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LAS NAVAS DE TOLOSA 1212 FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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LAS NAVAS DE TOLOSA 1212

FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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Francisco Suárez Salguero ha compuesto estos escritos esmerándose en ofrecer

la crónica cronológica que el lector podrá aprovechar y disfrutar. Lo ha hecho

valiéndose de cuantas fuentes que ha tenido a mano o por medio de la red in-

formática. Agradece las aportaciones a cuantas personas le documentaron a tra-

vés de cualquier medio, teniendo en cuenta que actúa como editor en el caso de

algún texto conseguido por las vías mencionadas. Y para no causar ningún per-

juicio, ni propio ni ajeno, queda prohibida la reproducción total o parcial de este

libro, así como su tratamiento o transmisión informática, no debiendo utilizarse

ni manipularse su contenido por ningún registro o medio que no sea legal, ni se

reproduzcan indebidamente dichos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia,

etc.

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A MODO DE PRÓLOGO

LAS NAVAS DE TOLOSA 1212

1212, el año en el que nos adentramos, fue bisiesto y comenzó en domingo, según el

calendario gregoriano entonces vigente. Fue el año 609 de la Hégira. Fue el año de la

batalla de Las Navas de Tolosa, donde los cristianos españoles derrotaron a los almoha-

des, sentenciándose así la existencia islámica en nuestro territorio andalusí, un territorio

a reconquistar ya definitivamente.

En 1177 el ejército castellano de Alfonso VIII recuperaba para el lado cristiano la ciu-

dad de Cuenca. La reacción almohade provocaría en 1195 el desembarco andalusí del

califa Abu Yusuf Yaqub Almansur. Pasó a las tierras de Al-Ándalus cruzando el Es-

trecho de Gibraltar, el 30 de junio de aquel año. Posteriormente tuvo lugar la batalla de

Alarcos (Ciudad Real), donde el ejército almohade infringió una impresionante y

amarga derrota al ejército castellano de Alfonso VIII. Como consecuencias de la batalla,

se perdían el valle del Guadiana y el curso medio e inferior del Tajo, zonas que no ha-

brían de recuperarse sino a partir de ahora, veinte años después, tras la victoriosa batalla

de Las Navas de Tolosa a favor de los cristianos.

Aquella victoria almohade en Alarcos tuvo también como consecuencia el arrimo de

las fronteras musulmanas hasta los Montes de Toledo, amenazando la propia ciudad de

Toledo y todo el valle del Tajo, suponiendo un duro golpe para los reinos cristianos. La

situación se agravó en 1211, cuando el castillo de Salvatierra, único baluarte cristiano

al sur del Tajo, cayó en manos musulmanas, amenazando Toledo. Ante la delicada si-

tuación, el rey castellano Alfonso VIII solicita la ayuda de los otros reinos cristianos y

del Papa Inocencio III, que da a la lucha el carácter de cruzada. Respondiendo a la lla-

mada o convocatoria pontificia, mediante bulas, y a la predicada cruzada por parte del

arzobispo de Toledo Don Rodrigo Jiménez de Rada, llegan a Toledo tropas aragonesas

y navarras, así como cruzados europeos del otro lado de los Pirineos. León y Portugal,

sin embargo, aunque son dos de los cinco reinos existentes en la Península Ibérica, re-

húsan unirse a estos contingentes militares.

La Cristiandad occidental se mantuvo en estado de alerta ante el temor de una posible

invasión de los almohades más allá de los Pirineos. Como consecuencia, la llamada pa-

pal tuvo eco incluso en la región del Languedoc, donde se desarrollaba simultánea-

mente la cruzada contra los herejes cátaros.

Así pues, vamos a contar destacadamente en este año 1212, entre otras cosas, lo suce-

dido en la batalla de Las Navas de Tolosa.

El 20 de junio las tropas cristianas salen de Toledo hacia el frente de batalla. A los

pocos días llegaron a la fortaleza de Malagón (Ciudad Real). Los musulmanes ofre-

cieron la rendición a cambio de la supervivencia. Pero los cruzados extranjeros negaron

cualquier tipo de acuerdo y los degollaron. El rey Alfonso VIII llegó dos días más tarde

a la fortaleza y contempló horrorizado el espectáculo dejado por los ultramontanos. Esa

no era la batalla que quería el rey de Castilla, de modo que comenzaron muy serios los

roces entre los cristianos españoles y los extranjeros.

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Días más tarde llegaron los cristianos a la fortaleza de Calatrava, aquella que habían

perdido los templarios. En esta ocasión Alfonso VIII llegó a tiempo de negociar con los

musulmanes y les permitió salir de allí a cambio de no combatir, recuperándose así el

castillo. Pero esto fue lo que colmó el desagrado de los cruzados ultramontanos, los cua-

les decidieron abandonar la cruzada y marcharse por donde vinieron. Los ejércitos cris-

tianos se quedaron solos ante el poder almohade.

La deserción de los cruzados extranjeros fue importante e impactante para la moral del

ejército cristiano; la sombra de Alarcos se le apareció otra vez a Alfonso VIII. Aproxi-

madamente se marcharon un 27 % del contingente total.

Al-Nasir, el califa almohade, dirigiendo personalmente su ejército, esperaba a las tro-

pas cristianas tranquila o confiadamente en las estribaciones de Sierra Morena, dispo-

niendo de muchas fuerzas preparadas para la emboscada en los peligrosos pasos de Des-

peñaperros (nombre del lugar que parece desprenderse de la batalla de Las Navas de

Tolosa, de la huida de los moros derrotados y del despeñarse o ser despeñados por allí

no pocos).

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Batalla de las Navas de Tolosa, cuadro de Van Halen (1814-1887).

Madrid, Palacio del Senado

Sierra Morena era un difícil obstáculo para los cruzados cristianos. El ejército musul-

mán era numeroso y atravesar por allí no iba a resultar sencillo. Además, en los únicos

pasos disponibles estaban apostados y emboscados los almohades. Los exploradores de

los cristianos trataban de encontrar pasos francos que permitiera el movimiento de tro-

pas sin riesgos. Fue muy importante la ayuda de un pastor llamado Martín Alhaja, un

mozárabe de Sierra Morena que les facilitó el camino certero para eludir las emboscadas

almohades.

No lo olvidemos. Martín Alhaja fue un personaje de la historia medieval española.

Tuvo una intervención fugaz, pero decisiva en aquellas vísperas de la batalla de las Na-

vas de Tolosa. Él guió por camino seguro a las tropas cristianas dirigidas por el rey Al-

fonso VIII atravesando Sierra Morena hasta llegar al campamento almohade de Al-Na-

sir, Miramamolín.

La ausencia de datos históricos o de concreciones cronísticas sobre este personaje y la

diversidad de opiniones que posteriormente se formaron sobre su oportuna intervención,

hicieron de él un ser legendario, historiográficamente controvertido. Las crónicas con-

temporáneas lo citan o mencionan sólo como un pastor, un hombre simple o sencillo

que cuidaba de su ganado; pero al ser providencial su aparición se pasó luego a conside-

rarlo como un enviado divino, alguien realmente caído o venido del cielo; de nombre

desconocido, tres siglos después del episodio se le asignaron los de Martín Alhaja o

Martín Malo, y cien años más tarde numerosos autores comenzaron a identificarle con

San Isidro (muerto en 1172).

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Cuenta la leyenda que Alfonso VIII regaló el arca donde se enterró a San Isidro al re-

conocerle como el pastor que le permitió derrotar a los almohades, atribuyendo como

milagro la victoria.

Actualmente, el arca de San Isidro se encuentra en el interior de la catedral madrileña

de la Almudena, sin que muchos conozcan realmente la leyenda del origen de esta obra

de arte, donación del rey Alfonso VIII. Pues resulta que uno de los 438 milagros más

conocidos admitidos por la Santa Sede para la canonización de San Isidro es el de la ba-

talla de las Navas de Tolosa.

Según la tradición, el Santo se apareció a Alfonso VIII en forma de pastor para guiar a

las tropas cristianas sin ser vistos por los almohades y poder así atacarles de manera sor-

prendente, el 16 de julio de 1212. Los cristianos, después de vencer en la famosa bata-

lla, buscaron al pastor para agradecerle su ayuda, pero no lo encontraron.

Cuando Alfonso VIII pasó por Madrid y visitó la iglesia de San Andrés, al ver el cuer-

po incorrupto del Santo, que así había aparecido tras un temporal, como podemos re-

cordar, el rey le reconoció y exclamó: “Este es el pastor que nos enseñó el camino y nos

llevó a la victoria”. En agradecimiento regaló un arca de madera recubierta con pinturas

alusivas a la vida de San Isidro y destinada a albergar el cuerpo del Santo. El arca se

apoyaba sobre tres leones de piedra dorados.

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Reconstrucción ideal del arca de San Isidro

Se habían aliado para dar la batalla a los almohades los reyes Alfonso VIII de Castilla,

Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra.

En el mes de julio, habiendo iniciado el camino o expedición desde Toledo, el con-

juntado ejército cristiano se hallaba por las serranas tierras jiennenses con la clara inten-

ción de librar una gran batalla campal, pero el ejército cristiano no podía avanzar desde

su campamento instalado en Castro Ferral, pues las tropas almohades dominaban las al-

turas del puerto de La Losa, de muy abrupto terreno, por donde las fuerzas cristianas ve-

ían muy limitada y difícil la capacidad de maniobra.

Ante los reyes y jefes cristianos se presentó entonces un pastor que se ofreció a bus-

carles un paso seguro y accesible a través de Sierra Morena, un paso por el que se po-

dría pasar y llegar hasta el enemigo sin ser advertido; tras la desconfianza inicial hacia

el desconocido, se aseguraron luego y éste guió efectivamente a las tropas cristianas, las

cuales consiguieron llegar frente al campamento almohade, que fue luego contundente-

mente derrotado en la batalla de las Navas de Tolosa.

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De la batalla, y de los hechos ocurridos los días anteriores, se conservan tres testimo-

nios de otras tantas personalidades que hallándose presentes dejaron constancia escrita

de los hechos: el arzobispo de Narbona, Arnaldo Amalric, omitió el episodio del pastor

al relatar la batalla al Papa Inocencio III; sin embargo, no pasó sin mencionarlo el rey

Alfonso VIII, relatando lo siguiente en su carta al Papa: “Y como ya uviessemos afir-

mado nuestro proposito a juyzio de cierto labrador, que Dios embió de repente, en el

dicho lugar hallamos otro passo harto facil…”.

Y el arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, en su obra De rebus Hispaniae,

escribió: “Dios […] envió un home como aldeano o pastor, home mal vestido, é parecía

que era el vestido de poco valor, segun su manera de parecer. E dijo que él guardara

tiempo habia su ganado en aquellos montes, é que tomara por allí en aquel puerto lie-

bres, é conejos. E dijoles que él les mostraria logar por do pasasen muy bien, é sin peli-

gro por la cuesta del monte en derredor, é que los llevaría escondidamente, que aunque

los moros los viesen no les pudiesen empecer ninguna cosa, é que podiamos llegar al

logar que deseabamos para lidiar con los moros”.

A lo largo de la primera mitad del siglo XIII otros cronistas, que no encontrándose

presentes en la batalla recogieron las informaciones que les llegaron en su misma época,

también hicieron mención del episodio: Lucas de Tuy (muerto en 1249) escribió en su

Chronicon mundi que “apareció milagrosamente cierto hombre en trage de pastor de

ovejas”; Alberico de Trois-Fontaines (muerto en 1252), en su Chronica Alberici, dejó

anotado que “cierto varón silvestre enviado de Dios vino a ellos vestido y calzado de

cuero de ciervo sin curtir […] y los conduxo milagrosamente por camino fácil”; Juan

de Osma (muerto en 1246), en su Chronica latina regum Castellae, relató que “envió

entonces Dios bajo la apariencia de pastor a uno…”, aunque más adelante añadió la

noticia de un rumor: “Se cree por los que juzgan con rectitud que no era „un puro hom-

bre‟, sino alguna virtud divina”.

Las alusiones al carácter divino o sobrenatural de la intervención del pastor bien po-

drían interpretarse como una fórmula coloquial de los cronistas, bastante frecuente en

sus escritos; en la misma línea escribieron los autores que basándose bastante en Jimé-

nez de Rada y en Lucas de Tuy compusieron la Estoria de España de Alfonso X el Sa-

bio y las historias derivadas de ésta.

¿Cómo apareció el nombre de este personaje, ciertamente “de leyenda”? El personaje

permaneció en el anonimato hasta principios del siglo XVI, siendo en este momento

cuando Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557) lo mencionó por primera vez bajo el

nombre de Martín Alhaja (o Halaja), añadiendo a la historia el detalle de que el pastor

había señalado el camino valiéndose de unas calaveras de vaca que los lobos le habían

comido recientemente, y de que el rey castellano le había nombrado hidalgo y otorgado

armas en premio por sus servicios, haciéndole así antecesor del linaje de los Cabeza de

Vaca: “Dizen algunos queste ombre se llamava Martín Alhaja… Escriven e testifican

muchos libros antiguos de armería que después de vençida la batalla, el rey Alonso

armó caballero a este ombre e le hizo noble e le puso nombre Cabeça de Vaca. E le dio

por armas siete escaques de gules en campo de oro, e sobre el escudo por timbre, una

cabeça de vaca de gules”.

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Nadie sabe de donde pudo sacar este cronista informaciones tan precisas trescientos

años después de los hechos, pero su autoridad en materia histórica llevó a numerosos

genealogistas e historiadores posteriores a dar por buena esta versión, entre ellos Argote

de Molina (1548-1596), Sebastián de Covarrubias (1539-1613), Moreno de Vargas

(1576-1648), Francisco Piferrer (siglo XIX) o Andrés Cornejo, también del siglo XIX,

que incluso habla de un privilegio según el cual los descendientes de Alhaja tenían

derecho a ciertas prebendas; otros, como José Pellicer de Ossau (1602-1679), José Ma-

nuel Trelles Villademoros (1685-1765) o Luis Vilar y Pascual (siglo XIX), fecharon el

origen de este linaje mucho antes, en tiempos de los visigodos.

Cabe señalar que el nombre de Martín Alhaja no era nuevo en la historia de España en

tiempos de Fernández de Oviedo, pues ya circulaba en Cuenca la historia de otro Martín

Alhaja que en 1177 había ayudado a las tropas cristianas a penetrar en la ciudad ocu-

pada por los musulmanes, probablemente basada en la Estoria de Conca que un tal Gi-

raldo, titulado canciller del rey, había escrito supuestamente en 1212. Posteriormente la

crónica de Giraldo sería convincentemente refutada como apócrifa.

Otros autores dejaron constancia de otro nombre atribuido al pastor de Las Navas:

Martín Malo. Resulta que, a mediados del siglo XIII, un personaje de ese nombre tenía

propiedades en Aceca (Villanueva de la Sagra, Toledo), aunque su participación en la

batalla no está documentada; todavía una aldea de Guarromán (Jaén) lleva este nombre,

pero hay que tener en cuenta que esta población fue fundada mucho más tarde, en

tiempos de Carlos III (siglo XVIII).

Más recientemente a nosotros, en 1980, José María de Areilza (1909-1998) redactó un

artículo periodístico en ABC (el 12 de febrero en la tercera página), donde asignaba el

nombre de Martín Halaja y Contrín al mismo personaje, quizás ironizando sobre la

ligereza de Fernández de Oviedo o confundiéndolo con la novela histórica de Francisco

José Orellana (Gontran el bastardo, ó, El pastor de las Navas: novela histórica, 1853),

en la que el protagonista Gontrán es uno de los participantes en la batalla.

Consideremos más acerca de la hipótesis que identifica supuestamente al pastor de

Las Navas con el madrileño San Isidro.

El Santo madrileño, muerto en 1172, fue enterrado en el cementerio de la iglesia pa-

rroquial de San Andrés, en Madrid. El 1 de abril de 1212, tras haber tenido lugar dos

revelaciones sobre su santidad, el cuerpo incorrupto del Santo fue trasladado al interior

del templo, donde fue venerado vox populi con la anuencia de la iglesia local. En 1562,

el Concilio de Trento dispuso que fuera la Santa Sede la que tuviera potestad para deci-

dir qué santos y qué reliquias debían ser veneradas, resultando que la villa de Madrid,

que por aquel entonces acababa de ser elegida como sede de la católica corte española

de Felipe II y necesitaba de un Santo propio y autóctono, comenzó los trabajos para la

canonización de San Isidro. En 1593 se presentó la documentación ante la Santa Sede,

resultando que en 1619 fue beatificado por el Papa Pablo V y en 1622 canonizado por el

Papa Gregorio XV, celebrándose al respecto grandes fiestas en la villa de Madrid.

En 1669 fue el acabose de la madrileña capilla de San Isidro, adyacente a la iglesia de

San Andrés, y los restos del Santo fueron trasladados a ella; en 1769 fue llevado a la

iglesia de San Francisco Javier, después renombrada como Colegiata de San Isidro,

siendo llevado allí también el cuerpo de (Santa) María de la Cabeza, que había sido su

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esposa. En 1936, al comienzo de la guerra civil española, la colegiata sufrió un incendio

en el que se perdieron numerosas obras de arte, aunque el cuerpo de San Isidro no sufrió

daños por haber sido emparedado.

Consideremos ahora el antes y el después de la canonización de San Isidro. Según

relatos varios, el rey Alfonso VIII, tras regresar de la batalla de Las Navas de Tolo-

sa, visitó la tumba de Isidro en la iglesia de San Andrés, y hallando su cuerpo incorrup-

to, reconoció en él al pastor que les había guiado por los montes, donando entonces a la

iglesia un arca destinada a contener sus restos y erigiendo en su honor una estatua de

madera forrada en plata.

Sin embargo, ésta es una historia surgida a partir de la canonización del Santo: todos

los historiadores que escribieron sobre la batalla antes de la fecha en la que se iniciaron

oficialmente los trámites ante la Santa Sede (año 1593) hacen referencia al personaje

como a un pastor, un enviado de Dios o ambas cosas a la vez, u omiten su presencia,

pero ninguno de ellos le identifica con San Isidro. Además de los cronistas medievales y

los genealogistas que siguen a Fernández de Oviedo, mencionados anteriormente, mere-

cen citarse los anales de la época, una buena pléyade de autores o los breviarios de la

catedral de Toledo del siglo XV. Y no hallamos nada referido a San Isidro en su identi-

ficación con el pastor de Las Navas. Tampoco hay referencias a la presencia de San

Isidro en Las Navas en su primera biografía conocida, un códice escrito en latín hacia

1275 por un diácono de nombre Juan (presumiblemente Juan Gil de Zamora o fray Egi-

dio, franciscano), que contiene una relación de los milagros del Santo hasta esa fecha y

seis himnos que se cantaban antiguamente en las celebraciones de su tránsito.

Fue solamente a partir de la canonización cuando numerosos autores defendieron la

aparición del Santo en Las Navas de Tolosa, siendo aceptada dicha aparición, sin total

calificación de milagrosa, en el mismo proceso de canonización. Los pintores Francisco

Rizi (1614-1685) y Juan Carreño (1614-1685) también dejaron sendos cuadros repre-

sentando al Santo en la batalla y en el momento de ser reconocido por el rey, pero am-

bos resultaron destruidos en el incendio de 1936. Simultáneamente, aun después de la

canonización otro grupo igualmente numeroso de historiadores siguieron considerando

al personaje un simple pastor, sin ninguna relación con San Isidro.

¿Qué fue, entonces? Pues que vino a surgir la controversia. El primero en estudiar con

profundidad la posibilidad de que el pastor de Las Navas pudiera ser San Isidro fue el

marqués de Mondéjar, Gaspar Ibáñez de Segovia (1628-1708), en su Crónica del rey D.

Alonso el Noble, escrita a principios del siglo XVIII pero inédita hasta 1783, en la que

calificó la presencia de San Isidro en las Navas como falsa. En la década siguiente a la

publicación de esta obra, la opinión que en ella se sostenía fue impugnada por el

canónigo Manuel Rosell, defensor acérrimo de la aparición del Santo, que puso en duda

que la obra fuera de autoría legítima del marqués, ante el silencio del editor Francisco

Cerdá y Rico (1739-1800). Rosell fue a su vez refutado por Juan Antonio Pellicer

(1738-1806), que saliendo en defensa de Mondéjar provocó la réplica de Rosell, que

volvió a ser rebatida por Pellicer, que otra vez fue contestado por Rosell, en un enco-

nado debate que cargado por ambas partes de argumentos historiográficos, erudiciones,

sutilezas lingüísticas y alusiones personales, dejó la cuestión de la identidad del perso-

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naje sin resolver: ninguna de las partes pudo aportar pruebas concluyentes de que el

pastor fuera San Isidro, ni tampoco de lo contrario.

Consideremos las pruebas materiales (el arca y la estatua originales, supuestamente de

Alfonso VIII). Se supone que el arca donada por Alonso VIII estaba decorada con va-

rias escenas de la vida del Santo, entre ellas la de su presencia en Las Navas; si esto fue-

ra así, sería la demostración de que el rey reconoció efectivamente al pastor en el cuerpo

del Santo. En los tiempos de la canonización el arca original fue sustituida por una nue-

va, de madera, que se encontraba dentro de otra, de orfebrería, que había sido un dona-

tivo del gremio de plateros de Madrid; ambas fueron cambiadas en 1692 por otras dos,

encargadas por Mariana de Neoburgo en agradecimiento por el restablecimiento de su

salud; de éstas, la exterior resultó destruida en el incendio de 1936.

Tras la canonización, el arca supuestamente original fue llevada al Obispado de Ma-

drid, pero Jerónimo de Quintana, cronista de Madrid, en 1629 anotaba la presencia de

la escena de Las Navas en el arca en la iglesia de San Andrés, apoyándose en Bleda (ha-

giógrafo del Santo), que no lo menciona; en 1772 el arca no estaba en su sitio, según

Antonio Ponz; en 1786, José Antonio Álvarez Baena aseguraba haber visto el arca y la

escena referida en la misma iglesia, pero cuatro años más tarde Manuel Rosell describía

minuciosamente el arca sin hallar la escena. En 1993 el arca fue restaurada y trasladada

a la catedral de la Almudena, donde está actualmente. No se encuentra en ella la escena

en cuestión, pero según estudios recientes no es ésta la original, ya que por su estilo se

considera perteneciente al reinado de Alfonso X el Sabio, que comenzó cuarenta años

después del de su bisabuelo Alonso VIII.

De la estatua (o estatuas) tampoco se puede extraer conclusión alguna: la que se en-

contraba en la iglesia de San Andrés, donada por Alonso VIII, fue despojada en 1510 de

la plata que la cubría, que fue vendida para construir el retablo mayor; se supone que el

bulto de madera, ya irreconocible, es el que todavía se halla en la iglesia. La que a se-

mejanza de ésta mandó erigir Fernando III el Santo en 1226 en la capilla mayor de la

catedral de Toledo todavía se encuentra allí, aunque tradicionalmente ha sido tomada

como la representación del pastor, no del Santo Isidro; cuando el cardenal Mendoza re-

dactó su testamento en 1494, pidió ser sepultado en la capilla mayor de la catedral,

“donde está la figura del pastor”; de cuyo aspecto es imposible inferir ningún parecido

con San Isidro: “la figura, que se dice representar aquel pastor, en la catedral de To-

ledo, tiene en las manos una muleta, distintivo en el siglo XII de la dignidad abacial,

que unido a su traje talar, continente y capucha, le hace parecer más bien un santo

abad mozárabe que no un pastor, con perdón de los aficionados a tradiciones y otras

cosas análogas”.1

“Es tan inútil como imposible pretender indagar o averiguar el modo y causa de ha-

ber aparecido [el pastor] a tan buen tiempo en el ejército cristiano […]. Más de 300

años después del suceso comenzaron algunos a decir que aquel aldeano fue San Isidro

Labrador, desde entonces hasta nuestros días ha tenido esta opinión contrarios y defen-

1 Vicente de la Fuente en sus comentarios a la Historia eclesiástica de España (1855) de Johannes Bap-

tist Alzog, vol. II, 297.

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sores. Los autores coetáneos nada dicen ni sospechan de esto. Los más distantes no

hacen fe histórica por sí mismos”.2

Pasa que las relaciones de hechos milagrosos ocurridos en combate no es extraña en la

historiografía de la Reconquista española; en la misma batalla de las Navas se habla

además de numerosos prodigios, entre otros el paso de la cruz primacial portada por Do-

mingo Pascual, chantre toledano, a través de los escuadrones sarracenos, a cuya visión

éstos caían muertos; la aparición de la cruz en el cielo, etc.

El ejército musulmán –ciñéndonos ya a lo concreto– estaba así organizado para la ba-

talla: en primera línea se situaba la infantería ligera africana reclutada en el Alto Atlas.

En la segunda línea se disponían la infantería pesada de Al-Ándalus. El ejército almo-

hade se encontraba detrás de los andalusíes, con la caballería cubriendo los flancos.

Luego estaban los guerreros de la yihad de otros territorios del Islam llamados a la gue-

rra santa. Tras la caballería almohade, que combatía con lanza y espada, se encontraban

contingentes de élite de arqueros a caballo turcos conocidos como agzaz.3 Al final,

formando una línea en torno a la tienda del sultán, se encontraba la llamada Guardia

Negra (también denominados imesebelen, desposados, dedicados), integrada por solda-

dos fanáticos procedentes del Senegal. Grandes cadenas los mantenían atados para no

poder huir y luchar hasta la muerte.

Su armamento defensivo se limitaba prácticamente al escudo. Sus peones iban pro-

vistos de lanzas y espadas, azagayas, arcos y hondas. El predominio de las armas arroja-

dizas en el campo musulmán se refleja en las enormes reservas de flechas y venablos

que cayeron en manos de los cristianos. El arzobispo de Narbona calculó que dos mil

acémilas no serían suficientes para transportar las cajas de flechas encontradas.

El secreto de los arqueros turcos radicaba en sus arcos especialmente potentes y en la

táctica que empleaban: podían disparar con el caballo a todo galope y en cualquier

dirección. La táctica de envolver a la caballería pesada usando los arqueros a caballo y

hostigando al enemigo desde los flancos, ya sabemos que supuso una terrible derrota

años antes en Alarcos para las tropas de Alfonso VIII.

Tras una carga de la primera línea de las tropas cristianas, capitaneadas por el vizcaíno

Diego López II de Haro, los almohades, que doblaban ampliamente en número a los

cristianos, realizan la misma táctica que años antes les había dado tanta gloria. Los vo-

luntarios y arqueros de la vanguardia, mal equipado pero ligero, simulan una retirada

2 José Francisco Ortiz y Sanz (1976): Compendio cronológico de la historia de España, tomo III, 249-

252.

3 Parece ser, según fuentes árabes, que en Las Navas combatieron diez mil arqueros agzaz. Esta tribu de

arqueros turcos había llegado al imperio almohade, vía Egipto, unos 25 años atrás. El padre de Al-Nasir,

el vencedor de Alarcos, Abu Yusuf Yaqub Almansur, uno de los más expertos generales de su tiempo, los

incorporó a su ejército y les pagaba espléndidamente. El secreto de estos arqueros turcos radicaba en sus

arcos especialmente potentes y en la táctica que empleaban. Podían disparar con el caballo a todo galope

y en cualquier dirección. Fueron, en Siria y Palestina, la pesadilla de los cruzados hasta que estos desa-

rrollaron tácticas capaces de contrarrestar sus ataques.

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~ 13 ~

inicial frente a la carga para contraatacar luego con el grueso de sus fuerzas de élite en

el centro.

A su vez, los flancos de caballería ligera almohade, equipada con arco, tratan de en-

volver a los atacantes igual que en la batalla de Alarcos. Al verse rodeados por las fuer-

zas almohades, ven acudir a la segunda línea de combate cristiana, pero es insuficiente;

la batalla parece perdida. La desbandada cristiana comienza en las tropas de López de

Haro que habían sufrido terribles bajas; sólo él y su hijo, junto a Núñez de Lara y las

órdenes militares resisten entonces de forma casi heroica.

El miedo se apodera del ejecito cristiano; pero viendo lo que sucedía, los reyes cris-

tianos al frente de sus caballeros e infantes inician una última carga con el resto de fuer-

zas cristianas. Este acto de los reyes y caballeros cristianos infunde ánimos que hacen

renovar el brío contra los musulmanes. Los flancos de la milicia cargan contra los flan-

cos del ejército almohade y los reyes marchan en una carga imparable. Según fuentes, el

propio rey Sancho VII de Navarra aprovechó la ocasión y se dirigió directamente a la

tienda de Al-Nasir. Los caballeros navarros, junto con parte de su flanco, atravesaron

su última defensa, la de los imesebelen, que sucumbieron no sin antes provocar una gran

matanza entre los cristianos, mientras Al-Nasir se mantenía en el combate dentro del

campamento. Después vino el desastre: el ejército almohade se hundió, e inicio una re-

tirada a la desesperada con su califa a la cabeza. Vencieron los cristianos.

Como consecuencia de esta batalla, el poder musulmán en la Península Ibérica co-

menzó su profundo y definitivo declive, de modo que la Reconquista tomó un nuevo y

decisivo impulso que produjo en los siguientes cuarenta años un avance del todo signifi-

cativo por parte de los llamados reinos cristianos, que conquistaron casi todos los terri-

torios del sur bajo poder musulmán.

Consecuencia inmediata fue la toma de Baeza, que posteriormente retornó a manos

almohades. La victoria habría sido mucho más efectiva y definitiva si no se hubiera

desencadenado en aquellos mismos años una sequía y hambrunas que se prolongaron

hasta 1225, lo que ciertamente hizo retrasar la Reconquista.4

Al-Nasir nunca se repuso del desastre de las Navas. Abdicó en su hijo, se encerró en

su palacio de Marrakech y se entregó a los placeres y al vino. Murió, quizá envene-

nado, como podremos contar, a poco de su derrota. Alfonso VIII sólo lo sobrevivió unos

meses. Pedro II de Aragón, el rey caballero, pereció al año siguiente en la batalla de

Muret (la veremos en 1213), combatiendo a los cruzados que Inocencio III había convo-

cado contra los herejes albigenses (a Pedro II le vemos auxiliando a su cuñado Ramón o

Raimundo VI de Toulouse). Sancho VII el Fuerte de Navarra fue quien más sobrevivió

a la batalla. Este rey fue el más acaudalado banquero del mundo occidental. Sus fabulo-

sos préstamos se hicieron o incrementaron mucho a base del oro recogido en esta batalla

que fue un desastre para el mundo musulmán. En recuerdo de su gesta, el rey de Nava-

rra incorporó las cadenas a su escudo de armas, cadenas que posteriormente también se

añadieron en el cuartel inferior derecho del escudo de España.

4 Tras la batalla de Las Navas de Tolosa hubo también epidemia de peste y disentería generalizada por la

cantidad de caídos muertos que hubo por doquier en Despeñaperros.

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Fragmento de doce eslabones de cadenas de los imesebelen de Las Navas de Tolosa

conservados en Pamplona, el Palacio de Navarra, sede del Gobierno y de la

Diputación de Navarra

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Se conserva cuatro tramos de las cadenas que el rey Sancho VII el Fuerte se llevó a

Navarra como trofeo de la batalla de Las Navas de Tolosa y que posteriormente pasaron

a formar el escudo de Navarra y parte del de España.

Dos de los fragmentos están en la Real Colegiata de Roncesvalles, en la Sala Capitu-

lar, hoy panteón del rey Sancho VII el Fuerte. Los dos tramos están juntos en una pe-

queña capilla a los pies de la tumba del monarca. Se han dispuesto adoptando la forma

del escudo de Navarra, sobre un cojín rojo. Roncesvalles es el lugar que más eslabones

de la cadena conserva.

Otro tramo de las cadenas se encuentra en Tudela, al lado de la catedral de esta capital

de la comarca navarra de la Ribera. Están acompañadas de una cartela donde se explica

que este tramo de cadenas son un regalo que el rey Sancho hizo a la catedral.

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El cuarto tramo está en el Palacio de Navarra, en el Salón del Trono, en el dosel que

se encuentra sobre los sillones reales y junto a una reproducción del pendón de Las

Navas de Tolosa, trofeo adquirido por Alfonso VIII de Castilla en aquella batalla y cuyo

original está en el monasterio burgalés de las Huelgas. Las cadenas del Palacio de Na-

varra no estaban originariamente aquí. Se trajeron desde el monasterio navarro, benedic-

tino, de Santa María la Real de Irache, donde se puede ver actualmente una reproduc-

ción en el presbiterio de la iglesia. Las cadenas se trasladaron tras la desamortización

del monasterio en el siglo XIX (el monasterio es actualmente Parador Nacional de

Turismo).

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El rey Sancho VII de Navarra se llevó todas las cadenas que rodeaban la tienda o

jaima de Al-Nasir. Parece ser que en el claustro de la catedral de Pamplona, rodeando

una capilla, conocida como la de Las Navas, hay unas cadenas que pudieron resultar de

la fundición de las cadenas de la batalla de Las Navas de Tolosa.

A partir de ahora se impondría el sistema de obligar a los musulmanes a abandonar las

ciudades repartiendo entre los cristianos sus casas, ajuares y propiedades. Desde 1212

los almohades dejaron de ser una fuerza combativa. Los musulmanes de la Península

Ibérica nunca más se recuperaron de esta derrota. Esta victoria expandió los territorios

cristianos consolidando el avance definitivo de la Reconquista (hasta la toma de Gra-

nada en 1492).

Tapiz de Las Navas de Tolosa (Palacio de Navarra)

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Decorando una de las paredes del despacho presidencial del Palacio de Navarra puede

observarse el gran tapiz de la batalla de Las Navas de Tolosa, considerada por muchos

historiadores como la más importante de la Reconquista española.

En esta batalla, el rey Sancho VII de Navarra, el Fuerte, tuvo un protagonismo muy

destacado, siendo el primero que entró al asalto de la tienda o jaima de Al-Nasir, el

Miramamolín, el Señor o Príncipe de los Creyentes, como se dio en llamar.

El tapiz es obra de Vicente Pascual según dibujo del pintor Ramón Stolz (1903-1958).

Se realizó en 1950.

En este tapiz vemos cómo Sancho el Fuerte, montado en un caballo blanco, se abre

paso rompiendo las cadenas que rodeaban la tienda del Miramamolín atacando a los

primeros guardias negros. El protagonismo de la composición es totalmente suyo, ya

que el resto de los caballeros cristianos le siguen detrás y están representados con

colores mucho más desvaídos.

El palenque estaba protegido por los fanáticos guardias, negros y vestidos de negó,

aunque se les ve semidesnudos, protegiendo como guardia personal a su señor Al-Nasir.

Muchos de ellos se encontraban atados al perímetro de cadenas que rodeaban la tienda

para nunca retroceder ni abandonar su puesto si les invadía el pánico.

El rey Sancho, con sus caballeros navarros, acabó con esta guardia. Este momento fue

clave en la resolución final de la batalla. El rey moro huyó, abandonando a su suerte a

los suyos, lo que produjo el desconcierto en las filas musulmanas, favoreciendo la

victoria final de las tropas cristianas.

Las afiladas lanzas de los dos guardias negros de la derecha, que apuntan a Sancho,

nos hablan de la peligrosidad que tuvo que arrostrar el rey navarro.

No podemos apreciar bien el sentir de los imesebelen, ya que sus caras están vueltas

hacia el vigoroso atacante. El terror que les produce el valiente rey navarro queda

reflejado en las actitudes de los soldados negros de la parte central, que han abandonado

las armas y levantan las manos desesperados a la espera del golpe de las mazas del

caballero cristiano.

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~ 19 ~

Pero el detalle que más refleja este temor de las huestes musulmanas es el camello que

se encuentra a la izquierda, que abre la boca horriblemente con la cabeza en dirección al

rey Sancho. El camello, caído en el suelo y con esa expresión, se contrapone al caballo

blanco del rey Sancho. El camello es representativo del Islam. El camello es animal re-

presentativo de África y de Arabia, lugares de donde vinieron los musulmanes inva-

diendo la Península Ibérica, siendo también África el lugar de procedencia de esa guar-

dia negra islamizada fanáticamente. El caballo blanco es significativo y representativo

de la Cristiandad, y recuerda al caballo blanco de Santiago Apóstol y la legendaria bata-

lla de Clavijo.

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Lo importante de este tapiz no es tanto su calidad técnica. No podemos decir que el

dibujo sea bueno ni que tenga gran calidad artística. Pero esta representación tan sen-

cilla, que parece un poco viñeta de un libro infantil, ha hecho que desde niños esta es-

cena haya pasado a ser símbolo de navarridad en la mente de muchos navarros. A ello

ha colaborado su representación repetida en libros de textos, carteles, folletos y publica-

ciones.

Este tapiz, junto con la vidriera de las Navas de Tolosa en Roncesvalles, es la repre-

sentación visual más viva para muchos de este acontecimiento histórico, crucial y sim-

bólico en la Historia de Navarra que fue la victoria del rey Sancho VII el Fuerte, “el que

rompió las cadenas del escudo de Navarra con sus mazas”.

Alfonso VIII de Castilla Pedro II de Aragón Sancho VII de Navarra

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AÑO 1212

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LAS NAVAS DE TOLOSA

A instancias del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, el Papa Inocencio III,

con fecha 16 de febrero de 1212, emitió una (reiterada) bula de cruzada dirigida al rey

Alfonso VIII de Castilla para que impulsara y arremetiera decididamente la lucha contra

los almohades.5 Y se lleva a efecto en este año 1212.

Sin duda, la batalla de Las Navas de Tolosa, rotundamente victoriosa para los cristia-

nos castellanos (y de toda la Península Ibérica, incluso extensible a Europa) es la noticia

del año 1212, desde mucho tiempo atrás y con toda seguridad como noticia de proyec-

ción al futuro. A partir de ahora nada será igual en la Península Ibérica, en los reinos

hispanos, como también en el reino portugués. Lo vamos a ir viendo, considerando,

desentrañando, analizando…

Teniendo en cuenta un inicial recorrido cronológico, recordamos que en 1209 se rom-

pieron las treguas castellanas-almohades. Luego, en 1210, con fecha 10 de diciembre,

ya hubo una bula de llamamiento del Papa Inocencio III dirigiéndose a todos los obis-

pos de los reinos hispanos, incluido el de Portugal, apoyando que cuanto se emprendiera

contra los almohades fuera considerado cruzada con la bendición pontificia. La bula se

repite a 22 de febrero de 1211 dirigida por el Papa Inocencio III a los prelados de To-

ledo, Zamora, Tarazona y Coímbra para que castigasen a los reyes cristianos que viola-

sen las paces o pactos suscritos con Castilla mientras se enfrentaba a los musulmanes.

Entre los meses de febrero y abril de este año 1211 se fueron preparando los ejércitos

almohades en Marrakech para arreciar invasivos por todo Al-Ándalus.

El 16 de mayo de ese año hubo gran entrada de musulmanes en la Península, formán-

dose un gran contingente de ellos en Sevilla a primeros de junio.

El 13 de agosto, ante el califa An-Nasir (o Al-Nasir), perdieron los cristianos (cala-

travos) la fortaleza de Salvatierra, plaza estratégica en la ruta norte de Al-Ándalus hacia

Toledo.

El 14 de octubre murió el infante Fernando de Castilla, hijo y heredero del rey Al-

fonso VIII.

Ya en 1212, en torno al 31 de enero, hay una proclamación pontificia, oficial y so-

lemne, exhortando a los obispos del sur de Francia y encareciéndoles al deber de animar

a los fieles y súbditos a que participen y apoyen la empresa de cruzada castellana contra

5 Mientras Simón de Montfort, andaba en el empeño de atacar al conde Ramón VI de Toulouse, en los

reinos cristianos peninsulares todo hacía entrever que se emprendería una campaña decisiva contra los al-

mohades, impulsándola mucho, a instancias pontificas, los obispos españoles, de los que era primado

indiscutible, por muy autorizada bula, el arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada.

Entretanto, el califa almohade Muhammad an-Nasir, se disponía también a emprender una gran campa-

ña de expansión andalusí por la España cristiana (con intención de liquidarla y avanzar a Europa), ha-

biendo salido de Marrakech a tal efecto con un poderoso y numeroso ejército que desembarcó en la Pe-

nínsula.

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los almohades, emplazándose la campaña para los días de la octava de Pentecostés (20-

27 de mayo).

El 5 de abril se hace llegar desde la Santa Sede a todos los reyes hispanos un nuevo

mandato para que los monarcas aparquen sus diferencias o desavenencias y se unan para

combatir a los sarracenos almohades.

Del 27 de mayo al 3 de junio fueron llegando a las cercanías de Toledo las convoca-

das mesnadas hispanas y ultramontanas de allende los Pirineos.

El 3 de junio partieron las huestes almohades desde Sevilla hacia las tierras de Jaén,

Baeza y Santa Elena.6

El 19 de junio sale de Toledo la vanguardia de las tropas cristianas, siguiéndolas dos

columnas de ejércitos más.

El 23 de junio hubo un considerable ataque cristiano a la fortaleza almohade de Ma-

lagón,7 siendo tomada la misma por parte de la vanguardia del ejército, formada por ca-

balleros ultramontanos. Al día siguiente (24 de junio),8 habiendo sido apresados, fueron

ajusticiados los almohades defensores de la plaza.

El 27 de junio llegaron los cristianos a la fortaleza de Calatrava la Vieja, ocupada por

los almohades, que capitularon el día 30 de ese mes.

El 3 de julio desertó gran número de caballeros ultramontanos o de más allá de los Pi-

rineos, contrariados, entre otras cosas, por haberles prohibido el rey Alfonso VIII sa-

queos o enriquecerse con botín como exigido por adelantado. Tan sólo quedaron como

fieles o leales a la empresa emprendida algunos nobles de la zona de Vienne, el arzo-

bispo de Narbona (el cisterciense Arnaldo Amaury) y Teobaldo de Blazón.

El 4 de julio ocurrió la conquista de Alarcos,9 siguiendo luego, en los días 5 y 6, la

conquista de las fortalezas de Piedrabuena,10

Benavente11

y Caracuel.12

6 La población de Santa Elena se sitúa al norte de la provincia de Jaén, lindando con la provincia de

Ciudad Real. La parte norte de su término municipal se encuentra dentro del Parque Natural de Despe-

ñaperros, y su posición la convierte en el mayor punto de paso obligado en las comunicaciones en-

tre Andalucía y la Meseta Central de la Península Ibérica, por lo que recibe el sobrenombre o denomina-

ción de Puerta de Andalucía, actualmente con buena oferta hostelera y turística. Por su término discurren

los ríos Despeñaperros y Renegadero. La mayor parte del término municipal es monte, no tanto terreno de

cultivos, predominando la actividad forestal y ganadera, muy particularmente del ganado ovino.

Es lugar relacionado del todo a la batalla de Las Navas de Tolosa, tras la cual, como acción de gracias,

mandó construir el rey Alfonso VIII una ermita en honor de la Santa Cruz, tan vinculada como reliquia y

recuerdo a Santa Elena.

7 Provincia de Ciudad Real.

8 Fiesta de la Natividad de San Juan Bautista.

9 En la provincia de Ciudad Real. El castillo de Alarcos, desde la conquista cristiana de Toledo en 1085

hasta la definitiva toma del mismo en 1212, se vio sometido a diversos avatares y a varias transforma-

ciones, destacando mucho cuanto emprendió aquí el rey Alfonso VIII.

10

O de Miraflores, en Piedrabuena, provincia de Ciudad Real. A pesar de tener origen musulmán, la for-

taleza fue ocupada a mediados del siglo XII por los cristianos. Sin embargo la recuperan los almohades en

1196, pasando finalmente de nuevo a los calatravos en 1212, sufriendo diversas modificaciones arqui-

tectónicas.

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El 7 de julio llegaron las tropas navarras (unos doscientos caballeros) y aragonesas

(unos tres mil caballeros), juntándose con las castellanas de Alfonso VIII en los llanos

aledaños de Salvatierra, sitio que podemos recordar del pasado año 1211.13

El 12 de julio alcanzaron los cristianos la proximidad del puerto del Muradal,14

siendo

lugar de asentar campamentos y de reconocimiento del terreno sobre el que se visualiza-

ban las huestes musulmanas.

El 13 de julio conquistaron los cristianos el castillo del Ferral.15

En 1572, al desmembrarse Piedrabuena de la Orden de Calatrava, el castillo presentaba ya configura-

ción que se observa actualmente. Conserva toda su muralla de tabiya o tapial árabe y mampostería, siendo

su perímetro de 166 metros de cortinas quebradas con una sola torre. Los calatravos modifican la entrada,

adaptándola para el uso del rastrillo o puerta enrejada. Hay un gran aljibe, con bóveda gótica de ladrillo

(reforma cristiana), una gran caballeriza, sobre la que se levantaba la cámara principal, una cámara más

pequeña con ventana de doble punto y dos grandes almacenes. La torre tuvo cuatro plantas con suelo de

madera hoy desaparecido. Su estado actual es ya ruinoso y se encuentra en proceso de deterioro progre-

sivo por desatención y abandono.

11

El castillo de Benavente, tal vez del siglo XII, se encuentra (o más bien se encontraba) en el despo-

blado del mismo nombre, a las afueras de Ciudad Real. Era un castillo de pequeñas dimensiones. Se

encuentra en estado de ruina o de sólo vestigios.

12

El castillo de Caracuel es una construcción militar de origen musulmán edificado en diferentes épocas

a partir del siglo IX, pasando por el XII y el XIII. Está situado en la localidad de Corral de Calatrava, en

el municipio de Caracuel de Calatrava (Ciudad Real). Los calatravos fueron efectuando diversas trans-

formaciones. Actualmente conserva restos de murallas y dependencias, así como torre albarrana pentago-

nal. Pero su estado es de mucho y avanzado deterioro.

Cuenta la leyenda que en este castillo vivió una reina mora llamada Clara. El nombre de Caracuel de-

rivó de caracruel por la cara tan cruel que tenía dicha reina. En 1085, con el paso de Toledo a manos de

Alfonso VI, este castillo guarda mucha relación con las historias concernientes a este monarca. Perdido y

reconquistado en varias ocasiones, pasó finalmente a pertenecer a los calatravos, después de la batalla de

Las Navas de Tolosa.

13

No siendo su recuperación cristiana sino hasta el año 1225, como veremos entonces.

14

En El Viso del Marqués (Ciudad Real), situado frente al paso de Almuradiel que se abre en Despeña-

perros, en la confluencia de cuatro grandes caminos que siempre han venido uniendo La Mancha con An-

dalucía. Los residentes de este lugar son llamados viseños. El primero y más antiguo de estos lugares-

caminos era una vereda (ampliada tras el invento de la rueda) que conducía hacia el santuario ibérico del

Collado de los Jardines, más conocido como Cueva de los Muñecos. Le siguió el camino del Puerto del

Muradal o camino de la Losa, empleado por Alfonso VII (1126-1157) cuando fue a atacar y conquistar

Almería, y luego por Alfonso VIII para atacar a los almohades, como estamos viendo, en la batalla de Las

Navas de Tolosa. Tras otras rutas, que ahora nos ahorramos de describir, existía, ya en el siglo XVIII, el

camino de Despeñaperros. El puerto del Muradal es, por tanto, la antesala de Despeñaperros. Tras la ba-

talla de Las Navas de Tolosa se cedió El Viso del Marqués en encomienda a la Orden de Calatrava,

siendo posterior esa denominación de la localidad.

15

Situado en el actual término municipal de Santa Elena, todavía en el puerto del Muradal. Se trata ac-

tualmente de un yacimiento arqueológico bastante complejo, con vestigios de fortificación en tierra, tapial

y mampuesto. Existen restos de muros y torres en sus lados oeste y suroeste, con un núcleo central de cal

y arena, de 1,65 metros de anchura, y ligeros vestigios de un aljibe. Algunos autores datan la parte más

antigua (la de tierra), con anterioridad al período almohade.

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El 14 de julio tuvo lugar la ocupación del paso o desfiladero de la Losa por huestes

almohades, dándose que los cristianos hispanos descubrieron una ruta alternativa y ven-

tajosa, estableciéndose y acampando estratégicamente.16

El 15 de julio fue día empleado por los cristianos en la planificación de la estrategia

militar.17

Y el 16 de julio tuvo lugar la batalla de Las Navas de Tolosa, con destacada victoria

cristiana, dándose a la fuga las huestes musulmanas.

Situándonos ahora todavía en los precedentes más inmediatos de la batalla de Las Na-

vas de Tolosa, recordemos, de la primavera de 1211, que el rey Alfonso VIII de Cas-

tilla, acompañado por su hijo el infante don Fernando y al mando de una hueste consti-

tuida por las milicias de los concejos de Madrid, Guadalajara, Huete, Cuenca y Uclés, se

dirigió hacia Levante y llego hasta el mar mediterráneo por la comarca de Játiva,

aunque no tardaba en regresar de allí sin haber obtenido de esta expedición resultados

provechosos o satisfactorios. Mientras tanto, el califa almohade Muhammad an-Nasir,

desembarcaba en Tarifa,18

pasaba por Sevilla y Córdoba (a mediados de mayo de 1211),

y con un ejército formado por “chund”19

almohades, tribus almorávides, arqueros tur-

cos, tropas hispano-musulmanas y algunos cristianos mercenarios, marcho a la frontera

de Toledo y sitió, como podemos recordar, el castillo de Salvatierra, fortaleza de la Or-

den de Calatrava, arrebatándola los almohades. Parece ser que por entonces estaba el

rey Alfonso VIII en Cuenca, acompañado por el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada,

marchando ambos desde allí a las tierras de Talavera.20

El infante Fernando hizo una

correría por Trujillo y Montánchez,21

pero sin que el rey de Castilla se aventurase a so-

correr a Salvatierra, sitiada por un ejército realmente muy potente que atacaba la forta-

leza con grandes maquinas de guerra. El castillo de Salvatierra resistió, sin embargo, du-

Con frecuencia se confunde este castillo propiamente con el de Las Navas de Tolosa, incluso desde

épocas antiguas, aunque se trata de dos fortalezas diferentes. Esta confusión puede derivar del hecho de

que, en vísperas de la batalla de Las Navas de Tolosa, esta fortaleza del Ferral fue abandonada por sus de-

fensores almohades ante el avance cristiano.

La primera referencia histórica sobre este castillo es de 1169, cuando fue conquistado por la Orden de

Calatrava, aunque luego volviera a dominio almohade.

Puede leerse a Eslava, J. (1999): Los castillos de Jaén, Granada, Ediciones Osuna, 96.

16

En la llamada Mesa del Rey, al norte de Miranda del Rey.

17

Supuestamente también se emplearon en lo mismo los musulmanes.

18

Completamente al sur de la provincia de Cádiz.

19

El término o voz árabe chund viene a significar alistamiento militar, leva, ejército, formación de tro-

pas, división o distrito militar.

20

Talavera de la Reina (Toledo), desde donde hicieron incursiones, durante el verano, por la toledana

Sierra de San Vicente.

21

Localidades de la provincia de Cáceres.

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~ 26 ~

rante dos meses, aunque finalmente hubieron de rendirse sus defensores, permitiéndose-

les irse de la fortaleza. Acabaron refugiándose en Castilla (septiembre de 1211). La

caída del castillo de Salvatierra en manos de los almohades produjo una profunda con-

moción en todos los territorios españoles, impactando tanto en el ánimo de los reyes

cristianos que decidieron unirse contra la real y seria amenaza musulmana, propiciando

además la predicación y convocatoria de otra cruzada, que fuera realmente múltiple: en

España, en Occitania, en Oriente…, por doquier. De modo que este siglo XIII está resul-

tando ser, por así decir, el de una gran cruzada.

Transcurría el mes de octubre de 1211. Alfonso VIII sufría mucho porque enfermara

y a poco muriese en Madrid su hijo Fernando.22

El monarca castellano no podía desa-

tender ni descuidar mucho su reino, pues los momentos se volvían realmente críticos.

Alfonso VIII se encontró pronto con su ejército en las tierras de Guadalajara acompa-

ñado por su leal don Diego López II de Haro, de muy valioso vasallaje hacia el rey cas-

tellano.23

22

Enterrado, como podemos recordar, en el Real Monasterio de las Huelgas en Burgos.

23

Diego López II de Haro (como su linaje o sucesión) tuvo mucha importancia como magnate al servicio

de Castilla durante el reinado de Alfonso VIII y después. En torno a su figura existe una doble o contras-

tada leyenda negra y leyenda dorada.

No se mantuvo con asiduidad en la corte castellana antes de 1178, quizás por la influencia que allí ejer-

cía la familia Lara, de linaje opuesto o contrario, como podemos recordar, al igual que pasaba con los

Castro. Entre 1179 y 1183, Diego se exilió por primera vez a Navarra. Volvió a la corte castellana en po-

sición de fuerza, obteniendo el oficio de alférez, uno de los dos más prestigiosos con el de mayordomo

mayor. El ascenso de sus parientes en el reino vecino de León le abrió nuevas oportunidades en 1187,

cuando su hermana Urraca López de Haro contrajo matrimonio con el rey Fernando II de León. Diego de-

jó entonces el reino de Castilla, pero la suerte de su familia en León acabó al año siguiente, con la muerte

del rey. Pero había adquirido un crédito suficiente en Castilla para poder negociar su vuelta en condi-

ciones favorables: el oficio de alférez y todos sus gobiernos le fueron devueltos.

Al mando de la retaguardia, participó en la batalla de Alarcos contra los almohades (año 1195), defen-

diendo luego el territorio castellano tras la derrota cristiana en aquella batalla. Le apartó de todo Alfonso

VIII a partir de 1199, cuando le quitó el oficio de alférez para provecho del conde Álvaro Núñez de Lara.

Diego López se exilió una tercera vez entre 1201 y 1206, pasando al servicio de Navarra, y después de

León. Según la alfonsí Crónica de los veinte reyes (de ya avanzado el siglo XIII), Diego López II de Haro

fue movido a desnaturarse porque el rey Alfonso VIII prestó ayuda al monarca leonés en el asedio de los

castillos de Aguilar y Monteagudo, que eran de su hermana Urraca, exreina de León.

Ante esta situación, Alfonso VIII invadió Navarra y puso bajo asedio a Estella, que era donde se en-

contraba Diego, pero tras un largo asedio no consiguió rendir la plaza. Se había vuelto sin embargo im-

prescindible para el soberano castellano. Éste, en su primer testamento (del año 1204), reconoció que le

había perjudicado e intentó enmendar estos actos por su desmesurada reacción ante don Diego. Cuando

Diego López II decidió volver a Castilla, en 1206, Alfonso VIII puso de nuevo su confianza en él como

alférez, antes de pasar de nuevo el cargo a Álvaro Núñez, en 1208. Aquel mismo año, el rey nombró a

Diego López uno de sus cinco albaceas. En 1212, le puso al mando de uno de los tres ejércitos cristianos

en la batalla de Las Navas de Tolosa, que permitió derrumbar la potencia almohade en Al-Ándalus, como

estamos contando. El cronista Juan de Osma (o de Soria), muerto en 1246, da a entender que el rey cas-

tellano pretendió ver en Diego López II de Haro un futuro o posible regente del que pudiera reinar (y de

hecho reinó) siendo niño como Enrique I de Castilla. Pero Diego López II murió algunas semanas antes

de Alfonso VIII, en 1214.

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~ 27 ~

El ataque a los almohades y el cerco de Salvatierra cayendo en manos de moros de-

cidieron al rey castellano a su actuación lo más rápida posible, tal como requerían las

circunstancias y las convocatorias a cruzadas del Papa. Apenas hecho el funeral por su

hijo Fernando, con total protagonismo del arzobispo de Toledo don Rodrigo Jiménez de

Rada, se puso en marcha la organización del ataque más definitivo contra los almo-

hades. Fue el mismo Jiménez de Rada quien se dirigió a Roma y se presentó al Papa,

recorriéndose luego24

toda Italia, gran parte de Francia e incluso de Alemania llamando

a la cruzada antialmohade y predicándola, regresando luego a Castilla sin dejarse atrás,

en su vehemente predicación, la Occitania y todo el Mediodía de Francia.

En la Provenza y comarcas vecinas sobre todo, el arzobispo de Toledo despertó gran

entusiasmo y la nueva cruzada no dejo de preocupar a Simón de Montfort, empeñado en

la suya frente a los albigenes, temiéndose que una cruzada restara combatientes a la

otra. Pero estaba claro que la cristiandad se inquietaba cada vez más ante la amenaza al-

mohade, y los trovadores provenzales se sintieron solidarios de la misión europea que

suponía detener en España el empuje del Islam; el trovador occitano Gavaudan, por

ejemplo, la comparaba abiertamente a las cruzadas dirigidas o sostenidas en Oriente: ve-

nía a decir que Saladino había tomado ya Jerusalén, y los “perros marroquíes” amena-

zan ya la Provenza, por lo cual que “los cruzados alemanes, franceses ingleses y bre-

tones” vayan a España antes de que sea tarde.

Mientras Jiménez de Rada recorría la Europa occidental predicando la cruzada, Ge-

rardo, obispo electo de Segovia, fue también a Roma por encargo de Alfonso VIII, y el

Papa Inocencio III ordenaba a los obispos de Francia que exhortasen a sus fieles para

que fueran a España a combatir a los musulmanes, y dirigía al rey de Castilla una bu-

la (respuesta a la misión que llevo a Roma, a primeros de febrero, al obispo Gerardo) en

la que le anunciaba su exhortación a los obispos franceses y concedía a los cruzados que

acudiesen a luchar contra los almohades la remisión de sus pecados.

La campaña había quedado decidida para la octava de Pentecostés, y el lugar de reu-

nión de los cruzados se fijó en Toledo. Por su parte, Alfonso VIII, a quien correspondía

la iniciativa de la empresa, solicitó el auxilio de los reyes de Aragón, León, y Navarra;

pero Alfonso IX de León, que estaba en guerra con Portugal, respondió que sólo partici-

paría en aquella si el rey de Castilla le devolvía algunos castillos que le había quitado y

aún le quedaban pendientes de devolver.

Pedro II de Aragón, en cambio, recorría por entonces el Mediodía de Francia reclu-

tando cruzados y se disponía a acudir a Toledo para tomar parte en la campaña proyec-

tada; y Sancho VII de Navarra, que en un principio parecía poco dispuesto a ayudar a

Alfonso VIII, decidió también incorporarse a los cruzados, convencido tal vez por Ji-

ménez de Rada. Aunque ni Alfonso IX de León ni Alfonso II de Portugal acudieron per-

sonalmente con sus huestes reales, muchos caballeros portugueses, leoneses y gallegos

se dirigieron también a Toledo, con el total consentimiento regio, mientras ya habían

empezado a llegar los cruzados ultrapirenaicos al mando del arzobispo Guillermo de

Burdeos, del obispo de Nantes y muy señeramente del arzobispo de Narbona (el abad

24

Según parece (al menos quedando muy bien o novelesco relatarlo).

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~ 28 ~

cisterciense y legado pontificio Arnaldo Amaury). Por entonces (5 de abril), el Papa

Inocencio III dirigía una bula a los arzobispos de Toledo y de Santiago de Compostela

ordenándoles que procurasen por todos los medios que no se rompiera la paz vinculante

entre los reyes españoles mientras durase la campaña contra los almohades, amenazando

con la excomunión a todo cristiano que prestase su ayuda a los moros, y muy especial-

mente al rey de León, si en esas circunstancias se atreviera a atacar a Castilla.

Durante la octava de Pentecostés de este año 1212 se reunieron en Toledo caballeros y

peones franceses, provenzales italianos y de otros países en número que se aproximó a

los setenta mil (70.000) ultramontanos, destacando de entre ellos, con muchos prelados

como los ya citados, el conde Centulo de Astarac y el vizconde Ramón de Turena, en-

cargado del abastecimiento de los cruzados, y de proveerles de armamento y caballos,

ya que muchos venían sin ellos; y cuando ya había en la ciudad muy numerosos cruza-

dos extranjeros, llego a Toledo el rey Pedro II de Aragón, con excelente ejército de ara-

goneses y catalanes dispuestos a dar la batalla con el rey castellano, plantando sus tien-

das en la vega toledana; venían con el monarca aragonés el obispo electo de Barcelona,

Berenguer de Palou, y el arzobispo tarraconense, Ramón de Rocabertí. Por estar organi-

zando su ejército, el rey Alfonso VIII de Castilla sólo pudo juntarse a los demás cru-

zados días más tarde de la octava de Pentecostés. Y el rey Sancho VII de Navarra se

unió posteriormente a los demás, siendo el último en juntarse.

La hueste castellana de Alfonso VIII era25

de más de sesenta mil (60.000) hombres,

añadiéndoseles a ellos los de las tropas aragonesas y catalanas de Pedro II y los hombres

ultramontanos. Además hubieron de contarse los muy numerosos caballeros de las órde-

nes militares: de Calatrava, Santiago, del Hospital y del Temple, así como los caballeros

(nobles y señores) gallegos, leoneses, portugueses y asturianos que fueron a Toledo por

iniciativa propia y del todo voluntariosa. Propiamente guerreros, lo que se dice guerre-

ros, rebasaban en total los 50.000 ó 70.000.

En la infraoctava de Pentecostés, el Papa Inocencio III dispuso en Roma un ayuno de

tres días y organizó una procesión de hombres y mujeres que recorrió la ciudad rezando

por la victoria cruzada en España.

Entretanto, Muhammad an-Nasir, el califa almohade, también se había preparado para

enfrentarse a los cruzados, reuniendo a su ejército que se concentró sobre todo en Sevi-

lla. Era un ejército enorme, de 250.000 hombres.26

El día 20 de junio estaba ya en mar-

cha el ejército almohade por Sierra Morena acercándose a Jaén. Y por su parte se enca-

minaron también desde Toledo los cruzados a enfrentarse contra ellos dirigiéndose a las

fronteras de Al-Ándalus.

Las huestes cristianas iban divididas en tres grupos:

1) El de los cruzados ultramontanos o de allende los Pirineos, mandados por el señor

de Vizcaya, don Diego López II de Haro.

25

Según estimaciones.

26

Según estimaciones.

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2) El de los aragoneses y catalanes del rey Pedro II, figurando con él, entre otros seño-

res o magnates: Hugo IV de Ampurias, Guillermo de Cardona, Guillermo de Cer-

vera, García Romero, Jimeno Cornel y los anteriormente mencionados prelados

(obispo y arzobispo) de Barcelona y Tarragona.

3) Y el de las huestes de Alfonso VIII de Castilla, que marchaba a retaguardia, acom-

pañando al monarca el arzobispo de Toledo don Rodrigo Jiménez de Rada con los

obispos de Palencia (Tello Téllez de Meneses), Sigüenza (Rodrigo), Osma (Me-

lendo), Ávila (Pedro Instancio) y Plasencia (Bricio). También iban con el rey mu-

chos magnates castellanos, como los maestres de Calatrava y Santiago, así como

los priores hospitalarios y templarios.

Tras acampar sucesivamente junto a varios arroyos, los ultramontanos se adelantaron

hasta hacer un alto en las cercanías de Guadalerzas, el 24 de junio, siendo Guadalerzas

un castillo musulmán fronterizo de Al-Ándalus con Castilla.27

No tardaron los cruzados

en tomar la fortaleza y pasar a cuchillo a su guarnición musulmana.

Poco después llegaba también a Malagón y su castillo el rey Pedro II de Aragón con

sus ultramontanos, los cuales se quejaban por la falta de víveres y otras contrariedades

que sufrían. Proponían irse, abandonar la campaña, pero el rey aragonés logró convén-

cerlos para que siguieran en la expedición.

Unos días después, los ejércitos cristianos, reunidos ante Calatrava, asediaban esta

plaza que pronto tuvo que capitular y Alfonso VIII, el 1 de julio, permitió a sus defen-

sores que salieran de la misma con la garantía de que sus vidas serían respetadas, con lo

que no hacía otra cosa que proseguir la costumbre de no molestar a los moros que se

rendían, costumbre iniciada por el Cid e imitada luego por Alfonso I el Batallador y por

Ramón Berenguer IV. Esta capitulación de Calatrava parece que disgustó a los ultra-

montanos que venían acostumbrados al saqueo y al exterminio de las ciudades albi-

genses; y fuese por ello, o por la falta de víveres, o por la mucho calor y molestias, lo

cierto es que desertaron de la campaña, abandonaron la cruzada y emprendieron el ca-

mino de regreso a sus lugares de procedencias, durante el cual no dejaron de cometer en

Castilla algunas tropelías; incluso intentaron sin éxito adueñarse de Toledo. Con las

huestes de la España cristiana sólo quedaron el arzobispo de Narbona, sus gentes y el

caballero Teobaldo de Blazón. El choque decisivo con los almohades vino a ser así una

empresa propiamente española. Solamente los hispanos triunfaran poco después sobre el

formidable ejército del Miramamolín, Príncipe de los Creyentes, Abu Abd Allah Mu-

hammad An-Nasir.

Tras retirarse los ultramontanos, Alfonso VIII con su ejército salió en dirección de

Alarcos y Salvatierra, en tanto que Pedro II se quedaba en Calatrava para esperar la lle-

gada de Sancho VII con sus huestes navarras. En los días 5 y 6 de julio, mientras el rey

castellano conquistaba las fortalezas de Alarcos, Piedrabuena, Benavente y Caracuel,

llegaba a Calatrava el rey de Navarra, y no mucho después, el 7 de julio, Sancho VII,

Pedro II y Alfonso VIII se reunían ante Salvatierra, partiendo de allí, el 11 de julio, ha-

27

En Los Yébenes (Toledo).

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cia los pasos del Muradal (Despeñaperros), en cuyas cimas se encontraron ya destaca-

mentos avanzados del ejercito del Miramamolín, los cuales impedían a los cristianos el

paso a las alturas del macizo del Muradal, apostados como estaban en los desfiladeros

por los que podía subirse al mismo.

López Díaz, hijo del señor de Vizcaya (Diego López II de Haro) y dos nietos de éste,

se adelantaron entonces y subieron hasta el llano de La Losa, por el que podía pasarse a

la planicie llamada de Las Navas de Tolosa, llanura muy apropiada para que los cris-

tianos afrontasen la batalla con los musulmanes;28

Alfonso VIII decidió no retroceder y,

como el paso por el desfiladero de la Losa resultaba imposible, sucedió29

que un pastor

se ofreció a guiar a los ejércitos cristianos por otro paso seguro y hasta entonces desco-

nocido,30

por el cual pudieron efectivamente cruzar a la meseta o planicie de Las Navas

de Tolosa.31

Allí establecieron su campamento y se dispusieron a presentar batalla a los

almohades. Era viernes.

Durante los días que siguieron (sábado y un domingo), los cristianos no atacaron y

sólo hubo pequeñas escaramuzas; pero al amanecer del lunes día 16 de julio, el alférez

mayor del rey Alfonso VIII, Don Sancho González de Reinoso, al ver una cruz surgida

en el cielo, signo precursor de tan señalada y gloriosa batalla, infundió tal coraje y va-

lentía en los españoles que ya nada se les podría resistir en su arrojo por ganar la batalla

de Las Navas de Tolosa.32

En efecto, los españoles se lanzaron al bien decidido ataque, con las tropas bien orde-

nadas así: en el centro del ejercito se encontraban los castellanos, que llevaban en van-

guardia a don Diego López II de Haro, seguido por los caballeros de las órdenes milita-

res y por la retaguardia, en la que figuraban Alfonso VIII y el arzobispo de Toledo; a la

derecha estaban Sancho VII con los navarros y las milicias de Ávila y Segovia, entre

otras; y a la izquierda estaba el rey Pedro II de Aragón con sus tropas, a cuya vanguar-

dia marchaba el caballero García Romero.

Apenas se inició el ataque cristiano, las vanguardias musulmanas tuvieron que retro-

ceder; pero al entrar en batalla el grueso del ejército del Miramamolín hubo un momen-

to de confusión y retroceso de los cristianos, hasta tanto que pareciera que perderían el

combate. Alfonso VIII se adelantó entonces y los reyes de Aragón y de Navarra hicie-

ron un movimiento convergente. En el empuje, que fue feroz y violentísimo, los cristia-

nos llegaron hasta el cerco de cadenas que, sostenidas por los esclavos negros, guarda-

ban el acceso a la tienda del califa almohade.

28

Se define nava como tierra llana y sin árboles, a veces pantanosa, situada generalmente entre montañas.

29

Según parece y la tradición cuenta.

30

El que se llama actualmente Puerto del Rey.

31

Provincia de Jaén.

32

Por su gesta le concedió luego el rey Alfonso VIII a Don Sancho González de Reinoso el Escudo de

Armas propio, figurando en campo de oro una Cruz de Gules Flordelisada.

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~ 31 ~

Sancho VII de Navarra fue el primero en romper el cerco de los almohades, de modo

que los musulmanes empezaron entonces a retroceder desordenada y estrepitosamente,

convertida la retirada mora en verdaderamente llamativa. El mismo califa Muhammad

se vio obligado o decidido a huir, sorprendiendo con ello a los almohades: habían per-

dido del todo la batalla. El califa se fue corriendo todo cuanto podía en dirección a

Baeza y Jaén, refugiándose aquí con mucha pesadumbre durante la noche del 16 al 17

de julio.

La victoria cristiana y española en la batalla de Las Navas de Tolosa pasa ciertamente

a la historia como decisiva. Los muertos musulmanes fueron innumerables. El botín que

se les hizo fue inmenso, incluido el pendón o bandera que les fue arrebatada a los mo-

ros.33

Concluida la lucha, el arzobispo de Toledo, don Rodrigo Jiménez de Rada, entonó un

Te Deum sobre el mismo campo de batalla, en presencia del ejército castellano, mien-

tras navarros y aragoneses-catalanes perseguían aún en su huida a los almohades que

corrían intentando ponerse a salvo.

Poco después de la batalla de Las Navas de Tolosa, los cristianos conquistaban34

el

castillo de Vilches35

y los del Ferral, Baños36

y Tolosa o Las Navas de Tolosa;37

cuatro

días más tarde, el 20 de julio, ocupaban Baeza, abandonada por los musulmanes y lue-

go, el 23 de julio, atacaban y tomaban Úbeda, donde hicieron muchos prisioneros. Des-

de Úbeda, el ejército hispano-cristiano emprendió el camino del regreso a sus proce-

dencias.38

Alfonso VIII marchó a Toledo y dirigió a Inocencio III una carta, seguramente redac-

tada por el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, dándole cuenta al Papa de la campaña y

33

Es precioso este trofeo arrebatado a los almohades en la batalla de Las Navas de Tolosa, hallándose

custodiado en el Real Monasterio de las Huelgas en Burgos. Es el mejor tapiz almohade que se conserva.

Está tejido en oro, plata y sedas con un tamaño de 3,30 metros por 2, predominando el color rojo, con

mezclas de amarillo, azul, blanco y verde, teniendo una inscripción aludiendo a Alá rodeando una gran

estrella central. Probablemente fue un destacado adorno colocado a la entrada de la tienda califal.

En el año 1953 se llevó a cabo su restauración y desde entonces cada año la máxima autoridad militar

porta en la procesión del Corpus una copia de tan preciado tapiz. Y es en el conjunto de las Ricas Telas

del museo monástico la más preciada de sus joyas.

34

En la provincia de Jaén.

35

Del que quedan restos.

36

Ir a Epílogo I.

37

Cuenta la historia que, tras su conquista y apenas dos días después de la histórica batalla de Las Navas

de Tolosa, los cristianos no dudaron en pasar a cuchillo a los defensores de este castillo que, durante más

de doscientos años, sirvió de defensa y vigía para el reino musulmán de lo que hoy conocemos como Paso

de Despeñaperros, antaño Paso del Muradal. Hoy la silueta de su torre sobresale en una típica dehesa de

Sierra Morena en la que pueden verse también reses bravas.

38

A Pedro II le veremos muy activo en el entorno de la otra cruzada que le afecta, la de los cátaros o

albigenses. Ya lo iremos viendo.

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del victorioso resultado de la misma como cruzada. Con la carta le enviaron también al

Papa, para que lo viera,39

el pendón o estandarte de los almohades y la tienda del califa

Miramamolín.

Réplica del auténtico Pendón de la batalla de Las Navas de Tolosa, arrebatado a

los almohades, que se conserva en el monasterio de Santa María la Real de las

Huelgas en Burgos. El texto escrito alude a Dios (Alá): “Me refugio en Dios, de

Satanás el apedreado. En el nombre de Dios, piadoso y clemente. La bendición de

Dios sea sobre nuestro Señor y dueño, Muhammad el Profeta honrado y sobre su

familia y amigos. Salud y paz”.

39

Según parece.

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Al que no le cupo gloria fue al rey Alfonso IX de León, al que llamaban los musul-

manes, como a su padre Fernando II, el Baboso. Había roto la promesa hecha al Papa de

no agredir en nada a Castilla mientras durase la campaña contra los almohades. Alfonso

IX se aprovechó de la circunstancia y ocupó algunas fortalezas que le reclamaba a

Alfonso VIII.40

Aquí tuvo lugar la batalla de Las Navas de Tolosa

Para nada les cupo la gloria tampoco a las desertadas huestes ultramontanas, proce-

dentes en su mayor parte del ejército cruzado de Simón de Montfort. Eran hombres

acostumbrados al pillaje e incluso a la barbarie, habituados a destruir y devastar en el

Languedoc. De hecho, nada más llegar a Toledo arremetieron ellos contra la pacífica

40

Con todo –digno de resaltarse–, la batalla de Las Navas de Tolosa fue, sin duda, el último gran acto o

momento de solidaridad española conjunta en la empresa de la Reconquista, habiendo combatido unidos

allí el rey castellano Alfonso VIII, el aragonés-catalán Pedro II y el gigante o corpulento vascón Sancho

VII de Navarra, todo esto cuando ya la idea imperial leonesa, que otras veces había reunido frente al Is-

lam a los príncipes o monarcas hispanos cristianos, se hundía definitivamente en el ocaso y quedaba desa-

parecida en el pasado de la historia.

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~ 34 ~

judería del lugar. El pueblo de Toledo consiguió expulsarles de la ciudad, pero los fran-

ceses occitanos devastaron entonces las ricas tierras de la que fue almunia o huerta real

de la taifa toledana (con su palacio de Galiana)41

y el Alcardete.42

He aquí el despliegue de ejércitos o tropas en la batalla de Las Navas de Tolosa (la

contamos de nuevo):

41

Aquí en el palacio de Galiana tuvo su residencia el rey de la taifa toledana Al-Mamún (1037-1074),

alojándose también en este mismo lugar el rey Alfonso VI en los momentos de su conquista de Toledo y

cuando quiso posteriormente.

Como propiedad real que fue, allí tuvieron aposento también los cruzados venidos a Toledo en 1212

para participar en la decisiva batalla de Las Navas de Tolosa, trayendo con ellos –nadie se dejaba objeto

de valor en casa por si las moscas– incalculables fortunas que fueron enterradas en la Huerta del Rey para

su recuperación después del combate, quedando como es sabido muchos caballeros cruzados muertos en

el campo de batalla (no los que desertaron) sin que pudieran encontrarse más tarde sus tesoros, que to-

davía tienen que estar en las cercanías del palacio de Galiana, al igual que las riquezas de los reyes vi-

sigodos pueden encontrarse en las parcelas toledanas de la Vega Baja.

Luego, como de lo que se trata es de excavar para poder sacar a la luz del día todo nuestro pasado glo-

rioso en tesoros, pues venga a darle a la piqueta igualmente en la Huerta del Rey donde se alza, a orillas

del Tajo, el palacio de Galiana, construido por el rey moro Galafre, y que evoca el romance entre su hija

Galiana y Carlomagno. Ir a Epílogo II.

42

Actual Villanueva de Alcardete (Toledo), derivando posiblemente del topónimo (árabe-mozárabe) Al-

cardete, encinar (del latín quercus y de la terminación mozárabe ete).

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~ 36 ~

En el ejército cristiano, digamos que compuesto por unos 70.000 hombres, se constata

la división en tres cuerpos.

El el centro se dispone la caballería catellana, en su vanguardia el abanderado de

Castilla, Don Diego López II de Haro, señor de Vizcaya, y Don Álvaro Núñez de Lara,

el nuevo alférez de Castilla. Situado en el centro de la retaguardia del cuerpo central se

hallaba el rey Alfonso VIII de Castilla y el arzobispo de Toledo, Don Rodrigo Jiménez

de Rada.

En el ala derecha, junto con los 200 caballeros y peones navarros, se hallaba el rey

Sancho VII el Fuerte.

En el ala izquierda estaban los aragoneses y catalanes con su rey Pedro II.

En la retaguardia se encontraban las milicias urbanas o concejiles de Ávila, Segovia y

Medina del Campo que auxiliaban a un flanco y al otro. También en esta tercera fila de

retaguardia estaban integradas las Órdenes Militares de Santiago, Calatrava, el Temple

y San Juan de Jerusalén u Hospital.

La financiación de la empresa, en un 66 % estuvo a cargo del tesoro castellano, y la

Iglesia aportó el resto. De todo el reino castellano fueron llegando a Toledo armas, ca-

ballos y provisiones.

De otra parte, el ejército almohade, podemos contar que se se instaló o acampó en el

denominado Cerro de los Olivares o de las Viñas, desplegándose al modo clásico o ti-

pico de la época. La infantería se situaba al frente y la caballería ligera en los flancos.

En primera fila, el cuerpo debía recibir el choque frontal de la caballería cristiana.

Eran las tropas más fanatizadas o islamizadas con el imbuido deseso de alcanzar el Pa-

raíso por posible inmolación combatiendo, convencidos de estar en una yihad o guerra

santa contra los infieles cristianos. Estas tropas eran ligeras y muy útiles para desca-

balgar a los contrarios y para las escaramuzas, pero no eran fuerzas ni muy válidas en el

cuerpo a cuerpo.

En segunda línea se hallaba el gran grupo o cuerpo de fuerzas almohades. En esta se-

gunda línea estaban las tropas de voluntarios.43

En tercera línea estaba lo mejor del ejército almohade, las mejores tropas, el cuerpo de

élite. Y en la retaguardia de esta tercera línea estaba la caballería pesada guardando la

inmensa tienda de campaña del califa Al-Nasir. Era una tienda roja, vistosa, no oculta a

nadie. Estaba rodeada de fortificaciones protectoras y por la terrible y temible Guardia

Negra del Califa. Eran hombres absolutamente fanáticos y radicales, yihadistas a ul-

tranza, absolutamente dispuestos y entrenados para morir por el Islam, personificado

según ellos en el califa Al-Nasir, al que tenían que proteger y defender. Eran los imese-

belen (desposados) constituyendo una tropa selecta y escogida sobre todo por su desta-

cada bravura. La demostraban enterrándose en el suelo o anclándose en cadenas como

demostración de que jamás huirían.

Vino luego el despliegue de los ejércitos enfrentados.

43

Tropas del Imperio Almohade propiamente dicho, posiblemente procedentes del Magreb y de los terri-

torios andalusíes peninsulares.

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~ 38 ~

El primero que dispuso el combate o quien dio la orden de entrar en batalla fue el rey

Alfonso VIII de Castilla.

Después de una prolongada operación de lanzamientos de flechas,44

atacó la caballería

pesada castellana.

El abanderado de Castilla, el vizcaíno López II de Haro, atacó frontalmente con miles

de jinetes. El choque fue absolutamente brutal, y el golpe hizo daño en la vanguardia

almohade. Esta operación obligó a un primer movimiento de retirada de las vanguardias

musulmanas; pero más tarde los infantes musulmanes desorganizaban el ataque de la

caballería cristiana y descabalgaban a los jinetes castellanos. Los alfanjes se empleaban

bien en el deguello numeroso de cristianos. Entonces An-Nasir ordenó el contraataque

con el grueso del ejército musulmán, lo que obligó a retroceder a los cristianos.

La segunda línea almohade formada por la caballería ligera, equipada con arcos y al-

fanjes, atacó con gran eficiencia produciendo un gran desastre en las tropas de López de

Haro. La segunda línea cristiana se adelantó entonces y entró en combate para suplir las

abundantes bajas sufridas. La situación se hizo crítica para los cristianos y muchos se

retiraron, pero no así, excepcionalmente, López de Haro, pues él y su hijo Lope Díaz,

44

La clásica preparación artillera de la época.

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~ 39 ~

con Núñez de Lara y las Órdenes Militares, permanecieron en el combate cerrado, resis-

tiendo y manteniéndose heroicamente.

Al ver retroceder a tantos cristianos, los almohades rompieron su formación cerrada

para perseguir a los que huían, lo que fue un grave error táctico para ellos. Tan peligrosa

maniobra de los musulmanes debilitó el centro del ejército almohade.

Dada la situación, algo había que hacer. Alfonso VIII intercambió miradas con los

obispos que le rodeaban. Se fijaron entre sí los tres reyes cristianos contendientes. Y por

fin tomó Alfonso VIII su decisión. Se lanzó entonces la última y desesperada carga, la

que se consideró como la carga de los tres reyes. Pedro II, Alfonso VIII y Sancho VII se

pusieron al frente de sus hombres y de los caballeros de las Órdenes Militares. Era éste

el último aliento y recurso de los cruzados. Los cristianos se lanzaron al campo de ba-

talla con todo lo que eran y tenían. Ya todo era cuestión de vencer o morir, de arremeter

victoriosos o de ser derrotados e invadidos por los almohades.

Los cristianos rebasaron la segunda y la tercera líneas almohades. Una acción heroica

del rey Sancho VII de Navarra provocó que las tropas navarras se presentaran justo

delante de la majestuosa tienda roja de An-Nasir aplastando a la guardia negra personal.

El califa sólo tuvo tiempo para huir junto con unos cuantos leales, mientras la guardia

negra permanecía allí protegiendo y defendiendo la tienda. Los hombres del rey Sancho

fueron matando uno a uno a los miembros de aquella guardia califal, y acabaron rom-

piendo las cadenas que circundaban la tienda.45

Fueron muchos miles los hombres que cayeron en esta batalla, decantada finalmente

como rotunda victoria cristiana. Como ya dijimos, el califa Miramamolín escapó y huyó

a toda prisa al ver perdida la batalla. Esa noche se refugió en Baeza.46

Murieron unos 90.000 musulmanes y unos 5.000 cristianos.

El arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada, dirigió el rezo del Te Deum en

acción de gracias.47

Diego López II de Haro empezó a ser reconocido como el Bueno y el rey castellano le

otorgó en agradecimiento (el 29 de diciembre) el señorío del Duranguesado, integrán-

dolo en el de Vizcaya y con carácter hereditario.

De otra parte, también fue premiado el arzobispo de Toledo Rodrígo Jiménez de Rada

con la concesión de Torrijos.48

45

Como sabemos, son éstas las cadenas que pasaron luego a formar parte fundamental del escudo de Na-

varra.

46

El Miramamolín An-Nasir no se repuso nunca de su desastre en Las Navas de Tolosa. Abdicó en su

hijo, se encerró en su palacio de Marrakech y se entregó a pasarlo bien y a beber, muriendo al poco

tiempo de su derrota, en 1213. Ya nos ocuparemos de su resumida biografía en su momento.

47

Ir a Epílogo III.

48

En la provincia de Toledo y no lejos de esta ciudad arzobispal primada y metropolitana, siendo pro-

piedad del cabildo catedralicio hasta el siglo XV, cuando la localidad fue adquirida por el poderoso Gu-

tierre de Cárdenas, muy importante en el reinado de los Reyes Católicos.

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~ 40 ~

La carga de los tres reyes ya terminada en victoria

Te Deum de acción de gracias

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~ 41 ~

El rey Sancho VII de Navarra rompiendo las cadenas de los negros imesebelem

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~ 42 ~

La Carolina (Jaén). Monumento a la Batalla de Las Navas de Tolosa.

El pastor que ayudó a los cristianos en primer plano

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~ 43 ~

REINO DE LEÓN

Teresa de Portugal, que había sido esposa del rey Alfonso IX de León,49

le pidió a éste

que invadiera Portugal para forzar a su rey, Alfonso II, a cumplir el testamento de su pa-

dre y predecesor respecto a ella. El caso fue que Alfonso IX, que no se unió luego al rey

castellano Alfonso VIII ni quiso saber nada de su campaña hacia Las Navas de Tolosa,

se apoderó, en marzo, de las regiones del Miño y de Tras-os-Montes,50

derrotando luego

a los portugueses en algunas escaramuzas allá por la histórica zona de Valdevez,51

cerca

de Guimarães,52

lugar en el que se encontraba Alfonso II, otro que también se desinte-

resó prácticamente del todo respecto de la cruzada contra los almohades en Las Navas.

En el reino de León, al igual que en Portugal, van a lo suyo. Nosotros aquí contamos

tres cosas más de estos territorios durante este año 1212:

El 12 de junio, los obispos Martín de Zamora y Giraldo de Coria, acompañados por

otro prelado portugués, consagraron en Zamora la iglesia románica del Espíritu Santo.53

De otra parte, el mismo victorioso día de la batalla de Las Navas de Tolosa (16 de ju-

lio), unos caballeros de Ávila derrotaron al concejo de Salamanca. De hecho, Blasco

Muñoz tomó El Carpio54

y Nuño Mateo Berrueco Pardo,55

quedando aquí como señor

del castillo.56

Finalmente, informamos que el rey Alfonso IX de León, por fin no del todo ajeno a

derrotar a los almohades, arrebató a éstos el castillo de Santibáñez con su destacada To-

49

Se habían casado en 1191. Recordamos que el matrimonio fue anulado en 1196 por el Papa Celestino

III por razones de parentesco (eran primos hermanos). Teresa, separada de su marido, regresó a Portugal y

allí, en el monasterio de Lorvão, vivió el resto de su vida.

50

De la que Chaves permanecerá en su poder hasta 1231.

51

Arcos de Valdevez, célebre por aquel torneo de allá por los años 1140 ó 1141.

52

Donde Portugal había tenido su origen como tal allá por el año 1128.

53

Así consta en acta que se conserva en el Archivo Histórico Diocesano de Zamora.

54

Carpio-Bernardo, una localidad de Villagonzalo de Tormes (Salamanca), lugar del mítico castillo que

perteneciera al legendario Bernardo del Carpio, supuestamente vencedor de Carlomagno en la batalla de

Roncesvalles en el año 808.

55

Actual Barruecopardo.

56

La existencia de un castillo en Barruecopardo está documentada en el siglo XIII, constando su perte-

nencia al caballero Nuño Mateo de Ávila. Seguramente no fue un castillo clásico con muros y torreones,

sino un castillo pequeño, roquero, compuesto por peñascos comunicados por pasadizos y cuevas mediante

escalones abiertos en las mismas cuevas que aún se conservan. Se aprecian una atalaya y unos paredones

que posiblemente fueron defensivos.

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~ 44 ~

rre de la Almenara,57

cediéndolo todo a la Orden de Alcántara (otra que resultó ajena a

la campaña contra los almohades en Las Navas de Tolosa). Relacionado con lo anterior,

también arrebató Alfonso IX a los almohades Albaranes, cambiándole el nombre por el

de Hispania.58

57

Santibáñez el Alto (Cáceres). Ir a Epílogo IV.

58

Que es la actual Gata (Cáceres), una villa y municipio situado en la sierra del mismo nombre, próxima

a Torre de Don Miguel, protegido por el Castillo de la Almenara. Los musulmanes llamaron Albaranes a

este lugar, por donde corren aguas limpias y cristalinas. Los romanos la llamaron Catobriga, estando si-

tuada junto a la Vía Dalmacia, que comunicaba las actuales ciudades de Coria (Cáceres) y Ciudad Ro-

drigo (Salamanca). Tras cinco siglos de dominación musulmana pasó, en 1212, a manos cristianas, por su

conquista a cargo de Alfonso IX de León, pasando posteriormente a ser donada por el obispo de Coria a

la Orden de Alcántara.

En realidad, fue el rey Alfonso X el Sabio quien, en 1253, donó esta localidad al obispo de Coria, dán-

dole con la donación el nombre de Hispania. En 1257, ya denominada Gata, fue donada por el obispo de

Coria a la Orden de Alcántara (todavía llamada de San Julián de Pereiro, hasta la reconquista de Alcán-

tara, en 1214), que la convirtió en una aldea dependiente de la encomienda de Santibáñez el Alto.

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~ 45 ~

COÍMBRA (REINO DE PORTUGAL)

Tras la batalla de las Navas de Tolosa, ofreció el rey Alfonso VIII de Castilla a los

reyes de León (Alfonso IX) y de Portugal (Alfonso II), que no participaron en la cam-

paña ni asistieron al combate (aunque dejaran participar a sus nobles), un pacto de fu-

tura buena avenencia y colaboración. Los tres Alfonsos firmaron dicho pacto en Coím-

bra, una tregua de paz y negociaciones desde primeros de noviembre hasta primeros de

mayo siguiente (Navidad y Cuaresma-Pascua de por medio). Por este tratado de paz, in-

cluso llegó a recuperar el rey de León algunas plazas que el rey castellano le tenía sus-

traídas. Hubo pues devolución y entrega de castillos malamente ocupados o más a la

fuerza que legal o lealmente conseguidos por unos y otros.

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~ 46 ~

ERMITAS DE ASÍS (ITALIA)

Los franciscanos, con Francisco de Asís al frente, pasan una Cuaresma de penitencias

en las ermitas de Asís que se distribuyen por el monte Subasio y que, por su soledad y

recogimiento, llaman cárceles los lugareños.59

Está muy arraigada la vida eremítica en

el entorno de Asís.60

59

Tomas de Celano, en la Vida primera de San Francisco, 94-95, escribe que Francisco buscaba siempre

lugares escondidos donde no sólo en el espíritu, sino en cada uno de sus miembros, pudiera adherirse en-

teramente a Dios... Cuando oraba en selvas y soledades llenaba de gemidos los bosques, bañaba el suelo

en lágrimas, se golpeaba el pecho con la mano y allí, como quien ha encontrado el santuario más re-

cóndito, hablaba muchas veces con su Señor. Allí respondía al Juez, oraba al Padre, conversaba con el

Amigo, se deleitaba con el Esposo. Y, en efecto, para transformar en múltiples formas de holocausto las

intimidades todas más ricas de su corazón, reducía a suma simplicidad lo que a los ojos se presentaba

múltiple. Rumiaba muchas veces en su interior sin mover los labios e, interiorizando todo lo exterior,

elevaba su espíritu al cielo. De ese modo, convertido todo él no ya solamente en orante, sino en oración,

dirigía todo en él, mirada interior y afectos, hacia lo único que buscaba en el Señor.

60

Se cuenta que la sencillez de los primeros franciscanos era admirable. Fray Ángel Tancredi, por ejem-

plo, tenía tal pánico por los demonios, que rogó a Francisco poder compartir celda con otro de noche. Mas

éste le respondió: “¡No seas miedica! ¿Por qué temer a enemigos tan flacos? ¿No sabes que su poder

está sometido a Dios? Para comprobarlo por ti mismo esta noche subirás a lo más alto del monte y te

pondrás a gritar: ¡Demonios soberbios, venid a desahogar contra mí vuestra saña, y hacedme lo que

queráis!”. Cuando Ángel cumplió lo ordenado y vio que nada había sucedido, perdió todos sus miedos.

Así de original y eficaz era la pedagogía de San Francisco. La misma técnica la empleó Francisco consigo

mismo, unos años después, en la iglesia de San Pedro de Bovara (Trevi).

He aquí otro caso, el de la tentación de fray Rufino: Según fray Conrado de Offida, fray Rufino de Asís,

primo de Santa Clara, al contrario que Ángel, estaba tan encantado de aquel retiro, que se convenció de

que era mejor imitar a San Antonio abad y demás anacoretas del desierto que seguir a Francisco, igno-

rante y simple, que los distraía de la oración mandándolos a menudo de acá para allá, a servir a los le-

prosos. Tan convencido estaba, que ni siquiera iba a comer con los demás, sino que acaparaba pan en Asís

para toda la semana y así podía permanecer todo el tiempo solo.

A Francisco, al principio, no le extrañó mucho su comportamiento, pero el Jueves Santo, acabada la

Cuaresma, antes de bajar a Santa María de la Porciúncula, los reunió a todos para celebrar la Cena del

Señor y después comer juntos, y fray Rufino dijo a fray Masseo, que había ido a buscarlo: “Dile que no

voy, ni quiero seguirlo en adelante. Prefiero estar aquí solo. Así me podré salvar mejor que siguiendo sus

simplezas. El Señor me lo ha dicho”. Porque Rufino vivía angustiado, pensando que todo cuanto hacía en

la Orden no le bastaba para salvarse, y no compartía con nadie su problema, sino que se mortificaba, más

de lo razonable.

“Tienes que venir –le decía Masseo–, pues el diablo te está engañando. Sabes que Francisco es un

ángel de Dios, que ha iluminado a mucha gente. A él le debemos la gracia de la vocación”. Mas él

replicaba: “¡Déjame en paz! ¡Estoy harto de él y de sus extravagancias!”. Y lo mismo respondió a otros

dos compañeros que fueron también a buscarlo. Al final tuvo que ir Francisco en persona, a decirle, con

lágrimas en los ojos: “¿Por qué me causas tanta tristeza? Tres veces te he llamado y no has querido

acudir a una solemnidad tan grande”. Entonces Rufino le expuso sus razones, mas tanto le insistió el

Santo que aceptó ir a comer con ellos, con intención de volver enseguida a su retiro.

Después de comer Francisco le habló con buenas palabras, haciéndole ver que estaba siendo víctima de

un engaño diabólico. “Pero, Rufino, tontuelo –le decía–, ¿a quién has dado crédito?”. Hasta que el her-

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~ 47 ~

Llegada la plenitud de la primavera, previo discernimiento de Clara y de Silvestre, los

franciscanos decidieron salir de Asís, emprendiendo una misión de dos en dos. Francis-

co predicó a la gente en Cannara y a los pájaros en Bevagna. Luego estuvo con fray

Masseo por las tierras de Siena y en Roma.

Posteriormente puso rumbo a Siria, pero no sobrepasó las costas croatas.61

mano, no pudiendo aguantas más, terminó por desahogar, entre sollozos, su pena y sus miedos. Entonces

le aconsejó: “Si vuelve el demonio a sugerirte que estás condenado, no tienes más que decirle: „¡Abre la

boca, que me cago en ella!‟ Verás cómo huye en cuanto se lo digas. ¿Cómo no te has dado cuenta de que

era él quien endurecía tu corazón? ¿Acaso el Señor obra así?” El hermano reconoció su error y quedó

muy consolado con los consejos del santo, que añadió, por último: “Anda, confiésate y no dejes la ora-

ción; y ten por seguro que esta tentación te servirá de provecho”.

Las distintas versiones de este episodio, todas del s. XIV, añaden espectaculares manifestaciones dia-

bólicas y apariciones de Cristo, pero, en lo esencial, el episodio tiene visos de haber sido real y encaja

bien con los primeros años, cuando el grupo se debatía, como aseguran los biógrafos, entre la vida ere-

mítica y la misión apostólica, inclinándose más por lo primero que por la segundo.

61

Italia ya no era suficiente al celo de San Francisco, que ambicionaba la gloria del martirio. Era la época

de las cruzadas, y en este año, 1212, partían para Tierra Santa gran número de cruzados, y había cruzadas

por todas partes. Francisco tenía grandes deseos misioneros, de irradiar el Evangelio, la paz, la gracia, el

bien…

A los musulmanes se les pretendía reducir por la fuerza de las armas; nadie pensaba en convertirlos. San

Francisco concibió este grandioso proyecto, que nadie jamás había sabido realizar, y dedicó un capítulo

de su Regla a “los que quieren ir entre los Sarracenos” (1 R 16; 2 R 12). Por lo demás, es el primero en

dar ejemplo. Nombra a Pedro Cataneo Vicario General y se embarca para Siria. Pero la tempestad dirige

su navío a las costas de Iliria o Croacia, de donde, por imposibilidad de ir a Oriente, Francisco vuelve a

Ancona, y llega a la Porciúncula (durante el invierno de 1212-1213), acompañado de nuevos discípulos (1

Cel 55; LM 9, 5).

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~ 50 ~

REINO DE ARAGÓN

En primavera, concretamente el día 24 de abril (antes, por tanto, de la campaña de

cruzada que culminó en la batalla de Las Navas de Tolosa), el rey Pedro II donó a Er-

mesinda, señora viuda de Guillermo de Capella, el castillo de Merli (que domina el valle

de Isábena)62

y dio la villa de Ballobar (el 19 de mayo) al Real Monasterio de Santa Ma-

ría de Sigena,63

para que esta institución pudiera recuperarse de los dineros que injusta-

mente había obtenido el rey.64

62

Merli, en la provincia de Huesca, es un pueblo apartado, de durísimos inviernos, de condiciones duras

o circunstancias o de entorno que hace complicado vivir allí, pero es un lugar precioso e histórico.

63

Del que, habiéndonos referido en ocasiones, sabemos que se constituyó como lugar de enterramientos

o panteón de los monarcas aragoneses.

64

Ballobar (Huesca) volvió a ser posteriormente otra vez del rey.

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~ 51 ~

Réplica de la imagen de Nuestra Señora de Sigena

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~ 52 ~

CONDADO DE URGEL

La condesa Aurembiaix de Urgel (hija y heredera del conde Ermengol VIII de Urgel,

muerto en 1209, y de Elvira Pérez de Lara) contrajo matrimonio en este año 1212 con

Don Álvaro Pérez de Castro el Castellano, señor de la Casa de Castro, hijo de Pedro

Fernández de Castro el Castellano.65

Recordemos que, en 1209, Aurembiaix de Urgel había sido prometida en matrimonio

al pequeño infante Jaime de Aragón.66

65

Fue anulado este matrimonio en 1228. De Álvaro Pérez de Castro el Castellano, cuya muerte será en

1240, podemos adelantar que tendrá un papel relevante en la reconquista. Será el representante del rey

Fernando III el Santo en Córdoba, habiendo formado parte de su reconquista en 1236.

66

Futuro Jaime I de Aragón el Conquistador (1213-1276).

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~ 53 ~

CERFROID (FRANCIA)

El 4 de noviembre de este año 1212, dentro del convento trinitario de Cerfroid, en la

localidad francesa de Brumetz, murió Félix de Valois,67

el buen religioso que ayudó a

Juan de Mata68

en la fundación y primer desarrollo de la Orden de la Santísima Trinidad

para la Redención de los Cautivos, fundada en 1193.

Recordemos cuando Juan de Mata celebraba aquella su primera Misa en la catedral de

París (28 de enero de 1193). Tuvo allí una visión inspiradora que le llevó a fundar la

nueva Orden de la Santísima Trinidad. Juan de Mata se retiró luego a su particular de-

sierto de oración, cerca de Meaux, en el lugar conocido como Cerfroid. Allí entró en

contacto con unos ermitaños, destacando entre ellos Félix de Valois. Fue a aquellos

hombres de oración a quienes Juan les expuso su visión y posible proyecto de redención

de cautivos. Aquellos hombres buscaron desde entonces santificarse siguiendo a Juan de

Mata en aquel proyecto liberador que les presentaba.69

Unos años más tarde, en 1198, Juan de Mata viajó a Roma para presentar su proyecto

fundacional al Papa Inocencio III, viendo el Papa muy conveniente y venida de Dios la

propuesta. En varias bulas reconoció el pontífice las casas trinitarias de Cerfroid, Fon-

taineblau y Bourg la Reine. Y en ellas la presencia fraterna de los hermanos de la Casa

de la Santísima Trinidad, la Domus Trinitatis soñada y deseada conjuntamente por Juan

y Félix.70

67

San Félix de Valois, que se conmemora en el santoral el día 4 de noviembre. No se sabe a qué edad

murió, pues se desconocen fecha y circunstancias de su nacimiento. Tampoco se sabe mucho del total de

su biografía. En las crónicas trinitarias apenas hay referencias a él, y siempre están rodeadas de un halo de

misterio. No han sido pocos los que, incluso, han dudado de su existencia, sin embargo, los documentos

pontificios dirigidos al hermano Félix, Ministro son suficientemente aclaratorios para asegurar su exis-

tencia, libre, eso sí, de las leyendas y mitologías o ciertas fantasías, piadosas y devocionales, que lo han

rodeado a lo largo de los siglos. Ir a Epílogo V.

68

San Juan de Mata, cuya muerte será en 1213. Se conmemora el 17 de diciembre.

69

En la tradición de la Orden Trinitaria se consideró siempre que Félix de Valois fue el primer compa-

ñero fundacional de San Juan de Mata.

70

Más tarde, con la extensión de la Orden Trinitaria, un hermano llamado Félix aparece como ministro

en la casa de Marsella y más tarde en la de Cerfroid.

La tradición de la Orden Trinitaria siempre ha considerado a San Félix de Valois como el complemento

de San Juan de Mata. Siendo esta Orden la primera aprobada por la Iglesia que sea de carácter no mo-

nástico, fundada en ciudades y en casas, San Félix representa la dimensión contemplativa y orante de la

misión trinitaria; es obvio que San Juan de Mata representa la dimensión activa, redentora, tan caracte-

rística de la Orden. Pero ambos Santos son verdaderos contemplativos en la acción y activos en la con-

templación.

Con la pérdida de la Casa Trinitaria de Cerfroid durante la Revolución Francesa, tanto la iglesia del lu-

gar como la casa y las tumbas fueron destruidas y saqueadas. Actualmente hay una comunidad trinitaria

en Cerfroid, pero de la tumba de San Félix no se ha vuelto a saber nada. La parroquia que se atiende des-

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~ 54 ~

NORMANDÍA

En Normandía, el 12 de diciembre de este año 1212 (el 12 del 12 del 12), murió Go-

dofredo, arzobispo de York (Inglaterra), a sus 60 años de edad. Era hijo ilegítimo de En-

rique II de Inglaterra y de su amante Ykenai.71

Se distinguió de sus hermanastros legí-

timos por su gran fidelidad a su padre.

Le hicieron obispo de Lincoln en 1173, cuando tenía 21 años de edad, pero nunca fue

consagrado u ordenado como tal y dimitió o renunció del cargo en 1183. Se convirtió en

canciller de Enrique II, obteniendo grandes y lucrativos beneficios, granjeados por su

privilegiada situación de poder. En 1189, Ricardo I de Inglaterra, Corazón de León

(1189-1199), lo nombró arzobispo de York, no siendo ordenado hasta 1191.

Godofredo fue hombre de carácter fuerte, variable y temperamental. Su vida fue una

sucesión de tensiones y peleas: con el arzobispo de Canterbury, con el canciller Gui-

llermo de Longchamp, con sus hermanastros Ricardo y Juan, y sobre todo con sus canó-

nigos de York. Acabó dejando de ser arzobispo al rehusar para impuesto al rey Juan,

siendo obligado a escapar de Inglaterra en 1207. Y la muerte le sobrevino en Norman-

día, en la fecha que antes dijimos.

de la Casa lleva su nombre y allí se mantiene la tradición de este hombre sencillo y de fe que colaboró

con la fundación de la Orden Trinitaria.

71

Aunque hay leyendas que afirman erróneamente que su madre era Rosamunda Clifford, la amante más

conocida del rey Enrique, muerta en 1176.

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AUXERRE (FRANCIA): MONASTERIO DE ST. MARIEN

Murió también en este año 1212 el monje y cronista Roberto de Auxerre (Francia),72

del monasterio premonstratense de Saint Marien situado en esa ciudad.

A petición Milo de Trainel (1155-1202), su abad, escribió Roberto un Chronicon o

historia universal, desde la creación del mundo hasta 1211. Para los años anteriores a

1181 no hizo sino compilar las obras cronísticas de Próspero de Aquitania (390-455),73

Sigeberto de Gembloux74

y otros, pero es obra suya el período que va del año 1181 al

1211.75

72

Nacido probablemente en 1156.

73

Discípulo de San Agustín y primer continuador de la crónica universal iniciada por San Jerónimo.

74

Benedictino belga, muerto en 1112.

75

Siendo una de las fuentes más valiosamente provechosas para la historia de Francia en el reinado de

Felipe II Augusto (de 1180 en adelante) y ofrece mucha información sobre otros países y sobre variados

asuntos, incluyendo el tema de las cruzadas.

Ir al Epílogo VI para el tema de la conocida como “Cruzada de los Niños”.

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EPÍLOGO I

EL CASTILLO DE BURGALIMAR

Se llamó Bury al-Hamma, que puede traducirse como Castillo de los Baños, corres-

pondiéndose con el castillo de Burgalimar. Fue una fortaleza omeya que se construyó en

el siglo X sobre un pequeño cerro que domina la localidad de Baños de la Encina, si-

tuada al norte de la provincia de Jaén.

Rodeado y flanqueado por una robusta y almenada muralla con catorce torres, más

una decimoquinta que es la torre del homenaje, de factura cristiana, el castillo apenas ha

sufrido daños, ni causados por el tiempo ni por desfachatez o acción humana de ninguna

índole. Representa por tanto un ejemplo perfecto de fortaleza musulmana del siglo X, y

constituye el conjunto fortificado mejor preservado de la época califal cordobesa, al

mismo tiempo que es uno de los castillos musulmanes mejor conservados de toda Es-

paña. Su inestimable valor histórico y artístico es la razón por la que este castillo llegó a

ser declarado Monumento Nacional en 1931.

El castillo de Baños de la Encina se estableció en una región importante y estratégica,

justo en la entrada del valle del Guadalquivir y, por lo tanto, de Andalucía. Fue el califa

Alhakén II (961-976, que protagonizó la ampliación más suntuosa de la mezquita de

Córdoba, siendo hijo de Abderramán III) quien decidió su construcción.

Los trabajos constructivos de la fortaleza se iniciaron en el año 968 (357 de la Hé-

gira), como consta en una inscripción grabada en la puerta, cuyo original se conserva en

el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Su construcción es contemporánea a la

edificación de fortalezas similares en la región, tales como el castillo de El Vacar, en la

provincia de Córdoba, peor conservado.

Según las crónicas de la época, el califa ordenó levantar varios recintos vastos forti-

ficados de idénticas características a lo largo de todo el camino que conducía de Sierra

Morena a Córdoba, con el fin de alojar a sus tropas (esencialmente compuestas por mer-

cenarios magrebíes) que se dirigían hacia el castillo de Gormaz (provincia de Soria), al

norte de Al-Ándalus, para llevar a cabo razias contra los reinos cristianos. No obstante,

esta línea de fortificaciones no iban dirigidas a objetivos defensivos, pues el país atra-

vesaba entonces por un largo período de paz.

En el siglo XI, tras el hundimiento y la separación del califato de Córdoba en múlti-

ples reinos de taifas, el castillo atraviesa períodos difíciles. Se convierte en objeto de

continuas y feroces luchas entre musulmanes y cristianos, que ven allí una pieza clave

para acceder a Andalucía. Alfonso VII de León se lo arrebata a los musulmanes en

1147, pero después de su muerte en 1157 la fortaleza vuelve a manos islámicas. Los

cristianos, sobre todo castellanos, lo recuperaron en 1189, sin ser éste un éxito defini-

tivo por parte de ellos; tres días después de la batalla de Las Navas de Tolosa, aunque

momentáneamente conquistada por los cristianos, la fortaleza volvió a ser de dominio

musulmán.

Hay que esperar al impulso decisivo que da a la reconquista el rey Fernando III el

Santo por el sur peninsular para que este castillo pase definitivamente al dominio cas-

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tellano en 1225. El rey se lo cedió al arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada,

siendo confiada su defensa y guarda a la Orden de Santiago, muy implicada en las ope-

raciones militares del sur español. Poco tiempo después, Fernando III integra el pueblo

de Baños de la Encina en la jurisdicción de Baeza, de la que dependerá hasta 1626, fe-

cha en la que Baños de la Encina obtiene la condición de villa.

En 1458, en pleno período de disputas nobiliarias en Castilla, Enrique IV cederá la

fortaleza a su condestable Miguel Lucas de Iranzo. La decisión provoca el rechazo y

malestar de la población, que se niega a cambiar de jurisdicción. En 1466, el regidor

de Baeza toma el castillo y lo devuelve a los partidarios del rey. Es en aquella época,

con la construcción de la Torre del Homenaje alrededor de uno de los bastiones origina-

les musulmanes, cuando se modifica la fisonomía de la fortaleza. Previamente, en el si-

glo XIV habría sido reorganizado el espacio interior, con la edificación de un pequeño

fortín sobre la plaza de armas, protegido por una muralla interior.

Durante la invasión napoleónica, las tropas francesas se apropian del castillo, que su-

frió las consecuencias de su ocupación, y desde entonces hasta 1828, el patio del castillo

serviría de cementerio parroquial.

Más recientemente, se emprenderían diversas labores de restauración, siempre bajo la

tutela de la Dirección de Bellas Artes. En la actualidad es propiedad pública y pertenece

al Ayuntamiento de Baños de la Encina.

El castillo de Baños de la Encina se levanta sobre una pequeña colina rocosa que le

permite dominar el pueblo y, por tanto, todo el paisaje que le rodea. La fortaleza se en-

cuentra a su vez acogida por otros importantes emplazamientos históricos, como vienen

a ser las ruinas de la ciudad romana de Cástulo, varias casas señoriales de los siglos

XVI y XVII, o varias ermitas, destacando sobre todo la iglesia parroquial de San Mateo,

del siglo XV. Excavaciones arqueológicas realizadas en el interior de la fortaleza, han

puesto al descubierto restos de uno o dos recintos amurallados que evidencian la exis-

tencia bajo la fortaleza de un asentamiento de la edad de Bronce, hecho que proporciona

datos sobre la cultura argárica, una de las más importantes de la antigüedad en el Medi-

terráneo Occidental, lo que muestra que el asentamiento controlaría una de las zonas

estratégicas más importantes del valle del Guadalquivir. Durante las mismas excava-

ciones también se ha puesto al descubierto la existencia de una fase ibérica con un

oppidum del siglo IV, un mausoleo de época romana y después una fase propiamente

medieval.

De apariencia sobria y recontándolo todo, se presenta este castillo bajo la forma de un

perímetro con forma oval (100 metros en su eje mayor y 46 en su eje menor, con una

superficie total de 2.700 m2), punteado de catorce torres cuadrangulares de estilo cali-

fal y de igual altura sobrepasando apenas la de la muralla. El conjunto de estas catorce

torres, severas y próximas entre sí, le confieren o afirman el carácter defensivo del cas-

tillo. Una torre adicional, la torre del homenaje (también llamada almena gorda), sería

edificada en el siglo XV, y constituye en realidad una modificación cristiana de una de

las torres originales. Esta torre, imponente, que resalta sobre las otras por sus dimen-

siones, no es característica de la arquitectura musulmana hispánica, sino que responde a

cánones arquitectónicos cristianos. La torre del homenaje representa el poder de su ocu-

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pante. Así, su posición lo demuestra, pues no se dirige hacia el paisaje, sino hacia el

pueblo, revelando por tanto su utilización simbólica, fiel a la costumbre feudal.

Tanto murallas como torres están dotadas de almenas o merlones, y perforadas por as-

pilleras. Las torres disponen de tres pisos e incluso de cuatro si éstas se sitúan en un

terreno más bajo. Las murallas presentan dos entradas que permiten el acceso. La pri-

mera es una puerta soberbia situada en el costado meridional entre dos altas torres. Pre-

senta dos grandes arcos de herradura, sobre los cuales se dispone un matacán. El se-

gundo acceso, más modesto, está situado sobre el costado norte de la muralla.

Las murallas rodean el patio de armas, en el que se halla un aljibe cubierto por una

bóveda de medio cañón, y que está dividido en dos naves separadas.

Además de la torre del homenaje, también se observa otra modificación de la época

cristiana dentro del recinto, vestigios de un pequeño fortín. Existía un alcazarejo circular

o torreón imponente rodeado de una muralla interior, unida al recinto exterior por dos

lienzos de pared. De esta obra, que dividía en dos partes la plaza de armas, sólo sub-

sinten las bases del fortín y fragmentos de una de las paredes de defensa.

Los materiales de construcción son bastante elementales. La materia prima es una

mezcla denominada tapial, similar al adobe, que está hecha a base de arcilla, arena, cal y

piedra cruda, con la que se confeccionaron los ladrillos que finalmente irían superpues-

tos unos sobre otros. La cal garantiza la robustez del edificio. Esta técnica responde a la

necesidad básica de levantar con rapidez las fortificaciones, y explica el color específico

del recinto, que oscila entre el pardo y el rojo. Sólo la torre del homenaje, más tardía, se

construyó con otros métodos, siendo edificada en piedra con un estilo que se asemeja

más al de las fortificaciones góticas.

A este castillo se le conoce también como el de los siete reyes, puesto que en él estu-

vieron, en más o menos tiempo, Alfonso VII, Alfonso VIII, Alfonso IX, Pedro II, San-

cho VII, Fernando III el Santo y Fernando el Católico.

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EPÍLOGO II

LA PRINCESA GALIANA

Lo que sigue es leyenda extraída del libro Antología selecta de leyendas toledanas, de

Cristóbal Lozano por Juan Manuel Magán García.

Galafre, hijo de la condesa Faldrina, viuda del conde Don Julián, con quien casó en

Toledo, se hallaba rey de esta ciudad por muerte de Jusef, su tío. El rey Galafre era muy

estimado y querido por todos los ciudadanos, así los de su nación, como los nuestros

mozárabes. Y aunque el tirano Abderramán, rey de Córdoba, como más poderoso, solía

darle pesadumbre y molestarle con guerras, con todo, Galafre, como esforzado y valien-

te, defendía con gallardía a los suyos y guardaba la ciudad.

Tenía, pues, este rey una hija dotada de discreción y hermosura; llamábase Galiana, a

cuyo hermoso hechizo más de cuatro pretendientes consagraban sus deseos.

El padre, que era quien más la quería, no sabía qué hacerse para tenerla gustosa. Y así,

en contemplación suya hizo una famosa huerta a las orillas del Tajo, casi contigua a la

ciudad, como se baja por la puente de Alcántara, que hasta el día de hoy conserva el

apellido de la Huerta del Rey.

En medio de ella fabricó unos hermosos palacios adornados de jardines, con unos es-

tanques muy artificiosos, pues dicen que subía y bajaba el agua con la creciente y men-

guante de la luna. Cuando crecía, el agua subía tanta altura que vaciando en unos caños

corría por tuberías hasta el palacio que tenía el Rey Moro dentro de la ciudad, que era,

dicen, en aquella parte que está hoy el Hospital del cardenal Don Pedro González de

Mendoza.

Estos palacios, pues, de cuya suntuosidad sólo quedan hoy desmoronados vestigios y

ruinosos paredones, los hizo el rey Galafre retiro delicioso y casa de recreo para la In-

fanta, su hija, y quiso se apellidasen por ello palacios de Galiana. Habitábalos la Mora

con la ostentación y adorno que se debe a una persona real. Muy asistida de damas y

visitada de su padre todos los días, pasaba una vida descansada y alegre, si bien unos

galanteos de un amante porfiado la molestaban demasiadas veces.

Es el caso que, como la hermosura de Galiana era tanta y tan ilustres sus prendas, dio

en galantearla y cortejarla un reyezuelo de Guadalajara, llamado Bradamante, moro agi-

gantado, feroz y valiente. Estaba tan enamorado de ella como ella de él enfadada. Por-

fiaba el Moro, con todo, sin que le desesperasen los desprecios de Galiana. En fin, él

quería, y en la mayor resistencia se avivaba más su amor. Costábale su buen rato de tra-

bajo hablarla y verla, pues desde Guadalajara hasta Toledo abrió camino oculto su cui-

dado, senda excusada por donde muy en secreto venía a ver y hablar a la idolatrada her-

mosura, y de allí le quedó el nombre de la senda Galiana.

En estos intermedios sucedió que Carlo Magno, hijo de Pipino, rey de Francia, vino a

Toledo; unos dicen que enviado de su padre, para ayudar a Galafre contra el rey de

Córdoba, Abderramán; otros, que desavenido de con él, vino como a ampararse del rey

moro. Que vino a Toledo es cierto; y que Galafre le agasajó y hospedó con mucha ma-

jestad, lo afirman eminentes historiadores. Señalóle aposento al Príncipe, como en casa

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de más recreo, en los mismos palacios de Galiana, su hija. Y de este modo, el joven

Carlo Magno se halló a un mismo tiempo cortejado del rey Galafre y bien visto de la

princesa Galiana, con que la poca luz que le dieron sus ojos, se halló preso del hechizo y

muy cautiva la voluntad. No fue necesario mediar mucho el trato y correspondencia

para hallarse prendados los dos.

Era Carlo Magno un príncipe agradecido, buen talle, lindo brío, valiente, muy galán y,

sobre todo, discreto; con que, por más presumida que era Galiana, oyó y escuchó al

francés con agrado y con cariño. Él, así como se entendió favorecido del aprecio de Ga-

liana, se empezó a mostrar celosote aquellas secretas visitas que la hacía Bradamante.

A los principios, hacía gorda la vista; contentábase con lo que le daban; pero, cuando

vio que llevaba la dama de vencida y que casi casi se le daba por suya, entonces se mos-

tró agraviado y muy herido en su amor propio.

La Mora, que estaba ya hasta los ojos hecha una francesa, fuera de que aborrecía a

Bradamante, comenzó a confiarle a su amante cuán cansados su padre y ella estaban de

aquel galanteo. Diole a entender, en fin, que a él sólo quería, y que gustaría la librase de

aquel contratiempo. Carlo Magno, celoso, por una parte, de las finezas del Moro, de su

continua porfía; y temeroso, de otra, de que como despreciado y poderoso podría in-

tentar tal vez alguna violencia, trató de desafiarle y retarle.

Hízolo así; riñeron cuerpo a cuerpo con destreza y con valor; y, aunque el Moro era un

gigante, quedó por Carlo Magno la victoria. Vencióle en el desafío, cortóle la cabeza y

presentósela a Galiana. Recibió el presente muy gustosa, tanto por ver la valentía de su

amante, cuanto por verse ya libre del que aborrecía.

Creció el trato, creció el amor, y, entendido Carlo Magno que con hacerla su esposa

ella se haría cristiana, pidióla a su padre en casamiento. Galafre, muy alborozado de lo

que interesaba, se la concedió con gusto, y con él mismo abrazó la condición de haberse

de bautizar y hacerse cristiana.

Era entonces arzobispo de Toledo Cixila; instruyóla muy bien en la fe, bautizóla por

su mano, y celebráronse las bodas con mucha solemnidad, fiesta y regocijo.

Luego, Carlo Magno, entendido de la muerte del rey Pipino, su padre, se partió con

ella a Francia, donde la coronó por reina y fue recibida de todos con sumas alegrías.

Justa razón es que se conserve en Toledo la memoria, aunque en un viejo edificio, de

quien de infanta mora quiso y supo ser reina cristiana.

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EPÍLOGO III

LA BATALLA DE LAS NAVAS DE TOLOSA

EN LAS CRÓNICAS DE AQUEL TIEMPO

Testimonio de Don Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo,

en su Historia de los Hechos de España

Alrededor de la medianoche del día siguiente estalló el grito de júbilo y de la confe-

sión en las tiendas cristianas, y la voz del pregonero ordenó que todos se aprestaran para

el combate del Señor. Y así, celebrados los misterios de la Pasión del Señor, hecha con-

fesión, recibidos los sacramentos, y tomadas las armas, salieron a la batalla campal; y

desplegadas las líneas tal como se había convenido con antelación, entre los príncipes

castellanos Diego López con los suyos mandó la vanguardia; el conde Gonzalo Núñez

de Lara con los frailes del Temple, del Hospital, de Uclés y de Calatrava, el núcleo

central; su flanco, lo mandó Rodrigo Díaz de los Cameros y su hermano Álvaro Díaz y

Juan González y otros nobles con ellos; en la retaguardia, el noble rey Alfonso y junto a

él, el arzobispo Rodrigo de Toledo y los otros obispos mencionados.

De entre los barones, Gonzalo Ruiz y sus hermanos, Rodrigo Pérez de Villalobos,

Suero Téllez, Fernando García y otros. En cada una de estas columnas se hallaban las

milicias de las ciudades, tal y como se había dispuesto. Por su parte el valeroso rey Pe-

dro de Aragón, desplegó su ejército en otras tantas líneas; García Romero mandó la van-

guardia; la segunda línea, Jimeno Coronel y Aznar Pardo; en la última, él mismo, con

otros nobles de su reino; y de forma semejante, encomendó sus flancos a otros nobles

suyos.

Además, llevó consigo algunas fuerzas de las milicias de las ciudades de Castilla. El

rey sancho de Navarra, notable por la gran fama de su valentía, marchaba con los suyos

a la derecha del noble rey, y en su columna se encontraban las milicias de las ciudades

de Segovia, Ávila y Medina.

Desplegadas así las líneas, alzadas las manos al cielo, puesta la mirada en Dios, dis-

puestos los corazones al martirio, desplegados los estandartes de la fe e invocando el

nombre del Señor, llegaron todos como un solo hombre al punto decisivo del combate.

Los primeros en entrar en lid en la formación de Diego López de Haro, fueron su hijo y

sus sobrinos ya citados, valerosos y decididos. Por su parte, los agarenos levantaron en

la cima un reducto parecido a un palenque con los escriños de las flechas, dentro del

cual estaban apostados infantes escogidos; y allí se sentó su rey teniendo a su alcance la

espada, vistiendo la capa negra que había pertenecido a Abdelmón, el que dio origen a

los almohades, y además, con el libro de Mahoma, que se llama Alcorán.

Por fuera del palenque había también otras líneas de infantes, algunos de los cuales,

tanto los de dentro como los de fuera, con las piernas atadas entre ellos para que tu-

vieran por imposible el recurso de la huida, soportaban con entereza la cercanía de la

batalla…, luego supimos por los agarenos que eran ochenta mil jinetes.

Los agarenos, aguantando casi sin moverse del lugar, comenzaron a rechazar a los pri-

meros de los nuestros que subían por lugares bastante desventajosos para el combate, y

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en estos choques algunos de nuestros combatientes, agotados por la dificultad de la su-

bida, se demoraron un rato. Entonces, algunos de las columnas centrales de Castilla y

Aragón llegaron en un sólo grupo hasta la vanguardia, y se produjo allí un gran des-

concierto y el desenlace no se veía claro…

El noble Alfonso, al darse cuenta de ello y al observar que algunos, con villana co-

bardía, no atendían a la conveniencia, dijo delante de todos al arzobispo de Toledo: “Ar-

zobispo, muramos aquí yo y vos”… Y en todo esto doy fe ante Dios, el noble rey no al-

teró su rostro ni su expresión habitual, ni su compostura, sino que más bien, tan bravo y

resuelto como un león impertérrito, estaba decidido a morir o vencer, Y no siendo ca-

paz de soportar por más tiempo el peligro de las primeras líneas, apresurado el paso las

enseñas de los estandartes llegaron jubilosamente hasta el palenque de los agarenos por

disposición del Señor.

La cruz del Señor, que solía tremolar delante del arzobispo de Toledo, pasó milagrosa-

mente entre las filas de los agarenos llevada por el canónigo de Toledo Domingo Pas-

casio, y allí, tal como quiso el Señor, permaneció hasta el final de la batalla sin que su

portador, solo, sufriera daño alguno… Mientras tanto, fueron muertos muchos miles de

agarenos ante la presión simultánea de los aragoneses, los castellanos y los navarros por

sus frentes respectivos…

Testimonio del cronista Ibn Abi Zar

Al oir Alfonso que Al-Nasir había tomado Salvatierra, se dirigió contra Él con todos

los reyes cristianos que le acompañaban y con sus ejércitos. Al saberlo Al-Nasir, le salió

al encuentro con las tropas musulmanas: avistáronse los combatientes en el sitio llama-

do Hins al’Iqab;76

allí se dio la batalla.

Se plantó la tienda roja, dispuesta para el combate en la cumbre de una colina. Al-

Nasir vino a ocuparla y se sentó sobre su escudo con el caballo al lado; los negros ro-

dearo la tienda por todas partes con armas y pertrechos. La zaga, con las banderas y

tambores, se puso delante de la guardia negra con el visir Abu Said ben Djami. Se diri-

gió contra ellos el ejército cristiano. En filas, como nubes de langostas; los voluntarios

les salieron al encuentro y cargaron sobre ellos en número de 160.000, pero desapare-

cieron entre las filas de los cristianos, quienes los cubrieron y combatieron terrible-

mente. Los musulmanes resistieron heroicos, todos los voluntarios murieron mártires,

sin dejar uno; las tropas almohades, árabes y andaluzas los miraban sin moverse. Cuan-

do los cristianos acabaron con los voluntarios, cargaron sobre los almohades y sobre los

árabes con inaudito empuje; mas al entablarse el combate huyeron los caídes andaluces

con sus tropas por el odio que había dirigido Ibn Djimi al despedirlos.

Cuando los almohades, los árabes y las cábilas bereberes vieron que los voluntarios

habían sido exterminados, que los andaluces huían, que el combate arreciaba contra los

que quedaban, y que cada vez los cristianos eran más numerosos, se desbandaron y

abandonaron a Al-Nasir. Los infieles los persiguieron espada en mano, hasta llegar al

76

Castillo de la Cuesta, hoy Castro Ferral, en Despeñaperros.

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círculo de negros y guardias que rodeaban a Al-Nasir; pero los encontraron que forma-

ban como un sólido muro, y no pudieron abrir brecha, entonces volvieron las grupas de

sus caballos acorazados contra las lanzas de los negros, dirigidas contra ellos, y entraron

en sus filas.

Al-Nasir seguía sentado sobre su escudo, delante de su tienda, y decía: “Dios dijo la

verdad y el demonio mintió”, sin moverse de su sitio, hasta que llegaron los cristianos

junto a él. Murieron a su alrededor más de 10.000 de los que formaban su guardia; un

árabe entonces, montado en una yegua, llegóse a él y le dijo: “¿Hasta cuándo vas a se-

guir sentado? ¡Oh Príncipe de los Creyentes! Se ha realizado el juicio de Dios, se ha

cumplido su voluntad y han perecido los musulmanes”. Entonces se levantó para mon-

tar el veloz corcel que tenía al lado; pero el árabe, descabalgando de su yegua le dijo:

“Monta en esta que es de pura sangre y no sufre ignominia, quizás Dios te salve con

ella, porque en tu salvación está nuestro bien”. Montó Al-Nasir en la yegua, y el árabe

en su caballo le precedía, rodeados ambos por un fuerte destacamento de negros, a cu-

yos alcances iban los cristianos. El degüello de musulmanes duró hasta la noche, y las

espadas de los infieles se cebaron en ellos y los exterminaron completamente, tanto que

no se salvó uno de mil. Los heraldos de Alfonso gritaban: “Matad y no apresad, el que

traiga un prisionero será muerto con él”. Así que no hizo el enemigo un solo cautivo

este día.

Fue esta terrible calamidad el lunes 15 de safar del 609 (16 de julio de 1212), co-

menzó a decaer el poder de los musulmanes en Al-Ándalus, desde esta derrota, y no al-

canzaron ya victorias sus banderas; el enemigo se extendió por ella y se apoderó de sus

castillos y de la mayoría de sus tierras, y aún no hubiera llegado a conquistarla toda, si

Dios no le hubiese concedido el socorro del emir de los musulmanes Abu Yusuf ben

Abd al-Hagg, que restauró sus ruinas, reedificó sus alminares y devastó en sus expedi-

ciones el país de los infieles.

De vuelta de Hisn al-Igab fue Alfonso contra la ciudad de Úbeda, y la ganó a los mu-

sulmanes por asalto, matando a sus habitantes, grandes y pequeños, y así siguió con-

quistando Al-Ándalus, ciudad tras ciudad, hasta apoderarse de todas las capitales, no

quedando en manos de los musulmanes sino muy poco poder. Sólo le impidió apode-

rarse de este resto de botín la protección divina por medio de la dinastía de los benime-

rines. Dícese que todos los reyes cristianos que asistieron a la batalla de Hisn al-Igab, y

que entraron en Úbeda, no hubo uno que no muriese aquel año.

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Muhammad Al-Nasir, Miramamolín

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EPÍLOGO IV

EL CASTILLO DE SANTIBÁÑEZ EL ALTO

.

La rehabilitación del castillo de Santibáñez el Alto –San Juan de Máscoras– debería

ser una prioridad para esta comarca. Se encuentra consolidado, pero sin restaurar debi-

damente. Es de sobras conocido que el turismo florece y crece como la espuma en todos

los entornos con castillos rehabilitados, mucho más en Sierra de Gata con su inmejo-

rable característica de verdor y montaña para el turismo rural.

Visitar el Castillo de Santibáñez el Alto se convierte en una misión indispensable para

el viajero que llega a Sierra de Gata y comarca de las Hurdes. Desde que arrancamos del

cruce de la carretera, comenzamos una escalada por una vía enrevesada y con algunas

curvas que nos van aproximando entre pinos al comienzo y robles a continuación, hacia

el escarpado cerro en el que se alza el castillo de Santibáñez el Alto. Se puede aparcar

en una pequeña plazuela que recomendamos ver sólo por el pequeño zorro que tiene

trabajado en cantería y que pasa desapercibido normalmente. Comenzamos a subir por

empinadas calles que nos llevan entre viejos corrales y casas que aún mantienen las

paredes en piedra, una verdadera reliquia constructiva que se empeña en desaparecer

poco a poco ante el revoque de cemento y la pintura. Pese a estos inconvenientes esté-

ticos, Santibáñez el Alto sigue contando con una riqueza patrimonial que sobrecoge al

paseante. Acceder al castillo por la puerta en codo que facilitaba la defensa y conserva

perfectamente la rangua superior que permitía encajar el gozne de la puerta de doble

hoja de la entrada y trancarla con un gran cierre de maderas resistentes, pasando por la

vieja iglesia y adentrándonos en la fortaleza, nos hacen empequeñecer ante el peso de la

historia en este pueblo.

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Justo en esa puerta de entrada que da acceso a una pequeña plazuela y la plaza de to-

ros, giramos y accedemos por los restos de la antigua escalera hacia la parte superior de

la muralla. Este acceso es intrincado, pero atravesar el adarve, totalmente desarbolado

de almenas por el paso del tiempo supone hoy por hoy un problema, principalmente si

se visita Santibáñez el Alto con niños. Una pequeña intervención por parte de las autori-

dades de patrimonio para, al menos en un tramo, instalar unas barandas o al menos unos

postes con cuerdas, facilitaría mucho la accesibilidad al castillo y sus murallas. Este tipo

de intervenciones son sencillas y económicas.

Recorriendo las murallas, llegamos hasta la torre albarrana, majestuosa hoy por hoy y

que proporciona una idea de la majestuosidad del castillo de Santibáñez el Alto durante

la Edad Media. Es impresionante ver las marcas de cantero. Contamos más de 20 mar-

cas diferentes que se intercalan con las flechas y señales para la colocación de las pie-

dras, una de las más impactantes es la estrella de cinco puntas que se aprecia al menos

en dos marcas del muro. También destaca una cruz de la Orden de Alcántara situada en

un lateral de la Puerta de la Traición. Recorriendo el interior del patio de armas, con-

vertido en cementerio hace años, encontramos un maravilloso aljibe árabe que hoy por

hoy necesita una intervención de urgencia si no se quiere perder por el hundimiento de

la bóveda de cañón que sostiene toda la obra. Hoy por hoy, el viajero que llega al casti-

llo de Santibáñez el Alto debe tener en cuenta que se encuentra en un complicado esta-

do. Pese a que los accesos que rodean a la antigua fortaleza se encuentran limpios y ade-

cuados, el interior del castillo está en estado de mala conservación. Limpiar el cemente-

rio (la mejor opción sería acabar de trasladarlo fuera) y consolidar algunos muros inte-

riores que han perdido sus piedras se convierte en una necesidad clave para el municipio

de Santibáñez el Alto si quieren legar a futuras generaciones una obra de patrimonio de

valor incalculable, no sólo para el propio pueblo, sino para toda la Sierra de Gata.

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~ 67 ~

EPÍLOGO V

TRADICIONES SOBRE SAN FÉLIX DE VALOIS

Son muchas las tradiciones sobre San Félix de Valois, todas ellas reflejadas en textos

poéticos antiguos que relatan los orígenes de la Orden Trinitaria, pero con poco valor

histórico. Una de las tradiciones más arraigadas es la que le hace pariente del rey fran-

cés Luis VII, de la Casa de Valois, rama de los Capetos, habiendo sido educado cerca de

la abadía cisterciense de Clairvaux o Claraval, en la que posteriormente ingresaría como

monje, cambiando su nombre de Hugues por el de Félix. De Clairvaux saldría para vivir

como ermitaño, primero en los Alpes y después en el desierto de Cerfroid, cerca de

Meaux. Los estudiosos sobre la figura de San Félix (el padre Bernardino de la Santísima

Trinidad es uno de los más importantes), consideran que la apropiación del patroní-

mico de Valois buscaba el acercamiento a la casa real francesa, así como dar relevancia

a los orígenes de la Orden Trinitaria, pero carece de realismo histórico.

La segunda tradición importante sobre San Félix tiene que ver con los meses de su

convivencia con San Juan de Mata en Cerfroid, mientras le ayudaba a discernir la vo-

luntad de Dios y el lugar más adecuado para proseguirla. Un día, mientras paseaba por

el bosque de Cerfroid, pudo ver un gran ciervo que se acercaba a beber a un arroyo cer-

cano, fijándose mejor descubrió que entre sus astas brillaba una cruz en forma griega,

con el brazo horizontal en azul y, sobre él, el brazo vertical en rojo. Al comunicarlo a

San Juan de Mata ambos coincidieron en identificar esta señal como divina y usar esa

extraña cruz bicolor como signo distintivo de los religiosos redentores. Esta tradición es

la que sostiene la presencia de un ciervo con una cruz entre las astas en la iconografía

trinitaria, así como a los pies de San Félix, y a veces incluso también de San Juan de

Mata.

Hay una tercera tradición sobre San Félix. Mientras Juan de Mata extendía la Orden

fundando nuevas casas, Félix quedaba en Cerfroid con los hermanos en oración y aco-

giendo pobres y cautivos en la Casa. La víspera de la fiesta de la Natividad de María, el

7 de septiembre, mientras la comunidad rezaba los maitines, los hermanos se quedaron

dormidos, excepto Félix que mientras se lamentaba de tan grave falta, contempló asom-

brado cómo descendían del cielo decenas de ángeles que le acompañaron al instante en

el canto de los maitines a la Virgen, y la mismísima Virgen María ocupaba su lugar en

el sitial de la presidencia para dirigir la oración de los Salmos a Dios Uno y Trino. La

Orden ha celebrado, hasta la reforma del calendario litúrgico realizada por Pablo VI,

esta fiesta del día 7 de septiembre con gran boato. Aún en Granada es en esa fecha

cuando se celebra la fiesta y salida procesional de Nuestra Señora de Gracia, que fuera

imagen titular de la Casa de la Santísima Trinidad de los Trinitarios Descalzos en esa

ciudad. En muchas casas se colocaba una imagen de la Virgen María, llamada del Coro,

en el lugar de la presidencia, las monjas trinitarias contemplativas aún conservan esta

tradición.

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EPÍLOGO VI

LA CRUZADA DE LOS NIÑOS

La Cruzada de los Niños o Cruzada Infantil es el nombre que recibió una serie de he-

chos acontecidos realmente o del todo ficticios que pudo ocurrir en 1212, cuando ya era

tiempo pasado el de la histórica cuarta cruzada (1198-1204), que aún podría resonar y

aventurar a mucha gente. Lo que se puede decir de cierto es que existen muchos testi-

monios contradictorios y que los hechos reales son aún objeto de debate entre los his-

toriadores.

La versión tradicional de la Cruzada de los Niños comprende acontecimientos con re-

ferencias similares. Un niño francés dice que ha sido visitado por Jesucristo, quien le

ordena escribir de su puño y letra unas cartas que debe entregar al rey francés en las que

se afirma que éste debe dirigir una nueva cruzada para recuperar Jerusalén. El niño en-

trega las cartas y se vuelve a su pueblo. El rey se toma a broma esas cartas.

El niño recibe una segunda visita de Jesucristo, que ahora le encomienda liderar él

mismo una cruzada hecha por niños hacia la ciudad de Jerusalén, la cual caerá en manos

cristianas por la pureza y bondad de sus almas. Le dice también que no debe temer por

el mar, que se abrirá como ya ocurrió con Moisés en los episodios del éxodo bíblico.

Al mismo tiempo, un niño alemán asegura que también ha sido mandado por Jesu-

cristo en la misma empresa y reúne a un número bastante menor de niños alemanes.

De veinte mil (20.000) a treinta mil (30.000) niños se les unen y marchan hacia Niza,

al sur de Francia. En su camino pasan por ciudades y pueblos, arrasando con la comida

que encuentran. Más de la mitad de los niños ira desertando y la otra mitad muere de

hambre.

Finalmente llegan a Niza menos de dos mil (2.000) niños y doscientos (200) adultos.

Para que se abra el mar se pasan dos semanas rezando desde que sale el sol hasta que se

oculta; sin embargo no ocurre nada. Dos mercaderes les ofrecen siete barcos para cruzar

el mar hasta Tierra Santa. Los niños suben a bordo de los barcos y zarpan. En Cerde-

ña se hunden dos barcos. Los otros cinco barcos llegan a las tierras egipcias de Alejan-

dría, donde los 2.000 niños son vendidos como esclavos por los dos mercaderes que les

habían prestado los barcos. Ese es el fin de la Cruzada.

Y cabe que nos preguntemos: ¿Realmente eran niños o se trataba de personas adultas?

¿Y cómo se pudo relatar la historia?

De acuerdo con recientes investigaciones, se ha encontrado por ellas que existieron

dos movimientos de gente (de todas las edades) en 1212, tanto en Alemania como en

Francia, cuya similitud pudo inspirar a los cronistas en la elaboración de tan mítico re-

lato o relatos resultantes.

En el primer movimiento, Nicolás, un pastor de Alemania, condujo a un grupo a tra-

vés de los Alpes hasta Italia a principios de la primavera. Alrededor de siete mil (7.000)

hombres llegaron a Génova en agosto. Sin embargo, sus planes no fructificaron, pues

las aguas no se abrieron a su paso, y la comitiva se desbandó. Algunos emprendieron el

camino de vuelta a casa, otros fueron a Roma, y los restantes pudieron haber seguido el

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~ 70 ~

curso del Ródano hasta Marsella, donde probablemente fueron vendidos como esclavos.

Pocos llegaron a sus casas, y ninguno llegó a Tierra Santa.

El segundo movimiento fue conducido por un “pastorcillo” llamado Esteban de Clo-

yes, cerca del pueblo de Châteaudun que aseguró en junio que portaba una carta de Je-

sús para el rey de Francia. Atrajo a un grupo de treinta mil (30.000), con los que fue

hasta Saint-Denis, en la proximidad de París, donde se dijo que obró milagros. Bajo las

órdenes del rey Felipe II de Francia o el consejo de la Universidad de París, la multitud

fue enviada a casa, y muchos de ellos efectivamente volvieron. Ninguna de las fuentes

de la época menciona plan alguno de ir a Jerusalén. Las investigaciones recientes sugie-

ren que los participantes no eran niños o, al menos, no tan jóvenes.

A principios de la década que comenzó en 1200, es cierto que aparecieron en Europa

grupos de vagabundos. Eran gente desplazada por los cambios económicos, que forza-

ron a muchos campesinos pobres del norte de Francia y Alemania a vender sus tierras.

Estos grupos, denominados pueri (chicos o niños, en latín), fueron tratados de manera

benevolente y condescendiente. Esto trajo como resultado que estas bandas de hombres

pobres se uniera en protesta religiosa que transformaba su vagar forzoso en una misión

de fe. Los pueri marcharon bajo consignas bíblicas y de cruzados, sin nada que ver con

emprender una guerra santa.

Años más tarde, los cronistas leyeron los testimonios de estas procesiones y traduje-

ron el término pueri como “niños” sin entender su significado original. Así nació la de-

nominación de Cruzada Infantil o de los Niños. La historia resultante ilustra cuán fuer-

temente arraigado estaba por entonces el espíritu de las cruzadas, y cómo hubo como un

deseo de refundarlas según la pureza de sus orígenes, cuando empezó emprendiéndolas

Pedro de Amiens el Ermitaño (muerto en 1115), el de la Cruzada de los Pobres, termi-

nada en destino trágico.77

De acuerdo con Peter Raedts,78

sólo hay unas 50 fuentes de la época que mencionan la

cruzada, ya sea en unas pocas frases o media página. Raedts las categoriza en tres tipos

dependiendo de cuándo fueron escritas: las escritas en 1220, las escritas entre 1220 y

1250 (los autores podrían haber estado vivos en la época de la cruzada y escribir sin em-

bargo sus memorias mucho después), y las fuentes escritas tras 1250 por autores que re-

cibieron su información de una o dos generaciones anteriores. De éstos, Raedts no con-

sidera que las fuentes posteriores a 1250 sean muy fiables, y de las anteriores a 1250,

77

Según Mateo de París, uno de los líderes de la Cruzada Infantil pasó a ser, en 1251 (como tendremos

ocasión de considerar en su momento), “Le Maître de Hongrie” (El Maestro de Hungría), el líder de la

Cruzada de los Pastores.

Mateo de París, que vivió en la primera mitad del siglo XIII, que probablemente estudió en París, fue un

monje benedictino, historiador inglés. Vivió en la abadía de San Albano de Hertfordshire (podemos re-

cordar que de esta ciudad inglesa, nacido en 1100, fue el Papa Adriano IV).

En su Chronica Majora da una visión negativa de la política regia, mientras que en su obra abreviada,

la Historia Anglorum (escrita hacia 1253), los pasajes críticos fueron expurgados. Fue un vehemente

defensor de las órdenes monásticas frente al clero secular y a los mendicantes. También resulta llamativa

la franqueza con la que critica a la corte pontificia.

78

(1977): “The Children‟s Crusade of 1212”, en Journal of Medieval History, 3.

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~ 71 ~

sólo concede credibilidad a 20. Sólo en las últimas narraciones categorizadas como no

fiables es donde se habla de la “cruzada infantil”, por autores como Vincent Beau-

vais,79

Roger Bacon,80

Tomás de Cantimpre81

o Mateo de París, entre otros.

Anteriormente a Raedts, sin que entremos aquí en más detalles, hubo sólo unas pocas

publicaciones científicas que investigaron la Cruzada Infantil. La primera fue realizada

por el francés G. de Janssens (1891) y el alemán R. Röhrich (anteriormente, en 1876).

Ambos analizaron las fuentes, pero no el relato. El medievalista americano D. C. Mun-

ro82

proporciona, de acuerdo con Raedts, el mejor análisis de las fuentes y fue el prime-

ro que proporcionó un informe convincente de la Cruzada sin leyendas. Posteriormente

hubo desarrollos de otros autores más o menos acertados en sus exposiciones y en sus

interpretaciones. Y no faltan las referencias y las obras propiamente literarias al respec-

to.

Ilustración del cuento El flautista de Hamelín (1284)83

una fábula probablemente inspirada en la Cruzada de los Niños

79

Dominico, del siglo XIII, autor, entre otras obras de Speculum Majus (Espejo Mayor), una gran compi-

lación de conocimientos medievales.

80

Fue un filósofo ya apuntando abiertamente a científico y célebre teólogo escolástico inglés (muerto en

Oxford en 1294), franciscano. Es conocido como Doctor Mirabilis (doctor admirable). Es mencionado

mucho en la novela de U. Eco El nombre de la rosa (1980), donde fray Guillermo de Baskerville es su

más ferviente admirador.

81

Teólogo y hagiógrafo belga, dominico, muerto en 1272.

82

(1913-1914): “The Children‟s Crusade”, en American Historical Review, 19, 516-524.

83

Ir a Epílogo VII.

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De todos modos, la misteriosa y enigmática Cruzada de los Niños, supuestamente en-

caminada a la conquista cristiana de Jerusalén, acabó en tragedia.

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~ 74 ~

Sin duda alguna o con toda probabilidad, el más esperpéntico o extravagante episodio

en la historia de las cruzadas medievales sea el de la denominada Cruzada de los Niños,

posiblemente acaecida o emprendida en torno a Pentecostés del año 1212.

Relatan las crónicas o resaltan las narraciones sueltas que muchos miles de niños y

muchachos, de edades que iban desde los 6 años o los de más bien plena madurez, aban-

donaron sus carros y arados, sus rebaños y todo aquello que estuvieran haciendo en

aquel momento para marchar a Tierra Santa. Hicieron eso pese a la voluntad de sus pa-

dres, parientes y amigos, que intentaban sin éxito retenerlos y que cejaran en su empe-

ño. De repente, se veía a alguno correr detrás de otro para hacerse con la cruz. Y así, en

grupos de veinte, cincuenta o cien, enarbolaban sus estandartes y partían rumbo a Je-

rusalén. Pero se fueron y no volvieron, o apenas unos muy pocos.

La Partida: Episodio de la Cruzada de los Niños en el siglo XIII.

Óleo de Joanna Mary Boyce (1831-1861)

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La Cruzada de los Niños (Gustave Doré)

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Fue éste el año en que murió María de Montferrato, a sus 20 años de edad, hija (pós-

tuma) de Conrado de Montferrato (muerto en 1192) y de la reina Isabel de Jerusalén

(muerta en 1205), reina oficial o de título, porque Jerusalén seguía bajo poder musul-

mán desde que la conquistara Saladino en 1187.

Como podemos recordar, Conrado murió asesinado en aquel 1192, el 28 de abril, en

violento atentado perpetrado en la ciudad de Tiro. Isabel de Jerusalén se casó luego, el 5

de mayo, con Enrique II de Champaña (estando embarazada de María).

Cuando murió Isabel, quedó María convertida en reina de Jerusalén, cuando tenía 13

años de edad. El hermanastro de Isabel, Juan de Ibelín, señor de Beirut, actuó como re-

gente de María, su sobrina.

El 14 de septiembre de 1210, en Acre y mediante una concertación de conveniencia,

se casó María con Juan de Brienne (ahora viudo).84

María de Montferrato murió en este año 1212 poco después de haber dado a luz a su

hija Yolanda.85

84

Juan de Brienne fue rey de Jerusalén desde 1210 hasta 1225 y luego emperador latino de Constantino-

pla desde 1229 hasta 1237, año de su muerte. Ya lo contaremos.

85

Parece ser que murió a causa de una infección puerperal, dejando a su hija Yolanda (llamada también

Isabela) como reina de Jerusalén, siendo Juan de Brienne, su padre, regente. La muerte de Yolanda será

en 1228.

La línea de María de Montferrato, como podríamos contar en su momento, habrá de terminar en 1268,

cuando Conradino III de Jerusalén, su bisnieto, muera ejecutado al sur de Italia. Después de eso, su media

hermana más próxima, Alicia de Champaña, reina consorte de Chipre, será la heredera descendiente de la

reina Isabel de Jerusalén, la madre de María.

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EPÍLOGO VII

EL FLAUTISTA DE HAMELÍN Y OTRAS REFERENCIAS LITERARIAS

REFLEJOS DE LA CRUZADA DE LOS NIÑOS

El flautista de Hamelín es una fábula o leyenda alemana, documentada por los Her-

manos Grimm (siglos XVIII-XIX), cuyo título original en alemán es Der Rattenfänger

von Hameln, que se traduciría como El cazador de ratas de Hamelín, publicado en el

volumen Deutsche Sagen (año 1816), que cuenta la historia de una misteriosa desgracia

acaecida en la ciudad alemana de Hamelín (Hameln en alemán), el 26 de junio del año

1284. Además existe un famoso poema en inglés sobre este tema escrito por Robert

Browning (1812-1889).

En 1284 la ciudad de Hamelín estaba infestada de ratas. Un buen día apareció un des-

conocido que ofreció sus servicios a los habitantes del pueblo. A cambio de una re-

compensa, él les libraría de todas las ratas, a lo que los aldeanos se comprometieron.

Entonces el desconocido, flautista, empezó a tocar su flauta, y todas las ratas salieron

de sus cubiles y agujeros y empezaron a caminar hacia donde la música sonaba. Una vez

que todas las ratas estuvieron reunidas en torno al flautista, éste empezó a caminar y to-

das las ratas le siguieron al sonido de la música. El flautista se dirigió hacia el río We-

ser y las ratas, que iban tras él, perecieron ahogadas.

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Cumplida su misión, el hombre volvió al pueblo a reclamar su recompensa, pero los

aldeanos se negaron a pagarle. El cazador de ratas, muy enfadado, abandonaría el pue-

blo para volver poco después, el 26 de junio, buscando vengarse.

Mientras los habitantes del pueblo estaban en la iglesia, el hombre volvió a tocar con

la flauta su extraña música. Esta vez fueron los niños, ciento treinta niños y niñas, los

que le siguieron al compás de la música, y abandonando el pueblo los llevó hasta una

cueva. Nunca más se les volvió a ver. Según algunas versiones, algunos de los niños se

quedan atrás, un niño cojo que no los pudo seguir por no poder caminar bien, uno sordo,

que sólo los siguió por curiosidad, y otro ciego, que no podía ver hacia donde los lleva-

ban y se perdió, y estos les informan a los aldeanos.

En otras versiones, el flautista retorna a los niños una vez que los aldeanos le pagan lo

que le prometieron, o en ocasiones hasta más.

Y se dice que en la versión original, los niños fueron tirados y ahogados al río Weser,

que pasa por Hamelín. Y que la cueva eterna podría significar el infierno.

El origen de la leyenda del flautista está poco claro. Se acepta con bastante seguridad

que la sección sobre los niños es el núcleo original de la historia, a la que se añadió co-

mo complemento la relativa a la expulsión de las ratas a finales del siglo XVI.

Sobre el rapto de los niños se han ofrecido varias interpretaciones. Una de las más

plausibles menciona la expansión hacia el este (Ostsiedlung) de los habitantes de la Baja

Alemania entre los siglos XII-XV. Los niños de Hamelín serían los jóvenes de la ciudad

que fueron reclutados para tal empresa.

Las primeras menciones de esta historia parecen remontarse a un vitral que existió en

la iglesia de Hamelín alrededor del año 1300. Este vitral está descrito en diferentes do-

cumentos entre los siglos XVI y XVII y al parecer fue destruido alrededor del siglo XV.

Inspirado por dichas descripciones, Hans Dobbertin (1952-2006) creó en época mo-

derna un vitral, el mismo que hoy puede admirarse en la iglesia de Hamelín. Esta obra

recrea una imagen de la leyenda en donde vemos al flautista vestido coloristamente,

guiando a los niños vestidos de blanco, fuera del pueblo.

Se piensa que el vitral original fue hecho a la memoria de algún suceso trágico que

acaeció en el pueblo. Sin embargo, a pesar de numerosas investigaciones, no se ha po-

dido encontrar ningún documento histórico que dé fe de algún hecho que pueda ligarse

con esta leyenda.

Las teorías que se atribuyen cierta credibilidad o verosimilitud pueden ser agrupadas

en cuatro categorías:

- Los niños fueron víctimas de algún tipo de accidente por el cual se ahogaron en el

río Weser o fueron enterrados por algún deslizamiento de tierra.

- Algunos niños fueron víctimas de alguna enfermedad que los habitantes conside-

raron peligrosa y contagiosa, por lo que los niños fueron conducidos fuera del

pueblo para proteger a los demás habitantes. Se ha sugerido alguna extraña forma

de peste.

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- Los niños (o jóvenes) dejaron el pueblo para tomar parte en alguna peregrinación

o una campaña militar, pero nunca más regresaron con sus padres. Estas teorías

presentan al flautista como un líder o reclutador.

- Los niños, que en este caso serían jóvenes, abandonaron voluntariamente Hamelín

para colonizar partes de Europa Oriental. Efectivamente, numerosos poblados fue-

ron fundados en esta época en el este de Europa por colonos de origen alemán. De

igual manera, el flautista en este caso sería su jefe. Esta teoría es la más aceptada,

ya que es la que cuenta con una documentación más sólida. Hay que considerar

que la palabra alemana kinder haría referencia no sólo a los niños, sino de manera

más genérica a “los hijos del pueblo”.

Existe una ley-costumbre largamente establecida en Hamelín que prohíbe cantar o to-

car música en una calle particular de la ciudad, por respeto a las víctimas del legendario

acontecimiento: la llamada Bungelosenstrasse, adyacente a la “Casa del Flautista”. Du-

rante desfiles públicos con música, incluidas las procesiones o cortejos matrimoniales,

la banda musical deja de tocar al llegar a esta calle y continúa con la música una vez que

la ha atravesado.

A los niños de Hamelín se refieren muchas alusiones literarias o de índole musical, lo

mismo que se han ocupado del tema diversos medios audiovisuales.

En 1960, el escritor polaco Jerzy Andrzejewski (1909-1983) publicó su novela Bramy

raju (Las puertas del Paraíso), escrita en sólo dos párrafos (el primero de 180 páginas y

el segundo de una línea) donde enlaza una serie de monólogos, que son las confesiones

de varios niños y jóvenes a un sacerdote. En 1965 fue traducida al español por el escri-

tor mexicano Sergio Pitol en la editorial Joaquín Mortiz, siendo reeditada en 1996 y

1998.

En 1973, Thea Beckman (1923-2004) escribió el libro Cruzada en Jeans, que narra

las aventuras de un niño del siglo XX viajero del tiempo durante la cruzada de 1212.

En el cómic La cruzada de los niños con guion del inglés Neil Gaiman, se realiza una

aproximación a esta historia y a todas las que giran alrededor de ella, como El flautista

de Hamelín, poco a poco, en pequeños relatos que giran en torno al hilo principal con-

ductor, la desaparición de 40 niños de un pequeño pueblo inglés y la investigación que

dos niños detectives realizan para descubrir el paradero de una de las víctimas, hermana

de la niña que les contrata. Probablemente sea una de las obras que más se adentran en

este tema desvelando todas las historias y leyendas que alrededor de ella han surgido a

lo largo de los años, ofreciendo una visión amplia y exhaustiva del tema y los mitos sur-

gidos sobre la historia.

La novela del autor estadounidense Kurt Vonnegut (1922-2007), Matadero cinco, lle-

va como subtítulo La cruzada de los niños. En ella se narran brevemente los episodios

históricos. El autor busca una satirización de la Segunda Guerra Mundial al compararla

con lo absurdo de la Cruzada Infantil.

Interesantes son también:

La cruzada de los niños, de Marcel Schwob (1895).

Cruzadas, de Michel Azama (1988).

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Historia del Rey Transparente (2005), novela de Rosa Montero, donde la protagonis-

ta, junto con otras personas, ve pasar la Cruzada Infantil por Francia.

El cuento El Barco de los Niños, de Mario Vargas Llosa (2015, Editorial Alfaguara).

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ÍNDICE

A modo de prólogo

Las Navas de Tolosa 1212 ……………………………………………… pág. 3

Las Navas de Tolosa ……………………………………………………. pág. 22

Reino de León ………………………………………………………….. pág. 43

Coímbra (Reino de Portugal) …………………………………………... pág. 45

Ermitas de Asís (Italia) …………………………………………………. pág. 46

Reino de Aragón ………………………………………………………... pág. 50

Condado de Urgel ………………………………………………………. pág. 52

Cerfroid (Francia) ………………………………………………………. pág. 53

Normandía ………………………………………………………………. pág. 54

Auxerre (Francia): Monasterio de St. Marien ………………………….. pág. 55

Epílogo I

El castillo de Burgalimar ……………………………………………….. pág. 56

Epílogo II

La princesa Galiana ……………………………………………………… pág. 59

Epílogo III

La batalla de Las Navas de Tolosa en las crónicas de aquel tiempo …… pág. 61

Epílogo IV

El castillo de Santibáñez del Alto ………………………………………. pág. 65

Epílogo V

Tradiciones sobre San Félix de Valois ………………………………….. pág. 67

Epílogo VI

La Cruzada de los Niños ………………………………………………… pág. 69

Epílogo VII

El flautista de Hamelín y otras referencias literarias reflejos de la Cruzada

De los Niños ……………………………………………………………… pág. 77