las huellas borradas de los templa- rios en navarra

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146 nº 51 > diciembre 2018 LAS HUELLAS BORRADAS DE LOS TEMPLA- RIOS EN NAVARRA Después de mucho insistir, de repetidas misi- vas y embajadas a la corte parisina y de posponer la fecha en varias ocasiones, el rey Felipe IV de Francia dispuso que su pri- mogénito, Luis, heredero de la corona na- varra, viajara al reino en abril de 1307, tras entrevistarse con el papa Clemente V en Poitiers. Luis tenía entonces 17 años. Su ma- dre, Juana I, reina titular de Navarra, había fallecido dos años antes (4 de abril 1305) en Vicennes, recayendo en él automática- mente la corona. Sin embargo, su padre se había negado a dejarle venir, amparándo- se en su minoría de edad, mientras él con- servaba un título que no le correspondía. Entre otros motivos, se ha dicho que Felipe accedió porque a la corte francesa habían llegado rumores de que Fortún Almoravid, alférez real, había amenazado con procla- marse rey si Luis no se presentaba en el reino. Pero, tal vez, en el permiso paterno pesara más otra causa. Entre sus pertenen- cias, Luis trajo un documento secreto que no podía abrir hasta el alba del viernes, 13 de octubre de 1307. En él llevaba escrita la condena del Temple en Navarra. Las huellas de los templarios en Navarra se diluyen entre el aura enigmática de la or- den y la escasa trascendencia que sus frei- res parecieron tener en un reino alejado de la frontera de la reconquista; entre los ape- nas doscientos documentos que se conser- van en nuestros archivos y el legado docto y hermoso con que revistieron sus hereda- des “que se ceñían al camino de Santiago (Sagüés, Astráin, Zariquiegui, Undiano, Oba- nos, Estella, hospital de Echávarri de la Sola- na), se apretaban en la ribera tudelana (Estercuel, Buñuel, Cortes) y se extendían hasta Sada, Eslava y Artieda”, señala la Gran Enciclopedia Navarra. La orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón, fundada en 1118 por el cham- pañés Hugues de Payns, tuvo una rápida expansión en el mundo cristiano. Carlos Sánchez-Marco, en la Historia Medieval del Reyno de Navarra (Fundación Lebrel Blan- co), la atribuye a la unión de la disciplina del monje con la del guerrero. El primer contacto del entonces reino de Pamplona con los templarios fue a través de Alfonso I el Batallador (rey de Aragón y Pamplona 1104-1134). Enfrentado con el conde de Toulouse, Alfonso I sitió Bayona (octubre 1130). El caballero templario Hugo de Rigaud había sido enviado por entonces al sur de Francia con la misión de recabar ayuda para el Temple. José Ángel Lema Pueyo, en Las Cofradías y la introducción del Temple en los reinos de Aragón y Pam- plona dice que es bastante probable que Rigaud recalara en el campamento del rey pamplonés. Begoña PRO URIARTE Alfonso I el Batallador, Rey de Aragón y Pamplona.

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LAS HUELLAS BORRADAS DE LOS TEMPLA-RIOS EN NAVARRA

Después de mucho insistir, de repetidas misi-vas y embajadas a la corte parisina y de posponer la fecha en varias ocasiones, elrey Felipe IV de Francia dispuso que su pri-mogénito, Luis, heredero de la corona na-varra, viajara al reino en abril de 1307, tras entrevistarse con el papa Clemente V enPoitiers. Luis tenía entonces 17 años. Su ma-dre, Juana I, reina titular de Navarra, había fallecido dos años antes (4 de abril 1305) en Vicennes, recayendo en él automática-mente la corona. Sin embargo, su padre se había negado a dejarle venir, amparándo-se en su minoría de edad, mientras él con-servaba un título que no le correspondía. Entre otros motivos, se ha dicho que Felipe accedió porque a la corte francesa habían llegado rumores de que Fortún Almoravid, alférez real, había amenazado con procla-marse rey si Luis no se presentaba en el reino. Pero, tal vez, en el permiso paterno pesara más otra causa. Entre sus pertenen-cias, Luis trajo un documento secreto que no podía abrir hasta el alba del viernes, 13 de octubre de 1307. En él llevaba escrita la condena del Temple en Navarra.

Las huellas de los templarios en Navarra se diluyen entre el aura enigmática de la or-den y la escasa trascendencia que sus frei-res parecieron tener en un reino alejado de la frontera de la reconquista; entre los ape-nas doscientos documentos que se conser-van en nuestros archivos y el legado docto y hermoso con que revistieron sus hereda-des “que se ceñían al camino de Santiago (Sagüés, Astráin, Zariquiegui, Undiano, Oba-nos, Estella, hospital de Echávarri de la Sola-na), se apretaban en la ribera tudelana (Estercuel, Buñuel, Cortes) y se extendían hasta Sada, Eslava y Artieda”, señala la Gran Enciclopedia Navarra. La orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templode Salomón, fundada en 1118 por el cham-pañés Hugues de Payns, tuvo una rápida expansión en el mundo cristiano. Carlos

Sánchez-Marco, en la Historia Medieval del Reyno de Navarra (Fundación Lebrel Blan-co), la atribuye a la unión de la disciplina del monje con la del guerrero.

El primer contacto del entonces reino de Pamplona con los templarios fue a través de Alfonso I el Batallador (rey de Aragón y Pamplona 1104-1134). Enfrentado con el conde de Toulouse, Alfonso I sitió Bayona (octubre 1130). El caballero templario Hugo de Rigaud había sido enviado por entonces al sur de Francia con la misión de recabar ayuda para el Temple. José Ángel Lema Pueyo, en Las Cofradías y la introducción del Temple en los reinos de Aragón y Pam-plona dice que es bastante probable que Rigaud recalara en el campamento del rey pamplonés.

Begoña PRO URIARTE

Alfonso I el Batallador, Rey de Aragón y Pamplona.

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Alfonso I, un guerrero centrado en la recon-quista, halló en los templarios al hijo que no tenía. Tuvo tan claro que ellos y solo ellos po-dían seguir su tarea, que durante el asedio a Bayona redactó su testamento, señalando a las órdenes militares como sus herederas. El padre Moret, en los Annales del Reyno de Navarra, lo reproduce así: “Y esto assi dis-puesto para después de mi muerte dexo por heredero y sucessor mio al Sepulcro del Se-ñor, que esta en Jerusalén y a los que velan en su custodia y sirven alli á Dios, y al Hospital de los Pobres en Jerusalen, y al Templo de Salomon con los caballeros, que alli velan para defensa de la Christiandad. A estos tres dejo mi Reyno, y el Señorio que tengo en to-da la Tierra de mi Reyno, y el Principado y Jurisdiccion que me toca sobre todos los hombres de mi Tierra…”. Y continúa: “Añado tambien á la Cavalleria del templo el Cava-llo de mi persona con todas mis armas”.

Es muy significativo que el rey dejara su ca-ballo y sus armas a los templarios, legado que se solía reservar para el primogénito. Y que, en 1133, como se destaca en la Gran Enciclopedia de Navarra, les ofreciera sus heredades en la zona tudelana. Es probable-mente, de este año, 1133, el primer estable-cimiento de la orden del Temple en suelo

pamplonés, que Ángeles García de la Bor-bolla, en su trabajo La orden del Temple en el Reyno de Navarra, atribuye a una dona-ción de Fortún Garcés, noble cercano a Al-fonso I. Lema nombra otras donaciones con-sistentes en rentas anuales, caballos y armas, de Diego Sánchez, Pedro Tizón, Pedro Momez o Fortún López. El testamento de este rey marcó el futuro del reino. Los nobles, viendo la inviabilidad políti-ca de este legado, buscaron alternativas. Los aragoneses ofrecieron la corona de Ara-gón a Ramiro el Monje, hermano de Alfonso I. Los pamploneses se fijaron en García Ramí-rez, descendiente de García III el de Nájera por vía ilegítima, para refundar el reino de Pamplona. Esta elección tuvo sus conse-cuencias, ya que los nobles y el propio Gar-cía Ramírez se convirtieron en deudores de las órdenes militares. El papa Inocencio III envió a Aragón un mediador para que estas renunciaran formalmente al testamento del Batallador. “En cuanto al reyno de Navarra, nada dicen los Historiadores de él, y es vero-símil se terminase con alguna justa transac-ción el derecho que a él pudieron haber ad-quirido por el citado testamento los institui-dos igualmente de aquel reino, como resulta de su literal contexto”, explica Pedro Rodrí-guez Campomanes en Dissertaciones Históri-cas del orden y cavalleria de los Templarios.

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Entrada de vieja encomienda del Temple Puente la Reina

Vista Iglesia del Crucifijo de Puente

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ÉPOCA DE EXPANSIÓN La máxima expansión del Temple en Navarra se dio durante los reinados de García Ramí-rez el Restaurador (1134-1150) y de su hijo, Sancho VI el Sabio (1150-1194), siendo maes-tres provinciales de la Rovera, Aviñon, de Rueyra, de Tarroja, Jofre y Claramonte. Los templarios en Navarra no tuvieron un maes-tre específico. Dependieron de los de Ara-gón Cataluña y Provenza. Su máxima autori-dad era un lugarteniente, que residía en Puente la Reina. Martín Duque en La restau-ración de la monarquía navarra y las órde-nes militares (1134-1194) explica que existen ocho diplomas del Restaurador dirigidos al Temple y que en 1149 les permitió “vender sus productos por todo el reino sin cortapisa alguna y los liberaba de las exacciones por lezda y portazgos”. Durante el reinado de este rey, el Temple recibió seis donaciones importantes: Novillas (1135), que fue la pri-mera encomienda del Temple en Navarra y en cuya zona recibieron villas, siervos, tem-plos y dominios rurales, la Almunia de Alma-zara (1140), una heredad en Funes (1140), Estercuel (1141), una villa de Puente la Reina (1146) y una heredad en Los Arcos (1148). Santos García Larragueta, en El Temple en Navarra afirma: “Sin llegar a los extremos de Alfonso I, García Ramírez, su sucesor en el trono pamplonés, mostró una extraordinaria generosidad con los templarios. Además de las seis donaciones que efectuó a su favor entre 1135 y 1148, al ingresar como cofrade en el Temple prometió post obitum sus caba-llos y armas. Asimismo, la orden había de be-neficiarse del décimo del quinto real obteni-do en cautivos y botín y, durante un periodo de dos años, de la mitad de las tierras que el rey ganase a los musulmanes”. En cuanto al rey Sancho VI, consta la dona-ción en 1155 de un viñedo en Tidón y las ce-siones de varios terrenos en la zona de Fon-tellas en marzo de 1157, a las que añadió en 1160 el privilegio de hacer acequia y presa, así como cortes de madera en el Soto de Fontellas, según explica el padre Moret en los Annales de Navarra. En 1173 les permitió utilizar las aguas sobrantes de los campos de Mosquera y de Fontellas. Y en 1177 les cedió Aberin. A estas donaciones reales se unieron algunas particulares: Desojo (1157, donada por Martín Rodriz, según consta en la Gran Guía de la España Templaria, de Templespa-ña), la ermita de Nuestra Señora de Villanue-

va (sita entre la localidad de Espronceda y el arroyo de San Pedro), o Lazagurría (donada por doña Blasquita Laméis y confir-mada por su hijo Pedro Díaz). Las encomiendas se multiplicaron. A la de Novillas siguieron las de Ribaforada, (surgida a partir de la unión de las tierras templarias de Estercuel y Espedolla), y la de Cintruénigo (localidad que todavía conserva la cruz pa-tada en su escudo y que estuvo impulsada por la familia de Pedro de Cintruénigo, se-gún explica Salvador Remírez en Los Templa-rios en Cintruénigo). Estas dos dominaban la parte sur, la más próxima a la frontera. Poco después surgió la de Puente la Reina, situada en el punto donde convergen los dos rama-les del Camino a Santiago, lo que le añadía un valor espiritual. Y a ellas se unió Aberin, centro administrativo que cobijó el Lignum Crucis. La encomienda de Aberin estaba construida en forma de terrazas, donde se cultivaban hortalizas, frutas y cereales. Ejer-ció como hospital de peregrinos. Cuando se perdió Jerusalén en 1187, las reliquias y obje-tos sagrados del Temple guardados en la Casa Madre se distribuyeron por sus enco-miendas. A Aberin se trajo una astilla de la Cruz, conservada en una cruz patriarcal. De esta misma época data la construcción de la enigmática Eunate, nunca confirmada como de ejecución templaria, aunque hay algunas geometrías y señales que así lo su-gieren. Su forma octogonal, la repetición de la cruz patada en su planta y cúpula, la pre-sencia del baphomet... A su construcción bien pudo contribuir la reina Sancha, esposa de Sancho VI, con varias donaciones.

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Ermita de Eunate

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DECLINAR DE LA ORDEN

Las donaciones disminuyeron en los siguien-tes reinados. Sancho VII les donó unas here-dades en Cortes y Mora en 1198, según consta en el Cartulario de la Orden y Milicia del Temple. La llegada de los reyes champa-ñeses (Teobaldo I y sus hijos Teobaldo II y En-rique I) supuso una vuelta a los ideales de cruzada en Jerusalén y nada significativo respecto a la presencia de los templarios en Navarra. Fue el matrimonio de Juana I (hija de Enrique I) con Felipe IV de Francia lo que unió para siempre el nombre del verdugo de la orden del Temple con el reino de Navarra. En 1285, Felipe IV heredó un reino de Francia prácticamente arruinado, debido a la cruza-da fallida de su padre, Felipe el Atrevido, contra Pedro III de Aragón, a la guerra con-tra Inglaterra y a las campañas contra Flan-des y Guyena, según contempla Pastora Barahona en Historia de los Templarios. Feli-pe, altamente endeudado, necesitaba di-nero para paliar la crisis económica y aten-tar su objetivo de organizar una gran expedi-ción a Tierra Santa. Su primera medida fue

cargar al clero con impuestos. Esta decisión le enfrentó directamente con el papa Boni-facio VIII, quien consideró su forma de ac-tuar como una clara injerencia en los asun-tos eclesiásticos. Felipe, apoyado en Noga-ret, acusó al papa de asesinato, sodomía, herejía e idolatría y lo mantuvo retenido en Anagni. El papa se defendió excomulgando a los implicados. Cuando Clemente V ocu-pó el solio, Felipe lo atrajo a su causa y a su casa, trasladando la sede pontificia a Avig-non y sirviéndose de él, posteriormente, co-mo depositario legal de la desintegración del Temple. Tras el clero, Felipe buscó el oro de las fami-lias más ricas para batir moneda. Después, se quedó con las riquezas y posesiones de los más de 100.000 judíos que desterró el 22 de julio de 1306. Tras los judíos, quienes ma-nejaban más dinero eran los templarios, pe-ro estos no vieron la maldición que se les ve-nía encima. Una de las pretensiones que Feli-pe IV tenía en mente era, como se ha co-mentado, lanzar una gran cruzada sobre Tierra Santa. Para ello pretendía reunir un gran ejército liderado por su hijo Luis y fusio-nar las órdenes militares en una sola, que llevaría el nombre de Caballeros de Jerusa-lén. Esta última idea ya se había barajado en el concilio de Lyons (1274) a petición de Luis IX de Francia y también lo había intenta-do el papa Nicolás IV (1288-1292). Jacques de Molay, el maestre templario, se encontraba en esos momentos en Chipre, de donde fue llamado por el papa para consultarle la idea de Felipe IV. Barahona dice que aquel se mostró prudente, aunque la idea de unir las dos órdenes no era de su agrado. Felipe hizo su siguiente movimiento antes de que el maestre pudiera regresar a Chipre, preparando los argumentos que es-grimiría contra los templarios y que, curiosa-mente, fueron los mismos que había utilizado contra Bonifacio VIII. El 24 de agosto de 1307 Felipe IV remitió una carta a Clemente pi-diéndole que investigara a la orden. El 13 de septiembre envió emisarios a todas las pro-vincias de su reino con órdenes secretas que debían ser abiertas al alba del 13 de octu-bre. Estas contenían los detalles para llevar a cabo una acción conjunta y coordinada en todo su territorio contra los templarios. Igno-rante de todo, de Molay asistió a los funera-les por la condesa de Valois, que era cuña-da de Felipe IV, un día antes de su encarce-lamiento.

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Iglesia Crucifijo de Puente la Reina Detalle de capitel

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LUIS I EL HUTIN Cuando murió la reina Juana I, los navarros llevaban prácticamente treinta años sin ver a sus reyes. Navarra se movilizó para reclamar la presencia de Luis. A finales de junio de 1305, el prior de la catedral de Pamplona envió sendas cartas a Felipe IV y a Luis, en nombre de los burgueses, ciudadanos, prela-dos y universidad del reino. José Goñi Gaz-tambide, en Los obispos de Pamplona del siglo XIV, señala que “Hacia el mes de abril de 1306 ya no son solamente los ruanos los que se congregaron en Estella, sino también los ricoshombres Fortunio Almoravit y Martín Xeméniz de Aibar y la universidat de los infan-zones del regno de Navarra”. Su objetivo: re-querir la presencia de Luis, a quien recono-cían como señor natural siempre y cuando viniera a ser coronado a Pamplona. Goñi Gaztambide, explica también que “Fortunio Almoravit, alférez del reino, cada día más engreído y ambicioso, había comen-zado poco a poco a soñar con la corona navarra, ganándose los corazones de casi todos los nobles y ciudadanos del país, me-nos los de Estella y su comarca. La conspira-ción se mantenía con la mayor reserva, pero un caballero navarro descubrió toda la tra-ma al monarca francés, instándole, junto con algunos nobles fieles, a que él o su hijo acu-diese sin tardanza a tomar posesión del reino”. Aún así, Felipe no pareció tomarse el asunto con prisa. El rey francés, que andaba por entonces ur-diendo otros planes, dio largas hasta un año después. En abril de 1307 se reunió con el pa-pa y su hijo en Poitiers para preparar el viaje.Felipe pidió al papa que levantara el entredi-cho en el que se encontraba el reino para cuando llegara Luis. Aunque ningún docu-mento oficial recoge que Felipe y el papa tratasen el tema de los templarios, es más que probable que este fuera un asunto ne-gociado en privado y del que Luis estaría al corriente. En Navarra los ánimos seguían cal-deados. El reino se reunió en cortes en abril y en septiembre. No entendían la tardanza deLuis, si, como había sido anunciado a través del capellán pontificio Berengarius de Olar-gio, tras la entrevista de Poitiers, este ya de-bía de estar en camino. Efectivamente, Luis emprendió su viaje. Pero lo hizo con tranquilidad. El 24 de agosto se encontraba en Toulouse. Desde allí envió al-gunas cartas a Navarra, excusándose por la

tardanza y alegando enfermedad de algu-nas de sus gentes, como manifiesta Goñi Gaztambide. Sin embargo, Luis bien pudo esperar allí las órdenes de su padre que de-bían llegar el 13 de septiembre. Luis entró en Navarra, a finales de ese mes. Le acompaña-ban el condestable de Francia, Galcherus de Castellione, y los senescales de su padre. Es-colta muy principal si tenemos en cuenta el clima enrarecido que se vivía en Navarra, pero muy significativa si, además, se trataba de terminar con los templarios. Luis fue coro-nado el 1 de octubre en la catedral de Santa María. El viernes, 13 de octubre, se encontra-ba en Pamplona. Allí, con las primeras luces del alba, tal y como le había ordenado su padre, debió de abrir la carta secreta que le fue entregada en Toulouse y ordenó la inme-diata encarcelación de los templarios con la acusación de herejía. La noticia llegó a Aragón, donde el maestre provincial envió a tres freires para interceder por sus hermanos. Pero ellos mismos fueron detenidos en Tudela, según explica Goñi Gaztambide. El rey justificó su acto como cumplimiento de un mandato papal, aunque en realidad, Clemente V no envió esa orden hasta el 22 de noviembre. El comendador pidió ayuda a Jaime II de Aragón y enviaron como embajador a Pedro de Mur. Este se entrevistó el 1 de noviembre, con el condes-table de Francia y el canciller de Navarra. Logró que los tres freires aragoneses fueran excarcelados, pero nada pudo hacer por el resto de templarios que en el momento de la detención se encontraban en Navarra. Des-pués de ciento setenta y cuatro años, la pre-sencia de la orden en Navarra peligraba.

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Javier Gallego Gallego en la colección Re-yes de Navarra señala que en ese momento el Temple apenas tenía presencia en nuestro reino y que carecía de infraestructuras. Se-gún este autor poseía dos encomiendas en Ribaforada y Aberin y algunas propiedades en Estercuel, Desojo, Novillas, Villaseca, Tude-la, Estella o Los Arcos. “El número de freires era escaso y las máximas autoridades eran los comendadores de Aberin y Ribaforada”. En 1309, un inventario de los bienes del tem-ple en Ribaforada contabilizó: ”varias cubas de vino, ropa de cama, sogas, frenos, ollas de cobre y otros utensilios de cocina, balles-tas, arcos, una espada, tres adargas, dos ar-cos turqueses, dos escudos, cuatro arados, ocho bueyes, dos asnas con sus pollinos, un asno, un martiroge y otras cosas de escaso valor”, señala Goñi Gaztambide. Los templarios permanecieron encarcelados hasta mayo de 1310, fecha en la que co-menzaron sus interrogatorios en Estella y en Olite. Todos, empezando por los comenda-dores de Aberin y Ribaforada, se declararon inocentes. Pero la orden ya estaba senten-ciada. En el concilio del 22 de marzo de 1312 el papa suprimió definitivamente el Temple y se dispuso que sus bienes pasaran a los Hos-pitalarios de San Juan. Luis Javier Fortún en La orden de San Juan de Jerusalén en la Ri-

bera Tudelana dice que «el 20 de abril de 1313, Luis Hutin reprodujo en Navarra la or-den paterna de que las heredades del Tem-ple pasaran a manos hospitalarias». Hugo de Chalderac, prior de la orden de San Juan en Navarra, tomó posesión el 1 de julio de Ri-baforada y Fontellas. El 27 de julio de ese mis-mo año, el lugarteniente del gobernador, Hugo de Visac, ordenó al portero real, Miguel de Salinas, que enajenara Aberin, que pasó a depender de la encomienda sanjuanista de Bargota. De la Iglesia del Crucifijo, que se estaba construyendo en Nuestra Señora de los Huertos, en Puente la Reina, se hicieron cargo los vecinos y los curas rurales hasta mediados del siglo XV, según relata Alberto J. Aceldegui en Un paseo por Puente la Reina. En este momento pasó a formar parte de la orden de San Juan por mediación de Luis de Beaumont. Y así, una a una, las huellas de los templarios se difuminaron en Navarra hasta casi borrar-se. Sus encomiendas, sus bienes y sus monjes se integraron en los hospitalarios, según lo había soñado Felipe IV de Francia, mientras Jacques de Molay, vigésimo tercer maestre del Temple, moría en la hoguera el 18 de marzo de 1314 y los últimos templarios se pu-drían en las cárceles. Pero su legado, su sabi-duría y su cultura sigue aquí en forma de ca-piteles, columnas, ermitas, iglesias, enco-miendas… a pesar del silencio administrativo que se extendió sobre su final. Porque como dijo Jacobo Vitriaco, los templarios eran siempre los primeros en acudir a la lid y los últimos en retirarse de ella mientras su beau-séant siguiera ondeando en el campo de batalla: “Los caballeros del Temple visten ca-pas blancas con una cruz roja sencilla: una bandera o estandarte de dos colores que llaman baucant va delante de ellos en las batallas: con orden y algazara van a la bata-llas, esperan a sus enemigos y sus primeros ataques: en ir son los primeros, en volver los últimos porque atienden el mandato de su maestre. En mandando este pelear y sonan-do por la bucina la orden de sus comenda-dores, cantan en comunidad todas aquellas palabras de David con atención y devoción: Non nobis domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam. (No a nosotros, Señor, no a noso-tros, sino a tu Santo nombre da la gloria). Ar-mados con sus lanzas acometen al enemigo, de un acuerdo, y con mucho brío, sin atre-verse a retirarse, o del todo derrotan a sus enemigos, o todos mueren, siendo siempre los últimos en retirarse”.

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El rey Luis Hutín Palacio de Navarra