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Miquel de Moragas y Miquel Botella, Editores Las Claves del 4 Éxito Impactos sociales, deportivos, económicos y comunicativos de Barcelona'92 Centro de Estudios Olímpicos y del Deporte Universidad Autónoma de Barcelona Comité Olímpico Español Museo OHnqñco de Lausana Fundación Barcelona Olímpica

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Miquel de Moragas y Miquel Botella, Editores

Las Claves del4

ÉxitoImpactos sociales, deportivos,

económicos y comunicativos de

Barcelona'92

Centro de Estudios Olímpicos y del DeporteUniversidad Autónoma de Barcelona

Comité Olímpico EspañolMuseo OHnqñco de Lausana

Fundación Barcelona Olímpica

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Los autores

T i i i í í ú

Miquel BotellaFerran Pastor

Josep BertránMiguel de Moragas

MicuélezFerran

J o h n M a r \ I I M M I

Mam y Rivenburj 'Muiirl Ladrón de (>ur\l'ilai- (larrasquer

\a\ ier CóllerDaniel RomaníDolors Aparicio

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económicos y comunicativos deBarcelona'92

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Las Claves del Éxito.Impactos sociales, deportivos,

económicos y comunicativos deBarcelona'92

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Los contenidos de este libro no podrán ser re-producidos, ni total ni parcialmente, sin el previopermiso escrito de los editores. Todos los derechosreservados.

O Centro de Estudios Olímpicos y del DeporteUniversidad Autónoma de BarcelonaEdificio B. 08193 Bellaterra (Barcelona, España)

© Universidad Autónoma de BarcelonaServicio de PublicacionesEdificio A. 08193 Bellaterra (Barcelona, España)

Editores: Miqucl de Moragas y Miqucl BotellaCoordinación editorial: Miquel Gómez,Esther Martí i Nuria GarcíaDiseño de la cubierta: Josep M* Trias (Quod)

Primera edición en castellano: junio de 1996Primera edición en catalán: julio de 1995Primera edición en inglés: noviembre de 1995

Depósito legal: B. 24.894-1996ISBN 84-490-0609-0Composición: Víctor Igual, S. L.Impresión: LiberDuplex, S. L.Encuademación: Encuademaciones Roma, S. L.Printed in Spain - Impreso en España

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índiice

Discurso de clausura de los Juegos OlímpicosBarcelona'92Juan Antonio SamaranchPresidente del Comité Olímpico Internacional. .

PresentaciónPasqual MaragallPresidente del COOB'92Alcalde de Barcelona

Carlos Ferrer SalatPresidente del Comité Olímpico Español 11

IntroducciónJosep Miquel AbadConsejero delegado del COOB'92« B a l a n c e d e l a s r e a l i z a c i o n e s d e l C O O B ' 9 2 » . . . . 1 3

Organización de los JuegosMiquel Botella«Las claves del éxito de los Juegos» 21

DeportesEnric Truñó«Barcelona, ciudad del deporte» 52

Manuel Llanos«Así colaboró el Comité Olímpico Españolen el éxito del'92» 68

Medios de comunicaciónMiquel de Moragas / Nancy Rivenburgh / Nuria García«Televisión y construcción de una identidad: La imagende Barcelona'92 en las televisiones internacionales» . 88

Muriel Ladrón de Guevara / Xavier Cóller /Daniel Romaní«La imagen de Barcelona en la prensa internacional» 124

DiseñoMiquel de Moragas«Diseño, logotipo y mascota en la promocióne identidad de Barcelona'92» 143

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Juegos Paral ímpicos Barcelona'92Fernand Landry«Los Juegos Paralímpicos y la integración social» . . 160

PolíticaJoan Botella«Los Juegos Olímpicos. Actores y estrategias en tornoa los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992» . . . . 177

SociedadFaustino Migúele/ / Pilar Carrasquer«La repercusión laboral de los Juegos Olímpicos» . . 188

Andreu Clapés«Voluntarios Barcelona'92: la gran fiestade la participación» 206

John MacAloon«Barcelona'92: un punto de vista desde la antropologíacultural» 223

UrbanismoLluís Millet«Los Juegos de la Ciudad» 232

EconomíaFerran Brunet«Análisis económico de los Juegos Olímpicosde Barcelona'92: recursos, financiamientoe impactos» 250

TecnologíaFerran Pastor/Jordi López«Barcelona'92: las estrategias de la tecnología» . . 286

Josep Bertrán«La imagen de la tecnología en los Juegos Olímpicosde Barcelona'92» 303

EpílogoFidel SustDirector General de Departes de la Generalitat«La herencia deportiva de los Juegos de Barcelona» . 311

Bibliografía sobre Barcelona'92Dolors Aparicio 317

ApéndiceCentro de Estudios Olímpicos y del Deporte.Cátedra Internacional de Olimpismo.Fundación Barcelona Olímpica 329

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BARCELONA'92: UN PUNTO DE VISTADESDE LA ANTROPOLOGÍA CULTURAL

JOHN J. MACALOON '

Como en cualquier gran proyecto público de arte, es im-posible anticipar las consecuencias sociales y políticas de laOlimpiada de Barcelona cuando es tan reciente su clausura.Transcurrirán años antes de que los diversos sectores de lasociedad barcelonesa, catalana y española puedan conocersus efectos. Desde la perspectiva de la antropología interna-cional no hubo unos Juegos Olímpicos de Barcelona, sinomiles, tantos como comunidades culturales interpretaban laOlimpiada. La reducción de los múltiples discursos a una es-pecie de «premisas básicas» sería como la apropiación impe-rialista del mundo desde un punto de vista provinciano.

A la vez, la alianza de diferentes fuerzas ha creado una de-manda irresistible de este tipo de proposiciones: la necesidadpor parte de la comunidad anfitriona de justificar su enormeinversión, las pretensiones de universalismo del MovimientoOlímpico, las ilusiones de la ciencia y el cosmopolitismo mo-dernos, el debate contemporáneo sobre la globalización consu errónea asunción de que las formas de interconexióntransnacionales como por ejemplo los medios de comunica-ción, las grandes empresas, los deportes, las operaciones deseguridad, los espectáculos de masas, el conocimiento delarte o el turismo conducen inevitablemente a significados es-tandarizados. La lógica del «sistema mundial» es, de hecho,bastante diferente en esto. La interconexión y la diversifica-ción no son procesos opuestos, sino más bien las dos carasde una misma moneda intercultural.

Algunas de las significaciones políticas y sociales asocia-das a los Juegos de Barcelona son ya reconocibles y aparecen

1. Doctor poi" la Universidad de Chicago. Prolesor de Antropología Cul-tural y Director del Programa Máster en Ciencias Sociales en la Universidad deChicago. Catedrático Internacional de Olimpismo en 1995.

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en todas partes de forma implícita en las apropiaciones ins-titucionales de la Olimpiada. A pesar de ello, como si fueranpiedras lanzadas desde el tejado de los asuntos mundiales,difícilmente se podrá predecir qué forma tomarán estos sig-nificados al llegar su eco a costas lejanas. Me gustaría hablarde dos de estas representaciones: la ciudad misma con suculto al urbanismo moderno, y la nación-estado desde unaperspectiva global. Estos dos temas se relacionan, pero deuna manera dialéctica y por múltiples motivos. Reúnen a sualrededor la diversidad social de la historia, la concepción yla experiencia; incluso importantes diferencias en el seno deEuropa y de «Occidente». De hecho, la expresión de estos te-mas en Barcelona hizo patente un importante desplazamien-to temporal, la explosión de la pretendida celebración de unprogreso social lineal, a finales del siglo xx. Mientras que te-mas como el poscomunismo, el fin de la guerra fría y elapartheid, así como la unificación europea, apuntaban haciaun verdadero potencial de novedad política para el futuro,las representaciones ideológicas y preformativas de la na-ción-estado y de la ciudad en Barcelona hacían patente has-ta qué grado la lógica de nuestra vida social está arraigada enel siglo xix.

Un repaso preliminar a la cobertura de los Juegos Olím-picos por parte de los medios de comunicación, especial-mente fuera de la Europa continental, muestra la sorpren-dente coincidencia de que la propia ciudad de Barcelona erala estrella de los Juegos. Naturalmente, en todas las Olimpia-das, la atención se centra en la identidad de la ciudad anfi-triona y su cultura, pero en 1992 el interés resultó ser unpoco más inusual. Los periodistas extranjeros, aunque tam-bién los aficionados y los trabajadores deportivos foráneos,los académicos y los turistas en general, parecía que habla-ban más de la ciudad que de alguna controversia, ceremoniao acontecimiento deportivo olímpico particular. De algunamanera, Barcelona representaba la escenificación de los Jue-gos Olímpicos, aunque en otro sentido fueron los Juegos losque crearon «esta Barcelona».

Naturalmente, los rasgos de la ciudad que destacaban es-tos comentarios cambian según las culturas y la condición delos comentaristas. Los visitantes de clase media procedentesde grandes complejos urbanos poco estructurados como SaoPaulo, Tokio, Los Ángeles, Atenas y Bombay se maravillaban

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de la comodidad y la concisión de los desplazamientos porBarcelona. Los extranjeros para quienes las multitudes en lacalle eran en su país algo inusual, molesto o incluso aterra-dor, comentaban reiteradamente sobre las decenas de milesde ciudadanos ordinarios que subían cada noche a Montjuícsin ninguna otra razón que la de estar donde estaba todo elmundo. El flujo nocturno de la gente por las Ramblas y el he-cho de que la sociabilidad de la noche se extendiera tan rá-pida y profundamente hasta altas horas de la madrugadaatraían la participación y una especial implicación social porparte de personas para las cuales en sus entornos de origenlos placeres tienen lugar puertas adentro y «las calles se va-cían» a medianoche.

Para muchos visitantes, este código de mirar y ser miradounificaba a la gente y a la misma ciudad en una única expre-sión de la lógica del espectáculo. La belleza estética de lasgrandes panorámicas de Barcelona y sus íntimas callejuelas,el orden hasta de los barrios más pobres (en la medida quelos visitantes olímpicos llegaran a verlos), y la sensación ge-neral de una ciudad que se nota que se preocupa por suaspecto a través de la aparente efectividad de los serviciossociales: todos estos temas se repiten en los comentarios fo-ráneos, con frecuencia llegando a esconder la sorpresa y elsufrimiento de los extranjeros y locales por igual frente a losaltísimos precios. Incluso cuando bordeaba un narcisismoprovinciano, la autoconciencia extrema de los barceloneses ylos catalanes respecto a su entorno edificado era otro factorvalorado positivamente por los comentaristas extranjeros.

Los primeros días de los Juegos, algunas autoridades in-ternacionales y aficionados olímpicos se quejaban de quetodo aquello parecía más la «Expo de Barcelona y Cataluña»que unos Juegos Olímpicos. Las victorias de los atletas espa-ñoles ayudaron a cambiar esta percepción, conduciendo a lapoblación local, que parecía no interesarse en absoluto por eldeporte, dentro de los estadios, ante los televisores y a la vis-ta de los extranjeros que se movían en dirección opuesta: ha-bían venido para los Juegos y eran arrastrados hacia la ciu-dad. Este encuentro entre población huésped y poblaciónanfitriona, aunque ambos totalmente nada más que de paso,no tenía precedentes en mi experiencia de los Juegos Olím-picos de verano. Pienso que es esto lo que, quienes estaban,recordarán de Barcelona cuando haya transcurrido ya mu-

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cho tiempo y que se hayan olvidado los resultados de lascompeticiones, los magníficos espectáculos o las ceremoniasinaugurales.

Los comentarios locales y foráneos frecuentemente pare-cían constituir Barcelona en una entidad libre y autónomaen el mundo, revelando la permanencia de un rasgo de lasutopías de los siglos xvm y xix, cuando la gran ciudad aún nohabía quedado completamente sometida por la asediadoranación-estado. Hoy en día, en cambio, estos tipos de recono-cimientos cívicos dependen absolutamente de identidadespolíticas, partidos y formaciones irrevocablemente ligadas aldiscurso nacionalista. De manera similar, los viejos panentu-siasmos de la modernidad europea —bien sea socialista, li-beral o romántica— que yacen en el corazón del Olimpismoestablecieron entidades transnacionales como el COI y laONU; e incluso formas emergentes como la UE no puedenhacer su aparición sin referencia directa al mundo de las na-ciones-estado. La nueva alianza entre lo global y lo local to-davía no puede desprenderse de lo que es nacional, y los pre-sentes modelos de nacionalidad continúan fuertementeatados al pasado.

En Barcelona estos hechos fueron repetidamente simbo-lizados por las «batallas de banderas». En las calles, en losescaparates, en los bares, restaurantes, estadios, en las ofici-nas del gobierno y del COOB'92, en las instalaciones interna-cionales y en los vestíbulos de los hoteles oficiales, las ban-deras del COI, la UE, de España, Cataluña, Barcelona y elCOOB'92 (acompañadas en algún contexto por las manifes-taciones de la independencia catalana) se vieron obligadas abailar todas juntas. A veces, el baile era una feliz sardana, aveces un moderno ballet, y en otros momentos una violentadanza posmoderna. Ninguna expresión de identidad y pro-piedad, por muy jubilosas que fuesen, quedaba incontestadao sin mediatizar por las otras. Es bajo una mirada-que-todo-lo-ve cuando las identidades sociopolíticas experimentan elmayor miedo de ser excluidas.

Al final de los Juegos, el Presidente del COI Juan AntonioSamaranch señaló «que el mundo no sabía que España noera la cultura de las siestas y el mañana». Pero ¿qué mundoera el que se suponía libre de tales estereotipos? De todasmaneras, ¿no he encontrado yo mismo a coreanos, indios,indonesios o keniatas que los compartían? ¿Incluso nortea-

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mericanos? Si es así, no es entonces España a la que hay quedefender, sino a las culturas hispánicas todavía más relevan-tes de México, América Central y del Sur. En la medida enque España misma se ha mantenido en el mapa cultural delos norteamericanos, los estereotipos preocupantes no sonseguramente los de la indolencia, sino los de la «leyenda ne-gra» en sus versiones del comienzo de la modernidad y a me-diados del siglo xx. Aunque Samaranch tiene suficientes ra-zones para ser consciente de esto último, no lo citó. Por lotanto, se puede llegar a la conclusión de que el mundo queSamaranch declaraba iluminado de nuevo era realmente elnorte de Europa. Por su parte, otros catalanes declararonque Samaranch tenía que haber dicho «Cataluña» y no «Es-paña», en consonancia con la amplia campaña por parte deciertas élites barcelonesas —incluidos algunos diseñadoresde ceremonias olímpicas y, sin duda, la Generalitat— parareafirmar la idea de que Barcelona es la parte más europeade España.

Las destacadas declaraciones de autonomía cívica porparte del alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall, aunque deuna formación política muy diferente de la de Samaranch,parecía que iban dirigidas en el mismo sentido. Maragall, enla víspera de los Juegos Olímpicos, declaró que quería queBarcelona fuera recordada por encima de todo como «la ciu-dad que funcionó», apareciendo a los ojos del mundo comoun gran alcalde del país en donde había estudiado para con-vertirse en el tecnócrata que era antes de ser llamado al mun-do de la política. Después de los Juegos, cuando su deseo lehabía sido concedido con creces, se sintió más libre para es-pecificar su discurso. Habiendo demostrado que era unagran ciudad europea, Maragall declaró luego que Barcelonatenía que llegar a ser «la gran ciudad europea».

El doble estatus de Maragall como alcalde y jefe olímpico,su posición en la organización de los municipios de la Comu-nidad Europea, sus brazos abiertos a los alcaldes de la des-membrada Yugoslavia, y la cita durante las ceremonias inau-gurales de las peticiones personales hechas por NacionesUnidas, todo esto es indicativo de las nuevas relaciones entreentidades locales y transnacionales que dependen de las me-diaciones nación-estado incluso cuando tratan de trampear-las. Jordi Pujol intentó sacar provecho de estas mediaciones através de la campaña de prensa de la Generalitat en los princi-

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pales periódicos internacionales, campaña orientada a conse-guir que Cataluña fuera reconocida como «un país de Euro-pa». Probablemente son acertadas las afirmaciones posolím-picas de que todo el mundo ahora sabe que Cataluña no es lomismo que España. Pero gran parte del discurso local conti-nuó dejando perplejos, si no irritados, a muchos extranjeros.A los contingentes no europeos en los Juegos Olímpicos deBarcelona se los hacía sentir a veces como si fueran intrusos ose los estuviera utilizando como prendas en una conversaciónintraeuropea.

Este efecto se veía acentuado por el desinterés (en com-paración con Olimpiadas anteriores) manifestado por elCOOB, los organizadores artísticos, los periodistas locales ylas élites académicas respecto a las culturas extranjeras re-presentadas entre ellos, en particular hacia las no europeasy especialmente respecto de las no occidentales. Los im-portantes compromisos políticos lanzados a la UE por lasrepresentaciones de una identidad mediterránea iban acom-pañados para muchos suramericanos, norteamericanos, es-candinavos y británicos por la sorpresa ante ciertas prácticasmediterráneas en relación a la raza y el género, por lo menostal y como aparecían en los principales periódicos. Más sor-prendente todavía que los dibujos animados del «zambo»,los recuentos de medallas «de negros/otra raza» y las subrep-ticias imágenes de las atletas femeninas desnudándose den-tro de sus habitaciones de la Villa Olímpica, fue la incapaci-dad o el desinterés catalán o español para entender por quéalgunas cosas podían resultar ofensivas para los ciudadanosde estados más claramente criollos o pluralistas. Está claro,los Juegos Olímpicos siempre han implicado estos tipos demalentendidos culturales y definiciones políticas de los lími-tes entre sociedades huéspedes y anfitrionas. Lo que se dio eneste caso, a una escala histórica mundial, fue la permanenteincomunicación entre los diferentes modelos del nacionalis-mo clásico: el nacionalismo criollo de América Latina, el idealcontinental de un Estado/una etnia/una lengua, el modelo an-glosajón de muchas culturas/un Estado, y los nacionalismosjerárquicos globalizadores del este y el sur de Asia.

Las estrechas conexiones entre los modelos rivales de na-ción-estado y el tema del urbanismo utópico configuran laparticular contribución sociopolítica de Barcelona'92. Sinlos Juegos Olímpicos no se habría podido generar tan rápi-

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damente, o ni tan sólo se hubiese llegado a generar, el capi-tal económico para abrir Barcelona al mar, renovar las pla-yas y los parques, renovar los distritos del Valí d'Hebron yPoblé Nou, construir las rondas, las torres de comunicacio-nes, los pabellones de deportes, las estaciones de tren y lasterminales de aeropuertos, o acabar ninguno de los otrosproyectos infraestructurales que, de acuerdo con los urba-nistas, no han consistido tanto en transformar la ciudadcomo en «completarla». (En el discurso del urbanismo deBarcelona, es como si Cerda y el Ensanche hubiesen estadoesperando pacientemente a lo largo de todos estos años paraque se realizara su más amplio destino.)

La modernidad artística y arquitectónica de Barcelonadifiere en importantes aspectos del resto de la modernidadeuropea e internacional, pero en la centralización utópica desus visiones, en su voluntad de construir un entorno urbanoúnico e integrado, se refiere directamente a finales del xix yprincipios del siglo xx. Esta ideología es clara incluso en sutratamiento de las comunidades periféricas, que la acogendentro de los límites marcados por las montañas y el mar yque han sido construidas y ocupadas por los inmigrantes delresto de España. Como dirían los guías de la ciudad y deHOLSA (en uno de aquellos maravillosos tours que los visi-tantes extranjeros no se interesaron demasiado en aprove-char), la ronda y los parques que la encuadran han tenidoefectos progresivos, ya que «ahora el burgués que reside en elcentro de la ciudad los ve efectivamente en estas comunida-des». (A pesar del transporte suburbano que salía y entrabade Barcelona para las competiciones de baloncesto, pocos vi-sitantes extranjeros llegaron a descubrirlo.)

Pero también como en Seúl (la otra gran transformaciónolímpica de una urbe, realizada incluso a mayor escala queen Barcelona), el capital económico olímpico no se habríapodido generar sin el correspondiente capital político pro-porcionado por el propio nacionalismo. En Corea del Sur, elproceso había sido conducido por las burocracias del Estadonacional central, que promovían, por un lado, la emergencianacional a la conciencia mundial para salir de la oscuridadde aquel Orientalismo occidental que borra toda diferenciaentre China y Japón, y, por otra, literalmente allanando el ca-mino para la reunificación con Corea del Norte. En Barcelo-na, por contra, el capital político fue generado mediante una

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serie de oposiciones estimulantes: entre Cataluña y el Estadoespañol, entre la Generalitat y el Ayuntamiento, entre el bur-gués catalán y las poblaciones inmigrantes, entre los socia-listas, el centro-derecha y los radicales.

Lejos de ser la consecuencia de una antigua ciudad y lamoderna tecnocracia liberada de los monopoli/.adores dis-cursos nacionalista y antinacionalista, el urbanismo triun-fante de Barcelona que actualmente se celebra en todo elmundo es el producto precisamente de estas luchas alrede-dor de la identidad nacional. La misma modernidad se hacultivado tanto en Barcelona porque se identifica con la opo-sición a la dictadura centralista de la nación y con las reivin-dicaciones extramuros por un estatus y una identidad euro-peos. Así pues, los sueños de los modernos racionali/.adoresde Barcelona, del pasado y del presente, continúan ligados aun modelo determinado de nacionalidad que a la vez recla-ma ser legitimado por ciertas formaciones culturales e insti-tuciones políticas (como la UE) transnacionales. Se trata deun paradigma que se nos ha hecho patente.con la experien-cia de Barcelona. Brasilia, la utópica capital racional de unEstado orgullosamente criollo, solicitó los Juegos Olímpi-cos del milenio con la esperanza de superar la división Nor-te/Sur. Entre sus rivales figuraban Manchester y Beijing.Manchester buscaba su renovación como ciudad multicultu-ral e internacional que se alza sobre las ruinas del racionalis-mo industrial que la hizo nacer; Beijing deseaba transfor-marse de la misma manera que lo hizo Seúl, pero siguiendola lógica del centro ejemplar del nacionalismo jerárquico conespecial referencia al papel del Orientalismo y la guerra fría.

A pesar de estar conectadas, precisamente porque guar-dan una relación, estas lógicas son profundamente diferen-tes las unas de las otras. El paradigma no sólo hace que la in-terconexión sea posible, sino que requiere la diferenciación yla diversidad. ¿Cómo escoge el COI si no es basándose en ladiferencia? Y cabe añadir que éste es de hecho un COI que,en sus decisiones políticamente oportunas, pero peligrosas,sienta un precedente aiTiesgado en Barcelona respecto de aquién se le permite estar representado como nación, lo quedemuestra la necesidad de una mayor autoconciencia del«sistema mundial» en el que se inserta el propio COI.

Con el reconocimiento de un verdadero paradigma delas relaciones interculturales en el sistema mundial, ¿el

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paso siguiente no sería descubrir si los partidarios de unmodelo pueden quedar comprometidos con él y de qué ma-nera, a la vez, llegan a un reconocimiento y una considera-ción más serios de otros modelos construidos con los mis-mos objetivos por los pueblos del mundo? La significaciónde Barcelona fue también plantear este reto más claro decara al futuro.

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