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LAS AGUAS Y LA IDEA El anciano filósofo regresa por las mañanas a contemplar el río, el que muchos años atrás le sugirió la fecundísima idea. Natural- mente que no es el mismo río, aunque así lo parezca y los recuerdos as í quieran confir- marlo. También Heráclito ha cambiado y no es el que era, pero el devenir se manifiesta menos en las continuamente renovadas aguas. Ellas no muestran una rugosa piel ni un en- corvado cuerpo all í donde una vez fue la es- bel ta y tersa juventud. Sin embargo, el deve- nir es ciertamente más veloz en las corrientes aguas. Todo fluye, pero la medida del cambio no es igual en todos los seres. Y así conviene, pues si el ritmo de las variaciones fuese uno y el mismo para todos, no se advertiría, de modo que un compás absoluto equivaldría a la total inmovilidad. Por la misma razón, los más hondos recuerdos se di fuman lentamente, mientsas que esas rápidas aguas son y no son en un instante. Así, el recuerdo del río permanece au n cuando éste ya no es; pero ni siquiera es el mismo en el recuerdo. Y tal como los ojos del filósofo no advierten la diferencia en el discurrir de las aguas, y sin embargo han visto infinitos ríos en lo que parece uno, de igual manera cree la me- moria guardar la imagen de uno solo, cuando son infinitos los recuerdos. Pero la medida de la universal conflagra- ción es mucho más despaciosa que la leve transformación de los recuerdos. Frente a la lentitud del vaivén cósmico, la vida entera de un hombre, de una generación, de una ciu- dad, representan un fugac ísimo destello. Así, únicamente parece no variar en la total eva- Rev. Filo Univ. Costa Rica, XX(52), 187.192,1982. Fernando Leal. nescencia, la medida suprema de ese fuego primordial, del cual surgen y al cual vuelven todas las cosas, y que en inmensos ciclos deshace y rehace el universo. Y tampoco cambia su ser-fuego, que siempre fue, es y será, ya en la luz más luminosa y plena, ya en la sombra más oscura y compacta. Esto es el ser que dura eternamente, y que cam- biando sin cesar, nunca en cambia, pues todo es fuego eternamente vivo, cuya medida no sufre jamás alteración. Así lo vio el filó- sofo en las solares aguas de su mente. LA RAZON DE LA IDEA Los hombres de Elea aprecian a su filóso- fo porque juzgan que ha concebido la idea más poderosa, y que ha expresado en bellos can tos la real idad del ser que cs. Los m is- mos dioses, en el veloz carro del pensamien- to, le condujeron a la verdad, hasta entonces escondida a los hombres tras un velo de apa- riencias. Pues Parménides ha dicho, guiado por la lógica más pura, que es imposible pensar lo que no-es, no sólo porque la nada no existe y lo que no existe no es pcnsablc, sino también porque el pensar y el ser son lo mismo, de la misma naturaleza divina; y que, por tanto, sólo es posible pensar lo que es y no puede no ser: y esto es el ser per- fecto, compacto, inmutable, pleno y eterno, cuya continua redondez no admite absoluta- mente la m ínima partícula de no-ser. Seme- jante a una esfera perfec ta, paradójicamente el ser carece de exterior, pues su perfección consiste en ser sin menoscabo alguno y sin

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LAS AGUAS Y LA IDEA

El anciano filósofo regresa por las mañanasa contemplar el río, el que muchos añosatrás le sugirió la fecundísima idea. Natural-mente que no es el mismo río, aunque asílo parezca y los recuerdos as í quieran confir-marlo. También Heráclito ha cambiado y noes el que era, pero el devenir se manifiestamenos en las continuamente renovadas aguas.Ellas no muestran una rugosa piel ni un en-corvado cuerpo all í donde una vez fue la es-bel ta y tersa juventud. Sin embargo, el deve-nir es ciertamente más veloz en las corrientesaguas.

Todo fluye, pero la medida del cambio noes igual en todos los seres. Y así conviene,pues si el ritmo de las variaciones fuese unoy el mismo para todos, no se advertiría, demodo que un compás absoluto equivaldría ala total inmovilidad. Por la misma razón, losmás hondos recuerdos se di fuman lentamente,mientsas que esas rápidas aguas son y noson en un instante. Así, el recuerdo del ríopermanece au n cuando éste ya no es; peroni siquiera es el mismo en el recuerdo. Ytal como los ojos del filósofo no adviertenla diferencia en el discurrir de las aguas, ysin embargo han visto infinitos ríos en loque parece uno, de igual manera cree la me-moria guardar la imagen de uno solo, cuandoson infinitos los recuerdos.

Pero la medida de la universal conflagra-ción es mucho más despaciosa que la levetransformación de los recuerdos. Frente a lalentitud del vaivén cósmico, la vida entera deun hombre, de una generación, de una ciu-dad, representan un fugac ísimo destello. Así,únicamente parece no variar en la total eva-

Rev. Filo Univ. Costa Rica, XX(52), 187.192,1982.

Fernando Leal.

nescencia, la medida suprema de ese fuegoprimordial, del cual surgen y al cual vuelventodas las cosas, y que en inmensos ciclosdeshace y rehace el universo. Y tampococambia su ser-fuego, que siempre fue, es yserá, ya en la luz más luminosa y plena, yaen la sombra más oscura y compacta. Estoes el ser que dura eternamente, y que cam-biando sin cesar, nunca en sí cambia, puestodo es fuego eternamente vivo, cuya medidano sufre jamás alteración. Así lo vio el filó-sofo en las solares aguas de su mente.

LA RAZON DE LA IDEA

Los hombres de Elea aprecian a su filóso-fo porque juzgan que ha concebido la ideamás poderosa, y que ha expresado en belloscan tos la real idad del ser que cs. Los m is-mos dioses, en el veloz carro del pensamien-to, le condujeron a la verdad, hasta entoncesescondida a los hombres tras un velo de apa-riencias. Pues Parménides ha dicho, guiadopor la lógica más pura, que es imposiblepensar lo que no-es, no sólo porque la nadano existe y lo que no existe no es pcnsablc,sino también porque el pensar y el ser sonlo mismo, de la misma naturaleza divina; yque, por tanto, sólo es posible pensar lo quees y no puede no ser: y esto es el ser per-fecto, compacto, inmutable, pleno y eterno,cuya continua redondez no admite absoluta-mente la m ínima partícula de no-ser. Seme-jante a una esfera perfec ta, paradójicamenteel ser carece de exterior, pues su perfecciónconsiste en ser sin menoscabo alguno y sin

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necesidad de ser más en parte alguna, puessu plenitud es completa y uniforme. Lo cualequivale a decir que no hay un fuera y undentro del ser, ni más ser aqu í y menosallá, sino lo mismo en todo. Y, por supues-to, que no hay partes del ser, ni seres múl-tiples, sino solamente uno e igual dondequie-ra.

No han faltado enemigos que acusen al fi-lósofo de convertir as í la vida transitoria delos hombres en un sueño sutil, y todo movi-miento en vaporosa niebla fugitiva, reducidoel devenir a una inexplicable apariencia. Puessi Aquiles ha de alcanzar la meta, ésta debedistar de él tantos pasos cuantos haya de re-correr hasta alcanzarla, pero esta distancia noestá llena de Aquiles, sino de un no-serAquiles. Por tanto, Aquiles tiene que despla-zarse por un camino cuyo vacío espera ladensidad de su cuerpo para acercarlo conti-nuamente al punto final de la carrera. El va-cío, el no-ser, es imprescindible para explicarel movimiento de los seres animados, y detodo lo que se mueve, y por el hecho mis-mo de moverse. Si no fuera así, ni Aquiles,el más veloz de los mortales, ni la tortuga,el más lento de los cuadrúpedos, podrían darun paso, inmovilizados en la continuidad ple-na del ser compacto e inmutable. No po-drían ni siquiera respirar: no existirían, enSuma. ¿ Y cómo es -si el ser es como pre-tende Parménides- que existen Aquiles el delos pies ligeros, la tortuga, y muchos otrosseres animados e inanimados que se mueven?

He aqu í que Zenón, el entusiasta disc ípulodel maestro de Elea, responde que si en unaconfrontación de la velocidad de Aquiles conla de la tortuga, se concediese a ésta un pa-so de ventaja, Aquiles jamás podría alcanzarlaen su carrera, pues mientras recorre la mitadde la distancia que originalmente lo separade la tortuga, ésta habría recorrido cierto es-pacio que se añadiría a la segunda mitadaún no recorrida por Aquiles, y éste, al re-correr la nueva distancia en su mitad, se ve-ría aventajado por la tortuga en un nuevoespacio que se añadiría a la nueva mitad aúnno recorrida, y así sucesivamente. En reali-dad, si ambos hubiesen de llenar el vacíoque los separa de la meta, antes habrían dellenar la mitad de ese vacío, y antes la mi-tad de esta mitad, y así sucesivamente hasta

el infinito, de manera que se encontrarían in-movilizados en la imposibilidad de llenar losvacíos crecientemente infinitesimales, imposi-bles de recorrer ni en su totalidad ni en suspartes. Una sola fracción de no-ser que sepa-rase a un móvil de una meta, lo separaríano sólo como un infinito espacial, sino tam-bién en un tiempo infinito. Por ello, jamásalcanzar ía Aquiles a la tortuga, ni la flechaal blanco, ni de un punto se podría pasar aotro, pues una m ínima fracción de disconti-nuidad del ser equivaldría a un abismo espa-cio-temporal infinito.

Además, no hay cosa capaz de atrave r elno-ser, ni tiempo alguno en que esa empresapudiese ejecutarse. Por tanto: si el no-ser esimprescindible para que exista el movimiento,es inexorable que si existe, nada puede mo-verse. Así, la flecha no sale del arco, Aquileses una estatua sin movimiento, la tortuga ya-ce petrificada, y todo es compacto, pleno einmutable. Esto lo aprendemos por el pensa-miento, que afirma la única verdad, la abso-luta verdad de que el ser es y es imposibleque no sea.

Entonces los enemigos replicaron que sisólo existe el ser continuo, pleno e inmuta-ble, nada puede penetrarlo, nada conmoverlo,y si el pensamiento y el ser son lo mismo,tampoco se mueve el pensamiento, y no esalgo vivo y veloz, sino poco menos que unadurísima piedra.

Y preguntado un artesano acerca de cuálera su opinión en esa contienda que entusias-maba a la ciudad de Elea, contestó que élnecesi taba moverse de aqu í para allá en sutrabajo de alfarero: debía extraer la arcilladel suelo, prepararla, modelarla en el tornoveloz, utilizar bellos colores en el adorno delas piezas, hornearlas, y, una vez terminadas,lIevarlas al mercado. Y que toda esa faenano era para él ilusoria, sino vida y movi-miento y contento, pues se encontraba entrelos hombres libres.

Y enterado el propio Parménides de estasdiscusiones, dijo que su propósito había sidoel encontrar un fundamento inconmovible pa-ra el ejercicio del pensamiento, en medio delas cambiantes fuerzas que doblan nuestroprecario ser. Quer ía una muralla inexpugnableque pwtegiese nuestra razón del devenir quetodo lo genera y lo corrompe, y a la vez

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LAS AGUAS Y LA IDEA 189

rrucrar el camino por el que el pensamientopudiese buscar lógicamente la verdad, no sólodel ser que es, sino sobremanera de estetrasmundo de apariencias huidizas, de seresatrapados en el devenir que los hace y losdeshace. Y si pues hemos de escapar de al-guna manera a la suerte de este caos voragi-noso, por la Idea ha de ser, por el pensa-miento que logra mantenerse en lo que es; ypor el reconocimiento de la verdad de queese ser que se mantiene en su ser -pues lomismo son el pensar y el ser- es nuestraverdadera naturaleza, y no la vana ilusión deeste trasmundo que tenemos por real. Era es-ta la razón de la idea, y, a la vez, la pri-mera idea del ser de la razón. Pues lo mis-mo es el pensamiento y aquello por lo cuales el pensamiento.

Entonces los enemigos replicaron que larazón o causa real de todas esas teor ías con-sistía en el rechazo de un mundo cambiante,en la insoportable idea de la necesidad deldevenir, en el agobio de la generación y lacorrupción de todas las cosas, en el trabajoque supone el movimiento y en la ilusión deque la perfección se encuentra en lo inmuta-ble, como si fuese más perfecta una piedraredonda que nuestro alado pensamiento, ymejores las casuales obras de la naturalezaque el producto del arte humano. Y agrega-ron que el mundo no yace en otro mundo,y que si es cierto que somos de la materiade los sueños, entonces también el mundo esasimismo sueño y nada hay que no sea deigual modo; pero que la materia de los sue-ños s sueño, y en cambio nuestro penosamiento es fuego y dinamismo, como la di-vina luz. Y que si todo fuera sólo uno,equivaldría a la nada, y así el ser al no-ser,pues la unidad sola no es nada. Y que nohabía de negarse el movimiento por una cier-ta idea de ser, sino pensar el ser incluido elmovimiento en él, pues aun cuando no fuerasino ilusión pura, este no-ser tendr ía que en-contrar su explicación, en una teoría del serque incluyese la razón de la apariencia; preci-samente, la teoría de Parménides exclu ía laposibilidad hasta de la apariencia del no-ser,y, as í, la apariencia queda sin ser y sinno-ser, lo cual es doblemente absurdo. Portanto: si el mundo de la generación y la co-rrupción es aparente, el ser no es como dice

Parménides; y si ese mundo no es aparente,sino real, tampoco es el ser como dice Par-ménides, pues habría de contener el movi-miento y todo por lo que es el movimiento.

Zenón entonces replicó apasionadamente:"Si negáis que el camino del pensar sea éste,dadle ser al no-ser, contradecíos, y veréis queno ya niebla vaporosa lograréis asir, sinosombras de nada y un pensamiento errático,que sin apoyo alguno, lo que piensa hoy lonegará mañana, y lo que dice en este instan-te en el sucesivo lo contradirá; y as í, envuel-tos en sinsensito y vueltos y revueltos pordoquier, en la idea del movimiento del seren el no-ser, en el cambiante tiempo todaslas veces pensaréis de contradicho modo, has-ta que perdida la razón en una historia re-torcida de acción sin consistencia, vuestrodestino será la ciega busca de un porvenirdemente. Pues únicamente la razón que pien-sa lo que es encontrará la ciencia: la ideade que sólo es el ser eterno, inconmovible ypleno, nos permite pensar que no somos uninútil desfile de translúcidos seres carentes derealidad, sino que nuestra verdadera naturalezaes de la misma razón y ser de lo que es. Yeste es el método real, el único y luminososendero del hombre razonable, el fundamentode la acción que puede entonces cobrar elnombre de una historia sensata. Y por estoel alfarero puede realizar congruentemente sutrabajo: no porque el movimiento se lo per-m ita, sino porque el movimiento no se loimpide: porque hay una permanencia relativaen la arcilla, en el movimiento del torno enla pintura que sus manos aplican, en el' po-der del fuego de los hornos; y, sobre todo,en el saber de su artesan ía, que permaneceen su mente y no se disipa al menor soplo,y en su permanencia cambia en vista de laperfección, cuyo paso tampoco se disipa".

Un siglo más tarde, Aristóteles dijo que lanaturaleza odia el vacío, pero admitió el mo-vimiento en la masa del ser y la multiplici-dad de los entes; pues si bien todo se en-cuentra lleno de ser, éste no tiene la mismaconsistencia en todas partes, y ah í, por ejem-plo, donde un cuerpo sólido se mueve des-plazando el aire, éste ocupa inmediatamenteel antiguo lugar del cuerpo sólido; de maneraque lógicamente equivale decir que el cuerposólido desplaza el aire, o viceversa. Y' así, el

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ser que todo lo abarca se mueve en sí mis-mo, y siendo uno es a la vez múltiple. Yesto parece conveniente, pues de otra manera,reducido a una forma única, no se podríapercibir y todo equivaldría a la nada ab-soluta.

DISCURSO DEL SOFISTA

Yo soy la medida de todas las cosas, delas que son en tanto que son y de las queno son en tanto que no son. Yo no preten-do ninguna ciencia absoluta y eterna, puessiendo mía la ley, yo soy quien impone laley del universo. Así como se rige la ciudadpor las leyes que nosotros constituimos con-vencionalmente, tomando como arquetiponuestra propia excelencia, as í también con-templamos el mundo y lo edificamos segúnnuestra medida: pequeño en el grano de are-na y gigante en la bóveda celeste. Las cosasson, pues, como nos parecen ser, de maneraque no hay diferencia entre el ser y el pare-cer; y tú, tal como pareces, as í eres. Esmás: tú eres según mi propia medida; enton-ces, cuídate de que en el Agora la opinióndel pueblo te sea favorable, no sea que teencontremos culpable de introducir dioses ydoctrinas nuevos en la ciudad y de corrom-per a la juventud con discursos disidentes.

Yo soy la medida del amor que puedesobtener y mi lectura implacable de tu discur-so ideal puede tanto destruirte cuanto elevar-te a la dignidad del hombre militar, el únicoque tiene razón de ser y cuya fuerza es laverdadera medida de lo que sirve y de loque no sirve, de lo bueno y de lo malo.Por tanto: yo soy la medida de la ciencia,de la sabidur ía, de la santidad, de la acciónpermisible y lo que hay que conservar. Noexiste apelación a cuanto yo expreso, puesyo soy la medida de la palabra, ya que ellagos es humano y yo soy el ser humanopor excelencia. Mi lugar de lucha es el Ago-ra, en donde como juez supremo yo discrimi-no lo que está bien dicho y hecho y lo queestá mal, y juzgo si ha de preservarse o dedes tru irse.

Quien no piense como yo es enemigo demi especie, que es la medida suprema, la va-ra que ha de medirte. Mi importancia es re-

lativa a la fuerza de mi palabra: Yo soy elcarcelero de las ideas y sólo permito quediscurran por las calles las que conduzcan aléxito de la acción militar. Bajo mi mando elprogreso es seguro, pues yo soy la medidadel éxito y el éxito es mi fin, no importaque para conseguirlo recura a medios que atu sentir sentimental parezcan inhumanos. Yote haré bueno a la fuerza, aunque haya derecurrir al mal como medio de conducirte albien, y al engaño para que mi verdad, quees la Verdad, reluzca en el foro bajo la lápi-daria máquina de mi palabra indudable. Elhombre es la medida de todas las tosas,pero el soldado es la medida del hombre.Yo soy la Fuerza del Verbo, o mejor dicho,el Verbo de la Fuerza. Inclínate ante mí,pues soy el Faraón de las únicas ideas quetienen derecho a la realidad.

Mi método soy yo, pues yo soy el méto-do. Y claro que la Totalidad es mi reino,pues siendo yo la medida de todo, todo ca-be en mi medida. Mi conciencia es la másvasta, pues lo percibe todo, en general y endetalle, en extensión y en intensión. é Cómono habr ía yo de ser, pues, partidario del to-talitarismo, de la férrea mano que amalgamala díscola muchedumbre y reduce lo múltiplea lo uno? Un hombre para mí es una partí-cula: la masa es la verdad. Quienes hablandel hombre concreto, o bien de la sociedadcomo un conjunto de individuos son sospe-chosos: tienen el virus de la muchedumbre yde la democracia. Alcib íades estratega es miverdadero disc ípulo. Los demás carecen deimportancia, y son solidarios de la humanidadsólo si son mis solidarios, mis soldados, puesyo soy la humanidad personificada.

La historia es m i creación, y tú, que eresun ser histórico, eres mi criatura. Esta es miverdad, mi doctrina, mi meta-ideología, midiscurso poi ítico, sagrado y avasallador de to-do aquello que no encuadre en mi caminohis tórico-cient ífico.

El HOMBRE DE LA IDEA

Mientras los sabios discurren sobre totalida-des y los sofistas sobre cómo obligarnos aparecer lo que no somos, conversemos noso-tros, is amigos, sobre la ley de la razónque nos anima y que constituye nuestra na-

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turaleza humana. Lo cual equivale, si no nosengañamos, a preguntarnos por la ciencia denuestro pensamiento. ¿No es acaso esa virtuddivina que nos permite actuar prudentementey examinar sin descanso nuestras afirmacio-nes? No sea que, asechante, el error en eljuicio nos tome por la espalda y nos hagarodar en abismos de inconsistencia e incohe-rencia, mientras nosotros creemos saber y ac-tuar consecuentemente, cuando en realidadhacemos mal, ignorantes de las virtudes pro-pias de la buena acción. Una certeza quenos gu íe nos es tan necesaria como el fuegoque ilumina los antros en donde la pitonisadel Dios de Luz cifra nuestro destino. Conó-cete a ti m ismo encuentra la ignorancia quete subyuga y decídete a liberarte de ella, enla medida que cabe a las fuerzas humanas,mediante la busca constante, a través del diá-logo, de bien fundadas razones, de conceptosclaros como los días solares y definidos co-mo los contornos de sombra y luz del Parte-nón. Y luego podrás actuar mejor, pues laciencia hace bueno al hombre; porque loshombres hacen mal y yerran cuando descono-cen cuál es su naturaleza real y qué convie-ne hacer y qué no, es decir, cuál género devida y de conducta es propia de quienes ensu mente atesoran el fuego de Dios, mientrasque a la vez saben apreciar el buen humordel pequeño demonio que descansa sobre suhombro, y así logran ser al mismo tiempocomo el hombre que sabe pensar y actuar yel niño que sabe reír y jugar, y acaso comoesa mujer extraordinaria, Diótima, que reúneen ambas cualidades, más la tercera resul-tante: la suprema bondad.

AL HOMBRE POR LA IDEA

No habrá ciencia de lo que fluye sin ce-sar, pues la memoria sólo puede aprehenderlo que de alguna manera permanece, y laciencia no puede ser para hoy solamente yno para mañana. La idea, participante de unarealidad inmortal e inconmovible, nos ha deproporcionar la ciencia de lo que no sufregeneración ni corrupción, y así de esta tierramortal no habremos de juzgarnos prisionerosperpetuos.

¿Pero cómo explicar la razón de estemundo de sombras que parecen ser, de voces

que parecen escucharse, de resplandores queparecen lucir? Si el ser es pleno y no ad-mite por ningún lado no-ser, é cómo es quesurge esta apariencia, cómo sobrenada estaniebla dónde no puede haber nada? iEstemundo en que transcurre nuestra vida nopuede hallarse tan lejano del Bien, de cuyoseno se desprende la luz de la verdad y labelleza, y sin el cual no es posible ningunaunión ni entre los hombres, ni entre los ani-males, ni entre las cosas todas! No somosextraños al devenir y no podemos negar queaparece lo que aparece, y si hemos de expli-car la razón del parecer y del cambiar, he-mos de admitir que de alguna manera es loque no-es, y que de alguna manera no-es loque es. Así, entre los géneros supremos queexplican y rigen la realidad de nuestro mun-do, se encuentran ambos, y no reina uno só-lo de absoluto modo. Transida de esa relati-vidad, la realidad deviene, y la ciencia de loque cambia es posible cuando la referimos ala ciencia de lo que permanece: la substanciadel cambio es su materia, el substrato rnode-lable que el Demiurgo informa con la ideade la Idea perfecta e inmutable.

Si de igual modo la ciudad pudiese regirsey ordenarse, la justicia aplicaría las leyes alcaótico devenir de la ciudad, y semejante ala Ciudad celeste, la ciudad humana encon-traría su constitución más perfecta. Pero noya de joven, sino aun anciano, confiaba yoen el poder de la razón y por tres veces in-tenté realizar el luminoso plan: cual un de-miurgo humano osé detener la tempestad po-Iítica y conducir a los hom bres a la virtudde una vida semejante a la paz del firma-mento. Hoy, fracaso tras fracaso, zqué puedodecir a mis amigos? Sólo que no habrá pazen la ciudad terrestre mientras el férreo es-labón de la violencia no se rompa, el día enque el vencedor y el perdedor renuncien a lasenda venganza. Pero no cesará la guera en-tre los hombres mientras persista la injusticia,ni existirá en los tiempos convulsos verdaderaciencia; y, sin la ciencia, tampoco habráquien pueda llamarse verdaderamente poi ítico,ni ciudad que se gobierne sabiamente, puesciertamente nadie sabrá en qué consiste lajusticia ni cómo constituirla. He aqu í, amigos,la terrible fuerza del remolino que nos arras-trará y nos hundirá en paradojas insolubles

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192 FERNANOO LEAL

mientras la filosofía tenga que conformarsecon protegerse del polvoriento vendaval de laspasiones y los mezquinos intereses, y los ene-migos de las Ideas pretendan destruirlas afuerza de opiniones demagógicas y el vaso decicuta cargado de odio, de envidia y de in-justicia. Mientras llega la aurora, afanémonos

por construir la ciudad justa interior de nues-tras almas, de manera que por los siglos delos siglos y los milenios de los milenios, nollegue una noche tan oscura en que se apa-gue en los corazones de los hombres el idealde la República.