SIGLO XVIII. Todo lo que el siglo anterior fue de brillo y es- plendor para las artes en los Países Bajos, fue lán- guido y decadente el siglo XVIII. Nada representa en el Museo la Pintura del Norte en este período en que Wander Werff es una de las principales ilustra- ciones, como no sean El Nacimiento (1438) y algu- nos retratos del sabio Rafael Mengs, que trató de conseguir la amalgama de las cualidades más sobre- salientes de Rafael, Corregió y Ticiano, para for- marse un estilo que oponer á los partidarios de la manera de Cortona, y Jordán que había cundido por todas partes; esfuerzo laudable con el que no ejer- ció influencia notable en los demás artistas. CEFEMNO ARAUJO SÁNCHEZ. (Continuará.) LAS NUEVAS TENDENCIAS DE LA ECONOMÍA POLÍTICA Y DEL SOCIALISMO. La economía política, que de buen grado llamarla ortodoxa; es decir, la ciencia, como la comprendie- ron y expusieron sus padres, Adam Smith, J. B. Say y sus discípulos, parecía definitivamente constitui- da. Como la Iglesia de Roma, tenía su Credo. Algu- nas verdades parecían tan sólidamente establecidas, tan irrefutablemente demostradas, que se las acep- taba como dogmas, y á los que de ello dudaban, considerábaseles heréticos, cuyas aberraciones podía sólo explicar su ignorancia. Estas verdades económicas no habían sido formuladas, sin duda, sin encontrar grandes oposiciones, y desde el prin- cipio hasta nuestros dias las habían atacado algu- nos escritores religiosos, acusándolas de materia- lismo y de inmoralidad, y diferentes sectas socia- listas que les censuraban sacrificar sin piedad los derechos de las clases desheredadas, á los privile- gios de los ricos; pero los economistas habían dado fácilmente cuenta de estos dos grupos de adversa- rios que, obedeciendo sólo á las inspiraciones del sentimiento, no habían profundizado las cuestiones que abordaban. Hoy los dogmas económicos en- cuentran contradictores mucho más terribles. En Alemania son los mismos profesores de economía política á quienes, por esta causa, se les llama Katheder-socialisten; es decir, «socialistas de cá- tedra.» En Inglaterra son los economistas que han estudiado más la historia y el derecho, y que mejor conocen los hechos comprobados por la ob- servación y por la estadística, como los señores Cliffe, Leslie, y Thorton; en Italia es un grupo de escritores distinguidos, Luzzatti, Forti, Lampertico, Cusmano,.-4. Morelli, que han expuesto sus ideas en un congreso celebrado el año último en Milán, y que tienen por órgano el Giornale degli Economis- ti; en Dinamarca es la excelente Revista económica el Nationaloe-konornish Tidskrift, publicada por los Sres. Frederiksen, V. Falbe, Hansen y William Scharling. No puede, pues, negarse que se trata aho- ra de una evolución científica muy seria, y que ésta exige atento examen. Procuraremos primero exponer el origen y carácter de estas nuevas ten- dencias de la economía política, y estudiaremos en seguida los escritos de algunos de los autores que mejor representan los diferentes matices de este movimiento, como también los de los socialistas que se atribuyen la misión de combatir. I. La nueva economía política comprende de distinta manera que la antigua el fundamento, el método, la misión v las conclusiones de la ciencia.

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N.° 76 E. LAVELEYE. LA ECONOMÍA POÍ.ITICA Y EL SOCIALISMO. 2 1 5

ritu calmoso de un hombre del Norte. Es inútil citarsus cuadros uno por uno, todos son un prodigio.

Otro pintor pequeño, de la escuela de Rubens, esFrancisco Fvanck; en España tiene una nombradlaque no merece, pues aunque le adornen buenascualidades de ejecución, muy comunes entre losflamencos, es tan excesivamente amanerado, quecansa y disgusta. Seis cuadros suyos figuran en elMuseo, y bastan para comprobar este aserto.

Otra serie de artistas se dedicaron á representarescenas de familia, cacerías, etc., en tamaño peque-ño; la mayor parte holandeses; unos, discípulos óimitadores de Rembrandt, y otros, que forman es-cuela particular; son numerosos y muy notables,pero desgraciadamente no tenemos obras suyas, ópor lo menos de la mayor parle. Aunque hay algu-nos cuadros de Adrián Van Ostade, no son suficien-tes; una gallina muerta (1441), que se supone deMetsú, es como si no hubiese nada de este autor.Nombres como los de Asselyn, Terburg, Kalf, Kareldu Jardin, Mieris, Stcen, Netscher, Lairesse, Oou yotros muchos, son muy interesantes, para no tenerque lamentar la gran dificultad que habrá siemprepara poderlos ver figurar en el Museo.

Del mismo Rembrandt no hay más que un cuadro,que aunque muy bueno, no basta para representará tan grande y tan original maestro. De Pablo Po-ter, el pintor de animales, no hay nada tampoco.

Afortunadamente de Felipe Wouvermans tenemosdiez preciosos cuadritos. También se encuentranalgunas perspectivas de Peter Neefs, paisajes deMomper y de Both, uno ó dos de Ruysdael, y exce-lentes floreros del Jesuíta Gerardo Zejers.

SIGLO XVIII.

Todo lo que el siglo anterior fue de brillo y es-plendor para las artes en los Países Bajos, fue lán-guido y decadente el siglo XVIII. Nada representaen el Museo la Pintura del Norte en este período enque Wander Werff es una de las principales ilustra-ciones, como no sean El Nacimiento (1438) y algu-nos retratos del sabio Rafael Mengs, que trató deconseguir la amalgama de las cualidades más sobre-salientes de Rafael, Corregió y Ticiano, para for-marse un estilo que oponer á los partidarios de lamanera de Cortona, y Jordán que había cundido portodas partes; esfuerzo laudable con el que no ejer-ció influencia notable en los demás artistas.

CEFEMNO ARAUJO SÁNCHEZ.

(Continuará.)

LAS NUEVAS TENDENCIAS

DE LA ECONOMÍA POLÍTICA Y DEL SOCIALISMO.La economía política, que de buen grado llamarla

ortodoxa; es decir, la ciencia, como la comprendie-ron y expusieron sus padres, Adam Smith, J. B. Sayy sus discípulos, parecía definitivamente constitui-da. Como la Iglesia de Roma, tenía su Credo. Algu-nas verdades parecían tan sólidamente establecidas,tan irrefutablemente demostradas, que se las acep-taba como dogmas, y á los que de ello dudaban,considerábaseles heréticos, cuyas aberracionespodía sólo explicar su ignorancia. Estas verdadeseconómicas no habían sido formuladas, sin duda,sin encontrar grandes oposiciones, y desde el prin-cipio hasta nuestros dias las habían atacado algu-nos escritores religiosos, acusándolas de materia-lismo y de inmoralidad, y diferentes sectas socia-listas que les censuraban sacrificar sin piedad losderechos de las clases desheredadas, á los privile-gios de los ricos; pero los economistas habían dadofácilmente cuenta de estos dos grupos de adversa-rios que, obedeciendo sólo á las inspiraciones delsentimiento, no habían profundizado las cuestionesque abordaban. Hoy los dogmas económicos en-cuentran contradictores mucho más terribles. EnAlemania son los mismos profesores de economíapolítica á quienes, por esta causa, se les llamaKatheder-socialisten; es decir, «socialistas de cá-tedra.» En Inglaterra son los economistas quehan estudiado más la historia y el derecho, y quemejor conocen los hechos comprobados por la ob-servación y por la estadística, como los señoresCliffe, Leslie, y Thorton; en Italia es un grupo deescritores distinguidos, Luzzatti, Forti, Lampertico,Cusmano,.-4. Morelli, que han expuesto sus ideasen un congreso celebrado el año último en Milán, yque tienen por órgano el Giornale degli Economis-ti; en Dinamarca es la excelente Revista económicael Nationaloe-konornish Tidskrift, publicada porlos Sres. Frederiksen, V. Falbe, Hansen y WilliamScharling. No puede, pues, negarse que se trata aho-ra de una evolución científica muy seria, y queésta exige atento examen. Procuraremos primeroexponer el origen y carácter de estas nuevas ten-dencias de la economía política, y estudiaremos enseguida los escritos de algunos de los autores quemejor representan los diferentes matices de estemovimiento, como también los de los socialistasque se atribuyen la misión de combatir.

I.

La nueva economía política comprende de distintamanera que la antigua el fundamento, el método, lamisión v las conclusiones de la ciencia.

216 REVISTA El-'BOPEA. 8 DE AGOSTO DE 1 8 7 5 . N.° 76

El punto de partida de los Kaiheder-socialistenes completamente distinto del de los economistasortodoxos, á quienes designan con el nombre de |MimcJiesterthuin, ó secta de Manchestor, porque, onefecto, la escuela de los librecambistas es quienha expuesto con mayor lógica los dogmas del Credoantiguo. Veamos cómo los nuevos economistas ex-ponen los puntos que les separan de la doctrinageneralmente admitida (4).

Adam Smith, y sobre todo sus sucesores, como jRicardo, Macculoch, J. B. Say y toda la escuela jllamada inglesa, seguían el método deductivo.Partían de ciertas micas sobre el hombre y sobre lanaturaleza, deduciendo las consecuencias. Rossi ca-racteriza exactamente este método al decir: «LaEconomía política, considerada en lo que tiene degeneral,- es más bien una ciencia de razón queuna ciencia de observación (2). Tiene por objetoel conocimiento reflejado de las relaciones quenacen de la naturaleza de las cosas... Busca lasleyes fundándose en los hechos generales y cons-tantes de la naturaleza humana.» En este siste-ma, el hombre es considerado como un ser quepersigue siempre y por todas partes su interés pri-vado, impulsado por este móvil bueno en sí mismo,porque es el-principio de su conservación, busca loque le es útil y que nadie puede discernir mejorque él. Si es, pues; libre de obrar como quiera,llegará á procurarse toda la felicidad que le seadado alcanzar. Hasta ahora siempre ha puesto elEstado trabas á la espansion de las fuerzas econó-micas; pero suprimidas estas trabas, y dirigiéndosetodos los hombres libremente á conseguir su bien-estar, se establecerá el verdadero orden en elmundo. La concurrencia universal y sin restricciónhace llegar á cada individuo al lugar que más leconviene y le permite alcanzar la justa retribuciónde su trabajo. Como dice Montesquieu: «La concur-rencia es quien fija el justo precio de las mercan-cías;» ella es el regulador infalible del mundo in-dustrial, como ley providencial que, en las tancomplicadas relaciones de los hombres reunidosen sociedad, hace reinar el orden y la justicia: Queel Estado se abstenga de toda intervención en lastransacciones humanas, que deje libertad com-pleta á la propiedad, al capital, al trabajo, á loscambios, á las vocaciones, y la reproducción de lariqueza llegará á su más alto grado, y con ella el

[i) Seguiremos principalmente aquí á Adolfo Held, Ueberder ge-genwartigeii Princpícnslreit in der Kaíio:ud cekcnomie,—á GustavoSchonberg, Die Volksivirl/'sch/'fls'ehre,—á Gustavo Schmoller, UcbercivigeGrundfraffC'l dea ñcchlx vnd der Yolksiiirltisch'tft,—á Contzen,Die A'ifgnbe der VolkamrlhschaflUllrc, — á Wagner, Die SodníeFrnge, — á L. Luzzalti, Bie natíonnl-'vkovomischen Schulcii Haliensund ihrtt Controvenen.

2̂) Ci'me d'écotiomie palilique, 2.a lección, año 1836.

bienestar general será lo más grande posible. Ellegislador no tiene para qué ocuparse de la distri-bución de la riqueza, que se realizará conforme álas leyes naturales y á los libres convenios. Unafrase dicha en el siglo último por Gournay, resumetoda la doctrina: Dejad hacer, dejad pasar. Conesta teoría, los problemas relativos al Gobierno delas sociedades se encuentran muy simplificados. Elhombre de Estado no necesita más que cruzarse debrazos, y el mundo se encamina por sí mismo á sufin. Este es, el optimismo de Leihnizt y Hegel, tras-portado á la política. Apoyados en esta doctrinafilosófica, los economistas enuncian ciertos princi-pios generales, aplicables á todos los tiempos y :itodos los pueblos, porque son de una verdad abso-luta. La economía política era esencialmente cos-mopolita, no teniendo para nada en cuenta la divi-sión do los hombres en naciones separadas y losdistintos intereses que pudieran resultar. De igualmodo que no se preocupaba de las necesidades óde las condiciones particulares resultantes de lahistoria de los diferentes Estados: sólo veía el biende la humanidad, considerada como una gran fami-lia, cual lo hace toda ciencia abstracta y toda la re-ligión universal, principalmente en el cristianismo.

Después de haber expuesto así la doctrina antigualos nuevos economistas, la critican, acusándola deno ver las cosas sino por un solo lado. Sin dudadicen, el hombre procura su interés; pero haymás de un móvil que influye en su alma y regulasus acciones. Al lado del egoísmo está el senti-miento de la colectividad, el gemeinsinn, la sociabi-lidad que se traduce por la formación de la familia,de la comunidad y del Estado. El hombre no es se-mejante al animal, que sólo conoce la satisfacciónde sus necesidades; es un ser moral que sabe obe-decer al deber, y que, formado por la religión ó porla filosofía, sacrifica con frecuencia sus satisfaccio-nes, su bienestar, y hasta su misma vida á su pa-tria, á la humanidad, á la verdad, á Dios. Es, pues,erróneo apoyar una serie de deducciones sobre elaforismo de que el hombre no obra sino bajo elimperio de un sólo móvil, el interés individual.«Estos hechos generales y constantes de la natura-leza humana,» de los cuales quiere Rossi que se de-duzcan las leyes económicas, son una concepciónimaginaria. En distintos países y en diferentes épo-cas los hombres obedecen á otros móviles, porquese forman ideas particulares del bienestar, del dere-cho, de la moral, de la justicia. El salvaje se pro-curará con qué subsistir cazando y degollando, encaso necesario, á sus semejantes; el ciudadano de laantigüedad reduciéndolos á la esclavitud para vivircon el fruto de su trabajo, el hombre moderno pa-gándoles un salario.

Teniendo los hombres, según los diferentes esta-

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(los de civilización, distintas necesidades, diversosmóviles y otras maneras de producir, de repartir yde consumirla riqueza, resulta de ello que los pro-blemas económicos no admiten esas soluciones pe-ñérales y apriori, que se pedían á la ciencia y queésta se atrevía á dar con demasiada frecuencia. Espreciso examinar siempre la cuestión, relativa-mente a un país dado, y por tanto, apoyarse enla estadística y en la historia. Do aquí ol métodohistórico y realista, como le llaman los Katheder-socialisten, es decir, fundado en los hechos (1). Enpolítica igualmente se trata hoy, no de descubriruna constitución ideal conveniente al hombre abs-Iracto, sino las formas de gobierno que estén másen relación con las tradiciones, las luces, el tempe-ramento y las necesidades de tal ó cual país.

Según los Katheder-socialisteti, es también unerror pretender, como lo ha hecho Bastiat, en susArmonías económicas, que el orden general resultadel libre juego de los egoísmos individuales, y quehasta, por tanto, suprimir todas las trabas para queel bienestar lo alcance cada cual en proporción ásus esfuerzos. El egoísmo conduce á los hombres ála iniquidad y á la expoliación. Es preciso, pues,reprimirle en vez de dejarle libre curso; esta es lamisión propia de la moral primero, del Estado, ór-gano de la justicia, después. Sin duda alguna, si loshombres fueran perfectos y sólo quisieran el bien,bastaría la libertad para hacer reinar el orden; perotales y como son, los intereses desencadenadosconducen al antagonismo, no á la armonía.El posee-dor de una industria desea que el salario baje y eltrabajador que suba. El propietario procura subirlos precios de los arrendamientos y el arrendatariobajarlos. Por todas partes triunfa el más fuerte ó elmás hábil, y en esta lucha sin tregua de egoísmos,nadie se preocupa de lo que mandan la moral y lajusticia. Precisamente en Inglaterra, donde todas lastrabas han sido abolidas y donde reina más com-pletamente la libertad industrial, la lucha de clases,el antagonismo de dueños y de trabajadores, sepresenta del modo más marcado y con aspecto másalarmante. Por ello en este país, que es por excelen-cia el de dejad hacer, se reclama desde hace algúntiempo la intervención del Estado para reprimir losabusos de los poderosos, y para proteger á los débi-les. Después de haber desarmado el poder, se leconfieren diariamente nuevas atribuciones. ¿No esesta la mejor prueba de que la doctrina económica dela libertad absoluta no trae una solución completa?

(1) Aunque en Francia no se haya constituido nueva escuela econó-

mica como pn Alemania, Inglaterra é Italia, muchos escritores siguen

el método histórico y recítela con una seguridad de erudición y una

riquexa de informes, que nadie ha superado hasta ahora: bástenos

cilar los trabajos de los señores Leoncio de ]a Vergne, L. Reyhaud,

Wolowski, Víctor Bonnet y Pablo L^roy-Beauüeu.

TOMO V.

Los nuevos economistas no profesan al Estadoel horror que hacia decir á sus predecesores, áveces que era una llaga, á voces que era un malnecesario. Para ellos, por el contrario, el Estadorepresenta la unidad de la nación, es el órgano su-premo del derecho, el instrumento de la justicia.Emanación de las fuerzas vivas y de las aspiracio-nes intelectuales do un país, está encargado de fa-vorecer su desarrollo en todas direcciones. Comolo prueba la historia, es ol más poderoso agente decivilización y de progreso. La libertad del individuodebe ser respetada y aun estimulada, pero es pre-ciso que permanezca sometida á las reglas de lamoral y de la equidad, y estas reglas, que son cadavez más estrictas á medida que las ideas de lo buenoy de lo justo so depuran, deben ser impuestas porel Estado.

La libertad industrial es cosa excelente. El librecambio, la libertad del trabajo y de los contratoshan contribuido enormemente á acrecer la produc-ción de la riqueza. Es preciso destruir todas lastrabas de la libertad, si existen todavía; pero al Es-tado corresponde intervenir; cuando las manifes-taciones del interés individual llegan á estar en con-tradicción con la misión humana y civilizadora de laEconomía política, produciendo la opresión y la de-gradación de las clases inferiores. Así, pues, el Es-tado tiene la doble misión de mantener la libertaden los limites trazados por el derecho y la moral, yde concederle su concurso allí donde su objeto,que es el progreso social, pueda alcanzarse mejorde esta manera que por los esfuerzos individuales,trátese de la mejora de los puertos, de las vias decomunicación, del desarrollo de la instrucción, delas ciencias, de las artes, ó de cualquier otro ob-jeto de utilidad general. La intervención del Estadono debe, pues, rechazarse siempre como lo deseanlos economistas exagerados, ni admitirse siemprecomo lo piden los socialistas. Cada caso debe exa-minarse aparte, teniendo en cuenta las necesidadesque hay que satisfacer y los recursos de la inicia-tiva privada. Es erróneo creer que la misión delEstado disminuye á medida que la civilización pro-gresa: hoy es de distinta naturaleza que bajo el ré-gimen patriarcal ó despótico, pero se extiende sincesar á medida que se abren nuevas vías á la acti-vidad humana y que se depura la apreciación de loque es lícito y de lo que no lo es. Esta opinión laha expuesto también con mucha energía en FranciaM. Dupont-White, en su libro: El individuo y elEstado.

Los Kalheder-socialisten censuran también á loseconomistas ortodoxos por haberse encerrado de-masiado exclusivamente en las cuestiones que tocaná la producción de la riqueza, desdeñando las queconciernen á la repartición y al consumo. Pretenden

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que han considerado al hombre como una fuerzaproductiva, sin preocuparse bastante de su destinoy de sus obligaciones como sor moral é inteligente.Según ellos, gracias á las maravillas de la cienciaaplicada á la industria, ésta proporcionaría los pro-ductos suficientes si se empleara todo el trabajocon utilidad, y si no se desperdiciara tantos es-fuerzos humanos para satisfacciones falsas y aunviciosas; el gran problema de nuestra época es loque se llama la cuestión social, es decir, la cues-tión de repartición. Las clases laboriosas quierenmejorar su suerte y obtener mayor parte de losbienes creados por el concurso del capital y deltrabajo. ¿En qué límites y con qué condiciones esesto posible? Hó aquí lo que se trata de saber. Antelos males que perturban y amenazan el cuerpo so-cial, se presentan tres sistemas: el que preconiza lavuelta á lo pasado y el restablecimiento del antiguorégimen; el socialismo, que aspira á un cambio ra-dical del orden social, y, en fin, la economía orto-doxa, que cree resolverlo todo por la libertad ypor la acción de las leyes naturales. Según losKatheder-socialisten, ninguno de estos tres siste-mas resuelve las dificultades que agitan la épocaactual. La vuelta á lo pasado es imposible, una mo-dificación general y brusca de la sociedad no lo esmenos, é invocar la libertad es contentarse en estepunto con vanas palabras, puesto que se trata deuna cuestión de derecho, de código civil y de orga-nización social. La repartición se hace, no sólo envirtud de contratos que evidentemente deben serlibres, sino principalmente en virtud de leyes civi-les y de sentimientos morales, cuya influencia yequidad deben apreciarse y juzgarse. So ha come-tido error al abordar los problemas económicos ais-ladamente, pues están unidos con intimidad á lapsicología, á la religión, a la moral, al derecho, álas costumbres, á la historia. Es preciso, pues, te-ner en cuenta todos estos elementos y no conten-tarse con la fórmula uniforme y superficial del dejadhacer. El antagonismo de las clases, que ha sido entodos los tiempos el fondo de las revoluciones poli-ticas, reaparece hoy con caracteres más graves quenunca, y pone, al parecer, en peligro el porvenir dela civilización. No hay que negar el mal; vale másestudiarlo bajo todas sus fases y procurar reme-diarlo con reformas sucesivas y racionales, pidien-do inspiraciones á la moral, al sentimiento de lojusto y á la caridad cristiana.

En resumen, mientras los antiguos economistas,partiendo de ciertos principios abstractos, creíanllegar por el método deductivo á conclusiones per-fectamente demostradas y en todas partes apli-cables, los Katheder-socialisten, apoyados en elconocimiento de los hechos pasados y presentes, sa-can, por el método inductivo ó histórico, solucio-

nes relativas que se modifican, según el estado de lasociedad á que se quieren aplicar. Convencidos unosde que el orden natural que preside á los fenómenosfísicos debe también gobernar las sociedades hu-manas, pretenden que, suprimidas todas las trabasartificiales, resultará del libre impulso de las voca-ciones la armonía de los intereses y de la emanci-pación completa de los individuos, la mejor organi-zación social y el bienestar más grande: piensan,por el contrario, los segundos que en el terrenoeconómico, como entre los animales, en la lucha porla existencia y en el conflicto de los egoísmos, elmás fuerte aplasta ó explota al más débil, á menosque el Estado, órgano de justicia, no intervengapara hacer atribuir á cada uno lo que legítimamentele corresponde. Opinan también que el Estado debecontribuir al progreso de la civilización. Finalmente,en vez de profesar con los economistas ortodoxosla opinión de que la libertad ilimitada basta paraponer término á las luchas sociales, pretenden quees indispensable una serie de reformas y de mejo-ras, inspiradas por sentimientos de equidad, si sequiere escapar á las disensiones civiles y al despo-tismo que llevan consigo. En Alemania, sobre todo,es donde la nueva escuela se ha desarrollado, ácausa de que la economía política figura allí entrelas ciencias, que tienen por objeto el Estado. Jamásse la ha tratado como rama aislada regida por leyesespeciales: aun los mismos discípulos ortodoxos dela escuela inglesa, como Rau, nunca han descono-cido los estrechos lazos que la unen á otras cienciassociales, especialmente á la política, y de buengrado han invocado los hechos. Desde que las ideasde Sinith y de sus discípulos empezaron á espar-cirse en Alemania, encontraron allí críticos queatendían, no sólo al acrecentamiento de la riqueza,sino al progreso general de la civilización, como elprofesor Lueder y el conde de Soden: Después hanllegado List, Stein, Roscher, Knies, Hildebrand, yhoy es ya una legión: Nassc, Schmoller, Held,Contzen, Scháffle, Wagner, Schónberg; G. Hirth,V. Bóhmert, Brentano, Cohn, von Scheel y Samter.

II.

Procuremos desentrañar lo que hay de verdaderoen las miras de la nueva escuela. En primer lugar,es cierto que no se ha logrado aún determinar cla-ramente el fundamento, el carácter y los límites dela economía política ni sus relaciones con las demásciencias del mismo orden. «Aunque tenga que ru-borizarse por la ciencia, dice Rossi, el economistadebe confesar que la primera de las cuestiones so-metidas á su examen, es la siguiente: «¿Qué es eco-nomía política? ¿Cuáles son su objeto, extensión ylímites?» Esta observación es muy fundada. Aun enel Diccionario de economía política, el escritor en-

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cargado de fijar la noción exacta, M. C. Coquelin,no logra distinguir si es un arte ó una ciencia.Quiere hacer de ella una ciencia y la define conDestutt de Tracy, el conjunto de verdades que re-sultan del examen de un asunto cualquiera. Hacesuyas estas palabras de Rossi: «La ciencia no tieneobjeto. Desde que se ocupa del empleo que puedehacerse de ella, cae en el arte. La ciencia, en todaslas cosas, no es más que la posesión de la verdad,»y M. Coquelin añade; «Observar y describir los fe-nómenos reales, hé aquí la ciencia; ella no aconseja,ni prescribe, ni dirige.» Después de haber aceptadoesta definición, el embarazo de M. Coquelin esgrande, y lo confiesa. El mismo Diccionario dondeescribe, contiene muchos artículos de los más im-portantes, que no so contentan con observar y des-cribir, sino que, por el contrario, aconsejan y pres-criben, condenando tal institución ó tal ley, y recla-mando su supresión. La economía política será,pues, un arte y no una ciencia. Admite que es á lavez una y otra, pero cuando quiere trazar la líneaque los separa, llega á esta singular confesión deimpotencia. «¿Intentaremos realizar desde ahoraentre la ciencia y el arte, una separación más clara,imponiéndoles nombres distintos? No; nos basta in-dicar la distinción; el tiempo y la mejor inteligenciadel asunto harán lo demás.» Las ineertidumbres,las oscuridades que se encuentran en la mayorparte de los autores cuando se trata de precisar elobjeto de la economía política, provienen quizá deque se ha querido hacer de ella una ciencia de ob-servación como la historia natural, ó una cienciaexacta, como las matemáticas, y de que se ha pre-tendido encontrar en ella leyes fijas ó inmutablescomo las que gobiernan el universo físico. Trate-mos de esclarecer ambos puntos; como son funda-mentales, el verdadero carácter de la economía po-lítica, resultará del debate.

Distínguense generalmente tres categorías deciencias; las ciencias exactas, las ciencias natura-les y las ciencias morales y políticas. Las cienciasexactas se llaman así porque, especulando sobredatos abstractos, claramente definidos, números,lineas, puntos, figuras geométricas, llegan, razo-nando con exactitud, á conclusiones perfectamenterigurosas é inatacables: tales son la aritmética, elálgebra, la geometría. Las ciencias naturales obser-van y describen los fenómenos de la naturaleza y seesfuerzan por descubrir las leyes que los gobiernan:tales son la astronomía, la física, la botánica, la fisio-logía. Las ciencias morales y políticas se ocupan delas ideas; de los actos del hombre y de las creacio-nes de su voluntad; las instituciones, las leyes, elculto: estas ciencias son, la filosofía, la moral, elderecho, la política. ¿En qué categoría debe com-prenderse la economía política?

Algunos escritores, entre ellos M. Du Mesnil-Marigni en Francia, M. Walras en Suiza, y M. Jevonsen Inglaterra, han intentado resolver ciertos pro-blemas económicos, poniéndolos en formas alge-braicas (1). No creo que hayan aclarado mucho deeste modo los puntos difíciles á que han aplicadodicho método. Los fenómenos económicos estánsometidos á infinidad de influencias diversas y va-riables, que no se pueden representar por cifras; nose prestan, pues, á las deducciones rigurosas quellevan consigo las matemáticas. Los datos que serefieren á las necesidades de los hombres, al valorde las cosas, á las riquezas, no son absolutamentefijos, y las variaciones dependen de la opinión,de la moda, del clima, de infinidad de circunstan-cias que es imposible hacer entrar en una ecua-ción algebraica. La economía política no puede,pues, comprenderse en la categoría de las cienciasexactas. Se la censura y aun se la niega el título deciencia, porque no puede llegar á resultados mate-máticos rigurosos, y en esto consisten, por el con-trario, bajo cierto punto de vista, su superioridad ysu grandeza. No puede tener la pretensión de llegará soluciones rigurosamente absolutas, porque es-pecula, no sobre elementos abstractos y perfecta-mente definidos, sino sobre las necesidades y sobrelos actos del hombre, ser libre y moral, «variablesy diversos», obedeciendo á móviles que no puedendeterminarse con precisión, ni, sobre todo, medirsecon números.

El mayor número de los economistas, sea por ladefinición que dan del objeto de sus esludios, seapor la idea que tienen de su misión, hacen de ellauna ciencia de observación y de descripción, «unarama de la historia natural del hombre», como diceM. Coquelin. Este escritor explica claramente supensamiento en los siguientes términos. «La anato-mía estudia al hombre en la constitución física de suser; la fisiología en el juego de sus órganos, la his-toria natural, tal y como la han practicado Buffon ysus sucesores, en sus costumbres, en sus instintos,en sus necesidades y con relación al lugar que ocu-pa en la escala de los seres: la economía política loestudia en la combinación de sus trabajos. ¿No es unaparle do los estudios del naturalista, y una de las másinteresantes, observar el trabajo de la abeja en lo in-terior de una colmena, estudiando el orden, las com-binaciones y la marcha? Pues bien, el economista,mientras sólo cultiva la ciencia, hace exactamente.

(1) M. A. Walras ha publicado en 1831 una obra titulada Uc la

iValure de la riches^e, el de L'urigitte de la vafeur, donde intenta demos-

trar, fin el capítulo x.vu, «que la economía política es una ciencia mitfi-

mátiea.» Véase Stanley Jevons, Tlieury of política1, cconomy, 1871.—

León Walras, Elémens d'economie p:>!iliqiiepure, 1874.—Cournot pu-

blicó en 1830 sus Hccliercliea sur les principes ííiíhemaíiques de la

theorie des ricHessc*.

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lo mismo con relación á esta abeja inteligente quese llama el hombre; observa el orden, la marcha yla combinación de sus trabajos. Ambos estudios sonabsolutamente de la misma naturaleza.); Bajo esteconcepto, según se ve, la economía política no esuna ciencia moral. No se ocupa de realizar unbien, ni de llegar á ideal, ni de cumplir deberes: lebasta ver y describir cómo trabaja el animal huma-no, para llegar á la satisfacción de sus necesidades.,1. B. Say profesaba estas ideas, cuando, al frentede su famoso libro, y como título de esta obra tanesparcida, ponía la definición constantemente re-producida después de: Tratado de Economía políticaó simple exposición de la manera cómo se forman,se distribuyen y se consumen las riquezas. Iiastiat,con esa precisión de lenguaje, esa vivacidad y esabrillantez de estilo que ocultaban á veces nocionesbastante superficiales, ha insistido mucho para hacerde la economía política una ciencia puramente des-criptiva. «La economía política, dice, no imponenada, no aconseja nada, describe cómo la riqueza seproduce y se distribuye, lo mismo que la íisiologíadescribe el juego de nuestros órganos.» Bastiatcreía aumentar la autoridad de los principios eco-nómicos atribuyéndoles el carácter objetivo, desin-teresado, impersonal de las ciencias naturales; olvi-daba que todos sus escritos y su propaganda activaen favor del libre cambio contradecían su defi-nición.

En un libro muy bien hecho, pero donde el mis-mo rigor de los razonamientos hace aparecer mejorel error de las premisas, cuando son falsas, AntonioElíseo Cherbuliez expresa la idea de .1. B. Say, deBastiat y de Coquelin, con más claridad aún. «Laeconomía política, dice, no es la ciencia de la vidahumana ó de la vida social, ni aun la del bienestarmaterial de los hombres. Existiría y no cambiaríade objeto, ni de fin, aun en el caso de que las ri-quezas, en vez de contribuir á nuestro bienestar,no influyeran para nada en él, siempre que conti-nuara su producción, circulación y distribución (1).»

Para dar el autor á la ciencia un carácter abso-luto que no puede tener, emite una hipótesis ver-daderamente contradictoria. Olvida que un objetono es riquezf., sino porque responde á una de nues-tras necesidades y contribuye á nuestro bienestar.Suponer riquezas que para nada influyen en nuestrobienestar, es admitir que hay riquezas que no sonriquezas.

(1) Véase Cherbuliez, Precia de la selencie ecohomique, t. I.M. Cberbuüez tenía mucho empeño en constituir una economía polí-tica pura A semejanza de las matemáticas puras. «La ciencia económica,dice, tiene por objeto descubrí'1: ia verdad, no producir un resultadopráctico; ilustrar á los hombres, no hacerlos mejores ó más felices, y lasverdades que descubre, no pueden ser más que teorías ó juicios fundadosen estas teorías, no reglas imperativas, no preceptos de conducta indivi-dual ó de administración,» t. I, pág. 10 de la misma obra.

Los economistas que atribuyen á la economíapolítica el rigor de las ciencias exactas, ó el carác-ter objetivo de las ciencias naturales, olvidan quees una ciencia moral. Ahora bien, las ciencias mo-rales no se limitan á describir lo que es, sino quedicen también lo que debe ser. ¡Singular moralistasería quien se contentara con analizar las pasionesdel hombre y desdeñara hablarle de sus deberes!El objeto de lo moral es precisamente determinarlo que debemos á Dios, á nuestros semejantes y anosotros mismos, cuáles son las cosas que debemoshacer y cuáles evitar para llegar al grado de per-fección que nos es dado alcanzar. De igual maneraen política no basta enumerar las diferentes formasde gobierno que existen, ni siquiera tratar unaconstitución ideal para los hombres perfectos; esnecesario que nos enseñe cuáles son las institucio-nes que convienen más á tal pueblo ó á tal situa-ción, y cuáles son las más favorables al progreso dela especie humana. De esta manera no figurarán enel mismo grado y á igual altura el despotismo, queahoga la espontaneidad humana, y la libertad quedesarrolla nuestras más nobles cualidades; perodeberá decir también cuáles son las condicionesque hacen duraderas las instituciones libres, ycuáles las faltas ó las debilidades que hacen inevi-table el gobierno despótico.

De igual manera" el economista no puede con-tentarse con describir cómo se produce y so distri-buye la riqueza. Este estudio es por si largo y mu-cho más difícil de lo que Say y sus discípulos sos-pechan, porque no basta estudiar lo que pasa en unsolo país; y las formas de producción y de distri-bución varían en las diversas naciones; pero estaos la menor parte de la empresa del verdadero eco-nomista; es preciso que demuestre también cómodeben organizarse los hombres, cómo deben produ-cir y distribuir la riqueza para que todos ellos esténprovistos, en cuanto sea posible, de las cosas queconstituyen su bienestar. Y no basta esto ; es pre-ciso que busque los medios prácticos para conse-guir el fin que indica. Así pues, ¿sí encuentra en unpaís las aduanas interiores, de provincia á provincia,ó los fielatos, deteniendo los cambios á las puertasde todas las poblaciones, ¿se limitará á hacer cons-tar el hecho como lo haría el naturalista ó como loquieren Bastiat y Cherbuliez? Evidentemente no;demostrará los resultados funestos do estas institu-ciones , aconsejará su abolición ó investigará cómopuede llegarse á ella. Si habita en un país que creeaumentar su poder y su felicidad haciéndose temerde sus vecinos por la extensión de sus armamentos.,no titubeará en demostrar que ningún pueblo tieneinterés en subyugar á los otros, ni aun en debilitar-les, y que una nación no puede vender ventajosa-mente sus más costosos productos, sino en el caso

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de tener vecinos ricos que se los paguen. Los mis-mos economistas, empezando por M.- Bastial, olvi-dando sus definiciones, han consagrado toda suenergía á aconsejar y á reclamar la abolición de lastarifas protectoras. ¿Contentábanse acaso con obser-var y describir cuando fundaban su publicación elFree Trade y corrían de meeting en meeting paraconquistar la opinión?

Existe entre las ciencias naturales y la economíapolítica una diferencia fundamental que no ha sidosuficientemente puesta en relieve. Las primeras seocupan de los fenómenos de la naturaleza, fuerzasfatales que no podemos modificar, sino sólo com-probar. Las ciencias morales, y por tanto la eco-nomía política, se ocupan de hechos humanos,resultados de nuestro libre albedrío, que pode-mos modificar para hacer los más conformes á loque exigen la justicia, el deber y nuestro bien-estar. Nótese bien de qué distinta manera obranlos naturalistas y los economistas. Los primarosven los terremotos derribar los pueblos, enfriarselos planetas y perder toda huella de vida animal óvegetal. Buscan la causa de estos hechos, y nolienen la pretensión do modificarlos. Por el con-trario, cuando los economistas encuentran leyes,reglamentos ó costumbres desfavorables al acre-centamiento del bienestar, los combaten y procu-ran que sean abolidos. Como el médico que, des-pués de haber observado la enfermedad, indica elremedio , el economista debe primero darse cuentade los males que sufre la sociedad é indicar enseguida los medios de curarlos. Roscher ha dichoque la economía política era la fisiología del cuerposocial; lo es , en efecto; pero es más todavía, estambién la terapéutica.

Lo que ha sembrado de errores graves, y sobretodo restringido singularmente los estudios econó-micos, es la idea fundamental, común á Adam Smithy á la mayoría de los filósofos de su tiempo, de quelos hechos sociales están regulados por leyes na-turales, que, sin los vicios de las instituciones,conducirían los hombres á la felicidad. Los filósofosdel siglo XVIII creían en la bondad nativa del hom-bre y en un orden natural; era el dogma fundamen-tal de su filosofía y de su política. Como ha demos-trado sir Enrique Maine, esta teoría ora procedentede la filosofía griega, pasando por los juristas ro-manos y por el Renacimiento. «Todo está biencuando sale de las manos de la naturaleza,« repitesin cesar Rousseau. «El hombre es naturalmentebueno,» dice Turgot. Sobre esta idea, aplicada algobierno de las sociedades, Quesnay y su escuelafundaron su doctrina, que, con exactitud, llamaron.fisiocracia ó reinado de la naturaleza; es decir, elimperio devuelto á las leyes naturales po' la aboli-ción de todas las leyes humanas que estorban su

aplicación. Adam Smith tomó á los fisiócratas elfondo de las ideas de su lamoso libro, titulado De lariqueza de las naciones, libro que hubiera dedicadoá Quesnay, de no impedirlo la muerte del doctor.Cree, como los fisiócratas, en el código de la natu-raleza. «Suprimid todas las trabas, dice, y un sen-illo sistema de libertad natural se establecerá por

sí mismo. M. Cliffe Leslie, en su bello estudio so-bre la economía política de Adam Smith, ha demos-trado perfectamente que todo en el siglo XVIII veníaá corroborar este sistema de libertad ilimitada, fun-dado en la idea predominante de la bondad delhombre y de la perfección de la naturaleza.

A partir de la Reforma, empieza este gran movi-miento de los ánimos que aspira á la libertad reli-giosa y civil, á la igualdad de los derechos, y que seinsurrecciona contra la tiranía de los sacerdotesy de los reyes. Viendo los gobiernos y las malasleyes empobrecer á los pueblos con impuestos ini-cuos, perturbar el trabajo con reglamentos absur-dos, arruinar la agricultura con cargas abrumado-ras, los que se ocupaban de cuestiones socialesllegaron necesariamente á reclamar la abolición detodas estas instituciones humanas, para volver á unorden mejor, que se llama el derecho natural, lalibertad natural, el código de la naturaleza.

Bajo el imperio de estas ideas, los fisiócratas enFrancia, y Smiíh en Inglaterra, trazaron el progra-ma de las reformas económicas, y la Revoluciónfrancesa intentó sus reformas políticas. El puntode partida de esta profunda evolución, que arrastrópor un momento á la Europa entera, pueblos y so-beranos, desde Ñapóles hasta San Petersburgo, erauna confianza entusiasta en la razón y en los bue-nos sentimientos del hombre, como en el orden deluniverso; era el optimismo de Leibnitz, bajado delas nubes'tie la abstracción filosófica y aplicado á laorganización de las sociedades. El buen sentido deVolUire le hizo advertir el error del sistema, y es-cribió Cándido y La destrucción de Lisboa. En unacarta de conmovedora elocuencia defendió Rous-seau el optimismo, que era la base de sus ideas,como de las de su ópoca y de la Revolución francesa.

Cosa curiosa; Fourier es quien ha sacado las últi-mas consecuencias del optimismo fisiocrático de loseconomistas. El egoísmo y los vicios de los hom-bres daban, al parecer, un mentís al sistema de quetodo es bueno y de que, con la libertad, todo se ar-regla del mejor modo en el mejor de los mundos. Sehabía dicho también que los vicios de los particularescontribuían al bienestar general. Smith había soste-nido igualmente que, procurando sólo los hombressu interés, hacían siempre la cosa más útil para lanación, y que los ricos, por ejemplo, no buscandomás que la satisfacción de sus caprichos, ocasiona-ban la distribución más favorable de los productos

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«como si estuvieran dirigidos por una mano invi-sible. »

Se continuaba, sin embargo, diciendo que erapreciso combatir el egoísmo y reprimir los vicios.Esto era reconocer un elemento perturbador; resul-tando que no se arreglaba lodo perfectamente envirtud de la libertad absoluta. Por una lógica queno se detenia ni ante lo absurdo, ni ante lo in-moral, construyó Fourier, como Platón, una ciudadideal, el falansterio, donde todas las pasiones seutilizaban como fuerzas productivas, y los vicios setrastornaban en elementos de orden y de instabili-dad, no habiendo por tanto nada que reprimir. Estoera verdaderamente la libertad natural, el reinadode la naturaleza. Se hacía el orden con el desorden.Como M. Gaussidiere, en 1848, Pedro Leroux ha de-mostrad© perfectamente que Fourier tomó el ger-men de m sistema del viaje de Bougainville, ofre-ciendo al siglo XVIH en el edén de la isla de Otahitiel cuadro de felicidad que goza el hombre de la na-turaleza, emancipado de las leyes y de las conven-ciones humanas. Diderot se hizo eco del entusiasmoque provocó este excitante croquis de las costum-bres primitivas. Era lógico; si todo está bien en lanaturaleza, el hombre natural es quien debe sernuestro modelo. El dejad hacer absoluto nos con-duce á la isla de Taiti.

Hasta el dia, el mayor número de los economis-tas han continuado sometidos á las ideas del opti-mismo iisiocrático que han presidido al nacimientodo su ciencia, tanto en Francia como en Inglaterra.Hablan sin cesar del orden natural de las socieda-des y de las leyes naturales, é invocan éstas, que-riendo que sean las únicas que imperen. Parano multiplicar las citas sólo haré -una, tomándolaá uno de los más eminentes y de los menos sistemá-ticos economistas contemporáneos, M. H. Passy.«La economía política, dice, es la ciencia de las le-yes, en virtud de las cuales la riqueza se forma, sereparte y se consume. Ahora bien, nos basta ha-cer constar estas leyes y reclamar su aplicación.El objeto que debe conseguirse es el mayor bienpara todos, pero los economistas más ilustrados nodudan que las leyes naturales son las únicas queconducen á él, y que es imposible á los hombressustituir sus propios conceptos á los de la sabidu-ría divina.» Hé aquí perfectamente resumida lapura doctrina económica en este punto, y fácil se-ría demostrar que es una idea sin sentido que noresponde á nada real, y que está en oposición radi-cal con el cristianismo y con los hechos.¿,. Busco estas leyes naturales de que siempre sehabla y no las encuentro. Comprendo que se em-pleen estas palabras cuando se trata de los fenóme-nos del universo físico que, en efecto, ateniéndo-nos á lo infinitamente poco que de él sabemos,

parece obedecer á leyes inmutables. Hasta admi-tiré que se invoquen leyes naturales respecto álos animales que viven y se alimentan del mismomodo, pero no respecto al hombre, ser perfec-tible, cuyos hábitos, costumbres é institucionescambian sin cesar. Las leyes que rigen la produccióny sobre lodo la repartición de la riqueza son muydistintas en los diversos países y en los diferentestiempos. ¿Dónde están en vigor las leyes naturales?¿Es como creían Rouseau, Diderot y Bongainvilleen las islas del Pacifico, donde los productos espon-táneos del suelo permiten vivir sin trabajar en elseno de la inocente comunidad de bienes y de mu-jeres? ¿Es en la antigüedad, donde la esclavitud delos trabajadores, procuraba á lo más escogido delos ciudadanos el medio de conseguir el ideal de laverdadera aristocracia? ¿Es en la Edad Media, bajoel régimen del feudalismo y de las corporaciones,en esa Edad de oro en que el pontificado mandabaá los pueblos y á los reyes? ¿Es en Rusia, donde latierra pertenece al Czar, á la nobleza y á municipa-lidades que reparten periódicamente el territoriocolectivo entre todos los habitantes? ¿Es en Ingla-terra donde, gracias á los mayorazgos, el suelo esmonopolio de corto número de familias, ó en Fran-cia donde las leyes de la revolución reparten Xatierra entre cinco millones de propietarios, á riesgode desmenuzarla en parcelas? La riqueza industrialera producida antes en el hogar doméstico por el ar-tesano, ayudado de sus compañeros, hoy se produceen grandes talleres, por un ejército de trabajadoresunidos á los movimientos inexorables de la máquinade vapor; ¿cuál de estos dos modos de producciónes conforme al orden natural? Primivamenle la tierraera en todas partes propiedad indivisible de la tribu,y este régimen estaba tan generalizado, que hubierapodido verse en él una ley natural; hoy en los paí-ses que han llegado al período de la industria, lapropiedad individual que antes sólo existía para losbienes muebles, se aplica también á los inmuebles.¿Hay en esto una violación del orden providencial?Bajo el imperio de nuevas ideas de justicia y de cier-tas necesidades económicas, todas las intitucionessociales se han modificado, y es probable que aún semodifiquen. No debe, pues, estar prohibida la in-vestigación para mejorarlas si se las cree imper-fectas. «.Dejemos hacer, exclama el economista, lalibertad responde á todo.» Sin duda, pero ¿qué debohacer? Las leyes no se hacen solas; nosotros so-mos quienes las votamos y el economista debe ha-cerme saber cuáles son las que conviene adoptar.Dirá con M. Passy: «No es preciso que los hombressustituyan sus propias concepciones á las de la sa-biduría divina.» Pero el código civil, que arreglahoy en Francia la repartición de las riquezas, ¿esuna emanación de la sabiduría divina? ¿No es más

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bien producto de los conceptos jurídicos de loshombres de la revolución francesa? Cuando, comoH. Le Play, se quiere restablecer la libertad testa-mentaria, ó cuando se propone como en las Cáma-ras belgas restringuir los grados de la sucesiónabintestato, se violan los decretos déla sabiduríadivina? Los economistas olvidan que la base detodo régimen económico en los pueblos civilizados,son las leyes hechas por los legisladores, que, portanto, pueden ser variadas si es preciso, y no su-puestas leyes naturales, inmutables, á las cuales esnecesario someterse ciegamente para siempre.

In sodelate^ aut vis aut lew viget, ha dicho Bacon.Si no queréis el reinado de las leyes, caeréis en elreinado de la fuerza. Entre los hombres que se en-cuentran en estado de naturaleza, Lodo perteneceal más fuerte. La misión del Estado consiste, por elcontrario, en hacer que la justicia presida á larepartición de bienes y que cada cual goce de losfrutos de su trabajo. Suprimid toda intervención delEstado y aplicad el dejad hacer absoluto, y todo esobjeto de presa, como dice Bossuet. El mejor ar-mado degüella al que está menos preparado á lalucha, y se alimenta con su carne ó con los produc-tos de su trabajo. Esto es precisamente lo que su-cede entre los animales, entre los que, la lucha porla existencia, de que habla üarwin, ocasiona que lasespecies mejor dotadas reemplacen á las que lo estánmenos. Los economistas positivistas dicen también,conforme á la idea de Darwin, que toda posiciónmejor, es consecuencia de aptitudes superiores en elque la conquista. Todo lo que llega á ser, está bienhecho. Todo hombre tiene en cualquier parte elbienestar que de derecho le corresponde, lo mismoque toda nación el gobierno que merece. Tantopeor para los débiles y los simples. ¡Plaza á losfuertes y á los hábiles! La fuerza no se sobrepone alderecho, pero la fuerza es atributo necesario delderecho. Hé aquí la ley natural.

Los que sin cesar invocan las leyes naturales yrechazan lo que llaman las organizaciones artificia-les, olvidan que el régimen de los países civilizadoses el resultado del arte político y económico, y queel régimen natural, es el de las tribus salvajes. Enestas, reina, en efecto, la ley de Darwin como entrelas especies animales: no hay reglamento, ni Esta-do, ni traba alguna; libertad completa en todo ypara todos. Este era el ideal de Rousseau, fiel entodo á la idea del código de la naturaleza. La civi-lización consiste, por el contrario, en la lucha con-tra la naturaleza. A medida que la agricultura y laindustria se perfeccionan, empleamos cada vez ma-yor número de medios artificiales, inventados por laciencia, para procurarnos con qué satisfacer nues-tras necesidades. Gracias al arte de curar y de man-tener la salud, combatimos las enfermedadeá con que

la naturaleza nos aflige, y llevamos el término mediode la vida de veinte á cuarenta años. Por medio delarte de gobernar, los jefes del Estado hacen reinarel orden y permiten á los hombres trabajar y mejo-rar su suerte, en vez de guerrear sin tregua comolas fieras, á fin de defenderse ó de vengarse. Al artede hacer buenas leyes se debe la seguridad y lapropiedad de la vida. Luchando contra nuestras pa-siones, logramos desempeñar nuestros deberes.Todo es resultado del arte, porque la civilizaciónes en todo opuesta al estado de naturaleza. El hom-bre de la naturaleza no es ese ser bueno y ra-zonable, soñado por los filósofos; es un animalegoísta, que procura satisfacer sus deseos, sin cui-darse de los derechos de los demás; inconscientedel mal, atropellando á quien le opone un obstáculoy apenas son bastantes todos los frenos de la mora),de la religión y de las leyes para plegarlo á lasexigencias del orden social. En él es preciso domará la fiera, de lo contrario, pone la civilización enpeligro. Es, pues, peligroso error el de creer quebasta desarmar el Estado y emancipar á los hombresde toda traba, para que se restablezca el orden.

En economía política sólo descubro una ley natu-ral, la de que el hombre, para vivir, debe alimen-tarse. Todo lo demás está regulado por las costunf-bres, por las leyes que, sin cesar se modifican, yque, á medida que la justicia y la moral extiendensu imperio, se alejan cada vez más del orden natu-ral, donde reinan la fuerza y el acaso. Si hay una leynatural que parezca ineludible, es la que manda átodos los seres vivientes procurarse su subsistenciacon sus propios esfuerzos: el hombre, sin embargo,ha llegado á emanciparse de esta ley, y gracias á laesclavitud y á la servidumbre, se ha visto á los másfuertes vivir ociosos, á costa de los más débiles.Sin duda» todo lo que se hace, es por causa deciertas necesidades que en rigor pueden llamarsenaturales, pero la lucha contra estas necesidades,es lo que produce los cambios y la perfección en lassociedades humanas. De que existan institucionesy leyes, no se puede deducir que sean necesarias,inmutables, únicas conforme al orden natural.

III.

El optimismo fisiocrático que ha inspirado la eco-nomía política en sus principios, y'que se mezclaaun hoy á casi todas sus especulaciones, no sóloestá desmentido por los hechos, sino en oposicióncon el principio fundamental del cristianismo. Hayuna escuela que ha censurado como ciencia inmo-ral á la economía política, porque impulsaba alhombre á no desear más que los bienes materialesy á vivir tan sólo para la satisfacción de los senti-dos. Como la economía política tiene por objetoinvestigar la manera de organizarse las sociedades

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para llegar al bienestar general, se ocupa, en efec-to, de los bienes materiales; en esto sólo se alojadel ascetismo, no del cristianismo, que no exigeque nos privemos de todo; pero la idea de que elorden se establece espontáneamente en la sociedad,como en el universo, en virtud de leyes naturales,es opuesta al concepto cristiano del mundo y dela humanidad. Según el cristianismo, el hombre estan profundamente malo que necesita la interven-ción directa de Dios, y de la operación constantede su gracia para mantenerlo en la buena vía y parasalvarle; el mundo mismo es de tal modo presa delmal, que los cristianos han esperado largo tiempo,y ciertas sectas esperan todavía, la palingenesia,«nuevos cielos y nueva tierra,» conforme á las es-peranzas mesiánicas; es preciso, pues, combatir elmal en nosotros por el sentimiento del deber, y,fuera de nosotros, por las leyes donde se traduce elsentimiento de lo justo. Para creer, con los econo-mistas ortodoxos, que del dejar hacer ilimitado re-sulta espontáneamente el mejor orden, es precisosuponer al hombre bueno ú obediente por nece-sidad á inspiraciones que le hagan obrar conformeal bien general. Esta idea no sólo es contraria alcristianismo, sino que, además, está desmentida porlos hechos. Desencadenad la fiera humana y ten-dréis la guerra de todos contra lodos, el bellwmomnium contra omnes, do Hobbes, primitivamenteen las cavernas prehistóricas, teatros de la antropo-fagia, después en los bosques de los tiempos bárba-ros, hoy en las esferas de la industria. De la mismanaturaleza no reina un orden de justicia que poda-mos tomar por modelo, y, á lo más, encontramosen ella una especie de equilibrio brutal, que lla-mamos orden natural. En la naturaleza, como enla historia, triunfa con frecuencia lo inicuo y su-cumbe lo justo; cuando un ave pescadora, á fuer-za de paciencia y de habilidad, logra coger unapresa que lleva á sus hambrientos polluelos, y unáguila, ladrón de los aires, se lanza y le arrebata elfruto de sus esfuerzos, el sentimiento de equidad sedespierta en nosotros, como cuando un amo ociosoobliga á su esclavo á mantenerle con el productode su trabajo. Si Cain, el hombre de la caza y de laguerra, mata á Abel, el pastor pacífico, nos pone-mos de parte de la víctima contra el asesino; deeste modo ncs sublevamos sin cesar contra los he-chos que se realizan en la naturaleza y en la so-ciedad.

Los chinos y las mujeres sencillas, que ven encuanto sucede un efecto de la voluntad divina, sonoptimistas, como los economistas que creen en elimperio de las leyes naturales. Optimismo fisiocrá-tico era también el Juicio de Dios y las ordalías quese encuentran en todos los pueblos, porque estacostumbre procede de la idea de que Dios hace

siempre triunfar al inocente. Job, por el contrario,protesta contra esta inmoral doctrina, é Israel ven-cido y dispersado entre las naciones, no desesperade la justicia y aguarda el dia de la reparación. Sinduda los hechos existentes y la organización actualson resultado necesario de ciertas causas; pero es-tas causas no son leyes naturales, son hechos hu-manos; las ideas, las costumbres, las creencias pue-den modificarse, y modificándolas, resultarán otrasleyes y otras costumbres.

La teoría de las leyes naturales ha tenido aúnotras dos consecuencias perniciosas, ha alejado todanoción de un ideal á que pueda aspirarse y ha redu-cido singularmente las conclusiones de la economíapolítica. En los escritos de los economistas ortodo-xos nunca se habla del objeto final que convienealcanzar, ni de las reformas que podría imponer lajusticia. ¿Se verifica la repartición del modo másfavorable al progreso de la humanidad y á la felici-dad de lodos? ¿Es el consumo conforme á las leyesmorales? ¿No debería desearse que hubiera menosescasez en las clases inferiores y menos lujo en lasclases superiores? ¿No tenemos deberes económicosque cumplir? Desde la época primitiva la organiza-ción social se ha modificado profundamente. ¿Nocambiará todavía, y en qué sentido? Hé aquí variascuestiones que la economía política oficial no abor-da, porque según dicen, no entran en su cuadro.Hemos visto que Bastiat y Cherbuliez han indicadola razón. La ciencia rigurosa no se ocupa de lo quedebe ser, sino sólo de lo que es; no puede, pues,proponer ni perseguir un ideal. Describe sencilla-mente cómo se produce, se consume y se repartela riqueza, de aquí resulta la pobreza de sus conclu-siones prácticas. En efecto, basta proclamar la li-bertad para que todo se arregle perfectamente y seestablezca la armonía. Su programa está próximo áverse realizado enlos pueblos que, como Inglaterra,Holanda y Suiza, han admitido el libre cambio y lalibre concurrencia. Hubiera, sin duda, prestado granservicio provocando la supresión de sus trabas quedetienen la espansion de las fuerzas productoras yuna distribución mejor del trabajo; pero hoy su mi-sión está casi terminada. Llegamos á las últimaspáginas del libro y pronto no habrá más que cerrar-lo y ponerlo, con reconocimiento y respeto, en losestantes de nuestras bibliotecas. Creo que en estepunto, las criticas de los Katheder-socialisten sonfundadas. Pretendiendo hacer de la economía polí-tica una ciencia exacta, rigurosa, con frecuencia seha reducido demasiado su dominio: no puede ais-larse de la política, de la moral, del derecho, de lareligión. Puesto que busca cómo pueden llegar me-jor los hombres á la satisfacción de sus necesidades,debe decirnos cuáles son las formas de gobierno,de propiedad, de culto; los modos de repartición;

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las ideas morales y religiosas más favorables á laproducción de la riqueza. Preciso es que nos indiqueel ideal a que debe aspirarse y los medios de con-seguirlo. Bueno es obtener la libertad, pero es in-ilispensable saber el uso que conviene hacer de ella.Lo mismo en la sociedad civilizada que en la selvaprimitiva, la libertad, si no la limitan las prescrip-ciones de la moral y del derecho, conduce á laopresión del débil y á la dominación del más fuerteó del más hábil; pronto se la vorá on el dominioeconómico y en el de la enseñanza. Esta es la leyde la naturaleza y de la selección, dirán los darwi-nistas. Perfectamente; pero si me aplasta de unmodo inexorable, tolerad al menos que no la ben-diga.

Por esto creo, que, con razón, se ha censurado ála economía política oficial que emita como verdadesabsolutas, proporciones que en realidad están des-mentidas por los hechos, como si en mecánica seformulasen leyes de movimiento, sin tener en cuentalas resistencias y los rozamientos. Estas fórmu-las abstractas y generales son las que han inspiradoálos hombres de estado prácticos, como M. Thiers,gran desconfianza respecto á los axiomas eco-nómicos. Citaré algunos ejemplos. Desde el tiempode Ricardo es un dogma de la ciencia que los sala-rios tiendan á nivelarse, lo mismo que los prove-chos, porque la libre concurrencia lleva siempre unaoferta mayor, donde encuentra una remuneraciónmás elevada. Ahora bien: M. Cliffe Leslie ha demos-trado, con números, recogidos en Inglaterra y en elcontinente, que esta igualdad de los salarios noexiste, y que, por el contrario, la diferencia en unamisma industria de una localidad á otra, es mayorhoy que en otras épocas (1). Es un axioma econó-mico, frecuentemente invocado en los recientes de-bates respecto al doble marco para la moneda, quela abundancia de plata es perjudicial, atendiendo áque los negocios se hacen tan bien con una cortacomo con una gran cantidad de moneda y, sin embar-go, las cotizaciones diarias de las Bolsas europeasprueban que la ravezadel numerario produce crisis,mientras que la abundancia ocasiona una reduccióndel descuento, y por tanto, un progreso en la pro-ducción y en las transacciones. El libre cambio pre-tende que la balanza mercantil no tiene importanciaalguna, porque los productos se cambian por pro-ductos, y debemos felicitarnos de que la fabricaciónextranjera produzca artículos más baratos que lanacional. Esto sólo seria verdad en el caso de que

(4) En Bélgica pueden notarse hechos curiosísimos. En el momento

en que escribo estas lineas, cerca (le Yprés, pago por la siega del heno

i franco, 50 cents., y en las inmediaciones de Lieja se ragan 4 fran-

cos. AHÍ un jornalero gana 5 francos, y 3 francos 50 cents.; en Cam-

pine sólo 1 franco, 25 cents.; y el trabajador agrícola campinés traba-

ja máa,

TOMO V.

todos los pueblos formasen uno solo y todos loshombres fuesen propietarios. Supongamos un pue-blo que se ve obligado á vender en el exterior lostítulos de su renta y sus acciones industriales. Losproductos se cambian por productos, sólo que elextranjero es en adelante propietario de estos va-lores que gozan de una renta, para cuya produc-ción trabajan otros. Si Inglaterra pudiera entregará Francia todos los productos manufacturados másbaratos, los propietarios consumidores lo aprove-charían; pero los trabajadores franceses, faltos detrabajo, desaparecerían ó deberían ir á ejercersu industria á Inglaterra. Por esta misma razón,cuando en Francia se suprimieron las aduanas pro-vinciales, las industrias abandonaron las localida-des menos favorecidas, para fijarse donde encontra-ban condiciones más ventajosas. Sin duda, bajo elpunto de vista cosmopolita del genero humano, yconsiderando que todas las naciones forman unasola, importa poco que la población y la riqueza seacumulen, siempre que el progreso se realice; pero¿puede exigirse de un pueblo este completo olvidode su propio interés y de su particular porvenir?Además, considerando la civilización en su conjuntoy no la riqueza por sí sola, ¿no debe desearse quelas nacionalidades conserven toda su independenciay toda su fuerza, para que cada cual de ellas sumi-nistre su nota original al concierto de la humani-dad? (1) En este punto de vista, al menos, se hapuesto la economía política en Alemania, sobre tododesde List, y por olio se la denomina generalmen-te: Isational-wkono'inie.

Creo también que los antiguos economistas hanquerido reducir demasiado la misión del Estado.Cuando se piensa en todo el daño que los malosgobiernos han hecho al pueblo, especialmente enFrancia,compréndese el deseo de reducir su podery de reStfingir sus atribuciones; pero la escueladel dejad hacer, al menos en sus teorías, ha traspa-sado el justo límite, y las naciones que siguieran deun modo absoluto sus consejos tendrán que arre-pentirse de ello, porque serían aventajadas por lasdemás. Inglaterra lo ha advertido, y esta naciónmodelo de self-gobernment, lejos de perseverar enla via recomendada por los economistas, concedeanualmente nuevas atribuciones al Estado, el cualinterviene ya en los contratos de la industria y dela agricultura con tan detalladas prescripciones, queseria difícil admitirlas fuera de aquel país. Prusiaentera, su territorio, su fuerza militar, su agricul-tura, su industria, su religión, su instrucción en

(1) En un escrito publicado en 1857, donde empleaba ya lo que sellama el métodn nuevo, intenté demostrar que los libre-cambistas defen-dían una causa justa con malos argumentos, y una reforma útil conaxiomas incompletos. Véanse: Eludes histmiques el criUqnei tur laliberté du comeicr intcruationaí,

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todos los grados, fuente principal de su poder, todoes obra del Estado. Pnisia era antiguamente losarenales del marqués de Brandeburgo de que seburlaban Voltaire y Federico II. Hoy es el Imperiode Alemania.

Hace algunos años, un presidente de Nueva Gra-nada, imbuido en las puras doctrinas económicas,ai tomar posesión de su cargo, anunció que «enadelante el Estado, reducido á su verdadera misión,lo dejaría todo a la iniciativa individual.» Los eco-nomistas aplaudieron. Al cabo de poco tiempo loscaminos estaban destrozados, cegados los puertos,la seguridad había desaparecido, la instrucción seencontraba en manos de los frailes, es decir, redu-cida á la nada, y parecía aquello la vuelta al estadonatural y á la selva primitiva. En Turquía y en Gre-cia el Estado no hace nada, los tesoros están exhaus-tos, y es hasta imprudente recorrer aquellas comar-cas, para comprobar los beneficios de tal sistema.Suponed, uno al lado de otro, dos pueblos de fuer-zas y recursos iguales; en uno de ellos se abstienecuidadosamente el Gobierno de toda intervención,y por tanto, las necesidades individuales consumentodos los productos; en el otro, el Estado cobraimpuesto sobre consumos ordinariamente fútiles óperjudiciales para los administrados, y con estosimpuestos sostiene todos los servicios de interéspúblico; hace caminos y puertos, construye ferro-carriles, edifica escuelas, dota espléndidamente losestablecimientos científicos, alienta á los sabios,promueve el gran arte, como en Atenas, y en fin,por medio de la enseñanza obligatoria y del servi-cio obligatorio se apodera de las generaciones jó-venes, para desarrollar las fuerzas del cuerpo y delespíritu. Al cabo de medio siglo ¿cuál de ambospueblos será más civilizado, más rico y más podero-so? En Bélgica el Estado construyendo ferro-carrilesdesdo 1833, aseguraba la existencia económica delpaís por el desarrollo de la industria, á pesar de laseparación de Holanda, que le quitaba la principalsalida á sus productos. De igual manera Italia ci-menta hoy la unidad nacional, y Rusia prepara sugrandeza futura. El Estado tiene, pues, doble misiónque realizar; la primera, por nadie disputada, perocuya grande influencia comprenden pocas personas,es establecer en la sociedad el orden y el derecho;es decir, dictar leyes tan conformes á la justicia dis-tributiva como lo permite el adelanto de la culturasocial; la segunda, consiste en hacer, con los recur-sos tomados proporcionalmente á cada uno, lo quees indispensable al progreso, cuando para ello nobasta la iniciativa privada.

Es indisputable mérito de los nuevos economis-tas el de abordar el estudio de la cuestión socialcon verdadero sentimiento de caridad cristiana, yal mismo tiempo con un espíritu rigurosamente

científico, apoyándose siempre en los hechos de laestadística y de la historia, y preservándose de estemodo de los extravíos de la utopia. Para combatir álos socialistas, Bastiat y toda su escuela han soste-nido la teoría de la armonía natural de los intereses,viéndose de este modo obligados á negar hasta lamisma existencia del problema. Este es un errorpeligroso. Verdad es que la cuestión social data deremota fecha, y na"ció cuando la propiedad territo-rial dejó de ser colectiva y establecióse la desigual-dad de condiciones. Esta cuestión fue la que per-turbó las repúblicas griegas y las precipitó hacia suruina; es la que agitó la república romana, á pesardel paliativo, sin cesar y vanamente renovado, delas leyes agrarias. Reapareció en las comunidadesde la Edad Media, cuando empezó á desarrollarseen éstas la industria, y posteriormente, cuando laReforma trajo á los hombres la emancipación reli-giosa, y cuando la Revolución francesa proclamó ladoctrina de la igualdad y de la fraternidad; perohoy presenta un carácter de gravedad y de generali-dad que impone su estudio á los hombres de Estado,á los publicistas, y sobre todo á los economistas,porque se trata de salvar la civilización, puesta enpeligro por las reivindicaciones de las clases traba-jadoras.

Entre las causas principales de las grandes evo-luciones de la historia, encuéntrense siempre losintereses económicos, verdad que Napoleón expre-saba en una forma brutal cuando decía: «el vientrees quien hace las revoluciones.» Los nuevos econo-mistas han publicado considerable número de estu-dios especiales sobre las diferentes fases de la cues-tión social, y como tienen á honor el «ser realistas,»es decir, apoyarse en la estadística, contribuyenciertamente á que avance la ciencia. El conjunto dela nueva doctrina es aún bastante vago en sus pre-misas y en sus conclusiones, y cuando intenta fijarlas relaciones de la economía política con la moraló el derecho, es menos original, menos nuevo de loque pretenden algunos de sus adeptos más entu-siastas.

Limitándonos á citar economistas contemporá-neos que se han ocupado de este asunto, recorda-remos los libros de los señores Dameth, Rondelet yBaudrillart, y la obra tan bien hecha, y desgraciada-mente tan mal traducida al francés, del Sr. Min-ghetti, presidente en la actualidad del Consejo deMinistros en Italia. Escritores como los señoresCliffe Leslié, Luzzattí, Frederiksen, Schmoller,Held, Wagner, Contzen, Nasse, me parecen muchomejor armados que la escuela de Bastiat para com-batir el socialismo científico actual, que se apoyaprecisamente en fórmulas abstractas y en las «leyeseconómicas naturales,» para batir en brecha el or-den social y para reclamar su integra reconstitu.

N.°76 ESTADO ACTUAL DE LA TRATA DE NEGROS. 1875. 227

cion. Bastiat había comprometido ya la defensa, jpermaneciendo demasiado exclusivamente en el jterreno de la teoría, porque se vio inducido á con- itradecir los hechos y á negar doctrinas admitidas 'por todos los economistas, por ejemplo, la teoría ;clásica de la renta. Los economistas «realistas,» por :

el contrario, se apoderan de los principios y se iapoyan en ios hechos para combatir la utopia paso iá paso, distinguiendo cuidadosamente las reformas iposibles de las que no lo son, y los derechos de la !humanidad, de las exigencias, de la avaricia y de la |envidia. Esta es la misión salvadora impuesta, hoy ¡más que nunca, á la economía política, ante lasnuevas formas y rápido desarrollo que ha tomadorecientemente el socialismo, sobre todo en Ale-mania.

EMILIO DE LAVELEYE.

(Bevue des Deux Mondes).

ESTADO ACTUAL DE LA TRATA DE NEGROS.

1875.

Antes de 1815, época en la cual los plenipoten-ciarios de las grandes potencias europeas, reunidosen el Congreso de Viena, firmaron una Declaracióndiplomática contra la Trata de negros, el África oc-cidental era casi el único punto de donde se saca-ban los esclavos. Hoy, por el contrario, la trata, ómejor dicho, el robo de los negros, se extiende alNorte, al Este y hasta el corazón mismo del conli-nente; entre los i" y 40" de longitud, y del 15" Sural 20° Norte de latitud. La zona de la caza de escla-vos se extiende cada dia más en la dirección delOeste y en la del Norte.

Livingstone en su último Diario; Schweinfurthen su obra El África central; Sir Samuel Baker ensu Ismaília, y otros viajeros célebres, confirmanplenamente dicho estado de cosas.

Sir Bartle Frere, enviado especial de S. M. Britá-nica, ha declarado repetidas veces, ya por escrito,ya en reuniones públicas, que «cuanto han referidoLivingstone y sus compañeros es cierto.»

La mayor parte de los hechos consignados aquíhan sido comprobados por estas grandes autori-dades.

En la Correspondencia presentada al Parlamentoinglés en 1873 por Sir Bartle Frere, consta que elVicariato apostólico del África central se extiendeá comarcas cuya población se aprecia aproximada-mente en 80 millones de negros entre el mar Rojoy el Océano índico al Este, y el Océano atlántico alOeste; y que el número de seres humanos arrebata-dos anualmente á esta población por 1Í> trata, lo

calcula el Superior de la misión en un millón de in-dividuos.

En cuanto al comercio de esclavos, propiamentedicho, se practica más al Norte todavía del conti-nente africano, en la parte occidental de Asia, yhasta en algún punto de Europa.

Los esclavos cogidos se destinan al comercio deexportación en su mayor número, viéndose expues-tos á ¡os peores tratamientos, obligados á hacermortíferos viajes y á presentarse muchas veces enlos mercados públicos.

Las salidas de los esclavos para la exportaciónson Egipto, Trípoli de Berbería, las orillas Este yOeste del mar Rojo, el Norte de Quiloa, los estable-cimientos portugueses de Mozambique, general-mente toda la costa oriental de África, y por últimoTurquía, Persia y el Afganistán, que todavía tienenmercados de esclavos.

En pasados tiempos los negreros se dirigían áAmérica, pero los mercados del Nuevo Mundo sehan ido cerrando sucesivamente en los Estados-Uni-dos, en las Antillas y en las antiguas colonias por-tuguesas, donde todos los esclavos deben ser eman-cipados en 1878. Hoy los comerciantes árabes quepractican la caza de negros en la costa oriental deÁfrica y en el corazón de este continente, envíanlos esclavos casi únicamente á los pueblos musul-manes.

LA TRATA EN* ZANZÍBAR.

El informe del comité especial de la Cámara delos Comunes de Inglaterra en 1871, menciona elhecho de que el número de esclavos exportadosanualmente de Zanzíbar, y que han pasado por lasaduanas de Quiloa (Kilwa) desdo 1862 á -1867, ar-roja un término medio de 19.440 por año.

DesdeJS firma del tratado de Zanzíbar en Juniode 1873, el comercio de esclavos se ha modificado.Se han organizado las vías terrestres, por dondemillares de esclavos, atados unos á otros, y mar-chando por grupos, son dirigidos al Norte y embar-cados en Pemba, en Lamoo, con destino a los mer-cados de Egipto, Turquía y Persia.

Mr. Elton, vice-cónsul de S. M. Británica, da confecha de 28 de Enero de 1874 la cifra de los escla-vos que han pasado por el camino de tierra desdeDar-es-Salam á Quiloa (Kilwa-Kivinga) desde el 21de Diciembre de 1873 al 20 de Enero de 487i, y enun sólo mes asciende á 4.096.

El reverendo Carlos New, de Monbassa, escribelo siguiente con fecha 29 de Agosto de 1874 al co-mité de la Sociedad Anti-Esclavista Británica y ex-tranjera: «El trasporte de esclavos por tierra deQuiloa (Kilwa) y otras ciudades del continente afri-cano, continúa practicándose en horribles propor-ciones.»