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Las náuseas de la creación: "La canción de la bolsa para el mareo", el libro de Nick Cave El músico australiano registró impresiones, recuerdos y minicrónicas en bolsas de avión para el mareo en una gira de rock con su banda en 2014. El resultado, que incluye las bolsas anotadas originales, es un libro vertiginoso. 0 0 0 Por Javier Mattio 0

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Las náuseas de la creación: "La canción de la bolsa para el mareo", el libro de Nick CaveEl músico australiano registró impresiones, recuerdos y minicrónicas en bolsas de avión para el mareo en una gira de rock con su banda en 2014. El resultado, que incluye las bolsas anotadas originales, es un libro vertiginoso.

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Por Javier Mattio

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El ancestral arte de escribir sobre servilletas es adaptado por Nick Cave(Warracknabeal, Australia, 1957) a la práctica más excéntrica y de altura de registrar líneas espontáneas en bolsas de avión para el mareo. El ejercicio fue sin embargo hecho con los pies en el suelo, cuando el músico giraba por Norteamérica con sus Bad Seeds en 2014. Recipiente sin fondo donde volcar impresiones, anhelos, esqueletos de canciones y minicrónicas del detrás de escena,La canción de la bolsa para el mareo incluye con ánimo de libro objeto las

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alisadas 22 bolsas originales que Cave extrajo de avión en avión para intervenir en tierra con sus respectivos garabatos, textos y rayones originales de tintas de colores variados. El resultado, como no podía ser de otra forma, da algo de vértigo.

Al igual que su música, desplegada en una discografía de vitalismo atormentado, los escritos de La canción de la bolsa para el mareo salen directos del estómago, las vísceras y las entrañas del artista, y por eso el gesto de registrarlos en bolsas para el mareo no es caprichoso. Disperso y caótico como todo diario de anotaciones, en el volumen hay lugar para sueños como el que abre y termina el libro, evocación de un niño que contempla atrapado en un puente el imparable avance de un ferrocarril. La visión alcanza a Cave en el Hotel Intercontinental de Nashville, en el que le inyectan esteroides para sanar la gripe y el jet lag, y en el Sony Centre de Toronto, donde niño y hombre se vuelven uno en el recuerdo y la imaginación al saltar a un abismo (el escenario, el tiempo, la nada). Imposible no pensar con estremecimiento supersticioso en el hijo de Cave que un año más tarde murió al caerse desde un acantilado.

Pero también hay humor y celebraciones de días soleados y bromas con el resto de la banda en los escalones del hotel de alguna ciudad perdida. Cave introduce cantos a ángeles y musas y anécdotas fantásticas como la de encontrar un dragón hembra moribundo en el río Saskatchewan en Edmonton y llevárselo consigo. 

Los pasajes dedicados al mundillo musical se dan en la forma de fugaces y jugosas miradas atrás. Allí están Bryan Ferry de Roxy Music, que contiguo a la piscina de su hermoso hogar en West Sussex por donde se pasean joviales potrillos le confiesa a Cave que hace tres años que no escribe una canción porque “no hay nada sobre lo que escribir”; a Leonard Cohen, también de la raza de los compositores-escribas, que un Cave pequeño descubre a través de la portada de Songs of love and hate para después caer “dentro de la voz del hombre que se ríe” y quedarse ahí escondido; y Bob Dylan, al que cruza en una tormenta en Glastonbury en 1998, encuentro en el que Dylan se saca la capucha y le tiende una mano “fría, blanca y tersa” y de rasgos vampíricos que Cave siente que le absorbe la vida. Al poco tiempo Dylan edita el exitoso Love and theft, que lo reubica en la industria, y Cave el débil Nocturama. 

“I was wrong” (estaba equivocado) escribe el músico de manera obsesiva, cruzando a menudo la frase con un paradójico tachón. De las náuseas de ese prueba-error emergen estos restos valiosos.