las ciudades imposibles y los paisajes caseros de abdón ubidia

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Las ciudades imposibles y los paisajes caseros de Abdón Ubidia Por: Pablo Torres Aguayo. Es impensable que una acción no se desarrolle en algún lugar, por inverosímil que sea, por imaginario que parezca. Por eso, la ciudad siempre va a ser motivo de análisis en la obra literaria. Algunas veces esta ciudad, con sus formas, su geometría, sus calles estrechas o sus motivos religiosos, ejerce y modifica directamente el comportamiento de los personajes; otras veces, simplemente es un territorio donde se realiza la acción, o funciona como un elemento al servicio del personaje. En la obra de Abdón Ubidia, la ciudad está muy presente. Se deja intuir acaso por alguna marca característica, a modo de guiño para el lector. Debido a la ausencia de nombres de las ciudades se las podría definir como el resultado de un «no lugar» literario, en donde los trazos y las legitimaciones desaparecen, pero, a la vez, permiten que aflore el mundo del escritor. El «no lugar» es una expresión de Michel De Certeau que define a la hoja en blanco en la cual el creador tiene que “manejar el espacio, propio y distinto, donde poner en obra una voluntad propia”. Por ello, los rincones encajan perfectamente en cualquier lado que cumpla con las características mencionadas. Por ejemplo, en el cuento ‘La Gillette’, un hombre mira a una mujer pasar desde el “otro lado de la avenida, cruzar la puerta pintada de verde y salir por el callejón empedrado con cantos de río”. Además, el narrador menciona que “se dice que el viento del verano, el cielo azul, el sol del mediodía” son buenos augurios, y que en esa “zona de la ciudad todavía hay el suficiente silencio y la suficiente soledad como para hablar sin contratiempos”. Vemos que a pesar de no mencionarse ningún nombre, un lector familiarizado con la zona rural andina podría relacionarla con lo descrito. Otro ejemplo lo encontramos en el relato ‘De la inteligencia de las especies’, en el cual el narrador inicia: “Una vez al

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Page 1: Las ciudades imposibles y los paisajes caseros de Abdón Ubidia

Las ciudades imposibles y los paisajes caseros de Abdón UbidiaPor: Pablo Torres Aguayo.

Es impensable que una acción no se desarrolle en algún lugar, por inverosímil que sea, por imaginario que parezca. Por eso, la ciudad siempre va a ser motivo de análisis en la obra literaria. Algunas veces esta ciudad, con sus formas, su geometría, sus calles estrechas o sus motivos religiosos, ejerce y modifica directamente el comportamiento de los personajes; otras veces, simplemente es un territorio donde se realiza la acción, o funciona como un elemento al servicio del personaje. En la obra de Abdón Ubidia, la ciudad está muy presente. Se deja intuir acaso por alguna marca característica, a modo de guiño para el lector. Debido a la ausencia de nombres de las ciudades se las podría definir como el resultado de un «no lugar» literario, en donde los trazos y las legitimaciones desaparecen, pero, a la vez, permiten que aflore el mundo del escritor. El «no lugar» es una expresión de Michel De Certeau que define a la hoja en blanco en la cual el creador tiene que “manejar el espacio, propio y distinto, donde poner en obra una voluntad propia”.Por ello, los rincones encajan perfectamente en cualquier lado que cumpla con las características mencionadas. Por ejemplo, en el cuento ‘La Gillette’, un hombre mira a una mujer pasar desde el “otro lado de la avenida, cruzar la puerta pintada de verde y salir por el callejón empedrado con cantos de río”. Además, el narrador menciona que “se dice que el viento del verano, el cielo azul, el sol del mediodía” son buenos augurios, y que en esa “zona de la ciudad todavía hay el suficiente silencio y la suficiente soledad como para hablar sin contratiempos”. Vemos que a pesar de no mencionarse ningún nombre, un lector familiarizado con la zona rural andina podría relacionarla con lo descrito. Otro ejemplo lo encontramos en el relato ‘De la inteligencia de las especies’, en el cual el narrador inicia: “Una vez al año, yo visitaba la ciudad. Era una de esas ciudades del trópico pobre. Plana y grande, desproporcionada, una zona opulenta rodeada de pantanos habitados por seres precarios ... Un ancho río de aguas turbias. Gabarras. Barcazas ... Había un malecón con edificios altos. Se veía un cerro pardo. Luego la zona comercial. La zona de los bancos. La zona de los hoteles. En el horizonte plomizo reverberaban montes bajos y yermos. Me alojaba –los últimos años- en un hotel con vista a un parque. En el parque había un árbol inmenso, copioso, con una colonia de iguanas que apenas si se movían al compás de las lentas palpitaciones del follaje”.Como se ve, la ambigüedad abre el escenario al juego espacial, para que esas zonas familiares nacidas del «no lugar» se radiquen momentáneamente en cualquier parte de la urbe, en cualquier ciudad, ya que el proceso de “ocultamientos y presencias” amplía el espectro de los referentes a los que se designa. (Jacquelín Verdugo Cárdenas)En los ejemplos anteriores, aparecen dos ciudades diametralmente opuestas, con rasgos característicos que las hacen distintas y ajenas. Estas ciudades, según Claudio Zeiger, en términos literarios, son dos formas de representación: una ciudad real (no necesariamente mimética), o una ciudad mental (no necesariamente fantástica o irreal).

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Artificio muy presente en la literatura de Abdón Ubidia, pero no exclusiva. Ernesto Ayala, afirma que la narrativa urbana está creando nuevas ciudades, no en su parte estructural de paredes, muros, carreteras, puentes, etc., sino por la manera deliberada en que los individuos se presentan en ellas: “su soledad, la pérdida de la utopía, las miserias humanas del alma, la locura, el amor, el poder, que tienen una habitación, un edificio, una avenida”.Estas nuevas ciudades, explica Ayala, son distintas a las que presentaron los intelectuales del Boom, época en la cual para considerarlos auténticos, los escritores debían asumir a sus ciudades y pueblos dentro de una “realidad fielmente retratada”. Pero, las grandes tormentas psicológicas que sacudieron a las metrópolis latinoamericanas en la década de los ochenta, permitieron el surgimiento de narraciones que rompían con ciertos esquemas. La ciudad de Ubidia también obedece a esta premisa y ayuda a describir los estados mentales y de ánimo: “Él la sigue en silencio, mirando el cemento de la acera como si buscara algo”, dice el narrador para retratar el desconcierto de su personaje de ‘La Gillette’. En el cuento ‘Un amor virtual’ también se ve cómo las edificaciones extrapolan el sentir de los protagonistas. Al borde de la inminente separación de los enamorados, en la ciudad virtual “primero se esfumó el estadio, luego casi todos sus vehículos, luego las edificaciones superpuestas, por fin, algunos personajes”. Luego, los enamorados se citan en “una casita abandonada”, en una tarde lluviosa.Pero la ciudad no solo delimita y da forma, también sirve como una manera efectiva de escape. En el cuento ‘La persecución’, los protagonistas “pronto pudieron ver el amontonamiento de lomas redondas y peladas como cantos de un gran río seco. Detrás de ellas, agazapada entre las breñas de la cordillera, se encontraba la ciudad”. Más adelante, el narrador menciona que “un poco más abajo, desde una de sus orillas, empezaba la forma blanca de la ciudad, el final de la huida”. Quizá esta concepción de la ciudad que ampara se debe a que el mismo escritor se considera “por desgracia” un ser muy urbano. “Me gusta la naturaleza –dice Ubidia-, pero si me pica un mosco o una abeja, pienso: la naturaleza me está agrediendo“. Ubidia ve a la ciudad como su lugar natural, y, como consecuencia directa de ello está muy marcada la presencia de ‘la casa’: la casa refugio, como en el cuento ‘De los objetos voladores’, en donde “el departamento catorce –de un edificio de quince- era, pues, una fortaleza que nadie asaltaría jamás”; o la casa hogar como en ‘La Cas(z)a del fantasma’, en el cual una edificación destruida corresponde al rostro de una mujer que ya no existe, pero por quien pervive el sentimiento; o la casa resignificada como en ‘R.M. Waagen, fabricante de verdades’, en el cual la casa es una institución que se dedica a manipular una mentira para convertirla en verdad; o en el cuento ‘De la Casa de Valores’, entidad que se desglosa a su vez en tres edificios: “el de Valores Económicos, que era el más grande y moderno, y tenía la apariencia de un banco. El segundo, el de Valores Estéticos, mucho más pequeño, semejaba un museo clásico. Y el tercero, el de Valores Éticos, parecía una diminuta capilla medieval”. Esta enumeración es más que elocuente sobre el modo cómo opera la sociedad actual, y cómo se refleja en los edificios que habita. La ciudad también se convierte en un lugar quimérico, casi fantasmal, como las casas de ‘La ciudad de cristal’,

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en el cual una población vive paralelamente en un mundo que han creado, en donde las normas de la sociedad se viven de distinta manera. Sin embargo, estos habitantes viven en casas hechas de cristal, que, a pesar de ser completamente transparentes, tienen paredes y muros que delimitan los espacios, aunque por su traslúcida cualidad, son completamente inútiles. La casa también es el lugar donde se recuperan los recuerdos perdidos, como en el cuento ‘De amores y fantasmas’, que habla de las casas viejas en las cuales se guardan “los ecos de un pasado a veces vívido“.Las distintas formas que adquiere ‘la casa’, convierten a la ciudad en un lugar de dimensiones físicas, en donde conviven: “lenguajes utópicos, fantasmagorías, códigos, contextos, escrituras que van figurando cuerpos en relación y delineando caminantes-ciudadanos formados con «trazos gruesos y finos de un texto urbano»” (Jacquelín Verdugo Cárdenas).Por último, en varias oportunidades se puede reconocer que las experiencias del escritor han servido manifiestamente de modelo para algunos pasajes de sus cuentos. Ubidia afirma que “me he dado modos para ser un caminante, un caminante de la ciudad, a veces un caminante nocturno de la ciudad, aunque antes me iba por los bosques cercanos. ‘Sueño de lobos’ fue pensada durante esos paseos. En ese entonces, por ahí caminaba Camargo y esos seres un poco extraños. Yo también caminaba ahí en las mañanas”.En cambio, en el relato ‘La ciudad de cristal’ el personaje-narrador dice: “Empecé, pues, a caminar y caminar. Y a alargar, cada vez más, mis caminatas. Tenía la desesperada convicción de que en cualquier recoveco del bosque me detendría un espasmo súbito.”Al final, no queda más que coincidir con Zeiger cuando dice que “la ciudad es la sombra que acompaña al escritor aunque se aleje, se exilie, o no quiera verla nunca más”. Abdón Ubidia, por su parte, dice que cuando está de viaje le hacen falta sus montañas “Puedo estar en el paisaje marino más aturquesado, pero me faltan mis montañas. Para orientarme el norte, el sur, busco el occidente, donde está el Pichincha”.

Bibliografía Jacquelín Verdugo Cárdenas “Imaginarios, ciudad y copla popular”, en 8vo.

Encuentro sobre literatura ecuatoriana Alfonso Carrasco V.; Universidad de Cuenca. 2002

Michel De Certeau, “La invención de lo cotidiano: Artes de hacer”. Universidad Iberoamericana. 1990

Edwin Ernesto Ayala, “El individuo, la soledad y las ciudades mentales desde la literatura urbana”, en José Antonio Carbonell, ‘Ciudad y literatura: III encuentro de nuevos narradores de América Latina y España”. Convenio Andrés Bello. 2004

Claudio Zeiger, “Entre la ciudad real y la ciudad mental”, en José Antonio Carbonell, ‘Ciudad y literatura: III encuentro de nuevos narradores de América Latina y España”. Convenio Andrés Bello. 2004

Las citas del autor provienen de una entrevista concedida a Pablo Torres Aguayo, el 8 de julio de 2011.